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Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Psicología Empatí a y conducta prosocial en nin os mexicanos de 18 meses T E S I S Para obtener el grado de: Licenciada en Psicología P R E S E N T A: Paola Eunice Díaz Rivera Director: Dr. Rolando Díaz Loving Revisor: Dra. Sofía Rivera Aragón Sinodales: Dra. Tania Rocha Sánchez Mtra. Lidia Ferreira Nuñes Mtra. Miriam Camacho Valladares México, D.F. 2012 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. 1 RESUMEN 5 INTRODUCCIÓN 6 CAPÍTULO 1 10 CONDUCTA PROSOCIAL 10 Antecedentes históricos 11 Motivación subyacente a la ayuda: Altruismo vs egoísmo 12 Definición de conducta prosocial y sus diferencias con altruismo 13 Explicaciones a la conducta prosocial 15 Autobeneficio 17 Ayuda dependiente de estado de ánimo 17 Teoría del intercambio social 18 Aproximaciones evolutivas al estudio de la conducta prosocial 18 La importancia de la conducta en la teoría evolutiva 20 Teoría de la selección de la familia 20 Altruismo Recíproco 22 Formación de alianzas cooperativas 23 Limitaciones del ajuste inclusivo 24 Selección de grupos 25 Evolución de comportamientos de ayuda a otros 26 Orígenes de la conducta prosocial 28 Un enfoque filogenético 28 Altruismo como parte de la ontogenia humana 30 Conducta prosocial y variables situacionales 31 El efecto del espectador 32 Conducta prosocial a lo largo del mundo: Individualismo y colectivismo 33 La empatía como motivador de la conducta prosocial 36 Conducta prosocial y género 39 Tipos de conducta prosocial 39 Primeras formas de conducta prosocial 40 Respuesta a la aflicción de otro 41 2 Compartir con otros y ayuda en casa 43 Conducta prosocial de tipo instrumental en niños 43 Métodos de medición de la conducta prosocial 44 Consideraciones previas trato con niños 45 Encuentros de niños con desconocidos 45 CAPÍTULO 2 48 EMPATÍA 48 Empatía 49 Definición de Empatía como un fenómeno multidimensional 53 Función de la empatía 55 Expresión emocional y empatía 56 El reconocimiento de las expresiones faciales 56 Mecanismo subyacente a la empatía 61 Desarrollo de la empatía 62 Desarrollo del componente cognitivo 63 Empatía y género 66 Empatía y conducta prosocial 67 Métodos de medición de la empatía 69 CAPÍTULO 3 71 MÉTODO 71 Justificación 72 Preguntas de investigación 73 Objetivos 74 Alcance del estudio 74 Hipótesis 74 Conceptuales 74 Estadísticas 75 3 Variables de estudio 76 Variable dependiente 76 Variables independientes 76 Variables atributivas (medidas) 77 Participantes 77 Escenarios 78 Instrumentos y materiales 78 Diseño 80 Procedimiento 80 Medición de la conducta prosocial de forma individual 81 Situaciones para el grupo experimental 81 Situaciones para grupo control 82 Orden de presentación de las tareas 82 Medición de la conducta prosocial de forma grupal 83 Registro observacional de los videos 83 Procedimiento Estadístico 84 CAPÍTULO 4 86 RESULTADOS 86 Confiabilidad de registros de observadores 87 Corroboraciones experimentales 88 Ayuda prestada por todos los participantes 89 Diferencias entre grupo experimental y control 91 Empatía, colectivismo y conducta prosocial 96 Ayuda mostrada en grupo 97 Diferencias entre las instituciones 97 CAPÍTULO 5 99 DISCUSIÓN 99 Colectivismo y conducta prosocial 102 El papel de la empatía en la conducta prosocial instrumental 103 Interacción persona y situación 104 4 Empatía y regulación emocional 104 Conductas prosociales, natura y nurtura 105 La importancia de los pares en el desarrollo 106 La importancia de la motivación intrínseca en la conducta de ayuda 107 REFERENCIAS 108 ANEXOS 116 5 Resumen Las conductas de ayuda hacia otros, nombradas prosociales, han sido estudiadas desde hace muchos años por disciplinas como la filosofía; en general, la discusión se ha centrado en las motivaciones subyacentes que pueden ser egoístas o altruistas. Más actualmente, la psicología evolutiva, poniéndose énfasis en la importancia del grupo para el ser humano y basándose en el hallazgo de conductas de ayuda en otros animales, ha propuesto que las conductas de ayuda son adaptativas porque permiten que el grupo sobreviva. La empatía se ha entendido como el mecanismo que nos permite entender los estados emocionales de los demás, al compartirlos y experimentarlos. Así mismo, al colocar al individuo en el lugar del otro, también lo dota de una teoría de la mente, que lo lleva a comprender las intenciones de las acciones de los otros y de sus propósitos. Debido a que para ayudar a otros es necesario comprenderlo, se ha propuesto a la empatía como el mecanismo mediador de la ayuda. En ese sentido, diversos investigadores han puesto a prueba la hipótesis de ayuda por empatía, sin llegar a un consenso claro sobre si la empatía efectivamente fomenta la ayuda. Recientemente, se ha propuesto que dada la importancia de las conductas prosociales para la sobrevivencia del grupo, los seres humanos están dotados de una tendencia natural hacia la conducta prosocial que permanecerá en tanto sea fomentada por el ambiente. El presente estudio pone a prueba la hipótesis anterior, al observar niños de 1 a 3 años con el objetivo de registrar la conducta prosocial de tipo instrumental, mediante un diseño cuasiexperimental de un grupo control y un grupo experimental. A su vez, con la finalidad de describir los factores que propician el desarrollo de conductas prosociales se tomaron medidas de empatía, individualismo, colectivismo de las madres, además de otras observaciones del medio en que se desarrollan los niños. Los resultados muestran que la mayor parte de los niños del grupo experimental, ayudan en por lo menos una tarea, lo que brinda soporte a la hipótesis de que los comportamientos de ayuda evolucionaron por resultar adaptativos. Por otro lado, la característica de la madre que resultó significativa con la ocurrencia de conducta prosocial, fue el nivel de colectivismo. Se encuentra también que los niños que han convivido constantemente con otros de su edad, presentan más conductas prosociales. Se discute la importancia de los pares en el desarrollo de las conductas prosociales y de la empatía en conjunto con la regulación emocional. 6 “La gente no es fundamental e irrevocablemente buena o mala. La vieja pregunta, ¿Cuál es la naturaleza humana? No ha sido y puede que nunca sea resuelta. La conducta de un individuo, egoísta o altruista, admirable o deplorable, es el producto de una interacción compleja entre eventos biológicos, sociales, psicológicos, económicos e históricos”. (Eisenberg y Mussen, 1989) Introduccio n En su vida cotidiana, el ser humano es capaz de mostrar amabilidad y cuidado por otros y en contraste, también puede manifestar diferentes tipos de violencia como discriminar a otros, llegando a actos altamente catastróficos como las guerras. ¿Es la gente cruel o amable? En el vaivén de la vida diaria se pueden encontrar hechos que apoyen cualquiera de las dos respuestas, por lo que cualquiera delas dos posturas será, en un principio, parcial. Debido a que el ser humano es por naturaleza gregario a causa de que requiere de los demás para poder sobrevivir, resulta lógico pensar que cuenta con habilidades que le permiten convivir con sus iguales, por lo que podría especularse que el hombre, de forma natural, tiende a ser amable con sus semejantes. Sin embargo, a partir del surgimiento de la Teoría de la Selección Natural, aquellos que se preocupan por sí mismos tomaron un nuevo papel en la supervivencia: tal parecía que eran los más aptos. Así, la existencia de personas que auxilian a otros --incluso arriesgando su vida-- o que en su andar diario ayudan sin recibir una recompensa de vuelta, parecía no tener sentido a la luz de esta teoría. Si ayudar no convierte a alguien en más apto y no necesariamente recibe recompensas evidentes al hacerlo, ¿por qué ayudar a otros? Esta pregunta se la hicieron desde la Antigua Grecia filósofos como Aristóteles, y más adelante otros intelectuales como Sto. Tomás de Aquino, Tomás Hobbes, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud, quienes le proporcionaron diversas respuestas, cada uno desde su corriente de pensamiento (Batson y Shaw, 1991). Desde de la perspectiva filosófica la respuesta tiene dos vertientes: el hombre es bueno por naturaleza, postura defendida por pensadores como Jean Jacques Rousseau; y de manera opuesta, el hombre es malo por naturaleza, y por lo tanto aprende a ser amable con otros, postura apoyada por figuras como Sigmund Freud y el etólogo Konrad Lorenz. De acuerdo con esta última posición, el ser humano es de manera instintiva agresivo, y si ayuda a otros es porque aprende a hacerlo. 7 Otros pensadores como Charles Darwin, se encontraban sorprendidos de que algunos seres vivos ayudaran a sus semejantes, por lo que este hecho representó una dificultad en la construcción de sus teorías. Él explicó a inicios del siglo XX, a través de su teoría del origen de la especies por medio de la selección natural, cómo cada organismo al presentar características diferentes podía estar adaptado a su medio ambiente. Sin embargo, esta adaptación no sólo se remitía a características físicas, sino que desde un principio Darwin habló de que la conducta también jugaba un papel importante en la supervivencia del organismo. No obstante, su noción de supervivencia parecía dejar poco lugar para conductas de ayuda (Hoffman, 1981), por lo que desde el principio, Darwin supo que constituía un elemento difícil de acomodar en su teoría. En particular, él estaba preocupado por el comportamiento de animales sociales como las hormigas y las termitas, ya que éstos se sacrifican por otros regularmente (Warneken y Tomasello, 2009) lo que parecía contradecir la propuesta de que la selección natural favorecía el egoísmo a través de la conducta de auto-preservación. Con el surgimiento de la Teoría de la Selección de la Familia fue posible brindarle una solución parsimoniosa al problema con el que se enfrentó Darwin, incluyendo al altruismo, a la vez que continuaba siendo consistente con la visión de que cada organismo maximiza su propia supervivencia. El concepto central de la selección de la familia dice que los genes inducen a un individuo a ser altruista con aquellos que están cercanamente relacionados con él, para de esa manera promover sus propios genes. A la luz de esta teoría, cobró mucho sentido que insectos como las termitas y las hormigas se ayudaran entre ellos, debido a que cuando pertenecen a una misma colonia tienen un parecido genético muy cercano (Warneken y Tomasello, 2009). Sin embargo, aún hacía falta una teoría explicativa para individuos que no se encontraban relacionados entre ellos, problema que fue solucionado por Trivers (1971) cuando al proponer una teoría de altruismo recíproco, expuso que los individuos ayudan a otros anticipando que después serán ayudados de vuelta, mostrando pruebas para ello. Es decir, que la selección favorecerá a los que son capaces de cooperar selectivamente con los que a su vez cooperan. Esta nueva visión de los teóricos evolutivos que se ha enfocado en la supervivencia del organismo como miembro de un grupo y no sólo de manera individual, ha llevado a proponer a algunos investigadores, basándose en evidencia fósil, la idea de que muy probablemente los 8 primeros seres humanos no vivían solos, sino en pequeños grupos nómadas, los cuales solían tener más descendencia en comparación con aquellos que no se juntaban en grupos; y presumiblemente esta descendencia posiblemente continuaba viviendo en grupos. En estos grupos, la cooperación social y la ayuda a otros jugaba un papel importante en la supervivencia de los individuos, lo que ha llevado a proponer la posibilidad de que el altruismo forme parte de la naturaleza humana como parte de una estrategia importante para la supervivencia de los grupos (Hoffman, 1981). Para que las personas puedan ayudar a otros, es necesario que se percaten de que el otro se encuentra en problemas, por lo que se ha propuesto que la capacidad de conectarse con los otros y compartir sus emociones es el proceso mediador de la ayuda. A este proceso se le ha denominado empatía. De forma primitiva, la empatía se manifiesta como un contagio emocional, i.e., si una persona está triste y el que lo observa en respuesta se pone triste, de forma simple está experimentando empatía. Este tipo de empatía es la más primitiva, y en la actualidad investigadores como el primatólogo Frans de Waal la han hallado en diversos animales, como los peces, los elefantes, murciélagos, ratas, chimpancés y los mamíferos en general. Estas observaciones han llevado a preguntarse si los seres humanos aprenden a ser empáticos y altruistas, o por el contrario nacen con cierta predisposición a serlo, poniendo en duda la creencia de que la empatía y el altruismo surgieron de la sociedad organizada. Por ello en la actualidad, aún cuando se admite que el comportamiento de ayuda a otros, denominado conducta prosocial, está vinculado con la capacidad de entender los estados emocionales y la situación de los demás, no se ha acordado sobre si esta tendencia se da por educación o si es posible que las personas nazcan con cierta predisposición a ayudar. Es por eso que en nuestros días se han comenzado a conducir estudios que incluyen como participantes a niños cada vez más pequeños con la finalidad de observarlos y acercarse más a la comprensión de éstos fenómenos. En general se ha encontrado que los niños pequeños comprenden cuando alguien está triste y se acercan a reconfortarlo, por ejemplo, brindando una palmadita en la espalda, sin embargo, hasta hace poco no se habían conducido estudios que probaran el comportamiento de niños pequeños cuando ven que alguien está realizando una tarea y por algún motivo se ve imposibilitado a continuar haciéndola. Este tipo de ayuda, denominada instrumental, fue puesta a 9 prueba hasta hace poco por los investigadores Félix Warneken y Michael Tomasello con una muestra de niños, encontrando que en general los niños pequeños tienden a ayudar, lo que llevo a los autores a sugerir que quizás el altruismo forme parte de la naturaleza humana. El propósito principal del presente trabajo fue realizar un estudio con niños de la ciudad de México, con la finalidad de observar si en una sociedad diferente, con procesos de socialización distintos, los niños también tienden a ayudar, proponiendo a la empatía como mecanismo mediador. Adicionalmente, se propuso relacionar la ocurrencia de conducta prosocial con las características empáticas de las madres de los niños y sus tendencias hacia el individualismo y el colectivismo. 10 Capí tulo 1 Conducta Prosocial 11 ¿Por qué ayudamos a otros? En los últimos años se ha desarrollado un gran interés por contestar esta pregunta;posiblemente porque en general se le ha prestado más atención a la injusticia y discriminación que viven algunos grupos marginados y también porque se ha observado un aumento de la delincuencia. A los científicos, uno de los intereses que más los motiva a estudiar comportamientos positivos entre semejantes, es descubrir de qué modo los seres humanos pueden ser socializados para convertirse en miembros positivos de su comunidad. Este interés ha sido propiciado e instigado por el entorno social, el cual solicita a los profesionales soluciones y aplicaciones de programas específicos de prevención e intervención (Molero, Candela & Cortés, 1999). Antecedentes históricos Al hablar de cualquier conducta es posible plantear el problema esencial de natura o nurtura, lo que se ha denominado concepciones instintivistas. Al hablar de las conductas de ayuda, puede hacerse un planteamiento similar, ¿nacemos con una tendencia a ayudar a otros o la aprendemos? En un principio se suele recurrir a la comparación de las respuestas diferentes, aunque no necesariamente antagónicas, de los filósofos griegos Aristóteles y Platón, aún cuando no fueron ellos los primeros en hablar de esta cuestión. Aristóteles fue uno de los principales expositores del concepto según el cual la conducta del hombre es el resultado de una naturaleza instintiva, en tanto que Platón atribuía la mayor importancia a la influencia de la sociedad organizada sobre el hombre. Él entendía la relación del hombre con la sociedad como un contrato, que producía ciertos beneficios a quienes se comportaran de acuerdo con las regularidades de la sociedad organizada (Hollander, 1971). Más adelante, Thomas Hobbes defendió que la primera ley natural del hombre es la autoconservación, que lo induce a ponerse sobre los demás, lo que se resume bien en su frase “el hombre es un lobo para el hombre”. Dada esta naturaleza, él decía que para construir una sociedad, todo ser humano debe renunciar a parte de sus deseos y establecer un contrato social (Britannica, 1992). Por lo que según Hobbes, es la sociedad quien contiene los instintos naturales del hombre de agresión, ideas que fueron retomadas más adelante por Freud. Poco después, En el siglo XVIII, las ideas de Hobbes fueron criticadas por pensadores como Jean-Jacques Rousseau, Kant, Diderot y Goethe, quienes sostuvieron que el hombre era naturalmente bueno, que la sociedad lo corrompía y desarrollaba en él características malévolas (Hollander, 1971). 12 Algunos afirman que no hay una respuesta completamente correcta y satisfactoria a si el hombre nace bueno o malo, o si nace con tendencias a ser considerado o agresivo con los que lo rodean. Los términos bueno y malo por sí solos dependen de la cultura en la que estén insertos. Como se ha mencionado con anterioridad, tal parece que el ser humano tiene el potencial de realizar actos en lo que toma en cuenta al otro y lo contrario. Por un lado, se ha señalado que sólo de la especie humana se sabe que realice esfuerzos organizados para matar y dañar de diferentes modos a sus propios miembros (Lorenz, 1966 en Hollander, 1971), en tanto que por otro lado, la existencia misma de sociedades organizadas indica la presencia de cooperación (Hollander, 1971). La idea de que los seres humanos son agresivos o bondadosos por naturaleza, tiene ciertamente un gran atractivo, pero lo cierto es que clasificar un comportamiento como instintivo— excluyendo sus causas-- hace poco por explicarlo, y no resulta útil para dilucidar por qué existen individuos y grupos humanos que tienden a ser menos agresivos con sus congéneres, como los arapesh, senoi, navajo y esquimales. Por lo que al carecer de factores que nos expliquen las conductas de ayuda, se pierde la valiosa oportunidad del favorecimiento de ambientes que la propicien (Coon, 1998). Motivación subyacente a la ayuda: Altruismo vs egoísmo Respecto al estudio de los comportamientos de ayuda hacia otros—englobados en el término “conducta prosocial”--, Batson y Shaw (1991) señalan que en general es posible distinguir a las personas que los consideran producto de motivos altruistas de aquellas que los interpretan como resultado de motivaciones egoístas. En términos generales, los defensores del egoísmo afirman que todo lo que hacemos, no importa cuán noble o benéfico resulte para otros, está realmente dirigido hacia el auto-beneficio. En contraste, los defensores del altruismo admiten que la motivación de mucho de nuestro comportamiento, incluyendo lo que hacemos por otros, es egoísta, pero afirman que al menos algunas personas, en algún grado y bajo ciertas circunstancias, son capaces de tener una motivación diferente. Esta necesidad de nombrar esta motivación diferente al egoísmo, llevó a Augusto Comte en el siglo XIX a acuñar el término altruismo, valiéndose de la voz francesa “altruisme”, proveniente del latín alter que significa “el otro” (Asuri, 1993), lo que a su vez confirma 13 que la atención al estudio de las conductas positivas y su motivación subyacente no es algo de recién aparición. El deseo por saber si la ayuda está exclusivamente motivada por el prospecto de algún beneficio propio, o si en cambio es posible que algunas personas, en algún grado, trasciendan los límites de su propio beneficio y ayuden por una genuina y auténtica preocupación por el otro, ha sido la guía para diversas investigaciones. El objetivo de estas investigaciones, en última instancia, ha sido dilucidar si el altruismo forma parte de la naturaleza humana, como parte de una tendencia, o si en cambio el ser humano tiende a ser egoísta y actúa siempre pensando en su beneficio (Batson & Shaw, 1991; Coke, Batson & McDavis, 1978; Hoffman, 1981; Warneken & Tomasello, 2009). El problema subyacente a la polémica entre egoísmo y altruismo es una pregunta por la motivación que subyace a las conductas de ayuda. ¿Se ayuda pensando en el otro o en sí mismo? En una observación informal, las conductas motivadas de manera intrínseca o extrínseca podrían verse precisamente iguales. La diferencia esencial entre ambos tipos de motivación, reside en la fuente que energiza y dirige la conducta. Con el comportamiento motivado de manera intrínseca, la motivación emana de la satisfacción espontánea que proporciona la actividad, es decir, que cuando una persona ayuda, el sólo acto le causa satisfacción: y en la motivación extrínseca, la satisfacción proviene de los incentivos y consecuencias que se han vuelto contingentes a la presentación de la conducta observada (Reeve, 2010). Debido a las dificultades para estudiar motivación, esta pregunta no ha sido contestada de manera contundente. Definición de conducta prosocial y sus diferencias con altruismo En la literatura científica, resulta común encontrar altruismo y conducta prosocial utilizados como sinónimos, sin embargo, revisten diferencias entre ellos. El altruismo es la motivación para la acción que refleja interés por el bienestar de los demás, es decir, actuar en beneficio del otro a causa de una sincera preocupación por él. En cambio, la conducta prosocial consiste en acciones voluntarias que ayudan o benefician a un individuo o grupo de ellos (Batson & Shaw, 1991; Eisenberg & Mussen, 1989; Kienbaum, Volland & Ulich, 2001); y que puede tener motivaciones altruistas, egoístas o ambas (Batson & Shaw, 1991). 14 Para calificar a un acto benéfico como altruista, además de ser emitido de forma voluntaria, no debe estar motivado por expectativas de ganancias o recompensas de tipo extrínseco (Leed 1963 como se citó en Rivera, 1980), como pueden ser recompensas sociales y materiales (Walster & Piliavin, 1972). Algunos autores también mencionan que para calificar a un acto como altruista, es necesaria la ausencia de recompensas de carácter intrínseco, como la gratificación interna (Batson, Bolen, Cross & Neuringer-Benefield,1987; Cialdini, Brown, Lewis, Luce & Neuberg, 1997). De esta forma, el altruismo se refiere a un tipo específico de conducta prosocial motivada por una preocupación genuina por otros, o bien por valores y recompensas internas. Ejemplos de estos valores pueden ser la creencia de que la justicia y el bienestar de los otros es importante, de tal manera que cuando las personas actúan en conformidad con estos valores, pueden sentirse orgullosos o satisfechos de sí mismos; y en contraste, cuando no lo hacen pueden experimentar sentimientos de culpa (Eisenberg & Mussen, 1989). El papel de los sentimientos de culpa en la ayuda ha sido ampliamente abordado. Tal parece que una vez que las personas experimentan sentimientos de culpa, buscarán aliviarlos. Algunos modelos predicen que la ayuda será una salida que permita que las personas se sientan mejor consigo mismas. Esta búsqueda del alivio de los sentimientos de culpa o de angustia por medio de la ayuda, ha dado pie a que algunos consideren estas últimas motivaciones como egoístas y no altruistas (Eisenberg & Mussen, 1989), a la vez que se ha desatado controversia entre los expertos estudiosos de la conducta prosocial, llegando a cuestionarse si la conducta prosocial motivada altruísticamente realmente existe (Batson & Shaw, 1991). Aún cuando no haya un acuerdo sobre las motivaciones de la conducta de ayuda hacia otros, su existencia no está puesta en duda, lo que no se ha consensuado es cuando calificar a una conducta como altruista (Batson & Shaw, 1991, Sober & Sloan, 2000). ¿Por qué ha resultado tan difícil acordar cuando una acción es inspirada altruísticamente? Porque para saber si una conducta es o no altruista es necesario conocer la motivación de las personas, y no siempre resulta sencillo medir la motivación (Fuentes et al., 1993). Aunado a lo anterior, la gran dificultad de erradicar la posibilidad de algún motivo hedonista, ha conducido a que los investigadores acuerden utilizar el término más neutral de conducta 15 prosocial toda vez que se refieren a la conducta de ayuda de un organismo a otro, dejando de lado en muchas ocasiones la motivación que le subyace (Rivera, 1980). En resumen puede decirse que al preguntarse sobre las causas del altruismo es posible plantearse dos respuestas: la gente ayuda porque es inherentemente altruista, o bien porque es llevada por su ambiente social a ser de esa forma. En términos psicológicos, la pregunta es si el altruismo en los seres humanos está motivado intrínseca o extrínsecamente. Dicho de otra forma, si es posible que el ser humano ayude porque el acto en sí mismo es reforzante y no sólo porque las consecuencias pueden ser recompensas externas o la evitación de un castigo (Warneken & Tomasello, 2008). Explicaciones a la conducta prosocial Se han planteado diferentes teorías que explican por qué ayudamos a otros. Sin embargo, lo más importante es no concebirlas como teorías contrapuestas debido a que cada una explica la conducta prosocial bajo situaciones particulares. En general, han habido líneas de investigación de la conducta prosocial que se dividen en un enfoque situacional y un enfoque disposicional. Las diferencias entre estos enfoques son parecidas a la que hay entre la medicina y la salud pública. La medicina clínica trata de hallar el origen de la enfermedad o la discapacidad en el interior de la persona afectada. En cambio, la salud pública presupone que los vectores de la enfermedad están en el entorno y son los que crean las condiciones que propician la enfermedad. Estas perspectivas no son simples variaciones abstractas de unos análisis conceptuales, sino que conducen a formas muy diferentes de abordas los problemas personales y sociales. Cuando la perspectiva es disposicional, se ha pensado en motivos, rasgos, genes y en general, características personales para explicar la ayuda. En cambio, la mirada situacional asume que las circunstancias predominan sobre la personalidad (Zimbardo, 2010). Otra de las formas en las que pueden concebirse las diversas teorías de la ayuda, es sobre la hipótesis subyacente a ellas. A grandes rasgos se pueden agrupar en la hipótesis de ayuda egoísta, a la cual se suscriben las investigaciones de autobeneficio, intercambio social y ayuda 16 dependiente de estado de ánimo; y por otro lado la hipótesis altruista, que agrupa investigaciones en niños pequeños y empatía haciendo énfasis en la simpatía (preocupación genuina por otros). Es necesario hacer una aclaración en cuanto a las teorías de ayuda: si bien pueden explicar satisfactoriamente la ayuda en individuos adultos y por lo tanto socializados, no todas pueden explicar por qué los niños pequeños presentan conductas de ayuda. 17 Autobeneficio Ayuda dependiente de estado de ánimo Algunas líneas de investigación han apostado por la hipótesis que defiende la ayuda guiada por el autobeneficio. Como soporte empírico están los estudios que revelan que las personas adultas experimentando sentimientos negativos (al hacerlos leer o pensar acerca de algo triste), presentan una mayor probabilidad de prestar ayuda. Se le ha tildado a esta tipo de ayuda como autobenéfica, ya que probablemente se deba a que los individuos buscan aliviar sus sentimientos negativos a través de la ayuda (Cialdini, Darby & Vincent, 1973; Cialdini & Kenrick, 1976). Sin embargo este patrón de resultados no ha sido observados en niños, quiénes al estar de ánimo negativo disminuyen la ayuda que prestan. Para dilucidar por qué el ánimo negativo afecta a niños y adultos de manera diferente, Cialdini y Kenrick (1976) les pidieron a niños y jóvenes de diversas edades que recordaran experiencias neutrales o tristes. Luego les dieron la oportunidad de donar cupones de premios en forma privada a otros niños. Cuando estaban tristes, los niños pequeños de 6 a 8 años donaron ligeramente menos, los grupos intermedios donaron ligeramente más y el grupo de adolescentes de 15 a 18 donó significativamente más. Los autores sugirieren que las conductas de ayuda brindan una gratificación personal para los adultos, mientras que ayudar no es gratificante en forma similar para los niños debido a que esta gratificación resulta del proceso de socialización. Es decir, que al principio ayudar es una respuesta a recompensas materiales, luego a recompensas sociales y finalmente personales (Cialdini & Kenrick, 1976). Por ello, los autores explican que un adulto con ánimo triste ayuda más que un niño, porque el adulto puede mejorar su estado de ánimo a través de la ayuda, ya que le resulta recompensante, mientras que el niño ayuda menos porque aún no ha asociado las recompensas a la ayuda. Es importante resaltar que aún cuando Cialdini y Kenrick (1976) encuentren un aumento de la ayuda con la edad, esta no es una condición necesaria para todos los tipos de ayuda, ni es un hallazgo que sea tan claro en estudios metanalíticos. Los hallazgos respecto al estado de ánimo han incluido también a la variable empatía, encontrándose que los sujetos de un estudio tendían a ayudar a una víctima bajo la presentación de dos condiciones simultáneas: cuando sentían interés empático por ella y cuando su estado de ánimo negativo era susceptible de ser modificado. Así, los autores interpretan que las personas 18 ayudan para sentirse mejorar su estado de ánimo. También se ha descrito que la relación entre empatía y ayuda se da por la inclusión del otro en el yo de uno, es decir la compenetración (Cialdini, Brown, lewis, Luce & Neuberg 1997). Teoría del intercambio social Esta explicación asume que las interacciones humanas son guiadas por una “economía social”, es decir, que las personas intercambian no sólo bienes materiales y dinero, sino también bienes sociales como amor, servicios, información y posición social, entre otros. A esta explicación se le hallamado la teoría del intercambio social, la cual afirma que las interacciones humanas son transacciones que buscan maximizar las recompensas y minimizar los costos personales; añadiendo que tales consideraciones pronostican nuestra conducta, aún cuando no vigilemos conscientemente costos y recompensas (Foa, 1971). Bajo esta teoría, muchas relaciones pueden comprenderse como series progresivas de intercambios sociales, en las que transferimos a los demás atención, información, afecto, favores o ayuda. Los costos serán tomados en cuenta en función del tiempo que nos toma ayudar a otros y el esfuerzo invertido. De acuerdo con esta teoría, una relación debe ser provechosa para ambos participantes, esto es que las recompensas deben exceder los costos. A la luz de esta teoría, cuando una persona ayuda a otra es porque está esperando que ese favor le sea devuelto en otro momento (Foa, 1971). En un principio, pareciera que la noción de intercambio de esta teoría, es que parece referirse exclusivamente a las orientaciones oportunistas del individuo de ganar o perder, ignorando completamente cualquier alcance recíproco más amplio de los intercambios sociales, sin embargo en realidad sólo es la antesala a la formación de alianzas cooperativas. Aproximaciones evolutivas al estudio de la conducta prosocial Principalmente desde que Wilson (1975 como se citó en Hoffman, 1981) publicó un volumen extenso llamado Sociobiología, hubo un gran interés en acercarse al estudio de la conducta humana mediante las aproximaciones biológicas. La idea central de la sociobiología es que el comportamiento social evoluciona en formas que maximizan la aptitud para la supervivencia. Por 19 ejemplo, los animales con un pico característico que les permite alimentarse, tienen mayor probabilidad de sobrevivir y reproducirse (Coon, 2001). La psicología social ha hecho sus aportaciones al campo de la conducta social hablando de los mecanismos mediadores que motivan y dirigen una conducta (Hoffman, 1981). La sociobiología y psicología han visto su punto de encuentro en la Psicología evolutiva. De esta forma, desde el punto de vista evolutivo, un organismo se comporta de forma altruista si reduce su propia aptitud y aumenta la aptitud de otros. De manera complementaria, en Psicología se ha hecho énfasis en el concepto de altruismo aplicado a estados motivacionales, (Sober & Wilson, 2000). A continuación, se comienza abordando los principales supuestos de la teoría evolutiva y la importancia de la conducta este proceso, para después sumergirse en las principales aproximaciones evolutivas, comenzando por la selección de parientes o ajuste inclusivo, siguiendo con el altruismo recíproco y posteriormente, hablando de la importancia del grupo para el ser humano y la propuesta de la selección de grupo. Finalmente se esboza brevemente sobre la relación entre el mecanismo empatía y la conducta prosocial, la cual se abordará a mayor profundidad en el segundo capítulo. 20 La importancia de la conducta en la teoría evolutiva La teoría de la evolución establece que los organismos modernos descienden con modificaciones de forma de vida preexistentes. Fue postulada a mediados del siglo XIX por Darwin y Wallace, estableciéndose que surge como consecuencia de tres procesos naturales: la variación genética entre los miembros de una población, la herencia de estas variaciones mediante crías de padres que portan la variación, y la selección natural, la supervivencia y reproducción incrementada de organismo con variaciones favorables. En general, los organismos que mejor se adaptan a los retos de su medio producirán la mayor cantidad de descendientes. Éstos heredarán los genes que hicieron que sus padres sobrevivieran. Por lo tanto, la selección natural se encarga de preservar genes que ayudan a los organismos a desarrollarse en su medio (Audesirk & Audesirk, 1996). En resumen, tanto Darwin como Wallace acumularon una gran cantidad de pruebas para argumentar que las especies evolucionan, es decir, que sufren cambios graduales de manera sistemática. Argumentaron que esto ocurre mediante la selección natural, la cual es posible por la gran variabilidad de rasgos que existe entre miembros de la misma especie. Estas variaciones en estructura, fisiología y conducta, dotan a los individuos de probabilidades diferentes de supervivencia y reproducción, siendo los más aptos los que tenderán a heredar sus rasgos a las generaciones siguientes (Campbell & Reece). En esta carrera por la supervivencia a la que se ven sometidos los organismos, la conducta desempeña un rol vital, por ser un rasgo que permite que los individuos tengan más descendencia que sus competidores. El papel de algunas conductas es muy evidente, como la capacidad para encontrar comida o de defenderse de los depredadores, pero, la conducta prosocial parecía ir en contra de lo expuesto por la Teoría de la Evolución porque en lugar de ver por la supervivencia del individuo, en múltiples ocasiones la ponía en peligro. De esta forma, comenzó a resultar todo un reto para la biología evolutiva explicar cómo evolucionaban comportamientos que aumentaban la aptitud de los demás y disminuían la del propio actor, mientras que la Psicología por su parte, comenzó a centrarse no sólo en la ocurrencia de estas conductas sino también en sus motivaciones subyacentes (Sober & Sloan, 2000). Teoría de la selección de la familia 21 Los biólogos le han llamado “el problema del altruismo” a la pieza del rompecabezas que Darwin tuvo dificultad de encajar con el conjunto. La Teoría de la Selección de la Familia le brindó una solución parsimoniosa al problema con el que se enfrentó Darwin, explicando al altruismo, a la vez que continuaba siendo consistente con la visión de que cada organismo maximiza su propia supervivencia. El concepto central de esta teoría es el “ajuste inclusivo” expuesto por Hamilton (1964 en Hoffman, 1981), el cual establece que el ajuste genético de un individuo no es sólo medio por la sobrevivencia y reproducción de individuo y su descendencia, sino también por el aumento del ajuste de otros relacionados que también comparten los mismos genes. En otras palabras, dice que los genes inducen a un individuo a ser altruista con aquellos que están cercanamente relacionados con él, para de esa manera promover sus propios genes. De esta forma, puede ser seleccionados comportamientos que benefician a otros pero que actúan en detrimento de la sobrevivencia del individuo y su reproducción, lo que es por definición, altruista. En palabras del creador del libro “El gen egoísta” Richard Dawkins, puede entenderse mejor lo que postula esta teoría: “La respuesta es afirmativa. Es fácil demostrar que los parientes cercanos —familiares— tienen una probabilidad mayor que la común de compartir los genes. Desde hace bastante tiempo ha quedado claro que ésta debe ser la causa de por qué es tan común el altruismo de los padres hacia sus hijos. R. A. Fisher, J. B. S. Haldane y, especialmente, W. D. Hamilton se percataron que el mismo postulado es aplicable a otros parientes cercanos tales como hermanos y hermanas, sobrinos y sobrinas, primos cercanos. Si muere un individuo con el fin de salvar a diez familiares, se perderá una copia del gen que determina el altruismo hacia los parientes, pero un mayor número de copias del mismo gen se habrá salvado”. Lo que es necesario para que esta propuesta funcione es que los organismos sean capaces de reconocer su parentesco con otros, lo cual puede entenderse como el grado de similitud físico que una persona guarda con respecto a otra. Así, si se espera que los organismo sean sensibles a la relación genética al momento de tomar decisiones de ayuda, se puede evaluar con qué tanto se parece físicamente (fenotípicamente) un organismo a otro, prestando énfasis en el parecidofacial. Lisa DeBruine (2002) puso a prueba esta hipótesis en un juego de confianza secuencial de dos personas, en las que en lugar de verse cara a cara, se les mostraron fotos modificadas del supuesto jugador. A los participantes se les mostraron fotografías manipuladas para parecerse a 22 ellos o a una persona desconocida. En general, cuando las personas jugaban con alguien que se parecía a ellos tendían a confiar más y ser más generosos. También se ha encontrado que el sesgo de similitud aplica a otras cuestiones como la vestimenta, ya que la similitud conduce al agrado, lo que produce más empatía y más ayuda. Otro ejemplo lo muestran Emswiller, Deaux, y Willits, (1971) quienes hicieron que cómplices, vestidos en forma similar a estudiantes universitarios o vestidos de forma extraña, se acercaran precisamente a estudiantes universitarios pidiendo una moneda para hacer una llamada telefónica. Los resultados muestran que estuvieron más dispuestos a ayudar cuando el cómplice vestía de forma más similar (dos tercios de ayuda) que cuando vestía más diferente (menos de la mitad de ayuda). A la luz de esta teoría, cobró mucho sentido que insectos como las termitas y las hormigas se ayudaran entre ellos, debido a que cuando pertenecen a una misma colonia tienen un parecido genético muy cercano (Warneken y Tomasello, 2009). Así, la ‘aptitud inclusiva’, puede verse manifestada y comprobada en multitud de especies, ya que se expone a un organismo puede resultarle usualmente más ventajoso ayudar a un hermano o a sus padres a reproducirse que intentarlo él mismo. La selección natural puede favorecer este tipo de comportamientos, y en casos extremos, la evolución desemboca en modelos eusociales como en las ratas topo o en determinados himenópteros, como las abejas, donde la importancia de la colonia predomina sobre la del individuo. Esta teoría puede especificar las condiciones bajo las cuales un individuo ayuda a sus parientes cercanos, sin embargo, no explica la ayuda entre individuos no relacionados, una conducta que además no es poco frecuente en los seres vivos y puede observarse desde los microorganismos, hasta los mamíferos como los murciélagos, los conejos y primates cercanos al hombre como chimpancés y macacos (De Waal, 1982). Altruismo Recíproco Más adelante, la Teoría del Altruismo recíproco expuesto por Trivers (1971 como se citó en Hoffman, 1981) enfocó su atención en el beneficio directo sobre el individuo. Trivers expuso un modelo que exponía que la selección natural había favorecido al altruismo, incluso entre personas no relacionadas, debido a las consecuencias benéficas a largo plazo que producía en los 23 organismos. Así, esta teoría postuló que compartir el día de hoy y recibir un beneficio en un momento posterior de necesidad resultaba en ganancias para el individuo. A esto en Economía se le llama “gain in trade”, es decir que cada parte recibe más en beneficio de vuelta que los costos de compartir el beneficio. El término ahora descrito ha sido también denominado intercambio social y cooperación. Dicho en otros términos, el altruismo recíproco puede ser definido como “cooperación entre dos o más individuos para beneficio mutuo” (Buss, 2004). Trivers creó un modelo para exponer su teoría. En su modelo, un individuo A se encuentra con un individuo B, que se encuentra en peligro. En cuanto a costos, en primer lugar se asume que el costo probable de A por rescatar a B es menor que la ganancia de B. En segundo lugar, se presupone que hay una alta probabilidad de que haya una acción de regreso en un futuro. Trivers demostró matemáticamente que si toda la población, antes o después, es expuesta a la misma situación peligrosa, aquellos que hacen el intento por salvar al otro serán más aptos a sobrevivir que aquellos que enfrentaron esos peligros solos. Así, el autor defiende que la selección natural favorece la tendencia a ayudar a otros. Uno de los problemas que deja expuesto la Teoría del Altruismo recíproco es que predice que los organismos se pueden beneficiar entablando intercambios cooperativos y sucede que muchos intercambios potenciales no ocurren simultáneamente. Es decir, que en numerosas ocasiones las personas confían en que el otro les devolverá el favor después. Sin embargo, es posible que el otro no les devuelva el favor, lo que hará que las personas hayan incurrido en un costo que no fue pagado de vuelta (Buss, 2004). Por lo mismo, se ha dicho también que la ayuda recíproca sólo se extenderá a quienes puedan reconocernos, a quienes estén lo bastante cerca como para que sepamos que van a correspondernos en un futuro y a quienes dispongan de enormes recursos o capacidades para ayudarnos en un futuro. Por lo demás, la teoría predice que no se tenderá ayudar cuando los costos sean muy altos. Formación de alianzas cooperativas Entre amigos es común observar sacrificios personales constantes, lo que sustenta la idea de que los seres humanos se alían con otros porque así se ven beneficiados. Aún cuando podría 24 pensarse que esto contradice a la selección natural, haciendo un análisis diferente puede observarse la funcionalidad de estas alianzas (Buss, 2004). Visto a la luz de esta teoría, la ayuda es la primera fase de muchos intercambios cooperativos posteriores. Lo segundo que esta teoría nos dice respecto a la ayuda es que para que pueda darse la alianza cooperativa en un principio los individuos confían en el otro, ya que si no existiera esta primera fase, difícilmente podría darse una alianza cooperativa. La propuesta de Warneken y Tomasello (2009) es que los niños pequeños se encuentran en esta primera etapa de confianza, por lo que tenderán a ayudar a otros, aún sin la presencia de reforzadores extrínsecos. Congruente con esta visión, en niños preescolares se ha encontrado un cierto tipo de reciprocidad hacia el final del tercer año, en circunstancias en las que niños de 29 a 36 meses de edad, que habían recibido antes un juguete de un compañero cuando no tenían ninguno para ellos, tendían a regresar el favor cuando más tarde tenían varios juguetes y su compañero ninguno (Levitt, Weber, Clark & McDonnell, 1985). Limitaciones del ajuste inclusivo Hasta el momento, se ha mencionado al ajuste inclusivo y la teoría del altruismo recíproco como una de las teorías más influyentes, no obstante el problema que poseen es que posicionan a los genes de los organismos como los beneficiarios últimos y a los organismos como sus meros portadores. De hecho, este es el argumento utilizado por algunos evolucionistas que consideran al altruismo como un producto estrictamente cultural, el cual surge como un medio para limitar los excesos del propio interés, con el fin de favorecer la vida en grupo (Campbell, 1972 como se citó en Hoffman, 1981). El ajuste inclusivo claramente implica que la selección natural ocurre al nivel de genes y que los genes son egoístas. Además, el concepto también sugiere que la propagación de los genes es el objetivo primario de la evolución y que los cambios en el organismo total son solo consecuencias de esta propagación (Dawkins, 1976 como se citó en Hoffman, 1981). Contrario a lo anteriormente expuesto, la selección actúa sobre cuerpos completos, es decir, es el organismo total el que confronta las persistentes presiones ecológicas y el que está directamente involucrado en la llamada lucha por la existencia. Si en este proceso de adaptación y cambio a las presiones ecológicas ciertas estructuras, genotipos y fenotipos, son seleccionados y mantenidos, entonces en algún momento se volverán parte inherente de las especies. Por 25 consiguiente, si la sobrevivencia requiere al altruismo tanto como al egoísmo (suponiendo que el uno sin el otro, resultan un rasgo poco adaptativo), entonces las estructuras físicas y las formación genéticas necesariaspara el altruismo deben haber sido seleccionadas y convertirse eventualmente en parte fundamental del organismo. Selección de grupos Las ideas expuestas por Trivers se han vuelto la antesala para una visión diferente de la evolución, que en lugar de centrarse en el individuo, lo hacen en el grupo. Por lo mismo, las visiones más recientes de los teóricos evolutivos, basados en la evidencia de fósiles (como huesos, herramientas y armas), observaciones de mamíferos y descripciones etnográficas de grupos primitivos, postulan que los primeros humanos no vivían solos sino en grupos pequeños, que eran nómadas y se dedicaban a la caza. Estos grupos producían más descendencia que aquellos que no vivían en grupos. De esta forma, actualmente ya no se ignora la necesidad de la existencia de la cooperación social para la sobrevivencia de los grupos (Hoffman, 1981). Ya desde el Origen del hombre, Darwin (2002 como se citó en Martínez, 2003) era consciente de la tensión existente entre una explicación del comportamiento altruista que apelara a la selección de grupos y una que apelara a la selección individual. En su libro, afirma que una tribu con integrantes más fieles y cooperativos tendría éxito sobre otra con integrantes que no lo fuera. Sin embargo, enseguida se preguntó cómo podrían tales sentimientos de fidelidad y cooperación haber emergido al interior de la tribu, pues evidentemente aquellos individuos que se sacrifican por lo demás dejarían menos descendencia que los individuos egoístas. Más actualmente, Sober & Wilson (2000) han propuesto una forma en la que el altruismo, entendido como las conductas que disminuyen la aptitud del actor, pudieron haber evolucionado. En lugar de centrarse en la selección individual, focalizan su atención en la selección de grupos, definiéndola como cualquier comportamiento que aumenta la aptitud relativa de los grupos. Además explican el interesante balance entre egoístas y altruistas que se pudo dar como resultado. Antes de explicar su propuesta es necesario tener en cuenta dos consideraciones previas: las frases “lucha por la existencia” y “supervivencia del más apto” que se utilizan con frecuencia para describir a la selección natural, no necesariamente se refieren a una lucha competitiva directa entre los individuos, la cual no se da la mayor parte del tiempo. Si bien es 26 cierto que hay especies animales en las que los individuos, generalmente los machos, se enfrentan con sus cuernos o combaten de otras formas para determinar el privilegio del apareamiento, en general el éxito reproductivo es más sutil y depende de muchos factores más allá de las batallas por el apareamiento (Campbell & Reece, 2007). La segunda consideración es que no todas las características genéticas están expresadas. Las ventajas adaptativas pueden ser, por ejemplo en las flores, leves variaciones en color, forma o fragancia, o en un insecto como la polilla, poseer colores que lo protejan más efectivamente de sus depredadores. De esta forma, se deja de ver a los organismos luchando los unos contra los otros de forma directa: por el contrario, la contribución que un individuo realiza al acervo génico de la siguiente generación será lo que lo convierta en más apto. En este sentido, siempre será importante recordar que aún cuando hayan ciertas características expresadas –denominadas fenotipo--- la selección natural actuará sobre el organismo completo, que será por definición tanto fenotipo como genotipo (Campbell & Reece, 2007). Evolución de comportamientos de ayuda a otros Sober y Wilson (2000) exponen condiciones necesarias para que el altruismo pudiera evolucionar. En primer lugar, es necesario que existan grupos donde los altruistas hayan sido más que los egoístas y grupos donde la relación se haya dado a la inversa. En las generaciones subsecuentes de descendientes, los altruistas disminuyen su frecuencia dentro de cada grupo, pero el grupo con más altruistas tenderá a crecer más porque su probabilidad de sobrevivir es mayor. Así, aún cuando los altruistas disminuyan su frecuencia a nivel intragrupal, de manera global tenderán a crecer, ya que de manera latente habrán más altruistas en los grupos, porque el altruista habrá aumentado su probabilidad de sobrevivencia. Si bien es cierto que pensando en dos grupos, uno con mayor cantidad de altruistas y otro con mayor cantidad de egoístas, el altruista sólo beneficia a otros individuos dentro de su grupo, es necesario focalizar la atención en que los grupos con altruistas compiten mejor que los grupos sin altruistas. La frecuencia de equilibrio entre egoístas y altruistas se alcanza cuando las ventajas de ser egoístas dentro del grupo son exactamente compensadas por las desventajas de encontrarse en un grupo que carece de altruistas. Así, ambos rasgos se mantienen en la población, porque si hay una población casi en su totalidad altruista, los egoístas tenderán a 27 aumentar, en tanto que si hay una población casi por completo egoísta, los altruistas tenderán a ser más, lo que hará que en la población se alcance un momento de estabilidad de ambos rasgos (Sober & Wilson, 2000). Es importante comprender que la selección de grupos favorece cualquier comportamiento que aumenta la aptitud relativa de los grupos. El altruismo extremo (i.e. el sacrificio de la vida por el grupo) encaja en esta definición, pero también presenta otra característica: disminuye la aptitud relativa de los individuos dentro de los grupos. Un rasgo que aumente la aptitud del grupo sin disminuir la aptitud relativa dentro los grupos también evolucionará mediante la selección de grupos (i.e. la conducta cooperativa). En resumen, el altruismo constituye un subgrupo de rasgos ventajosos para los grupos, y aún cuando el sacrificio a favor del grupo puede evolucionar mediante la selección de grupos, per se nunca es ventajoso. Por lo mismo, a la par pueden evolucionar formas ventajosas y beneficiosas para los grupos que permitan su adaptación sin que haya un sacrificio total por parte de los individuos (Sober & Wilson). 28 Orígenes de la conducta prosocial “La atención a la necesitados no es comportamiento exclusivo de nuestra especie”. Franz de Waal, Universidad de Emory. Un enfoque filogenético Una forma de abordar la pregunta de si los seres humanos somos o no altruistas por naturaleza ha consistido en observar a nuestros parientes evolutivamente más cercanos (Sober & Sloan, 2000). En este andar se ha descubierto que no sólo los seres humanos ayudamos a nuestros congéneres --por ejemplo, enseñándoles a hacer actividades o tareas—sino que también otros animales ayudan a otros de su especie. Un ejemplo clásico es el de los babuinos de Kenia, sometidos a un experimento, en el que al descubrir una trampa, se sentaban junto a ella y con sus gritos evitaban que los jóvenes babuinos se acercaran al cebo (Meulders & Boisacq-schepens, 1981). ¿Por qué mirar hacia otros animales u organismos para buscar el origen de una conducta? En la actualidad, la Psicología Evolutiva propone que la conducta de los seres humanos puede ser entendida si se conoce su historia evolutiva, es decir, haciendo un análisis del punto de la escala filogenética en la que surgió una conducta y explicando por qué resultó adaptativa, es que podemos entender su origen y función. Un comportamiento cualquiera se produce en la actualidad debido a que existe un mecanismo interno en el organismo vivo que lo motiva. Podríamos preguntarnos, por ejemplo, por qué los seres humanos vivimos en grupo. Una respuesta apela a la ontogenia del organismo; es decir, el ser humano vive en grupo porque contiene mecanismo internos que lo causan. Otra respuesta remonta a hechos más antiguos sobre la filogenia del organismo; los seres humanos vivimos ahora en grupo porque la selección natural ha favorecidoese comportamiento. La ontogenia nos brinda respuestas que apelan a las causas próximas, en tanto la filogenia hace alusión a las causas remotas, sin embargos ambas respuestas son dos 29 eslabones de la misma cadena causal, por lo que ninguno debe ser dejado de lado (Sober & Sloan, 2000). En parientes lejanos al hombre, se han observado comportamientos de sacrificio, tal es el caso del microorganismo Dicrocoelium dendriticum. Este interesante parásito, pasa su vida adulta en hígados de vacas y ovejas, posteriormente en caracoles y al último en hormigas. Cuando alrededor de 50 parásitos se encuentran dentro de la hormiga, la mayor parte perfora la pared estomacal y uno de ellos migra al cerebro –ganglio esofágico--- de la hormiga, donde provoca que pase más tiempo al final de las briznas de la hierba. En este lugar es más probable que el ganado la ingiera y todos los demás parásitos continúen con su ciclo de vida. Con esta acción, el parásito que migró al cerebro pierde la vida, pero permite que todos los demás parásitos continúen viviendo. Lo que resulta digno de atención, es que al migrar al cerebro de la hormiga, pierde su capacidad para infectar al hospedante mamífero (Sober & Sloan, 2000). En un pariente más cercano al hombre, mamífero aunque no primate, la rata, también se ha observado conducta prosocial (Bartal, Decety & Mason, 2011). Para probar su comportamiento prosocial, colocaron a una rata libre en un escenario donde un compañero de jaula se encontraba atrapado. En la quinta sesión y después de varios intentos fallidos, la rata libre aprendió por sí sola a abrir intencionalmente la jaula para dejar libre a la otra rata. Se sabe que lo hizo para liberarla y no para jugar, porque al ser probada a abrir un inmovilizador vacío no lo hizo. Incluso se puso a prueba a varias ratas en la misma situación, pero además poniéndoles un chocolate, de tal suerte que si liberaba a la rata tendría que compartirlo. Aún así las ratas libres tendieron a liberar a su compañera. Los investigadores sugieren que las ratas se comportan así en respuesta a la angustia, proporcionando no solo una fuerte evidencia de las raíces biológicas de la conducta empática motivado para ayudar, sino de que la conducta prosocial ocurre en animales diferentes al ser humano. A partir de las observaciones de conducta prosocial en otros animales y organismos, resulta lógico preguntarse si de alguna forma, la ayuda a otros no fue seleccionada como una conducta adaptativa que se mantuvo por resultar funcional en la supervivencia de las especies (Wilson, 1975 como se citó en Sober & Sloan). Y que debido al fenómeno de evolución convergente, en el que organismos diferentes, relativamente alejados evolutivamente y bajo condiciones selectivas similiares, tienden a desarrollar características morfológicas, fisiológicas o conductuales 30 semejantes (Audesirk & Audersik, 1996), los organismos aún la continúan presentando por resultar adaptativa. Altruismo como parte de la ontogenia humana Con base en los resultados reportados en sus estudios, en los que encuentran que la mayoría de chimpancés y niños pequeños ayudan a otros, Félix Warneken y Michael Tomasello (2009) defienden que en los seres humanos hay una tendencia natural a desarrollar conductas prosociales, tendencia que forma parte de la ontogenia humana. Con este argumento se oponen a la noción de que la socialización actúa de manera diferente de cualquier predisposición al comportarse de manera prosocial, es decir que los niños no necesariamente nacen siendo egoístas y por medio de la socialización adquieren conductas de ayuda hacia otros. A la luz de sus datos, los investigadores sugieren que los niños parecen tener tendencias altruistas y que la socialización las refuerza. Visto de esta forma, los seres humanos no siembran el altruismo en los niños, sino que lo cultivan. Son tres las líneas de evidencia sobre las que Warneken y Tomasello (2009) sostienen su afirmación de que hay una predisposición natural a la conducta prosocial, la primera es que las tendencias a ayudar a otros surgen antes de que la socialización pueda tener un impacto muy grande en los niños, por lo que no resulta plausible asumir que los niños estén cumpliendo con una norma altruista. En segundo lugar, sostienen que la imitación no resulta una explicación plausible debido a que crearon situaciones experimentales completamente nuevas que no podrían haber sido modeladas anteriormente. Otra explicación alternativa a la ayuda presentada es que haya sido recompensada anteriormente, sin embargo hallazgos previos al respecto han mostrado que al elicitar conductas prosociales en niños a través de recompensas externas, se han observado resultados positivos para la situación a las cual los niños han sido expuestos, pero esta ayuda no se ha generalizado a otros ámbitos y a otras personas(Eisenberg, Fabes & Spinrad, 2006 en Warneken & Tomasello, 2009). Por lo anterior, no resulta fácil explicar por qué los niños ayudaron a personas que no conocían en circunstancias novedosas. Pese a los argumentos anteriormente expuestos, aún es posible argüir que la socialización podría tener formas sutiles de acción que ya tuvieran un gran impacto en los niños de año y medio. Sin embargo, suponiendo que el altruismo no forma parte de la ontogenia humana, y lo que 31 en realidad sucede es que los seres humanos adultos inculcan conductas prosociales en los niños, aún queda por preguntarse el origen de la tendencia a enseñar a los descendientes a ayudarse los unos a los otros, ya que no se ha encontrado que los adultos de otras especies intenten enseñar conductas altruistas a sus descendientes. Conducta prosocial y variables situacionales La adquisición de la conducta prosocial debe ser diferenciada de su ejecución, ya que aún cuando un individuo haya aprendido una respuesta prosocial en particular, sólo la presentará bajo determinadas circunstancias (Eisenberg & Mussen, 1989). Entonces, ¿qué se ha encontrado sobre la personalidad altruista? Si la entendemos como tendencias cognitivas y afectivas orientadas hacia la compasión (interés o ayuda hacia otro), responsabilidad social, atribución de responsabilidad y toma de perspectiva (Batson, Bolen, Cross & Neuringer-Benefiel, 1986), son pocos los investigadores que afirmarían que las personas con este tipo de personalidad son más prosociales que los otros sin importar el contexto que se les presente. A favor de este argumento, los que han mantenido la postura de una personalidad altruista han sugerido que existe una importante interacción entre la persona y la situación (Molero, Candela & Cortés, 1999). La ocurrencia de la conducta prosocial es dependiente del individuo y del contexto. Por ello presentará variabilidad, distinguiéndose dos tópicos importantes. Las diferencias que pueden observarse entre las personas, las cuales pueden explicarse por diferencias biológicas y en el proceso de socialización; y las variaciones en la conducta de un individuo en cada ocasión, que están dadas por las diferencias situacionales, es decir que hay circunstancias que incrementan la probabilidad de ocurrencia de la conducta prosocial, así como hay otras que la disminuyen (Eisenberg & Mussen, 1989). ¿Qué diferencias individuales se han encontrado que influyen en la conducta de ayuda? En general, se admite el supuesto de que la sensibilidad empática favorecerá las conductas de ayuda y reprimirá la agresión, pero siempre se deberá tener presente la interacción persona y situación: el que la persona altamente empática realice o no actos de ayuda depende de otros determinantes como los inductores sociales, las limitaciones que impone la situación, los costos potenciales, la disponibilidad de habilidades y de recursos necesarios para ayudar al otro, la atribución de 32 responsabilidad,las características de la víctima y su relación con el observador (Bandura, 1987, 1991). El efecto del espectador Un efecto muy estudiado y dependiente del contexto es la difusión de la responsabilidad. Fue precisamente la pasividad de las audiencias durante las emergencias lo que llevó a Latané y Darley (1968 como se citó Latané & Nida, 1981) a realizar diversos experimentos que mostraron que un solo factor situacional, la presencia de otras personas, disminuye enormemente la intervención. En un estudio, incluso se encontró que la mera percepción de que otras personas estuvieran presenciando el evento tendió a disminuir la probabilidad de ayuda de los individuos (Darley & Latané, 1968). Latané y Darley (1970 como se citó en Fischer, Greitemeyer, Pollozek & Frey, 2006) han propuesto tres procesos diferentes que explicar la inhibición de la respuesta en presencia de otros. El primero es la influencia social, el segundo temor a la evaluación y el tercero, difusión de la responsabilidad. La influencia social implica que cuando una situación de ayuda no es lo suficientemente clara, es decir que resulta ambigua, un individuo se vale de los demás para definir la situación. Por lo tanto, la presencia de los demás puede inhibir la ayuda cuando las personas ven la inacción de los demás e interpretan la situación como menor crítica de lo que realmente es. El temor a la evaluación explica que la presencia de otros puede ayudar a inhibir comportamientos prosociales cuando las personas tienen miedo de que su comportamiento sea evaluado negativamente. Finalmente, la difusión de la responsabilidad puede ser vista como un medio para reducir el costo psicológico asociado con la no intervención. Cuando los demás están presentes, estos costos se comparten y la no intervención se vuelve más probable. El conocimiento de que otras personas están presentes y disponibles para responder, permite el desentendimiento de la parte de responsabilidad que les corresponde. Como muestra de la influencia de este factor Latané, Dabbs (1975 como se citó en Latané & Nida, 1981) y 145 colaboradores de manera aparentemente accidental tiraron monedas o lápices durante 1497 viajes en elevador, encontrando que eran ayudados 40 por ciento del tiempo cuando una persona más estaba en el elevador y menos de 20% cuando había seis pasajeros en el elevador. Este fenómeno, llamado efecto del espectador, el cual establece que a medida que 33 aumenta el número de espectadores, disminuye en cada uno el impacto de la emergencia para ayudar. Dicho en otras palabras, el efecto del espectador es la tendencia de quienes se encuentran acompañados a ayudar menos que quiénes están solos, y se explica por la difusión de la responsabilidad. El efecto del espectador también se ha mantenido cuando la emergencia no es violenta, pero no se presenta en situaciones muy claras de emergencia. Una de las hipótesis que se han manejado es que este efecto no está presente en las situaciones más peligrosas porque son eventos más rápidos y más claramente reconocidos como emergencias, y porque los costos de negar la ayuda son muy altos. Siguiendo esa línea de razonamiento, recientemente unos investigadores condujeron experimentos donde variaron el grado potencial de la emergencia. Sus resultados comprueba que en situaciones con peligro potencial bajo, se da más ayuda que en la condición solitaria que en la condición de espectador. En contraste, en situaciones con peligro potencial alto, los participantes ayudaron estuvieran acompañados o no (Fischer, Greitemeyer, Pollozek & Frey, 2006). Conducta prosocial a lo largo del mundo: Individualismo y colectivismo Dada la importancia que tiene la conducta prosocial en la sobrevivencia de los grupos, no es de extrañar que las diferentes culturas a lo largo y ancho del mundo muestren preocupación por su existencia e intenten fomentarla de diversas maneras. Sin embargo, estudios de corte transcultural han mostrado diferencias en la ayuda que proporcionan las personas en distintos puntos del mundo. Se mencionan dos por su importancia, uno realizado en adultos y otro en niños. Robert V. Levine (2003) menciona en los primeros párrafos de su artículo “Kindness of Strangers” la controvertida frase de Jean Jacques Rousseau “las ciudades son el abismo de la especie humana”. Levine menciona que los lugares, así como los individuos, tienen su propia personalidad. La preguntas que se hace son, ¿qué lugares fomentan más la ayuda? ¿en cuáles ciudades es más probable que una persona en necesidad reciba ayuda? En primer lugar, a principio de los noventas él viaja junto con sus estudiantes por 36 ciudades de Estados Unidos conduciendo cinco experimentos de campo diferentes, en los que puso a prueba cinco diferentes situaciones: a)un hombre que dejaba caer accidentalmente una pluma b) un hombre con una pierna lastimada intentado recoger una revista c) una persona ciega intentando cruzar la calle d) 34 una persona intentando conseguir cambio de una moneda y e) dejó cartas perdidas con su estampilla y observó si las personas las mandaban por correo. Una de las ventajas de su estudio, fue que al hacerlo en muchos lugares diferentes, les permitió observar de qué forma otras variables económicas, sociales y ambientales estaban correlacionadas con los resultados experimentales. Lo que encontraron, es que el mejor predictor de ayuda fue la densidad poblacional (cantidad de personas por milla cuadrada). Este parámetro está muy ligado a otras condiciones, como el ritmo de vida, las condiciones económicas prevalecientes y estresores ambientales, como el ruido y la contaminación del aire. Así, de las 36 ciudades que observaron, Nueva York resultó ser el lugar donde menos se recibió ayuda, lo que concuerda con las explicaciones (Levine, Martínez, Brase & Sorenson, 1994). Según Levine(2003), la sobrepoblación saca lo peor de las personas. Los críticos de la ciudad han mostrado que poner a muchas personas en espacios pequeños, conduce a la alienación, al anonimato y al aislamiento. En última instancia, la gente se siente menos responsable por su conducta hacia otros, especialmente si son extraños. Incluso algunos estudios muestran que es más probable que los habitantes de las ciudades hagan daño a otros (Zimbardo, 2008). El estudio de Levine et al (1994), también muestra que es menos probable hacerle bien a otros y que esta apatía incrementa a la par de la densidad. Sin embargo, ¿todas las ciudades exhiben este patrón? Se hizo este estudios en muchas más ciudades del mundo, aunque para los análisis posteriores no todas las tareas se tomaron en cuenta, debido a que las tareas del estudio estaban diseñadas para una población en particular, por lo que en algunos lugares la ayuda no se daba por diversas razones ajenas a las de estudio (e.g., en Tel Aviv la gente tenía miedo de lo que podía contener el sobre). Aún con esas dificultades, las tareas se probaron en 23 países diferentes, siendo así el estudio transcultural de ayuda más grande del que se tiene reporte (Levine, Norenzayan & Philbrick, 2001). Se incluyeron diversos ciudades de Asia como Shangai, Singapore, Hong-Kong y Bangkok; dos de África, Nairobi y Lilongwe; varias más de Europa, como Budapest, Kiev, Roma y Madrid; y de América, diversidad ciudades de Estados Unidos, y otras más de América Latina, entre las que estuvieron Río de Janeiro, San Salvador, San José y la Ciudad de México. De todas las ciudades, las que mostraron más ayuda fueron la de Río de Janeiro y San José. Incluso sobre todas las ciudades, se encontró que las ciudades de habla hispana y portuguesa tendieron a 35 brindar mucha más asistencia que las demás. Así, en la lista de las ciudades que más ayudaron, siguieron Madrid, San Salvador y la Ciudad de México. Con lo datos anteriores, se observó otra tendencia relacionada conla ayuda: las puntuaciones en ayuda en general tendían a ser altas en países con productividad económica baja (medida con el ingreso per capita), en ciudades con un ritmo de vida más lento (medido con la velocidad de los transeúntes al caminar) y en culturas en las que se enfatiza el valor de la armonía social. Lo anterior tiene sentido para las personas en comunidades donde las obligaciones sociales están sobre los logros personas (i.e. comunidades colectivistas), ya que tienden a ser menos productivos económicamente hablando, pero más propensos a ayudar a otros. Es necesario señalar que esta tendencia no se mostró en todas las ciudades, por ejemplo en ciudades de primer mundo como Copenhague y Viena, la gente tendió a comportarse muy amable con los otros, en tanto que en ciudades con un ritmo más lento de vida como Kuala y Lumpur, no se mostraron tan amables del todo. Las excepciones muestran que aún las personas con ritmos de vida acelerados y una marcada concentración en los logros económicos son capaces de encontrar tiempo para los extraños en necesidad, y por otros lado, también muestran que un ritmo más lento de vida no es garantía de que las personas invertirán su tiempo en ayudar a alguien (Levine, Norenzayan & Philbrick, 2001). Robert Levine (2003) toma como base los hallazgos antes mencionados para sugerir que las tendencias a la ayuda dependen menos la naturaleza de la gente y mucho más de las características ambientales. Dicho en sus palabras, es más probable que brasileños y neoyorkinos brinden ayuda en Ipanema que en Manhattan. Desde su punto de vista, para aumenta la cantidad que las personas prestan, lo que hace falta es cambiar el ambiente, lo que se puede hacer dándole reversa al anonimato y la difusión de la responsabilidad que caracteriza la vida en las ciudades, iniciando actos simples como hacer que la gente se dirija la una a la otra por su nombre. También se han hecho estudios de corte transcultural que incluyen a niños como participantes. Beatrice y John Whiting (1975 como se citó en Fuentes 1989) observaron la conducta de ayuda a otros en niños de tres a diez años de edad en seis culturas diferentes: Kenia, México (en una comunidad mixteca), Filipinas, Okinawa, India y Massachusetts en Estados Unidos, sin cortar la última ciudad, todos eran agricultores sedentarios. Los investigadores se dedicaron a observar una muestra de 24 familias, prestando especial atención a los niños, 36 encontrando que las culturas donde los niños tendían a ayudar más era en los países menos industrializados. Goodnow y Cohen (1996 como se citó Fuentes 1989) explican estos resultados diciendo que en los países menos desarrollados, la gente vive en grandes familias y los niños constantemente contribuyen al bienestar del hogar ayudando a la preparación de los alimentos y cuidando a sus hermanos más pequeños; lo que resulta congruente al observarse que los niños de países industrializados que se involucran en los quehaceres domésticos, muestran una mayor tendencia prosocial. Otro factor que explica las diferencias encontradas, consiste en que los niños del mundo occidental viven cobijados por una cultura que fomenta la competencia y antepone al individuo a las metas grupales, en tanto que en las sociedades colectivistas (como Asia y Latinoamérica) a los niños se les enseña a suprimir el individualismo y a cooperar con los demás para promover el bien del grupo (Triandis, 2002). Esta visión de individualismo contrapuesta al colectivismo, concuerda con la propuesta de que en la actualidad, en los países industrializados se vive bajo dos sistemas de valores: el que apoya y alienta las conductas prosociales, tales como la ayuda, la cooperación y la donación, contrapuesto al dado por el sistema económico imperante que defiende el logro individual, incluso a costa de los otros. Sin embargo, debido a que todo grupo social requiere para su funcionamiento que los miembros mantengan acuerdos de ayuda y cooperación, resulta congruente que la sociedad inculque valores altruistas a los niños (Fuentes, 1989), los cuales, aún así serán dependientes de la cultura y variarán en la exaltación que se haga de ellos. La empatía como motivador de la conducta prosocial Para poder ayudar a los otros es necesario percatarnos de que se encuentran en problemas y de que necesitan algo. Por ello y con el propósito de explicar por qué la gente ayuda, algunos investigadores comenzaron a explorar las consecuencias motivacionales de la empatía como emoción y principal motor de la conducta prosocial, sugiriendo que observar a otra persona en una situación de estrés o angustia, puede producir una activación fisiológica vicaria en el observador, llevándolo a compartir sus emociones y experimentar su angustia (Hoffman, 1981; Batson, 1991; Zahn-Waxler et al. 1979). 37 Con su modelo de dos etapas de la empatía, Coke, Batson y McDavis (1978) proporcionaron evidencia empírica para apoyar la hipótesis de ayuda por empatía, mostrando que si bien la empatía cognitiva permite comprender la situación por la que está pasando el otro, la empatía emocional juega un papel muy importante al actuar como principal motivador para ayudar al otro. De esta forma le brindaron finalmente importancia a ambas facetas de la empatía para provocar la ocurrencia de conducta de ayuda. Coke, Batson y Mc Davis (1978) rechazaron la opinión de que la empatía fuese únicamente la toma de perspectiva del otro, en su lugar, defendieron que era además resultado de una respuesta emocional basada en el arousal fisiológico. Lo que propusieron es que adoptar la perspectiva de una persona necesitada tendía a incrementar la respuesta emocional empática de uno mismo, y también que la emoción empática incrementaba, a su vez, la motivación para ver reducida la necesidad de esa persona. Si la empatía es un mecanismo mediador de la ayuda, resulta tentador pensar que tendrá una relación lineal con ella. Es decir, que entre más empatía presente un individuo más probable será que ayude. Esta relación fue ampliada por Archer, Díaz-Loving, Gollwitzer, Davis y Foushee (1981) quienes estuvieron de acuerdo con el modelo de Coke, Batson y McDavis aunque ampliaron el modelo incluyendo dos factores: un factor disposicional –diferencias individuales en empatía—y la evaluación potencial de los otros como factor situacional. En su estudio Archer et al (1981) instruían a los participantes a que empatizaran con un estudiante que necesitaba desesperadamente voluntarios para completar su tesis de investigación. A partir de los resultados de este estudio, los autores concluyeron que los sujetos con mayor empatía serían más sensibles a las demandas de ayuda del experimento. Las fuentes de la emoción en los sujetos podían ser dos: un sentimiento de interés empático, centrado en el otro, o por el contrario, un sentimiento de preocupación personal, deseo egoísta, auto-interesado, por reducir la propia activación. Los resultados también arrojaron que el interés empático y el malestar personal estaban interrelacionados. Los participantes con puntuaciones en empatía disposicional más altas, expuestos a la manipulación de la demanda, se sentían no sólo más interesados por la persona necesitada, sino también más interesados por sí mismos. 38 Eisenberg en diversas investigaciones ha concluido que el malestar personal de los niños está relacionado negativamente con la conducta prosocial, que la simpatía (preocupación genuina por los otros) se relaciona positivamente con el comportamiento de ayuda y con la regulación emocional positiva y que a su vez la simpatía y la expresión facial de la tristeza están asociadas con la intención de ayudar. Respecto a la activación empática, ha concluido que la activación fisiológica es menor en la situación de preocupación que en la de malestar personal, lo que
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