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Empata-y-conducta-prosocial-en-ninos-mexicanos-de-18-meses

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Universidad Nacional 
Autónoma de México 
Facultad de Psicología 
 
 
 
 
 
Empatí a y conducta prosocial en nin os mexicanos de 
18 meses 
 
 
T E S I S 
Para obtener el grado de: 
Licenciada en Psicología 
P R E S E N T A: 
Paola Eunice Díaz Rivera 
 
 
 
Director: Dr. Rolando Díaz Loving 
Revisor: Dra. Sofía Rivera Aragón 
Sinodales: Dra. Tania Rocha Sánchez 
 Mtra. Lidia Ferreira Nuñes 
 Mtra. Miriam Camacho Valladares 
 
 México, D.F. 2012 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
 
1 
RESUMEN 5 
INTRODUCCIÓN 6 
CAPÍTULO 1 10 
CONDUCTA PROSOCIAL 10 
Antecedentes históricos 11 
Motivación subyacente a la ayuda: Altruismo vs egoísmo 12 
Definición de conducta prosocial y sus diferencias con altruismo 13 
Explicaciones a la conducta prosocial 15 
Autobeneficio 17 
Ayuda dependiente de estado de ánimo 17 
Teoría del intercambio social 18 
Aproximaciones evolutivas al estudio de la conducta prosocial 18 
La importancia de la conducta en la teoría evolutiva 20 
Teoría de la selección de la familia 20 
Altruismo Recíproco 22 
Formación de alianzas cooperativas 23 
Limitaciones del ajuste inclusivo 24 
Selección de grupos 25 
Evolución de comportamientos de ayuda a otros 26 
Orígenes de la conducta prosocial 28 
Un enfoque filogenético 28 
Altruismo como parte de la ontogenia humana 30 
Conducta prosocial y variables situacionales 31 
El efecto del espectador 32 
Conducta prosocial a lo largo del mundo: Individualismo y colectivismo 33 
La empatía como motivador de la conducta prosocial 36 
Conducta prosocial y género 39 
Tipos de conducta prosocial 39 
Primeras formas de conducta prosocial 40 
Respuesta a la aflicción de otro 41 
 
 
2 
Compartir con otros y ayuda en casa 43 
Conducta prosocial de tipo instrumental en niños 43 
Métodos de medición de la conducta prosocial 44 
Consideraciones previas trato con niños 45 
Encuentros de niños con desconocidos 45 
CAPÍTULO 2 48 
EMPATÍA 48 
Empatía 49 
Definición de Empatía como un fenómeno multidimensional 53 
Función de la empatía 55 
Expresión emocional y empatía 56 
El reconocimiento de las expresiones faciales 56 
Mecanismo subyacente a la empatía 61 
Desarrollo de la empatía 62 
Desarrollo del componente cognitivo 63 
Empatía y género 66 
Empatía y conducta prosocial 67 
Métodos de medición de la empatía 69 
CAPÍTULO 3 71 
MÉTODO 71 
Justificación 72 
Preguntas de investigación 73 
Objetivos 74 
Alcance del estudio 74 
Hipótesis 74 
Conceptuales 74 
Estadísticas 75 
 
 
3 
Variables de estudio 76 
Variable dependiente 76 
Variables independientes 76 
Variables atributivas (medidas) 77 
Participantes 77 
Escenarios 78 
Instrumentos y materiales 78 
Diseño 80 
Procedimiento 80 
Medición de la conducta prosocial de forma individual 81 
Situaciones para el grupo experimental 81 
Situaciones para grupo control 82 
Orden de presentación de las tareas 82 
Medición de la conducta prosocial de forma grupal 83 
Registro observacional de los videos 83 
Procedimiento Estadístico 84 
CAPÍTULO 4 86 
RESULTADOS 86 
Confiabilidad de registros de observadores 87 
Corroboraciones experimentales 88 
Ayuda prestada por todos los participantes 89 
Diferencias entre grupo experimental y control 91 
Empatía, colectivismo y conducta prosocial 96 
Ayuda mostrada en grupo 97 
Diferencias entre las instituciones 97 
CAPÍTULO 5 99 
DISCUSIÓN 99 
Colectivismo y conducta prosocial 102 
El papel de la empatía en la conducta prosocial instrumental 103 
Interacción persona y situación 104 
 
 
4 
Empatía y regulación emocional 104 
Conductas prosociales, natura y nurtura 105 
La importancia de los pares en el desarrollo 106 
La importancia de la motivación intrínseca en la conducta de ayuda 107 
REFERENCIAS 108 
ANEXOS 116 
 
 
 
5 
Resumen 
Las conductas de ayuda hacia otros, nombradas prosociales, han sido estudiadas desde 
hace muchos años por disciplinas como la filosofía; en general, la discusión se ha centrado en las 
motivaciones subyacentes que pueden ser egoístas o altruistas. Más actualmente, la psicología 
evolutiva, poniéndose énfasis en la importancia del grupo para el ser humano y basándose en el 
hallazgo de conductas de ayuda en otros animales, ha propuesto que las conductas de ayuda son 
adaptativas porque permiten que el grupo sobreviva. 
La empatía se ha entendido como el mecanismo que nos permite entender los estados 
emocionales de los demás, al compartirlos y experimentarlos. Así mismo, al colocar al individuo en 
el lugar del otro, también lo dota de una teoría de la mente, que lo lleva a comprender las 
intenciones de las acciones de los otros y de sus propósitos. Debido a que para ayudar a otros es 
necesario comprenderlo, se ha propuesto a la empatía como el mecanismo mediador de la ayuda. 
En ese sentido, diversos investigadores han puesto a prueba la hipótesis de ayuda por empatía, 
sin llegar a un consenso claro sobre si la empatía efectivamente fomenta la ayuda. 
Recientemente, se ha propuesto que dada la importancia de las conductas prosociales para 
la sobrevivencia del grupo, los seres humanos están dotados de una tendencia natural hacia la 
conducta prosocial que permanecerá en tanto sea fomentada por el ambiente. El presente estudio 
pone a prueba la hipótesis anterior, al observar niños de 1 a 3 años con el objetivo de registrar la 
conducta prosocial de tipo instrumental, mediante un diseño cuasiexperimental de un grupo control 
y un grupo experimental. A su vez, con la finalidad de describir los factores que propician el 
desarrollo de conductas prosociales se tomaron medidas de empatía, individualismo, colectivismo 
de las madres, además de otras observaciones del medio en que se desarrollan los niños. 
Los resultados muestran que la mayor parte de los niños del grupo experimental, ayudan en 
por lo menos una tarea, lo que brinda soporte a la hipótesis de que los comportamientos de ayuda 
evolucionaron por resultar adaptativos. Por otro lado, la característica de la madre que resultó 
significativa con la ocurrencia de conducta prosocial, fue el nivel de colectivismo. Se encuentra 
también que los niños que han convivido constantemente con otros de su edad, presentan más 
conductas prosociales. Se discute la importancia de los pares en el desarrollo de las conductas 
prosociales y de la empatía en conjunto con la regulación emocional. 
 
 
6 
“La gente no es fundamental e irrevocablemente buena o mala. La vieja pregunta, ¿Cuál es 
la naturaleza humana? No ha sido y puede que nunca sea resuelta. La conducta de un individuo, 
egoísta o altruista, admirable o deplorable, es el producto de una interacción compleja entre 
eventos biológicos, sociales, psicológicos, económicos e históricos”. 
(Eisenberg y Mussen, 1989) 
Introduccio n 
En su vida cotidiana, el ser humano es capaz de mostrar amabilidad y cuidado por otros y en 
contraste, también puede manifestar diferentes tipos de violencia como discriminar a otros, 
llegando a actos altamente catastróficos como las guerras. ¿Es la gente cruel o amable? En el 
vaivén de la vida diaria se pueden encontrar hechos que apoyen cualquiera de las dos respuestas, 
por lo que cualquiera delas dos posturas será, en un principio, parcial. 
Debido a que el ser humano es por naturaleza gregario a causa de que requiere de los 
demás para poder sobrevivir, resulta lógico pensar que cuenta con habilidades que le permiten 
convivir con sus iguales, por lo que podría especularse que el hombre, de forma natural, tiende a 
ser amable con sus semejantes. Sin embargo, a partir del surgimiento de la Teoría de la Selección 
Natural, aquellos que se preocupan por sí mismos tomaron un nuevo papel en la supervivencia: tal 
parecía que eran los más aptos. Así, la existencia de personas que auxilian a otros --incluso 
arriesgando su vida-- o que en su andar diario ayudan sin recibir una recompensa de vuelta, 
parecía no tener sentido a la luz de esta teoría. 
Si ayudar no convierte a alguien en más apto y no necesariamente recibe recompensas 
evidentes al hacerlo, ¿por qué ayudar a otros? Esta pregunta se la hicieron desde la Antigua 
Grecia filósofos como Aristóteles, y más adelante otros intelectuales como Sto. Tomás de Aquino, 
Tomás Hobbes, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud, quienes le proporcionaron diversas 
respuestas, cada uno desde su corriente de pensamiento (Batson y Shaw, 1991). Desde de la 
perspectiva filosófica la respuesta tiene dos vertientes: el hombre es bueno por naturaleza, 
postura defendida por pensadores como Jean Jacques Rousseau; y de manera opuesta, el 
hombre es malo por naturaleza, y por lo tanto aprende a ser amable con otros, postura apoyada 
por figuras como Sigmund Freud y el etólogo Konrad Lorenz. De acuerdo con esta última 
posición, el ser humano es de manera instintiva agresivo, y si ayuda a otros es porque aprende a 
hacerlo. 
 
 
7 
Otros pensadores como Charles Darwin, se encontraban sorprendidos de que algunos seres 
vivos ayudaran a sus semejantes, por lo que este hecho representó una dificultad en la 
construcción de sus teorías. Él explicó a inicios del siglo XX, a través de su teoría del origen de la 
especies por medio de la selección natural, cómo cada organismo al presentar características 
diferentes podía estar adaptado a su medio ambiente. Sin embargo, esta adaptación no sólo se 
remitía a características físicas, sino que desde un principio Darwin habló de que la conducta 
también jugaba un papel importante en la supervivencia del organismo. 
No obstante, su noción de supervivencia parecía dejar poco lugar para conductas de ayuda 
(Hoffman, 1981), por lo que desde el principio, Darwin supo que constituía un elemento difícil de 
acomodar en su teoría. En particular, él estaba preocupado por el comportamiento de animales 
sociales como las hormigas y las termitas, ya que éstos se sacrifican por otros regularmente 
(Warneken y Tomasello, 2009) lo que parecía contradecir la propuesta de que la selección natural 
favorecía el egoísmo a través de la conducta de auto-preservación. 
Con el surgimiento de la Teoría de la Selección de la Familia fue posible brindarle una 
solución parsimoniosa al problema con el que se enfrentó Darwin, incluyendo al altruismo, a la vez 
que continuaba siendo consistente con la visión de que cada organismo maximiza su propia 
supervivencia. El concepto central de la selección de la familia dice que los genes inducen a un 
individuo a ser altruista con aquellos que están cercanamente relacionados con él, para de esa 
manera promover sus propios genes. A la luz de esta teoría, cobró mucho sentido que insectos 
como las termitas y las hormigas se ayudaran entre ellos, debido a que cuando pertenecen a una 
misma colonia tienen un parecido genético muy cercano (Warneken y Tomasello, 2009). 
Sin embargo, aún hacía falta una teoría explicativa para individuos que no se encontraban 
relacionados entre ellos, problema que fue solucionado por Trivers (1971) cuando al proponer una 
teoría de altruismo recíproco, expuso que los individuos ayudan a otros anticipando que después 
serán ayudados de vuelta, mostrando pruebas para ello. Es decir, que la selección favorecerá a 
los que son capaces de cooperar selectivamente con los que a su vez cooperan. 
Esta nueva visión de los teóricos evolutivos que se ha enfocado en la supervivencia del 
organismo como miembro de un grupo y no sólo de manera individual, ha llevado a proponer a 
algunos investigadores, basándose en evidencia fósil, la idea de que muy probablemente los 
 
 
8 
primeros seres humanos no vivían solos, sino en pequeños grupos nómadas, los cuales solían 
tener más descendencia en comparación con aquellos que no se juntaban en grupos; y 
presumiblemente esta descendencia posiblemente continuaba viviendo en grupos. En estos 
grupos, la cooperación social y la ayuda a otros jugaba un papel importante en la supervivencia de 
los individuos, lo que ha llevado a proponer la posibilidad de que el altruismo forme parte de la 
naturaleza humana como parte de una estrategia importante para la supervivencia de los grupos 
(Hoffman, 1981). 
Para que las personas puedan ayudar a otros, es necesario que se percaten de que el otro 
se encuentra en problemas, por lo que se ha propuesto que la capacidad de conectarse con los 
otros y compartir sus emociones es el proceso mediador de la ayuda. A este proceso se le ha 
denominado empatía. De forma primitiva, la empatía se manifiesta como un contagio emocional, 
i.e., si una persona está triste y el que lo observa en respuesta se pone triste, de forma simple 
está experimentando empatía. Este tipo de empatía es la más primitiva, y en la actualidad 
investigadores como el primatólogo Frans de Waal la han hallado en diversos animales, como los 
peces, los elefantes, murciélagos, ratas, chimpancés y los mamíferos en general. Estas 
observaciones han llevado a preguntarse si los seres humanos aprenden a ser empáticos y 
altruistas, o por el contrario nacen con cierta predisposición a serlo, poniendo en duda la creencia 
de que la empatía y el altruismo surgieron de la sociedad organizada. 
Por ello en la actualidad, aún cuando se admite que el comportamiento de ayuda a otros, 
denominado conducta prosocial, está vinculado con la capacidad de entender los estados 
emocionales y la situación de los demás, no se ha acordado sobre si esta tendencia se da por 
educación o si es posible que las personas nazcan con cierta predisposición a ayudar. Es por eso 
que en nuestros días se han comenzado a conducir estudios que incluyen como participantes a 
niños cada vez más pequeños con la finalidad de observarlos y acercarse más a la comprensión 
de éstos fenómenos. 
En general se ha encontrado que los niños pequeños comprenden cuando alguien está triste 
y se acercan a reconfortarlo, por ejemplo, brindando una palmadita en la espalda, sin embargo, 
hasta hace poco no se habían conducido estudios que probaran el comportamiento de niños 
pequeños cuando ven que alguien está realizando una tarea y por algún motivo se ve 
imposibilitado a continuar haciéndola. Este tipo de ayuda, denominada instrumental, fue puesta a 
 
 
9 
prueba hasta hace poco por los investigadores Félix Warneken y Michael Tomasello con una 
muestra de niños, encontrando que en general los niños pequeños tienden a ayudar, lo que llevo a 
los autores a sugerir que quizás el altruismo forme parte de la naturaleza humana. 
El propósito principal del presente trabajo fue realizar un estudio con niños de la ciudad de 
México, con la finalidad de observar si en una sociedad diferente, con procesos de socialización 
distintos, los niños también tienden a ayudar, proponiendo a la empatía como mecanismo 
mediador. Adicionalmente, se propuso relacionar la ocurrencia de conducta prosocial con las 
características empáticas de las madres de los niños y sus tendencias hacia el individualismo y el 
colectivismo. 
 
 
 
10 
 
 
 
Capí tulo 1 
Conducta Prosocial 
 
 
 
11 
¿Por qué ayudamos a otros? En los últimos años se ha desarrollado un gran interés por 
contestar esta pregunta;posiblemente porque en general se le ha prestado más atención a la 
injusticia y discriminación que viven algunos grupos marginados y también porque se ha 
observado un aumento de la delincuencia. A los científicos, uno de los intereses que más los 
motiva a estudiar comportamientos positivos entre semejantes, es descubrir de qué modo los 
seres humanos pueden ser socializados para convertirse en miembros positivos de su comunidad. 
Este interés ha sido propiciado e instigado por el entorno social, el cual solicita a los profesionales 
soluciones y aplicaciones de programas específicos de prevención e intervención (Molero, 
Candela & Cortés, 1999). 
Antecedentes históricos 
Al hablar de cualquier conducta es posible plantear el problema esencial de natura o nurtura, 
lo que se ha denominado concepciones instintivistas. Al hablar de las conductas de ayuda, puede 
hacerse un planteamiento similar, ¿nacemos con una tendencia a ayudar a otros o la 
aprendemos? En un principio se suele recurrir a la comparación de las respuestas diferentes, 
aunque no necesariamente antagónicas, de los filósofos griegos Aristóteles y Platón, aún cuando 
no fueron ellos los primeros en hablar de esta cuestión. Aristóteles fue uno de los principales 
expositores del concepto según el cual la conducta del hombre es el resultado de una naturaleza 
instintiva, en tanto que Platón atribuía la mayor importancia a la influencia de la sociedad 
organizada sobre el hombre. Él entendía la relación del hombre con la sociedad como un contrato, 
que producía ciertos beneficios a quienes se comportaran de acuerdo con las regularidades de la 
sociedad organizada (Hollander, 1971). 
Más adelante, Thomas Hobbes defendió que la primera ley natural del hombre es la 
autoconservación, que lo induce a ponerse sobre los demás, lo que se resume bien en su frase “el 
hombre es un lobo para el hombre”. Dada esta naturaleza, él decía que para construir una 
sociedad, todo ser humano debe renunciar a parte de sus deseos y establecer un contrato social 
(Britannica, 1992). Por lo que según Hobbes, es la sociedad quien contiene los instintos naturales 
del hombre de agresión, ideas que fueron retomadas más adelante por Freud. Poco después, En 
el siglo XVIII, las ideas de Hobbes fueron criticadas por pensadores como Jean-Jacques 
Rousseau, Kant, Diderot y Goethe, quienes sostuvieron que el hombre era naturalmente bueno, 
que la sociedad lo corrompía y desarrollaba en él características malévolas (Hollander, 1971). 
 
 
12 
Algunos afirman que no hay una respuesta completamente correcta y satisfactoria a si el 
hombre nace bueno o malo, o si nace con tendencias a ser considerado o agresivo con los que lo 
rodean. Los términos bueno y malo por sí solos dependen de la cultura en la que estén insertos. 
Como se ha mencionado con anterioridad, tal parece que el ser humano tiene el potencial de 
realizar actos en lo que toma en cuenta al otro y lo contrario. Por un lado, se ha señalado que sólo 
de la especie humana se sabe que realice esfuerzos organizados para matar y dañar de diferentes 
modos a sus propios miembros (Lorenz, 1966 en Hollander, 1971), en tanto que por otro lado, la 
existencia misma de sociedades organizadas indica la presencia de cooperación (Hollander, 
1971). 
La idea de que los seres humanos son agresivos o bondadosos por naturaleza, tiene 
ciertamente un gran atractivo, pero lo cierto es que clasificar un comportamiento como instintivo—
excluyendo sus causas-- hace poco por explicarlo, y no resulta útil para dilucidar por qué existen 
individuos y grupos humanos que tienden a ser menos agresivos con sus congéneres, como los 
arapesh, senoi, navajo y esquimales. Por lo que al carecer de factores que nos expliquen las 
conductas de ayuda, se pierde la valiosa oportunidad del favorecimiento de ambientes que la 
propicien (Coon, 1998). 
Motivación subyacente a la ayuda: Altruismo vs egoísmo 
Respecto al estudio de los comportamientos de ayuda hacia otros—englobados en el término 
“conducta prosocial”--, Batson y Shaw (1991) señalan que en general es posible distinguir a las 
personas que los consideran producto de motivos altruistas de aquellas que los interpretan como 
resultado de motivaciones egoístas. En términos generales, los defensores del egoísmo afirman 
que todo lo que hacemos, no importa cuán noble o benéfico resulte para otros, está realmente 
dirigido hacia el auto-beneficio. 
En contraste, los defensores del altruismo admiten que la motivación de mucho de nuestro 
comportamiento, incluyendo lo que hacemos por otros, es egoísta, pero afirman que al menos 
algunas personas, en algún grado y bajo ciertas circunstancias, son capaces de tener una 
motivación diferente. Esta necesidad de nombrar esta motivación diferente al egoísmo, llevó a 
Augusto Comte en el siglo XIX a acuñar el término altruismo, valiéndose de la voz francesa 
“altruisme”, proveniente del latín alter que significa “el otro” (Asuri, 1993), lo que a su vez confirma 
 
 
13 
que la atención al estudio de las conductas positivas y su motivación subyacente no es algo de 
recién aparición. 
El deseo por saber si la ayuda está exclusivamente motivada por el prospecto de algún 
beneficio propio, o si en cambio es posible que algunas personas, en algún grado, trasciendan los 
límites de su propio beneficio y ayuden por una genuina y auténtica preocupación por el otro, ha 
sido la guía para diversas investigaciones. El objetivo de estas investigaciones, en última 
instancia, ha sido dilucidar si el altruismo forma parte de la naturaleza humana, como parte de una 
tendencia, o si en cambio el ser humano tiende a ser egoísta y actúa siempre pensando en su 
beneficio (Batson & Shaw, 1991; Coke, Batson & McDavis, 1978; Hoffman, 1981; Warneken & 
Tomasello, 2009). 
El problema subyacente a la polémica entre egoísmo y altruismo es una pregunta por la 
motivación que subyace a las conductas de ayuda. ¿Se ayuda pensando en el otro o en sí 
mismo? En una observación informal, las conductas motivadas de manera intrínseca o extrínseca 
podrían verse precisamente iguales. La diferencia esencial entre ambos tipos de motivación, 
reside en la fuente que energiza y dirige la conducta. Con el comportamiento motivado de manera 
intrínseca, la motivación emana de la satisfacción espontánea que proporciona la actividad, es 
decir, que cuando una persona ayuda, el sólo acto le causa satisfacción: y en la motivación 
extrínseca, la satisfacción proviene de los incentivos y consecuencias que se han vuelto 
contingentes a la presentación de la conducta observada (Reeve, 2010). Debido a las dificultades 
para estudiar motivación, esta pregunta no ha sido contestada de manera contundente. 
Definición de conducta prosocial y sus diferencias con altruismo 
En la literatura científica, resulta común encontrar altruismo y conducta prosocial utilizados 
como sinónimos, sin embargo, revisten diferencias entre ellos. El altruismo es la motivación para 
la acción que refleja interés por el bienestar de los demás, es decir, actuar en beneficio del otro a 
causa de una sincera preocupación por él. En cambio, la conducta prosocial consiste en acciones 
voluntarias que ayudan o benefician a un individuo o grupo de ellos (Batson & Shaw, 1991; 
Eisenberg & Mussen, 1989; Kienbaum, Volland & Ulich, 2001); y que puede tener motivaciones 
altruistas, egoístas o ambas (Batson & Shaw, 1991). 
 
 
14 
Para calificar a un acto benéfico como altruista, además de ser emitido de forma voluntaria, 
no debe estar motivado por expectativas de ganancias o recompensas de tipo extrínseco (Leed 
1963 como se citó en Rivera, 1980), como pueden ser recompensas sociales y materiales 
(Walster & Piliavin, 1972). Algunos autores también mencionan que para calificar a un acto como 
altruista, es necesaria la ausencia de recompensas de carácter intrínseco, como la gratificación 
interna (Batson, Bolen, Cross & Neuringer-Benefield,1987; Cialdini, Brown, Lewis, Luce & 
Neuberg, 1997). 
De esta forma, el altruismo se refiere a un tipo específico de conducta prosocial motivada por 
una preocupación genuina por otros, o bien por valores y recompensas internas. Ejemplos de 
estos valores pueden ser la creencia de que la justicia y el bienestar de los otros es importante, de 
tal manera que cuando las personas actúan en conformidad con estos valores, pueden sentirse 
orgullosos o satisfechos de sí mismos; y en contraste, cuando no lo hacen pueden experimentar 
sentimientos de culpa (Eisenberg & Mussen, 1989). 
El papel de los sentimientos de culpa en la ayuda ha sido ampliamente abordado. Tal parece 
que una vez que las personas experimentan sentimientos de culpa, buscarán aliviarlos. Algunos 
modelos predicen que la ayuda será una salida que permita que las personas se sientan mejor 
consigo mismas. Esta búsqueda del alivio de los sentimientos de culpa o de angustia por medio de 
la ayuda, ha dado pie a que algunos consideren estas últimas motivaciones como egoístas y no 
altruistas (Eisenberg & Mussen, 1989), a la vez que se ha desatado controversia entre los 
expertos estudiosos de la conducta prosocial, llegando a cuestionarse si la conducta prosocial 
motivada altruísticamente realmente existe (Batson & Shaw, 1991). 
Aún cuando no haya un acuerdo sobre las motivaciones de la conducta de ayuda hacia otros, 
su existencia no está puesta en duda, lo que no se ha consensuado es cuando calificar a una 
conducta como altruista (Batson & Shaw, 1991, Sober & Sloan, 2000). ¿Por qué ha resultado tan 
difícil acordar cuando una acción es inspirada altruísticamente? Porque para saber si una 
conducta es o no altruista es necesario conocer la motivación de las personas, y no siempre 
resulta sencillo medir la motivación (Fuentes et al., 1993). 
Aunado a lo anterior, la gran dificultad de erradicar la posibilidad de algún motivo hedonista, 
ha conducido a que los investigadores acuerden utilizar el término más neutral de conducta 
 
 
15 
prosocial toda vez que se refieren a la conducta de ayuda de un organismo a otro, dejando de lado 
en muchas ocasiones la motivación que le subyace (Rivera, 1980). 
En resumen puede decirse que al preguntarse sobre las causas del altruismo es posible 
plantearse dos respuestas: la gente ayuda porque es inherentemente altruista, o bien porque es 
llevada por su ambiente social a ser de esa forma. En términos psicológicos, la pregunta es si el 
altruismo en los seres humanos está motivado intrínseca o extrínsecamente. Dicho de otra forma, 
si es posible que el ser humano ayude porque el acto en sí mismo es reforzante y no sólo porque 
las consecuencias pueden ser recompensas externas o la evitación de un castigo (Warneken & 
Tomasello, 2008). 
 
 
Explicaciones a la conducta prosocial 
Se han planteado diferentes teorías que explican por qué ayudamos a otros. Sin embargo, lo 
más importante es no concebirlas como teorías contrapuestas debido a que cada una explica la 
conducta prosocial bajo situaciones particulares. En general, han habido líneas de investigación 
de la conducta prosocial que se dividen en un enfoque situacional y un enfoque disposicional. Las 
diferencias entre estos enfoques son parecidas a la que hay entre la medicina y la salud pública. 
La medicina clínica trata de hallar el origen de la enfermedad o la discapacidad en el interior de la 
persona afectada. En cambio, la salud pública presupone que los vectores de la enfermedad están 
en el entorno y son los que crean las condiciones que propician la enfermedad. Estas perspectivas 
no son simples variaciones abstractas de unos análisis conceptuales, sino que conducen a formas 
muy diferentes de abordas los problemas personales y sociales. Cuando la perspectiva es 
disposicional, se ha pensado en motivos, rasgos, genes y en general, características personales 
para explicar la ayuda. En cambio, la mirada situacional asume que las circunstancias predominan 
sobre la personalidad (Zimbardo, 2010). 
Otra de las formas en las que pueden concebirse las diversas teorías de la ayuda, es sobre 
la hipótesis subyacente a ellas. A grandes rasgos se pueden agrupar en la hipótesis de ayuda 
egoísta, a la cual se suscriben las investigaciones de autobeneficio, intercambio social y ayuda 
 
 
16 
dependiente de estado de ánimo; y por otro lado la hipótesis altruista, que agrupa investigaciones 
en niños pequeños y empatía haciendo énfasis en la simpatía (preocupación genuina por otros). 
Es necesario hacer una aclaración en cuanto a las teorías de ayuda: si bien pueden explicar 
satisfactoriamente la ayuda en individuos adultos y por lo tanto socializados, no todas pueden 
explicar por qué los niños pequeños presentan conductas de ayuda. 
 
 
 
17 
Autobeneficio 
Ayuda dependiente de estado de ánimo 
Algunas líneas de investigación han apostado por la hipótesis que defiende la ayuda guiada 
por el autobeneficio. Como soporte empírico están los estudios que revelan que las personas 
adultas experimentando sentimientos negativos (al hacerlos leer o pensar acerca de algo triste), 
presentan una mayor probabilidad de prestar ayuda. Se le ha tildado a esta tipo de ayuda como 
autobenéfica, ya que probablemente se deba a que los individuos buscan aliviar sus sentimientos 
negativos a través de la ayuda (Cialdini, Darby & Vincent, 1973; Cialdini & Kenrick, 1976). 
Sin embargo este patrón de resultados no ha sido observados en niños, quiénes al estar de 
ánimo negativo disminuyen la ayuda que prestan. Para dilucidar por qué el ánimo negativo afecta 
a niños y adultos de manera diferente, Cialdini y Kenrick (1976) les pidieron a niños y jóvenes de 
diversas edades que recordaran experiencias neutrales o tristes. Luego les dieron la oportunidad 
de donar cupones de premios en forma privada a otros niños. Cuando estaban tristes, los niños 
pequeños de 6 a 8 años donaron ligeramente menos, los grupos intermedios donaron ligeramente 
más y el grupo de adolescentes de 15 a 18 donó significativamente más. 
Los autores sugirieren que las conductas de ayuda brindan una gratificación personal para 
los adultos, mientras que ayudar no es gratificante en forma similar para los niños debido a que 
esta gratificación resulta del proceso de socialización. Es decir, que al principio ayudar es una 
respuesta a recompensas materiales, luego a recompensas sociales y finalmente personales 
(Cialdini & Kenrick, 1976). Por ello, los autores explican que un adulto con ánimo triste ayuda más 
que un niño, porque el adulto puede mejorar su estado de ánimo a través de la ayuda, ya que le 
resulta recompensante, mientras que el niño ayuda menos porque aún no ha asociado las 
recompensas a la ayuda. Es importante resaltar que aún cuando Cialdini y Kenrick (1976) 
encuentren un aumento de la ayuda con la edad, esta no es una condición necesaria para todos 
los tipos de ayuda, ni es un hallazgo que sea tan claro en estudios metanalíticos. 
Los hallazgos respecto al estado de ánimo han incluido también a la variable empatía, 
encontrándose que los sujetos de un estudio tendían a ayudar a una víctima bajo la presentación 
de dos condiciones simultáneas: cuando sentían interés empático por ella y cuando su estado de 
ánimo negativo era susceptible de ser modificado. Así, los autores interpretan que las personas 
 
 
18 
ayudan para sentirse mejorar su estado de ánimo. También se ha descrito que la relación entre 
empatía y ayuda se da por la inclusión del otro en el yo de uno, es decir la compenetración 
(Cialdini, Brown, lewis, Luce & Neuberg 1997). 
Teoría del intercambio social 
Esta explicación asume que las interacciones humanas son guiadas por una “economía 
social”, es decir, que las personas intercambian no sólo bienes materiales y dinero, sino también 
bienes sociales como amor, servicios, información y posición social, entre otros. A esta explicación 
se le hallamado la teoría del intercambio social, la cual afirma que las interacciones humanas son 
transacciones que buscan maximizar las recompensas y minimizar los costos personales; 
añadiendo que tales consideraciones pronostican nuestra conducta, aún cuando no vigilemos 
conscientemente costos y recompensas (Foa, 1971). 
Bajo esta teoría, muchas relaciones pueden comprenderse como series progresivas de 
intercambios sociales, en las que transferimos a los demás atención, información, afecto, favores 
o ayuda. Los costos serán tomados en cuenta en función del tiempo que nos toma ayudar a otros 
y el esfuerzo invertido. De acuerdo con esta teoría, una relación debe ser provechosa para ambos 
participantes, esto es que las recompensas deben exceder los costos. A la luz de esta teoría, 
cuando una persona ayuda a otra es porque está esperando que ese favor le sea devuelto en otro 
momento (Foa, 1971). 
En un principio, pareciera que la noción de intercambio de esta teoría, es que parece 
referirse exclusivamente a las orientaciones oportunistas del individuo de ganar o perder, 
ignorando completamente cualquier alcance recíproco más amplio de los intercambios sociales, 
sin embargo en realidad sólo es la antesala a la formación de alianzas cooperativas. 
Aproximaciones evolutivas al estudio de la conducta prosocial 
Principalmente desde que Wilson (1975 como se citó en Hoffman, 1981) publicó un volumen 
extenso llamado Sociobiología, hubo un gran interés en acercarse al estudio de la conducta 
humana mediante las aproximaciones biológicas. La idea central de la sociobiología es que el 
comportamiento social evoluciona en formas que maximizan la aptitud para la supervivencia. Por 
 
 
19 
ejemplo, los animales con un pico característico que les permite alimentarse, tienen mayor 
probabilidad de sobrevivir y reproducirse (Coon, 2001). 
La psicología social ha hecho sus aportaciones al campo de la conducta social hablando de 
los mecanismos mediadores que motivan y dirigen una conducta (Hoffman, 1981). La 
sociobiología y psicología han visto su punto de encuentro en la Psicología evolutiva. De esta 
forma, desde el punto de vista evolutivo, un organismo se comporta de forma altruista si reduce su 
propia aptitud y aumenta la aptitud de otros. De manera complementaria, en Psicología se ha 
hecho énfasis en el concepto de altruismo aplicado a estados motivacionales, (Sober & Wilson, 
2000). 
A continuación, se comienza abordando los principales supuestos de la teoría evolutiva y la 
importancia de la conducta este proceso, para después sumergirse en las principales 
aproximaciones evolutivas, comenzando por la selección de parientes o ajuste inclusivo, siguiendo 
con el altruismo recíproco y posteriormente, hablando de la importancia del grupo para el ser 
humano y la propuesta de la selección de grupo. Finalmente se esboza brevemente sobre la 
relación entre el mecanismo empatía y la conducta prosocial, la cual se abordará a mayor 
profundidad en el segundo capítulo. 
 
 
 
20 
La importancia de la conducta en la teoría evolutiva 
La teoría de la evolución establece que los organismos modernos descienden con 
modificaciones de forma de vida preexistentes. Fue postulada a mediados del siglo XIX por Darwin 
y Wallace, estableciéndose que surge como consecuencia de tres procesos naturales: la variación 
genética entre los miembros de una población, la herencia de estas variaciones mediante crías de 
padres que portan la variación, y la selección natural, la supervivencia y reproducción 
incrementada de organismo con variaciones favorables. En general, los organismos que mejor se 
adaptan a los retos de su medio producirán la mayor cantidad de descendientes. Éstos heredarán 
los genes que hicieron que sus padres sobrevivieran. Por lo tanto, la selección natural se encarga 
de preservar genes que ayudan a los organismos a desarrollarse en su medio (Audesirk & 
Audesirk, 1996). 
En resumen, tanto Darwin como Wallace acumularon una gran cantidad de pruebas para 
argumentar que las especies evolucionan, es decir, que sufren cambios graduales de manera 
sistemática. Argumentaron que esto ocurre mediante la selección natural, la cual es posible por la 
gran variabilidad de rasgos que existe entre miembros de la misma especie. Estas variaciones en 
estructura, fisiología y conducta, dotan a los individuos de probabilidades diferentes de 
supervivencia y reproducción, siendo los más aptos los que tenderán a heredar sus rasgos a las 
generaciones siguientes (Campbell & Reece). 
En esta carrera por la supervivencia a la que se ven sometidos los organismos, la conducta 
desempeña un rol vital, por ser un rasgo que permite que los individuos tengan más descendencia 
que sus competidores. El papel de algunas conductas es muy evidente, como la capacidad para 
encontrar comida o de defenderse de los depredadores, pero, la conducta prosocial parecía ir en 
contra de lo expuesto por la Teoría de la Evolución porque en lugar de ver por la supervivencia del 
individuo, en múltiples ocasiones la ponía en peligro. De esta forma, comenzó a resultar todo un 
reto para la biología evolutiva explicar cómo evolucionaban comportamientos que aumentaban la 
aptitud de los demás y disminuían la del propio actor, mientras que la Psicología por su parte, 
comenzó a centrarse no sólo en la ocurrencia de estas conductas sino también en sus 
motivaciones subyacentes (Sober & Sloan, 2000). 
Teoría de la selección de la familia 
 
 
21 
Los biólogos le han llamado “el problema del altruismo” a la pieza del rompecabezas que 
Darwin tuvo dificultad de encajar con el conjunto. La Teoría de la Selección de la Familia le brindó 
una solución parsimoniosa al problema con el que se enfrentó Darwin, explicando al altruismo, a la 
vez que continuaba siendo consistente con la visión de que cada organismo maximiza su propia 
supervivencia. 
El concepto central de esta teoría es el “ajuste inclusivo” expuesto por Hamilton (1964 en 
Hoffman, 1981), el cual establece que el ajuste genético de un individuo no es sólo medio por la 
sobrevivencia y reproducción de individuo y su descendencia, sino también por el aumento del 
ajuste de otros relacionados que también comparten los mismos genes. En otras palabras, dice 
que los genes inducen a un individuo a ser altruista con aquellos que están cercanamente 
relacionados con él, para de esa manera promover sus propios genes. De esta forma, puede ser 
seleccionados comportamientos que benefician a otros pero que actúan en detrimento de la 
sobrevivencia del individuo y su reproducción, lo que es por definición, altruista. 
En palabras del creador del libro “El gen egoísta” Richard Dawkins, puede entenderse mejor 
lo que postula esta teoría: “La respuesta es afirmativa. Es fácil demostrar que los parientes 
cercanos —familiares— tienen una probabilidad mayor que la común de compartir los genes. 
Desde hace bastante tiempo ha quedado claro que ésta debe ser la causa de por qué es tan 
común el altruismo de los padres hacia sus hijos. R. A. Fisher, J. B. S. Haldane y, especialmente, 
W. D. Hamilton se percataron que el mismo postulado es aplicable a otros parientes cercanos 
tales como hermanos y hermanas, sobrinos y sobrinas, primos cercanos. Si muere un individuo 
con el fin de salvar a diez familiares, se perderá una copia del gen que determina el altruismo 
hacia los parientes, pero un mayor número de copias del mismo gen se habrá salvado”. 
Lo que es necesario para que esta propuesta funcione es que los organismos sean capaces 
de reconocer su parentesco con otros, lo cual puede entenderse como el grado de similitud físico 
que una persona guarda con respecto a otra. Así, si se espera que los organismo sean sensibles a 
la relación genética al momento de tomar decisiones de ayuda, se puede evaluar con qué tanto se 
parece físicamente (fenotípicamente) un organismo a otro, prestando énfasis en el parecidofacial. 
Lisa DeBruine (2002) puso a prueba esta hipótesis en un juego de confianza secuencial de dos 
personas, en las que en lugar de verse cara a cara, se les mostraron fotos modificadas del 
supuesto jugador. A los participantes se les mostraron fotografías manipuladas para parecerse a 
 
 
22 
ellos o a una persona desconocida. En general, cuando las personas jugaban con alguien que se 
parecía a ellos tendían a confiar más y ser más generosos. 
También se ha encontrado que el sesgo de similitud aplica a otras cuestiones como la 
vestimenta, ya que la similitud conduce al agrado, lo que produce más empatía y más ayuda. Otro 
ejemplo lo muestran Emswiller, Deaux, y Willits, (1971) quienes hicieron que cómplices, vestidos 
en forma similar a estudiantes universitarios o vestidos de forma extraña, se acercaran 
precisamente a estudiantes universitarios pidiendo una moneda para hacer una llamada 
telefónica. Los resultados muestran que estuvieron más dispuestos a ayudar cuando el cómplice 
vestía de forma más similar (dos tercios de ayuda) que cuando vestía más diferente (menos de la 
mitad de ayuda). 
A la luz de esta teoría, cobró mucho sentido que insectos como las termitas y las hormigas 
se ayudaran entre ellos, debido a que cuando pertenecen a una misma colonia tienen un parecido 
genético muy cercano (Warneken y Tomasello, 2009). Así, la ‘aptitud inclusiva’, puede verse 
manifestada y comprobada en multitud de especies, ya que se expone a un organismo puede 
resultarle usualmente más ventajoso ayudar a un hermano o a sus padres a reproducirse que 
intentarlo él mismo. La selección natural puede favorecer este tipo de comportamientos, y en 
casos extremos, la evolución desemboca en modelos eusociales como en las ratas topo o en 
determinados himenópteros, como las abejas, donde la importancia de la colonia predomina sobre 
la del individuo. 
Esta teoría puede especificar las condiciones bajo las cuales un individuo ayuda a sus 
parientes cercanos, sin embargo, no explica la ayuda entre individuos no relacionados, una 
conducta que además no es poco frecuente en los seres vivos y puede observarse desde los 
microorganismos, hasta los mamíferos como los murciélagos, los conejos y primates cercanos al 
hombre como chimpancés y macacos (De Waal, 1982). 
Altruismo Recíproco 
Más adelante, la Teoría del Altruismo recíproco expuesto por Trivers (1971 como se citó en 
Hoffman, 1981) enfocó su atención en el beneficio directo sobre el individuo. Trivers expuso un 
modelo que exponía que la selección natural había favorecido al altruismo, incluso entre personas 
no relacionadas, debido a las consecuencias benéficas a largo plazo que producía en los 
 
 
23 
organismos. Así, esta teoría postuló que compartir el día de hoy y recibir un beneficio en un 
momento posterior de necesidad resultaba en ganancias para el individuo. A esto en Economía se 
le llama “gain in trade”, es decir que cada parte recibe más en beneficio de vuelta que los costos 
de compartir el beneficio. El término ahora descrito ha sido también denominado intercambio 
social y cooperación. Dicho en otros términos, el altruismo recíproco puede ser definido como 
“cooperación entre dos o más individuos para beneficio mutuo” (Buss, 2004). 
Trivers creó un modelo para exponer su teoría. En su modelo, un individuo A se encuentra 
con un individuo B, que se encuentra en peligro. En cuanto a costos, en primer lugar se asume 
que el costo probable de A por rescatar a B es menor que la ganancia de B. En segundo lugar, se 
presupone que hay una alta probabilidad de que haya una acción de regreso en un futuro. Trivers 
demostró matemáticamente que si toda la población, antes o después, es expuesta a la misma 
situación peligrosa, aquellos que hacen el intento por salvar al otro serán más aptos a sobrevivir 
que aquellos que enfrentaron esos peligros solos. Así, el autor defiende que la selección natural 
favorece la tendencia a ayudar a otros. 
Uno de los problemas que deja expuesto la Teoría del Altruismo recíproco es que predice 
que los organismos se pueden beneficiar entablando intercambios cooperativos y sucede que 
muchos intercambios potenciales no ocurren simultáneamente. Es decir, que en numerosas 
ocasiones las personas confían en que el otro les devolverá el favor después. Sin embargo, es 
posible que el otro no les devuelva el favor, lo que hará que las personas hayan incurrido en un 
costo que no fue pagado de vuelta (Buss, 2004). 
Por lo mismo, se ha dicho también que la ayuda recíproca sólo se extenderá a quienes 
puedan reconocernos, a quienes estén lo bastante cerca como para que sepamos que van a 
correspondernos en un futuro y a quienes dispongan de enormes recursos o capacidades para 
ayudarnos en un futuro. Por lo demás, la teoría predice que no se tenderá ayudar cuando los 
costos sean muy altos. 
Formación de alianzas cooperativas 
Entre amigos es común observar sacrificios personales constantes, lo que sustenta la idea 
de que los seres humanos se alían con otros porque así se ven beneficiados. Aún cuando podría 
 
 
24 
pensarse que esto contradice a la selección natural, haciendo un análisis diferente puede 
observarse la funcionalidad de estas alianzas (Buss, 2004). 
Visto a la luz de esta teoría, la ayuda es la primera fase de muchos intercambios 
cooperativos posteriores. Lo segundo que esta teoría nos dice respecto a la ayuda es que para 
que pueda darse la alianza cooperativa en un principio los individuos confían en el otro, ya que si 
no existiera esta primera fase, difícilmente podría darse una alianza cooperativa. La propuesta de 
Warneken y Tomasello (2009) es que los niños pequeños se encuentran en esta primera etapa de 
confianza, por lo que tenderán a ayudar a otros, aún sin la presencia de reforzadores extrínsecos. 
Congruente con esta visión, en niños preescolares se ha encontrado un cierto tipo de 
reciprocidad hacia el final del tercer año, en circunstancias en las que niños de 29 a 36 meses de 
edad, que habían recibido antes un juguete de un compañero cuando no tenían ninguno para 
ellos, tendían a regresar el favor cuando más tarde tenían varios juguetes y su compañero 
ninguno (Levitt, Weber, Clark & McDonnell, 1985). 
Limitaciones del ajuste inclusivo 
Hasta el momento, se ha mencionado al ajuste inclusivo y la teoría del altruismo recíproco 
como una de las teorías más influyentes, no obstante el problema que poseen es que posicionan a 
los genes de los organismos como los beneficiarios últimos y a los organismos como sus meros 
portadores. De hecho, este es el argumento utilizado por algunos evolucionistas que consideran al 
altruismo como un producto estrictamente cultural, el cual surge como un medio para limitar los 
excesos del propio interés, con el fin de favorecer la vida en grupo (Campbell, 1972 como se citó 
en Hoffman, 1981). El ajuste inclusivo claramente implica que la selección natural ocurre al nivel 
de genes y que los genes son egoístas. Además, el concepto también sugiere que la propagación 
de los genes es el objetivo primario de la evolución y que los cambios en el organismo total son 
solo consecuencias de esta propagación (Dawkins, 1976 como se citó en Hoffman, 1981). 
Contrario a lo anteriormente expuesto, la selección actúa sobre cuerpos completos, es decir, 
es el organismo total el que confronta las persistentes presiones ecológicas y el que está 
directamente involucrado en la llamada lucha por la existencia. Si en este proceso de adaptación y 
cambio a las presiones ecológicas ciertas estructuras, genotipos y fenotipos, son seleccionados y 
mantenidos, entonces en algún momento se volverán parte inherente de las especies. Por 
 
 
25 
consiguiente, si la sobrevivencia requiere al altruismo tanto como al egoísmo (suponiendo que el 
uno sin el otro, resultan un rasgo poco adaptativo), entonces las estructuras físicas y las formación 
genéticas necesariaspara el altruismo deben haber sido seleccionadas y convertirse 
eventualmente en parte fundamental del organismo. 
Selección de grupos 
Las ideas expuestas por Trivers se han vuelto la antesala para una visión diferente de la 
evolución, que en lugar de centrarse en el individuo, lo hacen en el grupo. Por lo mismo, las 
visiones más recientes de los teóricos evolutivos, basados en la evidencia de fósiles (como 
huesos, herramientas y armas), observaciones de mamíferos y descripciones etnográficas de 
grupos primitivos, postulan que los primeros humanos no vivían solos sino en grupos pequeños, 
que eran nómadas y se dedicaban a la caza. Estos grupos producían más descendencia que 
aquellos que no vivían en grupos. De esta forma, actualmente ya no se ignora la necesidad de la 
existencia de la cooperación social para la sobrevivencia de los grupos (Hoffman, 1981). 
Ya desde el Origen del hombre, Darwin (2002 como se citó en Martínez, 2003) era 
consciente de la tensión existente entre una explicación del comportamiento altruista que apelara 
a la selección de grupos y una que apelara a la selección individual. En su libro, afirma que una 
tribu con integrantes más fieles y cooperativos tendría éxito sobre otra con integrantes que no lo 
fuera. Sin embargo, enseguida se preguntó cómo podrían tales sentimientos de fidelidad y 
cooperación haber emergido al interior de la tribu, pues evidentemente aquellos individuos que se 
sacrifican por lo demás dejarían menos descendencia que los individuos egoístas. 
Más actualmente, Sober & Wilson (2000) han propuesto una forma en la que el altruismo, 
entendido como las conductas que disminuyen la aptitud del actor, pudieron haber evolucionado. 
En lugar de centrarse en la selección individual, focalizan su atención en la selección de grupos, 
definiéndola como cualquier comportamiento que aumenta la aptitud relativa de los grupos. 
Además explican el interesante balance entre egoístas y altruistas que se pudo dar como 
resultado. Antes de explicar su propuesta es necesario tener en cuenta dos consideraciones 
previas: las frases “lucha por la existencia” y “supervivencia del más apto” que se utilizan con 
frecuencia para describir a la selección natural, no necesariamente se refieren a una lucha 
competitiva directa entre los individuos, la cual no se da la mayor parte del tiempo. Si bien es 
 
 
26 
cierto que hay especies animales en las que los individuos, generalmente los machos, se 
enfrentan con sus cuernos o combaten de otras formas para determinar el privilegio del 
apareamiento, en general el éxito reproductivo es más sutil y depende de muchos factores más 
allá de las batallas por el apareamiento (Campbell & Reece, 2007). 
La segunda consideración es que no todas las características genéticas están expresadas. 
Las ventajas adaptativas pueden ser, por ejemplo en las flores, leves variaciones en color, forma o 
fragancia, o en un insecto como la polilla, poseer colores que lo protejan más efectivamente de 
sus depredadores. De esta forma, se deja de ver a los organismos luchando los unos contra los 
otros de forma directa: por el contrario, la contribución que un individuo realiza al acervo génico de 
la siguiente generación será lo que lo convierta en más apto. En este sentido, siempre será 
importante recordar que aún cuando hayan ciertas características expresadas –denominadas 
fenotipo--- la selección natural actuará sobre el organismo completo, que será por definición tanto 
fenotipo como genotipo (Campbell & Reece, 2007). 
Evolución de comportamientos de ayuda a otros 
Sober y Wilson (2000) exponen condiciones necesarias para que el altruismo pudiera 
evolucionar. En primer lugar, es necesario que existan grupos donde los altruistas hayan sido más 
que los egoístas y grupos donde la relación se haya dado a la inversa. En las generaciones 
subsecuentes de descendientes, los altruistas disminuyen su frecuencia dentro de cada grupo, 
pero el grupo con más altruistas tenderá a crecer más porque su probabilidad de sobrevivir es 
mayor. Así, aún cuando los altruistas disminuyan su frecuencia a nivel intragrupal, de manera 
global tenderán a crecer, ya que de manera latente habrán más altruistas en los grupos, porque el 
altruista habrá aumentado su probabilidad de sobrevivencia. 
Si bien es cierto que pensando en dos grupos, uno con mayor cantidad de altruistas y otro 
con mayor cantidad de egoístas, el altruista sólo beneficia a otros individuos dentro de su grupo, 
es necesario focalizar la atención en que los grupos con altruistas compiten mejor que los grupos 
sin altruistas. La frecuencia de equilibrio entre egoístas y altruistas se alcanza cuando las ventajas 
de ser egoístas dentro del grupo son exactamente compensadas por las desventajas de 
encontrarse en un grupo que carece de altruistas. Así, ambos rasgos se mantienen en la 
población, porque si hay una población casi en su totalidad altruista, los egoístas tenderán a 
 
 
27 
aumentar, en tanto que si hay una población casi por completo egoísta, los altruistas tenderán a 
ser más, lo que hará que en la población se alcance un momento de estabilidad de ambos rasgos 
(Sober & Wilson, 2000). 
Es importante comprender que la selección de grupos favorece cualquier comportamiento 
que aumenta la aptitud relativa de los grupos. El altruismo extremo (i.e. el sacrificio de la vida por 
el grupo) encaja en esta definición, pero también presenta otra característica: disminuye la aptitud 
relativa de los individuos dentro de los grupos. Un rasgo que aumente la aptitud del grupo sin 
disminuir la aptitud relativa dentro los grupos también evolucionará mediante la selección de 
grupos (i.e. la conducta cooperativa). 
En resumen, el altruismo constituye un subgrupo de rasgos ventajosos para los grupos, y 
aún cuando el sacrificio a favor del grupo puede evolucionar mediante la selección de grupos, per 
se nunca es ventajoso. Por lo mismo, a la par pueden evolucionar formas ventajosas y 
beneficiosas para los grupos que permitan su adaptación sin que haya un sacrificio total por parte 
de los individuos (Sober & Wilson). 
 
 
 
28 
Orígenes de la conducta prosocial 
“La atención a la necesitados 
no es comportamiento 
exclusivo de nuestra especie”. 
Franz de Waal, Universidad de Emory. 
 
Un enfoque filogenético 
Una forma de abordar la pregunta de si los seres humanos somos o no altruistas por 
naturaleza ha consistido en observar a nuestros parientes evolutivamente más cercanos (Sober & 
Sloan, 2000). En este andar se ha descubierto que no sólo los seres humanos ayudamos a 
nuestros congéneres --por ejemplo, enseñándoles a hacer actividades o tareas—sino que también 
otros animales ayudan a otros de su especie. Un ejemplo clásico es el de los babuinos de Kenia, 
sometidos a un experimento, en el que al descubrir una trampa, se sentaban junto a ella y con sus 
gritos evitaban que los jóvenes babuinos se acercaran al cebo (Meulders & Boisacq-schepens, 
1981). 
¿Por qué mirar hacia otros animales u organismos para buscar el origen de una conducta? 
En la actualidad, la Psicología Evolutiva propone que la conducta de los seres humanos puede ser 
entendida si se conoce su historia evolutiva, es decir, haciendo un análisis del punto de la escala 
filogenética en la que surgió una conducta y explicando por qué resultó adaptativa, es que 
podemos entender su origen y función. Un comportamiento cualquiera se produce en la actualidad 
debido a que existe un mecanismo interno en el organismo vivo que lo motiva. Podríamos 
preguntarnos, por ejemplo, por qué los seres humanos vivimos en grupo. Una respuesta apela a la 
ontogenia del organismo; es decir, el ser humano vive en grupo porque contiene mecanismo 
internos que lo causan. Otra respuesta remonta a hechos más antiguos sobre la filogenia del 
organismo; los seres humanos vivimos ahora en grupo porque la selección natural ha favorecidoese comportamiento. La ontogenia nos brinda respuestas que apelan a las causas próximas, en 
tanto la filogenia hace alusión a las causas remotas, sin embargos ambas respuestas son dos 
 
 
29 
eslabones de la misma cadena causal, por lo que ninguno debe ser dejado de lado (Sober & 
Sloan, 2000). 
En parientes lejanos al hombre, se han observado comportamientos de sacrificio, tal es el 
caso del microorganismo Dicrocoelium dendriticum. Este interesante parásito, pasa su vida adulta 
en hígados de vacas y ovejas, posteriormente en caracoles y al último en hormigas. Cuando 
alrededor de 50 parásitos se encuentran dentro de la hormiga, la mayor parte perfora la pared 
estomacal y uno de ellos migra al cerebro –ganglio esofágico--- de la hormiga, donde provoca que 
pase más tiempo al final de las briznas de la hierba. En este lugar es más probable que el ganado 
la ingiera y todos los demás parásitos continúen con su ciclo de vida. Con esta acción, el parásito 
que migró al cerebro pierde la vida, pero permite que todos los demás parásitos continúen 
viviendo. Lo que resulta digno de atención, es que al migrar al cerebro de la hormiga, pierde su 
capacidad para infectar al hospedante mamífero (Sober & Sloan, 2000). 
En un pariente más cercano al hombre, mamífero aunque no primate, la rata, también se ha 
observado conducta prosocial (Bartal, Decety & Mason, 2011). Para probar su comportamiento 
prosocial, colocaron a una rata libre en un escenario donde un compañero de jaula se encontraba 
atrapado. En la quinta sesión y después de varios intentos fallidos, la rata libre aprendió por sí sola 
a abrir intencionalmente la jaula para dejar libre a la otra rata. Se sabe que lo hizo para liberarla y 
no para jugar, porque al ser probada a abrir un inmovilizador vacío no lo hizo. Incluso se puso a 
prueba a varias ratas en la misma situación, pero además poniéndoles un chocolate, de tal suerte 
que si liberaba a la rata tendría que compartirlo. Aún así las ratas libres tendieron a liberar a su 
compañera. Los investigadores sugieren que las ratas se comportan así en respuesta a la 
angustia, proporcionando no solo una fuerte evidencia de las raíces biológicas de la conducta 
empática motivado para ayudar, sino de que la conducta prosocial ocurre en animales diferentes 
al ser humano. 
A partir de las observaciones de conducta prosocial en otros animales y organismos, resulta 
lógico preguntarse si de alguna forma, la ayuda a otros no fue seleccionada como una conducta 
adaptativa que se mantuvo por resultar funcional en la supervivencia de las especies (Wilson, 
1975 como se citó en Sober & Sloan). Y que debido al fenómeno de evolución convergente, en el 
que organismos diferentes, relativamente alejados evolutivamente y bajo condiciones selectivas 
similiares, tienden a desarrollar características morfológicas, fisiológicas o conductuales 
 
 
30 
semejantes (Audesirk & Audersik, 1996), los organismos aún la continúan presentando por 
resultar adaptativa. 
Altruismo como parte de la ontogenia humana 
Con base en los resultados reportados en sus estudios, en los que encuentran que la 
mayoría de chimpancés y niños pequeños ayudan a otros, Félix Warneken y Michael Tomasello 
(2009) defienden que en los seres humanos hay una tendencia natural a desarrollar conductas 
prosociales, tendencia que forma parte de la ontogenia humana. Con este argumento se oponen 
a la noción de que la socialización actúa de manera diferente de cualquier predisposición al 
comportarse de manera prosocial, es decir que los niños no necesariamente nacen siendo 
egoístas y por medio de la socialización adquieren conductas de ayuda hacia otros. A la luz de sus 
datos, los investigadores sugieren que los niños parecen tener tendencias altruistas y que la 
socialización las refuerza. Visto de esta forma, los seres humanos no siembran el altruismo en los 
niños, sino que lo cultivan. 
Son tres las líneas de evidencia sobre las que Warneken y Tomasello (2009) sostienen su 
afirmación de que hay una predisposición natural a la conducta prosocial, la primera es que las 
tendencias a ayudar a otros surgen antes de que la socialización pueda tener un impacto muy 
grande en los niños, por lo que no resulta plausible asumir que los niños estén cumpliendo con 
una norma altruista. En segundo lugar, sostienen que la imitación no resulta una explicación 
plausible debido a que crearon situaciones experimentales completamente nuevas que no podrían 
haber sido modeladas anteriormente. Otra explicación alternativa a la ayuda presentada es que 
haya sido recompensada anteriormente, sin embargo hallazgos previos al respecto han mostrado 
que al elicitar conductas prosociales en niños a través de recompensas externas, se han 
observado resultados positivos para la situación a las cual los niños han sido expuestos, pero esta 
ayuda no se ha generalizado a otros ámbitos y a otras personas(Eisenberg, Fabes & Spinrad, 
2006 en Warneken & Tomasello, 2009). Por lo anterior, no resulta fácil explicar por qué los niños 
ayudaron a personas que no conocían en circunstancias novedosas. 
Pese a los argumentos anteriormente expuestos, aún es posible argüir que la socialización 
podría tener formas sutiles de acción que ya tuvieran un gran impacto en los niños de año y 
medio. Sin embargo, suponiendo que el altruismo no forma parte de la ontogenia humana, y lo que 
 
 
31 
en realidad sucede es que los seres humanos adultos inculcan conductas prosociales en los 
niños, aún queda por preguntarse el origen de la tendencia a enseñar a los descendientes a 
ayudarse los unos a los otros, ya que no se ha encontrado que los adultos de otras especies 
intenten enseñar conductas altruistas a sus descendientes. 
Conducta prosocial y variables situacionales 
La adquisición de la conducta prosocial debe ser diferenciada de su ejecución, ya que aún 
cuando un individuo haya aprendido una respuesta prosocial en particular, sólo la presentará bajo 
determinadas circunstancias (Eisenberg & Mussen, 1989). Entonces, ¿qué se ha encontrado 
sobre la personalidad altruista? Si la entendemos como tendencias cognitivas y afectivas 
orientadas hacia la compasión (interés o ayuda hacia otro), responsabilidad social, atribución de 
responsabilidad y toma de perspectiva (Batson, Bolen, Cross & Neuringer-Benefiel, 1986), son 
pocos los investigadores que afirmarían que las personas con este tipo de personalidad son más 
prosociales que los otros sin importar el contexto que se les presente. A favor de este argumento, 
los que han mantenido la postura de una personalidad altruista han sugerido que existe una 
importante interacción entre la persona y la situación (Molero, Candela & Cortés, 1999). 
La ocurrencia de la conducta prosocial es dependiente del individuo y del contexto. Por ello 
presentará variabilidad, distinguiéndose dos tópicos importantes. Las diferencias que pueden 
observarse entre las personas, las cuales pueden explicarse por diferencias biológicas y en el 
proceso de socialización; y las variaciones en la conducta de un individuo en cada ocasión, que 
están dadas por las diferencias situacionales, es decir que hay circunstancias que incrementan la 
probabilidad de ocurrencia de la conducta prosocial, así como hay otras que la disminuyen 
(Eisenberg & Mussen, 1989). 
¿Qué diferencias individuales se han encontrado que influyen en la conducta de ayuda? En 
general, se admite el supuesto de que la sensibilidad empática favorecerá las conductas de ayuda 
y reprimirá la agresión, pero siempre se deberá tener presente la interacción persona y situación: 
el que la persona altamente empática realice o no actos de ayuda depende de otros determinantes 
como los inductores sociales, las limitaciones que impone la situación, los costos potenciales, la 
disponibilidad de habilidades y de recursos necesarios para ayudar al otro, la atribución de 
 
 
32 
responsabilidad,las características de la víctima y su relación con el observador (Bandura, 1987, 
1991). 
El efecto del espectador 
Un efecto muy estudiado y dependiente del contexto es la difusión de la responsabilidad. Fue 
precisamente la pasividad de las audiencias durante las emergencias lo que llevó a Latané y 
Darley (1968 como se citó Latané & Nida, 1981) a realizar diversos experimentos que mostraron 
que un solo factor situacional, la presencia de otras personas, disminuye enormemente la 
intervención. En un estudio, incluso se encontró que la mera percepción de que otras personas 
estuvieran presenciando el evento tendió a disminuir la probabilidad de ayuda de los individuos 
(Darley & Latané, 1968). 
Latané y Darley (1970 como se citó en Fischer, Greitemeyer, Pollozek & Frey, 2006) han 
propuesto tres procesos diferentes que explicar la inhibición de la respuesta en presencia de 
otros. El primero es la influencia social, el segundo temor a la evaluación y el tercero, difusión de 
la responsabilidad. La influencia social implica que cuando una situación de ayuda no es lo 
suficientemente clara, es decir que resulta ambigua, un individuo se vale de los demás para definir 
la situación. Por lo tanto, la presencia de los demás puede inhibir la ayuda cuando las personas 
ven la inacción de los demás e interpretan la situación como menor crítica de lo que realmente es. 
El temor a la evaluación explica que la presencia de otros puede ayudar a inhibir comportamientos 
prosociales cuando las personas tienen miedo de que su comportamiento sea evaluado 
negativamente. Finalmente, la difusión de la responsabilidad puede ser vista como un medio para 
reducir el costo psicológico asociado con la no intervención. Cuando los demás están presentes, 
estos costos se comparten y la no intervención se vuelve más probable. El conocimiento de que 
otras personas están presentes y disponibles para responder, permite el desentendimiento de la 
parte de responsabilidad que les corresponde. 
Como muestra de la influencia de este factor Latané, Dabbs (1975 como se citó en Latané & 
Nida, 1981) y 145 colaboradores de manera aparentemente accidental tiraron monedas o lápices 
durante 1497 viajes en elevador, encontrando que eran ayudados 40 por ciento del tiempo cuando 
una persona más estaba en el elevador y menos de 20% cuando había seis pasajeros en el 
elevador. Este fenómeno, llamado efecto del espectador, el cual establece que a medida que 
 
 
33 
aumenta el número de espectadores, disminuye en cada uno el impacto de la emergencia para 
ayudar. Dicho en otras palabras, el efecto del espectador es la tendencia de quienes se 
encuentran acompañados a ayudar menos que quiénes están solos, y se explica por la difusión de 
la responsabilidad. 
El efecto del espectador también se ha mantenido cuando la emergencia no es violenta, pero 
no se presenta en situaciones muy claras de emergencia. Una de las hipótesis que se han 
manejado es que este efecto no está presente en las situaciones más peligrosas porque son 
eventos más rápidos y más claramente reconocidos como emergencias, y porque los costos de 
negar la ayuda son muy altos. Siguiendo esa línea de razonamiento, recientemente unos 
investigadores condujeron experimentos donde variaron el grado potencial de la emergencia. Sus 
resultados comprueba que en situaciones con peligro potencial bajo, se da más ayuda que en la 
condición solitaria que en la condición de espectador. En contraste, en situaciones con peligro 
potencial alto, los participantes ayudaron estuvieran acompañados o no (Fischer, Greitemeyer, 
Pollozek & Frey, 2006). 
Conducta prosocial a lo largo del mundo: Individualismo y colectivismo 
Dada la importancia que tiene la conducta prosocial en la sobrevivencia de los grupos, no es 
de extrañar que las diferentes culturas a lo largo y ancho del mundo muestren preocupación por 
su existencia e intenten fomentarla de diversas maneras. Sin embargo, estudios de corte 
transcultural han mostrado diferencias en la ayuda que proporcionan las personas en distintos 
puntos del mundo. Se mencionan dos por su importancia, uno realizado en adultos y otro en niños. 
Robert V. Levine (2003) menciona en los primeros párrafos de su artículo “Kindness of 
Strangers” la controvertida frase de Jean Jacques Rousseau “las ciudades son el abismo de la 
especie humana”. Levine menciona que los lugares, así como los individuos, tienen su propia 
personalidad. La preguntas que se hace son, ¿qué lugares fomentan más la ayuda? ¿en cuáles 
ciudades es más probable que una persona en necesidad reciba ayuda? En primer lugar, a 
principio de los noventas él viaja junto con sus estudiantes por 36 ciudades de Estados Unidos 
conduciendo cinco experimentos de campo diferentes, en los que puso a prueba cinco diferentes 
situaciones: a)un hombre que dejaba caer accidentalmente una pluma b) un hombre con una 
pierna lastimada intentado recoger una revista c) una persona ciega intentando cruzar la calle d) 
 
 
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una persona intentando conseguir cambio de una moneda y e) dejó cartas perdidas con su 
estampilla y observó si las personas las mandaban por correo. 
Una de las ventajas de su estudio, fue que al hacerlo en muchos lugares diferentes, les 
permitió observar de qué forma otras variables económicas, sociales y ambientales estaban 
correlacionadas con los resultados experimentales. Lo que encontraron, es que el mejor predictor 
de ayuda fue la densidad poblacional (cantidad de personas por milla cuadrada). Este parámetro 
está muy ligado a otras condiciones, como el ritmo de vida, las condiciones económicas 
prevalecientes y estresores ambientales, como el ruido y la contaminación del aire. Así, de las 36 
ciudades que observaron, Nueva York resultó ser el lugar donde menos se recibió ayuda, lo que 
concuerda con las explicaciones (Levine, Martínez, Brase & Sorenson, 1994). 
Según Levine(2003), la sobrepoblación saca lo peor de las personas. Los críticos de la 
ciudad han mostrado que poner a muchas personas en espacios pequeños, conduce a la 
alienación, al anonimato y al aislamiento. En última instancia, la gente se siente menos 
responsable por su conducta hacia otros, especialmente si son extraños. Incluso algunos estudios 
muestran que es más probable que los habitantes de las ciudades hagan daño a otros (Zimbardo, 
2008). El estudio de Levine et al (1994), también muestra que es menos probable hacerle bien a 
otros y que esta apatía incrementa a la par de la densidad. Sin embargo, ¿todas las ciudades 
exhiben este patrón? Se hizo este estudios en muchas más ciudades del mundo, aunque para los 
análisis posteriores no todas las tareas se tomaron en cuenta, debido a que las tareas del estudio 
estaban diseñadas para una población en particular, por lo que en algunos lugares la ayuda no se 
daba por diversas razones ajenas a las de estudio (e.g., en Tel Aviv la gente tenía miedo de lo que 
podía contener el sobre). 
Aún con esas dificultades, las tareas se probaron en 23 países diferentes, siendo así el 
estudio transcultural de ayuda más grande del que se tiene reporte (Levine, Norenzayan & 
Philbrick, 2001). Se incluyeron diversos ciudades de Asia como Shangai, Singapore, Hong-Kong y 
Bangkok; dos de África, Nairobi y Lilongwe; varias más de Europa, como Budapest, Kiev, Roma y 
Madrid; y de América, diversidad ciudades de Estados Unidos, y otras más de América Latina, 
entre las que estuvieron Río de Janeiro, San Salvador, San José y la Ciudad de México. De todas 
las ciudades, las que mostraron más ayuda fueron la de Río de Janeiro y San José. Incluso sobre 
todas las ciudades, se encontró que las ciudades de habla hispana y portuguesa tendieron a 
 
 
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brindar mucha más asistencia que las demás. Así, en la lista de las ciudades que más ayudaron, 
siguieron Madrid, San Salvador y la Ciudad de México. 
Con lo datos anteriores, se observó otra tendencia relacionada conla ayuda: las 
puntuaciones en ayuda en general tendían a ser altas en países con productividad económica baja 
(medida con el ingreso per capita), en ciudades con un ritmo de vida más lento (medido con la 
velocidad de los transeúntes al caminar) y en culturas en las que se enfatiza el valor de la armonía 
social. Lo anterior tiene sentido para las personas en comunidades donde las obligaciones 
sociales están sobre los logros personas (i.e. comunidades colectivistas), ya que tienden a ser 
menos productivos económicamente hablando, pero más propensos a ayudar a otros. Es 
necesario señalar que esta tendencia no se mostró en todas las ciudades, por ejemplo en 
ciudades de primer mundo como Copenhague y Viena, la gente tendió a comportarse muy amable 
con los otros, en tanto que en ciudades con un ritmo más lento de vida como Kuala y Lumpur, no 
se mostraron tan amables del todo. Las excepciones muestran que aún las personas con ritmos 
de vida acelerados y una marcada concentración en los logros económicos son capaces de 
encontrar tiempo para los extraños en necesidad, y por otros lado, también muestran que un ritmo 
más lento de vida no es garantía de que las personas invertirán su tiempo en ayudar a alguien 
(Levine, Norenzayan & Philbrick, 2001). 
Robert Levine (2003) toma como base los hallazgos antes mencionados para sugerir que las 
tendencias a la ayuda dependen menos la naturaleza de la gente y mucho más de las 
características ambientales. Dicho en sus palabras, es más probable que brasileños y neoyorkinos 
brinden ayuda en Ipanema que en Manhattan. Desde su punto de vista, para aumenta la cantidad 
que las personas prestan, lo que hace falta es cambiar el ambiente, lo que se puede hacer 
dándole reversa al anonimato y la difusión de la responsabilidad que caracteriza la vida en las 
ciudades, iniciando actos simples como hacer que la gente se dirija la una a la otra por su nombre. 
 También se han hecho estudios de corte transcultural que incluyen a niños como 
participantes. Beatrice y John Whiting (1975 como se citó en Fuentes 1989) observaron la 
conducta de ayuda a otros en niños de tres a diez años de edad en seis culturas diferentes: Kenia, 
México (en una comunidad mixteca), Filipinas, Okinawa, India y Massachusetts en Estados 
Unidos, sin cortar la última ciudad, todos eran agricultores sedentarios. Los investigadores se 
dedicaron a observar una muestra de 24 familias, prestando especial atención a los niños, 
 
 
36 
encontrando que las culturas donde los niños tendían a ayudar más era en los países menos 
industrializados. Goodnow y Cohen (1996 como se citó Fuentes 1989) explican estos resultados 
diciendo que en los países menos desarrollados, la gente vive en grandes familias y los niños 
constantemente contribuyen al bienestar del hogar ayudando a la preparación de los alimentos y 
cuidando a sus hermanos más pequeños; lo que resulta congruente al observarse que los niños 
de países industrializados que se involucran en los quehaceres domésticos, muestran una mayor 
tendencia prosocial. 
Otro factor que explica las diferencias encontradas, consiste en que los niños del mundo 
occidental viven cobijados por una cultura que fomenta la competencia y antepone al individuo a 
las metas grupales, en tanto que en las sociedades colectivistas (como Asia y Latinoamérica) a los 
niños se les enseña a suprimir el individualismo y a cooperar con los demás para promover el bien 
del grupo (Triandis, 2002). 
Esta visión de individualismo contrapuesta al colectivismo, concuerda con la propuesta de 
que en la actualidad, en los países industrializados se vive bajo dos sistemas de valores: el que 
apoya y alienta las conductas prosociales, tales como la ayuda, la cooperación y la donación, 
contrapuesto al dado por el sistema económico imperante que defiende el logro individual, incluso 
a costa de los otros. Sin embargo, debido a que todo grupo social requiere para su funcionamiento 
que los miembros mantengan acuerdos de ayuda y cooperación, resulta congruente que la 
sociedad inculque valores altruistas a los niños (Fuentes, 1989), los cuales, aún así serán 
dependientes de la cultura y variarán en la exaltación que se haga de ellos. 
La empatía como motivador de la conducta prosocial 
Para poder ayudar a los otros es necesario percatarnos de que se encuentran en problemas 
y de que necesitan algo. Por ello y con el propósito de explicar por qué la gente ayuda, algunos 
investigadores comenzaron a explorar las consecuencias motivacionales de la empatía como 
emoción y principal motor de la conducta prosocial, sugiriendo que observar a otra persona en una 
situación de estrés o angustia, puede producir una activación fisiológica vicaria en el observador, 
llevándolo a compartir sus emociones y experimentar su angustia (Hoffman, 1981; Batson, 1991; 
Zahn-Waxler et al. 1979). 
 
 
37 
Con su modelo de dos etapas de la empatía, Coke, Batson y McDavis (1978) proporcionaron 
evidencia empírica para apoyar la hipótesis de ayuda por empatía, mostrando que si bien la 
empatía cognitiva permite comprender la situación por la que está pasando el otro, la empatía 
emocional juega un papel muy importante al actuar como principal motivador para ayudar al otro. 
De esta forma le brindaron finalmente importancia a ambas facetas de la empatía para provocar la 
ocurrencia de conducta de ayuda. 
Coke, Batson y Mc Davis (1978) rechazaron la opinión de que la empatía fuese únicamente 
la toma de perspectiva del otro, en su lugar, defendieron que era además resultado de una 
respuesta emocional basada en el arousal fisiológico. Lo que propusieron es que adoptar la 
perspectiva de una persona necesitada tendía a incrementar la respuesta emocional empática de 
uno mismo, y también que la emoción empática incrementaba, a su vez, la motivación para ver 
reducida la necesidad de esa persona. 
Si la empatía es un mecanismo mediador de la ayuda, resulta tentador pensar que tendrá 
una relación lineal con ella. Es decir, que entre más empatía presente un individuo más probable 
será que ayude. Esta relación fue ampliada por Archer, Díaz-Loving, Gollwitzer, Davis y Foushee 
(1981) quienes estuvieron de acuerdo con el modelo de Coke, Batson y McDavis aunque 
ampliaron el modelo incluyendo dos factores: un factor disposicional –diferencias individuales en 
empatía—y la evaluación potencial de los otros como factor situacional. 
En su estudio Archer et al (1981) instruían a los participantes a que empatizaran con un 
estudiante que necesitaba desesperadamente voluntarios para completar su tesis de 
investigación. A partir de los resultados de este estudio, los autores concluyeron que los sujetos 
con mayor empatía serían más sensibles a las demandas de ayuda del experimento. Las fuentes 
de la emoción en los sujetos podían ser dos: un sentimiento de interés empático, centrado en el 
otro, o por el contrario, un sentimiento de preocupación personal, deseo egoísta, auto-interesado, 
por reducir la propia activación. Los resultados también arrojaron que el interés empático y el 
malestar personal estaban interrelacionados. Los participantes con puntuaciones en empatía 
disposicional más altas, expuestos a la manipulación de la demanda, se sentían no sólo más 
interesados por la persona necesitada, sino también más interesados por sí mismos. 
 
 
38 
Eisenberg en diversas investigaciones ha concluido que el malestar personal de los niños 
está relacionado negativamente con la conducta prosocial, que la simpatía (preocupación genuina 
por los otros) se relaciona positivamente con el comportamiento de ayuda y con la regulación 
emocional positiva y que a su vez la simpatía y la expresión facial de la tristeza están asociadas 
con la intención de ayudar. Respecto a la activación empática, ha concluido que la activación 
fisiológica es menor en la situación de preocupación que en la de malestar personal, lo que

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