Logo Studenta

Varones-vctimas-de-violencia-por-parte-de-sus-mujeres- -que-dicen-ellas

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

1 
 
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 
 
FACULTAD DE ESTUDIOS SUPERIORES IZTACALA 
 
PSICOLOGÍA 
 
PÉREZ GÓMEZ PAULINA No. De cuenta: 307223616 
 
RUIZ ROMERO MARISOL No. De cuenta: 410001226 
 
 
GENERACIÓN 2010-2013 
 
TITULACIÓN MEDIANTE TESIS TEÓRICA 
 
VARONES VÍCTIMAS DE VIOLENCIA POR PARTE DE SUS MUJERES… 
¿QUÉ DICEN ELLAS? 
AÑO: 2014 
 
ASESOR RESPONSABLE: PATRICIA TRUJANO RUIZ 
SINODALES: 
 
 
 
 
Lourdes
Texto escrito a máquina
Lourdes
Texto escrito a máquina
Santa Cruz Acatlán, Naucalpan, Edo. de México 2014
Lourdes
Texto escrito a máquina
Servicio Social11
Texto escrito a máquina
Servicio Social11
Texto escrito a máquina
LICENCIATURA EN PSICOLOGÍA
Servicio Social11
Texto escrito a máquina
Servicio Social11
Texto escrito a máquina
Servicio Social11
Texto escrito a máquina
Servicio Social11
Texto escrito a máquina
Servicio Social11
Texto escrito a máquina
Servicio Social11
Texto escrito a máquina
Servicio Social11
Texto escrito a máquina
Servicio Social11
Texto escrito a máquina
Servicio Social11
Texto escrito a máquina
Servicio Social11
Texto escrito a máquina
Servicio Social11
Texto escrito a máquina
Servicio Social11
Texto escrito a máquina
Servicio Social11
Texto escrito a máquina
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
Restricciones de uso 
 
DERECHOS RESERVADOS © 
PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL 
 
Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal 
del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). 
El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea 
objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para 
fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo 
mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
2 
 
ÍNDICE 
 
Introducción 4 
 
1. La construcción social del género. 9 
1.1 La idealización de la pareja. 17 
 
2. Violencia. 23 
 
2.1 Definiciones. 24 
 
 
2.2 Tipos de violencia. 27 
a) Física 
b) Psicológica 
c) Económica 
d) Sexual 
e) Objetal 
f) Jurídica 
 
2.3 Violencia en la pareja. 29 
 
3. Estudios sobre la violencia en la pareja. 33 
 
4. Violencia hacia el varón 47 
 
4.1 Estadísticas 50 
4.2 Aspectos legales, médicos y psicológicos 55 
 
5. Lo que dicen ellas… 65 
 
5.1 Testimonios de varones violentados por sus mujeres. 66 
5.2 Justificación y motivos argumentados por las mujeres 
que agreden a los varones 86 
 
5.3 Tipos de violencia más frecuentes hacia el varón por 
parte de sus mujeres 99 
 
3 
 
5.4 Violencia al varón por parte de las mujeres en las 
redes sociales 104 
5.4.1 El caso de “los princesos” 119 
 
6. Conclusiones 140 
 
7. Referencias 146 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
4 
 
INTRODUCCIÓN 
Desde que nacemos estamos inmersos en una sociedad, la cual mediante sus 
normas nos hace adoptar el sentido de pertenencia, si no pertenecemos a algo 
(llámese grupo, institución, etc.) no nos consideramos del todo felices. Es así como 
vamos adoptando ciertas características que nos dan identidad que concuerda, en 
la mayoría de las veces con nuestro sexo, así pues se hace más fácil el aprender 
roles de género e ir estereotipando nuestro comportamiento. 
Ahora bien, ¿por qué nos justificamos en las diferencias de ser hombre o 
mujer para llevar a cabo ciertos comportamientos? ¿Es válido justificarlos por el 
género al que pertenecemos?; algunas de estas conductas, se podrían considerar 
como “violencia”… una palabra que todos conocemos y de la cual tenemos tan sólo 
una pequeña idea de lo que involucra y de los daños que realmente conlleva. 
Uno de los más grandes errores que se han cometido al hablar de este tema, 
es creer que si no existen golpes o marcas físicas no se trató de un acto violento; 
sin embargo, la violencia no se reduce únicamente a ataques físicos o agresiones 
verbales, sino que comprende toda una gama de acciones y actitudes; Trujano, 
Quiroga y Martínez (2002), nos señalan distintos tipos de violencia, la física 
(lesiones, golpes, uso de armas, ahogamiento, estrangulamiento, quemaduras, 
etc.), sexual (conductas, actos u omisiones tendientes a generar menoscabo en la 
sexualidad), psicológica (insultos, gestos, actos que produzcan vergüenza o miedo, 
burlas, ridiculizaciones, humillaciones, amenazas o retiro de afecto, etc.), 
económica (excluir a la pareja de la toma de decisiones financieras, controlar gastos 
e ingresos, limitarla económicamente, etc.), objetal (destruir pertenencias 
personales de la pareja) y social (ejercer vigilancia y restricción en el desarrollo de 
la persona). 
Muchos medios de difusión hablan sobre la violencia en las escuelas, en las 
calles, en la familia, en la pareja, etcétera; la mayoría de las veces señalando a la 
mujer como víctima, estereotipándola así como el “sexo débil”; creando programas 
para prevenir, señalar al responsable, tomar las medidas necesarias y dar una 
5 
 
solución a su situación; es aquí donde empezamos a etiquetar a la violencia y a sus 
componentes por género: “ella, la víctima, él, el victimario”, “él, el fuerte, ella, la 
débil”; emitiendo así, un mensaje de defensa hacia el género femenino, 
promoviendo los derechos de la mujer, apoyados por múltiples medios de 
comunicación, por lo tanto se ha hablado y escrito innumerables veces sobre 
violencia dirigida a la mujer y grupos de personas “vulnerables”, como niños, 
ancianos y personas con capacidades diferentes. 
 Pero nos olvidamos de un grupo no menos importante, los hombres, a 
quienes asociamos con la fuerza, autoridad, insensibilidad e incluso poder; de ahí 
que la violencia se considere como un atributo genérico y sociocultural, asociado, 
principalmente, con los varones. 
La violencia hacia el varón es un tema poco conocido, hay poca información 
y poca difusión; sin embargo, existe y no sólo en México, sino en distintas partes 
del mundo. 
 En México en el primer trimestre del 2010, según la Red de Unidades de 
Atención y Prevención de la Violencia Familiar (UAPVIF), se atendió a un total de 
825 hombres; 346 asistieron para obtener información y orientación, 422 por ser 
generadores de violencia y 57 por ser receptores de violencia, el rango de edad de 
los últimos osciló entre los 16 y 96 años de edad, la mayoría eran casados, cuya 
ocupación era el hogar y en otros casos eran desempleados, gran parte de ellos 
sólo con educación secundaria. La violencia que reportaron haber recibido con 
mayor frecuencia fue la psicoemocional y la mayoría manifestó que fue su cónyuge 
o concubino quien la ejerció. 
Con lo anterior podemos apreciar que existen pocas denuncias, varios 
autores concuerdan en que los hombres no evidencian el maltrato, ya sea por el 
desconocimiento de sus derechos o por el miedo a las consecuencias que esto les 
puede generar como burlas y poca valoración, a partir de esto, sabemos que es un 
fenómeno que está presente y que no se debe pasar por alto. 
6 
 
Muchas veces hemos escuchado sobre divorcio, custodias, salud, abuso 
físico, sexual o emocional, aborto o abandono y creemos que son asuntos poco 
relevantes para el hombre; sin embargo, en un estudio de Trujano, Quiroga y 
Martínez (2002) se menciona que muchos hombres han confesado sentirse 
violentados, rebajados y utilizados; se sienten agredidos por el aislamiento, que 
induce a la humillación y la discriminación de género, las desigualdades y la rigidez 
del papel que de ellos se espera en la sociedad; sin embargo, en la actualidad 
muchos de ellos manifiestan que quieren ser parte de todo, tener mismosderechos 
y oportunidades. 
Otra de las ideas que se tiene respecto a la violencia es que la mujer no 
puede herir a un hombre, por la simple diferencia de sexo, una fuerza 
desproporcionada, tamaño, carácter e incluso porque al hombre no le duelen los 
golpes que una mujer pudiera suministrar ni las palabras que se les pudiera decir; 
un estudio realizado en Lima por Flores, Vásquez y Becerra (2009) evidencia que 
tanto el hombre como la mujer están en la misma capacidad de agredirse el uno al 
otro, la evidencia clínica muestra que una vez iniciado el conflicto, y a medida que 
este se va incrementando, tanto el hombre como la mujer pueden lanzar golpes 
psicológicos intensos y muy precisos; por la necesidad de compensar la 
desigualdad física, la mujer tiende a ser más experta en sus actos de violencia 
psicológica e incluso, existe evidencia empírica en la que se advierte que la mujer 
tiene mayor probabilidad de utilizar objetos punzocortantes para agredir al varón. 
Vargas, Rodríguez y Hernández (2010) señalan que aunque no existen 
demasiados datos aun respecto al tema de la violencia que la mujer ejerce hacia el 
varón, las cifras se están llegando a igualar, por lo que deberían tomarse medidas 
para evitar que más adelante se vuelva un problema de salud pública, así como en 
su momento lo fue la violencia hacia la mujer; aunque se debe tomar en cuenta que 
existen limitantes para poder considerar la relevancia del tema, puesto que no todos 
los hombres reportan ser víctimas de violencia ya que puede “afectar su hombría” 
o el rol que tienen dentro de la sociedad (como proveedor, jefe de familia, protector, 
7 
 
autoridad, etc.) y los que lo denuncian se ven obligados a impugnar su demanda 
por las burlas o humillaciones suscitadas (Báez, Carrasco y Hernández, 2006). 
Otra de las limitantes son las llamadas falacias o farsas que se han 
encontrado en algunos estudios, donde eliminan datos y victimizan a la mujer, 
ocultando información que tendría que ser importante para entender el aumento de 
la violencia hacia los hombres, por ejemplo, en algunas investigaciones Europeas, 
sólo se entrevistó a mujeres, no observándose allí la perspectiva de los varones. 
Hasta este punto se han mencionado estudios sobre la violencia hacia el 
hombre, pero ¿qué dicen las mujeres que violentan a sus varones? 
Fontena y Gatica (recuperado en el 2013) son de los pocos autores que han 
expuesto algunas de las razones por las cuales la mujer ejerce violencia hacia el 
varón, se diferencian tres aspectos: 
• Causales atribuibles al varón: Cuando el varón presta mayor atención 
a cosas triviales como ver televisión, el fútbol, los amigos, etc. 
• Causas atribuibles a la mujer: Existe consenso en cuanto a fisonomía 
de la mujer, carácter irritable, entre otros. 
• Causas atribuibles a la pareja: Mala comunicación en la pareja, poco 
fluida, no conversar los problemas y las soluciones probables de éstos, sin 
afectividad. 
Sin embargo, aunque fueran posibles causas, debemos tener en cuenta que 
no pueden justificarla, de lo contrario la violencia del hombre hacia la mujer también 
debería ser aceptada y pasada por alto. 
Es importante tomar en cuenta los pocos datos que existen acerca de la 
violencia generada hacia el varón, incluidas también las pocas investigaciones de 
las justificaciones o motivos que dan las mujeres cuando se les pregunta el por qué 
de las agresiones hacia su pareja para así poder entender, analizar y reflexionar 
8 
 
sobre esta problemática y poder proponer una solución que beneficie a todos en 
conjunto. 
Dado el escenario anterior, tenemos como objetivo explorar, conocer y 
analizar algunos de los motivos que han venido justificando la violencia hacia el 
varón, particularmente la que surge de manos de su compañera o esposa, y a partir 
ahí dimensionar el tema a nivel psicológico y social. 
Y para alcanzar dicho objetivo, en el primer capítulo abordaremos el tema de 
la construcción social de género, donde podremos ver como cimentamos las 
diferencias entre ser hombre y mujer a través de lo biológico, lo socio-cultural y lo 
psicológico, así como los roles que ocupa cada uno; en este mismo capítulo se 
tratará el tema de la idealización de la pareja a partir de esta misma construcción, 
así como las problemáticas que derivan al idealizar una relación. 
El segundo capítulo se centrará en el tema de la violencia, en donde 
explicaremos qué es violencia, los tipos de violencia que se pueden ejercer y 
particularmente, la violencia en las relaciones de pareja. Siguiendo esta misma 
línea, en el tercer capítulo mostraremos algunos estudios realizados acerca de la 
violencia en la pareja, donde podremos casos no sólo de México, sino de países 
como Estados Unidos, Canadá, España, entre otros. 
En el capítulo cuatro, nos enfocaremos a la violencia ejercida hacia al varón 
y las estadísticas halladas, así como los aspectos legales, médicos y psicológicos 
implicados en este ejercicio. 
Finalmente en el quinto capítulo, hablaremos de “lo que dicen ellas”, se 
mostrarán algunos casos de hombres violentados, así como las justificaciones y 
motivos más comunes argumentados por las mujeres que han ejercido violencia 
hacia su pareja, los tipos de violencia más frecuentes encontrados dentro de los 
casos, además de la violencia en la red, la cual ha aumentado su frecuencia a partir 
del surgimiento de las redes sociales; y para ejemplificarlo, expondremos el caso de 
los “princesos”, una forma de violentar al género masculino, tanto por los mismos 
hombres como por las mujeres. 
9 
 
1. LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL GÉNERO. 
A lo largo de nuestra vida, nos hemos encontrado con el cuestionamiento acerca de 
si somos hombres o mujeres; sin embargo, la respuesta implica diversos elementos 
que nos hacen pertenecer a uno u otro, entre estos elementos se encuentra nuestra 
anatomía, la forma de vestir, la manera en que nos expresamos, el rol que 
ocupamos dentro de la sociedad, etcétera. Por lo tanto, como primer punto 
señalaremos la diferencia entre estos elementos que se agrupan en tres conceptos 
que sostienen una relación entre sí: sexualidad, sexo y género. 
Se entiende por sexualidad aquellas manifestaciones biológicas, psicológicas 
y sociales relacionadas con el sexo de una persona, abarcando a ésta en su 
totalidad; la cual se involucra en todas las áreas de nuestra vida y está influida por 
ella desde que nacemos: 
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define a la 
sexualidad como un “aspecto central del ser humano, presente a lo 
largo de su vida. Abarca al sexo, las identidades y los papeles de 
género, así como el erotismo, el placer, la intimidad, la 
reproducción y la orientación sexual. Se vive y se expresa a través 
de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, 
conductas, prácticas, papeles y relaciones interpersonales. La 
sexualidad puede incluir todas estas dimensiones, no obstante, no 
todas ellas se vivencian o se expresan siempre. La sexualidad está 
influida por la interacción de factores biológicos, psicológicos, 
sociales, económicos, políticos, culturales, éticos, legales, 
históricos, religiosos y espirituales.” (OMS, 2006) 
Así pues, podemos observar que la sexualidad está constituida por tres 
esferas (la biológica, la socio-cultural y la psicológica) que integran a la persona en 
su totalidad, las cuales llevan a una persona a referirse como hombre o mujer. 
10 
 
Desde el nacimiento, el sexo se establece a través de una división de los 
seres humanos según características físicas y biológicas, partiendo de los órganos 
genitales externos (pene o vagina) e internos, las gónadas (testículos u ovarios), las 
hormonas, los cromosomas (XX, XY) y las características sexuales secundarias 
(cambio en la voz, crecimiento de vello en distintas partes del cuerpo, etc.) 
(McDowell, 2000). El sexo pertenece al dominiode la biología, hace referencia a las 
diferencias físicas entre el hombre y la mujer que normalmente no podemos 
cambiar, es decir, nacemos sexuados. 
 Mientras que lo socio-cultural refiere al género (masculino o femenino), que 
describe las características socialmente construidas, es decir, los aspectos que 
están aceptados por los demás para ser catalogado como hombre o mujer; puede 
ser por la forma de vestir, hablar, los roles que cumple dentro de un círculo social, 
etcétera. Y finalmente lo psicológico, la forma de actuar y pensar, así como la 
orientación sexual, entendida como atracción erótica, emocional o amorosa hacia 
otras personas, ya sea de su mismo sexo o de sexo diferente. Por lo tanto, la 
identidad sexual es comprendida como la suma de las dimensiones biológicas y de 
conciencia de un individuo que le permiten reconocer la pertenencia a un sexo u 
otro, es decir, si es hombre o mujer independientemente de la identidad de género 
(sentirse como hombre o mujer) o su orientación sexual. 
Por otro lado la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2013), define al 
género como los conceptos sociales de las funciones, comportamientos, actividades 
y atributos que cada sociedad considera apropiados para los hombres y las mujeres; 
es decir, son el conjunto de ideas, creencias y atribuciones sociales construidas en 
cada cultura en un momento histórico determinado, tomando como base la 
apariencia externa del sexo; a partir de ello se construyen los conceptos de 
masculinidad y feminidad, los cuales determinan el comportamiento, las funciones, 
oportunidades, valoración y las relaciones entre hombres y mujeres. Estos 
conjuntos, son socioculturalmente aprendidos, las cuales se pueden modificar a 
través del tiempo de acuerdo a la cultura, el lugar y el grupo social al que pertenecen 
(Fernández, 1998; McDowell , 2000) 
11 
 
Se puede decir que el género es una categoría relacional que busca explicar 
una construcción de tipo diferencial entre los seres humanos, así pues, se atribuyen 
características “exclusivas” a uno y otro sexo en materia de lo moral, psicológico y 
afectivo, es decir, se considera a las palabras “mujer” y “hombre” como opuestos, 
como las palabras oscuro-claro, noche-día, muerte-vida. La cultura etiqueta a los 
sexos con el género y éste hace diferente la percepción de todo lo demás: lo social, 
lo político, lo religioso y lo cotidiano (Lamas, 2000). 
Varios autores han realizado investigaciones en un intento por afirmar o 
eliminar las diferencias entre hombres y mujeres. Cattell (1993), Ellis (1904) y 
Thorndike (1910) (citados en Fernández, 1998) subrayaban que existían diferencias 
en cuanto a la capacidad de las destrezas cognitivas entre los sexos: en las mujeres 
existía una inteligencia media, igualmente en las conductas sociales y en la 
personalidad. El libro de Maccoby y Jacklin (1974 citado en Fernández, 1998) La 
psicología de las diferencias sexuales, representa un hito histórico fundamental para 
la disciplina psicológica, cuyo objetivo fue hacer una revisión de numerosas 
publicaciones de las tres últimas décadas, las cuales se dedicaban a comparar el 
comportamiento de mujeres y varones en diversas actividades humanas, llegando 
a la conclusión de que eran pocas las diferencias reales entre ambos sexos. De 
múltiples ámbitos analizados, en solo cuatro aspectos se obtuvo evidencia a favor 
de la diferencia entre hombres y mujeres, tres de ellos corresponden con 
habilidades cognitivas y el cuarto con conductas agresivas: las mujeres sobresalían 
ligeramente en habilidades verbales, los hombres obtenían puntuaciones más 
elevadas en aptitud hacia las matemáticas, habilidades viso-espaciales y en 
cualquier forma de comportamiento agresivo (físico, verbal o psicológico). Con este 
libro se puso en manifiesto la acientificidad de numerosas creencias relativas a las 
diferencias sexuales, que lamentablemente persisten en la actualidad. 
Rodríguez (2006) hace una síntesis interpretativa de los resultados 
dominantes obtenidos durante estos últimos años acerca de las diferencias entre 
los sexos, y concluye que: 
12 
 
 Entre las mujeres y los varones que comparten características 
generacionales, culturales y contextuales, hay más similitudes 
comportamentales o actitudinales que diferencias. 
 
 El hallazgo de diferencias entre varones y mujeres, aunque se confirme 
empíricamente y se avale su magnitud y nivel de significación con pruebas 
estadísticas muy sofisticadas, en sí mismo nunca da razón de las posibles 
causas de las diferencias. 
 Aunque gran parte de los debates psicológicos de género siguen 
girando en torno a las diferencias y a la comparación de resultados entre 
mujeres y varones, los intereses han cambiado. Ya no se trata tanto de saber 
el nivel de diferenciación, ni siquiera en describir cualitativamente en qué 
consisten las diferencias, sino el conocer sus orígenes causales (modelos 
explicativos) y las consecuencias sociales que derivan de la creencia en las 
diferencias. Es decir, más que el cuánto, interesa el por qué y el para qué de 
las diferencias. 
Pese a lo anterior, la distinción de personas en función de su sexo, nace de 
la clasificación de los comportamientos que se consideran socialmente más 
adecuados para un grupo u otro, reflejándose esto en la educación desde la 
infancia; los seres humanos y los grupos formados por ellos, tienen como 
característica la necesidad de comparación y pertenencia entre las personas con la 
finalidad de afirmar la imagen de sí mismo o conseguir una imagen positiva respecto 
al propio grupo al que quieren pertenecer (Rodríguez, 2006). 
Las personas educadas de esta manera suelen tener tres objetivos a la hora 
de saber realizar comparaciones sociales con otras personas o con otros grupos. El 
autoconocimiento, que es la comparación con otras personas para conocerse 
adecuadamente; la autoverificación, la cual se refiere al deseo de mantener y 
consolidar la idea que se tiene de uno mismo mostrando una cierta consistencia del 
comportamiento en las distintas situaciones que se le puedan presentar, es decir, 
buscan percibirse de forma consistente con respecto a las características de 
13 
 
masculinidad y feminidad establecidas culturalmente; y la autovaloración, en donde 
las personas buscan alcanzar índices de manifestaciones de la masculinidad y la 
feminidad similares al grupo del mismo sexo, evitando las posibles recriminaciones 
por conductas que transgredan las normas sociales de género, lo que le provoca 
satisfacción consigo mismo; de este modo el proceso de culturización va creando 
una identidad de género en que la persona, mujer u hombre, incorpora en sí misma 
las demandas sociales que se hacen, junto con el hecho de sentirse mayormente 
masculino o mayormente femenina (Rodríguez, 2006). 
Así los roles de género son todas aquellas expectativas sociales creadas 
en torno al comportamiento femenino y masculino. Es decir, la forma en que se 
supone la persona debe actuar, pensar y sentir de acuerdo a las características 
otorgadas a cada uno. Estos roles se encuentran en dos vías: una sociedad que 
los construye y los asigna y un individuo que los asume, con o sin cuestionamientos. 
En caso de que se plantee un cuestionamiento, el rol asumido puede ser diferente 
al asignado, y esto puede llegar a generar un conflicto; por ejemplo, desde la postura 
que implica la sociedad patriarcal, el rol de género femenino tradicional implicaba la 
permanencia de la mujer en el hogar y su imposibilidad de acceder a la vida pública; 
en el momento en que la mujer se empezó a cuestionar esta limitación para su vida, 
empezó a liberarse de este rol y por consiguiente con el tiempo salió a trabajar y a 
buscar una vida más allá del hogar, lo cual implicó una crisis social que denotó la 
necesidad de reestructurar el rol femenino (Waldman, 1979). 
Ahora bien,los estereotipos son juicios preconcebidos acerca de cómo son 
y cómo deben comportarse las mujeres y los hombres; son hábitos, costumbres, 
rasgos físicos o psicológicos considerados apropiados (virtudes) o inapropiados 
(defectos) para uno y otro sexo, que pueden condicionar nuestra manera de pensar, 
de vivir y de prejuiciar a las demás personas. Los estereotipos sociales son 
generalizaciones sobre personas e instituciones que se derivan de su pertenencia 
en determinados grupos o categorías sociales y son inventados, alimentados y 
cambiados por una parte de la sociedad que los impone al resto. Varios de los 
estereotipos se basan en la noción de opuestos, lo que implica que cualquier 
14 
 
alejamiento de los estereotipos de un grupo supone, por definición, el acercamiento 
al otro grupo; así como que los hombres y mujeres deberían estar separados en 
una variedad de contextos. En la actualidad se considera que los estereotipos son 
plurales y multifacéticos, es decir comprenden una variedad de expectativas acerca 
de la apariencia física de las personas y de cómo actúan, piensan y sienten. La 
mayoría de los trabajos que abordan el contenido de los estereotipos de género 
coinciden en que existen dos dimensiones: 
• Una femenina caracterizada por rasgos y roles expresivo-comunales, 
asociados a expresividad, ternura y alta emocionalidad. 
• Otra masculina caracterizada por roles y rasgos instrumentales-agentes, 
asociados a racionalidad, competencia y baja emocionalidad. 
Una de las funciones de los estereotipos es reforzar el “statu quo”, es decir, 
mantener algo en equilibrio. Generalmente estos estereotipos son impuestos por los 
grupos dominantes considerados como más competentes e inteligentes que los 
subordinados, catalogados como emocionales e incompetentes justificando así el 
prejuicio (Rodríguez, 2006). 
De acuerdo a Fernández (1998) el estereotipo femenino tradicional considera 
a la mujer siempre buena, pasiva, obediente, servil, tierna, maternal, ama de casa, 
amable, comprensiva, discreta, delicada, dependiente y sin iniciativa, 
administradora de parte del dinero del hombre en el ámbito del hogar, atractiva 
físicamente, siempre joven, y con apoyo incondicional para el hombre. También con 
la afectividad, dependencia y preocupación por los demás; y el estereotipo 
masculino incluye rasgos tales como objetividad, independencia, actividad, dominio 
y competencia, que describen en conjunto a una persona que se maneja 
individualmente con eficacia; pero como se mencionó anteriormente, están en 
constante transformación, se ha generado una liberación de roles la pregunta sería 
¿Qué implicaciones ha traído todo esto? 
Barbera y Martínez, (2004), exponen un cuadro con rasgos diferenciales de 
los estereotipos masculino y femenino citando a Kite (2001) 
15 
 
 
 Rasgos Roles Caracteres físicos Destrezas cognitivas 
Estereotipo 
masculino 
Activo 
Decidido 
Competitivo 
Superioridad 
Independiente 
Persistente 
Seguro de sí 
Fortaleza psíquica 
 
Control económico 
Cabeza de la familia 
Proveedor financiero 
Líder 
Iniciativa sexual 
Gusto por el deporte 
 
Atlético 
Espalda ancha 
Corpulento 
Muscular 
Fuerza física 
Vigor físico 
Duro 
Alto 
Analítico 
Exacto 
Pensamiento abstracto 
Destreza numérica 
Capacidad para resolver 
problemas 
Razonamiento 
matemático 
Destrezas cuantitativas 
Estereotipo 
femenino 
Dedicación a otros 
Emotivo 
Amabilidad 
Consciente de los 
sentimientos 
Comprensivo 
Cálido 
educado 
Cocina habitualmente 
Hacer compras de la casa 
Se ocupa de la ropa 
Se interesa por la moda 
Fuente de soporte 
emocional 
Se ocupa de los niños 
Atiende la casa 
Belleza 
Elegancia 
Vistoso 
Gracioso 
Pequeño 
Bonito 
Sexy 
Voz suave 
Artístico 
Creativo 
Expresivo 
Imaginativo 
Intuitivo 
Perceptivo 
Tacto 
Destrezas verbales. 
Tabla 1. Rasgos diferenciales de estereotipos por género 
Encyclopedia of women and gender. Sex similarities and differences and the impact of society on 
gender (Kite, 2001, citado en Barbera & Martínez, 2004). 
Por todo lo anterior, podemos observar que las diferencias hacen referencia 
a un mito en el que los hombres no sienten, no necesitan de nada ni de nadie, se 
han vuelto una especie de héroes, ya que al parecer realizan hazañas 
extraordinarias y dignas de elogio e imitación para la cultura de su lugar y tiempo, 
para ello sacrifican o arriesgan valerosamente su vida y también en donde la 
sociedad no deja de decirles que son el sexo más privilegiado (Kipnis, 1993) y al 
contrario a las mujeres se les ve como un grupo vulnerable al que se le tiene que 
ayudar. 
Desde que nacemos se crea una distinción, una alegría o una desgracia, de 
ser mujer o hombre, basada en creencias populares, de acuerdo a estereotipos que 
16 
 
vienen instaurados desde un tiempo pasado y que están vigentes gracias a 
instituciones, personas o medios de comunicación que limitan nuestro paso por la 
vida haciéndonos enfrentar a “no puedes hacer esto”, “no debes hacer lo otro”, “eres 
una señorita y las señoritas no hacen esto”, “eres un hombre y los hombres no”, 
escuchando el “No” por todos lados. 
Con las investigaciones se comprueba que no somos iguales hombres y 
mujeres pero tampoco somos tan diferentes, tenemos la capacidad para realizar las 
cosas. En nuestra sociedad aun es “mal visto” que las mujeres adquieran un puesto 
con mayor remuneración ante un hombre o que un hombre llore, ¿qué es lo que 
hace que un sexo sea “el mejor”? ¿Quién tiene el derecho de categorizar algo como 
mejor y peor?, puede que solo sea una justificación dado que también hasta cierto 
punto se necesita tener un equilibrio, pero no todo debe de ser blanco y negro, no 
todo debe de ser “está bien que la mujer llore pero el hombre no” “está bien que el 
hombre sea el que trabaje y la mujer se quede casa atendiendo a los hijos”, cuando 
para cada individuo puede haber circunstancias diferentes que lo hagan salirse de 
lo “normalmente establecido” o de los estereotipos y que los obliguen a tomar roles 
diferentes en la sociedad en la que vivimos. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
17 
 
1.1 La idealización de la pareja 
Otra de las diferencias relevantes en los estudios que abordan el género como 
motivo de análisis es el comportamiento en las relaciones íntimas. En este escenario 
se ha tenido la idea de que las mujeres tienen mayor capacidad y motivación hacia 
el establecimiento de relaciones de alta intimidad y de largo plazo, mientras que los 
hombres parecen expresar un cierto desinterés o incompetencia en dicha 
dimensión. Al mismo tiempo los varones apenas hablan de sus cosas personales y 
de sus problemas; mientras que las mujeres hablan de sus aspectos íntimos de una 
manera muy natural y sencilla, incluso les resulta deseable y necesario. Los 
varones, por su parte, al parecer descifran peor las emociones de las personas con 
quienes se relacionan y las mujeres en contraste se supone que poseen un cierto 
“instinto” para descubrir lo que le ocurre a un ser próximo. 
Prager (2000) citado en Barbera y Martínez (2004), menciona dos 
componentes muy importantes para cualquier relación íntima, que son el 
comportamiento no verbal y el comportamiento verbal, y los definen como: 
a) Comportamiento no verbal.- se refiere a la proximidad física, la sonrisa, 
mantener la mirada, mover la cabeza al escuchar, acariciar o tocar ciertas 
partes del cuerpo, etcétera. Estos comportamientos son de gran 
importancia debido a su carácter relativamente involuntario y sincero, ya 
que es más difícil mentir con los gestos que con las palabras; estas 
conductas, en definitiva, son un eficaz instrumento para la expresión 
emocional. 
 
b) Comportamiento verbal.- tiene que ver con la revelación de la información 
en general, pero especialmente la privada y muy personal. La 
comunicación es el elemento básico de la interaccióníntima. Igualmente, 
el acto de escuchar y responder, es tan relevante como el de abrirse al 
otro, es decir, el poder establecer y mantener relaciones recíprocas. 
18 
 
En cuanto a la expresión no verbal, en algunos estudios se ha observado que 
las mujeres sonríen más que los hombres, particularmente cuando discuten temas 
divertidos. De igual forma, las mujeres tienden a reflejar sus emociones en 
expresiones faciales más fácilmente descifrables que los varones. Asimismo se ha 
encontrado que las mujeres abrazan y acarician más a sus amigas y amigos que 
los varones. De esta manera, en general, los estudios concluyen que la expresión 
emocional en las mujeres a través de la mirada, cara, cuerpo y su forma de moverse 
es mayor que los varones. (Cross & Madson, 1997, citados en Barbera & Martínez, 
2004). 
Los estudios también parecen mostrar que los varones comunican menos 
sus estados de ánimo y sus sentimientos dentro de una relación personal íntima, 
especialmente si se trata de aspectos considerados negativos, como puede ser la 
tristeza o el rechazo. 
Los psicólogos reconocen que los roles de género masculino restrictivos, es 
decir, que se le limite únicamente a ser autoridad y proveedor del hogar, pueden 
contribuir al malestar psicológico de los hombres, entendido como una incapacidad 
para expresar emociones y sentimientos. En las última décadas, muchos hombres 
educados bajo una tradición patriarcal, están experimentando lo que se ha 
denominado “conflicto de rol de género masculino”, el cual se define como el 
conjunto de conflictos intrapersonales e interpersonales derivados de las 
expectativas incumplidas con relación al papel que como varón que se supone se 
ha de desempeñar en la vida, tanto en el ámbito laboral como el familiar, 
dividiéndolo en cuatro dimensiones (Barbera & Martínez, 2004): 
a) Éxito, poder y competición. 
b) Restricción emocional. 
c) Comportamiento afectivo restrictivo entre varones. 
d) Conflicto entre vida laboral, familiar y sentimental. 
Las cuatro dimensiones mencionadas guardan, de acuerdo a los autores 
estrecha relación con el ámbito de las relaciones de intimidad y de las relaciones 
19 
 
personales. En cuanto a la vida emocional, se ha considerado como propio del rol 
del género masculino tradicional el inhibir la expresión de las emociones, salvo el 
deseo sexual y la agresividad. Es así que en este proceso de análisis se ha 
relacionado el conflicto de rol del género con distintas variables psicológicas 
vinculadas a la calidad de vida y al bienestar. Por ejemplo, de acuerdo con Barbera 
y Martínez (2004) se ha observado que correlaciona negativamente con autoestima 
y positivamente con expresiones que incluyen la depresión, la ansiedad, el 
alcoholismo y el consumo de sustancias adictivas. Igualmente, el conflicto de rol del 
género se ha asociado con problemas para establecer relaciones personales 
íntimas, de amistad y especialmente de pareja. 
En este contexto es posible entonces que se generen los conflictos en una 
relación amorosa, puesto que hablamos del encuentro de dos seres que se buscan, 
que son imperfectos y que posiblemente se sientan insatisfechos, pero que esperan 
hacer realidad su potencial despliegue personal en y por medio de una relación con 
el otro, así como abrirse camino hacia nuevos desarrollos como pareja. En primer 
lugar, los miembros de la pareja suelen luchar para ampliar la capacidad mutua de 
reacción, en donde exista una correspondencia de estas disposiciones; sin 
embargo, en un segundo lugar, quizás caerán en una rivalidad por el predominio de 
la influencia y los méritos propios (Willi, 2004). De las preguntas que surgen se 
incluyen ¿cómo esperamos que se entiendan dos seres humanos en una relación 
de pareja por completo, si hemos visto que hay muchas diferencias en cuando al 
comportamiento? ¿Cómo se logran comunicar, cuando su manera de expresarse 
es tan diferente? 
Y es que el amor es un concepto con el que es fácil asociar un romanticismo 
y un idealismo moral exaltado. El idealismo alemán alabó al amor como creador de 
la unidad suprema del individuo entre sujeto y objeto. El amor induce al sujeto a 
abrirse, a dejar su autoreferencia y convierte al objeto en el dominante (Willi, 2004). 
Factores como la educación, la religión y más contemporáneo como las redes 
sociales continúan promoviendo las relaciones idealizadas del amor romántico. 
20 
 
A diferencia de las relaciones comerciales y laborales, las relaciones 
amorosas apuntan al ámbito más personal e íntimo del crecimiento humano. 
Queremos tener a alguien que nos comprenda y responda positivamente en 
nuestras posibilidades más íntimas, a quien podamos mostrarnos con nuestras 
angustias y debilidades sin sentirnos avergonzados, con quien podamos sentirnos 
seguros y protegidos sin tener miedo ni de entregarnos ni de que abuse de nuestros 
sentimientos. Necesitamos a alguien que nos proteja y cuide cuando las cosas 
vayan mal, que nos defienda cuando fracasemos y esté orgulloso de nosotros 
cuando tengamos éxito. También queremos a alguien que nos estimule de una 
forma crítica y constructiva a cambiar y que nos ayude a ver nuestros errores y 
actitudes equivocadas. Queremos encontrar el camino juntos, superar juntos los 
obstáculos y dificultades, encarar juntos los altibajos de la vida. Queremos tener en 
nuestra pareja a alguien que no le sea indiferente cómo vamos vestidos, que nos 
advierta si la ropa está sucia o huele mal, que se dé cuenta si estamos tristes o 
parecemos cansados. 
En el ámbito íntimo del desenvolvimiento y el crecimiento personales, una 
persona depende en gran medida de la respuesta dada por la pareja, y 
especialmente de la respuesta dada en el amor. Por decirlo así, esperamos que la 
pareja ofrezca el espacio y el refugio en el que la persona pueda desplegar sus 
habilidades más íntimas, o por lo menos, es lo que idealmente se espera de la 
relación. 
Según Willi (2004), en una relación amorosa, el hombre desea que la mujer 
le haga actuar como hombre, quiere ser desafiado en su potencial masculino, quiere 
ser respetado, admirado y utilizado en su masculinidad. Y, del mismo modo, la mujer 
quiere ser solicitada y reafirmada en su feminidad, quiere sentir que el hombre le 
abre un espacio para el despliegue de su potencial personal y que le impulse 
positivamente en su desarrollo. En la pareja nunca se ofrecerá solo como alguien 
que responde como valencia, más bien, cada uno intentará la realización de su 
potencial en el amor y, al hacerlo, esperará una respuesta positiva del otro, un 
estímulo alentador, una crítica constructiva y apoyo comprometido. 
21 
 
Sin embargo, es posible que llegue un momento, en el que la relación deje 
de parecer tan perfecta como en un principio. Muchos lo expresan como “no es lo 
que imaginaba”, haciendo reproches y reclamos por algo que pensaban que era y 
no es. Hacerse reproches mutuamente puede significar no aceptar a la pareja tal y 
como es, una conducta que, según la opinión de algunos autores (Babera & 
Martínez, 2004; Willi, 2004) es incompatible con el amor “verdadero”. Desde este 
punto de vista, depositar expectativas en el otro y hacerle reproches significa 
hacerse una imagen de él y obligarlo a que se ajuste a esta imagen, lo cual 
obviamente se opone al reconocimiento mutuo incondicional que se exigía. Se 
supone que en las relaciones amorosas, el otro quiere agradarnos, quiere no 
desilusionarnos, quiere responder a las expectativas que se han puesto en él, de 
manera que la imagen proyectada en él se pueda convertir en su propio ideal. Los 
miembros de la pareja, desean demostrarse mutuamente algo importante y 
acertado; con frecuencia es cierto que el hombre no quiere reconocer sus 
equivocaciones, que no se implica en la relación y que no se compromete lo 
suficiente; pero, con la misma frecuencia es acertado que la mujer quiere reeducaral hombre, quiere decidir por él y controlarlo o que quiere compartir ciertas 
responsabilidades mientras él siga sus disposiciones (Willi, 2004). 
Pero, ¿qué pasa cuando la imagen ideal que tenemos de la persona amada 
no se ajusta a lo que es en la cotidianidad? ¿Cuándo los reclamos se dan por 
esperar algo del otro, que ni siquiera nosotros sabemos si podríamos dar? ¿Cómo 
es posible la unión de dos mundos diferentes, completamente opuestos, 
basándonos en una perspectiva de género? ¿Es acaso que el fracaso de la 
idealización que tenemos de la pareja, puede dar pauta a volvernos violentos con él 
o ella? Qué difícil y extraño parece ser relacionar la trama del amor con la violencia, 
puesto que se supondría que si amas a una persona no la lastimarías de modo 
alguno; sin embargo, en la actualidad ya no es un tabú que existe violencia en las 
relaciones “amorosas”, justificadas en su mayoría, por un acto para reprender y 
retener a la pareja así como un acto desesperado por anular las diferencias y no 
terminar con la relación, aunque este último suene contradictorio. 
22 
 
Si en este momento le preguntáramos a las parejas sí su relación es violenta, 
la mayoría responderían que no, puesto que no se presentan golpes o insultos que 
agraven las situaciones; y esto podría ser uno de los problemas mayores, ya que 
solemos relacionar la violencia sólo con actos físicos, sin embargo, hay muchos 
tipos de violencia, muchos que pueden estar generando control y sometimiento 
sobre el otro que no logremos identificar a simple vista o consideremos “normal” en 
una relación; para ello será necesario abarcar el concepto de violencia, sus tipos y 
cómo se presenta actualmente en las parejas. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
23 
 
2. VIOLENCIA 
Como se mencionó en el capítulo anterior, varios autores señalan que las relaciones 
de pareja son la “experiencia más gratificante” en la que se involucra el ser humano 
(Maureira, 2011); estas y el sentimiento llamado “amor” han sido inspiración en 
varias muestras de arte (pintura, música, escultura, etcétera) existiendo frases e 
imágenes desde tiempos muy arcaicos. Pero ¿qué pasa cuando dentro de la 
relación en algunas parejas, se idealiza de tal forma al otro que estos hombres y 
mujeres locamente enamorados hacen del otro su martirio, su protector y su 
salvador o su Dios, y son víctimas de amores enfermizos, en donde al no haber 
lugar para dos se someten a una constante guerra con tal de sostener un ideal? 
“Amar es dar lo que no se tiene a alguien que no es”; como lo comentamos 
en el capítulo pasado, idealizar al otro puede provocar dentro de las relaciones de 
pareja discusiones que conduzcan a la violencia. 
 ¿Qué es la violencia? Se trata de una palabra que ha terminado por formar 
parte de nuestra cotidianidad, la cual es tan antigua como el mundo, y sin embargo, 
no por cotidiana y antigua resulta menos preocupante. Parece estar presente en los 
más disimulados espacios que conforman nuestra vida diaria, tanto en los públicos 
como en los privados: en las relaciones entre las naciones, en las relaciones 
laborales y en lo familiar, entre otros ámbitos. 
Más que un concepto, la violencia es un término utilizado para designar 
comportamientos, situaciones, efectos de comportamientos y sensaciones que se 
viven, y en ese sentido es una noción plena de significados variables. Es decir, la 
violencia, aun cuando se conceptúe, es antes que nada una palabra frente a la cual 
no podemos permanecer neutrales. 
Así pues, esta palabra (violencia), expresa diferentes acciones, en diferentes 
espacios, con diferentes actores, y adquiere nuevas significaciones en distintos 
tiempos históricos (Hernández, 2002). 
 
24 
 
2.1 Definiciones 
Podemos observar que la palabra es sumamente compleja y depende de múltiples 
factores; además de que suele confundirse con otros términos, agresividad, 
agresión y violencia son conceptos relacionados que con frecuencia utilizamos 
como sinónimos aunque no sean iguales. 
El Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES, 2013) menciona que la 
agresión se puede manifestar en un comportamiento de defensa o escape, 
justificándolo como una conducta de sobrevivencia, la cual no es intencional y puede 
o no causar daño. Constituye un acto o forma de conducta “puntual”, reactiva y 
efectiva frente a situaciones concretas, de manera más o menos adaptada; ahora 
bien, el concepto de agresividad consiste en la actitud o inclinación de una persona 
o un grupo de personas a realizar actos violentos, es decir, la agresividad es una 
capacidad que tienen la mayoría de las personas, pero que puede utilizarse o no, 
puesto que sólo es una capacidad (Allport, 1953, Van Rillaer, 1978, Berkowitz, 1996, 
en Muñóz, 2000). Para algunos autores usarla en forma positiva ayuda a enfrentar 
situaciones de riesgo o buscar soluciones pacíficas a los conflictos. 
Otra diferencia es que habitualmente, los términos agresión o agresividad 
suelen emplearse para etiquetar comportamientos “animales”, mientras que el 
concepto de violencia suele reservarse para describir acciones “humanas”; esto es 
debido a que los etólogos han detectado agresiones en toda la escala animal, no 
así en la violencia, que es casi exclusiva del ser humano. 
Ahora bien, el término violencia se suele emplear para referirse a conductas 
agresivas que se encuentran más allá de lo “natural”, caracterizadas por su ímpetu, 
intensidad, destrucción, perversión o malignidad, mucho mayores que las 
observadas en un acto meramente agresivo, así como por su aparente carencia de 
justificación, su tendencia meramente ofensiva, contra el derecho y la integridad de 
un ser humano, ya que suele conllevar la ausencia de aprobación social, e incluso 
su legalidad, al ser a menudo sancionada por las leyes (Carrasco & González, 
2006). 
25 
 
Así pues, la violencia es cualquier tipo de interacción que provoque daño, 
incomodidad o sometimiento a otro. Sin embargo, esta no se reduce únicamente a 
agresiones físicas, que suelen ser las más conocidas, sino que comprende toda una 
gama de actos que no necesariamente se reducen a golpes o malas palabras. 
Entonces, ¿por qué preocuparse por un tema que, como se mencionó, es tan 
antiguo como la humanidad? Trujano (2008) menciona que es preocupante dado a 
sus altos niveles de ocurrencia en la actualidad: la Organización Mundial de la Salud 
en su Informe Mundial sobre la Violencia y la Salud (2002), menciona que cada año, 
más de 1,6 millones de personas en todo el mundo pierden la vida violentamente. 
Por cada persona que muere por causas violentas, muchas más resultan heridas y 
sufren una diversidad de secuelas, desde problemas físicos hasta problemas de 
índole psicológica. 
Según este informe, la violencia es una de las principales causas de muerte 
en la población de edad comprendida entre los 15 y los 44 años, y la responsable 
del 14% de las defunciones en la población masculina y del 7% en la femenina 
aproximadamente en el mundo. 
La violencia está presente en todos los ámbitos y con distintas personas, a 
veces independientemente del parentesco que tengan con nosotros. En la escuela, 
el trabajo, las calles, los medios de comunicación y aun con más frecuencia dentro 
de nuestra familia. 
En México, según datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e 
Informática (Cruz, 2006), el 30.4% de los hogares de nuestro país sufre alguna 
forma de violencia familiar y de éstos, en 72.2% la violencia es cíclica. 
En este contexto, el término violencia familiar, alude a todas las formas de 
abuso que tienen lugar en las relaciones entre miembros de la familia, la relación 
de abuso es aquella en la que una de las partes ocasiona un daño físico y/o 
psicológico a otro miembro, ya sea por acción o por omisión (Anconetani, 2000). 
26 
 
La violencia familiar se produce, por lo tanto, de forma sistemáticaa lo largo 
del tiempo por maltrato de uno de los integrantes de la familia hacia otros miembros 
que cree más débiles, no solo en función al género, sino que incluyen también a 
niños y niñas, personas ancianas y/o a personas de ambos sexos con 
discapacidades. 
 La relación de abuso debe ser crónica, permanente y periódica para ser 
considerada violenta, ya que si es de menos intensidad y no es periódica es 
considerada como un conflicto familiar en el cual existen discusiones, peleas y 
controversias que, en general, no conducen a comportamientos violentos. 
Es difícil conocer con exactitud la incidencia de la violencia doméstica, ya que 
frecuentemente las personas no la denuncian y suele ocurrir dentro del hogar; por 
lo cual no existe una víctima típica, presentándose entre personas de todas las 
edades y de todos los niveles de ingresos económicos y de educación. 
La violencia puede estar dirigida a distintos integrantes de la familia, siempre 
teniendo un receptor de violencia quien es, como su nombre lo indica, quien recibe, 
o al que se le provoca de cualquier forma, alguna o varias de las acciones u 
omisiones de violencia intrafamiliar, por parte de persona con la que tengan algún 
vínculo familiar; y también se tiene a un generador de violencia, quien es la que 
realiza los actos u omisiones que provoquen situaciones de violencia intrafamiliar 
hacia otro. 
De igual manera es necesario diferenciar los tipos de violencia que existen 
según distintas clasificaciones para así comprender mejor este tema y poder 
entender la importancia de abordar el tema de la violencia hacia el varón. 
 
 
 
 
27 
 
2.2 Tipos de violencia 
La clasificación que hace la OMS en su Informe Mundial sobre la Violencia y la 
Salud (2002), divide la violencia en tres categorías generales, según las 
características de las personas que cometen el acto de violencia: 
– la violencia autoinfligida 
– la violencia interpersonal 
– la violencia colectiva 
A su vez, divide a estas tres en subcategorías para hacer notar tipos de 
violencia más específicos: 
La violencia dirigida contra uno mismo (autoinfligida) comprende los 
comportamientos suicidas y las autolesiones, como la automutilación. 
La violencia interpersonal se divide en dos subcategorías, violencia 
intrafamiliar o de pareja: en la mayor parte de los casos se produce entre miembros 
de la familia o compañeros sentimentales, y suele acontecer en el hogar, aunque 
no exclusivamente; y violencia comunitaria: se produce entre individuos no 
relacionados entre sí y que pueden conocerse o no; acontece generalmente fuera 
del hogar, se incluyen la violencia juvenil, los actos violentos azarosos, las 
violaciones y las agresiones sexuales por parte de extraños, y la violencia en 
establecimientos como escuelas, lugares de trabajo, prisiones y residencias de 
ancianos. 
La violencia colectiva es el uso instrumental de la violencia por personas que 
se identifican a sí mismas como miembros de un grupo frente a otro con el fin de 
lograr objetivos políticos, económicos o sociales. Adopta diversas formas: conflicto 
armado dentro de los Estados o entre ellos; genocidio, represión y otras violaciones 
de los derechos humanos; terrorismo; crimen organizado. 
Esta clasificación tiene también en cuenta la naturaleza de los actos 
violentos, en donde la OMS señala que pueden ser de tres tipos físicos, sexuales o 
28 
 
psíquicos, o basados en las privaciones o el abandono, así como la importancia del 
entorno en el que se producen, la relación entre el agresor y la víctima y, en el caso 
de la violencia colectiva, sus posibles motivos. 
Así pues varios autores señalan que la violencia no se reduce únicamente a 
agresiones físicas, que suelen ser las más conocidas, sino que comprende toda una 
gama de actos que no necesariamente se reducen a golpes o malas palabras. 
Trujano, Martínez y Benítez (2002), nos señalan distintas modalidades de 
los actos violentos, de acuerdo al término que utiliza la OMS, que podemos observar 
en las relaciones de pareja como: 
 Física.- Es cualquier acto que inflige daño no accidental, usando la 
fuerza física o algún tipo de arma u objeto que pueda provocar o no 
lesiones ya sean internas, externas, o ambas. Lesiones, golpes, uso 
de armas, ahogamiento, estrangulamiento, quemaduras, etcétera. 
 Sexual.- Es cualquier acto que degrada o daña el cuerpo y/o la 
sexualidad de la víctima y que por tanto atenta contra su libertad, 
dignidad e integridad física. Conductas, actos u omisiones tendientes 
a generar menoscabo en la sexualidad. 
 Psicológica.- Son Insultos, gestos, hechos que produzcan vergüenza 
o miedo, burlas, ridiculizaciones, humillaciones, amenazas o retiro de 
afecto, etcétera. 
 Económica.- Es toda acción u omisión del agresor que afecta la 
supervivencia económica de la víctima. Se manifiesta a través de 
limitaciones encaminadas a controlar el ingreso de sus percepciones 
económicas, así como la percepción de un salario menor por igual 
trabajo, dentro de un mismo centro laboral. Excluir a la pareja de toma 
de decisiones financieras, controlar gastos e ingresos, limitarla 
económicamente, etcétera. 
 Objetal.- Destruir pertenencias personales de la pareja, espiar sus 
cosas u objetos privados. 
29 
 
 Social.- Ejercer vigilancia y restricción en el desarrollo de la persona, 
limitándola socialmente. 
Entre otros tipos de violencia se encuentra la estructural, que alude a las 
diferencias y relaciones de poder que generan y legitiman la desigualdad; la 
espiritual, que sugiere la destrucción de las creencias culturales o religiosas de la 
víctima u obligarla a que renuncie a sus creencias personales para aceptar otras. 
Sin embargo, se prefiere considerar estos tipos de maltrato como subcategorías del 
maltrato psicológico, puesto que atentan contra la integridad emocional de la víctima 
en un proceso continuo y sistemático a fin de producir en ella intimidación, 
desvalorización y sentimientos de culpa o sufrimiento (Blázquez, Moreno & García, 
2010). 
 
Ahora bien, retomando el tema de la violencia intrafamiliar y abarcando las 
definiciones que se dan para los distintos tipos de violencia ejercida entre los 
diferentes miembros de las familias, encontramos en común que la violencia es 
cualquier acción u omisión no accidental, sino intencional que provoque un daño; 
en el caso de los menores de edad por parte de sus padres, custodios, tutores, 
acogedores o, en general, toda forma de cuidadores; se considera violencia hacia 
el adulto mayor cuando la persona tenga la edad igual o mayor a 60 años por parte 
de sus descendientes o de otros miembros de la familia. 
Aun así la violencia puede ejercerse hacia cualquier persona, en este caso a 
cualquier miembro de la familia, entonces ¿qué es la violencia en la pareja? 
 
2.3 Violencia en la pareja 
Se puede definir a la violencia de pareja como un ejercicio de poder, en el cual, a 
través de acciones u omisiones, se daña o controla contra su voluntad a aquella 
persona con la que se tiene un vínculo íntimo, ya sea de noviazgo (relación amorosa 
mantenida entre dos personas con o sin intención de casarse y sin convivir), 
30 
 
matrimonio (relación de convivencia y mutuo apoyo entre dos personas legalmente 
instituida y que suele implicar un vínculo amoroso) o cohabitación (relación amorosa 
entre dos personas que conviven con o sin intención de casarse y que puede tener 
un reconocimiento legal distinto al matrimonio) (Moral & López, 2012 en López, 
Moral, Díaz –Loving & Cienfuegos, 2013). 
Este tipo de violencia es difícil que se haga visible entre terceros, sin 
embargo, puede causar daños graves a los sujetos pasivos de la misma. De hecho, 
Lenore Walker en 1970, citado por Flores, Vásquez y Becerra (2009), señala que la 
violencia cumple un ciclo compuesto de tres fases: 
• Fase de “acumulación de tensión”: Donde se produceuna sucesión de 
pequeños episodios que lleva a roces permanentes entre los miembros de la pareja, 
con un incremento constante de la hostilidad y la ansiedad. 
• Fase de “episodio agudo”: Aquí, la tensión que se había venido acumulando 
da lugar a una explosión de violencia, que puede variar en gravedad, incluyendo 
desde un empujón hasta el homicidio. 
• Fase de “luna de miel”: En esta etapa se produce el arrepentimiento, a veces 
instantáneo por parte de el/la agresor(a). Es el momento de las disculpas y las 
promesas de que nunca más volverá a repetirse. 
 
Ahora bien, ¿qué hace que algunas personas ejerzan violencia sobre otras? 
Existen distintas teorías que a lo largo de la historia varios autores han tratado de 
responder entre ellos, el pertenecer a una cultura patriarcal en la que el hombre 
cuenta con un estatus superior al de la mujer y ejerce la violencia como medio de 
control (Johnson, 2008, en López, Moral, Díaz –Loving & Cienfuegos, 2013); la 
violencia en la familia de origen, actuando los progenitores como modelos de 
conducta (Delgado, 2005 en López et al., 2013); estilos pasivos de afrontar las 
dificultades de pareja, los cuales perpetúan y agudizan las mismas (Moral, López, 
Díaz-Loving & Cienfuegos, 2011 en López y et al., 2013); echar la culpa al otro, lo 
que genera hostilidad o resentimiento; y desajuste diádico sin capacidad de 
negociación, lo que agudiza los conflictos, el papel de las creencias previas y los 
31 
 
sistemas de significados que las personas construyen en torno a su vida, por 
ejemplo, creer que la violencia es natural. 
 
Otras variables que se ha demostrado tienen las personas que ejercen 
violencia son baja autoestima, falta de habilidades para expresarse, ausencia de 
control sobre las emociones y el estado de ánimo; se ha demostrado también que 
estas personas pueden tener dependencia al alcohol, tienden a tensarse con temas 
relacionados al ámbito laboral y a lo económico; pero lo más correcto y acertado es 
decir que “la violencia es el resultado de la combinación de diversos agentes, más 
que de alguno que opera individualmente” (Trujano, 2008), por lo que se demuestra 
que no se puede decir que el agresor ejerce la violencia por solo uno de los puntos 
que se mencionó con anterioridad o que todos cumplen con las variables antes 
descritas, así como tampoco se puede decir que todas las víctimas son iguales. 
Abordemos el tema de las víctimas, ¿por qué siguen en una relación en 
donde son receptoras de violencia? Para este punto también se han elaborado 
diversas teorías en las que intervienen distintas variables tanto sociales como 
psicológicas. Así pues esta pregunta no tiene solo una respuesta sino que podemos 
decir que es la “falta de información, la adhesión a los valores tradicionales de 
género, la evitación del juicio social por ruptura o divorcio, la importancia de la figura 
paterna (o materna), el resguardo de la unión familiar, la dependencia emocional 
y/o económica, el temor a las represalias, la ‘necesidad’ del compañero, el amor 
idealizado, el aislamiento y, en general, situaciones en donde se observan escasos 
o nulos recursos personales, familiares, sociales, económicos o legales.” (Vargas, 
Pozos & López, 2008). 
Ahora bien, ¿cómo se construyó el mito de que la mujer es siempre víctima 
y el hombre el victimario, la mujer la receptora de la violencia y el hombre el 
generador de violencia?, ¿por qué socialmente se acepta atribuir adjetivos positivos 
o negativos dentro del tema de la violencia a la mujer o al hombre solo por su 
condición biológica o anatómica? 
32 
 
El tema de la violencia en la pareja es extenso y a la vez engañoso, ya que 
como lo veremos en el capítulo siguiente; usualmente solo se escuchan las “voces” 
de uno de los dos protagonistas en este tema, aunque ya existen autores que han 
empezado a considerar ambas partes sin juicios preconcebidos, subrayando el 
hecho de que la violencia es violencia y no es justificable provenga de quien 
provenga. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
33 
 
3. ESTUDIOS SOBRE LA VIOLENCIA EN LA PAREJA. 
Como se señaló en el capítulo anterior, al centrarnos estrictamente en la violencia 
de pareja, de inmediato asociamos que la mujer es la víctima y el hombre es quien 
ejerce dicho abuso; por lo mismo, la mayor parte de los estudios, entrevistas, 
programas, etcétera, están enfocados a lo que la mujer argumenta respecto a su 
relación de pareja, y la perspectiva de los hombres pocas veces es tomada en 
cuenta. Sin embargo, este capítulo pretende mostrar estudios en donde se puede 
observar que la violencia también puede ser bidireccional y no exclusivamente 
unidireccional, como se ha planteado tradicionalmente ya que el ciclo de la violencia 
cuenta con dos participantes que ejercen y son víctimas de violencia, por lo que 
sostenemos que es un problema relacional. 
Ávila, Hidalgo, Ramírez, Rojas y Valdez (2007) llevaron a cabo una encuesta 
nacional en el Centro Nacional de Equidad de Género y Salud Reproductiva y el 
Instituto Nacional de Salud Pública, cuyo objetivo general fue identificar las 
características de la violencia ejercida y recibida por mujeres y hombres durante el 
noviazgo. La información se levantó entre noviembre del 2005 a enero del 2006, 
para la selección de los participantes se hizo un diseño muestral de tipo 
probabilístico, polietápico, estratificado y por conglomerados. Inicialmente se 
seleccionaron comunidades de Oportunidades, a través de un listado de las urbanas 
y semiurbanas identificadas a través de la Encuesta de Evaluación de los Hogares 
Urbanos 2003 (ENCELURB 2003). En cada una de las comunidades seleccionadas 
se elaboró un marco muestral para la selección de viviendas; en cada vivienda, 
mediante un muestreo aleatorio simple, se seleccionó un adolescente de entre 12 y 
17 años de edad 
 
La muestra estuvo conformada por 6 008 adolescentes, a quienes se les 
aplicó un cuestionario que contenía las variables de interés para el estudio. La 
información se obtuvo a través de un cuestionario que constaba de nueve secciones 
que investigan las condiciones de salud física y mental de los y de las adolescentes. 
Una sección se enfocó en la exploración de diferentes tipos de violencia, en 
particular la que se ejerce o recibe en las relaciones de noviazgo. 
34 
 
 
Las variables estudiadas fueron: 
 
• Sociodemográficas: edad, sexo, asistencia a la escuela, estado civil. 
• Estilos de vida: consumo de alcohol y consumo de tabaco. 
• Historia de noviazgo: si ha tenido pareja sexual, tipo de relación establecida 
(formal, informal, “ligue”, “free o amigo cariñoso”), historia de violencia. 
• Percepción: se exploró su percepción sobre la frecuencia con la que ocurre la 
violencia durante el noviazgo y sobre los roles de género en éste. 
 
Dentro de los resultados, el 83.4% reportó haber asistido a la escuela durante 
el ciclo 2004-2005; asimismo, 97.7% mencionó ser soltero y tan sólo 2% se 
encontraba casado o vivía en unión libre al momento de la entrevista. El 20.5% 
informó haber fumado al menos un cigarro en su vida y 13.9%, haber consumido 
alguna bebida que contiene alcohol. Del total de quienes participaron en el estudio, 
42.9% manifestó que sí había tenido novio o novia, pareja o ligue alguna vez en su 
vida 
La exploración de la violencia se llevó a cabo a través de dos estrategias, la 
primera fue a través de pregunta directa y la segunda a través de la aplicación de 
una escala de violencia en cada adolescente, independientemente de que 
reconocieran o no haber experimentado algún tipo de violencia por parte de su 
novia, novio o pareja. 
 
Respecto a la violencia en el noviazgo, cerca de 4.0% de adolescentes 
reconoció haber estado involucrado en actos violentos con sus respectivas parejas 
alguna vez en la vida, ya sea como receptor o receptora o perpetrador o 
perpetradora.Asimismo, se observaron diferencias en el porcentaje de acuerdo con 
el sexo, por ejemplo, 4.1% de las adolescentes reportó que había tenido una 
relación violenta, mientras que 3.5% de los hombres así lo consideró. Por otro lado, 
5.4% de las adolescentes reconoció que ha ejercido algún tipo de maltrato hacia su 
novio o pareja. 
35 
 
Para los hombres, la violencia psicológica de que son objeto muestra 
variantes de la frecuencia entre 2.5% (golpear la pared o romper objetos) y 49.3% 
(celos o sospecha de amistades). En el grupo de mujeres se repiten las mismas 
conductas y su frecuencia es de 4.2% y 50.7%, respectivamente. Hay acciones que 
afectan relativamente con mayor frecuencia a los hombres como: insultos, 
señalamientos a su apariencia, que están asociadas a la autoestima de la persona. 
Para el caso de las mujeres son hacer sentir miedo y golpear la pared y romper 
objetos, acciones asociadas a la intimidación. Hay otras en las que prácticamente 
no hay diferencias en la frecuencia entre hombres y mujeres: condiciones para salir 
y celos, esta última relacionada con la socialización y la primera con la libertad de 
movimiento. 
 
A diferencia de la violencia psicológica en la cual la predominancia de su 
ejercicio afecta más a hombres en algunos rubros y en otros a mujeres, la violencia 
física en todos los rubros es más alta en hombres. Por su parte, la violencia sexual 
tiene un comportamiento parecido tanto en hombres como en mujeres, no obstante, 
son las mujeres quienes reportan con más frecuencia ser más objeto de estas 
conductas. Esto es, desde la adolescencia, una proporción de la población exige y 
presiona a la pareja para tener sexo. Lo interesante es que ambos sexos están 
inmersos en esta dinámica. En otras palabras, los datos indican que no es privativo 
de hombres. 
 
Por otro lado el INMUJERES y el INEGI promovieron y financiaron la 
Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares , la 
información que capta la ENDIREH (2006) corresponde a mujeres de 15 años y más 
edad, solteras, casadas o unidas y alguna vez unidas. Los datos de mujeres solteras 
de 15 a 24 años que al momento de la entrevista tenían o hubieran tenido una 
relación de pareja, señalan: 
El tipo de violencia predominante entre las jóvenes solteras de 15 a 24 años 
es la emocional, que afecta a 23.1% de ellas; las prevalencias de violencia física, 
sexual y económica son 4.6%, 3.1% y 0.7%, respectivamente. 
36 
 
 
En 2007, el Instituto Mexicano de la Juventud realizó la Encuesta Nacional 
sobre Violencia en el Noviazgo (ENVINOV 2007) dirigida a jóvenes de entre 15 y 24 
años de edad, que en el momento de la entrevista mantenían una relación de 
noviazgo sin convivir con su pareja, o que la habían tenido en los últimos 12 meses. 
De esta encuesta se desprenden los siguientes datos: 
 
 6.8% de las y los jóvenes reporta haber sufrido violencia física por parte de 
su pareja actual o de los últimos 12 meses previos a la entrevista; 2.9% de las 
mujeres y 10.3% de los hombres2. 
 39.4% sufrió violencia emocional: 35.8% de las mujeres y 42.7% de los 
hombres. 
 8.2% sufrió violencia sexual: 38.4% de las mujeres y 46.1% de los hombres. 
 
La decisión de no recurrir a nadie o recurrir a determinadas personas cuando 
sufren violencia es diferente para cada sexo y por tipo de violencia: 
 
 31% de las jóvenes que reportan violencia física no recurren a nadie; en esta 
situación se encuentra 49% de los hombres. 
 Hombres y mujeres recurren en primer lugar a las amistades cuando sufren 
violencia: 35% de ellas y 32.4% de ellos. 
 20.8% de las mujeres y sólo 8.2% de los hombres recurre a su madre. 
 A otros familiares recurre 10.4% de las mujeres y 5.9% de los hombres. 
 Al padre recurre 2.1% de las mujeres y 4.2% de los hombres que reportan 
violencia física. 
De quienes sufren violencia emocional: 
 
 24.6% de las mujeres y 43.6% de los hombres no recurren a nadie. 
 a las amistades recurren 40% de las mujeres y 37% de los hombres. 
37 
 
 la madre es la tercera opción: 22.8% de las jóvenes y 9.3% de los jóvenes 
recurren a ellas. 
 
Las razones por las que las y los jóvenes no recurren a nadie en caso de 
sufrir violencia, indican que ambos tienden a minimizar los episodios de agresiones 
de que son sujetos: 
 
 62.2% de las mujeres y 51.8% de los hombres que sufrieron violencia física 
y no recurrieron a nadie, no lo hicieron porque consideran que “no tiene 
importancia”. 
 9.5% de ellas y 16.8% de ellos consideran que “es normal en una relación de 
noviazgo” y por ello no recurrieron a nadie. 
 
De las jóvenes que sufrieron violencia sexual por parte de su novio y que no 
recurrieron a nadie: 
 
 46% no lo hizo por considerar que “no tiene importancia” 
 4.6% porque “es normal en una relación de noviazgo” 
 24.1% porque “le da vergüenza 
 
Sin embargo, aun cuando los estudios citados muestran que en la violencia 
no existe una exclusión por género, en los medios se escucha constantemente que 
el hombre es quien la ejerce y la mujer es a quien se victimiza, favoreciendo su 
ventaja de algunas cuestiones legales. Morán (2009) menciona que es recurrente 
oír hablar de mujeres que aprovechan la nueva Ley Integral sobre Violencia 
Machista para denunciar maltrato y obtener ventajas en sus divorcios que antes no 
tenían, a saber, el alejamiento inmediato del marido que ha de salir de la casa 
compartida y su incomunicación forzosa con la mujer. Lo cual, siguiendo los datos 
recabados, podemos decir que es violencia económica y legal contra el hombre. 
38 
 
Straus (2006) aporta un muy amplio estudio en el cual se confirma la 
bidireccionalidad de la violencia de pareja. Su trabajo consistió en dos etapas: la 
primera incluyó la recopilación de un número significativo de estudios sobre 
violencia doméstica y la elaboración de una tabla comparativa de sus datos básicos, 
ordenados por años de publicación. 
El autor afirma que hay dos modelos de medición de la violencia doméstica 
en la pareja: 
El primer modelo consiste en estudiar únicamente la violencia que ejercen 
los hombres contra las mujeres, pero no la ejercida por las mujeres contra los 
hombres. Es decir, los estudios o encuestas sobre violencia doméstica se aplican 
únicamente a la población femenina, y después se publican los datos, que, 
naturalmente, son datos que ponen de manifiesto la "violencia contra las 
mujeres". Es decir, es un modelo unidireccional. Y es el modelo adoptado por 
importantes instituciones internacionales y nacionales para sus estudios: la 
encuesta multipaíses de la OMS, la encuesta ENVEFF de Francia, la 
Macroencuesta Española o la encuesta del BMFSFJ en Alemania (complementada 
con un estudio piloto sobre la población masculina) sólo miden la violencia de pareja 
sufrida por las mujeres. Ni que decir tiene que este método falsea, por omisión, la 
realidad de la violencia doméstica. 
El segundo modelo, que es el objeto del estudio de Straus, consiste en aplicar 
las encuestas sobre violencia doméstica a hombres y mujeres por igual. Es decir, 
mide tanto la violencia ejercida por los hombres contra las mujeres como la ejercida 
por éstas contra aquéllos. Es, por lo tanto, un modelo bidireccional. Aunque las 
instituciones españolas parecen tener una repugnancia invencible hacia este 
segundo modelo de investigación, en otros países son muy numerosos los estudios 
oficiales e independientes de tipo bidireccional. Casi siempre, las conclusiones de 
esos estudios arrojan niveles similares de conflictividad para ambos sexos. 
Como ha demostrado sobradamente la experiencia, las políticas sobre 
violencia doméstica basadas en el modelo unidireccional desconocen la mitad del 
39 
 
problema y resultan, además de ineficaces, contraproducentes. En los conflictos de 
pareja, tales políticas, basadas más en ideas preconcebidas que en datos objetivos,crean sentimientos de desamparo institucional (en el hombre) y de impunidad y 
prepotencia (en la mujer) que contribuyen a recrudecer el ciclo de la violencia y 
propician sus formas más extremas. 
Desafortunadamente las Naciones Unidas, la Organización Mundial de la 
Salud, las instituciones europeas, los gobiernos de países como España, Francia o 
Alemania y, en su estela, toda la jerarquía de entidades locales y organizaciones no 
gubernamentales, han optado por ese modelo unidireccional de consideración de la 
violencia doméstica. Como resultado, todas las políticas, medidas legislativas y 
partidas presupuestarias relacionadas con la violencia doméstica se han adoptado 
con criterios puramente ideológicos, alejados de cualquier comprobación empírica 
o científica. Por las buenas, se ha decidido que sólo existe la violencia masculina, y 
se han justificado las agresiones femeninas como episodios de legítima defensa. 
Sobre ese principio gratuito se ha construido un complejo andamiaje preventivo y 
represivo, basado en el desconocimiento de la realidad y en falsos prejuicios, y cuyo 
efecto más visible (y previsible) ha sido el aumento de la violencia, al menos en sus 
formas más graves. 
La Organización Mundial de la Salud, en su Estudio multipaís de la OMS 
sobre salud de la mujer y violencia doméstica (2005), menos ideológico y más 
científico, señala que, en un principio, se había previsto entrevistar tanto a hombres 
como a mujeres, para comparar los testimonios de ambos e investigar la posible 
reciprocidad de los abusos, pero "se llegó a la conclusión de que el hecho de 
entrevistar a hombres y mujeres de una misma familia podía exponer a la mujer a 
una situación de riesgo de maltrato en el futuro" (s/p). No obstante, en el estudio se 
considera que la violencia ejercida por la mujer contra el hombre es un campo que 
debe explorarse en investigaciones futuras. 
La Macroencuesta Española causó gran impacto con su cifra talismán (dos 
millones de maltratadas) y fue el catalizador de importantes medidas legislativas y 
40 
 
económicas destinadas a prevenir la violencia contra las mujeres, aunque, si se 
hubiese aplicado a una muestra masculina equivalente, habría permitido 
determinar, casi con total seguridad, la existencia simultánea de dos millones de 
hombres maltratados. En Alemania, la encuesta sobre Salud, Bienestar y Seguridad 
Personal de las Mujeres realizada por el Ministerio de la Familia (BMFSFJ) se 
acompañó de un estudio piloto, aplicado a 190 hombres. Los resultados de este 
segundo sondeo permitieron constatar la bidireccionalidad de la violencia en la 
pareja. 
También Straus (2006) plantea que en general, las encuestas nacionales 
aplicadas regularmente en países como los Estados Unidos, el Canadá o el Reino 
Unido tienen la ventaja de que utilizan muestras de gran tamaño, y el inconveniente 
de que no están concebidas para medir específicamente la violencia de pareja ni 
utilizan una metodología optimizada para estudiar ese tipo de violencia, sino 
también otros muchos aspectos. Por ejemplo, el cuestionario de la British Crime 
Survey (versión de 2002) consta de 228 páginas de preguntas que permiten obtener 
información muy diversa sobre todo tipo de comportamientos delictivos, y entre 
ellos, la violencia de pareja percibida como delictiva. Este es otro aspecto muy 
importante de las encuestas de prevención del delito: los encuestados responden a 
una enorme batería de preguntas sobre todo tipo de comportamientos delictivos 
experimentados en su entorno (desde robos con allanamiento hasta expresiones de 
racismo), incluidos los actos de violencia doméstica percibidos como delitos. 
Evidentemente, esta percepción de la violencia de pareja -en sus diferentes niveles 
de gravedad- como actividad delictiva está muy condicionada por el entorno 
ideológico y mediático predominante. 
Otro de los estudios sometidos a análisis fue el de Brush, el cual se refiere a 
la violencia de pareja respecto de toda su vida adulta; mientras que el estudio de 
Bookwala abarca los doce últimos meses. Los resultados en el estudio de Brush 
son porcentajes similares de violencia para ambos sexos, y porcentajes mayores de 
lesiones en las mujeres (2'5%) que en los hombres (1%); en cambio, en el estudio 
de Bookwala los niveles generales de perpetración de violencia son superiores en 
41 
 
las mujeres para todos los tramos de edad y la incidencia de lesiones no está tan 
desequilibrada. Otro llamativo ejemplo es el de la National Violence against Women 
Survey 1995-1996 [nº 99], donde es manifiesta la diferencia entre los niveles de 
victimización declarados respecto del último año (prácticamente, sin significación 
estadística) y los correspondientes a toda la vida (tres veces superiores en las 
mujeres). También se ha constatado que las mujeres tienden a atribuir, quizás por 
idénticos motivos de ideología y clima social, mayores niveles de violencia a las 
parejas anteriores que los hombres, lo que tiene el mismo efecto de inflar sus cifras 
de victimización en los estudios de período largo (en Straus, op cit). 
El artículo de Dutton y Nicholls, citado por Straus (2006) es un detenido 
repaso de las investigaciones sobre la violencia doméstica que pone de manifiesto 
las contradicciones existentes entre la teoría de ese paradigma y los datos de la 
realidad, ratificados por más de doscientos estudios (Dutton y Nicholls cifran en 159, 
como mínimo, los realizados en los Estados Unidos hasta la fecha de publicación 
del trabajo). Página tras página, Dutton y Nicholls van desgranando las conclusiones 
de muchos de esos estudios, que contradicen los postulados esenciales del 
paradigma de género, por ejemplo, la falsedad de la tesis que sostiene que la 
violencia femenina es meramente defensiva, ya que son muchos los trabajos 
empíricos que demuestran que la violencia unidireccional femenina es más 
frecuente que la masculina (lo que explicaría que las tasas de maltrato en las 
parejas de lesbianas sean más altas que las de maltrato hombre-mujer); la 
tendencia de los estudios feministas a extrapolar a la población general los 
resultados obtenidos con muestras de "selección"; los mayores niveles de iniciación 
de las agresiones por las mujeres, acreditados por numerosos estudios y, a pesar 
de ello, la obstinación de algunos autores en insistir en el carácter exclusivamente 
defensivo de la violencia femenina; o los datos de numerosos estudios que apuntan 
a tendencias más victimístas en la mujer que en el hombre a la hora de declarar la 
violencia sufrida o denunciarla (ya que, socialmente, se supone que el problema es 
la violencia contra la mujer, pero no al revés). 
42 
 
Straus (2006), también nos muestra una comparación de los niveles de 
violencia no recíproca e iniciación de las agresiones físicas en donde se constatan 
tasas de violencia unilateral e iniciación de las agresiones similares para ambos 
sexos, que presentamos a continuación: 
 En Whitaker (2007) los niveles de perpetración no recíproca son mucho más 
elevados en las mujeres (70,7%) que en los hombres (29,3%) 
 En Capaldi (2007) los niveles de iniciación de las agresiones son cuatro 
veces mayores en las mujeres hacia el final de la adolescencia (46% vs. 10%) 
y van descendiendo gradualmente hasta alcanzar proporciones más 
equilibradas (11% vs. 8%) hacia los 26 años de edad. 
 En Straus (2006) las tasas globales de violencia unilateral son el doble en las 
mujeres (21,4%) que en los hombres (9,9%), proporción que se mantiene en 
la submuestra de perpetradores de violencia grave (29,4% vs. 15,7%); y las 
agresiones de mujeres son básicamente de dominio y control, no de 
autodefensa. 
 En Fergusson (2005) es el grupo de varones el que declara mayores niveles 
de violencia de autodefensa en respuesta a agresiones iniciadas por sus 
parejas. Los promedios cruzados de iniciación de las agresiones son del

Continuar navegando