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Squella Agustin - Filosofia Del Derecho

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Agustín Squella Narducci
FILOSOFIA 
DEL DERECHO
Editorial Jurídica de Chile
© AGUSTIN SQUELLA NARDUCCI
© EDITORIAL JURIDICA DE CHILE 
Av. Ricardo Lyon 946, Santiago 
www.juridicadechile. com 
www.editorialjuridica.cl
Registro de Propiedad Intelectual 
Inscripción N° 121.212, año 2001 
Santiago — Chile
Se terminó de imprimir esta primera edición 
en el mes de agosto de 2001
IMPRESORES: Salesianos S.A.
IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE
ISBN 956-10-1360-6
http://www.juridicadechile
http://www.editorialjuridica.cl
AGUSTIN SQUELLA NARDUCCI
FILOSOFIA 
DEL DERECHO
EDITORIAL JURIDICA DE CHILE
A la Escuela de Derecho 
de la Universidad de Valparaíso, 
en sus 90 años.
A llí entré a los 18 años, con ánimo dubitativo, 
y allí permanezco hasta ahora, con el mismo ánimo.
INTRODUCCION
Como su título lo indica, este es un libro de filosofía del dere­
cho, aunque no tiene la pretensión de constituir nada parecido 
a la totalidad del pensam iento iusfilosófico del autor, sino la de 
ofrecerse como un libro de texto que pueda ser utilizado por 
los profesores que im parten esa asignatura y por los estudiantes 
que deben cursarla.
No es, pues, la obra de un filósofo del derecho que trans­
mite a sus colegas y a otros eventuales interesados un sistema 
de filosofía juríd ica, esto es, un conjunto relativam ente term i­
nado y coherente de planteamientos, análisis, desarrollos y con­
c lu sio n es que p u d ie re n ser c o n sid e ra d o s p ro p io s de la 
disciplina.
Estoy muy lejos de haber producido un sistema de ese tipo 
y estoy bien cierto también que nunca intentaré producirlo. Se 
trata de una tarea que sobrepasa mis capacidades y que tam po­
co despierta en m í un particular interés.
Por lo demás, no soy un filósofo del derecho, sino un profe­
sor de filosofía del derecho, lo cual quiere decir que más que 
cultivar con alguna originalidad la disciplina llamada de ese 
m odo, he dedicado ya varias décadas de mi vida a la investiga­
ción y a la enseñanza de determ inados temas que por lo gene­
ral forman parte del program a que la filosofía del derecho tiene 
en cuanto asignatura norm alm ente presente en el plan de estu­
dios de nuestras facultades de derecho.
La filosofía del derecho, como se explica en el Capítulo II 
de esta obra, constituye una actividad, una disciplina y una asig­
natura.
9
10 INTRODUCCION
En tanto actividad que realiza una clase especial de perso­
nas -los filósofos del derecho-, ella es tan antigua como la pro­
pia filosofía. Como disciplina autónom a separada de la filosofía 
general, o, si se prefiere, como filosofía regional especializada, 
ella es muchísimo más reciente y responde al nom bre de filoso­
fía del derecho sólo a partir de los inicios del siglo XIX, cuan­
do Hegel utilizó esa denom inación como título de unos de sus 
libros. Como asignatura, en fin, esto es, como curso o instancia 
curricular presente en el plan de estudios de las facultades de 
derecho, la filosofía del derecho es todavía más nueva.
Este libro, en consecuencia, es expresión de la filosofía del 
derecho antes como asignatura que como actividad y disciplina, 
y es tam bién a la filosofía del derecho como asignatura que as­
pira a prestar alguna utilidad.
Es, como dije antes, un libro destinado a profesores y alum­
nos del curso de filosofía del derecho y no a filósofos ni a filóso­
fos del derecho. Y ello por una razón muy simple: se trata de una 
obra que ha sido pensada y escrita no por un filósofo, y tampoco 
por un filósofo del derecho, sino por alguien que conoció pri­
m ero la filosofía del derecho como alumno y que luego ha im­
partido ésta como curso o asignatura por un tiempo prolongado.
Pero hay distintas maneras de encarar un curso de filosofía 
del derecho y de estructurar y dar contenido al correspondien­
te program a.
Una prim era m anera consiste en asumir que un curso de fi­
losofía juríd ica debe ser una historia de ésta como actividad y 
como disciplina, es decir, una crónica del pensam iento iusfilo- 
sófico desde sus inicios en la antigüedad hasta nuestros días.
U na segunda m anera, em parentada con la anterior, consis­
te en en tender que un curso de filosofía del derecho, im pedi­
do de dar cuenta de toda la historia de la actividad y de la 
disciplina, tendría que reducirse a la exposición del pensamiento 
iusfilosófico correspondiente a un período histórico determ ina­
do; po r ejemplo, la antigüedad clásica, la edad media, la ilustra­
ción o la m odernidad.
O tra m anera de hacer frente a un curso como éste consiste 
en dar cuenta de una determ inada corriente del pensam iento 
iusfilosófico; por ejemplo, el iusnaturalismo, la escuela históri­
ca del derecho o la teoría marxista del derecho y del estado.
INTRODUCCION 11
También es posible acom eter un curso de filosofía del dere­
cho y de configurar el correspondiente program a sobre la base 
de elegir no ya toda una corriente del pensam iento iusfilosófi­
co, sino únicam ente un autor; por ejemplo, Aristóteles, Tomás 
de Aquino, Savigny, Hegel, Kelsen, Hart, Dworkin o cualquier 
otro.
Del mismo modo, y limitando todavía más el punto de vista, 
un curso de filosofía del derecho puede consistir en el plantea­
miento y discusión de un tema determ inado, visto desde la pers­
pectiva de uno o más de los autores que lo hubieren tratado con 
especial cuidado y atención; por ejemplo, el ordenam iento ju rí­
dico en Kelsen, o en Kelsen y en Bobbio, o el razonam iento ju ­
rídico en Neil MacCormick, o en MacCormick y Robert Alexy, 
o en MacCormick, Alexy y Manuel Atienza.
Una m anera más obvia de asumir un curso de filosofía ju r í­
dica podría consistir en identificar cuáles son las materias de que 
se ocupa esta disciplina y proceder luego a desarrollarlas del 
m odo más exhaustivo posible. En efecto, si la filosofía del dere­
cho ha llegado a ser una disciplina, tiene ella que poseer un de­
term inado objeto, es decir, tiene que haberse constituido para 
tratar de ciertas materias y no de otras, tiene -e n fin - que ha­
berse instalado como disciplina con el fin de dar respuesta a de­
terminadas preguntas acerca del derecho que otras disciplinas 
jurídicas o relacionadas con el derecho no formulan o cuyas res­
puestas dan por supuestas. Sin embargo, y tal como será mos­
trado en el Capítulo II de este libro, no hay acuerdo en tre 
quienes han cultivado y cultivan la filosofía del derecho acerca 
de cuál es ese objeto y cuáles son esas materias y preguntas que 
le conciernen.
Pues bien: ninguna de las precedentes perspectivas es la que 
adopta este libro. Todas esas perspectivas, además de posibles, 
son ciertamente legítimas y, en más de algún sentido, útiles. Pero 
ninguna de ellas es la que adopta este libro.
Lo que hace este libro es concentrarse en algunos temas de 
interés jurídico - la democracia como forma de gobierno y su 
relación con el derecho, el positivismo jurídico, el razonam ien­
to jurídico, y la cultura jurídica chilena- y procurar presentar­
los y desarrollarlos con ese nivel de generalidad y exigencia que 
es propio de la m irada filosófica. Pero, previo al tratam iento de
12 INTRODUCCION
esos cuatro temas, el libro se hace cargo de dos preguntas me­
todológicas que parece indispensable exam inar al inicio de un 
curso de filosofía del derecho, a saber, qué es filosofía y qué fi­
losofía del derecho.
Desde que enseño filosofía del derecho en la Universidad 
de Valparaíso, luego del retiro del inolvidable profesor Carlos 
León Alvarado, he planteado el curso siguiendo la enseñanza 
que nos dejare otro adm irado y entrañable profesor de la asig­
natura, Jorge Millas Jim énez.
Decía Millas que la filosofía del derecho, en cuanto curso o 
asignatura, no debería tener un program a fijo, sino un progra­
m a cuyos contenidos pudieran ser reform ulados cada cierto 
tiem po por los docentes.
Lo que hago a propósito de este curso es ofrecer un progra­
ma que consta de una prim era parte invariable, la cual se hace 
cargo de las preguntas qué es filosofíay qué filosofía del dere­
cho, y de una segunda parte, variable, que está destinada todos 
los años a un tema diferente; por ejemplo, los derechos hum a­
nos, la democracia, el positivismo jurídico, el razonam iento ju ­
rídico, o la cultura juríd ica chilena.
Es así, entonces, como nació este libro, a saber, con los ma­
teriales que se fueron acum ulando acerca de las preguntas qué 
es filosofía y qué filosofía del derecho, y con los que pude for­
m ar tam bién acerca de cada uno de los cambiantes temas que 
desarrollo cada año en el curso. ¿Por qué faltan en el libro los 
derechos humanos? Simplemente, porque todo lo que puedo 
decir al respecto se encuentra ya en mi libro Introducción al Derecho, 
que la Editorial Jurídica de Chile publicó en 2000, como tam­
bién en los libros Estudios sobre derechos humanos, de Edeval (Val­
paraíso), y Positivismo jurídico, democracia y derechos humanos, de 
Fontam ara (M éxico). De m odo que si alguna vez quisiera desa­
rrollar nuevam ente ese tema como segunda parte de un curso 
de filosofía del derecho, lo que haría sería tom ar como orienta­
ción las páginas correspondientes de tales libros.
Pienso que no requiere de mayores explicaciones que en el 
program a de un curso de filosofía del derecho haya una prim e­
ra parte que esté invariablemente dedicada a las dos preguntas 
antes mencionadas. Un curso semejante debe dar ocasión de re­
flexionar acerca de la filosofía y de la filosofía del derecho. Pues­
INTRODUCCION 13
to de otra manera: lo menos que puede conseguir un alum no 
de filosofía del derecho es una mejor com prensión de la filoso­
fía y de la filosofía del derecho que la que tenía antes de iniciar 
el curso correspondiente. Sin embargo, no descarto que al tra­
tar ambas preguntas con cierta extensión, haya incurrido yo en 
lo que es más o menos habitual entre quienes enseñan o culti­
van la filosofía, a saber, la obsesión por preguntarse acerca de 
qué es lo que hacemos realm ente cuando hacemos filosofía.
En cuanto a la selección del tema que es desarrollado en la 
segunda parte del programa, puede ser cualquiera de los que 
fueron señalados y tam bién otros.
Ahora bien, ¿qué se persigue con un curso que se estructu­
ra de la m anera antes señalada, esto es, con una prim era parte 
que trata de las preguntas qué es filosofía y qué es filosofía del 
derecho y con una segunda en la que se desarrolla un tema cual­
quiera de aquellos que fueron ya identificados?
Lo que se busca, utilizando imágenes de Jorge Millas, es con­
seguir que tanto el profesor como los estudiantes pongan en ten­
sión la inteligencia, al modo de un cable de acero cuando se lo 
coge y estira por cada uno de sus extremos, y que uno y otros 
piensen en el límite de sus posibilidades. Al proceder de ese 
modo, un curso de filosofía del derecho no enseña nada pro­
piam ente útil ni instrum ental, aunque colabora a que en nues­
tras escuelas de derecho predom ine la inteligencia jurídica por 
sobre la mem oria jurídica.
De acuerdo con lo que venimos diciendo, un curso de filo­
sofía del derecho, ni siquiera cuando tiene carácter anual y no 
sim plemente semestral, no puede hacerse cargo de las dos pre­
guntas que constituyen su prim era parte y de todos los temas 
reservados para la segunda. Por el contrario, tiene que resignarse 
a desarrollar esas dos preguntas y tan sólo uno o dos de los te­
mas que se reservan para la parte segunda.
Así las cosas, si este libro fuere utilizado por algún profesor 
de la asignatura, lo que sugiero es el desarrollo en clases de las 
dos preguntas de la prim era parte y, a continuación, el de uno 
o dos de los temas reservados para la segunda parte. Estos últi­
mos temas, por cierto, pueden salir de los cuatro que se anali­
zan en este libro o consistir en otras materias; po r ejemplo, 
concepto, historia y fundam ento de los derechos humanos; el
14 INTRODUCCION
concepto de derecho; el estatus epistemológico de la ciencia ju ­
rídica; las relaciones y diferencias entre derecho y moral; la va­
lidez y eficacia del derecho, u otros semejantes.
Todavía más: a propósito de las preguntas qué es filosofía y 
qué filosofía del derecho, que son tratadas en los capítulos ini­
ciales del libro, el lector advertirá que lo que se ha hecho es con­
vocar a algunos filósofos y a algunos filósofos del derecho para 
que respondan a tales preguntas. En consecuencia, no es nece­
sario que en el desarrollo del curso se dé cuenta de todas y cada 
una de las respuestas que se han traído hasta aquí a propósito 
de esas preguntas. Lo que se recom ienda es trabajar con dos o 
tres de las respuestas dadas a la pregunta qué es filosofía y con 
dos o tres de las enunciadas a propósito de la filosofía del dere­
cho, seleccionando tales respuestas de modo que en lo posible 
se produzca algún tipo de conexión con el o los temas elegidos 
para ser tratados en la segunda parte del curso. Por ejemplo, 
podría tratarse de las respuestas que Comte y W ittgenstein die­
ron a la pregunta qué es filosofía, y de las que Kelsen y Ross die­
ron a su tu rno a la p regun ta qué es filosofía del derecho, y 
desarrollar luego como segunda parte del curso el tem a concer­
niente al positivismo jurídico.
Para el tratam iento de uno u otro de los temas de la segun­
da parte del curso, y cuando el o los temas elegidos por el do­
cente sea alguno o algunos de los cuatro que son desarrollados 
en este libro, los capítulos correspondientes podrán proporcio­
nar a él y a los alumnos una base que posiblem ente no resulte 
suficiente. Pues bien: el uso directo de la bibliografía que apo­
ya el tratam iento de esos mismos temas -q u e se identifica en las 
páginas finales de la obra-, am én de otros textos que el profe­
sor de la asignatura pueda considerar apropiados, perm itirá un 
mejor y más completo desarrollo de los temas que tratan los Ca­
pítulos III a VI de este libro.
Como se ve, esta Introducción se parece bastante a una lar­
ga explicación sobre el contenido del libro y sobre la m ejor ma­
nera de usarlo. Pareciera que la filosofía general, como también 
cualquiera de las filosofías regionales -en tre las que se cuenta 
la del derecho- están siempre necesitadas de alguna explicación 
frente al público. A quienes se dedican a la filosofía les aconte­
ce casi siempre que piensan demasiado en lo que hacen y sien­
INTRODUCCION 15
ten que deben tener a mano una explicación satisfactoria acer­
ca del objeto, m étodo y propósito de la actividad que practican, 
de la disciplina que cultivan o de la asignatura que enseñan.
No sin un dejo de ironía, Kolakowski nos recuerda que esa 
es una peculiaridad de la ocupación filosófica que no se da en 
otros oficios. Un sastre -dice é l- se afana en la confección de 
buenos trajes y no gasta su tiempo en preguntarse qué es la sas­
trería y cuál es la contribución de ésta al bienestar humano. Con 
los filósofos, claramente, ocurre algo muy distinto.
A la hora de los agradecimientos, tengo que m encionar a al­
gunas instituciones y personas que me han ayudado en la pre­
paración de este libro.
Desde luego, al personal directivo y profesional de la Edito­
rial Jurídica de Chile.
A la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso, ese 
espacio azul que mira al Pacífico, donde por años he trabajado 
con gusto, y que consintió en rebajar mi carga docente m ien­
tras preparaba estas páginas.
A la Escuela de Derecho de la Universidad Diego Portales, 
mi segunda casa académica, donde siempre me he sentido bien­
venido.
Aunque parezca desproporcionado, a Ricardo Lagos Esco­
bar, Presidente de Chile, por aceptar con comprensión las soli­
citudes que le hice un par de veces para ausentarme algunos días 
de mi trabajo jun to a él, con el fin de dar térm ino al libro y en­
tregar oportunam ente los originales al editor.
A Claudio Oliva, quien me animó a escribirlo y quien tuvo 
también una intervención decisiva en la preparación y redacción 
del capítulo relativo a democracia y derecho.
A Patricia Whittle, quien digitó algunosde los capítulos, por­
que no me resisto a la comodidad de manuscribir los textos an­
tes de que sean pasados al com putador por otra persona más 
com petente que yo.
A Manuel de Rivacoba y Rivacoba, m uerto en 2000, porque 
las conversaciones que durante 30 años mantuve con él sobre 
temas de política, moral y derecho me enseñaron a com pren­
der y a practicar un liberalismo amplio, es decir, hum ano, muy 
alejado de esa versión em pobrecida del mismo que circula hoy 
con el nom bre inadecuado de “neoliberalism o”, y al que por lo
16 INTRODUCCION
com ún se apuntan, raram ente, no quienes alguna vez fueron li­
berales, sino todo lo contrario.
Y claro está, a Sylvia, mi mujer, como tam bién a mis hijas Ca­
rolina, Valentina y Mariana, quienes toleraron casi dos años el 
desorden de libros y papeles en que transformé varias de las ha­
bitaciones de nuestra casa mientras repasaba la bibliografía y re­
dactaba los originales. Sylvia fue también la prom otora de que 
nuestro amigos H ernán y María Isabel me hayan dejado a veces 
la agradable casa de su parcela en Melosilla, a 30 minutos de 
Valparaíso, donde pude escribir gozando de una absoluta tran­
quilidad y m irando los hermosos manzanos que están plantados 
en el lugar.
Es bueno que con ocasión de publicar un libro uno tenga 
muchas personas a quienes agradecer, porque ello nos recuer­
da que nada de lo que hacemos es obra exclusiva de nosotros 
mismos. Todos form am os parte de alguna caravana de seres 
próximos y queridos, y el movimiento cadencioso que lleva la 
caravana, captado desde suficiente distancia, tiene el aspecto de 
una gracia que toca al conjunto de los que se desplazan y a na­
die en particular.
AGUSTIN SQUELLA NARDUCCI 
Valparaíso, abril de 2001
C A P I T U L O P R I M E R O
¿QUE ES FILOSOFIA?
I. Introducción. II. La filosofía en problemas y los problemas de la filosofía. 
III. El asombro como origen de la filosofía. IV. Algunos decires acerca de la 
filosofía. V. Una inspección en la palabra “filosofía”. VI. Aristóteles y la filoso­
fía como m odo de saber. VII. Kant y la filosofía como un segundo ojo. 
VIII. Comte y la filosofía positiva. IX. Freud y la filosofía como paliativo. 
X. Wittgenstein y la reorientación de la filosofía. XI. Isaiah Berlín y la filosofía 
como preguntas de la tercera canasta. XII. Roger Scruton y la filosofía como 
búsqueda de su propia definición. XIII. Heidegger y el rescate de la filosofía: 
la pregunta por el ser. XTV. Kolakowski y la filosofía como disciplina y como 
función ¿Una milésima definición de filosofía?. XV. Conclusiones.
I. Introducción
Un curso de filosofía del derecho tiene que hacerse cargo, ante 
todo, de dos preguntas fundamentales, a saber, qué es filosofía 
y qué es filosofía del derecho.
Un curso de filosofía del derecho no estará nunca en condi­
ciones de despejar esas dos preguntas, es decir, de dar a una y a 
otra una respuesta que pueda resultar evidente o cuando menos 
satisfactoria para todos. Pero lo que un curso como éste no pue­
de eludir es plantear ambas preguntas y reunir algunos elemen­
tos de ju ic io que perm itan com prenderlas m ejor y llegar a 
disponer de un conjunto de análisis y proposiciones suficientes 
como para que un estudiante de derecho consiga instalar en su 
entendim iento una idea mejor y más prolija acerca de qué es 
filosofía y qué filosofía del derecho de la que sobre ésta y aqué­
lla pudo tener antes de un curso como el que ahora da inicio.
17
18 FILOSOFIA DEL DERECHO
En consecuencia, el propósito que anima el planteam iento de 
las dos m encionadas preguntas es bastante modesto: se trata de 
iniciar un recorrido a partir de cada una de ellas, de m odo que 
a la conclusión del curso los estudiantes puedan disponer no de 
la respuesta a ambas preguntas, y ni siquiera de una respuesta, 
sino de unos ciertos materiales que los familiaricen con ambas 
cuestiones y les perm itan manejarlas en el futuro con algo me­
nos de esa sensación de total extrañeza que suelen producir 
cuando se las plantea de entrada y sin aviso previo.
Por otra parte, al plantear ambas preguntas al mismo tiem­
po, o una después de la otra, tampoco se trata de sugerir que 
de la respuesta a la prim era de ellas dependa la que se dé luego 
a la segunda. Es evidente que ¿qué es filosofía? y ¿qué es filoso­
fía del derecho? son preguntas relacionadas entre sí. Es posible, 
asimismo, que de la respuesta escogida para la prim era se pue­
da derivar una determ inada respuesta para la segunda. Sin em­
bargo, lo que no querem os sugerir es que para llegar a una 
respuesta a la segunda de esas preguntas sea indispensable ob­
tener previam ente una respuesta para la prim era de ellas.
En efecto, hay autores -D el Vecchio y Kelsen, por ejem plo- 
que consideran a la filosofía del derecho como una parte o ca­
pítulo de la filosofía general. Hay otros, asimismo -com o es el 
caso de Radbruch y Alf Ross-, que de una idea de la filosofía 
previamente aceptada desprenden una consecuente noción acer­
ca de la filosofía del derecho. Pero los hay tam bién -com o es el 
caso de B obbio- que profesan una cierta idea de la filosofía del 
derecho que sitúa a ésta no como parte de la filosofía general y 
tam poco como una filosofía general aplicada al cam po del de­
recho, sino como una disciplina que se define a sí misma con 
relativa autonom ía respecto de la filosofía general.
Pues bien, si la respuesta que se da a la pregunta ¿qué es fi­
losofía del derecho? no depende necesariam ente de la que an­
tes se haya dado a la p regunta ¿qué es filosofía?, ¿cuál es el 
sentido de reunir ambas preguntas en un curso como éste y por 
qué hacerse cargo de ellas partiendo por la segunda y despla­
zándose luego hacia la primera?
La respuesta a esa interrogante puede ser la siguiente: incur- 
sionar en la pregunta ¿qué es filosofía?, prepara de algún m odo 
el terreno para la pregunta ¿qué es filosofía del derecho? Si fi­
¿QUE ES LA FILOSOFIA? 19
losofar es poner en tensión la inteligencia -a l modo de un ca­
ble que estiramos sim ultáneam ente desde cada uno de sus ex­
trem os-, filosofar acerca de qué sea filosofía puede consistir en 
una adecuada preparación para filosofar más tarde sobre qué 
sea filosofía del derecho. Por lo demás, no hay que perder de 
vista lo que afirmamos hace un instante, a saber, que si bien en­
tre filosofía y filosofía del derecho no hay una necesaria rela­
ción de todo a parte, ni tampoco una de simple derivación, lo 
cierto es que no pocos autores, a la hora de responder a la pre­
gunta ¿qué es filosofía del derecho?, lo hacen entendiendo que 
la filosofía del derecho es una parte de la filosofía o situando la 
pregunta en el marco de la respuesta que han dado previamen­
te a la pregunta ¿qué es filosofía?
Para desarrollar la pregunta ¿qué es filosofía?, partiremos lla­
m ando la atención acerca del carácter problemático de esta dis­
ciplina. Una vez identificado el carácter problemático que posee 
la filosofía al menos en tres sentidos, procuraremos avanzar en 
nuestra tarea valiéndonos de un registro de ciertas proposiciones 
que vinculan la filosofía a las ideas de viaje y asombro, y nos asom­
braremos -tam bién en esta parte- ante las excesivas y contrapues­
tas reacciones que la actividad de los filósofos suele producir entre 
quienes no lo son, es decir, entre quienes no practican la activi­
dad filosófica.
A partir de ese punto avanzaremos luego de la mano de al­
gunos decires o maneras de hablar acerca de la filosofía, los cua­
les, sin constitu ir p rop iam ente nociones ni definiciones de 
filosofía, expresan acerca de ésta determ inados puntos de vista, 
y a veces simples reacciones de tipo emocional, que proveen de 
alguna orientación en torno a la pregunta que nos ocupa.
El capítulo al que estamos dando inicio concluirá con el exa­
men de un conjunto de respuestas que determ inados autores o 
corrientes del pensam iento filosófico han dado, explícitamen­
te, a la pregunta ¿qué es filosofía? Al presentar entonces a algu­
nosde los filósofos que han p lan teado y desarro llado esa 
pregunta no se tratará de dar cuenta de sus respectivos pensa­
mientos filosóficos, o sea, no se tratará de exponer las diversas 
filosofías que, vistas en sus contenidos, propiciaron cada uno de 
tales filósofos. Lo que se tratará de hacer -m ucho menos que 
eso- es simplemente traer hasta aquí lo que esos filósofos dije­
20 FILOSOFIA DEL DERECHO
ron a propósito de la pregunta ¿qué es filosofía?, de m odo de 
disponer así de un cierto repertorio de respuestas sobre el par­
ticular.
Somos conscientes que de ese modo -com o advierte Heide- 
gger- no lograremos, m erced a una abstracción comparativa, al­
gún núcleo que p u eda ser com ún a todas las respuestas o 
definiciones que se han dado a propósito de la pregunta en cues­
tión. Tampoco lograremos establecer por esa vía lo que Heide- 
gger llama “una respuesta genuina, es decir, legítima, para la 
pregunta ¿qué es eso de filosofía?” Sin embargo, se trata de un 
cam ino -com o admite el propio autor citado, que será uno los 
que convocaremos en su m om ento- que perm ite lograr “cono­
cimientos múltiples y sólidos, e incluso útiles, sobre cómo, en 
el curso de su historia, ha sido representada la filosofía”.
No hay prácticam ente ningún filósofo que no se haya pre­
guntado por la naturaleza de la filosofía, esto es, por la índole 
de su oficio. Esto es raro -com o dice por su parte Leszeck Ko- 
lakowski-, puesto que “la reflexión sobre la naturaleza y el sen­
tido de una determ inada profesión no suele representar una 
parte constitutiva del ejercicio de la profesión misma”. Así, la 
profesión de sastre consiste en confeccionar trajes, no en re­
flexionar acerca de la naturaleza del oficio de sastre, del mismo 
m odo que la profesión médica se preocupa de la capacidad de 
prever y curar la enferm edades, sin que se considere parte de 
ese arte la reflexión sobre la naturaleza que él puede tener.
En el sentido antes indicado, por tanto, la profesión de filó­
sofo es una excepción, porque es sencillamente asombrosa la 
molestia que se tom a la “mayoría de los maestros, oficiales y 
aprendices de esta profesión para determ inar el sentido, para 
justificar y definir la propia actividad profesional”.
Puede haber algo sospechoso, o acaso tan sólo mala concien­
cia, en una profesión que, como la del filósofo, se ve obligada a 
una constante explicación, y por momentos autojustificación, de 
su naturaleza y cometidos. Quizás pese en esto la distancia, y en 
ocasiones el franco rechazo, que la filosofía provoca en el co­
m ún de la gente, aunque lo cierto es que ninguna exhortación 
será nunca suficiente como para que los filósofos abandonen su 
inveterada costumbre de problem atizar su propia actividad, an­
tes de hacerlo con los determ inados asuntos de que la filosofía
¿QUE ES LA FILOSOFIA? 21
tendría que tratar como una de las disciplinas que el hom bre 
ha desarrollado para saber más acerca de la realidad, o, cuando 
menos, para aclarar el significado de las proposiciones que uti­
lizamos cada vez que intentam os describir la realidad o prescri­
bir lo que ésta debería ser.
Pues bien, en la parte final del presente capítulo vamos a pre­
sentar y exam inar sólo algunas de las respuestas dadas por filó­
sofos a la pregunta ¿qué es filosofía?, prefiriendo las de aquéllos 
que no sólo han planteado la pregunta y ofrecido algún tipo de 
respuesta, sino que han desarrollado esta última con alguna la­
titud y en algún trab¿yo o texto especialmente dedicado a la cues­
tión que nos ocupa.
II. La filosofía en problemas y los problemas 
de la filosofía
Filosofar es embarcarse para lo desconocido
Ese pensam iento de Ortega es un buen punto de partida desde 
el cual ponernos en movimiento a propósito de la pregunta ¿qué 
es filosofía?
¿Por qué filosofar es embarcarse para lo desconocido? ¿Por 
qué filosofar puede equivaler a una acción de suyo angustiosa 
como es la de em prender un viaje sin saber realm ente a dónde 
nos dirigimos?
Pero antes de responder a esas preguntas conviene echarle 
el guante, desde ya, a la idea que vincula filosofía con viaje, puesto 
que el citado pensam iento de Ortega contiene en verdad dos 
ideas: que filosofar es una actividad que se parece a la acción de 
viajar, y que el viaje de la filosofía tiene un destino que ignora­
mos. Por lo mismo, detengám onos un instante en la prim era de 
tales ideas, a saber, la relación entre filosofía y viaje, para luego 
hacerlo en la segunda, esto es, que la filosofía equivalga a un viaje 
hacia lo desconocido.
Desde antiguo, en verdad, la actividad de los filósofos ha sido 
com parada con la de los viajeros. Como recuerdan casi todos 
los textos de filosofía, el rey Creso, según narra H eródoto, lla­
m aba a Solón “Viajero filosofante”. Hablando precisam ente a
22 FILOSOFIA DEL DERECHO
Solón, ese m onarca le habría dicho “Han llegado hasta nosotros 
muchas noticias tuyas, tanto de tu sabiduría como de tus viajes, 
y de que, movido por el gusto del saber, has recorrido muchos 
países po r exam inarlos”.
Sin perjuicio de que ese saludo del m onarca Creso relacio­
na tres expresiones que estuvieron vinculadas entre sí en los orí­
genes del pensam iento griego -sabiduría, filosofía y teoría-, 
según tendrem os oportunidad de analizar más adelante, lo cierto 
es que resulta tam bién muy directam ente expresivo del punto 
que nos interesa en este momento: la relación entre la activi­
dad del que hace filosofía y la del que em prende un viaje.
En una línea semejante, Aristóteles se refería a la filosofía 
como un conocim iento que se busca, en tanto San Agustín, si­
glos más tarde, llamaba a los filósofos a buscar como buscan los 
que aún no han encontrado y a encontrar como encuentran los 
que saben que han de continuar buscando. En nuestro tiempo, 
Zubiri se refiere a la filosofía como un saber en marcha, en tan­
to que José Ferrater Mora, al analizar la palabra “filosofía”, lla­
ma la atención acerca de que ésta se va form ando a sí misma en 
el curso de su propia historia. Por su parte, N orberto Bobbio, 
al buscar la analogía apropiada para el acto de pensar y, a fin 
de cuentas, para el dram a de la existencia hum ana, desecha las 
imágenes de la mosca en la botella y del pez en la red, y prefie­
re la del individuo en el laberinto, con lo cual quiere sugerir lo 
siguiente: para el pez atrapado en la red no existe la salida, de 
m odo que sus desesperados movimientos m ientras perm anece 
atado en ella son tan sólo el preludio de su m uerte, que es lo 
que le acontecerá una vez que la red se abra sobre la em barca­
ción; para la mosca encerrada en la botella, la salida sí existe, 
aunque no es capaz de advertir dónde está ni de coordinar los 
movimientos que le perm itan dar con ella, sim plemente porque 
la mosca no aprende de sus propios errores y repite frenética­
m ente, una y otra vez, los movimientos inadecuados al fin de 
salir de la botella; el hom bre ante el laberinto, en cambio, sabe 
que hay una salida, cuenta tam bién con que nadie, desde fuera 
del laberinto, puede señalarle el camino que debe seguir para 
salir de él, pero es capaz de hacer elecciones razonadas respec­
to de las vías de salida que se le ofrecen y de desandar los cami­
nos que se m uestran equivocados, omitiéndolos en el futuro,
;QUE ES LA FILOSOFIA? 23
disminuyendo de ese modo la incertidum bre y aum entando sus 
probabilidades de dar al fin con la ansiada salida.
Pues bien, esas expresiones de Aristóteles, San Agustín, Zu- 
biri y Bobbio ponen de manifiesto que a la hora de filosofar es 
preciso buscar, ponerse en marcha, salir moviéndonos del asombro 
que nos causa el hecho de vernos de pronto instalados en el 
m undo y rodeados de cosas que no comprendemos.
Vale la pena traer ahora hasta aquí la distinción entre viaje­
ros y turistas, que debemos a Paul Bowles, el escritor norteam e­
ricano m uerto en 1999.
Bowles, en su novela El cielo protector, dice de uno de sus per­
sonajes que él se consideraba a sí mismono un turista, sino un 
viajero, y que la diferencia podía explicarse en parte por el tiem­
po. “Mientras el turista se apresura por lo general a regresar a su 
casa al cabo de algunos meses o semanas -escribe Bowles-, el via­
jero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se des­
plaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra”.
En otras palabras: el turista va y regresa; y cuando va, piensa 
ya en el regreso. En cambio, el viajero se interna cada vez más, 
no vuelve sobre sus pasos, piensa únicam ente en el punto si­
guiente de su travesía, y -ta l como acontece con la pareja pro­
tagonista de El cielo protector- deja entonces en el viaje m ucho 
más que el tiempo que emplea en hacerlo.
Turista es el que no sólo viaja con pasaje de regreso, sino 
aquel que de tanto en tanto confirma el billete de regreso y aca­
ricia dentro de sí la idea del retorno. Viajero, en cambio, es el 
que sale sin pasaje de regreso y el que utiliza todos sus medios 
materiales antes en continuar el viaje que en arreglar el regreso 
a casa.
Como agrega ahora Paul Auster, viendo avanzar una carava­
na en el desierto, lo que más interesa es el desplazamiento que 
ella va teniendo, no sus camellos y sus camelleros, de donde se 
sigue que lo que realm ente im porta cuando se escribe no es el 
libro term inado, sino, más bien, el itinerario de la escritura.
En cuanto a que la filosofía sea no sólo un viaje, sino un viaje 
hacia lo desconocido -que es la segunda de las ideas presentes 
en el pensamiento de Ortega con que iniciamos este acápite-, ello 
sugiere que ninguno de los puertos que toca la filosofía es pro­
piam ente su punto final de llegada, sino tan sólo fondeadores en
24 FILOSOFIA DEL DERECHO
los que ella descansa y se abastece para reanudar luego su mar­
cha inacabable. Como advierte Karl Jaspers, “filosofía quiere de­
cir: ir de cam ino. Sus preguntas son más esenciales que sus 
respuestas y toda respuesta se convierte en una nueva pregunta”.
Que filosofar equivalga a embarcarse para lo desconocido 
rem ite a la triple problem aticidad que tiene la filosofía.
En prim er térm ino, la filosofía es problemática en cuanto no 
tiene suficiente seguridad en cuanto a su objeto, ni tam poco 
acerca de los problem as que, por referencia a ese objeto, deben 
ser considerados por ella.
Lo anterior quiere decir que la filosofía no tiene unidad en 
cuanto a su objeto ni tampoco acuerdo en lo que concierne a la 
especificidad de sus problemas, lo cual resulta problemático pues­
to que toda disciplina o rama del conocimiento se constituye para 
llegar a saber acerca de un determ inado objeto que la misma dis­
ciplina tiene que determ inar con alguna precisión y, sobre todo, 
con algún grado de acuerdo entre quienes cultivan la disciplina 
de que se trate. Por otra parte, esta insuficiente determ inación 
de su objeto trae consigo una similar indeterminación y un insu­
ficiente grado de acuerdo en la individualización de los proble­
mas o asuntos de los que la filosofía debe ocuparse. En otras 
palabras, la indeterminación de su objeto, esto es, la dificultad de 
la filosofía para establecer con precisión de qué se ocupa, trae con­
sigo una cierta vaguedad en la indicación de sus problemas, vale 
decir, en las preguntas que ella aspira a contestar en relación con 
su objeto.
Esta prim era dim ensión problem ática que muestra la filoso­
fía puede ser apreciada, por ejemplo, si se com paran las distin­
tas respuestas que algunos destacados filósofos han dado a la 
pregunta que inquiere por el objeto de la disciplina. Así, para 
Aristóteles el objeto de la filosofía es el ente; para Kant es el ob­
je to fenom énico; para Comte el objeto de la filosofía son los he­
chos científicos; para Bergson dicho objeto es el dato inm ediato 
de la conciencia; para Dilthey el objeto de la filosofía es la vida; 
para Husserl el objeto de la filosofía es la esencia pura de la con­
ciencia; y para Heidegger, en fin, el objeto de la filosofía es el 
ser, lo que se m uestra en nuestra existencia tem pórea.
Es perfectam ente entendible que frente a semejante conjun­
to de respuestas no podam os com prender plenam ente ni de in­
¿QUE ES LA FILOSOFIA? 25
m ediato qué es lo que quiere decir cada uno de esos filósofos 
al señalar el objeto de su disciplina, aunque todos intuimos que 
hablan de cosas distintas y que, por lo mismo, no están de acuer­
do en la respuesta que proporcionan a la pregunta que inquie­
re sobre el objeto de la filosofía.
A m edida que avancemos en este capítulo comprobarem os 
que la filosofía no es concebida sólo como una ram a del saber, 
como una forma de conocimiento de la realidad, sino también, 
por ejemplo, como una forma de vida o como una doctrina acer­
ca de la vida, tal y como nos recuerda Xavier Zubiri al presen­
tar aquellos planteam ientos que acerca del objeto de la filosofía 
acabamos de ver. Sin embargo, lo que predom ina abiertam ente 
es la idea de la filosofía como conocimiento, es decir, como un 
cierto sistema de proposiciones o enunciados que tienen la pre­
tensión de aum entar o completar nuestro saber acerca del m un­
do. P or lo m ism o, si la filosofía es conoc im ien to , resu lta 
problem ático que ella no pueda establecer con certeza, o cuan­
do menos con suficiente seguridad, cuál es el objeto al que esas 
proposiciones tienen que estar referidas.
De este modo, llama la atención que un ensayo de un filóso­
fo contem poráneo -m e refiero a El objeto de la filosofía, de Isaiah 
B erlin- comience con la pregunta ¿cuál es el objeto de la filo­
sofía?, y diga a reglón seguido que no existe para esa pregunta 
una respuesta que haya sido aceptada universalmente.
En segundo térm ino, la filosofía no tiene tampoco suficien­
te seguridad en la identificación del m étodo del cual tiene que 
valerse para llevar a cabo la determ inación de su objeto, la se­
lección de los problemas que concernientes a ese objeto son de 
su interés y el o los criterios de validez que tengan que ser utili­
zados para verificar sus proposiciones o aciertos.
La misma palabra “m étodo” es también problemática, pues­
to que se la emplea en distintos significados.
Si seguimos en esto a Jorge Millas y entendemos por método 
algo más que el modo como una disciplina lleva a cabo sus inves­
tigaciones, es decir, algo más que una simple técnica operatoria 
de acceso al objeto de la disciplina, podemos decir que método 
es el conjunto de criterios en virtud de los cuales una disciplina 
determ ina su objeto, selecciona los problemas de los que va a tra­
tar por ser concernientes a ese objeto, y establece las pautas en
26 FILOSOFIA DEL DERECHO
uso de las cuales verificará sus propias proposiciones o establece­
rá un cierto control de éstas. Así entendidas las cosas, “m étodo” 
es una palabra que remite a algo más que vías de acceso o recur­
sos de aprehensión de un determinado objeto, y tiene que ver con 
la adopción de un punto de vista para la propia identificación del 
objeto, para la selección de los problemas o áreas de trabajo rela­
tivos al mismo y, en fin, para la fijación de pautas que perm itan 
verificar, o acaso tan solo controlar, las proposiciones o enuncia­
dos que acaben haciéndose acerca del objeto.
En tercer lugar, la filosofía es tam bién problem ática desde 
el punto de vista del contenido de sus proposiciones, vale decir, 
desde el punto de vista de las respuestas que enuncia acerca de 
los problem as de que se ocupa, y, en este sentido, no llega nun­
ca a presentarse como un conjunto coherente de proposiciones 
uniform em ente aceptadas por todos los filósofos.
Lo que la filosofía muestra, vista ahora no desde la perspecti­
va de su objeto ni de su método, sino de sus resultados, es un sin­
fín de sistemas o doctrinas que no es posible compatibilizar entre 
sí desde el punto de vista de sus contenidos, lo cual trae consigo 
un cada vez más difícil diálogo y comprensión recíproca entre los 
filósofos que adhieren a diferentes doctrinas o sistemas.
En suma, lafilosofía no sabe, o no tiene suficiente seguri­
dad, acerca de cuál es su objeto, cuál su método y cuáles las res­
puestas que deben ser preferidas a las demás. Vive y avanza, pues, 
en medio de esa triple incertidum bre: la de no saber bien hacia 
dónde mira, cómo m irar y con cuáles de las imágenes quedarse 
luego de haber mirado. Entonces, no es desacertado afirmar que 
hacer filosofía constituye algo comparable a embarcarse para lo 
desconocido.
¿Acontecerá lo propio, o algo parecido, tratándose de la fi­
losofía del derecho? ¿Padecerá ésta tam bién esa misma triple 
problem aticidad de la filosofía general? ¿Se podrá liberar la fi­
losofía del derecho de esa triple problem aticidad gracias a que 
se trata de una filosofía regional, esto es, que versa únicam ente 
sobre el derecho, o reproducirá, a escala, esa misma problem a­
ticidad que la filosofía general m uestra en los tres sentidos an­
tes indicados?
Tales son preguntas propias del siguiente capítulo de este li­
bro, aunque conviene enunciarlas ya para advertir que este paso
¿QUE ES LA FILOSOFIA? 27
por la filosofía general que nos encontram os haciendo prepara 
de algún modo el terreno en que tendrem os que movernos lue­
go cuando tratemos de la filosofía del derecho.
Entonces, estamos embarcados para lo desconocido cuando 
hacemos filosofía, aunque tenemos que hacer un esfuerzo por 
avanzar algo más en nuestro intento de aclarar la pregunta ¿qué 
es filosofía?
Una m anera de avanzar a partir de esa pregunta puede con­
sistir en aceptar que filosofía tiene que ser aquello que han he­
cho y hacen actualmente los filósofos, lo cual quiere decir que 
volvernos hacia la historia de la filosofía y descubrir en ella de 
qué se ha ocupado esa clase especial de personas que llamamos 
filósofos puede ser un buen camino para despejar la pregunta 
que nos ocupa en este instante. Con todo, ese camino no se 
muestra demasiado fructífero, puesto que ya sabemos que los 
filósofos se han dedicado a muy distintas cosas cuando han di­
cho hacer filosofía, hasta el punto de que mirar la historia de 
ésta puede producirnos esa “impresión de heterogeneidad y aun 
de caos” a que alude Jorge Millas en su libro Idea de la filosofía.
No obstante, esa impresión de heterogeneidad y caos que nos 
produce la historia de la filosofía, el término “filósofo” -dice Jor­
ge Millas- viene aplicándose de un modo más o menos inequí­
voco desde que surgiera en la lengua griega, y tiene él que ver 
con una forma de observación de las cosas más atenta y a fondo 
de aquella que dispensamos habitualmente a éstas, con una con­
templación de las cosas que conduce a la “expresión más exigen­
te y comprensiva del conocimiento del m undo y del hom bre”.
Sin embargo, cabe preguntarse de dónde surge esa necesi­
dad, o al menos ese deseo, de una contemplación más atenta y 
a fondo de las cosas, si es que todos admitimos, en una u otra 
medida, que las cosas están allí para que nos sirvamos de ellas y 
no para que nos hagamos grandes preguntas sobre ellas.
III. El asombro como origen de la filosofía
La pregunta anterior nos rem ite ahora a la palabra “asom bro” y 
a dos sentencias que incluyen esa palabra, una de Platón y otra 
de Aristóteles, quienes ya en la antigüedad establecieron un
28 FILOSOFIA DEL DERECHO
vínculo inseparable entre filosofía y asombro: “Porque esta pa­
sión, el asombro, es máximamente propia del filósofo, pues no 
hay otro principio de la filosofía que éste”; y “Porque po r el 
asom bro em pezaron antaño y todavía hoy comienzan los hom ­
bres a filosofar”.
De este modo, el asombro está en el origen de la filosofía, 
en tendiendo por asombro no simple curiosidad, sino auténtico 
estupor y admiración. ¿Ante qué? Ante el hecho de que hay el 
ser y no la nada. “¿Por qué hay el ente y no, más bien, la nada?”, 
se preguntaba Leibniz, expresando de ese m odo el asombro que 
produce percibir que las cosas están ahí, en derredo r nuestro 
-m e jo r aún, en frente nuestro -, afectándonos con su presen­
cia e in terpelándonos a conocerlas.
Como decíamos, el asombro es un estado de ánimo, una pa­
sión incluso, algo que por provenir de una zona más honda que 
la que produce la sola curiosidad se relaciona de algún m odo 
con el vértigo, es decir, se trata de un estado de ánim o en el que 
no sabemos a qué atenernos, puesto que todo se nos hace ex­
traño y caemos entonces en lo que Jorge Eduardo Rivera llama 
la “absoluta extrañeza”. Como pasión que es, el asom bro es en­
tonces esa “agitación afectiva” de que habla Heidegger, en vir­
tud de la cual retrocedem os ante la realidad de las cosas, casi 
como si contuviéramos la respiración ante el hallazgo de lo que 
hay. El asom bro -com o apunta ahora Kolakowski- “es la sensa­
ción de extrañeza ante el m undo que nos embarga de asombro, 
es la experiencia del m undo como una cosa extraña, no natu­
ral, como algo a lo que no nos adaptam os”. Ahora bien, si qui­
siéramos trazar una cierta diferencia entre asombro y curiosidad, 
podríam os decir que la segunda nos hace asomarnos tan sólo a 
las cosas, mientras que el prim ero es causa de que nos quedemos 
definitivamente en las cosas. Por tanto, si el asom bro es el esta­
do en que se encuentran siempre los filósofos, basta con la cu­
riosidad tratándose de los lectores de filosofía.
Pero el asombro -com o muestra también H eidegger- no está 
sim plem ente al comienzo de la filosofía, del m odo como el la­
vado de las manos por parte del cirujano precede a la opera­
ción que éste debe practicar, sino que es tam bién el asombro el 
estado de ánim o que sostiene a la filosofía y la dom ina por com­
pleto. El asombro, así, dom ina por completo cada paso de la fi­
¿QUE ES LA FILOSOFIA? 29
losofía y no es únicam ente la causa de ésta. Entonces, por el 
asombro se empieza a filosofar y por el asombro continúan los 
hom bres filosofando. El problem a de la filosofía -dice Rivera- 
“es que la filosofía es toda entera un solo problema: el proble­
ma de no saber qué hacer con el ser o con la realidad que se ha 
hecho, de pronto, agudam ente sorprendente, asom bro puro, 
asombro absoluto”.
Sobre el particular, sin embargo, Kolakowski llama la atención 
acerca de que la sentencia ya citada de Platón, que nos enseña 
que el asombro es el origen de la filosofía, podría hallarse en con­
tradicción con la observación de las Meditaciones de Marco Aure­
lio, donde se dice que la filosofía nos enseña a no asombrarnos 
ya por nada. Ambas opiniones, aparentem ente divergentes, pue­
den reunirse tal vez en una fórmula más general, “siempre que 
se las entienda de modo que la primera se refiera a la génesis del 
filosofar, y la segunda, por el contrario, a su meta y a su utilidad. 
Entonces deberíamos decir que con respecto a su origen psicoló­
gico, la filosofía proviene de que todo nos asombre; por lo tanto, 
somos filósofos porque nos asombramos de todo; y lo somos para 
que ya nada nos siga asombrando”.
Pero, ¿será posible llegar a un m om ento en el que ya nada 
nos siga asombrando y en el que podamos por tanto dar por con­
cluida la filosofía? En otras palabras, si filosofar consiste en ha­
cer un cierto tipo de preguntas -aquellas que según Isaiah Berlin 
tienen el efecto de sumirnos en una honda perplejidad, porque 
reputándolas im portantes son preguntas respecto de las cuales 
no sabemos cómo buscar las correspondientes respuestas-, ¿lle­
gará un m om ento en el que se pueda decir que las preguntas 
de la filosofía se encuentran ya agotadas? ¿Se cumplirá enton­
ces el vaticinio de Marco Aurelio en cuanto a que si en el ori­
gen de la filosofía está el asom bro, la m archa de la p ropia 
filosofía nos conducirá al fin del asombro? Ya veremos, en su 
m om ento, cómo puede responderse a esas preguntas.
Nuestro problema ahora es cómo avanzar en este tratamiento 
que estamos dando a la pregunta ¿qué es filosofía?, puesto que 
es preciso admitir que, a pesar de todo lo dicho, no estamos aun 
en condiciones de dar por concluido el esfuerzo a cuyo desplie­
gue obliga unapregunta como esa. Algo hemos avanzado -es 
cierto - al advertir el vínculo entre la filosofía y la acción de via­
30 FILOSOFIA DEL DERECHO
jar, así como el que tam bién existe entre ella y esa disposición y 
a la vez agitación del ánim o que llamamos asombro, aunque 
nada de ello es suficiente como para dar por concluida nuestra 
tarea.
Por otra parte, una nueva dificultad sale a nuestro paso si 
reparam os en el hecho de que la actividad que realizan los filó­
sofos -cualquiera sea el objeto sobre el cual recaiga, los proble­
mas de que se hace cargo y los métodos que utiliza- ha dado 
siempre lugar a reacciones excesivas y contrapuestas de parte de 
quienes no son filósofos, y que van desde la incondicional ad­
miración, por un lado, hasta la crítica y el más duro de los re­
chazos, por la otra.
Berlin llama la atención acerca de que las opiniones sobre 
la filosofía difieren drásticam ente entre sí, y van desde las que 
la consideran como la contem plación de todo el tiempo y de 
toda la existencia, algo así como la reina de las ciencias, como 
la piedra angular de la totalidad del arco del conocimiento, hasta 
las de quienes quisieran hacerla a un lado como si se tratara de 
una seudociencia que lo único que hace es sacar provecho de 
nuestras confusiones verbales. Para la prim era de esas opinio­
nes, la filosofía es algo tan sublime como irremplazable, en tan­
to que para la segunda ella no constituiría más que un síntoma 
de inm adurez intelectual que habría por tanto que relegar, ju n ­
to con la teología y otras disciplinas especulativas, al museo de 
las curiosidades antiguas, “tal y como hace tiempo se han rele­
gado la astrología y la alquimia por la victoriosa m archa de las 
ciencias naturales”.
Sin ir más lejos, Tales de Mileto, el sabio que predijo el eclip­
se de sol del año 585 a. de C., era blanco de las burlas de su cria­
da, quien le vio caer a un pozo mientras se paseaba una noche 
estudiando las estrellas. Pero esta sorna con la filosofía no pro­
viene sólo de la gente común, sino también de los especialistas 
en ciencias naturales, quienes, arrebatados por sus éxitos, dirigen 
de vez en cuando juicios condenatorios en contra de la filosofía, 
que, sin embargo, pueden resultar de una “pueril ingenuidad”, 
como parecen al filósofo polaco Leszeck Kolakowski.
La extraña circunstancia de que la ocupación filosófica haya 
dado siempre lugar a reacciones tan excesivas como contrapues­
tas de parte de la gente es bien ilustrada por Jorge Millas de la
¿QUE ES LA FILOSOFIA? 31
siguiente manera: “Rendidos unos de admiración ante ella, la 
veneran con respeto casi religioso y consideran al filósofo una 
suerte de dichosa creatura a la cual toda verdad le hubiere sido 
revelada. Mal dispuestos otros frente a ella -y éstos son los m ás- 
la desdeñan ya por ociosa, ya por oscura, ya por anticientífica, y 
siempre por inútil. Fascina a los primeros la elevada alcurnia es­
piritual de sus temas sobre Dios, el ser, la verdad, la existencia, 
el bien, la justicia. Irritan a los segundos su jerga extraña, sus 
razonamientos sutiles, sus difíciles abstracciones, sus discusiones 
inacabables”. Y concluye el filósofo chileno con la siguiente afir­
mación: “La antigüedad griega, que tanta honra concedió a la 
inteligencia, no pudo menos que considerar a algunos de sus 
filósofos como creaturas semidivinas, como fue el caso de Pla­
tón, entre otros. Pero tampoco vaciló en condenar a m uerte al 
más íntegro de todos ellos (Sócrates) y en perseguir con uno u 
otro pretexto a muchos de sus sucesores”.
IV. Algunos decires acerca de la filosofía
Vamos a traer ahora hasta aquí un conjunto de decires o m ane­
ras de hablar acerca de la filosofía que han sido utilizados por 
diferentes autores. Ninguno de esos decires tiene la pretensión 
de constituir una definición de filosofía, aunque todos, de una 
u otra manera, sugieren una cierta noción de la misma o, cuan­
do menos, proveen de algún elemento, o acaso tan sólo de un 
ángulo de mira, que bien vale la pena tom ar en cuenta si es que 
queremos continuar reuniendo materiales que nos perm itan lle­
gar a tener en nuestras cabezas una mejor idea sobre la filoso­
fía de aquella que pudimos tener al comenzar el presente curso.
No vamos a identificar en cada caso a los autores responsa­
bles de estas maneras de hablar acerca de la filosofía. Nos limi­
taremos tan sólo a enunciarlas y a explicarlas luego brevemente. 
Conviene advertir, asimismo, que algunos de estos decires sobre 
la filosofía reiterarán, de m anera abreviada, algunas afirmacio­
nes que hemos desarrollado en las páginas precedentes de este 
libro. En tales casos no comentaremos la m anera de hablar de 
que se trate y el lector tendrá que remitirse a lo que en su mo­
m ento hayamos dicho sobre el particular.
32 FILOSOFIA DEL DERECHO
1. Filosofar es embarcarse para lo desconocido. De donde se sigue 
que ya saben lo que les espera a quienes estudian filosofía o a 
quienes hacen lo propio con esa filosofía regional que llamamos 
“filosofía del derecho”.
2. Es por el asombro que empezaron los hombres a filosofar y es tam­
bién por el asombro que continúan filosofando. Tal como dijimos en 
su m om ento, el asombro se relaciona con una disposición y ac­
titud consistentes en no pasar inadvertidam ente ante las cosas y 
en detenerse en éstas para examinarlas en el límite de nuestras 
posibilidades.
Aplicando esta m anera de hablar al campo de la filosofía del 
derecho, se trataría de una actividad que tiene que ver en ton­
ces con la disposición y actitud consistente en no pasar inadver­
tidam ente ante esa determ inada cosa a la que hemos dado el 
nom bre de derecho y en detenernos ante ella para tom ar algu­
na distancia e inspeccionarla en el límite de lo posible.
Es evidente, por ejemplo, que un curso de Introducción al 
Derecho, en el prim er año de los estudios jurídicos, provee de 
alguna noción acerca del derecho, como también acerca de otros 
conceptos próximos im portantes, tales como ciencia del dere­
cho, norm a, norm a jurídica, validez, eficacia, justicia, etc. Pero 
es evidente, asimismo, que las nociones que en tales sentidos pro­
vee esa asignatura son introductorias y en m edida im portante 
instrumentales para acceder luego de manera provechosa al es­
tudio de cada una de las ramas del ordenam iento jurídico nacio­
nal e internacional. Se trata, por tanto, de nociones provisorias 
y no suficientem ente elaboradas, con lo cual querem os decir 
que, tanto por la índole como por la ubicación del curso que 
las im parte, son nociones que no dan cuenta en toda su com­
plejidad de los conceptos a los cuales se refieren. Por lo mismo, 
m erced al impulso que da el asombro, un curso de filosofía del 
derecho bien podría no darse por satisfecho con nociones pu­
ram ente instrum entales del derecho, la ciencia del derecho, la 
eficacia y la justicia, y proponerse un exam en más a fondo de 
estos conceptos.
En otras palabras, la filosofía del derecho nos persuadiría 
de la conveniencia, y aun de la inevitabilidad, de no pasar su­
perficialm ente la vista por encim a del derecho y de otros con­
¿QUE ES LA FILOSOFIA? 33
ceptos ju ríd icos relevantes, de ten iéndonos m ayorm ente en 
ellos por el asom bro que nos causan las cosas a que tales con­
ceptos se refieren.
3. La filosofía es la manera que tenemos de instalarnos ante las co­
sas del modo posiblemente más intenso que conocemos. Así, la filoso­
fía, hija del asom bro, sería el resultado que ob tendríam os 
cuando las cosas nos afectan más profundam ente, aunque ha­
bría que añadir que el arte y la religión son también modos in­
tensos de instalarnos ante la realidad y de dejarnos afectar por 
ella.
4. Filosofar es sumergirse en el pequeño abismo que es cada palabra.
Más adelante tendrem os ocasión de presentar a toda una
corriente del pensam iento filosófico -e l así llamado “positivis­
mo lógico”- , que sostiene que el único papel útil que puede 
cumplir la filosofía es el esclarecimiento de las proposicionesque 
utilizamos en el discurso de la propia filosofía, de la ciencia y, 
aun, en el del lenguaje cotidiano.
Sin necesidad de aceptar un planteamiento como el que hace 
el positivismo lógico, no deja de ser im portante el llamado de 
atención que acerca de las palabras hace la m anera de hablar 
sobre la filosofía que acabamos de enunciar. Porque lo cierto es 
que si acostumbramos pasar inadvertidam ente ante las cosas, 
tam bién lo es que solemos em plear descuidadamente las pala­
bras de que nos valemos para m encionar las distintas cosas.
Sumergirse en el pequeño abismo que es cada palabra constituye 
una m anera de hablar acerca de la filosofía que contiene tanto 
una afirmación como un convite. La afirmación consiste en de­
cir que tras cada palabra hay un abismo, un cierto fondo que 
debería ser inspeccionado, mientras que la invitación consiste 
en instigarnos a explorar ese fondo, a sumergirnos de hecho en 
él y a descubrir lo que allí exista.
Por lo mismo, si la filosofía pudiere consistir en una actividad 
referida al significado o a los significados con que se emplean las 
palabras, en especial aquellas que reputam os más importantes 
-tales como “ser”, “verdad” y otras-, la filosofía del derecho po­
dría consistir, por su parte, en una actividad encaminada a esta­
blecer el o los significados de palabras y expresiones de particular
34 FILOSOFIA DEL DERECHO
importancia en el área o campo de trabajo de los juristas, tales 
como “derecho”, “derecho subjetivo”, “derechos hum anos”, “de­
ber jurídico”, “sanción”, “justicia”, etc. Así las cosas, palabras como 
esas serían utilizadas muy habitualmente por los juristas, aunque 
sin que éstos se detuvieran suficientemente en la CLiestión de su 
significado o simplemente dieran por establecido, sin ulterior re­
flexión, un cierto significado para las mismas. Entonces, el come­
tido de la filosofía del derecho consistiría en tomar esas palabras 
y en aclarar luego el o los sentidos en que ellas son utilizadas se­
gún los diferentes contextos de significación. De este modo, por 
ejemplo, la palabra “derecho” tiene un significado en la frase “El 
derecho chileno reconoce a todos los habitantes la libertad para 
expresar sus opiniones”, otro en la frase “Tenemos derecho a ex­
presar librem ente nuestras opiniones”, y un tercero -incluso- en 
la frase “Somos estudiantes de derecho
Bryan Magee preguntó alguna vez a Isaiah Berlin en una en­
trevista para la televisión británica, si acaso no hay algo trivial, y 
acaso em pobrecido, en la idea de que el objeto de la filosofía 
es el lenguaje y que, en consecuencia, los debates filosóficos son 
nada más que discusiones acerca de palabras.
Berlin respondió a esa observación reconociendo que algu­
nos filósofos contem poráneos se han pequdicado por lo que res­
pecta al público lector de sus obras al insistir en que la principal 
preocupación que los mueve es la preocupación por el lengua­
je . Aclara, sin embargo, que si los filósofos están preocupados 
por el lenguaje es porque creen que pensamos con palabras, de 
donde se sigue la constatación nada trivial acerca de que el exa­
m en de las palabras es, a fin de cuentas, el exam en del propio 
pensam iento.
Por lo demás, cuando no pensamos suficientemente en las 
palabras que empleamos, o, peor aún, cuando dejamos de utili­
zar ciertas palabras, perdiéndolas, lo que de verdad acontece es 
m ucho más que la trivialización o la pérdida de las palabras. Lo 
que entonces acontece es una trivialización y pérdida de la pro­
pia realidad.
Son los escritores antes que los filósofos quienes se preocu­
pan por las palabras que perdemos. De este modo, alarmado por 
unas encuestas que dem ostraban cómo en los últimos años se 
habían perdido unas 80 palabras, el escritor español Juan Joré
¿QUE ES LA FILOSOFIA? 35
Millás ha advertido que a poco de desaparecer una palabra des­
aparece también el objeto que ella nombraba, produciéndose 
de este modo un gravísimo proceso de “desrealización”, vale de­
cir, de pérdida de la realidad.
Además, analizando el em pleo que hacemos del lenguaje 
conseguimos liberarnos de los hechizos del lenguaje, vale decir, 
del encantam iento que producen determ inadas palabras y, so­
bre todo, del que producen las grandes palabras. Berlin admite 
este papel de la filosofía y sostiene que, al cumplirlo eficazmen­
te, ella presta uno de sus mayores servicios a la hum anidad.
Lo anterior no significa transformar a los filósofos en lexicó­
grafos o gramáticos, puesto que cuando los filósofos nos invitan 
a trabajar con las palabras, a lo que nos invitan no es simplemen­
te a buscar en los diccionarios.
Sobre el particular, Berlin ofrece el siguiente ejemplo:
Cuando alguien dijo a Lutero que el fin de la vida hum ana 
era la felicidad, él negó con convicción y exclamó “¿La felicidad? 
¡No! ¡Sufrir, sufrir; la Cruz, la Cruz!” Pues bien: una respuesta 
como esa es el núcleo de la religión cristiana, una de las más 
arraigadas creencias y visiones de la realidad sobre las que han 
construido sus vidas muchas personas. Sin duda -añade B erlin- 
esto no es trivial. Se puede afirmar que en el caso de “sufrir” y 
de “Cruz” se trata de palabras, de palabras clave, aunque de pa­
labras al fin y al cabo, de modo que lo único que nos estamos 
preguntando es “¿Qué significa la palabra cruz?", y “¿Qué signi­
fica la palabra sufrir?” Pero esto no viene al cuento. Los filóso­
fos no son gram áticos ni lexicógrafos, puesto que a fin de 
descubrir lo que esas palabras significaban para Lutero, y para 
otros que pensaban y sentían como él, en este sentido de “signi­
fican”, en nada nos ayudaría buscarlas en el diccionario.
En todo campo de actividad hay ciertos términos fundam en­
tales -con tinúa argum entando Berlin- que los especialistas y la 
gente en general utiliza constantemente. Los físicos hablan cons­
tantem ente de “luz”, “masa”, “energía”, “movimiento”, “m edida”, 
“tiem po”. Los políticos emplean sin cesar términos como “liber­
tad”, “igualdad”, “justicia social”. Los abogados emplean de con­
tinuo palabras como “culpa”, “inocencia”, “justicia”.
Pues bien, las personas que trabajan en cada uno de esos 
campos dedican muy poco tiempo a reflexionar y a argum entar
36 FILOSOFIA DEL DERECHO
acerca de los térm inos que emplean, de m odo que no es raro 
que de pronto aparezca alguien que pregunte “¿Qué querem os 
decir exactam ente con ‘luz’?”, o “¿Qué se quiere decir con ‘li­
bertad ’?”, o “¿Qué querem os decir con ‘justicia’?”, configurán­
dose de este modo, a partir de preguntas como esas, una filosofía 
de la ciencia, una filosofía política y una filosofía del derecho.
En realidad, hay una filosofía de cada asunto o actividad 
-tam bién del arte (“¿Qué es la ‘belleza’?”) e incluso de la reli­
gión (“¿Qué querem os decir con ‘Dios’, ‘gracia’, ‘pe rd ó n ’?”)—, 
y consiste en la elucidación de los conceptos que en ella se usan 
de m anera característica, y, asimismo, “en la discusión crítica de 
sus metas y métodos y de las formas particulares de argum en­
tos, pruebas y procedim ientos apropiados a cada campo de co­
nocim iento”.
Al proceder de la manera antes indicada, los filósofos penetran 
en las presuposiciones de nuestro pensamiento, es decir, “identi­
fican y aclaran cuáles son las suposiciones que subyacen ocultas 
en nuestros términos más básicos” -dice ahora Magee a Berlin—, 
ante lo cual éste replica que su entrevistador está en lo correcto. 
“Algunos nadadores -argum enta enseguida Berlin- se paralizan 
si comienzan a pensar en cómo nadan. Los físicos son los nada­
dores. La discusión acerca de lo que se necesita para nadar, o de 
lo que significa nadar, son cuestiones más apropiadas para obser­
vadores externos”. Así, los científicos, como también los políticos 
y los juristas, aún los más dotados entre ellos, suelen estar tan pro­
fundam ente interesados en sus respectivas actividades que muchas 
veces no son capaces de retirarse, tomar distancia y examinar los 
supuestos, e incluso las palabras y expresionesmás habituales, en 
que basan su trabajo y sus creencias.
Así las cosas, el filósofo sería aquel observador externo que, 
poniendo su atención en las palabras del discurso científico, po­
lítico o juríd ico, como tam bién en el lenguaje del arte, de la 
moral y de las religiones, contribuiría a establecer significados y 
a develar las suposiciones que se vinculan a cada uno de esos 
discursos y lenguajes.
5. Filosofía es el cultivo del conocimiento que antagoniza con el sen­
tido común, lo cual quiere decir, ante todo, que la filosofía rece­
la de las apariencias, esto es, de aquello que vemos o pensamos
¿QUE ES LA FILOSOFIA? 37
inicialmente, y por lo común superficialmente, acerca de la rea­
lidad, invitándonos, por el contrario, a adentrarnos en las co­
sas, a internarnos en ellas de modo que se nos muestren en toda 
su desafiante complejidad.
Pero la filosofía no antagoniza sólo con el sentido común, 
sino tam bién -com o apunta Jorge Millas- con toda form a de 
em botam iento espiritual, como la complacencia en lo obvio, el 
espíritu gregario o de partido, la intolerancia mesiánica, la pe­
reza escéptica, y todo tipo de conformismo, sea éste tradiciona- 
lista o revolucionario.
Nótese, pues, cada una de las amenazas que se ciernen so­
bre nuestro espíritu para adormecerlo y cómo la filosofía no pue­
de perm itirse que tales amenazas se hagan efectivas.
En prim er lugar está la complacencia en lo obvio, vale decir, la 
celebración del lugar común, a la que todos somos tan procli­
ves en nuestra existencia cotidiana. Sigue luego el espíritu grega­
rio o de partido, vale decir, la propensión a form ar parte de grupos 
o colectivos que por profesar un credo cualquiera nos liberan 
del esfuerzo de pensar por nosotros mismos y de asumir la res­
ponsabilidad por nuestras propias creencias y decisiones. Viene 
a continuación la intolerancia mesiánica, que no es otra cosa que 
el rechazo a las creencias y puntos de vista ajenos en nom bre 
de la verdad de cuya posesión estamos seguros y ante la cual los 
demás no tendrían más alternativa que caer rendidos y agrade­
cer. Se m enciona tam bién la pereza escéptica, esto es, la actitud 
del que sin creer en nada digno de movilizar su voluntad per­
m anece inerte y con una expresión de burla dibujada en sus la­
bios an te cualqu ier actividad que realicen los dem ás para 
mejorar el m undo o mejorarse a sí mismos. Y, por último, está 
el conformismo, sea tradicionalista o revolucionario, porque la per­
suasión de que todo lo que tenemos que hacer es seguir la co­
rriente puede invadir tanto a quien no quiere cam biar nada 
como a aquel que se muestra dispuesto a cambiarlo todo y a cual­
quier precio.
Aquello de la pereza escéptica merece ahora un com enta­
rio adicional, porque el escepticismo y la inercia a que él puede 
conducir son posibles de ser entendidos en distintos sentidos.
El escepticismo, en un sentido positivo del térm ino, es una 
señal de elegancia intelectual que nos precave de incurrir en
38 FILOSOFIA DEL DERECHO
entusiasmos excesivos e ingenuos acerca de las posibilidades del 
entendim iento hum ano o de las reales expectativas que pueden 
ser razonablem ente desarrolladas a propósito del curso que lle­
varán las cosas en nuestros esfuerzos por realizar el bien y evi­
tar el mal. En un sentido negativo, en cambio, el escepticismo 
es una categórica negación de tales posibilidades y expectativas, 
y una incitación, por otra parte, a la pereza y la inercia. Refi­
riéndose precisamente a aquel sentido positivo del escepticismo, 
Ortega no vaciló en escribir que “el vigor intelectual de un hom ­
bre, como de una ciencia, se mide por la dosis de escepticismo 
que es capaz de digerir, de asimilar. La teoría robusta se nutre 
de duda y no es la confianza ingenua que no ha experim enta­
do vacilaciones; no es la confianza inocente, sino más bien la 
seguridad en medio de la torm enta, la confianza en la descon­
fianza”.
Bobbio hace una herm osa observación a este respecto, dis­
tinguiendo entre pesimismo de la razón y optimismo de la vo­
luntad, con lo cual quiere decir que todos tenem os perfecto 
derecho a creer que las cosas irán probablem ente mal (escepti­
cismo de la razón), aunque, a la vez, todos estamos obligados a 
poner lo que esté de nuestra parte para que las cosas vayan lo 
m ejor posible (optimismo de la voluntad). En cambio, a lo que no 
tenem os derecho es a creer que las cosas irán seguram ente mal 
y, a la vez, sentarnos a esperar a que ocurra la tragedia para re­
clamar entonces la triste recom pensa de poder exclamar “Yo lo 
dije”.
En consecuencia, no sólo es posible com binar un escepticis­
mo de la razón con un optimismo de la voluntad, sino que ten­
dríam os algo así como el deber de hacerlo.
Por su parte, el novelista norteam ericano F. Scott Fitzgerald 
hablaba de que la p rueba de una inteligencia superior consis­
te en m an tener en la cabeza dos ideas opuestas a la vez, sin 
p e rd er po r ello la capacidad de funcionar: “U no debiera, po r 
ejem plo, ser capaz de ver que las cosas no tienen rem edio y 
sin em bargo estar determ inado a cambiarlas”. Por tanto, “ha­
bría que m an tener en equilibrio el sentido de la futilidad del 
esfuerzo y el sentido de la necesidad de luchar; la convicción 
de la inevitabilidad del fracaso y, sin em bargo, la determ ina­
ción de triun far”.
¿QUE ES LA FILOSOFIA? 39
6. La filosofía es un pensamiento no deslizante, no un simple pati­
nar mental, sino un pensamiento vertical, vale decir, un pensam ien­
to hacia el fondo , o b ien hacia el lím ite , p e ro n u n ca un 
pensam iento que se quede en la superficie de las cosas.
7. La filosofía es la extraña aventura que a las verdades acontece, 
un pensam iento de Ortega que de modo increíblem ente sinté­
tico pone de manifiesto que la filosofía tiene que ver no con la 
verdad, sino con las verdades, las cuales protagonizan una aven­
tura, más aún, una extraña aventura, de la que es posible certifi­
car una historia.
8. La filosofía es una cosa inevitable, es decir, algo a lo que no 
podríam os sustraernos. No habría m anera de escapar a la filo­
sofía, según dice Karl Jaspers.
9. La filosofía es un sucedáneo, quizás incluso una prótesis, o 
sea, algo de lo que echamos mano para aliviar la angustia que 
nos producen determ inadas preguntas que no sabemos cómo 
responder o para suplir la falta o el debilitamiento de un punto 
de apoyo espiritual que necesitamos para perm anecer erguidos.
Como sucedáneo o paliativo, la filosofía, lo mismo que el arte 
y la religión, serían ardides culturales de los que nos valemos 
para distraer o aplacar la urgencia de los impulsos aprisionados 
y de las necesidades insatisfechas, de modo que -exagerando un 
tanto las cosas- haríamos filosofía merced al mismo mecanismo 
por el que fumamos cigarrillos, bebemos alcohol o vamos una 
vez por semana al hipódrom o.
10. La filosofía es una cosa complicada, con lo cual no decimos 
nada propiam ente nuevo, salvo llamar la atención acerca de que 
el filósofo, a diferencia de lo que acontece con el hom bre co­
m ún, se preocupa no directam ente de las cosas, sino de los con­
ceptos de las cosas.
Sin embargo, como apunta ahora Wittgenstein, la filosofía, 
en cuanto disuelve los nudos que en nuestro pensam iento he­
mos introducido insensatamente, debería ser enteram ente sim­
ple, aunque para lograr desatar esos nudos tiene que hacer 
movimientos tan complicados como los nudos que deshace. Por
40 FILOSOFIA DEL DERECHO
eso, si bien el resultado de la filosofía es simple, el m étodo para 
alcanzar ese resultado no lo es. “La complejidad de la filosofía 
-e n consecuencia- no le viene de su materia, sino de nuestro 
entendim iento lleno de nudos”.
11. La filosofía es algo inactual, porque, en palabras de Hei­
degger, “todo preguntar esencial o se adelanta m ucho al hoy co­
rrespondien te o lo hace reto rnar a lo que ha sido antes y al 
p rincipio”.
Dicho más sencillamente: a la filosofía le ocurre que gene­
ralm ente no puedehallar un eco inmediato, aunque tam poco 
necesita encontrarlo.
Jorge Acevedo, estudioso de Heidegger, dice que este carác­
ter de la filosofía sería hoy más visible que nunca, puesto que 
asistimos a una relativa m oderación de la beligerancia filosófi­
ca, la cual podría deberse “al hecho de que a la filosofía no se 
le hacen ya exigencias desmesuradas” y a que, en consecuencia, 
“no se espera de ella efectos inmediatos de gran envergadura, 
ni para bien ni para mal”.
12. La filosofía es una anormalidad, tal vez incluso una aberra­
ción, porque no le presta ningún servicio a la vida, en cuanto 
no resuelve los problemas de la existencia ni la cambia tam po­
co para mejor.
13. La filosofía es la búsqueda en un cuarto oscuro de un galo ne­
gro que no existe, lo cual, como se com prenderá, resulta en ver­
dad demasiado: buscar es siempre una tarea difícil, más aun si 
se lo hace en un cuarto oscuro. Y ni qué decir de la dificultad 
que se añade si lo que se busca es un gato, un gato de color tam­
bién negro, el cual, a fin de cuentas, no existe.
Aunque se trata sólo de un pensam iento humorístico, esta 
nueva m anera de hablar acerca de la filosofía m uestra a ésta 
como si se tratara de una búsqueda infructuosa y, más aún, ab­
surda.
Pero como no está de más introducir algo de hum or a pro­
pósito de una pregunta tan seria como ¿qué es la filosofía?, vale 
la pena recordar el chiste de Lichtenberg que cita Freud. Un 
chiste de salón, en todo caso, porque tom a pie de la siguiente
¿QUE ES LA FILOSOFIA? 41
frase de Hamlet: “Hay más cosas en el cielo y sobre la tierra de 
las que supone vuestra filosofía”.
Ese juicio de Hamlet es severo con la filosofía, porque re­
procha a ésta no ver todo lo que hay, vale decir, le reprocha ex­
plicar poco.
Ahora bien, una defensa aparente de la filosofía, y en defi­
nitiva bastante irónica, e incluso maligna, puede llevarse a cabo 
si a la frase de Ham let se responde con esta otra: “Pero tam bién 
hay en la filosofía muchas cosas que no existen en el cielo ni en 
la tierra”.
Esta segunda frase, como es fácil advertir, parece com pen­
sar la falta observada por Hamlet, aunque entraña en verdad un 
nuevo y mayor reproche, puesto que con ella lo que se quiere 
finalm ente decir es que la filosofía explica demasiado, o sea, ha­
bla de cosas que no existen o que carecen sencillamente de toda 
explicación racional.
14. La filosofía consiste en poner en tensión la inteligencia, es de­
cir, sacarla de su lasitud, lo mismo que hacemos con un delga­
do cable de acero que cogemos del suelo y procedem os luego a 
estirarlo con las manos desde sus dos extremos.
La filosofía sería así un despertador de la inteligencia, una 
voz de alerta para ésta, una preparación o adiestram iento con­
tra las servidum bres que la am enazan constantem ente, tales 
como el error, la ignorancia, la intolerancia y el fanatismo.
Esta última m anera de hablar acerca de la filosofía, antes de 
pasar al siguiente acápite, nos sirve para recordar que todos los 
desplazamientos que estamos haciendo a propósito de la pre­
gunta ¿qué es filosofía?, tienen como propósito central precisa­
m ente ese: poner en tensión la inteligencia y m antenerla en un 
vibrante estado de alerta.
Por otra parte, somos conscientes de que tales desplazamien­
tos, amén de lentos, son todavía insuficientes como para dar por 
concluida la tarea. Algo hemos encontrado gracias a ellos, aun­
que es preciso recordar el pensam iento de San Agustín que in­
dicamos antes: debem os encontrar como encuentran los que 
saben que han de continuar buscando.
Ortega, a fines de la década de los 20, dio en Madrid un cur­
so titulado “¿Qué es filosofía?”, que estuvo compuesto de varias
42 FILOSOFIA DEL DERECHO
lecciones, cuya finalidad era desarrollar el pensamiento del filó­
sofo en círculos de radio menguante, al modo como un ave que 
avista su presa desde lo alto, baja luego hacia ésta, no en un vue­
lo rectilíneo y fulminante, sino trazando una ruta en espiral.
G uardando ciertam ente las distancias, esa es tam bién la es­
trategia que estamos em pleando en el presente capítulo: aproxi­
m arnos a nuestro objetivo como si estuviéramos en lo alto y 
valiéndonos de un paciente sobrevuelo que nos perm ite descen­
der sobre nuestra presa trazando sobre ésta círculos de radio 
cada vez menor, de m anera tal que luego de com pletar cada ra­
dio o vuelta nos encontrem os más próximos a ella.
¿Cuál es el nuevo movimiento de aproxim ación que podría­
mos in ten tar ahora?
Ese movimiento consiste en una inspección de la palabra “fi­
losofía”.
V. Una inspección de la palabra “filosofía”
Uno de los decires o maneras de hablar acerca de la filosofía 
afirmaba, según vimos, que filosofar equivalía a una inm ersión 
en el pequeño abismo que es cada palabra, algo así como un 
“fértil buceo sin escafandra”, según la retórica expresión de Or­
tega.
Si ello es así, una m anera de avanzar en nuestra com pren­
sión acerca de qué es filosofía tiene que consistir en hacer con 
esta palabra lo mismo que la filosofía hace con las palabras im­
portantes con las que trabaja, esto es, sumergirnos en ella hasta 
descubrir cuál fue su raíz y el uso que le fue dado inicialm ente 
po r los griegos.
Con todo, el término “filosofía” es portador de una gran plas­
ticidad, una cualidad que se encuentra en el origen de su histo­
ria, que es a la vez rica y difícil de seguir.
Xavier Zubiri, como tam bién José Ferrater Mora, son auto­
res que nos ayudan ahora a exam inar la palabra “filosofía”.
Ante todo, conviene recordar que filosofía significa gusto, 
am or por la sabiduría y el conocimiento, sobre todo de ese co­
nocim iento que se logra gracias a la inspección de las cosas. Pues 
bien, esos tres conceptos estuvieron íntim am ente asociados en
¿QUE ES LA FILOSOFIA? 43
la mente de los griegos, lo cual explica que todos ellos estén pre­
sentes en aquellas palabras con que Creso saludaba a Solón: 
“H an llegado hasta nosotros muchas noticias tuyas, tanto de tu 
sabiduría (sofía) como de tus viajes, y de que, movido por el gus­
to del saber (filosofía), has recorrido muchos países por examinarlos 
(teoría).
Como adjetivo ahora, sophós es un vocablo muy difundido en 
el m undo griego, aunque con él no se quería significar nada pro­
piam ente original ni sublime. Sophós era simplemente el enten­
dido en algo -cualquier cosa- y que estaba en condiciones de 
enseñarlo a los demás. Sophós era el que estaba en posesión de 
un saber cualquiera y que era capaz de transm itir a otros ese sa­
ber por medio de la enseñanza. De este modo, un buen zapate­
ro es un sophós en zapatería porque sabe hacer buenos zapatos 
y está en situación de enseñar a otros ese mismo saber. Por ello 
es que sophós es alguien que se distingue de los demás no por 
estar en posesión de un saber inaccesible, sino de un saber de 
cualquier orden.
Con el tiempo, sin embargo, sophós acabó siendo un térm i­
no con el que se designaba a quienes estaban en posesión no 
de cualquier saber, sino de un saber concerniente a cosas im­
portantes, tales como la educación, la formación política, y que, 
por tanto, estaban también en condiciones de influir en sus se­
mejantes y en el curso de los acontecimientos públicos.
Sophós, o sophistés, fue ahora una palabra apropiada para alu­
dir a aquel que estaba en posesión de un saber superior o emi­
nen te - la sophía o sab iduría-, que era un saber acerca del 
universo, acerca de lo público y de lo privado, un saber que con­
fería a quien lo tenía no sólo la capacidad de enseñar, sino tam­
bién la autoridad para dirigir y gobernar a sus semejantes.
¿Pero como surge la palabra “filosofía” como término distinto 
de “sophía”?
Al parecer fue Heráclito, quien rechazaba para sí el apelati­
vo de sophós o sabio, el prim ero que habló de filosofía y que pre­
firió considerarse a sí mismo no como el señor de todas las 
verdades (sophós) sino como un fiel y perseverante amigo del sa­
ber (filósofo). Desde entonces, el término “filosofía” ha valido

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