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La-dimension-erotica-de-la-realidad-social--el-placer-sexual-desde-una-perspectiva-construccionista

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Universidad Nacional Autónoma de México 
PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO EN PSICOLOGÍA 
 
LA DIMENSIÓN ERÓTICA DE LA REALIDAD SOCIAL 
EL PLACER SEXUAL DESDE UNA PERSPECTIVA CONSTRUCCIONISTA 
 
TESIS 
QUE PARA OPTAR POR EL GRADO DE 
DOCTORADO EN PSICOLOGÍA 
 
PRESENTA: 
ARMANDO GUTÉRREZ ESCALANTE 
DIRECTORA: 
DRA. MARÍA EMILY REIKO ITO SUGIYAMA 
FACULTAD DE PSICOLOGÍA 
 
COMITÉ: 
DRA. LUCIANA ESTHER RAMOS LIRA 
FACULTAD DE PSICOLOGÍA 
DR. JOSÉ JUAN SOTO RAMÍREZ 
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA CAMPUS IZTAPALAPA 
DR. ADRIÁN MEDINA LIBERTY 
FACULTAD DE PSICOLOGÍA 
DR. PABLO FERNÁNDEZ CHRISTLIEB 
FACULTAD DE PSICOLOGÍA 
 
México Cd. Mx. SEPTIEMBRE 2017 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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DERECHOS RESERVADOS © 
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mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
1 
 
Agradecimientos 
 
Agradezco, ante todo, a la Universidad Nacional Autónoma de México que, desde el 
inicio de mi formación profesional, me lo ha dado todo. Que su labor invaluable perdure 
por muchos años. 
 
A la doctora Emily Ito, mi maestra, quien desde hace más de una década no ha dejado 
de ser una influencia y una guía en mis andanzas en la investigación; quien me abrió el 
espacio en este programa; quien se arriesgó a dirigir este trabajo y a su autor; quien me 
orientó, motivó, y presionó para terminar; sin cuya participación este proyecto no 
habría podido ser; y a quien considero un ejemplo en la vida profesional y como ser 
humano. Para ella, mi agradecimiento infinito, mi más sincera admiración y absoluto 
respeto. 
 
A los participantes de esta investigación que se permitieron abrir y narrar su intimidad; 
que me obsequiaron una parte de sus vidas; y que permitieron que su experiencia 
deviniera conocimiento; de corazón: gracias. 
 
A mis tutores, Juan Soto, Luciana Ramos, Pablo Fernández y Adrián Medina, por sus 
observaciones y juicio honesto, por la crítica inteligente, las bellas referencias, y todas 
sus contribuciones. 
 
Y a quienes me acompañaron en estos cuatro años como profesores, amigos, alumnos, 
compañeros, parejas o familia, porque sin su ayuda y cercanía no habría resistido. 
 
2 
 
Resumen 
 
Se expone una dilucidación pormenorizada del placer sexual, desde una perspectiva 
construccionista; elaborada a partir de descripciones de experiencias sexualmente 
placenteras, autoeróticas y en relación, obtenidas por medio de entrevistas con siete 
hombres y mujeres adultos, con distintas orientaciones e identidades sexuales. 
A partir de un esquema de análisis narrativo, diseñado durante el proceso de 
investigación, en el que se consideran aspectos diacrónicos (episódico-temporales) y 
sincrónicos (estructurales, prácticos, sensoriales, dinámicos, normativos e ideales) de 
las experiencias sexuales relatadas en las entrevistas; se concluye que el placer sexual 
no es sólo una sensación, sino un conjunto complejo de vivencias disímiles, hilvanadas 
narrativamente, que conducen a la construcción de un ámbito diferenciado de la 
realidad, al que hemos denominado dimensión erótica de la realidad social; que permite 
la interpretación de los distintos aspectos que conforman la realidad vivida como 
sexualmente placentera. 
 
Abstract 
A detailed elucidation of sexual pleasure is presented from a constructionist 
perspective; elaborated from descriptions of sexually pleasurable, autoerotic and 
related experiences, obtained through interviews with seven adult men and women, 
with different orientations and sexual identities. 
Based on a narrative analysis scheme, designed during the research process, which 
considers diachronic (temporal-episodic) and synchronous (structural, practical, 
sensory, dynamic, normative and ideal) aspects of the sexual experiences reported in 
the interviews; it is concluded that sexual pleasure is not only a sensation, but a complex 
set of dissimilar experiences, narratively tied, leading to the construction of a 
differentiated realm of reality, which we have called the erotic dimension of social 
reality; which allows the interpretation of the different aspects that make up the reality 
lived as sexually pleasurable. 
3 
 
Índice 
 Página 
Y se hicieron de palabras: introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6 
 Lo erótico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32 
Dimensiones de la realidad social: un marco conceptual . . . . . . . . . . . . 64 
 Aspectos sensoriales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66 
 Aspectos de ejecución o del hacer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86 
 Aspectos interaccionales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90 
 Aspectos léxicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94 
 Aspectos Narrativos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100 
 Aspectos normativos institucionales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106 
 La dimensión erótica de la realidad social actual . . . . . . . . . . . . . . . 109 
Cuando quieras, quiero: Método . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113 
Interludio analítico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123 
Dicen las buenas lenguas: resultados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 132 
 Experiencia erótica en relación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 132 
 Encuentro romantizado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134 
 Acercamiento y reconocimiento eróticos . . . . . . . . . . . . . . . . . 148 
 Delimitación topopsicológica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169 
 La implosión erótica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 180 
 Apoteosis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 238 
 Disolución dimensional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 246 
 Dos aspectos tangenciales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 252 
 Experiencia erótica en solitario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 262 
 Compresión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 264 
 Estimulación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273 
 Descarga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 286 
 Reintegración / Valoración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 289 
4 
 
 El sujeto erótico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 292 
Del dicho al hecho: Discusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . 304 
Nomás la puntita: Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 350 
Trabajos citados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 363 
Apéndice 1: Guía de entrevista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 380 
Apéndice 2: Documento de consentimiento informado . . . . . . . . . . . . . . 383 
Apéndice 3: Soporte textual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 386 
 
 
5 
 
Índice de figuras 
 
 Página 
 
Figura 1: Modelo de erotismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
 
60 
 
Figura 2: Esquema de análisis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
 
125 
 
Figura 3: Modelo diacrónico de la experiencia erótica en relación . . . 
 
133 
 
Figura 4: Modelo diacrónico de la experiencia erótica en solitario . . . 
 
263 
 
Figura 5: Modelo de compresión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
 
264 
 
Figura 6 Modelo de sujeto erótico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
 
292 
 
 
6 
 
Y se hicieron de palabras 
Introducción 
 
“El placer es la única cosa digna de tener una teoría” 
(Wilde, 1890/1970, p. 79) 
 
Una de las tareas más complejas que el investigador en ciencias sociales tiene que 
afrontar es la definición del objeto sobre que posará su mirada para iniciar su odisea. 
Mientras que el científico de la Naturaleza puede soslayar con relativa facilidad su 
participación en la construcción de la entidad que “observa” y distanciarse de su 
“objeto” de estudio, el investigador social padece lo que llamaría Pierre Bourdieu: 
“La dolorosa esquizofrenia que nace de esta posición, sin duda única en las 
ciencias sociales, en la que el sujeto que produce el conocimiento está 
atrapado, al mismo tiempo, en el objeto que intenta desentrañar” (Bourdieu 
& Chartier, 20111, p. 17) 
El científico social sabe que lo que percibe, registra, categoriza, analiza y narra, no es la-
realidad sino su-realidad: una realidad relativamente subjetiva, parcialmente 
compartida y no deformada sino conformada en y con la sociedad en la que habita; sabe 
que sus nociones edifican lo que ve; que su lenguaje norma su percepción, otorgando 
significado, sentido y orden a los “hechos”; sabe que es inexorablemente uno con lo que 
estudia; y que la manera en que defina su objeto determinará el proceso y las 
conclusiones de su investigación. 
Con esto en mente, se sienta frente a la hoja en blanco, respira hondo, se detiene y 
aventura el futuro del bloque marmóreo que está por cincelar, pensando en las venas 
que habrán de interponerse o ayudarlo en sus denuedos, se retira, regresa, vuelve a 
cavilar, se resigna y comienza… 
Hoy en día es prácticamente un requisito anteceder cualquier estudio o propuesta de 
investigación con una sección en la que se justifica la pertinencia de lo que se pretende 
llevar a cabo. Es, también, casi una tradición que esta justificación aluda al escaso 
conocimiento que se tiene sobre algún tema. El razonamiento es simple: un estudio es 
necesario porque no sabemos algo, porque no ha sido investigado o porque no se ha 
tratado la cuestión de una cierta manera o desde una determinada perspectiva. 
Por lo que toca a la sexualidad, no obstante, afirmar que el tema no ha sido tratado o 
que no se ha investigado sería, a todas luces, un absurdo. Junto con el amor, las mujeres 
y la muerte, el sexo ha sido uno de los temas más frecuentados en la historia de 
occidente. Difícilmente se encuentra a un autor, teólogo, poeta, filósofo, literato o 
científico que no haya reflexionado al respecto. Como decía Alfred Kinsey: 
7 
 
“No hay ningún aspecto de la conducta humana sobre el que más se haya 
pensado, más se haya hablado y más libros se hayan escrito” (Kinsey, 
Pomeroy & Martin, 1949, p. 20) 
Existe un ingente acervo discursivo sobre el tema en todos los ámbitos y, sin embargo, 
el sexo sigue acaparando nuestra atención, alentando teorizaciones y manando 
discursos. 
Esto no es del todo extraño si se atiende a la férrea relación de la sexualidad con la 
reproducción, con el misterio de la vida, con la belleza de los placeres, con las relaciones 
entre las personas, con los afectos, intelecciones y motivaciones varias del hacer 
humano o con su capacidad para generar Cultura. Lo que sí resulta desconcertante es 
que detrás de este ciclópeo maremágnum discursivo no parece existir una sustancia, un 
objeto, un Ser claramente discernible, al que podamos llamar sexualidad. Como 
asentaba Jeffrey Weeks (1998): 
“todavía nos queda un dilema respecto de cuál es exactamente nuestro 
objeto de estudio. Puedo enumerar, como hice antes, algunas actividades que 
convencionalmente designamos como sexuales; pero, ¿qué es los que las 
vincula entre sí? ¿Cuál es el elemento mágico que define algunas cosas como 
sexuales y no a otras?” (p. 56) 
Esto, probablemente, siguiendo a Michel Foucault que, unos años antes, en el segundo 
volumen de su Historia de la sexualidad: El uso de los placeres, apuntaba a la “dificultad” 
–evidente eufemismo– de encontrar en la Grecia clásica un concepto cercano a lo que 
nosotros entendemos por sexualidad: 
“Pasaríamos muchos trabajos para encontrar entre los griegos (como entre 
los latinos) una noción parecida a la de ‘sexualidad’ y a la de ‘carne’. Quiero 
decir: una noción que se refiera a una entidad única y que permita reagrupar 
–por ser de la misma naturaleza, por derivar de un mismo origen o porque 
juegan con el mismo tipo de causalidad– fenómenos diversos y 
aparentemente alejados unos de otros: comportamientos y también 
sensaciones, imágenes, deseos, instintos, pasiones.” (Foucault, 1984, p. 35) 
Entre los griegos de dicho periodo existió la noción de “aphrodisia”; así como existió la 
idea de la-Carne entre los occidentales medievales (Foucault, 2007). Ambas nociones 
ampliamente vinculadas a nuestra conceptuación de la sexualidad, y fácilmente 
analogables ante una mirada superficial, pero que refieren, nos dice, a realidades 
distintas: 
“Los griegos utilizaban con toda naturalidad un adjetivo sustantivado: ta 
aphrodisia, que los latinos traducían poco más o menos por venérea. ‘Cosas’ 
o ‘placeres del amor’, ‘relaciones sexuales’, ‘actos de la carne’, 
‘voluptuosidades’, serían algunos términos equivalentes que podríamos dar. 
8 
 
[…] Nuestra idea de ‘sexualidad’ no cubre simplemente un dominio mucho 
más amplio; contempla una realidad de otro tipo; tiene, en nuestra moral y 
nuestro saber, muchas otras funciones.” (Foucault, 1984, p. 35) 
La sexualidad es un constructo polisémico que ha albergado cabe sí una infinidad de 
contenidos. Precisarla es sumamente complicado aunque no ha faltado quién lo intente. 
Un acercamiento común es partir del lenguaje. Existen, por supuesto, muchas maneras 
de hacer esto, la más “analítica” es, probablemente, la descomposición de las palabras 
en sus elementos constitutivos y la enunciación de las relaciones entre ellos. En lo que 
a la sexualidad atañe, entonces, habría que empezar por el sexo ¿qué es el sexo? 
La corriente teórica dominante hoy en día parte de una caracterización biológica; define 
sexo como una cualidad del ser determinada por la posesión de ciertas estructuras 
morfológicas y fisiológicas que nos caracterizan como machos o hembras1 
(Katchadourian, 1985). Dichas diferencias se acrecientan a la par de nuestros 
conocimientos en materia fisiológica: hombres y mujeres diferimos genéticamente, 
cromosómicamente, gonadalmente, hormonalmente, genitalmente, fisiológicamente y 
fenotípicamente (García Cavazos, 1994). El lenguaje culto –el ámbito discursivo en el 
que las palabras, como unidades autónomas, poseen un significado– ha adoptadoigualmente esta caracterización. La Real Academia Española (RAE), por ejemplo, refiere 
a la palabra “sexo” como devenida del latín sexus y la define en su primera acepción 
como: “Condición orgánica, masculina o femenina, de los animales y las plantas.”, como 
segunda acepción la palabra se emplea como un genérico para referir a todos los 
individuos pertenecientes a una categoría sexual igualmente biológica: “Conjunto de 
seres pertenecientes a un mismo sexo. Sexo masculino, femenino”; la tercerea acepción 
refiere a las características morfológicas a partir de las cuales categorizamos a los 
sexos: “Órganos sexuales” y existe, además, una cuarta acepción a la que nos 
referiremos más adelante. 
María Moliner (1967/1998), sugiere la misma etimología y define “sexo” en su primera 
acepción como “Carácter de los seres orgánicos por el cual pueden ser machos o 
hembras.”; como segunda acepción: “Circunstancia de ser macho o hembra un ser 
orgánico”; en tercer sitio: “Órganos sexuales externos” (p. 1077) y existe, también, una 
cuarta acepción que trataremos más adelante. 
Guido Gómez de Silva (1998) define sexo como: “propiedad según la cual pueden 
clasificarse los organismos de acuerdo con sus funciones reproductivas” y la refiere 
como derivada del latín sexus que, a su vez, devendría del latín secare que significa 
 
1 Hombres y mujeres en lo que al humano respecta. 
9 
 
“cortar, dividir”, “ya que los organismos pueden dividirse en dos grupos –macho y 
hembra.” (p. 637) 
Julio Pimentel Álvarez (2009) deriva “sexo” de sexus (pp. 674 y 476), pero esta palabra 
no devendría de secare sino del término secus con el que se refiere a “lo-que-es-de-otro-
modo”: 
“Secus, adv., de otro modo, quod longe secus est, lo cual es muy de otra 
manera; recle secusne, si con razón o sin ella; honestis an secus amicisuteretur, 
si tenía buenos o malos amigos […] secus, n. indecl., sexo, liberorum capitum 
virile secus ad decem milia, alrededor de diez mil personas libres, del sexo 
masculino” (Pimentel Álvarez, 2009, p. 468) 
Étimo que parece bastante plausible, si atendemos a Joan Coromines (2008), que 
también refiere a la palabra sexo como derivada de sexus, y añade que la palabra 
aparecerá en el Español hacia 1440, mientras que su adjetivación “sexual” no se 
acopiará sino hasta el siglo XVIII, tomada del latín sexualis que significa “femenino” (p. 
505). La diferencia es tan sutil que probablemente resulte imperceptible para el 
investigador social que no tenga presente que, como afirma Georges Duby 
(1973/2011): 
“El vocabulario es sin lugar a dudas el más rico documento de que dispone el 
historiador de la psicología social. Es el más rico pero el más difícil de 
explotar, ya que las palabras son envolturas cuyo contenido no es el mismo 
en los diferentes medios sociales y en las diferentes épocas” (p. 20) 
Nuestras diferenciaciones actuales no son universales ni atemporales. Nuestras 
palabras y conceptos no siempre han referido a los mismos significados: las palabras 
son siempre relativas a ámbitos discursivos específicos2, que deben ser desentrañados 
si se quiere entender su significado. Por lo que toca al sexo, nuestra distinción de 
carácter biológico, si bien, bastante madura, pues ya era común en el siglo XVI, como se 
refleja en el Diccionario de Autoridades que define sexo como: 
“Distintivo en la naturaleza del macho, ù hembra en el animal. Usase 
regularmente hablando de los racionales, y se pronuncia la x como c y s. Lat. 
Sexus, us. TEJAD. Leon Prodig. part. 1. Apolog. 1. Quexas son inútiles, y 
pueriles las de su imperio, y vana deidád, à quien la ignorancia consagró 
templos, erigió altares, abrasó aromas, mudó sexos. QUEV. Rom. Recelase él 
 
2 La conceptuación más clara de discurso que me es posible referir es la expuesta por Foucault 
(1970/2005, p. 181) en su Arqueología del saber y retomada por Alejandro Moreno (1995) en su texto El 
aro y la trama en el que parcamente sentencia: “conjunto de enunciados que dependen de un mismo 
sistema de formación” (p. 38) 
10 
 
de los sobrinos, dá muerte al varon, no le assegura el sexo de la hembra. (Real 
Academia Española, 1726-1739/2013) 
No puede ser remontada hasta la Roma antigua y su respectiva lengua, donde hombres 
y mujeres no eran entendidos como anatómicamente distintos. Como ha señalado 
Thomas Laqueur (1990), la distinción entre machos y hembras como entidades 
sexualmente dimórficas es resultado de un proceso de construcción histórica que parte 
de un difícilmente comprensible monomorfismo sexual que domina la concepción de la 
anatomía del pensamiento occidental desde el 350 a. C. hasta bien entrado el S. XVII, y 
que no terminará de concretarse sino hasta principios del siglo XX; una historia que 
inicia con: 
“un mundo en el que al menos dos géneros corresponden a un solo sexo, en 
el que los límites entre hombre y mujer son de grado y no de clase, y en el 
que los órganos de la reproducción no son sino un signo entre muchos del 
lugar del cuerpo en un orden cósmico y cultural que trasciende a la biología.” 
(Laqueur, 1990, p. 55) 
No es este, claro, el espacio para tratar la cuestión a profundidad. El lector interesado 
puede referirse a la excelente obra de Laqueur; bástenos por ahora hacer notar que el 
término sexus referiría probablemente a lo que, por alguna razón, es distinto y que sería 
más fácilmente atribuible a lo femenino –entendido como un principio inmaterial–, que 
a una distinción biológica. El acento en lo biológico es solo una manera de conceptuar y 
categorizar la realidad, propia de la modernidad occidental. 
Volviendo al término sexo, la Real Academia Española presenta una última acepción: 
“Placer venéreo” y, en este mismo sentido, María Moliner (1967/1998) aúna a las 
definiciones antes mentadas: “Conjunto de prácticas encaminadas a obtener el placer 
sexual”; significaciones, ambas, mucho más cercanas a lo que los hispanoparlantes y 
usuarios no especializados del Español entienden por “sexo” (Escalante Borreguín, 
2006). 
Por lo que toca al término “venéreo” la RAE propone como primera acepción 
“Perteneciente o relativo a la Venus (deleite sexual)” y como segunda “Se dice de la 
enfermedad contagiosa que ordinariamente se contrae por el trato sexual”. Mientras 
María Moliner (1967/1998) lo refiere como derivado del latín veneréus y lo define como 
“Relacionado con el placer o el trato sexual” y como concepto médico: “Se aplica 
particularmente a las enfermedades contagiosas que se contraen en ese trato” (p. 
1370). 
De igual suerte, Gómez de Silva (1998) define venéreo como “de las relaciones sexuales; 
(de un mal) transmitido por las relaciones sexuales”, derivada del latín venereus que 
define como “venéreo, del amor, de Venus” (p. 713). Coromines (2008) propone una 
http://lema.rae.es/drae/srv/search?id=VGXA80BgtDXX2rKrPYT2#0_4
11 
 
definición similar: “perteneciente a Venus” (p. 577) y propone como fecha aproximada 
de incorporación al castellano 1440. Por lo que encontramos una definición muy similar 
en el Diccionario de Autoridades: 
“Lo que pertenece à la Venus, ò al deléite sensual. Es del Latino Venereus. 
LAG. Diosc. lib. 6. Prefac. Tengo por burla lo que hallo escrito en algunos 
Doctores Arabes, que cierta doncella mui acabada y hermosa fué mantenida 
desde niña con el Napelo, para cautamente atosigar algunos Reyes, y 
Príncipes, que despues con ella tuviessen conversacion venérea. NIEREMB. 
Obr. y dias, cap. 14. Comunmente continencia se toma por abstinencia de acto 
venéreo.” (Real Academia Española, 1726-1739/2013) 
Este brevísimo recorrido por las caracterizaciones del término “sexo” basta para caer 
en cuenta de una de las razones por las cuales la-sexualidad es tan problemática: puesto 
que los sufijos “-dad” o “-idad” implican o bien “cualidad en sustantivosabstractos 
derivados de adjetivos” (RAE) o bien “cualidad (de), situación, condición (de)” (Gómez 
de Silva, 1998, p. 208); el término “sexualidad” significa cualidad o condición de 
sexuado, esto es, ser o tener sexo o encontrarse en situación de sexo3. Pero la palabra 
“sexo” refiere a un sistema de categorización de los seres con base en diferencias 
específicas4; a las características anatómicas con base en las cuales se estipulan dichas 
diferencias; a la pertenencia a una categoría determinada; a una forma de relacionarse 
entre los seres; a unas determinadas prácticas más o menos imprecisas; a las 
sensaciones resultadas de dichas prácticas; a la propensión por unos ciertos placeres: 
los sexuales, que resultan en una definición tautológica o circular; y, finalmente, a los 
actos y todo aquello relativo a una deidad que ya no forma parte de nuestras maneras 
actuales de interpretar el mundo. 
Este enredo terminológico es relativo a un análisis estructural y etimológico del 
término5 y conlleva dificultades mayores cuando se lo lleva a niveles de análisis más 
complejos. Si intentamos, por ejemplo, definir qué conductas son sexuales, el concepto 
deja de ser operativo. Si con afán de simplicidad nos atenemos a la acepción morfológica 
de sexo, entendiéndolo como las características anatómicas y fisiológicas que nos 
caracterizan como machos o hembras6, una conducta sexual sería aquella derivada de 
dichas características y/o una interacción entre los seres posibilitada o causada por 
tales órganos. Pero esto conlleva, cuanto menos, dos problemas: el primero ha sido 
 
3 Quizá más comprensible aunque menos literal “situación de sexuado”. 
4 En la actualidad primordialmente anatómicas, fisiológicas y reproductivas. Como se observa, por 
ejemplo, en la caracterización de “sexo” de McCary, McCary, Álvarez-Gayou, Del Río, & Suárez (1996): 
“características físicas y biológicas que se heredan, y que colocan al individuo en un punto de un continuo, 
que tiene como extremos a individuos reproductivamente complementarios” (p. 392) 
5 Análisis que, en materia de investigación social, sabemos, posee un limitado poder explicativo. 
6 Esto en el ámbito de la sexualidad humana pues a otras especies poseen sistemas de reproducción 
distintos de los nuestros por lo que dicha categorización no resulta pertinente. 
12 
 
señalado desde hace algunas décadas por los feminismos: muchas de las diferencias 
comportamentales entre los sexos, en lo que al humano respecta, no son propias de los 
órganos, aparatos y sistemas sexuales, sino regulaciones morales, estéticas y/o de 
dominio construidas socialmente (Scott, 1996). Los grupos humanos construyen 
cultura por sobre las diferencias percibidas, por lo que distintas culturas poseen 
complejos sistemas de diferenciación sexual que no son atribuibles a los órganos 
sexuales sino a diversos ámbitos de la actividad humana. Dichos sistemas se refieren 
hoy con el concepto de “género” (Tubert, 2003): una “construcción cultural de la 
diferencia sexual” (Lamas, 1986). Hombres y mujeres tenemos comportamientos 
distintos, formas de pensar, actuar o sentir características pero únicamente en tanto 
que miembros de un cierto grupo social, ¿deben dichos comportamientos entenderse 
como sexuales si partimos de una categorización basada en los elementos sexuales 
corporales? Si la respuesta es afirmativa entonces la inmensa mayoría de nuestras 
conductas serían sexuales. En una cultura en la que la caza y la recolección se 
encuentran sexualmente especializadas o en una cultura que supone que sus ancestros 
tuvieron esta guisa de especialización, la caza y la recolección serían conductas 
sexuales; en una cultura en la que la elaboración de los alimentos se considere tarea 
femenina, cocinar sería una conducta sexual; en una cultura en la que únicamente los 
varones puedan tañer un tambor a cierto ritmo, tocar el tambor sería una conducta 
sexual; por vía del género absolutamente cualquier comportamiento –así como 
cualquier objeto, cualquier espacio, cualquier idea, sensación, actitud, pensamiento, 
palabra, etcétera– puede adquirir un carácter sexual; y en tal caso ¿qué sentido tendría 
remitir lo sexual a las estructuras orgánicas? Si la respuesta es negativa, si excluimos 
las construcciones sociales de nuestra categorización, entonces, por un lado dejarían de 
ser sexuales la mayoría de las cosas que consideramos sexuales, pues la gama de 
comportamientos filogenéticamente constreñidos a nuestra constitución física es 
sumamente limitada: el humano no posee, ni siquiera, una conducta parecida a la 
lordosis propia de otros mamíferos. En tal sentido se ha expresado, incluso, James Pfaus 
(2008), uno de los más reconocidos investigadores de la neurobiología de la conducta 
sexual animal: 
Después de todo, con la posible excepción de la copulación cara a cara en los 
bonobos, el comportamiento sexual de los animales no se parece mucho al 
de los humanos. No hay una contrapartida humana a la lordosis (al menos no 
como una postura inequívoca, estrógeno-dependiente, que revele la 
receptividad sexual femenina), y el comportamiento sexual humano está tan 
moldeado por la experiencia y el aprendizaje que parece oponerse a los 
13 
 
efectos hormonales generalmente asumidos como críticos para la 
manifestación del comportamiento sexual de los animales7 
Nuestros cuerpos nos permiten una inmensa gama de posibilidades comportamentales 
pero muy pocas obligadas, exclusivas, intrínsecas o reflejas de los órganos sexuales. 
Dejarían de ser sexuales los besos, las caricias, la masculinidad, la feminidad, todo lo 
que actualmente rotulamos como erótico o pornográfico, y una larga lista de etcéteras. 
Por otro lado, ¿qué ocurre con el sinnúmero de conductas sexuales, claramente 
reproductivas y relativas a los órganos sexuales que únicamente son posibles en razón 
de la socialización? Múltiples investigaciones centradas en el comportamiento animal 
evidencian que el aislamiento de los animales: 
“produce individuos adultos neuróticos y asociales. Entre sus anormalidades 
están la oralidad, el aislamiento y las deficiencias en el comportamiento 
sexual y maternal, con indiferencia social, hiperagresividad, miedo excesivo 
y otros síntomas” (Estrada, 1989/2013, p. 58) 
¿Deben considerarse sexuales conductas genitalizadas que únicamente aparecen 
mediante la socialización o deben excluirse junto con el género? Quienes han optado 
por esta guisa de categorizaciones han definido su campo de manera más o menos 
arbitraria en razón de sus propios intereses de estudio; por lo que el asunto no puede 
darse por resuelto. 
Si por otro lado consideramos como sexo únicamente a los aspectos relacionados con 
las acepciones “placer venéreo” o “conjunto de prácticas encaminadas a obtener placer 
sexual”, antes citadas, nos encontraremos ante nuevos problemas pero igualmente 
irresolubles: el primero, la definición tautológica o circular, pues sexualidad referiría a 
la cualidad o condición de sexuado y sexuado referiría a la sensación de placer sexual, 
o a la capacidad de sentir placer sexual, o a las practicas que permiten obtener dicho 
placer. La sexualidad quedaría, entonces, definida por sí misma. 
Segundo problema: la sexualidad sería definida por una sensación, una capacidad, un 
potencial o un conjunto de prácticas. Si nos cernimos a la acepción “placer venéreo” 
entenderíamos por sexo o bien una sustanciación de una entidad sensorial 
desvinculada del sujeto sensible, es decir, un placer-sexual-en-sí independiente de 
quien lo siente; o bien, a la sensación de placer sexual en un sujeto dado. Pero ¿qué hace 
sexual un placer?, ¿se trata simplemente de un rótulo que denomina un tipo de 
sensación claramente diferenciado de otras sensaciones u otros placeres? El asunto no 
 
7 Segmentotraducido por el autor. La cita original dice: “After all, with the possible exception of face-to-face 
copulation in bonobos, the sexual behavior of animals does not really resemble that of humans. There is no 
human counterpart to lordosis (at least not as an unambiguous, estrogen-dependent postural display of 
female sexual receptivity) and human sexual behavior is so shaped by experience and learning that it seems 
to defy hormone actions assumed to be critical to the display of animal sexual behavior.” (Pfaus, 2008, p. 253) 
14 
 
es, de ninguna manera sencillo de resolver. Dejemos de lado la idea de un placer-sexual-
en-sí cuya existencia es inaprehensible para nuestras formas actuales de reflexionar8 y 
limitémonos a la noción de sensación en un sujeto dado, ¿qué sensación es esta? 
Intuitivamente el placer sexual se nos presenta como evidente, no obstante, el asunto 
se complica si consideramos distintas formas de ejercer la sexualidad; pensemos en el 
sadismo, el masoquismo, el exhibicionismo o el voyerismo ¿Es posible equiparar las 
sensaciones obtenidas de estas prácticas a las sensaciones propias del beso, la caricia o 
la penetración vaginal?, ¿es posible homologar las sensaciones producidas por penetrar 
o ser penetrado vaginal, anal u oralmente?, ¿qué es lo que semeja a todas estas 
sensaciones? ¿Podemos asegurar, incluso, que las sensaciones entre un individuo y otro 
o en distintos grupos sociales las mismas? Las apinaye, en Brasil, arrancan a dentelladas 
las cejas de sus parejas para excitarlos, los ponape hacen lo mismo pero con sus parejas 
femeninas; las trukese del Pacífico Sur encajan un dedo en la oreja de su pareja para 
demostrar su excitación (Shibley Hyde & DeLamater, 2006) ¿estas conductas producen 
las mismas sensaciones que las que los occidentales consideramos sexuales? ¿Nos 
referimos a lo mismo cuando hablamos de excitación u orgasmo? 
Courtois y otros (2011 y 2008) han conseguido, por medio de distintas técnicas 
rehabilitar parcialmente la respuesta de excitación9, erección10 y eyaculación en 
pacientes con lesiones medulares parcialmente paralizados. Han realizado reportes 
minuciosos tanto de las respuestas fisiológicas como de la percepción subjetiva de 
dichas reacciones encontrando que las sensaciones subjetivas reportadas por los 
pacientes que recuperan funciones sexuales son, inicialmente, muy desagradables. De 
hecho, los autores reportan correlaciones significativas entre tales sensaciones y la 
disreflexia autonómica: 
“una respuesta anormal que se produce cuando su cuerpo experimenta dolor 
o incomodidad por debajo del nivel de la lesión de su médula espinal (SCI o 
Spinal Cord Injury). Debido a que el mensaje de dolor o trastorno no llega al 
cerebro por la lesión en la médula espinal, aumenta la presión sanguínea 
hasta niveles peligrosos. Si no se encuentra y trata inmediatamente la causa 
del dolor o trastorno, pueden producirse complicaciones graves como 
accidente cerebrovascular, daño en un órgano, lesión cerebral permanente o 
inclusive, la muerte.” (Craig Hospital, 2013, p. 1) 
 
8 La existencia de un placer-sexual-en-sí no sería absurda en un sistema lógico como el de Platón en el 
que los objetos que percibimos son solo una mala copia de una forma o idea perfecta del objeto que existe 
en un determinado plano de la realidad. 
9 “Natural stimulation, vibrostimulation or vibrostimulation combined with midodrinbe (5-25 mg)” 
(Courtois, y otros, 2011, p. 1624) 
10 “Genital stimulation for lesions above sacral innervation and psychogenic stimulation for lesions above 
sacral innervation” (Courtois, Mathieu, Charvier, Leduc, & Bélanger, 2001, p. 150) 
15 
 
Subjetivamente, la respuesta sexual humana caracterizada desde antaño como la 
apoteosis del placer es vivida como una reacción autónoma que permite a pacientes 
insensibles al dolor detectar infecciones urinarias, cálculos renales, hemorroides, 
infecciones intestinales, llagas, quemaduras, apendicitis, coágulos sanguíneos, 
osificación heterotrófica o fracturas; caracterizada por dolores de cabeza severos, 
escalofríos o piel de gallina, sudoración, pérdida parcial de la visión, ansiedad, nauseas, 
dificultad para respirar, mal sabor de boca, enrojecimiento de la piel, congestión nasal, 
disminución de la presión arterial sistólica, opresión en el pecho, taquicardia o 
braquicardia y espasmos. 
Para poder percibir esta sensación como placentera, además de que las sensaciones no 
deben ser muy intensas, los participantes deben llevar un proceso de entrenamiento en 
el que aprenden a entender la reacción como agradable y erótica. El programa es 
particularmente efectivo cuando los pacientes observan las reacciones de eyaculación 
y centran su atención en la respuesta periférica de excitación, pues todas estas 
sensaciones y percepciones alternas les facilitan la interpretación erótica de sus 
sensaciones. 
Algo similar encontramos en Overgoor (2006, citado por Estupinyà, 2013) quién 
trasplantó el nervio ilioinguinal –que normalmente se extiende desde la columna 
vertebral hasta la ingle– desde su posición regular hacia el nervio dorsal en la base del 
pene con la finalidad de recuperar la sensaciones por la estimulación del glande en tres 
pacientes jóvenes con espina bífida. Overgoor se encontró con que, en un principio, la 
estimulación del glande era interpretada como estimulación inguinal. Para poder 
interpretar las sensaciones como sexualmente estimulantes los pacientes tuvieron que 
pasar un proceso de entrenamiento en el que: 
“el cerebro fue reconfigurando la imagen corporal y los tres chicos 
terminaron sintiendo el contacto en un lateral del glande (no el resto del 
pene). Uno de ellos tenía pareja, y en el artículo describe que doce meses 
después de la intervención, no solo tenía más sensibilidad en el glande sino 
que además lo experimentaba como erógeno. La actividad sexual había 
aumentado considerablemente (de un encuentro mensual a cinco), se sentía 
mucho más excitado, las erecciones matutinas se habían quintuplicado y su 
satisfacción sexual y vital mejoró enormemente. Los otros dos chicos 
recobraron sensibilidad, valoraban los resultados como positivos, pero al no 
tener pareja la sensación de mejoría fue mucho menor” (Estupinyà, 2013, p. 
302) 
Estos resultados sugieren que las sensaciones por sí mismas no son ni placenteras ni 
sexuales: es necesario un proceso de aprendizaje para poder interpretar nuestras 
sensaciones como sexuales o incluso agradables. Ello apunta a que lo sexual antecede a 
16 
 
lo sensorial11 por lo que definir sexo o sexualidad en función de las sensaciones podría 
no ser del todo adecuado. 
Ahora bien, si nos empeñamos en caracterizar lo sexual a partir de lo sensorial 
¿debemos ceñirnos a la sensación o también poseen carácter sexual los estímulos12 
capaces de generar dichas sensaciones? Una considerable cantidad de nuestras 
sensaciones son producto de algún tipo de estimulación ¿dichos estímulos deben ser 
tenidos por sexuales? Si la respuesta es negativa quedaría fuera del ámbito de la 
sexualidad casi todo lo que hoy consideramos como sexual. Estímulos visuales, 
auditivos, táctiles, olfativos o gustativos como la desnudez, la pornografía, el chocolate, 
el sándalo macho, la música cadenciosa, los besos o las caricias, tradicionalmente 
considerados sexuales en occidente perderían tal carácter en tanto que estímulos 
externos. Si por otro lado, dichos estímulos deben ser considerados como sexuales, el 
ámbito de lo sexual vuelve a ser ilimitado pues, por vía del condicionamiento, cualquier 
estímulo puede ser sexuado, es decir, asociado al deseo, la excitación o conductas 
reproductoras (Pfaus, Kippin, & Centeno, 2001). 
Pfaus y su equipo han manipulado el comportamiento sexual de ratas blancas13 
mediante condicionamientos clásicos y operantes. En distintos artículos han 
presentadoun ingente acervo de condicionamientos poco convencionales que les 
permiten evocar respuestas sexuales características o canalizar la preferencia por un 
compañero (a) sexual ante alimentos en descomposición, congéneres muertos, aromas 
tan diversos como el aceite de almendras o la cadaverina14 (Pfaus & Kippin, 2001; 
Kippin & Pfaus, 2001; Kippin, Samaha, Sotiropoulos, & Pfaus, 2001; Pfaus, y otros, 
2012), regiones en una caja (Parada, Chamas, Censi, Coria Ávila, & Pfaus, 2010), 
chaquetas para roedores15 (Pfaus, Erickson, & Talianakis, 2013) y una larga lista de 
etcéteras. 
 
11 En el sentido de que lo sexual funge como una categoría en la que deben ser encasilladas las sensaciones 
percibidas, o, en términos más sencillos, en razón de que debe haber un entrenamiento para que las 
sensaciones sean vividas como sexualmente placenteras. 
12 Entiéndase de aquí en adelante el término “estímulo” como cualquier agente capaz de generar una 
reacción en un sujeto, y no como un objeto en sí independiente de quien reacciona. No puede existir 
estímulo alguno sin sujeto: el estímulo alude a la relación entre algo y alguien o entre alguien y alguien, 
y no a una entidad aislada. 
13 Búsqueda de pareja, elección de pareja, reconocimiento de pareja, localización de la pareja, excitación, 
deseo, conducta de cortejo, conducta copulatoria, eyaculación (Pfaus, y otros, 2012). 
14 Una poliamida producida por la carne en descomposición (Pfaus, y otros, 2012). 
15 “Jackets were made from a double layer of Lycra/Spandex fabric that fit the upper torso, with openings 
for the forearms and fastened across the back with an adjustable Velcro strip” (Pfaus, Erickson & 
Talianakis, 2013, p. 3) 
17 
 
Si dichos estímulos han de tenerse por sexuales, entonces la sexualidad abarca una 
infinita gama de estímulos capaces de despertar sensaciones o conductas 
tradicionalmente tenidas por sexuales. 
Por último, queda la posibilidad de caracterizar como sexo no a unas ciertas 
características anatómicas y fisiológicas, ni a unas sensaciones más o menos 
imprecisables, sino a un determinado tipo de conductas o prácticas; y a la sexualidad 
como el ejercicio o la capacidad para llevarlas a cabo. Pero ¿qué prácticas serían estas? 
La postura de la generalidad de los etólogos e investigadores del comportamiento 
animal se entrevé en párrafos anteriores. Desde dicha perspectiva el sexo es, en esencia, 
una actividad reproductiva; de ahí que se entiendan por sexuales todas aquellas 
conductas que encaminan a los animales –en hombre entre ellos– hacia la reproducción. 
La conducta sexual se entiende como un proceso que inicia con reacciones fisiológicas 
que hacen a las hembras reproductivamente accesibles. La fertilidad de las hembras se 
anuncia a los machos por distintas vías según la especie; algunas presentan una 
conducta proceptiva16, esto es, conductas con las que invitan, solicitan, excitan o incitan 
al macho a la cópula (Perper & Weis, 1987): contoneos, posturas, ademanes, gestos 
(Fisher, 1982),o, tal vez, una “mirada copulatoria” (Fisher, 1992). El macho, por su 
parte, inicia una serie de conductas de cortejo: una danza, un canto, la exhibición casual 
de una tarjeta de crédito ilimitado o cualquier serie de movimientos estereotipados 
característicos de una especie. Si tal exhibición se ha representado comme il faut y hay 
suerte –a no ser que uno sea una mantis religiosa, cuyos afortunados galanteos le harán 
perder la cabeza– tendrá lugar una “conducta copulatoria” que conducirá, 
eventualmente, a la reproducción. Algunas especies, por último, presentan conductas 
poscopulatorias características (Rosenzweig & Leiman, 1992): se acicalan, enroscan o 
fuman cigarrillos. 
La conceptuación reproductiva de la sexualidad parece eficiente pero conlleva ciertas 
dificultades, muchas de ellas irresolubles y algunas otras resueltas mediante 
mecanismos alternativos que explican un problema en particular pero incompatibles 
con la teoría general. 
En primer término, no es posible explicar toda la conducta sexual no reproductiva. Si 
consideramos como sexuales los comportamientos que conducen a la reproducción, 
dejarían de ser sexuales las interacciones eróticas homosexuales, todas las 
penetraciones no vaginales, el autoerotismo o el consumo de pornografía. Estas 
conductas suelen ser explicadas con teorías alternas, convirtiendo a los homosexuales 
absolutos en tíos preocupados por la perpetuación de una cuarta parte de sus genes 
(Wilson, 1978/2004), o en individuos que confunden a elementos de su misma especie 
 
16 “Proceptivity” (Beach, 1976) 
18 
 
y sexo con parejas potenciales en razón de su parecido dérmico o delicadeza 
(Sanderson, 2003); la masturbación puede hacer las veces de juego de aprendizaje y la 
pornografía nadie –que se posicione en esta perspectiva teórica– se ha tomado la 
molestia de considerarla, ¿por qué unos individuos buscarían la perpetuación de solo 
el 25% de sus genes y no del 50%?, ¿por qué adultos con una pareja disponible 
continúan masturbándose?, ¿por qué individuos que tienen a su disposición elementos 
del sexo opuesto siguen prefiriendo a sujetos de su mismo sexo e, inclusive, les resultan 
más atractivos los que poseen características estereotípicamente más propias de su 
propio sexo? Esos son asuntos que no parecen competer a la teoría. Por otro lado, 
tenemos todas las expresiones alternas de la sexualidad que tampoco tienen fines 
reproductivos: sadismo, masoquismo, exhibicionismo, travestismo, voyerismo, 
froteurismo y cientos de parafilias, no tienen cabida dentro del modelo reproductivo 
por lo que quedarían excluidas de nuestra conceptuación de sexualidad. 
De hecho, apunta Ågmo (2005), en lo que al humano respecta, pocas cosas hay que 
incentiven más las prácticas convencionalmente tenidas por sexuales que la posibilidad 
de no reproducirse. Mientras que no existe señal alguna de que los animales sean 
conscientes de las consecuencias reproductivas de sus actos: 
“En efecto, el humano se dedica a la conducta sexual con más entusiasmo 
cuando sabe que no se asociará con la reproducción. En el caso de los otros 
animales, no hay razón alguna para suponer que estén conscientes de las 
consecuencias reproductivas de su propia conducta sexual” (p. 15) 
Definir la sexualidad en términos de prácticas reproductivas conlleva desventajas 
evidentes. Otra solución posible es definir las prácticas sexuales como todas aquellas 
que incrementen la posibilidad de orgasmo. Esta solución fue propuesta por Kinsey, 
quien encontró seis “causas fundamentales” o prácticas que se ajustaban a su 
caracterización, a saber: 
“la autoestimulación (masturbación), las poluciones nocturnas con clímax, 
las caricias heterosexuales hasta provocar el orgasmo (sin comercio sexual), 
las verdaderas relaciones heterosexuales, el comercio homosexual y el 
contacto con animales de otras especies” (Kinsey, Pomeroy & Martin, 1949, 
p. 141). 
El mismo Kinsey fue consciente de las limitaciones de su definición: si nos atenemos a 
ella dejarían de ser sexuales un sinfín de prácticas eróticas como los besos o las caricias 
que, hasta donde se sabe, solo pueden desatar orgasmos en una ínfima proporción de 
la población. Muchas de estas prácticas pueden considerarse “preliminares” o juegos 
sexuales antecedentes pero solo en contextos determinados. Los besos pueden 
incrementar la probabilidad de orgasmo en una situación y con un cierto tipo de 
personas, expresar afecto sin intenciones sexuales en otras o ser un simple saludo en 
19 
 
otras tantas. Besar, entonces, no es una práctica sexual por sí misma: su carácter sexual 
es meramente situacional. Aunado a ello, elementos como el género o las características 
morfológicas y fisiológicas que nos caracterizan como hombres o como mujeres 
dejarían de ser sexuales.Podemos encontrar una solución alterna en el psicoanálisis. Sigmund Freud ha inferido 
“una fuerza cuantitativamente variable, cuyos procesos y transformaciones podían 
apreciarse en los dominios de la excitación sexual” (Freud, 1905/1998, p. 105), que 
hace al sexo lo que el hambre a la comida (Freud, 1905/1951, p. 2317): la Libido: una 
intensa apetencia sexual, por decirlo de alguna manera, que giró sobre sí misma 
convirtiendo en sexuales aquellos comportamientos revestidos o atravesados por ella. 
En la teoría psicoanalítica, la libido y la psique se entrelazan irremediablemente. El 
impulso sexual se amalgama con la Sobrevivencia: vida y placer se hacen uno, y así, toda 
conducta que conlleva Sobrevivencia: el mamar del recién nacido, el autocontrol del 
niño capaz de desplazarse, la capacidad para afectar el comportamiento de los otros 
modificando el propio, o la capacidad de procurarse placer por medio de la estimulación 
genital, adquieren un cariz sexual. La sociedad y/o la entidad psíquica llamada Yo serán 
las encargadas de poner freno a este afán irrestricto de placeres reprimiéndolo o 
sublimándolo. Pero esta fuerza ominosa encontrará la manera de manifestarse, 
sexuando a su paso, sueños, chistes, equívocos varios, palabras, interpretaciones 
(Freud, 1901/1998) y, según parece, por aquel entonces, hasta los muslos del pollo, los 
libreros o las extremidades de mesas, sillas y pianos (Masters, Johnson, & Kolodny, 
1995). 
El problema con la caracterización de la sexualidad como las manifestaciones de una 
fuerza de esta guisa es que, nuevamente, toda conducta puede ser sexualizada; en 
palabras de Döring: 
“La sexualidad no es ni debe ser exclusivamente entendida como genitalidad, 
dado que esta última se limita a la expresión de relaciones coitales. 
Retomando los postulados freudianos y las propuestas de la psicología 
moderna, concibo a la sexualidad como la libido, fuerza motriz de la vida, 
presente en todos nuestros actos y omisiones. Me parece que cuando Freud 
declara que ‘Toda actuación es un impulso sexual sublimado’, hace referencia 
esta idea. […] Vista de esta manera la sexualidad es la fuerza que impele todas 
nuestras acciones, relaciones a todos los niveles, de trabajo, amistosas, 
creativas y recreativas, de búsqueda, exploración, estudio, familiares, de 
madres a hijos, y también desde luego las relaciones eróticas, de pareja” 
(Döring, 2000, p. 12) 
 
 
20 
 
Y en el mismo sentido, Lerga (2009): 
“Esto quiere decir que la certeza del fin de la vida va a engendrar el deseo de 
conservarla y, todo aquello que evoque este deseo y al mismo tiempo 
aniquile la muerte, va a ser vivido como una experiencia sexual.” (p. 36) 
Nuevamente, vemos, la sexualidad se convierte en todo o en una fuerza imprecisable 
que impregna de manera más o menos arbitraria lo que encuentra a su paso. 
Otra propuesta es entender la sexualidad ya no como la manifestación de una fuerza 
misteriosa sino como una serie de respuestas a unos ciertos estímulos. La diferencia es 
nuevamente sutil pero con consecuencias importantes; pues parte de una 
conceptuación distinta del cuerpo –y de los cuerpos físicos– que no es ya un receptáculo 
de potencias inconmensurables o una manifestación de las mismas sino un conjunto de 
mecanismos que reaccionan ante determinados estímulos. Como explica Hull 
(1959/2011): 
“La fuerza es pues esencialmente la influencia de un cuerpo en otro cuerpo, 
no una cosa que exista independientemente de los cuerpos y capaz de afectar 
cualquier cosa con que tropiece” (p. 165) 
La sexualidad se convierte, entonces, en una serie de respuestas ante estímulos 
sexuales. Las respuestas son, evidentemente, reacciones fisiológicas observables, flujos 
sanguíneos hacia los órganos genitales (Ågmo, 2008), reflejos incondicionados (Ågmo, 
2005; Kippin & Pfaus, 2001), producción de hormonas y neurotransmisores (Pfaus, 
2008) o activación de sistemas motivacionales varios. La respuesta sexual dependerá, 
por supuesto, del estado organísmico del sistema pero, sobre todo, de la estimulación; 
como afirman William Masters y Virginia Johnson (1966) en su hoy ya clásico Human 
sexual response: 
La primera fase del ciclo de la respuesta sexual humana, la excitación, se 
desarrolla a partir de cualquier fuente de estimulación somatogénica o 
psicogénica. El factor estimulante es de gran importancia para establecer un 
incremento suficiente de la tensión sexual para extender el ciclo. Si la 
estimulación es adecuada a la demanda individual, la intensidad de la 
respuesta generalmente aumenta rápidamente. De esta manera, la fase de 
excitación se acelera o acorta. Si la estimulación es física o psicológicamente 
molesta, o se interrumpe, la fase de excitación puede prolongarse en gran 
medida o incluso terminar.17 
 
17 Traducción del autor. La cita original versa: “The first of excitement phase of the human cycle of sexual 
response develops from any source of somatogenic or psychogenic stimulation. The stimulative factor is of 
major import in establishing sufficient increment of sexual tension to extend the cycle. If the stimulation 
remains adequate to individual demand, the intensity of response usually increases rapidly. In this manner 
the excitement phase is accelerated or shortened. If the stimulative approach is physically or psychologically 
21 
 
Profundizaremos en la propuesta de Masters y Johnson más adelante, bástenos por 
ahora atender al papel de la estimulación en su teoría. El término “respuesta” 
característico de su modelo no es baladí, se trata de una contrapropuesta a la tesis del 
impulso sexual. La caracterización de las prácticas sexuales como respuestas 
fisiológicas tiene la ventaja de una medición precisa –ansiedad omnipresente de las 
ciencias–, de permitir equiparar las respuestas sexuales entre hombres, mujeres y 
varias especies animales y de permitir la observación directa de los comportamientos 
tenidos por sexuales (Ågmo, 2008), pero a costa de referir el problema de la sexualidad 
a unos estímulos que no queda del todo claro cuáles sean o qué los hace ser sexuales. 
La mayoría de los investigadores se limitan a generalizar, en una definición nuevamente 
circular; afirman, por ejemplo, que hay estímulos sexuales internos como las fantasías 
sexuales y externos como frotarse contra alguien en un autobús o los sincopados tonos 
jazzísticos del saxofón de los Zooth Sims and Friends (Laan, Everaerd, Van Berlo & Rijs, 
1991), pero ¿qué sexualiza dichos estímulos? La respuesta es que son sexuales porque 
provocan la respuesta sexual y la respuesta es sexual porque es causada por estímulos 
sexuales. Tal respuesta sexual es una respuesta sexual genitalizada que inicia con la 
erección del pene en el hombre; y la tumefacción del clítoris y activación de las 
glándulas de Bartholin que lubrican los labios vaginales en la mujer. Cualquier forma 
de estimulación que ayude a mantener dicho estado y que eventualmente conduzca al 
orgasmo es considerado un estímulo sexual. El problema con esto es que, nuevamente, 
como hemos visto, cualquier estímulo puede ser asociado con la respuesta sexual por 
medio de condicionamientos. Y si existen estímulos en el humano capaces de despertar 
la respuesta sexual de manera incondicionada, sencillamente, no los conocemos, como 
afirma Ågmo (2005): 
“La naturaleza exacta de los estímulos que funcionan como incentivo sexual 
es generalmente desconocida […] cuando hablamos de un incentivo sexual 
nos referimos al conjunto de estímulos emitidos por un individuo y no a un 
estímulo específico. Si en la rata no se han identificado el o los estímulos que 
funcionan como incentivo sexual es obvio que menos se ha logrado hacer en 
el humano” (p. 31) 
Algunos, como Hardy (1964 y 1989), afirman que estos estímulos sencillamente no 
existen. Los estímulos se sexualizan por asociacionesafectivas con la estimulación 
genital: 
La teoría afirma que la motivación sexual es un apetito aprendido, basado en 
dos bases innatas (biológicas): el placer de la estimulación genital leve y el 
placer intenso del clímax sexual con su posterior relajación. El aprendizaje 
 
objectionable, or is interrupted, the excitement phase may be prolonged greatly or even aborted” (Masters 
& Johnson, 1966, pp. 5-6) 
22 
 
implica vínculos entre el afecto (la emoción), los estímulos que le acompañan 
y el propio comportamiento de la persona. Una vez que el enlace se forma, 
los estímulos se convierten en señales de la emoción anticipada, que 
predisponen a la persona a la conducta para evocar el deseo sexual.18 
En este mismo sentido, Clellán Ford y Frank Beach (1972) definen conducta sexual 
como “aquella conducta que involucra la estimulación y excitación de los órganos 
sexuales” (p. 16); y, más recientemente, Janet Hyde y John DeLamater (2006) acotan su 
definición al “comportamiento que produce excitación y aumenta la probabilidad de 
orgasmo” (p. 3). 
Ahora bien, además de la definición circular según la cual las respuestas fisiológicas son 
sexuales porque reaccionan ante estímulos sexuales y los estímulos son sexuales 
porque provocan respuestas sexuales, nos encontramos con tres problemas: el 
primero, que todos los estímulos pueden ser sexuales, como queda claro ante las 
obsesiones de la Inglaterra victoriana en la que los libros escritos por hombres y 
mujeres debían colocarse en estanterías separadas para no generar pensamientos 
lascivos en los lectores (Masters, Johnson & Kolodny, 1995); el segundo, que muchas de 
estas reacciones fisiológicas ocurren sin necesidad de estimulación alguna. Las 
erecciones nocturnas, por ejemplo, ocurren, muchas veces, por el simple relajamiento 
de los músculos y válvulas que limitan el flujo sanguíneo hacia el pene, sin necesidad de 
un sueño erótico. Existen erecciones en niños recién nacidos y contracciones del 
músculo pubocoxígeo características del orgasmo en niñas que se encuentran aún en el 
vientre de sus madres (Katchadourian, 1985) ¿debemos considerar tales reacciones 
como sexuales? Y si se trata de respuestas ¿a qué estímulos están respondiendo? El 
tercer problema, es que hay un buen número de comportamientos 
consuetudinariamente tenidos por sexuales que no poseen ninguna manifestación 
física o que poseen una manifestación física no genital como muchas fantasías sexuales, 
particularmente las femeninas que, al menos en occidente, suelen tener un cariz más 
romántico-afectivo que genital (Vasey & Abild, 2013). 
Podemos ver, por lo hasta ahora revisado, que las distintas conceptuaciones de la 
sexualidad o bien resultan insuficientes, en tanto que al ceñirse a algún aspecto de la 
misma dejan de lado una considerable cantidad de aspectos generalmente tenidos por 
sexuales; o bien resultan imprácticos al generalizar lo sexual a todo tipo de conductas, 
reacciones, sensaciones o estímulos. Si absolutamente cualquier cosa es sexual ¿qué 
 
18 Traducción del autor. La cita original versa: “The theory asserts that sexual motivation is a learned appetite, 
based on two innate (biological) foundations: the pleasure of mild genital stimulation and the intense pleasure 
of sexual climax with its subsequent relaxation. The learning involves linkages between the affect (emotion), 
the stimuli attendant thereto, and the person's own behavior. Once the linkage is formed, the stimuli become 
cues to the anticipated emotion, predisposing the person to behavior to evoke the sexual thrall.” (Hardy, 1989, 
p. 25) 
23 
 
utilidad tiene el concepto?, ¿para qué emplear un concepto que no distingue a ningún 
objeto de otros o que no refiere a nada en particular? 
La solución final que se ha dado a estas contrariedades, la más frecuente y la, hoy en 
día, mayormente utilizada, es conceptuar la sexualidad como una abstracción de algo 
que no sabemos qué es, pero que posee múltiples dimensiones. Katchadourian y Lunde 
(1975) sugieren una dimensión biológica, caracterizada por una “necesidad de 
reproducirse” o “un placer sensorial”; una dimensión psicológica constituida por 
patrones de comportamiento aprendidos, expresión de afectos (principalmente el 
amor), un sentido de identidad y una identidad espiritual o moral; y, finalmente, una 
dimensión social caracterizada por formas de organización social que determinan la 
disponibilidad de una pareja, el uso del sexo como símbolo de jerarquía o como una 
forma de comunicación. 
Laumann, Gagnon, Michael y Michaels (1994), por su parte, se refieren a la conducta 
sexual como un “fenómeno diverso” que: 
“Ocurre en diferentes lugares físicos y contextos sociales, incluye una amplia 
variedad de actividades específicas, y diferentes personas la perciben de 
modos diversos. Un individuo participa en actividad sexual con base en un 
conjunto complejo de motivaciones y organiza esa actividad con base en 
numerosos factores externos […] La conducta sexual está determinada tan 
solo parcialmente por factores que se originan dentro del individuo. Además 
la socialización de una persona dentro de una cultura particular, su 
interacción con parejas sexuales y las restricciones impuestas sobre él o ella 
se vuelven extremadamente importantes para determinar sus actividades 
sexuales” (Citados por Hyde y DeLamater, 2006, p. 2) 
El problema con la conceptualización de la sexualidad, afirma Eusebio Rubio (2007), es 
que esta es una abstracción: una formulación mental que pretende dar cuenta de 
nuestras vivencias: 
“La sexualidad es ante todo una abstracción, una manera de conceptualizar, 
es decir, de realizar formulaciones mentales ante realidades percibidas de 
nuestra existencia que intentan ser capturadas por nuestro entendimiento” 
(p. 18) 
Nuestras vivencias, por supuesto, no son exclusivamente biológicas, psicológicas o 
sociales, sino holísticas, es decir, es todo esto y más simultáneamente. Rubio ha 
propuesto, partiendo de esta premisa, una caracterización de la sexualidad que hoy se 
conoce como teoría holónica. Según esta, la sexualidad es un sistema general compuesto 
por cuatro subsistemas, a saber: el reproductivo, el genérico, el erótico y el afectivo. 
24 
 
“La sexualidad humana es el resultado de la integración de cuatro 
potencialidades humanas que dan origen a los cuatro holones (o 
subsistemas) sexuales, a saber: la reproductividad, el género, el erotismo y 
la vinculación afectiva interpersonal […] cada uno de ellos tiene 
manifestaciones en todos los niveles de estudio” (Rubio, 2007, p. 29) 
Cada subsistema está compuesto por unas ciertas potencialidades y es atravesado por 
lo biológico, lo psicológico, lo social y lo antropológico, de ahí lo holónico. La 
potencialidad reproductiva posee elementos biológicos, psicológicos, sociales y 
culturales, y no puede ser entendida únicamente desde alguno de estos aspectos sin 
perder de vista con ello, parte importante de la potencialidad. 
“La estructuración mental de la sexualidad es el resultado de las 
construcciones que el individuo hace a partir de las experiencias que vive y 
que se originan en diversas potencialidades vitales, a saber, la de procrear, 
la de pertenecer a una especie dimórfica, la de experimentar placer físico 
durante la respuesta sexual y la de desarrollar vínculos afectivos con otras 
personas” (Rubio, 2007, p. 17) 
Tales sistemas se integran cognoscitivamente a partir las vivencias, mientras las 
personas intentan de darle significado a lo que han vivido: 
 “La integración en los sistemas se alcanza de diversas maneras pero en el 
caso de la sexualidad, esta se hace presente gracias a los significados de las 
experiencias, es decir, la integración es fundamentalmente mental, producto 
de la adscripción de sentido, significadoy afecto a aquello que el individuo 
en lo personal y el grupo social en general, viven como resultado de que las 
potencialidades sexuales están biológicamente determinadas” (Rubio, 2007, 
p. 30) 
Conceptuaciones de esta guisa son, sin duda, mucho más amplias que las anteriormente 
revisadas y resuelven en muchos casos el problema de la exclusión de contenidos, 
integrando cuantas dimensiones considere pertinentes un autor. Empleando este 
esquema se puede, por ejemplo, añadir una dimensión teleológica espiritual a la 
sexualidad en la que el ejercicio de la misma conduzca a la trascendencia (Wojtyla, 
1969), a la humanización del ser (Segú, 1996), a un estado de conciencia superior 
(Sacchi, 1999), a la Iluminación (Redini, 1999) o cualquier cosa que uno prefiera. No 
obstante, no solucionan el problema de la generalización, ni se define, en ningún 
momento, qué pueda ser lo sexual. 
El problema de la caracterización de la sexualidad es, a mi entender, irresoluble; esto, 
debido al modo como se la ha venido abordando. La razón es muy sencilla: la sexualidad 
no es una abstracción. Una abstracción es una operación mental en la que las cualidades 
de un objeto son consideradas con independencia del mismo haciéndolas 
25 
 
cognitivamente manipulables. Pero en lo que toca a la sexualidad dicho objeto no existe. 
No hay una esencia, sustancia o Ser sexual per se. Lo que tenemos por sexual varía según 
el ámbito discursivo en el que se emplee el término. Sexualidad es un concepto o, más 
propiamente dicho, un constructo –o varios–, que posee distintos significados, valores 
y connotaciones en relación con el uso y perspectiva de quién lo enuncie, y de aquello 
que adjetivemos como sexual. 
La sexualidad únicamente posee significado en una red discursiva determinada; fuera 
de estos entramados teóricos no existen objetos sexuales ni sexualidad alguna. Rubio 
(2007) ha sugerido que la sexualidad es una abstracción de nuestras vivencias; me 
parece que esto es un error: de igual suerte que no existen los objetos sexuales, no hay 
tampoco vivencias sexuales, ni manera de tenerlas a no ser que se posea previamente 
una noción de “sexual”. Tampoco hay sensaciones sexuales, ni estímulos sexuales, ni 
respuestas sexuales sin una noción de lo sexual. Lo sexual es, me parece, 
anteperceptual: distintas vivencias, estímulos, sensaciones o respuestas pueden ser 
tenidas por sexuales, cuando son entendidas desde ámbitos discursivos específicos y, 
sobre todo, cuando una sociedad determinada las ha conceptuado como tales; luego, lo 
sexual es ónticamente interpretativo. 
Esto no significa, por supuesto, que lo sexual no exista; tan solo que es social y 
lexicalmente relativo. La sexualidad constituye, actualmente, una dimensión de la 
realidad occidental intuitivamente discernible. En la vida cotidiana, tras un proceso de 
socialización, los occidentales somos capaces de percibir elementos sexuales, de 
comportarnos sexualmente y de regular nuestro comportamiento de acuerdo con 
ciertas normas y parámetros prominentemente sociales pertinentes para con dicha 
dimensión de nuestra realidad. Lo sexual se nos presenta como inherente a los objetos 
o estímulos y, muchas veces, incluso, nuestras reacciones nos parecen automáticas o 
reflejas ante dichos estímulos. La razón de que esto ocurra no es producto de que los 
objetos o nuestras reacciones sean sexuales; las percibimos de esta manera porque 
participamos de una sociedad en la que dicha dimensión es real y en la que hemos 
aprendido a observarlas de este modo; y puesto que la sociedad nos antecede –pues 
nacemos, vivimos y morimos en sociedades dadas– su realidad –o realidades– se nos 
revelan obvias. 
Llegados a este punto, cabe hacer una aclaración y/o deslinde: la mayoría de quienes se 
han acercado al estudio de la sexualidad desde una perspectiva sociológica –esto es, 
partiendo de una lógica social– con excepción de Michel Foucault y muchos de quienes 
han intentado dar continuidad a sus propuestas, suelen emplear con frecuencia 
sentencias que sugieren que cada cultura o sociedad regula la sexualidad de manera 
distinta. Para Malinowski (1927/1974), por ejemplo, existen ciertas tendencias 
sexuales que son manipuladas por la sociedad: 
26 
 
“El hombre está dotado de tendencias sexuales pero estas deben además ser 
moldeadas por sistemas de pautas culturales que varían de una sociedad a 
otra” (p. 197) 
Lo mismo encontramos en cierta rama de la psicología social, para Barra Almagiá, 2002, 
distintas sociedades regulan el comportamiento sexual de sus miembros por medio de 
instituciones varias: 
“Desde un punto de vista sociológico o sociocultural la sexualidad es 
moldeada o construida por la sociedad y la cultura. Esto implica que cada 
sociedad regula de ciertas formas la conducta sexual de sus integrantes, que 
en la determinación de las normas que regulan la sexualidad desempeñan un 
rol fundamental las instituciones sociales básicas y que la rotulación de una 
conducta social particular depende de la cultura en que tiene lugar.” (p. 13) 
Incluso en Peter Berger y Thomas Luckmann (1968/2003), sugieren un sustrato sexual que 
es configurado de manera distinta entre una sociedad y otra: 
“Al mismo tiempo, claro está, la sexualidad humana está dirigida y a veces 
estructurada rígidamente en cada cultura particular. Toda cultura tiene una 
configuración sexual distintiva con sus propias pautas especializadas de 
comportamiento sexual y sus propios supuestos ‘antropológico’ en el campo 
sexual. La relatividad empírica de estas configuraciones, su enorme variedad 
y rica inventiva, indican que son producto de las propias formaciones socio-
culturales del hombre más que de una naturaleza humana establecida 
biológicamente” (p. 68) 
Las más de las veces dicha regulación es entendida como limitaciones a la expresión o 
ejercicio de la sexualidad. Así lo plantea Lowen (1974): 
“Todas las sociedades han reconocido la necesidad de imponer algunas 
limitaciones a la conducta sexual. Esto se hace para proteger la integridad 
del grupo.” (p. 66) 
Y en el mismo sentido Packard (1974): 
“El estudio de Unwin puso a prueba la tesis según la cual refrenando la 
expresión del impulso sexual y limitando las oportunidades de gratificación 
de este impulso, una sociedad tendía a producir un mayor vigor intelectual” 
(p. 13) 
Tales conceptuaciones, me parece, parten de una reificación de la sexualidad 
atribuyéndole un carácter objetal que la sexualidad no posee. En tanto que constructo, 
la sexualidad no es universal: ni en todas las sociedades, ni a lo largo de toda la historia 
de occidente, ha existido una noción de sexualidad y, por tanto, no todas las sociedades 
construyen, reglamentan, prohíben o regulan el conjunto heterogéneo, inestable e 
27 
 
irregular de contenidos que entendemos como sexuales. Únicamente aquellas 
sociedades en las que se haya desarrollado una noción como la nuestra, en la que ciertas 
prácticas, objetos, sensaciones, manierismos y formas varias se conjunten bajo la 
locución “sexual” pueden intentar manipularla, controlarla, restringirla o liberarla. 
Por supuesto, no se niega con esto, de ninguna manera, la existencia de mecanismos 
fisiológicos propios de la erección, la lubricación vaginal, el plateau orgásmico o el 
orgasmo; no se niegan las potencialidades de los condicionamientos o la fuerza de las 
asociaciones de objetos o situaciones con las primeras estimulaciones genitales; no se 
niegan las legislaciones que procuraban normar el comportamiento de hombres y 
mujeres o la interacción entre los mismos desde las leyes del Rey Urukagina, el Antiguo 
Testamento o el Código de Hammurabi. Lo que se afirma es que todos estos contenidos 
no se encuentran universalmente amalgamados bajo una misma noción, que no forman 
parte de un mismo tipo de actividad, que no se engarzan de igual modo en distintas 
sociedades. Que la sexualidades un constructo y no una cualidad de los objetos; al 
menos no una cualidad universal. Ahora bien, si no se niega ninguno de estos elementos 
constitutivos de la sexualidad ¿qué sentido tiene una disertación como la expuesta 
hasta ahora? ¿Qué se gana con aclarar el carácter artificioso de la sexualidad? 
Ante todo, una manera distinta de abordar el problema o las cuestiones sexuales, ya no 
como una esencia o peculiaridad que uniforma a lo que tenemos por sexual sino como 
una noción relativa a ámbitos discursivos específicos. Así entendida, es posible enfocar 
la sexualidad o sus componentes como un vocablo, un concepto o un constructo vacío 
pero ahíto de significados. Tales significados emergen de la forma en que el concepto 
se articula con otros, es decir, se emplea en enunciaciones que tienen lugar en ámbitos 
discursivos más o menos delimitados. 
La sexualidad puede ser entendida como una entidad simbólica que refiere a contenidos 
diferentes, con valoraciones distintas y significados distintos, en función de los ámbitos 
discursivos en los que se emplee. Esto permite explicar por qué distintos elementos 
pueden ser tenidos por sexuales en ciertos contextos, por qué cualquier cosa o la 
totalidad de las cosas pueden ser tenidas por sexuales en ciertos trasfondos semánticos 
y por qué en determinadas perspectivas algunos elementos pierden carácter de sexual 
mientras otros lo adquieren, como se ha visto en las páginas anteriores. Aunado a ello, 
la sexualidad puede ser entendida como problematización relativa a un ámbito 
discursivo específico. No se trata ya de un mismo problema abordado desde distintas 
perspectivas sino de problemas distintos pertinentes para con un determinado ámbito 
teórico. Esto extiende nuestras posibilidades de comprensión de la sexualidad aunque 
requiere de formas de análisis considerablemente más minuciosas y detenidas. 
Ahora bien, además de las repercusiones analíticas, una conceptuación de la sexualidad 
de esta guisa nos permite entender de manera distinta el papel de la sexualidad en la 
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vida cotidiana. En la vida diaria tenemos experiencias sexuales, reaccionamos ante 
estímulos sexuales, tenemos sensaciones sexuales, nos encontramos en situaciones 
sexuales y nos comportamos sexualmente. Ello implica que la sociedad posee una 
suerte de noción general de lo sexual. Por supuesto, dicha noción no es generalmente 
consciente, se trata de una noción mucho más práctica o vivida que teórica, y 
únicamente es concientizada cuando los límites de lo sexual no son del todo evidentes 
o la interpretación sexual de un estímulo, un objeto, una reacción o una relación 
determinada generan algún conflicto, por no ser tenido regularmente por sexual o por 
interferir con algún otro ámbito normativo de la vida diaria. 
En sociedades como la nuestra, donde la homosexualidad es altamente estigmatizada, 
interpretar sexualmente algún aspecto de la interacción con una persona del mismo 
sexo puede resultar desconcertante. En momentos como este la sexualidad se vuelve 
problemática y propicia reflexiones, determinaciones, justificaciones o reacciones 
varias. Lo mismo ocurre en situaciones que regularmente no son tenidas por sexuales, 
como la interacción entre niños y adultos, o en la relación con ancianos que, fuera de 
los ámbitos discursivos sexológicos, siguen siendo considerados como personas 
asexuadas. Son igualmente problemáticas las interpretaciones sexuales de los 
comportamientos de las personas que nos atraen: entre adolescentes, son 
peculiarmente prolíficas en teorizaciones y deducciones: una mirada o un roce 
accidental pueden ser motivo de horas de reflexión entre los pares; y lo mismo ocurre 
ante una cercanía o contacto en el transporte público o en un evento multitudinario. 
La interpretación y delimitación de lo sexual aparece, también, cuando interfiere con 
regulaciones morales o legales, como ocurre en ámbitos laborales o entre personas 
ubicadas en distintos niveles jerárquicos de una organización. Tales relaciones son, 
curiosamente, una de las más recurrentes situaciones a las que recurre la pornografía: 
la secretaria, la colegiala, la enfermera, la profesora, la jefa, la azafata, la mucama y sus 
correspondientes variantes masculinas son temas recurrentes en la pornografía y 
atavíos infaltables en las sex shops. Con todo, interpretar sexualmente un 
comportamiento en esta suerte de relaciones puede conducir a problemas legales por 
lo que la delimitación de lo-sexual suele hacerse consciente. Ahora bien, entender la 
sexualidad de este modo conlleva, por lo menos, dos problemas: el primero resulta de 
que hasta ahora se ha tratado la sexualidad como un concepto o constructo, los 
conceptos y constructos son entidades conformadas por significados o quizá, más 
propiamente dicho, productos del significar; pero los significados, afirma Wittgenstein 
(1980/2006), no son algo de lo que se puede tener una vivencia; mientras que la 
sexualidad es, evidentemente, algo que se vive: 
“‘¡Pero seguramente el significado no es algo de lo que se pueda tener una 
vivencia!’ – ¿Por qué no? –El significado no es una impresión de los sentidos. 
29 
 
Pero ¿qué son las impresiones de los sentidos? Algo así como un olor, un 
sabor, un dolor, un sonido, etc., etc. Pero ¿qué es ‘algo así como’ todas estas 
cosas? ¿Qué tienen en común? Por supuesto, esta pregunta no se responde 
profundizando en estas impresiones de los sentidos” (p. 52) 
El segundo, si es posible que exista una noción general sobre lo sexual en la población 
sin que las personas sean conscientes de tal noción. Encontramos una manera bastante 
plausible de afrontar estas vicisitudes en John Searle (1997)19 quien, explica la situación 
ejemplificando con el dinero. El dinero funciona como una representación simbólica del 
Valor de algo, y dicho valor se ampara en un conjunto de instituciones con funciones 
varias y además de creencias, promesas y compromisos determinados, como el que un 
papel impreso con ciertos símbolos posee un valor respaldado por unas ciertas 
instituciones que se comprometen a cambiar dicho papel por alguna otra cosa –oro, por 
ejemplo–, por lo que dicho papel puede ser intercambiado por algún bien o servicio. La 
inmensa mayoría de la gente no es consciente de cómo funciona el dinero, quién lo 
imprime o respalda, cuál es su valor o porqué o, incluso, por qué habría de ser valioso 
el bien por cual puede intercambiar su billete. No obstante, todas estas instituciones y 
compromisos existen y la gente emplea la moneda como si fuese consciente de todo lo 
que hay detrás del dinero: 
“La idea básica, que ahora trato de explicar, es que uno puede desarrollar un 
conjunto de capacidades que son sensibles a estructuras específicas de 
intencionalidad sin estar realmente constituido por esa intencionalidad. Uno 
desarrolla habilidades y capacidades que son, por así decirlo, 
funcionalmente equivalentes al sistema de reglas sin necesidad de albergar 
ningún tipo de representaciones o internalizaciones de esas reglas. […] 
¿Cómo funcionan esas reglas en la conducta real? Los usuarios del dinero no 
conocen esas reglas y, en general, -según he argumentado-, no las aplican ni 
consciente ni inconscientemente; lo que han hecho es desarrollar un 
conjunto de disposiciones sensibles y reactivas al contenido específico de 
esas reglas. […] Y esas clases de capacidades, esos tipos de saber práctico que 
acaban siendo engranados son de hecho un reflejo de los conjuntos de reglas 
constitutivas, merced a las cuales imponemos funciones a entidades que no 
tienen esas funciones en virtud de su mera estructura física, sino que la 
adquieren, y no pueden sino adquirirla, por medio del acuerdo o la 
aceptación colectivos.” (Searle, 1997, p. 153-154) 
 
19 Cabe aclarar, primero, que Searle (1997) no se refiere específicamente a la sexualidad

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