Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE ESTUDIOS SUPERIORES IZTACALA Sistema de Universidad Abierta y Educación a Distancia “Intervención en la autoestima en niños que presentan Déficit de Atención con Hiperactividad en Nuevo León” Reporte de Práctica de Servicio QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE: LICENCIADA EN PSICOLOGÍA P R E S E N T A : Teresa Alexandra Villarreal Hernández Los Reyes Iztacala Tlalnepantla, Estado de México, a 14 de diciembre de 2017 Manuscrito Recepcional Programa de Profundización en Psicología Clínica Director: Dra. Helena Romero Romero Dictaminador: Lic. Miguel Ángel Hernández Balderas UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Agradecimientos A Manuel López Villaseñor, mi amado esposo, amigo y pareja; gracias por tu amor y por ser parejo, sabiendo que cuando crece uno, crecemos ambos. A mis hijos Hiram y Alexandra, por su cariño, paciencia y el ánimo que me dieron disfrutando los logros y siendo empáticos en los momentos tensos. A mi familia: padres, hermanos y abuelos, porque gracias a ellos, soy quien soy. A mis amigas y compañeras, Jenny Martínez Guzmán y Ana Cecilia Carranza Loaiza; su verdadera compañía, apoyo y cariño durante toda la carrera ha sido invaluable; sin ustedes no hubiera sido lo mismo. ¡Gracias por estar y hacer ligero este camino!. A todas las familias que confiaron en mi Universidad y en su servidora para que este proyecto se hiciera realidad. Gracias a todos y cada uno de mis tutores SUAyED, quiero que sepan que siempre recibí un aprendizaje de ustedes; cada actividad, cada comentario dejó algo positivo. En especial a la Dra. Helena Romero Romero y al Lic. Miguel Ángel Hernández Balderas por su apoyo y cálido acompañamiento, para lograr que este trabajo representara dignamente a la UNAM, la máxima casa de estudios. Índice RESUMEN ............................................................................................................................ 4 INTRODUCCIÓN .................................................................................................................. 4 1. TRASTORNO POR DÉFICIT DE ATENCIÓN CON HIPERACTIVIDAD (TDAH) ....... 5 Antecedentes ............................................................................................................... 5 Definición ..................................................................................................................... 6 Criterios diagnósticos ................................................................................................. 6 Epidemiología ............................................................................................................ 10 Consecuencias........................................................................................................... 12 Tratamiento del TDAH ............................................................................................... 13 2. AUTOESTIMA .......................................................................................................... 16 Intervención de la autoestima ................................................................................... 21 3. ESTILOS Y PRÁCTICAS PARENTALES ................................................................... 24 Familia y socialización .............................................................................................. 25 Tipología de los estilos y prácticas parentales ....................................................... 26 Intervención en los estilos y prácticas parentales .................................................. 31 JUSTIFICACIÓN ................................................................................................................ 33 Objetivo General ............................................................................................................ 34 Objetivos Específicos ................................................................................................ 35 INFORME DE PRÁCTICA ................................................................................................. 35 Contexto Institucional ................................................................................................... 36 Participantes .................................................................................................................. 36 Materiales y Herramientas ............................................................................................ 37 Instrumentos .................................................................................................................. 37 Desarrollo Cronológico de la Práctica Profesional ..................................................... 38 RESULTADOS ................................................................................................................... 42 DISCUSIÓN ........................................................................................................................ 56 CONCLUSIONES ............................................................................................................... 60 Lista de referencias .......................................................................................................... 63 APÉNDICES ....................................................................................................................... 71 APÉNDICE A .................................................................................................................. 72 APÉNDICE B .................................................................................................................. 73 APÉNDICE C .................................................................................................................. 75 APÉNDICE D .................................................................................................................. 77 APÉNDICE E .................................................................................................................. 81 APÉNDICE F ................................................................................................................... 83 APÉNDICE G .................................................................................................................. 85 APÉNDICE H ................................................................................................................ 112 APÉNDICE I .................................................................................................................. 149 4 RESUMEN El TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad) es el trastorno del desarrollo más frecuente en la infancia, sus síntomas principales son: la impulsividad, inatención e hiperactividad; éstas dificultan a los niños que lo padecen logren sus metas y obtengan un autocontrol conductual, afectando su autoestima por los reiterados fracasos y por la retroalimentación negativade sus padres, maestros y pares. En el presente reporte se evaluó la efectividad de una intervención psicoeducativa para mejorar la autoestima en niños de 10 a 12 años de edad con TDAH y modificar los estilos y prácticas parentales de sus madres en el estado de Nuevo León. Participaron 3 diadas madre e hijo. La intervención fue un diseño A-B-A bajo el modelo cognitivo-conductual. Se aplicaron instrumentos de autoestima, patrones de autoridad parental, inventario de prácticas de crianza y registros de observación directa. Los resultados indicaron un incremento en autoestima total, general, familiar y escolar y de percepción estilo autoritativo; disminuyeron las prácticas parentales menos efectivas, y en las más efectivas se incrementaron las ganancias sociales y el tiempo de interacción. Por otro lado, se compararon los resultados y perfiles de los participantes en otras 2 sedes de aplicación en la Ciudad de México y Aguascalientes donde se observaron resultados similares, en la primera sede se obtuvo mejora en todas las áreas. Se concluye que la intervención fue efectiva de forma parcial a pesar de los diferentes perfiles sociodemográficos. Palabras clave: autoestima, TDAH, prácticas de crianza, estilos parentales, intervención psicoeducativa. INTRODUCCIÓN Durante la infancia, es normal que los individuos manifiesten un nivel alto de actividad física. Sin embargo, en ocasiones el exceso de actividad o hiperactividad, puede generar problemas a ellos mismos y a las personas con las que conviven en diferentes entornos como la escuela y el hogar. La hiperactividad por sí sola no es un problema que se considere psicopatológico; sin embargo, cuando se acompaña de distracción, dificultades para mantener la atención en las actividades diarias y de impulsividad, puede constituir el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH); dicho trastorno es una condición crónica que afecta las etapas del desarrollo y, aunque usualmente se identifica en la niñez, puede persistir hasta la edad adulta presentando diferentes áreas de oportunidad en cada fase de la vida (Sauceda y Ruiz, 2012). 5 Debido a las características propias del trastorno, los niños que lo presentan tienen dificultades para alcanzar metas que son importantes para ellos; y aunque regularmente conocen cuales son los pasos que deben seguir para lograrlas, las experiencias anteriores de fracasos no les permiten creer que les sea posible, por lo que sus niveles de esfuerzo son bajos, afectando de forma negativa su autoestima que a su vez influye en la autoeficacia creando un efecto de “bola de nieve” o espiral. Adicionalmente, los adultos significativos -especialmente los padres- en ocasiones se sienten frustrados ante sus intentos por mejorar la conducta de sus hijos con este diagnóstico, estropeando la relación padre e hijo y por consiguiente, la autoestima de los menores, pues los padres son relevantes en el desarrollo de está última, ya que el lenguaje verbal y no verbal que los niños perciben en la infancia tiene un efecto más poderoso que en cualquier otra etapa del desarrollo (López, Castro, Fernández y Romero, 2014). En el presente trabajo se ha diseñado una intervención de corte cognitivo- conductual, con el objetivo de mejorar la autoestima de niños entre los 10 y los 12 años de edad diagnosticados con TDAH y residentes del estado de Nuevo León. El programa de intervención se compuso de dos talleres que se efectuaron de forma paralela: un taller para los niños en el que se trabajó en incrementar la autoestima global y otro para las madres de familia en donde se abordó los estilos y prácticas parentales para incrementar aquellas variables relacionadas con el estilo autoritativo o democrático. Por último, y ya que la intervención se aplicó en otras dos sedes en similares condiciones, se caracterizó a la población participante y se describió la eficacia de la intervención en dichas sedes. 1. TRASTORNO POR DÉFICIT DE ATENCIÓN CON HIPERACTIVIDAD (TDAH) Antecedentes Lo que hoy conocemos como el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) cuenta con antecedentes de al menos 100 años, en los cuales se han realizado diferentes referencias médicas. En este sentido, Ruiz (2012) realiza un recuento de las primeras descripciones clínicas; la autora hace mención que la primera referencia fue realizada por Maudsley y Bounrbeville en el siglo XIX; en 1902, Still realiza un informe de niños hiperactivos sin retraso mental a quienes les costaba sostener la atención y manifestaban movimientos poco controlados, y se consideró que estos menores padecían un defecto del control de la moral; en 1908 Tregold describió pacientes hiperactivos y a su parecer, con daño cerebral mínimo que no eran beneficiados por la educación escolarizada, pero sí de la instrucción individual, explicando el comportamiento por una anormalidad orgánica en los niveles cerebrales 6 superiores mismas que de acuerdo a este autor regían el sentido de la moralidad; en 1917 Strauss y Werner presentaron la propuesta del término Daño cerebral mínimo para explicar la conducta hiperactiva e impulsiva de niños con ausencia de lesión cerebral; en la década de 1960 se asienta que la hiperactividad podría ser resultado tanto de un daño estructural como de una alteración funcional, estableciendo el diagnóstico de Síndrome hipercinético, cuyo nombre cambió posteriormente a Disfunción cerebral mínima y finalmente a Trastorno por déficit de atención. El concepto actual de TDAH tiene sustento en los avances científicos de la neuroquímica, estudios de neuroimágen, genética, neurofisiología, epidemiología y la neuropsicología. Definición De acuerdo a la 5ª edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) (Asociación Americana de Psiquiatría, 2014), el TDAH es uno de los trastornos del neurodesarrollo de diagnóstico mas frecuente en la infancia. Este trastorno se caracteriza por tres síntomas principales que son: hiperactividad, impulsividad y un nivel de inatención muy pronunciado a comparación de la media entre niños de la misma edad causando deficiencias en el desarrollo o funcionamiento normal del menor. La inatención es definida como la conducta de desviarse de los deberes en general existiendo así una disminución de la persistencia en las tareas que se están realizando, generando dificultades para mantenerse atento y ser organizado; así mismo, las mencionadas conductas no se deben a un desafío en las tareas o a la falta de comprensión de las mismas. Por otro lado, la hiperactividad se caracteriza por una excesiva actividad motriz en situaciones no adecuadas, como pueden ser: jugueteos, golpes o locuacidad excesivos. Finalmente, la impulsividad se describe como aquellas conductas apresuradas que se ejecutan sin reflexionar acerca de los daños o consecuencias que pueden provocar, pudiendo generar perjuicios en el individuo. En el caso de los niños que presentan impulsividad, a estos se les dificulta esperar por una gratificación y prefieren las recompensas inmediatas, por ello suelen perder el interés muy rápido en metas cuya recompensa no sea recibida en el momento presente. Criterios diagnósticos El DSM-5 (Asociación Americana de Psiquiatría, 2014), indica los siguientes criterios para la identificación y diagnóstico del TDAH: 7 A. Patrón persistente de inatención y/o hiperactividad-impulsividad que interfiere con el funcionamiento o el desarrollo, que se caracteriza por (1) y/o (2): 1. Inatención: Seis (o más) de los siguientes síntomas se han mantenido durante al menos 6 meses en un grado que no concuerda con el nivel de desarrollo y que afecta directamente las actividades sociales y académicas/laborales: Nota: Los síntomas no son sólo una manifestacióndel comportamiento de oposición, desafío, hostilidad o fracaso en la comprensión de tareas o instrucciones. Para adolescentes mayores y adultos (a partir de los 17 años de edad), se requiere un mínimo de cinco síntomas. a. Con frecuencia falla en prestar la debida atención a detalles o por descuido se cometen errores en las tareas escolares, en el trabajo o durante otras actividades (p. ej., se pasan por alto o se pierden detalles, el trabajo no se lleva a cabo con precisión). b. Con frecuencia tiene dificultades para mantener la atención en tareas o actividades recreativas (p. ej., tiene dificultad para mantener la atención en clases, conversaciones o la lectura prolongada). c. Con frecuencia parece no escuchar cuando se le habla directamente (p. ej., parece tener la mente en otras cosas, incluso en ausencia de cualquier distracción aparente). d. Con frecuencia no sigue las instrucciones y no termina las tareas escolares, los quehaceres o los deberes laborales (p. ej., inicia tareas pero se distrae rápidamente y se evade con facilidad). e. Con frecuencia tiene dificultad para organizar tareas y actividades (p. ej., dificultad para gestionar tareas secuenciales, dificultad para poner los materiales y pertenencias en orden, descuido y desorganización en el trabajo, mala gestión del tiempo, no cumple los plazos). f. Con frecuencia evita, le disgusta o se muestra poco entusiasta en iniciar tareas que requieren un esfuerzo mental sostenido (p. ej., tareas escolares o quehaceres domésticos; en adolescentes mayores y adultos, preparación de informes, completar formularios, revisar artículos largos). g. Con frecuencia pierde cosas necesarias para tareas o actividades (p. ej., materiales escolares, lápices, libros, instrumentos, billetero, llaves, papeles del trabajo, gafas, móvil). h. Con frecuencia se distrae con facilidad por estímulos externos (para adolescentes mayores y adultos, puede incluir pensamientos no relacionados). 8 i. Con frecuencia olvida las actividades cotidianas (p. ej., hacer las tareas, hacer las diligencias; en adolescentes mayores y adultos, devolver las llamadas, pagar las facturas, acudir a las citas). 2. Hiperactividad e impulsividad: Seis (o más) de los siguientes síntomas se han mantenido durante, al menos, 6 meses en un grado que no concuerda con el nivel de desarrollo y que afecta directamente a las actividades sociales y académicas/laborales: Nota: Los síntomas no son sólo una manifestación del comportamiento de oposición, desafío, hostilidad o fracaso para comprender tareas o instrucciones. Para adolescentes mayores y adultos (a partir de 17 años de edad), se requiere un mínimo de cinco síntomas. a. Con frecuencia juguetea con o golpea las manos o los pies o se retuerce en el asiento. b. Con frecuencia se levanta en situaciones en que se espera que permanezca sentado (p. ej., se levanta en la clase, en la oficina o en otro lugar de trabajo, o en otras situaciones que requieren mantenerse en su lugar). c. Con frecuencia corretea o trepa en situaciones en las que no resulta apropiado. (Nota: En adolescentes o adultos, puede limitarse a estar inquieto.) d. Con frecuencia es incapaz de jugar o de ocuparse tranquilamente en actividades recreativas. e. Con frecuencia está “ocupado,” actuando como si “lo impulsara un motor” (p. ej., es incapaz de estar o se siente incómodo estando quieto durante un tiempo prolongado, como en restaurantes, reuniones; los otros pueden pensar que está intranquilo o que le resulta difícil seguirlos). f. Con frecuencia habla excesivamente. g. Con frecuencia responde inesperadamente o antes de que se haya concluido una pregunta (p. ej., termina las frases de otros, no respeta el turno de conversación). h. Con frecuencia le es difícil esperar su turno (p. ej., mientras espera en una cola). i. Con frecuencia interrumpe o se inmiscuye con otros (p. ej., se mete en las conversaciones, juegos o actividades, puede empezar a utilizar las cosas de otras personas sin esperar o recibir permiso; en adolescentes y adultos, puede inmiscuirse o adelantarse a lo que hacen otros). 9 B. Algunos síntomas de inatención o hiperactivo-impulsivos estaban presentes antes de los 12 años. C. Varios síntomas de inatención o hiperactivo-impulsivos están presentes en dos o más contextos (p. ej., en casa, en la escuela o en el trabajo, con los amigos o parientes, en otras actividades). D. Existen pruebas claras de que los síntomas interfieren con el funcionamiento social, académico o laboral, o reducen la calidad de los mismos. E. Los síntomas no se producen exclusivamente durante el curso de la esquizofrenia o de otro trastorno psicótico y no se explican mejor por otro trastorno mental (p. ej., trastorno del estado de ánimo, trastorno de ansiedad, trastorno disociativo, trastorno de la personalidad, intoxicación o abstinencia de sustancias). Al identificar los criterios anteriores, debe especificarse si el trastorno es del tipo: Presentación combinada: Si se cumplen el Criterio A1 (inatención) y el Criterio A2 (hiperactividad-impulsividad) durante los últimos 6 meses. Presentación predominante con falta de atención: Si se cumple el Criterio A1 (inatención) pero no se cumple el Criterio A2 (hiperactividad-impulsividad) durante los últimos 6 meses. Presentación predominante hiperactiva/impulsiva: Si se cumple el Criterio A2 (hiperactividad-impulsividad) y no se cumple el Criterio A1 (inatención) durante los últimos 6 meses. Así mismo, deberá especificarse si el diagnóstico es de remisión parcial: cuando previamente se cumplían todos los criterios, no todos los criterios se han cumplido durante los últimos 6 meses, y los síntomas siguen deteriorando el funcionamiento social, académico o laboral. De igual forma, se debe especificar la gravedad actual: Leve: Pocos o ningún síntoma están presentes más que los necesarios para el diagnóstico, y los síntomas sólo producen deterioro mínimo del funcionamiento social o laboral. Moderado: Síntomas o deterioros funcionales presentes entre “leve” y “grave”. Grave: Presencia de muchos síntomas aparte de los necesarios para el diagnóstico o de varios síntomas particularmente graves, o los síntomas producen deterioro notable del funcionamiento social o laboral. 10 Debido a que los síntomas del TDAH son compartidos con otros trastornos como los de ansiedad, la depresión infantil, o el estrés post-traumático, existe la posibilidad de confusiones que no permitirían lograr mejoras con el tratamiento administrado repercutiendo en el desarrollo de los menores. Por ejemplo, podría suceder que al diagnosticar se ignore la presencia del TDAH y se considere otro trastorno, y en consecuencia no se reciba la medicación adecuada; o por el contrario, que un niño sea diagnosticado con TDAH y se le medique sin necesitarlo (Rickel y Brown, 2014). Por lo anterior, es importante que de forma adicional a los criterios diagnósticos del DSM-5, se lleve a cabo un diagnóstico diferencial de forma que pueda apreciarse claramente la presencia de los síntomas del TDAH considerando las conductas esperadas de acuerdo a la edad y al contexto en el que suceden (actividades altamente estructuradas o libres), transitar por circunstancias en las que se requiere adaptación a los cambios, ambientes familiares disfuncionales, inadecuado manejo del estrés, entre otras que podrían facilitar la presencia de síntomas de inatención e hiperactividad de forma circunstancial (Macià, 2012). Epidemiología Prevalencia Se estima que a nivel mundial, el TDAH está presente en el 5% de los niños, aunque esta cifra varía ligeramente entre los diferentes países en los que se han realizado censos (Asociación Americana de Psiquiatría, 2014); de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) (2017) y considerandola proporción anterior, en México habría 1,960,000 niños y adolescentes de entre los 0 a los 17 años de edad que presentan TDAH; y de esta cifra, 660,000 se encontrarían en la edad escolar (6 a 11 años), por lo que este trastorno del neurodesarrollo es el que se diagnostica con mayor frecuencia en la población infantil de nuestro país; así mismo, es la primera causa de atención psiquiátrica en infantes cubriendo el 44% de incidencia del total de los trastornos en la niñez (Centro Nacional de Excelencia Tecnológica en Salud, 2015). Por otro lado, se calcula que aproximadamente en el 80% de los casos diagnosticados, el trastorno continúa presente durante la adolescencia, y entre el 30% al 65% de ellos persiste en la edad adulta (Macià, 2012). Es por ello que se considera que es un trastorno que en la mayoría de los casos es persistente a lo largo de la vida y que su manifestación es cambiante en el transcurso de la maduración. 11 Edad y Género En la mayoría de los niños, la hiperactividad suele estar presente en esta etapa del desarrollo y solo persiste al llegar a la edad escolar en el 50% de ellos. Aquellos en los que se ha identificado el TDAH, usualmente presentaron un fuerte temperamento desde el nacimiento, pero no es sino alrededor de los 4 años cuando los padres llegaron a considerar que se convirtió en un problema que requería atención por parte de un profesional de la salud (Macià, 2012). Es en la edad escolar cuando los niños ponen a prueba sus habilidades de adaptación pues comienzan a convivir en un ambiente diferente, mismo que les demandará el desarrollo de habilidades académicas y sociales, como son: obedecer las reglas del salón de clase, permanecer en su lugar, prestar atención a las indicaciones, controlar sus conductas motoras e impulsos, dar seguimiento a las instrucciones, entre otras. Es por ello que en esta etapa se hace más evidente la presencia del TDAH; y es a la edad de 10 años cuando se hace notorio el fracaso escolar. En el hogar, los niños manifiestan conductas como el oponerse a las normas y hacer rabietas; así mismo pueden volverse menos autónomos (Macià, 2012). Se considera que el TDAH es un trastorno heterogéneo, al presentar de formas distintas entre varones y mujeres, por lo que puede ser complicado identificarlo en la consulta (Soutullo y Díez, 2007). Se estima que los varones tienen más probabilidad de ser diagnosticados con TDAH que el sexo femenino, con una proporción aproximada de 2:1 (Asociación Americana de Psiquiatría, 2014); esto se debe a que los niños manifiestan síntomas más severos de hiperactividad que alertan al adulto a solicitar atención profesional, en comparación de la situación de las niñas, en las que prevalecen los déficits atencionales, mismos que son más tolerables por los adultos (Macià, 2012). Factores etiológicos La manifestación del TDAH se ha relacionado con la convergencia de diferentes causas, siendo la principal la genética, pues el hecho que la madre o el padre tenga el trastorno incrementa el riesgo de que su descendencia lo padezca en 8.2 veces, o en un porcentaje aproximado del 16% al 40% de que se herede. Entre las causas prenatales y perinatales se ha identificado el bajo peso al nacer lo cual multiplica el riesgo 3 veces, al igual que el consumo del tabaco durante el embarazo; el consumo de alcohol lo duplica y la adversidad psicosocial multiplica el riesgo por 4. De esta forma, un niño que presenta TDAH tiene el 72% de probabilidad de que la causa sea genética (Soutullo y Díez, 2007). 12 Entre las hipótesis explicativas más aceptadas sobre la etiología del trastorno se encuentran: a) el TDAH surge por la combinación de factores genéticos y ambientales (Rickel y Brown, 2014), b) el déficit en la segregación de neurotransmisores generando problemas en los circuitos reguladores que sirven para comunicar el córtex prefrontal y los ganglios basales, los cuales se comunican a través de la dopamina y noradrenalina, y cuando se presenta en niveles bajos pueden producir hiperactividad e impulsividad (Soutullo y Díez, 2007) y c) déficit en las funciones ejecutivas, en donde se infiere que la presencia de un déficit en el área del lóbulo frontal puede provocar deficiencias en la fluidez verbal, perseverancia, secuencia motora, planeación y memoria operativa; funciones que se ven afectadas en la presencia del TDAH (Barkley, 1998 citado en Rickel y Brown, 2014). Por otro lado, este trastorno se ha asociado a otros factores psicológicos que surgen a partir del maltrato infantil, como la depresión y ansiedad, que si bien no son suficientes para generar el trastorno, si están asociados, y pueden aumentar considerablemente la predisposición al mismo (Soutullo y Díez, 2007). Comorbilidad El TDAH tiene una frecuente comorbilidad con otros trastornos conductuales, presentándose en aproximadamente el 60% de los casos. Entre las comorbilidades más comunes se encuentran los tics, los trastornos de conducta, trastornos afectivos como la ansiedad, depresión, así como el trastorno disocial, trastorno oposicionista desafiante y trastornos de aprendizaje que tienen fuertes repercusiones en las relaciones sociales y familiares del menor (Maciá, 2012; Centro Nacional de Excelencia Tecnológica en Salud, 2015). Es de vital importancia evaluar con precaución el TDAH, sobre todo cuando existe comorbilidad con otros trastornos puesto que los síntomas pueden presentarse más severos en el comportamiento del menor, necesitando la atención de diferentes estrategias de intervención como terapias cognitivas, de educación especial o terapéuticas para cada trastorno (Rickel y Brown, 2014). Consecuencias Los síntomas característicos del TDAH desencadena una serie de consecuencias. De acuerdo a López, Castro, Belchí y Romero (2014), debido a que los niños con TDAH tienden a ser impulsivos, suelen tener problemas sociales como dificultades para esperar su turno, tomar un rol en juegos cooperativos, decir lo primero que piensan sin reflexionar en las consecuencias o recapacitar una vez que ya se ha dicho o hecho algo inapropiado; lo anterior genera rechazo o poca aceptación por parte de sus pares y los adultos con los que convive, dañando su autoestima y sus relaciones sociales. 13 Los mencionados autores indican también que la atención es otra área que afecta el desarrollo del menor, pues tienen dificultades en la atención sostenida, obstaculizando la realización de actividades prolongadas e impidiéndoles recibir recompensas que no sean inmediatas. Por último, la hiperactividad se caracteriza por una motricidad excesiva y torpes movimientos de coordinación, lo cual repercute en constantes accidentes físicos. Así mismo, señalan que otra de las características de la hiperactividad es el habla excesiva, la presencia de tics, y los constantes ruidos con la boca y cuerpo (golpeteos, balbucean, cantos, etc.), y que es por ello, que los niños que cuentan con el trastorno son frecuentemente vulnerables de sufrir maltrato infantil, rechazo y aislamiento social. Otra de las consecuencias es que suelen tener problemas con la rutina normal de sueño, ya que presentan problemas para conciliario por la noche y permanecer en estado de alerta durante el día, incluso pueden tener problemas para levantarse aun cuando hayan dormido un promedio de horas suficientes durante la noche anterior; por lo que es habitual que los niños se queden dormidos cuando deben permanecer varias horas sentados como es en el salón de clase, o realizar las actividades de rutina diaria (Rickel y Brown, 2014). Por otro lado, en la adolescencia se presentan problemas de conductas disruptivas, impulsivas o temerarias, consumo de drogas y alcohol, y suelen ingerir nicotina a más temprana edad que sus pares sin TDAH(Rickel y Brown, 2014). La ausencia de un tratamiento adecuado puede provocar problemas de aprendizaje, y con ello, fracaso escolar. Por otra parte, la falta de habilidades para controlar sus propias acciones, puede provocar dificultades en el desarrollo social y familiar (Centro Nacional de Excelencia Tecnológica en Salud, 2015). En la etapa adulta suele disminuirse la hiperactividad, sin embargo, en su lugar se presenta inquietud o nerviosismo (López, Castro, Belchí y Romero, 2014). Tratamiento del TDAH Uso de Fármacos Actualmente, en la mayoría de los casos se recomienda el uso de fármacos para solucionar los problemas conductuales que presentan los niños con TDAH; este tipo de tratamiento está diseñado para trabajar en las áreas prefrontales del cerebro que tienen la función de inhibir las respuestas, filtrar ruidos distractores, y ayuda a la concentración (Soutullo y Díez, 2007). Mas especificamente, actúan sobre las vías noradrenérgicas y dopaminérgicas optimizando la función alterada. El metilfenidato es el fármaco más utilizado, actúa inhibiendo selectívamente la recaptación (o 14 impidiendo el reciclaje) de la dopamina y la noradrenalina en la neurona presináptica, aumentando el tiempo de acción de estos neurotransmisores en el espacio intersináptico e incrementando la actividad neuronal postsináptica, lo cual permite mejorar el mantenimiento de la atención (López, Alcántara, Belchí y Romero, 2014). El tratamiento farmacológico presenta efectos secundarios en el 10 al 15% de los niños tratados; los más frecuentes son la disminución del apetito, el insomnio, cefaleas y nerviosismo; estos efectos son leves y usualmente responden a la modificación de la dosis, del horario de la toma del medicamento o cambios conductuales como reforzar los alimentos en los momentos en los que sí se presenta apetito (Soutullo y Díez, 2007). Aun considerando estas desventajas los fármacos son la primera y en ocasiones la única opción de tratamiento, generando discusiones tales como si el uso de estimulantes en niños es realmente adecuado, si realmente existe efectividad en la disminución de síntomas y cuáles son las problemáticas de su uso a largo plazo, sobre todo por la asociación que tiene el medicamento con el abuso de otras sustancias (Galicia, 2015). Psicoterapia El TDAH también se interviene desde diferentes perspectivas psicoterapéuticas, se suele incluir en el tratamiento la intervención en problemas de baja autoestima y autoeficacia, además de psicoeducación para que las personas conozcan la etiología del problema y la forma de tratarlo. Entre las psicoterapias de mayor éxito se encuentra la terapia conductual, pues genera una estructura a modo de guía para que los menores refuercen las conductas positivas. Así mismo, la psicoterapia cognitiva ha resultado de utilidad al emplear métodos como el automonitoreo de pensamientos y conductas, ya que, al aumentarse el conocimiento de las causas y consecuencias de nuestras conductas, también surge efecto en la modificación de las mismas. Además, las personas que presentan TDAH suelen tener creencias negativas sobre sí mismas y su autoeficacia, por ejemplo, pueden percibirse poco inteligentes, irresponsables o flojos, siendo necesaria la intervención en las creencias negativas. Sin embargo, la terapia cognitiva requiere la conciencia de los pensamientos internalizados, que no suele estar presente en la infancia, siendo más conveniente en la adolescencia o adultez (Rickel y Brown, 2014). Además, la psicoterapia generalmente está acompañada de psicoeducación para padres y profesores, pues los niños han demostrado mejoría cuando la respuesta por su comportamiento es constante. Entre las técnicas más utilizadas con los padres es el manejo de contingencias como el tiempo fuera y reforzamiento positivo. El crear una estructura familiar y una rutina diaria ayuda a los niños a ser 15 organizados y alcanzar un mayor autocontrol por ejemplo, los padres pueden ser de gran ayuda en el ámbito escolar si se les estimula a los niños a crear estrategias de estudio, como el tomar notas en ciertas ocasiones, tener horas de estudio estipuladas, el repetir las instrucciones de manera inversa con el fin de asegurar que el niño comprende lo que debe hacer, aunque lo más importante es la constancia en la forma de aplicar los refuerzos ante las conductas no deseadas (Rickel y Brown, 2014). A continuación, se mencionan algunos abordajes desde la perspectiva cognitivo-conductual, así como los resultados obtenidos. Siegenthaler, Presentación y Miranda (2014), realizaron una intervención en 27 niños con TDAH de entre 7 y 10 años de edad, con el fin de indagar su efecto a largo plazo. Estos autores implementaron un programa que consistía en modificar la conducta, la adaptación académica y el entrenamiento en habilidades sociales, además se evaluó el efecto de la variable del funcionamiento familiar. Se intervino con los padres, profesores y con los menores, en donde los tres programas estaban comunicados y todos sabían lo que se estaba tratando con el niño. Entre las técnicas cognitivo-conductuales utilizadas se encontraron las autoinstrucciones, solución de problemas, control de ira y entrenamiento en habilidades sociales, también se utilizó el debate, la exposición, modelado, juego de roles, dramatización, feedback y reforzamiento. Los resultados obtenidos fueron favorables al alcanzarse todos los objetivos, sin embargo, en la etapa de mantenimiento hubo un decremento de los mismos, esto se debe a que el TDAH es un trastorno evolutivo y crónico, no es suficiente la intervención en un solo momento; los padres y las instituciones deben estar en constante asesoramiento. Por su parte Pérez, Molina y Gómez (2016), realizaron una intervención en niños con TDAH de entre los 6 y 12 años de edad, la intervención fue principalmente psicoeducativa, neuropsicológica y de entrenamiento en prácticas de crianza para padres, así como la colaboración con el personal educativo. Su objetivo era rehabilitar las redes cerebrales afectadas, la autorregulación y el autocontrol. El tratamiento duró 30 sesiones en las cuales se realizó un pre-test para conocer las características cognitivas antes y después de la intervención, además de un análisis cualitativo por parte de los padres y profesores para indagar sobre el grado de mejoría percibido. Para cumplir su objetiv se evaluaron 15 niños, en donde 12 estaban tomando medicamentos para los síntomas del TDAH y 3 no utilizaban ningún medicamento. El entrenamiento de los padres se basó en los estilos parentales, la crianza positiva, manejo de autoridad, establecimiento de rutinas, refuerzos positivos y negativos, el seguimiento de instrucciones, el entrenamiento en habilidades sociales, y acompañamiento en tareas escolares; además se realizó terapia coadyuvante de acuerdo a las necesidades percibidas en cada caso. La intervención resultó exitosa, pues se logró disminuir la severidad de los síntomas del TDAH, los niños lograron sostener la atención por periodos prolongados, tener mayor capacidad para 16 permanecer y organizar las actividades, mayor control conductual, y aunque seguía siendo necesario la observación por parte de los padres en la realización de tareas, mejoró la capacidad de subordinación a la regulación externa y el seguimiento de instrucciones indicadas verbalmente. Sólo uno de los participantes que no recibía medicación no mejoró en el área de hiperactividad e impulsividad. 2. AUTOESTIMA La autoestima se refiere a la autoevaluación, de carácter afectivo, del autoconcepto y puede modificarse por la percepción de fracaso o éxito personal. En los niños hiperactivos es usual encontrar un nivel bajo de autoestima; este constructo influye en la autoeficacia percibidao sentido de competencia personal para desempeñar de forma eficaz una tarea importante y se relaciona con la creencia personal de poder conseguir metas significativas mediante las habilidades y acciones personales; es por ello, que frecuentemente, los menores tienen dificultades en lograr concretar metas importantes. Al no creer en su autoeficacia, que a su vez influye en la autoestima y seguridad, sus esfuerzos son ejecutados en un nivel muy bajo, por lo que finalmente no alcanzan aquella meta deseada. La interacción de las variables genera una secuencia en espiral o bola de nieve en la que el problema se prolonga y en la que es importante intervenir. Por otro lado, la convivencia durante la infancia con los adultos significativos cobra especial importancia en el desarrollo de la autoestima del niño, ya que la imagen y la valoración personal se forman de acuerdo a los mensajes verbales (lo escuchado) y no verbales (lo sentido) de los adultos y su efecto es mayor que en otras etapas del desarrollo (López, Castro, Fernández y Romero, 2014). El primer intento que se realizó para definir el concepto de autoestima, lo llevó a cabo el padre de la psicología norteamericana William James, en su libro Principios de Psicología, publicado en 1890 (citado en Polaino, 2003, p.19-20), en donde menciona que la autoestima: Es un sentimiento que depende por completo de lo que nos propongamos ser y hacer y que está determinado por la relación de nuestra realidad con nuestras supuestas potencialidades. Por consiguiente, la autoestima puede aumentar o disminuir en función de cuanto mayor sea el éxito esperado y no alcanzado más baja será la autoestima y por el 17 contrario, cuanto menores sean las aspiraciones de las personas y mayores sean los éxitos será mayor la autoestima. Este concepto cobró ímpetu en la década de los ochenta; se publicaron cada vez más libros que hacían mención de la palabra y a sus diversas definiciones y componentes, y comenzaron a surgir estudios científicos acentuando su importancia para el completo desarrollo de la persona, en los diferentes ámbitos de las ciencias que estudian al ser humano, de ahí su diversidad y complejidad de significados (Polaino, 2003). Por tal motivo, en la actualidad se ha tratado de dar una definición más acertada de lo que es la autoestima, así Roa (2013) indica que la autoestima es el grado de valoración que tenemos hacia nosotros mismos, que abarca desde lo interno hasta el aspecto físico y las situaciones de la vida diaria, y está estrechamente relacionada con sentirse amado, apoyado y pertenecer a un grupo de pares. De acuerdo a este autor, los componentes de la génesis de la autoestima son los siguientes: 1) cognitivo (ideologías, criterios, opiniones, apreciación), 2) afectivo (amor propio) y 3) conductual (relacionado con la intención y decisión de actuar). La autoestima puede clasificarse en tres niveles: 1) Autoestima baja: en la que los individuos se muestran inseguros y descalifican sus capacidades y habilidades. 2) Autoestima media: la persona puede sentirse valiosa y le permite desarrollarse adecuadamente, sin embargo, cuenta con características negativas que se pueden mejorar para llegar a una alta autoestima. 3) Autoestima alta: es aquella en donde se tiene una percepción positiva de uno mismo y se acepta tal como es. Además, se mantiene estable durante la vida adulta, sin importar la situación en la que se encuentre la persona. Algunos de los factores que la promueven son: el que se le hable y trate con respeto y amor, se apliquen reglas y límites firmes sin violencia, proporcionarle seguridad, se le ayude a ser independiente, entre otras; obteniendo como resultado el que afronten nuevos retos, tomen iniciativas y decisiones propias, valoren sus éxitos, muestren tolerancia al fracaso y expresan de manera eficaz sus emociones y sentimientos (Roa, 2013). Por otra parte, tanto Garaigordobil y Maganto (2013) como Gómez y Nieto (2013), señalan que existen algunos factores que promueven la disminución de la autoestima en los infantes son: experimentar situaciones como el fracaso en el cumplimiento de las expectativas de los padres, comparación entre hermanos y con 18 otros niños, abuso sexual, físico y verbal, peleas entre los padres, sufrir discriminación (discapacidad, apariencia, nivel social, capacidad intelectual, etc.), recibir etiquetas negativas, experiencias de rechazo e indiferencia (en casa o en la escuela), el que se les descalifique algún logro, situaciones de divorcios o adicciones en los padres, castigos exagerados, padecer alguna enfermedad que afecte su calidad de vida, padres con expectativas negativas sobre sí mismos que son transmitidas a sus hijos, entre otros. Así mismo, una baja autoestima puede resultar en la manifestación de síntomas psicopatológicos posteriores a la infancia como: reacciones de ansiedad, inseguridad, negativismo, síntomas depresivos, dependencia de otras personas, falta de asertividad, desesperanza, tendencias suicidas, conductas agresivas y antisociales y poca tolerancia a la frustración. Además, se ha encontrado que los adolescentes que muestran una baja autoestima tienden también a un incremento a la deserción escolar y al consumo de alcohol y drogas (Priya y Muralidaran, 2014; Rodríguez y Caño, 2012). Autores como Milicic, Pizzarro y Benavides (2015) han profundizado en la relación entre autoestima y personalidad; ellos distinguen seis dimensiones de esta interacción: 1) área escolar (rendimiento académico, capacidad de aprendizaje, desarrollo intelectual), 2) área social (adaptación e interacción en con pares), 3) área familiar (afectivas y de atención percibida por parte de los familiares), 4) área de aspecto físico (aceptación de la apariencia física), 5) área emocional (sentimientos de bienestar y satisfacción de sí mismo y a la seguridad y confianza en sus capacidades) y 6) área ética: es la forma en cómo el individuo concibe los valores y normas que le son enseñados y la forma en que los lleva a cabo. Otro autor propone que la autoestima también se relaciona con tres elementos fuertemente ligados, que son importantes a tener en cuenta, para entender mejor su desarrollo y reconocer la importancia de ella en nuestra vida cotidiana (Torres, 2016). 1) Autoconcepto: tiene un componente cognitivo, es decir, el concepto, la opinión o la imagen que tiene el individuo de sí mismo; aunque esto sea falso o verdadero y se transforma constantemente; dependiendo de las situaciones. 2) Autorrespeto: es el identificar y satisfacer nuestras propias necesidades y valores, el expresar nuestros sentimientos y emociones sin sentir culpa o remordimiento por ello y reconocer y valorar las acciones que nos hagan sentir orgullosos de nosotros mismos. No obstante, los individuos con baja autoestima se faltan el respeto constantemente con sus pensamientos negativos y minimizando sus habilidades y capacidades, lo que provoca que las personas a su alrededor tampoco las respeten. 19 3) Autoconocimiento: hace referencia a la valoración, afecto y aceptación que tiene la persona sobre sus características personales con sus virtudes y limitantes. Sin embargo, a pesar de la importancia de la autoestima en la salud física y mental, actualmente este constructo no se ha integrado en sondeos nacionales que informen sobre la caracterización de la salud mental de la población mexicana, como es el caso de la Encuesta Nacional de Salud en Escolares 2008 (ENSE) (Shamah, 2010) o encuestas internacionales como la colombiana Encuesta Nacional de Salud Mental (ENEP) (2015); ambas encuestas informan sobre la prevalencia de conductas de riesgo y/o psicopatologías, sin considerar las variables que pueden estar involucradas,por lo que se desconoce la prevalencia de baja autoestima en menores con TDAH, por citar un ejemplo. Por otra parte, el desarrollo de la autoestima también se encuentra determinado por la familia y la escuela, siendo sus primeros ámbitos sociales. La familia tiene un papel relevante en los primeros años de vida del niño, ya que establece el primer ambiente social y en el que se desarrolla su identidad y su nivel de autoestima. Por ejemplo, un estilo de crianza democrático aporta calidad afectiva, seguridad, autonomía, consciencia sobres sus actos y las consecuencias de los mismos, posibilitando el desarrollo de una personalidad apropiada. Por el contrario, un estilo autoritario hará que el niño no aprenda a enfrentarse y resolver sus problemas, además la carencia de afecto y comunicación no le permitirá desarrollar una autoestima ideal. De igual manera, un estilo de crianza permisivo no permitirá al niño experimentar las consecuencias de sus actos, haciéndolo irresponsable e incapaz de prever las consecuencias de su conducta. Así pues, la autoestima está determinada por la aceptación y el respeto hacia las cualidades y defectos del niño, así como el poner límites claros y apoyar sus decisiones; permitiéndole lograr sus metas (Bustamante y Peralta, 2013). En el ámbito escolar, el profesor evalúa los éxitos y fracasos que se dan dentro del salón de clases; ayudando al alumno a reconocer sus capacidades y habilidades tanto personales como escolares o por el contrario, puede reprimirlo y quitarle su valía, lo que influirá en su autoestima. Las relaciones sociales que los niños tienen con profesores y compañeros ejercen una poderosa influencia tanto en su interés y motivación por la escuela como en su vida personal y social al presentarse oportunidades diarias de experimentar nuevas relaciones y experiencias que le ayudan en su proceso de formación (Bustamante y Peralta, 2013). Por lo tanto, la etapa fundamental para el desarrollo óptimo de la autoestima es la infancia, ya que el niño a lo largo de su desarrollo va construyendo la imagen que tiene de sí mismo y el lugar que ocupa en el ámbito familiar, escolar y social en el que se desenvuelve; de acuerdo en la forma que es tratado y a las experiencias de éxito o fracaso (Roa, 2013). 20 En el caso de los niños que presentan TDAH, Bauermeister (2014), señala que ellos se muestran más propensos a tener una baja autoestima, debido a que reciben con mayor frecuencia una información negativa sobre su comportamiento y sus tareas, a menudo cometen errores y fracasan en sus intentos de hacer todo bien por más que se esfuercen y a raíz de esto sienten desconfianza e inseguridad en sus habilidades, aumenta la sensación de frustración y fracaso al presentarles tareas y actividades que requieren de atención y autocontrol que no están capacitados para afrontar y tras fracasar en algunas tareas, los adultos, dejan de darles responsabilidades, por lo que el niño no se siente competente ni seguro de sí mismo. Frecuentemente son víctimas de violencia física y verbal cómo críticas, insultos, regaños y castigos por parte de sus padres y profesores al no cumplir con las expectativas que se les piden; tanto escolares como en el hogar, también entre sus pares se presentan situaciones de falta de integración en su círculo social, sintiendo excluidos y rechazados. Así pues, se estima que entre el 25 y el 30% de niños con este diagnóstico pueden desarrollar sentimientos de ansiedad y depresión. Algunas señales generales de depresión en los niños, es el que se muestren enojados, irritables, con poco apetito, dificultad para dormir, pérdida de energía e interés hacia las cosas que les gusta hacer, pensamientos suicidas, entre otros. Las principales señales de ansiedad son la preocupación, el temor, la aprehensión y la intranquilidad. En este sentido, Palacios (2014) señala que evaluar la autoestima en niños pequeños se dificulta pues ésta no se muestra de forma global, sino solo algunas representaciones específicas; por ejemplo, en la infancia media (8 a 13 años), se puede identificar una inclinación a valorarse a sí mismos de una forma idealizada que no siempre ocurre en la realidad, aunque también es esta edad la más propicia de ser evaluada e intervenida, puesto que las dimensiones del autoconcepto adquieren mayores distinciones entre ellas, y también por la inestabilidad de la autoestima entre la pubertad y la adolescencia cuando ésta no se intervino con anterioridad. Es así como la autoestima presenta oscilaciones normativas. Evaluar el autoconcepto solo indica cómo se perciben así mismos, de acuerdo a la edad, a las áreas que son importantes para ellos y a las cincunstancias. Y por otro lado, evaluar la autoestima nos permite obtener una percepción total de constructo, es decir, lo que somos y forma parte de nuestra personalidad, por medio de una una única puntuación, lo cual facilita detectar de forma oportuna posibles muestras de baja autoestima, la cual se determina a través de los éxitos y fracasos que son importantes para el sujeto; excluyendo aquellas que suceden en las áreas menos importantes (Palacios, 2014; Suls, 2014). En años recientes, se ha producido un creciente interés en el estudio del bienestar psicológico y la autoestima, convirtiéndose en un tema de gran relevancia. De acuerdo a Tiscar (2014), el bienestar psicológico engloba la salud mental, que asocia aspectos cognitivos y emocionales en busca de la excelencia personal, el ajuste psicosocial y el cumplimiento de metas personales. 21 Este mismo autor indica que las áreas de influencia de la autoestima son: Autoestima y bienestar intrapersonal: esto hace referencia al discernimiento que tiene un individuo de sus habilidades, capacidades y limitaciones, además, de ver con realismo quiénes somos, cómo somos y qué queremos. Es decir, es un tipo de inteligencia que permite tener una imagen exacta de nosotros mismos, comprender exactamente nuestros deseos y prioridades, identificar nuestros sentimientos para saber cómo actuar y qué decisiones tomar para lograr el equilibrio y satisfacción de nuestras necesidades emocionales. Autoestima y bienestar interpersonal: este hace referencia a la valoración del apoyo social y cercanía percibida de las personas significativas para este, que permite mejorar la autoestima y la visión del entorno social para un crecimiento personal óptimo. Del mismo modo, Freire (2014) y Tiscar (2014) señalan que existen seis dimensiones del bienestar psicológico relacionado con la autoestima: 1. Autoaceptación: es el admitir todos los aspectos de uno mismo y del pasado tal como fue. 2. Relaciones positivas: el tener relaciones satisfactorias con los demás, permite fomentar vínculos emocionales de mayor calidad y por lo tanto tener mejor autoestima y salud física y mental. 3. Propósitos en la vida: el marcarse y lograr metas claras y alcanzables, permite obtener refuerzos positivos que harán que nos sintamos satisfechos con nosotros mismos. 4. Crecimiento personal: mide la capacidad que tiene el individuo para un continuo aprendizaje y que identifique los recursos para ir mejorando. 5. Autonomía: implica el sentimiento de poder elegir y tomar sus propias decisiones, de mantener un criterio propio y una independencia personal y emocional. 6. Dominio del entorno: es la capacidad para adaptarse a las circunstancias adversas Intervención de la autoestima La intervención terapéutica de la autoestima desde un enfoque cognitivo- conductual, tiene como objetivo modificar las creencias centrales negativas sobre el “yo” y potenciar la autoaceptación. De acuerdo a Tiscar (2014) esto se logra examinando la validez de los presupuestos identificados como disfuncionales y desfavorables: para después formular otras opciones quesean realistas y 22 funcionales, por medio de un entrenamiento que permita poner en práctica esta estrategia en la vida cotidiana; así, al modificar las creencias negativas sobre el yo, que disminuyen la autoestima, se potencia en el paciente la autoaceptación. Este mismo autor, menciona que existe una variedad de programas que trabajan sobre el desarrollo de la autoestima, cuyo contenido y secuencia varía de acuerdo a las particularidades del paciente. La decisión de cómo abordar el tratamiento depende de los objetivos específicos que se desee alcanzar. A continuación, se describen las fases esenciales que debe seguir un tratamiento sobre la autoestima para que se puede generar el cambio terapéutico adecuado en el sujeto. Fase de psicoeducación Se le explican al paciente los principios básicos sobre la autoestima; mediante un conocimiento científico y se aclararan las falsas creencias que tiene el individuo sobre la autoestima. Las definiciones que normalmente se trabajan relacionados con la autoestima son: autoconcepto, autoeficacia, éxito personal, felicidad, etc. Así mismo se le explicarán las técnicas que se utilizarán a lo largo de las sesiones. Fase de exploración y autoconocimiento Una vez que el paciente ha recibido la información que le permite entender mejor la relación entre autoestima y su bienestar personal, es conveniente explorar junto con el paciente las creencias que tiene sobre sí mismo, el nivel de afectación que le provocan y las conductas que se derivan de ellas. Es importante recordar que los individuos con baja autoestima les es difícil pensar sobre sí mismos de forma adecuada, por lo que el terapeuta tiene como tarea confrontar al paciente con sus sentimientos, pensamientos y actitudes negativas que prefiere omitir Fase de reestructuración Esta es la etapa más extensa de la terapia, ya que implica enseñar a los pacientes a tratar sus pensamientos como hipótesis más que como verdades. Por lo tanto, en esta fase el paciente adquiere habilidades para prestar atención a sus pensamientos e identificar los errores cognitivos, para después interrumpir los vínculos negativos que crean y mantienen la autoestima baja y con el tiempo formar un círculo positivo y gratificante de autoestima. Es recomendable utilizar un autorregistro de las variables relacionadas con la autoestima, para identificar cómo influye ésta sobre la propia vida y la conducta, y de esta forma aumentar el autocontrol. 23 Fase de incorporar características positivas El proceso que se lleva a cabo en esta fase es parecido a la técnica de reestructuración, pero con el objetivo de adquirir hábitos de pensamiento positivos y la adquisición de pautas que mantengan la autoestima y guíen el comportamiento del sujeto basadas en la racionalidad. Así mismo, es importante entrenar en técnicas de habilidades sociales y resolución de problemas que permitan desarrollar comportamientos más adaptativos. El primero, se basa en el conocimiento de los propios derechos y el modo de ejercitarlos apropiadamente, evitando el mal trato de las otras personas o a abandonar relaciones conflictivas con más facilidad. El segundo, ayuda al paciente a seleccionar un área determinada que sea problemática para él y ayudarle a desarrollar una estrategia realista de resolución de problemas teniendo en cuenta sus puntos fuertes y débiles. Fase de mantenimiento En el tratamiento se suele trabajar con reforzadores naturales, es decir, aquellas situaciones o actividades que le son agradables al individuo para el desarrollo de una sana autoestima. El objetivo de esta fase es que el paciente pueda obtener elementos que mantengan activadas las creencias positivas sobre sí mismo y por tanto el aumento de autoestima alcanzado a lo largo del resto de las fases, se mantengan una vez termine el tratamiento. Por lo tanto, se puede decir que al aplicar un tratamiento que siga estas fases terapéuticas, se podrán observar notables cambios en la actitud del paciente y en el desarrollo de una autoestima saludable (Tiscar, 2014). Así mismo, como se mencionó previamente, otro de los factores fundamentales para desarrollar una buena autoestima en la niñez, es contar con habilidades sociales, estas, son comportamientos que aprendemos a lo largo de la vida, que se dividen en aspectos conductuales, cognitivos y afectivos; las obtenemos del medio en el que nos desenvolvemos, y dependen de la interacción que mantenemos con éste y de nuestras características personales (Morales et al., 2015). Estas habilidades sociales no son fáciles de enumerar, pues corresponden a un sinfín de expresiones con las que mostramos cordialidad y respeto por las demás personas, algunas de las más importantes en los niños las describen Morales et al. (2015), como: contacto visual con la persona que habla, utilizar un tono de voz adecuado, escuchar, saber preguntar, decir no a algo con lo que no se sienta cómodo, sonreír en un trato amistoso, saber expresar las emociones, saludar, compartir. Ofrecer ayuda, saber hacer y mantener la amistad, conocer cómo ceder ante un conflicto y controlar el enojo, saber dar las gracias, unirse a un grupo de juego y dejar que otros niños se unan al grupo de juego. 24 Tal como se planteó con anterioridad, el niño con déficit de atención tiene problemas de impulsividad, los cuales merman sus habilidades sociales, pues no esperan turnos, dicen lo primero que piensan sin reflexionar si su trato es cordial o si está hiriendo los sentimientos de las otras personas. En este sentido, en un estudio realizado por Ruales (2012) quien trabajó la autoestima en 20 niños y nilas de entre 6 a 9 años de edad con TDAH y cuyo objetivo fue mejorar su autoestima aplicando la terapia cognitivo-conductual, investigar por qué la autoestima de esta población era baja y comprobar si este tipo de terapia era eficaz; encontró en el pre-test que los niños obtuvieron puntajes de autoestima por debajo de los parámetros normales; debido a que los niños no se ajustaban socialmente con sus pares al mostrar problemas conductuales, esto repercutió directamente en su autoestima, manifestándose con aislamiento, inseguridad y depresión. Se implemento una intervención cognitivo-conductual utilizando técnicas operantes, además de trabajar control de impulsos, y su atención y concentración. En el post-test se identificó que los niveles de autoestima mejoraron considerablemente, mostrando seguridad, confianza y una autoimagen más positiva de ellos mismos. Es así como los niños que fueron atendidos con este tipo de intervención disminuyeron los síntomas del TDAH y mejoraron su autoestima. 3. ESTILOS Y PRÁCTICAS PARENTALES Entre los factores importantes para el desarrollo de la autoestima, se encuentra la convivencia con adultos significativos; y ya que usualmente éstos son los padres, quienes desarrollan una variedad de estilos y prácticas de crianza por medio de las cuales crean un ambiente en donde el niño se desenvuelve y aprende a integrarse a la comunidad, a continuación se desarrollarán estos conceptos. La familia es una organización social caracterizada por su dinamismo y como tal, a lo largo de la historia ha sufrido transformaciones en su morfología y los roles de sus miembros hasta los tiempos recientes como respuesta al contexto de la postmodernidad; entre algunas de las situaciones que han influido en dichos cambios se encuentra el incremento en la escolaridad de las mujeres, la modificación en los roles de género y mayor participación femenina en el área laboral, más aceptación social ante los procesos de divorcio y los derechos legales alcanzados por las minorías, entre otros (Contreras, 2016; Rojas, 2016). Además, la tecnología es otro factor que también ha contribuído a estoscambios, por ejemplo, en el campo de la reproducción asistida, podemos identificar un creciente número de individuos que eligen este tipo de métodos para ser padres; tal es el caso de mujeres heterosexuales solteras y parejas del mismo sexo. Todos 25 estos cambios han propiciado el surgimiento de alternativas de familia, en donde puede haber un solo padre o madre, o dos padres del mismo sexo (Esteinou, 2012; Golombok, 2012). Contreras (2016) considera que poco a poco va quedando en el pasado la concepción de la familia como aquella en cuya génesis participaban únicamente parejas compuestas por hombre y mujer, percibiéndose en la actualidad como aquella en donde las personas eligen compartir un vínculo y un proyecto de vida común. Sin embargo, algo que ha permanecido estable es la identificación de la familia como aquel espacio de intimidad y apoyo entre sus miembros, en donde los infantes reciben promoción a su desarrollo. Es en esta estructura social donde los niños experimentan el primer contacto con las relaciones afectuosas y de esta forma aprenden a amar y a valorar la vida, a compartir alegrías y a tolerar la frustración; también aprenden valores y comportamientos socialmente aceptados que les permitirán insertarse de forma adecuada al contexto sociocultural de la comunidad en la que se han educado (Escrivá, 2014; Ruíz de Temiño, 2014). Familia y socialización Para Escrivá (2014) la función y responsabilidad primordial de la familia es la de ser educadora de los hijos, y tal educación tiene inicios satisfactorios cuando los padres experimentan una relación cariñosa y fuerte, acompañada de confianza y respeto por los otros miembros de la familia, y en donde se comparta la vida a nivel emocional y material. De acuerdo a este autor, la educación familiar se divide en tres dimensiones: la crianza, la socialización y la personalización ética. La crianza se refiere a la conservación y la maduración física y mental de los menores e involucra actividades como la alimentación, así como el cuidado de la salud, el desarrollo y el crecimiento. En la socialización, los padres promueven el aprendizaje de los conocimientos que el niño necesita para incorporarse activamente a la sociedad como un miembro productivo, asimismo, la familia se apoya de instituciones de enseñanza y capacitación para lograr sus objetivos. En la dimensión de la personalización ética, se educa en las virtudes humanas (como la justicia y la fortaleza) y en los valores personales derivados de ellas (alegría, obediencia, respeto, optimismo, entre otros), y de esta forma los hijos descubren el significado moral de ser una persona, así como las consecuencias de su comportamiento, actitudes y el tipo de relaciones que establecen con otros. Escrivá afirma que la educación personalizadora es responsabilidad de los padres debiendo ser “directa, personal e íntima” (2014, p. 31) y que no puede ser suplida por otros agentes, el carácter personal y la intimidad de esta interacción es lo 26 que genera lazos afectivos entre padres e hijos conformando así el hogar familiar; es por lo anterior que se considera como la más valiosa de las dimensiones educativas perdurando a lo largo de la vida de los padres, quienes modulan su autoridad de acuerdo a la etapa vital de los hijos; por ejemplo, en la etapa adulta de los hijos, los padres son compañeros y consejeros. Para otros autores, la educación familiar y las tres dimensiones descritas con anterioridad se engloba dentro del concepto de socialización parental (Capano y Ubach, 2014). La educación familiar requiere una combinación de amor, disciplina, enseñanza y orientación; es un aprendizaje bidireccional, ya que, al educar a los hijos, los padres reciben una retroalimentación que los orienta a modificar su conducta (Escrivá, 2014). De este modo, un padre podrá ejercer una determinada conducta con un hijo que manifiesta más miedo ante alguna situación, pero actuaría diferente con otro cuyo miedo es menor; esto es así por la mutua influencia entre padres e hijos. Por lo tanto, es importante destacar que las actividades que los padres ejercen para socializar a sus hijos son variables, ya que el ser humano efectúa conductas diferentes de acuerdo a las circunstancias, lugar o las características de la persona (sexo, edad, etc.) con la que interactúa (Aroca y Canovas, 2012). Por su parte, para Soleimani y Modifi (2014) el tipo de relación que exista entre padres e hijos, así como la actitud pesimista u optimista de los padres, influye en la conducta y el desarrollo emocional y social de los niños. Los autores concluyeron en un estudio realizado que un niño que se sienta cuidado y amado de manera honesta tratará de ser obediente a sus padres y entre ambos se establecerá un vínculo amistoso; por el contrario, un niño que se siente obligado a obedecer a sus padres puede reaccionar de forma desfavorable con egoísmo o inseguridad pudiendo desarrollar problemas de conducta tanto en el hogar como en la escuela. Tipología de los estilos y prácticas parentales Desde hace varias décadas y por parte de diversos autores, se ha puesto empeño en explicar de forma objetiva la relación existente entre las conductas paternas ejercidas en la educación de los hijos -tanto en niños como adolescentes- y las consecuencias que estas pueden tener sobre sus competencias y desarrollo psicosocial (Capano y Ubach, 2014). Baumrind (1966) se destacó en este campo identificando siete dimensiones: 1) Prácticas disciplinarias punitivas/ no punitivas. 2) Uso/no uso de retirada del afecto. 3) Dar y recibir explicaciones/ mantenimiento rígido de la distinción de estatus. 27 4) Demandas altas/bajas de responsabilidades domésticas y comportamiento ordenado. 5) Restricción/libertad de autonomía. 6) Empleo de alto/bajo poder asertivo. 7) Control firme/laxo. Los diferentes niveles de las anteriores dimensiones y sus combinaciones permiten a la autora desarrollar una tipología de tres estilos o patrones parentales, mismos que han sido un referente en la investigación sobre la crianza: 1) Estilo autoritario, donde prevalece la obediencia de los hijos, resultando un déficit importante en habilidades sociales y autonomía de los hijos. 2) Estilo permisivo, donde se manifiesta una actitud aceptadora y libre de control hacia los hijos, resultando hijos dependientes y con conductas agresivas. 3) Estilo democrático o autoritativo, donde se imponen roles y se esperan conductas maduras, pero se utiliza la negociación y el razonamiento, obteniendo efectos positivos en la socialización y la autonomía. Posteriormente la tipología de Baumrind fue retomada y actualizada por MacCoby y Martin (1983 citado en Fuentes, García, Gracia y Alarcón, 2015), quien propone adicionalmente un cuarto estilo, el estilo negligente, donde existe escaso involucramiento afectivo de los padres en los asuntos de sus hijos y en la tarea educativa, debido a razones pragmáticas como la falta de tiempo, interés, negligencia o comodidad. Estos autores plantearon dos dimensiones ortogonales que actualmente continúan siendo referente en los estudios que abordan la crianza: 1) Aceptación/implicación (involucramiento parental): esta dimensión está constituida por el grado de implicación afectiva en la socialización de los hijos, manifestando cariño y calidez, ofreciendo su apoyo y comunicando los comportamientos inadecuados haciendo uso de la razón para modificarlos. 2) Severidad/imposición (control): es el grado en el que los límites se establecen actuando de forma impositiva y estricta, imponiendo de esta forma autoridad. De acuerdo a Fuentes et al. (2014), la variación en los niveles de ambas dimensiones se manifiesta en los estilos parentales de la siguiente manera: Estilo autoritativoo democrático: alta aceptación/implicación y alta severidad/imposición. Estilo permisivo: alta aceptación/implicación y baja severidad/imposición. Estilo autoritario: baja aceptación/implicación y alta severidad/imposición. 28 Estilo negligente: baja aceptación/implicación y baja severidad/imposición. Para comprender los procesos a través de los cuales la forma en que se ejerce la crianza influye en el desarrollo del niño, se debe tomar en cuenta tres aspectos diferentes de la misma: los objetivos de la socialización, las prácticas parentales, y el estilo de crianza o estilo parental. Darling y Steinberg (1993) explican con claridad la interrelación de los 3 aspectos, manifestando que tanto el estilo parental como las prácticas parentales están orientadas por los valores y objetivos de los padres, pero influyen en el desarrollo del niño por medio de procesos diferentes; el estilo parental es una actitud del padre hacia el niño que es transmitida por medio de una diversa gama de interacciones entre ellos y que crea un clima en donde el niño es socializado; las prácticas parentales son aquellas conductas que realizan los padres para que los hijos alcancen los objetivos planteados y son específicas de dominio. De esta forma, el estilo parental influye en el desarrollo de los hijos de forma indirecta, puesto que altera la eficacia de los esfuerzos de socialización de los padres al moderar la efectividad de las prácticas parentales y en la apertura del niño a socializar. Los estilos y prácticas parentales difieren entre familias y cuidadores debido a factores individuales, familiares y socioculturales; por ejemplo: costumbres de la región, patrones de crianza recibida, la forma en que se asumen roles de género, reflexiones respecto a la crianza experimentada, el sexo del hijo, edad, lugar que ocupa entre hermanos y en la familia, la relación padre e hijo, entre otros (Contreras, 2016; Martínez y Castañeiras, 2013). De esta manera, una persona que fue criada con rigidez y en donde el uso de la violencia fue tolerado como forma de control, al ejercer la paternidad puede elegir continuar con esta estrategia de educación o, por el contrario, tener una inclinación a la negociación y al diálogo con los hijos para la resolución de conflictos; y aún más, tomar una postura de crianza diferente entre un hijo varón y una hija mujer. A este respecto, se han realizado diferentes estudios para conocer la capacidad de predicción que ofrecen los estilos y prácticas parentales o sus dimensiones sobre algunos conceptos importantes relacionados al desarrollo de los hijos en diferentes etapas de su vida; de esta forma podemos conocer cuáles estilos o prácticas parentales y sus dimensiones son protectoras o de riesgo. Por ejemplo, respecto al Bienestar Psicológico (BP), González (2013) realizó un estudio en donde buscó determinar la relación entre el nivel de BP de un grupo de 1,064 adolescentes mexicanos de ambos sexos, de entre 15 y 20 años, con su percepción de las prácticas parentales de apoyo, comunicación, autonomía, control conductual, imposición y control psicológico. Los resultados obtenidos indicaron que a mayor percepción del adolescente de prácticas parentales positivas (mayor apoyo, autonomía, buen nivel de comunicación, control conductual moderado y menor control psicológico e imposición parental), mayor puntaje de BP; dichas prácticas parentales positivas coinciden con las de los estilos permisivo y autoritativo. Así mismo, los participantes con mayores índices de BP reportaron un nivel menor de conductas de riesgo como 29 el inicio de las prácticas sexuales, o el consumo de sustancias adictivas; es así que de forma indirecta, se puede ver el valor de las prácticas de crianza positivas al ser promotoras del BP, que a su vez, es protector de conductas de riesgo. De igual forma, Iñiguez (2016) realizó un estudio con 71 jóvenes mexicanos de ambos sexos, de entre 11 y 20 años de edad en donde evaluó en ellos la percepción de las prácticas parentales y el nivel de BP presente; los resultados permitieron conocer que la mayoría de las familias de los participantes brindan continuamente apoyo hacia sus hijos, se interesan en sus actividades y ofrecen orientación en diferentes áreas de su vida; y esta actitud parental se reflejó en los niveles moderado y alto de BP que obtuvieron los jóvenes; las puntuaciones mayores se alcanzaron en las dimensiones de crecimiento personal, relaciones positivas con otros, propósito de vida, auto-aceptación, planes a futuro y control personal; y por el contrario, se obtuvieron valores más bajos del factor de rechazo personal, siendo congruente con los niveles de BP logrados. Por su parte, Martínez, Fuentes, García y Madrid (2013) realizaron un estudio con 673 adolescentes españoles de ambos sexos, de entre 14 y 17 años, para identificar aquellos componentes de los estilos parentales que podrían ser factores de riesgo o de prevención del abuso de sustancias, conducta disruptiva y comportamiento delictivo; y en sus resultados encontraron que los componentes comunicación empática y afecto que son compartidos por los estilos permisivo y autoritativo, como aquellos que tienen un mejor éxito en cuanto a un menor consumo de sustancias, y menor presencia de conductas disruptivas en la escuela y de comportamientos delictivos; lo contrario se aprecia en el componente impositivo del estilo autoritario donde se manifiesta la presencia de un mayor número de conductas no deseadas, y aunque si bien, este componente se comparte con el estilo autoritativo, éste último emplea también el diálogo y la negociación. Debido a que el componente cultural también es importante cuando se habla de estilos y prácticas parentales y desarrollo infantil, Richaud et al. (2013) indagaron si existía diferencia entre la cultura argentina y española de los efectos de prácticas parentales en las estrategias que usaban niños de 10 a 12 años que vivían en situaciones de vulnerabilidad para enfrentar conflictos; los autores encontraron que si bien los estilos parentales de los grupos de padres eran diferentes entre culturas (el grupo argentino era menos aceptante y más negligentes que el grupo español), en ambos casos se mantuvo constante la correlación positiva entre las dimensiones negativas de los estilos parentales como el control patológico y la negligencia con el descontrol emocional (impulsividad, agresividad y déficit de control inhibitorio) de los menores; así mismo, las dimensiones de aceptación y control moderado se relacionaron positivamente con el uso de estrategias más funcionales como la reestructuración cognitiva y la acción sobre el problema, y de forma negativa con el descontrol emocional. 30 Por otro lado, autores como Morales et al. (2015) han estudiado la relación entre los estilos y prácticas parentales como factores protectores o de riesgo para la manifestación del comportamiento infantil problemático, en el cual se engloban conductas variadas como la desobediencia, la conducta agresiva, la conducta negativista desafiante o la hiperactividad. Estos mismos autores realizaron una investigación en México con 300 padres de niños entre los 2 y 12 años de edad, con el objetivo de identificar aquellas dimensiones de las prácticas parentales que se relacionaban con la agresividad e indicadores de conducta negativista desafiante en los niños; el resultado obtenido mostró una clara relación entre el uso del castigo – entendido como aquellas conductas no deseadas que los padres realizan para corregir el comportamiento de sus hijos (gritar, golpear, regañar, obligar, etc.)- como estrategia de corrección utilizada por los padres y el reporte de conductas agresivas y comportamiento negativista desafiante en los niños. Así mismo, se identifican indicadores que
Compartir