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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE PSICOLOGÍA PROPUESTA DE INTERVENCIÓN DIRIGIDA A MUJERES CON ADICCIONES PARA FAVORECER LA AUTOESTIMA T E S I N A QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE: LICENCIADA EN PSICOLOGÍA P R E S E N T A : MAGALI ESMERALDA PALACIOS GUTIÉRREZ DIRECTORA DE TESINA: DRA. MARIANA GUTIÉRREZ LARA COMITÉ DE TESIS: LIC. LIDIA DÍAZ SAN JUAN MTRA. BLANCA ROSA GIRÓN HIDALGO LIC. MARÍA EUGENIA GUTIÉRREZ ORDOÑEZ MTRO. MIGUEL ÁNGEL MEDINA GUTIÉRREZ CIUDAD UNIVERSITARIA, CD. MX. Septiembre, 2016 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Mi gratitud A la honorable Universidad Nacional Autónoma de México, por sentirme orgullosa de ser parte de ella, a la Facultad de Psicología por brindar cada vez más herramientas para poder culminar este ciclo. A la Dra. Mariana Gutiérrez Lara, por haber compartido su experiencia y conocimiento. Al jurado por su valioso tiempo en la revisión de este trabajo y su retroalimentación para mejorarlo. A Centros de Integración Juvenil A.C., por ser mi segunda casa, la mejor enseñanza de mi experiencia profesional y motivación para mi crecimiento. Agradezco a mis autoridades el apoyo que recibí en este proceso. Especialmente gracias, a mi querida Fer J por su amistad invaluable, por haber sido parte fundamental para iniciar y concluir este trabajo, por sus aportaciones profesionales y personales, por siempre estar…principalmente por sus palabras de ánimo cuando estuve a punto de decaer. Quiero que sepas que te admiro y siempre tendrás mi cariño y amistad incondicional. Dedicatorias Este trabajo está dedicado a los mejores ejemplos en mi vida … Mis Padres Gracias con todo mi corazón por ser mi guía y enseñarme a valorar todo lo que la vida me ha brindado, enseñarme que con trabajo y esfuerzo se logra todo lo que se propone, por su apoyo y amor incondicional. Mami, gracias infinitamente por tu dedicación, tus desvelos a mi lado y por impulsarme siempre a conseguir lo que anhelo. Deseo que la vida me permita devolverles un poco de lo mucho que ustedes me han dado. A Óscar mi compañero de vida, siempre positivo, determinante e incansable, gracias por confiar en mí, por compartir mis sueños en esta historia que estamos construyendo juntos y……. por ayudarme a pintar mariposas en la obscuridad. Definitivamente, tu presencia en mi vida ha sido una experiencia maravillosa, Te amo. A David mi hermano, por su presencia y apoyo constante, sé que siempre estarás para mí, como yo para ti; eres mi ejemplo de valentía y perseverancia. A mi sobrino Alex, espero este trabajo te motive a seguir, para que nunca dejes de soñar y luches por alcanzar todo lo que te propongas. A todas las personas, amistades y familia que con sus palabras me animaron en este proceso que hoy termino y dará pauta a mucho más…. M a g a l i ÍNDICE Página RESUMEN 1 Abstract INTRODUCCIÓN 2 CAPÍTULO 1. ADICCIONES 1.1 Epidemiología de consumo en mujeres 4 1.2 Panorama nacional 5 1.3 Qué es una droga 6 1.3.1 Clasificaciones de las drogas 6 1.3.2 Efectos nocivos y problemas relacionados con el consumo de drogas 8 1.4 Qué es una adicción 8 1.4.1 Conceptos Dependencia -Tolerancia – Síndrome de Abstinencia 9 1.5 Factores de Riesgo y de Protección 11 1.6 El consumo de drogas en el colectivo femenino 16 1.6.1 Diferencias entre hombres y mujeres en búsqueda de servicios de tratamiento 19 CAPÍTULO 2. AUTOESTIMA 2.1 Concepto de Autoestima 23 2.1.1 Deficiencias en Autoestima como factor de vulnerabilidad para otros problemas 28 2.1.2 La autoestima como factor de protección en la prevención de las adicciones 29 2.2 Roles tradicionales de la mujer 31 2.3 Autoestima en la mujer 33 2.4 Técnicas para potenciar la autoestima 35 Página CAPITULO 3. PROPUESTA DE INTERVENCIÓN “TALLER MEJORANDO MI AUTOESTIMA” 3.1 Tipo de Propuesta 40 3.2 Objetivo General 40 3.3 Justificación 40 3.4 Población 41 3.5 Escenario 41 3.6 Equipo 42 3.7 Materiales 42 3.8 Instrumentos 42 3.9 Procedimiento 43 Carta Descriptiva 44 CONCLUSIONES 56 REFERENCIAS 57 ANEXOS 1 RESUMEN De acuerdo a las recientes investigaciones, se ha observado un aumento en el consumo de drogas tanto legales como ilegales en las mujeres, según algunos estudios este aumento tiene relación con ciertas condiciones de género, las cuales influyen en sus patrones de consumo. El análisis de consumo entre sexo indica una diferencia, ya que en las mujeres el uso de depresores presenta un 57% como droga de inicio, mientras que en el caso de los hombres la mariguana presenta un 89.9% como droga de inicio. Actualmente, por condiciones de género el consumo de algún tipo de droga en la mujer está teniendo mayor impacto a nivel cultural, afectando los ámbitos familiar, social y laboral. Entre los factores de riesgo y de protección que afectan a estas condiciones se encuentra la baja autoestima. Se ha demostrado que una autoestima saludable, prepara a las personas para afrontar, rechazar y superar conflictos de cualquier tipo. El presente trabajo es una propuesta de taller dirigido a mujeres con adicciones para favorecer su autoestima, partiendo de la premisa de que ésta se constituye de cinco componentes como son el autoconocimiento, el autoconcepto, la autoevaluación, la autoaceptación y el autorespeto. Palabras clave: adicción, drogas, consumo, género, mujeres, factores de riesgo. ABSTRACT Latest researches had found an increase of legal and illegal drugs consume in women. Some of those researches indicate that the increase is connected with gender differences which are related with consume habits. In case of women, the use of depressant represent 57% as an earlier addiction, while men use weed 89.9% in their first approaching with abuse of substances. Nowadays, consume of some kind of drug in women are having a strong impact based on culturally defined roles, affecting other grounds in their life mostly familiar, social and occupational. Between the risk factors and protection for drug addiction we can find the low self- esteem as a one of the most important issues. It has been proved that healthy self-esteem could help people to face, reject and overtake any kind of distress. This paper is a proposal workshop seeking to women with issues of abuse substances; it has been designed to promote self-esteem as a fundamental component with five structure lines: self-love, self-respect, self-acceptant, self- assessment and self-concept. Key words: addiction, drugs, consume, gender, women, risk factors. 2 INTRODUCCIÓN La Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que el consumo de drogas es una de las principales causas de muerte en el mundo, este problema de salud registró en 2012 aproximadamente 6 millones de personas que fallecieron por esta causa. Se estima que para el año 2030esta cifra alcanzará la mortalidad de 8 millones de personas. El Reporte Mundial de Drogas de la Oficina de las Naciones Unidas (UNODC) muestra que 230 millones de personas, es decir, el 5% de la población adulta mundial (de 15 a 64 años), ha consumido una droga ilícita por lo menos una vez en su vida. Los consumidores de drogas, que son principalmente personas dependientes de la heroína y la cocaína, ascienden a 27 millones, lo que representa alrededor del 0.6% de la población mundial adulta, es decir, una de cada 200 personas. En el continente europeo 77 millones de personas han usado mariguana alguna vez en su vida, y actualmente se registran tres millones de personas activas con ese problema. México es un país que registra menores tasas de consumo de drogas en América Latina con 0.2% en relación con otros países. En México la Encuesta Nacional de Adicciones 2011 elaborada por la Secretaría de Salud, señala que el uso de drogas ilícitas en la población de 12 a 65 años aumentó de 0.8 a 1.5%. De acuerdo con la Secretaría de Salud durante el periodo 2002 a 2011 la edad de inicio en el consumo de sustancias ilícitas en el país disminuyó de 20 a 18 años. Esta encuesta arrojó como resultado que 68.8% de los jóvenes de nivel secundaria y bachillerato han consumido alcohol. El incremento en el consumo de drogas se observa básicamente en las anfetaminas e inhalables, los cuales están sustituyendo a la heroína que ha caído en desuso debido al mayor costo, y a los riesgos y enfermedades que conlleva el uso de jeringas. Para este análisis, la demanda real representa la población femenina con problemas de adicciones que solicitan los servicios de hospitalización, que consisten en atención residencial, prevención, tratamiento y desintoxicación de la paciente. De acuerdo con los registros estadísticos de Centros de Integración Juvenil A.C., durante el año 2012 las mujeres que demandaron hospitalización en el Distrito Federal por el consumo de drogas ascendieron a 192 casos, superior en 11.9% en promedio anual respecto de los 98 que solicitaron este servicio en 2006. En virtud de que la tasa media de crecimiento anual que se determinó resultó de 11.9%, se estima que aumentará la demanda de las personas que requieren hospitalización en un aproximado de 240 casos, es por ello que se consideró relevante proponer un taller para mujeres en el que se brinden elementos para fortalecer la autoestima en el que sean consideradas sus necesidades, así como el rol de género que juegan en la sociedad. El objetivo del capítulo uno es dar a conocer un panorama nacional del consumo de drogas diferenciado por sexo, así como los conceptos básicos de lo que es una droga, 3 su clasificación y los efectos nocivos relacionados al consumo, también se abordará la definición de adicción, los conceptos de dependencia, tolerancia, y síndrome de abstinencia. Se considera importante, abordar los factores de riesgo y protección para llegar al tema del consumo de drogas en el colectivo femenino, así como las diferencias entre hombres y mujeres en la búsqueda de tratamiento. El capítulo dos aborda el concepto de autoestima como factor de protección en la prevención de adicciones, para efectos de esta propuesta se menciona la autoestima en la mujer y algunas técnicas para potenciarla. En el capítulo tres se describe el procedimiento para llevar a cabo el taller a través de la “Propuesta de intervención dirigida a mujeres con adicciones para favorecer la autoestima”. 4 CAPÍTULO 1. ADICCIONES 1.1 Epidemiología de consumo en mujeres El abuso de substancias psicotrópicas, constituye uno de los problemas de salud pública de nuestra época, a nivel nacional como internacional. Este fenómeno de salud afecta, sin distinción de género, incidiendo principalmente en la niñez y adolescencia, de cualquier estrato social y de todas las regiones de nuestro país (Encuesta Nacional de Adicciones, 2011). Los estudios epidemiológicos, tanto nacionales como mundiales nos demuestran que este fenómeno es cambiante y se presenta con mayor frecuencia en la juventud y con substancias más dañinas. Se observa además un aumento en el uso de drogas tanto legal como ilegal en la mujer. Particularmente, los resultados de los diferentes estudios recientes muestran incrementos significativos en el uso de drogas ilegales, especialmente en el uso de mariguana (Encuesta Nacional de Adicciones, 2011). La tendencia epidemiológica en el incremento de la incidencia en el consumo de alcohol en mujeres jóvenes, llama la atención debido a que deben existir factores que por las condiciones de género están influyendo en sus patrones de consumo. Está comprobado que en términos epidemiológicos las mujeres son un grupo vulnerable para sufrir violencia en los ámbitos conyugal, familiar, laboral y social, situaciones que repercuten en las esferas psíquica y social influyendo de manera negativa en su estado general de salud (Alcántara, 2010). 5 1.2 Panorama Nacional Según resultados de Centros de Integración Juvenil A.C., el tabaco fue la principal droga de inicio en los usuarios (55.4%), pero al analizar por sexo, la mariguana fue la principal droga de inicio en los hombres (89.8%), mientras que en las mujeres fueron los depresores (57%). En cuanto a la droga de impacto, en los hombres la mariguana (89.5%) y la cocaína (87.9) fueron principalmente las drogas por las que acudían a tratamiento y en las mujeres fueron el tabaco (41.3%) y los depresores (34.5%) (Encuesta Nacional de Adicciones, 2011). Un mayor porcentaje de mujeres ingresaron a CIJ sin haber realizado acciones previas mientras que los hombres intentaron en mayor proporción dejar el consumo voluntariamente o habían recurrido a algún tipo de apoyo no especializado. Mayor proporción de mujeres reportó problemas psicológicos y escolares, en tanto el porcentaje de hombres casi duplicó al de mujeres, en cuanto a problemas legales, laborales y de conducta antisocial (CIJ, 2015). El reporte indica que México sigue siendo el mayor mercado mundial de drogas, a pesar de que ha disminuido en términos económicos, en comparación con una o dos décadas anteriores. En ella, se ha desarrollado un modelo de consumo diversificado en el que no surge un solo tipo de droga dominante. La mariguana, los opiáceos y la cocaína son igualmente representados y constituyen partes similares en la demanda total de atención por consumo de drogas (Encuesta Nacional de Adicciones, 2011). En el contexto nacional, de manera especial los resultados de los Centros de Tratamiento, muestran que el consumo, la dependencia y los problemas asociados afectan a una parte importante de la población mexicana, siendo el alcohol la droga que genera una mayor problemática en nuestro país. Adicionalmente, los datos muestran que hay variaciones regionales importantes que deben tomarse en cuenta en la planeación de acciones y de políticas públicas en la materia (Encuesta Nacional de Adicciones, 2011). Un número apreciable de la población mexicana tiene un trastorno relacionado con el consumo de drogas, pero la demanda de un tratamiento es poca, en parte debido al 6 temor del estigma. Según los resultados, urge organizar los servicios especializados para personas con trastornos vinculados al abuso de sustancias en función de la prevalencia de la dependencia de las diversas sustancias y de la variación que muestra esta prevalencia en las distintas regiones del país (Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica en Adultos en México, 2003-2010). 1.3 Qué es una droga De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2005), una droga psicoactiva es una sustancia que, al ser ingerida, puede modificar la conciencia, el estado de ánimo o los procesos de pensamiento de un individuo (Tiburcio, 2009). Para Sainz y Montes (2005),señalan a las drogas como sustancias psicoactivas que tienen la posibilidad de modificar el psiquismo a nivel subjetivo (emociones, sensopercepciones, etc.), o modificar la conducta. 1.3.1Clasificaciónes de las drogas La clasificación de las drogas depende del contexto. Para efectos de esta propuesta se eligió la de Tiburcio 2009. a) Por su forma de uso. Éste puede ser médico- terapéutico, industrial o recreativo. b) Por su origen. Las diferentes drogas psicoactivas se pueden dividir en: naturales (como el tabaco, el alcohol, el café, los hongos alucinógenos), sintéticas (como el thiner, pegamentos, anfetaminas, metanfetaminas, LSD) y mixtas, en cuya elaboración se emplean sustancias naturales y compuestos químicos. c) De acuerdo con su estatus comercial, las sustancias psicoactivas pueden ser: legales, controladas e ilegales. En el primer rubro se encuentran el alcohol y el tabaco. La segunda categoría comprende ciertos medicamentos y solventes, mientras que en el tercer grupo están la cocaína, los opioides, la mariguana, etc. 7 d) Por sus efectos en el organismo, las drogas pueden dividirse en: Estimulantes. Este tipo de sustancias incrementan la actividad del sistema nervioso central, generan estados de exaltación y una sensación de bienestar y euforia. Las personas usuarias de drogas estimulantes experimentan mayor seguridad en sí mismas y más energía para mantenerse activas. Este estado de activación se acompaña de aceleración en el ritmo cardiaco y la respiración. La cocaína, las anfetaminas, las metanfetaminas o éxtasis y la nicotina, son drogas estimulantes. Depresoras. Las sustancias depresoras producen el efecto contrario a las estimulantes; es decir, decrementan el funcionamiento del sistema nervioso central ocasionando un estado de relajación, somnolencia y sedación. Estas drogas afectan la coordinación motora y la capacidad de respuesta, y provocan la desinhibición de la conducta. En esta categoría se encuentran el alcohol, los hipnóticos y sedantes, así como los solventes inhalables y los opioides. Los opioides tienen propiedades analgésicas, por lo cual se utilizan para aliviar el dolor. Las sustancias que pertenecen a esta clase también conocida como narcóticos, incluyen el opio, la heroína, morfina y codeína. La incidencia y severidad de los efectos secundarios son diferentes para cada sustancia. Alucinógenas. Aunque estas drogas también pueden dividirse en naturales y sintéticas, y a pesar de que se ingieren por distintas vías, producen efectos parecidos. Se trata de sustancias consideradas dentro de la clase phantastica, fármacos que reemplazan la realidad con elementos de ilusión e inducen alucinaciones definidas, como percepciones alteradas en presencia de objetos reales. Los alucinógenos tienen un efecto reforzante muy poderoso. Producen sensación de flotación, euforia y reducción del dolor; modifica a la percepción del ser y del entorno (algunos usuarios describen sensación de que el espíritu ha abandonado su cuerpo); producen agitación; las luces y los colores pueden desorientar; las multitudes pueden dar miedo; situaciones familiares pueden resultar extrañas (Tiburcio, 2009). 8 1.3.2 Efectos nocivos y problemas relacionados con el consumo de drogas Los principales efectos nocivos ocasionados por el uso de sustancias psicoactivas pueden dividirse en cuatro categorías: Efectos crónicos en la salud. El alcohol causa diversas enfermedades crónicas, como la cirrosis hepática, problemas cardiacos, renales y en vías respiratorias. En el caso de la heroína inyectada, el empleo de agujas usadas es el principal vehículo para la transmisión de agentes infecciosos, como el VIH y el virus de la hepatitis C. Además bajo los efectos de estas sustancias se incrementa la posibilidad de tener relaciones sexuales de alto riesgo. Efectos en la salud agudos o a corto plazo. Existen riesgos de suicidio o muerte por sobredosis de drogas como los opioides y el alcohol. Este rubro incluye los accidentes fatales provocados por conducir bajo los efectos del alcohol o de otra droga, ya que estas sustancias afectan la coordinación física, la concentración y la facultad del juicio; aunque también abarca otros accidentes, el suicidio y la violencia. Efectos sociales agudos. En este rubro encontramos: la ruptura de relaciones familiares y los arrestos, la vulnerabilidad a la delincuencia, sea como víctimas o victimarios; además existe la posibilidad de ser víctimas de violaciones, e incluso la de ser violadores potenciales bajo los efectos de la sustancia. Efectos sociales crónicos. Ejemplo de éstos son: el ausentismo laboral y el abandono de los roles familiares (Tiburcio, 2009). 1.4 Que es una adicción Las adicciones son un síndrome constituido por un conjunto de signos y síntomas característicos. El origen de las mismas es multifactorial, entre los que se puede mencionar factores biológicos, genéticos, psicológicos y sociales. 9 Uno de los estándares más importantes actualmente como referencia para el diagnóstico de la adicción es el Manual de Enfermedades y Estadísticas de la Asociación Americana de Psiquiatría (DSM-V), (CIJ, 2010). 1.4.1 Conceptos Dependencia – Tolerancia – Síndrome de abstinencia Dependencia de sustancias. La característica esencial de la dependencia de sustancias consiste en un grupo de síntomas cognoscitivos, comportamentales y fisiológicos que indican que el individuo continúa consumiendo la sustancia, a pesar de la aparición de problemas significativos relacionados con ella. Existe un patrón de repetida autoadministración que a menudo lleva a la tolerancia, al síndrome de abstinencia y a una ingestión compulsiva de la sustancia. Los síntomas de la dependencia son similares para todas las categorías de sustancias, pero con alguna de ellas los síntomas son menos patentes e incluso pueden no aparecer (no se han especificado síntomas de abstinencia para la dependencia de alucinógenos) (Sánchez, 2008). Tolerancia Es la necesidad de recurrir a cantidades crecientes de la sustancia para alcanzar el efecto deseado o una notable disminución de los efectos de la sustancia con su uso continuado a las mismas dosis. El grado en el que se desarrolla tolerancia varía ampliamente según la sustancia. Los sujetos que consumen grandes dosis de opiáceos y estimulantes pueden presentar niveles de tolerancia considerables, hasta llegar a niveles que serían letales para una persona que no consumiera la sustancia (Sánchez, 2008). Síndrome de Abstinencia Es un cambio de comportamiento desadaptativo, con comitantes(asociados) cognoscitivos y fisiológicos, que tiene lugar cuando la concentración en la sangre o los tejidos de una sustancia disminuye en un individuo que ha mantenido un consumo prolongado de grandes cantidades de esa sustancia. Después de la aparición de los 10 desagradables síntomas de abstinencia, el sujeto toma la sustancia a lo largo del día para eliminarlos o aliviarlos, normalmente desde que se despierta. Los síntomas de abstinencia varían mucho según la clase de sustancia y se proponen distintos criterios diagnósticos para la mayoría de ellas. El aspecto clave en la evaluación de este criterio no es la existencia del problema, sino más bien la imposibilidad de abstenerse del consumo de la sustancia, a pesar de ser consciente de los problemas que causa (Sánchez, 2008). Criterios para la dependencia de sustancias La dependencia se define como un grupo de tres o más de los síntomas enumerados a continuación, que aparecen en cualquier momento dentro de un mismo período de 12 meses (Sánchez, 2008): 1. Tolerancia, definida por cualquiera de los siguientes ítems: a. Una necesidad de cantidades marcadamente crecientes de la sustancia para conseguir laintoxicación o el efecto deseado. b. El efecto de las mismas cantidades de sustancia disminuye claramente con su consumo continuado. 2. Síndrome de Abstinencia, definida por cualquiera de los siguientes ítems: a. El síndrome de abstinencia característico para la sustancia. b. Se toma la misma sustancia o una parecida para aliviar o evitar los síntomas de abstinencia. 3. La sustancia es tomada con frecuencia en cantidades mayores o durante un período más largo de lo que inicialmente se pretendía. 4. Existe un deseo persistente o esfuerzos infructuosos de controlar o interrumpir el consumo de la sustancia. 5. Se emplea mucho tiempo en actividades relacionadas con la obtención de la sustancia, en el consumo de la sustancia o en la recuperación de los efectos de la sustancia. 6. Reducción de importantes actividades sociales, laborales o recreativas debido al consumo de la sustancia. 11 7. Se continúa tomando la sustancia a pesar de tener conciencia de problemas psicológicos o físicos recidivantes o persistentes, que parecen causados o exacerbados por el consumo de la sustancia (Sánchez, 2008). 1.5 Factores de riesgo y de protección Un factor de riesgo es “una característica interna y/o externa a la persona cuya presencia aumenta la probabilidad o la predisposición de que se produzca un determinado fenómeno” (Arostegui, 2004). Estas características personales, sociales, familiares, etc., permitirían predecir el desarrollo de la conducta de consumo y situarían a la persona en una posición de vulnerabilidad hacia este tipo de comportamiento. Los factores de riesgo interactúan entre sí influyéndose y son de carácter probabilístico, es decir, su presencia aumenta la probabilidad de que se dé una conducta. Hay tres grupos principales de factores de riesgo: 1. Individuales Hacen referencia a las características internas del individuo, a su forma de ser, sentirse y comportarse. El sexo, la edad, personalidad, los recursos sociales de que dispone, actitudes, valores, autoestima, etc., conforman un sujeto único. 2. Relacionales Son aquellos aspectos relativos al entorno más próximo a la persona. La interacción específica de cada sujeto con la familia, los amigos, el contexto escolar, etc. 3. Sociales Hacen referencia a un entorno social más amplio. La estructura económica, las oportunidades laborales, la estructura normativa, la accesibilidad al consumo, la aceptación social del mismo, las costumbres y tradiciones imprimen unas características que diferencian a unas culturas de otras y, por tanto, afectan la conducta y al rol del individuo (Arostegui, 2004). 12 Se ha encontrado que existen ciertas circunstancias y condiciones individuales, familiares o sociales, que aumentan el riesgo de inicio en el consumo de sustancias. Algunos factores de riesgo individuales e interpersonales son: la baja autoestima, timidez, agresividad, poca tolerancia a la frustración, sentimientos de soledad, depresión o deseo de sensaciones “fuertes”. Otros factores que propician el consumo son: vivir en un ambiente familiar desorganizado, conflictivo y poco afectivo; la baja percepción de riesgo, la falta de información, el fracaso escolar, las estrategias poco efectivas para el enfrentamiento y solución de problemas; tener amistades consumidoras, un mal aprovechamiento del tiempo libre y la ausencia de normas y límites (Tiburcio, 2009). Factores psicosociales influyentes en el consumo de alcohol y drogas. La investigación reciente ha encontrado que el consumo de alcohol está relacionado con el género, es decir, el abuso de esta sustancia es producto de factores que guardan una relación directa con la construcción de género. “El proceso de socialización reproduce paradigmas culturales de feminidad y masculinidad sexistas, a partir de los cuales se promueven actitudes y comportamientos de riesgo diferentes para la integridad física y mental de hombres y mujeres” (CONACE, 2004). Estructuras sociales como la familia, la escuela, la comunidad tienen la función principal de transmitir y reproducir a través de la educación formal e informal, valores, creencias, actitudes y finalmente comportamientos que construyen y reproducen dichos roles. En el caso de la mujer mexicana, la crianza y la educación de los hijos e hijas constituye un papel propio de su género, siendo la principal encargada de las labores domésticas y de mantener un ambiente afectivo en la familia. Aunque las instituciones cambian y por tanto, las expectativas sobre los comportamientos de cada género también. Hoy en día surgen otros tipos de familias con mujeres que asumen la doble función de trabajar y cuidar a los hijos e hijas, hombres que emigran o están desempleados, parejas que no tienen hijos, hijos que viven con uno solo de sus padres, abuelas o abuelos que viven con los hijos y los nietos; tíos y tías que cuidan a los sobrinos, 13 parejas homosexuales, hermanos mayores que asumen la responsabilidad de los menores (CONACE, 2004). En la actualidad, las mujeres trabajan a la par que los hombres, ambos son proveedores del sustento familiar, de hecho, algunos hombres en ciertos periodos o cuando se atraviesan particulares circunstancias se encargan de la crianza y la educación directa de los hijos (as) y las mujeres llevan principalmente el rol de proveedoras económicas. CONACE (2004) señala al respecto que, las demandas y tensiones relacionadas con las expectativas sociales y los mecanismos de ajuste necesarios para contrarrestar estas presiones como los mensajes de mayor autonomía, las opciones y limitaciones para nuevas carreras profesionales o laborales, sumados a una socialización sexista, pueden someter a la mujer a sentimientos de pérdida de control, impotencia y aislamiento social. Así, las variables relacionadas con el desarrollo de las adicciones son diversas. La edad, la condición socioeconómica y demográfica determina el tipo y nivel de consumo. El lugar que ocupa la mujer en su ciclo vital es una variable a considerar “las mujeres jóvenes que consumen drogas ilegales comparten códigos de la calle con los hombres, adaptándose a ellos a manera de ser aceptadas y buscando cierta liberación y desafío” (Moreno, 2004). ¿Cuáles son los valores propios de determinada edad en la mujer que rigen sus pensamientos y acciones?, ¿cuáles son los cambios que provocan el abusar de alcohol o alguna otra sustancia adictiva? Conforme ocurren los ciclos de vida, los roles van modificándose. Las responsabilidades asignadas socialmente se fracturan cuando se desencadena un proceso de adicción. El consumir excesivamente alcohol u otras sustancias entra en conflicto con el ideal de maternidad. Bermúdez (1999) señala que si bien, el papel de madre es comúnmente mitificado, es además una especie de trampa para la mujer pues el deseo de cumplir con su misión la restringe en otras cuestiones de la vida. “Ser mujer y presentar un consumo problemático de drogas constituye un desafío a los estereotipos sociales y culturales de la sociedad sexista” (CONACE, 2004). Esto nos lleva a afirmar que hay mayor sufrimiento en las familias donde la madre o la hija tienen problemas de consumo de sustancias. 14 Medina-Mora, Romero y Gómez (1996) señalan que aunque puede resultar práctico referirse a la mujer adicta, se debe considerar la diversidad de mujeres: la niña, la adolescente, la embarazada, la casada, la lesbiana, la anciana, etc., cada una con una historia: un estilo de vida, un contexto social en el que nace, vive y muere, una filiación de clase, grupo, trabajo o actividad vital. Su proceso adictivo modifica su relación con la maternidad, la conyugalidad, y su adscripción familiar (Medina Mora, 1996). La comprensión de la realidad subjetiva de cada mujer se vuelve relevante cuando se quiere analizar su consumode alcohol. La baja autoestima, la represión de sentimientos dolorosos, la falta de privilegios dentro de la familia y de vínculos íntimos afectivos que componen su historia pueden ser afrontados con el alcohol (Medina Mora, 1996). Entender el problema de abuso de alcohol en las mujeres requiere revocarse a su condición biológica, identidad e interacción cultural. Wilsnack (2005), en un artículo publicado en el National Institute on Alcohol Abuse and Alcoholism sintetiza los aportes de estudios internacionales sobre género y alcohol, destacando que las consecuencias de beber alcohol en la mujer tienen un mayor peso a nivel cultural que a nivel biológico, es decir que, culturalmente son magnificadas las diferencias en el comportamiento relacionado con la bebida debido a la condición de género. Para (Forselledo, 1996), los factores psicosociales asociados al consumo de alcohol y drogas en la mujer son: 1. Mayor vulnerabilidad física y mental a las sustancias. 2. Tensiones psicológicas, angustia y depresión. 3. Estrés por presiones sociales negativas. 4. Sobrecarga de horarios de trabajo y tareas domésticas. 5. Acceso a interacciones sociales asociadas al consumo de alcohol y tabaco. 6. Codependencia y consumo de alcohol y otras drogas en la pareja. 7. Pérdida de valores y normas familiares protectoras para el consumo. 8. Mayor permisividad social para el consumo. 9. Acoso y abuso sexual. 15 La presencia de estos factores se relaciona en gran medida por la influencia de asuntos en el ámbito de la vida privada (familiar y de pareja). Thundal y Allebeck (1998) en un análisis multivariado encontraron que las variables más significativas relacionadas con el incremento del riesgo de abuso y dependencia al alcohol son: nunca haber estado casada, pobre satisfacción respecto a la educación y tener dos o más divorcios, no tener hijos menores de catorce años viviendo en el mismo hogar, no tener ocupación y tener dificultades de comunicación en asuntos prácticos (Alcántara, 2010). Allamani, Voller, Kubicka, y Bloomfield (2000) en su investigación consideran sobre culturas que beben y la posición de la mujer en nueve estados europeos que la existencia de cambios recientes en los roles en los ámbitos educativos y laborales puede dar lugar a beber en mayor proporción (hipótesis de “emancipación”). A mayor nivel de educación mayor probabilidad de beber. Sin embargo, otro estudio realizado por Gmel, Bloomfield y Alhstrom, Choquet y Lecomte (2000) se encontró que el empleo pagado, por sí mismo o conjuntamente con otros papeles tales como la unión matrimonial y la maternidad, no aumentó la probabilidad de que las mujeres bebieran en mayor proporción (12 o más bebidas por semana) (Alcántara, 2010). El uso de alcohol y los problemas relacionados están vinculados con los roles y las expectativas de hombres y mujeres en la sociedad, además de las diferencias biológicas entre géneros en lo que se refiere al metabolismo del alcohol. Tradicionalmente, los hombres beben con mayor frecuencia e intensidad en los países desarrollados y en algunos países en vías de desarrollo los patrones de ingesta de hombres y mujeres están convergiendo en el ámbito urbano. Aunque el uso de alcohol en mujeres está aumentando gradualmente, los programas de tratamiento tienden a enfocarse en los hombres, soslayando a veces las necesidades de las mujeres. Los resultados del proyecto GENACIS (Géneros, Alcohol y Culturas: Un Estudio Internacional) compararon la prevalencia de ingesta en mujeres y hombres en seis países (Argentina, Brasil, Costa Rica, México, Uruguay y EE.UU.). Los resultados indicaron que los hombres beben más que las mujeres, que la prevalencia de consumo intenso es de tres a cuatro veces más común en hombres que en mujeres y que los géneros y las culturas ejercen fuertes influencias sobre el uso y abuso del alcohol. Como resultado de la globalización, más mujeres están bebiendo, 16 particularmente las jóvenes con mayor nivel educativo y, en consecuencia, algunas están experimentando problemas debido a esta práctica. Estudios sobre muertes relacionadas con el alcohol en la capital de México muestran que en años recientes se ha incrementado el porcentaje de muertes relacionadas con el consumo de alcohol en mujeres. Información proveniente de bases de datos que registran causas de muerte forenses indican que, en 1990, el 10% de los suicidios en mujeres estaba relacionado con alcohol, una cifra que se incrementó a 25% en 1995. En 1990, 3% de mujeres asesinaron a otra persona estando en estado de ebriedad, una cifra que se incrementó a 28.4% en 1995. En 1990, 5.8% de mujeres murieron en accidentes estando en estado de ebriedad y en 1995 esta cifra se había incrementado a 15.5% (Alcántara, 2010). 1.6 El consumo de drogas en el colectivo femenino En general, el análisis de los datos publicados en los diversos observatorios sobre la droga y la toxicomanía (europeo, español y vasco) permite afirmar que los hombres consumen más drogas ilícitas que las mujeres y por ello, tradicionalmente, los trastornos adictivos han sido considerados como enfermedades de la población masculina. Sin embargo, existen factores legales, culturales, educativos y geográficos que han llevado a un aumento de la prevalencia del consumo entre las mujeres. Factores tales como los nuevos roles desempeñados, los roles asignados, la dependencia afectiva, la publicidad directa e indirecta y la influencia de los medios de comunicación, la imagen corporal, las cargas sociales, las relaciones personales, la violencia directa e indirecta ejercida contra las mujeres, las nuevas situaciones vitales fruto de los nuevos roles libremente elegidos (salida al mercado laboral, cambios en estado civil, mayor autonomía y libertad para decidir, etc.) y las nuevas formas de ocio contribuyen al inicio y mantenimiento de conductas de adicción diferenciales entre hombres y mujeres y se constituyen en verdaderas situaciones de riesgo para ellas. 17 Entre los principales factores de riesgo para las mujeres se encuentran: 1. Roles asignados 2. Nuevos roles elegidos libremente (salida al mercado laboral, cambios en estado civil, mayor autonomía y libertad para decidir, etc.) 3. Dependencia Afectiva 4. Publicidad 5. La influencia de los medios de comunicación 6. La imagen corporal 7. Las cargas sociales 8. Las relaciones personales 9. La violencia 10. Nuevas formas de ocio La investigación sobre drogas hecha desde la perspectiva de género comenzó en la década de los ochenta en EEUU. Este interés pudiera estar relacionado con el rápido incremento de mujeres adictas en todo el mundo y la necesidad de ofrecer un tratamiento adecuado a los aproximadamente 4 millones de mujeres que precisan tratamiento por abuso de drogas en ese país (Arostegui, 2004). El primer país europeo que se preocupó de la visión femenina del problema fue Alemania, a finales de los setenta y comienzos de los 80, investigando los problemas de tratamiento y prevención de drogas. Francia concedió importancia al incremento de casos de VIH (Ingold, 1996 citado en Arostegui, 2004), y encontró que el embarazo era una de las causas para abandonar la adicción pero, una vez que se daba a luz, eran frecuentes las recaídas porque la mujer sentía que esto no suponía la “realización” de sus esperanzas (Arostegui, 2004). En Euskadi la bibliografía encontrada en torno al problema de la adicción hace referencia a niveles de prevalencia del consumo de las diversas sustancias en función del sexo, pero no se hace alusión específica a la situación de las mujeres consumidoras de drogas o a las características concretas de esta población. No obstante, los datos expuestos en los informes de Observatorio Vasco de Drogodependencias (informes 0 a 5) manifiestanun notable consumo de alcohol, 18 benzodiacepinas, hipnóticos o sedantes y anfetaminas entre las mujeres (Arostegui, 2004). Las estadísticas de estos observatorios reflejan que menos de una mujer por cada tres hombres usuarios de drogas solicita tratamiento. La razón, por miedo a perder a sus hijos, ser etiquetadas como madres “inadecuadas” o a verse marginadas por la familia o pareja y por ello las cifras reales de mujeres con problemas de drogas no están adecuadamente representadas (Merino, 2002 en Arostegui, 2004). Existen aspectos relacionados con el consumo de drogas que afectan de forma distinta a hombres y mujeres? ¿A qué se debe el aumento del consumo de drogas que afectan de forma distinta a hombres y mujeres? En general, se cree que es necesario dar luz a aspectos que hasta ahora han permanecido invisibles probablemente por: 1. Errores de generalización: considerar que hombres y mujeres piensan y sienten igual, y, por tanto, ofrecer a toda la población toxicómana los mismos modelos de tratamiento. Es posible que el protocolo sanitario, orientado desde y hacia lo masculino, impida a muchas mujeres sentirse cómodas en un tratamiento que no es para ellas y esto repercuta en la concepción y en las dificultades de permanencia. 2. Errores de atribución: la mayoría de los profesionales que hasta ahora están en la dirección de programas de tratamiento son mayoritariamente hombres, con la tendencia general a comprender y asimilar lo semejante, y queda ignorado o infravalorado “lo distinto” por no entenderlo o no conocerlo. Lo que no se ha nombrado no se conoce y por tanto no se percibe (Arostegui, 2004 en Barrera, 2010). 19 1.6.1 Diferencias entre hombres y mujeres en búsqueda de servicios de tratamiento. El abuso en el consumo de alcohol en México representa uno de los problemas de salud pública más importantes debido a sus elevados costos en los planos individual, familiar y social, y por su impacto en el sistema de salud. En la literatura nacional e internacional se ha notificado consistentemente el hecho de que, a pesar de su importancia, la demanda de atención por consumo de alcohol es muy reducida (Bello et al., 2008). Si bien, la literatura sobre el tema muestra que la variable más frecuentemente relacionada con la búsqueda de atención es la percepción de consecuencias adversas relacionadas con el consumo de alcohol, el género aparece de manera destacada y consistente a lo largo de varios estudios, observándose que la proporción de mujeres que solicitan tratamiento por los problemas derivados del consumo siempre es mucho menor a la de los hombres. Lo anterior se aprecia independientemente de la frecuencia con que se presentan problemas asociados con el consumo de alcohol. En México se han llevado a cabo estudios para explorar la prevalencia de utilización de servicios, así como algunas características de la conducta de búsqueda de ayuda, componentes de redes sociales y preferencias institucionales para la utilización. Con datos de la Encuesta Nacional de Adicciones y la Encuesta Nacional de Salud Mental, ambas del año 1988, Solís y Medina-Mora exploraron los patrones de utilización de los servicios de salud mental que hacían las mujeres y encontraron que, mientras 3.2% de los hombres solicitaron ayuda a un médico, un hospital o a otras instituciones por consumo de alcohol, el equivalente en las mujeres era de 0.8% (Bello et al. 2008). Los hombres tienen una mayor probabilidad de buscar ayuda por sus problemas de consumo de alcohol en comparación con las mujeres. Así, y a manera de ejemplo, esta relación se mantiene aún cuando se controla por otros factores como son presentar síndrome de dependencia y haber perdido el trabajo como consecuencia de la forma de beber. Esto nos lleva a reflexionar sobre los obstáculos que enfrentan las mujeres para ingresar a algún tipo de tratamiento y que estarían relacionados con 20 barreras de tipo cultural, familiar y de los propios servicios de atención para su acceso por parte de las mujeres. Entre las dificultades de tipo cultural se encuentra la muy baja tolerancia social hacia el consumo de alcohol en las mujeres, con la consecuente estigmatización que ello produce. Lo anterior conlleva, a que las mujeres beban con patrones de consumo de menor riesgo y presenten, en proporción, menos problemas asociados que los hombres y, por otro lado, a que tiendan a beber en la soledad de sus hogares con menos consecuencias sociales (problemas con la policía, conducir bajo efectos del alcohol, violencia callejera) y con más dificultad para identificar y aceptar el problema y una mayor tendencia a ocultarlo y negarlo (Espada, Pereira y García, 2008). Este dato se ha relacionado con las pautas socialmente establecidas, según roles de género para hombres y mujeres, donde el hecho de ser mujer y beber en exceso contradice el patrón cultural tradicional de una “buena madre” o una “buena esposa”. Al fenómeno de la estigmatización deben sumarse las responsabilidades familiares, sobre todo con respecto al cuidado de los hijos (as), lo cual se ha notificado como un obstáculo muy importante para que las mujeres soliciten un servicio. Así mismo, existen factores socioeconómicos que pueden actuar como barreras de acceso en las mujeres, quienes suelen tener menores niveles de ingreso que los hombres o bien son económicamente dependientes de éstos (Espada, Pereira y García, 2008). Finalmente, entre las barreras de acceso cabe mencionar a las vinculadas con la organización de los servicios especializados. En general, las modalidades de tratamiento no se han adecuado a las necesidades específicas de las mujeres. Entre las barreras organizativas están la composición del equipo terapéutico, la distribución geográfica y otros factores como el costo (Bello et al., 2008). Los resultados de diversas investigaciones hacen evidentes los muy bajos niveles de la demanda de atención, agudizados en el caso de las mujeres. Este hallazgo podría estar relacionado, por un lado, con el ejercicio de roles de género en lo que respecta al consumo de alcohol en las mujeres y con la presión y estigmatización que surgen cuando ese consumo es excesivo, lo cual puede repercutir en la aparición de mayores obstáculos internos en las mujeres para acudir a servicios de atención (Barrera, 2010). 21 Desde hace más de dos décadas Centros de Integración Juvenil A.C. ha realizado el seguimiento epidemiológico del consumo de drogas de pacientes que acuden por primera vez a solicitar los servicios institucionales de tratamiento. Durante este periodo ha desarrollado diferentes estrategias para obtener mayor información acerca de la población que atiende, a fin de contar con mayores elementos para planificar sus acciones y optimizar los servicios que ofrece (Barrera, 2010). Estas estrategias le han permitido identificar magnitudes y cambios en los patrones de consumo, así como la necesidad de conformar análisis diferenciales entre el uso de drogas legales e ilegales y las diferencias de género en el consumo. Entre otros aspectos, los diversos análisis permitieron advertir variaciones derivadas de distintos perfiles poblacionales y del consumo característico de cada grupo (Caraveo, Colmenares, Salivar 1999; ENA, 2008). En el seguimiento del consumo de sustancias con potencial adictivo en las mujeres, los métodos de obtención de información han permitido mayor detección de casos tanto de sustancias legales como ilegales, así como una aproximación al conocimiento de sus patrones de consumo y riesgos, principalmente entre población adolescente (Caraveo y cols.; 1999). Sobre la base de que el consumo de drogas es un fenómeno complejo, en Centros de Integración Juvenil se ha buscado indagar si existe relación entre las formas de pensary las prácticas sociales, que muestran actualmente las mujeres y el consumo de drogas. Dentro de esta línea, uno de sus estudios trata de explorar, a partir de grupos de discusión entre mujeres de diferentes edades, la influencia que pueden ejercer los sistemas de creencias y valores instituidos socialmente mediante categorías y atributos, con las definiciones propias y las expresiones prácticas de su feminidad. De la misma forma, se averigua sobre la influencia que puedan ejercer estos sistemas de creencias en la configuración de su identidad y en las formas de relación de las mujeres con quienes les rodean y si esto tiene que ver con formas particulares del consumo y abuso de sustancias legales como el alcohol y el tabaco (Chacón, 2015). A esto subyace la hipótesis de que las creencias y construcciones de género establecen sistemas de valores que funcionan a modo de representaciones, prescripciones y asignaciones que contribuyen a la simbolización social y cultural de 22 la diferencia sexual. De esta manera se constituyen referentes que permiten a hombres y mujeres organizar formas de percepción, relación, expresión y compresión de sí, según la pertenencia a uno u otro sexo y hacen posible que ambos tengan vivencias compartidas y se establezcan diferencias y desigualdades (Chacón, 2015). 23 “La autoestima no es voluntaria, espontánea o natural. No proviene de una fuente ajena, sino de las condiciones de vida y de lo que cada una ha experimentado al vivir su vida” (Lagarde y de los Ríos, 2000) CAPÍTULO 2. AUTOESTIMA 2.1 Concepto de Autoestima Según Branden (Gil, 1997) la autoestima es el requisito fundamental para una vida plena. Para otros autores la autoestima es la percepción de nuestro valor, nuestras habilidades y nuestros logros; la visión positiva o negativa que tenemos de nosotros mismos (Medina, 2009). Según Branden (1995) la autoestima es una necesidad básica debido a que proporciona una contribución esencial para el proceso vital, es indispensable para un desarrollo normal y saludable y tiene un valor para la supervivencia. Una autoestima saludable no nos garantiza que no vayamos a sufrir ansiedades y depresiones pero nos hace menos susceptibles y nos prepara mejor para afrontarlas, rechazarlas y superarlas. La autoestima tiene dos dimensiones de acuerdo con distintos planteamientos psicológicos: la dimensión cognitiva (conocimiento de uno mismo) y la dimensión evaluativa. La dimensión cognitiva, el conocimiento de uno mismo, se refiere a la aceptación a las distintas concepciones o ideas que tenemos de nosotros mismos; este tipo de ideas se refieren generalmente a nuestras habilidades, capacidades y valores que se nos atribuyen con base en nuestras experiencias pasadas y que están presentes continuamente en diversos tipos de actividades. El conocimiento de nosotros mismos nos ayuda a elegir objetivos más cercanos a nuestras capacidades y eso nos permite disfrutar de los resultados (Medina, 2009) La dimensión evaluativa es el valor que nos atribuimos a nosotros mismos, corresponde al hecho de amarnos o no, de apreciarnos o despreciarnos, de 24 valorarnos o no y al impacto que estos componentes tienen sobre nuestro bienestar físico y psicológico habitual (Medina, 2009). Para Branden (2001) la Autoestima básicamente consiste de dos componentes: a) Sentirse eficaz y ser capaz de confiar en la propia capacidad para pensar, aprender, elegir y tomar decisiones correctas. b) El respeto por uno mismo y la confianza al derecho de ser feliz. Esta eficacia y respeto por uno mismo constituyen los elementos de la autoestima que dan base a una autoestima saludable y si uno de ellos falla se ve afectada. La construcción de la autoestima depende de cinco componentes, como son el autoconocimiento que es cuando conocemos lo que somos capaces de sentir, hacer y el porqué, cuándo y cómo y con quien sin perjudicarnos; el autoconcepto es el segundo componente, que debe ser congruente con la realidad física, intelectual y emocional; la autoevaluación es la capacidad de evaluarnos y reconocer todas nuestras características sin críticas destructivas, la autoaceptación es primordial pues es aceptarse tal y como soy en este momento y por último está el autorespeto que es reconocer nuestro propio valor como ser humano (Hernández, 1999). Existen cuatro fuentes de autoestima en una persona como son (Rice, 1999 en Medina, 2009). a) La relación emocional con la familia especialmente los padres b) La competencia social c) El éxito profesional o escolar (según sea el caso) d) Las actitudes de la sociedad 25 Las causas que comúnmente afectan la autoestima son: 1. Hipersensibilización: a partir de un hecho aislado se hace una regla de fracaso general. 2. Etiquetar a alguien subjetivamente: se describe y se etiqueta de forma ofensiva y no resalta sus cualidades. 3. Filtrado: solo presta atención a lo negativo. 4. Ser extremista: lleva las cosas a los extremos, las cosas son blanco o negro. 5. Autoacusación: se culpa de las cosas que no pueden ser su culpa. 6. Personalización: la persona considera que todo tiene que ver con ella, y se compara negativamente con los otros. 7. Lectura de la mente: la persona supone que no es del gusto de los demás, sin evidencia real sobre sus suposiciones. 8. Sentir responsabilidad de cualquier cosa: la responsabilidad de todo o todos es de la persona y siente que no tiene control sobre nada. 9. Razonamiento emocional: aquí la persona supone que las cosas son como ella las siente. 10. Catastrofizar: exagera las consecuencias de su conducta o de los demás. El autoconcepto, la autoestima y la percepción de autovalía son tres conceptos fuertemente relacionados entre sí. El autoconcepto se define como un sistema de creencias que el individuo considera verdaderas respecto a sí mismo, las cuales son el resultado de un proceso de análisis, valoración e integración de la información derivada de la propia experiencia y la retroalimentación de los otros significativos (González-Pienda, Núñez, Gonzalez-Pumariega y García, 1997). Una serie de hallazgos han ofrecido apoyos para una perspectiva multidimensional y jerárquica del autoconcepto, en el cual se integrarían tanto los aspectos descriptivos (o cognitivos) del sí mismo, que se corresponden con la autoimagen, como los valorativos (o afectivos), que se corresponden con la autoestima ( Marsh y Craven, 2006). En el autoconcepto se han distinguido los componentes físico, académico, personal y social (Esnaola, Infante y Zulaika, 2011; Isiksal, 2010; Menjares, Michael y Rueda, 2000; ver Shavelson, Hubner y Stanton, 1976). Como indican Marsh y Craven (2006), el término autoestima se ha empleado principalmente para referirse al componente 26 global del autoconcepto que aparece en la cumbre de la jerarquía, la cual es más transitoria, dependiente del contexto e inestable que los componentes específicos del autoconcepto; la relación de la autoestima con los distintos componentes del autoconcepto se ha visto apoyada en la validación para población española de la Escala de Autoestima de Rosenberg (Rosenberg, 1989; ver Martín Albo, Núñez, Navarro y Grijalvo, 2007). Cuando se analiza el efecto de las contingencias de reforzamiento en la autoestima, se encuentra que ésta fluctúa en respuesta a aquellos acontecimientos que a lo largo del desarrollo del individuo han ido adquiriendo un valor de contingencia para su percepción de autovalía (Crocker, Luhtanen, Cooper y Bouvrette, 2003; Crocker, Sommers y Luhtanen, 2002; Crocker y Wolfe, 2001). Así, las contingencias de autovalía se definen como la relativa importancia que tienen los distintos acontecimientos para la consideración que los individuos tienende sí mismos. Crocker et al. (2002) muestran que los incrementos y decrementos en la autoestima de los jóvenes en respuesta a sus éxitos y fracasos dependen, en concreto, de si éstos se producen en las circunstancias vitales que son contingentes a su percepción de autovalía. Las reacciones afectivas son, a su vez, más intensas ante los éxitos y fracasos que se producen en estas circunstancias que ponen en juego su autoestima (Crocker et al., 2002, 2006). La autoestima fluctúa, así, en función de las circunstancias específicas que experimenta el individuo, y afecta de forma importante a su motivación. Al depender su autoestima principalmente de los resultados que se producen en ciertas áreas específicas, los jóvenes están motivados por obtener éxito y no fallar en su consecución, experimentando las emociones positivas intensas y elevada autoestima que resultan del éxito, y evitando las emociones dolorosas y baja autoestima que resultan del fracaso (Crocker et al., 2002; Crocker, Brook, Niiya y Villacorta, 2006). Según el análisis de Dubois y Tevendale (1999), la población joven tiende a realizar aquellas conductas que satisfacen sus contingencias de autovalía, lo que facilita la obtención de resultados positivos que les provocarán emociones positivas y contribuirán, a su vez, a fortalecer su autoestima en las áreas implicadas (Dubois y Tevendale, 1999). 27 Desde esta perspectiva, se considera que la autoestima rasgo (o nivel típico de autoestima) depende principalmente de las contingencias de autovalía que experimenta el individuo y de su tendencia a construir circunstancias que satisfagan dichas contingencias. La autoestima estado (o experiencia momentánea de autoestima) va a fluctuar en torno a dicho nivel típico de autoestima en respuesta a los éxitos y fracasos que experimenta el individuo en las circunstancias vitales relevantes, es decir, en aquellas que son contingentes a su autoestima (Crocker y Wolfe, 2001). Una vez alcanzado cierto nivel típico de autoestima, éste va a producir también efectos en los estilos cognitivos y conductuales de afrontamiento. En concreto, una autoestima alta en población adolescente se asocia con una percepción menos negativa del estrés cotidiano (Dumont y Provost, 1999). La población joven con una autoestima elevada informa también que disfrutan de más experiencias positivas y son a su vez más eficaces en el afrontamiento de experiencias negativas, generando respuestas más adaptativas tras el fracaso (Dodgson y Wood, 1998; Tashakkori, Thompson, Wade y Valente, 1990 en Rodríguez, 2012). Según Aladro (2005) la estructura de la autoestima se basa en la interacción de tres dimensiones: la cognitiva, la afectiva y la conductual, que operan en forma correlacionada por lo que una modificación en una de ellas altera la función de las otras dos. Esta dinámica también se presenta en forma similar en el funcionamiento de los componentes de la autoestima como: el autoconocimiento, la aceptación, el respeto, la confianza y la propia valoración que interactúan entre sí para conformar la estimación personal. La dimensión cognoscitiva se refiere a las creencias, opiniones, percepciones y procesamiento de la información, que influyen en los afectos y conductas, en otras palabras es el autoconcepto que se tiene de los propios rasgos personales que se acompaña de la autoimagen o representación mental de las situaciones en el presente así como de las aspiraciones y expectativas del futuro. La dimensión afectiva como la esencia de la autoestima implica un juicio de valor sobre las cualidades personales o respuestas de la propia sensibilidad y emotividad ante los valores y contravalores que se advierten en uno mismo. Y la dimensión conductual entendida como la intensión y decisión de actuar o llevar a la práctica un comportamiento consecuente, representa el proceso final de la dinámica interna de la autoestima, es 28 decir el buscar la consideración, el respeto y el reconocimiento de las otras personas y hacia uno mismo por medio de conductas de autoafirmación (Aladro, 2005). Es importante mencionar que, una autoestima baja durante la adolescencia es un factor de riesgo para diversos problemas en la edad adulta. En un estudio longitudinal, Trzesniewski et al. (2006) encuentran que los individuos con baja autoestima en la adolescencia tienen un riesgo mayor de sufrir una peor salud física y mental en la edad adulta, una peor proyección laboral y económica, y una mayor probabilidad de verse implicados en actuaciones criminales, en comparación con los adultos que presentaban una elevada autoestima cuando eran adolescentes. Este conjunto de hallazgos permite concluir que mejorar la autoestima en adolescentes puede resultar útil para prevenir un amplio rango de problemas de conducta, emocionales y de salud tanto en la propia adolescencia como en la vida adulta (Caño, 2012). 2.1.1 Deficiencias en Autoestima como Factor de Vulnerabilidad para Otros Problemas La autoestima es un factor crítico que afecta al ajuste psicológico y social. Así, niveles bajos en la autoestima o autoconcepto de los jóvenes se han asociado con una serie de síntomas psicopatológicos (para una revisión, ver Garaigordobil et al., 2008); entre otros, con reacciones de ansiedad (Fickova, 1999; Garaigordobil, Cruz y Pérez, 2003; Newbegin y Owens, 1996), síntomas depresivos, desesperanza y tendencias suicidas (Overholser, Adams, Lehnert y Brinkman, 1995; Robins, Donnellan, Widaman y Conger, 2010; Rodríguez Naranjo y Caño, 2010; Whisman y Kwon, 1993). Una autoestima o autoconcepto bajos también son frecuentes en los jóvenes que tienden a la procrastinación o demora innecesaria en la realización de tareas (Ferrari y Díaz Morales, 2007) y en aquellos que manifiestan conductas agresivas (Garaigordobil y Durá, 2006; Robins et al., 2010), conductas antisociales (Calvo, González y Martorell, 2001; Donnellan, Trzesniewski, Robins, Moffitt y Caspi, 2005; Owens, 1994), violencia escolar (Cava, Musitu y Murgui, 2006; Musitu, López y Emler, 2007; Martínez, Murgui, Musitu y Monreal, 2008) y violencia relacional (Moreno, Estévez, Murgui y Musitu, 2009). (Caño,2012). 29 Por otra parte, los jóvenes con baja autoestima se caracterizan también por presentar una peor salud física (William, Chan, Chung y Chui, 2010). Entre las actitudes y conductas que se asocian a baja autoestima o autoconcepto y son un riesgo para los problemas de salud destacan un menor rechazo en las adolescentes a mantener relaciones sexuales sin protección (Salazar et al., 2004), y trastornos de anorexia y bulimia (Gila, Castro, Gómez y Toro, 2005; Stein y Corte, 2003). Esta mayor presencia de problemas de salud asociados a baja autoestima en mujeres adolescentes puede explicarse por el ambiente sociocultural que pone a éstas en más riesgo que a los varones de sufrir dificultades asociadas a los cambios físicos de la pubertad (Kling et al., 1999). Sin embargo, en varones adolescentes se encuentra también que una autoestima alta ejerce un papel protector sobre el uso de esteroides androgénicos anabolizantes (Kindlundh, Hagekull, Isacson y Nyberg, 2001). (Caño, 2012). 2.1.2 La autoestima como factor de protección en la prevención de las adicciones Cuando una persona tiene una autoestima adecuada tiene la capacidad para identificar las situaciones que le favorezcan o le perjudiquen, por lo que en primera instancia se alejará de aquellas situaciones que considere que afecten su seguridad y estabilidad, además, la persona sabe que el consumo de cualquier droga legal o ilegal, puede provocarle daños físicos y emocionales por lo que los evitará para no lastimarse (Moreno, 2003). En un estudio sobre la relación de autoestima y delincuencia se encontró que los adolescentes usuarios de drogas tienden a poseer baja autoestima dentrode su familia y en la escuela, contrario a lo que ocurre en su grupo de iguales en donde muestran niveles altos de autoestima (Flores y Maldonado, 2002). Kaplan consideraba que una baja autoestima puede interferir de cierta manera en la involucración del adolescente en el consumo de drogas. Cuando hay un consumo de drogas la autoestima de cierta manera se incrementa debido a que la aceptación que el sujeto experimenta en el grupo de iguales fortalece su autoevaluación dentro de este círculo (Flores y Maldonado, 2002 en Medina, 2009). 30 Generalmente cuando una persona consume y abusa del consumo de drogas la autoestima se debilita en los contextos convencionales y probablemente el consumo de drogas puede generar rechazo en los grupos a los que pertenecía convencionalmente como son la familia y la escuela (cfr. Ibid en Medina, 2009). En general, son muchos los investigadores que creen que la baja autoestima está asociada con el consumo de drogas (Scheier, Botvin, Griffin y Díaz, 2001; Young, Werch y Bakenna, 1989). Es decir, un pobre autoconcepto y bajas evaluaciones de la autoconfianza de uno se relacionan positivamente y, en consecuencia, generan el consumo de sustancias. Los proponentes de esta creencia mantienen que puesto que el consumo de sustancias es doloroso y perjudicial para la salud, solo aquellas personas con baja autoestima estarían dispuestas a ingerir tales sustancias. En consecuencia, se han invertido grandes esfuerzos para la prevención y tratamiento de las drogas a partir de la potenciación de la autoestima de los jóvenes. Sin embargo, la investigación empírica que examina las relaciones entre la autoestima y el consumo de sustancias es mixta, con estudios que informan de una relación estadísticamente significativa entre estas dos variables (McGee y Williams, 2000; Séller, et al., 2001; Wright y Moore, 1982; Young, et al., 1989) y otros que fracasan en encontrar tales relaciones (Jessor, Donovan y Costa, 1991; Shedler y Block, 1990; Steffenhagen y Steffenhagen, 1985). Recientemente, Séller, et al. (2001) constatan que la autoestima es parte de un conjunto dinámico de fuerzas etiológicas que promueven el uso de alcohol en la adolescencia y, en relación con el consumo de tabaco, Miller, Plant, Choquet y Ledoux (2001) han observado que el alto consumo está asociado con una baja autoestima, tanto en mujeres como en hombres. Por su parte, López, et al. 1998 en Herrero, 2003 han constatado que el grupo de jóvenes que no consumen sustancias muestra una autoestima más elevada que los grupos de consumidores de alcohol con y sin utilización conjunta de drogas ilícitas. Sin embargo, las personas consumidoras que utilizan únicamente drogas ilícitas presentan una autoestima aún más elevada que el grupo de personas no consumidoras, lo que alimenta aún más el debate acerca de la autoestima como factor de vulnerabilidad en el uso continuado de drogas ((Herrero, 2003). 31 Se ha encontrado que los adolescentes que muestran una baja autoestima tienden también a un incremento en el consumo de alcohol (Scheier, Botvin, Griffin y Díaz, 2000; Zimmerman et al., 1997). Becker y Grilo (2006) encuentran, en adolescentes hospitalizados por motivos psiquiátricos, que una baja autoestima predice el consumo de alcohol en mujeres, pero no en hombres. Los hallazgos en torno a la relación entre autoestima y consumo son más consistentes cuando se analiza la autoestima desde un enfoque multidimensional. En concreto, la investigación muestra que una autoestima baja en los contextos familiar y escolar, y una autoestima alta en el contexto de relación con iguales, se asocian con un mayor consumo en adolescentes (Romero, Luengo y Otero López, 1995) y actúan como variables mediadoras de la influencia del funcionamiento familiar sobre el consumo (Jiménez, Musitu y Murgui, 2008). Karatzias, Power y Swanson (2001), encuentran que una baja autoestima en el contexto familiar predice conductas de experimentación con alcohol y drogas, y una alta autoestima en el contexto de relación con iguales predice la experimentación con drogas y un abuso continuado del alcohol. Otros hallazgos han mostrado también que los jóvenes que se sienten poco valorados por sus padres presentan un mayor consumo de drogas ya desde la preadolescencia (Pinazo, Pons y Carreras, 2002), y que los jóvenes que muestran una autoestima alta en el contexto social presentan un mayor consumo de alcohol y drogas principalmente en las edades medias de la adolescencia (Cava, Murgui y Musitu, 2008, en Rodríguez, 2012). 2.2 Roles tradicionales de la mujer El rol de la mujer comúnmente está marcado por un conjunto de normas y valores, que si bien son socialmente aceptados, no por ello dejan de ser representaciones ideológicas que imponen un conjunto de comportamientos socialmente aceptables que marcan o deben marcar la conducta femenina: dependencia, abnegación, aceptación del sufrimiento, etc. Sabemos que el padre debe ser el protector y proveedor de los medios económicos en tanto que la madre debe ser afectiva, cuidar de los hijos y de los quehaceres del hogar. 32 En este sentido, los roles marcados por la sociedad y transmitidos por la familia, ejercen un control considerable en las personas ya que estas se comportan tal y como los demás esperan que lo hagan, la mujer promedio ha sido educada para obedecer y complacer en todo a su pareja, aceptando muchas de las cosas que para ella son degradantes e injustas (Merino, 2004). De acuerdo con Steva (1992), la mujer dentro de la familia desempeña diferentes actividades a fin de cumplir con su papel: creación, reproducción de los hijos, limpieza y preparación de los alimentos. Tradicionalmente la mujer es insegura, abnegada, devaluada, humillada, servil y todo el amor está dirigido a los hijos. La dependencia a la que ha sido sometida la ha hecho pertenencia de algo o alguien, empieza siendo hija de sus padres, continua siendo esposa de su marido y termina siendo la madre de sus hijos, de tal forma que siempre estará en función de otros para ser reconocida. El ritual del matrimonio le exige una subordinación económica y social. La mujer representa al hombre, en la sociedad es su escala de valores. El rol de esposa se enmarca en el servicio al otro, ya sea esposa o compañera. Sus funciones son el cuidado y satisfacción sexual para el marido; para esto es educada y se le hace creer que debe ser de esta manera donde el otro es responsable de cuidarle, mantenerla y quererla (Merino, 2004). En las últimas décadas el rol de la mujer ha ido transformándose y propiciando un conflicto en dos sentidos: ser económicamente activa o formar un hogar y una familia (Merino, 2004). El hecho de ir a trabajar fuera de casa ayuda a romper ciertos valores que la mujer encuentra en el trabajo doméstico, pero el salir a trabajar puede no ser suficiente porque todas las mujeres están sumamente acostumbradas a buscar su propio reflejo y su propia imagen en la familia y en el hogar, a sentirse necesarias por ser ellas las que cocinan, asean, cuidan a los niños, etc,. Incluso las mujeres que hacen una aportación económica al hogar tienen todavía el sentimiento de que su trabajo dentro del hogar es el que las hace imprescindibles; por lo que se observa que esta idea persiste aún cuando hayan desaparecido sus razones económicas (Merino, 2004). 33 2.4 Autoestima en la mujer Aunque no existe una conceptualización única de autoestima, se considera que es un importante indicador de salud y bienestar. La autoestima global es la más estudiada en psicología y se refiere a los sentimientos característicos de las personas respecto a sí mismas, siendo consistente transituacional y transtemporalmente (Brown, Dutton y Cook, 2001), si bien su estabilidad varía en función del ciclo vital, siendo baja en la infancia,aumentando durante la adolescencia y los primeros años de juventud y disminuyendo durante la edad madura y la vejez (Trzesniewski, Donnellan y Robins, 2003). Son varios los estudios que muestran relación entre autoestima y salud (véase, por ejemplo, Brown y Mankowski, 1993; DeLongis, Folkman y Lazarus, 1988; Rector y Roger, 1996). Pese a que no se conocen los mecanismos mediante los cuales se da esta relación, se ha planteado que puede ser a través del proceso estrés-enfermedad, aunque tampoco se conoce con exactitud cómo actúa. Algunos autores apuntan a un efecto directo de la autoestima, influyendo en el proceso de valoración primaria, es decir, en la medida en que los sucesos son considerados o bien como retos que permiten el crecimiento o como amenazas; mientras que otros han propuesto que actúa de forma indirecta, influyendo en el afrontamiento del estrés (Delongis et al., 1988; Moradi y Subich, 2004; Rector y Roger, 1996). Lazarus y Folkman (1984) definen el afrontamiento como los esfuerzos cognitivos y conductuales constantemente cambiantes que se desarrollan para manejar las demandas específicas internas o externas que son valoradas como desbordantes de los recursos del individuo, y se ha planteado que sus funciones protectoras pueden ser a través de tres vías: a) eliminando o modificando las condiciones que generan los problemas; b) controlando perceptualmente el sentido de la experiencia de forma que neutralice su carácter amenazante; y c) manteniendo los efectos emocionales de los problemas dentro de límites manejables (Pearlin y Schooler, 1978). Pero, como señalan estos autores, no todas las formas de afrontamiento son igual de efectivas ni todas se distribuyen por igual en la sociedad, habiéndose encontrado que las mujeres usan con mayor frecuencia estrategias menos eficaces, tales como las centradas en la emoción, mientras que los hombres emplean estrategias más centradas en la solución del problema (véase, por ejemplo, Miller y Kirsch, 1987). Diferencias que 34 parecen surgir de los patrones de socialización tradicionales (Pearlin y Schooler, 1978) y que son menos consistentes en las últimas décadas, quizá como reflejo de los cambios en la consideración social de los roles y las limitaciones asociadas al género (Felsten, 1998) y del aumento de la educación y empleo de la mujer. Pero estos cambios no se han dado en todas las sociedades por igual ni tampoco han logrado eliminar las desigualdades de género. Así, mientras que la socialización masculina enfatiza la autonomía, la autoconfianza y la independencia, la femenina sigue promoviendo la expresión emocional, la búsqueda de intimidad y la dependencia (Olson y Shultz, 1994). Y muchas de las cualidades asociadas con la masculinidad son consistentes con alta autoestima, lo que no sucede con la feminidad, por lo que no sorprende que, generalmente, se encuentre que la autoestima es mayor en las mujeres que en los hombres, aunque la magnitud de la diferencia es pequeña ( Kling, Hyde, Showers y Buswell, 1999 en Matud, 2004). Desde la perspectiva axiológica se ha conceptualizado cómo se construye la autoestima a partir de los determinantes culturales, especialmente aquellos vinculados a las falsas atribuciones acerca de lo que es propio y tipifica lo femenino y lo masculino, que se observa en muchos rasgos diferenciales entre géneros que pueden contribuir a modificar la estima personal (Polaino, 2003). En el caso de las mujeres los rasgos atribuidos más frecuentemente en las diferentes socioculturas, están centrados principalmente en el aspecto emotivo y corporal, por ejemplo se atribuyen las siguientes características; predominio de modalidades sensoriales: la auditiva y táctil sobre la visual, tendencia a la respuesta concreta, atención focalizada en el propio cuerpo, capacidad emotiva más desarrollada, desarrollo de la memoria especialmente en el área afectiva y la capacidad imaginativa e intuitiva más desarrollada que el pensamiento racional . En el caso de los hombres los rasgos que se les atribuye son: mayor orientación a la conquista y transformación del mundo en contraste con la mujer que prefieren, la intimidad, el predominio de la modalidad sensorial visual en lo que se refiere a sus relaciones con las mujeres, su vida emocional es independiente de las diversas acciones que emprende especial motivación por temas abstractos, menor atención hacia su propio cuerpo, especial dotación para las realizaciones pragmáticas y transformadoras, y capacidad para la lógica y el pensamiento formal. 35 Los rasgos mencionados son algunos de los que ciertas estereotipias socioculturales han creado y que en forma tradicional se les han atribuido al hombre y a la mujer en el modo de autoestimarse, y que la manera en que cada persona se aprecia a sí misma ha de condicionar también el modo en que estima a los demás (Aladro, 2005). 2.5 Técnicas para potenciar la autoestima Son diversas las técnicas para fortalecer la autoestima en el contexto psicoeducativo como: el entrenamiento asertivo, la técnica de modelamiento, el programa para desarrollar habilidades para la resolución de problemas, el procedimiento de reestructuración cognoscitiva y la aplicación de principios de psicología humanista. Entrenamiento asertivo Esta técnica utiliza cuatro procedimientos durante la intervención como: el enseñar a identificar y aceptar los derechos personales y de los demás, reducir obstáculos cognoscitivos y afectivos para aprender a actuar en forma más asertiva, diferenciar entre conducta asertiva y agresiva, reducir ideas irracionales, ansiedad y sentimientos de culpa. Modelamiento Se refiere específicamente a predicar con el ejemplo, es importante para aprender actividades complejas y porque puede ser una forma de fortalecer la autoestima, como se lleva a cabo en una intervención psicoterapéutica donde el facilitador muestra formas para manejar conflictos o situaciones que mejoran la autoestima al seguir un modelo que sea competente y merecedor (Mruk,1999). Habilidades para resolver problemas La mayoría de los programas de fortalecimiento de la autoestima se apoyan en el principio de que la autoestima ayuda a confrontar con mayor efectividad los retos de la vida y a alcanzar metas personales (Bednar, et. al; 1989; Pope, et. al; 1988). Las fases de intervención en el escenario terapéutico para incrementar las habilidades de manejo y facilitar el desarrollo de conductas dirigidas al éxito, consiste en enseñar a las personas a resolver sus problemas. 36 La autoestima puede mejorar cuando se aprende y practica utilizando el siguiente procedimiento: 1) resolver problemas para aumentar la probabilidad de tener éxito, potencia la autoestima porque es un reflejo de la competencia, 2) realizar una planificación de actividades puede reducir la probabilidad del fracaso, y 3) elaborar una estrategia realista de solución de problemas en aquella área problemática considerando los recursos y limitaciones. Reestructuración Cognoscitiva Las técnicas que se emplean durante el proceso de reestructuración cognoscitiva son; el quehacer consciente a la persona de sus creencias por medio de autoregistros, identificación de pensamientos y su análisis para detectar ideas irracionales o distorsionados para posteriormente elegir pensamientos alternativos y practicar los argumentos racionales seleccionados (Burns, 1992; Ellis &Abrahms, 1983). Estas técnicas según Mruk,(1999) en Aladro,( 2005), pueden aumentar la autoestima de dos maneras: 1) interrumpen la asociación entre pensamiento, sentimiento y actuación negativa que crea y mantiene la autoestima baja, esto en otra palabras significa que puede producirse un incremento en el merecimiento y se libera de la profecía auto-cumplidora del pasado y 2) al adquirirse nuevos hábitos más realistas y exactos
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