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PAIDÓS CONTEXTOS Últimos títulos publicados: 49. W. Ury, Alcanzar la paz 50. R. J. Sternberg, La experiencia del mnor 51. J. Kagan, Tres ideas seductoras 52. I. D. Yalom, Psicología y literatura 53. E. Roudinesco, ¿Por qué el pszcoanálisis? 54. R. S. Lazarus y B. N. Laza rus, Pasión y razón 55. J. Muñoz Redón, Tómatelo con filosofía 56. S. Serrano, Comprender la comunicación 57. L. Méro, Los azares de la razón 58. V. E. Frankl, En el principio era el sentzdo 59. R. Sheldrake, De perros que saben que sus amos están camino de casa 60. C. R. Rogers, El proceso de convertirse en persona 61. N. Klein, No logo 62. S. Blackburn - Pensar. Una incitación a la filosofía 63. M. David-Ménard - Todo el placer es mío 64. A. Comte-Sponville- La felicidad, desesperadamente 65. J. Muñoz Redón, El espíritu del éxtasis 66. U. Beck y E. Beck-Gernsheim, El normal caos del amor 67. M. F. l-Iirigoyen, El acoso moral en el trabajo 68. A. Comte-Sponvílle, El amor la .rol edad 69. E. Galende, Sexo y amor. Anhelos e incertidumbres de la intimidad actual 70. A. Piscitelli, Cibe;culturas 2.0. En la era de las máquinas inteligentes 71. A. Miller, La madurez de Eva 72. B. Bricout (comp.), La mirada de Orfeo 73. S. Blackburn, Sobre la bondad 74. A. Comte-Sponville, Invitación a la filosofía 75. D. T. Courtwright, Las drogas y La formación clt:l mundo moderno 76. J. Entwistle, El cue1po y la moda 77. E. Bach y P. Darder, Sedúcete para seducir 78. Ph. Foot, Bondad natural 79. N. Klein, Vallas y ventanas 80. C. Gilligan, El n�cimiento del placer 8l. E. F ro mm, LA atracción de la vtda 82. R. C. Solomon, Espiritualidad para escépticos 83. C. Lomas (comp.), ¿Todos los hombres son iguales? 84. E. Beck-Gernsheim, La reinvención de la familia 85. A. Comte-Sponville, Diccionario filOiófico 87. J. Goodall y M. Bekoff, Los diez mandamientos pm·a compartir el planeta con los animales que amamos 88. J. Gray, Perros de paja 89. L. ferry, ¿Qué es una vida realizada? 90. E. Fromm, El arte de amar 91. A. Valtier, La soledad en pareja 92. R. Barthes, Rola1td Barthes por Roland Barthes 94. A. Comte-SponviUe, El capitalismo, ¿es moral? 95. H. G. Frankfurt, LAs razones del amor HARRY G. FRANKFURT LAS RAZONES DEL AMOR El sentido de nuestras vidas 1 Entre los filósofos se h a despertado recientemente b astante interés por las cuestiones relativas a si nuestra conducta debe guiarse exclusivamente por principios morales universales, que aplicamos con imparcialidad en todas las situaciones, o si, en algunas situaciones, puede ser razonable el favoritismo de uno u otro tipo. En realidad, no siempre consideramos que para noso tros sea necesario o importante ser escrupulosamente ecuánimes. La situación nos afecta de manera distinta cuando nuestros hijos, nuestro pais o nuestros anhelos más preciados están en juego. Por lo general pensamos que es adecuado, y quizás incluso obligatorio, favorecer a determinadas personas más que a otras que pueden merecerlo por igual, pero con quienes nuestras relacio nes son más distantes. De igual manera, a menudo nos creemos con derecho a preferir invertir nuestros recur sos en proyectos a los cuales profesamos especial cari ño, en vez de invertirlos en aquellos otros cuyo mérito intrínseco puede parecernos aún mayor. El problema que preocupa a los filósofos no es tanto determinar si las preferencias de este tipo pueden estar legitimadas, sino más bien explicar bajo qué condiciones y en qué forma pueden estar justificadas. 50 LAS RAZONES DEL AMOR Un ejemplo recurrente a este respecto es el de un hombre que ve que dos personas están a punto de aho garse, aunque sólo puede salvar a una y, por tanto, debe decidir a cuál de las dos socorrer. Una de ellas es una persona desconocida. La otra es su esposa. Natural mente, cuesta imaginar que el hombre deba tomar su decisión lanzando una moneda al aire. Nos sentimos fuertemente inclinados a creer que, en tal situación, para él sería bastante más adecuado dejar a un lado las consideraciones de imparcialidad y justicia. Segura mente el hombre salvaría a su esposa. Pero ¿qué le jus tifica para tratar a las dos personas en peligro de mane ra tan desigual? ¿Qué principio aceptable que legitime su decisión de dejar que el desconocido se ahogue pue de invocar este hombre? Bernard Williams, uno de los filósofos más relevan tes de la contemporaneidad, considera que este hombre comete ya un error al pensar que debe buscar un prin cipio a partir del cual, en las circunstancias en las que se encuentra, es permisible salvar a su propia esposa. En vez de ello, Williams afirma que «podría . . . esperar[se] . . . que el pensamiento que le motiva, convenientemente explicado, fuese [simplemente] pensar que se trata de su mujer». Si además de ello piensa que en situaciones de este tipo es líáto salvar a la propia esposa, Williams opina que el hombre «piensa demasiado». En otras pa labras, algo no acaba de cuadrar cuando, al ver que su esposa se está ahogando, el hombre debe buscar alguna regla general a partir de la cual derivar alguna razón que justifique la decisión de salvarla. 1 l. Bernard Williams, «Persons, Carácter and Morality>>, en su Moral Luck, Cambridge University Press, 1981, pág. 18. DEL AMOR, Y SUS RAZONES 5 1 2 La línea argumentativa de Williams me parece bas tante acertada.2 Sin embargo, a mi juicio, el ejemplo tal como lo presenta no está bien planteado si lo que el ejemplo estipula respecto de una de las personas que se ahoga es, simplemente, que es la esposa del hombre. Al fin y al cabo, p odemos suponer que el hombre tiene buenas razones para detestar y temer a su mujer. Su pongamos que ella también lo detesta, y que en los últi mos tiempos ha participado en diversos intentos cruel mente intencionados para asesinarle. O supongamos que se trata de un matrimonio de interés, de convenien cia, y que los esposos nunca han compartido la misma habitación excepto durante una ceremonia nupcial for mal que duró dos minutos treinta años atrás. Desde lue go, si no se especifica nada más que una mera relación legal entre el hombre y la mujer que está' ahogándose, estamos desenfocando la cuestión. Así pues, dejemos a un lado la cuestión de su estado civil, y en lugar de ello estipulemos que el hombre del ejemplo ama a una de las dos personas que se están aho gando, y no a la otra. En este caso, sería del todo inco- 2. Tengo problemas con un par de detalles. Por alguna razón, no puedo evitar preguntarme por qué este hombre tendría siquiera que pensar que era su mujer. ¿Se supone que hemos de imaginar que a primera vista no la reconocería? ¿O tal vez que al principio no recordaba que estaban casados, y que tenía que recordárselo? Me parece que el número estrictamente correcto de pensamientos para este hombre es cero. Sin duda, lo normal es que vea lo que está sucediendo en el agua y que se lance a salvar a su mujer. Sin pen sárselo. En las circunstancias que el ejemplo describe, cualquier cosa que se piense significa demasiado pensar. 52 LAS RAZONES DEL AMOR herente que este hombre buscase una razón para sal varla. Si es verdad que la ama, ya tiene necesariamente esta razón. Se trata, ni más ni menos, de que ella está en peligro y necesita su ayuda. En sí mismo, el hecho de amarla implica que para él el peligro que ella corre sea una razón muy poderosa para correr en su ayuda y no en la de alguien que le es indiferente. La necesidad de ayuda de su amada le proporciona esta razón, sin nece sidad de pensar ninguna otra consideración y sin que se interponga ninguna regla general. Con todo, tener en cuenta todas estas cosas también implica pensar demasiado. Si para el hombre el peligro que corre la mujer que ama no es razón suficiente para salvarla a ella en vez de al desconocido, entonces es que no la quiere en absoluto. Querer a alguien o a algo sig ni/z.ca o consiste esencialmente, entre otras cosas, enconsiderar sus intereses como razones para actuar al servicio de los mismos. En sí mismo el amor es, para el amante, una fuente de razones. El amor crea las razones que inspiran sus actos de amoroso cuidado y devoción.3 3 A menudo el amor se entiende, básicamente, como una respuesta al valor que se percibe en aquello que se ama. Según esta descripción, nos sentimos impelidos a amar alguna cosa porque apreciamos aquello que para nosotros es su excepcional valor intrínseco. El atractivo de este valor es lo que nos cautiva y nos convierte en 3 . Ésta es, precisamente, la manera en que el amor hace girar al mundo. DEL AMOR, Y SUS RAZONES 53 amantes. Empezamos a amar las cosas que amamos por que estamos prendados de su valor, y seguimos amán dolas en virtud de este valor. Si lo que amamos no nos pareciese valioso, no lo amaríamos. Esto se ajusta bastante a determinados casos que normalmente se identificarían como amor. Sin embar go, el tipo de fenómeno en el que pienso cuando me re fiero al amor es esencialmente distinto. Desde mi pun to de vista, el amor no es necesariamente una respuesta basada en la conciencia del valor intrínseco de su obje to. Algunas veces puede surgir de esta manera, pero no necesariamente debe ser así. El amor puede aparecer, de maneras que aún no se comprenden demasiado, por multitud de causas naturales. Es totalmente posible que una persona ame alguna cosa sin darse cuenta de su va lor, o aun reconociendo que no hay nada especialmen te valioso en ella. E incluso puede darse el caso de que una persona llegue a amar algo pese a reconocer que la naturaleza intrínseca del objeto de su amor es real y to talmente mala. Este tipo de amor es sin duda una des gracia. Sin embargo, tales cosas suceden. Es cierto que el amado es in riablemente valioso para el amante. Sin embargo, Pf :ibir este valor no es en modo alguno una condició! ;onstitutiva o funda mental del amor. No es precise ,ue el amante perciba el valor de lo que ama para arr lo. La relación verda deramente esencial entre el am y el valor de lo amado va en dirección opuesta. No resultado de reconocer su val1 ve que amarnos las cosas. Le que lo que amamos necesari nosotros porque lo amamos. te el amante percibe al am� necesariamente como y de que éste nos cauti ,ue sucede es, más bien, tente adquiere valor para 1variable y necesariamen ) como algo valioso, pero ... 54 LAS RAZONES DEL AMOR el valor que le atribuye es un valor que se deriva y de pende de su amor. Consideremos el amor de los padres por sus hijos. Puedo afirmar sin temor a equivocarme que yo no quie ro a mis hijos porque soy consciente de algún valor in trínseco a ellos e independiente del amor que me inspi ran. En realidad, ya los quería antes de que nacieran y de tener alguna información relevante acerca de sus carac terísticas personales o sus méritos y virtudes particulares. Además, no creo que las cualidades valiosas que puedan llegar a poseer, estrictamente por su propio derecho, me proporcionen una base convincente para considerar que tienen más valor que muchos otros objetos posibles de amor a los que, en realidad, quiero bastante menos. Para mí está bastante claro que no los quiero más que a otros niños porque crea que ellos valgan más. A veces, nos referimos a personas o a cosas que son «indignas» de nuestro amor. Quizás ello quiera de cir que el coste de quererlas sería mayor que el benefi cío que obtendríamos al h acerlo; o tal vez que amar estas cosas resultaría, de algún modo, degradante. En cualquier caso, si me pregunto por qué mis hijos mere cen mi amor, mi inclinación me lleva sin duda a recha zar la cuestión porque está mal planteada, y no porque ésta esté clara aún sin decir q�e mis hijos son dignos de mi amor. Se debe a que mi amor por ellos no es en nin gún caso una respuesta a una valoración de alguno de ellos o de las consecuencias que para mí conlleva amar los. Si sucediera que mis hijos se convierten en seres su mamente perversos, o si pareciese que, de alguna ma nera, amarles amenazaría mi esperanza de vivir una vida decente, quizá me vería obligado a reconocer que <:1 amor que siento hacia ellos es algo de lo que lamen- DEL AMOR, Y SUS RAZONES 55 tarme. Pero creo que, aun habiendo llegado finalmente a esta conclusión, yo les seguiría amando. Por tanto, el que quiera a mis hijos de la forma e n que lo hago no se debe a que reconozca su valor. Natu ralmente, para mí son valiosos; en realidad, a mis ojos, su valor es infinito. Sin embargo, éste no es el funda mento de mi amor, sino justamente lo contrario. El va lor especial que atribuyo a mis hijos no es inherente a ellos, sino que depende de mi amor por ellos. La razón de que sean algo tan valioso para mí es, simplemente, que les quiero mucho. La e xplicación de por qué los se res humanos tienden, por lo general, a querer a sus hi jos reside, presumiblemente, en las p resiones evolutivas de la selección natural. En cualquier caso, está claro que se debe a mi amor por ellos el que a mis ojos hayan adquirido un valor que, ciertamente, de otra manera no poseerían. Esta relación entre el amor y el valor de lo amado, es decir, que el amor no se basa necesariamente en el valor de lo amado pero que necesariamente hace que el amado sea valioso para el amante, no sólo se da en el amor paterno, sino bastante en general.4 Pensándolo 4. Hay determinados objetos de amor -determinados ideales, por ejemplo- que en muchos casos parecen ser amados por su va lor. Sin embargo, no sucede necesariamente que ésta sea la manera en la que se origina o fundamenta el amor a un ideal. Una persona puede llegar a amar la justicia, la verdad o la rectitud moral casi a ciegas, simplemente, al fin y al cabo como resultado de su crianza. Además, por lo general no son las consideraciones de valor las que explican que una persona se dedique desinteresadamente a un ide al o valor y no a otro. Lo que lleva a las personas a preocuparse por la verdad más que por la justicia, por la belleza más que por la mo ralidad, por una religión más que por otra, no suele ser una valora- 56 LAS RAZONES DEL AMOR bien, quizás es el amor el que explica el valor que tiene para nosotros la propia vida. Normalmente, nuestras vidas tienen para nosotros un valor que aceptamos como indiscutible. Además, el valor de vivir lo impreg na todo, y condiciona radicalmente el valor que atribui mos a muchas otras cosas. Es un poderoso -y com prensiblemente fundamental- generador de valor. Hay innumerables cosas que nos preocupan mucho y que, por tanto, son muy importantes para nosotros, precisa mente por las formas en que tienen que ver con nuestro interés por la supervivencia. ¿A qué se debe que con tanta naturalidad, y que sin sombra de duda, consideremos que nuestra propia conservación es una razón incomparablemente impe riosa y legítima para seguir determinados cursos de ac ción? Ciertamente no asignamos esta enorme impor tancia a seguir vivos porque creamos que haya algún valor intrínseco en nuestras vidas, o en lo que hacemos con ellas; un valor independiente de nuestras propias actitudes o disposiciones. Aun cuando tengamos una aceptable opinión de nosotros mismos, y supongamos que nuestras vidas pueden ser realmente valiosas en este sentido, esto no es lo que normalmente explica nuestra determinación a aferrarnos a ella. Para noso tros, el que algún curso de acción contribuya a nuestra supervivencia es razón suficiente para seguirlo sólo por que (seguramente gracias, una vez más, a la selección natural) nuestro amor a la vida es innato. ción previa de que lo que más quieren tiene un valor intrínseco ma Y?r que otras cosas que les preocupan menos. DEL AMOR, Y SUS RAZONES 5 7 4 A continuación me propongo explicar lo que quie ro decir cuando hablo de arnor. A menudo el objeto de amor es un individuo con creto: por ejemplo, una persona o un pais. Tambiénpuede ser algo más abstracto, como una tradición o al gún ideal moral o amoral. Por lo general habrá mayor carga y urgencia emocional cuando lo amado es una persona que cuando es algo como la justicia social, l a verdad científica o la forma e n que determinada familia o grupo cultural hace las cosas; pero esto no siempre sucede así. En cualquier caso, entre las características que definen el amor no se cuenta el que éste deba ser caliente y no frio. Una característica peculiar del amor tiene que ver con el esta tus particular del valor que concede a sus ob jetos. En la medida en que nos preocupamos por algo, consideramos que esto es importante para nosotros ; pero podemos considerar que tiene importancia sólo porque pensamos que es un medio para obtener otra cosa. Sin embargo, cuando amamos algo vamos más allá. Nos preocupamos por ello no simplemente como un medio, sino como un fin. En la naturaleza del amor está que consideremos sus objetos valiosos en sí mis mos y por ello importantes p ara nosotros. El amor es, fundamentalmente, una p reocupación desinteresada por la existencia de aquello que se ama, y por lo que es bueno para él. El amante desea que su amado esté bien y no sufra daño, y no lo desea sólo en virtud de perseguir algún otro objetivo. A alguien pue de preocuparle la justicia social sólo· porque ésta redu ce la probabilidad de que hayan disturbios, y a otro 58 LAS RAZONES DEL AMOR puede preocuparle la salud de una persona porque ésta no le sirve de nada si no goza de buena salud . Para el amante, la situación del amado es importante en sí mis ma, al margen de c ualquier otra relación que ello pueda tener con otras cuestiones. El amor p uede implicar intensos sentimientos de atracción, que el amante apoya y racionaliza con hala gadoras descripciones del amado. Además, los amantes suelen gozar de la compañía de las personas que aman, valoran determinados tipos de conexión íntima con ellas, y anhelan ser c orrespondidos. Tales entusiasmos no son esenciales. Ni tampoco lo es que a una persona le guste lo que ama; incluso es posible que lo encuentre desagradable. Como en otros modos de preocupación, el núcleo de la cuestión no es afectivo ni cognitivo, sino volitivo. Amar algo tiene menos que ver con lo que una persona cree, o con cómo se siente, que con una confi guración de la voluntad que consiste en una preocupa ción práctica por lo que es bueno para el amado. Esta configuración volitiva c onforma las disposiciones y con ducta del amante respecto de lo que ama, guiándole en la planificación y ordenación de sus objetivos y priori dades relevantes. Es importante no confundir el amor -tal como lo dibuja el concepto que estoy definiendo- con el enca prichamiento, la lujuria, la obsesión, la posesividad y la dependencia en cualquiera de sus formas. En especial, las relaciones básicamente románticas o sexuales no p roporcionan paradigmas iluminadores o muy auténti cos del amor tal como yo lo concibo. Las relaciones de este tipo suelen incluir diversos elementos de disper sión que no pertenecen a la naturaleza esencial del amor como forma de preocupación desinteresada, pero DEL AMOR, Y SUS RAZONES 5 9 que confunden tanto que hacen prácticamente imposi ble que alguien tenga claro lo que está sucediendo. En las relaciones entre humanos, el amor de los padres por sus bebés e hijos pequeños es la especie de cariño más cercano a los ejemplos más puros de amor que pueden darse. Existe una determinada forma de preocupación por los demás que también puede ser totalmente desintere sada, pero que difiere del amor porque es impersonal . Alguien que se dedica a ayudar a los enfermos o a los pobres a cambio de nada puede sentir bastante indife rencia hacia las características personales de aquellos a quienes intenta ayudar. Lo que hace que las personas se beneficien de su caritativa preocupación no es el amor que esta persona pueda profesarles. Su generosidad no es una respuesta a sus identidades como individuos, ni se deriva de sus características personales, sino que es una generosidad inducida simplemente por el hecho de que para este individuo pertenecen a una clase impor tante. Para alguien que está dispuesto a ayudar a los en fermos o a los pobres, cualquier persona enferma o po bre le basta. Por otra parte, cuando se trata de alguien a quien amamos, este tipo de indiferencia por la especificidad del objeto está fuera de lugar. La importancia para el amado de aquello que ama no es que su amado sea un . ejemplo o un modelo. Su importancia para él no es ge nérica, es indefectiblemente concreta. Para una perso na que simplemente quiere ayudar a los enfermos o a los pobres, tendría todo el sentido del mundo elegir de manera aleatoria a sus beneficiarios entre las personas cuya enfermedad o pobreza j ustificarían su ayuda. La identidad de estas personas necesit�das carece de im- 60 LAS RAZONES DEL AMOR portancia. Puesto que ninguna de ellas le importa real mente como tal, son absolutamente intercambiables. La situación de un amante es muy distinta. No puede exis tir nadie equivalente que sustituya al ser amado. A quien actúa movido por la caridad le da exactamente lo mis mo que la persona a quien ayuda sea una y no otra. En cambio, para el amante no es igual dedicarse desintere sadamente a la persona amada que a cualquier otra, por mucho que se parezcan. Por último, una de las características necesarias del amor es que no está sometido a nuestro control directo o voluntario. Lo que a una persona le preocupa, y has ta qué punto, puede depender de ella en determinadas condiciones. A veces puede provocar el preocuparse o no por algo simplemente porque así lo ha decidido. En casos como éste, si las exigencias de proteger y ayudar a este algo le proporcionan razones aceptables para la ac ción, y lo poderosas que sean estas razones, depende de lo que ella misma decida. Sin embargo, con relación a determinadas cosas, una persona puede descubrir que no puede dejar de preocuparse por algo y hasta qué punto sólo por su propia decisión, pues ello está fuera de su alcance. Por ejemplo, en una situación normal las personas no pueden evitar preocuparse bastante por seguir con vida, por mantener su integridad física, por no sentirse radicalmente aisladas, por evitar la frustración crónica, etc. En realidad, no les queda otra opción. Proponer ra zones, hacer juicios y tomar decisiones no representa ningún cambio. Aunque pensasen que sería bueno de jar de preocuparse por si se relacionan o no con otros seres humanos, por realizar sus ambiciones, o por sus vidas y sus extremidades, no podrían dejar de hacerlo. DEL AMOR, Y SUS RAZONES 6 1 S e darían cuenta de que, con independencia de lo que pensaran o decidieran, seguían dispuestos a protegerse de sufrir privaciones y daños físicos y psíquicos. En cuestiones como ésta, estamos sometidos a una necesi dad que forzosamente coarta la voluntad y que no po dem�s eludir con la mera decisión de hacerlo.5 La necesidad mediante la cual una persona se ve li mitada en casos como éste no es una necesidad cogniti va, generada por las exigencias de la razón. La forma en que ésta hace que determinadas alternativas no puedan ser tenidas en cuenta no es limitando, del modo en que las necesidades lógicas hacen, las posibilidades de un pensamiento coherente. Cuando comprendemos que 5. Si a alguien en condiciones normales no le preocupa lo más minimo morir o perder algún miembro, o verse privado de todo contacto humano, no lo consideraríamos simplemente una persona atípica. Nos parecería que se ha trastornado. En sentido estricto, no hay ningún defecto lógico en estas actitudes; no obstante, las consideramos irracionales, como si transgredieran una de las ca racterísticas que definen la humanidad. Hay un sentido de la racio nalidad que tiene muy poco que ver con la coherencia o con otras consideraciones formales.Así, supongamos que una persona causa deliberadamente la muerte o un gran sufrimiento sin ninguna ra zón, o (según el ejemplo de Hume) persigue la destrucción de una multitud para evitar un daño menor a uno de sus dedos. Alguien a quien se le ocurriera hacer tales cosas sería tachado, y con razón -aunque no hubiera cometido ningún error lógico- de «loco». En otras palabras, pensaríamos que se trata de un ser privado de razón. Estamos acostumbrados a entender la racionalidad como algo que impide la contradicción y la incoherencia, como si limita se lo que nos es posible pensar. También hay un sentido de racio nalidad en el que ésta limita lo que podemos plantearnos hacer o no. En el primer sentido, la alternativa a la razón es aquello que nos parece inconcebible. En el otro, es lo que n�s parece impensable. 62 LAS RAZONES DEL AMOR una proposición es contradictoria, nos resulta imposi ble creerla; de igual manera, no podemos evitar aceptar una proposición cuando comprendemos que negarnos a ello supondría aceptar una contradicción. Por otra parte, aquello por lo cual las personas no pueden evitar preocuparse no está determinado por la lógica. No es principalmente una limitación sobre la creencia. Es una necesidad volitiva, que consiste esencialmente en una li mitación de la voluntad. Hay determinadas cosas que las personas no pue den hacer, aun poseyendo las destrezas y habilidades naturales propias del caso, porque no poseen la volun tad suficiente para hacerlo. El amor está limitado por una necesidad de este tipo: lo que amamos y lo que de jamos de amar no depende de nosotros. Pero la necesi dad característica del amor no limita los movimientos de la voluntad con una oleada de pasión o de compul sión que la derrota y la somete. Por el contrario, la limi tación opera desde dentro de nuestra propia voluntad. Es nuestra voluntad, y no ninguna fuerza externa o aje na, la que nos limita. Alguien constreñido por una ne cesidad volitiva es incapaz de formar una intención de cidida y efectiva (con independencia de los motivos y razones que pueda tener para hacerlo) para realizar una acción o abstenerse de ello. Si intenta llevarla a cabo, simplemente descubre que eso está fuera de su alcance. El amor tiene medidas, no queremos todas las cosas por igual. Por tanto, la necesidad que el amor impone sobre la voluntad no suele ser absoluta. Podemos que rer algo y sin embargo estar dispuestos a perjudicarlo para proteger alguna otra cosa que queremos aún más. En determinadas situaciones, a una persona puede pa recerle posible realizar una acción que, en otras cir- DEL AMOR, Y SUS RAZONES 63 cunstancias, sería incapaz de llevar a cabo. Por ejemplo, que alguien sacrifique su vida creyendo que al hacerlo salvará a su país de un daño catastrófico no revela que esta persona no ame la vida; n i su sacrificio demuestra que hubiera aceptado la muerte voluntariamente si cre yera que habría menos que ganar. Incluso de las perso nas que se suicidan porque están deprimidas puede de cirse que aman la vida. Al fin y al cabo, lo que quieren en realidad no es tanto acabar con sus vidas, sino con su abatimiento. 5 Entre los filósofos existe la esperanza recurrente de que, en cierta manera, podría demostrarse que hay de terminados fines cuya adopción incondicional es una exigencia de la razón. Pero esto es a will-o'-the-wúp.6 No hay ninguna necesidad lógica o racional que nos die- 6. Algunos filósofos creen que la justificación última de los prin cipios morales debe encontrarse en la razón. En su opinión, los pre ceptos morales son ineludiblemente fidedignos porque articulan condiciones de la propia racionalidad. Esto no puede ser así. Es muy poco probable que el tipo de oprobio inherente a las trans gresiones morales sea el tipo de oprobio derivado de las transgre siones de las exigencias de la razón. Nuestra respuesta a las perso nas que se comportan de manera inmoral no es la misma que la que damos a las personas cuyo pensamiento es ilógico. Manifiestamen te, existe algo distinto además de la importancia de ser racional que apoya la obligación de ser moral. Para una discusión sobre este punto, véase mi «Rationalism in Ethics», en M. Betzler y B. Guckes (comps.) Autonomes Handeln: Beitrá'ge zur PhiLosophie von Harry G. Frank/urt, Akademie Verlag, 2000. • 1 64 LAS RAZONES DEL AMOR te lo que tenemos que amar. Lo que amamos está con figurado por esas otras necesidades e intereses que de rivan, concretamente, de las características del carácter y la experiencia individuales. Decididamente, el que algo se convierta en objeto de nuestro amor no puede evaluarse por un método a priori ni tampoco examinan do sus propiedades intrínsecas. Sólo puede medirse frente a las exigencias que nos imponen las otras cosas que amamos. Al fin y al cabo, éstas nos vienen determi nadas por la biología y otras condiciones naturales, res pecto a las cuales no tenemos mucho que decir.7 Así pues, los orígenes de la moral no residen en las efímeras incitaciones de los sentimientos y deseos per sonales, ni en el rígido anonimato de las exigencias de la razón eterna, sino en las necesidades contingentes del amor. Éstas nos mueven, como los sentimientos y los deseos, pero las motivaciones que el amor genera no son meramente adventicias o (por emplear el término kantiano) heterónomas. Más bien, al igual que las leyes universales de la razón pura, las necesidades contingen tes del amor expresan algo que pertenece a nuestra na turaleza más íntima y fundamental. Sin embargo, a di ferencia de las necesidades de la razón, las del amor no son impersonales, sino que están constituidas por (e im- 7 . Puede ser perfectamente razonable insistir en que las perso nas deberían preocuparse por determinadas cosas de las que, en realidad, no se preocupan, pero sólo si sabemos algo respecto de lo que en realidad les preocupa. Si, por ejemplo, podemos suponer que a las personas les preocupa llevar una vida segura y satisfacto ria, estaremos justificados para considerar que les preocupan las cosas que nos parecen indispensables pa¡:a lograr la seguridad y la satisfacción. Así es como puede desarrollarse una base «racional» de la moralidad. DEL AMOR, Y S U S RAZONES 65 pregnadas en) estructuras de la voluntad mediante las cuales se define especialmente la identidad específica del individuo. Naturalmente, el amor acostumbra a ser inestable. Como cualquier estado natural, es vulnerable a las cir cunstancias. Siempre pueden concebirse otras alterna tivas, y algunas de ellas pueden resultar atractivas. Por lo general, podemos imaginarnos amando cosas distin tas de las que amamos, y preguntarnos si en cierta ma nera no serían preferibles. No obstante, la posibilidad de que existan alternativas superiores no implica que nuestra conducta sea irresponsablemente arbitraria cuando adoptamos y perseguimos de manera incondi cional los fines que nuestro amor nos plantea en reali dad. Estos fines no se fijan por impulsos superficiales, ni por condiciones gratuitas; ni están determinados por lo que simplemente en un momento u otro nos parece atractivo o decidirnos querer. La necesidad volitiva que nos limita en aquello que amamos puede ser tan riguro samente pertinente a nuestra inclinación personal como las más austeras necesidades de la razón. Lo que amamos no depende de nosotros. No podemos evitar que, en realidad, la dirección de nuestro razonamiento práctico se rija por los fines específicos que nuestro amor ha definido para nosotros. En justicia, no se nos puede acusar de censurable arbitrariedad, ni de una vo luntaria o negligente falta de objetividad, puesto que estas cosas no están sometidas en modo alguno a nues tro control inmediato. Ciertamente, a veces puede estar a nuestro alcance controlarlas de forma indirecta . En ocasiones podemos propiciar las condiciones que nos permitirían dejar de amar lo que amarnos,o amar otras cosas. Pero supon- ,_ ___________ ___,;.1...-..------------·----�· "" 66 LAS RAZONES DEL AMOR gamos que nuestro amor es tan incondicional, y que es tamos tan satisfechos de su influjo, que no podemos al terarlo aun pudiendo tomar medidas para cambiarlo. En este caso, la alternativa no es una verdadera opción. Aunque para nosotros fuera mejor amar de otra mane ra, es algo que no podemos plantearnos seriamente. A efectos prácticos, no hay forma de hacerlo. 6 Al fin y al cabo, nuestra disposición a sentirnos sa tisfechos de amar lo que en realidad amarnos no reside en la fiabilidad de los argumentos o de las pruebas, sino en nuestra confianza en nosotros mismos. No se trata de congratularnos de la amplitud y fiabilidad de nues tras facultades cognitivas, ni de creer que tenemos sufi ciente información. Es una confianza de un tipo más fundamental y personal. Lo que asegura que aceptemos nuestro amor de manera inequívoca, y lo que, por tan to, garantiza la estabilidad de nuestros fines últimos, es que confiamos en las tendencias y respuestas que con trolan nuestro propio carácter volitivo. Estas tendencias y respuestas involuntarias de nues tra voluntad son las que constituyen el amor y las que hacen que éste nos motive. Además, estas mismas con figuraciones de nuestra voluntad son las que hacen que nuestras identidades individuales alcancen su máxima expresión y definición. Las necesidades de la voluntad de una persona guían y limitan su forma de actuar. De terminan lo que esta persona puede estar dispuesta a hacer, lo que no puede evitar hacer, y lo que le resulta imposible haceL Determinan también lo que puede es- DEL AMOR, Y S � S RAZONES 67 tar dispuesta a aceptar como razón para la acción, lo que no puede evitar considerar una razón para actuar, y lo que le resulta imposible contar como una razón para actuar. Así, estas necesidades establecen los límites de su vida práctica, y de esta manera fijan su configuración como ser activo. Por ello, la ansiedad o el desasosiego que esta persona pueda sentir al reconocer lo que está limitada a amar tiene que ver, directamente, con su ac titud hacia su propio carácter como persona. Este tipo de angustia es sintomática de su falta de confianza en lo que ella misma es. La integridad psíquica en la que consiste la confían za en uno mismo puede romperse por la presión de dis crepancias y conflictos no resueltos entre las diversas cosas que amamos . Los trastornos de este tipo socavan la unidad de la voiuntad y nos enfrentan con nosotros mismos. La oposición dentro del conjunto de cosas que amamos significa que estamos sometidos a exigencias que son incondicionales e incompatibles a la vez, lo cual nos impide desarrollar una trayectoria volitiva es table. Si nuestro amor hacia una cosa choca inevitable mente con nuestro amor hacia otra, puede resultamos imposible aceptarnos tal como somos. Sin embargo, a veces puede suceder que no exista ningún conflicto entre las motivaciones que nuestros diversos amores nos imponen y, por tanto, nada nos in duce a oponernos a ellos. En este caso, no hay ningún motivo de incertidumbre o reticencia que nos impida aceptar las motivaciones que nuestr� amor genera. Nada que pueda causarnos tanta preocupación, o que tenga una importancia comparable para nosotros, pue de ser motivo de vacilaciones o dudas. Por consiguien te, sólo podríamos resistirnos deliberadamente a las exi- 68 LAS RAZONES DEL AMOR gencias del amor mediante alguna maniobra concebida ad hoc, que sería arbitraria. Por otra parte, puede no ser una arbitrariedad improcedente el que una persona acepte el impulso de un amor sobre el cual está bien in formada, y que es coherente con las demás exigencias de su voluntad, puesto que no posee ninguna base per tinente para negarse a aceptarlo. 7 Lo que amamos es necesariamente importante para nosotros precisamente porque lo amamos, y aquí las con sideraciones que hay que hacer son muy distintas. Amar es importante para nosotros en sí mismo. Al margen de nuestros intereses concretos en las diversas cosas que amamos, tenemos un interés más genérico e incluso más fundamental en el hecho de amar como tal. Un claro y conocido ejemplo de ello es el amor de los padres por sus hijos. Además del hecho de que mis hzjos son importantes para mí por sí mismos, se da la circunstancia adicional de que amar a mis hzjos es im portante para mí por sí mismo. Por muchos sacrificios y privaciones que a lo largo del tiempo haya supuesto para mí el hecho de amarles, mi vida se vio notable mente alterada y enriquecida cuando empecé a amarles. Una de las cosas que impulsa a las personas a tener hi jos es precisamente la expectativa de que eso dará ma yor plenitud a sus vidas, y que tal cosa ocurrirá simple mente porque tendrán más que amar. ¿Por qué amar es tan importante para nosotros? ¿Por qué una vida en la que una persona tiene algo o al guien a quien querer, con independencia de lo que sea, DEL AMOR, Y SUS RAZONES 69 es mejor para ella -suponiendo, naturalmente, que otras cosas sean más o menos igual- que una vida en la que no haya nada a lo que amar? En parte, la explica ción tiene que ver con lo importante que es para noso tros tener fines últimos. Necesitamos objetivos que con sideremos que vale la pena lograr por sí mismos y no sólo en razón de otras cosas. Al preocuparnos por algo hacemos que diversas co sas sean importantes para nosotros; es decir, las cosas que nos preocupan, más todo aquello que pueda ser in dispensable como medio para ellas. Ello nos proporcio na objetivos y ambiciones, y de este modo nos permite trazar cursos de acción que no sean totalmente inútiles. En otras palabras, hace que concibamos actividades con sentido, entendiendo por ello que tengan algún ob jetivo. Sin embargo, la actividad que sólo tiene sentido en esta acepción limitada del término no puede ser ple namente satisfactoria, e incluso puede resultamos no del todo comprensible. Aristóteles observa que el deseo es «vacío y vano» a menos que «exista algún fin de nuestros actos que que ramos por él mismo».8 No nos basta simplemente con ver que para nosotros es importante conseguir un de terminado fin porqu� éste facilitará que obtengamos un fin ulterior. No podemos dar sentido a lo. que hacemos si ninguno de nuestros objetivos no tiene más impor tancia que la de permitirnos alcanzar otros objetivos . 8 . Ética a Nicómaco 1094a18-2 1 . Aparentemente, Aristóteles creía que debía haber un solo fin último al que tendía todo lo que hacemos. Creo compartir esta opinión sólo en el planteamiento más modesto según el cual cada una de las cosas que hacemos debe apuntar a algún fin último. 70 LAS RAZONES DEL AMOR Tiene que haber «algún fin de nuestros actos que que ramos por él mismo». De otro modo, nuestra actividad, por mucha resolución que pongamos en ella, carecerá de verdadero sentido. En ningún momento podremos sentirnos verdaderamente satisfechos de ella, puesto que siempre estará inacabada, y dado que aquello a lo que aspira es siempre un preliminar o un preparativo, siempre nos dejará con la sensación de algo inconcluso. Las acciones que realizamos nos parecerán verdadera mente vacías y vanas, y empezaremos a perder interés en lo que hacemos. 8 Resulta interesante plantearse por qué una vida en la cual la actividad tiene sentido localmente pero que sin embargo, en lo fundamental, carece de objetivos, es decir, una vida que tiene un objetivo inmediato pero no un fin último, nos parecería algo poco deseable. ¿Qué es lo que necesariamente sería tan terrible de una vida carente de sentido? La respuesta es, en mi opinión, que en ausencia de fines últimos nada nos parecería lo sufi cientemente importante como fin ni como medio. Que todo fuese importante para nosotros dependería de la importancia de algo distinto. En realidad, nada nos preo cuparía de manera inequívocae incondicional. Si tuviéramos esto claro, comprenderíamos que nuestras tendencias y disposiciones volitivas son esen cialmente poco concluyentes, y ello nos impediría ad ministrar y comprometernos de manera consciente y responsable con el curso de nuestras intenciones y de cisiones. No tendríamos un interés estable en planificar DEL AMOR, Y SUS RAZONES 7 1 y mantener ninguna continuidad especial en las confi guraciones de nuestra voluntad, privándonos de este modo de un aspecto fundamental de nuestra conexión reflexiva con nosotros mismos, en la que reside nues tro carácter distintivo como seres humanos. Nuestras vidas serían pasivas y fragmentadas, lo cual significaría un grave perjuicio para ellas . Aun cuando pudiéramos seguir manteniendo algún vestigio de autoconciencia ac tiva, nos sentiríamos tremendamente aburridos. El aburrimiento es un asunto grave. No es una si tuación que tratemos de evitar simplemente porque no nos parezca algo placentero. En realidad, huir del abu rrimiento es una profunda e imperiosa necesidad hu mana. Nuestra aversión a él tiene una importancia con siderablemente mayor que el de un mero rechazo a experimentar un estado de conciencia más o menos desagradable. La aversión procede de nuestra sensibili dad a una amenaza bastante más consistente. La esencia del aburrimiento es que perdemos inte rés en lo que sucede. Nada nos preocupa ni nos impor ta. Una consecuencia natural de ello es que nuestra dis posición a estar atentos se debilita y nuestra vitalidad psíquica se atenúa. En sus manifestaciones más habi tuales y características, estar aburrido implica una re ducción radical de la agudeza y constancia de la aten ción. El nivel de nuestra energía y actividad disminuye, al igual que nuestra receptividad a los estímulos norma les. Nuestra conciencia pierde la capacidad de percibir diferencias y distinciones, convirtiéndose en algo cada vez más homogéneo. A medida que se expande y se adueña de nosotros, el aburrimiento hace que nuestra conciencia experimente una disminución progresiva de su capacidad de percibir las diferencias importantes. 72 LAS RAZONES DEL AMOR En el límite, cuando el ámbito de nuestra concien cia se ha convertido en algo totalmente indiferenciado, desaparece toda posibilidad de cambio o movimiento psíquico. La completa homogeneización de la concien cia equivale por completo a la extinción de la experien cia consciente. E� otras palabras, cuando estamos abu rridos acabamos por dormirnos. Todo aumento significativo de nuestro aburrimien to amenaza la continuación misma de nuestra vida mental consciente. Por tanto, lo que nuestra preferen cia por evitar el aburrimiento revela no es simplemente una resistencia casual a un desasosiego más o menos inocuo, sino que expresa un impulso bastante primiti vo de supervivencia psíquica. Me parece adecuado ela borar este impulso corno una variante del universal y elemental instinto de conservación. Sin embargo, úni camente está relacionado con lo que por lo común pen samos como «autoconservación» en un sentido literal y no muy corriente; es decir, no en el sentido de mante ner la vida del organismo, sino la persistencia y vitali dad del yo. 9 El razonamiento práctico tiene que ver, al menos en parte, con la planificación de medios efectivos para lo grar nuestros fines. El marco y fundamento adecuado de este razonamiento práctico debe basarse en los fines que significan algo más que medios para lograr otros fi nes. Deben ser determinadas cosas que valoramos y per seguimos por sí mismas. Así, resulta bastante fácil com prender cómo algo llega a poseer un valor instrumental. DEL AMOR, Y SUS RAZONES 73 Ello se debe simplemente a su eficacia causal para con tribuir al cumplimiento de un determinado objeüvo. Pero ¿cómo es que las cosas pueden llegar a tener para nosotros un valor último, independiente -de su utilidad para lograr otros fines? ¿De qué forma aceptable puede satisfacerse nuestra necesidad de fines últimos? En mi opinión, lo que satisface esta necesidad es el amor. Es cuando llegamos a amar determinadas cosas -con independencia de lo que cause este amor- que nos sentimos obligados por determinados fines últimos más que por un impulso adventicio o por una elección voluntaria deliberada.9 El amor es la fuente originaria del valor último. Si no amarnos nada, nada tendrá para nosotros un valor intrínseco y absoluto, ni nada nos obligará a aceptarlo como un fin último. Por su propia naturaleza, amar implica que los objetos de nuestro amor son valiosos por sí mismos, y que no tenemos más opción que adoptar estos objetos como nuestros fines últimos. El amor es la base última de la racionalidad práctica en la medida en que es lo que dota a las cosas de importancia y de valor intrínseco y absoluto. Naturalmente, muchos filósofos afirman que, por el contrario, determinadas cosas poseen un valor intrínse- 9. Además de su implicación en la planificación de los medios, la razón práctica tiene que ver también con la determinación de nuestros fines últimos. Y contribuye a ello en la medida en que nos ayuda a identificar aquello que amamos, lo cual puede exigir una investigación y un análisis exhaustivos. Las personas no pueden descubrir de manera fidedigna lo que aman simplemente mediante la introspección; tampoco lo que aman se refleja de manera inequí voca en su conducta. El amor es una configuración compleja de la voluntad, y percibirla puede resultar difícil tanto para el propio amante como para otras personas. 74 LAS RAZONES DEL AMOR co totalmente independiente de cualquiera de nuestros estados o condiciones subjetivas. Sostienen que este va lor no depende en modo alguno de nuestros sentimien tos o actitudes, ni tampoco de nuestras tendencias y disposiciones volitivas. Sin embargo, en realidad, la postura de estos filósofos no constituye una respuesta viable a las cuestiones relativas a los fundamentos de la razón práctica, pues la pertinencia de la misma se ve de cisivamente cuestionada por su incapacidad de resol ver, o siquiera de plantear, un problema fundamental. Es de suponer que el hecho de que un objetivo ten ga un valor intrínseco determinado implica que éste reú ne las condiciones necesarias para, o es digno de, ser considerado un fin último. Sin embargo, de ello no se sigue en modo alguno que nadie tenga la obligación de perseguirlo como fin último; ni aun suponiendo que el objetivo en cuestión posea un valor intrínseco mayor que cualquier otro. Una cosa es que alguien afirme que un objeto particular o un estado de la cuestión tiene un valor intrínseco y que, por tanto, hay razones para ele girlo. Y una cosa totalmente distinta es que ese alguien afirme que este objeto o estado de la cuestión es o de bería ser importante para él, o que debería preocupar se lo bastante por ello como para convertirlo en uno de sus objetivos. Hay muchos objetivos intrínsecamente valiosos hacia los que nadie está especialmente obliga do a interesarse. El afirmar que hay cosas que tienen valor intrínseco no contribuye mucho a plantear -y mucho menos a re solver- la cuestión de cómo se establecen adecuada mente los fines últimos de una persona. Aun en el caso de que la afirmación fuese correcta -es decir, aun si de.terminadas cosas poseen un valor no condicionado DEL AMOR, Y SUS RAZONES 75 por consideraciones de carácter subjetivo- ésta no ser viría en modo alguno para explicar cómo las personas eligen los fines que perseguirán. La cuestión no tiene que ver directamente con el valor intrínseco, sino con la importancia. En mi opinión, no es posible abordarla de manera satisfactoria si no es aludiendo a aquello que las personas no pueden evitar considerar importante para ellas, si lo hubiera. En otras palabras, las cuestiones más fundamentales de la razón práctica no pueden resolver se sin explicar lo que las personas aman .10 1 0 Con respecto a unacaracterística bastante curiosa, la relación entre la importancia de amar para el amante y la importancia que tienen para él los intereses de su amado es análoga a la relación entre los fines últimos y los medios con los cuales éstos pu�den alcanzarse. Por lo general se supone que el hecho de que algo sea un medio efectivo para algún fin último sólo implica que este algo posea cierto valor instrumental, y se supone que el valor de esta utilidad depende del valor del fin del cual es un medio. Del mismo modo, se supone tam bién que el valor del fin último no.depende en modo al- 10. Se podría aducir que estamos moralmente obligados a preo cuparnos por determinadas cosas, y que estas obligaciones no de penden de ninguna consideración subjetiva. Pero aun cuando fue ra verdad que tenemos tales obligaciones, seguiría siendo necesario determinar hasta qué punto es importante para nosotros cumplir con ellas. Tal como se sugiere en el capítulo anterior, para el razo namiento práctico es más fundamental la cuestión de la importan cia que la de la moralidad. 76 LAS RAZONES DEL AMOR guno del valor de los medios que permiten conseguirlo. Así, la relación de derivación entre el valor de un medio y el valor de su fin último suele considerarse asimétrica, ya que el valor del medio dedva del valor del fin, pero no a la inversa. Esta forma de elaborar la relación puede parecer to talmente irrefutable, una cuestión de elemental sentido común. Sin embargo, se basa en un error, pues supone que el único valor que un fin último posee necesaria mente para nosotros, simplemente por ser un fin últi mo, debe ser idéntico al valor que tiene para nosotros la situación que alcanzamos una vez logrado. Sin embar go, en realidad, ello no agota la importancia que tienen para nosotros nuestros fines últimos, pues son necesa riamente valiosos en otro sentido. Nuestros objetivos no son importantes para noso tros únicamente porque valoremos la situación que re presentan. Para nosotros no sólo es importante alcanzar nuestros fines últimos · . También es importante tenerlos, puesto que, sin ellos, no tenemos nada importante que hacer. Si no tenemos objetivos a los que alcanzar por sí mismos, las actividades que podamos emprender care cerán de sentido. En otras palabras, tener fines últimos es valioso, en tanto condición indispensable para dedi carnos a alguna actividad que realmente nos parece que vale la pena. De igual manera, el valor que tiene para nosotros realizar una actividad útil nunca es meramente instru mental. Y ello se debe a que para nosotros es intrínse camente importante emprender alguna actividad di rigida a alcanzar nuestros objetivos. Necesitamos el trabajo productivo por sí mismo, y también por los re sultados que esperamos obtener. Además de la impar- DEL AMOR, Y SUS RAZONES 7 7 rancia de los fines específicos que persigamos, para nosotros es importante tener algo que nos parezca im portante hacer. Por lo tanto, sucede que la actividad instrumental mente valiosa, p recisamente debido a su utilidad, posee también necesariamente un valor intrínseco. Y, por l a misma razón, los fines últimos intrínsecamente valiosos son necesariamente valiosos instrumentalmente en tan to son condiciones esenciales para lograr el objetivo in trínsecamente valioso de tener algo que vale la pena ha cer. Pese a la aparente paradoja, podemos decir sin temor a equivocarnos que los fines últimos son valiosos instrumentalmente porque son últimamente valiosos, y que los medios efectivos para la consecución de nues tros fines últimos son intrínsecamente valiosos precisa mente por su valor instrumental. Existe una estructura similar en la relación recípro ca entre lo importante que para nosotros es amar y la importancia de lo que amamos. Del mismo modo que un medio está subordinado a su fin, la actividad del amante está subordinada a los intereses de su amado. Además, a esta subordinación se debe, exclusivamente, que amar sea importante para nosotros por sí mismo. La importancia del amor se debe precisamente al hecho de que amar consiste esencialmente en dedicarse al bienes tar de aquello que amamos. Para el amante, el valor de amar deriva de su dedicación a su amado. En cuanto a la importancia del amado, el amante se preocupa de lo que ama por sí mismo. Su bienestar es intrínsecamente im portante para él. No obstante, además, lo que ama posee necesariamente un valor instrumental para él, puesto que ello es una condición necesaria para disfrutar de l a actividad intrínsecamente importante d e amarlo. 78 LAS RAZONES DEL AMOR 1 1 Esto puede hacer que parezca difícil comprender cómo la actitud de un amante hacia su amado puede ser totalmente desinteresada. Al fin y al cabo, el amante proporciona al amante una condición esencial para lo grar un fin -amar- que es intrínsecamente importan te para él. Lo que ama le permite obtener lo gratifican te del amor, y evitar la vacuidad de una vida en la que no tiene nada que amar. Así, parece que, inevitable mente, el amante se aprovecha de -y, por tanto, utili za a- su amado. ¿No está claro, pues, que el amor debe ser inevitablemente interesado? ¿Cómo es posible no llegar a la conclusión de que nunca puede ser al mis mo tiempo generoso y desinteresado? Ésta sería una conclusión demasiado precipitada. Examinemos el caso de un hombre que confiesa a una mujer que su amor por ella es lo que da sentido y valor a su vida. Amarla, le dice, es para él lo único que hace que su existencia sea digna de ser vivida. Es improbable que la mujer (suponiendo que le cree) piense que lo que el hombre le está diciendo implica que en realidad no la ama en absoluto, y que se preocupa por ella simple mente porque ello le hace sentir bien. Porque él mani fieste que su amor por ella satisface una profunda ne cesidad de su vida, ella seguramente no llegará a la conclusión de que él la está utilizando. En realidad, de manera natural interpretará que le transmite precisa mente lo contrario. Ella tendrá claro que sus palabras implican que la valora por sí misma, y no sólo como un medio para su propio provecho. Naturalmente, .es posible que el hombre sea un far� sante. También es posible que, aunque él crea estar di- DEL AMOR, Y SUS RAZONES 79 ciendo la verdad, en realidad no sepa de qué está ha blando. Supongamos, con todo, que sus declaraciones de amor y de su importancia para él no sólo son since ras sino también correctas. En este caso, sería retorcido inferir de ellas que está utilizando a la mujer como me dio para satisfacer sus propios intereses. El que amarla sea tan importante para él es totalmente coherente con su inequívocamente incondicional y desinteresada de voción por los intereses de su amada. Es altamente im probable que la profunda importancia que amarla tiene para él implique la absurda consecuencia de que no la quiere en absoluto. El conflicto aparente entre perseguir los propios in tereses y dedicarse desinteresadamente a los intereses de otra persona se desvanece al darnos cuenta de que lo que sirve a los intereses del amante no es otra cosa que su desinterés. Huelga decir que sólo si su amor es ver dadero puede tener para él la importancia que le atribu ye. Por tanto, en la medida en que amar es importante para él, mantener las actitudes volitivas que constituyen el amor debe ser importante para él. Ahora estas actitu des consisten esencialmente en procurar desinteresada mente el bienestar del amado. Sin ello el amor no existe. Así, una persona puede acumular las satisfacciones del �mor sólo en la m edida en que se preocupa desinteresa damente por aquello que ama, y no por ninguna otra sa tisfacción que pueda derivarse del amado o de amarle. No podrá satisfacer su interés en amar a menos que prescinda de sus necesidades y ambiciones personales y se dedique a los intereses de otro. Toda sospecha de que ello exija una elevadísirna y poco verazdisposición al sacrificio puede disiparse reco nociendo que, en la misma naturaleza del caso, está que 80 LAS RAZONES DEL AMOR el amante se identifique con aquello que ama. En virtud de esta identificación, proteger los intereses de su amado se cuenta necesariamente entre los intereses propios del amante. Los intereses de s u amado no son realmente dis tintos de los suyos, sino que también son sus intereses. Lejos de sentir un frío distanciamiento por el destino de su amado, siente que éste le afecta personalmente. Preo cuparse de su amado como lo hace significa que su vida va mejor cuando estos intereses prevalecen y que se sien te perjudicado cuando no lo hacen. El amante invierte en su amado: se beneficia de sus éxitos, y sus fracasos le causan sufrimiento. En tanto se invierte a sí mismo en lo que ama, identificándose así con ello, los intereses del amado son idénticos a los suyos propios. Por ello no re sulta sorprendente que, para el amante, actuar desintere sadamente y por su propio interés sean la misma cosa. 12 Naturalmente, es muy probable que la identifica ción de un amante con alguna de las cosas que ama no sea exacta y del todo exhaustiva. Sus intereses y los de su amado nunca pueden ser exactamente los mismos; e incluso es improbable que lleguen a ser totalmente com patibles. Por muy importante que sea su amado para él, es normal que no sea lo único que le importa. De he cho, también es improbable que sea lo único que ama. Así, es muy posible que surja un conflicto perjudicial entre la devoción del amante por el bienestar de lo que ama y su preocupación por otros intereses. Amar es arriesgado. Los amantes se caracterizan por su _vulnerabilidad a padecer una profunda angustia si se DEL AMOR, Y SUS RAZONES 81 ven obligados a desatender las necesidades de un amor para atender las de otro, o si lo que aman no va bien. Por tanto, deben ser prudentes. Deben intentar evitar verse abocados a amar aquello que no desearían amar. Un ser infinito, cuya omnipotencia le confiere una se guridad absoluta, puede p ermitirse amar de manera in discriminada. Dios no necesita ser prudente. No corre ningún riesgo. Ninguna necesidad, hija de la prudencia o la ansiedad, le hace renunciar a las oportunidades de amar. Sin embargo, para quienes no poseemos estos dones, nuestra disposición al amor debe ser más caute losa y limitada. Según algunas descripciones, el motor de la activi dad creadora de Dios es un amor totalmente inextin guible y generoso. Este amor, que no conoce límites ni condiciones, induce a Dios a desear una existencia ple na que incluya todo aquello que pueda ser concebido como objeto de amor. Dios quiere amar tanto como sea posible amar. Por naturaleza no teme amar de manera imprudente o demasiado bien. Por tanto, lo que Dios desea crear y amar es el Ser, de todas y cada una de las especies, y cuantas más mejor. Decir que el amor divino es infinito e incondicional es decir que es totalmente indiscriminado. Dios lo ama todo, con independencia de su carácter o sus conse cuencias. Eso equivale a decir que la actividad creado ra en la que el amor de Dios al Ser se expresa y se rea liza no tiene ningún otro motivo que un ilimitado y promiscuo impulso a amar sin límite ni medida. En la medida en que las personas piensan que la esencia de Dios es el amor, deben suponer que no existe ninguna providencia u objetivo divino que limite de ninguna manera la realización máxima de posibilidades. Si Dios 82 LAS RAZONES DEL AMOR es amor, el universo no tiene otro objetivo que el de li mitarse a ser. Naturalmente, las criaturas finitas como nosotros no podemos permitirnos ser tan inconscientes con nues tro amor. Los agentes omnipotentes están libres de toda pasividad. Nada puede sucederles. Por tanto, no tienen nada que temer. Sin embargo, nosotros, cuando ama mos, nos convertimos en seres muy vulnerables. Por tanto, tenemos que defendernos seleccionando y limi tándonos. Es importante que seamos prudentes a la hora de decidir a quién y a qué damos nuestro amor. Nuestra falta de control voluntario inmediato sobre nuestro amor es una fuente especial de peligro. El he cho de que no podamos determinar directa y libremen te lo que amamos y lo que no, simplemente eligiendo y tomando nuestras propias decisiones, significa que a menudo estamos expuestos a vernos más o menos im pulsados sin remedio por las necesidades que conlleva el amor. Estas necesidades pueden llevarnos a ofrecer nos imprudentemente. El amor puede implicarnos en compromisos volitivos a los que somos incapaces de re nunciar y que pueden perjudicar gravemente nuestros intereses. 13 Pese a los riesgos a los que el poder coercitivo del amor nos expone, esta misma coacción contribuye con siderablemente al valor que amar tiene para nosotros. En cierta medida, que el amor someta nuestra voluntad es justamente lo que hace que lo valoremos tanto. Esto puede parecer poco verosímil, puesto que habitualmen- DEL AMOR, Y SUS RAZONES 83 te nos imaginamos felizmente orgullosos por dedicarnos por encima de todo al valor de la libertad. ¿Cómo po demos sostener, de forma convincente, que apreciamos la libertad y al propio tiempo alegrarnos de una situa ción que conlleva sometimiento a la necesidad? Con todo, en este caso la apariencia de conflicto es engañosa. La clave para disipar esta apariencia reside en la super ficialmente paradójica -si bien auténtica- circunstan cia de que las necesidades con las que el amor somete a la voluntad son, en sí mismas, liberadoras. En este aspecto, existe una sorprendente e instructi va similitud entre amor y razón. La racionalidad y la ca pacidad de amar son las características más poderosa mente emblemáticas y altamente apreciadas de la naturaleza humana. La primera nos guía con autoridad en el uso de nuestras mentes, mientras que la última nos ofrece la motivación más imperiosa de nuestra conduc ta personal y social. Ambas son fuente de lo más autén ticamente humano y ennoblecedor que hay en nosotros, y dignifican nuestras vidas. Y es especialmente notable que mientras cada una nos impone una necesidad impe riosa, ninguna de ellas conlleva para nosotros un senti miento de impotencia o restricción. Por el contrario, amoas se caracterizan por proporcionarnos una expe riencia de liberación y mejora. Cuando descubrirnos que no tenemos más opción que plegarnos a los irresis tibles dictados de la lógica, o de someternos a las cauti vadoras necesidades del amor, el sentimiento con el que lo hacemos no es en modo alguno un desalentador sen timiento de pasividad o confinamiento. En ambos casos -tanto si atendemos a los dictados de la razón o a los del corazón- experimentamos conscientemente una estimulante sensación de liberación y plenitud. Pero, 84 LAS RAZONES DEL AMOR ¿cómo puede ser que nos sintamos fortalecidos, y en cierta forma menos limitados o constreñidos, tras ha bérsenos privado de la capacidad de elección? La explicación es que el encontrarnos con la necesi dad volitiva o racional elimina la incertidumbre, y de esta manera se relajan las inhibiciones e indecisiones que nos causan nuestras dudas. Cuando la razón de muestra qué es lo que debe ser, ello pone fin a cualquier inquietud que podamos sentir sobre lo que tenemos que creer. Cuando explica la satisfacción que le pro porcionó su temprano estudio de la geometría, Ber trand Russell alude a «la tranquilidad de la exactitud matemática». 1 1 Como sucede con otras formas de certi dumbre, la exactitud matemática se basa en verdades lógicas o conceptualmente necesarias, y resulta tranqui lizadora porque nos libra de enfrentarnos con las dis tintas tendencias que pueblan nuestro interior con res pecto a qué creer. La cuestión está clara. Y a no nos tenemos que esforzar para aclararnos. Dudar nos limi ta. Descubrir cómo deben ser necesariamente las cosas nos permite -de hecho, nos exige- abandonarla en fermiza limitación que nos imponemos a nosotros mis mos cuando no sabemos qué pensar. Nada impide que creamos algo sin reservas. Nada se interpone ante una convicción firme y pausada. Nos liberamos del bloqueo que produce la indecisión y ello nos permite aprobar nos sin reservas. De igual manera, la necesidad con la que el amor liga la voluntad acaba con la indecisión relativa a aque- 1 1 . «My Mental Development», en P. A. Schilpp (comp.), The Philosophy o/ Bertrand Russell, The Library of Living Philoso ph�rs, 1946, pág. 7. DEL AMOR, Y SUS RAZONES 85 llo que nos preocupa. Al ser cautivados por nuestro amante, nos liberamos de los impedimentos para la elección y la acción consistentes en no tener fines últi mos o en vernos irremisiblemente arrastrados en Lma u otra dirección. De este modo, superamos la indiferen cia y la imprecisa ambivalencia que pueden afectar ra dicalmente nuestra capacidad de elegir y de actuar. El hecho de que no podamos evitar amar, y que por tanto no podamos evitar ser guiados por los intereses de lo que amamos, nos ayuda a asegurar que no vagamos sin rumbo ni nos privamos de que nuestra vida adopte un curso práctico coherente. 12 Las exigencias de la lógica y las necesidades de un amado sustituyen otras preferencias contrarias a las que nos sentimos menos inclinados. Una vez que se han im puesto los regímenes dictatoriales de estas necesidades, ya no está en nuestras manos decidir de qué preocupar nos o qué pensar. No tenemos elección. La lógica y el amor nos impiden orientar nuestra actividad cognitiva y volitiva, y hacen que nos resulte imposible -en vir tud de los otros objetivos que han captado nuestro in terés- controlar la formación de nuestras creencias y nuestra voluntad. Por tanto, parecería que la manera en que las nece sidades de la razón y del amor nos liberan consiste en li berarnos de nosotros mismos. Esto es, en cierto senti do, lo que hacen; no se trata de una idea nueva. La posibilidad de que una persona pueda liberarse sorne- 1 2 . Esto no garantiza en sí mismo la firmeza, puesto que el he cho de que amemos algo no determina cuánto lo amamos; es decir, si lo amamos más o menos que otras cosas cuyos intereses pueden competir por nuestra atención. 86 LAS RAZONES DEL AMOR tiéndase a constricciones que están más allá de su con trol voluntario inmediato se cuenta entre los temas más antiguos de nuestras tradiciones morales y religiosas. «En Su voluntad -escribió Dante- reside nuestra paz.»13 Evidentemente, la tranquilidad que Russell afir ma haber encontrado al descubrir lo que la razón exigía de él se corresponde, al menos hasta cierto punto, con el sentimiento de librarse del desasosiego interior que otros afirman haber descubierto tras aceptar como pro pia la inexorable voluntad de Dios. 1 4 Hasta aquí he sostenido que el amor no necesita ba sarse en ningún juicio o percepción relativa al valor de su objeto. Apreciar el valor de un objeto no es una con dición esencial para amarlo. Naturalmente, es posible que juicios y percepciones de este tipo hagan surgir el amor. Sin embargo, éste puede surgir también de otras maneras. Por otra parte, la sensibilidad hacia los riesgos y costes de amar suele inducir a las personas a intentar minimizar la probabilidad de amar cosas que no les pa recen especialmente valiosas. Se sienten poco inclina das a vincularse amorosamente a menos que crean que el hecho de amar les producirá un daño relativo, a ellos o a cualquier otra cosa que quieran. Además, de mane ra natural preferirán no dedicar la atención y los desve los que amar exige a menos que consideren que éstos son deseables para el bienestar del amado. 13 . Paraíso, 3 .85 DEL AMOR, Y SUS RAZONES 87 Por otra parte, lo que una persona ama revela algo importante sobre ella. Refleja su gusto y su carácter; o puede reflejarlo. A menudo las personas son juzgadas y valoradas por aquello que aman. Por tanto, el orgullo y la preocupación por su reputación les induce a pensar, en la medida de lo posible, que lo que aman es algo que ellos mismos y los demás consideran valioso. Lo que una persona ama o deja de amar puede con tar en su favor. O puede desacreditarle, por ser algo que pone en evidencia su mala naturaleza moral, o que es superficial, o que tiene mal juicio, o que de una ma nera u otra revela sus carencias. Una forma de amor a la que todos tendemos, y que por lo general dice poco a favor del amante, es el amor hacia uno mismo. La pro pensión hacia el amor a uno mismo puede no ser uni versalmente condenada como algo inmoral. Sin embar go, merece una consideración negativa y poco atractiva, indigna de ningún respeto especial. Las personas jui ciosas dan por supuesto que hay mejores formas de uti lizar el amor que dirigiéndolo hacia uno mismo. Aunque no es así como parece que sean las cosas tras haberlas examinado a la luz de la definición gene ral del amor que acabo de plantear. En el capítulo si guiente desarrollaré una forma de comprender el amor hacia uno mismo que fundamenta una actitud hacia éste bastante distinta de la que acabo de esbozar. Y sos tendré que, lejos de demostrar un defecto del carácter o de ser un signo de debilidad, llegar a amarse a uno mis mo es el logro más profundo y esencial (y de ninguna manera el más fácil de conseguir) de una vida seria y plena.
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