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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 
PROGRAMA DE POSGRADO EN LETRAS 
 
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS 
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOLÓGICAS 
 
 
 
ENRIQUE DE OLAVARRÍA Y FERRARI VISTO A TRAVÉS DE SU BIBLIOTECA PARTICULAR. 
 
 
 
TESIS 
QUE PARA OPTAR POR EL GRADO DE 
MAESTRÍA EN LETRAS 
(LETRAS MEXICANAS) 
PRESENTA 
CUAUHTÉMOC PADILLA GUZMÁN. 
 
ASESOR: 
DR. PABLO MORA. 
 
 
 
2009
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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 2
ÍNDICE. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Introducción……………………………………………………………………………………….4 
La biblioteca personal de Enrique de Olavarría y Ferrari………………………………………..12 
1. Publicaciones efímeras………………………………………………………………………...24 
a) Introducción, 24. b) Antecedentes, 26. c) Colecciones en bibliotecas particulares, 27. d) Las 
colecciones de impresos efímeros en la biblioteca particular de Enrique de Olavarría y Ferrari, 
29. e) El problema de la acumulación material de las colecciones, 30. f) Manipulación de 
contenidos de las colecciones, 31. g) Calendarios y periódicos, 32. h) Folletos y obras pequeñas, 
34. i) Conclusiones, 40. 
 
2. Obras narrativas……………………………………………………………………………….42 
a) Introducción, 42. b) La narrativa en México antes de la llegada de Enrique de Olavarría, 44. 
c) La literatura universal en tiempos de Enrique de Olavarría, 49. d) La colección de Enrique de 
Olavarría y el panorama literario de su tiempo, 51. e) Los clásicos, 53. f) Novelas, 54. g) 
Lecturas de la obra de Benito Pérez Galdós, 56. h) Narrativa breve, 59. i) Leyendas, 63. j) 
Memoria y biografía, 64. k) Jerarquías de la narración, 65. l) Colecciones dentro de la 
colección, 66. m) Conclusiones, 67. 
 
3. Obras académicas……………………………………………………………………………...70 
a) Introducción, 70. b) Antecedentes, actividades culturales informales, 71. c) De las actividades 
culturales informales a la educación formal, 73. d) Las bibliotecas en tiempos de Enrique de 
Olavarría, 75. e) Obra académica de Enrique de Olavarría, 78. f) La lectura y la academia, 81. 
g) Las obras académicas en la biblioteca particular de Enrique de Olavarría, 84. h) La lectura y 
las genealogías de la academia, 88. i) Geografía del conocimiento, 89. j) Márgenes de los 
estudios académicos, 91. k) Conclusiones, 93. 
 
 3
Conclusiones……………………………………………………………………………………..95 
Apéndice. Borradores para el catálogo de mis libros………………………………………….105 
1. Calendarios............................................................................................................106 
2. Folletos y obras pequeñas......................................................................................120 
3. Obras literarias.......................................................................................................150 
4. Periódicos (semanarios literarios y políticos)........................................................164 
5. Gramática, retórica, poética...................................................................................173 
6. Compendios, epítomes, manuales..........................................................................181 
7. Obras varias...........................................................................................................189 
8. Literatura extranjera...............................................................................................193 
9. Obras de religión....................................................................................................196 
10. Obras francesas de educación y recreo................................................................198 
Bibliografía……………………………………………………………………………………..201 
 
 4
INTRODUCCIÓN. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Los orígenes de esta investigación están diseminados en todo el Archivo Personal de Enrique de 
Olavarría y Ferrari. Están, como es evidente, en las páginas de los Borradores para el catálogo 
de mis libros, en las que Enrique de Olavarría registró meticulosamente el contenido de su 
biblioteca, y están también en cartas, cuadernos de notas, fotografías y otros documentos que, 
aunque inconexos en apariencia, resultaron imprescindibles al vincular las varias cosas de este 
mundo que tocó una sola inteligencia en su cotidianeidad. La extensión de su entendimiento 
pasaba por los libros y llegaba a los papeles menudos. El escritor no existe exclusivamente en la 
escritura, también queda algo suyo en todos los momentos, objetos y relaciones que participan de 
su experiencia de vida y que constituyen, directa o indirectamente, elementos premonitorios de la 
obra literaria; es así que el escritor está también en las obras de otros. Lo que escribió y lo que 
leyó tienen una importancia equiparable, como también ocurre con los libros y la vida fuera de 
los libros. 
Enrique de Olavarría y Ferrari nació en Madrid el 13 de julio de 1844. Estudió en la 
Universidad Central de esta misma ciudad, de donde egresó como bachiller en artes. En 1865 
visitó México por primera vez y colaboró en algunos periódicos, como La Sombra y El Boletín 
Republicano. En los tiempos de la República Restaurada asistió a las veladas literarias que 
presidía Ignacio Manuel Altamirano y comenzó a desempeñar labores docentes en instituciones 
académicas como el Conservatorio de Música y Declamación, la Escuela de Artes y Oficios para 
 5
Señoritas y la Escuela Normal Central Municipal. En 1874 volvió a España. Allá preparó su 
primer libro importante, El arte literario en México, recopilación de textos publicados 
originalmente en la Revista de Andalucía en los que evalúa las experiencias de su primera época 
mexicana. En 1878 regresó a México y en 1880 adoptó la nacionalidad mexicana. En este mismo 
año comenzó a escribir sus Episodios históricos mexicanos, obra que concluyó en 1887, y 
también la Reseña histórica del teatro en México, en la que siguió trabajando hasta los últimos 
años de su vida. Escribió el cuarto tomo de México a través de los siglos, que fue publicado en 
1888. Perteneció a importantes asociaciones políticas y literarias de la época. Tras el fin del 
Porfiriato, siguió desempeñando labores docentes y mantuvo lazos con algunos escritores, pero 
su situación había cambiado radicalmente. Las cosas perdieron el lustre de tiempos mejores. Es 
difícil desentrañar el sentido que tenía en esos últimos años la felicidad para Enrique de 
Olavarría, si es que existía alguna. Su esposa, Matilde Landázuri de Olavarría, murió en 1914; de 
tres hijos que tuvo, Enrique, Ramón y Matilde, sólo la última le sobrevivió (Enrique murió en 
1881 y Ramón en 1899). 
Al final de su vida Enrique de Olavarría y Ferrari, hombre de letras, pensó en 
desprenderse de su biblioteca particular. En 1913 comentó el asunto con Ezequiel A. Chávez, 
quien podía mediar en la adquisición de la biblioteca por alguna institución pública. Sin 
embargo, este proyecto no llegó a buen fin. Eran tiempos difíciles. El estallido de la Revolución 
Mexicana había sumido al país en una aguda crisis, que tuvo consecuencias directas en el mundo 
de los libros. Las bibiotecas y los archivos institucionales se vieron afectados. En una carta del 
18 de diciembre de 1913 Chávez le comunica con pesar a Olavarría que la venta de su biblioteca 
particular se dificultaba debido a “la actual crisis económica que elpaís sufre.” A pesar de esto, 
Chávez le solicitó a Olavarría lo siguiente: “¿podría usted proporcionarme un catálogo o una lista 
de los libros de su biblioteca y de la suma que desea obtener como precio de ella?”1 Es de 
suponer que en esta solicitud se encuentre el origen del catálogo de la biblioteca particular que 
bajo el título de Borradores para el catálogo de mis libros elaboró Olavarría y Ferrari.2 
A la postre la transacción no tuvo lugar y los libros se perdieron. El panorama desolador 
que envuelve a la desaparición de la biblioteca particular de Enrique de Olavarría se hace eco del 
 
1 Archivo Personal de Enrique de Olavarría y Ferrari (APEOF), Caja 29, Expediente 1, Documento 90, registro 
2514. Es posible consultar este documento, así como el resto de la correspondencia de Enrique de Olavarría y 
Ferrari, en línea en el sitio www.coleccionesmexicanas.unam.mx . 
2 La estimación económica queda sin responder. Ni en el catálogo ni en la correspondencia existen datos al respecto. 
 6
que envolvía a la producción editorial. En este tiempo, escribió Genaro Estrada, “se aburrían las 
prensas” y “la aparición de un libro tenía las proporciones de un acontecimiento nacional.”3 En 
palabras de Carlos Monsiváis, que se refieren al ambiente cultural de la generación de 1915, “no 
existe un público preparado y crítico y no hay posibilidades mayores de publicar o tiempo de 
estudio y reflexión.”4 Además de hacerse evidentes en el desarrollo de la empresa editorial, los 
efectos de la crisis también perturbaron la vida privada de los hombres de letras. Las 
generaciones previamente consagradas sufren la Revolución de manera distinta que las más 
jóvenes, como la del Ateneo de la Juventud y la generación en ciernes que incluiría, entre otros, a 
Daniel Cosío Villegas y Antonio Castro Leal. Mientras que la Revolución significó para los 
jóvenes escritores el acontecimiento fundacional de su vida pública, entre los viejos escritores 
acentuó el sentimiento de aislamiento e incomunicación que había comenzado a formarse en sus 
psicologías desde años antes. Alejados de la vida pública, la crisis revolucionaria los afectó de 
una manera particular. Esta condición moldeó los capítulos finales de su biografía literaria. La de 
Enrique de Olavarría trasluce características que Francisco Bulnes atribuía a la clase política 
porfirista. “Todas esas figuras”, escribió, “estaban impregnadas de las preocupaciones, de los 
errores, de las visiones, de las poesías, de los espejismos, de la atmósfera de hospital, en una 
palabra, de la vejez de la Dictadura.”5 Los primeros atisbos de envejecimiento aparecen en la 
biografía literaria de Enrique de Olavarría en 1909, cuando dirige varias cartas a instancias 
institucionales solicitando licencia temporal por enfermedad, a las que les siguen otras más al 
año siguiente.6 En 1912 la junta directiva del Colegio de la Paz, en el que había participado 
primero como profesor y luego también como administrador, le presenta una propuesta de 
jubilación.7 En lo tocante a sus actividades propiamente literarias, el 23 de septiembre de 1911 
abandonó definitivamente la redacción de la Reseña histórica del teatro en México en las 
siguientes circunstancias: 
 
[…] su autor, con la pluma en la mano y ocupado en su tarea, se vio súbitamente 
 
3 Genaro Estrada, “Los libros del año” [1917], en Obras, México, FCE, 1983, p. 319. 
4 Carlos Monsiváis, “Notas sobre la cultura mexicana en el sigloXX”, en Historia general de México, vol. 2, 
México, El Colegio de México, 1999, p. 1408. 
5 Francisco Bulnes, El verdadero Díaz y la Revolución, México, Editora Nacional, 1967, p. 372. 
6 Cf. APEOF, C1, E4, D2, registro 15; C1, E4, D3, registro 17; C1, E4, D6, registro 18; C1, E4, D8, registro 23; C1, 
E4, D9, registro 24. 
7 Cf. APEOF, C1, E5, D15, registro 34. 
 7
adolecido por terrible dolencia que en los primeros momentos y días sucesivos puso en 
grave riesgo su vida y le dejó casi inválido e incurable, incapacitado para proseguir su 
labor.8 
 
Olavarría confiesa que las últimas secciones de la obra carecen de mérito literario. Durante 1914 
escribe para Revista de Revistas sus últimos textos en ver la luz pública; su amigo Luis G. Urbina 
lo instó a publicar en esta revista nuevas entregas de su Reseña histórica pero el proyecto no 
alcanzó a realizarse.9 
Todos estos funestos acontecimientos en la biografía literaria de Enrique de Olavarría, 
transición progresiva y amarga del acto de la escritura al silencio, anteceden y circunscriben a la 
redacción del catálogo de su biblioteca particular. La existencia de esta especie de documentos 
no es extraña en la literatura mexicana. Las condiciones de su elaboración sí lo son. 
Habitualmente les corresponde llevarla a cabo a personas extrañas a la biblioteca cuando el 
propietario original ya ha muerto, con el objetivo de agilizar su venta o donación. El caso de 
Olavarría varía porque es él mismo quien redacta el documento, en un momento que coincide 
con el agotamiento de sus poderes creativos. En un sentido figurado, la redacción del catálogo se 
vincula igualmente con la muerte del Olavarría lector, aunque el doble de este lector, el otro 
Olavarría, la figura de sociedad, el hombre de familia, el viudo melancólico, le haya sobrevivido. 
La muerte del hombre de letras no es un acontecimiento ajeno a la biografía literaria de 
Enrique de Olavarría. Como director de la segunda época de El Renacimiento tuvo que atestiguar 
la muerte de distinguidos escritores, Francisco Pimentel, José Tomás de Cuellar, Luis G. Ortiz y 
otros más, cuya desaparición implicaba la descomposición de un proyecto de lectura orgánica de 
la tradición literaria mexicana, interrupción de la que Olavarría era plenamente conciente.10 Estos 
hombres de letras, como escribió entonces con motivo de la muerte de Josefina Pérez de García 
Torres, faltaban a la empresa literaria cuando más necesitaba de ellos.11 Tras la muerte de 
Cuellar, a un año de la de Altamirano, Antonio de la Peña y Reyes escribió en las páginas de El 
Renacimiento: “yo no puedo concebir más que en ellos esa dulce esperanza de una literatura 
 
8 Enrique de Olavarría y Ferrari, Reseña histórica del teatro en México, México, Porrúa, 1961, p. 3379. 
9 APEOF, C29, E1, D108, registro 2532. 
10 Cf. Enrique de Olavarría y Ferrari, “Conclusión”, en El Renacimiento, segunda época, entrega 25 (24 de junio de 
1894), p. 399. 
11 Enrique de Olavarría y Ferrari, “Fallecimiento de la señora doña Josefina Pérez de García Torres”, en El 
Renacimiento, entrega 18 (13 de mayo de 1894), p. 295. 
 8
nacional.”12 Olavarría, como editor, revalidaba estas palabras. 
La elaboración del catálogo de su biblioteca al final de su vida ocurre dentro de esta 
misma atmósfera elegiaca. El documento es su testamento literario. La muerte del lector 
implícita en la propuesta de venta de su biblioteca particular, entreverada con los 
acontecimientos personales y literarios antes mencionados, separa a la biografía literaria de 
Enrique de Olavarría de las de sus precursores y acentúa el talante peculiar de su modernidad. 
Entre Olavarría y los lectores que lo precedieron media la unificación del sistema burocrático 
mexicano, que desde los tiempos del Porfiriato hasta nuestros días ha proporcionado el sustento 
de numerosos hombres de letras. El retiro laboral de Olavarría y la decisión de desprenderse de 
su biblioteca particular no son dos hechos aislados. La profesionalización del escritor, que ya se 
anunciaba como necesaria desde décadas anteriores, fue un hecho que moldeó de manera 
decisiva su biografía literaria, y la composición de su biblioteca particular no se mantuvo al 
margen de sus consecuencias. Los intelectuales de mediados de siglo percibieron la proximidad 
del problema de la profesionalizacióndel escritor. Francisco Zarco hizo del objeto de la literatura 
el tema de su disertación en el Liceo Hidalgo en 1851. Se preguntaba si el escritor seguiría 
siendo considerado “incapaz de llenar sus deberes sociales”.13 En tiempos de la República 
Restaurada ya era habitual que el hombre de letras se debatiera entre el desinterés económico y la 
profesionalización. El joven Olavarría lo hizo. En una época en que su futuro permanecía abierto 
a cualquier posibilidad, José María Vigil lo instó a fijar su residencia en México. “La juventud, 
la dedicación, la constancia y una conducta intachable,” le escribió en una carta, “son elementos 
importantes que Usted posee y que constituyen un verdadero capital moral que le ofrece en 
perspectiva un porvenir seguro y digno.”14 La caracterización definitiva del profesionista de las 
letras ocurrió en el ámbito de las instituciones educativas, en donde Olavarría fungió como 
profesor y autor de libros de texto. Asimismo, su correspondencia con editores da cuenta de la 
importancia que el beneficio económico tuvo en otros proyectos culturales.15 La gestión del 
retiro y la pensión de Enrique de Olavarría son la evidencia palmaria de que el hombre de letras 
 
12 Antonio de la Peña y Reyes, “Facundo”, en El Renacimiento, entrega 6 (18 de febrero de 1894), p. 97. 
13 Francisco Zarco, “Discurso sobre el objeto de la literatura”, en Obras completas XVII, México, Centro de 
investigación científica Jorge L. Tamayo A. C., 1994, p. 765. 
14 APEOF, C6, E5, D15, registro 97 (carta de Vigil a Olavarría con fecha de 16 de agosto de 1875). 
15 Cf. las cartas de los editores Filomeno Mata, Francisco Díaz de León y Santiago Ballescá contenidas en el APEOF 
y fácilmente consultables en el sito de Internet anteriormente mencionado. 
 9
ha elegido el camino de la profesionalización y que finalmente ha elegido por igual una de sus 
salidas. 
Olavarría encarna a varias facetas del profesionista de la literatura de fines del siglo 
XIX, al pedagogo predominantemente, pero también al novelista, al periodista y al historiador, 
cada una de ellas una manifestación emblemática del fenómeno literario. Lo mismo ocurre 
dentro de su biblioteca, en donde cada aspecto de su trayectoria profesional se ve reflejado. Un 
diagnóstico objetivo de las implicaciones que el pacto económico haya tenido en la esencia de lo 
literario se encuentra demasiado expuesto a imprecisiones subjetivas. Sin embargo, es evidente 
que a comienzos del siglo XX las relaciones admitidas entre la experiencia literaria y la 
economía suscitaron interrogantes. Es así que, mientras el joven filósofo Antonio Caso postulaba 
una existencia económicamente desinteresada dedicada a las artes, el anciano profesionista del 
arte literario, Enrique de Olavarría, llegaba al final de la suya.16 Los síntomas de la 
transformación del sistema literario residen en contrastes como éste. Comenzaron a aflorar 
discrepancias insalvables entre la lectura de la tradición hecha por Olavarría y las hechas 
posteriormente. El retraimiento de Olavarría implicaba la descomposición de una economía del 
conocimiento que se encontraba al borde de una revolución inaplazable. La interpretación del 
catálogo de la biblioteca personal de Enrique de Olavarría contribuye a resarcir los vínculos rotos 
entre su universo literario y el nuestro. 
El presente trabajo constituye en buena medida una exploración en la escatología de la 
literatura. Así como existe una historia de la creación y la fama de los libros, también es preciso 
considerar la posibilidad de proseguir esta historia hasta sus momentos postreros, cuando el libro 
cae de las manos del lector y las bibliotecas se descomponen. También la desaparición de las 
bibliotecas es un fenómeno sujeto a la lógica de la historia, así como a sus singularidades y 
malevolencias. En cada época la desaparición de una biblioteca se escenifica en circunstancias 
específicas e irrepetibles. La biblioteca particular de Enrique de Olavarría cobró forma con 
posterioridad a un periodo de intensa violencia, en el que no pocos libros fueron consumidos por 
el fuego y otros tantos fueron objeto de pillaje. Con el inicio de la República Restaurada y luego 
 
16 Caso sostiene que “el arte no es una actividad económica. Mientras más se renuncia a tener para consagrarse a 
contemplar, se logra mejor espíritu artístico”, afirmación que en lo que respecta al arte literario ocurre en abierta 
oposición al recurso de la adquisición de libros. El artista evita someterse a “cánones elaborados a posteriori por 
retóricos y académicos”, entre los que habría que ubicar a Enrique de Olavarría (cf. Antonio Caso, Antología 
filosófica, México, UNAM, 1993. pp. 50-56). 
 10
de manera resuelta cabe los confines de la paz porfirista, el mundo de libro no permaneció 
exento de los efectos que el establecimiento de un orden de derecho y el respeto del comercio y 
la propiedad privada tuvieron en la vida pública, por lo que se produjo un florecimiento de las 
bibliotecas particulares. En el siglo XIX no se conocieron bibliotecas particulares tan ricas, tan 
variadas ni tan ambiciosas como las que existieron en el Porfiriato. Muchas de ellas se formaron 
bajo influencias intelectuales asociadas cabalmente con el positivismo, influencias como el 
cientificismo, la especialización y el pragmatismo. En términos generales la biblioteca particular 
de Enrique de Olavarría cabe dentro de este perfil. Los intereses, habilidades y estrategias de 
lectura reflejados en el catálogo comunican noticias puntuales de un universo literario que 
prosperó bajo las directrices culturales del positivismo. Las secciones del catálogo de la 
biblioteca que contienen la literatura académica y técnica resultan ejemplos particularmente 
ilustrativos al respecto. Sin embargo, no ha de suponerse que la integridad del catálogo 
constituye un espécimen fidedigno del universo literario de un positivista. El mérito del estudio 
de esta especie de documentos reside, precisamente, en el descubrimiento de realidades diversas 
contiguas a la noción aceptada de la realidad. 
Durante el Porfiriato la violencia y la ilegalidad dejaron de influir en la desaparición de 
las bibliotecas con la tenacidad de épocas anteriores. En los últimos años de su vida, Enrique de 
Olavarría se vio obligado a desprenderse de su biblioteca. Este acontecimiento de la vida privada 
nos ubica en un punto neurálgico en la historia de la desaparición de las bibliotecas particulares, 
en el que el destino último de la propiedad privada se concatena con el curso de las instituciones. 
Así como Olavarría tomó en consideración la posibilidad de que su biblioteca particular pasara a 
manos de una institución, otros hombres de letras hicieron lo mismo. La desaparición de la 
biblioteca particular se transfigura y el orden de los libros experimenta una recomposición dentro 
de la biblioteca institucional. Este prodigioso renacimiento ha caracterizado al desarrollo de las 
bibliotecas institucionales desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. Como es evidente en 
la historia de nuestra Biblioteca Nacional de México, la integración de acervos particulares 
contribuyó en gran medida a consolidar sus fondos modernos y contemporáneos, y ha adquirido 
constancia como un recurso fundamental en la integración del patrimonio literario de la nación 
que, de esta manera, no sólo cuenta con libros sino con lecturas entre sus tesoros. 
El destino de la biblioteca particular de Enrique de Olavarría es afín a esta tendencia, a 
 11
juzgar por el testimonio epistolar al que se hizo mención al principio, pero sus intenciones no 
alcanzaron a materializarse cabalmente. Si bien su Archivo Personal pudo conservarse, primero 
en manos de los descendientes de Olavarría, luego en las de la familia Porrúa y en la actualidad 
en el Fondo Reservadode la Biblioteca Nacional de México, los libros de su biblioteca particular 
conocieron una suerte distinta. Algunos, ejemplares propios de los que había escrito él, se 
conservaron dentro del mismo Archivo Personal, pero de la mayoría queda solamente la mención 
en el catálogo. Otros más, aunque no podemos aseverar cuántos con certeza, existen en los 
fondos generales de la Biblioteca Nacional de México y acaso también de otras, sin que se haga 
mención explícita del hombre que fue su propietario, confundidos entre otros anónimamente. 
 12
LA BIBLIOTECA PERSONAL DE ENRIQUE DE OLAVARRÍA Y FERRARI. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Antes de pasar a los temas centrales de esta investigación, haré un repaso general del contenido 
de la biblioteca personal de Enrique de Olavarría y Ferrari. El catálogo da constancia de mil 
quinientos sesenta y ocho títulos. Están repartidos en diez secciones, que son, siguiendo los 
nombres y el orden que Olavarría les dio: “Calendarios”, “Folletos y obras pequeñas”, “Obras 
literarias”, “Periódicos (semanarios literarios y políticos)”, “Gramática, retórica, poética”, 
“Compendios, epítomes, manuales”, “Obras varias”, “Literatura extranjera”, “Obras de religión” 
y “Obras francesas de educación y recreo.” Entre los calendarios existen 372 títulos, que abarcan 
un siglo de historia del impreso, desde comienzos del siglo XIX hasta comienzos del siglo XX. 
No existe un perfil ideológico específico que vincule los títulos; por el contrario, es evidente que 
el motivo del coleccionista no es la afinidad emocional o intelectual de la lectura sino la 
ambición de abarcar un espectro general del impreso en este periodo de tiempo. Es una lectura de 
investigación la que rige al conjunto, lo que también se deja ver en las acotaciones que 
ocasionalmente aparecen al margen de los títulos, las cuales hacen alusión a detalles del 
contenido, como un texto o una imagen. Así, por ejemplo, en el calendario que imprimió 
Murguía en 1860 se señala que contiene una pastorela, o en el que imprimió Simón Blanquel en 
1867 que contiene un retrato de Maximiliano. Parte considerable de esta colección la forman los 
calendarios de Cumplido y de Galván, que forman una suerte de apartado especial dentro del 
conjunto general. Hay notas ocasionales en el registro que pretenden resarcir un error en el orden 
 13
de los calendarios cometido por el encuadernador, de donde se desprende que nuestro lector 
agrupaba los títulos en volúmenes que, además de facilitar el uso físico de los materiales, 
respetaban la cronología y la autoría del título. 
Esta sección sólo es superada en número por la sección de “Folletos y obras pequeñas”, 
con sus 458 títulos, que la hacen la sección más numerosa de todas. Su contenido suscita 
interesantes conjeturas en torno a la gama de impresos que en el siglo XIX mediaba entre la 
publicación periódica y la forma canónica del libro. Así como en la anterior, en esta sección 
tampoco existe un común denominador en el contenido de los títulos. Por el contrario, la 
variedad temática es tan acentuada que ella misma ha de considerarse como una característica 
esencial de la sección. Cada título añade una nueva región en el panorama de las lecturas de 
Olavarría. Es el alter-ego del especialista el que domina en estos estantes de la biblioteca, el 
curioso de todos los temas. El folleto no exige al lector la misma fidelidad que el libro. Dura sólo 
unas páginas. La acepción habitual del folleto se restringe a delimitar su extensión, hasta las 48 
páginas, sin precisar la diversidad de contenido que puede encontrase en ellas. Aunque no 
podamos asegurar que esta regla de extensión se respete en todos los casos, es evidente que todas 
son obras breves. En unos casos son pequeños libros, en otros son reportes científicos o 
jurídicos, y en otros más no son sino manuales, irremediablemente breves y sin más fin que 
instruir. La sección de folletos es el lugar al que llegan los impresos que no son publicaciones 
periódicas y que son muy breves para ser libros. Así que provienen de todas las variantes 
temáticas representadas por otras secciones de la biblioteca, en las que no permanecieron por un 
criterio estrictamente formal. El primer título de la sección es un volumen de documentos 
parlamentarios y después se pueden encontrar reportes científicos, reglamentos, reseñas 
históricas, panfletos políticos y obras de invención literaria. Se indica que los títulos n 
permanecen sueltos, sino que forman tomos. Una nota al margen indica los títulos que forman 
cada tomo, hasta sumar 63 tomos en su totalidad (se indica que el último tomo estaba por 
completarse, todavía no está empastado, lo que nos sirve para imaginar la manera en que 
Olavarría hacía empastar los títulos conforme se acumulaban en su biblioteca junto con otros de 
una temática semejante). A manos de Olavarría parecía llegar, en mayor o menor cantidad, todo 
tipo de literatura, que él se ocupaba de agrupar y reordenar de acuerdo con sus necesidades. 
La sección de “Obras literarias” consta de 231 títulos. Se trata en su gran mayoría de 
 14
obras en lengua española. Para las escritas en otras lenguas Olavarría preparó una sección de 
literatura extranjera. Si bien Olavarría dejó dicho en su obra escrita lo que era para él la 
literatura, apreciar las obras que el incluía dentro de este canon elaboran su concepto de manera 
más rica y sugerente. Sus textos pedagógicos describen el marco por el que lee y esta sección de 
la biblioteca describe lo que lee a través del marco. Hay obras pertenecientes a todos los géneros, 
poesía, narrativa breve, novela, teatro, diálogo, y también obras pertenecientes a géneros que no 
suelen asociarse comúnmente con la literatura, como una enciclopedia, que cuenta como 
directores a Flores García y del Pino (el título número 35 de la sección), o un Código del duelo, 
de Anselmo Alfaro y Joaquín Larralde (el título número 72). Es evidente que Olavarría fue un 
ávido lector de obras literarias impresas en la segunda mitad del siglo. Esta sección traslada en 
buena medida el círculo de amistades de Olavarría al mundo de los libros. Nos topamos de nueva 
cuenta con conocidos que en otras ocasiones acompañaban a Olavarría en veladas literarias o que 
le dirigían cartas afectuosas. Son los mismos, vueltos libros. 
Sigue las sección de “Periódicos (semanarios literarios y políticos)”, que consta de 109 
títulos. Aquí se incluyen todos los periódicos y revistas que Olavarría adquirió mientras 
aparecían, o de los que se hizo de una u otra manera, por oficios de coleccionista, así como los 
que él mismo editó, como su edición de El Renacimiento de 1894. Olavarría supo hacerse de 
ejemplares de todas las décadas del siglo XIX, exceptuando la primera, y de las dos primeras del 
siglo XX. El título más antiguo es El Perico de la Ciudad, de Juan Bautista de Arizpe, y data de 
1812. El más reciente es La Semana Ilustrada, de Ernesto Chavero, y data de 1914. Si bien el 
ingenio de coleccionista de Olavarría le permitió ensamblar una muestra representativa de todo 
un siglo de publicaciones, son los años en los que debió adquirir los títulos conforme aparecían, 
en los que leía los impresos al momento de su publicación, los que forman el periodo de tiempo 
con mayor cantidad y variedad de títulos. La familiaridad con que Olavarría se acerca a lo 
publicado en su tiempo separa a buena parte de los títulos del resto. La cantidad de títulos 
aumenta en las décadas en que Olavarría se mostró más activo en el campo literario. Hacía 
literatura y la consumía con avidez. 
La sección de “Gramática, retórica, poética” no es muy extensa. Consta de 82 títulos. En 
ella se encuentran los títulos que Olavarría utilizó al preparar sus propias obras de gramática, 
retórica y poética. Esta es la sección de la biblioteca que refleja los intereses del especialista. No 
 15
es de extrañar que el margen de tiempo porel que se extienden los años de edición de los títulos 
sea más limitado que en otras secciones. Esta tendencia obedece a la necesidad del lector por 
mantenerse al tanto de los avances, o cambios de paradigma, en la materia. Podemos intuir que 
Olavarría tenía estos libros a la mano mientras escribía de asuntos académicos. Los hojeaba, 
cotejaba datos, extraía fragmentos. Son libros que leía mientras hacía libros. Aquí también se 
encuentran títulos que demuestran que el interés de Olavarría no se confinaba estrictamente a las 
materias de que escribía en sus libros. Hay títulos que conservaba por un interés histórico, como 
la edición de 1609 de la Ortografía castellana de Mateo Alemán, o unas gramáticas de lenguas 
nativas mexicanas publicadas en el siglo XVIII, que en el conjunto general sobresalen como 
excepciones. Como se ve, el filólogo no era capaz de desprenderse de su bibliofilia. El resto de 
los títulos fueron publicados en el siglo XIX, y hay incluso un par de ediciones de la Gramática 
de la Real Academia Española publicadas en 1911 y 1914. En su mayoría pertenecen a las dos 
últimas décadas del XIX, es decir que son contemporáneos de la época en que Olavarría se 
involucró más activamente en la enseñanza del idioma español. Para entender esta sección hay 
que depurar el sentido que tiene leer aquí. Estos libros no se leyeron como se leían los poemarios 
o las fábulas morales. Aquel regusto de lectura retrocede ante la necesidad científica y 
pragmática del libro. El lector recurría a él por motivos de necesidad y no se demoraba más de la 
cuenta en extraer los datos requeridos. 
La sección que sigue, “Compendios, epítomes, manuales” es un poco más extensa 
(consta de 125 títulos) y guarda cierto parentesco con la anterior. Es decir que la contigüidad 
entre las secciones no es accidental. Los títulos de esta sección también se leyeron por motivos 
instrumentales más que por ocio o divagación. Su tema ya no se limita a asuntos de lengua y 
poética, aunque existen en ella títulos sobre estos asuntos que bien podrían estar incluidos en la 
sección anterior, como Nociones de lenguaje gramatical de Ramón Manterota, o Voces de 
dudosa ortografía de José Manuel Marroquín. El tema general tiene que ver con todos aquellos 
asuntos en los que nuestro lector requería o podría haber requerido estar instruido, no de una 
manera académica y especializada pero sí de una manera general y suficiente. La variedad 
temática es enciclopédica y el conjunto de todos los títulos da forma a una versión rudimentaria 
de enciclopedia. Hay un Manual del cajista y de la tipografía de José María Palacios, un manual 
de astronomía (La astronomía al alcance de todos) y uno de ajedrez (El juego de ajedrez), una 
 16
adaptación para niños de la Historia natural de Buffon, una Cartilla de electricidad práctica de 
Eugenio Agacino y Martínez, un Manual del operario en madera de Manuel Cabezas, un 
Compendio del manual de urbanidad y buenas maneras de Manuel Antonio Carreño, un Manual 
de litografía de J. Zapater y Jareño. Imaginemos la manera en que la mirada del lector recorre 
estos títulos con la impresión de poder encontrar un manual apropiado para cualquier 
circunstancia. Si bien esta sección se asemeja a la anterior en su enfoque pragmático e 
instrumental del conocimiento, no podría ser más distinta a ella en lo que se refiere al perfil 
temático de los títulos. No es una sección especializada en un tema sino que los trata todos de 
manera general. Al poner esta sección junto a aquella Olavarría pareciera querer demostrar que 
un extremo de la biblioteca acaricia al otro y se confunden, que el especialista y el aficionado no 
son tan distintos tan pronto abren un libro. 
En esta biblioteca hay, como en todas las bibliotecas, como en todos los sistemas de 
clasificación, secciones que funcionan como comodines, en las que cabe tanto una cosa como la 
otra, sin importar que tan disímil pueda llegar a ser, o precisamente a causa de esta misma 
disimilitud. Este es el caso de la sección de “Obras varias.” No es una sección muy extensa. 
Consta de 61 títulos. Hay títulos que podrían encontrarse en otra sección, como El médico 
práctico doméstico: enciclopedia de medicina, que bien podría estar en la sección anterior, o el 
Calendario de la mujer que ríe editado por Villanueva y Francesconi. El resto son títulos sobre 
asuntos variadísimos que matizan el orden estricto de la biblioteca con un dejo de excentricidad, 
lo que sienta la pauta para especulaciones sobre el lugar que ocupaba la excentricidad en el orbe 
de la cultura literaria. Este es el lugar de los libros raros de Enrique de Olavarría. Muchos 
esconden una historia secreta de nuestro lector, una biografía alterna, sugerida pero no dicha. 
¿Con qué fin pudo haber leído Olavarría La cartomancia antigua y moderna de Alberto 
D’Angers? Este título esta junto a El espiritismo de Allan Kardec, La magia negra. Arte 
adivinatoria y El non plus ultra del Lunario de Jerónimo Cortés, y poco después hay uno 
semejante, L’hiphotisme et le magnetismo de D. Cullere. Son precisamente los libros que no 
esperaríamos encontrar en la biblioteca de un historiador y pedagogo. El que los leyó es otro 
Olavarría, del que no sabemos nada. Como se verá más adelante, yo me he enfocado en los 
aspectos de la biblioteca que guardan una relación más evidente con su obra escrita. Tuve que 
delimitar mi tema pero de haber contado con el tiempo suficiente habría investigado más a fondo 
 17
el sentido que pudieron haber tenido estos libros para su lector. Aquí Olavarría tenía también un 
Manual del perfumista de Manuel Llofriu, un Plano del panteón de Dolores de Micaela 
Hernández y una guía de rutas de tren de Europa. Podemos atribuir la existencia de esta sección a 
motivos estrictamente prácticos; quizás era una estancia provisional de títulos que estaban 
destinados a otras secciones, como los calendarios o los manuales que aparecen ocasionalmente. 
Pero no restemos importancia al sentido que lo raro tiene en la biblioteca y en la lectura en 
general. Los libros como los que están aquí son los que nos inclinan a creer en la existencia de 
una identidad plural del lector, en un lector con múltiples disfraces, con identidades públicas y 
secretas, cada una con una idiosincrasia y una misión particulares. No podemos hablar de un 
único lector. Siempre debemos hablar de muchos, intuir la presencia de otro. 
La siguiente sección, “Literatura extranjera”, con 59 títulos, consta casi en su totalidad 
de libros franceses, de temas varios. La mayoría son títulos impresos en París. También hay aquí 
traducciones al español de obras francesas, impresas en Madrid y Barcelona, y unos pocos títulos 
impresos en otras ciudades de Europa y de los Estados Unidos. El asunto de los títulos abarca 
clásico de la literatura francesa, como Ronsard o Racine, y obras literarias más próximas a la 
época de Olavarría, como Alphonse Daudet y Catulle Mendes o Paul Bourget. Hay también 
obras de historia (varias son sobre México, como L’histoire du Mexique de Gaston Routier o Le 
Mexique tel qu’il est aujourd’hui de Francisco de Prida y Arteaga) y de educación (hay, entre 
otras, una fundamental, Les aventures de Télémaque de Fénelon), y también encontramos El 
contrato social de Rousseau. 
Esta sección y la anterior son como las orillas de este microsistema literario, son las 
órbitas exteriores, en donde el sentido de la categoría no recae sobre características positivas sino 
que se desliza en una sutil ambigüedad. Las cosas excluidas por criterios como “variedad” o 
“extranjería” son menos que las cosas que podrían estar dentro. Cerca de la orilla están también 
libros ordenados en un conjunto coherente y definido, cuya lectura, sin embargo, no marchaba en 
concordancia con otras que eran más importantes para definir la personalidad pública de Enrique 
de Olavarría. Así es lo que ocurre con la sección de “Obrasde religión.” Consta de apenas 20 
títulos y ninguno parecería haber llegado ahí por accidente, ni resulta ambigua su pertenencia al 
conjunto. Cualquier título es igualmente ejemplar del conjunto: Álbum de la coronación de la 
santísima virgen de Guadalupe, Los santos evangelios en castellano o El niño piadoso. Pero 
 18
como ni en su tiempo ni en la actualidad Enrique de Olavarría fue reconocido como un autor de 
asuntos religiosos esta sección queda a la zaga de otras. Pertenecieron a la cultura literaria de la 
intimidad, al mundo privado de los ritos familiares. 
La última sección, “Obras francesas de educación y recreo”, que consta de 51 títulos, 
está ligada a otras, como “Gramática, retórica, poética”, o “Literatura extranjera.” Todo lo que 
hay aquí pudo haber estado en esas dos secciones. Hay un ejemplar en francés de la Fábulas de 
La Fontaine, o uno de Cuentos de hadas de Perrault, así como obras de gramática y poética. 
Otros títulos, como Leçons de geographie o Chasse aux oiseaux, Manuel de l’oiseleur ou l’art de 
prendre, d’élever, d’instruire les oiseaux, bien pudieron haber pertenecido a la sección de 
“Compendios, epítomes, manuales.” Sin embargo estos libros tenían ciertas características que 
habrían permanecido indefinidas de haber resultado así las cosas. Olavarría manifiesta su 
tendencia francófila al dedicar una sola sección para estos libros. Es una muestra de la 
preponderancia que tenía la cultura francesa en la cultura universal. Es algo que él no puede 
pasar por alto al ordenar sus libros. Asimismo, la significativa relación entre educación y recreo 
que hay en el título se puede trasladar con la misma validez a otras secciones. Olavarría ligaba 
todo al aprendizaje y no había página que recorriera su mirada que no existiera a partir de ese 
momento dentro de un marco moralizador. Es un tema de capital importancia en la 
caracterización de Enrique de Olavarría como lector, quizás el más importante. 
La disposición de la biblioteca como conjunto general en subconjuntos individuales 
obedece tanto a necesidades formales como a requerimientos intelectuales. Las categorías 
bibliográficas y hemerográficas son de la misma manera categorías del pensamiento. Es posible 
desprender consideraciones de orden intelectual de las estadísticas propias de cada subconjunto, 
así como de la preeminencia o la discreción de cada subconjunto dentro del conjunto general. No 
se trata pues de una acumulación descompuesta de elementos, sino de la evolución armónica de 
una forma de pensamiento y una forma de acumulación material. La biblioteca es el nudo que 
sujeta a la realidad por sus extremos: el mundo de las cosas y el mundo de las ideas.17 
 
17 José María Vigil enfrentó el mismo problema de comunicar a las cosas con el orden de las cosas al asumir la 
dirección de la Biblioteca Nacional de México, en 1880: “mi primer pensamiento fue fijar una base de organización 
sencilla y completa, que facilitase el manejo de una biblioteca que adquirirá sin duda enormes proporciones, y que 
sin tal registro no sería más que una informe aglomeración de libros que prestaría muy poca utilidad.” José María 
Vigil, “Inauguración de la Biblioteca Nacional. Informe del Director”, en Boletín de la Biblioteca Nacional de 
México, año 1, no. 2 (31 de agosto de 1904), p. 21. 
 19
El universo del impreso experimentó una expansión extraordinaria durante el siglo XIX. 
En México la revolución de independencia también se manifestó como una revolución de la 
industria editorial. Comenzó a publicarse una mayor cantidad de obras referentes a una mayor 
cantidad de temas; asimismo, aumentó considerablemente el comercio de impresos provenientes 
del extranjero. Esta expansión es evidente en los inventarios de las obras que los editores y las 
librerías ponían a disposición del público en respuesta a la creciente demanda. Sin embargo, la 
oferta editorial sólo constituye uno de los extremos del universo del impreso. El otro se 
encuentra en las relaciones de lecturas y en las bibliotecas particulares, que rinden cuentas de la 
historia del impreso al llegar a las manos del lector. Ramiro Lafuente señala atinadamente que 
“se produjo un desarrollo de la comunicación impresa en donde el gobierno intervino como un 
factor de fomento de la industria editorial y del fortalecimiento de la enseñanza y de las 
bibliotecas.”18 La justa proporción del universo del impreso sólo se puede reconocer a través de 
los ojos de los lectores que se vieron envueltos en ella. Desde la perspectiva del editor y el 
librero, cada impreso está destinado a un ejemplo de lector específico. Estudiando los hábitos de 
lectura de un individuo en particular asoma la posibilidad de que un lector se multiplique en una 
diversidad de lectores. Enrique de Olavarría no fue un lector monotemático. Su interés abarcó 
varios temas, que cultivó simultáneamente a lo largo de su vida. Esta diversidad hizo posible que 
muchos libros que estaban destinados a llevar existencias separadas finalmente se encontraran. 
La inventiva del lector dio lugar a un universo literario insólito, escenario de nuevas aventuras 
del conocimiento. Las experiencias de un lector adquieren importancia en la historia de la cultura 
en la medida en que manifiestan la creatividad excepcional del ser humano. En un aspecto en 
particular su catálogo se asemeja a los inventarios de librerías tradicionales. El catálogo también 
constituye una aproximación al patrimonio del lector. La biblioteca particular de Enrique de 
Olavarría también representa una importante acumulación y podría ser objeto de meticulosas 
estimaciones económicas. 
El microcosmos literario de Enrique de Olavarría refleja fielmente características del 
macrocosmos literario mundial de finales del siglo XIX y principios del XX. Su biblioteca 
conjuga intereses variados, que se extienden desde la poesía y la ficción hasta las ciencias del 
lenguaje y los manuales técnicos. Detrás de esta diversidad se ocultan las proporciones que el 
 
18 Ramiro Lafuente, Un mundo poco visible: imprenta y bibliotecas en México durante el siglo XIX, México, CUIB-
UNAM, 1992, p. 96. 
 20
universo editorial había alcanzado tras décadas de crecimiento. A comienzos del siglo XIX el 
periodismo, la novela y la divulgación científica se encontraban en un estado embrionario. En 
tiempos de Olavarría alcanzaron a afianzar su posición dentro del campo literario, adquiriendo 
un cierto grado de autonomía con respecto a otras formas. En consecuencia, la conciencia y la 
competencia del lector evolucionaron hacia las formas complejas que caracterizaron a la vida 
privada en el fin de siglo. El universo literario consistía en una conjunción elaborada de intereses 
estéticos y de clase. Un corte transversal del fenómeno literario a fines del Porfiriato luce así en 
la memoria de Salvador Novo: “el pueblo leía novelas de Miguel Zévaco y versos de Antonio 
Plaza; la clase media, novelas de Dumas y versos de Juan de Dios Peza, la más atrevida 
aristocracia, novelas de Zola o de su doble femenino la Pardo Bazán, y versos… en francés.”19 
Sería impreciso describir este crecimiento como una trayectoria sustentada. Por el contrario, lo 
posibilitaron el esfuerzo y la obstinación de individuos y grupos que ocasionalmente irrumpieron 
en un ambiente editorial que con facilidad tendía al conformismo y la chapucería y lo 
revolucionaron.20 Esta pléyade de personajes, como Ignacio Cumplido y Vicente García Torres a 
mediados de siglo o Francisco Díaz de León y Victoriano Agüeros entre los contemporáneos de 
Olavarría, y sus obras dan continuidad a la historia de la edición en México en el siglo XIX. 
Olavarría demostró ser un gran conocedor del mundo editorial. También sus errores de 
interpretación contribuyen a precisar la concepción ideal que tenía del mundo del impreso en lamisma medida que la decepción que le producía el mundo editorial real. El orden de sus libros 
ratifica su interpretación de las glorias y las miserias de la edición. 
Su peculiar interpretación de lo bello y lo bueno influyó determinantemente en su forma 
de leer. Esta percepción ilumina y rige a sus obras, tanto las que escribió como las que dio a 
conocer. Como ocurre al inicio de la novela El caballero pobre de Henri Conscience, que 
Olavarría tradujo y publicó por entregas en las páginas de El Renacimiento, hay en los libros 
 
19 Salvador Novo, “Leños, libros y amigos –los más viejos, preferidos”, en El Libro y El Pueblo, tomo XI, no. 3 
(marzo de 1933), p. 93. 
20 “Hay que confesar el decidido mal gusto que se apodera de ciertos períodos ochocentistas, en los que la jactancia 
del fin de siglo comete en tantos órdenes –y en el de la tipografía, por de contado- los abusos más soeces, ya no sólo 
contra una depurada belleza, sino contra la más prudente discreción.” Enrique Fernández Ledesma, Historia de la 
tipografía en la Ciudad de México, México, UNAM, 1991, p. 21. 
 21
remedios del alma.21 Esta lectura moral se trasluce en todas las secciones de su biblioteca, sin 
importar la diversidad práctica, temática y formal. En vez de modificarse, la postura de Olavarría 
se fue radicalizando con el paso del tiempo, ajustándose cada vez más a las necesidades 
específicas de conocimiento de sus contemporáneos. En la actualidad muchos libros de su 
biblioteca han dejado de ser leídos y editados. Su colección de obras académicas expresa este 
distanciamiento con mayor exactitud. Ninguna forma de conocimiento manifiesta los efectos del 
tiempo como la literatura de carácter científico, en la que los paradigmas de conocimiento se 
suceden impasiblemente y unos libros de texto desplazan a otros. “No es extraño,” escribe T. S. 
Kuhn, “que tanto los libros de texto como la tradición histórica que implican, tengan que volver a 
escribirse inmediatamente después de cada revolución científica.”22 Las obras pertenecientes a 
otras secciones de su biblioteca también manifiestan este efecto de desplazamiento, aunque en 
menor grado. En la historia de la lectura, las épocas precedentes se caracterizan por la 
peculiaridad de sus libros, tras la que se esconde toda una cultura literaria. José María Vigil supo 
expresar la manera en que este fenómeno se vinculaba con la elaboración de una biblioteca en los 
siguientes términos: 
 
[…] en el avance intelectual de los pueblos no hay solución de continuidad. Cada 
generación trae su contingente de trabajo, que enriquecido con el legado de las 
generaciones que la precedieron, pasa íntegro a las que vengan después a ocupar la 
escena del mundo. Así se concibe sin esfuerzo la necesidad de recoger y conservar 
cuidadosamente esa riqueza colectiva de preciosos documentos, que encarnan la vida 
psicológica de las sociedades, y que ha dado origen desde la más remota antigüedad a 
las bibliotecas y archivos, sin cuyo auxilio no habrían sido posibles las obras maestras 
de la erudición clásica, que derraman indeficiente luz sobre las conquistas del pasado, y 
señalan sabiamente los obstáculos que hay que allanar para obtener los triunfos del 
porvenir.23 
 
La cantidad de información contenida en el catálogo es variada y rica en sugerencias. 
Olavarría, al igual que muchos de sus contemporáneos demostró un vivo interés por distintos 
aspectos de la cultura, como la historia, la literatura, la lingüística y la divulgación científica. 
 
21 Leonor, la joven protagonista, pasa sus ratos de ocio en un jardín idílico. Entre la vegetación se encuentra una 
mesa y sobre ella un libro, detalle con el que culmina el cuadro. Henri Conscience, El caballero pobre (traducción 
de Enrique de Olavarría y Ferrari), en El Renacimiento, entrega 4 (4 de febrero de 1894), p. 79. 
22 Thomas S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, México, FCE, 2001, p. 215. 
23 José María Vigil, “A nuestros lectores”, en Boletín de la Biblioteca Nacional de México, año 1, no. 1 (31 de julio 
de 1904), p. 1. 
 22
Esta diversidad de intereses, que en muchos casos emergió en su propia obra como escritor, se ve 
reflejada fielmente en el catálogo de su biblioteca. Olavarría, un escritor que fue reconocido 
como periodista, novelista, pedagogo e historiador, reproduce los rasgos distintivos de cada una 
de estas disciplinas en su vida de lector. La biblioteca particular del escritor constituye el 
laboratorio en el que los temas cobran forma. La biblioteca en sí carece de un orden 
argumentativo. No afirma ni niega nada. Su facultad de expresión reside en la insinuación. La 
biblioteca magnifica inquietudes y afiliaciones intelectuales. En la biblioteca el escritor aparece 
como el obrero del conocimiento, inmerso en la materia de los libros, desentrañando sus temas 
de la veta de sus lecturas. 
He transcrito en su integridad el catálogo de la biblioteca personal de Enrique de 
Olavarría y Ferrari. Precede a la transcripción mi comentario del documento. Una interpretación 
integral del catálogo implicaría un esfuerzo intelectual sostenido durante años. Queda fuera de 
duda que una empresa de esta envergadura resultaría sumamente fructífera para los estudios de la 
cultura mexicana. La habría emprendido con gusto e interés pero las circunstancias académicas 
no favorecían mis intenciones y he debido ceñir mi investigación. He elegido interpretar tres 
aspectos del catálogo, las publicaciones efímeras, las obras narrativas y las obras académicas. 
Comienzo por las publicaciones efímeras porque representan la ventana por la que Enrique de 
Olavarría conoció a la literatura mexicana inicialmente y constituyen el banco de información 
sobre el que se estructuró una poética de la lectura que nos legó las obras literarias más 
importantes del siglo en tanto que ella misma ha sido pasada por alto. Continúo con las obras 
narrativas porque proporcionan la perspectiva privilegiada de un lector que también fue autor de 
narraciones; si bien la narrativa como tal es una experiencia que comparten por igual las 
sociedades de todos los tiempos, el movimiento perpetuo entre consumo y creación hace que 
adquiera una forma distintiva en cada época. Concluyo con las obras académicas, en las que se 
dejan ver los recursos intelectuales que permitieron a Olavarría ejercer una influencia 
considerable sobre los demás lectores de su tiempo como profesor y autor académico; como un 
explorador que vuelve sobre sus pasos, Olavarría quiere esclarecer su comprensión de la lectura. 
Su último alegato es el expuesto precisamente por el catálogo de sus libros. 
La presente investigación no pretende ser una lectura concluyente del catálogo. Por el 
contrario, deseo enfatizar que la estructuración no argumentativa del documento proporciona una 
 23
apertura interpretativa de la información que contiene. Así como Olavarría supo infundir un 
sentido original a las obras de la tradición, es de desear que los lectores contemporáneos y los 
que vengan después realicen una lectura original del documento y sepan encontrar los caminos 
que comuniquen a sus mundos con el mundo del primer lector, Enrique de Olavarría y Ferrari. 
 
 24
1. PUBLICACIONES EFÍMERAS. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
a) Introducción. 
 
El catálogo de la biblioteca particular de Enrique de Olavarría da cuenta de una importante 
colección de periódicos, calendarios y folletos. Las colecciones de esta índole no eran 
excepcionales en el panorama literario mexicano del siglo XIX. Todas ellas giraban en torno a la 
incapacidad de las bibliotecas institucionales para satisfacer la necesidad de consultar la 
información contenida en publicaciones efímeras y periódicas, incapacidad que afectó al 
desarrollo de la historiografía, la novela histórica y los estudios literarios. 
En nuestro tiempocada una de estas formas impresas, los periódicos, los calendarios y 
los folletos, cuenta con estudios más o menos elaborados sobre los motivos, los procedimientos y 
las consecuencias inmediatas de su producción, distribución y consumo.24 Pero raramente se ha 
observado que esta especie de estudios siga el rastro de los impresos en épocas posteriores a la 
fecha de publicación. Este rastro nos conduce a las bibliotecas particulares que albergaron las 
primeras colecciones mexicanas de obras periódicas y efímeras. La colección de Enrique de 
 
24 Cf. Florence Toussaint, Escenario de la prensa en el Porfiriato, México, Universidad de Colima, Fundación 
Manuel Buendía, 1989 y los variados estudios sobre folletos, calendarios, revistas y periódicos contenidos en La 
república de las letras. Asomos a la cultura del México decimonónico. Volumen II. Publicaciones periódicas y otros 
impresos (edición de Belem Clark de Lara y Elisa Speckman Guerra), México, UNAM, 2005. La aportación reciente 
más importante al estudio del folleto es la que se desarrolló dentro del proyecto de “Folletería mexicana del siglo 
XIX” en el Instituto Mora (cf. Nicole Giron, “El proyecto de Folletería mexicana del siglo XIX: alcances y límites”, 
en Secuencia, no. 39 (septiembre-diciembre de 1997). 
 25
Olavarría pertenece a este universo bibliohemerográfico y se ubica específicamente al término de 
una tradición que recorrió las más importantes bibliotecas particulares del siglo XIX. El objeto 
de esta tradición fue la construcción de bancos de información de carácter doméstico en un 
tiempo en que las bibliotecas institucionales, a causa de una insuficiencia de recursos materiales 
e intelectuales, no satisfacían las demandas de lectura y estudio de publicaciones periódicas y 
efímeras. En el curso de la historia de los acervos de información en México, en el que se 
inscriben las primeras colecciones de periódicos, calendarios y folletos, la importancia de las 
bibliotecas particulares es inestimable. En el siglo XIX la literatura mexicana debía leerse en 
publicaciones efímeras. En sus últimos días, Guillermo Prieto temía que lo que había escrito se 
perdería mientras permaneciera “disperso y sin compilar, en diarios, semanarios, revistas, 
folletines.”25 Los mejores lectores de la época fueron conscientes del peligro que amenazaba a su 
literatura y se le opusieron, en la medida de lo posible, haciendo labor de coleccionismo. Todavía 
a principios del siglo XX Genero Estrada advertía: “hay muchísimos impresos de México que no 
se coleccionan en nuestras bibliotecas, porque se piensa que no tienen ningún valor ni interés o 
que es pueril ocuparse de ellos.”26 
Existe un punto en el itinerario de lectura de Enrique de Olavarría y Ferrari a partir del 
cual el libro deja de ser el modelo textual preponderante. La relación que Olavarría hizo de los 
calendarios, periódicos y folletos contenidos en su biblioteca particular integran una descripción 
detallada de este panorama y de las estrategias de lectura que concibió para elaborarlo. Esta 
especie de colecciones no era en modo alguno excepcional en el panorama literario 
decimonónico. Por el contrario, guarda un estrecho parentesco con colecciones que existían en 
otras bibliotecas particulares en ese tiempo y con colecciones existentes en décadas anteriores, lo 
que nos obliga a señalar las colecciones de calendarios, periódicos y folletos como una presencia 
acostumbrada en el panorama literario y como una característica fundamental de las bibliotecas 
particulares a lo largo de todo el siglo XIX. De lo anterior también se desprende la trascendencia 
sintomática de la lectura de esta especie de impresos dentro de la historia general de la lectura en 
México. 
 
 
25 Citado por Luis González Obregón, citado a su vez por Boris Rosen en “Presentación”, en Guillermo Prieto, 
Obras completas I. Memorias de mis tiempos (presentación y notas de Boris Rosen, prólogo de Fernando Curiel), 
México, CNCA, 1992, p. 9. 
26 Genaro Estrada, 200 notas de bibliografía mexicana, México, Monografías bibliográficas mexicanas, 1905, p. 6. 
 26
 
b) Antecedentes. 
 
El siglo XVIII adquirió una importancia considerable en el proceso de integración de las 
publicaciones periódicas en el panorama cultural de los lectores modernos. En la descripción que 
hizo Lucas Alamán del orden de las cosas anterior a la independencia política de México señaló 
la aparición de periódicos de carácter predominantemente científico y literario y subrayó su 
importancia en la conformación de una cultura nacional.27 
Durante el último siglo de la Colonia ya existía un sistema establecido de producción y 
consumo de publicaciones efímeras pero la noción de su conservación se encontraba todavía 
fuera de los horizontes culturales de sus hombres de letras. José Antonio de Alzate y Ramírez, 
que era un notable productor y consumidor de esta especie de publicaciones, no consideraba 
indispensable su conservación. La apreciación del filón literario al que pertenecían las 
publicaciones efímeras modernas fue un descubrimiento de la vida independiente. De acuerdo 
con Rubén M. Campos, el preámbulo de la vida nacional independiente coincidió con la 
aceptación de esta especie de medios de comunicación por parte de las facciones involucradas en 
el proceso.28 
La inexcusabilidad de esta literatura en la interpretación de la cultura nacional 
representó una desviación tajante con respecto a los canales de expresión establecidos 
anteriormente. Las primeras colecciones de publicaciones efímeras que cobraron forma en este 
periodo se distanciaban radicalmente de las proporciones académicas de un acervo, 
ejemplificadas en ese entonces por las bibliotecas conventuales de la Colonia. Entre el momento 
en que aconteció esta desviación y el momento en que fue asimilada por los canales 
institucionales se extendió el siglo XIX casi en su totalidad. El sustento material que hizo posible 
esta lenta transición se encontraba dentro de las bibliotecas particulares. 
 
 
c) Colecciones en bibliotecas particulares. 
 
27 Lucas Alamán, Historia de México desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año 
de 1808 hasta la época presente, tomo 1, México, Instituto Cultural Helénico-FCE, 1985, pp. 121-124. 
28 Cf. “Las proclamas insurgentes” y “Los panfletos y sátiras políticas”, en Rubén M. Campos, El folklore literario 
de México, México, SEP, 1929, pp. 145-192. 
 27
 
La importancia de las colecciones de impresos efímeros es palpable en las páginas de las obras 
emblemáticas de la primera generación de historiadores mexicanos, representada por Lucas 
Alamán, José María Luis Mora y Lorenzo de Zavala. Los tres se sirvieron de la lectura de libros 
y, sobre todo, del recurso provechosísimo de la memoria de eventos en los que los mismos 
habían participado. Además, en el curso de sus investigaciones hicieron un uso extensivo de 
noticias extraídas de calendarios, periódicos y folletos evidenciado por ellos mismos. En vez de 
realizar una lectura descompuesta y desprevenida de impresos encontrados al azar, tuvieron la 
oportunidad de leer cada uno concienzudamente en el contexto textual específico y estable de 
una colección. Desafortunadamente, no en todos los casos detallaron las circunstancias que 
hicieron posible la consulta de estas publicaciones, circunstancias tan importantes para entender 
la condición del tejido social y sus productos culturales como el contenido del impreso mismo. 
Alamán dedicó tan solo unas cuantas líneas al respecto, en las primeras páginas de su Historia de 
Méjico: 
 
Además de las obras que se han publicado y andan en mano de todos, tengo a la vista 
multitud de folletos impresos y relaciones manuscritas de muchos de los principales 
sucesos de que he de ocuparmeque citaré con puntualidad, habiéndome sido de suma 
utilidad la extensa colección que posee mi amigo D. José María Andrade, sin cuyo 
auxilio me habría sido imposible escribir esta obra, aprovechando esta oportunidad de 
manifestarme mi reconocimiento , así como a todas las demás personas que con el 
mayor empeño, se han ocupado en proveerme documentos y en esclarecer las dudas que 
me han ocurrido.29 
 
Alamán se permitió realizar un panorama literario del periodismo en los últimos años de 
la Colonia gracias al acceso que tuvo a este tipo de fuentes de información. Su perspectiva habría 
sido otra de no haber contado con la oportunidad de emplear los acervos de la biblioteca 
particular de José María Andrade. Alamán contaba por su parte con una rica biblioteca de su 
propiedad. Se tienen noticias de la bibliofilia que afectaba a José María Luis Mora. Entre las 
bibliotecas particulares de significativa importancia para el desenvolvimiento inicial de la 
historiografía mexicana también se cuenta la de Carlos María de Bustamante, quien además de 
leer y conservar toda suerte de documentos preparó nuevas ediciones de algunos. 
 
29 Op. cit., p. viii. 
 28
Los hábitos de lectura que cultivó esta primera generación de historiadores, aunados a 
hábitos semejantes cultivados por lectores procedentes de otras profesiones, fueron recogidos y 
continuados por generaciones posteriores, dando origen a una tradición de la recolección, la 
conservación y el estudio del impreso efímero en todas sus variantes. Bibliófilos eminentes como 
José Fernando Ramírez y Joaquín García Icazbalceta perfeccionaron este hábito de lectura hasta 
convertirlo en una disciplina. Sin embargo, es durante las jornadas de lectura de José María 
Lafragua que el esclarecimiento del valor de los impresos efímeros en la moderna cultura 
literaria alcanzó su plenitud. Este acontecimiento se originó en el ámbito privado de la biblioteca 
particular de Lafragua y pudo haber permanecido ahí pero su sentido de compromiso social 
permitió que las consecuencias de sus actos se extendieran hasta la esfera de la vida pública. En 
vísperas de este suceso, escribió: 
 
Al emprender la formación de una Biblioteca Mexicana, creí que no debía limitarla a las 
obras completas escritas sobre la historia del país y a los periódicos políticos y 
literarios, sino que debía extenderla a la multitud de memorias, dictámenes, manifiestos, 
exposiciones y demás folletos, que aunque insignificantes muchos a primera vista sirven 
ya para aclarar los hechos, ya para pintar las pasiones de la época, ya para probar el 
progreso de la cultura tanto en el lenguaje como en el desarrollo de las opiniones y en 
las tendencias de los partidos políticos.30 
 
Lafragua contribuyó al ensanchamiento de los horizontes de la lectura y la recolección 
de impresos que ya había comenzado a registrarse desde los inicios de la vida nacional. Durante 
su vida llegó a ver cómo sus expectaciones literarias serían continuadas dentro del contexto 
institucional de la Biblioteca Nacional de México, labor que tras su muerte habría de continuar 
José María Vigil. No fue el primero en abrigar esta suerte de expectativas pero la violencia 
predominante en las primeras décadas del siglo XIX impidió que esta modernización de los 
acervos institucionales se realizara antes. Entre los contemporáneos de Olavarría existieron otros 
coleccionistas de publicaciones efímeras. Luis González Obregón contaba con una colección de 
folletos que abarcaba doscientos volúmenes de misceláneas. Genaro García contaba con una 
“copiosa folletería” y una “excelente hemeroteca.”31 
 
30 “Prólogo al Catálogo de mis Libros relativos a México”, en Lucina Moreno Valle Catálogo de la colección 
Lafragua de la Biblioteca Nacional 1821-1853, México, UNAM, 1975, p. xvi. 
31 Cf. Genaro Estrada, 200 notas de bibliografía mexicana, México, Monografías bibliográficas mexicanas, 1905, 
pp. 17-18. 
 29
La anterior serie de eventos en la historia de la lectura en México resonaban en el 
panorama cultural en los tiempos de la llegada de Enrique de Olavarría y Ferrari a México. En 
sus orígenes, su biblioteca particular compartió estas preocupaciones y predilecciones, y 
contribuyó a trasplantarlas a los contextos específicos de la República Restaurada y el Porfiriato. 
Su biblioteca particular ocupó una posición privilegiada en el periodo de transición entre el 
florecimiento de las bibliotecas particulares decimonónicas y sus postrimerías. 
 
 
d) Las colecciones de impresos efímeros en la biblioteca particular de Enrique de Olavarría y 
Ferrari. 
 
Los orígenes de la biblioteca particular de Enrique de Olavarría se remontan a la primera década 
de su llegada a México, ocurrida en 1865. Comenzó de inmediato a relacionarse con los círculos 
literarios y a adquirir experiencias de lectura. En su primer libro, El arte literario en México, 
aparecido originalmente en las páginas de la Revista de Andalucía durante 1877 y editado 
inmediatamente después como libro, ya demostraba un dominio de las fuentes bibliográficas y 
hemerográficas mexicanas. Dedicó todo un capítulo a la producción literaria aparecida en 
publicaciones periódicas, lo que no pudo hacer sin el acceso a una colección de periódicos.32 La 
adquisición sistemática de calendarios, periódicos y revistas, tanto recientes como impresos con 
anterioridad, o al menos la noción de su adquisición, debe remontarse a estos años. Su colección 
de folletos comenzó a desarrollarse al mismo tiempo que afianzaba su presencia en los círculos 
literarios y las sociedades de conocimiento de la República Restaurada y el Porfiriato. 
 
 
e) El problema de la acumulación material de las colecciones. 
 
La acumulación material de esta especie heteróclita de documentos enfrentó al coleccionista con 
problemas de un orden enteramente material y espacial antes que conceptuales, problemas que 
con todo que tuvo que resolver a la vez que ahondaba en el sentido intelectual de sus lecturas. 
 
32 Cf. Enrique de Olavarría y Ferrari, El arte literario en México, Madrid, Espinosa y Bautista, 1877. 
 30
Enrique de Olavarría es un escritor que parece poseer una memoria enciclopédica de su siglo, 
versada en materias diversas como la política, la literatura y los espectáculos. Lo que ocurre en 
realidad es que Olavarría contaba con una base de información de proporciones enciclopédicas. 
Su existencia no comenzaba con el acto elemental de la acumulación. Olavarría no contaba con 
pilas desarregladas de publicaciones efímeras, contaba con estanterías de documentos 
escrupulosamente recolectados, revisados y diferenciados. Realizó una anatomía certera de lo 
originalmente informe. 
El objetivo de esta arquitectura era agilizar las acciones de lectura focalizadas, resolver 
las necesidades específicas de información, encontrar en el menor tiempo posible una nota o una 
ilustración en la masa extensa de páginas innumerables. Olavarría comprometía con frecuencia 
sus jornadas de lectura a estrictos programas de producción literaria que dejaban poco lugar a 
ensoñaciones y ocios. 
La confrontación inicial entre masa y sentido evolucionó hasta convertirse en un 
proceso que compaginaba a ambos en una sola resolución de pensamiento y acción. La 
asimilación de los impresos sueltos en una unidad bivalente de sentido y extensión produjo en 
principio resultados evidentes, de una sencillez incontestable. Ante la doble profusión de 
ejemplares y formatos, Olavarría recurrió a una solución elemental y empastó sistemáticamente 
calendarios, periódicos y folletos. Fue una solución eficiente pero no exenta de errores: 
ocasionalmente apunta al margen del registro señalamientos como “fuera de su lugar” o, más 
específicamente, “fuera de su lugar por culpa del encuadernador”. En elcaso de las 
publicaciones periódicas que llenaban más de un volumen, ordenó estos volúmenes 
cronológicamente, agrupando en cada uno la producción procedente de meses o semanas. Así lo 
hizo con sus ejemplares de El Siglo Diez y Nueve de Cumplido (veintidós volúmenes), El 
Tiempo Ilustrado de Victoriano Agüeros, Artes y Letras de Ernesto Chavero (veinticinco 
volúmenes) y el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (veintisiete 
volúmenes). 
Tuvo que hacer frente a problemas de organización ante los que opuso soluciones 
imaginativas, desprendidas directamente de sus necesidades específicas de lectura. También 
empastó su colección de folletos y obras pequeñas en volúmenes misceláneos. Los folletos 
carecían del orden de sucesión cronológico de los periódicos y revistas pero en algunas ocasiones 
 31
guardaban entre sí otro tipo de relaciones que Olavarría quiso integrar al criterio de empastado, 
en vez de realizar conjuntos arbitrarios. Así, suele ocurrir que las obras contenidas en un tomo 
tratan temas semejantes o conservan una continuidad preestablecida desde su publicación. 
Olavarría organizó la totalidad de su colección, consistente en cuatrocientos cincuenta y ocho 
impresos, en sesenta y tres tomos que contenían cada uno entre un par y una decena de impresos. 
Tanto las muestras de un criterio esquemático y convencional como las de un criterio 
inventivo e ingenioso contribuyeron a bosquejar el entramado preestablecido de estrategias que 
aguardaba a las necesidades de lectura de Enrique de Olavarría en el curso de sus ocupaciones 
profesionales. 
 
 
f) Manipulación de contenidos de las colecciones. 
 
Las peculiaridades formales de los subconjuntos que se formaban dentro de las colecciones 
resultaban en una manera de segmentación, precisión y articulación de la información no exenta 
de similitudes con la manera en que los libros la presentaban. Olavarría, al igual que sus 
contemporáneos y los lectores que lo antecedieron en su genealogía, intentó resarcir el 
distanciamiento entre el modelo canónico de lectura que encarnaba el libro y las variantes y 
anomalías de los impresos efímeros, que adolecían de un sobrecargado entramado de tópicos y 
tendencias. La integración de los documentos en volúmenes sentó un precedente en esta labor de 
resarcimiento que Olavarría perfeccionó al establecer una manera de manipular los contenidos 
con igual facilidad que el cuerpo de los impresos. Para hacerlo se valió del catálogo mismo. 
Los márgenes del documento adquirieron una importancia inestimable en el siguiente 
estado del proceso de composición de este entramado de lectura. A falta de un índice general que 
lo guiara en su lectura, Olavarría se sirvió de las notas al margen como indicios de lectura. Le 
dedicó a esta tarea una columna en la orilla de cada página del catálogo en todas sus secciones. 
No anotó exhaustivamente cada documento pero sí fue un anotador constante. Entre las 
publicaciones efímeras, la colección de periódicos es la que cuenta con más anotaciones, seguida 
por la de calendarios y finalmente la de folletos y obras pequeñas. Indicaba características 
específicas de la información contenida dentro de cada impreso, como la inclusión de un texto 
 32
original o una traducción de algún escritor en lo particular o la descripción de un evento histórico 
o la caracterización general de los temas tratados. 
La colección de calendarios se distingue de las anteriores porque, además de las 
anotaciones de esta índole, Olavarría identificó y anotó la presencia de ilustraciones litográficas 
que estimulaban su atención. En el registro del Calendario Para el Año de 1848 de Abraham 
López anotó “Litografías de la guerra americana”; en el del Calendario Impolítico de 1853, 
“Litografía de máquina para hacer políticos”; en el del Calendario Histórico de 1856, “Litografía 
de criminales famosos mexicanos”; en el del Calendario Para el Año de 1867 de Simón 
Blanquel, “Retrato del Emperador (la cola del diablo)”, y así en varias ocasiones a lo largo de la 
sección. Valiéndose de estas anotaciones, Olavarría podía organizar su colección de calendarios 
como un pequeño archivo de imágenes y recorrer la historia visual de un siglo de vida 
independiente. 
 
 
g) Calendarios y periódicos. 
 
La utilidad de la colección de calendarios y periódicos se hizo evidente principalmente durante 
los trabajos preparativos de las obras históricas y los relatos novelados de la historia mexicana 
que emprendió durante la década de los ochenta. El periodo histórico que Olavarría conoció con 
mayor profundidad se extiende desde los inicios de la Independencia hasta la Revolución de 
Ayutla. Como escritor hubo de recorrer este trayecto en dos ocasiones, la primera en la redacción 
de los Episodios históricos nacionales y la segunda en la imprevista redacción del cuarto tomo 
de México a través de los siglos. Durante la prolongada redacción de la Reseña histórica del 
teatro en México, que dio inicio en 1880 y concluyó en 1911, la colección adquirió un valor 
inestimable para elaborar los cuadros descriptivos y la relación detallada de sucesos públicos 
ocurridos décadas antes de su llegada a México, así como para corroborar las noticias 
meticulosas con que gustaba enriquecer la relación de los eventos. “Los viejos calendarios 
mexicanos”, escribió Genaro Estrada, “no sólo son curiosos como generalmente se supone, sino 
de importancia documental por las muchas noticias que en ellos se encuentran.”33 Desde una 
 
33 Genaro Estrada, 200 notas de bibliografía mexicana, p. 74. 
 33
época muy temprana Enrique de Olavarría fue receptivo a los valores literarios que residían en 
las producciones periodísticas al interpretarlas como de un conjunto. No sin razón decidió 
comenzar El arte literario en México por una interpretación general del periodismo en tiempos 
de la República Restaurada.34 La fecundidad del medio se equipara con lo que a la sazón ocurría 
en las reuniones literarias y lo que publicaban novelistas y poetas. También fue sensible a las 
contingencias que envolvían y comprometían la permanencia de la producción periodística entre 
los lectores de épocas posteriores. Su obra como coleccionista responde a esta aflicción. 
La colección de calendarios es variada y contiene muestras representativas de los 
principales impresores de la época. Poseyó una colección casi completa de los calendarios 
impresos por Ignacio Cumplido entre 1836 a 1866 y poseyó casi todos lo calendarios que 
imprimió Mariano Galván, o que tras dejar de hacerlo siguieron apareciendo bajo su nombre, 
desde el primero, de 1826, hasta el de 1915, pero organizó sistemáticamente sólo los que se 
imprimieron a partir de 1835. Ambos casos consistían en pequeñas colecciones dentro de su 
colección general, y así lo hizo notar al margen de los registros. 
Además de los ya mencionados Cumplido y Galván, poseyó calendarios de Mariano 
José Zúñiga y Ontiveros (diez ejemplares impresos entre 1817 y 1826), Martín Rivera (diez y 
seis ejemplares impresos entre 1825 y 1860), Abraham López (doce ejemplares impresos entre 
1840 y 1858), Juan R. Navarro (once ejemplares de títulos varios impresos entre 1847 y 1859), 
Manuel Murguía (treinta y siete ejemplares de títulos varios impresos entre 1849 y 1864), Simón 
Blanquel (quince ejemplares de títulos varios impresos entre 1853 y 1865), Vicente Segura (doce 
ejemplares de títulos varios impresos entre 1857 y 1866), José María Andrade y Felipe 
Escalante (ocho ejemplares de títulos varios impresos entre 1858 y 1862), además de una extensa 
variedad de de títulos de las más variadas tendencias políticas y temáticas impresos a lo largo del 
siglo. La colección consta en su totalidad de 372 calendarios, impresos entre 1817 y 1915. 
La colección de periódicos es variadísima y un sistema de registro un tanto escurridizo 
adoptado

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