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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO PROGRAMA DE POSGRADO EN LETRAS FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOLÓGICAS ENRIQUE DE OLAVARRÍA Y FERRARI VISTO A TRAVÉS DE SU BIBLIOTECA PARTICULAR. TESIS QUE PARA OPTAR POR EL GRADO DE MAESTRÍA EN LETRAS (LETRAS MEXICANAS) PRESENTA CUAUHTÉMOC PADILLA GUZMÁN. ASESOR: DR. PABLO MORA. 2009 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. 2 ÍNDICE. Introducción……………………………………………………………………………………….4 La biblioteca personal de Enrique de Olavarría y Ferrari………………………………………..12 1. Publicaciones efímeras………………………………………………………………………...24 a) Introducción, 24. b) Antecedentes, 26. c) Colecciones en bibliotecas particulares, 27. d) Las colecciones de impresos efímeros en la biblioteca particular de Enrique de Olavarría y Ferrari, 29. e) El problema de la acumulación material de las colecciones, 30. f) Manipulación de contenidos de las colecciones, 31. g) Calendarios y periódicos, 32. h) Folletos y obras pequeñas, 34. i) Conclusiones, 40. 2. Obras narrativas……………………………………………………………………………….42 a) Introducción, 42. b) La narrativa en México antes de la llegada de Enrique de Olavarría, 44. c) La literatura universal en tiempos de Enrique de Olavarría, 49. d) La colección de Enrique de Olavarría y el panorama literario de su tiempo, 51. e) Los clásicos, 53. f) Novelas, 54. g) Lecturas de la obra de Benito Pérez Galdós, 56. h) Narrativa breve, 59. i) Leyendas, 63. j) Memoria y biografía, 64. k) Jerarquías de la narración, 65. l) Colecciones dentro de la colección, 66. m) Conclusiones, 67. 3. Obras académicas……………………………………………………………………………...70 a) Introducción, 70. b) Antecedentes, actividades culturales informales, 71. c) De las actividades culturales informales a la educación formal, 73. d) Las bibliotecas en tiempos de Enrique de Olavarría, 75. e) Obra académica de Enrique de Olavarría, 78. f) La lectura y la academia, 81. g) Las obras académicas en la biblioteca particular de Enrique de Olavarría, 84. h) La lectura y las genealogías de la academia, 88. i) Geografía del conocimiento, 89. j) Márgenes de los estudios académicos, 91. k) Conclusiones, 93. 3 Conclusiones……………………………………………………………………………………..95 Apéndice. Borradores para el catálogo de mis libros………………………………………….105 1. Calendarios............................................................................................................106 2. Folletos y obras pequeñas......................................................................................120 3. Obras literarias.......................................................................................................150 4. Periódicos (semanarios literarios y políticos)........................................................164 5. Gramática, retórica, poética...................................................................................173 6. Compendios, epítomes, manuales..........................................................................181 7. Obras varias...........................................................................................................189 8. Literatura extranjera...............................................................................................193 9. Obras de religión....................................................................................................196 10. Obras francesas de educación y recreo................................................................198 Bibliografía……………………………………………………………………………………..201 4 INTRODUCCIÓN. Los orígenes de esta investigación están diseminados en todo el Archivo Personal de Enrique de Olavarría y Ferrari. Están, como es evidente, en las páginas de los Borradores para el catálogo de mis libros, en las que Enrique de Olavarría registró meticulosamente el contenido de su biblioteca, y están también en cartas, cuadernos de notas, fotografías y otros documentos que, aunque inconexos en apariencia, resultaron imprescindibles al vincular las varias cosas de este mundo que tocó una sola inteligencia en su cotidianeidad. La extensión de su entendimiento pasaba por los libros y llegaba a los papeles menudos. El escritor no existe exclusivamente en la escritura, también queda algo suyo en todos los momentos, objetos y relaciones que participan de su experiencia de vida y que constituyen, directa o indirectamente, elementos premonitorios de la obra literaria; es así que el escritor está también en las obras de otros. Lo que escribió y lo que leyó tienen una importancia equiparable, como también ocurre con los libros y la vida fuera de los libros. Enrique de Olavarría y Ferrari nació en Madrid el 13 de julio de 1844. Estudió en la Universidad Central de esta misma ciudad, de donde egresó como bachiller en artes. En 1865 visitó México por primera vez y colaboró en algunos periódicos, como La Sombra y El Boletín Republicano. En los tiempos de la República Restaurada asistió a las veladas literarias que presidía Ignacio Manuel Altamirano y comenzó a desempeñar labores docentes en instituciones académicas como el Conservatorio de Música y Declamación, la Escuela de Artes y Oficios para 5 Señoritas y la Escuela Normal Central Municipal. En 1874 volvió a España. Allá preparó su primer libro importante, El arte literario en México, recopilación de textos publicados originalmente en la Revista de Andalucía en los que evalúa las experiencias de su primera época mexicana. En 1878 regresó a México y en 1880 adoptó la nacionalidad mexicana. En este mismo año comenzó a escribir sus Episodios históricos mexicanos, obra que concluyó en 1887, y también la Reseña histórica del teatro en México, en la que siguió trabajando hasta los últimos años de su vida. Escribió el cuarto tomo de México a través de los siglos, que fue publicado en 1888. Perteneció a importantes asociaciones políticas y literarias de la época. Tras el fin del Porfiriato, siguió desempeñando labores docentes y mantuvo lazos con algunos escritores, pero su situación había cambiado radicalmente. Las cosas perdieron el lustre de tiempos mejores. Es difícil desentrañar el sentido que tenía en esos últimos años la felicidad para Enrique de Olavarría, si es que existía alguna. Su esposa, Matilde Landázuri de Olavarría, murió en 1914; de tres hijos que tuvo, Enrique, Ramón y Matilde, sólo la última le sobrevivió (Enrique murió en 1881 y Ramón en 1899). Al final de su vida Enrique de Olavarría y Ferrari, hombre de letras, pensó en desprenderse de su biblioteca particular. En 1913 comentó el asunto con Ezequiel A. Chávez, quien podía mediar en la adquisición de la biblioteca por alguna institución pública. Sin embargo, este proyecto no llegó a buen fin. Eran tiempos difíciles. El estallido de la Revolución Mexicana había sumido al país en una aguda crisis, que tuvo consecuencias directas en el mundo de los libros. Las bibiotecas y los archivos institucionales se vieron afectados. En una carta del 18 de diciembre de 1913 Chávez le comunica con pesar a Olavarría que la venta de su biblioteca particular se dificultaba debido a “la actual crisis económica que elpaís sufre.” A pesar de esto, Chávez le solicitó a Olavarría lo siguiente: “¿podría usted proporcionarme un catálogo o una lista de los libros de su biblioteca y de la suma que desea obtener como precio de ella?”1 Es de suponer que en esta solicitud se encuentre el origen del catálogo de la biblioteca particular que bajo el título de Borradores para el catálogo de mis libros elaboró Olavarría y Ferrari.2 A la postre la transacción no tuvo lugar y los libros se perdieron. El panorama desolador que envuelve a la desaparición de la biblioteca particular de Enrique de Olavarría se hace eco del 1 Archivo Personal de Enrique de Olavarría y Ferrari (APEOF), Caja 29, Expediente 1, Documento 90, registro 2514. Es posible consultar este documento, así como el resto de la correspondencia de Enrique de Olavarría y Ferrari, en línea en el sitio www.coleccionesmexicanas.unam.mx . 2 La estimación económica queda sin responder. Ni en el catálogo ni en la correspondencia existen datos al respecto. 6 que envolvía a la producción editorial. En este tiempo, escribió Genaro Estrada, “se aburrían las prensas” y “la aparición de un libro tenía las proporciones de un acontecimiento nacional.”3 En palabras de Carlos Monsiváis, que se refieren al ambiente cultural de la generación de 1915, “no existe un público preparado y crítico y no hay posibilidades mayores de publicar o tiempo de estudio y reflexión.”4 Además de hacerse evidentes en el desarrollo de la empresa editorial, los efectos de la crisis también perturbaron la vida privada de los hombres de letras. Las generaciones previamente consagradas sufren la Revolución de manera distinta que las más jóvenes, como la del Ateneo de la Juventud y la generación en ciernes que incluiría, entre otros, a Daniel Cosío Villegas y Antonio Castro Leal. Mientras que la Revolución significó para los jóvenes escritores el acontecimiento fundacional de su vida pública, entre los viejos escritores acentuó el sentimiento de aislamiento e incomunicación que había comenzado a formarse en sus psicologías desde años antes. Alejados de la vida pública, la crisis revolucionaria los afectó de una manera particular. Esta condición moldeó los capítulos finales de su biografía literaria. La de Enrique de Olavarría trasluce características que Francisco Bulnes atribuía a la clase política porfirista. “Todas esas figuras”, escribió, “estaban impregnadas de las preocupaciones, de los errores, de las visiones, de las poesías, de los espejismos, de la atmósfera de hospital, en una palabra, de la vejez de la Dictadura.”5 Los primeros atisbos de envejecimiento aparecen en la biografía literaria de Enrique de Olavarría en 1909, cuando dirige varias cartas a instancias institucionales solicitando licencia temporal por enfermedad, a las que les siguen otras más al año siguiente.6 En 1912 la junta directiva del Colegio de la Paz, en el que había participado primero como profesor y luego también como administrador, le presenta una propuesta de jubilación.7 En lo tocante a sus actividades propiamente literarias, el 23 de septiembre de 1911 abandonó definitivamente la redacción de la Reseña histórica del teatro en México en las siguientes circunstancias: […] su autor, con la pluma en la mano y ocupado en su tarea, se vio súbitamente 3 Genaro Estrada, “Los libros del año” [1917], en Obras, México, FCE, 1983, p. 319. 4 Carlos Monsiváis, “Notas sobre la cultura mexicana en el sigloXX”, en Historia general de México, vol. 2, México, El Colegio de México, 1999, p. 1408. 5 Francisco Bulnes, El verdadero Díaz y la Revolución, México, Editora Nacional, 1967, p. 372. 6 Cf. APEOF, C1, E4, D2, registro 15; C1, E4, D3, registro 17; C1, E4, D6, registro 18; C1, E4, D8, registro 23; C1, E4, D9, registro 24. 7 Cf. APEOF, C1, E5, D15, registro 34. 7 adolecido por terrible dolencia que en los primeros momentos y días sucesivos puso en grave riesgo su vida y le dejó casi inválido e incurable, incapacitado para proseguir su labor.8 Olavarría confiesa que las últimas secciones de la obra carecen de mérito literario. Durante 1914 escribe para Revista de Revistas sus últimos textos en ver la luz pública; su amigo Luis G. Urbina lo instó a publicar en esta revista nuevas entregas de su Reseña histórica pero el proyecto no alcanzó a realizarse.9 Todos estos funestos acontecimientos en la biografía literaria de Enrique de Olavarría, transición progresiva y amarga del acto de la escritura al silencio, anteceden y circunscriben a la redacción del catálogo de su biblioteca particular. La existencia de esta especie de documentos no es extraña en la literatura mexicana. Las condiciones de su elaboración sí lo son. Habitualmente les corresponde llevarla a cabo a personas extrañas a la biblioteca cuando el propietario original ya ha muerto, con el objetivo de agilizar su venta o donación. El caso de Olavarría varía porque es él mismo quien redacta el documento, en un momento que coincide con el agotamiento de sus poderes creativos. En un sentido figurado, la redacción del catálogo se vincula igualmente con la muerte del Olavarría lector, aunque el doble de este lector, el otro Olavarría, la figura de sociedad, el hombre de familia, el viudo melancólico, le haya sobrevivido. La muerte del hombre de letras no es un acontecimiento ajeno a la biografía literaria de Enrique de Olavarría. Como director de la segunda época de El Renacimiento tuvo que atestiguar la muerte de distinguidos escritores, Francisco Pimentel, José Tomás de Cuellar, Luis G. Ortiz y otros más, cuya desaparición implicaba la descomposición de un proyecto de lectura orgánica de la tradición literaria mexicana, interrupción de la que Olavarría era plenamente conciente.10 Estos hombres de letras, como escribió entonces con motivo de la muerte de Josefina Pérez de García Torres, faltaban a la empresa literaria cuando más necesitaba de ellos.11 Tras la muerte de Cuellar, a un año de la de Altamirano, Antonio de la Peña y Reyes escribió en las páginas de El Renacimiento: “yo no puedo concebir más que en ellos esa dulce esperanza de una literatura 8 Enrique de Olavarría y Ferrari, Reseña histórica del teatro en México, México, Porrúa, 1961, p. 3379. 9 APEOF, C29, E1, D108, registro 2532. 10 Cf. Enrique de Olavarría y Ferrari, “Conclusión”, en El Renacimiento, segunda época, entrega 25 (24 de junio de 1894), p. 399. 11 Enrique de Olavarría y Ferrari, “Fallecimiento de la señora doña Josefina Pérez de García Torres”, en El Renacimiento, entrega 18 (13 de mayo de 1894), p. 295. 8 nacional.”12 Olavarría, como editor, revalidaba estas palabras. La elaboración del catálogo de su biblioteca al final de su vida ocurre dentro de esta misma atmósfera elegiaca. El documento es su testamento literario. La muerte del lector implícita en la propuesta de venta de su biblioteca particular, entreverada con los acontecimientos personales y literarios antes mencionados, separa a la biografía literaria de Enrique de Olavarría de las de sus precursores y acentúa el talante peculiar de su modernidad. Entre Olavarría y los lectores que lo precedieron media la unificación del sistema burocrático mexicano, que desde los tiempos del Porfiriato hasta nuestros días ha proporcionado el sustento de numerosos hombres de letras. El retiro laboral de Olavarría y la decisión de desprenderse de su biblioteca particular no son dos hechos aislados. La profesionalización del escritor, que ya se anunciaba como necesaria desde décadas anteriores, fue un hecho que moldeó de manera decisiva su biografía literaria, y la composición de su biblioteca particular no se mantuvo al margen de sus consecuencias. Los intelectuales de mediados de siglo percibieron la proximidad del problema de la profesionalizacióndel escritor. Francisco Zarco hizo del objeto de la literatura el tema de su disertación en el Liceo Hidalgo en 1851. Se preguntaba si el escritor seguiría siendo considerado “incapaz de llenar sus deberes sociales”.13 En tiempos de la República Restaurada ya era habitual que el hombre de letras se debatiera entre el desinterés económico y la profesionalización. El joven Olavarría lo hizo. En una época en que su futuro permanecía abierto a cualquier posibilidad, José María Vigil lo instó a fijar su residencia en México. “La juventud, la dedicación, la constancia y una conducta intachable,” le escribió en una carta, “son elementos importantes que Usted posee y que constituyen un verdadero capital moral que le ofrece en perspectiva un porvenir seguro y digno.”14 La caracterización definitiva del profesionista de las letras ocurrió en el ámbito de las instituciones educativas, en donde Olavarría fungió como profesor y autor de libros de texto. Asimismo, su correspondencia con editores da cuenta de la importancia que el beneficio económico tuvo en otros proyectos culturales.15 La gestión del retiro y la pensión de Enrique de Olavarría son la evidencia palmaria de que el hombre de letras 12 Antonio de la Peña y Reyes, “Facundo”, en El Renacimiento, entrega 6 (18 de febrero de 1894), p. 97. 13 Francisco Zarco, “Discurso sobre el objeto de la literatura”, en Obras completas XVII, México, Centro de investigación científica Jorge L. Tamayo A. C., 1994, p. 765. 14 APEOF, C6, E5, D15, registro 97 (carta de Vigil a Olavarría con fecha de 16 de agosto de 1875). 15 Cf. las cartas de los editores Filomeno Mata, Francisco Díaz de León y Santiago Ballescá contenidas en el APEOF y fácilmente consultables en el sito de Internet anteriormente mencionado. 9 ha elegido el camino de la profesionalización y que finalmente ha elegido por igual una de sus salidas. Olavarría encarna a varias facetas del profesionista de la literatura de fines del siglo XIX, al pedagogo predominantemente, pero también al novelista, al periodista y al historiador, cada una de ellas una manifestación emblemática del fenómeno literario. Lo mismo ocurre dentro de su biblioteca, en donde cada aspecto de su trayectoria profesional se ve reflejado. Un diagnóstico objetivo de las implicaciones que el pacto económico haya tenido en la esencia de lo literario se encuentra demasiado expuesto a imprecisiones subjetivas. Sin embargo, es evidente que a comienzos del siglo XX las relaciones admitidas entre la experiencia literaria y la economía suscitaron interrogantes. Es así que, mientras el joven filósofo Antonio Caso postulaba una existencia económicamente desinteresada dedicada a las artes, el anciano profesionista del arte literario, Enrique de Olavarría, llegaba al final de la suya.16 Los síntomas de la transformación del sistema literario residen en contrastes como éste. Comenzaron a aflorar discrepancias insalvables entre la lectura de la tradición hecha por Olavarría y las hechas posteriormente. El retraimiento de Olavarría implicaba la descomposición de una economía del conocimiento que se encontraba al borde de una revolución inaplazable. La interpretación del catálogo de la biblioteca personal de Enrique de Olavarría contribuye a resarcir los vínculos rotos entre su universo literario y el nuestro. El presente trabajo constituye en buena medida una exploración en la escatología de la literatura. Así como existe una historia de la creación y la fama de los libros, también es preciso considerar la posibilidad de proseguir esta historia hasta sus momentos postreros, cuando el libro cae de las manos del lector y las bibliotecas se descomponen. También la desaparición de las bibliotecas es un fenómeno sujeto a la lógica de la historia, así como a sus singularidades y malevolencias. En cada época la desaparición de una biblioteca se escenifica en circunstancias específicas e irrepetibles. La biblioteca particular de Enrique de Olavarría cobró forma con posterioridad a un periodo de intensa violencia, en el que no pocos libros fueron consumidos por el fuego y otros tantos fueron objeto de pillaje. Con el inicio de la República Restaurada y luego 16 Caso sostiene que “el arte no es una actividad económica. Mientras más se renuncia a tener para consagrarse a contemplar, se logra mejor espíritu artístico”, afirmación que en lo que respecta al arte literario ocurre en abierta oposición al recurso de la adquisición de libros. El artista evita someterse a “cánones elaborados a posteriori por retóricos y académicos”, entre los que habría que ubicar a Enrique de Olavarría (cf. Antonio Caso, Antología filosófica, México, UNAM, 1993. pp. 50-56). 10 de manera resuelta cabe los confines de la paz porfirista, el mundo de libro no permaneció exento de los efectos que el establecimiento de un orden de derecho y el respeto del comercio y la propiedad privada tuvieron en la vida pública, por lo que se produjo un florecimiento de las bibliotecas particulares. En el siglo XIX no se conocieron bibliotecas particulares tan ricas, tan variadas ni tan ambiciosas como las que existieron en el Porfiriato. Muchas de ellas se formaron bajo influencias intelectuales asociadas cabalmente con el positivismo, influencias como el cientificismo, la especialización y el pragmatismo. En términos generales la biblioteca particular de Enrique de Olavarría cabe dentro de este perfil. Los intereses, habilidades y estrategias de lectura reflejados en el catálogo comunican noticias puntuales de un universo literario que prosperó bajo las directrices culturales del positivismo. Las secciones del catálogo de la biblioteca que contienen la literatura académica y técnica resultan ejemplos particularmente ilustrativos al respecto. Sin embargo, no ha de suponerse que la integridad del catálogo constituye un espécimen fidedigno del universo literario de un positivista. El mérito del estudio de esta especie de documentos reside, precisamente, en el descubrimiento de realidades diversas contiguas a la noción aceptada de la realidad. Durante el Porfiriato la violencia y la ilegalidad dejaron de influir en la desaparición de las bibliotecas con la tenacidad de épocas anteriores. En los últimos años de su vida, Enrique de Olavarría se vio obligado a desprenderse de su biblioteca. Este acontecimiento de la vida privada nos ubica en un punto neurálgico en la historia de la desaparición de las bibliotecas particulares, en el que el destino último de la propiedad privada se concatena con el curso de las instituciones. Así como Olavarría tomó en consideración la posibilidad de que su biblioteca particular pasara a manos de una institución, otros hombres de letras hicieron lo mismo. La desaparición de la biblioteca particular se transfigura y el orden de los libros experimenta una recomposición dentro de la biblioteca institucional. Este prodigioso renacimiento ha caracterizado al desarrollo de las bibliotecas institucionales desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. Como es evidente en la historia de nuestra Biblioteca Nacional de México, la integración de acervos particulares contribuyó en gran medida a consolidar sus fondos modernos y contemporáneos, y ha adquirido constancia como un recurso fundamental en la integración del patrimonio literario de la nación que, de esta manera, no sólo cuenta con libros sino con lecturas entre sus tesoros. El destino de la biblioteca particular de Enrique de Olavarría es afín a esta tendencia, a 11 juzgar por el testimonio epistolar al que se hizo mención al principio, pero sus intenciones no alcanzaron a materializarse cabalmente. Si bien su Archivo Personal pudo conservarse, primero en manos de los descendientes de Olavarría, luego en las de la familia Porrúa y en la actualidad en el Fondo Reservadode la Biblioteca Nacional de México, los libros de su biblioteca particular conocieron una suerte distinta. Algunos, ejemplares propios de los que había escrito él, se conservaron dentro del mismo Archivo Personal, pero de la mayoría queda solamente la mención en el catálogo. Otros más, aunque no podemos aseverar cuántos con certeza, existen en los fondos generales de la Biblioteca Nacional de México y acaso también de otras, sin que se haga mención explícita del hombre que fue su propietario, confundidos entre otros anónimamente. 12 LA BIBLIOTECA PERSONAL DE ENRIQUE DE OLAVARRÍA Y FERRARI. Antes de pasar a los temas centrales de esta investigación, haré un repaso general del contenido de la biblioteca personal de Enrique de Olavarría y Ferrari. El catálogo da constancia de mil quinientos sesenta y ocho títulos. Están repartidos en diez secciones, que son, siguiendo los nombres y el orden que Olavarría les dio: “Calendarios”, “Folletos y obras pequeñas”, “Obras literarias”, “Periódicos (semanarios literarios y políticos)”, “Gramática, retórica, poética”, “Compendios, epítomes, manuales”, “Obras varias”, “Literatura extranjera”, “Obras de religión” y “Obras francesas de educación y recreo.” Entre los calendarios existen 372 títulos, que abarcan un siglo de historia del impreso, desde comienzos del siglo XIX hasta comienzos del siglo XX. No existe un perfil ideológico específico que vincule los títulos; por el contrario, es evidente que el motivo del coleccionista no es la afinidad emocional o intelectual de la lectura sino la ambición de abarcar un espectro general del impreso en este periodo de tiempo. Es una lectura de investigación la que rige al conjunto, lo que también se deja ver en las acotaciones que ocasionalmente aparecen al margen de los títulos, las cuales hacen alusión a detalles del contenido, como un texto o una imagen. Así, por ejemplo, en el calendario que imprimió Murguía en 1860 se señala que contiene una pastorela, o en el que imprimió Simón Blanquel en 1867 que contiene un retrato de Maximiliano. Parte considerable de esta colección la forman los calendarios de Cumplido y de Galván, que forman una suerte de apartado especial dentro del conjunto general. Hay notas ocasionales en el registro que pretenden resarcir un error en el orden 13 de los calendarios cometido por el encuadernador, de donde se desprende que nuestro lector agrupaba los títulos en volúmenes que, además de facilitar el uso físico de los materiales, respetaban la cronología y la autoría del título. Esta sección sólo es superada en número por la sección de “Folletos y obras pequeñas”, con sus 458 títulos, que la hacen la sección más numerosa de todas. Su contenido suscita interesantes conjeturas en torno a la gama de impresos que en el siglo XIX mediaba entre la publicación periódica y la forma canónica del libro. Así como en la anterior, en esta sección tampoco existe un común denominador en el contenido de los títulos. Por el contrario, la variedad temática es tan acentuada que ella misma ha de considerarse como una característica esencial de la sección. Cada título añade una nueva región en el panorama de las lecturas de Olavarría. Es el alter-ego del especialista el que domina en estos estantes de la biblioteca, el curioso de todos los temas. El folleto no exige al lector la misma fidelidad que el libro. Dura sólo unas páginas. La acepción habitual del folleto se restringe a delimitar su extensión, hasta las 48 páginas, sin precisar la diversidad de contenido que puede encontrase en ellas. Aunque no podamos asegurar que esta regla de extensión se respete en todos los casos, es evidente que todas son obras breves. En unos casos son pequeños libros, en otros son reportes científicos o jurídicos, y en otros más no son sino manuales, irremediablemente breves y sin más fin que instruir. La sección de folletos es el lugar al que llegan los impresos que no son publicaciones periódicas y que son muy breves para ser libros. Así que provienen de todas las variantes temáticas representadas por otras secciones de la biblioteca, en las que no permanecieron por un criterio estrictamente formal. El primer título de la sección es un volumen de documentos parlamentarios y después se pueden encontrar reportes científicos, reglamentos, reseñas históricas, panfletos políticos y obras de invención literaria. Se indica que los títulos n permanecen sueltos, sino que forman tomos. Una nota al margen indica los títulos que forman cada tomo, hasta sumar 63 tomos en su totalidad (se indica que el último tomo estaba por completarse, todavía no está empastado, lo que nos sirve para imaginar la manera en que Olavarría hacía empastar los títulos conforme se acumulaban en su biblioteca junto con otros de una temática semejante). A manos de Olavarría parecía llegar, en mayor o menor cantidad, todo tipo de literatura, que él se ocupaba de agrupar y reordenar de acuerdo con sus necesidades. La sección de “Obras literarias” consta de 231 títulos. Se trata en su gran mayoría de 14 obras en lengua española. Para las escritas en otras lenguas Olavarría preparó una sección de literatura extranjera. Si bien Olavarría dejó dicho en su obra escrita lo que era para él la literatura, apreciar las obras que el incluía dentro de este canon elaboran su concepto de manera más rica y sugerente. Sus textos pedagógicos describen el marco por el que lee y esta sección de la biblioteca describe lo que lee a través del marco. Hay obras pertenecientes a todos los géneros, poesía, narrativa breve, novela, teatro, diálogo, y también obras pertenecientes a géneros que no suelen asociarse comúnmente con la literatura, como una enciclopedia, que cuenta como directores a Flores García y del Pino (el título número 35 de la sección), o un Código del duelo, de Anselmo Alfaro y Joaquín Larralde (el título número 72). Es evidente que Olavarría fue un ávido lector de obras literarias impresas en la segunda mitad del siglo. Esta sección traslada en buena medida el círculo de amistades de Olavarría al mundo de los libros. Nos topamos de nueva cuenta con conocidos que en otras ocasiones acompañaban a Olavarría en veladas literarias o que le dirigían cartas afectuosas. Son los mismos, vueltos libros. Sigue las sección de “Periódicos (semanarios literarios y políticos)”, que consta de 109 títulos. Aquí se incluyen todos los periódicos y revistas que Olavarría adquirió mientras aparecían, o de los que se hizo de una u otra manera, por oficios de coleccionista, así como los que él mismo editó, como su edición de El Renacimiento de 1894. Olavarría supo hacerse de ejemplares de todas las décadas del siglo XIX, exceptuando la primera, y de las dos primeras del siglo XX. El título más antiguo es El Perico de la Ciudad, de Juan Bautista de Arizpe, y data de 1812. El más reciente es La Semana Ilustrada, de Ernesto Chavero, y data de 1914. Si bien el ingenio de coleccionista de Olavarría le permitió ensamblar una muestra representativa de todo un siglo de publicaciones, son los años en los que debió adquirir los títulos conforme aparecían, en los que leía los impresos al momento de su publicación, los que forman el periodo de tiempo con mayor cantidad y variedad de títulos. La familiaridad con que Olavarría se acerca a lo publicado en su tiempo separa a buena parte de los títulos del resto. La cantidad de títulos aumenta en las décadas en que Olavarría se mostró más activo en el campo literario. Hacía literatura y la consumía con avidez. La sección de “Gramática, retórica, poética” no es muy extensa. Consta de 82 títulos. En ella se encuentran los títulos que Olavarría utilizó al preparar sus propias obras de gramática, retórica y poética. Esta es la sección de la biblioteca que refleja los intereses del especialista. No 15 es de extrañar que el margen de tiempo porel que se extienden los años de edición de los títulos sea más limitado que en otras secciones. Esta tendencia obedece a la necesidad del lector por mantenerse al tanto de los avances, o cambios de paradigma, en la materia. Podemos intuir que Olavarría tenía estos libros a la mano mientras escribía de asuntos académicos. Los hojeaba, cotejaba datos, extraía fragmentos. Son libros que leía mientras hacía libros. Aquí también se encuentran títulos que demuestran que el interés de Olavarría no se confinaba estrictamente a las materias de que escribía en sus libros. Hay títulos que conservaba por un interés histórico, como la edición de 1609 de la Ortografía castellana de Mateo Alemán, o unas gramáticas de lenguas nativas mexicanas publicadas en el siglo XVIII, que en el conjunto general sobresalen como excepciones. Como se ve, el filólogo no era capaz de desprenderse de su bibliofilia. El resto de los títulos fueron publicados en el siglo XIX, y hay incluso un par de ediciones de la Gramática de la Real Academia Española publicadas en 1911 y 1914. En su mayoría pertenecen a las dos últimas décadas del XIX, es decir que son contemporáneos de la época en que Olavarría se involucró más activamente en la enseñanza del idioma español. Para entender esta sección hay que depurar el sentido que tiene leer aquí. Estos libros no se leyeron como se leían los poemarios o las fábulas morales. Aquel regusto de lectura retrocede ante la necesidad científica y pragmática del libro. El lector recurría a él por motivos de necesidad y no se demoraba más de la cuenta en extraer los datos requeridos. La sección que sigue, “Compendios, epítomes, manuales” es un poco más extensa (consta de 125 títulos) y guarda cierto parentesco con la anterior. Es decir que la contigüidad entre las secciones no es accidental. Los títulos de esta sección también se leyeron por motivos instrumentales más que por ocio o divagación. Su tema ya no se limita a asuntos de lengua y poética, aunque existen en ella títulos sobre estos asuntos que bien podrían estar incluidos en la sección anterior, como Nociones de lenguaje gramatical de Ramón Manterota, o Voces de dudosa ortografía de José Manuel Marroquín. El tema general tiene que ver con todos aquellos asuntos en los que nuestro lector requería o podría haber requerido estar instruido, no de una manera académica y especializada pero sí de una manera general y suficiente. La variedad temática es enciclopédica y el conjunto de todos los títulos da forma a una versión rudimentaria de enciclopedia. Hay un Manual del cajista y de la tipografía de José María Palacios, un manual de astronomía (La astronomía al alcance de todos) y uno de ajedrez (El juego de ajedrez), una 16 adaptación para niños de la Historia natural de Buffon, una Cartilla de electricidad práctica de Eugenio Agacino y Martínez, un Manual del operario en madera de Manuel Cabezas, un Compendio del manual de urbanidad y buenas maneras de Manuel Antonio Carreño, un Manual de litografía de J. Zapater y Jareño. Imaginemos la manera en que la mirada del lector recorre estos títulos con la impresión de poder encontrar un manual apropiado para cualquier circunstancia. Si bien esta sección se asemeja a la anterior en su enfoque pragmático e instrumental del conocimiento, no podría ser más distinta a ella en lo que se refiere al perfil temático de los títulos. No es una sección especializada en un tema sino que los trata todos de manera general. Al poner esta sección junto a aquella Olavarría pareciera querer demostrar que un extremo de la biblioteca acaricia al otro y se confunden, que el especialista y el aficionado no son tan distintos tan pronto abren un libro. En esta biblioteca hay, como en todas las bibliotecas, como en todos los sistemas de clasificación, secciones que funcionan como comodines, en las que cabe tanto una cosa como la otra, sin importar que tan disímil pueda llegar a ser, o precisamente a causa de esta misma disimilitud. Este es el caso de la sección de “Obras varias.” No es una sección muy extensa. Consta de 61 títulos. Hay títulos que podrían encontrarse en otra sección, como El médico práctico doméstico: enciclopedia de medicina, que bien podría estar en la sección anterior, o el Calendario de la mujer que ríe editado por Villanueva y Francesconi. El resto son títulos sobre asuntos variadísimos que matizan el orden estricto de la biblioteca con un dejo de excentricidad, lo que sienta la pauta para especulaciones sobre el lugar que ocupaba la excentricidad en el orbe de la cultura literaria. Este es el lugar de los libros raros de Enrique de Olavarría. Muchos esconden una historia secreta de nuestro lector, una biografía alterna, sugerida pero no dicha. ¿Con qué fin pudo haber leído Olavarría La cartomancia antigua y moderna de Alberto D’Angers? Este título esta junto a El espiritismo de Allan Kardec, La magia negra. Arte adivinatoria y El non plus ultra del Lunario de Jerónimo Cortés, y poco después hay uno semejante, L’hiphotisme et le magnetismo de D. Cullere. Son precisamente los libros que no esperaríamos encontrar en la biblioteca de un historiador y pedagogo. El que los leyó es otro Olavarría, del que no sabemos nada. Como se verá más adelante, yo me he enfocado en los aspectos de la biblioteca que guardan una relación más evidente con su obra escrita. Tuve que delimitar mi tema pero de haber contado con el tiempo suficiente habría investigado más a fondo 17 el sentido que pudieron haber tenido estos libros para su lector. Aquí Olavarría tenía también un Manual del perfumista de Manuel Llofriu, un Plano del panteón de Dolores de Micaela Hernández y una guía de rutas de tren de Europa. Podemos atribuir la existencia de esta sección a motivos estrictamente prácticos; quizás era una estancia provisional de títulos que estaban destinados a otras secciones, como los calendarios o los manuales que aparecen ocasionalmente. Pero no restemos importancia al sentido que lo raro tiene en la biblioteca y en la lectura en general. Los libros como los que están aquí son los que nos inclinan a creer en la existencia de una identidad plural del lector, en un lector con múltiples disfraces, con identidades públicas y secretas, cada una con una idiosincrasia y una misión particulares. No podemos hablar de un único lector. Siempre debemos hablar de muchos, intuir la presencia de otro. La siguiente sección, “Literatura extranjera”, con 59 títulos, consta casi en su totalidad de libros franceses, de temas varios. La mayoría son títulos impresos en París. También hay aquí traducciones al español de obras francesas, impresas en Madrid y Barcelona, y unos pocos títulos impresos en otras ciudades de Europa y de los Estados Unidos. El asunto de los títulos abarca clásico de la literatura francesa, como Ronsard o Racine, y obras literarias más próximas a la época de Olavarría, como Alphonse Daudet y Catulle Mendes o Paul Bourget. Hay también obras de historia (varias son sobre México, como L’histoire du Mexique de Gaston Routier o Le Mexique tel qu’il est aujourd’hui de Francisco de Prida y Arteaga) y de educación (hay, entre otras, una fundamental, Les aventures de Télémaque de Fénelon), y también encontramos El contrato social de Rousseau. Esta sección y la anterior son como las orillas de este microsistema literario, son las órbitas exteriores, en donde el sentido de la categoría no recae sobre características positivas sino que se desliza en una sutil ambigüedad. Las cosas excluidas por criterios como “variedad” o “extranjería” son menos que las cosas que podrían estar dentro. Cerca de la orilla están también libros ordenados en un conjunto coherente y definido, cuya lectura, sin embargo, no marchaba en concordancia con otras que eran más importantes para definir la personalidad pública de Enrique de Olavarría. Así es lo que ocurre con la sección de “Obrasde religión.” Consta de apenas 20 títulos y ninguno parecería haber llegado ahí por accidente, ni resulta ambigua su pertenencia al conjunto. Cualquier título es igualmente ejemplar del conjunto: Álbum de la coronación de la santísima virgen de Guadalupe, Los santos evangelios en castellano o El niño piadoso. Pero 18 como ni en su tiempo ni en la actualidad Enrique de Olavarría fue reconocido como un autor de asuntos religiosos esta sección queda a la zaga de otras. Pertenecieron a la cultura literaria de la intimidad, al mundo privado de los ritos familiares. La última sección, “Obras francesas de educación y recreo”, que consta de 51 títulos, está ligada a otras, como “Gramática, retórica, poética”, o “Literatura extranjera.” Todo lo que hay aquí pudo haber estado en esas dos secciones. Hay un ejemplar en francés de la Fábulas de La Fontaine, o uno de Cuentos de hadas de Perrault, así como obras de gramática y poética. Otros títulos, como Leçons de geographie o Chasse aux oiseaux, Manuel de l’oiseleur ou l’art de prendre, d’élever, d’instruire les oiseaux, bien pudieron haber pertenecido a la sección de “Compendios, epítomes, manuales.” Sin embargo estos libros tenían ciertas características que habrían permanecido indefinidas de haber resultado así las cosas. Olavarría manifiesta su tendencia francófila al dedicar una sola sección para estos libros. Es una muestra de la preponderancia que tenía la cultura francesa en la cultura universal. Es algo que él no puede pasar por alto al ordenar sus libros. Asimismo, la significativa relación entre educación y recreo que hay en el título se puede trasladar con la misma validez a otras secciones. Olavarría ligaba todo al aprendizaje y no había página que recorriera su mirada que no existiera a partir de ese momento dentro de un marco moralizador. Es un tema de capital importancia en la caracterización de Enrique de Olavarría como lector, quizás el más importante. La disposición de la biblioteca como conjunto general en subconjuntos individuales obedece tanto a necesidades formales como a requerimientos intelectuales. Las categorías bibliográficas y hemerográficas son de la misma manera categorías del pensamiento. Es posible desprender consideraciones de orden intelectual de las estadísticas propias de cada subconjunto, así como de la preeminencia o la discreción de cada subconjunto dentro del conjunto general. No se trata pues de una acumulación descompuesta de elementos, sino de la evolución armónica de una forma de pensamiento y una forma de acumulación material. La biblioteca es el nudo que sujeta a la realidad por sus extremos: el mundo de las cosas y el mundo de las ideas.17 17 José María Vigil enfrentó el mismo problema de comunicar a las cosas con el orden de las cosas al asumir la dirección de la Biblioteca Nacional de México, en 1880: “mi primer pensamiento fue fijar una base de organización sencilla y completa, que facilitase el manejo de una biblioteca que adquirirá sin duda enormes proporciones, y que sin tal registro no sería más que una informe aglomeración de libros que prestaría muy poca utilidad.” José María Vigil, “Inauguración de la Biblioteca Nacional. Informe del Director”, en Boletín de la Biblioteca Nacional de México, año 1, no. 2 (31 de agosto de 1904), p. 21. 19 El universo del impreso experimentó una expansión extraordinaria durante el siglo XIX. En México la revolución de independencia también se manifestó como una revolución de la industria editorial. Comenzó a publicarse una mayor cantidad de obras referentes a una mayor cantidad de temas; asimismo, aumentó considerablemente el comercio de impresos provenientes del extranjero. Esta expansión es evidente en los inventarios de las obras que los editores y las librerías ponían a disposición del público en respuesta a la creciente demanda. Sin embargo, la oferta editorial sólo constituye uno de los extremos del universo del impreso. El otro se encuentra en las relaciones de lecturas y en las bibliotecas particulares, que rinden cuentas de la historia del impreso al llegar a las manos del lector. Ramiro Lafuente señala atinadamente que “se produjo un desarrollo de la comunicación impresa en donde el gobierno intervino como un factor de fomento de la industria editorial y del fortalecimiento de la enseñanza y de las bibliotecas.”18 La justa proporción del universo del impreso sólo se puede reconocer a través de los ojos de los lectores que se vieron envueltos en ella. Desde la perspectiva del editor y el librero, cada impreso está destinado a un ejemplo de lector específico. Estudiando los hábitos de lectura de un individuo en particular asoma la posibilidad de que un lector se multiplique en una diversidad de lectores. Enrique de Olavarría no fue un lector monotemático. Su interés abarcó varios temas, que cultivó simultáneamente a lo largo de su vida. Esta diversidad hizo posible que muchos libros que estaban destinados a llevar existencias separadas finalmente se encontraran. La inventiva del lector dio lugar a un universo literario insólito, escenario de nuevas aventuras del conocimiento. Las experiencias de un lector adquieren importancia en la historia de la cultura en la medida en que manifiestan la creatividad excepcional del ser humano. En un aspecto en particular su catálogo se asemeja a los inventarios de librerías tradicionales. El catálogo también constituye una aproximación al patrimonio del lector. La biblioteca particular de Enrique de Olavarría también representa una importante acumulación y podría ser objeto de meticulosas estimaciones económicas. El microcosmos literario de Enrique de Olavarría refleja fielmente características del macrocosmos literario mundial de finales del siglo XIX y principios del XX. Su biblioteca conjuga intereses variados, que se extienden desde la poesía y la ficción hasta las ciencias del lenguaje y los manuales técnicos. Detrás de esta diversidad se ocultan las proporciones que el 18 Ramiro Lafuente, Un mundo poco visible: imprenta y bibliotecas en México durante el siglo XIX, México, CUIB- UNAM, 1992, p. 96. 20 universo editorial había alcanzado tras décadas de crecimiento. A comienzos del siglo XIX el periodismo, la novela y la divulgación científica se encontraban en un estado embrionario. En tiempos de Olavarría alcanzaron a afianzar su posición dentro del campo literario, adquiriendo un cierto grado de autonomía con respecto a otras formas. En consecuencia, la conciencia y la competencia del lector evolucionaron hacia las formas complejas que caracterizaron a la vida privada en el fin de siglo. El universo literario consistía en una conjunción elaborada de intereses estéticos y de clase. Un corte transversal del fenómeno literario a fines del Porfiriato luce así en la memoria de Salvador Novo: “el pueblo leía novelas de Miguel Zévaco y versos de Antonio Plaza; la clase media, novelas de Dumas y versos de Juan de Dios Peza, la más atrevida aristocracia, novelas de Zola o de su doble femenino la Pardo Bazán, y versos… en francés.”19 Sería impreciso describir este crecimiento como una trayectoria sustentada. Por el contrario, lo posibilitaron el esfuerzo y la obstinación de individuos y grupos que ocasionalmente irrumpieron en un ambiente editorial que con facilidad tendía al conformismo y la chapucería y lo revolucionaron.20 Esta pléyade de personajes, como Ignacio Cumplido y Vicente García Torres a mediados de siglo o Francisco Díaz de León y Victoriano Agüeros entre los contemporáneos de Olavarría, y sus obras dan continuidad a la historia de la edición en México en el siglo XIX. Olavarría demostró ser un gran conocedor del mundo editorial. También sus errores de interpretación contribuyen a precisar la concepción ideal que tenía del mundo del impreso en lamisma medida que la decepción que le producía el mundo editorial real. El orden de sus libros ratifica su interpretación de las glorias y las miserias de la edición. Su peculiar interpretación de lo bello y lo bueno influyó determinantemente en su forma de leer. Esta percepción ilumina y rige a sus obras, tanto las que escribió como las que dio a conocer. Como ocurre al inicio de la novela El caballero pobre de Henri Conscience, que Olavarría tradujo y publicó por entregas en las páginas de El Renacimiento, hay en los libros 19 Salvador Novo, “Leños, libros y amigos –los más viejos, preferidos”, en El Libro y El Pueblo, tomo XI, no. 3 (marzo de 1933), p. 93. 20 “Hay que confesar el decidido mal gusto que se apodera de ciertos períodos ochocentistas, en los que la jactancia del fin de siglo comete en tantos órdenes –y en el de la tipografía, por de contado- los abusos más soeces, ya no sólo contra una depurada belleza, sino contra la más prudente discreción.” Enrique Fernández Ledesma, Historia de la tipografía en la Ciudad de México, México, UNAM, 1991, p. 21. 21 remedios del alma.21 Esta lectura moral se trasluce en todas las secciones de su biblioteca, sin importar la diversidad práctica, temática y formal. En vez de modificarse, la postura de Olavarría se fue radicalizando con el paso del tiempo, ajustándose cada vez más a las necesidades específicas de conocimiento de sus contemporáneos. En la actualidad muchos libros de su biblioteca han dejado de ser leídos y editados. Su colección de obras académicas expresa este distanciamiento con mayor exactitud. Ninguna forma de conocimiento manifiesta los efectos del tiempo como la literatura de carácter científico, en la que los paradigmas de conocimiento se suceden impasiblemente y unos libros de texto desplazan a otros. “No es extraño,” escribe T. S. Kuhn, “que tanto los libros de texto como la tradición histórica que implican, tengan que volver a escribirse inmediatamente después de cada revolución científica.”22 Las obras pertenecientes a otras secciones de su biblioteca también manifiestan este efecto de desplazamiento, aunque en menor grado. En la historia de la lectura, las épocas precedentes se caracterizan por la peculiaridad de sus libros, tras la que se esconde toda una cultura literaria. José María Vigil supo expresar la manera en que este fenómeno se vinculaba con la elaboración de una biblioteca en los siguientes términos: […] en el avance intelectual de los pueblos no hay solución de continuidad. Cada generación trae su contingente de trabajo, que enriquecido con el legado de las generaciones que la precedieron, pasa íntegro a las que vengan después a ocupar la escena del mundo. Así se concibe sin esfuerzo la necesidad de recoger y conservar cuidadosamente esa riqueza colectiva de preciosos documentos, que encarnan la vida psicológica de las sociedades, y que ha dado origen desde la más remota antigüedad a las bibliotecas y archivos, sin cuyo auxilio no habrían sido posibles las obras maestras de la erudición clásica, que derraman indeficiente luz sobre las conquistas del pasado, y señalan sabiamente los obstáculos que hay que allanar para obtener los triunfos del porvenir.23 La cantidad de información contenida en el catálogo es variada y rica en sugerencias. Olavarría, al igual que muchos de sus contemporáneos demostró un vivo interés por distintos aspectos de la cultura, como la historia, la literatura, la lingüística y la divulgación científica. 21 Leonor, la joven protagonista, pasa sus ratos de ocio en un jardín idílico. Entre la vegetación se encuentra una mesa y sobre ella un libro, detalle con el que culmina el cuadro. Henri Conscience, El caballero pobre (traducción de Enrique de Olavarría y Ferrari), en El Renacimiento, entrega 4 (4 de febrero de 1894), p. 79. 22 Thomas S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, México, FCE, 2001, p. 215. 23 José María Vigil, “A nuestros lectores”, en Boletín de la Biblioteca Nacional de México, año 1, no. 1 (31 de julio de 1904), p. 1. 22 Esta diversidad de intereses, que en muchos casos emergió en su propia obra como escritor, se ve reflejada fielmente en el catálogo de su biblioteca. Olavarría, un escritor que fue reconocido como periodista, novelista, pedagogo e historiador, reproduce los rasgos distintivos de cada una de estas disciplinas en su vida de lector. La biblioteca particular del escritor constituye el laboratorio en el que los temas cobran forma. La biblioteca en sí carece de un orden argumentativo. No afirma ni niega nada. Su facultad de expresión reside en la insinuación. La biblioteca magnifica inquietudes y afiliaciones intelectuales. En la biblioteca el escritor aparece como el obrero del conocimiento, inmerso en la materia de los libros, desentrañando sus temas de la veta de sus lecturas. He transcrito en su integridad el catálogo de la biblioteca personal de Enrique de Olavarría y Ferrari. Precede a la transcripción mi comentario del documento. Una interpretación integral del catálogo implicaría un esfuerzo intelectual sostenido durante años. Queda fuera de duda que una empresa de esta envergadura resultaría sumamente fructífera para los estudios de la cultura mexicana. La habría emprendido con gusto e interés pero las circunstancias académicas no favorecían mis intenciones y he debido ceñir mi investigación. He elegido interpretar tres aspectos del catálogo, las publicaciones efímeras, las obras narrativas y las obras académicas. Comienzo por las publicaciones efímeras porque representan la ventana por la que Enrique de Olavarría conoció a la literatura mexicana inicialmente y constituyen el banco de información sobre el que se estructuró una poética de la lectura que nos legó las obras literarias más importantes del siglo en tanto que ella misma ha sido pasada por alto. Continúo con las obras narrativas porque proporcionan la perspectiva privilegiada de un lector que también fue autor de narraciones; si bien la narrativa como tal es una experiencia que comparten por igual las sociedades de todos los tiempos, el movimiento perpetuo entre consumo y creación hace que adquiera una forma distintiva en cada época. Concluyo con las obras académicas, en las que se dejan ver los recursos intelectuales que permitieron a Olavarría ejercer una influencia considerable sobre los demás lectores de su tiempo como profesor y autor académico; como un explorador que vuelve sobre sus pasos, Olavarría quiere esclarecer su comprensión de la lectura. Su último alegato es el expuesto precisamente por el catálogo de sus libros. La presente investigación no pretende ser una lectura concluyente del catálogo. Por el contrario, deseo enfatizar que la estructuración no argumentativa del documento proporciona una 23 apertura interpretativa de la información que contiene. Así como Olavarría supo infundir un sentido original a las obras de la tradición, es de desear que los lectores contemporáneos y los que vengan después realicen una lectura original del documento y sepan encontrar los caminos que comuniquen a sus mundos con el mundo del primer lector, Enrique de Olavarría y Ferrari. 24 1. PUBLICACIONES EFÍMERAS. a) Introducción. El catálogo de la biblioteca particular de Enrique de Olavarría da cuenta de una importante colección de periódicos, calendarios y folletos. Las colecciones de esta índole no eran excepcionales en el panorama literario mexicano del siglo XIX. Todas ellas giraban en torno a la incapacidad de las bibliotecas institucionales para satisfacer la necesidad de consultar la información contenida en publicaciones efímeras y periódicas, incapacidad que afectó al desarrollo de la historiografía, la novela histórica y los estudios literarios. En nuestro tiempocada una de estas formas impresas, los periódicos, los calendarios y los folletos, cuenta con estudios más o menos elaborados sobre los motivos, los procedimientos y las consecuencias inmediatas de su producción, distribución y consumo.24 Pero raramente se ha observado que esta especie de estudios siga el rastro de los impresos en épocas posteriores a la fecha de publicación. Este rastro nos conduce a las bibliotecas particulares que albergaron las primeras colecciones mexicanas de obras periódicas y efímeras. La colección de Enrique de 24 Cf. Florence Toussaint, Escenario de la prensa en el Porfiriato, México, Universidad de Colima, Fundación Manuel Buendía, 1989 y los variados estudios sobre folletos, calendarios, revistas y periódicos contenidos en La república de las letras. Asomos a la cultura del México decimonónico. Volumen II. Publicaciones periódicas y otros impresos (edición de Belem Clark de Lara y Elisa Speckman Guerra), México, UNAM, 2005. La aportación reciente más importante al estudio del folleto es la que se desarrolló dentro del proyecto de “Folletería mexicana del siglo XIX” en el Instituto Mora (cf. Nicole Giron, “El proyecto de Folletería mexicana del siglo XIX: alcances y límites”, en Secuencia, no. 39 (septiembre-diciembre de 1997). 25 Olavarría pertenece a este universo bibliohemerográfico y se ubica específicamente al término de una tradición que recorrió las más importantes bibliotecas particulares del siglo XIX. El objeto de esta tradición fue la construcción de bancos de información de carácter doméstico en un tiempo en que las bibliotecas institucionales, a causa de una insuficiencia de recursos materiales e intelectuales, no satisfacían las demandas de lectura y estudio de publicaciones periódicas y efímeras. En el curso de la historia de los acervos de información en México, en el que se inscriben las primeras colecciones de periódicos, calendarios y folletos, la importancia de las bibliotecas particulares es inestimable. En el siglo XIX la literatura mexicana debía leerse en publicaciones efímeras. En sus últimos días, Guillermo Prieto temía que lo que había escrito se perdería mientras permaneciera “disperso y sin compilar, en diarios, semanarios, revistas, folletines.”25 Los mejores lectores de la época fueron conscientes del peligro que amenazaba a su literatura y se le opusieron, en la medida de lo posible, haciendo labor de coleccionismo. Todavía a principios del siglo XX Genero Estrada advertía: “hay muchísimos impresos de México que no se coleccionan en nuestras bibliotecas, porque se piensa que no tienen ningún valor ni interés o que es pueril ocuparse de ellos.”26 Existe un punto en el itinerario de lectura de Enrique de Olavarría y Ferrari a partir del cual el libro deja de ser el modelo textual preponderante. La relación que Olavarría hizo de los calendarios, periódicos y folletos contenidos en su biblioteca particular integran una descripción detallada de este panorama y de las estrategias de lectura que concibió para elaborarlo. Esta especie de colecciones no era en modo alguno excepcional en el panorama literario decimonónico. Por el contrario, guarda un estrecho parentesco con colecciones que existían en otras bibliotecas particulares en ese tiempo y con colecciones existentes en décadas anteriores, lo que nos obliga a señalar las colecciones de calendarios, periódicos y folletos como una presencia acostumbrada en el panorama literario y como una característica fundamental de las bibliotecas particulares a lo largo de todo el siglo XIX. De lo anterior también se desprende la trascendencia sintomática de la lectura de esta especie de impresos dentro de la historia general de la lectura en México. 25 Citado por Luis González Obregón, citado a su vez por Boris Rosen en “Presentación”, en Guillermo Prieto, Obras completas I. Memorias de mis tiempos (presentación y notas de Boris Rosen, prólogo de Fernando Curiel), México, CNCA, 1992, p. 9. 26 Genaro Estrada, 200 notas de bibliografía mexicana, México, Monografías bibliográficas mexicanas, 1905, p. 6. 26 b) Antecedentes. El siglo XVIII adquirió una importancia considerable en el proceso de integración de las publicaciones periódicas en el panorama cultural de los lectores modernos. En la descripción que hizo Lucas Alamán del orden de las cosas anterior a la independencia política de México señaló la aparición de periódicos de carácter predominantemente científico y literario y subrayó su importancia en la conformación de una cultura nacional.27 Durante el último siglo de la Colonia ya existía un sistema establecido de producción y consumo de publicaciones efímeras pero la noción de su conservación se encontraba todavía fuera de los horizontes culturales de sus hombres de letras. José Antonio de Alzate y Ramírez, que era un notable productor y consumidor de esta especie de publicaciones, no consideraba indispensable su conservación. La apreciación del filón literario al que pertenecían las publicaciones efímeras modernas fue un descubrimiento de la vida independiente. De acuerdo con Rubén M. Campos, el preámbulo de la vida nacional independiente coincidió con la aceptación de esta especie de medios de comunicación por parte de las facciones involucradas en el proceso.28 La inexcusabilidad de esta literatura en la interpretación de la cultura nacional representó una desviación tajante con respecto a los canales de expresión establecidos anteriormente. Las primeras colecciones de publicaciones efímeras que cobraron forma en este periodo se distanciaban radicalmente de las proporciones académicas de un acervo, ejemplificadas en ese entonces por las bibliotecas conventuales de la Colonia. Entre el momento en que aconteció esta desviación y el momento en que fue asimilada por los canales institucionales se extendió el siglo XIX casi en su totalidad. El sustento material que hizo posible esta lenta transición se encontraba dentro de las bibliotecas particulares. c) Colecciones en bibliotecas particulares. 27 Lucas Alamán, Historia de México desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, tomo 1, México, Instituto Cultural Helénico-FCE, 1985, pp. 121-124. 28 Cf. “Las proclamas insurgentes” y “Los panfletos y sátiras políticas”, en Rubén M. Campos, El folklore literario de México, México, SEP, 1929, pp. 145-192. 27 La importancia de las colecciones de impresos efímeros es palpable en las páginas de las obras emblemáticas de la primera generación de historiadores mexicanos, representada por Lucas Alamán, José María Luis Mora y Lorenzo de Zavala. Los tres se sirvieron de la lectura de libros y, sobre todo, del recurso provechosísimo de la memoria de eventos en los que los mismos habían participado. Además, en el curso de sus investigaciones hicieron un uso extensivo de noticias extraídas de calendarios, periódicos y folletos evidenciado por ellos mismos. En vez de realizar una lectura descompuesta y desprevenida de impresos encontrados al azar, tuvieron la oportunidad de leer cada uno concienzudamente en el contexto textual específico y estable de una colección. Desafortunadamente, no en todos los casos detallaron las circunstancias que hicieron posible la consulta de estas publicaciones, circunstancias tan importantes para entender la condición del tejido social y sus productos culturales como el contenido del impreso mismo. Alamán dedicó tan solo unas cuantas líneas al respecto, en las primeras páginas de su Historia de Méjico: Además de las obras que se han publicado y andan en mano de todos, tengo a la vista multitud de folletos impresos y relaciones manuscritas de muchos de los principales sucesos de que he de ocuparmeque citaré con puntualidad, habiéndome sido de suma utilidad la extensa colección que posee mi amigo D. José María Andrade, sin cuyo auxilio me habría sido imposible escribir esta obra, aprovechando esta oportunidad de manifestarme mi reconocimiento , así como a todas las demás personas que con el mayor empeño, se han ocupado en proveerme documentos y en esclarecer las dudas que me han ocurrido.29 Alamán se permitió realizar un panorama literario del periodismo en los últimos años de la Colonia gracias al acceso que tuvo a este tipo de fuentes de información. Su perspectiva habría sido otra de no haber contado con la oportunidad de emplear los acervos de la biblioteca particular de José María Andrade. Alamán contaba por su parte con una rica biblioteca de su propiedad. Se tienen noticias de la bibliofilia que afectaba a José María Luis Mora. Entre las bibliotecas particulares de significativa importancia para el desenvolvimiento inicial de la historiografía mexicana también se cuenta la de Carlos María de Bustamante, quien además de leer y conservar toda suerte de documentos preparó nuevas ediciones de algunos. 29 Op. cit., p. viii. 28 Los hábitos de lectura que cultivó esta primera generación de historiadores, aunados a hábitos semejantes cultivados por lectores procedentes de otras profesiones, fueron recogidos y continuados por generaciones posteriores, dando origen a una tradición de la recolección, la conservación y el estudio del impreso efímero en todas sus variantes. Bibliófilos eminentes como José Fernando Ramírez y Joaquín García Icazbalceta perfeccionaron este hábito de lectura hasta convertirlo en una disciplina. Sin embargo, es durante las jornadas de lectura de José María Lafragua que el esclarecimiento del valor de los impresos efímeros en la moderna cultura literaria alcanzó su plenitud. Este acontecimiento se originó en el ámbito privado de la biblioteca particular de Lafragua y pudo haber permanecido ahí pero su sentido de compromiso social permitió que las consecuencias de sus actos se extendieran hasta la esfera de la vida pública. En vísperas de este suceso, escribió: Al emprender la formación de una Biblioteca Mexicana, creí que no debía limitarla a las obras completas escritas sobre la historia del país y a los periódicos políticos y literarios, sino que debía extenderla a la multitud de memorias, dictámenes, manifiestos, exposiciones y demás folletos, que aunque insignificantes muchos a primera vista sirven ya para aclarar los hechos, ya para pintar las pasiones de la época, ya para probar el progreso de la cultura tanto en el lenguaje como en el desarrollo de las opiniones y en las tendencias de los partidos políticos.30 Lafragua contribuyó al ensanchamiento de los horizontes de la lectura y la recolección de impresos que ya había comenzado a registrarse desde los inicios de la vida nacional. Durante su vida llegó a ver cómo sus expectaciones literarias serían continuadas dentro del contexto institucional de la Biblioteca Nacional de México, labor que tras su muerte habría de continuar José María Vigil. No fue el primero en abrigar esta suerte de expectativas pero la violencia predominante en las primeras décadas del siglo XIX impidió que esta modernización de los acervos institucionales se realizara antes. Entre los contemporáneos de Olavarría existieron otros coleccionistas de publicaciones efímeras. Luis González Obregón contaba con una colección de folletos que abarcaba doscientos volúmenes de misceláneas. Genaro García contaba con una “copiosa folletería” y una “excelente hemeroteca.”31 30 “Prólogo al Catálogo de mis Libros relativos a México”, en Lucina Moreno Valle Catálogo de la colección Lafragua de la Biblioteca Nacional 1821-1853, México, UNAM, 1975, p. xvi. 31 Cf. Genaro Estrada, 200 notas de bibliografía mexicana, México, Monografías bibliográficas mexicanas, 1905, pp. 17-18. 29 La anterior serie de eventos en la historia de la lectura en México resonaban en el panorama cultural en los tiempos de la llegada de Enrique de Olavarría y Ferrari a México. En sus orígenes, su biblioteca particular compartió estas preocupaciones y predilecciones, y contribuyó a trasplantarlas a los contextos específicos de la República Restaurada y el Porfiriato. Su biblioteca particular ocupó una posición privilegiada en el periodo de transición entre el florecimiento de las bibliotecas particulares decimonónicas y sus postrimerías. d) Las colecciones de impresos efímeros en la biblioteca particular de Enrique de Olavarría y Ferrari. Los orígenes de la biblioteca particular de Enrique de Olavarría se remontan a la primera década de su llegada a México, ocurrida en 1865. Comenzó de inmediato a relacionarse con los círculos literarios y a adquirir experiencias de lectura. En su primer libro, El arte literario en México, aparecido originalmente en las páginas de la Revista de Andalucía durante 1877 y editado inmediatamente después como libro, ya demostraba un dominio de las fuentes bibliográficas y hemerográficas mexicanas. Dedicó todo un capítulo a la producción literaria aparecida en publicaciones periódicas, lo que no pudo hacer sin el acceso a una colección de periódicos.32 La adquisición sistemática de calendarios, periódicos y revistas, tanto recientes como impresos con anterioridad, o al menos la noción de su adquisición, debe remontarse a estos años. Su colección de folletos comenzó a desarrollarse al mismo tiempo que afianzaba su presencia en los círculos literarios y las sociedades de conocimiento de la República Restaurada y el Porfiriato. e) El problema de la acumulación material de las colecciones. La acumulación material de esta especie heteróclita de documentos enfrentó al coleccionista con problemas de un orden enteramente material y espacial antes que conceptuales, problemas que con todo que tuvo que resolver a la vez que ahondaba en el sentido intelectual de sus lecturas. 32 Cf. Enrique de Olavarría y Ferrari, El arte literario en México, Madrid, Espinosa y Bautista, 1877. 30 Enrique de Olavarría es un escritor que parece poseer una memoria enciclopédica de su siglo, versada en materias diversas como la política, la literatura y los espectáculos. Lo que ocurre en realidad es que Olavarría contaba con una base de información de proporciones enciclopédicas. Su existencia no comenzaba con el acto elemental de la acumulación. Olavarría no contaba con pilas desarregladas de publicaciones efímeras, contaba con estanterías de documentos escrupulosamente recolectados, revisados y diferenciados. Realizó una anatomía certera de lo originalmente informe. El objetivo de esta arquitectura era agilizar las acciones de lectura focalizadas, resolver las necesidades específicas de información, encontrar en el menor tiempo posible una nota o una ilustración en la masa extensa de páginas innumerables. Olavarría comprometía con frecuencia sus jornadas de lectura a estrictos programas de producción literaria que dejaban poco lugar a ensoñaciones y ocios. La confrontación inicial entre masa y sentido evolucionó hasta convertirse en un proceso que compaginaba a ambos en una sola resolución de pensamiento y acción. La asimilación de los impresos sueltos en una unidad bivalente de sentido y extensión produjo en principio resultados evidentes, de una sencillez incontestable. Ante la doble profusión de ejemplares y formatos, Olavarría recurrió a una solución elemental y empastó sistemáticamente calendarios, periódicos y folletos. Fue una solución eficiente pero no exenta de errores: ocasionalmente apunta al margen del registro señalamientos como “fuera de su lugar” o, más específicamente, “fuera de su lugar por culpa del encuadernador”. En elcaso de las publicaciones periódicas que llenaban más de un volumen, ordenó estos volúmenes cronológicamente, agrupando en cada uno la producción procedente de meses o semanas. Así lo hizo con sus ejemplares de El Siglo Diez y Nueve de Cumplido (veintidós volúmenes), El Tiempo Ilustrado de Victoriano Agüeros, Artes y Letras de Ernesto Chavero (veinticinco volúmenes) y el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (veintisiete volúmenes). Tuvo que hacer frente a problemas de organización ante los que opuso soluciones imaginativas, desprendidas directamente de sus necesidades específicas de lectura. También empastó su colección de folletos y obras pequeñas en volúmenes misceláneos. Los folletos carecían del orden de sucesión cronológico de los periódicos y revistas pero en algunas ocasiones 31 guardaban entre sí otro tipo de relaciones que Olavarría quiso integrar al criterio de empastado, en vez de realizar conjuntos arbitrarios. Así, suele ocurrir que las obras contenidas en un tomo tratan temas semejantes o conservan una continuidad preestablecida desde su publicación. Olavarría organizó la totalidad de su colección, consistente en cuatrocientos cincuenta y ocho impresos, en sesenta y tres tomos que contenían cada uno entre un par y una decena de impresos. Tanto las muestras de un criterio esquemático y convencional como las de un criterio inventivo e ingenioso contribuyeron a bosquejar el entramado preestablecido de estrategias que aguardaba a las necesidades de lectura de Enrique de Olavarría en el curso de sus ocupaciones profesionales. f) Manipulación de contenidos de las colecciones. Las peculiaridades formales de los subconjuntos que se formaban dentro de las colecciones resultaban en una manera de segmentación, precisión y articulación de la información no exenta de similitudes con la manera en que los libros la presentaban. Olavarría, al igual que sus contemporáneos y los lectores que lo antecedieron en su genealogía, intentó resarcir el distanciamiento entre el modelo canónico de lectura que encarnaba el libro y las variantes y anomalías de los impresos efímeros, que adolecían de un sobrecargado entramado de tópicos y tendencias. La integración de los documentos en volúmenes sentó un precedente en esta labor de resarcimiento que Olavarría perfeccionó al establecer una manera de manipular los contenidos con igual facilidad que el cuerpo de los impresos. Para hacerlo se valió del catálogo mismo. Los márgenes del documento adquirieron una importancia inestimable en el siguiente estado del proceso de composición de este entramado de lectura. A falta de un índice general que lo guiara en su lectura, Olavarría se sirvió de las notas al margen como indicios de lectura. Le dedicó a esta tarea una columna en la orilla de cada página del catálogo en todas sus secciones. No anotó exhaustivamente cada documento pero sí fue un anotador constante. Entre las publicaciones efímeras, la colección de periódicos es la que cuenta con más anotaciones, seguida por la de calendarios y finalmente la de folletos y obras pequeñas. Indicaba características específicas de la información contenida dentro de cada impreso, como la inclusión de un texto 32 original o una traducción de algún escritor en lo particular o la descripción de un evento histórico o la caracterización general de los temas tratados. La colección de calendarios se distingue de las anteriores porque, además de las anotaciones de esta índole, Olavarría identificó y anotó la presencia de ilustraciones litográficas que estimulaban su atención. En el registro del Calendario Para el Año de 1848 de Abraham López anotó “Litografías de la guerra americana”; en el del Calendario Impolítico de 1853, “Litografía de máquina para hacer políticos”; en el del Calendario Histórico de 1856, “Litografía de criminales famosos mexicanos”; en el del Calendario Para el Año de 1867 de Simón Blanquel, “Retrato del Emperador (la cola del diablo)”, y así en varias ocasiones a lo largo de la sección. Valiéndose de estas anotaciones, Olavarría podía organizar su colección de calendarios como un pequeño archivo de imágenes y recorrer la historia visual de un siglo de vida independiente. g) Calendarios y periódicos. La utilidad de la colección de calendarios y periódicos se hizo evidente principalmente durante los trabajos preparativos de las obras históricas y los relatos novelados de la historia mexicana que emprendió durante la década de los ochenta. El periodo histórico que Olavarría conoció con mayor profundidad se extiende desde los inicios de la Independencia hasta la Revolución de Ayutla. Como escritor hubo de recorrer este trayecto en dos ocasiones, la primera en la redacción de los Episodios históricos nacionales y la segunda en la imprevista redacción del cuarto tomo de México a través de los siglos. Durante la prolongada redacción de la Reseña histórica del teatro en México, que dio inicio en 1880 y concluyó en 1911, la colección adquirió un valor inestimable para elaborar los cuadros descriptivos y la relación detallada de sucesos públicos ocurridos décadas antes de su llegada a México, así como para corroborar las noticias meticulosas con que gustaba enriquecer la relación de los eventos. “Los viejos calendarios mexicanos”, escribió Genaro Estrada, “no sólo son curiosos como generalmente se supone, sino de importancia documental por las muchas noticias que en ellos se encuentran.”33 Desde una 33 Genaro Estrada, 200 notas de bibliografía mexicana, p. 74. 33 época muy temprana Enrique de Olavarría fue receptivo a los valores literarios que residían en las producciones periodísticas al interpretarlas como de un conjunto. No sin razón decidió comenzar El arte literario en México por una interpretación general del periodismo en tiempos de la República Restaurada.34 La fecundidad del medio se equipara con lo que a la sazón ocurría en las reuniones literarias y lo que publicaban novelistas y poetas. También fue sensible a las contingencias que envolvían y comprometían la permanencia de la producción periodística entre los lectores de épocas posteriores. Su obra como coleccionista responde a esta aflicción. La colección de calendarios es variada y contiene muestras representativas de los principales impresores de la época. Poseyó una colección casi completa de los calendarios impresos por Ignacio Cumplido entre 1836 a 1866 y poseyó casi todos lo calendarios que imprimió Mariano Galván, o que tras dejar de hacerlo siguieron apareciendo bajo su nombre, desde el primero, de 1826, hasta el de 1915, pero organizó sistemáticamente sólo los que se imprimieron a partir de 1835. Ambos casos consistían en pequeñas colecciones dentro de su colección general, y así lo hizo notar al margen de los registros. Además de los ya mencionados Cumplido y Galván, poseyó calendarios de Mariano José Zúñiga y Ontiveros (diez ejemplares impresos entre 1817 y 1826), Martín Rivera (diez y seis ejemplares impresos entre 1825 y 1860), Abraham López (doce ejemplares impresos entre 1840 y 1858), Juan R. Navarro (once ejemplares de títulos varios impresos entre 1847 y 1859), Manuel Murguía (treinta y siete ejemplares de títulos varios impresos entre 1849 y 1864), Simón Blanquel (quince ejemplares de títulos varios impresos entre 1853 y 1865), Vicente Segura (doce ejemplares de títulos varios impresos entre 1857 y 1866), José María Andrade y Felipe Escalante (ocho ejemplares de títulos varios impresos entre 1858 y 1862), además de una extensa variedad de de títulos de las más variadas tendencias políticas y temáticas impresos a lo largo del siglo. La colección consta en su totalidad de 372 calendarios, impresos entre 1817 y 1915. La colección de periódicos es variadísima y un sistema de registro un tanto escurridizo adoptado
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