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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFIA Y LETRAS COLEGIO DE HISTORIA LA FIESTA DEL CORPUS CHRISTI EN LA CIUDAD DE MÉXICO DURANTE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX. RASTREO DE ANTECEDENTES HISPANOS Y NOVOHISPANOS. QUE PARA OBTENER EL TITULO DE LICENCIADA EN HISTORIA P R E S E N T A : EVELYN VENEGAS ARENAS ASESOR: DRA. MARÍA DEL CARMEN VÁZQUEZ MANTECÓN CIUDAD DE MÉXICO, 2007 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. A mis padres, María Remedios Arenas Amaya e Inocente Venegas Mancilla. ii El día del Corpus bendito día que sale el Señor manifiesto por la calle pegando papel de amor. Recogiendo sus ovejas como un pulido pastor, las ovejas le responden con muchísimo fervor que nos dé salud y gracia pa’ terminar la función. Del paloteo “El día del Corpus bendito” (Tomado de Sánchez del Barrio, Fiestas y ritos tradicionales, Castilla Ediciones, 1999). iii AGRADECIMIENTOS A Ángela Liliana Canabal Morales, por ser mi amiga, mi colega en la Licenciatura en Historia y por las incontables horas que pasamos en bibliotecas y archivos, investigando para nuestras respectivas tesis. A Anabell Venegas Arenas, por sus comentarios, por resolver mis dudas en el manejo de la computadora y por su ayuda en la captura y mejora de las imágenes que ilustran este proyecto. A Nayelli del Sol Vázquez Chavira, por ser amiga y colega, por sus palabras de aliento y ser parte de mi historia en la Facultad de Filosofía y Letras, al igual que Ángela. A la Dra. María del Carmen Vázquez Mantecón, mi asesora, por su infinita paciencia y dedicación que llevaron a buen término este trabajo. A mis sinodales, el Dr. Sergio Ortega, el Dr. Miguel Soto, la Dra. Teresa Lozano y la Dra. Ana Rosa Suárez, por sus invaluables comentarios y sugerencias. A los que fueron mi inspiración, a los excelentes profesores que tuve la oportunidad de conocer, a los compañeros con quien compartí clases, a quienes siempre confiaron en mí, a quienes me tendieron la mano. iv ÍNDICE GENERAL AGRADECIMIENTOS ............................................................................................................................iv INTRODUCCIÓN ...................................................................................................................v I. ORIGEN DE LA FESTIVIDAD DEL CORPUS CHRISTI .....................................................1 Institución de la Eucaristía Institución de la fiesta del Corpus Christi Sobre el día del Señor Celebrar la vida II. EL CORPUS CHRISTI EN ESPAÑA DURANTE LOS SIGLOS XVI-XVIII ......................13 Decoración de calles y plazas Gigantes, cabezudos y enanos La Tarasca Las Rocas o Misterios Las Danzas La comitiva La tarde del Corpus III. EL CORPUS CHRISTI EN LA CIUDAD DE MÉXICO DURANTE LOS SIGLOS XVI-XVIII ................................................................................................................30 Elementos de la fiesta El Jueves de Corpus y su financiamiento Recapitulando: el Corpus bajo el virrey Revillagigedo IV. UNA MIRADA A LA CELEBRACIÓN DEL CORPUS CHRISTI EN LA CIUDAD DE MÉXICO DURANTE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX ....................53 Permanencias y variantes Organización de la fiesta V. EL ATRACTIVO DE LA FIESTA DEL CORPUS CHRISTI EN LA CIUDAD DE MÉXICO (1821-1855) ..................................................................................................67 La tropa Admirar y ser admirado El Divinísimo La tarde de Corpus VI. LA PROBLEMÁTICA DEL DESFILE DEL SANTÍSIMO EN LA CAPITAL MEXICANA, 1821-1855 ....................................................................................................98 De las finanzas del Ayuntamiento De conflictos burocráticos y de jerarquía De otras cuestiones que incidían en la Octava De cuando se buscaba hacer muy lucidor al Corpus De cuando el festejo del Corpus deslució CONCLUSIONES ................................................................ 124 ANEXO I. CRONOLOGÍA “LA FIESTA DEL CORPUS CHRISTI EN LA CIUDAD DE MÉXICO DESDE EL SIGLO XVI HASTA LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX” ......................................................... 129 ANEXO II. IMÁGENES DEL CORPUS CHRISTI ............................................................. 135 Figura 1. Procesión del Corpus Christi cubierto (s. XIV) (Tomada de Righetti, Mario, Historia de la liturgia I, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1955) .....................................................................................................................135 Figura 2. Altar callejero de la procesión del Corpus, Sevilla, 1594 (Tomada de Ramos Sosa, Rafael, Arte festivo en Lima virreinal: siglos XVI-XVII, Andalucía, Junta de Andalucía, 1992). ..........................................................................135 Figura 3. Tarasca de Madrid, salida en el Corpus de 1744, original a color (Tomada de Montoliu, Pedro, Fiestas y tradiciones madrileñas, Madrid, Silex, 1990) ...............................................................................................................................136 Figura 4. Representación de la tarasca defendiendo el castillo de la herejía (Tomada de Sánchez del Barrio, Antonio, Fiestas y ritos tradicionales, España, Castilla Ediciones, 1999) ..........................................................136 Figura 5. Grabado en el que se representa a los gigantes procesionales (Tomada de Sánchez del Barrio, Antonio, Fiestas y ritos tradicionales, España, Castilla Ediciones, 1999) ..................................................................................... 137 Figura 6. Grabado en el que se representa a los cabezudos procesionales (Tomada de Sánchez del Barrio, Antonio, Fiestas y ritos tradicionales, España, Castilla Ediciones, 1999) ...................................................................................137 Figura 7. La procesión del Corpus en Madrid, 1623 (Tomada de Montoliu, Pedro, Fiestas y tradiciones madrileñas, Madrid, Silex, 1990) ...................................138 Figura 8. La procesión del Corpus en el México colonial (Tomada de González Obregón, Luis, México Viejo, Patria, 1969) .................................................138 Figura 9. Salida del Corpus Christi en el México decimonónico (Tomada de Leyendas y costumbres de México, México, Editorial del Valle de México, 1990) ..........................................................................................................................139 Figura 10. El Santísimo bendice la Bandera, procesión del Corpus en el México del siglo XIX (Tomada de García Cubas, Antonio, El libro de mis recuerdos, México, Porrúa, 1986) .............................................................................139 Figura 11. Entrada del Corpus en Catedral, ciudad de México, siglo XIX (Tomada de García Cubas, Antonio, El libro de mis recuerdos, México, Porrúa, 1986) .........................................................................................................................140 Figura 12. La tarasca y el huacalito, siglo XIX (Tomada de García Cubas, Antonio, El libro de mis recuerdos, México, Porrúa, 1986) ........................................ 140 Figura 13. Plano de la ciudad de México durante la primera mitad del siglo XIX (Basado en Plano retrospectivo de la ciudad de México, 1869, México, Guía Roji, 1986). Indica el recorrido de la procesión del Jueves de Corpus .................................................................................................................. 141 Figura 14. Plano de la ciudad de México durante la primera mitad del siglo XIX (Basado en Plano retrospectivo de la ciudad de México, 1869, México, Guía Roji, 1986). Señala el itinerario de la procesión de la Octava del Corpus .......................................................................................................... 141 Figura 15. Plano de la ciudad de México durante la primera mitad del siglo XIX (Basado en Plano retrospectivo de la ciudad de México, 1869, México, Guía Roji, 1986). Muestra el circuito seguido por la procesión del Corpus Christi cuando la carrera era recortada ............................ 142 Figura 16. Planos de la ciudad de México que indican las calles en que era colocada la valla militar propia de la fiesta del Divinísimo (1821- 1855) (Basado en Plano retrospectivo de la ciudad de México, 1869, México, Guía Roji, 1986) .....................................................................................................143 Figura 17. Planos de la ciudad de México que denotan las dos rutas que seguía la tropa para desfilar en columna de honor frente a Palacio, después de finalizar su participación en la procesión del Corpus (1821- 1855) (Basado en Plano retrospectivo de la ciudad de México, 1869, México, Guía Roji, 1986) ................................................................ 144 FONDOS DOCUMENTALES Y BIBLIOGRAFÍA ......................................... 145 v INTRODUCCIÓN La fiesta es, en palabras de Josef Pieper, lo que complementa y da color al transcurrir monótono de la existencia.1 La clave de esto es que en el marco de un día festivo no se hacen presentes los problemas o conflictos que aquejan al ser humano y, por ello, posee un encanto ideal al ofrecer un mundo incomparable. Así que si el ser humano hubiera destinado todo su tiempo al ocio sin saber lo que era el cansancio por el trabajo duro, no habría tenido para él sentido el día festivo, pues no marcaría una diferencia con respecto a los otros días. De tal forma, el celebrar se encuentra estrechamente ligado al trabajo, sin el cual no tendría lugar. Según Pieper, “…ambas cosas, trabajar y celebrar una fiesta, viven de la misma raíz, de manera que si una se apaga, la otra se seca”.2 El término fiesta significa una pausa en las labores diarias e indica, a su vez, un intervalo de tiempo dedicado a actividades no comunes. Esencialmente, podríamos decir que es un día especial por el hecho de contrastar con la rutina y dar paso a una serie de actos que van encaminados a la relajación y el disfrute, donde la productividad no tiene cabida. De aquí que a tal día se le asocie con el juego y la diversión. Otra característica de la fiesta es que, de ninguna manera, se da como una situación inesperada, sino al contrario, es un evento que se planea y que se pretende sea de un deleite intenso, permitiendo al individuo expresarse de manera diferente a la habitual, pues no todos los días pueden ser de celebración. Entonces, se entendería por fiesta el tiempo gastado en acciones no inútiles, aunque no representen un beneficio cuantificable, y que además resulta indispensable como parte de la vida del hombre. Para que una fiesta se lleve a cabo está condicionada a tener un motivo, quiénes la realicen, un espacio físico, un rito y un carácter propio. Como se deja ver, debe existir 1 Pieper, Josef, Una teoría de la fiesta, Madrid, Rialp, 1974, pp. 11-12. 2 Ibid., p. 13. vi un hecho que celebrar, ya sea que forme parte del pasado o del presente, teniendo además la necesidad de afirmarlo3 y reconocer su importancia en el devenir del grupo que lo festeja. Lo segundo es que debe haber una comunidad que conmemore el hecho, encargándose de los preparativos necesarios, ya que “celebrar una fiesta es humano”,4 es decir, ningún otro ser vivo es capaz de esta “excentricidad vital”.5 Queda claro que una celebración sólo se da en medio de una colectividad. Lo tercero es que esto involucra la elección de un espacio físico para llevar a cabo esa reunión social y que tal sitio sea modificado según lo requiera la ocasión. En cuarto lugar, el festejo debe implicar una función, o sea un conjunto de líneas que determinen como se realizará tal solemnidad. Por último, su rasgo distintivo, preferentemente, debe ser la alegría. De acuerdo con la índole del acontecimiento que celebran, se ha agrupado a las fiestas en dos rubros: civiles y religiosas. Por las primeras, se entiende a aquellas que recuerdan hechos históricos significativos de una comunidad o un pueblo, o bien sucesos concretos de la vida. Mientras que, por las segundas, se deduce que son las que rememoran sucesos destacables en la historia de la religión que se profese. Ambas forman el calendario festivo de cualquier rincón del mundo, aunque el número de unas y otras no se presenta en proporción, porque por lo regular la balanza se inclina por las religiosas. Para la Iglesia católica, un día de fiesta es aquél que se celebra con mayor solemnidad que otros, que gira en torno a recordar un suceso o una persona santa, transmitiendo un mensaje de valor. Tal es el caso, en principio, de las fiestas dedicadas al Mesías, en que se trata de mostrar a los fieles cristianos cómo llevar una vida ejemplar si siguen los pasos del Señor, para así, algún día, regresar a la casa del Altísimo, y estar junto 3 Ibid., p. 40. 4 Marquard, Odo, “Una pequeña filosofía de la fiesta”, La fiesta: una historia cultural desde la antigüedad hasta nuestros días, Madrid, Alianza, c1993, p. 359. 5 Ibid., p. 360. vii a Él, a la diestra del Padre. Esto se intenta al conmemorar los momentos que marcaron el ciclo de su vida terrenal. Las celebraciones ofrecidas a la Santísima Virgen María y a los santos manejan una intención similar, pues indican al individuo cómo cumplir con los deberes que exige su fe religiosa y practicar la virtud, elementos esenciales para pertenecer al reino del Señor. Se intenta inspirar a los feligreses a realizar conductas en grado heroico a favor de sus semejantes, ya sean amigos o enemigos, en vista de que es un mandamiento de la ley de Dios. Por supuesto, la intención última del culto a los santos va dirigida a Dios, pues al honrar a los santos se honra al Todopoderoso, que es el origen de esas vidas admirables. Para la religión católica existen dos clases de fiestas: las fijas y las móviles. Las fijas o inmóviles son aquellas que caen en un día determinado del año, lo cual quiere decir que la fecha de su celebración nunca varía. Las no fijas se encuentran sujetas a la Pascua, siempre cambiante,6 de forma que si ella se adelanta, también dichas solemnidades o, si ésta se retrasa, sucederá lo mismo con ellas. A la clasificación antes mencionada, de festividades fijas y móviles, se agrega la de llamarlas de guardar. Se nombra así a aquellas que imponen la obligatoriedad. Es decir, se rigen por el precepto divino de “santificarás las fiestas”, aun cuando se permite no cumplir con esto si se presenta un motivo de imposibilidad física o moral. Santificar una fiesta implicaba no trabajar en obras serviles y oír una misa. El descanso era indispensable para otorgar la atención precisa al culto correspondiente. La Iglesia, como autoridad, era la que imponía las normas litúrgicas que se habían de seguir en las distintasconmemoraciones católicas. Teniendo estos festejos, por lo general, un 6 El Concilio de Nicea, en el año 325, decretó que la Pascua de Resurrección se celebrara en todo el mundo cristiano el primer domingo después de la luna llena siguiente al equinoccio de primavera. De tal forma que su conmemoración oscila entre el 22 de marzo y el 25 de abril. viii carácter alegre al exaltar la vida, solían rebasar el interior del templo y salir a las calles y las plazas. El estudio que se inicia se centrará en una fiesta religiosa de obligatoriedad, cuya fecha no es fija, que tiene sus raíces en Europa y se abrió camino a América con la conquista y colonización del Nuevo Mundo. Nos referimos a la festividad del Corpus Christi, celebrada el sexagésimo día después de la Pascua, la cual tuvo un gran esplendor en tierras mexicanas desde el siglo XVI hasta, por lo menos, la primera mitad del siglo XIX. En este último lapso es que se ubica la investigación que presentaremos. El trabajo que sigue tiene como principal objetivo mostrar una pequeña parte de lo que fue el marco festivo del México decimonónico. Se propuso conocer el significado de dicha celebración dentro de la liturgia católica, siguiendo con sus antecedentes hispanos y novohispanos, para poder ubicarla en el lugar y el periodo que nos interesa, para descubrir si la festividad del Corpus Christi ocupaba un lugar destacado entre las celebraciones efectuadas en la capital mexicana de la primera mitad del siglo XIX. Y, en caso de confirmarse esto, responder a las siguientes interrogantes: ¿a qué se debía su relevancia? ¿cómo era percibida por la sociedad capitalina? ¿qué características presentaba? y ¿en qué consistía la celebración profana de tal fiesta? Se ha escogido como espacio ideal de esta investigación la metrópoli mexicana pues sirvió para establecer las pautas que la Iglesia católica, junto con la autoridad civil, seguían para llevar a buen término la celebración y que, por supuesto, se repetían en todo lugar del territorio mexicano donde se ubicara un recinto religioso. El interés por estudiarla en dicho periodo de tiempo respondió a que se esperaba observar otra etapa en su realización, por estar atrás elementos característicos de la época colonial. Este escrito abarca, pues, desde el año de 1821 hasta el de 1855. La razón es que así se puede apreciar el ritual completo que conllevaba la fiesta del Corpus, ya que para la segunda ix mitad del siglo XIX, el culto externo se vería seriamente afectado por las leyes de Reforma. Las fuentes que se utilizarán son tanto primarias como secundarias. Los documentos proceden del Archivo Histórico del ex-Ayuntamiento de la ciudad de México y del Archivo General de la Nación de la misma ciudad. En el primer caso se revisarán volúmenes concernientes a las Actas de Cabildo de las sesiones ordinarias, a la asistencia del Ayuntamiento a diferentes eventos, y sobre procesiones y festividades religiosas. En el segundo caso se consultarán los ramos de Bandos, Reales Cédulas, Gobernación y Justicia Archivo. También se llevará a cabo un rastreo de información sobre el tema en el Fondo Reservado de la Hemeroteca Nacional de México. Aquí se localiza noticias del Corpus en la ciudad de México, específicamente del siglo XVIII y de la primera mitad del siglo XIX. Se examinaron además crónicas y relatos del México decimonónico, donde se retratara a la festividad del Santísimo Sacramento. Las fuentes secundarias abarcaron temáticas relacionadas con la premisa de esta tesis. Así se revisaron obras que hablaban de las fiestas en general, de las religiosas en específico, y otras que trataran sobre el tema de la fiesta del Corpus Christi. Luego se dio paso a aquellos libros que ofrecieran noticias de esta celebración en España, finalizando con las que nos permitieran ubicarla en el México colonial y decimonónico. La cuestión de la fiesta del Corpus Christi en España ha sido muy estudiada, pero no en el caso de México. Por ello, en este trabajo han sido imprescindibles los artículos o investigaciones que afrontan el tema del Corpus hispano, a fin de prever qué tipo de asuntos habían de tomarse en cuenta para comprender esta festividad en el marco mexicano. En primer lugar, el de Antonio Romero Abao titulado “La fiesta del Corpus x Christi”, en Las fiestas de Sevilla en el siglo XV,7 donde el propósito es acercarse a la celebración a partir de documentación totalmente civil, perteneciente al Cabildo de la ciudad. Así, a través de las cuentas de gastos que presentaron los distintos mayordomos de la ciudad, el autor reconstruye este festejo desde el año 1400 hasta el de 1523. Aunque en algunos años de estos Papeles del Mayordomazgo del Archivo Municipal de Sevilla se percibieron lagunas, las llena con información proveniente de fuentes bibliográficas. De acuerdo con lo que Romero Abao plantea, la fiesta del Corpus puede ser abordada a partir del estudio de la “preparación del escenario de la fiesta”, identificando dos espacios apartados pero en estrecha relación. Por una parte, el ámbito reconocido como sagrado, es decir, la catedral y, según sea el caso, otros recintos religiosos, bajo la responsabilidad del Cabildo Catedralicio. Y por otra, el ámbito sacralizado, entendiendo por éste las calles y las plazas que forman parte del itinerario procesional, cuya preparación corresponde al Cabildo secular. Rastreando lo que el engalanamiento ameritaba en uno y otro de los espacios mencionados, será posible desentrañar la organización del festejo y conocer a detalle cada uno de los elementos que le resultan indispensables. En esta forma de tratar el Corpus, Romero Abao coincide con Luis Rubio García, quien bajo pautas similares estudia el caso de Murcia en el siglo XV.8 7 Romero Abao, Antonio, “Las fiestas de Sevilla en el siglo XV”, Las fiestas de Sevilla: otros estudios, Madrid, Deimos, 1991, pp. 83-100; también aparece en una versión más corta en La religiosidad popular III. España, Anthropos, 1989, pp. 19-29. 8 Rubio García, Luis, La Procesión de Corpus en el siglo XV en Murcia y religiosidad medieval, Murcia, Academia Alfonso X, el Sabio, 1983. xi Otro texto útil fue el de José González Caraballo, “Sacralización del espacio urbano en el Corpus Christi de Sevilla”,9 donde se retoma la idea de Romero Abao para los siglos XV-XVII, enfocándose en el ámbito sacralizado, o sea, aquel que forma la carrera procesional y que, por ser objeto de un peculiar esmero decorativo, parecido al del espacio religioso, es visto como “una prolongación del espacio sagrado del templo”. Realiza la investigación considerando el arreglo exterior como un trabajo compartido entre el Cabildo de la ciudad, los vecinos, los gremios y las hermandades, y que la intención, en el embellecimiento de calles y plazas es la de impresionar a los sentidos. Con ello quiere decir que a los espectadores se les bombardea con el perfume exhalado por las flores y el aroma del incienso, junto con la belleza de las alfombras de flores y los adornos con plantas, así como con la colocación de arcos, toldos, antorchas, colgaduras, altares, y la presencia de figuras y monigotes, danzas, música y canto, ocupando un lugar destacado las escenas que retratan pasajes del Antiguo y el Nuevo Testamento. Fue indispensable examinar tanto a Jesús Callejo, en Fiestas sagradas,10 como a Antonio Sánchez del Barrio, en Fiestas y ritos tradicionales,11 en cuyos trabajos se trata el origen, significado y el modo en el cual se celebraba el Corpus en distintos lugares de la Península Ibérica entre los siglos XVI y XVIII, así como a N. D. Shergold y J. E. Varey , en Los autos sacramentales en Madrid en la época de Calderón, 1637-1681,12 para abundar en el tema de las danzas y las representaciones teatrales propias de la fiestadel Santísimo y, a César Oliva, en su escrito “La práctica escénica en fiestas teatrales previas al 9 González Caraballo, José, “Sacralización del espacio urbano en el Corpus Christi de Sevilla”, Del libro de los emblemas a la ciudad simbólica I, Castelló de la Plana, Universitat de Jaume I, 2000, pp. 209-226. 10 Callejo, Jesús, Fiestas sagradas, España, Edaf, 1999, pp. 129-136. 11 Sánchez del Barrio, Antonio, Fiestas y ritos tradicionales, España, Castilla Ediciones, 1999, pp. 83-110. 12 Shergold, N. D. y J. E. Varey, Los autos sacramentales en Madrid en la época de Calderón, 1637-1681, Madrid, Edhigar, 1961. xii Barroco”,13 esencial para el conocimiento de los juegos y las diversiones características de esta festividad. En cuanto a otros textos referentes a los preparativos necesarios para la ocasión, había que agregar a Marcelin Defourneaux en La vida cotidiana en España en el siglo de oro,14 y a José Díez Borque en La vida española en el siglo de oro según los extranjeros.15 De igual forma, a Maria Isabel Viforcos en El teatro en los festejos leoneses del siglo XVII,16 y a Aurora León en Iconografía y fiesta durante el lustro real: 1729-1733,17 así como los siguientes textos: “El ritmo de la comunidad” de Maria Asenjo,18 “Juegos, fiestas y espectáculos en el reino de Valencia” de José Hinojos,19 “Traslado de las figuras bíblicas en procesión: del Corpus a la Semana Santa” de Domingo Munuera,20 y obras como La vida cotidiana en la España de Velásquez, dirigida por José Alcalá-Zamora,21 y La fiesta en la Europa de Carlos V, a cargo de la Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V.22 13 Oliva, César, “La práctica escénica en fiestas teatrales previas al Barroco”, Teatro y fiesta en el Barroco: España e Iberoamérica, Madrid, Ediciones de Serbal, 1986, p. 108. 14 Defourneaux, Marcelin, La vida cotidiana en España en el siglo de oro, Buenos Aires, Hachette, 1964. 15 Díez Borque, José Maria, La vida española en el siglo de oro según los extranjeros, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1990, pp. 98-102. 16 Viforcos, Maria Isabel, El teatro en los festejos leoneses del siglo XVII, León, Universidad de León- Secretariado de Publicaciones, 1994, pp. 76-81. 17 León, Aurora, Iconografía y fiesta durante el lustro real: 1729-1733, Sevilla, Diputación Provincial de Sevilla, 1990, pp. 87-108. 18 Asenjo, María, “El ritmo de la comunidad: vivir en la ciudad, Las artes y los oficios en la Corona de Castilla”, La vida cotidiana en la Edad Media, Logroño, Gobierno de la Rioja-Instituto de Estudios Riojanos, 1998, pp. 169-200. 19 Hinojosa, José, “Juegos, fiestas y espectáculos en el reino de Valencia: del caballero andante al moro juglar”, Fiestas, juegos y espectáculos en la España Medieval, Madrid, Ediciones Polifemo, Aguilar de Campo- Fundación Santa María la Real-Centro de Estudios de Roman, 1999, pp. 65-91. 20 Munuera Rico, Domingo, “Traslado de las figuras bíblicas en procesión: del Corpus a la Semana Santa”, La religiosidad popular III, op.cit., pp. 617-627. 21 Alcalá-Zamora, José N.(dir.), La vida cotidiana en la España de Velásquez, Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 1994, pp. 210-211. 22 Camoens, Antonio, “La fiesta y el poder, El rey, la corte y los cronistas del Portugal del siglo XVI”, La fiesta en la Europa de Carlos V, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000, pp. 175-207. xiii La mayoría de los autores consultados siguen la línea de lo visual en el Corpus. Antonio Peñafiel, en su escrito “Luz, color y brillantez del Corpus Christi”, en el apartado “Festividades Devocionales” en Mentalidad y religiosidad popular murciana en la primera mitad del siglo XVIII,23 afronta la celebración al referirse a tales elementos como a aquello que daba a este festejo el carácter alegre que requería. Pero en cambio cree que la atención se encontraba acaparada por tres elementos: las danzas, la tarasca y los gigantes, por su presentación tan aparatosa, resultado del interés por explicar distintas cuestiones referentes a la doctrina cristiana. Sin dichos elementos, por tanto, el Corpus perdía su lustre y colorido, que eran sobremanera apreciados por quienes concurrían a la función. Este autor concede un gran peso en esta misión educativa a dos componentes en especial: por un lado, el que simbolizaba el mal (la tarasca) y, por otro, el que representaba el interior hueco (los gigantes). Aunque, según él, esta participación no logró tal objetivo del todo. En esta pauta de lo llamativo se centra Dolores Reyes Escalera en La imagen de la sociedad barroca andaluza,24 suponiendo factible la transmisión del mensaje cristiano siempre y cuando a las figuras se les diera el vestuario y los aditamentos necesarios, para que permitieran comprender fácilmente lo que simbolizaban, ya fuera que la tarasca tomara la representación de la bestia del Apocalipsis, el dragón infernal o la serpiente del paraíso, o bien que los gigantes se asemejaran a los pecados capitales, a pueblos importantes de la región, a las razas de las cuatro partes del mundo, a guardias o gobernantes romanos, tal como se hacía en la ciudad de Granada en los siglos XVII y XVIII. 23 Peñafiel, Antonio, Mentalidad y religiosidad popular murciana en la primera mitad del siglo XVIII, Murcia, Universidad de Murcia, 1988, pp. 234-251. 24 Escalera Pérez, Dolores Reyes, La imagen de la sociedad barroca andaluza, Málaga, Universidad de Málaga-Junta de Andalucía, 1994, pp. 197-260. xiv En Fiestas y tradiciones madrileñas,25 Pedro Montoliu trata el Corpus en Madrid, haciendo una revisión rápida desde el siglo XIV hasta el XVIII; hace destacar cómo se involucraba a los vecinos en el exorno del itinerario de la procesión, a través del oficio de vísperas que se llevaba a cabo el día anterior a la celebración. De esta forma plantea que la atención era captada y retenida desde el inicio de la fiesta, o mejor dicho, desde los preparativos, con lo cual se garantizaba que el Santísimo tuviera una carrera digna y un acompañamiento nutrido. Y agrega que lo cautivador, por supuesto, de los colores y las formas, y la algarabía, eran esenciales, pues por la vista entraba la predilección por este festejo. Otro ejemplo de esto lo da George Foster, en Cultura y conquista: la herencia española en América,26 donde habla brevemente del atractivo empleado en la comitiva de la víspera del Corpus, compuesta por la tarasca, el mojigón, las tarasquillas y otros monigotes, como los gigantes, en el caso de Barcelona, que encierran una gracia difícil de rebasar. Por ello, su participación no sólo se reservaba para la víspera, sino también estaba en la procesión del Jueves de Corpus y en la Octava, así como en más días cercanos a la fiesta. Este autor ofrece descripciones riquísimas de los gigantes, las cuales permiten entender su presencia en dicha festividad. Para saber qué otro tipo de elementos agasajaban la vista en España, fue necesario recurrir a Juan Manuel Martín, en “Elogio y triunfo del catolicismo en Granada: la emblematización de la plaza de Bibarrambla en la Festividad del Corpus de 1759”,27 donde se asegura que el ámbito no sagrado, del que ya se ha hablado anteriormente, se 25 Montoliu, Pedro, Fiestas y tradiciones madrileñas, Madrid, Silex, 1990, pp. 211-221. 26 Foster, George M., Cultura y conquista: la herencia española en América, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1962, pp. 333-340. 27 Martín García, Juan Manuel, “Elogio y triunfo del catolicismo en Granada”, Del libro de los emblemas a la ciudad simbólica I, Castelló de la Plana, Universitat de Jaume I, 2000, pp. 183-207. xv volvió el marco ideal para los emblemas,28 cuya misión era “deleitar y enseñar” yen donde todo iba encaminado a alabar al Santísimo Sacramento en su victoria contra los herejes. De ahí que, con esta razón se justificara la grandiosidad con que se festejaba tal día. Para este autor, calles y plazas se volvían un sitio distinto, sin lugar a dudas, pues se trataba de un día extraordinario, más aún, en una ciudad donde la fiesta del Corpus era una conmemoración principal, y que por ello no escatimaba en colgaduras, tapices, sedas, bordados, alfombras vegetales, altares, lienzos y pinturas (según un programa iconográfico). Estos últimos se centraban, como resulta obvio, en la lucha contra la herejía, combinando imágenes que recreaban escenas del Antiguo y Nuevo Testamento, con alusiones a la Eucaristía y citas fácilmente comprensibles por su uso frecuente en esta solemnidad. María José Cuesta, en Fiesta y arquitectura efímera en la Granada del siglo XVIII,29 al hablar de la fiesta del Corpus Christi explica también este énfasis decorativo. En primer lugar, se refiere a elementos que componen la procesión del Santísimo, tales como la tarasca, las danzas y los gigantes, como una reminiscencia de la Antigüedad, al recrear la imagen clásica del triunfo. Y añade que una prueba era el lugar que se les designaba, es decir, marchaban delante de la Eucaristía, donde se les exhibía como los enemigos vencidos, tal cual se hacía en dichos desfiles de victoria. Esto aun cuando se les quisiera ligar a la tradición bíblica. En segundo lugar, revisa la presencia de imágenes religiosas en el itinerario procesional, considerándolas como fruto de los intereses de la Contrarreforma, pues destaca la iconografía de Cristo, con referencias a la Eucaristía, sobre las escenas del Antiguo Testamento. 28 Figuras simbólicas acompañadas de leyendas explicativas. 29 Cuesta García de Leonardo, María José, Fiesta y arquitectura efímera en la Granada del siglo XVIII, Granada, Universidad de Granada-Diputación de Granada, 1995, pp. 243-245. xvi Y en tercer lugar, al estudiar los programas ideados para la decoración, los cuales se desarrollaban según una idea fundamental que se expresaba en lienzos, altares y en la forma bajo la cual se presentaban la tarasca y los gigantones, la autora logra describir y explicar lo que simbolizaban, detectando conceptos clave para exaltar el triunfo de Dios, que se repetían una y otra vez: la Eucaristía como fuente de salud, amor, verdadera vida, protección y, al mismo tiempo, del castigo, la virtud, la justicia, la sencillez, la prudencia, la caridad y la pureza. Como se ve, con su investigación permite conocer una serie de cuestiones indispensables para seguir el hilo a dicha celebración. María Isabel Viforcos, en su trabajo sobre la festividad del Corpus,30 ofrece otra explicación acerca de la intervención de distintos elementos durante la procesión de la Sagrada Forma. Afirma que la designación de esta celebración para el jueves sexagésimo después del domingo de Pascua de Resurrección le otorgó un doble carácter, ya que dio lugar a una fiesta en la que, al tiempo que se honraba a la Majestad Divina, se regocijaba por el renacer de la naturaleza, lo cual, según esta investigadora, se aprecia en las diversas figuras que participaban, así como en las dramatizaciones sacras (danzas y comedias). Y agrega que todo este aparato festivo crece conforme aumenta el interés, tanto por parte de la autoridad espiritual como de la autoridad civil, por rodear al Santísimo del mayor lujo posible. La fastuosidad con la que se planeaba y realizaba la festividad del Corpus solía hacerla distinguida y solemne, la mayoría de las veces, pero según Pérez del Campo y Quintana Toret, en Fiestas barrocas en Málaga,31 podía convertirla en otras ocasiones en todo lo opuesto. Desde luego resultaba importante que el escenario del paso del Divinísimo fuese llamativo hasta cierta medida, entonces eran bien recibidos los montajes 30 Viforcos, María Isabel, La Asunción y el Corpus, de fiestas señeras a fiestas olvidadas, León, Universidad de León, 1994, pp. 125-158. 31 Pérez del Campo, Lorenzo y Francisco Javier Quintana Toret, Fiestas barrocas en Málaga: arte efímero e ideología en el siglo XVII, Málaga, Diputación de Málaga, 1985, pp. 50-80. xvii decorativos donde carteles y leyendas ilustraban los misterios de la fe, o bien el colorido de los trajes de las figuras que irían en el cortejo. Sin embargo, en el afán de superar cada año el festejo del año anterior, y exaltar al máximo la fe en el misterio de la Eucaristía, se presentaba un reto cada vez mayor y que a veces difícilmente se cumplía conforme lo marcaba el respeto al Altísimo. Estos autores consideran que, con el interés de sorprender y ganarse al público, se llegó a caer en actos irreverentes. Teniendo en cuenta lo anterior, se procedió a situar esta festividad en la ciudad de México durante el gobierno virreinal. La obra de José María Marroquí, La ciudad de México,32 en su apartado dedicado a la fiesta del Corpus, permitió un acercamiento preciso. El autor hace un seguimiento de esta conmemoración durante los siglos XVI, XVII y XVIII en las Actas de Cabildo del Ayuntamiento de la ciudad de México, complementando dichos datos con información extraída de crónicas de la época, en especial en el caso del siglo XVII y algunas notas sobre el siglo XVIII, permitiendo conocer los elementos que formaron parte de ésta desde sus inicios, siguiendo su desarrollo y perfeccionamiento a lo largo de los años. Mariano Cuevas, en Historia de la Iglesia en México,33 hizo posible enriquecer la información anterior al abordar la festividad del Corpus Christi como el “sol de todas ellas” –es decir, las festividades religiosas de México-, proporcionando detalles sobre la procesión durante los siglos XVI y XVII, concernientes a la decoración, el recorrido procesional, el orden en que el cortejo desfilaba y cuáles eran las diversiones propias, refiriéndose a éstas a partir de la belleza, alegría y solemnidad extraordinaria que ofrecían durante todos los días en que se celebraba al Divinísimo. Se complementa esta información con la proporcionada por Joaquín García Icazbalceta en Don Fray Juan de 32 Marroquí, José María, La ciudad de México, Tomo 3, México, Jesús Medina Editor, 1969, pp. 494-515. 33 Cuevas, Mariano, Historia de la Iglesia en México, t. 3, El Paso, Texas, Revista Católica, 1928, p. 481. xviii Zumárraga, Primer obispo y arzobispo de México,34 Alicia Bazarte en Las cofradías de españoles en la Ciudad de México: 1526-1860,35 y Gustavo Mauleon en Música en el virreinato de la Nueva España: recopilación y notas, siglos XVI y XVII.36 Sobre el atractivo de esta fiesta y la grandiosidad de la procesión fue esencial la consulta del apartado “La ciudad y la fiesta”, escrito por Antonio Rubial, en La plaza, el palacio y el convento, La ciudad en el siglo XVII,37 donde se revisa cada una de las comparsas que formaban la comitiva procesional, así como los espectáculos callejeros comunes a cualquier fiesta. Y para conocer la participación de los pueblos indígenas en el festejo, a Dorothy Tanck de Estrada, en Pueblos de indios y educación en el México colonial, 1750-1821,38 donde se sigue la obligación impuesta a los indígenas de colaborar en el embellecimiento del paso del Señor Sacramentado. Por último está el texto de Nelly Sigaut, “Corpus Christi: la construcción simbólica de la Ciudad de México”,39 dedicado al siglo XVI, que permitió identificar la organización de la fiesta y la procesión, los conflictos entre los integrantes del acompañamiento civil y las autoridades, las disposiciones de la Iglesia con respecto a las diversiones y las sanciones impuestas por el Ayuntamiento a quienes no respetaran el orden establecido. Sigaut aborda la fiesta del CorpusChristi como uno de los puntos clave para comprender la “construcción del nuevo orden social novohispano”. Es decir, se da a la 34 García Icazbalceta, Joaquín, Don Fray Juan de Zumárraga, Primer obispo y arzobispo de México, T.1, México, Porrúa, 1947. 35 Bazarte Martínez Alicia. Las cofradías de españoles en la Ciudad de México: 1526-1860, México, UAM- Unidad Azcapotzalco-División Ciencias Sociales y Humanidades, 1989. 36 Mauleon Rodríguez, Gustavo, Música en el virreinato de la Nueva España: recopilación y notas, siglos XVI y XVII, Puebla, Universidad Iberoamericana Golfo Centro-Lupus Inquisidor, 1995. 37 Rubial García, Antonio, La plaza, el palacio y el convento, La ciudad en el siglo XVII, México, CONACULTA, 1998, pp. 53-56. 38 Tanck de Estrada, Dorothy, Pueblos de indios y educación en el México colonial, 1750-1821, México, El Colegio de México-Centro de Estudios Históricos, 1999, pp. 308-312. 39 Sigaut, Nelly, “Corpus Christi: la construcción simbólica de la Ciudad de México”, Del libro de los emblemas a la ciudad simbólica I, Castelló de la Plana, Universitat de Jaume I, 2000, pp. 27-57. xix tarea de develar cómo esta celebración sirvió de instrumento político para la transmisión de la nueva cultura y qué tanto de la tradición indígena se permitió que formara parte del festejo. Concluye que tanto éste como el itinerario procesional funcionaron de muralla virtual en una ciudad en la que convivían separados dos pueblos, el de indios y el de españoles, simbolizando con esto la conquista, posesión, defensa y sacralización de ese espacio. Por lo que respecta a trabajos que toquen el tema en el México decimonónico, habría que decir que no existen, pues tal campo de investigación no ha sido aún explorado. De ahí que, deseamos, el presente estudio sea de utilidad para iluminar la celebración del Divinísimo en la ciudad de México durante la primera mitad del siglo XIX. Conforme a la información obtenida, el contenido de esta indagación ha sido dividido en seis capítulos. El apartado número uno habla, de manera breve y concisa, sobre el significado del Corpus Christi para la Iglesia cristiana, así como del origen medieval de la celebración. El número dos se centra en la tradición hispana de su festividad, desplegando los elementos que la componían y lo que cada uno representaba en ella. El capítulo tres aborda la conmemoración en el México colonial, detallando lo que implicaba su organización, parafernalia y financiamiento. Los apartados cuatro, cinco y seis muestran lo que era la fiesta del Divinísimo en la ciudad de México durante la primera mitad del siglo XIX, iniciando con las variantes que sufrió en el paso del siglo XVIII al XIX, siguiendo con los preparativos que requería el festejo, sus características particulares y, finalmente, los altibajos que padeció. Se ofrecen al final unas conclusiones, una cronología, algunas imágenes y varios planos, estos dos últimos referentes al aparato festivo del Corpus en España y México, así como una bibliografía básica para quien desee adentrarse en este tema. 1 I. ORIGEN DE LA FESTIVIDAD DEL CORPUS CHRISTI Institución de la Eucaristía La fiesta del Corpus Christi, como en latín lo dice su nombre, conmemora el cuerpo de Cristo. Es decir, la institución de la Eucaristía por Jesús, antes de ser aprehendido y crucificado. De acuerdo con la tradición cristiana, él era Hijo de Dios y el Mesías revelado por los profetas. Nacido de María, virgen, e hijo putativo de José, el carpintero, en Belén, región de Judea, el día 25 de diciembre del año 749 de Roma, durante el reinado de Herodes I.1 A causa de un decreto de este rey, quien ordenó matar a todos los infantes menores de dos años que vivieran en Belén y sus alrededores, su familia huyó a Egipto. De ahí que, a la muerte de aquél, regresaran a Palestina, aunque no a Judea. Se dirigieron a la región de Galilea, al pueblo de Nazaret, donde Jesús pasó el resto de su niñez y juventud trabajando en el taller de José. Se dice que cuando el Nazareno cumplió treinta años recibió el bautismo de manos de Juan llamado el Bautista. Y que éste, además de ser su primo, era enviado por Yahvé como el que precedería al Salvador. Jesús hizo después de esto un retiro espiritual durante cuarenta días en el desierto galileo, donde venció cualquier tentación que pudiera impedir su prédica. Fue en la misma región de Galilea, donde inició su trabajo y anunció el Evangelio. Y 1 En el siglo VI de nuestra era, Dionisio el Exiguo, monje y astrónomo de Scythia, introdujo el calendario cristiano, al señalar el 25 de diciembre del año 753 de la fundación de Roma como la fecha del nacimiento de Jesús. Sin embargo, en la actualidad, se cree que éste nació en el año 749 de Roma, según los datos que aportan los evangelios y otros escritos. Prat, Fernand, Jesucristo: su vida, su doctrina, su obra, vol. 1, México, Editorial Jus, 1946, p. 76. 2 para ello se hizo rodear de doce discípulos: Simón Pedro, Andrés, Santiago el mayor, Juan, Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo, Santiago el menor, Judas Tadeo, Simón y Judas Iscariote. Juntos recorrieron distintos lugares de las regiones de Palestina, como la dicha Galilea, Judea, Decápolis, Perea y hasta Siria, predicando a las multitudes. Anunciaba la “buena nueva” de la venida del reino de Dios mientras realizaba milagros, sanando enfermos, resucitando muertos y expulsando demonios. Pronto contradijo las opiniones de los fariseos y maestros de la ley, quienes planearon su muerte, a pesar de su insistencia en que el objetivo no era oponerse a las enseñanzas de los profetas, sino darles su verdadero significado. Pero sabiendo, que lo que decían las escrituras debía cumplirse, antes de regresar a Jerusalén, proclamó a sus discípulos su muerte y resurrección. Entró en esa ciudad poco antes de la Pascua del año 782, siendo recibido con palmas y ramos de olivo, y ahí predicó por última vez e instituyó la Eucaristía. “El primer día de la fiesta en que se comía el pan sin levadura, y se sacrificaba el cordero de Pascua”,2 el Rabí y sus seguidores, previeron lo necesario para celebrar una cena. Y en ese día, que tiempo después se llamaría Jueves Santo, el Maestro convirtió el pan y el vino en su cuerpo y su sangre: Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y, habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio a los discípulos, diciendo: ---Coman, esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos diciendo: --- Beban todos ustedes de esta copa, porque esto es mi sangre, con la que se confirma el pacto, la cual es derramada a favor de muchos 2 En esta cena los hebreos conmemoraban la salida de Egipto y la liberación de la esclavitud. Entonces, Yahvé había golpeado a los egipcios con la décima de las plagas: la muerte de los primogénitos. Y también había ordenado a los hebreos procurarse un cordero para comerlo en un banquete familiar, y con su sangre marcar las puertas de sus casas, como señal de salvación. 3 para el perdón de sus pecados. Hagan esto en memoria de mí (Mt., 26:26-29/Mc, 14:22-24/Lc, 22:14-20).3 De este modo, él estableció la obligación de repetir y celebrar tal ritual, con el cual se recordaría su pasión, muerte y resurrección. Sin embargo, no sería el único significado. La Eucaristía también se convirtió en el símbolo de un nuevo pacto del pueblo de Israel con su Dios, unión que sería sellada, o mejor dicho sacralizada, con la sangre del Mesías. Cumpliéndose así lo augurado por el profeta Jeremías: “Yahvé pactará una nueva alianza con el pueblo de Israel, perdonando y olvidando sus culpas y pecados, volviéndolos a acoger bajo su protección, escribiendo su ley en sus corazones” (Jeremías, 31:31-34).4 Al mismo tiempo era una actualizacióndel misterio pascual: de nueva cuenta, Yahvé salvaría la vida de los hijos de Israel. El Galileo había prometido ser el pan de vida eterna y el cáliz de salvación. Había asegurado que su cuerpo era verdadera comida, al igual que su sangre verdadera bebida, y que quien comiera de su cuerpo y bebiera de su sangre viviría unido a él y, por tanto, viviría para siempre (Juan, 6:48- 59).5 En esta afirmación se ha querido ver una alegoría de la unidad de su iglesia, considerando a todos sus fieles como parte de un solo cuerpo. Retomando el relato, después de instituir la Sagrada Eucaristía y revelar que alguien lo traicionaría, el Salvador se retiró a orar al Huerto de los Olivos acompañado por sus seguidores. Mientras oraban, Jesús fue hecho prisionero por las autoridades judías, quienes al no encontrar delito que perseguir, lo presentaron ante la autoridad 3 Biblia de Jerusalén, México, Porrúa, 1986, p. 1427, 1452 y 1490-1491. 4 Ibid., p. 1169. 5 Ibid., p. 1516. 4 romana, la cual lo acusó de agitador político y condenó a morir en la cruz. Luego fue sepultado, para resucitar al tercer día. Después de eso, se presentó ante sus apóstoles y permaneció con ellos durante cuarenta días. Les recordó que no deberían dejar Jerusalén, pues tenían que esperar a que se cumpliera la promesa de Dios de revestirlos como portadores de su palabra. Así lo hicieron y aguardaron la señal del Padre, orando junto a María, la madre del Nazareno. Se agregaba a ellos, que eran once, Matías, quien reemplazaba a Judas Iscariote, el traidor que vendió a Jesús por treinta monedas.6 Diez días después de que el Mesías ascendiera al cielo, Dios revistió a los discípulos con su poder y los facultó para predicar su palabra: “en Jerusalén, en toda la región de Judea y de Samaria, y hasta en las partes más lejanas de la tierra” (Hechos: 1,8).7 De esta forma nacía la Iglesia cristiana. A partir de ese momento, ellos comenzaron a difundir la doctrina de Jesús, logrando adeptos en todo el Imperio Romano, lo que les valió la persecución por parte de las autoridades. Aun así siguieron con su misión evangelizadora hasta el último día de sus vidas. Institución de la fiesta de Corpus Christi Desde los primeros siglos, la Iglesia católica procuró honrar la memoria de su fundador, así como la de su madre y la de quienes difundieron su mensaje, dedicándoles celebraciones a lo largo del año, siendo por supuesto las más importantes las destinadas a conmemorar momentos de la vida de Cristo. 6 Prat, op.cit., vol. 2, pp. 309-310. 7 Biblia de Jerusalén, op.cit., p. 1549. 5 Las fiestas ofrecidas a Jesucristo fueron agrupadas en dos ciclos a partir del siglo IV. El primero era el de la Navidad. Éste exaltó, en un principio, el nacimiento del Redentor, incorporándose luego la Epifanía, que recordaba la adoración de los Reyes de Oriente al niño Jesús. Y en el siglo VI, se introdujo el Adviento, que quiere decir advenimiento o venida. Esta festividad alababa las cuatro semanas que antecedían al nacimiento del Salvador. Por último, se agregó la de la circuncisión el 1º de enero, en la cual se aludía al momento en que el Hijo de Dios, en sus primeros días, había cumplido con este rito que marcaba la ley antigua, renovando la alianza del pueblo de Israel con Yahvé.8 El otro ciclo era el de la Pascua. Éste rememoraba, principalmente, los últimos días de la vida terrenal del Galileo. En primer lugar, se ensalzaba el Domingo de Ramos, es decir el momento en que Jesús, junto con sus apóstoles, entró a Jerusalén para predicar por última vez. De igual forma, se recordaba la pasión de Cristo, por medio de la celebración de Semana Santa, teniendo mucha mayor relevancia el Jueves y Viernes Santos. Además, se solemnizaba el Domingo de Resurrección. También se sumaba la fiesta de la Ascensión de Jesucristo al cielo, cuarenta días después del Domingo de Resurrección. Y finalmente, concluía con la festividad de Pentecostés, la cual conmemoraba el día en que Dios había investido a los apóstoles con su misión evangelizadora.9 La institución de la Eucaristía, hasta el siglo XIII, no gozaba de una celebración particular, aun cuando se evocaba en el ritual de la misa y el Jueves Santo. La celebración del Corpus nace en dicho siglo en Europa, gracias a las revelaciones de 8 Llorca, Bernardino, Historia de la Iglesia Católica, T. 1, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1955, p. 877. 9 Ibidem. 6 la Beata Juliana de Rétine o de Lieja, y al milagro de Bolsena, que impulsaron la decisión del Papa Urbano IV de establecer esta solemnidad en toda la Iglesia. La beata Juliana había nacido en Rétine, cerca de Lieja, en el año de 1193. Durante sus primeros años quedó huérfana y fue educada por las monjas agustinas del monasterio de Mont-Cornillon, donde, con los años, realizó su profesión religiosa y llegó a ser la priora. Se dice que tenía una gran devoción hacia el Santísimo, que era el motivo de sus oraciones y, a veces, su único alimento. Un día, mientras oraba al Divinísimo, tuvo una visión mística; se le presentó ante los ojos una luna radiante de luz, salvo una parte que permanecía oscura. Momentos después, Dios le dio a entender el significado de esa visión. La luna representaba a la Iglesia, y la mancha la ausencia de una fiesta en honor del Señor Sacramentado.10 La beata comunicó su visión a Juan de Lausana, canónigo de Lieja y su director espiritual, y éste la puso a consideración de varios teólogos, quienes dieron una opinión benigna sobre la señal divina. Por otra parte, el archidiácono del lugar, Jacques Pantaleón de Troyes, se acercó al obispo Roberto de Thorote, para que pudiera realizarse la celebración en honor del Santísimo Sacramento en su diócesis, obteniendo el permiso para hacerla en el año 1246. Ésta se llevaría a cabo el jueves después de la octava de Pentecostés. Más tarde, en el año de 1261, cuando el antiguo archidiácono de Lieja, Jacques Pantaleón fue elevado al trono pontificio con el nombre de Urbano IV, el obispo de esta ciudad le pidió encarecidamente expandir la festividad del Corpus Christi a toda la Iglesia. El nuevo Papa, se mostraba 10 Righetti, Mario, Historia de la liturgia I, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1955, pp. 869-870; Sánchez del Barrio, Antonio, Fiestas y ritos tradicionales, España, Castilla Ediciones, 1999, p. 84; Callejo, Jesús, Fiestas sagradas, España, Edaf, 1999, p. 130. 7 cauto y no se decidía y, mientras residía en Orvieto, en el año de 1263, le llegó la noticia del milagro de Bolsena.11 Un sacerdote bohemio de este lugar, llamado Pedro de Praga, quien dudaba del misterio de la Eucaristía, en el momento en que realizaba una misa en la Iglesia de Santa Cristina, pudo ver cómo caían gotas de sangre de la hostia, y que dicho fluido se volvía copioso, al grado de manchar el corporal, la mesa y el piso. El Papa quiso comprobar el milagro y ordenó que el lienzo le fuera llevado a Orvieto, y así se hizo en procesión solemne el 19 de junio de 1264; quedó depositado en este lugar, donde más tarde se levantó un templo para resguardarlo. Urbano IV entonces venció la vacilación y decidió instituir la fiesta del Corpus Christi para toda la Iglesia, a través de la bula Transiturus de hoc mundo, el 8 de septiembre del mismo año.12 Además de alabar a Jesucristo en la Sagrada Forma, la bula decretaba el día de su realización para el jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, y ofrecía indulgencias para aquél que asistiera al oficio. El Papa encomendó a Santo Tomás de Aquino escribir éste con una serie de himnos. Pero, a su muerte, en el mismo año, la bula quedó sin efecto. Fue casi cincuenta años después, en el año 1311, cuando elPapa Clemente V la reafirmó en el Concilio de Viena y, en 1317, Juan XXII decretó la procesión y la Octava de Corpus.13 En el siglo XIV la festividad del cuerpo de Cristo se expandió por Bélgica, Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, Portugal, España, rápidamente por toda Europa. Y la procesión del Santísimo Sacramento, como parte de la celebración, quedó poco a poco establecida como el elemento y número más esperado de la 11 Righetti, op.cit., p. 870; Callejo, op.cit., p. 131. 12 Righetti, op.cit., pp. 870-872. 13 Callejo, op.cit., p. 131; Righetti, op.cit., pp. 870-872. 8 conmemoración.14 La solemnidad del Corpus cobró impulso, ya en el siglo XVI, gracias a la embestida contrarreformista ante las ideas adversas de la reforma protestante, que ponían en tela de juicio el milagro de la Eucaristía. Durante la Edad Media la misa era el medio cotidiano a través del cual los fieles cristianos podían presenciar la “dramatización de la pasión de Cristo”. De modo que poder apreciar de manera visual la Sagrada Forma era mucho más importante que su consumo en el sacramento de la comunión. De ahí que en los días de fiesta fuese común que la gente se trasladara de un templo a otro para contemplar la elevación de la hostia más de una vez.15 La adoración visual de ésta respondía plenamente a cómo los cristianos medievales comprendían el misterio de la Eucaristía. Es decir, en su mente estaba arraigada la creencia de la presencia real de Cristo en el Pan consagrado. Por ello su devoción demandaba a los sacerdotes múltiples elevaciones de la Forma y surgían historias de hostias sangrantes.16 Ese fervor alentó muy pronto, por parte de las autoridades eclesiásticas como de las civiles y los devotos, la realización de las procesiones del Divinísimo así como los espectáculos públicos y las representaciones dramáticas en honor del mismo.17 El clero, el pueblo y los gobernantes se sumaron para que la solemnidad, el lujo y engalanamiento fueran el marco idóneo para que el Señor Sacramentado 14 Righetti, op.cit., p. 873. 15 Muir, Edward, Fiesta y rito en la Europa Moderna, Madrid, Complutense, 2001, p. 75; Rapp, Francis, La iglesia y la vida religiosa en occidente, a fines de la Edad Media, Barcelona, Labor, 1973, p. 101. 16 Mullet, Michael, La cultura popular en la Baja Edad Media, Barcelona, Crítica, 1990, pp. 60-61. 17 Muir, op.cit. p. 76. 9 recorriera las calles de sus localidades, acompañado por la feligresía y un llamativo cortejo, en el cual se incluía a la clerecía y a miembros de la nobleza.18 La procesión se llevaba a cabo por la mañana después de oír misa. El tiempo que duraba el recorrido era considerable, ya que la comitiva debía detenerse continuamente, para que el sacerdote pudiera bendecir a todas las personas que esperaban y escoltaban al Santísimo.19 Durante dicho desfile, el cuerpo de Cristo era transportado dentro de cálices o custodias, realizadas en oro, con forma circular o hexagonal, completamente cerradas. Como se insistía en apreciar a la Forma santificada, se inició el uso de los ostensorios, los cuales tenían diseños diferentes: “cruces con piedras preciosas, con el crucifijo de oro o plata, conteniendo bajo un cristal las sagradas especies; estatuitas de Cristo resucitado llevando la hostia en el lugar del corazón; tronos constituidos por la Virgen en el acto de ofrecer a la adoración a Jesús eucarístico, o por San Juan Bautista, que, señalando al Cordero, mostraba la sagrada hostia puesta sobre la frente como una perla radiante y tabernáculos de cristal con pabellones piramidales”.20 Este último tipo de ostensorio era el más común, pues permitía ver con facilidad al Augustísimo Sacramento. La riqueza y el volumen de ese tipo de custodia solían ser extraordinarios. Las hermandades y los gremios eran quienes, frecuentemente, se encargaron de la organización y el financiamiento de los elementos que formarían parte de la procesión. Y esta incluía carrozas con cuadros animados, donde personajes disfrazados representaban escenas de la Biblia o pasajes de las vidas de santos. De 18 Righetti, op.cit., p. 873. 19 Ibidem. 20 Ibid. 10 igual forma se hacían danzas, que eran acompañadas de música y cánticos. Y la Octava21 debía ser celebrada con igual lujo.22 Sobre el día del Señor La labor del Corpus era la de fomentar la veneración a Dios Sacramentado, proclamando la fe en el misterio de la transubstanciación. Es decir, exteriorizaba la creencia de la presencia real de Jesús en la Eucaristía, dogma fundamental de la religión católica. Según éste, en todas las hostias consagradas se encontraba el Cuerpo de Jesucristo, así como su Sangre, su Alma y su Divinidad. Pero no de la misma forma en que otros cuerpos abarcaban una superficie delimitada, sino sólo en sustancia, lo cual quería decir que, en el momento en que el sacerdote repetía el ritual a través del cual Jesús convirtió el pan y el vino en su cuerpo y su sangre, ya no existían ni la sustancia del pan ni la del vino, sino las antes mencionadas. Entonces, la fe en la presencia real, verdadera y sustancial de Cristo en la Sagrada Forma garantizaba que allí estaba el mismo Jesús, nacido de la virgen María e hijo putativo de José el carpintero, que vivió en Nazareth cerca de treinta años, que predicó el Evangelio y murió en la cruz, para después resucitar y ascender a los cielos junto al Padre. A esta razón era a la que se debía la importancia de rememorar la institución de la Eucaristía y alabar así al Creador con un agasajo a su altura. Era una forma de estar más cerca de Cristo y, por supuesto, de recibir su protección. La festividad del Corpus Christi ponía a los devotos en comunicación estrecha con el Altísimo. 21 La Iglesia católica designa con el nombre de Octava al periodo de ocho días que sigue a cierta festividad, así como al último día de dicho lapso. 22 Muir, op.cit., pp. 77-78. 11 Celebrar la vida El Corpus debía ser un festejo resplandeciente, donde no debían tener lugar las tinieblas, el caos, la desgracia o la pena, en vista de que estaba presente la Divinidad. Si bien era cierto que el momento en que Jesús instituyó la Eucaristía podía ser considerado triste por preceder a su muerte, la Iglesia católica se había encargado de alejar ese sentimiento de la celebración del Cuerpo de Cristo, dándole un carácter, totalmente opuesto. Así que, de ningún modo, esta remembranza debía rodearse de un ambiente de sufrimiento, dolor o pesadumbre, sino de alegría. Esto deja ver por qué a esta festividad se le asignó un día aparte del Jueves Santo, en donde también se aludía a dicho acontecimiento, marcando una notable diferencia entre ambas jornadas dedicadas al Señor. La fiesta del Divinísimo era una celebración de vida, pues evocaba el momento en que el Mesías, en nombre de Dios Padre, había otorgado una nueva oportunidad al género humano. El día del Santísimo Sacramento festejaba la fe puesta en las palabras pronunciadas por Jesús de Nazareth en la sinagoga de Cafarnaún. Ahí, había ofrecido una “nueva vida” para aquellos que escucharan su palabra y que al unírsele formarían parte de la Luz. Por supuesto, la “Luz” entendida como la fuente de de todo lo que existe, el camino de los justos, el acceso al bien, a la felicidad y a Dios. De este modo, el Todopoderoso salvaba al hombre de la muerte en vida, gracias a su inconmensurable amor, de acuerdo con lo que afirmaba el apóstol Pablo: Antes ustedes estaban muertos a causa de las maldades y pecados en que vivían, pues seguían el ejemplo de este mundo y hacían la voluntad de aquel espíritu que domina en el aire y que anima a los que desobedecen a Dios. De esa manera vivíamos también todos nosotros en otro tiempo, siguiendonuestros propios deseos y cumpliendo los caprichos de nuestra naturaleza merecíamos el terrible castigo de Dios, igual que los demás. Pero Dios es tan misericordioso y nos amó tanto, 12 que nos dio vida juntamente con Cristo cuando todavía estábamos muertos a causa de nuestros pecados. Por la bondad de Dios han recibido ustedes la salvación. Dios nos resucitó juntamente con Cristo Jesús, y nos hizo sentar con él en el cielo. Hizo esto para demostrar en los tiempos futuros el gran amor que nos tiene, y su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Pues en la bondad de Dios han recibido ustedes la salvación por medio de la fe (Efesios, 2: 1-8).23 Desde los inicios de este festejo, había sido innegable la intención de transmitir un mensaje de integración. El Corpus Christi era la fiesta de la feligresía. Todos y cada uno de los creyentes constituían el Cuerpo de Cristo. Así que, como hijos de Dios, se tenía la convicción de asistir. La unión de la Iglesia del Señor se hacía presente. A nadie se le excluía de participar en esta conmemoración. Cada individuo poseía un lugar reservado en la gran función religiosa que era el día del Divinísimo. Civiles, religiosos y militares, pobres y ricos, alababan al Santísimo por igual, celebrando el triunfo de la vida sobre la muerte. 23 Biblia de Jerusalén, op.cit., p. 1674. 13 II. EL CORPUS CHRISTI EN ESPAÑA DURANTE LOS SIGLOS XV-XVIII En España, la fiesta del Santísimo Sacramento comenzó a efectuarse hacia el siglo XIV, tanto en el reino de Aragón como en los territorios de Castilla, expandiéndose en el siglo XV conforme avanzaba la reconquista. La celebración tuvo su etapa de esplendor en los siglos XVI y XVII. Fue símbolo del catolicismo español frente a los moros, los judíos y los protestantes. Y durante estos siglos se desarrollaron los elementos que constituyen el Corpus. Componentes que rápidamente se generalizaron en las diferentes localidades de la península ibérica. Decoración de calles y plazas Desde el siglo XV y, en adelante, la decoración de los recintos o lugares involucrados en la solemnidad sería uno de los elementos fundamentales para la fiesta del Divinísimo. En primer lugar, se procuraba asear las calles por donde pasaría éste, el día anterior al festejo. Para ello se contrataban grupos de hombres, que tenían la tarea de barrer y limpiar, quitando cualquier tipo de inmundicia que estropeara el recorrido de la procesión. De igual forma se realizaba el hermoseo del recinto religioso o de cualquier otro lugar relacionado con la festividad. Como parte del aseo, en algunas ocasiones, se regaba con agua dulce al tiempo que se barría. Después, las calles del itinerario procesional eran adornadas con hierbas aromáticas y flores, ya fueran regadas o en ramos,24 como la juncia, el arrayán, la espadaña, el tomillo, el romero, el espliego y el taray. 24 Romero Abao, Antonio, “Las fiestas de Sevilla en el siglo XV”, Las fiestas de Sevilla: otros estudios, Madrid, Deimos, 1991, pp. 89-90. 14 La estampa debía ser impresionante ya que algunas veces se utilizaban múltiples flores y hierbas aromáticas en la decoración. Los ramos eran preparados desde la noche anterior, para ser colocados en hoyos que se abrirían en las calles, en las primeras horas del día de la fiesta.25 Pero esta costumbre fue decayendo cuando éstas se empedraron y entonces los manojos se acomodaron en macetas.26 De manera similar, se aderezaba con motivos vegetales la Iglesia en donde se llevaría a cabo la ceremonia, así como el itinerario procesional, el sitio destinado para el convite y el lugar de los juegos. Otra parte del ornato era el levantamiento de altares en las entradas de las casas o de las calles. Consistían en enramados llamativos que se localizaban en distintos puntos del recorrido. La comitiva se detenía en cada uno de éstos, para cantar y rezar frente a ellos, mientras el humo del incienso perfumaba el ambiente. Además, en la mañana del día del Corpus se preparaban recipientes con flores deshojadas, las cuales serían rociadas desde las ventanas y balcones al paso del Santísimo Sacramento.27 Las fachadas eran a su vez acicaladas con tapices, cuadros y en los balcones se ponían colgaduras lujosas. Y, desde la víspera del festejo, eran instaladas luminarias o antorchas en el exterior de las casas y los edificios. Para tal arreglo se había hecho el pregón correspondiente el día anterior.28 25 Romero Abao, Antonio, “La fiesta del Corpus Christi en Sevilla en el siglo XV”, La religiosidad popular III. España, Anthropos, 1989, pp. 21-23. 26 González Caraballo, José, “Sacralización del espacio urbano en el Corpus Christi de Sevilla”, Del libro de los emblemas a la ciudad simbólica I, Castelló de la Plana, Universitat de Jaume I, 2000, p. 212. 27 Peñafiel, Antonio, Mentalidad y religiosidad popular murciana en la primera mitad del siglo XVIII, Murcia, Universidad de Murcia, 1988, pp. 237-240; Escalera Pérez, Dolores Reyes, La imagen de la sociedad barroca andaluza, Málaga, Universidad de Málaga-Junta de Andalucía, 1994, pp. 198-200. 28 González Caraballo, op.cit., p. 214; Montoliu, Pedro, Fiestas y tradiciones madrileñas, Madrid, Silex, 1990, p. 213. 15 También se decoraba con lienzos y pinturas que embellecían las paredes y las plazas involucradas en el itinerario de la procesión. Para ello, se empleaba al sector culto, el cual tenía el deber de ilustrar el misterio de la Eucaristía. Así, se representaban escenas del Antiguo y Nuevo Testamento.29 En la actualidad, estos lienzos y tapices realizados en los siglos XVI y XVII se siguen aún usando para el engalanamiento del día de Corpus. Otra labor muy importante era la colocación de los toldos, la cual se llevaba varios días. Los toldos, también llamados velas, estaban hechos de un tejido en verdad fuerte, como los utilizados en una embarcación, de ahí su segundo nombre, pues venían de una zona portuaria. Servían para el sol y no para la lluvia.30 Estos serían ubicados en el recorrido procesional, en las plazas o lugares relacionados con la festividad. Tal era el caso de las gradas, donde por la tarde se llevarían a cabo las justas del día de Corpus, por dar un ejemplo. Entonces se hacía indispensable alquilar las herramientas necesarias a los artesanos de la ciudad, o bien la Catedral prestaba algunos instrumentos. Para este trabajo, se contrataba un considerable número de personas, empleadas en traer y coser los toldos y abrir los hoyos para colocar los mástiles. De estos últimos, se sujetarían y elevarían las velas. Como al finalizar la celebración, los lugares tenían que quedar como antes, todo era desmontado: se bajaban y descosían los toldos, tapaban los hoyos con arena y los elementos y herramientas alquiladas se devolvían.31 29 Martín García, Juan Manuel, “Elogio y triunfo del catolicismo en Granada”, Del libro de los emblemas a la ciudad simbólica I, Castelló de la Plana, Universitat de Jaume I, 2000, pp. 190-191; González Caraballo, op.cit., pp. 215-217; Pérez del Campo, Lorenzo y Francisco Javier Quintana Toret, Fiestas barrocas en Málaga: arte efímero e ideología en el siglo XVII, Málaga, Diputación de Málaga, 1985, p. 59; Escalera, op.cit., pp. 205-210. 30 Peñafiel, op.cit., p. 238. 31 Romero Abao, “Las fiestas de Sevilla en el siglo XV”, op.cit., pp. 91-92. 16 El itinerario de la procesión solía ser fijado la víspera del Jueves de Corpus Christi. La ruta procesional era marcada al son de la flauta, el tambor u otros instrumentos musicales. Salían distintas figuras alegóricas, como la tarasca, las tarasquillas, el mojigón,32 los gigantes, los cabezudos u otras invenciones con formas animales, recorriendo las calles por las cuales pasaría el Santísimo al día siguiente.33Gigantes, cabezudos y enanos Estos elementos eran anteriores a la época cristiana, pero en los siglos XVI y XVII fueron considerados sacros pues tenían una función moralizante. Se trataba de muñecos de formas desproporcionadas, hechos de cartón y madera, y vestidos con prendas llamativas y lujosas. Danzaban y giraban alrededor de la tarasca, con acompañamiento musical. Cada uno era movido por hombres que se resguardaban bajo sus ropajes. La danza de los gigantes, cabezudos y enanos era uno de los espectáculos más esperados de la fiesta del Corpus.34 Los gigantes eran representaciones de seres mitológicos considerados monstruos y tenían apariencia de hombres inmensamente altos y fuertes; se les presentaba con una estatura de entre tres o cuatro metros. Los cabezudos y enanos eran seres deformes, un tipo de mezcla entre enano y gigante, ya que su cuerpo mostraba un 32 Era un personaje que vestía de colores y que portaba una vara de la que colgaban vejigas hinchadas, con las cuales golpeaba a los espectadores. 33 Foster, George M., Cultura y conquista: la herencia española en América, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1962, pp. 334-335. 34 Díez Borque, José Maria, La vida española en el siglo de oro según los extranjeros, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1990, pp. 98-102; Defourneaux, Marcelin, La vida cotidiana en España en el siglo de oro, Buenos Aires, Hachette, 1964, pp. 157-158. 17 ser pequeño con una cabeza grandísima. Los tres elementos no fueron exclusivos del Corpus, ya que también salían en otras procesiones.35 Por lo que respecta a los cabezudos y enanos, los datos referentes a ellos son escasos y no permiten abundar en sus características, salvo las que nos permiten distinguir, mínimamente, su apariencia. De igual forma, desconocemos el número de ellos dentro de la procesión del Divinísimo. En cambio, abundan los datos referentes a los gigantes. Al parecer el origen de éstos en el Corpus está ligado a las escenificaciones del Antiguo Testamento, que se montaban en los carros alegóricos durante el siglo XIV. Se les asocia con el pasaje de David y Goliat, cuya presencia aparece ya documentada desde finales de dicho siglo. Posiblemente, primero, fueron una representación escultórica y después viva. Logró tal aceptación que formó un espectáculo aparte, en el cual tomó gran popularidad la figura de Goliat, el gigante filisteo, dejando fuera al pastor David.36 Entonces se fueron incluyendo más gigantes, realizándose, para ello, figuras de grandes dimensiones, cargadas por hombres, las cuales al paso del tiempo adquirieron diferentes características. El número de gigantes que participaban en la procesión del Santísimo variaba. Al principio llegaron a ser diez, formando cinco parejas que encarnaban moros, turcos, negros, gitanos y personajes de la propia ciudad. O bien, cuatro que eran alegoría de las cuatro partes del mundo a las que España había transmitido la palabra de Dios, para después ser siete y personificar los pecados capitales. 35 León, Aurora, Iconografía y fiesta durante el lustro real: 1729-1733, Sevilla, Diputación Provincial de Sevilla, 1990, p. 103. 36 Viforcos, María Isabel, La Asunción y el Corpus, de fiestas señeras a fiestas olvidadas, León, Universidad de León, 1994, pp. 143-144. 18 Cuando los gigantes eran ocho, y representaban a las cuatro partes del mundo, sus características permitían identificarlos fácilmente. A mediados del siglo XVIII, hacia 1755, mostraban las siguientes particularidades: la pareja de América llevaba como distintivo un medallón de la Virgen de Guadalupe,37 el gigante iba vestido con una chaqueta larga y un gorro de piel de mapache y la gigantilla portaba una cornucopia y usaba unos aretes de gran tamaño. Los gigantes africanos se distinguían por el color de su piel, pero también portaban una espada y una paloma. La pareja de Asia era identificable por su apariencia que los hacía ver como turcos; el gigante-varón llevaba la cabeza afeitada y el bigote de mandarín. Y la pareja de Europa era escenificada por España, vestida con saco rojo y armada con una espada, y tenía la compañía de un “Cid Campeador”.38 Cuando los gigantes eran siete, casi siempre encarnaban a los siete pecados capitales o siete vicios. Por tal motivo iban lujosamente vestidos.39 La intención era mostrar seres que sólo en el exterior podían ser apreciados, ya que en su interior estaban huecos. Se esperaba que la gente pudiera darse cuenta de que lo material no tenía importancia y en el más allá de nada le serviría.40 Entre los atributos que se dieron a los gigantes, en el siglo XVIII, estaban el de la idolatría, el mahometismo, la ignorancia, la falsa crítica, la mentira, la envidia y la venganza. O bien, la soberbia, la avaricia, la gula, la lujuria, la envidia, la ira y la pereza. Se les caracterizaba a través de su vestuario y sus gestos. El gigante-idolatría vestía “a lo romano”; el del mahometismo, “a lo africano con una media luna”; el de 37 La aparición de este distintivo en los gigantes América debió estar relacionado con la proclama en la cual la Virgen de Guadalupe era nombrada patrona de la capital de la Nueva España, en 1733, y con la bula papal que la aprobaba como patrona de México, en el año de 1754. 38 Foster, op.cit., pp. 339-340. 39 Callejo, op.cit., p. 135; León, op.cit., p. 103. 40 Peñafiel, op.cit., p. 238. 19 la ignorancia “vestía de blanco y era ciego, con un arco y flecha”; el de la falsa crítica usaba anteojos y escribía en un libro; el de la mentira tenía un atuendo colorido y traía en la mano un vidrio en forma de triángulo; el de la envidia portaba víboras en la cabeza y se comía un corazón y el de la venganza llevaba una espada desenvainada.41 La representación de los gigantes como los siete pecados capitales podía ser apreciada por las expresiones de estas figuras. La soberbia mostraba un gesto altivo, la avaricia tenía el rostro enjuto y hacía el ademán de guardar algo en sus bolsillos, la lujuria ostentaba un semblante halagüeño, la gula era gruesa de rostro y cuerpo, la envidia flaca y se comía a sí misma, la ira tenía ojos turbios y la espada en la mano, y la pereza evidenciaba unos ojos adormilados.42 O bien, los gigantes cabalgaban animales que identificaban a los distintos pecados capitales. La soberbia iba sobre un pavo real, la avaricia sobre un buitre, la lujuria sobre un macho cabrío, la ira montaba un oso, la gula se transportaba sobre un cerdo, la envidia cabalgaba en un lebrel y la pereza sobre un burro.43 Los gigantes, además, podían encarnar a seres de la antigüedad clásica o a enemigos del cristianismo. A veces solían ir como guardias de corps44 del Santísimo Sacramento o como las siete maravillas del mundo.45 Los gigantes dejaron de salir en el Corpus a finales del siglo XVIII, por orden real,46 volviendo a aparecer en él durante el siglo XIX. 41 Cuesta García de Leonardo, María José, Fiesta y arquitectura efímera en la Granada del siglo XVIII, Granada, Universidad de Granada-Diputación de Granada, 1995, pp. 243-245. 42 Ibid., pp. 292-294. 43 Escalera, op.cit., p. 220. 44 La guardia de corps era un cuerpo de tropa que se destinaba a proteger, exclusivamente, al rey. 45 Escalera, op.cit., p. 228, 235, 239 y 260. 46 En 1780, por Real Cédula, Carlos III mandó que “en ninguna iglesia destos reinos haya en adelante danzas ni gigantes y que cese su uso en las procesiones y demás funciones eclesiásticas”, porque “su 20 Por otra parte, la presencia de estas figuras en la fiesta cristiana se ha definido como el acto de humillación que se daba a los adversarios. Y que la forma deforme en que eran representados reflejaba su asociación con el pecado, la maldad y la idolatría.
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