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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA 
DE MÉXICO 
 
 
 
FACULTAD DE FILOSOFIA Y LETRAS 
COLEGIO DE HISTORIA 
 
 
 
LA FIESTA DEL CORPUS CHRISTI EN LA 
CIUDAD DE MÉXICO DURANTE LA PRIMERA 
MITAD DEL SIGLO XIX. RASTREO DE 
ANTECEDENTES HISPANOS Y 
NOVOHISPANOS. 
 
 
 
 
 
QUE PARA OBTENER EL TITULO DE 
LICENCIADA EN HISTORIA 
P R E S E N T A : 
EVELYN VENEGAS ARENAS 
 
 
 
 ASESOR: DRA. MARÍA DEL CARMEN VÁZQUEZ 
MANTECÓN 
 
 
 
CIUDAD DE MÉXICO, 2007 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
Restricciones de uso 
 
DERECHOS RESERVADOS © 
PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL 
 
Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal 
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fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo 
mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
 
 
 
A mis padres, 
María Remedios Arenas Amaya e 
 Inocente Venegas Mancilla. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 ii 
 
 
El día del Corpus bendito 
día que sale el Señor 
manifiesto por la calle 
pegando papel de amor. 
Recogiendo sus ovejas 
como un pulido pastor, 
las ovejas le responden 
con muchísimo fervor 
que nos dé salud y gracia 
pa’ terminar la función. 
 
Del paloteo “El día del Corpus bendito” (Tomado de 
 Sánchez del Barrio, Fiestas y ritos tradicionales, 
 Castilla Ediciones, 1999). 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 iii 
AGRADECIMIENTOS 
 
A Ángela Liliana Canabal Morales, por ser mi amiga, mi colega en la Licenciatura en 
Historia y por las incontables horas que pasamos en bibliotecas y archivos, 
investigando para nuestras respectivas tesis. 
A Anabell Venegas Arenas, por sus comentarios, por resolver mis dudas en el manejo 
de la computadora y por su ayuda en la captura y mejora de las imágenes que 
ilustran este proyecto. 
A Nayelli del Sol Vázquez Chavira, por ser amiga y colega, por sus palabras de aliento 
y ser parte de mi historia en la Facultad de Filosofía y Letras, al igual que Ángela. 
A la Dra. María del Carmen Vázquez Mantecón, mi asesora, por su infinita paciencia y 
dedicación que llevaron a buen término este trabajo. 
A mis sinodales, el Dr. Sergio Ortega, el Dr. Miguel Soto, la Dra. Teresa Lozano y la Dra. 
Ana Rosa Suárez, por sus invaluables comentarios y sugerencias. 
A los que fueron mi inspiración, a los excelentes profesores que tuve la oportunidad 
de conocer, a los compañeros con quien compartí clases, a quienes siempre 
confiaron en mí, a quienes me tendieron la mano. 
 
 
 
 
 
 iv 
ÍNDICE GENERAL
AGRADECIMIENTOS ............................................................................................................................iv
INTRODUCCIÓN ...................................................................................................................v
I. ORIGEN DE LA FESTIVIDAD DEL CORPUS CHRISTI .....................................................1
Institución de la Eucaristía 
Institución de la fiesta del Corpus Christi
Sobre el día del Señor
Celebrar la vida
II. EL CORPUS CHRISTI EN ESPAÑA DURANTE LOS SIGLOS XVI-XVIII ......................13
Decoración de calles y plazas
Gigantes, cabezudos y enanos
La Tarasca
Las Rocas o Misterios
Las Danzas
La comitiva
La tarde del Corpus
III. EL CORPUS CHRISTI EN LA CIUDAD DE MÉXICO DURANTE LOS 
SIGLOS XVI-XVIII ................................................................................................................30
Elementos de la fiesta
El Jueves de Corpus y su financiamiento
Recapitulando: el Corpus bajo el virrey Revillagigedo
IV. UNA MIRADA A LA CELEBRACIÓN DEL CORPUS CHRISTI EN LA 
CIUDAD DE MÉXICO DURANTE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX ....................53
Permanencias y variantes
Organización de la fiesta
V. EL ATRACTIVO DE LA FIESTA DEL CORPUS CHRISTI EN LA CIUDAD 
DE MÉXICO (1821-1855) ..................................................................................................67
La tropa 
Admirar y ser admirado
El Divinísimo
La tarde de Corpus 
VI. LA PROBLEMÁTICA DEL DESFILE DEL SANTÍSIMO EN LA CAPITAL
MEXICANA, 1821-1855 ....................................................................................................98
De las finanzas del Ayuntamiento
De conflictos burocráticos y de jerarquía
De otras cuestiones que incidían en la Octava
De cuando se buscaba hacer muy lucidor al Corpus
De cuando el festejo del Corpus deslució
CONCLUSIONES ................................................................ 124
ANEXO I. CRONOLOGÍA “LA FIESTA DEL CORPUS CHRISTI EN 
LA CIUDAD DE MÉXICO DESDE EL SIGLO XVI HASTA LA PRIMERA 
MITAD DEL SIGLO XIX” ......................................................... 129
ANEXO II. IMÁGENES DEL CORPUS CHRISTI ............................................................. 135
Figura 1. Procesión del Corpus Christi cubierto (s. XIV) (Tomada de 
Righetti, Mario, Historia de la liturgia I, Madrid, Biblioteca de Autores 
Cristianos, 1955) .....................................................................................................................135
Figura 2. Altar callejero de la procesión del Corpus, Sevilla, 1594 (Tomada 
de Ramos Sosa, Rafael, Arte festivo en Lima virreinal: siglos XVI-XVII, 
Andalucía, Junta de Andalucía, 1992). ..........................................................................135
Figura 3. Tarasca de Madrid, salida en el Corpus de 1744, original a color 
(Tomada de Montoliu, Pedro, Fiestas y tradiciones madrileñas, Madrid, 
Silex, 1990) ...............................................................................................................................136
Figura 4. Representación de la tarasca defendiendo el castillo de la 
herejía (Tomada de Sánchez del Barrio, Antonio, Fiestas y ritos 
tradicionales, España, Castilla Ediciones, 1999) ..........................................................136
Figura 5. Grabado en el que se representa a los gigantes procesionales 
(Tomada de Sánchez del Barrio, Antonio, Fiestas y ritos tradicionales, 
España, Castilla Ediciones, 1999) ..................................................................................... 137
Figura 6. Grabado en el que se representa a los cabezudos procesionales 
(Tomada de Sánchez del Barrio, Antonio, Fiestas y ritos tradicionales, 
España, Castilla Ediciones, 1999) ...................................................................................137
Figura 7. La procesión del Corpus en Madrid, 1623 (Tomada de Montoliu, 
Pedro, Fiestas y tradiciones madrileñas, Madrid, Silex, 1990) ...................................138
Figura 8. La procesión del Corpus en el México colonial (Tomada de 
González Obregón, Luis, México Viejo, Patria, 1969) .................................................138
Figura 9. Salida del Corpus Christi en el México decimonónico (Tomada 
de Leyendas y costumbres de México, México, Editorial del Valle de 
México, 1990) ..........................................................................................................................139
Figura 10. El Santísimo bendice la Bandera, procesión del Corpus en el 
México del siglo XIX (Tomada de García Cubas, Antonio, El libro de 
mis recuerdos, México, Porrúa, 1986) .............................................................................139
Figura 11. Entrada del Corpus en Catedral, ciudad de México, siglo XIX 
(Tomada de García Cubas, Antonio, El libro de mis recuerdos, México, 
Porrúa, 1986) .........................................................................................................................140
Figura 12. La tarasca y el huacalito, siglo XIX (Tomada de García Cubas, 
Antonio, El libro de mis recuerdos, México, Porrúa, 1986) ........................................ 140
Figura 13. Plano de la ciudad de México durante la primera mitad del 
siglo XIX (Basado en Plano retrospectivo de la ciudad de México, 
1869, México, Guía Roji, 1986). Indica el recorrido de la procesión del 
Jueves de Corpus .................................................................................................................. 141
Figura 14. Plano de la ciudad de México durante la primera mitad del 
siglo XIX (Basado en Plano retrospectivo de la ciudad de México, 
1869, México, Guía Roji, 1986). Señala el itinerario de la procesión de 
la Octava del Corpus .......................................................................................................... 141
Figura 15. Plano de la ciudad de México durante la primera mitad del 
siglo XIX (Basado en Plano retrospectivo de la ciudad de México, 
1869, México, Guía Roji, 1986). Muestra el circuito seguido por la 
procesión del Corpus Christi cuando la carrera era recortada ............................ 142
Figura 16. Planos de la ciudad de México que indican las calles en que 
era colocada la valla militar propia de la fiesta del Divinísimo (1821-
1855) (Basado en Plano retrospectivo de la ciudad de México, 1869, 
México, Guía Roji, 1986) .....................................................................................................143
Figura 17. Planos de la ciudad de México que denotan las dos rutas que 
seguía la tropa para desfilar en columna de honor frente a Palacio, 
después de finalizar su participación en la procesión del Corpus (1821-
1855) (Basado en Plano retrospectivo de la ciudad de México, 1869, 
México, Guía Roji, 1986) ................................................................ 144
 
FONDOS DOCUMENTALES Y BIBLIOGRAFÍA ......................................... 145
v
INTRODUCCIÓN
La fiesta es, en palabras de Josef Pieper, lo que complementa y da color al transcurrir 
monótono de la existencia.1 La clave de esto es que en el marco de un día festivo no se 
hacen presentes los problemas o conflictos que aquejan al ser humano y, por ello, posee 
un encanto ideal al ofrecer un mundo incomparable. Así que si el ser humano hubiera 
destinado todo su tiempo al ocio sin saber lo que era el cansancio por el trabajo duro, no 
habría tenido para él sentido el día festivo, pues no marcaría una diferencia con respecto 
a los otros días. De tal forma, el celebrar se encuentra estrechamente ligado al trabajo, 
sin el cual no tendría lugar. Según Pieper, “…ambas cosas, trabajar y celebrar una fiesta, 
viven de la misma raíz, de manera que si una se apaga, la otra se seca”.2
El término fiesta significa una pausa en las labores diarias e indica, a su vez, un 
intervalo de tiempo dedicado a actividades no comunes. Esencialmente, podríamos 
decir que es un día especial por el hecho de contrastar con la rutina y dar paso a una 
serie de actos que van encaminados a la relajación y el disfrute, donde la productividad
no tiene cabida. De aquí que a tal día se le asocie con el juego y la diversión. Otra 
característica de la fiesta es que, de ninguna manera, se da como una situación
inesperada, sino al contrario, es un evento que se planea y que se pretende sea de un 
deleite intenso, permitiendo al individuo expresarse de manera diferente a la habitual, 
pues no todos los días pueden ser de celebración. Entonces, se entendería por fiesta el 
tiempo gastado en acciones no inútiles, aunque no representen un beneficio
cuantificable, y que además resulta indispensable como parte de la vida del hombre. 
Para que una fiesta se lleve a cabo está condicionada a tener un motivo, quiénes
la realicen, un espacio físico, un rito y un carácter propio. Como se deja ver, debe existir 
 
1 Pieper, Josef, Una teoría de la fiesta, Madrid, Rialp, 1974, pp. 11-12.
2 Ibid., p. 13.
vi
un hecho que celebrar, ya sea que forme parte del pasado o del presente, teniendo
además la necesidad de afirmarlo3 y reconocer su importancia en el devenir del grupo 
que lo festeja. Lo segundo es que debe haber una comunidad que conmemore el 
hecho, encargándose de los preparativos necesarios, ya que “celebrar una fiesta es 
humano”,4 es decir, ningún otro ser vivo es capaz de esta “excentricidad vital”.5 Queda 
claro que una celebración sólo se da en medio de una colectividad. Lo tercero es que 
esto involucra la elección de un espacio físico para llevar a cabo esa reunión social y que
tal sitio sea modificado según lo requiera la ocasión. En cuarto lugar, el festejo debe 
implicar una función, o sea un conjunto de líneas que determinen como se realizará tal 
solemnidad. Por último, su rasgo distintivo, preferentemente, debe ser la alegría.
De acuerdo con la índole del acontecimiento que celebran, se ha agrupado a las 
fiestas en dos rubros: civiles y religiosas. Por las primeras, se entiende a aquellas que 
recuerdan hechos históricos significativos de una comunidad o un pueblo, o bien sucesos 
concretos de la vida. Mientras que, por las segundas, se deduce que son las que
rememoran sucesos destacables en la historia de la religión que se profese. Ambas 
forman el calendario festivo de cualquier rincón del mundo, aunque el número de unas y 
otras no se presenta en proporción, porque por lo regular la balanza se inclina por las 
religiosas.
Para la Iglesia católica, un día de fiesta es aquél que se celebra con mayor 
solemnidad que otros, que gira en torno a recordar un suceso o una persona santa, 
transmitiendo un mensaje de valor. Tal es el caso, en principio, de las fiestas dedicadas al 
Mesías, en que se trata de mostrar a los fieles cristianos cómo llevar una vida ejemplar si 
siguen los pasos del Señor, para así, algún día, regresar a la casa del Altísimo, y estar junto 
 
3 Ibid., p. 40.
4 Marquard, Odo, “Una pequeña filosofía de la fiesta”, La fiesta: una historia cultural desde la antigüedad 
hasta nuestros días, Madrid, Alianza, c1993, p. 359.
5 Ibid., p. 360.
vii
a Él, a la diestra del Padre. Esto se intenta al conmemorar los momentos que marcaron el 
ciclo de su vida terrenal.
Las celebraciones ofrecidas a la Santísima Virgen María y a los santos manejan una 
intención similar, pues indican al individuo cómo cumplir con los deberes que exige su fe 
religiosa y practicar la virtud, elementos esenciales para pertenecer al reino del Señor. Se 
intenta inspirar a los feligreses a realizar conductas en grado heroico a favor de sus
semejantes, ya sean amigos o enemigos, en vista de que es un mandamiento de la ley de 
Dios. Por supuesto, la intención última del culto a los santos va dirigida a Dios, pues al 
honrar a los santos se honra al Todopoderoso, que es el origen de esas vidas admirables.
Para la religión católica existen dos clases de fiestas: las fijas y las móviles. Las fijas o 
inmóviles son aquellas que caen en un día determinado del año, lo cual quiere decir que 
la fecha de su celebración nunca varía. Las no fijas se encuentran sujetas a la Pascua, 
siempre cambiante,6 de forma que si ella se adelanta, también dichas solemnidades o, si
ésta se retrasa, sucederá lo mismo con ellas. A la clasificación antes mencionada, de 
festividades fijas y móviles, se agrega la de llamarlas de guardar. Se nombra así a 
aquellas que imponen la obligatoriedad. Es decir, se rigen por el precepto divino de 
“santificarás las fiestas”, aun cuando se permite no cumplir con esto si se presenta un 
motivo de imposibilidad física o moral.
Santificar una fiesta implicaba no trabajar en obras serviles y oír una misa. El 
descanso era indispensable para otorgar la atención precisa al culto correspondiente. La 
Iglesia, como autoridad, era la que imponía las normas litúrgicas que se habían de seguir 
en las distintasconmemoraciones católicas. Teniendo estos festejos, por lo general, un 
 
6 El Concilio de Nicea, en el año 325, decretó que la Pascua de Resurrección se celebrara en todo el 
mundo cristiano el primer domingo después de la luna llena siguiente al equinoccio de primavera. De 
tal forma que su conmemoración oscila entre el 22 de marzo y el 25 de abril.
viii
carácter alegre al exaltar la vida, solían rebasar el interior del templo y salir a las calles y 
las plazas.
El estudio que se inicia se centrará en una fiesta religiosa de obligatoriedad, cuya 
fecha no es fija, que tiene sus raíces en Europa y se abrió camino a América con la 
conquista y colonización del Nuevo Mundo. Nos referimos a la festividad del Corpus 
Christi, celebrada el sexagésimo día después de la Pascua, la cual tuvo un gran 
esplendor en tierras mexicanas desde el siglo XVI hasta, por lo menos, la primera mitad 
del siglo XIX. En este último lapso es que se ubica la investigación que presentaremos. 
El trabajo que sigue tiene como principal objetivo mostrar una pequeña parte de lo 
que fue el marco festivo del México decimonónico. Se propuso conocer el significado de 
dicha celebración dentro de la liturgia católica, siguiendo con sus antecedentes hispanos 
y novohispanos, para poder ubicarla en el lugar y el periodo que nos interesa, para
descubrir si la festividad del Corpus Christi ocupaba un lugar destacado entre las 
celebraciones efectuadas en la capital mexicana de la primera mitad del siglo XIX. Y, en
caso de confirmarse esto, responder a las siguientes interrogantes: ¿a qué se debía su
relevancia? ¿cómo era percibida por la sociedad capitalina? ¿qué características 
presentaba? y ¿en qué consistía la celebración profana de tal fiesta?
Se ha escogido como espacio ideal de esta investigación la metrópoli mexicana 
pues sirvió para establecer las pautas que la Iglesia católica, junto con la autoridad civil,
seguían para llevar a buen término la celebración y que, por supuesto, se repetían en 
todo lugar del territorio mexicano donde se ubicara un recinto religioso. El interés por 
estudiarla en dicho periodo de tiempo respondió a que se esperaba observar otra etapa 
en su realización, por estar atrás elementos característicos de la época colonial. Este 
escrito abarca, pues, desde el año de 1821 hasta el de 1855. La razón es que así se puede 
apreciar el ritual completo que conllevaba la fiesta del Corpus, ya que para la segunda 
ix
mitad del siglo XIX, el culto externo se vería seriamente afectado por las leyes de 
Reforma.
Las fuentes que se utilizarán son tanto primarias como secundarias. Los documentos 
proceden del Archivo Histórico del ex-Ayuntamiento de la ciudad de México y del 
Archivo General de la Nación de la misma ciudad. En el primer caso se revisarán 
volúmenes concernientes a las Actas de Cabildo de las sesiones ordinarias, a la asistencia 
del Ayuntamiento a diferentes eventos, y sobre procesiones y festividades religiosas. En el 
segundo caso se consultarán los ramos de Bandos, Reales Cédulas, Gobernación y 
Justicia Archivo.
También se llevará a cabo un rastreo de información sobre el tema en el Fondo 
Reservado de la Hemeroteca Nacional de México. Aquí se localiza noticias del Corpus en 
la ciudad de México, específicamente del siglo XVIII y de la primera mitad del siglo XIX. Se
examinaron además crónicas y relatos del México decimonónico, donde se retratara a la 
festividad del Santísimo Sacramento. Las fuentes secundarias abarcaron temáticas 
relacionadas con la premisa de esta tesis. Así se revisaron obras que hablaban de las 
fiestas en general, de las religiosas en específico, y otras que trataran sobre el tema de la 
fiesta del Corpus Christi. Luego se dio paso a aquellos libros que ofrecieran noticias de 
esta celebración en España, finalizando con las que nos permitieran ubicarla en el 
México colonial y decimonónico.
La cuestión de la fiesta del Corpus Christi en España ha sido muy estudiada, pero no 
en el caso de México. Por ello, en este trabajo han sido imprescindibles los artículos o 
investigaciones que afrontan el tema del Corpus hispano, a fin de prever qué tipo de 
asuntos habían de tomarse en cuenta para comprender esta festividad en el marco 
mexicano. En primer lugar, el de Antonio Romero Abao titulado “La fiesta del Corpus 
x
Christi”, en Las fiestas de Sevilla en el siglo XV,7 donde el propósito es acercarse a la 
celebración a partir de documentación totalmente civil, perteneciente al Cabildo de la 
ciudad. Así, a través de las cuentas de gastos que presentaron los distintos mayordomos 
de la ciudad, el autor reconstruye este festejo desde el año 1400 hasta el de 1523. 
Aunque en algunos años de estos Papeles del Mayordomazgo del Archivo Municipal de
Sevilla se percibieron lagunas, las llena con información proveniente de fuentes 
bibliográficas.
De acuerdo con lo que Romero Abao plantea, la fiesta del Corpus puede ser 
abordada a partir del estudio de la “preparación del escenario de la fiesta”, 
identificando dos espacios apartados pero en estrecha relación. Por una parte, el ámbito 
reconocido como sagrado, es decir, la catedral y, según sea el caso, otros recintos 
religiosos, bajo la responsabilidad del Cabildo Catedralicio. Y por otra, el ámbito 
sacralizado, entendiendo por éste las calles y las plazas que forman parte del itinerario 
procesional, cuya preparación corresponde al Cabildo secular. Rastreando lo que el 
engalanamiento ameritaba en uno y otro de los espacios mencionados, será posible 
desentrañar la organización del festejo y conocer a detalle cada uno de los elementos 
que le resultan indispensables. En esta forma de tratar el Corpus, Romero Abao coincide 
con Luis Rubio García, quien bajo pautas similares estudia el caso de Murcia en el siglo 
XV.8
 
7 Romero Abao, Antonio, “Las fiestas de Sevilla en el siglo XV”, Las fiestas de Sevilla: otros estudios,
Madrid, Deimos, 1991, pp. 83-100; también aparece en una versión más corta en La religiosidad popular 
III. España, Anthropos, 1989, pp. 19-29.
8 Rubio García, Luis, La Procesión de Corpus en el siglo XV en Murcia y religiosidad medieval, Murcia, 
Academia Alfonso X, el Sabio, 1983.
xi
Otro texto útil fue el de José González Caraballo, “Sacralización del espacio urbano 
en el Corpus Christi de Sevilla”,9 donde se retoma la idea de Romero Abao para los siglos 
XV-XVII, enfocándose en el ámbito sacralizado, o sea, aquel que forma la carrera 
procesional y que, por ser objeto de un peculiar esmero decorativo, parecido al del 
espacio religioso, es visto como “una prolongación del espacio sagrado del templo”. 
Realiza la investigación considerando el arreglo exterior como un trabajo compartido 
entre el Cabildo de la ciudad, los vecinos, los gremios y las hermandades, y que la
intención, en el embellecimiento de calles y plazas es la de impresionar a los sentidos. 
Con ello quiere decir que a los espectadores se les bombardea con el perfume exhalado 
por las flores y el aroma del incienso, junto con la belleza de las alfombras de flores y los 
adornos con plantas, así como con la colocación de arcos, toldos, antorchas, 
colgaduras, altares, y la presencia de figuras y monigotes, danzas, música y canto, 
ocupando un lugar destacado las escenas que retratan pasajes del Antiguo y el Nuevo 
Testamento.
Fue indispensable examinar tanto a Jesús Callejo, en Fiestas sagradas,10 como a 
Antonio Sánchez del Barrio, en Fiestas y ritos tradicionales,11 en cuyos trabajos se trata el 
origen, significado y el modo en el cual se celebraba el Corpus en distintos lugares de la 
Península Ibérica entre los siglos XVI y XVIII, así como a N. D. Shergold y J. E. Varey , en Los 
autos sacramentales en Madrid en la época de Calderón, 1637-1681,12 para abundar en 
el tema de las danzas y las representaciones teatrales propias de la fiestadel Santísimo y, 
a César Oliva, en su escrito “La práctica escénica en fiestas teatrales previas al 
 
9 González Caraballo, José, “Sacralización del espacio urbano en el Corpus Christi de Sevilla”, Del libro 
de los emblemas a la ciudad simbólica I, Castelló de la Plana, Universitat de Jaume I, 2000, pp. 209-226. 
10 Callejo, Jesús, Fiestas sagradas, España, Edaf, 1999, pp. 129-136.
11 Sánchez del Barrio, Antonio, Fiestas y ritos tradicionales, España, Castilla Ediciones, 1999, pp. 83-110.
12 Shergold, N. D. y J. E. Varey, Los autos sacramentales en Madrid en la época de Calderón, 1637-1681, Madrid, 
Edhigar, 1961.
xii
Barroco”,13 esencial para el conocimiento de los juegos y las diversiones características 
de esta festividad.
En cuanto a otros textos referentes a los preparativos necesarios para la ocasión, 
había que agregar a Marcelin Defourneaux en La vida cotidiana en España en el siglo de 
oro,14 y a José Díez Borque en La vida española en el siglo de oro según los extranjeros.15
De igual forma, a Maria Isabel Viforcos en El teatro en los festejos leoneses del siglo XVII,16
y a Aurora León en Iconografía y fiesta durante el lustro real: 1729-1733,17 así como los 
siguientes textos: “El ritmo de la comunidad” de Maria Asenjo,18 “Juegos, fiestas y 
espectáculos en el reino de Valencia” de José Hinojos,19 “Traslado de las figuras bíblicas 
en procesión: del Corpus a la Semana Santa” de Domingo Munuera,20 y obras como La 
vida cotidiana en la España de Velásquez, dirigida por José Alcalá-Zamora,21 y La fiesta 
en la Europa de Carlos V, a cargo de la Sociedad Estatal para la Conmemoración de los 
Centenarios de Felipe II y Carlos V.22
 
13 Oliva, César, “La práctica escénica en fiestas teatrales previas al Barroco”, Teatro y fiesta en el Barroco: 
España e Iberoamérica, Madrid, Ediciones de Serbal, 1986, p. 108.
14 Defourneaux, Marcelin, La vida cotidiana en España en el siglo de oro, Buenos Aires, Hachette, 1964.
15 Díez Borque, José Maria, La vida española en el siglo de oro según los extranjeros, Barcelona, Ediciones del 
Serbal, 1990, pp. 98-102.
16 Viforcos, Maria Isabel, El teatro en los festejos leoneses del siglo XVII, León, Universidad de León-
Secretariado de Publicaciones, 1994, pp. 76-81.
17 León, Aurora, Iconografía y fiesta durante el lustro real: 1729-1733, Sevilla, Diputación Provincial de Sevilla, 
1990, pp. 87-108.
18 Asenjo, María, “El ritmo de la comunidad: vivir en la ciudad, Las artes y los oficios en la Corona de 
Castilla”, La vida cotidiana en la Edad Media, Logroño, Gobierno de la Rioja-Instituto de Estudios 
Riojanos, 1998, pp. 169-200.
19 Hinojosa, José, “Juegos, fiestas y espectáculos en el reino de Valencia: del caballero andante al moro 
juglar”, Fiestas, juegos y espectáculos en la España Medieval, Madrid, Ediciones Polifemo, Aguilar de Campo-
Fundación Santa María la Real-Centro de Estudios de Roman, 1999, pp. 65-91.
20 Munuera Rico, Domingo, “Traslado de las figuras bíblicas en procesión: del Corpus a la Semana 
Santa”, La religiosidad popular III, op.cit., pp. 617-627.
21 Alcalá-Zamora, José N.(dir.), La vida cotidiana en la España de Velásquez, Madrid, Ediciones Temas de 
Hoy, 1994, pp. 210-211.
22 Camoens, Antonio, “La fiesta y el poder, El rey, la corte y los cronistas del Portugal del siglo XVI”, 
La fiesta en la Europa de Carlos V, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios 
de Felipe II y Carlos V, 2000, pp. 175-207.
xiii
La mayoría de los autores consultados siguen la línea de lo visual en el Corpus. 
Antonio Peñafiel, en su escrito “Luz, color y brillantez del Corpus Christi”, en el apartado 
“Festividades Devocionales” en Mentalidad y religiosidad popular murciana en la primera 
mitad del siglo XVIII,23 afronta la celebración al referirse a tales elementos como a aquello 
que daba a este festejo el carácter alegre que requería. Pero en cambio cree que la 
atención se encontraba acaparada por tres elementos: las danzas, la tarasca y los 
gigantes, por su presentación tan aparatosa, resultado del interés por explicar distintas 
cuestiones referentes a la doctrina cristiana. Sin dichos elementos, por tanto, el Corpus 
perdía su lustre y colorido, que eran sobremanera apreciados por quienes concurrían a la 
función. Este autor concede un gran peso en esta misión educativa a dos componentes 
en especial: por un lado, el que simbolizaba el mal (la tarasca) y, por otro, el que
representaba el interior hueco (los gigantes). Aunque, según él, esta participación no 
logró tal objetivo del todo.
En esta pauta de lo llamativo se centra Dolores Reyes Escalera en La imagen de la 
sociedad barroca andaluza,24 suponiendo factible la transmisión del mensaje cristiano
siempre y cuando a las figuras se les diera el vestuario y los aditamentos necesarios, para 
que permitieran comprender fácilmente lo que simbolizaban, ya fuera que la tarasca 
tomara la representación de la bestia del Apocalipsis, el dragón infernal o la serpiente del 
paraíso, o bien que los gigantes se asemejaran a los pecados capitales, a pueblos 
importantes de la región, a las razas de las cuatro partes del mundo, a guardias o 
gobernantes romanos, tal como se hacía en la ciudad de Granada en los siglos XVII y 
XVIII.
 
23 Peñafiel, Antonio, Mentalidad y religiosidad popular murciana en la primera mitad del siglo XVIII, Murcia, 
Universidad de Murcia, 1988, pp. 234-251.
24 Escalera Pérez, Dolores Reyes, La imagen de la sociedad barroca andaluza, Málaga, Universidad de 
Málaga-Junta de Andalucía, 1994, pp. 197-260.
xiv
En Fiestas y tradiciones madrileñas,25 Pedro Montoliu trata el Corpus en Madrid, 
haciendo una revisión rápida desde el siglo XIV hasta el XVIII; hace destacar cómo se 
involucraba a los vecinos en el exorno del itinerario de la procesión, a través del oficio de 
vísperas que se llevaba a cabo el día anterior a la celebración. De esta forma plantea 
que la atención era captada y retenida desde el inicio de la fiesta, o mejor dicho, desde 
los preparativos, con lo cual se garantizaba que el Santísimo tuviera una carrera digna y 
un acompañamiento nutrido. Y agrega que lo cautivador, por supuesto, de los colores y 
las formas, y la algarabía, eran esenciales, pues por la vista entraba la predilección por 
este festejo. 
Otro ejemplo de esto lo da George Foster, en Cultura y conquista: la herencia 
española en América,26 donde habla brevemente del atractivo empleado en la comitiva 
de la víspera del Corpus, compuesta por la tarasca, el mojigón, las tarasquillas y otros 
monigotes, como los gigantes, en el caso de Barcelona, que encierran una gracia difícil 
de rebasar. Por ello, su participación no sólo se reservaba para la víspera, sino también 
estaba en la procesión del Jueves de Corpus y en la Octava, así como en más días 
cercanos a la fiesta. Este autor ofrece descripciones riquísimas de los gigantes, las cuales 
permiten entender su presencia en dicha festividad.
Para saber qué otro tipo de elementos agasajaban la vista en España, fue
necesario recurrir a Juan Manuel Martín, en “Elogio y triunfo del catolicismo en Granada: 
la emblematización de la plaza de Bibarrambla en la Festividad del Corpus de 1759”,27
donde se asegura que el ámbito no sagrado, del que ya se ha hablado anteriormente, se 
 
25 Montoliu, Pedro, Fiestas y tradiciones madrileñas, Madrid, Silex, 1990, pp. 211-221.
26 Foster, George M., Cultura y conquista: la herencia española en América, Xalapa, Universidad 
Veracruzana, 1962, pp. 333-340.
27 Martín García, Juan Manuel, “Elogio y triunfo del catolicismo en Granada”, Del libro de los emblemas a 
la ciudad simbólica I, Castelló de la Plana, Universitat de Jaume I, 2000, pp. 183-207. 
xv
volvió el marco ideal para los emblemas,28 cuya misión era “deleitar y enseñar” yen
donde todo iba encaminado a alabar al Santísimo Sacramento en su victoria contra los 
herejes. De ahí que, con esta razón se justificara la grandiosidad con que se festejaba tal 
día. Para este autor, calles y plazas se volvían un sitio distinto, sin lugar a dudas, pues se 
trataba de un día extraordinario, más aún, en una ciudad donde la fiesta del Corpus era 
una conmemoración principal, y que por ello no escatimaba en colgaduras, tapices, 
sedas, bordados, alfombras vegetales, altares, lienzos y pinturas (según un programa 
iconográfico). Estos últimos se centraban, como resulta obvio, en la lucha contra la 
herejía, combinando imágenes que recreaban escenas del Antiguo y Nuevo Testamento,
con alusiones a la Eucaristía y citas fácilmente comprensibles por su uso frecuente en esta 
solemnidad.
María José Cuesta, en Fiesta y arquitectura efímera en la Granada del siglo XVIII,29 al 
hablar de la fiesta del Corpus Christi explica también este énfasis decorativo. En primer 
lugar, se refiere a elementos que componen la procesión del Santísimo, tales como la 
tarasca, las danzas y los gigantes, como una reminiscencia de la Antigüedad, al recrear 
la imagen clásica del triunfo. Y añade que una prueba era el lugar que se les designaba, 
es decir, marchaban delante de la Eucaristía, donde se les exhibía como los enemigos 
vencidos, tal cual se hacía en dichos desfiles de victoria. Esto aun cuando se les quisiera 
ligar a la tradición bíblica. En segundo lugar, revisa la presencia de imágenes religiosas en 
el itinerario procesional, considerándolas como fruto de los intereses de la 
Contrarreforma, pues destaca la iconografía de Cristo, con referencias a la Eucaristía, 
sobre las escenas del Antiguo Testamento. 
 
28 Figuras simbólicas acompañadas de leyendas explicativas.
29 Cuesta García de Leonardo, María José, Fiesta y arquitectura efímera en la Granada del siglo XVIII,
Granada, Universidad de Granada-Diputación de Granada, 1995, pp. 243-245. 
xvi
Y en tercer lugar, al estudiar los programas ideados para la decoración, los cuales 
se desarrollaban según una idea fundamental que se expresaba en lienzos, altares y en la 
forma bajo la cual se presentaban la tarasca y los gigantones, la autora logra describir y 
explicar lo que simbolizaban, detectando conceptos clave para exaltar el triunfo de Dios, 
que se repetían una y otra vez: la Eucaristía como fuente de salud, amor, verdadera vida, 
protección y, al mismo tiempo, del castigo, la virtud, la justicia, la sencillez, la prudencia, 
la caridad y la pureza. Como se ve, con su investigación permite conocer una serie de 
cuestiones indispensables para seguir el hilo a dicha celebración.
María Isabel Viforcos, en su trabajo sobre la festividad del Corpus,30 ofrece otra 
explicación acerca de la intervención de distintos elementos durante la procesión de la 
Sagrada Forma. Afirma que la designación de esta celebración para el jueves 
sexagésimo después del domingo de Pascua de Resurrección le otorgó un doble 
carácter, ya que dio lugar a una fiesta en la que, al tiempo que se honraba a la Majestad 
Divina, se regocijaba por el renacer de la naturaleza, lo cual, según esta investigadora, se 
aprecia en las diversas figuras que participaban, así como en las dramatizaciones sacras 
(danzas y comedias). Y agrega que todo este aparato festivo crece conforme aumenta 
el interés, tanto por parte de la autoridad espiritual como de la autoridad civil, por rodear 
al Santísimo del mayor lujo posible.
La fastuosidad con la que se planeaba y realizaba la festividad del Corpus solía 
hacerla distinguida y solemne, la mayoría de las veces, pero según Pérez del Campo y 
Quintana Toret, en Fiestas barrocas en Málaga,31 podía convertirla en otras ocasiones en 
todo lo opuesto. Desde luego resultaba importante que el escenario del paso del 
Divinísimo fuese llamativo hasta cierta medida, entonces eran bien recibidos los montajes 
 
30 Viforcos, María Isabel, La Asunción y el Corpus, de fiestas señeras a fiestas olvidadas, León, Universidad de 
León, 1994, pp. 125-158.
31 Pérez del Campo, Lorenzo y Francisco Javier Quintana Toret, Fiestas barrocas en Málaga: arte efímero e 
ideología en el siglo XVII, Málaga, Diputación de Málaga, 1985, pp. 50-80.
xvii
decorativos donde carteles y leyendas ilustraban los misterios de la fe, o bien el colorido 
de los trajes de las figuras que irían en el cortejo. Sin embargo, en el afán de superar cada 
año el festejo del año anterior, y exaltar al máximo la fe en el misterio de la Eucaristía, se 
presentaba un reto cada vez mayor y que a veces difícilmente se cumplía conforme lo 
marcaba el respeto al Altísimo. Estos autores consideran que, con el interés de sorprender 
y ganarse al público, se llegó a caer en actos irreverentes.
Teniendo en cuenta lo anterior, se procedió a situar esta festividad en la ciudad de 
México durante el gobierno virreinal. La obra de José María Marroquí, La ciudad de 
México,32 en su apartado dedicado a la fiesta del Corpus, permitió un acercamiento 
preciso. El autor hace un seguimiento de esta conmemoración durante los siglos XVI, XVII
y XVIII en las Actas de Cabildo del Ayuntamiento de la ciudad de México, 
complementando dichos datos con información extraída de crónicas de la época, en 
especial en el caso del siglo XVII y algunas notas sobre el siglo XVIII, permitiendo conocer 
los elementos que formaron parte de ésta desde sus inicios, siguiendo su desarrollo y 
perfeccionamiento a lo largo de los años.
Mariano Cuevas, en Historia de la Iglesia en México,33 hizo posible enriquecer la 
información anterior al abordar la festividad del Corpus Christi como el “sol de todas ellas”
–es decir, las festividades religiosas de México-, proporcionando detalles sobre la 
procesión durante los siglos XVI y XVII, concernientes a la decoración, el recorrido 
procesional, el orden en que el cortejo desfilaba y cuáles eran las diversiones propias, 
refiriéndose a éstas a partir de la belleza, alegría y solemnidad extraordinaria que ofrecían 
durante todos los días en que se celebraba al Divinísimo. Se complementa esta 
información con la proporcionada por Joaquín García Icazbalceta en Don Fray Juan de 
 
32 Marroquí, José María, La ciudad de México, Tomo 3, México, Jesús Medina Editor, 1969, pp. 494-515.
33 Cuevas, Mariano, Historia de la Iglesia en México, t. 3, El Paso, Texas, Revista Católica, 1928, p. 481.
xviii
Zumárraga, Primer obispo y arzobispo de México,34 Alicia Bazarte en Las cofradías de 
españoles en la Ciudad de México: 1526-1860,35 y Gustavo Mauleon en Música en el 
virreinato de la Nueva España: recopilación y notas, siglos XVI y XVII.36
Sobre el atractivo de esta fiesta y la grandiosidad de la procesión fue esencial la 
consulta del apartado “La ciudad y la fiesta”, escrito por Antonio Rubial, en La plaza, el 
palacio y el convento, La ciudad en el siglo XVII,37 donde se revisa cada una de las 
comparsas que formaban la comitiva procesional, así como los espectáculos callejeros 
comunes a cualquier fiesta. Y para conocer la participación de los pueblos indígenas en 
el festejo, a Dorothy Tanck de Estrada, en Pueblos de indios y educación en el México 
colonial, 1750-1821,38 donde se sigue la obligación impuesta a los indígenas de colaborar 
en el embellecimiento del paso del Señor Sacramentado. Por último está el texto de Nelly 
Sigaut, “Corpus Christi: la construcción simbólica de la Ciudad de México”,39 dedicado al 
siglo XVI, que permitió identificar la organización de la fiesta y la procesión, los conflictos 
entre los integrantes del acompañamiento civil y las autoridades, las disposiciones de la 
Iglesia con respecto a las diversiones y las sanciones impuestas por el Ayuntamiento a 
quienes no respetaran el orden establecido.
Sigaut aborda la fiesta del CorpusChristi como uno de los puntos clave para 
comprender la “construcción del nuevo orden social novohispano”. Es decir, se da a la 
 
34 García Icazbalceta, Joaquín, Don Fray Juan de Zumárraga, Primer obispo y arzobispo de México, T.1, 
México, Porrúa, 1947.
35 Bazarte Martínez Alicia. Las cofradías de españoles en la Ciudad de México: 1526-1860, México, UAM-
Unidad Azcapotzalco-División Ciencias Sociales y Humanidades, 1989.
36 Mauleon Rodríguez, Gustavo, Música en el virreinato de la Nueva España: recopilación y notas, siglos XVI y 
XVII, Puebla, Universidad Iberoamericana Golfo Centro-Lupus Inquisidor, 1995.
37 Rubial García, Antonio, La plaza, el palacio y el convento, La ciudad en el siglo XVII, México, 
CONACULTA, 1998, pp. 53-56.
38 Tanck de Estrada, Dorothy, Pueblos de indios y educación en el México colonial, 1750-1821, México, El 
Colegio de México-Centro de Estudios Históricos, 1999, pp. 308-312.
39 Sigaut, Nelly, “Corpus Christi: la construcción simbólica de la Ciudad de México”, Del libro de los 
emblemas a la ciudad simbólica I, Castelló de la Plana, Universitat de Jaume I, 2000, pp. 27-57.
xix
tarea de develar cómo esta celebración sirvió de instrumento político para la transmisión 
de la nueva cultura y qué tanto de la tradición indígena se permitió que formara parte 
del festejo. Concluye que tanto éste como el itinerario procesional funcionaron de 
muralla virtual en una ciudad en la que convivían separados dos pueblos, el de indios y el 
de españoles, simbolizando con esto la conquista, posesión, defensa y sacralización de 
ese espacio.
Por lo que respecta a trabajos que toquen el tema en el México decimonónico, 
habría que decir que no existen, pues tal campo de investigación no ha sido aún 
explorado. De ahí que, deseamos, el presente estudio sea de utilidad para iluminar la 
celebración del Divinísimo en la ciudad de México durante la primera mitad del siglo XIX.
Conforme a la información obtenida, el contenido de esta indagación ha sido 
dividido en seis capítulos. El apartado número uno habla, de manera breve y concisa, 
sobre el significado del Corpus Christi para la Iglesia cristiana, así como del origen 
medieval de la celebración. El número dos se centra en la tradición hispana de su
festividad, desplegando los elementos que la componían y lo que cada uno 
representaba en ella. El capítulo tres aborda la conmemoración en el México colonial, 
detallando lo que implicaba su organización, parafernalia y financiamiento. Los 
apartados cuatro, cinco y seis muestran lo que era la fiesta del Divinísimo en la ciudad de 
México durante la primera mitad del siglo XIX, iniciando con las variantes que sufrió en el 
paso del siglo XVIII al XIX, siguiendo con los preparativos que requería el festejo, sus 
características particulares y, finalmente, los altibajos que padeció. Se ofrecen al final 
unas conclusiones, una cronología, algunas imágenes y varios planos, estos dos últimos 
referentes al aparato festivo del Corpus en España y México, así como una bibliografía 
básica para quien desee adentrarse en este tema.
1
I. ORIGEN DE LA FESTIVIDAD DEL CORPUS CHRISTI 
Institución de la Eucaristía
La fiesta del Corpus Christi, como en latín lo dice su nombre, conmemora el cuerpo 
de Cristo. Es decir, la institución de la Eucaristía por Jesús, antes de ser aprehendido y 
crucificado.
De acuerdo con la tradición cristiana, él era Hijo de Dios y el Mesías revelado
por los profetas. Nacido de María, virgen, e hijo putativo de José, el carpintero, en 
Belén, región de Judea, el día 25 de diciembre del año 749 de Roma, durante el 
reinado de Herodes I.1
A causa de un decreto de este rey, quien ordenó matar a todos los infantes 
menores de dos años que vivieran en Belén y sus alrededores, su familia huyó a 
Egipto. De ahí que, a la muerte de aquél, regresaran a Palestina, aunque no a Judea. 
Se dirigieron a la región de Galilea, al pueblo de Nazaret, donde Jesús pasó el resto 
de su niñez y juventud trabajando en el taller de José. 
Se dice que cuando el Nazareno cumplió treinta años recibió el bautismo de 
manos de Juan llamado el Bautista. Y que éste, además de ser su primo, era enviado 
por Yahvé como el que precedería al Salvador.
Jesús hizo después de esto un retiro espiritual durante cuarenta días en el 
desierto galileo, donde venció cualquier tentación que pudiera impedir su prédica. 
Fue en la misma región de Galilea, donde inició su trabajo y anunció el Evangelio. Y 
 
1 En el siglo VI de nuestra era, Dionisio el Exiguo, monje y astrónomo de Scythia, introdujo el 
calendario cristiano, al señalar el 25 de diciembre del año 753 de la fundación de Roma como la fecha 
del nacimiento de Jesús. Sin embargo, en la actualidad, se cree que éste nació en el año 749 de Roma, 
según los datos que aportan los evangelios y otros escritos. Prat, Fernand, Jesucristo: su vida, su doctrina, 
su obra, vol. 1, México, Editorial Jus, 1946, p. 76. 
2
para ello se hizo rodear de doce discípulos: Simón Pedro, Andrés, Santiago el mayor, 
Juan, Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo, Santiago el menor, Judas Tadeo, Simón y 
Judas Iscariote. Juntos recorrieron distintos lugares de las regiones de Palestina, como 
la dicha Galilea, Judea, Decápolis, Perea y hasta Siria, predicando a las multitudes. 
Anunciaba la “buena nueva” de la venida del reino de Dios mientras realizaba 
milagros, sanando enfermos, resucitando muertos y expulsando demonios. Pronto
contradijo las opiniones de los fariseos y maestros de la ley, quienes planearon su 
muerte, a pesar de su insistencia en que el objetivo no era oponerse a las enseñanzas 
de los profetas, sino darles su verdadero significado. Pero sabiendo, que lo que 
decían las escrituras debía cumplirse, antes de regresar a Jerusalén, proclamó a sus 
discípulos su muerte y resurrección.
Entró en esa ciudad poco antes de la Pascua del año 782, siendo recibido con 
palmas y ramos de olivo, y ahí predicó por última vez e instituyó la Eucaristía. “El 
primer día de la fiesta en que se comía el pan sin levadura, y se sacrificaba el cordero 
de Pascua”,2 el Rabí y sus seguidores, previeron lo necesario para celebrar una cena. 
Y en ese día, que tiempo después se llamaría Jueves Santo, el Maestro convirtió el 
pan y el vino en su cuerpo y su sangre:
Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y, habiendo dado 
gracias a Dios, lo partió y se lo dio a los discípulos, diciendo:
---Coman, esto es mi cuerpo.
Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a Dios, 
se la pasó a ellos diciendo:
--- Beban todos ustedes de esta copa, porque esto es mi sangre, con la 
que se confirma el pacto, la cual es derramada a favor de muchos 
 
2 En esta cena los hebreos conmemoraban la salida de Egipto y la liberación de la esclavitud. 
Entonces, Yahvé había golpeado a los egipcios con la décima de las plagas: la muerte de los 
primogénitos. Y también había ordenado a los hebreos procurarse un cordero para comerlo en un 
banquete familiar, y con su sangre marcar las puertas de sus casas, como señal de salvación.
3
para el perdón de sus pecados. Hagan esto en memoria de mí (Mt., 
26:26-29/Mc, 14:22-24/Lc, 22:14-20).3
De este modo, él estableció la obligación de repetir y celebrar tal ritual, con el 
cual se recordaría su pasión, muerte y resurrección. Sin embargo, no sería el único 
significado. La Eucaristía también se convirtió en el símbolo de un nuevo pacto del
pueblo de Israel con su Dios, unión que sería sellada, o mejor dicho sacralizada, con 
la sangre del Mesías. Cumpliéndose así lo augurado por el profeta Jeremías: “Yahvé 
pactará una nueva alianza con el pueblo de Israel, perdonando y olvidando sus 
culpas y pecados, volviéndolos a acoger bajo su protección, escribiendo su ley en sus 
corazones” (Jeremías, 31:31-34).4
Al mismo tiempo era una actualizacióndel misterio pascual: de nueva cuenta,
Yahvé salvaría la vida de los hijos de Israel. El Galileo había prometido ser el pan de 
vida eterna y el cáliz de salvación. Había asegurado que su cuerpo era verdadera 
comida, al igual que su sangre verdadera bebida, y que quien comiera de su cuerpo 
y bebiera de su sangre viviría unido a él y, por tanto, viviría para siempre (Juan, 6:48-
59).5 En esta afirmación se ha querido ver una alegoría de la unidad de su iglesia, 
considerando a todos sus fieles como parte de un solo cuerpo.
Retomando el relato, después de instituir la Sagrada Eucaristía y revelar que 
alguien lo traicionaría, el Salvador se retiró a orar al Huerto de los Olivos acompañado 
por sus seguidores. Mientras oraban, Jesús fue hecho prisionero por las autoridades 
judías, quienes al no encontrar delito que perseguir, lo presentaron ante la autoridad 
 
3 Biblia de Jerusalén, México, Porrúa, 1986, p. 1427, 1452 y 1490-1491.
4 Ibid., p. 1169.
5 Ibid., p. 1516.
4
romana, la cual lo acusó de agitador político y condenó a morir en la cruz. Luego fue 
sepultado, para resucitar al tercer día.
Después de eso, se presentó ante sus apóstoles y permaneció con ellos durante 
cuarenta días. Les recordó que no deberían dejar Jerusalén, pues tenían que esperar 
a que se cumpliera la promesa de Dios de revestirlos como portadores de su palabra. 
Así lo hicieron y aguardaron la señal del Padre, orando junto a María, la madre del 
Nazareno. Se agregaba a ellos, que eran once, Matías, quien reemplazaba a Judas 
Iscariote, el traidor que vendió a Jesús por treinta monedas.6
Diez días después de que el Mesías ascendiera al cielo, Dios revistió a los 
discípulos con su poder y los facultó para predicar su palabra: “en Jerusalén, en toda 
la región de Judea y de Samaria, y hasta en las partes más lejanas de la tierra” 
(Hechos: 1,8).7 De esta forma nacía la Iglesia cristiana.
A partir de ese momento, ellos comenzaron a difundir la doctrina de Jesús, 
logrando adeptos en todo el Imperio Romano, lo que les valió la persecución por 
parte de las autoridades. Aun así siguieron con su misión evangelizadora hasta el 
último día de sus vidas.
Institución de la fiesta de Corpus Christi 
Desde los primeros siglos, la Iglesia católica procuró honrar la memoria de su 
fundador, así como la de su madre y la de quienes difundieron su mensaje, 
dedicándoles celebraciones a lo largo del año, siendo por supuesto las más 
importantes las destinadas a conmemorar momentos de la vida de Cristo. 
 
6 Prat, op.cit., vol. 2, pp. 309-310.
7 Biblia de Jerusalén, op.cit., p. 1549.
5
Las fiestas ofrecidas a Jesucristo fueron agrupadas en dos ciclos a partir del siglo 
IV. El primero era el de la Navidad. Éste exaltó, en un principio, el nacimiento del 
Redentor, incorporándose luego la Epifanía, que recordaba la adoración de los 
Reyes de Oriente al niño Jesús. Y en el siglo VI, se introdujo el Adviento, que quiere 
decir advenimiento o venida. Esta festividad alababa las cuatro semanas que 
antecedían al nacimiento del Salvador. Por último, se agregó la de la circuncisión el 
1º de enero, en la cual se aludía al momento en que el Hijo de Dios, en sus primeros 
días, había cumplido con este rito que marcaba la ley antigua, renovando la alianza 
del pueblo de Israel con Yahvé.8
El otro ciclo era el de la Pascua. Éste rememoraba, principalmente, los últimos 
días de la vida terrenal del Galileo. En primer lugar, se ensalzaba el Domingo de 
Ramos, es decir el momento en que Jesús, junto con sus apóstoles, entró a Jerusalén 
para predicar por última vez. De igual forma, se recordaba la pasión de Cristo, por 
medio de la celebración de Semana Santa, teniendo mucha mayor relevancia el 
Jueves y Viernes Santos. Además, se solemnizaba el Domingo de Resurrección. 
También se sumaba la fiesta de la Ascensión de Jesucristo al cielo, cuarenta días 
después del Domingo de Resurrección. Y finalmente, concluía con la festividad de 
Pentecostés, la cual conmemoraba el día en que Dios había investido a los apóstoles 
con su misión evangelizadora.9
La institución de la Eucaristía, hasta el siglo XIII, no gozaba de una celebración 
particular, aun cuando se evocaba en el ritual de la misa y el Jueves Santo. La 
celebración del Corpus nace en dicho siglo en Europa, gracias a las revelaciones de 
 
8 Llorca, Bernardino, Historia de la Iglesia Católica, T. 1, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1955, 
p. 877.
9 Ibidem.
6
la Beata Juliana de Rétine o de Lieja, y al milagro de Bolsena, que impulsaron la 
decisión del Papa Urbano IV de establecer esta solemnidad en toda la Iglesia. 
La beata Juliana había nacido en Rétine, cerca de Lieja, en el año de 1193. 
Durante sus primeros años quedó huérfana y fue educada por las monjas agustinas
del monasterio de Mont-Cornillon, donde, con los años, realizó su profesión religiosa y 
llegó a ser la priora. Se dice que tenía una gran devoción hacia el Santísimo, que era 
el motivo de sus oraciones y, a veces, su único alimento. Un día, mientras oraba al 
Divinísimo, tuvo una visión mística; se le presentó ante los ojos una luna radiante de 
luz, salvo una parte que permanecía oscura. Momentos después, Dios le dio a 
entender el significado de esa visión. La luna representaba a la Iglesia, y la mancha la 
ausencia de una fiesta en honor del Señor Sacramentado.10
La beata comunicó su visión a Juan de Lausana, canónigo de Lieja y su director 
espiritual, y éste la puso a consideración de varios teólogos, quienes dieron una 
opinión benigna sobre la señal divina. Por otra parte, el archidiácono del lugar, 
Jacques Pantaleón de Troyes, se acercó al obispo Roberto de Thorote, para que 
pudiera realizarse la celebración en honor del Santísimo Sacramento en su diócesis, 
obteniendo el permiso para hacerla en el año 1246. Ésta se llevaría a cabo el jueves 
después de la octava de Pentecostés. Más tarde, en el año de 1261, cuando el 
antiguo archidiácono de Lieja, Jacques Pantaleón fue elevado al trono pontificio con 
el nombre de Urbano IV, el obispo de esta ciudad le pidió encarecidamente 
expandir la festividad del Corpus Christi a toda la Iglesia. El nuevo Papa, se mostraba 
 
10 Righetti, Mario, Historia de la liturgia I, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1955, pp. 869-870; 
Sánchez del Barrio, Antonio, Fiestas y ritos tradicionales, España, Castilla Ediciones, 1999, p. 84; 
Callejo, Jesús, Fiestas sagradas, España, Edaf, 1999, p. 130.
7
cauto y no se decidía y, mientras residía en Orvieto, en el año de 1263, le llegó la 
noticia del milagro de Bolsena.11
Un sacerdote bohemio de este lugar, llamado Pedro de Praga, quien dudaba 
del misterio de la Eucaristía, en el momento en que realizaba una misa en la Iglesia 
de Santa Cristina, pudo ver cómo caían gotas de sangre de la hostia, y que dicho 
fluido se volvía copioso, al grado de manchar el corporal, la mesa y el piso. El Papa 
quiso comprobar el milagro y ordenó que el lienzo le fuera llevado a Orvieto, y así se 
hizo en procesión solemne el 19 de junio de 1264; quedó depositado en este lugar, 
donde más tarde se levantó un templo para resguardarlo. Urbano IV entonces venció 
la vacilación y decidió instituir la fiesta del Corpus Christi para toda la Iglesia, a través 
de la bula Transiturus de hoc mundo, el 8 de septiembre del mismo año.12
Además de alabar a Jesucristo en la Sagrada Forma, la bula decretaba el día 
de su realización para el jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, y 
ofrecía indulgencias para aquél que asistiera al oficio. El Papa encomendó a Santo 
Tomás de Aquino escribir éste con una serie de himnos. Pero, a su muerte, en el mismo 
año, la bula quedó sin efecto. Fue casi cincuenta años después, en el año 1311, 
cuando elPapa Clemente V la reafirmó en el Concilio de Viena y, en 1317, Juan XXII 
decretó la procesión y la Octava de Corpus.13
En el siglo XIV la festividad del cuerpo de Cristo se expandió por Bélgica, Francia, 
Inglaterra, Alemania, Italia, Portugal, España, rápidamente por toda Europa. Y la 
procesión del Santísimo Sacramento, como parte de la celebración, quedó poco a 
poco establecida como el elemento y número más esperado de la 
 
11 Righetti, op.cit., p. 870; Callejo, op.cit., p. 131.
12 Righetti, op.cit., pp. 870-872.
13 Callejo, op.cit., p. 131; Righetti, op.cit., pp. 870-872.
8
conmemoración.14 La solemnidad del Corpus cobró impulso, ya en el siglo XVI, 
gracias a la embestida contrarreformista ante las ideas adversas de la reforma 
protestante, que ponían en tela de juicio el milagro de la Eucaristía.
Durante la Edad Media la misa era el medio cotidiano a través del cual los fieles
cristianos podían presenciar la “dramatización de la pasión de Cristo”. De modo que 
poder apreciar de manera visual la Sagrada Forma era mucho más importante que 
su consumo en el sacramento de la comunión. De ahí que en los días de fiesta fuese 
común que la gente se trasladara de un templo a otro para contemplar la elevación 
de la hostia más de una vez.15
La adoración visual de ésta respondía plenamente a cómo los cristianos 
medievales comprendían el misterio de la Eucaristía. Es decir, en su mente estaba 
arraigada la creencia de la presencia real de Cristo en el Pan consagrado. Por ello su 
devoción demandaba a los sacerdotes múltiples elevaciones de la Forma y surgían 
historias de hostias sangrantes.16
Ese fervor alentó muy pronto, por parte de las autoridades eclesiásticas como 
de las civiles y los devotos, la realización de las procesiones del Divinísimo así como los 
espectáculos públicos y las representaciones dramáticas en honor del mismo.17
El clero, el pueblo y los gobernantes se sumaron para que la solemnidad, el lujo 
y engalanamiento fueran el marco idóneo para que el Señor Sacramentado 
 
14 Righetti, op.cit., p. 873.
15 Muir, Edward, Fiesta y rito en la Europa Moderna, Madrid, Complutense, 2001, p. 75; Rapp, Francis, La 
iglesia y la vida religiosa en occidente, a fines de la Edad Media, Barcelona, Labor, 1973, p. 101.
16 Mullet, Michael, La cultura popular en la Baja Edad Media, Barcelona, Crítica, 1990, pp. 60-61.
17 Muir, op.cit. p. 76.
9
recorriera las calles de sus localidades, acompañado por la feligresía y un llamativo 
cortejo, en el cual se incluía a la clerecía y a miembros de la nobleza.18
La procesión se llevaba a cabo por la mañana después de oír misa. El tiempo 
que duraba el recorrido era considerable, ya que la comitiva debía detenerse 
continuamente, para que el sacerdote pudiera bendecir a todas las personas que 
esperaban y escoltaban al Santísimo.19
Durante dicho desfile, el cuerpo de Cristo era transportado dentro de cálices o 
custodias, realizadas en oro, con forma circular o hexagonal, completamente 
cerradas. Como se insistía en apreciar a la Forma santificada, se inició el uso de los 
ostensorios, los cuales tenían diseños diferentes: “cruces con piedras preciosas, con el 
crucifijo de oro o plata, conteniendo bajo un cristal las sagradas especies; estatuitas 
de Cristo resucitado llevando la hostia en el lugar del corazón; tronos constituidos por 
la Virgen en el acto de ofrecer a la adoración a Jesús eucarístico, o por San Juan 
Bautista, que, señalando al Cordero, mostraba la sagrada hostia puesta sobre la 
frente como una perla radiante y tabernáculos de cristal con pabellones 
piramidales”.20 Este último tipo de ostensorio era el más común, pues permitía ver con 
facilidad al Augustísimo Sacramento. La riqueza y el volumen de ese tipo de custodia
solían ser extraordinarios.
Las hermandades y los gremios eran quienes, frecuentemente, se encargaron 
de la organización y el financiamiento de los elementos que formarían parte de la 
procesión. Y esta incluía carrozas con cuadros animados, donde personajes 
disfrazados representaban escenas de la Biblia o pasajes de las vidas de santos. De 
 
18 Righetti, op.cit., p. 873.
19 Ibidem.
20 Ibid.
10
igual forma se hacían danzas, que eran acompañadas de música y cánticos. Y la 
Octava21 debía ser celebrada con igual lujo.22
Sobre el día del Señor
La labor del Corpus era la de fomentar la veneración a Dios Sacramentado, 
proclamando la fe en el misterio de la transubstanciación. Es decir, exteriorizaba la 
creencia de la presencia real de Jesús en la Eucaristía, dogma fundamental de la
religión católica. Según éste, en todas las hostias consagradas se encontraba el 
Cuerpo de Jesucristo, así como su Sangre, su Alma y su Divinidad. Pero no de la 
misma forma en que otros cuerpos abarcaban una superficie delimitada, sino sólo en 
sustancia, lo cual quería decir que, en el momento en que el sacerdote repetía el 
ritual a través del cual Jesús convirtió el pan y el vino en su cuerpo y su sangre, ya no 
existían ni la sustancia del pan ni la del vino, sino las antes mencionadas. 
Entonces, la fe en la presencia real, verdadera y sustancial de Cristo en la 
Sagrada Forma garantizaba que allí estaba el mismo Jesús, nacido de la virgen María 
e hijo putativo de José el carpintero, que vivió en Nazareth cerca de treinta años, 
que predicó el Evangelio y murió en la cruz, para después resucitar y ascender a los 
cielos junto al Padre. A esta razón era a la que se debía la importancia de rememorar 
la institución de la Eucaristía y alabar así al Creador con un agasajo a su altura. Era 
una forma de estar más cerca de Cristo y, por supuesto, de recibir su protección. La 
festividad del Corpus Christi ponía a los devotos en comunicación estrecha con el 
Altísimo.
 
21 La Iglesia católica designa con el nombre de Octava al periodo de ocho días que sigue a cierta 
festividad, así como al último día de dicho lapso.
22 Muir, op.cit., pp. 77-78.
11
Celebrar la vida
El Corpus debía ser un festejo resplandeciente, donde no debían tener lugar las 
tinieblas, el caos, la desgracia o la pena, en vista de que estaba presente la 
Divinidad. Si bien era cierto que el momento en que Jesús instituyó la Eucaristía podía
ser considerado triste por preceder a su muerte, la Iglesia católica se había 
encargado de alejar ese sentimiento de la celebración del Cuerpo de Cristo, 
dándole un carácter, totalmente opuesto. Así que, de ningún modo, esta 
remembranza debía rodearse de un ambiente de sufrimiento, dolor o pesadumbre, 
sino de alegría. Esto deja ver por qué a esta festividad se le asignó un día aparte del 
Jueves Santo, en donde también se aludía a dicho acontecimiento, marcando una 
notable diferencia entre ambas jornadas dedicadas al Señor. 
La fiesta del Divinísimo era una celebración de vida, pues evocaba el momento 
en que el Mesías, en nombre de Dios Padre, había otorgado una nueva oportunidad 
al género humano. El día del Santísimo Sacramento festejaba la fe puesta en las 
palabras pronunciadas por Jesús de Nazareth en la sinagoga de Cafarnaún. Ahí, 
había ofrecido una “nueva vida” para aquellos que escucharan su palabra y que al 
unírsele formarían parte de la Luz. Por supuesto, la “Luz” entendida como la fuente de 
de todo lo que existe, el camino de los justos, el acceso al bien, a la felicidad y a Dios. 
De este modo, el Todopoderoso salvaba al hombre de la muerte en vida, gracias a 
su inconmensurable amor, de acuerdo con lo que afirmaba el apóstol Pablo: 
Antes ustedes estaban muertos a causa de las maldades y pecados en 
que vivían, pues seguían el ejemplo de este mundo y hacían la 
voluntad de aquel espíritu que domina en el aire y que anima a los que 
desobedecen a Dios. De esa manera vivíamos también todos nosotros 
en otro tiempo, siguiendonuestros propios deseos y cumpliendo los 
caprichos de nuestra naturaleza merecíamos el terrible castigo de Dios, 
igual que los demás. Pero Dios es tan misericordioso y nos amó tanto, 
12
que nos dio vida juntamente con Cristo cuando todavía estábamos 
muertos a causa de nuestros pecados. Por la bondad de Dios han 
recibido ustedes la salvación. Dios nos resucitó juntamente con Cristo 
Jesús, y nos hizo sentar con él en el cielo. Hizo esto para demostrar en 
los tiempos futuros el gran amor que nos tiene, y su bondad para con 
nosotros en Cristo Jesús. Pues en la bondad de Dios han recibido 
ustedes la salvación por medio de la fe (Efesios, 2: 1-8).23
Desde los inicios de este festejo, había sido innegable la intención de transmitir 
un mensaje de integración. El Corpus Christi era la fiesta de la feligresía. Todos y cada 
uno de los creyentes constituían el Cuerpo de Cristo. Así que, como hijos de Dios, se 
tenía la convicción de asistir. La unión de la Iglesia del Señor se hacía presente. A 
nadie se le excluía de participar en esta conmemoración. Cada individuo poseía un 
lugar reservado en la gran función religiosa que era el día del Divinísimo. Civiles, 
religiosos y militares, pobres y ricos, alababan al Santísimo por igual, celebrando el 
triunfo de la vida sobre la muerte. 
 
23 Biblia de Jerusalén, op.cit., p. 1674.
13
II. EL CORPUS CHRISTI EN ESPAÑA DURANTE LOS SIGLOS XV-XVIII
En España, la fiesta del Santísimo Sacramento comenzó a efectuarse hacia el siglo 
XIV, tanto en el reino de Aragón como en los territorios de Castilla, expandiéndose en 
el siglo XV conforme avanzaba la reconquista. La celebración tuvo su etapa de 
esplendor en los siglos XVI y XVII. Fue símbolo del catolicismo español frente a los 
moros, los judíos y los protestantes. Y durante estos siglos se desarrollaron los 
elementos que constituyen el Corpus. Componentes que rápidamente se 
generalizaron en las diferentes localidades de la península ibérica.
Decoración de calles y plazas
Desde el siglo XV y, en adelante, la decoración de los recintos o lugares involucrados 
en la solemnidad sería uno de los elementos fundamentales para la fiesta del 
Divinísimo. En primer lugar, se procuraba asear las calles por donde pasaría éste, el 
día anterior al festejo. Para ello se contrataban grupos de hombres, que tenían la 
tarea de barrer y limpiar, quitando cualquier tipo de inmundicia que estropeara el 
recorrido de la procesión. De igual forma se realizaba el hermoseo del recinto 
religioso o de cualquier otro lugar relacionado con la festividad. Como parte del 
aseo, en algunas ocasiones, se regaba con agua dulce al tiempo que se barría.
Después, las calles del itinerario procesional eran adornadas con hierbas aromáticas y 
flores, ya fueran regadas o en ramos,24 como la juncia, el arrayán, la espadaña, el 
tomillo, el romero, el espliego y el taray.
 
24 Romero Abao, Antonio, “Las fiestas de Sevilla en el siglo XV”, Las fiestas de Sevilla: otros estudios,
Madrid, Deimos, 1991, pp. 89-90.
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La estampa debía ser impresionante ya que algunas veces se utilizaban
múltiples flores y hierbas aromáticas en la decoración. Los ramos eran preparados 
desde la noche anterior, para ser colocados en hoyos que se abrirían en las calles, en 
las primeras horas del día de la fiesta.25 Pero esta costumbre fue decayendo cuando 
éstas se empedraron y entonces los manojos se acomodaron en macetas.26 De 
manera similar, se aderezaba con motivos vegetales la Iglesia en donde se llevaría a 
cabo la ceremonia, así como el itinerario procesional, el sitio destinado para el 
convite y el lugar de los juegos.
Otra parte del ornato era el levantamiento de altares en las entradas de las 
casas o de las calles. Consistían en enramados llamativos que se localizaban en 
distintos puntos del recorrido. La comitiva se detenía en cada uno de éstos, para 
cantar y rezar frente a ellos, mientras el humo del incienso perfumaba el ambiente. 
Además, en la mañana del día del Corpus se preparaban recipientes con flores 
deshojadas, las cuales serían rociadas desde las ventanas y balcones al paso del 
Santísimo Sacramento.27
Las fachadas eran a su vez acicaladas con tapices, cuadros y en los balcones 
se ponían colgaduras lujosas. Y, desde la víspera del festejo, eran instaladas luminarias 
o antorchas en el exterior de las casas y los edificios. Para tal arreglo se había hecho 
el pregón correspondiente el día anterior.28
 
25 Romero Abao, Antonio, “La fiesta del Corpus Christi en Sevilla en el siglo XV”, La religiosidad popular 
III. España, Anthropos, 1989, pp. 21-23.
26 González Caraballo, José, “Sacralización del espacio urbano en el Corpus Christi de Sevilla”, Del 
libro de los emblemas a la ciudad simbólica I, Castelló de la Plana, Universitat de Jaume I, 2000, p. 212. 
27 Peñafiel, Antonio, Mentalidad y religiosidad popular murciana en la primera mitad del siglo XVIII, Murcia, 
Universidad de Murcia, 1988, pp. 237-240; Escalera Pérez, Dolores Reyes, La imagen de la sociedad 
barroca andaluza, Málaga, Universidad de Málaga-Junta de Andalucía, 1994, pp. 198-200.
28 González Caraballo, op.cit., p. 214; Montoliu, Pedro, Fiestas y tradiciones madrileñas, Madrid, Silex, 
1990, p. 213.
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También se decoraba con lienzos y pinturas que embellecían las paredes y las 
plazas involucradas en el itinerario de la procesión. Para ello, se empleaba al sector 
culto, el cual tenía el deber de ilustrar el misterio de la Eucaristía. Así, se 
representaban escenas del Antiguo y Nuevo Testamento.29 En la actualidad, estos 
lienzos y tapices realizados en los siglos XVI y XVII se siguen aún usando para el 
engalanamiento del día de Corpus.
Otra labor muy importante era la colocación de los toldos, la cual se llevaba 
varios días. Los toldos, también llamados velas, estaban hechos de un tejido en 
verdad fuerte, como los utilizados en una embarcación, de ahí su segundo nombre, 
pues venían de una zona portuaria. Servían para el sol y no para la lluvia.30 Estos 
serían ubicados en el recorrido procesional, en las plazas o lugares relacionados con
la festividad. Tal era el caso de las gradas, donde por la tarde se llevarían a cabo las 
justas del día de Corpus, por dar un ejemplo. Entonces se hacía indispensable alquilar 
las herramientas necesarias a los artesanos de la ciudad, o bien la Catedral prestaba 
algunos instrumentos. Para este trabajo, se contrataba un considerable número de 
personas, empleadas en traer y coser los toldos y abrir los hoyos para colocar los 
mástiles. De estos últimos, se sujetarían y elevarían las velas. Como al finalizar la 
celebración, los lugares tenían que quedar como antes, todo era desmontado: se
bajaban y descosían los toldos, tapaban los hoyos con arena y los elementos y 
herramientas alquiladas se devolvían.31
 
29 Martín García, Juan Manuel, “Elogio y triunfo del catolicismo en Granada”, Del libro de los emblemas a 
la ciudad simbólica I, Castelló de la Plana, Universitat de Jaume I, 2000, pp. 190-191; González 
Caraballo, op.cit., pp. 215-217; Pérez del Campo, Lorenzo y Francisco Javier Quintana Toret, Fiestas 
barrocas en Málaga: arte efímero e ideología en el siglo XVII, Málaga, Diputación de Málaga, 1985, p. 59; 
Escalera, op.cit., pp. 205-210.
30 Peñafiel, op.cit., p. 238.
31 Romero Abao, “Las fiestas de Sevilla en el siglo XV”, op.cit., pp. 91-92.
16
El itinerario de la procesión solía ser fijado la víspera del Jueves de Corpus Christi. 
La ruta procesional era marcada al son de la flauta, el tambor u otros instrumentos
musicales. Salían distintas figuras alegóricas, como la tarasca, las tarasquillas, el 
mojigón,32 los gigantes, los cabezudos u otras invenciones con formas animales, 
recorriendo las calles por las cuales pasaría el Santísimo al día siguiente.33Gigantes, cabezudos y enanos
Estos elementos eran anteriores a la época cristiana, pero en los siglos XVI y XVII 
fueron considerados sacros pues tenían una función moralizante. Se trataba de
muñecos de formas desproporcionadas, hechos de cartón y madera, y vestidos con 
prendas llamativas y lujosas. Danzaban y giraban alrededor de la tarasca, con
acompañamiento musical. Cada uno era movido por hombres que se resguardaban 
bajo sus ropajes. La danza de los gigantes, cabezudos y enanos era uno de los 
espectáculos más esperados de la fiesta del Corpus.34
Los gigantes eran representaciones de seres mitológicos considerados monstruos 
y tenían apariencia de hombres inmensamente altos y fuertes; se les presentaba con 
una estatura de entre tres o cuatro metros. Los cabezudos y enanos eran seres 
deformes, un tipo de mezcla entre enano y gigante, ya que su cuerpo mostraba un 
 
32 Era un personaje que vestía de colores y que portaba una vara de la que colgaban vejigas hinchadas, 
con las cuales golpeaba a los espectadores.
33 Foster, George M., Cultura y conquista: la herencia española en América, Xalapa, Universidad 
Veracruzana, 1962, pp. 334-335.
34 Díez Borque, José Maria, La vida española en el siglo de oro según los extranjeros, Barcelona, Ediciones del 
Serbal, 1990, pp. 98-102; Defourneaux, Marcelin, La vida cotidiana en España en el siglo de oro, Buenos 
Aires, Hachette, 1964, pp. 157-158.
17
ser pequeño con una cabeza grandísima. Los tres elementos no fueron exclusivos del 
Corpus, ya que también salían en otras procesiones.35
Por lo que respecta a los cabezudos y enanos, los datos referentes a ellos son 
escasos y no permiten abundar en sus características, salvo las que nos permiten 
distinguir, mínimamente, su apariencia. De igual forma, desconocemos el número de 
ellos dentro de la procesión del Divinísimo. En cambio, abundan los datos referentes a 
los gigantes.
Al parecer el origen de éstos en el Corpus está ligado a las escenificaciones del 
Antiguo Testamento, que se montaban en los carros alegóricos durante el siglo XIV. Se 
les asocia con el pasaje de David y Goliat, cuya presencia aparece ya 
documentada desde finales de dicho siglo. Posiblemente, primero, fueron una 
representación escultórica y después viva. Logró tal aceptación que formó un 
espectáculo aparte, en el cual tomó gran popularidad la figura de Goliat, el gigante 
filisteo, dejando fuera al pastor David.36 Entonces se fueron incluyendo más gigantes,
realizándose, para ello, figuras de grandes dimensiones, cargadas por hombres, las 
cuales al paso del tiempo adquirieron diferentes características.
El número de gigantes que participaban en la procesión del Santísimo variaba. 
Al principio llegaron a ser diez, formando cinco parejas que encarnaban moros, 
turcos, negros, gitanos y personajes de la propia ciudad. O bien, cuatro que eran 
alegoría de las cuatro partes del mundo a las que España había transmitido la 
palabra de Dios, para después ser siete y personificar los pecados capitales. 
 
35 León, Aurora, Iconografía y fiesta durante el lustro real: 1729-1733, Sevilla, Diputación Provincial de Sevilla, 
1990, p. 103.
36 Viforcos, María Isabel, La Asunción y el Corpus, de fiestas señeras a fiestas olvidadas, León, Universidad de 
León, 1994, pp. 143-144.
18
Cuando los gigantes eran ocho, y representaban a las cuatro partes del mundo, 
sus características permitían identificarlos fácilmente. A mediados del siglo XVIII, hacia 
1755, mostraban las siguientes particularidades: la pareja de América llevaba como 
distintivo un medallón de la Virgen de Guadalupe,37 el gigante iba vestido con una 
chaqueta larga y un gorro de piel de mapache y la gigantilla portaba una 
cornucopia y usaba unos aretes de gran tamaño. Los gigantes africanos se 
distinguían por el color de su piel, pero también portaban una espada y una paloma. 
La pareja de Asia era identificable por su apariencia que los hacía ver como turcos;
el gigante-varón llevaba la cabeza afeitada y el bigote de mandarín. Y la pareja de 
Europa era escenificada por España, vestida con saco rojo y armada con una 
espada, y tenía la compañía de un “Cid Campeador”.38
Cuando los gigantes eran siete, casi siempre encarnaban a los siete pecados 
capitales o siete vicios. Por tal motivo iban lujosamente vestidos.39 La intención era 
mostrar seres que sólo en el exterior podían ser apreciados, ya que en su interior 
estaban huecos. Se esperaba que la gente pudiera darse cuenta de que lo material 
no tenía importancia y en el más allá de nada le serviría.40 
Entre los atributos que se dieron a los gigantes, en el siglo XVIII, estaban el de la 
idolatría, el mahometismo, la ignorancia, la falsa crítica, la mentira, la envidia y la 
venganza. O bien, la soberbia, la avaricia, la gula, la lujuria, la envidia, la ira y la 
pereza. Se les caracterizaba a través de su vestuario y sus gestos. El gigante-idolatría 
vestía “a lo romano”; el del mahometismo, “a lo africano con una media luna”; el de
 
37 La aparición de este distintivo en los gigantes América debió estar relacionado con la proclama en 
la cual la Virgen de Guadalupe era nombrada patrona de la capital de la Nueva España, en 1733, y con 
la bula papal que la aprobaba como patrona de México, en el año de 1754. 
38 Foster, op.cit., pp. 339-340.
39 Callejo, op.cit., p. 135; León, op.cit., p. 103. 
40 Peñafiel, op.cit., p. 238.
19
la ignorancia “vestía de blanco y era ciego, con un arco y flecha”; el de la falsa 
crítica usaba anteojos y escribía en un libro; el de la mentira tenía un atuendo 
colorido y traía en la mano un vidrio en forma de triángulo; el de la envidia portaba 
víboras en la cabeza y se comía un corazón y el de la venganza llevaba una espada 
desenvainada.41 
La representación de los gigantes como los siete pecados capitales podía ser 
apreciada por las expresiones de estas figuras. La soberbia mostraba un gesto altivo, 
la avaricia tenía el rostro enjuto y hacía el ademán de guardar algo en sus bolsillos, la 
lujuria ostentaba un semblante halagüeño, la gula era gruesa de rostro y cuerpo, la 
envidia flaca y se comía a sí misma, la ira tenía ojos turbios y la espada en la mano, y 
la pereza evidenciaba unos ojos adormilados.42 O bien, los gigantes cabalgaban 
animales que identificaban a los distintos pecados capitales. La soberbia iba sobre un
pavo real, la avaricia sobre un buitre, la lujuria sobre un macho cabrío, la ira montaba 
un oso, la gula se transportaba sobre un cerdo, la envidia cabalgaba en un lebrel y la 
pereza sobre un burro.43
Los gigantes, además, podían encarnar a seres de la antigüedad clásica o a
enemigos del cristianismo. A veces solían ir como guardias de corps44 del Santísimo 
Sacramento o como las siete maravillas del mundo.45 Los gigantes dejaron de salir en 
el Corpus a finales del siglo XVIII, por orden real,46 volviendo a aparecer en él durante 
el siglo XIX.
 
41 Cuesta García de Leonardo, María José, Fiesta y arquitectura efímera en la Granada del siglo XVIII,
Granada, Universidad de Granada-Diputación de Granada, 1995, pp. 243-245. 
42 Ibid., pp. 292-294.
43 Escalera, op.cit., p. 220.
44 La guardia de corps era un cuerpo de tropa que se destinaba a proteger, exclusivamente, al rey. 
45 Escalera, op.cit., p. 228, 235, 239 y 260.
46 En 1780, por Real Cédula, Carlos III mandó que “en ninguna iglesia destos reinos haya en adelante 
danzas ni gigantes y que cese su uso en las procesiones y demás funciones eclesiásticas”, porque “su 
20
Por otra parte, la presencia de estas figuras en la fiesta cristiana se ha definido 
como el acto de humillación que se daba a los adversarios. Y que la forma deforme 
en que eran representados reflejaba su asociación con el pecado, la maldad y la 
idolatría.

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