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La-injuria--un-atentando-contra-el-honor--Nueva-Espana-siglos-XVI-y-XVII

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS 
 
 
 
LA INJURIA: UN ATENTADO CONTRA EL HONOR. NUEVA ESPAÑA, 
SIGLOS XVI Y VII 
 
 
T E S I S 
QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE 
LICENCIADO EN HISTORIA 
PRESENTA 
RODRIGO SALOMÓN PÉREZ HERNÁNDEZ 
 
 
 
 
ASESORA: DRA. MARÍA ALBA PASTOR LLANEZA 
 
 
 
 
 
MÉXICO D. F., MAYO 2OO8 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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Por supuesto, a mamá, 
por su gran hazaña de 
amor. Gracias 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 3 
Índice. 
 
Introducción.............................................................................................................p. 5 
Capítulo I. El concepto del honor..........................................................................p. 18 
Algunas nociones sobre el concepto del honor. 
El honor en Nueva España. 
Capítulo II. La injuria en el discurso religioso de los siglos XVI y XVII .........p. 43 
La injuria: su definición y clasificación en teología. 
Las reglas del juego. 
La respuesta a una injuria o cómo recuperar la honra robada. 
La restitución de la honra 
El perdón del injuriado. 
El castigo al injuriador. 
La injuria y el III Concilio Provincial Mexicano. 
La injuria en los catecismos. 
Capítulo III. La injuria en el derecho Indiano y Castellano de los siglos XVI y 
XVII............................................................................................................................p. 61 
La injuria en las Siete Partidas del rey Alfonso X. 
La injuria en la Nueva Recopilación de las leyes de Castilla. 
La injuria en los textos jurídicos de la época. 
 
 
 
 
 
 4 
Capítulo IV. La dinámica de la injuria..................................................................p. 74 
El animo iniuriandi. 
La intención injuriosa en los expedientes criminales novohispanos. 
Los testigos. 
El público y el escándalo. 
La resolución de una injuria. 
Las penas por el delito de injuria. 
Capítulo V. Los temas de la injuria.......................................................................p. 114 
La sexualidad femenina: la “puta”. 
La infidelidad: el “cabrón cornudo”. 
La descendencia étnica y la negación de humanidad: “perro indio” y “collote indio”. 
La disidencia religiosa: el “judío marrano”. 
Otras injurias: “borracho”, “pícaro” “bellaco” y “puto”. 
Conclusiones............................................................................................................p. 151 
Fuentes de archivo...................................................................................................p. 158 
Impresos de la época……………………………………………………………...p. 159 
Bibliografía...............................................................................................................p. 162 
 
 
 5 
Introducción. 
I 
Me parece que la apuesta, el desafío que debe de poner de relieve cualquier historia… es 
precisamente captar el momento en que un fenómeno cultural, de una amplitud determinada, 
puede constituir, en efecto, en la historia, un momento decisivo en el cual se compromete incluso 
nuestro modo de ser modernos.1 
 
II 
¿Quién nunca ha insultado a alguien? ¿Quién no ha sido insultado alguna vez? ¿Quién 
no se ha quedado dudando a la hora de elegir el insulto más adecuado para la situación? 
¿Quién no se ha arrepentido después de haber optado por un improperio demasiado 
banal y desgastado, descubriendo cuando ya era tarde lo que tenía que haber dicho y no 
dijo para hundir definitivamente al indeseable en turno? 
 Paul Valery calificaba al insulto de marca de impotencia, cobardía y sucedáneo 
del asesinato.2 En las interacciones humanas, en todos los pueblos y en todas las 
culturas, existen actos y palabras designadas como agravios, ultrajes, ofensas, injurias, 
que desencadenan respuestas drásticas y en ocasiones hasta mortales. En todas las 
sociedades, el insulto constituye una parte indispensable de los ritos de violencia. Es el 
combustible que va calentando el ánimo de los contendientes hasta llegar al punto de 
saturación que libera la agresividad directa. 
 En las sociedades occidentales de los siglos XVI y XVII, el lenguaje oral era un 
poderoso instrumento para insultar o agraviar. Una palabra podía servir perfectamente 
para desencadenar una secuencia de acciones violentas tendientes a afrentar o responder 
la ofensa recibida. Por esta razón, en las sociedades que eran regidas por el concepto del 
honor, el poder de la palabra se tornaba ilimitado y representaba adecuadamente la 
 
1 Michel Foucault, La hermenéutica del sujeto, ed. de Fréderic Gros y dir. de François Ewald y 
Alessandro Fontana,2ª ed., México, Fondo de Cultura Económica, 2002, (Colección Filosofía), p. 28. 
2 Cfr. Paul Valery, Regards sur le monde actuel et autres essais, París, Gallimard, 1975, (Collection 
ideés, 9), p. 198. 
 6 
afirmación de Valery: era el sustituto de un asesinato real por uno simbólico cuyas 
consecuencias en el mundo social, en ocasiones, eran violentas y dolorosas. 
 
III 
La historiografía contemporánea ha descubierto la importancia de las palabras habladas 
en el pasado y ha explorado las formas en las cuales el lenguaje refleja determinados 
contextos sociales.3 El estudio de las formas de comunicación oral presentes en diversas 
fuentes – expedientes de índole judicial, matrimonial, eclesiástica, correspondencia 
privada, memorias, diarios personales, etcétera -, ha permitido observar que la dinámica 
del lenguaje nos remite a una dinámica social específica, pues las palabras no son pura 
sustancia lingüística que se mueve de forma autónoma de una realidad concreta, sino 
elementos constitutivos y constituyentes de ella. Las abstractas relaciones de género, 
posición y jerarquía social adquieren forma concreta en los actos y conversaciones 
triviales que los hombres y las mujeres del pasado establecían en las calles, mercados, 
plazas y vecindades, espacios en donde la mayoría de la población platicaba sobre sus 
experiencias y visiones del mundo y de la sociedad en la que vivían, estas impresiones 
que se hallan en las fuentes documentales, de forma implícita o explicita, permiten 
observar al historiador que los distintos órdenes sociales del pasado, lejos de 
permanecer estáticos estaban en continuo cambio y dinamismo. 
Las formas de comunicación oral en las que los historiadores han puesto mayor 
interés, son aquellas que tendían alterar el orden social, pues los denuestos presentes en 
mitad de triviales riñas y pleitos permiten establecer valiosas pistas para comprender los 
 
3 Cfr., David Garrioch, “Verbal Insults in Eighteen-Century in Paris” en Peter Burke y Roy Porter (eds.), 
The Social History of Lenguaje, Cambridge, Cambridge University Press, 1987, pp. 104 y Peter Burke, 
Hablar y callar. Funciones del lenguaje a través de la historia, Barcelona, Gedisa, 1996, (Colección 
Hombre y Sociedad, Serie Diadema), p. 102; Apud., Antonio Millán en su página web 
www/jamillan.com/insultos.htm señala interesantes posibilidades de estudio interdisciplinario entre la 
lingüística, la antropología y la historia. 
 7 
valores de una sociedad. Todas las expresionesvertidas en un conflicto semejante 
remiten a los valores e imaginarios4 sociales que pervivían y se respiraban en una época 
y comunidad dadas. En este sentido, el presente trabajo procura dilucidar la relación 
social de una de esas expresiones: la injuria y las representaciones que la traman a partir 
de las siguientes nociones: 
La primera noción concierne a la función de la injuria: la injuria es un acto 
destinado a robar o a desordenar la honra. Aquel que injuria intenta instaurar su propio 
valor mediante la destrucción del valor del otro y es precisamente la profundidad y la 
vivacidad del honor lo que explica la eficacia de la injuria. 
Una segunda idea se refiere a la forma de la injuria. Ésta tiene la representación 
de una “metáfora social”5 que condensa un sistema de valores que se expresa invertido; 
es una definición inversa de las características que compartían los arquetipos sociales en 
contextos históricos específicos.6 
Y tres, dado que la injuria es una irrupción peligrosa a la seguridad de lo 
instituido, de lo correcto, es un delito y, como tal, es objeto de análisis en los discursos 
normativos de la época –el teológico y el jurídico. Estos discursos no reflejan la realidad 
de la injuria, sino que la representan, la organizan y la clasifican con el afán de 
sancionarla. De ahí que su conocimiento y análisis resulten parte importante para 
comprender el fenómeno de la injuria. 
 
4 El término imaginario en este trabajo será entendido como la definición que ofrece La Nouvelle 
Histoire: “El campo de lo imaginario está constituido por el conjunto de representaciones que desbordan 
el límite trazado por los testimonios de la experiencia y los encadenamientos deductivos que ellos 
autorizan....” Evelyne Patlagean, “L´ Histoire de l´imaginaire” en Jacques Le Goff, Roger Chartier y 
Jacques Ravel (dirs.), La Nouvelle Histoire, París, CEPL, 1978, (Colección Les Encyclopedies du Savoir 
Moderne), p. 249. 
5 Cfr., Marta Madero, Manos violentas, palabras vedadas; la injuria en Castilla y León. Siglos XIII-XV, 
prol. de Jacques le Goff, Madrid, Taurus Humanidades, 1992, (Colección Historia, 341), p. 21. 
6 Cfr., Meter N. Moogk “Thieving Buggers and “Stupid Sluts”: Insults and Popular Cultura in New 
France,” en William and Mary Quarterly , 3d series, Vol. 36, No. 4, Octubre 1979, p.526 citado por 
Cheryl English Martin, “Popular Speech and Social Order in Northern Mexico, 1650-1830” en 
Comparative Studies in Society and History. An Internacional Quaterly, Cambridge, Cambridge 
University Press, Vol. 32, No. 2, abril 1990, p. 306. 
 8 
 
IV 
Las ideas anteriores fueron desarrolladas en esta tesis a lo largo de cinco capítulos. En el 
primero de ellos se revisan algunas nociones y la definición del honor. Posteriormente, 
la forma en que tal concepto operó en el mundo social de la Nueva España. En el 
segundo capítulo se analiza el concepto de la injuria en el discurso teológico de la 
época. Las medidas y prescripciones morales adoptadas por la Iglesia; su definición y 
clasificación en las obras de teólogos; las disposiciones adoptadas por el III Concilio 
Provincial Mexicano y su presencia en los catecismos de la época. En el apartado 
tercero se examina la definición legal de la injuria, su codificación en las leyes de la 
época, su enunciación en algunos de los tratados de Derecho que circularon en la Nueva 
España; su clasificación como delito y los criterios procesales del acto injurioso. El 
capítulo cuarto –el más extenso de este trabajo- estudia la dinámica del hecho injurioso; 
su economía: las motivaciones del injuriador, la interpretación de la injuria y la 
posterior reacción del injuriado; la participación de los otros, tanto como testigos –en el 
teatro del Derecho- como público –en la puesta en escena de un acto injurioso. Pero de 
igual manera se revisan las soluciones del delito de injuria y sus sanciones. Finalmente, 
el capítulo cinco lo constituye el análisis de los temas y significados contenidos en los 
denuestos injuriosos de “puta”, “cabrón cornudo”, “perro indio” y “judío-marrano”, 
además de las expresiones “pícaro”, “borracho”, “bellaco” y “puto”. 
 
V 
El período que trabajé va desde la segunda mitad del siglo XVI hasta fines del siglo 
XVII. Al respecto, es importante destacar que los criterios temporales los establecieron 
en buena medida las propias fuentes, pues de ellas dependió la fecha de inicio, 1583, 
 9 
año del primer expediente hallado; y su finalización, 1700, fecha del último expediente 
consignado, obedeció a razones estrictamente logísticas: a partir del segundo decenio 
del siglo XVIII, el número de expedientes que consignan el delito de injuria tiende a 
aumentar considerablemente –entre 1720 y 1821, se contabilizaron, aproximadamente, 
doscientos expedientes-, por lo que una investigación de esas proporciones, para los 
efectos de esta tesis, resultaba bastante amplia e implicaba un tiempo considerable. 
La cantera documental a la que acudimos para la obtención de materiales del 
presente trabajo, fueron los fondos: Inquisición, Criminal, Real Fisco de la Inquisición, 
Clero Regular y Secular, Bienes Nacionales y Tierras del Archivo General de la Nación 
(México), de donde obtuvimos treinta y nueve expedientes que consignaban el delito de 
injuria. Al respecto, es importante anotar que nuestro corpus documental no nos permite 
realizar un estudio cuantitativo; sin embargo, ello no significa que nuestro objeto de 
estudio se torne limitado, pues como refiere Peter Burke, la microshitoria italiana ha 
demostrado que el caso de un individuo, un conflicto o una pequeña comunidad 
contenidas en algunas fuentes, pueden funcionar como espacios privilegiados desde 
donde observar el funcionamiento y los procesos de los grandes sistemas sociales y 
culturales y aun sus ambigüedades u omisiones;7 de forma que la presente investigación 
guarda esta condición y pretende ser un estudio de los matices y significados de la 
injuria contenidos en los distintos procesos hallados. Asimismo, es necesario precisar 
que si bien el delito de injuria fue objeto de persecución y sanción por varias 
instituciones de justicia novohispana, este trabajo se basa en expedientes provenientes 
de las Alcaldías Mayores y Corregimientos, del Provisorato del Arzobispado de México 
y del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, por ser los existentes en el Archivo 
General de la Nación. Al respecto, es importante anotar que un estudio mayor del 
 
7 Cfr. Peter Burke, Historia y teoría social, Trad. Stella Mastrangelo, México, Instituto de Investigaciones 
Dr. José María Luis Mora, 1997, (Colección Itinerarios), pp. 55-56. 
 10 
fenómeno de la injuria puede abrevar en los archivos locales en donde existe suficiente 
material aún sin trabajar, sobre todo, procedente de las Alcaldías Mayores y 
Corregimientos. De igual manera, el archivo del Supremo Tribunal de Justicia 
actualmente depositado en el AGN, contiene material interesante para la época que nos 
interesa,8 desafortunadamente, aún no se puede consultar y sólo esperamos que en el 
futuro próximo pueda revisarse. 
Por otra parte, las características de nuestras fuentes corresponden con la 
naturaleza de la institución que las emanó; así, los tribunales ordinarios encabezados por 
los Alcaldes Mayores y Corregidores, a los que acudían la mayor parte de la población 
novohispana, convenían sus causas de manera breve y sumaria, en ocasiones no existía 
la figura de juicio9 e, incluso, las querellas solían llevarse de manera oral, razones que 
explican en alguna medida lo sucinto y lacónico de este tipo de documentos, pues la 
mayoría de las veces se reducían a un solo auto. Ocurre lo contrario en los expedientes 
producidos por la Inquisición y el Provisorato del Arzobispado de México, pues muchos 
de ellos contienen documentaciónde las distintas etapas del proceso –la cabeza de 
proceso, la confesión del implicado, los testimonios de los testigos, los autos de 
embargo de bienes y de aprehensión del implicado; así como la sentencia y diversos 
autos presentados o dirigidos tanto al querellado como al querellante- y, por ende, 
fueron los que proporcionaron mayor información. Asimismo, la documentación de 
cada institución manifiesta el perfil de la población sobre la que tuvo jurisdicción; así, 
mientras los implicados de calidad española abundan en los expedientes del Tribunal 
del Santo Oficio de la Inquisición y del Provisorato –éste tribunal también tuvo potestad 
 
8 Información proporcionada por Roberto Beristain del AGN. Vid. Lee M. Penyak, El ramo de penales 
del Archivo Judicial del Tribunal Superior de Justicia, México, Instituto de Investigaciones Dr. José 
María Luis Mora, 1993, pp. 22-54. 
9 María del Refugio González y Teresa Lozano, “La administración de justicia” en Woodrow Borah 
(coord.), El gobierno provincial en la Nueva España, México, Instituto de Investigaciones Históricas-
UNAM, 1985, p. 83. 
 
 11 
sobre la población india; sin embargo, sólo se encontró un expediente al respecto-, los 
indios y en menor medida los mestizos, son los protagonistas en las causas llevadas por 
los Alcaldes Mayores y Corregidores. Cabe señalar que los primeros también podían 
recurrir al Juzgado General de Naturales; no obstante, no se halló ningún expediente por 
injurias en tal instancia. 
Finalmente, sabemos que las causas revisadas eran procesos de orden jurídico 
emitidos por instituciones cuyos objetivos eran regular y sancionar delitos, por lo tanto, 
contenían información requerida, directa, pero además, era información consignada a 
través de terceros, los escribanos. Carlo Ginzburg en su libro El queso y los gusanos 
aborda el problema de la validez de este tipo de fuentes por lo que ellas tienen de 
ejercicio de intermediación y de sentido impuesto y concluye que negar la posibilidad 
de su interpretación aduciendo que ello significa forzar el texto y reducirlo a una razón 
ajena, es sencillamente un “irracionalismo esterilizante” cuyas únicas reacciones 
posibles son el estupor y el silencio.10 En contrapartida, el mismo historiador propone 
acercarnos a este tipo de fuentes teniendo presente cierta cautela metodológica, pero 
nunca desestimarlas, pues los testimonios allí vertidos son relatos fundamentalmente 
orales contados por lo propios implicados, lo cual hace que a un nivel intersticial, 
podamos acceder a la voz de los protagonistas y al mundo que los rodea.11 Sobre el 
particular, sólo quisiera añadir que un proceso criminal por injurias es un “espacio de 
refracción” de los valores sociales y códigos culturales que se respiran en una época 
dada, pues la información vertida en él permite observar desde las experiencias vitales 
sensibles y cotidianas hasta la dinámica de los discursos normativos de una época y el 
 
10 Cfr., Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI, trad. de 
Francisco Martin, latín Francisco Cuartero, Barcelona, Muchnik, 1997, (Colección Atajos, 12), pp. 20-
22. 
11 Cfr., “Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales” en Mitos, emblemas, indicios. 
Morfología e historia, trad, Carlos Catroppi, Barcelona, Gedisa, 1999, pp. 138 y 175; Apud., Peter Burke, 
La cultura popular en la Europa Moderna, trad. Antonio Feros, Madrid, Alianza Editorial, 2001, p. 126. 
 12 
funcionamiento y operación de las instituciones encargadas de sancionarla. Así, 
sensibilidades, normas e instituciones manifiestas en el contexto histórico que los 
sostiene y origina es uno de los filones más ricos que brinda la veta de los procesos 
criminales por injuria. 
Se trata entonces de un estudio cualitativo acerca de discursos y 
comportamientos de hombres y mujeres, consignados en espacios institucionales 
particulares: el Provisorato del Arzobispado de México, El Tribunal de la Santo Oficio 
de la Santa Inquisición y algunas Alcaldías Mayores y Corregimientos novohispanos; en 
circunstancias determinadas: procesos por delito de injurias, durante un período de larga 
duración, siglo y medio, aproximadamente, efectuado en un espacio político-geográfico 
particular, principalmente, la Ciudad de México, sus pueblos aledaños y, en menor 
medida, otras regiones de la Nueva España. 
 
VI 
La injuria es un tópico relativamente nuevo en la historiografía mexicana. El primero en 
aproximarse a ella fue el historiador estadounidense William Taylor, quien en su clásico 
estudio, Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas,12 
realizado en la región central de la Nueva España, Jalisco y en la Mixteca Alta, hacia 
finales del siglo XVIII y primeros decenios del XIX, tras un exhaustivo análisis de más 
de cien expedientes de naturaleza criminal, encontró que las “palabras violentas” que 
desembocaban en agresiones físicas pronunciadas tanto por los habitantes de la Mixteca 
Alta como por sus contrapartes de Jalisco y de la Ciudad de México, fueran o no de 
origen indígena, pretendían ridiculizar la masculinidad o poner en duda la habilidad 
para controlar las conductas sexuales de las mujeres que estuvieran bajo la autoridad del 
 
12 Cfr., William Taylor, Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas, trad. 
de Mercedes Pizarro de Parlante, México, Fondo de Cultura Económica, 1987. (Sección de obras de 
Historia), pp. 127-130. 
 13 
injuriado mediante las injurias de “cabrón” o “cornudo” –o ambos-, “hijo de puta”, 
“pendejo” y “carajo”, hacia las mujeres la injuria utilizada era la de “puta”. Asimismo, 
indígenas como no indígenas empleaban insultos típicamente españoles como “perro”, 
“borracho”, “puerco” y “mierda” y aquellos que hacían referencia a la piel oscura: 
“negro” y “mulato”, y a la descendencia étnica: “indio” y “gachupín”.13 
Por su parte, la historiadora de la Universidad de Texas, Cheryl English Martin, 
en su artículo, “Popular Speech and Social Order in Northern Mexico, 1650-1830”14 
analizó aquellos denuestos que provocaban reacciones violentas entre los vecinos de las 
ciudades de la Villa de San José el Real (hoy Chihuahua) y Parral, en la Nueva Vizcaya, 
durante el siglo XVIII y principios del XIX. Usando fuentes de naturaleza criminal, al 
igual que Taylor, encontró que las injurias agredían directamente dos de los 
componentes esenciales del ethos social de esas comunidades: el patriarcado y la virtud 
de las mujeres, a través de las expresiones “cabrón” o “cornudo” –o ambas- y “puta” e 
“hijo de puta”. Por ello, los denuestos injuriosos eran altamente hirientes y evitados a 
toda costa, pues su publicidad podía acarrear graves problemas en la vida de los 
injuriados o, incluso, podía costar la propia vida, tal y como nos lo hace ver el autor a 
través de diversos casos. Otras voces injuriosas tenían una clara connotación racial y 
religiosa: “mulato”, “negro” y “judío” o “marrano” –o ambos. Asimismo, descubrió que 
existían “injurias locales”, que sólo en el contexto de esa sociedad adquirían sentido y 
resultaban exclusivas de acuerdo a la calidad y clase del injuriado. “Cariblanco” era la 
injuria para ofender a un español y “chichimeca” o “apache” para insultar a los indios y, 
en general, a todos los miembros de las clases “plebeyas”, en palabras de la autora.15 
Como parte del proceso de inserción de los miembros de las elites mineras y 
comerciales de la región a los circuitos de comercio y de capital transregionales, Martin 
 
13 Cfr., Ibíd., p. 129. 
14 Cfr., Cheryl English Martin, Op. Cit., pp. 305-324. 
15 Cfr., Ibíd., p. 316. 
 14 
observa una incipiente preocupación por los insultos que teníanalguna connotación de 
embustero y ladrón, pues ponían en duda la buena reputación de una persona, requisito 
indispensable para tratar y cerrar negocios. “Perro ladrón” era el epíteto usado en ese 
sentido y se restringía para ofender a comerciantes y mineros, principalmente, aunque 
concluye que las injurias que ponían en entredicho la virilidad y la honradez de las 
mujeres, nunca perdieron su vigencia y lo mismo fueron usadas por españoles, mestizos, 
indios y negros.16 
Seis años más tarde, la misma autora retomó estos planteamientos en su libro 
Governance and Society in Colonial México...17 y los explicó en un análisis mayor 
sobre el significado del honor en las poblaciones de San Felipe el Real y Santa Eulalia, 
en la misma provincia de la Nueva Vizcaya. Profundizando el concepto de patriarcado y 
el papel que desempeñaban las mujeres en la vida social, Martin descubre que a lo largo 
del siglo XVIII tales nociones traspasaron la mentalidad de los grupos hegemónicos y, a 
pesar de ellos, alcanzaron a las clases subalternas, de ahí que unos y otros utilizaran las 
mismas injurias, pues su ataque remitía a un imaginario común. 
En 1999, en uno de los textos más logrados por historiar el concepto del honor 
en el ámbito cotidiano entre las mujeres y hombres de diferentes grupos sociales de 
distintas regiones de América Latina, The Faces of Honor…, la historiadora 
norteamericana Sonya Lipsset Rivera, en su artículo “A Slap in the Face of Honor...”18, 
planteó la hipótesis de que durante el siglo XVIII y principios del XIX, el honor fue un 
concepto de fuerte raigambre en el imaginario de las mujeres de la Nueva España, 
 
16 Cfr., Ibid., pp. 323-324. 
17 Cfr., Cheryl English Martin, Governance and Society in Colonial Mexico: Chihuahua in the Eighteenth 
Century, Stanford, California, Stanford University Press, 1996, pp.125-183. 
18 “A Slap in the Face of Honor. Social Trangression and Women in Late-Colonial Mexico” en Lyman L. 
Johnson y Sonia Lipsett-Rivera (eds.), The Faces of Honor. Sex, Shame and Violence in Colonial Latin 
American, Albuquerque, Nuevo México, University of New Mexico Press, 1999, pp. 180-200. 
 15 
quienes lejos de ser entes pasivos, al igual que los hombres, participaban activamente en 
su conservación y defensa. 
 Desde una perspectiva de género y mediante el análisis de causas criminales, 
Lipsset Rivera encontró que los actos y denuestos injuriosos que atacaban el honor 
femenino agredían dos de sus elementos esenciales: la virtud y la jerarquía. Su virtud, 
cuando eran atacadas mediante injurias de índole sexual, como “puta”, “ramera”, 
“cerda” o mediante actos que iban en detrimento de su feminidad. Acciones como 
cortar, jalar de los cabellos o rasgar el vestido resultaban ataques gravísimos a la honra 
tanto de la injuriada como de los hombres que cuidaban de ella. Su jerarquía, cuando 
ellas eran injuriadas mediante epítetos que las denigraban socialmente, tales como 
“perra”, “india” o “negra”. Además, descubrió que tal valor no era exclusivo de las 
mujeres de la elite. Si bien es cierto que ellas podían aducirlo abiertamente, esto no 
quería decir que las integrantes de los otros estratos sociales no sufrieran por tales 
agravios; así lo demuestran varias querellas criminales interpuestas o donde se 
encontraba implicadas mujeres consideradas como integrantes de las “clases bajas”.19 
Asimismo, la historiadora norteamericana revisa que una falta al honor 
femenino, invariablemente, implicaba un daño al honor masculino, pues del primero 
dependía la reputación del segundo. De ahí que los hombres se involucraran 
activamente en este tipo de conflictos, aun cuando estos, en apariencia, fuesen “sólo 
cosas de mujeres”. Finalmente, explora otras formas de agravio al honor femenino como 
el estupro, el rapto, el nacimiento de hijos ilegítimos y los modelos de conducta que se 
esperaban de toda mujer honrada. 
 
19 Ibid. pp. 185-187. 
 16 
La misma autora amplió estas ideas en un artículo escrito para la colección 
Historia de la Vida Cotidiana en México.20 Ahí planteó que, así como los novohispanos 
tenían un amplio lenguaje oral y corporal de deferencia, igualmente, existía otro para 
denostar. Tras un exhaustivo análisis de las injurias de palabra y obra, observa que 
acciones como cortar la cara, jalar y cortar de los cabellos, desgarrar la ropa, arrastrar a 
alguien en un lugar público; negar la preeminencia de alguien al no descubrirse 
convenientemente la cabeza, burlarse o dirigirse inadecuadamente a las personas de 
mayor jerarquía o no respetar los símbolos de autoridad como los bastones de mando, 
eran suficientes motivos para entablar una querella criminal por injurias durante el siglo 
XVIII y en las dos primeras décadas del XIX. De igual forma, expresiones como las de 
“cabrón” o “cornudo”, o ambos; “puta” e “hijo de puta”; y en menor medida “soplón”, 
“chivato”, “chismoso”, “llamón”, “garrotero”, “perro”, “indio”, “ladrón” y, para los 
peninsulares, “gachupín”; eran suficientes motivos para desencadenar hechos violentos 
o recurrir a la autoridad para demandar a alguien por injurias. En estos intercambios 
insultantes, la publicidad y los espacios jugaban papeles de primer orden, pues de ellos 
dependía la efectividad del insulto. 
Como ocurrió en la Nueva Vizcaya, tanto los hombres como las mujeres 
novohispanas de todos los estratos sociales participaban activamente tanto en el agravio 
de la honra de alguien como en su defensa, de forma que estos actos resultaban 
adecuados para observar las dinámicas del código de jerarquías y las formas de 
clasificación al interior de la sociedad y permite observar parte de la sociabilidad 
cotidiana de los pobladores de la Nueva España del siglo XVIII y principios del XIX. 
 
 
 
20 Cfr., Sonya Lipsset-Rivera, “Los insultos en la Nueva España en el siglo XVIII” en Pilar Gonzalbo 
Aizpuru (coord.), Historia de la vida cotidiana en México. El siglo XVIII: entre tradición y cambio, 
México, El Colegio de México-Fondo de Cultura Económica, 2005, Vol. 3, pp. 473-500. 
 17 
VII. 
No quisiera dar por finalizada esta introducción sin antes agradecer especialmente a la 
doctora María Alba Pastor Llaneza, directora de esta tesis, quien con su generosa 
disposición y elocuente pasión, me enseñó que nuestra disciplina debe recorrer y 
confluir en los entreverados caminos de las ciencias humanas; a otear novedosos 
horizontes teóricos y que en la labor del historiador asisten las inquietudes más 
personales a un mismo tiempo que nuestras preocupaciones y compromisos de hombres 
de nuestro tiempo. Por su confianza y atención al final de esta larga travesía, gracias. 
Asimismo, deseo agradecer profundamente los comentarios de los sinodales de esta 
tesis, las doctoras Ivónn Mijares y Estela Roselló; así como a los doctores Iván 
Escamilla y Jorge Traslosheros, quienes con sus observaciones y sugerencias 
enriquecieron este trabajo, mis conocimientos en torno al mundo novohispano y mi 
propia labor como historiador. 
 
 
 18 
Capítulo I. El concepto del honor. 
Porque morir, ser herido, sentir 
dolor, común es y natural a todo 
animal, más tener vergüenza, 
honra y fama es propio y singular 
del hombre, en cuanto racional.
21 
 
 
La noción de honra u honor22 en el mundo occidental está presente prácticamente desde 
la antigüedad clásica,23 sin embargo, fue en la baja Edad Media y sobre todo en los 
 
21 Tomás Mercado, Suma de tratos y contratos, Ed. y est. preeliminar de Nicolás Sánchez Albornoz, 
Madrid, Fabrica de Moneda y Timbres, 1977. Vol. 2, p. 667. 
22 La sinonimia o diferencia entre ambos vocablos suscitó en décadas pasadas un amplio debate entre 
distintos estudiosos del tema. Para efectos de este trabajo, retomaremosla propuesta del filólogo francés, 
Claude Chauchadis, quien después de analizar exhaustivamente la literatura del siglo de oro español, 
concluyó que honra y honor eran sinónimos y el uso de una u otra palabra estaba en función de las 
necesidades formales de la lengua. Cfr., Claude Chauchadis, “Honor y honra o cómo se comete un error 
en lexicología” en Criticon, Toulouse, Institute d´ Etudes Hispaniques et Hispano-Americaines. 
Universite de Toulouse-Le Mirail, No. 13, 1982, pp. 67-87. Sobre el referido debate, vid. Antonio Elio de 
Nebrija, “Hono.oris” en Diccionario Latino-Español, Est. Preel. de German Colón y Amadeu J. 
Soberanas, Barcelona, Puvill-Editor, 1979, (Biblioteca Hispánica Puvill, 1), s. n. p.; Juan de Valdés, 
Diálogo de la lengua, Ed., introd.. y notas de J. M. Lope Blach, Madrid, Editorial Castalia, 1969, 
(Colección Clásicos Castalia), pp. 122-123; Américo de Castro, “Algunas observaciones acerca del 
concepto del Honor en los siglos XVI y XVII” en Revista de Filología Española, Madrid, Consejo 
Superior de Investigaciones Científicas-Patronato Menéndez-Pelayo-Instituto Miguel de Cervantes, Tomo 
III, Cuaderno I, 1966, pp. 2-14; Antoine Adrianus Van Beysterveldt, Répercussions du souci de la pureté 
de sang sur la conception de l´honneur dans la “comedia nueva” espagnole, Leiden, E. J. Brill, 1966, pp. 
28-49; José María Diez Borque, Sociología de la comedia española del siglo XVII, Madrid, Cátedra, 
1976, pp. 289-300; Américo de Castro, De la edad conflictiva. Crisis de la cultura española en el siglo 
XVII, 3ª ed., Madrid, Taurus, 1972, pp. 50-59; José Antonio Maravall, Poder, honor, elites en el siglo 
XVII, Madrid, siglo XXI, 1979, pp. 28 y 29 y Claude Chauchadis, “Honor y honra o cómo se comete un 
error en lexicología” en Op. Cit., pp. 67-87. 
23 En la Grecia Homérica, se entendía por Timé al valor preeminente de un individuo, es decir, su rango, 
el “lugar social” que ocupaba, sea por sus méritos, excelencias personales o por su pertenencia a la elite, 
al pequeño grupo de los aristoi. El honor identificado como una categoría moral era una concepción que 
podemos encontrar en las obras de algunos filósofos de la Grecia clásica. Michel Foucault asevera que 
una de las ideas que animó el discurso del Eróticos del seudo-Demóstenes fue la preocupación extrema 
por el honor y el deshonor de los jóvenes miembros de las elites. En dicho texto se recomendaba a los 
efebos aristócratas observar una vida honesta (entimos, endoxos), alejada de lo feo y vergonzoso 
(aischron) para que en la edad adulta pudieran ejercer las funciones políticas más elevadas de la polis sin 
que hubiera lugar a posibles reproches por haber llevado una vida deshonrosa en el pasado. La vida 
honorable de un aristoi consistía, fundamentalmente, en cultivar la perfección del cuerpo y sobre todo, en 
practicar la templanza (Sophrosyne) en la vida diaria y en las relaciones sexuales. En la Grecia clásica, 
Platón afirmaba que el honor, entendido como estima pública, era la recompensa por llevar una vida en la 
cual se practicaban las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza). Posteriormente, 
Aristóteles, quien sería retomado siglos más tarde por Santo Tomás para elaborar su noción de honor, 
sostuvo que el honor era el máximo galardón que deberían recibir los hombres que practicaban el bien y 
la justicia como un hábito (los virtuosos). En el mundo romano, inicialmente la palabra honor (del latín 
clásico hono, honoris) se refería a una divinidad romana que representaba el coraje y el valor en la guerra; 
después se aplicó a las concesiones de tierras otorgadas a los guerreros como recompensa por sus hazañas 
y finalmente designó una serie ventajas económicas –como algunas exenciones de impuestos-, 
distinciones sociales y los oficios de carácter político otorgados por el soberano a sus servidores y 
partidarios más sobresalientes. Estas nociones se mantuvieron durante todo el imperio carolingio y a 
partir de ellas, en el medioevo, se elaboró un concepto moral y político de extrema complejidad. Apud., 
 19 
primeros tiempos de la modernidad cuando adquirió una dimensión sin precedentes al 
erigirse en el valor social constitutivo de las sociedades de la época, pues si bien es 
cierto no constituyó en sí un sistema de clasificación tan evidente como el de las tres 
órdenes,24 permitió establecer una forma de coherencia del orden social que sirvió para 
crear jerarquías y códigos de valores para normar las conductas y el pensamiento de 
muchos de los miembros de esas colectividades.25 
En las sociedades del Antiguo Régimen, el honor fungió como núcleo de un 
complejo sistema de deberes y atribuciones y, en consecuencia, otro de compensaciones 
y retribuciones por el ejercicio de ciertas funciones realizadas por parte de algunos de 
los miembros de la comunidad que tenían por objeto ordenar y validar las estructuras 
sociales existentes.26 En el concepto del honor se condensaba, por un lado, una serie de 
juicios considerados como las máximas distinciones que las sociedades de esas épocas 
podían ofrecer, tales como la estima, la gloria, la fama; la ocupación de dignidades y 
magistraturas públicas junto con la posesión de riquezas y títulos nobiliarios27 y, por el 
 
Aristóteles, Ética Nicomaquea, 2ª. ed., Versión española y notas de Antonio Gómez Robledo, México, 
Universidad Nacional Autónoma de México, 1983. (Biblioteca Scriptorum Graecorum et Romanorum 
mexicana), libro VIII, capítulo 6, 1106a-1122a, pp. 37-39; Cfr., Julio Caro Baroja, “Honor y vergüenza. 
Examen histórico de varios conflictos” en J. G. Peristiany, (Ed.), El concepto del honor en la sociedad 
mediterránea, Pref. de Julio Caro Baroja, Trad. de J. M. García de la Mora, Barcelona, Labor, 1968. 
(Nueva colección Labor), p. 79; Cfr., Michel Foucault, Historia de la sexualidad 2. El uso de los 
placeres, 14ª. ed., Trad. de Martí Soler, México, Siglo XXI editores, 2001, pp. 188-193; Cfr., Julian Pitt-
Rivers, “Honor” en David L. Sills (dir.), Enciclopedia internacional de las Ciencias Sociales, Madrid, 
Aguilar, Vol. 5, p. 515; Apud., Platón, La República, Versión esp., int. y notas de Antonio Gómez 
Robledo, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1984. (Biblioteca Scriptorum Graecorum 
et Romanorum mexicana). Capítulo IV, 427e, p. 906; Cfr., Jean-Pierre Vernant, “La bella muerte de 
Aquiles” en Marie Gautheron (ed.), El honor. Imagen de sí mismo o don de sí, un ideal equívoco, Trad. 
Raquel Herrera, Madrid, Ediciones Cátedra, 1992. (Colección Teorema. Serie Morales), p. 50. 
24 La teoría de los tres órdenes fue el sustento ideológico que la Iglesia elaboró para justificar la estructura 
social de muchas de las monarquías de la Europa occidental, desde la Edad Media hasta finales del siglo 
XVIII. Aseveraba que en la tierra a semejanza del cielo, había un cuerpo social compuesto por tres 
órdenes diferentes: oratores, bellatores y laboratores a los que como a las tres personas divinas les 
correspondía una función específica y estaban entrelazadas en estrecha función orgánica y mutua 
necesidad. Este era un orden divino y por tanto era inconmovible. Cfr., George Duby, Los tres órdenes o 
lo imaginario del feudalismo, trad. de Arturo R. Firpo, Barcelona, Argot, 1983, pp. 20-75. 
25 Cfr., Pierre Bordieu, La distinción. Criterios y bases sociales del gusto, Trad. de María del Carmen 
Ruiz de Elvira Madrid, Taurus, 1988. (Colección Ensayistas 259, serie maior), p. 481. 
26 Cfr., José Antonio Maravall, Op. Cit., p. 16. 
27 Cfr., Julio Caro Baroja, “Honor y vergüenza. Examen histórico de varios conflictos” en J. G. 
Peristiany, (ed.), Op. Cit., p. 79. 
 20 
otro, implicaba una serie de obligaciones y responsabilidades por lo que socialmente se 
era; por la pertenencia a un estamento determinado28 o por lo que se deseaba ser.29 
Las definiciones dehonor vertidas en un Código jurídico castellano del siglo 
XIII, en un texto de carácter teológico del siglo XVI y en un diccionario de la lengua del 
siglo XVII, apuntan en el sentido de lo dicho anteriormente. En Las Partidas “Honra 
tanto quiere dezir, como adelantamiento señalado con loor, que gana ome por razon del 
logar que tiene, o por fazer fecho conoscido que faze, o por bondad que en el ha”;30 en 
la Suma de tratos y contratos del maestro de teología en el Convento de Santo 
Domingo, en la ciudad de México, Tomás de Mercado, la honra era la reverencia y 
cortesía que se debía de tributar primero a los virtuosos y “Tras la virtud se ha de 
honrar la dignidad y oficio público: los prelados y príncipes y los ministros de ambos, 
en su grado y orden ora sean justos o injustos porque sólo el ser vicarios de Dios y el 
representarlo, como lo representan, es legítimo título y bastante razón para 
reverenciarlos.”31 Pero también se debían honrar a los hombres de letras y de sabiduría; 
a los generosos cuyos antepasados fueron autores de grandes hazañas; después a los 
viejos y por último a los ricos, no por sus riquezas y tesoros en sí mismos, sino por su 
disposición a hacer el bien a muchos y a servir en negocios arduos para la patria.32 
Finalmente, en el diccionario de Sebastián de Covarrubias, la honra era la 
 
28 Apud., José Antonio Maravall, Op. Cit., p. 32 y 33. 
29 Al respecto, el honor jugaba una doble función simultáneamente, era el motivo que impulsaba a 
construir una trama de deseos y deberes desde la cual los individuos determinaban sus conductas al 
mismo tiempo que era objeto del deseo. Así, él proporcionaba “un nexo entre los ideales de una sociedad 
y la reproducción de esos mismos ideales en el individuo, por la aspiración de éste a personificarlos”. 
Cfr., Julian Pitt-Rivers, Un pueblo de la Sierra: Grazalema, introd. de Honorio M. Velasco Maillo, 
Madrid, Alianza Editorial, 1989, (Colección Universidad, 579), p. 34 y del mismo autor, “Honor y 
categoría social” en J. G. Peristiany, (ed.), Op. Cit, p. 22. 
30 Alfonso X, El Sabio, Rey de Castilla y de León, Las siete Partidas del Rey don Alfonso el Sabio, 
cotejadas con varios códices antiguos por la Real Academia de la Historia, Madrid, Atlas, 1972. Vol. 2, 
partida II, título XIII, ley XVII, pp. 115-116. Las cursivas son mías. 
31 Tomás de Mercado, Op. Cit., Vol. 2, p. 651. Las cursivas son mías. 
32 Ibid., p. 652. 
 21 
“…reverencia, cortesía que se haze a la virtud, a la potestad, algunas vezes se hace al 
dinero.”33 
Como observamos en las tres definiciones, los hispanos de la baja Edad Media y 
de la era moderna eran susceptibles de honrar a los practicantes de la virtud en el 
sentido cristiano, a aquellos que desempeñaban ciertos oficios públicos: gobernantes, 
nobles y guerreros. En la obra del dominico –muy a tono con los tiempos de la 
Contrarreforma- a todo personaje que tuviera un sentido de autoridad34 y en el 
diccionario de Covarrubias, se debía hacer lo mismo a los anteriores personajes y, en 
algunos casos, con los poseedores de riquezas. De manera que se reconocía a aquellos 
individuos cuyas funciones tenían por objetivo ayudar a gobernar, mantener y defender 
la República35 y el orden social vigente. De ahí que en esa tarea participaran 
solidariamente la monarquía, la iglesia y la nobleza.36 
 Sin embargo, el honor también implicaba una forma de valía personal, en ese 
sentido, el antropólogo inglés Julian Pitt-Rivers concluye que el código de honor37 
practicado en las sociedades mediterráneas, era el valor de una persona ante sus propios 
ojos, pero también a los ojos de su sociedad. Era la estimación de su propio valor o 
 
33 Sebastián de Covarrubias y Horozco, “Honra” en Tesoro de la lengua castellana o española compuesta 
por el licenciado Don Sebastián de Cobarrubias Orozco, capellan de su Magestad, Maestrescuela,y 
canonigo de la Santa Iglesia de Cuenca, y Consultor del Santo Oficio de la Inquisición, Madrid, Turner, 
1984, p. 697. Las cursivas son mías. 
34 Cfr., María Alba Pastor, Crisis y recomposición social. Nueva España en el tránsito del siglo XVI al 
XVII, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Fondo de Cultura Económica, 1999, (Sección 
de Obras de Historia), p. 73. 
35 Se entiende por República a toda comunidad con cierto grado de organización; ordenada “en policía”, 
es decir, con reglas y normas, cuyo fin era el de alcanzar el bien común. Cfr., Morner Magnus, 
Estratificación social. Hispanoamérica durante el período colonial, Estocolmo, Institute of Latin 
American Studies, 1980, p. 6. 
36 Cfr., José Antonio Maravall, Op. Cit., p. 23. 
37 El uso de la palabra Código (con mayúscula) hace referencia a la legislación sobre alguna materia; 
mientras que con la misma palabra, pero en minúscula, se apunta a lo no legislado, pero que funciona 
como una regla de comportamiento de los miembros de una comunidad. Cfr., Victoria Chenaut, “Honor y 
ley: la mujer totonaca en el conflicto judicial en la segunda mitad del siglo XIX” en Soledad González 
Montes y Julia Tuñon (Comps.), Familia y mujeres en México: del modelo a la diversidad, México, 
Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer-Colegio de México, 1997, p. 113 y Cfr., Tomás 
Dauves, “Código” en Henry Pratt (ed.), Diccionario de sociología, 2ª. ed., México, Fondo de Cultura 
Económica, 1997. (Sección de obras de Sociología), p. 44. 
 22 
dignidad, su pretensión al orgullo, pero también el reconocimiento de esa pretensión, su 
excelencia reconocida por la sociedad.38 
Durante los siglos XVI y XVII, la individualidad en las sociedades 
Hispanoamericanas era un valor que apenas comenzaba a perfilarse y por tanto la 
persona era escasamente reconocida en su singularidad; el ser social, la identidad social 
de ella, estaba en función del grupo social o linaje al que pertenecía. De forma que en 
ese momento la honra funcionaba más como el valor de una persona ante los ojos de su 
sociedad; como el buen juicio que los otros tenían sobre la personalidad de alguien.39 
Era la reputación. Esta idea es desarrollada en una de las definiciones más transparentes 
y precisas del significado de la honra en los siglos que nos interesa. En la comedia Los 
Comendadores de Córdova de Lope de Vega, dos de los personajes sostienen el 
siguiente diálogo: 
 Veinticuatro: ¿Sabes que es honra? 
 Rodrigo: Sé que es una cosa 
 Que no la tiene el hombre. 
 Veinticuatro: Bien has dicho; 
 Honra es aquella que consiste en otro; 
 Ningún hombre es honrado por sí mismo 
 Ser virtuoso hombre y tener méritos, 
 No es ser honrado, pero dar las causas 
 Para los que tratan les den honra... 
 de donde es cierto 
 Que la honra está en otro y no en él mismo.40 
 
La idea de que la honra proviene de los otros, no significa que esté ausente un 
sentimiento, una valoración interna sobre ella, por el contrario, primero se siente y 
después se actúa para demostrar esa valía interna, para “dar las causas para que los 
tratan les den honra” –como asevera el personaje de veinticuatro-, y después, esa 
conducta era valorada por los demás. De manera que en el ciclo del honor, honor 
 
38 Cfr., Julian Pitt-Rivers, “Honor y categoría social” en J. G. Peristiany, (ed.), Op. Cit., p. 22. 
39 Cfr., Ibíd. 
40 Lope de Vega, “Los comendadores de Córdoba” en Obras completas de Lope de Vega. Comedias, 
Madrid, Turner, 1993. (Biblioteca Castro), Vol. V, p. 246. 
 23 
sentido, se convertía en honor pretendido y éste en honor reconocido.41 Era a la vez, 
interno y externo al individuo, puesto que por una parte era algo que concernía 
exclusivamente a la conciencia y los deseos y, por la otra, al trato que se recibía.42En 
este sentido, el honor del noble se concretaba en la realidad social, mediante una serie 
de acciones en las cuales se reconocía su superioridad y excelencia43 y en la práctica de 
un modo de vida singular44 rodeada de suntuosidad, boato, magnificencia y riqueza y en 
formas de comportamiento mucho más delicadas y civilizadas,45 pues la identidad social 
 
41 Cfr., Julian Pitt-Rivers, “Honor y categoría social” en Op. Cit., p. 22 y “Honor” en Op. Cit., Vol 5, p. 
514. 
42 A diferencia del español, en alemán, las palabras innere Ehre designan la estima de sí, la valorización 
interna; mientras que aüssere Ehre se refiere al reconocimiento de ese valor interior por los otros. Así, el 
primer término alude a una cualidad inmanente al individuo y el segundo a un bien social. Gilbert 
Ziebura, “Ya no iremos al bosque” en Marie Gautheron, (ed.), Op. Cit., p. 83. 
43 Si el poder, como afirma Balandier, es una puesta en escena, la importancia de la ceremonia y el ritual 
en el concepto del honor eran transcendentales. A través de ellas se establecían en los hechos, por un lado, 
la distribución formal de las dignidades que una sociedad otorgaba y, por el otro, se hacía manifiesta la 
superioridad e inferioridad social de los participantes en tales actos, estableciéndose así un consenso 
social acerca de cómo debían ser las cosas. En tales actos el cuerpo fungía un papel de primera 
importancia: era el vehículo por excelencia que comunicaba deferencia, sumisión, el reconocimiento de la 
supremacía social de alguien; de forma que honor y cuerpo mantenían una relación privilegiada, siendo la 
cabeza y las manos los elementos corpóreos más importantes en la teatralidad del honor. En los rituales 
honoríficos y des-honoríficos, en los ritos de consagración o de desacralización, la cabeza era coronada o 
decapitada, era levantada o descubierta. Ser ejecutado era en sí deshonroso pero por los medios 
empleados se reconocía o desconocía la importancia social de la víctima, su honor. Derramar sangre era 
más noble que morir ahorcado, la espada indicaba el rango de superioridad del ejecutado, el ahorcamiento 
no. La mano tenía la función de reconocer y trasmitir el honor. Se honraba a quien se le ofrecía la mano; 
rehusar estrecharla implicaba un acto de deshonor. Se honraba aplaudiendo, se deshonraba mediante 
ademanes groseros. La mano también trasmitía alivio a algún dolor, comunicaba consuelo o perdón, hacía 
partícipe de la alegría o tristeza de una persona a otra. Por eso besarla, tocarla, inclinarse ante ella eran 
acciones cuyo objetivo era el reconocimiento de la inferioridad de quienes lo hacían pero también era el 
elemento mediante el cual se irradiaba de una entidad a otra: honor y gracia. Cfr., Georges Balandier, El 
poder en escenas. De la representación del poder al poder de la representación, Trad. Manuel Delgado 
Ruiz, Barcelona, Paidós, 1994, (Paidós Studio, 106), p. 24; Cfr., J. G. Peristiany y Julian Pitt-Rivers, 
“Introducción” en J. G. Peristiany y Julian Pitt-Rivers, (eds.), Honor y gracia, Trad. de Paloma Gómez 
Crespo, Madrid, Alianza Editorial, 1993. (Colección Alianza Universidad, 747), p. 16; Cfr., Julian Pitt-
Rivers, “La enfermedad del honor” en Marie Gautheron, (ed.), Op. Cit., pp. 30-31 y Cfr., Julian Pitt-
Rivers, Antropología del honor o política de los sexos, Trad. Carlos Manzano, Barcelona, Crítica, 1979, 
p. 19. 
44 Apud., Max Weber, Economía y sociedad IV. Tipos de dominación, Trad. de Eugenio Imaz, México, 
Fondo de Cultura Económica, 1944, (Sección de obras de Sociología), Vol. 4, p. 61. 
45 Lope de Vega en su comedia Los nobles como han de ser nos ofrece el ideal de comportamiento de los 
hombres de honor de la época: “en sus pasos concertados;/ en el hablar con gran tiento;/ en el comer y el 
beber,/ moderados y modestos;/ el vestir como su estado;/ puntuales y verdaderos en cualquier duda o 
palabra./ En el andar muy compuestos;/ humildes con los humildes;/ valientes con los soberbios;/ con los 
pobres, liberales/ y de compasivos pechos./ En ocasiones forzosas/ de toros, fiestas, torneos, prudentes en 
el medir/ las fuerzas de su dinero;/ graves con moderación,/ tal que muevan a respeto, mas no con ella 
enfaden/ a cuanto los están viendo”. Apud., Alfonso García Valdecasas, El hidalgo y el honor, 2ª. ed., 
Madrid, Revista de Occidente, 1958. (Colección Biblioteca conocimiento del hombre, 4), p. 16. 
 24 
de un hombre de honor se definía y afirmaba sólo diferenciándose con respecto a los 
otros integrantes de la sociedad.46 
 
El honor en Nueva España. 
Narra Juan Suárez de Peralta en su Tratado del descubrimiento de las Indias que 1566, 
cuando el encomendero Alonso de Ávila se enteró de su sentencia de muerte por su 
implicación en la conjura de Martín Cortés, acongojado dio un suspiro y dijo: 
¡Ay, hijos míos y mi querida muger! ¿A de ser posible questo suçeda en quienes pensaba daros 
descanso y mucha onra, después de Dios, y que aya dado la fortuna buelta tan contraria, que la 
caveça y el rostro regalado vosotros abeis de ver en la picota, al agua y al sereno, como se ben 
los de muy bajos y ynfames que la justiçia castiga por echos atroçes y feos? ¿Esta es la onrra, 
hijos míos, que de mi esperavades aber? ¡Y abilitados de las preeminencias de cavalleros! 
Mucho mejor os estubiera ser hijos de muy bajo padre, que jamás supo de onrra.
47 
 
La pérdida del honor, tópico central en este dramático pasaje, no fue una inquietud 
menor en una sociedad como la novohispana, heredera de muchas de las costumbres y 
prácticas culturales de otra sociedad: la hispana. 
Durante los siglos X al XV, la guerra de Reconquista contra los moros fue el 
escenario ideal para que el honor fungiera como la recompensa que los reyes católicos 
de León-Castilla, Aragón y Portugal otorgaban a aquellos hombres que defendían con 
las armas al reino y a la fe. Esta situación permitió que se erigiera como un valor 
positivo: el impulso fundamental del heroísmo individual y colectivo necesario para 
combatir a un enemigo de proporciones ingentes.48 Durante el siglo XVI, se mantuvo 
como el resorte de las proezas de aquellos que colaboraron en las empresas de conquista 
en las que la Corona Castellana participó, la americana principalmente; pero también 
 
46 Apud., Pierre Bordieu, Op. Cit., p. 170. 
47 Juan Suárez de Peralta, Tratado del descubrimiento de las Yndias, Madrid, Alianza Editorial, 1990. (El 
libro de bolsillo, 1443), p. 206. 
48 Apud., Adelina Rucquoi, La historia medieval de la península ibérica, Zamora, El Colegio de 
Michoacán, 2000, (Colección Manuales), pp. 25-56. 
 25 
fue el momento en que alcanzó una dimensión sin precedentes al erigirse en un 
dispositivo normador de conductas y pensamientos que atravesó desde el mundo 
político hasta las formas de sociabilidad cotidianas, capaz de garantizar la coherencia y 
cohesión de la realidad social. En palabras de José Antonio Maravall, “el honor que 
empezó siendo un resultado de la formación estratificadora, se convierte en principio 
constitutivo, organizador del sistema y preside todo el sistema tripartito común a la 
Europa occidental del Antiguo Régimen.”49 Y fue este el concepto del honor que 
conquistadores y emigrantes trajeron al Nuevo Mundo. Aquí, tuvo la ocasión de 
estructurarse durante la conquista y posterior a ella, erigirse en un valor fundamental en 
la sociedad resultante de ese proceso. 
 Desde la era de los descubrimientos, el honor fue parte esencial de los premios 
y recompensas que la Corona ofreció a través de los títulos nobiliarios y reconocimiento 
de méritos. Así, a Cristóbal Colón, aun antes de soltar amarras, le fue prometido el 
cargo de virrey, gobernador y almirante de la mar océano e implícitamente las honras y 
franquezas consustanciales a ese puesto. Ya en la época de las conquistas, el monarca, 
en un principio, no dudó en otorgarlo a aquellosque engrandecieron su territorio. En el 
contrato que el rey estableció con Francisco Pizarro se comprometía a ennoblecerlo a 
él, a su hermano Juan, a su socio, Diego de Almagro, y a los trece hombres que 
sobrevivieron con el conquistador en las Islas Gallo. A éstos últimos, explícitamente, se 
le concedían “Libertad, exenciones, preeminencias y honra.” 50 En la Nueva España, el 
caso más evidente de este proceso fue el de Hernán Cortés, quien tras dirigir la 
conquista del Imperio Mexica recibió como recompensa un vasto territorio con una 
extensa población como sus vasallos; el derecho a ejercer la justicia civil y criminal 
dentro de sus posesiones, a cobrar tributos y el título de Marqués. A otros 
 
49 José Antonio Maravall, Op. Cit., p. 23. 
50 Apud., Mark A. Burkholder, “Honor and Honors in colonial Spanish American” en Lyman L. Johnson 
y Sonia Lipsett-Rivera (eds.), Op. Cit., p. 23. 
 26 
conquistadores, la Corona les concedió encomiendas y gobernaciones, lo cual significó 
riquezas y honorabilidad. Así, la historia del honor en la Nueva España arrancó con las 
hazañas guerreras de los conquistadores, pues ellas les proveyeron de un prestigio que 
permitió, a pesar de sus orígenes humildes, conformar el estrato más elevado y por ende 
erigirse en hombres honorables. En el siglo XVIII, Jorge Juan Santacilia y Antonio de 
Ulloa observaban que la conquista de las Indias permitió a los individuos que en ella 
participaron adquirir “los dos caudales más estimables á los hombres…que son el de 
riqueza ó bienes de la fortuna y el de nobleza y honra.”51 
El honor de los hombres ennoblecidos de esta forma se basaba en su poder y su 
fuerza, en la posesión de tierras, hombres y riquezas, en la práctica de la religión 
católica y de un modelo de vida de fuertes resabios caballerescos.52 En 1573, la honra 
de estos beneméritos alcanzó validez jurídica cuando Felipe II decretó 
 Honrar las personas, hijos y descendientes legítimos de los que se obligaren á hazer población, y 
la huvieren acabado y cumplido su asiento, les hazemos hijosdalgo de solar conocido, para que 
en aquella población, y otras cualquier parte de las Indias, seá Hijosdalgo, y personas nobles de 
linage, y solar conocido, y por tales sean havidos y tenidos, y les concedemos todas las honras y 
preeminencias, que deven haber y gozar todos los hijosdalgo, y Cavalleros destos reynos de 
Castilla, segun fueros, leyes y costumbres de España. 
53
 
 
Todo grupo hegemónico necesita argumentos que lo autojustifiquen; 
explicaciones por las cuales considere legítimo su status en la medida que lo percibe 
como producto de sus méritos. En el Nuevo Mundo, tales grupos explicaban su posición 
social con base en dos argumentos. El primero era un ideal político y social 
profundamente medieval. Afirmaban ser vasallos del monarca de Castilla y por ello 
 
51 Jorge Juan y Santacilia y Antonio de Ulloa, Noticias secretas de América en Pérez Tudela y Bueso 
(comp.), Obras clásicas para la Historia de Iberoamérica, Madrid, Fundación Histórica Tlavaera-
DIGIBIS, Volumen 1, Serie 1, (Colección Clásicos Tavera), p. 312. (CD Room) 
52 Apud., Luis Weckman, La herencia medieval de México, 2ª ed., Fondo de Cultura Económica-El 
Colegio de México, 1994, (Sección de Obras de Historia), p. 68. 
53 Recopilación de las Leyes de Indias, edición Facsimilar de 1681, México, Miguel Ángel Porrúa, 1987, 
Libro IV, Título VI, Ley VI. 
 27 
tenían el deber de gobernar, defender y mantener la paz en sus señoríos. A cambio 
recibían honores, encomiendas y vasallos. Este contrato se había efectuado con la 
conquista al ganar tierras y vasallos a la Corona. El segundo argumento residía en 
términos de una superioridad moral. Para el criollo Juan Flórez Ocariz, distinguido 
miembro de la sociedad de Santa Fe de Bogotá, en Nueva Granada, en el siglo XVII, los 
nobles se distinguían de los plebeyos por el honor que poseían y éste se basaba en el 
buen nombre y la virtud. Los hombres honorables, a diferencia de los infames, vivían de 
forma ordenada y moderada, era dignos de confianza y generosos; tenían la 
encomienda de servir y defender a la República. Por este hecho, ellos recibían la estima 
de la comunidad, la cual se materializaba en el reconocimiento de su superioridad. 
Concluía aseverando que esta la mejor forma de vida para la tranquilidad y la paz de la 
República.54 
Por su parte la antigua nobleza india observó al honor como un valor que, dada 
su anterior posición social en el mundo prehispánico, creyó también merecer. La corona 
reaccionó en muchos casos otorgándolo como una forma de ganarse lealtades. Así 
ocurrió con los integrantes de la nobleza indígena tlaxcalteca, a quienes, por mandato 
del rey, los virreyes novohispanos debían tener “particular cuenta con honrarlos y 
favorecerlos en todo lo que se ofrece... para que viendo los demás la merced que les 
hacemos, no sirvan con fidelidad”55 y en 1537, el virrey Antonio de Mendoza creó la 
orden de los caballeros Tecles para distinguir y honrar a algunos caciques indígenas.56 
 
54 Cfr., Juan A. y Judith E. Villamaría, “The concept of nobility in Colonial Santa Fe de Bogotá” en 
Karen Spalding, (ed.), Essays in the political, economic and social History of Colonial Latin American, 
Newark, Delaware, University of Delaware, 1982, pp. 127-129. 
55 Recopilación de las Leyes de Indias, Libro VII, Título X, Ley XII. 
56 Cfr., Margarita Menegus, “La nobleza indígena en la Nueva España: circunstancias, costumbres y 
actitudes” en Pilar Gonzalbo (coord.), Historia de la Vida Cotidiana en México, México, El Colegio de 
México-Fondo de Cultura Económica, 2005, (Sección de Obra de Historia), Vol. I, p. 506. 
 28 
Estas tempranas concesiones de honorabilidad permitieron que durante el siglo 
XVI y los primeros decenios del XVII, desde algunos caciques indios57 hasta 
connotados descendientes de la casta gobernante solicitaran el derecho a vestirse a la 
usanza española, a portar armas, tener caballos, escudo de armas y blasones que 
realzaran su linaje;58 derechos que estaban reservados para los hombres de honor. Con 
ese propósito escribían relaciones en donde se destacaban la pureza y nobleza del linaje 
de donde provenían. En 1561, Jerónimo de Santiago, principal del pueblo de 
Tlacotepec, tras explicar su largo y amplio linaje le fue concedido un escudo de armas 
por “ser indio, cacique, noble y descendiente de los reyes de México, por haber 
aceptado a Carlos I como su soberano, haberle obedecido y servido poniendo bajo su 
dominio a otros indígenas y haber participado en la pacificación del territorio 
chichimeca.”59 Cinco años después, en una carta enviada a Felipe II, Pablo Nazareo de 
Xaltocan y don Juan Axayaca, sobrinos del “noble y valeroso sexto señor de toda la 
provincia mexicana…señor don Moteuczuma”, asentaban su larga genealogía para 
pedir “al señor de los Ejércitos dador de honor y concordia, el Rey…”, además de 
mercedes; “preeminencias, honras y libertades”60 de acuerdo a su nobleza. En el mismo 
sentido, en 1609, Hernando de Alvarado Tezozomoc, connotado heredero de la elite 
mexica, escribía su Crónica mexicayotl para hacer perdurar en la memoria las grandes y 
 
57 “Carta al rey de don Jerónimo de Aguila, cacique principal del pueblo de Tlacupa, pidiendo merced de 
un regimiento perpetuo y del alguacilazgo mayor de dicho pueblo; licencia para usar toda clase de armas 
como los españoles y un escudo de armas” en Francisco del Paso y Troncoso, (Comp.), Epistolario de 
Nueva España. 1505-1818, advertencia de Silvio Zavala, México, Antigua Librería Robredo de José 
Porrúa e hijos, 1940-1959, Vol. X, p. 21. 
58 Cfr., Stepahine Woods, Trascending Conquest. Nahua Views of Spanish Colonial Mexico, Oklahoma, 
Universityof Oklahoma Press, 2003, pp. 53-54, citado por Consuelo Natalia Fiorentini Cañedo, 
Conviértete en lo que eres: la construcción normativa de la masculinidad y la feminidad en la Nueva 
España (Siglo XVI), México, UNAM-Facultad de Filosofía y Letras, Tesis de Doctorado, 2007, p. 163. 
59 Apud., Margarita Menegus, “La nobleza indígena en la Nueva España: circunstancias, costumbres y 
actitudes” en Pilar Gonzalbo (coord.), Op. Cit., Vol. I, p. 518. 
60 “Carta al rey don Felipe II, de don Pablo de Nazareo de Xaltocan, doña María Axayaca, don Juan 
Axayaca y doña María Atotoz (Con genealogía de don Juan Axayaca y don Pablo Nazareo)” en Francisco 
del Paso y Troncoso, (Comp.), Op. Cit., Vol. X, p. 126. 
 29 
maravillosas hazañas de la nobleza india y para asentar la genealogía de los verdaderos 
linajes indios merecedores de honra y riquezas.61 
Sin embargo, al correr del siglo XVI, la nobleza india vio restada su influencia y 
con ello sus distintivos honoríficos en la medida en que se fortalecía la autoridad real. Si 
en un principio se les reconoció su cualidad de señores y señoras (tlatoques y 
cihuapillis), pasado el tiempo, la legislación les prohibió el uso de tales términos 
“porque a nuestro servicio y preeminencia real conviene que no se lo llamen”,62 aunado 
a otra serie de restricciones que minaron seriamente sus referentes honoríficos de 
manera que podría inferirse que la nobleza indígena fue considerada por las 
instituciones y el discurso dominante como inferior a la hispana.63 
Entre los decenios de 1570 y 1630, tuvieron lugar en la Nueva España una serie 
de procesos económicos y sociales que afectaron sensiblemente la forma en que sus 
habitantes concebían el honor. Con la paulatina desaparición de las encomiendas, 
muchos criollos y emigrantes peninsulares se dedicaron con éxito a actividades 
económicas con un perfil más moderno. Así, se vincularon a los negocios de minas, a la 
expansión del comercio, interno y externo, legal o ilegal; a la ampliación de las 
actividades manufactureras y a un mayor impulso de las actividades agrícolas y 
ganaderas.64 Ello condujo a modificar los valores que sustentaban la posesión del honor. 
Sí para la primera mitad del siglo XVI, los conquistadores y primeros colonizadores 
ganaban y aumentaban su honor con tener tierras, hombres y tributos, además del 
prestigio adquirido por sus padres y abuelos por haber servido en la conquista a la 
Corona, hacía fines del mismo siglo y los primeros decenios del XVII, el honor 
comenzó a apoyarse fundamentalmente en la riqueza adquirida en los negocios. 
 
61 Apud., Hernando de Alvarado Tezozomoc, Crónica mexicayotl, México, Universidad Nacional 
Autónoma de México, 1992. citado por María Alba Pastor, Op. Cit.., p. 75. 
62 Recopilación de la Leyes de Indias, Libro VII, Título IX, Ley XII. 
63 Cfr., Consuelo Natalia Fiorentini Cañedo, Op. Cit., p. 173. 
64 Cfr., María Alba Pastor, Op. Cit., pp. 49-50. 
 30 
En efecto, como afirmaba el jesuita español Alonso de Peñafiel “La falta de 
riquezas es causa de humillación y baxeza, y assí en el mundo más se ve estimar y 
venerar en los hombres la plata que otras calidades y talentos.”65 Esta coyuntura 
permitió que nuevos hombres ricos que en un principio no eran reconocidos como 
hombres de honor por no descender de connotados linajes o por no correr en su sangre 
el honor de nacimiento, en la medida en que se enriquecieron, comenzaron a obtener 
prestigio y a ser vistos como gente honorable. El viajero italiano Giovanni Francesco 
Gemelli Careri aseveraba que en estas tierras no era extraño que hombres de origen 
humilde adquirieran inmensas riquezas y que llegaran a alcanzar los más altos grados de 
honor y fortuna.66 Los descendientes de los beneméritos novohispanos que se 
consideraban a sí mismos como los únicos hombres de honor, reaccionaron a estos 
cambios calificándolos como un desorden sin precedente.67 Baltasar Dorantes de 
Carranza, en Sumaria Relación…68 hacía un llamado al rey para que sólo los nietos de 
los hombres que sirvieron a su engrandecimiento en la conquista se les reconocieran 
“honras, franquezas, libertades, exenciones y privilegios” y por ello ofrecía la relación y 
los méritos de aquellos que merecían tales distinciones. El criollo Juan Troyano en una 
carta dirigida al monarca, se quejaba amargamente, pues ya no encontraba “reposo ni 
recogimiento ni sosiego… (sólo) tráfagos infernales ajenos de verdad y de xristiandad, 
toda se disminuye y oscurece, todo es robar la vida fama honra y hazienda” .69 
 
65 Citado por José Antonio Maravall, Op. Cit., p. 98. 
66 Cfr., Giovanni Francesco Gemelli Careri, Viaje a la Nueva España, Est. preel., trad. y notas de 
Francisca Perujo, 2ª ed., México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2002. (Nueva Biblioteca 
Mexicana, 29), pp. 111 y 151. 
67 Al respecto cabe destacar la posición adoptada por el dominico Tomás de Mercado, quien ante la nueva 
realidad que emergía, aseveraba que si bien era cierto que los hijos de los conquistadores merecían ser 
honrados antes que los nuevos ricos, éstos también lo merecían, siempre y cuando mostraran “aparejo y 
disposición para hacer bien a muchos y servir en negocios arduos para la patria.”, Op. Cit., Vol. II, P. 652. 
68 Apud., Baltasar Dorantes de Carranza, Sumaria relación de las cosas de la Nueva España con noticia 
individual de los conquistadores y primeros pobladores españoles, Prol. de Ernesto de la Torre, México, 
Porrúa, 1987. (Colección Biblioteca Porrúa, 87), p. 222. 
69 “Carta al rey, de Juan Troyano, en que trata de sus largos servicios y de la conveniencia de poblar la 
tierra descubierta por Francisco Vázquez Coronado: pide que se le envíe persona a quien dar noticias de 
 31 
Esta reivindicación de la honra verdadera, aquélla que no podía adquirirse y que 
sólo el nacimiento podía garantizar, correspondió con un proceso semejante a lo 
ocurrido en Europa en los siglos XV y XVI, en donde el honor, aun cuando algunas 
voces lo pusieran en duda y vociferaran que era una gloria dudosa, se tornó en una 
mercancía más que el innegable poder del dinero podía adquirir. La lucha por el honor 
pasó por una definición y se resolvió alejando a aquéllos que hablaban de él como una 
cualidad que sólo la cuna otorgaba. Esta situación hizo que el nuevo hombre honrado se 
encarnizara por copiar las maneras aristocráticas de vida, en la práctica de una 
generosidad que lindaba con el derroche y con el afanoso deseo de evidenciar su 
suntuosidad como una forma de afirmarse. En la realidad novohispana, esta necesidad 
se agudizaba por la propia condición criolla que se veía y sentía marginada por la 
metrópoli. 
En toda cultura, sus integrantes se cuestionan si con quienes van a emparentar 
pueden mantener o mejor aún aumentar el prestigio y la riqueza poseídos. En ese 
sentido, el honor se podía dilapidar en un matrimonio con una persona socialmente 
menor; de ahí que en la Nueva España, toda familia que se considerase con un poco de 
honor que heredar buscaba a toda costa que sus miembros se casasen entre iguales o 
superiores a ellos. De forma que los nuevos hombres adinerados, en su mayoría 
comerciantes y terratenientes, y los peninsulares fungieron como los mejores partidos. 
Los primeros por obvias razones, a grado tal, que los descendientes de los 
conquistadores no dudaron en emparentarse con ellos aun cuando su honra careciera de 
un pasado de prestigio y alcurnia. Al respecto, el Marqués de Mancera observaba que 
Los mercaderes y tratantes, de que se compone en las Indias buena parte de la nación española, 
se acercan mucho a la nobleza, afectando su porte y tratamiento, con que no es fácil distinguir y 
segregar estas dos categorías, porque la estrecheza y disminución a que han venido losvarias cosas que conviene remediar, las cuales indica en quince capítulos” en Francisco del Paso y 
Troncoso, (Comp.), Op. Cit., Vol. X, p. 269. 
 32 
patrimonios y mayorazgos de los caballeros, los obliga unirse en confidencias, tratos y 
recíprocos matrimonios a los negociantes, y la sobra y opulencia de estos les persuade y facilita 
por medios semejantes el fin de esclarecer su fortuna; y así concurriendo en los primeros la 
necesidad, y en lo segundos la ambición, se entretejen y enlazan de manera que en esta provincia 
por la mayor parte el caballero es mercader, y el mercader es caballero.
70 
Los peninsulares, por su parte, eran codiciados por su “mayor calidad” aunque 
no fuesen ricos. Las criollas, nos dicen Jorge Juan Santacilia y Antonio de Ulloa, 
exagerando un poco, los prefieren no importando “su nacimiento baxo en España, ó de 
linajes poco conocidos, sin educación ni otro mérito alguno que los hagan muy 
recomendables… baste el dote de haber nacido en Europa y el de ser blanco para ser 
casados con las principales damas.”71 Así, el matrimonio se convirtió en el mecanismo 
más eficaz para que las distinguidas familias novohispanas pudieran establecer amplias 
redes de parentesco con el fin de consolidar y perpetuar el honor de su linaje o bien para 
que hombres y mujeres pudieran alcanzar un rango social superior. 
El título nobiliar representaba en las sociedades del honor una de las máximas 
distinciones a las que se podía aspirar. Muchos de los nuevos potentados, guiados por 
esas aspiraciones, tuvieron la buena fortuna de toparse con una Corona exigua de 
recursos financieros, pero muy necesitados de ellos. Motivo por el cual, durante el 
reinado de Felipe IV, comenzó una política de venta de honores y de títulos. Para una 
Hacienda Real en bancarrota, otorgar tales preeminencias no implicaba más gasto que el 
papel y el trabajo de firmar y escribir, a cambio, recibía cuantiosas sumas de dinero.72 
A la par, y como parte central del proceso de adquisición de precedencia social, muchos 
de los nuevos ricos novohispanos comenzaron a ingresar a las órdenes nobiliarias de 
 
70 “Relación que de orden del rey dio el virrey de México (D. Antonio Sebastián de Toledo, Marqués de 
Mancera) a su sucesor (El exmo. Señor D. Pedro Nuño Colón, Duque de Veragua, en 22 de octubre de 
1673)” en Instrucciones y memorias de los Virreyes novohispanos, Est. Prel. y Coord. Bibliográfica de 
Ernesto de la Torre Villar; comp. e índices Ramiro Navarro de Anda, México, Porrúa, 1991, t 1, p. 583. 
71 Jorge Juan Santacilia y Antonio de Ulloa, Op. Cit., pp. 420-421. 
72 Cfr., Guillermo Céspedes del Castillo, “Los orígenes de la nobleza en Indias” en Gonzalo Anes, 
Guillermo Céspedes del Castillo, María del Carmen Iglesias, et. al., Nobleza y sociedad en la España 
Moderna II, Oviedo, Fundación Central Hispana, 1997, p. 38. 
 33 
Santiago, Alcántara, Calatrava y Montesa.73 De nuevo Gemelli Careri, extrañado, 
escribía que en México “muchos caballeros de ésta (se refiere a la Orden de Santiago) y 
otras órdenes, los cuales se ocupan en medir paños, telas, y en vender no sólo chocolate, 
sino otras cosas de aún menos valor; diciendo que, por una Cédula de Carlos V, no 
queda perjudicada su nobleza.”74 
Todo honor implicaba una serie de exenciones y preeminencias. En ese sentido, 
los honorables novohispanos compartían los mismos derechos que sus iguales 
españoles. Judicialmente, debían ser encarcelados en prisiones especiales y estaban 
exentos del servicio en galeras, no podían ser sometidos a tortura, ni ser recluidos y 
embargadas sus propiedades por razón de deudas ni ser azotados públicamente; tenían 
derecho a poseer un escudo de armas; tener caballos ensillados y enfrenados, así como 
armas y estaban exentos del pago de tributos.75 Amén de estas prerrogativas, si el honor 
se desplegaba en una forma de vida singular que distinguía a sus poseedores de los otros 
individuos pertenecientes a una comunidad, los miembros de la élite novohispana, en su 
carácter de arquetipos sociales, intentaban llevar una vida suntuosa y magnificente, de 
acuerdo con su rango social. 
La “casa solariega” era el concepto que refería al espacio habitacional en el que 
las familias honorables de la Nueva España vivían rodeadas por parientes, amigos, 
mayordomos, sirvientes y administradores y que debía estar poblada, grande y digna, 
con suficiente número de caballos y armas para equipar a los varones útiles en caso de 
peligro; pero al mismo tiempo representaba el lugar simbólico en el que todos estaban 
 
73 Durante el siglo XVI, sólo 16 hijos de conquistadores y primeros colonizadores pudieron ingresar a 
estas prestigiosas órdenes de caballería; sin embargo, durante el siglo XVII, como producto de la nueva 
realidad económica, 420 novohispanos pudieron comprar sus ingreso a las referidas organizaciones. Cfr. 
J. H. Elliot, “España y América en los siglos XVI y XVII” en Leslie Bethell (ed.), Historia de América 
Latina. América Latina colonial: Europa y América en los siglos XVI, XVII, XVII, trad. Antonio Acosta, 
Barcelona, Crítica, (Serie Mayor), tomo 2, p. 25. 
74 Giovanni Francesco Gemelli Careri, Viaje a la Nueva España, p. 75. El paréntesis es mío. 
75 Cfr., José María Ots y Capdequi, Manual de historia del derecho español en América y del derecho 
indiano, Madrid, Aguilar, 1969, p. 49. 
 34 
vinculados por la pertenencia a un linaje, a un origen que remitía a una sangre común.76 
De ahí el manifiesto culto a los antepasados en donde la elaboración de árboles 
genealógicos, memoriales en los que se asentaba puntualmente la historia de apellidos y 
blasones y la celebración de misas y otros rituales religiosos77 eran parte importante en 
la conservación y constitución de un imaginario común dentro de la estirpe. 
Era la vestimenta un elemento de suma trascendencia en las sociedades regidas 
por el honor. Se debía vestir como lo que se era socialmente: la concordancia entre el 
atuendo y la identidad social del portador se tornaba inexcusable, o al menos 
idealmente. Transgredir esas disposiciones implicaba trastornar el equilibrio social.78 
Por ello, en 1544, el visitador Tello de Sandoval estableció que las leyes emitidas por 
las Cortes de Valladolid en 1537 también tuvieran vigencia en la Nueva España 
Yten. Porque soy ynformado que las mugeres enamoradas cuando salen de sus casas llevan 
faldas muy largas y mozos que se las llevan y coxines y alfombras a la Iglesia como los llevan 
las mugeres de cavalleros y personas de calidad en mal ejemplo de la República y en perjuizio 
de las mugeres casadas y de honra mando se prohiba tales excesos
79 
 
Asimismo, en las instrucciones que Pablo de la Laguna, Presidente del Consejo de 
Indias, dio al virrey Marqués de Motesclaros, precisaba que dada su magistratura debía 
portar “El vestido honesto, la capa más larga que corta y los vestidos de camino de 
colores graves y autorizados, sombreros sin plumas…”80 
 
76 Apud., Javier Sanchiz, “La nobleza y sus vínculos familiares” en Antonio Rubial García, (coord.) 
Historia de la vida cotidiana en México. La Ciudad barroca, México, El Colegio de México-Fondo de 
Cultura Económica, (Sección de Obras de Historia), Vol. II, p. 335 
77 Ibíd., p. 336. 
78
Apud., José Lameiras, “Ser y vestir. Tangibilidades y representaciones de la indumentaria en el pasado 
colonial mexicano” en Rafael Diego Fernández de Sotelo (ed.), Herencia española en la cultura material 
de las regiones de México. Casa, vestido, sustento, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1993, (Colección 
Memorias), p. 204 
79 Citado por Pilar Gonzalbo Aizpuru en Familia y orden colonial, México, El Colegio de México-Centro 
de Estudios Históricos, 1998, p. 54. 
80 Asimismo se precisaban otras consejas sobre cómo comportarse tanto pública como privadamente;

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