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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 
FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES 
ANÁLISIS SOBRE LOS FUNDAMENTOS POLÍTICOS DE LAS 
POLÍTICAS ANTINARCÓTICOS EN LOS ESTADOS UNIDOS 
T E S I S 
QUE PARA OBTENER EL GRADO DE: 
LICENCIADO EN RELACIONES INTERNACIONALES 
P R E S E N T A: 
HÉCTOR EDUARDO BEZARES BUENROSTRO 
DIRECTOR DE TESIS 
DR. JOSÉ LUIS OROZCO ALCÁNTAR 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 CIUDAD UNIVERSITARIA, MÉXICO D.F., AGOSTO DE 2007 
 
 
 
 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
AGRADECIMIENTOS 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
A mis padres, hermanas y abuelos. 
A mis amigos y compañeros de proyecto. 
Al Dr. José Luis Orozco por la interminable generosidad 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
A la pequeña Ximena como tributo 
a un futuro que resplandece ante mis ojos 
 
 Índice 
 Pág. 
Introducción………………………………………………………………………………. 1 
 Capitulo 1. Hegemonía y políticas antinarcóticos……………………………………... 12 
 1.1. Narcotráfico y corrupción política.............................................................................. 13 
 1.1.1. La asimilación orgánica del narco……………………………………………… 15 
 1.1.2. Otras consecuencias de la guerra contra el narcotráfico……………………….. 18 
 1.1.3. Narcotráfico y corrupción..................................................................................... 20 
 1.2. Sobre el concepto de hegemonía (Notas sobre la hegemonía, el Estado y la 
 historicidad de la verdad……………………………………………………………. 
 
25 
 1.2.1. Hegemonía, orden y enemistad: la hegemonía como el establecimiento de la 
 diferencia……………………………………………………………………….. 
 
27 
 1.3. Notas sobre la hegemonía estadounidense: la construcción de la enemistad………. 32 
 1.3.1. Los códigos originarios de la exclusión: sobre la teología puritana……………. 34 
 1.3.2. El imperativo elitista y el control de las disonancias revolucionarias: la 
 imperfecta fe en la democracia de los Padres Fundadores……………………… 
 
40 
 1.3.3. Los contornos contemporáneos del discurso hegemónico: la actualización 
 contemporánea de los términos del conflicto…………………………………… 
 
 46 
Capítulo 2. La dialéctica de la civilización y la barbarie: La génesis de la 
 prohibición de las drogas…………………………………………………… 
 
 49 
 2.1. La dialéctica colonial……………………………………………………………….. 50 
2.2. La Prohibición como cruzada humanitaria (I): de los intrincados caminos de la 
 transnacionalización de la piedad puritana…………………………………………. 
 
55 
2.3. La Prohibición como cruzada humanitaria (II): de la prolongación de la política de 
 puertas abiertas por otros medios…………………………………………………… 
 
58 
 2.3.1. La Conferencia de Shanghai y el nacimiento de un orden internacional de las 
 Drogas…………………………………………………………………………... 
 
 62 
2.4. Del habitué al dope fiend: El contexto nacional y la función política de la 
 religiosidad protestante……………………………………………………………… 
 
 67 
 2.4.1. La dialéctica doméstica de la civilización y la barbarie…………………….…... 72 
 2.5 Sociedad y consumo de drogas en el siglo XIX…………………………………….. 75 
 2.5.1. La primacía del habitué………………………………………………………… 76 
 2.6. La emergencia del dope fiend o del narcomonstruo: La respuesta prohibitiva del 
 Estado……………………………………………………………………………….. 
 
 82 
Capítulo 3. La conformación prohibitiva y los prolegómenos a una policía 
 omnipresente………………………………………………………………… 
 
 86 
 3.1. La Ley Harrison (I): sus preparativos institucionales e ideológicos ……………….. 87 
 3.1.1. Los intereses médicos y farmacéuticos: consideraciones sociológicas y 
 políticas…………………………………………………………………………. 
 
 
 92 
 3.1.2. Los primeros avances de una legislación nacional para el control de narcóticos. 98 
 
 3.2. La Ley Harrison (II): Promulgación y naturaleza punitiva…………………………. 100 
 3.2.1. La evolución interpretativa de la ley: la criminalización de la adicción………... 106 
3.2.2. La demarcación y defensa de Le Salut Public: una lectura política de la interpretación 
 del precepto legal (I)…………………………………………………………………. 
 
109 
 3.2.3. Una lectura política de la interpretación del precepto legal (II)………………… 114 
 3.3. La sanción de la Suprema Corte a la ilegalización del mantenimiento: el carácter 
 de su intervención…………………………………………………………………… 
 
116 
 3.3.1. Algunos efectos inmediatos de la ilegalización de la adicción y la 
 sincronización con la prohibición del alcohol…………………………………... 
 
121 
 3.4. El Surgimiento de la Oficina Federal de Narcóticos (Federal Bureau of Narcotics 
 –FBN-) y Harry J. Anslinger………………………………………………………... 
 
 125 
 3.4.1. Preludio a la Marihuana Tax Act (I): La multiplicación de los estigmas.............. 127 
 3.4.2. Preludio ala Marihuana Tax Act (II): La inserción de la lógica burocrática......... 129 
 3.4.3. La Marihuana Tax Act…………………………………….................................. 132 
 3.4.4. Consecuencias de la Marihuana Tax Act……………………………………….. 135 
Conclusiones………………………………………………………………………………. 141 
Bibliografía………………………………………………………………………………... 153 
 
 1
INTRODUCCIÓN 
¿Quién se resigna a buscar 
pruebas de algo no creído por él o cuya 
prédica no le importa?1 
Jorge Luis Borges, Tres versiones de 
Judas. 
 
De la Antigüedad nos llega un 
concepto –ejemplarmente expuesto por el 
griego pharmakón- que indica remedio y 
veneno. No una cosa u otra, sino las dos 
inseparablemente. Cura y amenaza se 
solicitan recíprocamente en ese orden de 
cosas… La frontera entre el perjuicio y el 
beneficio no existe en la droga, sino en 
su uso por parte del viviente. Hablar de 
fármacos buenos y malos era para un 
pagano tan insólito, desde luego, como 
hablar de amaneceres culpables y 
amaneceres inocentes2 
Antonio Escohotado, Historia de las 
drogas 1 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
1Borges, Jorge Luis, Artificios, Madrid, Alianza Cien, 1993 
2 Escohotado, Antonio Historia de las drogas I, Madrid, Alianza Editorial, 1998, Pág. 20 
 2
El narcotráfico es en México un problema de dimensiones inconmensurables, 
que ha puesto en entredicho la autoridad del Estado mexicano, incapaz de hacer 
frente a una actividad capaz de movilizar recursos millonarios y de amplio poder 
corruptor, al tiempo que importante oferente de drogas y país de tránsito de aquellas 
procedentes de Sudamérica. Correlativamente, la estrategia estadounidense para la 
erradicación de la oferta de drogas, ubica a México como eslabón esencial de la 
resolución de su problema con éstas; como consecuencia, nuestro país se encuentra 
sujeto irremediablemente a sus demandas en el contexto de esta estrategia, incapaz 
de eludir los compromisos obligados frente a la unilateralidad imperial, al tono de la 
cual, se ha montado el sentido general de la estrategia continental sobre el tema. Esta 
tesis sugiere como posibilidad de inicio, la explicaciónde nuestro problema con el 
narcotráfico y el de los Estados Unidos en relación al consumo de drogas, en un 
punto en el que convergen la demanda estadounidense de drogas y las condiciones 
históricas específicas que dieron lugar a la prohibición de las mismas – ubicables en 
aquél país-. 
Se ha escrito abundantemente y reconocido oficialmente, sin alterar las 
variables básicas de la ecuación prohibicionista -en un avance conceptual que se 
anuncia como un parteaguas en las relaciones latinoamericanas con los Estados 
Unidos-, que sin demanda no hay oferta, distribuyéndose de este modo las 
responsabilidades entre países productores y consumidores. Convicción apuntalada 
por los datos objetivos que apuntan hacia la disolución de esta dicotomía, toda vez 
que difícilmente es posible encontrar hoy un país en que se presente exclusivamente 
uno de los dos fenómenos, de lo que se sigue que los esfuerzos del combate a las 
drogas –para no variar la metáfora belicista-, deben ser homogeneizados, escalando 
la estrategia persecutoria y represiva, legislando y reprimiendo a aquellos individuos 
que contribuyan con sus hábitos de consumo al mantenimiento del problema, para 
disuadirlos a éstos y a otros que pudiesen seguir su ejemplo, así como para 
interrumpir las cadenas de producción y comercio. 
 
 
 
 
 
 3
También, se han multiplicado los programas de rehabilitación, públicos o 
privados, que parten de la misma matriz que organiza la persecución, esto es, la 
estigmatización y criminalización del uso de drogas, cualquiera que sea el sentido 
que se de a éstas, pero que igual que el enfoque de la corresponsabilidad, no altera el 
núcleo semántico de la prohibición. 
Ambos enfoques, el de la corresponsabilidad y el rehabilitativo –ambos 
aspectos de una mismo aproximación -, a pesar de ser promovidos como perspectivas 
opuestas al enfoque dominante, sólo reiteran y complementan la visión represiva que 
sostiene las metáforas bélicas y religiosas que organizan semánticamente el conjunto 
del problema y que, ya con anticipación, dividió al mundo entre países productores y 
consumidores. 
A este propósito, es necesario desplazar el acento de la explicación del 
problema de las drogas a un espacio escasamente tratado en la mayoría de análisis, 
para hacer referencia a la funcionalidad de la prohibición de las drogas -con todas 
sus consecuencias- al proyecto hegemónico estadounidense. Esto es, que para 
comprender el origen del problema, es imprescindible conocer de las condiciones 
políticas que hacen operante y necesaria una estrategia, que hoy expone sus ángulos 
depredadores y más perversos en la confrontación en curso entre bandas de 
narcotraficantes y en el encarcelamiento masivo de personas por delitos asociados a 
las drogas -a sabiendas de que antes de convertirse en objetos de devoción 
persecutoria, el comercio y uso de drogas eran actividades respetables, redituables, y 
ajenas a consideraciones criminales y cuando en el caso del consumo, se abusaba, lo 
que más podía generar aquel exceso, era el desprecio moral del usuario-. 
Y estas condiciones son conocibles a partir de la revisión histórico-política de 
los orígenes de la prohibición de las drogas y sus vínculos necesarios y no 
contingentes con el proyecto hegemónico estadounidense. Su pertinencia es, pues, 
explicable a partir del señalamiento de los fundamentos políticos del Estado 
estadounidense; de los que se deduce la funcionalidad de las drogas como objeto de 
persecución y expiación, al servicio último del mantenimiento del status quo. 
El funcionamiento, organización y desarrollo de las políticas antinarcóticos, 
exponen con su reiterada aplicación y progresivo endurecimiento, una vertiente poco 
explorada y concreta del atávico temor del soberano a sus súbditos, en este caso de la 
clase dirigente estadounidense, que a través de las políticas antinarcóticos (leyes, 
cuerpos policiacos, la prisión misma, así como otros mecanismos de control y 
 4
vigilancia) ha codificado un extenso cuerpo de leyes que en su aplicación práctica y 
resultados concretos, han tendido un red compleja de vigilancia y control sobre sus 
ciudadanos, particularmente todos aquellos que no empatan con las ideas seminales 
de pureza y operatividad consignadas para el buen funcionamiento de su sociedad, 
significables a partir de líneas de raza y riqueza. 
De modo que, sin ser el único mecanismo diseñado ex profeso, la pertinencia 
y reiteración de una estrategia que aparece fallida para gran parte de los 
observadores, cumple otras funciones más allá de sus objetivos manifiestos; medir su 
éxito o fracaso a partir de éstos, no hace sino contribuir innecesariamente al 
sostenimiento de un círculo vicioso interpretativo, que refuerza hacia el final la 
mentalidad represiva y que sin lugar a dudas ennoblece moralmente una cruzada 
tiránica. Es por eso imprescindible ocuparse, para desenredar el enigma que ahora 
nos ocupa, de la específica mentalidad política estadounidense. El comienzo de una 
solución pasa por principio, por el reconocimiento de que nuestra guerra contra las 
drogas –reflejo distorsionado de la guerra contra las drogas de los EU- es en todas 
sus dimensiones una extensión de las proyecciones hegemónicas estadounidenses, y 
al final una hechura a su beneficio. 
Cuestión aparte es que como extensión de la exportación de los presupuestos 
prohibicionistas a los países latinoamericanos, se haya fomentado el crecimiento de 
una de las industrias económicas más rentables que por su ilegalidad, ha sumido a 
casi toda la región en un problema que se observa insoluble desde la óptica 
dominante, cuestionando los fundamentos mismos de la autoridad política ahí donde 
su presencia, ya por ser países productores y/o de tránsito, es indispensable para los 
dueños del negocio. 
Ejecuciones multitudinarias o individuales, asesinato de policías, 
enfrentamientos en centros urbanos entre bandas rivales, cooptación de los cuerpos 
encargados de su combate, corrupción de mandos militares, adopción de técnicas 
paramilitares, extensión de una moralidad concomitante a su naturaleza corruptora, 
son pues los saldos del narcotráfico, fenómeno indiscernible de la prohibición de las 
drogas. 
El problema del narcotráfico como lo conocemos, se encuentra arraigado en 
las circunstancias generales que lo volvieron económicamente rentable, a la par de su 
condición de sucedáneo de actividades menos redituables en el contexto de la 
apertura comercial de los últimos veinticinco años. Sin ese marco de referencia, el 
 5
problema aparece incomprensible y sin explicaciones que rebasen los apotegmas 
doctrinales extendidos desde los Estados Unidos, que combinan la perversidad y 
peligrosidad del narcotraficante, con una dudosa concepción sobre la salud pública 
como los referentes originales, sobre los que se cifra la necesidad de mantener la 
estrategia actual de combate y que en diversos casos y grados, han sido asimilados 
por las clases gobernantes latinoamericanas para sus propio beneficio. 
Lo indispensable es problematizar desde la óptica de los EU el origen de la 
prohibición de las drogas y las estrategias concomitantes de combate, así como 
ubicarles como un apéndice que traduce imperativos hegemónicos complejos. De 
modo que la prohibición y los instrumentos de control, vigilancia y castigo 
codificados desde ella, sean vistos como la materialización de ordenamientos para la 
preservación de su status quo. 
La tarea por emprender es la revisión del entramado histórico que pone al 
servicio de la hegemonía de los EU, los mecanismos que mezclando teología, 
medicina y derecho han puesto a nuestros países (AL) en una crisis de 
gobernabilidad puntualmente eludida por los diferentes gobiernos; para encontrar en 
el camino que el fracaso del combate al narcotráfico ha traído aparejados éxitos 
múltiples para la preservación del status quo: una legislaciónpenal que ha ampliado 
los poderes policiacos y militares del Estado, un discurso saturado de estigmas y al 
final una guerra que permite para su resolución y en nombre de la seguridad, la 
disolución de garantías constitucionales mínimas. 
Del esfuerzo original emprendido por grupos religiosos estadounidenses –de 
finales del siglo XIX y principios del siglo XX- se desprende la retórica misionera y 
teologal que descalifica la embriaguez, para posteriormente empalmarse ya bajo la 
forma de cruzada de purificación civilizacional, con los imperativos de control y 
vigilancia sobre las clases peligrosas (raza y clase- temor a los súbditos). Se genera 
así un entramado de mecanismos que al interior (en adición con otros) asegura el 
mantenimiento del status quo (legislación draconiana, moralidad punitiva, 
estigmatización social) y que -al exterior- mediante la exportación de sus 
presupuestos ideológicos, asegura la continuidad material de la estrategia de control 
imperial estadounidense. 
 
 
 6
Esto último, en el caso específico de AL, y sobre la base de una extensa serie 
de programas y estímulos financieros, que bajo la lógica de la guerra contra las 
drogas, legitima la intervención militar, policiaca y de espionaje estadounidense en la 
región con el pretexto de apoyo logístico y asesoría en la materia y la progresiva 
militarización del combate al crimen –con las consecuencias ya conocidas-. 
El objeto de esta tesis, como consecuencia de lo anterior, es exponer y hacer 
énfasis sobre las condiciones históricas que determinan en su origen la prohibición 
de las drogas y los componentes específicos que le determinan como función 
particular –lo que explicaría el éxito de su fracaso- del mantenimiento de la 
hegemonía estadounidense, para contribuir a la comprensión, aunque sea indirecta, 
de las modalidades contemporáneas de su transnacionalización. Se trata pues, de 
comprender el desarrollo actual de las políticas antinarcóticos, de cuño esencialmente 
estadounidense, a partir de las circunstancias históricas que las hicieron posibles 
como hoy las conocemos, para desentrañar sus sentidos y propósitos originales, al 
tiempo que se mira a través de ellas, con particular privilegio y claridad, la manera en 
se ejerce el poder soberano en los Estados Unidos, su arbitrariedad y racionalidad 
violentas, su intento por despojarse de controles y que obtiene, a través de la 
metáfora del mal significada en las drogas, la posibilidad de castigar algo más que la 
mera comisión de un crimen. 
Asumo de esta manera la existencia de una estructura general que con 
independencia de las variantes locales y regionales, otorga coherencia a lo 
denominado como políticas antinarcóticos; que sus determinaciones y presupuestos 
son localizables a partir de la producción política de los Estados Unidos; desenredar 
el galimatías de la insolubilidad del problema, así como la continuidad de las 
estrategias y tácticas represivas, supone la observación y análisis de sus fundamentos 
políticos; lo cual es condición indispensable para el logro de una perspectiva que 
vislumbrando que la continuidad del combate a las drogas es una extensión del 
proyecto de dominación estadounidense, coartada moral para la construcción de 
fortalezas legales, que pueda ofrecer soluciones consistentes con nuestra realidad, y 
al mismo tiempo evite las peores consecuencias de la adopción de un patrón 
conculcador de valiosas libertades civiles, en aras de la preservación del actual 
estado de cosas. 
De este modo, en el primer capítulo, trataré de dar cuenta de algunos 
fundamentos explicativos sobre la idea de hegemonía, constitutiva de cualquier 
 7
decisión política soberana, para, a continuación, propiciar una reflexión sobre los 
elementos específicos del Estado estadounidense. Este es un eje básico para la 
interpretación de las políticas antinarcóticos, entendidas éstas como una decisión 
soberana, que a la manera como lo precisa Carl Schmitt, concretan en su ejecución 
una idea de la normalidad, continuidad básica para la manutención del orden político. 
Presuponiendo que el empeño puesto en ellas, así como el consenso absoluto en 
torno a su necesidad, son evidencias suficientes de su funcionalidad sistémica, es 
decir, de su continuidad estratégica con las líneas básicas que articulan el núcleo 
elemental de este Estado. 
Esto no significa que dicha continuidad sea unívoca o bien preexista una 
estrategia centralizada que diese origen a la prohibición; por ello, el paso inicial de 
este análisis se conduce hacia la exposición del funcionamiento y necesidades del 
Estado estadounidense, para explicar en primera instancia cómo en torno a sus 
estructuras básicas se tejen los significados esenciales de las políticas antinarcóticos 
estadounidenses. 
Llevar la discusión hacia los padres fundadores tiene como objetivo 
identificar las bases elitistas y los temores de clase de la inalterada dirigencia –por lo 
menos en sus supuestos estructurales- de los Estados Unidos. Que el temor a las 
drogas somatice el temor a la revolución, por la ubicación -no sobra decir que ésta es 
bastante arbitraria- de sus potenciales usuarios en las clases más desfavorecidas, 
tiene que ver con el momento cuando su consumo, por decirlo de una forma 
aproximada, se universaliza y sintetiza la acumulación de una serie de energías en un 
contexto por demás apropiado como es de la industrialización-urbanización de los 
Estados Unidos, así como de su despegue imperial. En ese clima natural de 
ansiedades y nuevos desafíos es que se explica la creación y surgimiento de un 
problema que no existía con anterioridad. 
En el segundo capítulo me ocuparé de realizar un trazo histórico del sustento 
ideológico de la prohibición así como de las múltiples influencias que dieron lugar a 
su surgimiento; la variedad de las encomiendas que tuvo desde su implementación y 
que perfilaron su rostro actual conservando desde el principio un denominador 
común que gira en torno a la elaboración y perfilamiento de los enemigos 
indispensables a la óptica de un nacionalismo ávido de confrontaciones. Será 
observable entonces que modelando el discurso de la prohibición, cruzándolo 
horizontal y verticalmente, al centro y casi sin fluctuaciones, se encuentra la idea de 
 8
una amenaza de materialidad difusa pero objetivable, en principio, en la figura de los 
pueblos aborígenes que, en oposición a las bondades de la civilización americana, se 
empeñan en exportar, ingratamente, sus drogas. Correlato ideológico a la emergente 
expansión ultramarina, documenta en su despliegue la cauda de estigmas y 
apreciaciones con las que justificará la penetración imperial estadounidense en 
China, al tiempo en que se erige en frente de combate y emblema de la superioridad 
moral sobre la otrora gran potencia colonial: Gran Bretaña y también sobre sus más 
recientes adquisiciones coloniales, al tiempo que legitima su dominio sobre aquellas 
–las Filipinas. 
Instrumentos eficaces en la promoción de las bondades de su proyecto 
cultural, los estigmas originales sobre los “países salvajes e incivilizados” y su 
consumo de opio, se asimilarán puntualmente a la estructura discursiva de la 
prohibición, siendo posible asegurar que la articulación de la dicotomía entre países 
productores y consumidores, abreva directamente de la separación entre países 
civilizados e incivilizados 
En este caso, se expondrá cómo del discurso y práctica de los clérigos 
puritanos se desprende la armazón moral (el desarrollo de una farmacología 
calvinista) de una estrategia de combate posteriormente asimilada como prioridad 
estatal, a la sazón leitmotiv de su supervivencia moral, al tono de los desafíos de 
clase lanzados en aquella época desde distintos frentes, pero cuyo mayor ejemplo son 
las disonancias obreras, epítomes del descontento popular. 
En la segunda mitad de este capítulo expondré lascondiciones internas que 
propiciaron el arranque del experimento prohibicionista; los puntos de vista de 
personajes conspicuos de la clase dirigente que explican el entreveramiento entre el 
discurso de perfeccionamiento civilizacional que acompaña la transnacionalización 
de marras y su reverso interno: la invención y emergencia de la figura del dope fiend, 
categoría que en su emergencia, resume el punto de inflexión central en el tema de la 
prohibición, y que con su carga religiosa y moralizante se convertirá en el precedente 
indispensable a la criminalización de la adicción, centro operativo de toda la 
prohibición, último enganche con la empresa civilizacional arriba aludida. 
Es imperativo señalar que la estrategia de combate frontal, doméstico e 
internacional, no es hoy simple continuidad de una estrategia emprendida hace ya 
casi cien años. De aquellos años conserva la superficie teologal y moralizante, pero 
 9
la virulencia de sus consecuencias es sólo comprensible de entender su 
endurecimiento como correlación de los desafíos a dicha hegemonía. 
Se tratará, en suma, del origen de la prohibición como parte del discurso 
civilizacional y misionero del imperialismo; en principio como parte de la 
legitimación de la superioridad moral de Occidente y en consecuencia de la 
justificación teológica para la depredación de continentes enteros. Hasta ahí su 
contenido como función del imperialismo decimonónico, particularmente el de los 
Estados Unidos en su confrontación con el imperialismo británico (con el argumento 
de la corrupción moral del imperio británico, es decir como retórica antiimperial). 
Más adelante quedará ilustrada la flexibilidad de la dogmática de la prohibición en su 
aplicación demonológica sobre el enemigo comunista. 
Herramientas secundarias de la conspiración comunista en su intento por 
subvertir el mundo libre, las drogas configuran así en aquel momento un apartado 
adyacente para la instigación de la paranoia que asegure el movimiento permanente 
de la maquinaria de guerra. Internamente, por caso, movilizan esfuerzos 
significativos, aunque minúsculos en comparación con los años por venir, para la 
segmentación y control de una sociedad con un conflicto de clases y racial latente. El 
estigma de origen de la prohibición sobre las minorías raciales y los pobres, conservó 
casi intactas sus líneas de referencia discursivas y sus efectos excluyentes. 
Ya en el tercer capítulo, me ocuparé de referir con amplitud el inicio formal 
de la prohibición de las drogas con la promulgación de la Ley Harrison; su sentido 
político; el papel destacado que en su implementación, patrocinio y reiteración tuvo 
el gobierno federal. Antecedente primario de los tiempos por venir, aquella ley, en su 
aplicación y efectos prácticos, y mantenida hasta el año de 1970, configura 
finalmente los patrones conceptuales, las deformaciones paranóicas y los usos 
ideológicos de las drogas, para abrir paso a la acumulación desmedida de poder, al 
tiempo que evidencia y localiza, en términos microscópicos la manera particular de 
ejercer el poder político en los Estados Unidos, sus fobias y sus límites. Con ello será 
posible comprender el desarrollo posterior de las políticas antinarcóticos, el 
significado de la “Guerra contra las drogas” y su vinculación con la contención de la 
pobreza por la vía de la patologización del descontento popular. 
De igual forma me ocuparé de presentar la concreción institucional de la 
prohibición; el surgimiento del Federal Bureau of Narcotics, instancia encargada de 
aplicar los preceptos legales emanados de la Ley Harrison; la influencia de la 
 10
dinámica burocrática en los avatares y despliegues mediáticos de las drogas como 
epidemia y amenaza a la salud pública; el papel de los médicos y farmacéuticos en la 
sanción a la prohibición y con ello la expropiación por parte del Estado del juicio 
médico, dando lugar a innumerables inconsistencias lógicas en aras de hacer efectiva 
la aplicación legal de las leyes antinarcóticos. La última parte de esta tesis será la 
revisión de un par de leyes, la Narcotics Control Act y la Boggs Act, que en la lógica 
de la Ley Harrison, y en la década de los cincuenta, contienen previsiones punitivas 
que a su vez serán el modelo de los siguientes años. 
Límite temporal justificable, toda vez que los aspectos básicos y recurrentes 
de las políticas antinarcóticos, así como de su estructura, son dados en los primeros 
cincuenta años del siglo XX; las variaciones institucionales subsecuentes son, aunque 
con diferencias de grado importantes, consistentes con las líneas históricas que serán 
explicadas. 
Hoy día las políticas antinarcóticos forman parte del entramado represivo, 
erigido como respuesta por el capitalismo estadounidense a los desafíos a su 
rapacidad y voracidad. Que bajo la lógica de la prohibición y la represión se haya 
erigido como un jugoso negocio el encarcelamiento, expresa con una literalidad 
escalofriante la inmoralidad de todo el proceso. Elaboración quintaesencial del 
enemigo, la ventaja de la prohibición, es que al margen de las fluctuaciones temáticas 
de la enemistad externa, transfigurada circunstancial y alternativamente en franceses, 
alemanes, comunistas o árabes, provee de una amenaza constante y en continua 
expansión, capaz de justificar la normalización de un estado de excepción 
permanente, tanto como el levantamiento de fortalezas policiacas en constante 
vigilancia de sus ciudadanos. 
Vigilancia que no se reduce exclusivamente a los aparatos policiacos 
explícitos, pues comprende también la cauda de estigmas y prejuicios que pesan 
sobre sus consumidores, así como sobre aquellos grupos sociales a los que se 
atribuye una disposición patológica hacia la criminalidad; asociada, por extensión 
teológica, con el consumo de sustancias psicoactivas. Doble pinza que, 
ideológicamente, cierra el cerco material tendido sobre el descontento popular; 
vigilancia y control amplificados más allá del cerco policiaco. 
Es por ello importante entender que la asimilación acrítica de la farmacología 
calvinista, condena de todas las formas posibles a la persecución y al mantenimiento 
del enfoque punitivo, que en suma, alientan el movimiento incesante de una empresa 
 11
capitalista –el narcotráfico- cuya variable fundamental es el esquema de castigo que 
alimenta como último punto su alto valor agregado. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 12 
Capítulo 1 
 Hegemonía y políticas antinarcóticos 
¿A partir de qué “tabla”, según 
qué espacio de identidades, de 
semejanzas, de analogías, hemos tomado 
la costumbre de distribuir tantas cosas 
diferentes y tan parecidas?3 
Michel Foucault, Las palabras y las 
cosas 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
3Foucault ,Michel, Las palabras y las cosas, México, SXXI, 1998, pág. 5 
 13 
1.1. Narcotráfico y corrupción política: el caso de México 
La referencia inmediata en los temas que atañen a las drogas como objeto de 
devoción represiva, supone que aún con la violencia que acompaña su persecución y 
la fractura a un mismo tiempo de una serie de relaciones de legitimidad y 
convivencia al interior de las distintas sociedades en que ello tiene lugar –espacios de 
aplicación de las políticas antinarcóticos-, éstas deben ser erradicadas. Su consumo, 
se afirma, no sólo corrompe a los individuos que las consumen, también a toda la 
serie de disposiciones morales presupuestas como los fundamentos de la vida en 
sociedad, que prescriben que los individuos, debiéndose a sí mismos y a su entorno, 
soslayan sus obligaciones morales, económicas, políticas, etc., por el uso de 
vehículos “externos” para modificar su ánimo; paradójicamente, las razones 
esgrimidas para la persecución y mantenimiento de la cruzada, se sitúan a contrapelo 
del espíritu de una época que se presumeesencialmente secular. Antonio 
Escohotado, no sin ironía, señala el despropósito de quienes asumen esa lucha como 
propia, sin ser sus artífices y principales beneficiarios, dice pues que “Todavía hoy, 
cuando tantos templos aparecen vacíos o semivacíos en las sociedades industriales 
avanzadas, muchos no practicantes pueden seguir sintiéndose fieles a lo nuclear de su 
antigua Iglesia con una postura intransigente en materia de psicofármacos”.4 
No obstante, cualesquiera que sean las razones de su rechazo, la droga –
burda generalización, menospreciante de la diferencia específica entre una y otra 
sustancia, ya por su composición, ya por sus efectos- previa fetichización, ha sido 
convertida en razón suficiente para demandar y crear en consecuencia una serie 
interminable de medidas represivas e intrusivas, en la vidas de ciudadanos comunes y 
de naciones enteras. 
Una parte de la discusión dominante en los países de la periferia imperial 
(AL), juzga la intrusión pero absorbe el contenido original de la noción de droga. 
Así, tenemos un discurso que reprueba, apelando a una serie de derechos 
considerados originarios, las políticas antinarcóticos de los Estados Unidos, pero que 
extiende la reprobación moral y penal del consumo al interior de sus propias 
sociedades; y que considera ilegítimo e inmoral primero e ilegal en última instancia, 
que cualquiera emprenda, recreativa o médicamente, el consumo de sustancias 
“deformantes” de la propia conciencia. Se crítica el ejercicio transnacional de una 
 
4Escohotado, Antonio Historia de las drogas 3, Madrid, Alianza Editorial, 1998, pág. 341 
 14 
soberanía que se asume universal –la estadounidense- y la extorsión política 
consecuente, pero se abstiene de problematizar que la extensión de esa soberanía, se 
ha dado ya en el cruce de los distintos vértices que dotan de sentido a una noción 
histórica y políticamente determinada y que al final ha sido asumida como propia;5 
las consecuencias están a la vista y México y su problema con el narcotráfico es 
ejemplo. 
El problema no es menor. Su expresión más evidente son las numerosas 
ejecuciones de individuos6 y las consecuentes declaraciones de autoridades en todos 
los niveles que hacen ostensible lo desproporcionado de la confrontación, su 
incompetencia para disminuir la intensidad de la violencia y para resolver el 
problema desde lo que se supone es el fondo, es decir, el arresto de los jefes 
principales y el desmembramiento de sus respectivas organizaciones criminales. 
Signos inequívocos de la disputa entre las distintas facciones de narcotraficantes por 
el mercado, la multiplicación de los muertos y la multiplicación de la incapacidad de 
la autoridad, por ser los aspectos más sobresalientes, impiden casi siempre dar cuenta 
de la magnitud del problema y el desastre que le acompaña. 
De la incapacidad o plena complicidad gubernamental y ante la carencia de 
datos verificables, con sólo unas cuantas detenciones que han puesto el dedo en la 
llaga, se deduce la corrupción de la autoridad toda por el poder del dinero 
proveniente de los narcotraficantes; y de ahí, hasta el nivel más ínfimo. Como lo 
menciona el siguiente editorial, el narcotráfico es un asunto que involucra algo más 
que el puro contenido de las versiones oficiales y reporteriles: 
 
 
5Ver Fox Quesada, Vicente, Presentación del Programa nacional para el Control de Drogas 2001-2006 
[en línea]; 4 de noviembre de 2002, Dirección URL: www.presidencia.gob.mx; Ver también De Greiff, 
Pablo, “Drogas, soberanía nacional y legitimidad democrática” en Moralidad, legalidad y drogas, 
México, FCE, págs. 330-356 
6Hasta noviembre del 2004 se contabilizaban 1000 ejecutados en que lo iba de ese año, “… cada ocho 
horas, en los últimos diez meses de este 2004, un narcotraficante es ejecutado por sicarios de bandas 
enemigas. El control por los territorios y de los cárteles de la droga va sembrando las calles y las ciudades 
de un terror cuyo fin nadie alcanza a ver”. Felipe de Jesús Gonzáles, 10 meses de ejecuciones entre 
narcos, La Revista, semana del 8 al 14 de noviembre de 2004, págs. 14-23. 
Por su parte Jesús Blancornelas menciona lo siguiente para ilustrar su pesimismo: “Pero en Baja 
California los ajusticiamientos en los últimos quince años, pasan de 300 y a veces llegan a 400 por año. 
Enumeración parecida a la de Sinaloa. Aproximada a la de Ciudad Juárez. Seguramente cercana al terror 
neolaredense. Todavía no llega a tanto en el Distrito federal. Guadalajara también computa en la tragedia. 
Despunta en Veracruz. Sonora. Quintana Roo. Pocos en Oaxaca. Algunos en Nayarit o Colima. Hartos en 
Guerrero. Total. Ya son miles. Y no llegan a cientos los despejados en origen y causa.” Cfr. Blancornelas, 
Jesús, Plata y Plomo, Viento Rojo; Diez historia del narco, México, Random House Mondadori, 2004, 
págs. 49 y 50 
 15 
El rostro más visible del narcotráfico es la violencia, hoy protagonista del noticiero 
nacional, pero su maquinaria es más vasta y compleja de lo que suele imaginarse: el 
narco es dinero (mucho, es un factor de estabilidad a nivel país y de corrupción en 
todos sus niveles); el narco es poder puro y duro, poder que se ejerce y que moviliza, 
poder concreto, enemigo de la teoría y de la abstracción; el narco es una red de 
relaciones humanas tan grande y tan extendida, que se ignora a sí misma: nadie 
conoce bien todos los nudos que la conforman; el narco es cultura e idiosincrasia, ha 
permeado en la psique del mexicano hasta la costumbre; vivimos con él, con sus 
iconos de sangre y oro, con su jerga, todo a ritmo de corrido; el narco es y será un 
flagelo invencible mientras no se legalicen algunas de las drogas que lo hacen 
posible. El narcotráfico ha entrado, en fin, a nuestras vidas, y hemos de lidiar con su 
nefasto poder de irradiación.7 
 
El narcotráfico por caso designa en consecuencia una relación compleja de 
fenómenos, que desde el despropósito inicial del término narcótico para designar el 
amplio espectro de sustancias embriagantes, de igual forma contribuye a las 
ambigüedades propias de un tema cuya existencia pasa fundamentalmente por su 
apartamiento de la legalidad y por su inasibilidad material, en la medida en que las 
instancias encargadas de su clasificación y entendimiento oficial , esto es, las 
agencias de seguridad y cuerpos policiacos, se encuentran íntimamente vinculados a 
sus actividades. Es necesario entonces cobrar conciencia de los usos ideológicos de 
un concepto que en su aparición y evolución, así como en sus intenciones 
multiabarcantes, proyecta las más de las veces una concepción equivocada y 
oportunista de un una serie abigarrada de fenómenos, que en su roce con lo criminal 
se alejan de cualquier posibilidad de conceptualización unívoca y tradicional. 
 
1.1.1. La asimilación orgánica del narco 
El narcotráfico como poder involucra de lleno al ejercicio de gobierno. Sin 
distinciones orgánicas de fondo, la simbiosis entre ambos está dada, sin embargo, por 
la necesidad imprescindible al crimen organizado de tender lazos más o menos 
firmes y consistentes con el poder político, para prolongar su existencia y proveerla 
de seguridad; la tesis de la confrontación irreductible y la oposición final entre el 
Estado mexicano y el narcotráfico, eluden evidencias de peso respecto a esa 
comunión. 
La historia contemporánea de México puede ser leída como el resultado de la 
institucionalización de la centralización política lograda en el porfiriato y sus 
consecuencias políticas, incluyendo el discurso sobre la transición a la democracia. 
Así pues, como señala Patricio Marcos, el sistema político emanado de la Revolución 
 
7Editorial, Letras Libres, Septiembre 2005, año VII, número 81, pág. 13 
 16 
de 1910, tiene como nota distintiva “… la institucionalizaciónde los sistemas de 
gobierno implantados por el general Díaz, quien fue incapaz de despersonalizarlos”, 
concentrándolos a través de la constitución política, en una sola figura, la del 
presidente, “…además de las jefaturas administrativa, gubernamental y estatal, la de 
las fuerzas armadas”. Adyacentemente, el otro componente fundamental, el del 
partido de Estado, complementó esta estructura esencialmente vertical que, para 
Marcos, en su conjunto, constituyen el secreto arcano de este régimen de poder8; es 
decir una fortaleza de lealtades, organizada en torno a la voluntad sexenal del 
presidente en turno, cabeza de todo el sistema; -lealtades sin embargo nunca gratuitas 
y amparadas, antes bien, en la distribución de los recursos, así como las posiciones 
de mando públicas-. 
A un sistema así de centralizado, difícilmente escapan los avatares de 
cualquier actividad, por más ilegal que esta sea, de hecho, las evidencias históricas 
disponibles señalan no sólo la colusión, sino la estimulación temprana por parte de 
mandos militares, policiacos y políticos, de la producción y tráfico de drogas en 
México, como respuesta a la aparición de un incipiente mercado negro resultado de 
la prohibición de las drogas en los Estados Unidos; esto es, que el mercado de drogas 
en México es organizado desde el poder político.9 
Integrándose desde un principio al sistema de lealtades y a la organización 
clientelar de las mismas, el narcotráfico se encuentra gravitando en torno al poder 
político y no al revés, de modo que 
 
… los grupos criminales mexicanos dedicados al tráfico de drogas no tiene la 
capacidad de lanzar desafíos al sistema político por que están internalizados de un 
modo tal que su vida depende absolutamente de las decisiones que afectan a sus 
conexiones políticas, capaces con igual determinación de mantenerlos en el mercado 
y de expulsarlos con la ayuda de un aparato de seguridad estatal al servicio de los 
intereses formales e informales preponderantes en un determinado momento.10 
 
 
8Marcos, Patricio, Cartas mexicanas, México, Nueva Imagen, 1985, págs. 58-62 
9 Ver Resa Nestares, Carlos La organización de la producción de drogas en México y Sistema Político y 
Delincuencia Organizada en México: El Caso de los Traficantes de Drogas, Working Paper 02/99, 
http://www.uam.es/personal_pdi/economicas/cresatext10html. En este último refiere como el embajador 
de Baja California, Esteban Cantú (1914-1920) “… se convirtió en los albores revolucionarios en el 
paradigma de la regulación de la delincuencia organizada en particular el tráfico de drogas hacia los 
Estados Unidos. Negándose incluso a utilizar las aportaciones del gobierno central, sus fondos procedían 
de un amplio espectro de negocios ilícitos”. pág. 20 
10Ibídem, Sistema Político y Delincuencia organizada en México: El caso de los traficantes de drogas, 
pág. 5, Dirección URL: 
http://www.uam.es/personal_pdi/economicas/cresa/igm-wp-02-99.pdf 
 17 
Lo que ha sucedido es que el poder político se ha servido, consistentemente, 
de la extracción de recursos millonarios del narcotráfico, a través de la red de 
agencias de seguridad y el ejército mismo, proporcionando protección y servicios 
múltiples a los traficantes; dándole así cohesión al mercado, alimentando de este 
modo el sistema de clientelas políticas y fortaleciendo en última instancia el sistema 
de lealtades: “El gobierno central, o partes importantes del mismo, contribuyen a dar 
sofisticación al comercio poniendo en contacto las diversas ramas del mismo, antes 
mal entrelazadas, tanto territorial como sectorialmente, desde la producción al lavado 
de dinero”.11 
Y en esa lógica la oposición que ha sido esgrimida colocando al narcotráfico 
como enemigo del Estado, y consecuentemente como riesgo para la seguridad 
nacional, en el entendido de que aquél en verdad fuese un riesgo para su integridad –
y de ello un riesgo para la seguridad- elude que por su naturaleza, el Estado 
mexicano, ha asimilado al narcotráfico como uno más de sus fuentes informales de 
ingresos, incorporándolo a los patrones de cambio, integración y confrontación de la 
elite política, porque a diferencia de lo que sucede con otros Estados 
latinoamericanos, por ejemplo Colombia, “…el estado mexicano ha tenido un control 
sobresaliente sobre todo su territorio, lo cual deja sin margen el surgimiento de 
santuarios de impunidad en los que la protección privada de los cultivadores 
constituya una amenaza frente a la actividad estatal.”12 
De modo que, como lo establece el Instituto Mexicano de Estudios de la 
Criminalidad Organizada (IMECO), “La especificidad fundamental del crimen 
organizado en México es que se origina, se sostiene y nutre desde las estructuras del 
estado, en particular de aquéllas que teóricamente existen para combatir, 
precisamente, a la delincuencia.”13 Desde esta perspectiva, bastante inconveniente 
para la visión dominante del problema, la dicotomía entre narcotráfico y Estado 
queda disuelta, teniendo bajo el concepto de Narcoestado una aproximación más 
cercana al problema. 
 
 
 
 
11 Ibídem, pág. 19 
12Ibídem, La organización de la producción de drogas, pág. 12, Dirección URL: 
http://www.uam.es/personal_pdi/economicas/cresa/text10.html 
13 IMECO, citado en Ibídem, Sistema Político y…, Op. Cit. pág. 36 
 18 
1.1.2. Otras consecuencias de la guerra contra el narcotráfico 
No agota ahí sus consecuencias por lo que hace a nuestro país; el desastre es 
mayúsculo si nos ocupamos de los resultados que la guerra contra las drogas ha 
tenido en el campo y en las comunidades campesinas, alterando su existencia, 
situándolos como parte de la lista interminable de sus damnificados: “La siembra de 
mariguana y amapola, de ningún modo reciente, ha sido desde la década de 1980 
fuente sistemática de perturbación, incursiones punitivas de los judiciales y del 
ejército, asesinatos a mansalva, torturas, saqueos, desapariciones, violaciones. En 
esta «guerra de baja intensidad» no hay ni descanso ni posibilidades de tregua.”.14 
Sin obviar, desde luego, que esta situación se agudiza en el contexto de la 
liberalización comercial, el desastre de la reforma agraria y la lumpenización del 
campo. 
Tampoco podemos soslayar que la relación entre el narcotráfico y el Estado 
mexicano, ha devenido sucedáneo de otros vínculos, más allá de los que la 
corrupción expone, me explico, el proceso de restricción de las funciones estatales de 
los últimos veinticinco años trajo aparejada consigo, la penetración del narco donde 
la actividad del Estado se encontraba virtualmente ausente o bien donde se había 
aplicado en detrimento de poblaciones enteras; es el caso del campo arriba citado; 
también por lo que hace a la generación de empleos y a la construcción de 
infraestructura; la movilización de incuantificables recursos financieros que ilegal o 
legalmente se han introducido a la economía o como lo menciona un reconocido 
investigador: “En otras palabras, el peso del narco en un país va más allá de la 
corrupción: es un actor económico importante, y puede llegar a ser 
imprescindible.”.15 
La militarización del combate al narco es otra de las secuelas ineludibles en 
esta historia; a pedido expreso de los Estados Unidos a partir de la Iniciativa Andina 
de 1989 se ha justificado, de nuevo, el papel de los ejércitos latinoamericanos en la 
preservación de la seguridad interna, haciendo cada vez más tenue o inexistente la 
diferencia entre responsabilidades civiles y militares. No es entonces una 
exageración retórica o metáfora delirante argüir que de un modo soterrado, en el 
campo mexicano se ha desplegado una guerra de baja intensidad, que atravesada por 
 
14Monsiváis, Carlos, “El narcotráfico y sus legiones” en Viento Rojo… , págs. 24 y 25 
15 Chabat, Jorge,“Narcotráfico y Estado: El discreto encanto de la corrupción”, en Letras Libres, 
Septiembre 2005, año VII, número 81, pág. 14 
 19 
el motivo explícito de hacer frente al «flagelo de las drogas» se entrevera con las 
otras necesidades de la seguridad nacional, a saber, las que se desprenden de la aguda 
concentración de la riqueza y la lumpenización de un porcentaje mayoritario de la 
población; consistentes en la contención de las incipientes y difusas manifestaciones 
de descontento social emergentes de aquella situación. 
“De cada veinte aprehendidos por delitos contra la salud –escribe Fabrizio 
Mejía Madrid-, sólo uno es por comercio. El resto es por consumo. Por cada 
cincuenta productores arrestados en el campo, sólo uno es aprehendido en las 
ciudades por comercio. La autoridad se ensaña con los campesinos y los pachequines 
de banqueta, y deja suelto el eslabón del comercio semiminorista”16, agregando a ello 
que tampoco ha podido con el eslabón más grande, el de los grandes traficantes. 
De modo que la guerra contra las drogas en nuestro país y en Latinoamérica 
ha adquirido la tonalidad de una guerra contra los pobres y los consumidores, estos 
últimos simples ciudadanos de a pie 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
16 Mejía Madrid, Fabrizio “¿Piedra o polvo? Escenas del consumo a pie” en Letras Libres, Septiembre 
2005, año VII, número 81, pág. 30 
 20 
1.1.3. Narcotráfico y corrupción 
Circulando por entre los segmentos esbozados del problema lo fundamental: 
el dinero corriendo a raudales, haciendo de este negocio una industria boyante, sin 
comparación posible con cualquier otro negocio lícito, y quién sabe si otro negocio 
ilícito se le compare: “Los cárteles mexicanos son hoy tan prósperos que, según se ha 
informado, gastan 500 millones de dólares anuales sobornando funcionarios: 
cantidad que duplica el presupuesto anual de la oficina del procurador general de 
México, principal responsable de la aplicación de la ley contra la droga”.17 Datos 
aproximados, -simples estimaciones sobre un negocio que sólo le rinde cuentas a 
quienes lo usufructúan- igual que la cifra anterior, se calculaba en el mismo informe 
que las ganancias anuales por las ventas al menudeo de las drogas ilícitas iban de los 
100 000 hasta los 400 000 millones de dólares.18 
Sin saber con exactitud cuanto dinero se genera por concepto de narcotráfico 
y a que rubros se destina, queda la certeza de que lo estratosférico de sus 
dimensiones es lo único indudable; y con esa certeza, la convicción de que la 
violencia y la corrupción, extendidas desde esa matriz a todos los ámbitos 
imaginables vulneran, cualquier forma de defensa ética, erigiendo al tiempo criterios 
relativistas para la valoración de la vida humana. 
Coincido sin embargo con el siguiente argumento respecto a la posición que 
juega el narcotráfico en una necesaria relación de causas y efectos: “La emergencia 
del narco no es ni la causa ni la consecuencia de la pérdida de valores; es, hasta hoy, 
el episodio más grave de la criminalidad neoliberal. Si allí está el gran negocio, las 
víctimas vienen por añadidura. Y con ellas la protección de las mafias del poder.”.19 
Así mientras el mercado provea de recursos millonarios al negocio, sin lugar a dudas 
éste seguirá operando con independencia de las personas que le constituyen, 
sufragando la corrupción de las mafias mencionadas. 
No hay que confundir, sin embargo, la importancia relativa que tiene cada 
uno de los términos que intervienen en el problema; su naturaleza económica, su 
inserción y comportamiento como cualquier otra mercancía en los flujos comerciales, 
si bien le proveen de condiciones óptimas como negocio, no son las razones últimas 
 
17Council on Foreing Relations, Reflexiones sobre el control internacional de las drogas, Informe de una 
fuerza de trabajo independiente, México, FCE, 1997, pág. 85 
18Ibídem, pág. 22 
19Monsiváis, Carlos, Op. cit., pág. 43 
 21 
de su prosperidad ni de la imposibilidad de erradicarlo, sobre ello Hugo B. Margain 
menciona: 
 
Al examinar los diversos elementos que concurren en el tráfico de drogas y después 
de estudiar las cifras estadísticas, se aceptó que el elemento crucial del problema se 
identifica en el consumo que se alienta por las enormes ganancias obtenidas por los 
traficantes (…) La demanda permanente alienta la oferta y origina la proliferación 
de las organizaciones gansteriles dedicadas al criminal comercio (…) El verdadero 
éxito consiste en la reducción de la demanda de los Estados Unidos, y los programas 
erróneamente dirigidos a la interceptación deben cambiar su énfasis: dirigirse a 
impedir el consumo de drogas a base de la educación de los individuos.20 
 
En efecto, sin demanda no hay oferta; desplazar la explicación hacia la 
demanda, permite ubicar el origen y causa primarios del problema del narcotráfico y 
de las drogas, fuera del ámbito doméstico de los países productores. 
La inversión de la ecuación de la oferta y la demanda avanza hacia una 
explicación que contempla, en este caso, la responsabilidad estadounidense en la 
expansión y fortalecimiento del negocio en los países productores. No obstante, 
sobrestima el papel de los consumidores, atribuyéndoles una importancia que 
escasamente tienen en el proceso de racionalización del ciclo económico de 
producción, tráfico y consumo, y lo que es más importante, no rebasa las 
coordenadas ideológicas establecidas para la interpretación del problema desde los 
Estados Unidos. El enfoque sobre la demanda deja intacto el núcleo esencial del 
problema, reforzando el carácter punitivo de la estrategia, aunque su énfasis lo haga 
sobre la rehabilitación y la educación de los consumidores. 
En este último caso, el poder de los consumidores –si acaso existe no sólo 
sobre ésta sino para cualquier mercancía- no influye ni en el precio ni en la calidad 
de lo consumido -constituyéndose en un mercado cautivo-. Las ganancias 
multimillonarias del narcotráfico dependen de la cautividad de ese mercado y tal 
posición se encuentra dada, por un elemento extraeconómico: la ilegalidad del 
negocio y del consumo; es esa ilegalidad más que la demanda misma la que 
incrementa los beneficios absolutos de esta actividad económica. Con una base 
incomparablemente menor de consumidores a la de cualquier otro producto de 
consumo masivo fabricado sobre la tierra – y sin ganancias semejantes-, la demanda 
 
20Prólogo de Margain, Hugo B., en El combate a las drogas en América, Smith, Peter H., (compilador), 
México, FCE, 1993, pág. 27 
 22 
en este caso, no puede explicar por sí misma, los grandes dividendos de este negocio, 
que son las que lo vuelven finalmente atractivo. 
Lo que hace prácticamente invulnerable al narcotráfico, no es ninguna de sus 
cualidades inherentes, si no las condiciones bajo las que opera como actividad 
económica y gracias a las cuales obtiene sus ganancias. Estas condiciones están 
dadas, por el marco general de la prohibición y las políticas que se han desprendido 
de éste; tal como lo menciona Josefina Álvarez Gómez, lo que han hecho estas 
medidas es 
 
(…)dinamizar el mercado de la droga dándole una “eficacia diabólica” que gracias a 
la prohibición, permite a los traficantes crear un monopolio artificial a través del 
cual elevan los precios desmedidamente y, gracias a la represión, les permite crear 
una función exponencial en la propagación de la mercancía que hace, entre otras 
cosas, que la promoción del consumo a través de la incorporación de cada vez más 
“dealers-consumidores” se vuelva uno de los elementos fundamentales para asegurar 
ganancias a los empresarios de la droga y sus intermediarios.21 
 
Operando económicamente como cualquier otra industria en condiciones de 
mercado -obedeciendoirrestrictamente los dictados de la ley de la oferta y la 
demanda-, el narcotráfico gana ahí donde supuestamente pierde. De no ser a través 
de la prohibición, no hay dudas al respecto, el negocio de la producción no sería tan 
rentable y de interés para el crimen organizado. 
Las versiones oficiales sobre las lucha contra el narcotráfico (como política 
de Estado), concurren en un punto común, por lo menos por lo que hace al continente 
americano: la necesidad de erradicar la producción y venta de drogas, que en última 
instancia, terminan por vulnerar las mentes y los cuerpos de sus ciudadanos, y que 
generan además (como modalidad consustancial), una espiral de actividades ilegales, 
acompañadas de una fuerte dosis de violencia y de menosprecio de instituciones que 
son consideradas como fundamento de la democracia. 
De vuelta al argumento de Margain, lo que es cierto, es que el problema de 
nuestro país con el narcotráfico, aún cuando se confundan en él las causas y los 
efectos, no debe su origen a razones domésticas. El problema de México y del resto 
de los países productores, en su combate a la sección del problema correspondiente 
tanto a la producción como al tráfico de drogas, ya ha sido enunciado, esta en el 
poder obtenido por los cárteles, a través de las grandes cantidades de dinero 
 
21 Álvarez Gómez, Ana Josefina, Políticas antidrogas y proyecto neoliberal en Estudios 
Latinoamericanos, núm. 4, Nueva época, año 2, julio-diciembre, 1995, págs. 75 y 76 
 23 
obtenidas por la venta de sus productos. Tales cantidades de dinero no son función de 
la demanda, sino del marco general en el que se asienta el consumo; ese marco es el 
de la prohibición. 
Conviene entonces pensar el problema desde una perspectiva, que incluya las 
razones de la prohibición como parte indispensable de la comprensión del problema 
que aqueja la seguridad del Estado mexicano; razones que aún cuando han sido 
introyectadas como parte de los imperativos políticos propios, no son en su origen 
domésticas. 
El combate al narcotráfico en México, se encuentra inserto dentro de una 
estrategia más amplia de carácter continental, cuyas directrices son prefiguradas por 
los lineamientos y necesidades de los Estados Unidos. El enfoque predominante en 
los EU, ha atribuido a la erradicación de la oferta un papel fundamental: 
 
Los presidentes de EU han mantenido por largo tiempo que la responsabilidad por el 
abuso de drogas de América reside principalmente en los países suministradores, y 
que eliminando las drogas ilegales “en o cerca del origen” es la forma más efectiva 
de limpiar el mercado de EU. Como consecuencia, los Estados Unidos gastan una 
gran energía diplomática presionando a los gobiernos de los países productores en 
Latinoamérica y por otra parte actuando decisivamente contra el tráfico de drogas.22 
 
Lo anterior, escrito en 1986 como expresión sintética de la actitud 
estadounidense, no ha variado sustancialmente en nuestros días; las líneas de acción 
que detalla el autor son inclusive idénticas: 
 
Washington provee de ayuda considerable a los programas latinoamericanos 
antidrogas. Muchos de los programas son dirigidos hacia el reforzamiento e 
involucramiento de entrenamiento o equipamiento de las fuerzas policiales locales 
de combate; el desarrollo de herbicidas para uso contra los cultivos de coca, opio o 
marihuana; y el suministro de inteligencia sobre la producción y tráfico de drogas.23 
 
Es a partir de este enfoque, al que subyace la ilegalización de toda actividad 
relacionada con las drogas, que el narcotráfico emerge como problema para México. 
Ejecuciones múltiples, avance incontrolado del crimen organizado, colusión entre la 
clase política y el narco, la penetración del ejército y la policía con la consecuente 
vulneración de la estructura de seguridad del Estado, son algunos ejemplos del poder 
del narco y de la extensión de su influencia a todos y cada uno de los ámbitos de 
nuestra sociedad. Todos estos elementos sugieren la urgencia de soluciones a un 
 
22 Lee III, Rensslaer W., The Latin American drug connection en Foreign Policy, Number 61, Winter 
1985-86, pág. 143 
23Ibídem, pág. 143 
 24 
problema que es superior a la capacidad de respuesta del Estado; no obstante, en esta 
búsqueda, las más de las veces, se ha obviado la interrogación sobre la genealogía de 
la prohibición. 
En el fondo del problema se encuentra sin lugar a dudas, el hecho de que es 
partir de la prohibición estadounidense de las drogas, que se despliega una estrategia 
de carácter continental, cuyo corolario es la implementación de políticas nacionales 
ad hoc. El esquema es en realidad simple, sin embargo, el encarecimiento por la vía 
legal de la oferta, terminó por dinamizar un mercado que de otra forma no obtendría 
tales dividendos; el castigo no ha hecho sino incrementar los precios, teniendo como 
consecuencia un negocio con una alta tasa de rentabilidad, que ha mostrado, a pesar 
de las medidas implementadas, un incremento sostenido de la demanda, aunando a 
ello, el hecho de que tal situación ha generado a los consumidores innumerables 
riesgos, -más allá de la persecución- que tienen que ver con la calidad de lo 
consumido, casi siempre lamentable. 
Es entonces labor impostergable, indagar sobre los fundamentos de unas 
políticas que no nacen de nuestras necesidades y directrices, sino de la proyección de 
las necesidades de control y vigilancia de una hegemonía plenamente 
transnacionalizada, de cuyas consecuencias hoy padecemos sus múltiples efectos. 
La incursión en las políticas antinarcóticos y en la prohibición como sustrato, 
es a este propósito, el seguimiento de una ruta que nos permita pensarlas insertas en 
un sistema que las subsume, les proporciona sentido y del cuál obtienen sus 
encomiendas. Vista de este modo, la pregunta sobre el origen de las políticas 
antinarcóticos y de la prohibición, es una pregunta sobre la hegemonía política en los 
Estados Unidos; para tal vez así, entender que del fracaso objetivo como diagnóstico 
de la estrategia antinarcóticos, es imposible obtener una perspectiva adecuada de las 
razones de su mantenimiento a ultranza. O puesto en otras palabras, que su 
permanencia es una función del sistema y no del fracaso de sus objetivos 
manifiestos. 
 
 
 
 
 
 25 
1.2. Sobre el concepto de hegemonía (Notas sobre la hegemonía, el Estado 
y la historicidad de la verdad) 
Pensar la hegemonía supone el examen de una serie de nociones, que nos 
conduzcan en el desentrañamiento de los propósitos del sistema político 
estadounidense, para extraer tanto las claves generales de su funcionamiento como 
sus propósitos particulares. 
El análisis que se lleva a cabo con la intención de explicar la hegemonía 
norteamericana a través de las políticas antinarcóticos, es discernible en dos 
momentos constitutivos del proceso de dominación, que según Gramsci son los 
siguientes: la sociedad civil y la sociedad política, instrumentos conceptuales que 
permitirán localizar y comprender en su ejercicio, la función política y social que 
cumple la prohibición de la producción, tráfico y consumo de drogas en el ejercicio 
hegemónico. 
La sociedad civil es el “…conjunto de organismos vulgarmente llamados 
“privados”… y que corresponden a la función de “hegemonía” que el grupo 
dominante ejerce en toda la sociedad”.24 Es el momento consensual de la 
dominación, cuyas notas distintivas son ubicables en el campo de la producción 
ideológica y de la delegación y gestión de la misma en y por parte de los 
intelectuales. En ese tono, la sociedad civil es discernible, a través de la existencia de 
un grupo de intelectuales vinculados a la clase dirigente, así como de la producción 
por parte de éstos de una ideología orgánica comprensible en los términos de una 
visión del mundo,manifiesta en todos los campos de la realidad y que liga a todos 
los grupos sociales con aquella clase. Con la construcción, articulación y gestión de 
dicho sistema de creencias se orienta y consigue el consentimiento de las clases 
subalternas, en torno a los propósitos del sistema de poder encarnado en el Estado. 
El otro momento de la dominación y constitutivo por igual del Estado es el de 
la sociedad política, plano superestructural, cuya consigna es el “…«dominio 
directo» o de mando que se expresa en el Estado y en el«gobierno jurídico»…” es 
decir “… el aparato de coerción estatal que asegura «legalmente» la disciplina de 
aquellos grupos que no «consienten» ni activa ni pasivamente, pero que está 
constituido por toda la sociedad en previsión de los momentos de crisis en el mando 
y en la dirección en que el consenso espontáneo viene a faltar”.25 Momento pues, del 
 
24Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel , 6 Tomos, Ediciones Era, México, 1986, T.4, pág. 357 
25Ibídem, pág. 357 
 26 
uso de la violencia legítima a través del aparato legal ya sea mediante el ejército o la 
policía, sobre aquellos grupos amenazantes del status quo. Ambos espacios, el del 
consenso y la coerción, no son sin embargo antitéticos y en estricto sentido son parte 
de la misma unidad dialéctica. 
Queda de esta forma consignada la relación existente e indefectible entre la 
verdad como conocimiento y orden, y el poder; verdad como organización de lo 
existente, como demarcadora de sentidos, como codificación de la realidad y sanción 
de la norma y su correspondiente desviación, soportada de modo recíproco, por 
supuesto, en el ejercicio de la fuerza. 
Sobre aquella relación Foucault, siguiendo a Nietzsche, escribe lo siguiente: 
 
(…) en La voluntad de poder Nietzsche afirma que no hay ser en sí, y tampoco 
conocimiento en sí (…) Nietzsche quiere decir que no hay naturaleza, ni esencia ni 
condiciones universales para el conocimiento, sino que éste es cada vez el resultado 
histórico y puntual de condiciones que no son del orden del conocimiento. El 
conocimiento es un efecto o un acontecimiento que puede ser colocado bajo el signo 
del conocer, no es una facultad y tampoco una estructura universal”.26 
 
Si el conocimiento, y la verdad que de aquél se deduce, no está en la 
naturaleza de las cosas, habría otra serie de relaciones que definirían el status de la 
verdad y que apuntan a su radical contingencia, a su proximidad más hacia el nivel 
de las coyunturas, aunque éstas sean de largo aliento. 
Ambas relaciones, históricamente determinables, consignarían una 
posibilidad metodológica distinta para el estudio de las políticas antinarcóticos, como 
dominio de saber -núcleo organizador de la verdad- y como preservador del mismo, 
insertas a su vez en un orden político que les proporcionaría sentido. 
Considerando la existencia de ese sustrato, casi siempre provisional, en el que 
se gestan las premisas que sostienen toda verdad, es posible explorar los cimientos 
básicos que constituyen aquel orden político y los efectos de poder que de el se 
desprenden. En este tono la pregunta por la hegemonía, giraría en torno a la 
constitución de la soberanía como formulación de la autoridad y como producción de 
normas e instrumentos legales de coerción o lo que es lo mismo como producción de 
fuerza y consenso; que es posible sujetar a un esquema de análisis, en el que está sea 
comprendida como una construcción histórica. 
 
 
26Foucault, Michel, La verdad y las formas jurídicas, Barcelona, Gedisa, 2001, págs. 29 y 30 
 27 
1.2.1. Hegemonía, orden y enemistad: la hegemonía como el 
establecimiento de la diferencia 
Condición existencial de la conformación de lo político, la distinción 
amigo/enemigo se encuentra en el centro mismo de la construcción de la hegemonía 
entendida como orden y éste a su vez como distinción. Imposible no discernir, 
imposible no discriminar. La discriminación es el núcleo en torno al cual gira la 
construcción de lo político (Carl Schmitt), y es la hegemonía el hecho político por 
excelencia. 
La tarea precisa es determinar entonces, el núcleo semántico de la 
discriminación; centro irradiante de sentidos en torno al cual se organiza una serie de 
proposiciones discursivas, que legislan sobre lo política y socialmente permisible, 
tanto como sobre lo pertinentemente reprimible. No obstante, antes de avanzar hacia 
el esclarecimiento de tal hecho conviene detenernos, aunque sea sólo brevemente, 
sobre las consideraciones de Schmitt acerca de lo político. 
Para Carl Schmitt y frente a las fantasías liberales que conciben al mundo en 
oposición a lo político y al Estado, es el conflicto matriz específica para la 
conformación de cualquier forma de asociación humana. Lo esencial del hecho 
político y estatal estaría en función de esa conflictividad y el subtexto de ésta se 
encontraría, nos dice, en la posibilidad de discernir entre amigo y enemigo: 
 
 “… la distinción política específica, aquélla a la que pueden reconducirse todas las 
acciones y motivos políticos, es la distinción amigo-enemigo… El sentido de la 
distinción amigo-enemigo es marcar el grado máximo e intensidad de una unión o 
separación, de una asociación o disociación… El enemigo político… Simplemente 
es el otro, el extraño y para determinar sus esencia basta con que sea 
existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo.”27 
 
Diferencia inevitable al ser ontológica, la constitución del conflicto es pues 
inherente a la conformación de la identidad de Estado. Y si bien las encarnaciones de 
la enemistad son múltiples, su contenido específico está prefigurado ya en la 
percepción que de sí tenga el Estado; que el antagonismo se encuentre en el centro de 
la relación política, presupone a su vez la posibilidad de la guerra, ya exterior o 
interior con su necesaria cuota de exterminio físico, “…sólo en la lucha real se hace 
patente la consecuencia extrema de la agrupación política según amigos y enemigos. 
 
27Schmitt ,Carl, El concepto de lo político, Madrid, Alianza Editorial, 1991, págs. 56-57 
 28 
Es por referencia a esta posibilidad extrema como la vida del hombre adquiere su 
tensión específicamente política”.28 
Concebible lo político a través de la posibilidad del aniquilamiento físico 
(condición de guerra), los amigos y los enemigos serán condiciones inherentes a tal 
situación. La medida de la enemistad estará dada sin embargo por una definición; tal 
definición no corresponde a la totalidad del cuerpo social sino a la unidad política: 
 
“… como consecuencia de la referencia a la posibilidad límite de lucha efectiva, una 
de dos: o la unidad política es que decide la agrupación de amigos y enemigos, y es 
soberana en este sentido (no en algún sentido absolutista), o bien es que no existe en 
absoluto”.29 “Es soberano quien decide el estado de excepción (…)” confirma 
Schmitt en otro de sus textos y esa soberanía define “(…) en caso de conflicto, en 
qué consiste el interés público o estatal, la seguridad y el orden públicos, le salut 
public, etc.”30 
 
Esta unidad política no es ninguna abstracción, el mismo Schmitt se encarga 
de precisarlo al señalar que “…el «imperio del derecho» no significa otra cosa que la 
legitimación de un determinado status quo en cuyo mantenimiento están lógicamente 
interesados todos aquellos cuyo poder político o ventaja económica poseen su 
estabilidad en el seno de ese derecho.”31 La unidad política supone de este modo la 
preexistencia del dominio de un grupo o clase sobre el resto de la sociedad y será 
ésta quien signifique el potencial riesgo de extinción vital en tal o cual objeto. 
Que sea un grupo o una clase quien constituye la unidad política, trae consigo 
consecuencias de la mayor relevancia para esteanálisis, no sólo por lo que hace a la 
elaboración de un derecho funcional a sus necesidades, sino por el preexistente canon 
de normalidad del que las leyes son expresión. La normalidad no constituye sin 
embargo una entidad metafísica de la que se deduzcan principios generales de 
derecho; la normalidad es aquí construcción y es el Estado su principal arquitecto 
encargado de “… crear así la situación normal que constituye el presupuesto 
necesario para que las normas jurídicas puedan tener vigencia en general, ya que toda 
norma presupone una situación normal y ninguna norma puede tener vigencia en una 
situación totalmente anómala por referencia a ella”.32 
 
28 Ibídem, págs. 64-65 
29 Ibídem, pág. 69 
30 Schmitt, Carl "Una definición de la soberanía" en Carl Schmitt, teólogo de la política, Orestes Aguilar, 
Héctor, prólogo y selección de textos, México, FCE, 2001, pág. 23 
31 Ibídem. pág. 95 
32 Ibídem. pág. 68 
 29 
La normalidad es pues el origen de la distinción y forma parte de la 
circunscripción interna de la guerra por parte de la unidad política soberana; al 
interior ésta se encuentra facultada para, en consecuencia, determinar al enemigo 
dentro de las propias fronteras: 
 
Tal es la razón por la que en todo Estado se da una forma u otra lo que en el derecho 
público de las repúblicas griegas se conocía como declaración de polemios, y en el 
romano como declaración de hostis formas de proscripción, destierro, ostracismo, de 
poner fuera de la ley, en una palabra, de declarar a alguien enemigo dentro del 
Estado, formas automáticas o de eficacia regulada judicialmente por leyes 
especiales, formas abiertas u ocultas en circunloquios oficiales.33 
 
Las enemistades así dispuestas no sólo son contingencias arbitrarias sino 
necesidades ontológicas. En ese plano la hegemonía cultural (Gramsci) constituiría la 
construcción de la normalidad y negativamente, como vimos en Schmitt, traería 
aparejada la existencia de amenazas a esa normalidad. Pero esa normalidad, tanto 
como el orden jurídico que le da forma, reiterando una idea ya expuesta, no es sino 
un artificio producto de una decisión política soberana ya que: “Todo orden deriva de 
una decisión; y también el concepto del orden jurídico, empleado irreflexivamente 
como algo natural, contiene la oposición de los dos elementos distintos de lo jurídico. 
También el orden jurídico, al igual que cualquier otro, se basa en una decisión y no 
en una norma”.34 
Las reflexiones anteriores han sido motivadas por una serie de preguntas que 
son hoy más que nunca pertinentes a propósito de los acontecimientos recientes, que 
involucran las violentas confrontaciones entre bandas de narcotraficantes, con el 
consabido cuestionamiento a la legitimidad del Estado mexicano. Preguntas que por 
lo demás adquieren relevancia por el objeto mismo de sus disquisiciones, a saber, la 
manera en que un orden se constituye como fuente de toda distinción, con las 
consecuencias ya descritas y a través del cual se inaugurarían efectos de poder, de 
control, de vigilancia y, en suma, de represión; pero frente al cual las más de las 
veces las versiones oficiales se abstienen de problematizar sus secuelas, o bien 
confunden causas y efectos de la guerra contra las drogas, invirtiendo sus sentidos y 
relaciones originales. 
 
33 Más adelante Schmitt en una cita profusa, específica otras modalidades de exclusión. “Existen 
múltiples y variadas formas atenuadas de declaración de hostis: confiscaciones, expatriaciones, 
prohibiciones de organización y asociación, exclusiones de cargos públicos.” Ibídem, págs. 75-77 
34 Carl Schmitt, “Una definición de la soberanía”, Orestes, Aguilar Héctor, Carl Schmitt, teológo…, Op. 
Cit., pág. 29 
 30 
La interrogante pasa entonces por la naturaleza e historicidad del orden, por 
las incidencias que alimentan su dominio, así como sobre el sustrato que lo arroja 
como medida de las cosas, como contenido de las palabras, como sintaxis 
imprescindible. El cruce con las políticas antinarcóticos se da de concebirse éstas 
como los mecanismos (no los únicos) de definición de los límites del orden 
establecido, (a través de la ejecución de la fuerza y del consenso). 
De modo que tales políticas sirven como un sitial privilegiado, refractario a la 
lógica de aquel orden en permanente estado de defensa. La evaluación de su 
efectividad deberá ser hecha no en función de la satisfacción de los objetivos 
manifiestos por su instrumentación, sino a partir de los objetivos que corren paralelos 
al establecimiento del Estado norteamericano, comprendido a su vez como status quo 
e identificable en el dominio de una clase social sobre las otras, es decir, como parte 
de la economía del poder estadounidense. 
Así las cosas e invertido el orden causal propuesto, la tarea de esta tesis es 
pensar las políticas antinarcóticos en una relación de subordinación a los imperativos 
y lógica de un sistema político basado en la desigualdad y comprometido en su 
extensión; que expone a través de sus prácticas, el temor de la clase dirigente frente a 
sus súbditos, o lo que es lo mismo, su temor a la revolución. 
La perspectiva es la construcción y manutención de la hegemonía en sus dos 
modalidades, como hegemonía cultural y como hegemonía política; en el primer 
espacio, el del consenso, la noción de saber (verdad) y su relación con el poder tal 
como las propone Foucault, son fundamentales para problematizar las políticas 
antinarcóticos, situándolas entre aquellos dos ejes. El propósito es resignificar las 
políticas antinarcóticos como efectivos mecanismos de control y vigilancia, que 
constituyen una forma de saber o de verdad, donde se desprenden efectos de poder en 
el terreno de la coerción, que en última instancia refuerzan el núcleo que constituye 
la hegemonía norteamericana, en el que abrevan naturalmente. 
No hay que perder de vista la importancia de estas nociones, en razón de que 
es en la hegemonía en dónde podemos hallar las claves necesarias para entender la 
función política de la prohibición de las drogas como norma moral y jurídica, 
extensión de ese núcleo soberano. 
Para el caso de los Estados Unidos conviene historizar las variaciones de las 
categorías arriba emplazadas; transnacionalizada su hegemonía, la definición de los 
dominios tanto de la sociedad civil y política como la distinción amigo/enemigo, 
 31 
adquieren dimensiones territoriales y espaciales inusitadas. La extensión ecuménica 
de su visión del mundo, amplía de igual forma el dominio de acción de la sociedad 
política y los instrumentos de coerción concurrentes a ella. Los efectos de la 
transnacionalización de su orden interno, amplían el abanico de amenazas reales o en 
potencia, de igual modo amplían, ya por su poderío material o ideológico, el margen 
de coacción a las disonancias de dicho orden. 
Es necesario entonces, definir aquél orden en términos de lo específicamente 
estadounidense precisando sus características; de su definición y precisión es posible, 
inferir las encomiendas de la prohibición, y cómo se ha articulado en una extensión 
conservadora y autoritaria, del dominio casi incuestionado de una clase sobre la 
totalidad del cuerpo social, por lo menos al interior de los EU a lo largo de todo un 
siglo; y que durante los últimos cincuenta años, la legislación al respecto ha fungido 
como el instrumento de una guerra, en principio no declarada, que después de 
nombrada se ha encargado de construir un entorno policiaco sumamente efectivo, 
cuya potencialidad rebasa con mucho su ámbito específico de aplicación. 
De su internacionalización ha derivado, más allá de las evidentes 
intervenciones estadounidenses en la región (AL), un primado ideológico sobre sus 
clases dirigentes, que cuestionan las intervenciones físicas y los intentos de coacción 
pero

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