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Universidad Nacional Autónoma de México 
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales 
 
 
 
Ensayo 
La Escuela Nacional Preparatoria del siglo XIX, arquetipo 
positivista 
de un régimen bonapartista 
 
 
 
Tesina que presenta 
Hugo Fernández de Castro Peredo 
para optar por el título de licenciado en 
ciencia política y administración pública (ciencia política) 
 
 
Directora: Dra. Carmen Solórzano Marcial 
 
 
Sinodales: Dra. Carmen Sáez Pueyo 
Dra. Carmen Solórzano Marcial 
Dr. Alberto Enríquez Perea 
Dr. Carlos Sevilla González 
Dr. Manuel Zúñiga Aguilar 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
México Junio de 2008 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 I 
Índice 
Introducción .....................................................................................................................................1 
Capítulo I. Anarquía en la Francia y México decimonónicos ....................................................... 11 
Francia .................................................................................................................................. 11 
México ................................................................................................................................. 34 
Discusión ...................................................................................................................................... 53 
Francia .................................................................................................................................. 55 
México ................................................................................................................................. 59 
Capítulo II. El bonapartismo galo y mexicano decimonónico ...................................................... 65 
Francia .................................................................................................................................. 65 
México ................................................................................................................................. 73 
Discusión ...................................................................................................................................... 84 
Capítulo III. El positivismo y sus aplicaciones. Auguste Comte y Gabino Barreda .................. 100 
Antecedentes doctrinarios ........................................................................................................... 100 
Doctrina positivista ..................................................................................................................... 104 
Discusión .................................................................................................................................... 109 
Capítulo IV. Función y símbolos de la Escuela Nacional Preparatoria del siglo XIX ............... 111 
Fundamento, fines, arranque ....................................................................................................... 111 
Discusión .................................................................................................................................... 117 
Conclusiones................................................................................................................................. 140 
Notas y referencias ................................................................................................................... XXIX 
1 
 
INTRODUCCIÓN 
No habrá ciencia si no se retiene lo que se ha oído. 
Niccolò Machiavelli.
1
 
 
En torno al acontecer político y educativo en el México decimonónico, cabe advertir 
que fue propósito central de este trabajo el tratar de no estar sujeto a ningún prejuicio 
histórico-político con el fin de: a) efectuar con serenidad y recto el análisis y reflexión de 
hechos y valores, elementos integrantes del hilo metodológico conductor de la 
investigación –y de la interpretación- de las cuestiones que se debaten aquí; b) fijar 
criterios politicológicos; c) precisar conceptos sobre los temas que se abordan en este 
trabajo. 
Es por eso que en esta investigación no se explora ni califica qué doctrina política, 
partido, facción o protagonista fue lo mejor para un país y su pueblo, así como tampoco 
se hace un reajuste tardío y tendencioso –-a toro pasado- sobre los hechos histórico-
políticos del siglo XIX y sus causas y efectos para inclinarlos hacia uno u otro lado de la 
moral, la justicia y la verdad, conforme la preferencia ideológica o política de algún 
especialista o del autor de este trabajo. 
Tampoco se tuvo el propósito de resaltar las conveniencias o desventajas políticas, 
económicas o sociales de los regímenes monárquico y republicano, centralista y 
federalista, conservador y liberal (igual liberal moderado que liberal radical) de México 
en el siglo XIX ni de los gobiernos del emperador Maximiliano I y de los presidentes 
Ignacio Comonfort, Benito Juárez, Félix Zuloaga, Miguel Miramón, Sebastián Lerdo de 
Tejada y Porfirio Díaz o, en Francia, de la I República, el Directorio o el Consulado, el 
emperador Napoleón I, la monarquía legítima, la monarquía orleanista, la II República y 
el emperador Napoleón III.2 
2 
 
Y no es porque carezca de importancia la investigación de tales temas y el análisis y 
síntesis correspondiente, sino porque el propósito académico de la tesis es otro, desde 
luego eminentemente politicológico. 
Es en tal sentido que el hilo metodológico conductor de este trabajo marca, por las 
circunstancias políticas e históricas en la Francia y México de los primeros siete 
decenios decimonónicos, un conflicto característico entre virtudes y valores, lo ideal y lo 
real, deber ser y ser, medios y fines, propósitos y acciones, legalidad normativa y 
legitimidad social y, romanticismo y realismo (con el antecedente de la ilustración y el 
empirismo-racionalismo), dando lugar a una coyuntura sui generis entre bonapartismo, 
positivismo y educación nunca vista antes ni después. 
Por eso el corazón del ensayo es tanto –como problema- el conflicto social y político 
de la época analizada en la investigación, que –como resultado- el hombre de estado 
autoritario (cesarista), un género bastante distinto al despotismo o a la tiranía. 
Y, aunque en el capítulo II se extiende un poco la noción de bonapartismo, es 
oportuno desde ahora señalar que es un término politicológico originario de Karl Marx 
(El 18 brumario de Luis Napoleón) y de Friedrich Engels (El origen de la familia, de la 
propiedad privada y del estado): 
“Para los fundadores del materialismo histórico el bonapartismo es la forma de gobierno en 
la cual queda desautorizado el poder legislativo, es decir el parlamento que en el estado 
democrático representativo creado por la burguesía es por lo común el poder primario, y en 
la que se efectúa la subordinación de todo el poder al ejecutivo guiado por una gran 
personalidad carismática, que se coloca como representante directo de la nación, garante 
del orden público y árbitro imparcial frente a los intereses contrarios de las clases. En 
realidad, la autonomía del poder bonapartista respecto de la clase burguesa dominante es 
para Marx y Engels pura apariencia, si se considera el contenido concreto de la política 
ejecutada por tal poder, la cualcoincide con los intereses económicos substanciales de la 
clase dominante. […] Por otra parte, esta forma de gobierno tiene sus raíces en una 
situación crítica de la sociedad civil, [una de] cuyas características básicas [es que] el 
conflicto de clase con el proletariado se ha vuelto tan agudo que la clase dominante se ve 
obligada, para garantizar la supervivencia del orden burgués, a ceder su poder político a un 
dictador capaz con su carisma y con los instrumentos de su despotismo ya no tradicional –no 
fundado en la sucesión legítima- de traer de nuevo a la disciplina a la clase dominada. […] 
3 
 
De esta definición del bonapartismo muchos autores, que son críticos más o menos duros de 
la tesis marxiana acerca del estado como instrumento de la clase dominante, han acogido y 
desarrollado sobre todo el concepto de que la dictadura bonapartista (o cesarista) constituye 
el desenlace inevitable de situaciones de anarquía y desorden debidas a una conflictividad 
exasperada entre las clases o los estamentos o los grupos corporativos en los que se 
articula la sociedad civil. Para los marxistas ortodoxos, la definición de Marx y de Engels del 
bonapartismo se volvió en los años veinte y treinta de este siglo el fundamento teórico 
principal de la interpretación marxista del fascismo.”
3
 
 
Además, para Kart Marx 
“el bonapartismo es la forma más prostituida y al mismo tiempo la forma del poder del 
estado que la burguesía emergente gesta, como útil de su emancipación del feudalismo y 
que la sociedad burguesa desarrollada a plenitud transforma finalmente en un medio de 
sujeción del trabajo al capital”.
4
 
 
También importa plantear desde el principio que el bonapartismo –a la par con el 
cesarismo- es una expresión particular de la modalidad general que es el autoritarismo 
y, asimismo, que esta tríada se diferencia claramente de la dictadura, conceptuada ésta 
por el historiador acucioso que fue Daniel Cosío Villegas como “un gobierno que, 
invocando el interés público, se ejerce fuera de las leyes constitucionales [lo cual no es 
el caso del presidente Porfirio Díaz que] en treinta y cuatro años respetó 
escrupulosamente las formas constitucionales [y estableció un gobierno] partidario 
extremoso del principio de autoridad”.5 
En cuanto al despotismo, que la ciencia política tradicionalmente liga al ejercicio 
tiránico del poder por una persona sola, la búsqueda llevada al cabo durante la 
investigación que es fuente de esta tesis identificó dos ejemplos claros de despotismo, 
pero, no personal sino a cargo de un cuerpo colegiado que se arroga todos los poderes, 
ámbitos y facultades de gobierno. 
En Francia tal tiranía corrió a cargo de la Convención y del Comité de Salud Pública, 
que de golpe y porrazo y sin apelación alguna posible borró toda libertad y derecho de 
los franceses pese a los apenas promulgados –en ese entonces- derechos del hombre. 
En México, el paradigma del despotismo colegiado es adjudicable al Congreso 
4 
 
Constituyente que se formó tras de la Convocatoria emitida por la Regencia del Imperio 
Mexicano, el cual funcionó durante 1821-1822 con una oposición franca al gobierno del 
emperador Agustín I, al que desde que era cabeza de la Regencia le arrebató muchas 
de las atribuciones propias del Poder Ejecutivo, al tiempo que se auto asignaba 
facultades meta constitucionales que le dieron la oportunidad de erigirse en árbitro 
político del momento histórico-político. 
Pocas evidencias más válidas que la que el propio Emperador dejó como testimonio 
(escrito el 1823), no sólo del despotismo legislativo que le ató manos y pies y que 
después –con apego irrestricto a las normas de la Constitución de 1857- le opondría 
tantos obstáculos a los gobiernos de los presidentes Comonfort, Lerdo de Tejada y 
Díaz, sino también de la posibilidad de la anarquía que ciertamente fue la circunstancia 
perenne que imperó en México de 1810 a 1867: 
He dicho muchas veces antes de ahora y repetiré siempre que admití la corona por hacer 
un servicio a mi patria y salvarla de la anarquía. Bien persuadido estaba de que mi suerte 
empeoraba infinitamente, de que me perseguía la envidia, de que a muchos desagradarían 
las providencias que había de tomar, de que es imposible contentar a todos, de que iba a 
chocar con un cuerpo lleno de ambición y orgullo que, declamando contra el despotismo, 
trabajaba para reunir en sí todos los poderes, dejando al monarca hecho un fantasma, 
siendo él en la realidad el que hiciese la ley, la ejecutase y juzgase; tiranía más insufrible 
cuando se ejerce por una corporación numerosa que cuando tal abuso reside en un hombre 
solo.
6
 
 
En lo que cabe al criterio científico preferido en este estudio, se consideró la ciencia 
política nunca sólo el análisis del poder o del estado ni como los fines y expresión de 
poder de un partido, un grupo o un individuo, sino siempre la fijación imperativa de 
valores –medios- por parte de un sistema político (sistema de interacciones). 
Es decir, la politicología como la encrucijada donde interactúan factores varios en el 
acontecer político: fijación de conceptos, ideas históricas, análisis de fenómenos y 
hechos políticos, comportamiento político de los actores en el poder o fuera de él, 
testimonios, comparaciones, comentarios, reflexiones sucedáneas.7 
5 
 
Sobre tales bases, la entraña de este trabajo es que la circunstancia histórica y 
política franca-mexicana de los dos primeros tercios del siglo XIX delinea un paralelismo 
–una curva asíntota- entre dos países que sufrieron en ese lapso revoluciones, guerras 
intestinas y foráneas, cambios de constituciones, regímenes y gobiernos, reformas,8 
invasión extranjera, desazón social y daños económicos graves,9 incluyendo una caída 
hasta el fondo de la inversión extranjera y nacional. 
Además se postula que, tras de tal estado anárquico habido durante tantos 
decenios, de lo hondo del alma popular surgió la necesidad de tener un gobierno que 
instaurara la paz, la tranquilidad, la seguridad y el orden, propiciara el desarrollo de la 
economía, reformara la educación pública y satisficiera el bienestar popular, dándole 
jerarquía superior a estos fines aun a costa de limitar las libertades y la democracia 
(medios). 
El medio siglo de lucha, desorden, anarquía y discordia ocurrido de 1810 a 1867, fue 
caracterizado y resumido por el historiador Luis González cuando apunta que el “verano 
del año de 1867 quedó con justa razón inscrito en el catálogo de los inolvidables. […] El 
régimen monárquico se entregaba, sin condiciones, al régimen republicano. Así se cerró 
de golpe una época pendenciera y de muchos ires y venires”.10 (letras cursivas de 
HFdeC) 
Ya un actor de primera línea y testigo de los acontecimientos histórico-político y 
económico-sociales del segundo decenio del siglo XIX mexicano, Agustín de Iturbide, 
expresó por escrito su convicción de que las ideas y actividades del padre Hidalgo y los 
insurgentes que lo sucedieron en la pugna independentista fueron el principio de la era 
de anarquía en México, ya que: 
“desolaron el país, destruyeron las fortunas, radicaron el odio entre europeos y 
6 
 
americanos, sacrificaron millares de víctimas, obstruyeron las fuentes de las riquezas, 
desorganizaron el ejército, aniquilaron la industria, hicieron de peor condición la suerte de los 
americanos, excitando la vigilancia de los españoles a vista del peligro que los amenazaba, 
corrompiendo las costumbres; y lejos de conseguir la independencia, aumentaron los 
obstáculos que a ella se oponían.
11
 
 
Por su parte, el periodista liberal testigo de los sucesos de la intervención francesa, 
el II Imperio y la República Restaurada, José María Villa, antes de que transcurriera un 
mes de la tragedia de Querétaro bosquejó el más de medio siglo de anarquía mexicana 
habido desde el Grito de Independencia del benemérito cura Miguel Hidalgo y Costilla: 
“Si México está débil y desangradoen la actualidad; si México hace cincuenta años que 
está carcomido por las facciones políticas…”12 
Es pues en tal entorno, que la reforma del sistema educativo nacional por los 
gobiernos de la época fue con el propósito de formar nuevas generaciones que, 
libremente y por su voluntad y con bases positivistas, a la hora de asumir su papel en la 
sociedad de fines del siglo XIX se alejaran de los dogmas políticos, sociales, culturales 
y religiosos del pasado inmediato. 
Por otra parte es de advertirse que, a pesar de que en el Colegio de México y 
establecimientos de la UNAM como el Instituto de Investigaciones Históricas, la Escuela 
Nacional Preparatoria (ENP), Instituto de Investigaciones Sobre la Universidad y la 
Educación y el hoy desaparecido Centro de Investigaciones Educativas (CISE) hay 
acervos con artículos y libros de corte histórico, educativo, administrativo, jurídico y 
pedagógico sobre la ENP, no hay aún ningún estudio politicológico de la fundación de la 
ENP –piedra angular del sistema educativo positivista del México juarista- por el 
gobierno de don Benito vinculándolo con el bonapartismo y algunas de las causas 
políticas, sociales y económicas generadoras de que el País Galo y la América 
Mexicana fueran asolados por las guerras y la pugna por la hegemonía doctrinaria y el 
7 
 
poder político-económico en un sociedad, tiempo y circunstancias saturados de: a) el 
anhelo de forjar el alma nacional;13 b) establecer en el interior la soberanía popular; c) 
imponer en el exterior la soberanía nacional e instituir la libertad, los procedimientos 
democráticos en la elección de funcionarios públicos y el interés y la voluntad general 
como fundamento para alcanzar la tranquilidad y el bienestar particular y colectivo. 
Es en tal panorama político donde, cuestionándolas, se puso en interacción las 
partes –inconexas- de un todo un tanto oculto, desvelándolo y recuperando o abriendo 
senderos inéditos de análisis, reflexión e interpretación:14 
• ¿Cómo fue el desarrollo histórico-político de Francia y México en el siglo XIX? 
• ¿Qué es el bonapartismo y por qué se caracterizan como bonapartistas algunos de los regímenes o 
gobiernos franceses y mexicanos decimonónicos? 
• ¿Cuál es el vínculo del positivismo con la vida política del México de fines del siglo XIX?
15
 
• ¿Qué define la Escuela Nacional Preparatoria o la Escuela Politécnica de París (EP) como 
positivistas a raíz de su fundación? 
• ¿Por qué este establecimiento educativo es arquetipo de la articulación bonapartismo-positivismo? 
 
Con base en las cuestiones precedentes se indagó sobre algunas características 
comunes de los gobiernos de Francia y México en la 1ª y 2ª mitad decimonónicas, 
buscando testimonios –fundados- de qué tantos alcances logró el poder político en los 
renglones de libertad y democracia y qué tanto de postergación o simulación de estos 
anhelos sociales con tal de conseguir la fraternidad (amor) entre los grupos de poder y 
sus partidarios y la tranquilidad y el orden para construir –paradójicamente- una 
sociedad libre, elementos integrantes de la plataforma para el salto hacia el progreso 
económico. 
En suma, tales fueron las razones de que se haya investigado el porqué –causa- de 
la institución que fue el crisol donde los gobernantes mexicanos liberales del tercer 
tercio del siglo XIX fundieron su proyecto y acción político-educativos: la ENP, su 
doctrina filosófica-educativa, escudo, lema, plan de estudios, libros de texto, directores y 
8 
 
profesores, todo ello un medio para desarrollar sus fines: el orden social y el alcance del 
progreso económico y el bienestar popular o bien común –tan codiciado en Grecia 
antigua. 
Asimismo, el para qué –efecto- de haber relacionado dicho establecimiento escolar 
con el positivismo y el bonapartismo y puntualizar algunas pautas de la realidad política 
–y la apariencia gubernamental- del siglo XIX mexicano y su trascendencia. 
El resultado es este trabajo de análisis y reflexión tanto sobre algunas 
manifestaciones de la anarquía y el desorden habido durante tantos decenios 
decimonónicos en Francia y México, como del anhelo popular de tranquilidad, seguridad 
y bienestar, todo ello antecedente (base) sobre el cual los regímenes –y sus gobiernos- 
liberales galo y mexicano de la época optaron por constituir un poder ejecutivo fuerte, 
guardar públicamente la soberanía popular y la formalidad constitucional y democrática 
y, al mismo tiempo, soslayar las libertades y reformar la educación para que las nuevas 
generaciones, formadas en el dogma positivista cual el caso de México y el currículo de 
la ENP (o de la Escuela Politécnica en Francia), fueran propicias a la construcción de 
un sistema nacional y laico fundado en la paz, la libertad, el orden, la fraternidad, el 
progreso y el bien común. 
En cuanto al enfoque politicológico-metodológico, se partió del principio de que la 
ciencia política es, en el amanecer del siglo XXI, una disciplina centrada en el estudio, 
investigación y explicación de la realidad política, con procedimientos, como los de las 
ciencias empíricas, basados en el método científico y que cotejan sus hipótesis y 
hallazgos con la propia realidad. 
No obstante –conforme el diagnóstico de Giovanni Sartori- algunas corrientes 
actuales le han 
9 
 
“dado la espalda a la vida, es decir, a la experiencia política [, estructurando una ciencia de 
la cual] sólo pueden salir datos inútiles e irrelevantes [y convirtiéndola en un elefante blanco 
gigantesco, repleto de datos, pero sin ideas ni substancia, atrapada en saberes inútiles para 
aproximarse a la complejidad del mundo”.
16
 
 
 
Es por eso que es este trabajo se incursiona en la ciencia política apoyándose en la 
historia enfocada politicológicamente17 
“El método histórico al que se hace referencia en los estudios de ciencia política no es, 
claro está, el método historiográfico que utilizan los historiadores, sino más precisamente un 
método que trata de formular hipótesis y generalizaciones basándose en observaciones y 
ejemplos extraídos de la historia o apoyándolos en ella. Es el método utilizado por tantos 
clásicos de la ciencia política, que ha logrado algunos de sus resultados más importantes y 
estimulantes, que aún hoy es empleado por estudiosos de las ciencias políticas y sociales 
[…] y que ha dado pruebas abundantes, tanto en los clásicos como en los contemporáneos, 
de su fecundidad como método de producción de hipótesis.”
 18
 
 
No está de más enfatizar que “las ideas no sólo son tan hechos históricos como los 
que más lo sean, sino aquellos hechos históricos de que dependen los demás…”, 
‘expresa José Gaos, mientras que el historiador inglés Frederick Maitland afirmó que “lo 
esencial en la historia no es lo que sucedió sino lo que se pensó o dijo sobre ello”.‘,19 lo 
cual significa que tan necesario es el segmento heurístico o indagación como 
importante el segmento hermenéutico: la interpretación –síntesis- que hace el 
investigador de la información que ha recopilado y analizado. 
Cabe agregar que si bien es cierto que sólo sería adjetivo y no substancial el aporte 
de la historia –la ciencia social que conserva en su memoria el acontecer pasado o forja 
representaciones de los hechos memorables acaecidos- relativo a las ideas y conceptos 
que han construido la teoría de la ciencia política, también lo es que la dimensión de la 
praxis de la ciencia política se construye con un núcleo integrado por hechos políticos 
del acontecer pasado que a su vez abrevaron en ideas y conceptos que suscitaron 
opiniones, análisis y reflexiones. 
Y este trabajo no es una historia política sintética del bonapartismo, el positivismo y 
la ENP, sino una investigación que trata de equilibrar las dimensiones teórica y 
10 
 
empírica, cual lo ha hecho la ciencia política italiana desde los años sesenta del siglo 
XX.20 
Por tales motivos, en lugar de descartarlaa priori, vale la pena reflexionar sobre la 
tesis de Álvaro Matute que afirma que “la historia de las ideas es una especialidad de la 
historiografía, de la filosofía, de la sociología y la ciencia política, principalmente…”21 
Por eso fue que en este trabajo se analizó politicológicamente la coyuntura 
maquiaveliana de tres factores y, con apoyo en una ciencia social como lo es la historia, 
se le ubicó en tiempo, latitud y circunstancia: 
1) Una corriente política, el bonapartismo; 2) una doctrina filosófica-educativa, el 
positivismo; 3) un establecimiento escolar sui generis, la Escuela Nacional Preparatoria, 
fundado por el presidente Juárez durante la República Restaurada. 
Después, sobre tales bases se construyó el grupo siguiente de cuatro apartados: 
• Anarquía en Francia y México del siglo XIX. 
• El bonapartismo galo y mexicano decimonónico. 
• El positivismo y sus aplicaciones: Auguste Comte y Gabino Barreda. 
• Funciones reales de la Escuela Nacional Preparatoria del siglo XIX. 
II 
 
Notas y referencias 
 
Introducción 
1 Dante Allighieri, en Niccolò Machiavelli, carta a Francesco Vettori, Florencia, 10-X-1513. 
2 “… ¿será posible enseñar a los niños una historia de México exenta de pasiones? ¿Existe un libro de texto o un 
profesor que llene ese requisito? ¿Podrá lograrse ese ideal sin derrocar al noventa y nueve por ciento de nuestros 
héroes? […] Al historiador puede y debe pedírsele que sea honrado, pero pedirle que sea desapasionado es pedirle 
peras al olmo. […] Es imposible enseñar una historia abstracta, sociológica, impersonal. Las ideas están íntimamente 
vinculadas con los hombres que se sirvieron de ellas ¡ay! como banderas y no se puede hacer historia sin hacer la 
psicología de esos hombres. […] Lo que más a menudo deforma la historia es la política, que se sirve de ella sin 
criterio científico para lograr determinado objetivo, en vez de usarla para deducir enseñanzas. Que arranca de la falsa 
suposición de considerar a México como un país de indios o de españoles, componiéndose en realidad de una mezcla 
imperfecta de indios, criollos y mestizos. Este falso concepto acerca de los componentes de la raza mexicana es lo 
que produce aberraciones como los frescos de Diego Rivera o la literatura de Jenaro García. […] Tal vez menos 
profundos por no tener raigambre étnica, pero no por eso menos personales por estar cercanos los acontecimientos, 
son los rencores que datan de nuestras dos guerras extranjeras y de nuestras incontables luchas intestinas. Las 
hogueras en que ardieron ayer las pasiones de chinacos, revolucionarios, polkos, constitucionalista, imperialistas, 
reaccionarios, mochos, puros, etc. son hoy rescoldos no fáciles de apagar.”, Rafael García Granados, “La honradez 
de la historia”, en Ernesto de la Torre Villar, Lecturas históricas mexicanas, t. IV, p. 73-75. (letras cursivas de 
HFdeC) 
3 Sergio Pistone, “Bonapartismo”, en Norberto Bobbio, Nicola Mateeucci y Gianfranco Pasquino, Diccionario de 
política, t. a-j, p. 153-154. (letras cursivas de HFdeC, excepto fascismo) 
4 Kart Marx, La guerre civile en France, 1871 (La Commune de Paris), p. 63. 
5 Luis Medina Peña, Invención del sistema político mexicano, p. 279. 
6 Agustín de Iturbide, Memorias escritas desde Liorna, p. 82-83. 
7 
Vid. Gianfranco Pasquino, et at. Manual de ciencia política, p. 16. 
8 “El país había salido de sus guerras con grandes quebrantos. La Reforma fue una desilusión. Los bienes del clero, 
que parecían destinados a redimir el erario y a impulsar la economía, no dejaron sino el recuerdo de una gestión 
desastrosa. La beneficencia pública quedó privada de sus elementos más indispensables. La instrucción también 
sufrió a causa de aquellas vandálicas operaciones. La Iglesia libre dentro del estado libre, fue la Iglesia exhausta 
dentro del estado misérrimo.”, en Carlos Pereyra, México falsificado, t. I, c. IX, p. 195. 
9 “Años de revolución habían precedido a la amarga Guerra de Reforma, que a su vez fue seguida, sólo después de 
un breve respiro, por muchos años de combate contra el invasor extranjero. No debe extrañar, pues, que el final de la 
Intervención encontrara a México con una economía tambaleante. No sólo había padecido el país la devastación 
física común a todas las guerras, sino que los largos años de desorden habían traído consigo un completo 
estancamiento económico.” Walter V. Acholes, Política mexicana durante el régimen de Juárez. 1855-1872, p. 188. 
10 Luis González, “El liberalismo triunfante”, en Historia general de México. Versión 2000, p. 635. 
11 Iturbide, op. cit. p. 53. 
12 José María Villa, “El ajusticiado real”. “Editorial”, en “Apéndice”. “Artículos aparecidos en la prensa diaria”, 
Monitor republicano, México, viernes 12 de julio de 1867, en A cien años del triunfo de la República, p. 456. 
13 “… las armas republicanas […] decidieron el triunfo y, al derrumbarse el Imperio, cayeron en el cerro de las 
Campanas Maximiliano, Miramón y Mejía. El liberalismo, esta vez, había sellado con sangre su victoria definitiva. 
‘Después de cuatro años –pudo decir el Presidente indio- vuelve el gobierno a la ciudad de México con la bandera de 
la Constitución y las mismas leyes, sin haber dejado de existir un solo instante dentro del territorio nacional.’ En ese 
doloroso instante había acabado de forjarse el alma nacional que Juárez condujo frente a la intervención y el Imperio. 
No había transcurrido en vano medio siglo; en él quedó forjada una nación.”, Raúl Carrancá y Trujillo, “Liberales y 
conservadores”, en De la Torre, Lecturas históricas, p. 237. 
14 Cf. David Easton, Esquema para el análisis político, c. 2, p. 48-49. 
15 “La vida política se ha descrito como el estudio del orden, el poder, el estado, la política pública, la adopción de 
decisiones o el monopolio del empleo de la fuerza legítima. [En sentido amplio,] la vida política, a diferencia de los 
aspectos económico, religioso […] de la vida, se puede describir como un conjunto de interacciones sociales de 
individuos y grupos. Las interacciones son la unidad básica de análisis.”, Ibid. c. 4, p. 78. 
16 Cansino, op. cit. p. 27-28, 30. 
17 “Cabe, por tanto, no estar satisfecho de los policy studies por dos tipos de razón. En síntesis, por su consideración 
escasa de la historia (de los individuos, de los grupos, de las instituciones en las que se crean y se confrontan los 
III 
 
 
policy networks) y por su inclinación teórica escasa. Y, de hecho, el tercer fragmento en busca de unidad es, según 
Dahl, el uso de la historia. ‘En su interés por analizar lo que es, el científico político conductista ha encontrado difícil 
hacer un uso sistemático de lo que ha sido’ [Dahl, R. A. The Behavioral Approach in Political Science. Epitaph for a 
Monument to a Successful Protest, en “American Political Science Review”, 55, 1961, p. 71] El tema, como se 
subraya oportunamente en el capítulo de Bartolini, se refiere no al recurso al método historiográfico, sino al empleo 
del material ofrecido por la historia para el análisis político, Pasquino, “Capítulo 1”, en Pasquino, op. cit. p. 27. 
18 Bartolini, op. cit. en Pasquino, op. cit. p. 69-70. 
19 Álvaro Matute, “Historia de las ideas”, en Baca Olamendi, op. cit. p. 304. 
20 
Vid. Pasquino, “Capítulo 1”, en Pasquino, op. cit. p. 30. 
21 Álvaro Matute, loc. cit. (letras cursivas de HFdeC) 
 
 
11 
 
Capítulo I. Anarquía en la Francia y México decimonónicos 
Francia 
Dos acepciones del término anarquía, del Diccionario de la lengua española, son 
oportunas para el debate sobre la ausencia de orden y la falta de paz en una nación: 
1. Desorden, confusión, por ausencia o flaqueza de la autoridad pública. 
2. Desconcierto, incoherencia, barullo, en cosas necesitadas de ordenación. 
 
Esto es, anarquía significa falta –pérdida,insuficiencia- de orden, circunstancia que 
lleva en cascada a generar la necesidad (necesidad, punto opuesto de la libertad) 
natural de acabar con el desconcierto o desorden en las cosas requeridas de 
ordenación, incluyendo la res pública. 
Y la anarquía, un estado ocasionado en la sociedad por la falta de fraternidad –
amor- que no otra cosa es la discordia, es un problema político ya analizado desde 
Platón (la República). 
“¿Cómo se manifiesta la corrupción del estado? Esencialmente, con la discordia. El tema 
de la discordia como causa de disolución del estado es uno de los grandes temas de la 
filosofía política de todos los tiempos; tema recurrente como tantos otros, sobre todo por la 
reflexión política que considera que los problemas del estado no ex parte populi (porque 
desde este punto de vista el problema fundamental es la libertad), sino ex parte principis, 
desde la óptica de los que detentan el poder y tienen la misión de conservarlo. Para los que 
ven que el problema político ex parte principis, y Platón es ciertamente uno de éstos, quizás 
uno de los más importantes, el tema fundamental no es la libertad (del individuo con 
respecto al estado) sino la unidad (del estado en relación con los individuos). Si la unidad del 
estado es el primer bien, la discordia es el mal; la discordia es el comienzo de la 
disgregación de la unidad. De la discordia nacen los males del desmembramiento del cuerpo 
social, la escisión en partes antagónicas, el choque de las facciones, en suma, el peor de los 
males, la anarquía, que representa el fin del estado o la citación más favorable para la 
constitución del peor de todos los gobiernos, la tiranía…”
1
 
 
 
Pero, pese a la anarquía cuyo significado ya se ha fijado, hay una constante –eterno 
ritornello- en el devenir histórico galo, tal y como lo ilustró el general Charles de Gaulle 
a principios de la segunda mitad del siglo XX: 
Los orígenes de Francia se pierden en la noche de los tiempos. Vive. Los siglos la llaman. 
Pero sigue fiel a sí misma. Sus límites pueden modificarse sin que por ello cambien el 
relieve, el clima, los ríos, los mares que la marcan de manera indefinida. La habitan unos 
pueblos que en el transcurso de la historia se han visto sometidos a las más varias 
adversidades, pero a los que el fluir de los acontecimientos, manejados por la política, ha 
ido amasando sin cesar formando con ellos una sola nación. Esta nación ha abarcado 
12 
 
muchas generaciones […] pero debido a la geografía de este país suyo, al genio de las 
razas que lo componen, a los vecinos que la rodean, adquiere un carácter constante que 
hace que los franceses de cada época dependan de sus padres y les compromete ante sus 
descendientes. A no ser que se rompa, este conjunto humano, en este territorio, en el seno 
de este universo, posee, pues, un pasado, un presente y un porvenir indisoluble, de modo 
que el estado, que responde por Francia, tiene a su cargo simultáneamente su herencia de 
ayer, sus intereses de hoy y sus esperanzas de mañana. […] Es ésta una necesidad vital, 
que en caso de peligro público se impone, tarde o temprano, a la colectividad. Por 
consiguiente, la legitimidad para un poder procede del sentimiento que inspire y que posea 
de encarnar la unidad y la continuidad nacionales cuando la patria esté en peligro. En 
Francia, siempre, tanto los merovingios como los carolingios, los Capetos, los Bonapartes y 
la III República recibieron y perdieron por motivos de guerra esa autoridad suprema. La 
que, en el fondo del desastre, me ha sido conferida en nuestra historia, se ha visto 
reconocida por [los] franceses que no renunciaban a combatir; luego […] por el conjunto de la 
población y, por último […] por todos los gobiernos del mundo, gracias a lo cual pude 
conducir mi país a su salvación.
2
 
 
François René de Chateaubriand, político y literato francés de altos vuelos que vivió 
80 años (1768-1848) y fue actor y testigo del acontecer histórico-político de su patria y 
de la Europa de su tiempo, dejó en sus Memorias de Ultratumba una evaluación política 
y juicio filosófico-histórico de Francia y la libertad desde el ancienne régime hasta casi 
sesenta años después de la Revolución de 1789: 
“Hay dos consecuencias en la historia, una inmediata y que se conoce al instante, la otra 
lejana y que no se advierte de primera intención. Estas consecuencias se contradicen a 
menudo; unas proceden de nuestra corta sabiduría, las otras, de la sabiduría perdurable. 
Así, cuando comenzamos nuestra revolución, lo hicimos en nombre de la libertad y, nos 
arrojamos a todos los crímenes. Pronto habrán transcurrido cincuenta años y vemos que los 
fanáticos de esa libertad que compraron al precio de tantas desventuras y de tanta sangre, 
son los primeros en abandonarla al despotismo. Bajo el Imperio, Bonaparte creyó haber 
conquistado el mundo: se precipitó en los excesos de la fuerza y esos excesos producen hoy 
como resultado la debilidad de Francia y en lugar de conquistar somos conquistados. […] si 
veis al fin un hecho consumado, advertiréis que produjo siempre lo contrario de lo que de él 
se esperaba cuando no estuvo fundado desde el principio sobre la moral y sobre la justicia.
3
 
 
Casi todo el siglo XVIII – salvo los ocho años últimos- Francia estuvo gobernada por 
la dinastía real de los Borbones, la rama legítima fundada en el concepto monárquico 
proveniente de los Capetos y los Valois: la sucesión dinástica por la sangre, la 
soberanía absoluta del rey y la misión de gobernar del monarca otorgada por la gracia 
de Dios. 
Hubo en todo ese tiempo problemas grandes, empezando por la sucesión en el 
trono debido a la mortandad tan alta en los príncipes de sangre real –niños y jóvenes: 
13 
 
Luis XIV (1638-1715) fue bisabuelo de su sucesor Luis XV (1710-1774) y éste abuelo 
de su heredero Luis XVI (1755-1793), esto es, en un lapso de 59 años seis reyes o 
príncipes herederos, equivalente en números redondos a un monarca o heredero por 
decenio o, también, a una generación real cada 10 años. 
Pero, de mayor tamaño fueron los problemas económicos, políticos y sociales. 
El rey Luis XIV, de la dinastía de los Borbones que se remonta al siglo XI cuando 
Hugo Capeto y su familia ocupó por vez primera el trono de Francia, es el paradigma 
correcto para analizar los antecedentes del bonapartismo galo: un monarca y hombre 
de estado recio, auténtico y sensible a la percepción del anhelo e interés nacional, 
convencido de haber sido elegido por Dios para el gobierno secular de la antigua Galia, 
que principia la tradición de un gobierno francés personalista y autoritario –cesarista- 
que es preludio del bonapartismo. 
Luis XIV,4 aunque con ministros de talla grande como Colbert y los cardenales 
Mazarino y Richelieu, gastó sumas enormes de dinero tanto en las guerras que sostuvo 
contra Austria, España, Inglaterra, los Países Bajos, Saboya y Suecia como en el 
mantenimiento del esplendor de su corte (alrededor de 18 mil personas), el patrocinio 
de las artes plásticas y las letras y la edificación de palacios reales (por ejemplo, 
Versalles), parques y otros edificios, como los Inválidos. 
La sociedad francesa, hasta la convocatoria de los Estados Generales por el rey 
Luis XVI en 1789, estaba dividida en tres grandes grupos: nobleza, clero (alto) y estado 
llano (pueblo bajo). 
Francia, a cuyos parlamentos Luis XIV le quitó las funciones legislativas dejándole 
sólo las judiciales, tenía un sistema político centralizado y en el rey se concentró todo el 
poder del estado, conforme lo ilustró la declaración celebérrima del propio monarca: 
14 
 
L’était se moi. 
“Para prevenir las rebeliones y conjuras de las clases privilegiadas, Luis XIV alejó del 
gobierno a todos los miembros de su familia y a aquellos nobles que hubieran podido 
oponérsele, rodeándose de consejeros, ministros y funcionarios de extracción burguesa, que 
él controlaba directamente. En las provincias substituyóa los gobernadores nobles por 
intendentes burgueses; el particularismo feudal abandonó así la palestra al centralismo 
burocrático. […] Los parlamentarios también fueron privados de sus funciones y obligados a 
limitarse a los asuntos judiciales. Los Estados Generales no fueron ya convocados de nuevo; 
todas las decisiones eran tomadas por el Consejo del Rey.”
5
 
 
En esta Francia de la Edad Moderna y del Rey Sol imperó tanto una estrategia de 
expansión territorial, prestigio militar y dirección de la política europea, como de 
mecenazgo para la arquitectura, la pintura, la escultura y las ciencias, con predominio 
de los estilos clásico y barroco, todo prolegómeno del despotismo ilustrado y el 
iluminismo que estaban ya a la puerta. 
El heredero de Luis el Grande fue un niño, Luis XV,6 al que ya como hombre maduro 
le tocó reinar en la época del despotismo ilustrado y ser prototipo francés del ancien 
régime y del soberano libertino y propicio a la corrupción de sus cortesanos y 
funcionarios, aunque debe reconocerse el favor magno que este monarca ilustrado le 
dio a las artes que así tuvieron un auge nunca visto, excepto la literatura gala cuya 
etapa de oro fue en tiempos del Rey Sol. 
El principio monárquico absoluto se transformó por influencia racionalista y 
paternalista, anunciando a más de medio siglo el advenimiento del bonapartismo y del 
positivismo: 
“En el transcurso del siglo XVIII, el maridaje de las teorías racionalistas de cuño ilustrado y 
el absolutismo de los príncipes, fundado en las normas de la razón de estado, produjo el 
llamado despotismo ilustrado. El término expresa ya sus características fundamentales: la 
praxis política de tipo absolutista, substraída al control de organismos representativos y a los 
cánones de normas constitucionales definidas que no fueran las consuetudinarias, fue 
concibiéndose progresivamente no tanto en función de la autoridad y la magnificencia de los 
soberanos, cuanto de la felicidad y bienestar de los súbditos. El uso del poder absoluto y de 
los instrumentos de gobierno quedó así fundado en el interés paternal por la suerte del 
estado y en la benevolencia, iluminada por la razón, hacia los pueblos necesitados de guía y 
orientación. 
En consecuencia, el concepto mismo de absolutismo sufrió una modificación: perdió sus 
15 
 
connotaciones sagradas pretendidamente derivadas de un derecho divino, para asumir un 
ropaje racional, buscando su justificación en la mejora de las condiciones materiales y 
morales de los pueblos, de la organización de los estados y de la norma legislativa y penal. 
De este modo el buen gobierno se convertía en deber concreto de los príncipes y, en cierta 
medida, en la legitimación única de su autoridad. La voluntad soberana debía referirse 
necesariamente a los principios y a los instrumentos que las nuevas ciencias aplicadas a la 
realidad social habían puesto a punto o estaban elaborando, como la economía política, la 
legislación y la ciencia administrativa. 
Los ilustrados [fueron los] depositarios de los nuevos principios científicos, artífices de una 
sociedad fundada en una concepción de la justicia penetrada de motivaciones terrenales y 
profetas de una nueva humanidad, más feliz y racional […] La ilustración fue, en amplia 
medida, una cultura militante, empeñada en transformar la realidad con los instrumentos de 
la razón y capaz de hallar, en los soberanos dispuestos a dejarse ilustrar, los realizadores de 
sus modelos e ideas […] Si […] se subraya la evolución de los sistemas políticos en sentido 
democrático y la relativa participación popular en los asuntos públicos en nombre de un 
nuevo concepto de soberanía legitimada desde abajo, el despotismo ilustrado puede aparecer 
como el intento extremo y anacrónico de conservar formas políticas ya completamente 
inadecuada a las nuevas exigencias de la sociedad y de perpetuar una concepción 
personalista del estado, considerado como dominio del soberano. Éste, en realidad, 
continuaba imponiendo desde lo alto su propia voluntad de forma no menos autoritaria que en lo 
pasado e, incluso, de manera más despótica porque se justificaba con supuestas leyes o 
normas racionales, no controlables ni uniforme […] Por otra parte, si el despotismo ilustrado se 
presentó en formas distintas según los gobiernos y soberanos que lo adoptaron, tuvo también 
un común denominador, al menos en los países católicos: consistió en la lucha encaminada a 
limitar el poder de la Iglesia, sujetándola a la autoridad del estado [al tiempo que] los 
soberanos tendieron a recortar las inmensas propiedades eclesiásticas (las llamadas manos 
muertas) en su deseo de desarrollar una agricultura más racional y de reforzar las arcas del 
tesoro”.
7
 
 
Entonces, las fuentes reales del bonapartismo y del positivismo, además del 
empirismo y el racionalismo, están a tal grado en el despotismo ilustrado que la 
diferencia entre rey absoluto de Francia, cabeza del Comité de Salud Pública durante el 
Terror, director, primer cónsul, emperador, rey constitucional de Francia, rey de los 
franceses, príncipe-presidente y presidente republicano se difumina un tanto, unida esta 
novena por tres eslabones fuertes: 1) apoyo en la soberanía dinástica-divina o en la 
popular; 2) legitimación, ya sea por: a) la sangre; b) el sentimiento que la habilidad del 
dirigente genere en la comunidad de ser él el depositario de la unidad nacional (y, por 
eso, el único idóneo para detentar el mando supremo); c) el voto en las urnas mediante 
el referendum; 3) ejercicio firme de la autoridad. 
En la época de Luis XV, aunque –como en tiempos de su bisabuelo- con tendencia a 
la intervención francesa en el control político-militar de Europa y en el dominio de la 
16 
 
India, el comercio con Asia, las rutas marítimas y América del Norte (Canadá), Francia 
sufrió tropiezos militares y pérdida de territorios marcando el principio del fin de la 
hegemonía gala que no sería recobrada sino después de la caída de la monarquía, 
cuando la I República y la era napoleónica. 
Simultáneamente la monarquía, bajo los dos reyes absolutos últimos –y débiles, 
comparados con Luis XIV- en el siglo XVIII, padeció un deterioro progresivo causado 
por: 
• Crisis financieras por el exceso de gastos militares y de la corte. 
• Tensiones antagónicas entre el poder central y los poderes locales. 
• Crisis agrícolas y expoliación de los campesinos a manos de sus señores, esto es, la nobleza. 
• Acentuación de la pobreza y de las cargas fiscales al tercer estado.
8
 
• Ociosidad, despilfarro y corrupción de la nobleza y clero alto. 
• Pérdida de prestigio internacional y de posesiones coloniales en Norteamérica, el Caribe y la India. 
• Aumento del poder de los parlamentos –la burguesía naciente- que llegó hasta el grado de estar 
descontentos con el sistema monárquico y semiparalizar la administración del estado. 
 
Tal era Francia al subir al trono Luis XVI, un príncipe joven de diez y nueve años de 
edad que tuvo que enfrentar –y tratar de resolver- el rechazo al autoritarismo 
gubernamental, el deficit presupuestario, el despilfarro de la corte, los gastos militares y 
navales por el apoyo a los revolucionarios americanos, la desigualdad y la miseria 
social, la inquietud generada por el enciclopedismo y el anhelo popular de libertad y de 
bienes y satisfactores materiales. 
Luis XVI,9 contra lo que se cree comúnmente, fue un soberano muy bien preparado 
en asuntos militares, navales, diplomáticos, históricos y políticos. Además, fue un 
hombre sencillo, lleno de amor por el pueblo francés, con una devoción cristiana 
auténtica y un alto sentido de responsabilidad de sus deberes como monarca que 
encarnaba la nación, sentimientos que le impidieron ahogar en sangre los primeros 
intentos revolucionarios. 
17 
 
No obstante, aunque personificación –inmune por convicción a la corrupción y a lo 
libertino- de la antítesis de su abuelo (Luis XV) y de tantos cortesanosy pese a que 
llamó como ministros a hombres talentosos (Necker, por ejemplo) para poner orden en 
las finanzas reales y estatales, no pudo restringir los privilegios de la gran nobleza y del 
clero alto ni los gastos excesivos de la corte dando lugar a que continuara el mismo 
estado de cosas y que los burgueses (algunos ilustrados y conocedores de las 
novedades de los economistas y filósofos ingleses y franceses), cuyos ingresos, capital 
e influencia habían crecido durante el siglo XVIII pues eran los que le daban al rey 
cuanto empréstito les solicitaba y además estaban encargados de los trabajos públicos, 
sintieran también la necesidad del cambio ante el desorden hacendario, judicial y 
administrativo, aparte de que la gran burguesía deseaba igualarse con la nobleza de 
sangre y, el proletariado, deseaba que se pusiera coto a los privilegios y la soberbia de 
la aristocracia.. 
El iluminismo (enciclopedismo)10 no se quedó nada más en Europa sino llegó hasta 
lo que hoy es la región noreste de Estados Unidos generando que el pueblo anglo-
americano se inconformara con las disposiciones del parlamento inglés y empezara un 
movimiento que, a partir del descontento causado por la Ley del timbre (Stamp Act) en 
1765,11 las leyes Towshend (1767)12 y la Matanza de Boston (1770),13 generó el Boston 
Tea Party (1773),14 la Declaración de independencia (1776) y la ayuda de las tropas y 
barcos franceses que el rey Luis XVI mandó para apoyar a los insurrectos,15 todo lo cual 
culminó con la independencia de las trece colonias.16 
A Luis XVI, el soberano al que le estalló la bomba económica, política, social y 
cultural que se había estado llenando de dinamita comunitaria desde antes de su 
nacimiento, le tocó ser actor, sujeto y objeto del movimiento revolucionario y el Terror 
18 
 
que victimó en el cadalso a él mismo, a la reina María Antonia, a su joven hermana la 
princesa Isabel y a gran número de miembros de la aristocracia. 
La Revolución Francesa de 1789, cuyo lema fue libertad, igualdad y fraternidad, al 
tiempo que campeaba el grito de Dieu, le Roi et le Loi, empezó formalmente cuando ya 
no puso sobrellevarse la bancarrota nacional y hubo que convocar los Estados 
Generales –su apertura la hizo Luis XVI en Versalles, el 5 de mayo-17 seguidos de las 
asambleas Nacional y Constituyente (17 de junio y 9 de julio) que abolieron los 
privilegios feudales, proclamaron la libertad religiosa y de prensa, la Declaración de los 
derechos del hombre y del ciudadano (26-VIII-1789)18 y la Constitución, jurada por el rey 
–monarca constitucional- el 14-IX-1791. 
La Asamblea Legislativa (1-X-1791–20-IX-1792) le declaró la guerra a Austria (una 
contienda de diez años que se tornó europea) y suspendió en sus funciones al rey Luis 
XVI. 
Fue substituida por la Convención Nacional (21-IX-1792 al 26-X-1795), que decretó 
la caída de la monarquía, la proclamación de la república, el juicio y ejecución del rey 
Luis XVI, la creación del Comité de Seguridad General, el Tribunal Revolucionario y el 
Comité de Salvación (Salud) Pública y la promulgación de la Constitución (republicana) 
de 1793; luego, el poder emanó de la Comuna de París dominada por Robespierre y el 
Terror que terminó con la revuelta de los diputados moderados,19 que decapitó al 
Incorruptible y a casi un centenar de sus partidarios. 
La Convención Nacional, asimismo, mediante el Comité de Salud Pública y a 
propuesta de algunos sabios propensos a las nuevas ideas entre los que estaban nadie 
menos que el médico y químico Antoine-François Fourcroy (1755-1809) y el 
matemático, geómetra y jacobino Gaspard Monge (1746-1818), creó una Comisión de 
19 
 
Obras Públicas que por el decreto del 21 ventoso del año II (11-III-1794) fundó, en el 
Palais-Bourbon, la Escuela cuyos cursos se inauguraron el 21 de diciembre del mismo 
año y que, a partir de septiembre de 1795, tomó el nombre definitivo de Escuela 
Politécnica, vigente hasta hoy en día. 
La finalidad del currículo politécnico –-desde su fundación- se centró 
positivistamente en dar a sus alumnos una formación científica fuerte con apoyo en la 
física, la química y la matemática y, adicionalmente, prepararlos académicamente para 
entrar a alguna de las escuelas estatales de servicio público, por ejemplo la Escuela de 
Minas, la Escuela de Caminos, Canales y Puertos, la Escuela de Ingeniería o la Escuela 
de Artillería. 
Al entrar en vigor la primera carta magna francesa,20 ya asoma el bonapartismo cuya 
esencia política para ese tiempo y esa Francia fue descrita por Robespierre: 
“ ‘Necesitamos una voluntad única, sea republicana o realista. Para que sea republicana 
se necesitan ministros republicanos, periódicos republicanos, diputados republicanos y 
gobierno republicano. Los peligros internos proceden de los burgueses… Es preciso que el 
pueblo se alíe a la Convención y que la Convención se sirva del pueblo’. Anticipaba algunos 
rasgos de la constitución, que preveía el referendo popular para la aprobación de las leyes y 
reconocía al pueblo soberano el derecho de insurrección, pero prefiguraba, sobre todo, la 
política de la voluntad única, de la que él mismo sería en breve la expresión suprema, el 
depositario inflexible y oficiante.”
21
 
 
La época del Directorio (1795-1799) sobrevino cuando, tras de ser guillotinados 
Robespierre y sus correligionarios más adictos, los diputados jacobinos –la Montaña- 
perdieron el mando al tiempo que eran vencidos en las calles los obreros parisienses 
que los apoyaban en los arrabales. 
Hay una definición precisa –debida al maestro Justo Sierra- del concepto de 
jacobino y del beneficio de su quehacer político entintado por su radicalismo y, también, 
de cuando deja de ser útil para la comunidad y la Nación pues se ha convertido en un 
déspota –dictador- que hace a un lado la ley y las garantías individuales y sociales 
20 
 
proscribiendo el estado de derecho establecido por la Carta magna:, aunque su 
justificación –positivista- es que sus acciones propician el progreso de un pueblo 
Ocampo, que se declaraba ignorante de todo cuanto pudiera autorizar la escisión del partido 
liberal en moderados y puros, era en realidad un jacobino; jacobino es aquél que cree que la 
evolución social sólo puede realizarse por los procedimientos revolucionarios y que hace del 
procedimiento revolucionario un sistema de gobierno; ese procedimiento se compone de golpes de 
autoridad a expensas de la ley y de medidas de salud pública por encima de las constituciones y de 
las garantías individuales. Ahora bien, estos hombres son necesarios en tiempos determinados, 
son los encargados de precipitar la evolución cuando se ha retardado y de hacer llegar al grupo 
social director al nivel del progreso que anhela. Cuando tiende a convertirse en procedimiento 
normal, no pudiendo ser ni un procedimiento de libertad porque no admite la libertad en los 
adversarios ni un procedimiento de gobierno porque cree el poder emanado del pueblo superior a 
todo derecho, entonces se vuelve anárquico y naufraga en el despotismo de un dictador…
22
 
 
Volviendo al punto, como la Nación deseaba tranquilidad, con los moderados en el 
poder –fueron llamados los diputados girondinos sobrevivientes- se derogaron las leyes 
de excepción,23 cesó el Terror y se combatió –y venció- a los petimetres que andaban 
por las calles degollando cuanto jacobino encontraban y, cuando el partido realista 
empezó a recobrar fuerza y levantó una insurrección violentísima contra la Convención 
Nacional, el movimiento fue ahogado en sangre por el joven militar Napoleón 
Bonaparte, puesto a la cabeza de las tropas convencionistas por nombramiento del 5 de 
octubre de 1795. 
Con la aprobación de la Constitución del año II que instituyó el gobierno del 
Directorio,24 la Convención terminó su labor el 26 de octubre de ese mismo año al grito 
de ¡Viva la república! 
El Directorio, en funciones cuatro años, se enfrentóa realistas, jacobinos, 
emigrados, repatriados y sacerdotes refractarios (no aceptaban la constitución), para lo 
cual tuvo que contenerlos mediante golpes de estado que anulaban elecciones 
jacobinas, arresto de diputados realistas o mandando los desafectos al régimen a la 
Guayana Francesa (la llamada guillotina seca). 
También hubo problemas financieros muy fuertes, entre ellos la bancarrota de 1797 
21 
 
y el establecimiento de impuestas a puertas y ventanas (imitado algunos años después 
en México por el gobierno de Santa-Anna) que causó el descontento de la burguesía. 
En suma, tras de la Revolución, el Terror, la leva para las guerras, la inflación, la 
depreciación de la moneda, la expansión de la miseria, la falta de alimentos en París y 
la provincia y la corrupción de los políticos directoristas, sobrevino en Francia una ola 
de anhelo por la paz, la tranquilidad pública, la seguridad y el disfrute de bienes y 
servicios básicos, todo lo cual dio lugar al golpe de estado del 18 Brumario (9 de 
noviembre de 1799). 
Sin solución de continuidad –inmediatamente después del Directorio- se estableció 
el Consulado (1799-1802) como forma de gobierno y se dio la primera muestra de 
cesarismo bonapartista: el general Napoleón Bonaparte, con el prestigio militar, 
diplomático y financiero conseguido por el levantamiento del sitio de Tolón (1793), la 
campaña de Italia (1796-1797) y la expedición a Egipto (1798-1799), regresó a Francia 
y, por influencia de Sieyès y de Barrás,25 formó parte de un triunvirato –de cónsules-26 
que substituyó en el poder ejecutivo al Directorio y promulgó una nueva constitución, la 
del año VIII, pero no la que redactó Sieyès creyendo ser el amo de la nueva situación, 
sino la que el propio Napoleón dictó haciendo que, bajo la apariencia de un estado 
formalmente republicano, Francia tuviera materialmente otra vez un gobierno 
monárquico, es decir, la primera manifestación del bonapartismo hecho realidad. 
Cuando el 18 Brumario (viernes 9, noviembre, 1799) y el ascenso de Napoleón al 
gobierno tripartita del Consulado, previamente el joven general corso escribió un 
discurso en el cual le reclamó al gobierno del Directorio: “¿Qué habéis hecho con la 
Francia que yo deje [antes de irme a Egipto] a tanta altura? […] ¿Dónde está el fruto de 
mis victorias? ¿Dónde están mis 100 mil jóvenes compañeros de armas. Han muerto”.27 
22 
 
Apunta al respecto el historiador anglofrancés Hilario Belloc que 
“Todo ello daba la nota exacta, expresaba el disgusto que la nación en armas sentía contra 
los políticos, los abogados. Mayor que el temor al regreso de los jacobinos con el terror y la 
anarquía, mayor que la angustia ocasionada por la mala administración y por el comercio en 
ruinas, era la cólera de un pueblo desilusionado de la paz y de la fuerza.”
28
 
 
“Lo que la nación pedía y necesitaba era Paz y, como el antiguo mundo exterior o al 
menos sus gobiernos no le permitían a la República tenerla, la nación estaba hambrienta de 
un hombre que al fin pudiera derrotarlo e imponer la Paz. No existía más que uno.”
29
 
 
Tantas guerras y tantas batallas tuvo Francia en Europa en tiempos del Consulado 
tripartita y luego con Napoleón como cónsul dominante, que surge la pregunta: ¿es que 
acaso Bonaparte quería la guerra –con el consiguiente número elevadísimo de inválidos 
y cadáveres franceses y europeos- y la discordia por sobre todas las cosas? 
No. Napoleón, sin dejar de ser uno de los estrategas militares más grandes que 
haya habido nunca, era también un estadista y político y quería la paz,30 una posición de 
la cual dejó testimonio en una carta que le escribió al emperador austríaco Francisco 
II.31 
Dicha carta, quasi imperial y dirigida a un miembro de la misma casa real del 
emperador Maximiliano I de México, muestra la misma postura de los hombres de 
estado de Francia y México –y sus pueblos- sesenta años después: la fórmula 
positivista de amor, orden y progreso. 
El 14 de junio de 1800 Napoleón Bonaparte ganó la batalla de Marengo, una victoria 
que pareció confirmar el triunfo de la República Francesa y de la Revolución sobre las 
monarquías europeas, a la vez que también pareció anunciar una era de paz, acerca de 
la cual dice Belloc que 
“la paz fue fruto de la batalla de Marengo y, para la historia tiene ahora una importancia 
primordial el que comprendamos cómo y por qué la aspiración principal del pueblo francés y 
de su jefe era una paz permanente. […] No sucedía eso con los gobiernos del Viejo Mundo. No 
sucedía eso con las aristocracias y los reyes. Para ellos, si no para sus pueblos (sus pueblos 
estaban divididos sobre el asunto). La Revolución era la muerte. No podían menos que 
volver a la carga. Su objetivo final no era la paz.”
32
 
 
Cabe ahora advertir, antes de terminar este repaso histórico-político breve de la 
23 
 
Francia del siglo XVIII y pasar al cesarismo bonapartista y a la centuria decimonónica, 
que los franceses aprendieron de una vez por todas la lección histórica-política: la 
república no era siempre sinónimo de democracia, libertad ni ausencia de tiranía, del 
mismo modo que la monarquía no significaba forzosamente despotismo y falta de 
libertad o de democracia. 
Pero, monarquía o república, en cualquiera de los dos casos hay posibilidad de que 
surja la figura del hombre de estado que sabe percibir e interpretar los sentimientos de 
la Nación y gobierna de modo personalista, al estilo del cesarismo que caracterizó la 
época del Consulado vitalicio (1802-1804) del primer cónsul Napoleón Bonaparte. 
El maestro Justo Sierra, estudioso de la historia de Francia y de México, al analizar 
la Revolución Francesa de 1789 y la actuación de Napoleón Bonaparte establece cómo 
del jacobinismo despótico “de un club que operaba en nombre del pueblo, se pasó al de 
un solado de también se llamó representante del pueblo y, era verdad. Y éste fue un 
cesarismo. Y todo jacobinismo que no sabe hacerse reemplazar por la ley, va 
fatalmente hacia Napoleón”.33 
Pero, el maestro Sierra no se queda nada más en los conceptos y reflexiones 
sintetizados en el párrafo anterior referentes al jacobinismo convencionista francés de 
1792-1794 –despótico- y al cesarismo expresado por la actitud y comportamiento del 
general y luego cónsul Napoleón Bonaparte, sino que incluye características del 
cesarismo y de los fueros militaristas al analizar al general Antonio López de Santa 
Anna, un militar y político mexicano al que su oportunismo político lo hizo ver a veces 
como un mandatario afecto al cesarismo y otras veces –sobre todo al final de su 
carrera, el 1855- como un déspota muy cercano al populismo, a su vez pariente tan 
cercano del fascismo: 
24 
 
El ejército no sólo hacía y deshacía constituciones, sino presidentes, y para lograr esto 
promovía esotro. Todo ejército permanente estará en manos de su jefe, mientras el prestigio 
de un gran sentimiento no neutralice el prestigio de una gran renombre […] La verdad es que 
todo cesarismo s apoya en la incondicionalidad de la devoción al jefe. Durante siete lustros, 
Santa Anna fue dueño del ejército nacional; los partidos, la nación le fueron infieles y más lo 
fue él; pero no el ejército; tenía que amar a su caudillo, en zigzag, digámoslo así, mas 
siempre iba hacia él, siempre caía en sus brazos, en sus lujos ostentosos, en sus batallones 
de parada, en sus proclamas de un romanticismo churrigueresco que cantaban al oído del 
soldado su absurda y deliciosa fanfarria y, valga la frase, en sus plumeros, sus alamares de 
oro, sus condecoraciones de Guadalupe y sus grandes revistas y sus campañas casi 
siempre terminadas en vergüenzas y derrotas, pero de las que renacía como el Fénix, 
porque tenía un magnetismo personal, el don de mandar, de hacerse amigos con una frase, 
de crearse devociones hasta la muerte con la mitad de un favor, con el bosquejo de una 
preferencia. […] El ejército […] sólo quería santannas;creía que este hombre podía hacer 
con el presupuesto el milagro de los cinco panes, Para eso necesitaba quitar el pan a todos; 
lo hacía, y un movimiento pasivo, pero incontrastable, de la opinión, arrojaba a aquel César 
de nuestras incurables decadencias.
34
 
 
Después de la paz de Amiens (15-IV-1802)35 el Senado y el pueblo le dieron a 
Napoleón el título –refrendado por un plebiscito casi unánime- de cónsul vitalicio (2-VIII-
1802) y el derecho de nombrar sucesor, en una época en la cual el nuevo César galo 
recibía muestras de simpatía de los realistas y una carta de Luis XVIII proponiéndole la 
restauración monárquica. 
El golpe de estado de 1804 fijó de jure lo que ya era de facto: la vuelta de la 
monarquía con el primer cónsul a la cabeza del I Imperio (1804-1815), posición no 
debida a su buena fortuna sino a su capacidad para entender las aspiraciones del 
pueblo francés, ponerlas en marcha como programas de gobierno, salvaguardar el 
orden interno y mirar siempre por la gloria de Francia aún cuando la libertad quedara en 
segundo término. 
Las fechas clave de mayo de 1804 en las que el primer cónsul se volvió emperador 
son:36 
• Día 3: El Tribunado propone que el Consulado sea vitalicio. 
• 11: El Tribunado vota que: 1) Napoleón sea emperador a cargo del gobierno de la República; 2) el 
título de emperador y el poder imperial sea hereditario de varón a varón por primogenitura. 
• Día 12: Mientras el primer cónsul está en Saint-Cloud, el Senado vota por unanimidad la 
instauración del gobierno imperial y proclama a Napoleón Bonaparte emperador de Francia. 
• Día 18 (28 Floreal del año XII): resolución del Senado –sometida a plebiscito- modificando la 
Constitución para fundar un régimen nuevo, el Imperio, confiar la república a un emperador 
25 
 
hereditario y convertir al primer cónsul en Napoleón I, emperador de los franceses. 
 
El 2 de diciembre de 1804, en Notre Dame y con la presencia del papa Pío VII, se 
efectuó la coronación de Napoleón I; pero no fue el sumo pontífice el que le plantó la 
corona en su testa ni en la de la emperatriz, sino él mismo porque el poder no lo tenía 
por gracia divina sino por la gracia de su genio y la aceptación del pueblo francés que le 
había dado su representación. 
El 2 de diciembre –como el 5 de mayo en el devenir galo- es una fecha emblemática 
en la historia napoleónica: 
• 1804: coronación de Napoleón I. 
• 1805: Napoleón I derrota al emperador Francisco I de Austria y al zar Alejandro I en la batalla de 
Austerlitz o batalla de los tres emperadores. 
• 1851: golpe de estado del príncipe-presidente Luis Napoleón Bonaparte. 
• 1852: un plebiscito aprueba restaurar el Imperio Francés y proclama emperador a Napoleón III. 
 
Además, en 1804 Napoleón I estableció un régimen militar en la Escuela Politécnica 
y le dio un lema que ya tiene tinte positivista: Por la patria, las ciencias y la gloria. 
De 1805 a 1809 hubo tres coaliciones contra Francia y luego los desastres de 
España (1808-1814) y de Rusia (1812) marcaron el principio del fin del poderío 
napoleónico. 
Abdicó Napoleón por vez primera en el palacio de Fontainebleau y fue confinado a la 
isla de Elba. 
Pero, se evadió, regresó triunfante a París y el rey Luis XVIII tuvo que huir; no 
obstante, toda Europa se coaligó contra él y al final del período en el cual ocupó otra 
vez el poder (Los 100 días), derrotado en Waterloo por los generales Wellington y 
Blücher el 18 de junio de 1815, abdicó por segunda ocasión el 22 de junio y, 
secuestrado por los ingleses, fue llevado a la isla de Santa Elena, en medio del 
Atlántico, donde murió el 5 de mayo de 1821. 
26 
 
Desterrado el emperador y con una Francia vencida e invadida por los ejércitos 
extranjeros, el clamor nacional fue de equidad ante la ley, seguridad para la propiedad, 
la vida y el trabajo y paz con las otras naciones europeas como medios para restablecer 
la tranquilidad y el orden en el interior y fomentar el progreso económico, tareas 
confiadas a los Borbones tanto por el pueblo y los políticos franceses como por los 
monarcas y estadistas foráneos; así se restauró la antigua dinastía real (1815-1830), 
pero, ahora bajo un régimen de monarquía constitucional. 
En Viena, de octubre de 1814 a julio de 1815, se reúnen los reyes, príncipes, 
diplomáticos, estadistas y políticos para arreglar Europa a su gusto tras los cambios 
surgidos por la Revolución Francesa, el genio militar y político de Napoleón I y veintitrés 
años de guerras. 
Europa era otra gracias a la abolición de los derechos feudales y del régimen de 
privilegios hecha por Francia, junto con la igualdad conseguida con el Código civil, a la 
vez que se extendió por el mundo y el viejo continente la voluntad popular de abatir el 
poder absoluto de los reyes y su arbitrariedad, la participación en el gobierno de la 
burguesía y del pueblo y la promulgación de constituciones fijando los derechos y 
obligaciones de gobernantes y súbditos. 
No obstante, los reyes europeos formaron la Santa Alianza bajo la dirección del 
canciller austríaco Metternich y reprimieron los movimientos liberales en sus estados al 
tiempo que reestablecían la censura, el régimen de religión oficial y las prisiones de 
estado. 
La contrapartida fue la organización en cada nación de sociedades secretas –como 
la de los carbonarios- en las cuales sus militantes pugnaban –nacionalistas radicales- 
por la independencia de su país o, los liberales, enarbolaban las banderas del 
27 
 
constitucionalismo, el republicanismo y las libertades: individual, de pensamiento, 
expresión, prensa y reunión. 
En Francia la dinastía de los Borbones, restaurada con Luis XVIII, no se atrevió a 
reestablecer el antiguo régimen sino que tuvo que conceder la Carta de 1814, una 
constitución que instauró la institución parlamentaria a la usanza inglesa. 
Luis XVIII murió el 1824 y le sucedió en el trono su hermano el conde de Artois, 
ahora Carlos X, que de inmediato indemnizó a los emigrados cuyos bienes habían sido 
vendidos durante la etapa revolucionaria y, luego, trató –sin éxito- de destruir la prensa 
política y de restringir las franquicias nada más a las clases ricas de Francia, pero, ante 
la oposición popular y de la Cámara de los Pares tuvo que retirar sus proyectos de ley y 
cambiar a sus ministros. 
No sólo Napoleón I, creador formal del bonapartismo, fue autoritario al gobernar sino 
que el segundo de sus sucesores, Carlos X, también mostró su inclinación por el 
cesarismo quizás tanto por su recuerdo de la falta de una autoridad fuerte en el reinado 
de su hermano Luis XVI,37 como por su temor al desorden y la anarquía revolucionarios 
de 1789, de modo que –contrariando el credo libertario del legitimista señor de 
Chateaubriand- firmó el 25 de julio de 1830 las Ordenanzas (anticonstitucionales) que, 
publicadas en el Moniteur del otro día, causaron gran revuelo desatando la agitación 
popular y política y la sedición burguesa, a la vez que despertaron del letargo a los 
republicanos e inflamaron la ambición de Luis Felipe, duque de Orleáns. 
La primera ordenanza suprimía la libertad de prensa, la segunda reformaba la ley 
electoral, la tercera disolvía la Cámara apenas elegida y la cuarta fijaba la fecha de 
elecciones nuevas. 
La conmoción de París cundió a toda Francia, bien organizados los orleanistas, 
28 
 
republicanos, fieles napoleónicos y burguesía liberal y, aunque el rey retiró sus 
Ordenanzas y cambió ministros, los insurrectos no echaron marcha atrás a la vez que la 
mala dirección militar de las tropas que defendían el régimen y al rey y la familia real 
cometían errores que obligaron al monarca a marchar hacia al norte, a Cherburgo, para 
expatriarse y nunca más volver. 
Antes de salir de París, el rey abdicó e hizo que su hijo, el delfín y duque de 
Angulema y al que le correspondió el trono como Luis XIX, abdicará también dejando 
ambos como sucesor a un niño,el duque de Bordeaux (después conde de Chambord), 
nieto de Carlos X y quinto rey Enrique en Francia aunque nunca pudo sentarse en el 
trono de sus ancestros. 
¡En menos de su semana y con error tras error tanto del soberano como de sus 
ministros, militares, policía y consejeros, se vino abajo una dinastía que había regido 
Francia 800 años! 
Otra hubiera sido la historia si Carlos X, en vez de tender hacia la dictadura hubiera 
ejercido el cesarismo al estilo bonapartista: simular la democracia y constituir un 
gobierno fuerte. 
Pero, no fue así y en lugar de los Borbones llegó al trono la rama segundona de los 
Orleáns, conformando el período histórico-político llamado la monarquía orleanista 
(1830-1848). 
El duque de Orleáns fue nombrado lugarteniente del reino y hubiera sido regente 
durante la minoría de edad del rey niño, es decir, durante unos quince años que son 
apenas tres menos de lo que duró su reinado espurio: diez y ocho años, de 1830 a 1848. 
Sólo estuvo quince años Luis Felipe I en el trono usurpado y, tal y como el vizconde 
de Chateaubriand lo avizorara desde 1830,38 el trono bonapartista surgido del cieno 
29 
 
orleanista de la traición y la ambición cayó cuando por Francia –como por toda Europa- 
corrió la ola revolucionaria de 1848, coincidente con el Manifiesto comunista de Karl 
Marx. 
Luis Felipe tuvo que huir el 24-II-1848 y expatriarse, el mismo camino que él había 
forzado a hacer al rey Carlos X y luego hará Napoleón III. Mientras, la nueva revolución 
gala le daba entrada a la II República (1848-1852), proclamada por un gobierno 
provisional integrado por los representantes de los dos partidos revolucionarios, 
socialistas y burgueses republicanos, que restituyó la libertad de prensa y la de reunión 
que el bonapartismo orleanista había suprimido, derogó la ley que imponía la pena de 
muerte por causas políticas y decretó elecciones para elegir –mediante el sufragio 
universal sui generis de la época- una asamblea constituyente. 
No obstante, chocaron entre sí los burgueses liberales y los obreros socialistas y 
hubo durante cuatro días una revuelta que fue ahogada en sangre muriendo miles de 
personas, tras de lo cual surgieron los dos lados de la nueva Francia: de una parte la 
burguesía (integrada por católicos, republicanos, realistas, bonapartistas y liberales) 
deseosa de un gobierno recio, capaz de imponer orden, asegurar la propiedad y bajar 
impuestos; del otro, el movimiento obrero y socialista que quería un gobierno que 
impusiese la libertad irrestricta. 
Es decir, la misma situación que hubo en México en 1867 al advenir la república 
restaurada: de una parte, los liberales puros (jacobinos) con su demanda de imponer de 
modo irrestricto la Constitución de 1857, hacer prevalecer la ley por encima de cualquier 
conveniencia política y no transigir ni un ápice con los conservadores y reaccionarios 
(clero, milicia y la antigua aristocracia virreinal); de la otra, los liberales moderados 
encabezados por el propio presidente Juárez y el doctor Gabino Barreda, sabedores ya 
30 
 
de que la paz, el orden, la reconciliación (amor, concordia) nacional y el progreso 
económico sólo podrían ponerse en marcha cual era la demanda popular, si se 
soslayaba la aplicación inflexible de la carta magna y la libertad irrestricta, se reforzaba 
el Poder Ejecutivo Federal y se negociaba con los vencidos. 
Con un presidente Juárez y un México prestigiados en el exterior por su triunfo sobre 
el II Imperio, el ejército napoleónico y los voluntarios belgas y austríacos, un partido–el 
liberal-reformista- triunfante y dueño del escenario político-social, un partido opositor –el 
conservador- y una Iglesia abatidos y alicaídos, una Constitución respetada por el 
Poder Supremo (aunque en muchas ocasiones sólo formalmente) y que, a pesar de 
todos los avatares, seguía vigente, un principio republicano que había salido avante ya 
definitivamente sobre la idea monárquica, un ejército victorioso pleno de admiración por 
el caudillo civil que nunca había cedido un ápice al enemigo, una constelación de 
hombres científico-sociales laicos con una nueva doctrina y un nuevo dogma ajeno a lo 
virreinal y, un pueblo harto de la discordia, la anarquía, el desorden, la intranquilidad, el 
atraso, la ausencia de un alma nacional y las carencias económica-culturales, fueron 
factores 
“de primera importancia para producir un estado social caracterizado por la entrada definitiva del 
pueblo mexicano en el período de la disciplina política, del orden, de la paz, si no total, sí 
predominante y progresiva y, para acercarse así a la solución de los problemas económicos que 
preceden, condicionan y consolidan la realización de los ideales supremos: la libertad, la patria…
39
 
 
Volviendo a Francia, tras de la monarquía orleanista advino la etapa de la república 
bonapartista: elegida la Asamblea Constituyente, a fines de 1848 aprobó una carta 
magna basada en la soberanía popular, el sufragio universal directo y un poder 
ejecutivo delegado en el presidente de la república, no reelegible. 
Triunfó en las elecciones el príncipe Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón 
I, con 5 millones 400 mil votos mientras su competidor más cercano sólo tuvo menos de 
31 
 
1 millón y medio. 
Apenas cuatro años duró el segundo régimen republicano galo, ya que la habilidad 
política del príncipe-presidente y su ambición –legítima- logró la proclamación del II 
Imperio (1852-1870), conformando así un paralelismo inusitado del devenir histórico-
político de Francia y México. 
El 2 de diciembre de 1851 (aniversario de la coronación de Napoleón I y de 
Austerlitz), a punto de terminar su período republicano de cuatro años y sin posibilidad 
constitucional de reelegirse, el príncipe-presidente dio un golpe de estado: arrestó a los 
jefes militares y políticos, decretó la disolución de la Asamblea, promulgó una 
constitución como la de 1799 y, reconociendo la soberanía popular como fuente única 
del poder, convocó un plebiscito (fines de 1851) que le permitió segur en el poder por 
más de 7 millones de votos a favor y medio millón en contra. 
Pero, al emperador Napoleón III le sucedió lo mismo que a su tío, el emperador 
Napoleón I, en el sentido de que uno y otro captó la grandeza de Francia y cuánto le 
agradaba al pueblo estar ubicado como el país más importante de Europa y del mundo; 
mas, como simultáneamente coexistía el clamor por la concordia, tal disparidad terminó 
desembocando en un solo punto: la necesidad de un dirigente con sagacidad y 
sensibilidad política para conjugar ambos factores. 
Tales condiciones hicieron que Napoleón III, quizás hasta en contra de su voluntad, 
se viera envuelto en nuevas guerras europeas pese a su decisión indudable de 
establecer la paz con las otras naciones y, en su país, la tranquilidad y el orden como 
medio de alcanzar el progreso. 
En 1854-1855, Francia luchó al lado de Inglaterra y Piamonte para apoyar el Imperio 
Turco contra las pretensiones rusas, cuya arsenal marítimo –potentísimo- en 
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Sebastopol era una amenaza constante contra Constantinopla (Estambul). 
En cambio, Napoleón III optó por la neutralidad cuando Prusia, una potencia 
emergente, emprendió sus guerras victoriosas contra Dinamarca (1864) y Austria 
(1866), mientras que en Italia el emperador –al fin antiguo carbonario- espoleó el 
nacionalismo y el anhelo de unidad territorial y cultural sin la dominación austríaca ni la 
de los Borbones españoles en Nápoles. 
No obstante, Napoleón III dejó tropas francesas en Roma resguardando no sólo al 
papa Pío IX, sino también la preservación política de los Estados Pontificios. 
El II imperio y el trono del emperador Napoleón III terminaron en 1870 después de 
que tuvo que concluir la intervención en México (tanto por la oposición política en la 
propia Francia, como por la presión estadounidense una vez finalizada la guerra de 
secesión),

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