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1 Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Ciencias Políticas y Sociales Ensayo La Escuela Nacional Preparatoria del siglo XIX, arquetipo positivista de un régimen bonapartista Tesina que presenta Hugo Fernández de Castro Peredo para optar por el título de licenciado en ciencia política y administración pública (ciencia política) Directora: Dra. Carmen Solórzano Marcial Sinodales: Dra. Carmen Sáez Pueyo Dra. Carmen Solórzano Marcial Dr. Alberto Enríquez Perea Dr. Carlos Sevilla González Dr. Manuel Zúñiga Aguilar México Junio de 2008 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. I Índice Introducción .....................................................................................................................................1 Capítulo I. Anarquía en la Francia y México decimonónicos ....................................................... 11 Francia .................................................................................................................................. 11 México ................................................................................................................................. 34 Discusión ...................................................................................................................................... 53 Francia .................................................................................................................................. 55 México ................................................................................................................................. 59 Capítulo II. El bonapartismo galo y mexicano decimonónico ...................................................... 65 Francia .................................................................................................................................. 65 México ................................................................................................................................. 73 Discusión ...................................................................................................................................... 84 Capítulo III. El positivismo y sus aplicaciones. Auguste Comte y Gabino Barreda .................. 100 Antecedentes doctrinarios ........................................................................................................... 100 Doctrina positivista ..................................................................................................................... 104 Discusión .................................................................................................................................... 109 Capítulo IV. Función y símbolos de la Escuela Nacional Preparatoria del siglo XIX ............... 111 Fundamento, fines, arranque ....................................................................................................... 111 Discusión .................................................................................................................................... 117 Conclusiones................................................................................................................................. 140 Notas y referencias ................................................................................................................... XXIX 1 INTRODUCCIÓN No habrá ciencia si no se retiene lo que se ha oído. Niccolò Machiavelli. 1 En torno al acontecer político y educativo en el México decimonónico, cabe advertir que fue propósito central de este trabajo el tratar de no estar sujeto a ningún prejuicio histórico-político con el fin de: a) efectuar con serenidad y recto el análisis y reflexión de hechos y valores, elementos integrantes del hilo metodológico conductor de la investigación –y de la interpretación- de las cuestiones que se debaten aquí; b) fijar criterios politicológicos; c) precisar conceptos sobre los temas que se abordan en este trabajo. Es por eso que en esta investigación no se explora ni califica qué doctrina política, partido, facción o protagonista fue lo mejor para un país y su pueblo, así como tampoco se hace un reajuste tardío y tendencioso –-a toro pasado- sobre los hechos histórico- políticos del siglo XIX y sus causas y efectos para inclinarlos hacia uno u otro lado de la moral, la justicia y la verdad, conforme la preferencia ideológica o política de algún especialista o del autor de este trabajo. Tampoco se tuvo el propósito de resaltar las conveniencias o desventajas políticas, económicas o sociales de los regímenes monárquico y republicano, centralista y federalista, conservador y liberal (igual liberal moderado que liberal radical) de México en el siglo XIX ni de los gobiernos del emperador Maximiliano I y de los presidentes Ignacio Comonfort, Benito Juárez, Félix Zuloaga, Miguel Miramón, Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz o, en Francia, de la I República, el Directorio o el Consulado, el emperador Napoleón I, la monarquía legítima, la monarquía orleanista, la II República y el emperador Napoleón III.2 2 Y no es porque carezca de importancia la investigación de tales temas y el análisis y síntesis correspondiente, sino porque el propósito académico de la tesis es otro, desde luego eminentemente politicológico. Es en tal sentido que el hilo metodológico conductor de este trabajo marca, por las circunstancias políticas e históricas en la Francia y México de los primeros siete decenios decimonónicos, un conflicto característico entre virtudes y valores, lo ideal y lo real, deber ser y ser, medios y fines, propósitos y acciones, legalidad normativa y legitimidad social y, romanticismo y realismo (con el antecedente de la ilustración y el empirismo-racionalismo), dando lugar a una coyuntura sui generis entre bonapartismo, positivismo y educación nunca vista antes ni después. Por eso el corazón del ensayo es tanto –como problema- el conflicto social y político de la época analizada en la investigación, que –como resultado- el hombre de estado autoritario (cesarista), un género bastante distinto al despotismo o a la tiranía. Y, aunque en el capítulo II se extiende un poco la noción de bonapartismo, es oportuno desde ahora señalar que es un término politicológico originario de Karl Marx (El 18 brumario de Luis Napoleón) y de Friedrich Engels (El origen de la familia, de la propiedad privada y del estado): “Para los fundadores del materialismo histórico el bonapartismo es la forma de gobierno en la cual queda desautorizado el poder legislativo, es decir el parlamento que en el estado democrático representativo creado por la burguesía es por lo común el poder primario, y en la que se efectúa la subordinación de todo el poder al ejecutivo guiado por una gran personalidad carismática, que se coloca como representante directo de la nación, garante del orden público y árbitro imparcial frente a los intereses contrarios de las clases. En realidad, la autonomía del poder bonapartista respecto de la clase burguesa dominante es para Marx y Engels pura apariencia, si se considera el contenido concreto de la política ejecutada por tal poder, la cualcoincide con los intereses económicos substanciales de la clase dominante. […] Por otra parte, esta forma de gobierno tiene sus raíces en una situación crítica de la sociedad civil, [una de] cuyas características básicas [es que] el conflicto de clase con el proletariado se ha vuelto tan agudo que la clase dominante se ve obligada, para garantizar la supervivencia del orden burgués, a ceder su poder político a un dictador capaz con su carisma y con los instrumentos de su despotismo ya no tradicional –no fundado en la sucesión legítima- de traer de nuevo a la disciplina a la clase dominada. […] 3 De esta definición del bonapartismo muchos autores, que son críticos más o menos duros de la tesis marxiana acerca del estado como instrumento de la clase dominante, han acogido y desarrollado sobre todo el concepto de que la dictadura bonapartista (o cesarista) constituye el desenlace inevitable de situaciones de anarquía y desorden debidas a una conflictividad exasperada entre las clases o los estamentos o los grupos corporativos en los que se articula la sociedad civil. Para los marxistas ortodoxos, la definición de Marx y de Engels del bonapartismo se volvió en los años veinte y treinta de este siglo el fundamento teórico principal de la interpretación marxista del fascismo.” 3 Además, para Kart Marx “el bonapartismo es la forma más prostituida y al mismo tiempo la forma del poder del estado que la burguesía emergente gesta, como útil de su emancipación del feudalismo y que la sociedad burguesa desarrollada a plenitud transforma finalmente en un medio de sujeción del trabajo al capital”. 4 También importa plantear desde el principio que el bonapartismo –a la par con el cesarismo- es una expresión particular de la modalidad general que es el autoritarismo y, asimismo, que esta tríada se diferencia claramente de la dictadura, conceptuada ésta por el historiador acucioso que fue Daniel Cosío Villegas como “un gobierno que, invocando el interés público, se ejerce fuera de las leyes constitucionales [lo cual no es el caso del presidente Porfirio Díaz que] en treinta y cuatro años respetó escrupulosamente las formas constitucionales [y estableció un gobierno] partidario extremoso del principio de autoridad”.5 En cuanto al despotismo, que la ciencia política tradicionalmente liga al ejercicio tiránico del poder por una persona sola, la búsqueda llevada al cabo durante la investigación que es fuente de esta tesis identificó dos ejemplos claros de despotismo, pero, no personal sino a cargo de un cuerpo colegiado que se arroga todos los poderes, ámbitos y facultades de gobierno. En Francia tal tiranía corrió a cargo de la Convención y del Comité de Salud Pública, que de golpe y porrazo y sin apelación alguna posible borró toda libertad y derecho de los franceses pese a los apenas promulgados –en ese entonces- derechos del hombre. En México, el paradigma del despotismo colegiado es adjudicable al Congreso 4 Constituyente que se formó tras de la Convocatoria emitida por la Regencia del Imperio Mexicano, el cual funcionó durante 1821-1822 con una oposición franca al gobierno del emperador Agustín I, al que desde que era cabeza de la Regencia le arrebató muchas de las atribuciones propias del Poder Ejecutivo, al tiempo que se auto asignaba facultades meta constitucionales que le dieron la oportunidad de erigirse en árbitro político del momento histórico-político. Pocas evidencias más válidas que la que el propio Emperador dejó como testimonio (escrito el 1823), no sólo del despotismo legislativo que le ató manos y pies y que después –con apego irrestricto a las normas de la Constitución de 1857- le opondría tantos obstáculos a los gobiernos de los presidentes Comonfort, Lerdo de Tejada y Díaz, sino también de la posibilidad de la anarquía que ciertamente fue la circunstancia perenne que imperó en México de 1810 a 1867: He dicho muchas veces antes de ahora y repetiré siempre que admití la corona por hacer un servicio a mi patria y salvarla de la anarquía. Bien persuadido estaba de que mi suerte empeoraba infinitamente, de que me perseguía la envidia, de que a muchos desagradarían las providencias que había de tomar, de que es imposible contentar a todos, de que iba a chocar con un cuerpo lleno de ambición y orgullo que, declamando contra el despotismo, trabajaba para reunir en sí todos los poderes, dejando al monarca hecho un fantasma, siendo él en la realidad el que hiciese la ley, la ejecutase y juzgase; tiranía más insufrible cuando se ejerce por una corporación numerosa que cuando tal abuso reside en un hombre solo. 6 En lo que cabe al criterio científico preferido en este estudio, se consideró la ciencia política nunca sólo el análisis del poder o del estado ni como los fines y expresión de poder de un partido, un grupo o un individuo, sino siempre la fijación imperativa de valores –medios- por parte de un sistema político (sistema de interacciones). Es decir, la politicología como la encrucijada donde interactúan factores varios en el acontecer político: fijación de conceptos, ideas históricas, análisis de fenómenos y hechos políticos, comportamiento político de los actores en el poder o fuera de él, testimonios, comparaciones, comentarios, reflexiones sucedáneas.7 5 Sobre tales bases, la entraña de este trabajo es que la circunstancia histórica y política franca-mexicana de los dos primeros tercios del siglo XIX delinea un paralelismo –una curva asíntota- entre dos países que sufrieron en ese lapso revoluciones, guerras intestinas y foráneas, cambios de constituciones, regímenes y gobiernos, reformas,8 invasión extranjera, desazón social y daños económicos graves,9 incluyendo una caída hasta el fondo de la inversión extranjera y nacional. Además se postula que, tras de tal estado anárquico habido durante tantos decenios, de lo hondo del alma popular surgió la necesidad de tener un gobierno que instaurara la paz, la tranquilidad, la seguridad y el orden, propiciara el desarrollo de la economía, reformara la educación pública y satisficiera el bienestar popular, dándole jerarquía superior a estos fines aun a costa de limitar las libertades y la democracia (medios). El medio siglo de lucha, desorden, anarquía y discordia ocurrido de 1810 a 1867, fue caracterizado y resumido por el historiador Luis González cuando apunta que el “verano del año de 1867 quedó con justa razón inscrito en el catálogo de los inolvidables. […] El régimen monárquico se entregaba, sin condiciones, al régimen republicano. Así se cerró de golpe una época pendenciera y de muchos ires y venires”.10 (letras cursivas de HFdeC) Ya un actor de primera línea y testigo de los acontecimientos histórico-político y económico-sociales del segundo decenio del siglo XIX mexicano, Agustín de Iturbide, expresó por escrito su convicción de que las ideas y actividades del padre Hidalgo y los insurgentes que lo sucedieron en la pugna independentista fueron el principio de la era de anarquía en México, ya que: “desolaron el país, destruyeron las fortunas, radicaron el odio entre europeos y 6 americanos, sacrificaron millares de víctimas, obstruyeron las fuentes de las riquezas, desorganizaron el ejército, aniquilaron la industria, hicieron de peor condición la suerte de los americanos, excitando la vigilancia de los españoles a vista del peligro que los amenazaba, corrompiendo las costumbres; y lejos de conseguir la independencia, aumentaron los obstáculos que a ella se oponían. 11 Por su parte, el periodista liberal testigo de los sucesos de la intervención francesa, el II Imperio y la República Restaurada, José María Villa, antes de que transcurriera un mes de la tragedia de Querétaro bosquejó el más de medio siglo de anarquía mexicana habido desde el Grito de Independencia del benemérito cura Miguel Hidalgo y Costilla: “Si México está débil y desangradoen la actualidad; si México hace cincuenta años que está carcomido por las facciones políticas…”12 Es pues en tal entorno, que la reforma del sistema educativo nacional por los gobiernos de la época fue con el propósito de formar nuevas generaciones que, libremente y por su voluntad y con bases positivistas, a la hora de asumir su papel en la sociedad de fines del siglo XIX se alejaran de los dogmas políticos, sociales, culturales y religiosos del pasado inmediato. Por otra parte es de advertirse que, a pesar de que en el Colegio de México y establecimientos de la UNAM como el Instituto de Investigaciones Históricas, la Escuela Nacional Preparatoria (ENP), Instituto de Investigaciones Sobre la Universidad y la Educación y el hoy desaparecido Centro de Investigaciones Educativas (CISE) hay acervos con artículos y libros de corte histórico, educativo, administrativo, jurídico y pedagógico sobre la ENP, no hay aún ningún estudio politicológico de la fundación de la ENP –piedra angular del sistema educativo positivista del México juarista- por el gobierno de don Benito vinculándolo con el bonapartismo y algunas de las causas políticas, sociales y económicas generadoras de que el País Galo y la América Mexicana fueran asolados por las guerras y la pugna por la hegemonía doctrinaria y el 7 poder político-económico en un sociedad, tiempo y circunstancias saturados de: a) el anhelo de forjar el alma nacional;13 b) establecer en el interior la soberanía popular; c) imponer en el exterior la soberanía nacional e instituir la libertad, los procedimientos democráticos en la elección de funcionarios públicos y el interés y la voluntad general como fundamento para alcanzar la tranquilidad y el bienestar particular y colectivo. Es en tal panorama político donde, cuestionándolas, se puso en interacción las partes –inconexas- de un todo un tanto oculto, desvelándolo y recuperando o abriendo senderos inéditos de análisis, reflexión e interpretación:14 • ¿Cómo fue el desarrollo histórico-político de Francia y México en el siglo XIX? • ¿Qué es el bonapartismo y por qué se caracterizan como bonapartistas algunos de los regímenes o gobiernos franceses y mexicanos decimonónicos? • ¿Cuál es el vínculo del positivismo con la vida política del México de fines del siglo XIX? 15 • ¿Qué define la Escuela Nacional Preparatoria o la Escuela Politécnica de París (EP) como positivistas a raíz de su fundación? • ¿Por qué este establecimiento educativo es arquetipo de la articulación bonapartismo-positivismo? Con base en las cuestiones precedentes se indagó sobre algunas características comunes de los gobiernos de Francia y México en la 1ª y 2ª mitad decimonónicas, buscando testimonios –fundados- de qué tantos alcances logró el poder político en los renglones de libertad y democracia y qué tanto de postergación o simulación de estos anhelos sociales con tal de conseguir la fraternidad (amor) entre los grupos de poder y sus partidarios y la tranquilidad y el orden para construir –paradójicamente- una sociedad libre, elementos integrantes de la plataforma para el salto hacia el progreso económico. En suma, tales fueron las razones de que se haya investigado el porqué –causa- de la institución que fue el crisol donde los gobernantes mexicanos liberales del tercer tercio del siglo XIX fundieron su proyecto y acción político-educativos: la ENP, su doctrina filosófica-educativa, escudo, lema, plan de estudios, libros de texto, directores y 8 profesores, todo ello un medio para desarrollar sus fines: el orden social y el alcance del progreso económico y el bienestar popular o bien común –tan codiciado en Grecia antigua. Asimismo, el para qué –efecto- de haber relacionado dicho establecimiento escolar con el positivismo y el bonapartismo y puntualizar algunas pautas de la realidad política –y la apariencia gubernamental- del siglo XIX mexicano y su trascendencia. El resultado es este trabajo de análisis y reflexión tanto sobre algunas manifestaciones de la anarquía y el desorden habido durante tantos decenios decimonónicos en Francia y México, como del anhelo popular de tranquilidad, seguridad y bienestar, todo ello antecedente (base) sobre el cual los regímenes –y sus gobiernos- liberales galo y mexicano de la época optaron por constituir un poder ejecutivo fuerte, guardar públicamente la soberanía popular y la formalidad constitucional y democrática y, al mismo tiempo, soslayar las libertades y reformar la educación para que las nuevas generaciones, formadas en el dogma positivista cual el caso de México y el currículo de la ENP (o de la Escuela Politécnica en Francia), fueran propicias a la construcción de un sistema nacional y laico fundado en la paz, la libertad, el orden, la fraternidad, el progreso y el bien común. En cuanto al enfoque politicológico-metodológico, se partió del principio de que la ciencia política es, en el amanecer del siglo XXI, una disciplina centrada en el estudio, investigación y explicación de la realidad política, con procedimientos, como los de las ciencias empíricas, basados en el método científico y que cotejan sus hipótesis y hallazgos con la propia realidad. No obstante –conforme el diagnóstico de Giovanni Sartori- algunas corrientes actuales le han 9 “dado la espalda a la vida, es decir, a la experiencia política [, estructurando una ciencia de la cual] sólo pueden salir datos inútiles e irrelevantes [y convirtiéndola en un elefante blanco gigantesco, repleto de datos, pero sin ideas ni substancia, atrapada en saberes inútiles para aproximarse a la complejidad del mundo”. 16 Es por eso que es este trabajo se incursiona en la ciencia política apoyándose en la historia enfocada politicológicamente17 “El método histórico al que se hace referencia en los estudios de ciencia política no es, claro está, el método historiográfico que utilizan los historiadores, sino más precisamente un método que trata de formular hipótesis y generalizaciones basándose en observaciones y ejemplos extraídos de la historia o apoyándolos en ella. Es el método utilizado por tantos clásicos de la ciencia política, que ha logrado algunos de sus resultados más importantes y estimulantes, que aún hoy es empleado por estudiosos de las ciencias políticas y sociales […] y que ha dado pruebas abundantes, tanto en los clásicos como en los contemporáneos, de su fecundidad como método de producción de hipótesis.” 18 No está de más enfatizar que “las ideas no sólo son tan hechos históricos como los que más lo sean, sino aquellos hechos históricos de que dependen los demás…”, ‘expresa José Gaos, mientras que el historiador inglés Frederick Maitland afirmó que “lo esencial en la historia no es lo que sucedió sino lo que se pensó o dijo sobre ello”.‘,19 lo cual significa que tan necesario es el segmento heurístico o indagación como importante el segmento hermenéutico: la interpretación –síntesis- que hace el investigador de la información que ha recopilado y analizado. Cabe agregar que si bien es cierto que sólo sería adjetivo y no substancial el aporte de la historia –la ciencia social que conserva en su memoria el acontecer pasado o forja representaciones de los hechos memorables acaecidos- relativo a las ideas y conceptos que han construido la teoría de la ciencia política, también lo es que la dimensión de la praxis de la ciencia política se construye con un núcleo integrado por hechos políticos del acontecer pasado que a su vez abrevaron en ideas y conceptos que suscitaron opiniones, análisis y reflexiones. Y este trabajo no es una historia política sintética del bonapartismo, el positivismo y la ENP, sino una investigación que trata de equilibrar las dimensiones teórica y 10 empírica, cual lo ha hecho la ciencia política italiana desde los años sesenta del siglo XX.20 Por tales motivos, en lugar de descartarlaa priori, vale la pena reflexionar sobre la tesis de Álvaro Matute que afirma que “la historia de las ideas es una especialidad de la historiografía, de la filosofía, de la sociología y la ciencia política, principalmente…”21 Por eso fue que en este trabajo se analizó politicológicamente la coyuntura maquiaveliana de tres factores y, con apoyo en una ciencia social como lo es la historia, se le ubicó en tiempo, latitud y circunstancia: 1) Una corriente política, el bonapartismo; 2) una doctrina filosófica-educativa, el positivismo; 3) un establecimiento escolar sui generis, la Escuela Nacional Preparatoria, fundado por el presidente Juárez durante la República Restaurada. Después, sobre tales bases se construyó el grupo siguiente de cuatro apartados: • Anarquía en Francia y México del siglo XIX. • El bonapartismo galo y mexicano decimonónico. • El positivismo y sus aplicaciones: Auguste Comte y Gabino Barreda. • Funciones reales de la Escuela Nacional Preparatoria del siglo XIX. II Notas y referencias Introducción 1 Dante Allighieri, en Niccolò Machiavelli, carta a Francesco Vettori, Florencia, 10-X-1513. 2 “… ¿será posible enseñar a los niños una historia de México exenta de pasiones? ¿Existe un libro de texto o un profesor que llene ese requisito? ¿Podrá lograrse ese ideal sin derrocar al noventa y nueve por ciento de nuestros héroes? […] Al historiador puede y debe pedírsele que sea honrado, pero pedirle que sea desapasionado es pedirle peras al olmo. […] Es imposible enseñar una historia abstracta, sociológica, impersonal. Las ideas están íntimamente vinculadas con los hombres que se sirvieron de ellas ¡ay! como banderas y no se puede hacer historia sin hacer la psicología de esos hombres. […] Lo que más a menudo deforma la historia es la política, que se sirve de ella sin criterio científico para lograr determinado objetivo, en vez de usarla para deducir enseñanzas. Que arranca de la falsa suposición de considerar a México como un país de indios o de españoles, componiéndose en realidad de una mezcla imperfecta de indios, criollos y mestizos. Este falso concepto acerca de los componentes de la raza mexicana es lo que produce aberraciones como los frescos de Diego Rivera o la literatura de Jenaro García. […] Tal vez menos profundos por no tener raigambre étnica, pero no por eso menos personales por estar cercanos los acontecimientos, son los rencores que datan de nuestras dos guerras extranjeras y de nuestras incontables luchas intestinas. Las hogueras en que ardieron ayer las pasiones de chinacos, revolucionarios, polkos, constitucionalista, imperialistas, reaccionarios, mochos, puros, etc. son hoy rescoldos no fáciles de apagar.”, Rafael García Granados, “La honradez de la historia”, en Ernesto de la Torre Villar, Lecturas históricas mexicanas, t. IV, p. 73-75. (letras cursivas de HFdeC) 3 Sergio Pistone, “Bonapartismo”, en Norberto Bobbio, Nicola Mateeucci y Gianfranco Pasquino, Diccionario de política, t. a-j, p. 153-154. (letras cursivas de HFdeC, excepto fascismo) 4 Kart Marx, La guerre civile en France, 1871 (La Commune de Paris), p. 63. 5 Luis Medina Peña, Invención del sistema político mexicano, p. 279. 6 Agustín de Iturbide, Memorias escritas desde Liorna, p. 82-83. 7 Vid. Gianfranco Pasquino, et at. Manual de ciencia política, p. 16. 8 “El país había salido de sus guerras con grandes quebrantos. La Reforma fue una desilusión. Los bienes del clero, que parecían destinados a redimir el erario y a impulsar la economía, no dejaron sino el recuerdo de una gestión desastrosa. La beneficencia pública quedó privada de sus elementos más indispensables. La instrucción también sufrió a causa de aquellas vandálicas operaciones. La Iglesia libre dentro del estado libre, fue la Iglesia exhausta dentro del estado misérrimo.”, en Carlos Pereyra, México falsificado, t. I, c. IX, p. 195. 9 “Años de revolución habían precedido a la amarga Guerra de Reforma, que a su vez fue seguida, sólo después de un breve respiro, por muchos años de combate contra el invasor extranjero. No debe extrañar, pues, que el final de la Intervención encontrara a México con una economía tambaleante. No sólo había padecido el país la devastación física común a todas las guerras, sino que los largos años de desorden habían traído consigo un completo estancamiento económico.” Walter V. Acholes, Política mexicana durante el régimen de Juárez. 1855-1872, p. 188. 10 Luis González, “El liberalismo triunfante”, en Historia general de México. Versión 2000, p. 635. 11 Iturbide, op. cit. p. 53. 12 José María Villa, “El ajusticiado real”. “Editorial”, en “Apéndice”. “Artículos aparecidos en la prensa diaria”, Monitor republicano, México, viernes 12 de julio de 1867, en A cien años del triunfo de la República, p. 456. 13 “… las armas republicanas […] decidieron el triunfo y, al derrumbarse el Imperio, cayeron en el cerro de las Campanas Maximiliano, Miramón y Mejía. El liberalismo, esta vez, había sellado con sangre su victoria definitiva. ‘Después de cuatro años –pudo decir el Presidente indio- vuelve el gobierno a la ciudad de México con la bandera de la Constitución y las mismas leyes, sin haber dejado de existir un solo instante dentro del territorio nacional.’ En ese doloroso instante había acabado de forjarse el alma nacional que Juárez condujo frente a la intervención y el Imperio. No había transcurrido en vano medio siglo; en él quedó forjada una nación.”, Raúl Carrancá y Trujillo, “Liberales y conservadores”, en De la Torre, Lecturas históricas, p. 237. 14 Cf. David Easton, Esquema para el análisis político, c. 2, p. 48-49. 15 “La vida política se ha descrito como el estudio del orden, el poder, el estado, la política pública, la adopción de decisiones o el monopolio del empleo de la fuerza legítima. [En sentido amplio,] la vida política, a diferencia de los aspectos económico, religioso […] de la vida, se puede describir como un conjunto de interacciones sociales de individuos y grupos. Las interacciones son la unidad básica de análisis.”, Ibid. c. 4, p. 78. 16 Cansino, op. cit. p. 27-28, 30. 17 “Cabe, por tanto, no estar satisfecho de los policy studies por dos tipos de razón. En síntesis, por su consideración escasa de la historia (de los individuos, de los grupos, de las instituciones en las que se crean y se confrontan los III policy networks) y por su inclinación teórica escasa. Y, de hecho, el tercer fragmento en busca de unidad es, según Dahl, el uso de la historia. ‘En su interés por analizar lo que es, el científico político conductista ha encontrado difícil hacer un uso sistemático de lo que ha sido’ [Dahl, R. A. The Behavioral Approach in Political Science. Epitaph for a Monument to a Successful Protest, en “American Political Science Review”, 55, 1961, p. 71] El tema, como se subraya oportunamente en el capítulo de Bartolini, se refiere no al recurso al método historiográfico, sino al empleo del material ofrecido por la historia para el análisis político, Pasquino, “Capítulo 1”, en Pasquino, op. cit. p. 27. 18 Bartolini, op. cit. en Pasquino, op. cit. p. 69-70. 19 Álvaro Matute, “Historia de las ideas”, en Baca Olamendi, op. cit. p. 304. 20 Vid. Pasquino, “Capítulo 1”, en Pasquino, op. cit. p. 30. 21 Álvaro Matute, loc. cit. (letras cursivas de HFdeC) 11 Capítulo I. Anarquía en la Francia y México decimonónicos Francia Dos acepciones del término anarquía, del Diccionario de la lengua española, son oportunas para el debate sobre la ausencia de orden y la falta de paz en una nación: 1. Desorden, confusión, por ausencia o flaqueza de la autoridad pública. 2. Desconcierto, incoherencia, barullo, en cosas necesitadas de ordenación. Esto es, anarquía significa falta –pérdida,insuficiencia- de orden, circunstancia que lleva en cascada a generar la necesidad (necesidad, punto opuesto de la libertad) natural de acabar con el desconcierto o desorden en las cosas requeridas de ordenación, incluyendo la res pública. Y la anarquía, un estado ocasionado en la sociedad por la falta de fraternidad – amor- que no otra cosa es la discordia, es un problema político ya analizado desde Platón (la República). “¿Cómo se manifiesta la corrupción del estado? Esencialmente, con la discordia. El tema de la discordia como causa de disolución del estado es uno de los grandes temas de la filosofía política de todos los tiempos; tema recurrente como tantos otros, sobre todo por la reflexión política que considera que los problemas del estado no ex parte populi (porque desde este punto de vista el problema fundamental es la libertad), sino ex parte principis, desde la óptica de los que detentan el poder y tienen la misión de conservarlo. Para los que ven que el problema político ex parte principis, y Platón es ciertamente uno de éstos, quizás uno de los más importantes, el tema fundamental no es la libertad (del individuo con respecto al estado) sino la unidad (del estado en relación con los individuos). Si la unidad del estado es el primer bien, la discordia es el mal; la discordia es el comienzo de la disgregación de la unidad. De la discordia nacen los males del desmembramiento del cuerpo social, la escisión en partes antagónicas, el choque de las facciones, en suma, el peor de los males, la anarquía, que representa el fin del estado o la citación más favorable para la constitución del peor de todos los gobiernos, la tiranía…” 1 Pero, pese a la anarquía cuyo significado ya se ha fijado, hay una constante –eterno ritornello- en el devenir histórico galo, tal y como lo ilustró el general Charles de Gaulle a principios de la segunda mitad del siglo XX: Los orígenes de Francia se pierden en la noche de los tiempos. Vive. Los siglos la llaman. Pero sigue fiel a sí misma. Sus límites pueden modificarse sin que por ello cambien el relieve, el clima, los ríos, los mares que la marcan de manera indefinida. La habitan unos pueblos que en el transcurso de la historia se han visto sometidos a las más varias adversidades, pero a los que el fluir de los acontecimientos, manejados por la política, ha ido amasando sin cesar formando con ellos una sola nación. Esta nación ha abarcado 12 muchas generaciones […] pero debido a la geografía de este país suyo, al genio de las razas que lo componen, a los vecinos que la rodean, adquiere un carácter constante que hace que los franceses de cada época dependan de sus padres y les compromete ante sus descendientes. A no ser que se rompa, este conjunto humano, en este territorio, en el seno de este universo, posee, pues, un pasado, un presente y un porvenir indisoluble, de modo que el estado, que responde por Francia, tiene a su cargo simultáneamente su herencia de ayer, sus intereses de hoy y sus esperanzas de mañana. […] Es ésta una necesidad vital, que en caso de peligro público se impone, tarde o temprano, a la colectividad. Por consiguiente, la legitimidad para un poder procede del sentimiento que inspire y que posea de encarnar la unidad y la continuidad nacionales cuando la patria esté en peligro. En Francia, siempre, tanto los merovingios como los carolingios, los Capetos, los Bonapartes y la III República recibieron y perdieron por motivos de guerra esa autoridad suprema. La que, en el fondo del desastre, me ha sido conferida en nuestra historia, se ha visto reconocida por [los] franceses que no renunciaban a combatir; luego […] por el conjunto de la población y, por último […] por todos los gobiernos del mundo, gracias a lo cual pude conducir mi país a su salvación. 2 François René de Chateaubriand, político y literato francés de altos vuelos que vivió 80 años (1768-1848) y fue actor y testigo del acontecer histórico-político de su patria y de la Europa de su tiempo, dejó en sus Memorias de Ultratumba una evaluación política y juicio filosófico-histórico de Francia y la libertad desde el ancienne régime hasta casi sesenta años después de la Revolución de 1789: “Hay dos consecuencias en la historia, una inmediata y que se conoce al instante, la otra lejana y que no se advierte de primera intención. Estas consecuencias se contradicen a menudo; unas proceden de nuestra corta sabiduría, las otras, de la sabiduría perdurable. Así, cuando comenzamos nuestra revolución, lo hicimos en nombre de la libertad y, nos arrojamos a todos los crímenes. Pronto habrán transcurrido cincuenta años y vemos que los fanáticos de esa libertad que compraron al precio de tantas desventuras y de tanta sangre, son los primeros en abandonarla al despotismo. Bajo el Imperio, Bonaparte creyó haber conquistado el mundo: se precipitó en los excesos de la fuerza y esos excesos producen hoy como resultado la debilidad de Francia y en lugar de conquistar somos conquistados. […] si veis al fin un hecho consumado, advertiréis que produjo siempre lo contrario de lo que de él se esperaba cuando no estuvo fundado desde el principio sobre la moral y sobre la justicia. 3 Casi todo el siglo XVIII – salvo los ocho años últimos- Francia estuvo gobernada por la dinastía real de los Borbones, la rama legítima fundada en el concepto monárquico proveniente de los Capetos y los Valois: la sucesión dinástica por la sangre, la soberanía absoluta del rey y la misión de gobernar del monarca otorgada por la gracia de Dios. Hubo en todo ese tiempo problemas grandes, empezando por la sucesión en el trono debido a la mortandad tan alta en los príncipes de sangre real –niños y jóvenes: 13 Luis XIV (1638-1715) fue bisabuelo de su sucesor Luis XV (1710-1774) y éste abuelo de su heredero Luis XVI (1755-1793), esto es, en un lapso de 59 años seis reyes o príncipes herederos, equivalente en números redondos a un monarca o heredero por decenio o, también, a una generación real cada 10 años. Pero, de mayor tamaño fueron los problemas económicos, políticos y sociales. El rey Luis XIV, de la dinastía de los Borbones que se remonta al siglo XI cuando Hugo Capeto y su familia ocupó por vez primera el trono de Francia, es el paradigma correcto para analizar los antecedentes del bonapartismo galo: un monarca y hombre de estado recio, auténtico y sensible a la percepción del anhelo e interés nacional, convencido de haber sido elegido por Dios para el gobierno secular de la antigua Galia, que principia la tradición de un gobierno francés personalista y autoritario –cesarista- que es preludio del bonapartismo. Luis XIV,4 aunque con ministros de talla grande como Colbert y los cardenales Mazarino y Richelieu, gastó sumas enormes de dinero tanto en las guerras que sostuvo contra Austria, España, Inglaterra, los Países Bajos, Saboya y Suecia como en el mantenimiento del esplendor de su corte (alrededor de 18 mil personas), el patrocinio de las artes plásticas y las letras y la edificación de palacios reales (por ejemplo, Versalles), parques y otros edificios, como los Inválidos. La sociedad francesa, hasta la convocatoria de los Estados Generales por el rey Luis XVI en 1789, estaba dividida en tres grandes grupos: nobleza, clero (alto) y estado llano (pueblo bajo). Francia, a cuyos parlamentos Luis XIV le quitó las funciones legislativas dejándole sólo las judiciales, tenía un sistema político centralizado y en el rey se concentró todo el poder del estado, conforme lo ilustró la declaración celebérrima del propio monarca: 14 L’était se moi. “Para prevenir las rebeliones y conjuras de las clases privilegiadas, Luis XIV alejó del gobierno a todos los miembros de su familia y a aquellos nobles que hubieran podido oponérsele, rodeándose de consejeros, ministros y funcionarios de extracción burguesa, que él controlaba directamente. En las provincias substituyóa los gobernadores nobles por intendentes burgueses; el particularismo feudal abandonó así la palestra al centralismo burocrático. […] Los parlamentarios también fueron privados de sus funciones y obligados a limitarse a los asuntos judiciales. Los Estados Generales no fueron ya convocados de nuevo; todas las decisiones eran tomadas por el Consejo del Rey.” 5 En esta Francia de la Edad Moderna y del Rey Sol imperó tanto una estrategia de expansión territorial, prestigio militar y dirección de la política europea, como de mecenazgo para la arquitectura, la pintura, la escultura y las ciencias, con predominio de los estilos clásico y barroco, todo prolegómeno del despotismo ilustrado y el iluminismo que estaban ya a la puerta. El heredero de Luis el Grande fue un niño, Luis XV,6 al que ya como hombre maduro le tocó reinar en la época del despotismo ilustrado y ser prototipo francés del ancien régime y del soberano libertino y propicio a la corrupción de sus cortesanos y funcionarios, aunque debe reconocerse el favor magno que este monarca ilustrado le dio a las artes que así tuvieron un auge nunca visto, excepto la literatura gala cuya etapa de oro fue en tiempos del Rey Sol. El principio monárquico absoluto se transformó por influencia racionalista y paternalista, anunciando a más de medio siglo el advenimiento del bonapartismo y del positivismo: “En el transcurso del siglo XVIII, el maridaje de las teorías racionalistas de cuño ilustrado y el absolutismo de los príncipes, fundado en las normas de la razón de estado, produjo el llamado despotismo ilustrado. El término expresa ya sus características fundamentales: la praxis política de tipo absolutista, substraída al control de organismos representativos y a los cánones de normas constitucionales definidas que no fueran las consuetudinarias, fue concibiéndose progresivamente no tanto en función de la autoridad y la magnificencia de los soberanos, cuanto de la felicidad y bienestar de los súbditos. El uso del poder absoluto y de los instrumentos de gobierno quedó así fundado en el interés paternal por la suerte del estado y en la benevolencia, iluminada por la razón, hacia los pueblos necesitados de guía y orientación. En consecuencia, el concepto mismo de absolutismo sufrió una modificación: perdió sus 15 connotaciones sagradas pretendidamente derivadas de un derecho divino, para asumir un ropaje racional, buscando su justificación en la mejora de las condiciones materiales y morales de los pueblos, de la organización de los estados y de la norma legislativa y penal. De este modo el buen gobierno se convertía en deber concreto de los príncipes y, en cierta medida, en la legitimación única de su autoridad. La voluntad soberana debía referirse necesariamente a los principios y a los instrumentos que las nuevas ciencias aplicadas a la realidad social habían puesto a punto o estaban elaborando, como la economía política, la legislación y la ciencia administrativa. Los ilustrados [fueron los] depositarios de los nuevos principios científicos, artífices de una sociedad fundada en una concepción de la justicia penetrada de motivaciones terrenales y profetas de una nueva humanidad, más feliz y racional […] La ilustración fue, en amplia medida, una cultura militante, empeñada en transformar la realidad con los instrumentos de la razón y capaz de hallar, en los soberanos dispuestos a dejarse ilustrar, los realizadores de sus modelos e ideas […] Si […] se subraya la evolución de los sistemas políticos en sentido democrático y la relativa participación popular en los asuntos públicos en nombre de un nuevo concepto de soberanía legitimada desde abajo, el despotismo ilustrado puede aparecer como el intento extremo y anacrónico de conservar formas políticas ya completamente inadecuada a las nuevas exigencias de la sociedad y de perpetuar una concepción personalista del estado, considerado como dominio del soberano. Éste, en realidad, continuaba imponiendo desde lo alto su propia voluntad de forma no menos autoritaria que en lo pasado e, incluso, de manera más despótica porque se justificaba con supuestas leyes o normas racionales, no controlables ni uniforme […] Por otra parte, si el despotismo ilustrado se presentó en formas distintas según los gobiernos y soberanos que lo adoptaron, tuvo también un común denominador, al menos en los países católicos: consistió en la lucha encaminada a limitar el poder de la Iglesia, sujetándola a la autoridad del estado [al tiempo que] los soberanos tendieron a recortar las inmensas propiedades eclesiásticas (las llamadas manos muertas) en su deseo de desarrollar una agricultura más racional y de reforzar las arcas del tesoro”. 7 Entonces, las fuentes reales del bonapartismo y del positivismo, además del empirismo y el racionalismo, están a tal grado en el despotismo ilustrado que la diferencia entre rey absoluto de Francia, cabeza del Comité de Salud Pública durante el Terror, director, primer cónsul, emperador, rey constitucional de Francia, rey de los franceses, príncipe-presidente y presidente republicano se difumina un tanto, unida esta novena por tres eslabones fuertes: 1) apoyo en la soberanía dinástica-divina o en la popular; 2) legitimación, ya sea por: a) la sangre; b) el sentimiento que la habilidad del dirigente genere en la comunidad de ser él el depositario de la unidad nacional (y, por eso, el único idóneo para detentar el mando supremo); c) el voto en las urnas mediante el referendum; 3) ejercicio firme de la autoridad. En la época de Luis XV, aunque –como en tiempos de su bisabuelo- con tendencia a la intervención francesa en el control político-militar de Europa y en el dominio de la 16 India, el comercio con Asia, las rutas marítimas y América del Norte (Canadá), Francia sufrió tropiezos militares y pérdida de territorios marcando el principio del fin de la hegemonía gala que no sería recobrada sino después de la caída de la monarquía, cuando la I República y la era napoleónica. Simultáneamente la monarquía, bajo los dos reyes absolutos últimos –y débiles, comparados con Luis XIV- en el siglo XVIII, padeció un deterioro progresivo causado por: • Crisis financieras por el exceso de gastos militares y de la corte. • Tensiones antagónicas entre el poder central y los poderes locales. • Crisis agrícolas y expoliación de los campesinos a manos de sus señores, esto es, la nobleza. • Acentuación de la pobreza y de las cargas fiscales al tercer estado. 8 • Ociosidad, despilfarro y corrupción de la nobleza y clero alto. • Pérdida de prestigio internacional y de posesiones coloniales en Norteamérica, el Caribe y la India. • Aumento del poder de los parlamentos –la burguesía naciente- que llegó hasta el grado de estar descontentos con el sistema monárquico y semiparalizar la administración del estado. Tal era Francia al subir al trono Luis XVI, un príncipe joven de diez y nueve años de edad que tuvo que enfrentar –y tratar de resolver- el rechazo al autoritarismo gubernamental, el deficit presupuestario, el despilfarro de la corte, los gastos militares y navales por el apoyo a los revolucionarios americanos, la desigualdad y la miseria social, la inquietud generada por el enciclopedismo y el anhelo popular de libertad y de bienes y satisfactores materiales. Luis XVI,9 contra lo que se cree comúnmente, fue un soberano muy bien preparado en asuntos militares, navales, diplomáticos, históricos y políticos. Además, fue un hombre sencillo, lleno de amor por el pueblo francés, con una devoción cristiana auténtica y un alto sentido de responsabilidad de sus deberes como monarca que encarnaba la nación, sentimientos que le impidieron ahogar en sangre los primeros intentos revolucionarios. 17 No obstante, aunque personificación –inmune por convicción a la corrupción y a lo libertino- de la antítesis de su abuelo (Luis XV) y de tantos cortesanosy pese a que llamó como ministros a hombres talentosos (Necker, por ejemplo) para poner orden en las finanzas reales y estatales, no pudo restringir los privilegios de la gran nobleza y del clero alto ni los gastos excesivos de la corte dando lugar a que continuara el mismo estado de cosas y que los burgueses (algunos ilustrados y conocedores de las novedades de los economistas y filósofos ingleses y franceses), cuyos ingresos, capital e influencia habían crecido durante el siglo XVIII pues eran los que le daban al rey cuanto empréstito les solicitaba y además estaban encargados de los trabajos públicos, sintieran también la necesidad del cambio ante el desorden hacendario, judicial y administrativo, aparte de que la gran burguesía deseaba igualarse con la nobleza de sangre y, el proletariado, deseaba que se pusiera coto a los privilegios y la soberbia de la aristocracia.. El iluminismo (enciclopedismo)10 no se quedó nada más en Europa sino llegó hasta lo que hoy es la región noreste de Estados Unidos generando que el pueblo anglo- americano se inconformara con las disposiciones del parlamento inglés y empezara un movimiento que, a partir del descontento causado por la Ley del timbre (Stamp Act) en 1765,11 las leyes Towshend (1767)12 y la Matanza de Boston (1770),13 generó el Boston Tea Party (1773),14 la Declaración de independencia (1776) y la ayuda de las tropas y barcos franceses que el rey Luis XVI mandó para apoyar a los insurrectos,15 todo lo cual culminó con la independencia de las trece colonias.16 A Luis XVI, el soberano al que le estalló la bomba económica, política, social y cultural que se había estado llenando de dinamita comunitaria desde antes de su nacimiento, le tocó ser actor, sujeto y objeto del movimiento revolucionario y el Terror 18 que victimó en el cadalso a él mismo, a la reina María Antonia, a su joven hermana la princesa Isabel y a gran número de miembros de la aristocracia. La Revolución Francesa de 1789, cuyo lema fue libertad, igualdad y fraternidad, al tiempo que campeaba el grito de Dieu, le Roi et le Loi, empezó formalmente cuando ya no puso sobrellevarse la bancarrota nacional y hubo que convocar los Estados Generales –su apertura la hizo Luis XVI en Versalles, el 5 de mayo-17 seguidos de las asambleas Nacional y Constituyente (17 de junio y 9 de julio) que abolieron los privilegios feudales, proclamaron la libertad religiosa y de prensa, la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (26-VIII-1789)18 y la Constitución, jurada por el rey –monarca constitucional- el 14-IX-1791. La Asamblea Legislativa (1-X-1791–20-IX-1792) le declaró la guerra a Austria (una contienda de diez años que se tornó europea) y suspendió en sus funciones al rey Luis XVI. Fue substituida por la Convención Nacional (21-IX-1792 al 26-X-1795), que decretó la caída de la monarquía, la proclamación de la república, el juicio y ejecución del rey Luis XVI, la creación del Comité de Seguridad General, el Tribunal Revolucionario y el Comité de Salvación (Salud) Pública y la promulgación de la Constitución (republicana) de 1793; luego, el poder emanó de la Comuna de París dominada por Robespierre y el Terror que terminó con la revuelta de los diputados moderados,19 que decapitó al Incorruptible y a casi un centenar de sus partidarios. La Convención Nacional, asimismo, mediante el Comité de Salud Pública y a propuesta de algunos sabios propensos a las nuevas ideas entre los que estaban nadie menos que el médico y químico Antoine-François Fourcroy (1755-1809) y el matemático, geómetra y jacobino Gaspard Monge (1746-1818), creó una Comisión de 19 Obras Públicas que por el decreto del 21 ventoso del año II (11-III-1794) fundó, en el Palais-Bourbon, la Escuela cuyos cursos se inauguraron el 21 de diciembre del mismo año y que, a partir de septiembre de 1795, tomó el nombre definitivo de Escuela Politécnica, vigente hasta hoy en día. La finalidad del currículo politécnico –-desde su fundación- se centró positivistamente en dar a sus alumnos una formación científica fuerte con apoyo en la física, la química y la matemática y, adicionalmente, prepararlos académicamente para entrar a alguna de las escuelas estatales de servicio público, por ejemplo la Escuela de Minas, la Escuela de Caminos, Canales y Puertos, la Escuela de Ingeniería o la Escuela de Artillería. Al entrar en vigor la primera carta magna francesa,20 ya asoma el bonapartismo cuya esencia política para ese tiempo y esa Francia fue descrita por Robespierre: “ ‘Necesitamos una voluntad única, sea republicana o realista. Para que sea republicana se necesitan ministros republicanos, periódicos republicanos, diputados republicanos y gobierno republicano. Los peligros internos proceden de los burgueses… Es preciso que el pueblo se alíe a la Convención y que la Convención se sirva del pueblo’. Anticipaba algunos rasgos de la constitución, que preveía el referendo popular para la aprobación de las leyes y reconocía al pueblo soberano el derecho de insurrección, pero prefiguraba, sobre todo, la política de la voluntad única, de la que él mismo sería en breve la expresión suprema, el depositario inflexible y oficiante.” 21 La época del Directorio (1795-1799) sobrevino cuando, tras de ser guillotinados Robespierre y sus correligionarios más adictos, los diputados jacobinos –la Montaña- perdieron el mando al tiempo que eran vencidos en las calles los obreros parisienses que los apoyaban en los arrabales. Hay una definición precisa –debida al maestro Justo Sierra- del concepto de jacobino y del beneficio de su quehacer político entintado por su radicalismo y, también, de cuando deja de ser útil para la comunidad y la Nación pues se ha convertido en un déspota –dictador- que hace a un lado la ley y las garantías individuales y sociales 20 proscribiendo el estado de derecho establecido por la Carta magna:, aunque su justificación –positivista- es que sus acciones propician el progreso de un pueblo Ocampo, que se declaraba ignorante de todo cuanto pudiera autorizar la escisión del partido liberal en moderados y puros, era en realidad un jacobino; jacobino es aquél que cree que la evolución social sólo puede realizarse por los procedimientos revolucionarios y que hace del procedimiento revolucionario un sistema de gobierno; ese procedimiento se compone de golpes de autoridad a expensas de la ley y de medidas de salud pública por encima de las constituciones y de las garantías individuales. Ahora bien, estos hombres son necesarios en tiempos determinados, son los encargados de precipitar la evolución cuando se ha retardado y de hacer llegar al grupo social director al nivel del progreso que anhela. Cuando tiende a convertirse en procedimiento normal, no pudiendo ser ni un procedimiento de libertad porque no admite la libertad en los adversarios ni un procedimiento de gobierno porque cree el poder emanado del pueblo superior a todo derecho, entonces se vuelve anárquico y naufraga en el despotismo de un dictador… 22 Volviendo al punto, como la Nación deseaba tranquilidad, con los moderados en el poder –fueron llamados los diputados girondinos sobrevivientes- se derogaron las leyes de excepción,23 cesó el Terror y se combatió –y venció- a los petimetres que andaban por las calles degollando cuanto jacobino encontraban y, cuando el partido realista empezó a recobrar fuerza y levantó una insurrección violentísima contra la Convención Nacional, el movimiento fue ahogado en sangre por el joven militar Napoleón Bonaparte, puesto a la cabeza de las tropas convencionistas por nombramiento del 5 de octubre de 1795. Con la aprobación de la Constitución del año II que instituyó el gobierno del Directorio,24 la Convención terminó su labor el 26 de octubre de ese mismo año al grito de ¡Viva la república! El Directorio, en funciones cuatro años, se enfrentóa realistas, jacobinos, emigrados, repatriados y sacerdotes refractarios (no aceptaban la constitución), para lo cual tuvo que contenerlos mediante golpes de estado que anulaban elecciones jacobinas, arresto de diputados realistas o mandando los desafectos al régimen a la Guayana Francesa (la llamada guillotina seca). También hubo problemas financieros muy fuertes, entre ellos la bancarrota de 1797 21 y el establecimiento de impuestas a puertas y ventanas (imitado algunos años después en México por el gobierno de Santa-Anna) que causó el descontento de la burguesía. En suma, tras de la Revolución, el Terror, la leva para las guerras, la inflación, la depreciación de la moneda, la expansión de la miseria, la falta de alimentos en París y la provincia y la corrupción de los políticos directoristas, sobrevino en Francia una ola de anhelo por la paz, la tranquilidad pública, la seguridad y el disfrute de bienes y servicios básicos, todo lo cual dio lugar al golpe de estado del 18 Brumario (9 de noviembre de 1799). Sin solución de continuidad –inmediatamente después del Directorio- se estableció el Consulado (1799-1802) como forma de gobierno y se dio la primera muestra de cesarismo bonapartista: el general Napoleón Bonaparte, con el prestigio militar, diplomático y financiero conseguido por el levantamiento del sitio de Tolón (1793), la campaña de Italia (1796-1797) y la expedición a Egipto (1798-1799), regresó a Francia y, por influencia de Sieyès y de Barrás,25 formó parte de un triunvirato –de cónsules-26 que substituyó en el poder ejecutivo al Directorio y promulgó una nueva constitución, la del año VIII, pero no la que redactó Sieyès creyendo ser el amo de la nueva situación, sino la que el propio Napoleón dictó haciendo que, bajo la apariencia de un estado formalmente republicano, Francia tuviera materialmente otra vez un gobierno monárquico, es decir, la primera manifestación del bonapartismo hecho realidad. Cuando el 18 Brumario (viernes 9, noviembre, 1799) y el ascenso de Napoleón al gobierno tripartita del Consulado, previamente el joven general corso escribió un discurso en el cual le reclamó al gobierno del Directorio: “¿Qué habéis hecho con la Francia que yo deje [antes de irme a Egipto] a tanta altura? […] ¿Dónde está el fruto de mis victorias? ¿Dónde están mis 100 mil jóvenes compañeros de armas. Han muerto”.27 22 Apunta al respecto el historiador anglofrancés Hilario Belloc que “Todo ello daba la nota exacta, expresaba el disgusto que la nación en armas sentía contra los políticos, los abogados. Mayor que el temor al regreso de los jacobinos con el terror y la anarquía, mayor que la angustia ocasionada por la mala administración y por el comercio en ruinas, era la cólera de un pueblo desilusionado de la paz y de la fuerza.” 28 “Lo que la nación pedía y necesitaba era Paz y, como el antiguo mundo exterior o al menos sus gobiernos no le permitían a la República tenerla, la nación estaba hambrienta de un hombre que al fin pudiera derrotarlo e imponer la Paz. No existía más que uno.” 29 Tantas guerras y tantas batallas tuvo Francia en Europa en tiempos del Consulado tripartita y luego con Napoleón como cónsul dominante, que surge la pregunta: ¿es que acaso Bonaparte quería la guerra –con el consiguiente número elevadísimo de inválidos y cadáveres franceses y europeos- y la discordia por sobre todas las cosas? No. Napoleón, sin dejar de ser uno de los estrategas militares más grandes que haya habido nunca, era también un estadista y político y quería la paz,30 una posición de la cual dejó testimonio en una carta que le escribió al emperador austríaco Francisco II.31 Dicha carta, quasi imperial y dirigida a un miembro de la misma casa real del emperador Maximiliano I de México, muestra la misma postura de los hombres de estado de Francia y México –y sus pueblos- sesenta años después: la fórmula positivista de amor, orden y progreso. El 14 de junio de 1800 Napoleón Bonaparte ganó la batalla de Marengo, una victoria que pareció confirmar el triunfo de la República Francesa y de la Revolución sobre las monarquías europeas, a la vez que también pareció anunciar una era de paz, acerca de la cual dice Belloc que “la paz fue fruto de la batalla de Marengo y, para la historia tiene ahora una importancia primordial el que comprendamos cómo y por qué la aspiración principal del pueblo francés y de su jefe era una paz permanente. […] No sucedía eso con los gobiernos del Viejo Mundo. No sucedía eso con las aristocracias y los reyes. Para ellos, si no para sus pueblos (sus pueblos estaban divididos sobre el asunto). La Revolución era la muerte. No podían menos que volver a la carga. Su objetivo final no era la paz.” 32 Cabe ahora advertir, antes de terminar este repaso histórico-político breve de la 23 Francia del siglo XVIII y pasar al cesarismo bonapartista y a la centuria decimonónica, que los franceses aprendieron de una vez por todas la lección histórica-política: la república no era siempre sinónimo de democracia, libertad ni ausencia de tiranía, del mismo modo que la monarquía no significaba forzosamente despotismo y falta de libertad o de democracia. Pero, monarquía o república, en cualquiera de los dos casos hay posibilidad de que surja la figura del hombre de estado que sabe percibir e interpretar los sentimientos de la Nación y gobierna de modo personalista, al estilo del cesarismo que caracterizó la época del Consulado vitalicio (1802-1804) del primer cónsul Napoleón Bonaparte. El maestro Justo Sierra, estudioso de la historia de Francia y de México, al analizar la Revolución Francesa de 1789 y la actuación de Napoleón Bonaparte establece cómo del jacobinismo despótico “de un club que operaba en nombre del pueblo, se pasó al de un solado de también se llamó representante del pueblo y, era verdad. Y éste fue un cesarismo. Y todo jacobinismo que no sabe hacerse reemplazar por la ley, va fatalmente hacia Napoleón”.33 Pero, el maestro Sierra no se queda nada más en los conceptos y reflexiones sintetizados en el párrafo anterior referentes al jacobinismo convencionista francés de 1792-1794 –despótico- y al cesarismo expresado por la actitud y comportamiento del general y luego cónsul Napoleón Bonaparte, sino que incluye características del cesarismo y de los fueros militaristas al analizar al general Antonio López de Santa Anna, un militar y político mexicano al que su oportunismo político lo hizo ver a veces como un mandatario afecto al cesarismo y otras veces –sobre todo al final de su carrera, el 1855- como un déspota muy cercano al populismo, a su vez pariente tan cercano del fascismo: 24 El ejército no sólo hacía y deshacía constituciones, sino presidentes, y para lograr esto promovía esotro. Todo ejército permanente estará en manos de su jefe, mientras el prestigio de un gran sentimiento no neutralice el prestigio de una gran renombre […] La verdad es que todo cesarismo s apoya en la incondicionalidad de la devoción al jefe. Durante siete lustros, Santa Anna fue dueño del ejército nacional; los partidos, la nación le fueron infieles y más lo fue él; pero no el ejército; tenía que amar a su caudillo, en zigzag, digámoslo así, mas siempre iba hacia él, siempre caía en sus brazos, en sus lujos ostentosos, en sus batallones de parada, en sus proclamas de un romanticismo churrigueresco que cantaban al oído del soldado su absurda y deliciosa fanfarria y, valga la frase, en sus plumeros, sus alamares de oro, sus condecoraciones de Guadalupe y sus grandes revistas y sus campañas casi siempre terminadas en vergüenzas y derrotas, pero de las que renacía como el Fénix, porque tenía un magnetismo personal, el don de mandar, de hacerse amigos con una frase, de crearse devociones hasta la muerte con la mitad de un favor, con el bosquejo de una preferencia. […] El ejército […] sólo quería santannas;creía que este hombre podía hacer con el presupuesto el milagro de los cinco panes, Para eso necesitaba quitar el pan a todos; lo hacía, y un movimiento pasivo, pero incontrastable, de la opinión, arrojaba a aquel César de nuestras incurables decadencias. 34 Después de la paz de Amiens (15-IV-1802)35 el Senado y el pueblo le dieron a Napoleón el título –refrendado por un plebiscito casi unánime- de cónsul vitalicio (2-VIII- 1802) y el derecho de nombrar sucesor, en una época en la cual el nuevo César galo recibía muestras de simpatía de los realistas y una carta de Luis XVIII proponiéndole la restauración monárquica. El golpe de estado de 1804 fijó de jure lo que ya era de facto: la vuelta de la monarquía con el primer cónsul a la cabeza del I Imperio (1804-1815), posición no debida a su buena fortuna sino a su capacidad para entender las aspiraciones del pueblo francés, ponerlas en marcha como programas de gobierno, salvaguardar el orden interno y mirar siempre por la gloria de Francia aún cuando la libertad quedara en segundo término. Las fechas clave de mayo de 1804 en las que el primer cónsul se volvió emperador son:36 • Día 3: El Tribunado propone que el Consulado sea vitalicio. • 11: El Tribunado vota que: 1) Napoleón sea emperador a cargo del gobierno de la República; 2) el título de emperador y el poder imperial sea hereditario de varón a varón por primogenitura. • Día 12: Mientras el primer cónsul está en Saint-Cloud, el Senado vota por unanimidad la instauración del gobierno imperial y proclama a Napoleón Bonaparte emperador de Francia. • Día 18 (28 Floreal del año XII): resolución del Senado –sometida a plebiscito- modificando la Constitución para fundar un régimen nuevo, el Imperio, confiar la república a un emperador 25 hereditario y convertir al primer cónsul en Napoleón I, emperador de los franceses. El 2 de diciembre de 1804, en Notre Dame y con la presencia del papa Pío VII, se efectuó la coronación de Napoleón I; pero no fue el sumo pontífice el que le plantó la corona en su testa ni en la de la emperatriz, sino él mismo porque el poder no lo tenía por gracia divina sino por la gracia de su genio y la aceptación del pueblo francés que le había dado su representación. El 2 de diciembre –como el 5 de mayo en el devenir galo- es una fecha emblemática en la historia napoleónica: • 1804: coronación de Napoleón I. • 1805: Napoleón I derrota al emperador Francisco I de Austria y al zar Alejandro I en la batalla de Austerlitz o batalla de los tres emperadores. • 1851: golpe de estado del príncipe-presidente Luis Napoleón Bonaparte. • 1852: un plebiscito aprueba restaurar el Imperio Francés y proclama emperador a Napoleón III. Además, en 1804 Napoleón I estableció un régimen militar en la Escuela Politécnica y le dio un lema que ya tiene tinte positivista: Por la patria, las ciencias y la gloria. De 1805 a 1809 hubo tres coaliciones contra Francia y luego los desastres de España (1808-1814) y de Rusia (1812) marcaron el principio del fin del poderío napoleónico. Abdicó Napoleón por vez primera en el palacio de Fontainebleau y fue confinado a la isla de Elba. Pero, se evadió, regresó triunfante a París y el rey Luis XVIII tuvo que huir; no obstante, toda Europa se coaligó contra él y al final del período en el cual ocupó otra vez el poder (Los 100 días), derrotado en Waterloo por los generales Wellington y Blücher el 18 de junio de 1815, abdicó por segunda ocasión el 22 de junio y, secuestrado por los ingleses, fue llevado a la isla de Santa Elena, en medio del Atlántico, donde murió el 5 de mayo de 1821. 26 Desterrado el emperador y con una Francia vencida e invadida por los ejércitos extranjeros, el clamor nacional fue de equidad ante la ley, seguridad para la propiedad, la vida y el trabajo y paz con las otras naciones europeas como medios para restablecer la tranquilidad y el orden en el interior y fomentar el progreso económico, tareas confiadas a los Borbones tanto por el pueblo y los políticos franceses como por los monarcas y estadistas foráneos; así se restauró la antigua dinastía real (1815-1830), pero, ahora bajo un régimen de monarquía constitucional. En Viena, de octubre de 1814 a julio de 1815, se reúnen los reyes, príncipes, diplomáticos, estadistas y políticos para arreglar Europa a su gusto tras los cambios surgidos por la Revolución Francesa, el genio militar y político de Napoleón I y veintitrés años de guerras. Europa era otra gracias a la abolición de los derechos feudales y del régimen de privilegios hecha por Francia, junto con la igualdad conseguida con el Código civil, a la vez que se extendió por el mundo y el viejo continente la voluntad popular de abatir el poder absoluto de los reyes y su arbitrariedad, la participación en el gobierno de la burguesía y del pueblo y la promulgación de constituciones fijando los derechos y obligaciones de gobernantes y súbditos. No obstante, los reyes europeos formaron la Santa Alianza bajo la dirección del canciller austríaco Metternich y reprimieron los movimientos liberales en sus estados al tiempo que reestablecían la censura, el régimen de religión oficial y las prisiones de estado. La contrapartida fue la organización en cada nación de sociedades secretas –como la de los carbonarios- en las cuales sus militantes pugnaban –nacionalistas radicales- por la independencia de su país o, los liberales, enarbolaban las banderas del 27 constitucionalismo, el republicanismo y las libertades: individual, de pensamiento, expresión, prensa y reunión. En Francia la dinastía de los Borbones, restaurada con Luis XVIII, no se atrevió a reestablecer el antiguo régimen sino que tuvo que conceder la Carta de 1814, una constitución que instauró la institución parlamentaria a la usanza inglesa. Luis XVIII murió el 1824 y le sucedió en el trono su hermano el conde de Artois, ahora Carlos X, que de inmediato indemnizó a los emigrados cuyos bienes habían sido vendidos durante la etapa revolucionaria y, luego, trató –sin éxito- de destruir la prensa política y de restringir las franquicias nada más a las clases ricas de Francia, pero, ante la oposición popular y de la Cámara de los Pares tuvo que retirar sus proyectos de ley y cambiar a sus ministros. No sólo Napoleón I, creador formal del bonapartismo, fue autoritario al gobernar sino que el segundo de sus sucesores, Carlos X, también mostró su inclinación por el cesarismo quizás tanto por su recuerdo de la falta de una autoridad fuerte en el reinado de su hermano Luis XVI,37 como por su temor al desorden y la anarquía revolucionarios de 1789, de modo que –contrariando el credo libertario del legitimista señor de Chateaubriand- firmó el 25 de julio de 1830 las Ordenanzas (anticonstitucionales) que, publicadas en el Moniteur del otro día, causaron gran revuelo desatando la agitación popular y política y la sedición burguesa, a la vez que despertaron del letargo a los republicanos e inflamaron la ambición de Luis Felipe, duque de Orleáns. La primera ordenanza suprimía la libertad de prensa, la segunda reformaba la ley electoral, la tercera disolvía la Cámara apenas elegida y la cuarta fijaba la fecha de elecciones nuevas. La conmoción de París cundió a toda Francia, bien organizados los orleanistas, 28 republicanos, fieles napoleónicos y burguesía liberal y, aunque el rey retiró sus Ordenanzas y cambió ministros, los insurrectos no echaron marcha atrás a la vez que la mala dirección militar de las tropas que defendían el régimen y al rey y la familia real cometían errores que obligaron al monarca a marchar hacia al norte, a Cherburgo, para expatriarse y nunca más volver. Antes de salir de París, el rey abdicó e hizo que su hijo, el delfín y duque de Angulema y al que le correspondió el trono como Luis XIX, abdicará también dejando ambos como sucesor a un niño,el duque de Bordeaux (después conde de Chambord), nieto de Carlos X y quinto rey Enrique en Francia aunque nunca pudo sentarse en el trono de sus ancestros. ¡En menos de su semana y con error tras error tanto del soberano como de sus ministros, militares, policía y consejeros, se vino abajo una dinastía que había regido Francia 800 años! Otra hubiera sido la historia si Carlos X, en vez de tender hacia la dictadura hubiera ejercido el cesarismo al estilo bonapartista: simular la democracia y constituir un gobierno fuerte. Pero, no fue así y en lugar de los Borbones llegó al trono la rama segundona de los Orleáns, conformando el período histórico-político llamado la monarquía orleanista (1830-1848). El duque de Orleáns fue nombrado lugarteniente del reino y hubiera sido regente durante la minoría de edad del rey niño, es decir, durante unos quince años que son apenas tres menos de lo que duró su reinado espurio: diez y ocho años, de 1830 a 1848. Sólo estuvo quince años Luis Felipe I en el trono usurpado y, tal y como el vizconde de Chateaubriand lo avizorara desde 1830,38 el trono bonapartista surgido del cieno 29 orleanista de la traición y la ambición cayó cuando por Francia –como por toda Europa- corrió la ola revolucionaria de 1848, coincidente con el Manifiesto comunista de Karl Marx. Luis Felipe tuvo que huir el 24-II-1848 y expatriarse, el mismo camino que él había forzado a hacer al rey Carlos X y luego hará Napoleón III. Mientras, la nueva revolución gala le daba entrada a la II República (1848-1852), proclamada por un gobierno provisional integrado por los representantes de los dos partidos revolucionarios, socialistas y burgueses republicanos, que restituyó la libertad de prensa y la de reunión que el bonapartismo orleanista había suprimido, derogó la ley que imponía la pena de muerte por causas políticas y decretó elecciones para elegir –mediante el sufragio universal sui generis de la época- una asamblea constituyente. No obstante, chocaron entre sí los burgueses liberales y los obreros socialistas y hubo durante cuatro días una revuelta que fue ahogada en sangre muriendo miles de personas, tras de lo cual surgieron los dos lados de la nueva Francia: de una parte la burguesía (integrada por católicos, republicanos, realistas, bonapartistas y liberales) deseosa de un gobierno recio, capaz de imponer orden, asegurar la propiedad y bajar impuestos; del otro, el movimiento obrero y socialista que quería un gobierno que impusiese la libertad irrestricta. Es decir, la misma situación que hubo en México en 1867 al advenir la república restaurada: de una parte, los liberales puros (jacobinos) con su demanda de imponer de modo irrestricto la Constitución de 1857, hacer prevalecer la ley por encima de cualquier conveniencia política y no transigir ni un ápice con los conservadores y reaccionarios (clero, milicia y la antigua aristocracia virreinal); de la otra, los liberales moderados encabezados por el propio presidente Juárez y el doctor Gabino Barreda, sabedores ya 30 de que la paz, el orden, la reconciliación (amor, concordia) nacional y el progreso económico sólo podrían ponerse en marcha cual era la demanda popular, si se soslayaba la aplicación inflexible de la carta magna y la libertad irrestricta, se reforzaba el Poder Ejecutivo Federal y se negociaba con los vencidos. Con un presidente Juárez y un México prestigiados en el exterior por su triunfo sobre el II Imperio, el ejército napoleónico y los voluntarios belgas y austríacos, un partido–el liberal-reformista- triunfante y dueño del escenario político-social, un partido opositor –el conservador- y una Iglesia abatidos y alicaídos, una Constitución respetada por el Poder Supremo (aunque en muchas ocasiones sólo formalmente) y que, a pesar de todos los avatares, seguía vigente, un principio republicano que había salido avante ya definitivamente sobre la idea monárquica, un ejército victorioso pleno de admiración por el caudillo civil que nunca había cedido un ápice al enemigo, una constelación de hombres científico-sociales laicos con una nueva doctrina y un nuevo dogma ajeno a lo virreinal y, un pueblo harto de la discordia, la anarquía, el desorden, la intranquilidad, el atraso, la ausencia de un alma nacional y las carencias económica-culturales, fueron factores “de primera importancia para producir un estado social caracterizado por la entrada definitiva del pueblo mexicano en el período de la disciplina política, del orden, de la paz, si no total, sí predominante y progresiva y, para acercarse así a la solución de los problemas económicos que preceden, condicionan y consolidan la realización de los ideales supremos: la libertad, la patria… 39 Volviendo a Francia, tras de la monarquía orleanista advino la etapa de la república bonapartista: elegida la Asamblea Constituyente, a fines de 1848 aprobó una carta magna basada en la soberanía popular, el sufragio universal directo y un poder ejecutivo delegado en el presidente de la república, no reelegible. Triunfó en las elecciones el príncipe Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón I, con 5 millones 400 mil votos mientras su competidor más cercano sólo tuvo menos de 31 1 millón y medio. Apenas cuatro años duró el segundo régimen republicano galo, ya que la habilidad política del príncipe-presidente y su ambición –legítima- logró la proclamación del II Imperio (1852-1870), conformando así un paralelismo inusitado del devenir histórico- político de Francia y México. El 2 de diciembre de 1851 (aniversario de la coronación de Napoleón I y de Austerlitz), a punto de terminar su período republicano de cuatro años y sin posibilidad constitucional de reelegirse, el príncipe-presidente dio un golpe de estado: arrestó a los jefes militares y políticos, decretó la disolución de la Asamblea, promulgó una constitución como la de 1799 y, reconociendo la soberanía popular como fuente única del poder, convocó un plebiscito (fines de 1851) que le permitió segur en el poder por más de 7 millones de votos a favor y medio millón en contra. Pero, al emperador Napoleón III le sucedió lo mismo que a su tío, el emperador Napoleón I, en el sentido de que uno y otro captó la grandeza de Francia y cuánto le agradaba al pueblo estar ubicado como el país más importante de Europa y del mundo; mas, como simultáneamente coexistía el clamor por la concordia, tal disparidad terminó desembocando en un solo punto: la necesidad de un dirigente con sagacidad y sensibilidad política para conjugar ambos factores. Tales condiciones hicieron que Napoleón III, quizás hasta en contra de su voluntad, se viera envuelto en nuevas guerras europeas pese a su decisión indudable de establecer la paz con las otras naciones y, en su país, la tranquilidad y el orden como medio de alcanzar el progreso. En 1854-1855, Francia luchó al lado de Inglaterra y Piamonte para apoyar el Imperio Turco contra las pretensiones rusas, cuya arsenal marítimo –potentísimo- en 32 Sebastopol era una amenaza constante contra Constantinopla (Estambul). En cambio, Napoleón III optó por la neutralidad cuando Prusia, una potencia emergente, emprendió sus guerras victoriosas contra Dinamarca (1864) y Austria (1866), mientras que en Italia el emperador –al fin antiguo carbonario- espoleó el nacionalismo y el anhelo de unidad territorial y cultural sin la dominación austríaca ni la de los Borbones españoles en Nápoles. No obstante, Napoleón III dejó tropas francesas en Roma resguardando no sólo al papa Pío IX, sino también la preservación política de los Estados Pontificios. El II imperio y el trono del emperador Napoleón III terminaron en 1870 después de que tuvo que concluir la intervención en México (tanto por la oposición política en la propia Francia, como por la presión estadounidense una vez finalizada la guerra de secesión),
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