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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES MAESTRÍA EN CIENCIAS DE LA COMUNICACIÓNMAESTRÍA EN CIENCIAS DE LA COMUNICACIÓNMAESTRÍA EN CIENCIAS DE LA COMUNICACIÓNMAESTRÍA EN CIENCIAS DE LA COMUNICACIÓN Los discursos de representación en el video hecho por mujeres Estudio de las obras de dos mujeres videastas mexicanasEstudio de las obras de dos mujeres videastas mexicanasEstudio de las obras de dos mujeres videastas mexicanasEstudio de las obras de dos mujeres videastas mexicanas TESIS QUE PARA OBTENER EL GRADO DE: Maestría en Ciencias de la Comunicación P R E S E N T A : Cynthia Eugenia Pech Salvador Directora de Teis: Dra. Ana Adela Goutman Bender México, D.F. agosto de 2006 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. a Diego, siempre Agradecimientos Esta tesis es el resultado de un largo trabajo durante el cual tuve la fortuna de contar con el afecto y el apoyo de amigas, amores y colegas, a quienes brindo mi más sentido reconocimiento. Gracias a Edingardo Aguilar, por su insistencia para que me animara a emprender este viaje (y otros tantos); a Lorella Castorena, a Salvador Mendiola y las demás de “nuestra” Coreografía de Género y Cultura del Programa Universitario de Estudios de Género, por haber sido las primeras en discutir conmigo la viabilidad del tema, en especial, a Márgara Millán, porque me dio claridad sobre muchos de los tópicos que alumbran este texto. Gracias a Giulia Colaizzi, por sus sugerencias literarias y de equipaje; a Marie- Christine Camus, por enseñarme a mirar el video desde dentro; a Vivian Romeu por la solidaria revisión de este trabajo y sus comentarios pertinentes que me animaron a poner el punto final a la investigación; a Ana Goutman, por su confianza, amistad y disposición para dirigir pacientemente este trabajo. Gracias a Pilar Rodríguez y Sarah Minter, por atender a mis preguntas y a mi insistencia. Gracias a Eduardo Mosches, por su persistente compañía en tan larga travesía; a mi hijo Diego por obsequiarme, con infinita y amorosa paciencia, muchos de nuestros días para que trabajara en esta investigación. Por último, quiero agradecer al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) por su apoyo para la realización de mis estudios de Maestría en Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. 5 Índice Introducción, 6 1. Teoría(s) de la representación, 12 1.1 Diversos modos de “representar” la representación, 14 1.2 Representación y realidad, 18 1.3 La construcción de realidad(es), 23 1.3.1 El conocimiento desde el/la sujeto, 26 1.3.2 Subjetividad: la construcción de sentido desde la experiencia, 29 1.3.3 De la polifonía del texto a la polifonía de la enunciación, 30 1.3.4 Discurso y subjetividad, 34 1.4 La representación icónica como escritura, 39 Bibliografía y Hemerografía, 41 2. Crítica feminista y representación, 44 2.1 Qué entender por Teoría(s) Feminista(s), 46 2.2 El sistema sexo-género ¿un concepto feminista?, 48 2.3 Del (des)orden cultural y sus representaciones, 54 2.4 De la autor-representación, 59 2.4.1 Mujer y representación, 63 2.4.2 De la diferencia, 65 2.4.3 De la(s) escritura(s), 66 2.4.4 Del cine, 72 Bibliografía y Hemerografía, 76 3. La retórica de la imagen, 79 3.1 Los códigos del ojo y la construcción de la mirada, 81 3.2 El video como medio tecnológico, 86 3.2.1 Televisión y video, 91 3.2.2 Cine y video, 94 3.3 El video como obra de arte, 97 3.4 El video y su espacio, 101 3.5 El video como texto, 103 3.5.1 El lenguaje del video, 104 3.5.2 Video y conocimiento, 105 3.6 Video y argumentación, 107 3.6.1 Video y categorías de análisis, 109 Bibliografía y Hemerografía, 112 4. Video y mujer: dos mujeres videastas en México. Estudio de la obra de Pilar Rodríguez y Sarah Minter, 115 4.1 El video en México, 117 4.1.1 Mujer y video, 122 4.2 Dos imaginarios videomáticos, 125 4.2.1 Tipologización por temas de los videos de mujeres en México, 133 4.2.3 Análisis argumentativo de los videos, 141 Bibliografía y Hemerografía, 154 Consideraciones finales, 157 Anexos, 165 Introducción 7 Este trabajo de tesis es un intento por ejercer la reflexión sobre una temática ampliamente discutida y estudiada: la representación. Sin embargo, mi intención deriva de un ejercicio reflexivo otro, que se presta a discurrir por los caminos de la representación sostenida por el discurso feminista que atiende a la creación cultural que, al mismo tiempo, enmarca temas tan diversos como son el concepto de identidad y de ahí, el de auto-representación, de subjetividad, de experiencia, de conocimiento pues el conocimiento es, ante todo, una construcción de la realidad. La identidad es el principal modo de orientación que tenemos los seres humanos para estar en el mundo. Gilberto Giménez (2002: 57-85) dice que la identidad se vive como el sentimiento de pertenencia, el cual se especifica en “la idea que cada uno tiene sobre quién es y cómo es la gente que le rodea, cómo es la realidad en la que se inserta y cuál es el vínculo que le une a cada uno de los aspectos dinámicos o estáticos del mundo en que se vive.”(Hernando, 2000: 18) De tal manera, la identidad implica una constante negociación con la realidad que haga posible la supervivencia de los seres humanos. Por eso se transforma constantemente, dependiendo de las condiciones y de los riesgos 8 que cada grupo humano deba afrontar. La identidad se construye día a día, en la interacción con otras identidades; asimismo, ejecuta su acción definitoria a partir de la diferenciación con otras identidades. La identidad, por tal, es un constructo que se rige por los valores y normas culturales de una sociedad. Más aún, es además un constructo histórico que relativiza el potencial de cada ser humano atendiendo a los roles establecidos que ya se tienen. De ahí que a las mujeres se nos defina como “lo femenino” que no es otra cosa que un rol que se vive a partir de la representación y “aprobación de los demás” (Hernando: 19) El interés por la identidad no es gratuito. En este trabajo, mi interés parte de la reflexión que, una vez más, se hace sobre la identidad, en específico, de la mujer como categoría abarcativa de las mujeres mexicanas que centran la búsqueda de la identidad en sus trabajos creativos de representación (auto- representación). Indudablemente, lo femenino —como parte de lo humano—, se define como una especie de performance o representación teatral a partir de la personificación que objetiviza a las actuantes, en este caso, a las propias mujeres. He ahí la expresada manifestación de la invisibilidad de las mujeres en estas personificaciones, pues son objeto y no sujeto de sus “propias” representaciones. En este sentido, la relación que existe —o mejor aún, debería de existir— entre la realidad y la representación, es retomada como el eje central deeste trabajo en el que se incluyen, como declaraciones de principio, que si existe la realidad, es por encima de todo humana y que lo que es ajeno a la representación es ajeno al ser humano. Desde este enfoque, la propia 9 posibilidad de esta investigación parte no de un supuesto, sino de un ámbito (abierto) de “verdad” que es el video como arte y el arte, es el dominio de la representación. El interés por abocarme al tema de la creación audiovisual que dos mujeres mexicanas están realizando en video, surge del interés por indagar una de las formas en que estas dos mujeres contemporáneas utilizan el medio, instrumento, mecanismo de visualización y sobretodo, de representación discursiva que manifiesta un ámbito de verdad individual en donde el ser de la obra puede ser. Un ser que al representarse se percibe a sí mismo, a partir de esa verdad que la obra de arte pone de manifiesto: la auto-representación. De esta manera, las representaciones discursivas en video, son los mecanismos utilizados para la auto-representación de las sujetos creativas. Al hablar de auto-representación estoy hablando de una posible escritura visual propia de las mujeres que retoman su propia experiencia. Una experiencia que el discurso feminista utiliza constantemente pues en él se engloban muchos de los temas de interés para el feminismo, el de la escritura misma, por ejemplo, en donde “lo importante no es si el texto ha sido escrito o no por una mujer, si refleja la experiencia vital de las mujeres o cómo se relaciona con otros textos escritos por mujeres, sino la forma en que el texto funciona como proceso significante creador o sustentador de ideología” (Suárez, B. et al., 2000: 31) La experiencia no se refiere sólo a las sensaciones sino al proceso por el cual se construye la subjetividad de los actores sociales, en este caso, la subjetividad de cada mujer. Además, la experiencia, particular y propia en cada 10 ser humano, es el proceso a través del cual interactuamos socialmente a partir del establecimiento de relaciones —materiales, económicas e interpersonales— que además son históricas. Así, identidad, representación, experiencia, percepción, arte, obra de arte, conocimiento y auto-representación, son las principales temáticas que toco en este trabajo en que mis aproximaciones a las mismas están presentes a lo largo de todo el texto. Sin embargo, el imperativo de este trabajo se enfoca en los discursos mismos que sobre las temáticas existen y que son relevantes para esta investigación, la cual, está dividida en cuatro capítulos. Dicha división busca dar un orden y continuidad a las mencionadas temáticas, pero también a mi propia reflexión. De tal forma que en el primer capítulo me aboco al concepto de representación y las diferentes definiciones y contextualizaciones que se le han dado, así como indago sobre los postulados que diferencian a estas definiciones. En el segundo capítulo, me centro en el Feminismo, en algunos de sus aciertos y desaciertos a la hora de hablar de la representación de las mujeres y ahondo en los aportes que diferentes teorías han contribuido para el análisis de las creaciones culturales. En el tercer capítulo, intento explorar el medio video y sus incursiones como fuente creativa; por último, en el cuarto capítulo, analizo la obra de las videastas mexicanas Pilar Rodríguez y Sarah Minter, centrándome en sus obras más singulares en donde se me evidencian la auto-representación y el autoconocimiento. Para la elaboración de este apartado realicé entrevistas a profundidad con cada una de ellas. 11 Finalmente, en las consideraciones finales presento algunos indicios a los que he llegado sobre el tema central de esta investigación y las especificidades propias que el mismo tema ha arrojado. Cabe señalar que la bibliografía utilizada en la elaboración de este trabajo está presente al final de cada capítulo, en función de los textos bibliográficos y hemerográficos a los que hago alusión en cada apartado. Asimismo, en la sección Anexos, puede encontrarse algunas referencias de interés general como el guión de preguntas que seguí con cada una de las entrevistadas; las fichas de las obras videográficas de las videastas y una cronología del video en México. 1. Teoría(s) de la Representación 13 “…la representación sólo se presenta a sí misma, se presenta representando a la cosa, la eclipsa y la suplanta, duplica su ausencia” Corinne Enaudeau 14 1.1. Diversos modos de “representar” la representación Representación es el término que coloquialmente se utiliza para referir un objeto o sujeto, con la realidad, es decir, hacer valer una(s) cosa(s) o persona(s) por otra u otras. Sin embargo, el concepto de representación tiene otros entendidos según las circunstancias de uso. Por ejemplo, representación puede significar el hecho de hacer sensible —tanto un objeto ausente como un concepto— por medio de una imagen, de un signo, de una metáfora; o la acción de representar la realidad, idea manejada por las artes plásticas y visuales; o el proceso por el cual una imagen es presentada a los sentidos y que la psicología aduce que se manifiesta por la percepción. Desde el ámbito de la literatura, el teatro o el cine, representación se entiende como el hecho de presentar una pieza o espectáculo en público. Desde la política, representación es el hecho de representar el pueblo, la nación, etcétera, en el ejercicio del poder. Así sucesivamente, el término representación tiene múltiples acepciones, que, repito, tienen que ver con las circunstancias de su uso. 15 Como caso concreto, me gustaría abordar a continuación, algunas de las nociones que al término representación le han dado distintos autores desde diferentes corrientes de pensamiento, específicamente desde la disciplina histórica, la filosofía y la semiótica. Resulta interesante la lectura cuidadosa del texto de Roger Chartier, “El mundo como representación” (1992: 45-62), en donde el autor hace un repaso por algunos de los quiebres —los que él considera— que ha sufrido la Historia como disciplina (antes explicativa hoy solamente interpretativa, nos dice este autor) que estudia los acontecimientos que suceden en un tiempo y lugar y que me interesa puesto que creo que toda visión del mundo, fundamentada en lo que “el ojo ve”, está historizada. Para alguien que sabe poco de la disciplina Historia, como yo, de sus transformaciones, travesías, contradicciones y demás, este texto me dio algunas pistas sobre cómo el concepto de representación ha sido utilizado por la Historia: la Historia ha representado a un mundo a partir de la creencia de que la historia puede hacer presente algo que estaba ausente. Para Chartier, la Historia, específicamente esta disciplina que tiene un gran peso en todo discurso explicativo de “la verdad”, ya no es más que otro discurso que encierra sus propios límites de verdad en los procesos mismos de interpretación y construcción de sentido de los hechos historizados, a partir de entender los dispositivos de representación que se han establecido como mecanismos de control y poder. Así, el mundo representado por la Historia, se ha construido con base en el ejercicio de la interpretación de quienes han escrito 16 cada parte de la historia y por la apropiación social de esos discursos. Al leer a Chartier encontré puntos en común con otros autores que, desde el ejercicio de análisis del discurso, tratan de explicar que las disciplinas y los conceptos no son totalizantes. Por ejemplo, en La condición posmoderna (1993), Jean François Lyotard, dice que los discursos totalizadores no existen, mucho menos un conocimiento único, capaz de ser bautizado con un nombre que lo generalice. Al contrario, señala, existenmuchas historias como discursos de quienes escriben esas historias. A esto habría que agregarle que existen muchas historias como conocimientos hay. Cosa que Chartier explica cuando habla del desarrollo de la “Historia” como historia de las ideas y de las mentalidades y no como historia universal de la verdad. Para Chartier, la Historia como disciplina totalizadora, se abre a otras disciplinas con las que interactúa para que los/las sujetos construyamos el sentido de las cosas. El rescate de el/la sujeto como constructor de sentido, no es solamente lo importante del planteamiento de Chartier, sino también el replanteamiento de ese sujeto o esa sujeto, como constructor(a) de sentido dentro de una sociedad. Así, la Historia como verdad se traslada a la historia de las representaciones: cómo se han construido los gustos, la manera de ver, de pensar, etcétera, pero dentro de la vida cotidiana. La historia de las representaciones abre un camino ante las miles de maneras de dar sentido a las cosas. Es aquí donde el planteamiento de Chartier se cruza con la semiótica, el cognitivismo y la retórica, disciplinas que en lo 17 particular me interesan, pero que, me parece, pueden fundamentar esta disertación sobre la representación. Desde la filosofía analítica, Nelson Goodman (1976), plantea la representación como creación artística —y así cultural— pues, dice, “un cuadro, para que represente a un objeto, tiene que ser símbolo de éste, tiene que estar en lugar suyo, referirse a él; ningún grado de semejanza es suficiente para establecer la relación de referencia precisada. Tampoco la semejanza es necesaria para la referencia; casi cualquier cosa puede estar en lugar de cualquier otra. Un cuadro que represente a un objeto —así como un pasaje que lo describa— se refiere a él; más concretamente, lo denota. La denotación es el alma de la representación y es independiente de la semejanza”(:23) De esta manera, al representar un objeto, lo que hacemos “no es copiar tal hermeneuma o interpretación: lo consumamos”(:27) Es decir, creamos algo nuevo, no diferente, en donde se alcanza a percibir parecidos y, en este sentido, se estaría hablando de la idea de semejanza en la definición del signo visual o icono: “un icono es un signo cuyo interpretante se elabora o se elige en virtud de la relación de semejanza entre su representamen y su objeto” (Pérez Carreño, 1988: 24) Desde la perspectiva de la semiótica, los teóricos Umberto Eco y Santos Zunzunegui, respectivamente, coinciden con que el concepto de representación ocupa el centro del debate sobre la significación de las imágenes. Para Zunzunegui, la función de estar en lugar de otra cosa la hace la representación; además de que ésta, ofrece de nuevo pero transformado en signo lo que ya existe en la vida o imaginación. Mientras que para Eco el 18 representar icónicamente un objeto no es sino transcribir mediante artificios gráficos (o de otra clase) las propiedades culturales que se le atribuyen a ese objeto, a partir del proceso semiótico que da el pensamiento como posibilidad. Así, para la semiótica, el pensamiento es el único modo de representación y en ese sentido, la semiótica es una teoría de la interpretación y de la representación, así pues, representar es hacer de algo objeto de una interpretación (Pérez Carreño: 48-49) 1.2. Representación y realidad En nuestro idioma, la palabra representación, como ya lo señalé, tiene varios usos y aplicaciones. El término es utilizado en la psicología, en las artes plásticas y visuales, en la política, en el teatro, etcétera y en algunos casos, se establece como sinónimo (o equivalencia) de los verbos evocar, expresar, simbolizar, dibujar, concebir, imaginar o imponer. Sin embargo, su uso coloquial denota el volver a presentar algo imitándolo. Tomando en cuenta lo anterior, representar tendría su referente en la realidad y esta realidad sería el afuera, lo externo, a los/las sujetos. Sin embargo, hablar de realidad es hablar de realismo y esta, sin duda, es una noción histórica que implica un dominio en el sentido común. Hablar de realidad en el actual tiempo en que vivimos, es hablar desde el momento intelectual que permea a la academia, y por añadidura, a los y las que formamos parte de ella. Y sí, el momento que estamos viviendo es ese al que se 19 le ha llamado posmodernismo (Lyotard, Jameson, Vattimo); neobarroco (Calabrese, Echeverría) o sobremodernidad (Augé). Diferentes conceptos para definir este momento, este tiempo que acontece en la realidad de afuera y en la realidad de el/la sujeto. Pero hablar de posmodernidad es hablar de esa ruptura en la creencia personalizada de los discursos legitimados, de las grandes narrativas, de esa historia única y el surgimiento de varios discursos, de mininarrativas y de varias historias —es hasta hablar de polifonía, utilizando el concepto de Bajtín sin la propuesta de Bajtín—. Es decir, en el tiempo posmoderno todo se vale porque ya en lo que se creía no es más. Los discursos científicos ya no son esas verdades absolutas sino sólo discursos construidos desde muy diferentes puntos de vista, desde diferentes sujetos y desde diferentes momentos e historias de vida (de las mentalidades, según Chartier). Y ante este desatado no creer en nada —porque todo es construcción y ya hasta el conocimiento científico y “su comprobación hace la ley”, se vuelve hacia el azar de lo científico, en esa constante prueba- error que por casualidad dio la prueba—, nos encontramos en la superabundancia1 de discursos, como Augé apunta, o en el exceso, siguiendo la idea de Calabrese, en donde constantemente se ejerce presión sobre los límites. 1 Y aunque Augé se refiere a los lugares antropológicos, espaciales, quizá geográficos, en un sentido más allá del de nación, creo que la idea que maneja sobre la existencia de tantos lugares que se reducen a los “no lugares”, sigue esta idea de la superabundancia que fragmenta y que crea el continuo desconocimiento, pues dice “si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar. La hipótesis defendida es que la sobremodernidad es productora de no lugares, es decir, de espacios que no son en sí lugares antropológicos y que, contrariamente a la modernidad baudelariana, no integran los lugares antiguos: éstos, catalogados, clasificados y promovidos a la categoría de lugares de memoria, ocupan allí un lugar 20 Ante esta perspectiva ¿Qué queda? ¿Hacia dónde ir? ¿Hacia dónde mirar? Si mirar es mirar desde el/la sujeto, inmerso(a) en una identidad (legitimación del sujeto: nombre, apellido, nación, sexo, filiación, estado civil, etcétera); con una subjetividad implícita que se ha considerado alma, espíritu, ser, emociones y demás, y que hoy vuelve, como para darnos una luz entre tanta oscuridad, a la razón, esa de la que habló Kant y que hoy los constructivistas retoman y establecen como una vuelta a la mente —en el cuerpo— del ser humano, a la biología, la física y todas esas ciencias que hoy están en duda ante la idea de que “todo es discurso”. Por ejemplo, en su Crítica de la Comunicación, Lucien Sfez nos dice que en la actualidad la palabra “comunicación” se emplea para muchas cosas, desde denominar un acto comunicativo a una llamada telefónica, hasta a la relación que podamos tener con la computadora. Es decir, de tanto que se usa comunicación, se ha desvirtuado, distorsionado el sentido del término hasta lo que él llama la no- comunicación en la era Frankesntein: el tautismo, esto es, “neologismo formado por contracción de tautología (el repito y por lo tanto pruebo corriente en los medios) y autismo (el sistema de comunicaciónque me vuelve sordo y mudo, aislado de los otros, casi autista), neologismo que sugiere una mirada totalizadora, incluso totalitaria (la materia viscosa que me adhiere a la imagen, la realidad de la cultura visual, realidad siempre mediada, que se exhibe por lo tanto como realidad primera). En otras palabras, tomo en adelante la realidad representada como realidad directamente expresada, confusión primordial y fuente de todo delirio. Por circunscripto y específico”. En AUGÉ, Marc. Los “no lugares”. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad. Gedisa, España, 1996, pág. 83. 21 tanto, el tautismo es aquello por lo cual nos acontece una nueva realidad, sin distancia entre el sujeto y el objeto” (1995: 22-23) Comunicación es todo, según sus usos en la actualidad. Comunicar se confunde con informar y con expresar y no se alcanza a ver la diferencia entre estos tres términos. Es evidente que cuando uno o una comunica algo, desde un punto de vista, ese mensaje tiene información que le expresa2, a un receptor o una receptora, una intención. Aquí cabría tratar de entender qué significa la representación en la comunicación. El mismo Sfez nos dice que “hay una coincidencia total entre las teorías clásicas de representación y de comunicación. Ambas reposan sobre una división tripartita. En efecto, la comunicación propone la distinción emisor-receptor (o emisora-receptora) e introduce un canal entre ellos (o ellas). La representación apela a un mundo objetivo, real, y a uno representado, y los reúne por un mediador, vuelto de un lado hacia el mundo objetivo, y del otro, hacia el signo que este garantiza” (1995:49; los paréntesis son míos) Lo anterior sirve para remitirme a la simple definición (por todos) entendida de comunicación como la acción de expresar, mediante algún tipo de lenguaje, un mensaje. Así, la comunicación contempla tres partes fundamentales: el/la emisor(a), el mensaje y el/la receptor(a). El/la emisor(a), desde su propio punto de vista, se vale del lenguaje escrito, oral o visual para comunicar, para expresar algo al receptor o a la receptora. 2 Aquí cabría entender a este acto comunicativo como lo que desde Benveniste, Jakobson y/o Ductot, insisten en llamar un acto de enunciación. 22 Es evidente que Sfez centra su crítica en la no-comunicación que existe en la actualidad3, una comunicación inexistente y vuelve su vista hacia la retórica griega clásica para proponer como salida de esta no-comunicación y vuelta a una comunicación. Dice, siguiendo las pautas de la República, —que llama verdadera, la de los griegos—, “la lucha contra el tautismo” estaría en no confundir “el esto” con “lo aquello”, el no confundir representación con expresión, ni mucho menos el decir con lo dicho. Así como el decir, mero acto de habla, de abrir la boca y emitir sonido, lo dicho corresponde al acto de enunciación en donde las palabras se transforman en frases y estas, a su vez, en enunciados. La enunciación equivaldría a pensar lo que va a ser dicho, así, representación equivale a las máquinas y expresión al ser humano. La propuesta de Sfez es entonces la siguiente: hay que diferenciar, cada cosa por su nombre y no confundir. Hay que dar sentido antes de significar (Ducrot), hay que interpretar. Por su parte, Sfez, proclama a la hermenéutica filosófica que se propone interpretar un sentido a partir de la intención del enunciador y tomando también en cuenta la percepción evaluadora del receptor que es el intérprete. ¿Pero de verdad todo es discurso? Si se entiende por ello que son construcciones y no verdades absolutas, esto lo entiendo como una ruptura con esa idea de objetividad que tanto se nos inculcó (durante la licenciatura) cuando se hablaba que el “periodismo debería ser objetivo al ciento por ciento” y que sólo en contados casos —como en el artículo de opinión o en la editorial, por 3 Y digo en la actualidad, pues este libro se publicó por primera vez en francés en 1988 y luego en 1992, de nueva cuenta ya con algunas modificaciones, incorporaciones y actualizaciones al primer texto. 23 ejemplo— podía expresarse de manera subjetiva. Ahora la historia es otra y la objetividad no existe más. Yo me pregunto ¿cómo es esto? 1.3. La construcción de realidad(es) El o la sujeto, ese nombre —lo nominal por delante— que se le ha dado al ser humano para diferenciarlo del objeto, con todo aquello que está fuera de él o ella, creo yo, se ha vuelto necesario(a) para entender el por qué ya no debe de hablarse de objetividad, en el sentido de verdades absolutas. No es mi interés en este trabajo definir qué es lo verdadero pues caería en el error de pasarme del lado de lo que estoy refutando. Sin embargo, para mi lo objetivo sólo existe desde mis ojos, por donde mi mirada traspasa las cosas y extiende puentes con mi conocimiento. En este sentido, la verdad, lo real, se reduce a lo que para mí es verdad y real. El sujeto es, en principio, autónomo, cerrado sobre sí mismo, sin ninguna necesidad exterior, dictador y predicador de la realidad, como señala Renaut (1993). Entendido así, “ser sujeto” es propio del ser pensante que se representa como conciencia. Si el sujeto implica autonomía e independencia, es la visión de la razón dialéctica la que ha colocado a los seres humanos como sujetos de la historia y como los constructores de la humanidad. Para Hegel, la razón dialéctica guarda diferencia con la razón lógica. A la razón lógica le es imposible dar explicación de cosas como la naturaleza, por ejemplo, la semilla es semilla pero además puede ser árbol. Esta es una lógica 24 que no se puede explicar a partir de la semilla como un todo absoluto; en cambio, la razón dialéctica puede comprender más el proceso de la semilla y de su posibilidad como árbol. Así, a partir de esta razón dialéctica, el método de tesis y antítesis será el empleado para construir los discursos del conocimiento humano. Desde esta perspectiva, se ha definido al sujeto como el “yo” absoluto de Descartes, pero también, se le ha diferenciado del individuo; que como “ser en el mundo”, precisa Renaut, necesita y depende de la relación con los otros, a partir de una relación intersubjetiva. Para Husserl, la intersubjetividad es la clave en la constitución del mundo, ya que “únicamente a través de la participación común de mundo, resulta posible imaginar la coexistencia y la relación de las mónadas entre sí, es decir, únicamente sobre la base de una conciencia de participación del mundo” (Gadamer, 1975: 19), y en donde cualquier otro es al mismo tiempo el otro del otro. El sujeto esbozado como “yo” absoluto, presenta a un sujeto como esencia del yo —intimidad— y como un sujeto sujetado a esa esencia —que sería su lugar por excelencia—; mientras, el individuo, es la caracterización de cada ser humano en sociedad, visto desde afuera y que no da pie a la intimidad. En este trabajo sujeto es definido a partir del concepto de ser (self) como esa entidad abstracta que define a los seres humanos con identidad social y propia, como seres vivos, dice Edgar Morin (1994: 69), bio-lógicos, es decir, seres auto-eco-organizados, con una lógica propia pero que guardan estrecha relación con el afuera. El sujeto es el “lugar” donde se forman los significados y, al mismo tiempo, los significados constituyen al sujeto (De Lauretis, 1992: 56) 25 Esta idea de sujeto plantea tres paradigmas del ser que se han manifestado a lo largo de la historia —entiéndase por historia la serie de acontecimientos reconocidos ylegitimados por muchos—. El primer paradigma es el ontológico; el segundo, el representacional y el tercero, es el del constructivismo. El paradigma ontológico, el cual parte de la idea de que el ser es, maneja la existencia de dos mundos: el de los sujetos y las sujetos y el de los objetos y al hacerlo, tomando en cuenta lo de el ser es, este paradigma contiene, creo yo, una paradoja: mientras marca una distancia (entre el mundo de los sujetos y objetos) también marca una identidad (son seres). El paradigma de la representación, en donde el ser no es sino acaece (el ser llega al contexto y lo conoce), y el que parte de que las cosas, los sujetos pueden ser representados; sin embargo este paradigma ha sido cuestionado en cuanto a que se dice que nada puede ser representado tal y cual es, sólo puede ser esbozado; o en el mejor de los casos construido. Esta idea de que el ser construye al ser, la ha venido desarrollando toda una escuela llamada constructivismo radical, el tercer paradigma, encabezada por Heinz von Foerster y que sigue un lineamiento cognotivista en cuanto retoma al sujeto en sus capacidades de aprehender y conocer el mundo, de la experiencia del/la sujeto en sus vivencias y sus diferentes construcciones de las cosas. Este paradigma, creo que ha aportado una alternativa de conocimiento en este momento 26 posmoderno, en donde, según Augé, sólo existen los “no lugares”4 y donde los rompimientos son meras justificaciones de la crisis de lo social, de las fracturas de la sociedad. Es, desde este paradigma, que el sujeto se presenta como posibilidad de construir la realidad en cuanto sujeto que, trascendiendo su mismidad, se circunscribe en situación intersubjetiva y por tal, en una relación vital de vida con el entorno y el lenguaje. Es, sin duda, este el paradigma que cobra interés para este trabajo. 1.3.1. El conocimiento desde el/la sujeto Ernst von Glasersfeld, (1994: 115-142) explica breve y claramente las tesis principales de este paradigma. El constructivismo, señala, se ha nutrido de cuatro fuentes importantes. En primer lugar, del lenguaje: es el lenguaje el primer contexto del sujeto y desde donde contempla el mundo externo para construir un mundo interno. En segundo lugar, de las obras de los escépticos desde el inicio de la historia de Occidente: pues sostenían que lo que llegamos a conocer pasa por 4 Marc Augé define a los “no lugares” como espacios del anonimato en los que los y las sujetos estamos parados(as). Más específicamente y en “oposición al concepto sociológico de lugar, asociado por Mauss y toda una tradición etnológica con el de cultura localizada en el tiempo y en el espacio”, Augé los define como “las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de personas y bienes (vías rápidas, empalmes de rutas, aeropuertos), así como los medios de transporte mismos o los grandes centros comerciales, o también los campos de tránsito prolongado donde se estacionan los refugiados del planeta”. Pues -dice- “vivimos en una época, bajo este aspecto también, paradójica: en el momento que la unidad del espacio terrestre se vuelve pensable y en el que se refuerzan las grandes redes multinacionales, se amplifica el clamor de los particularismos: de aquellos que quieren quedarse solos en su casa o de aquellos que quieren volver a tener patria, como si el conservadurismo de unos y el mesianismo de otros estuviesen condenados a hablar el mismo lenguaje: el de la tierra y el de las raíces”. En Ibíd. p.p.40-41. 27 nuestro sistema sensorial y nuestro sistema conceptual y eso es lo único verdadero. Al cuestionarse la idea de lo verdadero se produce una escisión entre conocimiento racional y conocimiento místico, colocando a la ciencia dentro de lo racional en cuanto a que ésta provee modelos de experiencia y no de un mundo real. Von Glasersfeld, retoma la cita del filósofo italiano Vico en la cual, considero, se centra la tesis fundamental del constructivismo y dice: “los seres humanos sólo pueden conocer lo que ellos mismos han creado” En tercer lugar, la teoría de la evolución de Darwin: el conocimiento racional cambia, evoluciona como las especies y es por eso que no se puede justificar como el conocimiento místico que en cuanto “creencias” se justifica en la fe de los libros “sagrados” o de las leyendas. El conocimiento racional encaja, se adecua a las circunstancias, en palabras de Jean Piaget, se adapta. Von Glasersfeld concluye que el conocimiento no nos brinda una representación de un mundo independiente sino, más bien, un mapa de lo que puede hacerse en el ambiente en que el/la sujeto tuvo experiencias. En cuarto lugar, la cibernética: de la cual retoma la metáfora de la máquina para explicar cómo funciona el conocimiento. Así, el conocimiento es construcción regulada por la mente; el conocimiento no puede ser conocido sino reflexionado. El/la sujeto lo único que puede hacer es autorreflexionar sobre su conocimiento, sobre las operaciones de su propia mente (de las funciones del cerebro). Esta idea de la autorreflexión del conocimiento por el/la sujeto, explica de mejor manera a lo que Augé se refiere cuando dice que la figura del ego, — 28 tercera de las tres figuras de exceso con las que se podrían definir a la sobremodernidad, las otras son el exceso de acontecimientos (historias) y el exceso de espacio—, “del individuo, que vuelve, como se suele decir, hasta en la reflexión antropológica puesto que, a falta de nuevos terrenos, en un universo sin territorios, y de aliento teórico, en un mundo sin grandes relatos, los etnólogos, ciertos etnólogos, después de haber intentado tratar a las culturas como textos, llegaron a interesarse exclusivamente en la descripción etnográfica como texto: texto expresivo de su autor, naturalmente(...) En las sociedades occidentales, por lo menos, el individuo se cree un mundo. Cree interpretar para y por sí mismo las informaciones que se le entregan (...) La individualización de los procedimientos, notémoslo, no es tan sorprendente si se refiere a los análisis anteriores: nunca las historias individuales han tenido que ver tan explícitamente con la historia colectiva, pero nunca tampoco los puntos de referencia de la identidad colectiva han sido tan fluctuantes, La producción de sentido es, por lo tanto, más necesaria que nunca” (Augé, 1992:42-43) Creo que lo que ahora queda por reflexionar es la cuestión de que fuera de el/la sujeto existe un afuera que no se puede negar, es decir, un afuera en donde lo otro existe como alteridad. La cuestión sería delimitar el vértice5 en donde el/la sujeto y los/las demás sujetos confluyen en esa alteridad, en un tiempo determinado (en el sentido de entropía dijera Ilya Prigogine, 1994: 38-59) y que 5 Quizá ese vértice sea precisado por los estudios que se centran en la intersubjetividad. 29 es, también, el ámbito de lo social y quizá, más que eso6. No obstante, el interés de indagar en ello, sobrepasa esta investigación. 1.3.2 Subjetividad: la construcción de sentido desde la experiencia Detrás del concepto de intersubjetividad se encuentra el de subjetividad. Es más, se puede decir que el concepto de intersubjetividad resulta únicamente comprensible en la medida en que tratamos previamente el concepto de subjetividad y sujeto y el papel que desempeña la experiencia en la filosofía fenomenológica. Entiendo por experiencia el lugar de enunciación donde el/la sujeto tiene un posicionamiento en un espacio y tiempo determinados. Esta idea de experiencia la inscribo como parte fundamental de y en la construcción de sentido, pues me parece que es desde la experiencia que el/la sujeto construye el sentido, esto es, si el conocimiento es una construcciónde la realidad, la experiencia es una de las formas de llegar a la conciencia de esa realidad. En un primer momento, he considerado a Paul Ricœur para hablar de la experiencia, pues he encontrado que este autor, tanto en Teoría de la interpretación como en sus tres tomos de Tiempo y narración, hace un repaso — o ejercicio intertextual— de los elementos teóricos que considera necesarios para su planteamiento hermenéutico. Posteriormente, lo ensaya tomando en cuenta también los relatos de ficción, pero ampliando esta categoría de ficción hacia 6 En el sentido de la paradójica relación que guarda lo social con el individuo y el sujeto con el entorno (Ver, Morin, 1994) 30 cualquier texto escrito, no sólo lo que llamamos novelas o cuentos. La postura de Ricœur se extiende a los textos históricos y la ficcionalidad de los mismos, antaño impensable. De esta manera y dicho lo anterior, mi interés en este inciso es desarrollar lo que, a partir de lo expuesto por Ricœur, he pensado acerca del problema de la subjetividad en cuanto al reconocimiento del/la sujeto por sí mismo(a) y que marca una diferencia de los otros y otras sujetos. 1.3.3 De la polifonía del texto a la polifonía de la enunciación Pese a que Paul Ricœur no profundiza mucho sobre el asunto de la enunciación desde la perspectiva polifónica, creo importante destacar que el concepto bajtiniano de polifonía lo lleva a indagar sobre la construcción de los sentidos del texto por parte del/la lector/a. Considero que Ricœur —siguiendo esta línea polifónica— traslada del/la autor/a al/la receptor/a la capacidad de producir “mundos posibles”. En los dos siglos anteriores al XX, subsistió la idea de que todo enunciado posee un solo autor y una voz única —idea manejada principalmente en teoría literaria— hasta que en los años veinte de ese siglo, el ruso Mijail Mijailovich Bajtín aportó el concepto de polifonía para marcar las distintas voces implicadas en los textos literarios, situación que amplió el espectro del narrador omnisciente como único sujeto hablante. 31 Bajtín consideraba que existe toda una categoría de textos, y en particular, los literarios, en los cuales es preciso reconocer la existencia de varias voces que hablan simultáneamente, y donde no hay ninguna que sea preponderante y que juzgue a las demás. Esto lo explica en el capítulo titulado “La palabra en Dostoievski” (1986), en donde considera a la palabra como “la lengua en su plenitud, completa y viva” (1986:255) a la vez que es un fenómeno complejo y polifacético. Es entonces palabra igual a lengua y esta palabra=lengua “sólo existe en la comunicación dialógica que se da entre los hablantes. La comunicación dialógica es la auténtica esfera de la vida de la palabra. Toda la vida de una lengua en cualquier área de su uso (cotidiana, oficial, científica, artística, etc.) está compenetrada de relaciones dialógicas” (1986:255) Es en esta idea de las relaciones dialógicas7 en donde se encuentra el sentido polifónico de la lengua —pero también, las relaciones intersubjetivas—. La palabra, dice Bajtín, es bivocal pues tiene una doble orientación en el discurso que sería un diálogo entre voces distintas que conviven y se confrontan a la vez en un mismo espacio y tiempo. Creo que la palabra bivocal se orienta a la vez, hacia el objeto del discurso y hacia el discurso ajeno, en una reunión de otredades interdependientes entre sí para diferenciar sus voces, pues en el caso de que su coexistencia formara una sola voz, no habría diferencias y entonces se estaría hablando de un discurso monofónico. “Así, cada discurso es dialógico 7 Este concepto queda más claro cuando Bajtín dice que la palabra “nunca tiene una sola conciencia, una sola voz; su vida consiste en pasar de boca en boca y de un contexto a otro. Todo miembro de una colectividad hablante se enfrenta a la palabra mediante la voz del otro y saturada de esa voz”. Véase BAJTÍN, M. Op. cit. p. 283. 32 pues es un discurso elaborado por un emisor para dirigirse a un receptor. Ello conlleva, en primer lugar, a la necesidad de considerar una serie de características extralingüísticas del discurso. En segundo lugar, considera la interacción de una palabra sobre otra como factor de creación de un potencial artístico nuevo y significante” (VV.AA., 1995: 401) Desde esta idea de pluralidad de voces en un texto —literario— quisiera partir para tratar de explicar lo que he entendido de la lectura de Ricœur acerca del concepto de experiencia, término que considero esencial para entender el problema de la subjetividad y que tiene que ver con la enunciación. Como ya lo mencioné, polifonía es para Bajtín la “pluralidad de voces independientes, de conciencias inconfundibles aunque nunca autosuficientes, cada una combinada en una unidad en su mundo correspondiente” (1986:17) Por su parte, Ducrot coloca a la polifonía como una muestra de “cómo el enunciado señala, en su enunciación, la superposición de varias voces [...] La enunciación obliga a que cuando un sujeto hablante realiza un acto ilocutorio, lo que hace saber al interlocutor es que su enunciación posee tal o cual virtud jurídica, pero no que él la presenta como algo que posee esta virtud” (1986: 185). Este señalamiento apunta en el sentido de la enunciación que tiene lugar en la argumentación. Es decir, en el cómo decimos y cómo escribimos nuestras explicaciones de tal o cual cosa y no en el sentido de expresar lo que sentimos y pensamos, siguiendo con Ricœur, es imposible el expresar, pues “mi experiencia no puede convertirse directamente en tu experiencia (...) Aquí está el 33 milagro. La experiencia tal como es experimentada, vivida, sigue siendo privada, pero su significación, su sentido se hace público” (1996: 30) Ducrot sostiene la existencia de una diferencia entre él y Bajtín y el concepto de polifonía, pues dice que Bajtín se centró en la polifonía del discurso en su totalidad, mientras él ve que también hay polifonía en un micronivel: el del enunciado. Diferencia o no, me parece importante que la acuñación del concepto haya puesto en duda la existencia de la voz del autor(a) como la única voz de un texto o de un enunciado, así como también logró establecer la importancia de la situación o contexto en el que se dicen las cosas, pues cuando se enuncia, interviene el contexto para dar sentido a lo que se dice, primero, y a lo que se escucha, en segundo. Por mi parte, me interesa centrarme en lo que llamo la polifonía de la enunciación, que pasa del análisis del enunciado al lugar en que se enuncia ese enunciado. Tal análisis estaría centrado en por qué es posible servirse de palabras para ejercer una influencia, por qué ciertas manifestaciones, en determinadas circunstancias están dotadas de eficacia pues es un hecho que incitan a actuar. Esta motivación a actuar se da en el sentido de la enunciación. Si parto de la diferencia que Ducrot marca entre enunciado y frase y entre sentido y significación, el sentido corresponde al enunciado en cuanto éste es la manifestación particular del/la sujeto o de la enunciación que se vale de las frases —y de su significación— para hacer un discurso, para comunicar algo a alguien. Es ese algo el que da sentido al enunciado. Sobre esta diferenciación de enunciado y frase, Ricœur plantea también una distinción entre enunciado y 34 enunciación; el enunciado como la marca escrita y la enunciación como la acción de enunciar. A lo largo de este texto me he apropiado de algunas ideas de Oswald Ducrot, pues considero que es importante también para mi reflexión. Ducrot, moviéndose solamente en el terreno de la lengua natural, distingue algo muy importante entre el decir y lo dicho. El decirequivaldría al enunciado, conjunto gramatical que ordena fonemas y forma palabras y frases, y lo dicho, a la articulación de sentido en lo enunciado. En estas palabras, es sobre lo dicho que yo lectora construyo sentido a lo leído pero bajo los límites de mi experiencia en cuanto por medio de esta, algunos textos me son familiares y otros no, entonces el texto puede estar abierto a múltiples lecturas (que no, exceso de sentido) de las cuales yo sólo soy una parte. Otro límite es que el texto me sugiere un sentido que yo debo completar con mi interpretación. Es en este momento cuando yo digo que el texto dice lo que dice y no otra cosa. El texto, reitero, sugiere y yo lo completo de acuerdo a mi experiencia, es decir compatibilizo mi horizonte de lectura con el horizonte del texto. En la lectura se pueden tener aproximaciones más no exactitudes. 1.3.4 Discurso y subjetividad Quisiera aclarar que en este trabajo pienso el término “discurso” como “texto”, equivalencia propuesta por Ricœur quien considera que texto significa discurso a pesar de que establece que texto hace referencia a la textura y discurso a lo 35 que nos dice esa textura. Esa diferenciación para Ricœur desaparece pues los problemas de la inscripción (discurso) y de la producción (texto), tienden a traslaparse en la literatura. Aquí, como ya he señalado, mi interés va más allá de lo estrictamente literario pues considero que de la confrontación entre el mundo del lector o de la lectora y el mundo del texto, surge la obra. Esta “obra” es la convergencia de texto y lector(a) y posee forzosamente un carácter virtual puesto que no puede reducirse a la realidad del texto sin tomar en cuenta las disposiciones que constituyen a el/la lector(a). Mi propuesta para definir “texto” parte también de la diferencia que Barthes (1974) hace entre obra y texto. Para él, decir “obra” es mirar el texto encerrado en sí mismo, sin la participación de alguien que lo está significando; mientras que “texto” es la relación entre quien lee y lo leído, esa relación que él le llama “de surcido”, que refiere etimológicamente a texto como “tejido”. Entonces “texto” es el tejer sentido de quien lee un texto determinado. Construir sentido es hacer propio lo que era extraño, en palabras de Ricœur, esto es, producir mundos posibles a través del proceso de lectura. Se conoce, se piensa, se escribe y se lee desde el lenguaje, y aquí apelo a lo que dice Ricœur acerca de no olvidar que el lenguaje no se puede separar del ser humano, idea que difiere de los planteamientos del estructuralismo y la idea de concebir al lenguaje como un sistema que sólo puede verse y estudiarse en sí mismo. La idea de Ricœur me parece importante en el sentido de que todos los seres humanos estamos cruzados por el lenguaje, pues, siguiendo a Émile Benveniste, “es en y por el lenguaje como el hombre se constituye como 36 sujeto, porque el sólo lenguaje funda en realidad, en su realidad que es la del ser, el concepto de ego” (1997, I: 180), es decir, se estaría hablando de la subjetividad. En este sentido considero que, tanto para Benveniste como para Ricœur, “el lenguaje es en sí el proceso por el cual la experiencia privada se hace pública” (Ricœur, 1996:33), y se hace por medio del discurso en donde se da una relación dialéctica entre el acontecimiento y el sentido dentro de éste: el discurso es acontecimiento porque es un acto de habla (Austin) que se dice y que se dice para una comunidad interpretativa (Fisch) que lo dota de sentido. Me parece que a lo largo de su Teoría de la interpretación (1996), Ricœur se esfuerza por hacer la distinción entre sus indagaciones y las consideraciones estructuralistas al respecto del lenguaje y su encasillamiento en lo sincrónico, pero se olvida de lo diacrónico, es decir, de la actualización del lenguaje en su uso. Sin duda, para Benveniste, la actualización de la lengua a partir de su uso, es la enunciación misma y la define como “la conversión individual de la lengua en discurso (...) en tanto que realización individual, la enunciación puede definirse en relación con la lengua, como un proceso de apropiación” (1997, II: 83-84). También es en esta apropiación de la lengua por parte de quien habla que también se estaría haciendo alusión a la subjetividad, pues dice Ricœur que “la noción de traer la experiencia al lenguaje es la condición ontológica de la referencia” (1996: 35), es decir del lugar desde donde se enuncia y se construye sentido: el/la sujeto. Hablar de subjetividad es hablar del mundo del/la lector/a la que Ricœur hace alusión, y establece una correspondencia con la postura del traslado del 37 sentido del/la autor/a del discurso al sentido del/la lector/a. En este punto Ricœur, creo yo, se colocaría dentro de los estudios de recepción que cuestionan el querer comprender los textos tomando como prioridad la intención del autor y al auditorio original. Sin embargo, esta acepción de “comprender” como tratar de ponerse en lugar de quien escribe, resulta una situación difícil. Lo más que se puede hacer es “entender”. Creo que Ricœur no descarta al autor o autora y a su intención que está en el discurso; sin embargo, coloca al/la receptor/a en el mismo lugar que el/la autor/a, en cuanto sujeto capaz de construir un sentido al discurso leído. Digo que Ricœur no descarta al/la autor/a pues habla de que en toda narración —literaria— hay un tiempo de la experiencia (Zeiterlebnis) que la narratología ha dejado de lado al centrarse solo y únicamente en el texto, sin importarle la experiencia vivida (por el héroe- narrador de En busca del tiempo perdido). Si traslado esta experiencia vivida a la del lector o de la lectora y no sólo a los personajes (voces) de la narración, el discurso, cualquiera que sea —aunque Ricœur se refiere específicamente a lo escrito— permite al/la receptor/a vivir una experiencia de vida a partir de la lectura de ese discurso. Esa experiencia no sólo sería la construcción de sentido utilizando el lenguaje sino que se estaría hablando del lugar que ocupa el/la sujeto a la hora de la lectura, es decir, de retomar el texto escrito para enunciarlo desde su propio lugar, con su propia voz y desde su punto de vista, entendido este punto de vista como toda la carga cultural que el/la sujeto trae consigo. Así, al retomar lo enunciado en ese texto leído y construir un sentido se estaría hablando de la 38 actualización de ese texto, y —por qué no— renovación de lo enunciado en y por ese texto leído. La experiencia vivida, creo yo, corresponde a este construir un sentido del texto: la creación de un mundo a partir de la posibilidad que ofrece el mundo del texto y que se manifiesta en esa en la confluencia con el mundo del/la lector/a. Cabe mencionar que la experiencia vivida, es además, el concepto fundamental que el feminismo ha retomado de la fenomenología para referir que el lugar-cuerpo es el espacio donde se construye tanto la subjetividad como la experiencia. Por otra parte, la experiencia reivindica al cuerpo vivido en términos de que es desde ese lugar, en el valor que guarda como posicionamiento político y enunciativo, en un tiempo y espacio determinados, donde se da el espacio de reconocimiento, la identificación y la acción. Es el espacio desde donde las mujeres pueden colocarse para abrir(se) la puerta hacia fuera de los otros, del discurso patriarcal. A propósito, Baz8 señala que «la construcción de la feminidad sólo puede ser comprendida con base en los procesos subjetivos que están implicados en la emergencia de un cuerpo que se vive, se imagina y se representa sexuado» (Pech, 2006) 8 Citada por Natalia Guillén en “Cuerpo femenino en movimiento: subjetividad que se pone en escena, texto sin palabras”, a propósito dela reseña del libro de Margarita Baz, (1996), Metáforas del cuerpo. En La Ventana, No. 5, 1997, p.229. 39 1.4. La representación icónica como escritura La imagen es la forma de expresión de los medios audiovisuales, quienes manejan a la imagen como el hecho irrefutable de que lo que nos muestra es lo que acontece realmente. Aquí, lo real no es más que un conjunto de signos — invención y convención humana— con los cuales se producen lecturas. De la lectura, puedo decir, que sólo se puede leer a partir de lo conocido. Partiendo de lo anterior, toda imagen debe ser sometida a un proceso decodificador que permita su lectura a partir de la percepción que no es otra cosa más que la asociación de lo que vemos con lo que conocemos, y que conocemos en el momento mismo no de una conciencia sobre lo que vemos, sino sobre aquellos indicios que nos ayudan a buscar, en nuestros propios conocimientos, para dar forma, sentido, a lo que vemos. En la decodificación se busca el sentido pero también propicia estímulos que, al pasar por mi cerebro, responde, como el goce. El goce, como categoría9 estética, es un concepto a partir del cual el discurso busca articular la comprensión de lo real en el sentido del disfrute estético que posibilita el arte, por ejemplo. En este alcance, la estética se convierte en el lugar donde la mirada se disturba. La mirada de quien mira lo que se ha dado a la mirada. Esa escritura, traspasa la mirada, la infiltra, y a través de la lectura, se concretiza en algo que 9 Las categorías estéticas no son nociones que describan el fenómeno estético en la unidad y totalidad de sus características, sino conceptos que permiten identificar aquellos rasgos que hacen de él un hecho estético. 40 significa. Sin duda, la mirada icónica hace evidente cómo ciertos aspectos formales afectan la lectura de un texto, su simbología y su expresión ya que se circunscriben a un sistema cultural específico y determinado, básicamente, por la preponderancia de lo masculino, como universal, sobre lo femenino, como particular (Millán, 1999). La conciencia de este hecho ha llevado a que el videoarte feminista, como manifestación cultural, se desarrolle como un ámbito “otro”, en donde lo icónico se pueda construir de forma distinta, a partir de sus consabidas posibilidades representativas, discursivas y, por qué no, imaginativas. La representación, o mejor dicho, las representaciones artísticas centran su lugar de partida en una imagen que trasciende la mirada de quien mira pero que reconstruye a partir de códigos específicos, personales. En estos tiempos ya sabemos que lo que está de manifiesto en una imagen icónica, tiene su referente en la metáfora que es el lenguaje. Su referente no es más que el referente sensible al que la estética da lugar. Su referente no es más que la representación misma. En este entendido ¿qué es lo que “realmente” vemos? 41 Bibliografía y HemerografíaBibliografía y HemerografíaBibliografía y HemerografíaBibliografía y Hemerografía AUGÉ, Marc, (1992), Los “no lugares”. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad. España: Gedisa. ALVARADO, Ramón y ZAVALA, Lauro (Comp.), (1997), Voces en el umbral: M. Bajtín y el diálogo a través de las culturas. México: UAM-Xochimilco. BAJTÍN, Mijail, (1990), Estética de la creación verbal. 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Qué entender por Teoría(s) feminista(s) Hablar de Teoría Feminista es hablar en general de una corriente de pensamiento, el Feminismo, que ha intentado proporcionar no sólo una radiografía social sobre la condición histórica de las mujeres, sino de transformar esa condición. Sin embargo, no hay que olvidar, como lo apunta Teresa de Lauretis, que “el pensamiento feminista se ha hecho teórico en la medida en que se ha interrogado acerca de las interrelaciones entre sujetos, discursos y prácticas sociales, y acerca de la multiplicidad de posicionesexistentes al mismo tiempo en el campo de lo social entendido, con Foucault, como campo de fuerzas, no un único sistema de poder que domina los sin poder, sino una maraña de relaciones de poder y puntos de resistencia distintos y variables”(2000: 130) Distintos estudios sobre el feminismo coinciden en que el feminismo ha transitado por diferentes pero específicos momentos históricos: una primera ola con el movimiento sufragista y de liberación femenina que se desarrolló durante los primeros años del siglo XIX en donde las mujeres demandaban la igualdad jurídica, el derecho al trabajo y el control de la natalidad dentro de los marcos 47 jurídicos. La segunda ola del feminismo se identifica con las propuestas de Simone de Beauvoir en el libro El Segundo Sexo, publicado en 1949, texto en donde la autora reflexiona sobre la posibilidad que las mujeres tienen de intervenir en la constitución de nuevos campos de conocimiento. Es a partir de esta segunda ola que el feminismo logra constituirse en una corriente de pensamiento que básicamente planteará problemas de la mujer desde ella misma. Como segunda ola, el feminismo de Beauvoir, logra irrumpir el pensamiento no sólo de las mujeres de los países europeos y anglosajones, sino también de países latinoamericanos, teniendo una fuerte influencia en estos últimos. El feminismo que se ha nutrido de diversas corrientes de pensamiento, por ejemplo, el análisis marxista, la antropología, la semiótica, los estudios literarios y el análisis de(s)constructivista a la vez que del psicoanálisis, los cuales, fueron conformando nuevas interrogantes teóricas que arrojaron elementos para “pensar”, primero, la posibilidad de de(s)velar a la mujer del orden simbólico dominante y, “activar” una política reivindicativa de las mujeres (Millán, 1995) Para Millán, la nueva lectura que el feminismo hace de estas teorías críticas ha descubierto “ahí donde la teoría se comporta como neutra o meramente descriptiva”, un significado en términos de la constitución “sexualizada o de género” de la sociedad. Esto ha implicado una transformación de paradigmas al interior de estas disciplinas, así como una reorientación heurística10 de ciertos conceptos clave como la sexualidad humana: feminidad y 10Heurística: Disciplina que trata de establecer las reglas de la investigación científica. 48 masculinidad. En este sentido, se estaría hablando de que existe una construcción de los géneros, es decir, una construcción socio-cultural de las identidades sexuales, coloquialmente conocidos como los sexos. 2.2. El sistema sexo-género ¿un concepto feminista? La categoría género como traducción de gender, se utiliza desde hace relativamente poco en el discurso analítico mexicano, y en general, en el latinoamericano, mientras que en Estados Unidos y en otros países anglófonos nació en los años setenta con el movimiento de mujeres y ha sido elaborado por la Teoría Feminista en el contexto de los Estudios de Mujeres (Women´s Studies). Los actuales Gender Studies o Estudios de Género norteamericanos surgirán mucho más tarde y, quizá como De Lauretis (2000: 153-154) apunta, surgieron “en oposición al feminismo radical y a la investigación que privilegia la producción cultural femenina y los estudios de las mujeres.” Por ejemplo, en México, alrededor de la academia, específicamente de Colegio de México, surgieron hace casi veinte años los Estudios de la Mujer, mientras que en la Universidad Nacional Autónoma de México, desde hace diez años, existen los Estudios de Género, no sólo en esa casa de estudios sino en otras universidades nacionales. En los años setenta, o bien, en la segunda ola del feminismo, nos dice De Lauretis, género, diferencia sexual y sexualidad eran términos que se utilizaban como sinónimos en el discurso feminista. Posteriormente, fueron repensándose 49 cada uno por separado, básicamente como dos categorías antiéticas. Sexualidad o sexo remitían a una cuestión de naturaleza biológica, mientras diferencia sexual —o género—, fue vista como un constructo social e ideológico del “patriarcado”, en donde la mujer tenía un papel desfavorable. Antecedente de esto se encuentra en lo escrito por Kate Millet en 1970, en su libro Sexual Politics, donde discurre sobre la diferencia de los conceptos de sexo y género. Para ella, el sexo no es más que las características anatómicas e identidad sexual de los seres humanos, mientras el género, sería la forma en que culturalmente se internaliza la identidad sexual. Al respecto, Gayle Rubin (Lamas, 1996:35-96), desde lo que llama el sistema sexo-género, apunta que toda sociedad posee un sistema-género, es decir, “una serie de disposiciones por la cual la materia prima biológica del sexo y la procreación humanas, son conformadas por la intervención humana y social y satisfechas en una forma convencional, por extrañas que sean algunas de las convenciones”. Esta explicación la justifica en una serie de ejemplos, tomados de la etnología, sobre las diferentes formas en que el intercambio de mujeres se da y se ha dado en las relaciones de parentesco no sólo en la época “primitiva”, sino en la época moderna. Para Rubin, el sistema-género es “el conjunto de dispositivos por el cual una determinada sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas”. Así, este sistema confina a la mujer a un orden histórico y social, pero también moral. 50 Interesante resulta la serie de ejemplos que retoma Rubin sobre la importancia que “los regalos” tienen en diferentes sociedades. Con ello nos dice que en cada sociedad varía la forma de desarrollarse este sistema, ya sea como patriarcado o modo de reproducción; sin embargo, manifiesta una constante que lo define: organizan las relaciones sociales, las formas concretas de sexualidad y el rol (o roles) de la mujer. Rubin entiende el patriarcado como una fuerza de dominación masculina sobre la mujer en la sociedad capitalista y que sirve para designar algunos sistemas sexualmente estratificados, en el que el poder de los varones no surge de su función en tanto padres o patriarcas, sino que es determinada desde lo simbólico (el valor de la masculinidad). Por su parte, el modo de reproducción se restringe al sistema sexual y lo diferencia del “modo de producción” que se reserva al sistema económico; sin embargo, esta reducción no contempla que en ambos sistemas tienen lugar “producciones” y “reproducciones”. En este sentido, “todo modo de producción incluye reproducción y un sistema sexo-género es simplemente el momento reproductivo de un modo de ‘producción’ que incluye mucho más que las relaciones de procreación, la reproducción en sentido biológico.” De esta manera, el sistema sexo-género alude también al nivel de la producción cultural. Me parece que la relevancia en el feminismo de la concepción de género o del mismo sistema sexo-género, es que ha permitido entender que por una serie de formas y convenciones históricas y culturales que se han entendido y asumido como naturales e incambiables, lo sexual se ha ordenado en función de 51 una serie de necesidades humanas. Con este señalamiento, Rubin plantea que la subordinación de las mujeres es consecuencia de las relaciones que organizan y producen el género (Lamas, 1994:14) Para De Lauretis (2000: 43) “la construcción del género es el producto y el proceso tanto de la representación como de la auto-representación”, es decir, el género no es más que un medio de representación pero también de auto-representación, cosa significativa para los estudios feministas. Como Rubin, otras feministas retomaron los planteamientos de Lévi Strauss, desde la antropología,y a Freud, desde el psicoanálisis, para explicar que desde estas dos perspectivas “se puede entender la construcción de los géneros, es decir, mientras la antropología describe el proceso social de división en géneros de la sociedad humana, el psicoanálisis da cuenta de los mecanismos y dispositivos a través de los cuales se graban en la infancia de los individuos las convenciones de sexo-género. El psicoanálisis frustra a la mujer, pues busca cómo socializar al ser humano, a veces castrándole, ya que esta disciplina se guía desde un modelo masculino para normarse” (Millán, 1995:) Millán acota que la antropología estructural y el psicoanálisis no cuestionan el sexismo de las sociedades que describen en sus investigaciones, pero son teorías imprescindibles para construir su crítica, ya que dan cuenta de los elementos y procesos que están en el fundamento de dicho sexismo. La teoría de la construcción cultural de los géneros, de la identidad sexual, parte de ellas para avanzar en la teorización de lo diferente, es decir, de la otredad. Además, la relación de tirantez entre la visión esencialista y la constructivista de 52 la identidad sexual, se coloca en el ámbito no de la especulación sino de la política, pues ha logrado cambiar la idea de la diferencia sexual como determinación de la construcción del género que se da en todos los ámbitos sociales, llámese familia, escuela, medios de comunicación, trabajo, pareja, etcétera. Sin embargo, esta visión de la construcción social de los géneros ha creado una polémica que centra la mismísima orientación de la Teoría Feminista. Si de la Teoría Feminista surgieron los Estudios de Género en donde se posicionan dos elementos de estudio: los feminismos, pero también las masculinidades, cabe preguntarse ¿es el género un concepto feminista? Comencé este apartado citando a Teresa de Lauretis y su visión de lo contradictorio que el concepto de género es para el Feminismo, posteriormente me adentré a entender al género, según Kate Millet y Gayle Rubin, como una necesidad para las propias mujeres11, hasta llegar a la encrucijada —y que Francesca Gargallo(2004) describe claramente— en la que se encuentra el Feminismo por la incorporación de la categoría género —versus mujeres— como el elemento que permitió institucionalizar al Feminismo no sólo en la academia, sino en el ámbito de los programas de cooperación internacional. Situación que, según Gargallo, plantea que “las políticas públicas, para tener legitimidad, han debido ocultar lo obvio: que a pesar del fortalecimiento de las estructuras de 11 Ya que como la misma De Lauretis lo menciona, el género es verdaderamente una ideología que necesita un sujeto, persona o individuo concreto sobre el que operar. De tal manera que si “la representación social del género incide sobre su construcción subjetiva y que, viceversa, la representación subjetiva del género (o auto-representación) incide sobre su construcción social, estamos admitiendo una posibilidad de acción y de autodeterminación a nivel subjetivo e incluso individual (del sujeto del feminismo)” (Ver “La Tecnología del Género”, capítulo introductorio del libro del mismo nombre y que aparece en Diferencias, Editorial Horas y Horas, pág.43. Los paréntesis son míos) 53 dominio en el proceso de globalización, la igualdad entre mujeres se daba sólo cuando éramos todas igualmente oprimidas por el sistema patriarcal.”(2004:13) Como se lee, para Gargallo, la categoría género ha desvirtuado, incluso, las diferencias propias de las mujeres con respecto al orden establecido, que llama patriarcal. Además, interesante resulta su aportación, al reiterar constantemente que el género, como categoría, se yergue sí en una visión de poder en masculino, pero también, en una visión centralista y occidental que no toca en mucho a las mujeres de la periferia, a las mujeres de países africanos, asiáticos y latinoamericanos. Y es aquí donde la Teoría Feminista ha podido trascender lo cultural y abrir brecha a las mujeres y la posibilidad de proponer modelos alternativos de resistencia12, es decir, de oponerse a las definiciones normativas de la feminidad impuestas en la sociedad patriarcal y occidental. De hecho, la crítica feminista atendió fuertemente a marcar la diferencia entre los postulados del mismo Feminismo, basados en un “pensamiento blanco”, y las diferencias entre las mujeres que no podían compartir ese pensamiento pues estaban situadas en lugares tan distintos como su misma razón racial y geográfica se los marcaba. En este sentido, el género como categoría que presentaba el ser mujer, permitió añadir más especificidades a las mujeres reales del mundo. Por ejemplo, las mujeres chicanas, las afroestadunidenses, las asiáticas, las mujeres de países desarrollados y las de los en vías de desarrollo, fueron marcando sus diferencias a partir de su ubicación topográfica en general pero también, en 12 Resistencia ha de entenderse desde una perspectiva política. 54 particular: edad, pobreza, educación y salud, así como su participación política o no. También, el género ha tenido implicaciones en la crítica de arte, ya que pone de relieve el papel que cumple la representación en “la producción sexuada” (Mayayo, 2003: 110-111) Sin embargo, me parece pertinente acotar que estas implicaciones se extenderían al arte mismo y al lugar que las mujeres han retomado dentro y fuera del aparato artístico, pero más importante, dentro de su creativa resistencia artística para buscar, desde ese otro lugar del discurso dominante —una especie de fuera de campo de las representaciones existentes, diría De Lauretis—, el espacio donde se puedan establecer los términos de una construcción distinta del género a partir de la subjetividad y de la auto- representación13. Esto es lo que me importa. 2.3 Del (des)orden cultural y sus representaciones La pregunta de ¿cómo percibir a las mujeres como sujetos en una sociedad que las ha objetivado?, ha sido el punto de arranque de los estudios feministas. Su interés se ha centrado en el (des)orden de las representaciones culturales y su situación paradójica: es el medio donde se muestran las imágenes y los estereotipos, y el espacio donde la subjetividad se muestra y se construye. 13 A partir del uso de tecnologías “de género” que posibiliten la auto-representación, es decir, “las prácticas micropolíticas de la vida diaria y de las resistencias cotidianas de las que derivan tanto la capacidad de obrar como las fuentes de poder y las inversiones que otorgan poder; y, también, en la producción cultural de las mujeres, feministas, que traduce el movimiento dentro y fuera de la ideología en un continuo atravesar los confines (y los límites) de la/s diferencia/s sexual/es” (De Lauretis, 2000: 62) 55 Tanto la semiótica como el psicoanálisis, han ofrecido teorías distintas sobre el sujeto y sus representaciones. Quizá, en términos de este trabajo, la semiótica sea la disciplina que más se aboque al estudio de los signos de las representaciones, es decir, su lenguaje y, el objeto de la representación, es el lenguaje, pues como actividad semiótica no sólo construye sino que significa la realidad (Zunzunegui, 1986). La representación sigue un proceso en donde la percepción se fundamenta en la codificación del mundo a través de imágenes que significan y lo representan, es decir, le otorgan sentido. Pero como ya dije en el primer capítulo, toda representación —de la realidad— es de hecho su/una construcción.14 Para Berger (1972: 7), “lo visible no existe en ninguna parte (…) Lo visible no es más que el conjunto de imágenes que el ojo crea al mirar. La realidad de hace visible al
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