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UNIVERSIDAD NACIONAL 
AUTÓNOMA DE MÉXICO 
 
Facultad de Filosofía y Letras 
Posgrado en Estudios Latinoamericanos 
 
 
 
Posibilidades de la historiografía literaria latinoamericana 
(una relectura de la obra de Antonio Candido y Antonio Cornejo Polar) 
 
 
 
T E S I S 
 
Para obtener el grado de: 
 
Maestra en Estudios Latinoamericanos 
 
 
Presenta: 
 
Katia Irina Ibarra Guerrero 
 
 
 
 
 
Directora de tesis: Mtra. Françoise Perus 
 
 
Cd. de México, junio de 2009 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
 
Agradecimientos 
 
 
Antes que a nadie, agradezco a mi hija, Io Libertad Mendoza Ibarra, pues 
desde que nació me ha impulsado en todo lo que hago. A mis padres, Jesús 
Ibarra Salazar y Rosa Delia Guerrero Martínez, quienes me han apoyado y 
alentado a continuar con mi profesión. A Román Cortázar Aranda, mi esposo, 
por darme todos los días la fuerza y el amor que necesito, y por alentarme a 
concluir este trabajo. A mis hermanos Pável, Yuri y Galia, por estar siempre 
ahí, y ayudarme en cualquier adversidad. 
 
También agradezco a mi directora de tesis, la maestra Françoise Perus, por 
asesorarme durante esta investigación y por apoyarme para que continúe mis 
estudios de doctorado. A mis sinodales, Silvia Pape, Carlos Huamán y Begoña 
Pulido, que han leído mi trabajo de manera atenta, y han aportado valiosos 
comentarios. A mi maestro Jorge Ruedas de la Serna, ya que durante mis 
estudios fue generoso y fue una guía para mí. Al maestro José Luis Martínez 
Canizález pues, aunque no me dio clases en la licenciatura, ha sido un valioso 
lector e interlocutor en Monterrey. A Gonzalo Cornejo, director del Centro de 
Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar por ayudarme en mi investigación, 
cuando estuve en Perú. 
 
 
 
 
 
 
 
ÍNDICE 
 
 
Introducción 
 
1 
1. De historia literaria 
 
9 
1.1. Periodización, sistema e historia de las naciones: herramientas del 
historiador para escribir el cambio 
15 
1.1.1. Periodización 15 
1.1.2. Sistema literario 17 
1.1.3. Historias nacionales de lo literario 20 
1.2. La historiografía en América Latina 
 
23 
2. El deseo por “inventar” una literatura. Sistema literario: categoría crítica 
e historiográfica 
 
31 
2.1. El autor y su entorno 32 
2.2. Formação da literatura brasileira 38
2.3. Periodización en la Formação 46 
2.3.1. Arcadismo 49 
2.3.2. Romanticismo 54 
2.4. Categoría de sistema 
 
62 
3. Continuidades al margen: hacia una historiografía de las literaturas 
heterogéneas 
 
68 
3.1. El autor 71 
3.2. La tradición literaria en el Perú 74
3.3. La construcción histórica de las tradiciones 80 
3.3.1. Irrupción de las literaturas marginadas 
3.3.2. El paradigma de la obra arguediana 
92 
95 
3.3.2. Mariátegui en el replanteamiento de la tradición 98 
3.4. Hacia la heterogeneidad y la totalidad contradictoria 
 
103 
4. Para una reinvención del proyecto historiográfico latinoamericano 
 
106 
4.1. Paralelismos 115 
4.1.1. Aspectos histórico-culturales 122 
4.1.2. Cuestiones de la lengua 125
4.1.3. Sistema literario y tradiciones heterogéneas 127 
4.2. Nuevas vías de la crítica y la literatura latinoamericanas 
 
133 
Conclusiones 
 
138 
Bibliografía 143
 
 
 
 
 
 
 
 
1 
 
Introducción 
 
Surge este trabajo motivado por una forma de crítica y revalorización a los estudios 
literarios en América Latina. Particularmente, me interesa el trabajo crítico-
historiográfico de dos de los estudiosos de la literatura más sobresalientes del siglo 
pasado: Antonio Candido y Antonio Cornejo Polar. Sus obras, Formação da literatura 
brasileira (1956-1959) y La formación de la tradición literaria en el Perú (1989), de 
manera respectiva, están insertas en un movimiento mayor. Por un lado, el global, 
pues en ellas resuena el eco de la Teoría de la Cultura (de la que habla Eagleton) y, 
por el otro, a nivel continental, forman parte de una tradición de pensamiento que tiene 
como fundamento concebirse propiamente como “latinoamericana”. Por ello, sus obras 
críticas se intrincan con una concepción política y con los ánimos de dar una visión de 
las formaciones literarias —por demás compleja— de sus respectivos países, sin por 
ello perder de vista el horizonte de lo regional y lo universal. De la misma manera, 
tampoco desatienden la dimensión estética de las obras que abordan. 
Parto de la reflexión, de las propias refutaciones y reconfirmaciones, en torno a 
lo dicho y pensado sobre la pertinencia de una teoría anclada en la especificidad de 
nuestras producciones literarias y culturales. Retorno así a otro debate, que ahora se 
dice, por ciertos lados, “estéril” o simplemente caduco. Regreso, pues aunque la 
amnesia nos configura, lo hace más la memoria; volver la vista atrás y dialogar con los 
que nos anteceden nunca será una pérdida de tiempo. Roberto Fernández Retamar, 
en su ya clásico libro de ensayos, Para una teoría de la literatura hispanoamericana 
(1970) puntualizó sobre la necesidad de escribir una teoría (y crítica) propiamente 
nuestra. Hay un nosotros —que va de lo implícito a lo explícito— un tanto idealizado 
pero no por eso menos legítimo. Hablar desde nuestro espacio, con nuestras propias 
herramientas fue y sigue siendo absolutamente pertinente, lo cual no excluye mirar 
más allá de nuestro ombligo, servirnos de otras categorías para el análisis crítico de 
 
2 
 
nuestros procesos. Esta idea se hallará presente en el desarrollo de esta 
investigación, pues de alguna manera incidió en las formaciones de ambos críticos. 
En 1956, Antonio Candido comenzó la escritura del libro que significaría un 
parteaguas dentro de los estudios historiográficos en América Latina. Lo es —aunque 
el autor ahora se distancia críticamente de esa obra1— porque en su enfoque emplea 
categorías venidas de la sociología (función, sistema) sin perder el sentido estético-
literario y el histórico; asimismo, realiza una sistematización de la formación de la 
literatura brasileña nacional, es decir, da razón de los momentos en que los escritores 
brasileños se hicieron conscientes de su labor de creadores de una literatura 
independiente de la de la metrópoli, y se ocuparon de su deseo de invención. Eso es 
lo que abarca la obra en dos tomos de Candido, no más: no la literatura colonial, ni la 
literatura que siguió al romanticismo, “simplemente” el sistema nacional literario en 
formación. Dicha perspectiva resultó novedosa e inspiró a otros estudiosos de la 
literatura: Ángel Rama pensó en la construcción de una literatura uruguaya; Cornejo 
Polar, en la del Perú. Sin embargo, al paso del tiempo, estas obras han tenido que 
resistir el desmoronamiento de sus bases: el cuestionamiento de la teoría misma, de la 
labor historiográfica —que ahora se compara con la fabulación—, la crisis de la idea 
de nación y, por lo tanto, de literatura nacional; a esto se agrega el desgano de los 
académicos y los universitarios por leer y revisar sus obras, que se piensan “tediosas”, 
“aburridas”, “obsoletas”. 
Al encontrarme frente a estas dos obras, surgió una pregunta inicial, que decidí 
fuera el centro de mi investigación. Pregunta acaso influenciada por el ambiente de 
cierto desdén hacia los estudios literarios hoy en día, como son la crítica, la teoríay la 
historia, y más si éstos son planteados desde una perspectiva latinoamericana. 
¿Crítica o teoría latinoamericana?, se cuestiona negando la pertinencia del lugar de 
enunciación. Así, me he preguntado, inmersa en esta investigación: ¿es válido seguir 
 
1 Sobre este “distanciamiento” puede verse la entrevista que Beatriz Sarlo le hizo y que 
aparece en Antonio Candido y los estudios latinoamericanos (ver bibliografía). 
 
3 
 
pensando desde esta perspectiva, y desde el aquí querer sistematizar el pasado de 
nuestras literaturas? Ahora no me queda la duda de que no sólo es pertinente, sino 
necesario. Habiendo llegado a este punto, amplío la cuestión: ¿pueden seguir siendo 
válidas categorías como la de sistema literario o la de totalidad contradictoria? Una 
primera respuesta, que irá desarrollándose en esta investigación, principalmente en el 
cuarto capítulo, consiste en pensar los alcances y las limitaciones de dichas 
categorías. Más que un sistema literario nos encontramos con la idea de polisistemas; 
la idea de diversas tradiciones dentro de una totalidad contradictoria puede seguir 
operando en el abordaje del pasado literario (historia), e incluso puede 
proporcionarnos herramientas para abordar críticamente las obras que se están 
produciendo en nuestro continente. 
 La intención de este trabajo de investigación es dar una continuidad a 
categorías que siguen siendo eficaces para la(s) escritura(s) de un pasado literario, el 
cual se muestra difuso y complejo. Busco argumentar las posibilidades de “re-
semantización” teórico-historiográfica de categorías como: sistema literario, momento 
decisivo, sistema heterogéneo, totalidad contradictoria; esto con la finalidad de 
continuar indagando el fenómeno literario en América Latina, desde una visión 
retrospectiva, así como desde la región (entendiéndola como construcción compleja). 
Para llegar a confirmar lo anterior, debemos leer e interpretar las obras 
literarias en su contexto; asimismo, en el diálogo entre teóricos y críticos que de 
alguna manera han abordado estos temas. A su vez hay que analizar en cada obra la 
formación de las categorías. En este sentido, ahondar en el cómo llegaron los autores 
aquí abordados a concebir las ideas de sistema y de totalidad contradictoria. 
Metodológicamente hablando, primero es indispensable el análisis individual sin 
perder los contextos (crítico, histórico, político) para luego proponer una posible 
comparación. Con este ejercicio habremos de llegar a confirmar la idea de la 
pertinencia de continuar utilizando estas categorías, quizá resemantizándolas o 
 
4 
 
replanteándolas con ciertos matices —los cuales surgirían del diálogo con estudios 
más recientes. 
Al acercarnos a las obras de Candido y Cornejo, emerge una primera 
estrategia: demarcar las similitudes y las diferencias entre ellas, teniendo en cuenta los 
alcances de una posible influencia. Una primera línea, hilo conductor entre ambos 
textos, es el enfoque que poseen para dar cuenta de una literatura nacional; luego 
saltan las diferencias, pues la concepción nacional en la literatura brasileña y la 
peruana tienen un desarrollo sumamente distinto. Parten de supuestos como: en qué 
momento arranca una producción “nacional”, de qué maneras puede darse una 
periodización, cómo se conforma un sistema hegemónico y cuáles son las 
posibilidades de formación de otros sistemas literarios. Las respuestas a estos puntos 
de partida, según vemos en estos dos autores, divergen pues la literatura brasileña y 
la peruana, como su cultura, su lengua y sus tradiciones, son eminentemente distintas 
—y, paradójicamente, muy similares. 
Este trabajo consiste entonces en establecer una analogía entre estas dos 
obras paradigmáticas de la historiografía literaria más o menos reciente, marcadas por 
la labor de realizar un estudio sistemático y orgánico de las literaturas a las que se 
remiten. Con dicha labor, se sugerirá la vigencia de sus propuestas. 
 
Antes de entrar al análisis de cada una de las obras historiográficas, nos 
encontraremos con un breve capítulo que de manera general aborda algunos aspectos 
de esta rama de los estudios literarios. De historia literaria me sirve para introducir 
algunos aspectos básicos a los que se enfrenta el historiador-crítico literario, por 
supuesto, enfocándonos en nociones que se hallan de alguna manera en las 
escrituras de Candido y Cornejo. Hacia el final de este primer apartado, me permito 
hacer unos apuntes —llevada de la mano de una de las investigadoras que, a nivel 
latinoamericano, ha indagado sobre la labor historiográfica de la literatura: Beatriz 
 
5 
 
González-Stephan— sobre los momentos clave de la escritura del pasado literario en 
América Latina. De esta manera, concretaríamos un primer esbozo sobre la 
pertinencia y la necesidad de escribir el pasado literario de nuestro continente que 
parta y comprenda la complejidad de los procesos regionales para al fin dar síntesis a 
una concepción de “literatura latinoamericana” —una de las ocupaciones de esta 
autora ha sido entender el proceso literario del continente a partir de sus regiones y 
naciones, como algo orgánico y a la vez heterogéneo y complejo. 
El segundo capítulo está dedicado al “deseo de los brasileños por inventar una 
literatura”. Así, parafraseando a Candido, nos introducimos al análisis de su obra. 
Como el título de su obra sugiere, el crítico literario se centra en sistematizar los 
momentos decisivos para concretar una literatura nacional. Dicha concreción está 
estrechamente relacionada con la producción y recepción. Por ello, desde la 
introducción de su libro, aclara lo que concibe como sistema, y cómo éste se va 
conformando paulatinamente. Una literatura consolidada no se da de un momento a 
otro, sino que pasa por un complejo proceso de avances y retrocesos, de grandes 
obras y de otras no tan sobresalientes. Candido nos expone cómo fue que el 
movimiento neoclásico, la Arcadia brasileña, significó el primer momento decisivo para 
el desprendimiento de la literatura local de la portuguesa. Paradójicamente, el ideal 
neoclásico, que sugiere la imitación y la reproducción de los cánones clásicos, fue 
apropiado por los escritores locales y les sirvió como forma de expresión de su propia 
realidad. Esto, primeramente, por una toma de conciencia y motivados por el deseo de 
“independencia” cultural y literaria, y también por el fenómeno de los gremios, de 
agruparse para consolidarse en conjunto. Estos dos aspectos, que a primera vista 
parecen escapar a lo meramente literario, inciden de manera directa en la producción, 
en la obra misma. Lo externo se convierte en interno; lo anterior significa una gran 
aportación de la obra de Candido a la crítica literaria latinoamericana: el ya no pensar 
 
6 
 
en pares antitéticos que se oponen y excluyen rotundamente, sino más bien en 
nociones dialécticas. 
A La formación de la tradición de la literatura en el Perú, está dedicado el tercer 
capítulo. Antonio Cornejo Polar sin duda estuvo influenciado por Candido en la 
formulación de este libro. Sin embargo, se aparta de él al plantear la formación del 
sistema literario nacional en el Perú, por una simple y a la vez compleja razón: la 
tradición indígena en esta cultura. Para Cornejo Polar, ninguna concepción de lo 
nacional es inocente. Al indagar sobre los inicios de una literatura peruana que implica 
lo nacional, Cornejo rastrea los intereses que motivan a los escritores, los críticos y los 
historiadores de la literatura. Su intención no es solamente abarcar el momento de 
formación de un sistema “nacional”, sino también las “otras” tradiciones presentes y 
excluidas. Así, el crítico parte del momento de la colonización, el encuentro que 
significó la llegada de los españoles al pueblo de los incas. Su análisis crítico abarca 
este proceso, queprodujo olvidos y negaciones, para observar las continuidades que 
se proyectaron a la nueva corriente o generación. Los textos de la literatura colonial en 
el Perú son significativos para la construcción y radiografía de las tradiciones, son 
“pretextos” a lo que después se constituye como imaginario nacional. La idea de 
nación se consolida en el siglo XIX, dentro del ámbito del romanticismo. La tradición 
indígena e indigenista, comienza a delinearse a través de la escritura, a manera de 
resistencia. Se construye, nos dice el crítico peruano, desde su contacto con la 
empresa colonizadora y se muestra de forma intermitente, en lapsos de silencio y 
olvido, o bien, de cuestionamientos, o como un recurso retórico y discursivo. Llega a la 
conclusión de que la tradición nacional es solamente una entre varias tradiciones, 
entre otras formas de abarcar las producciones literarias y culturales; nos hace 
observar cómo ésta se construye a partir de exclusiones, de interdicciones. Por lo 
tanto, el sistema nacional significa una visión parcelada de la literatura peruana, 
marcado por una ideología conservadora e hispanista. 
 
7 
 
El momento decisivo en el que el universo indígena se explora literaria y 
discursivamente se da con Mariátegui y, sobre todo, con la obra de José María 
Arguedas. La irrupción de la escritura ensayística y novelística de estos autores hace 
notorio el cuestionamiento a la imagen de nación homogénea, eminentemente 
hispánica. Concluye el crítico peruano, hacia el final de su libro, con un texto titulado 
“La literatura peruana: totalidad contradictoria”, agregado como apéndice a la obra 
original, que representa una síntesis de su obra. Es ahí donde propone una nueva 
categoría: totalidad contradictoria; ésta es la consecuencia de sus observaciones en 
torno a la heterogeneidad literaria y cultural de la región andina. En el último apartado 
de esta tesis, trato de redefinir dicha noción y plantear sus alcances y límites. 
El capítulo central de esta investigación es el cuarto. En él se plantean los 
contrastes entre las dos historiografías estudiadas. Se abordan los posibles 
replanteamientos a la categoría de sistema literario. El mismo Candido se ha 
distanciado de esa obra suya y, al volver críticamente a ella, agrega nuevas ideas, 
como lo es la de función total. De la misma manera, aquella noción se replantea a 
partir de otras discusiones: el pensar la literatura nacional, o regional, como un sistema 
abierto y heterogéneo. De la misma manera, las contribuciones de Cornejo Polar 
deben ser revalorizadas. Él retoma esta idea de abarcar la producción literaria del 
Perú —que se dio a la par de la construcción de un imaginario nacional— y lo hace 
pensándola como un conjunto de sistemas en conflicto. Su visión, sin duda, puede ser 
un modelo para analizar el conjunto de los desarrollos literarios regionales en América 
Latina. 
Pienso este último capítulo como un espacio de diálogo entre la historiografía 
literaria del crítico brasileño con la del peruano. Esto conlleva ineludiblemente a 
atender la diferenciación entre dos procesos literarios (y culturales). En él se plantean 
las diferencias en el objeto mismo de estudio —una literatura “desprendida” de la 
portuguesa y otra que pretende representar lo “peruano”, en esa visión más bien 
 
8 
 
españolizada, cada una con sus particularidades, como lo es la lengua— y 
disimilitudes en la forma de abordarlo, es decir, los distintos matices desde los cuales 
aplican sus categorías. Sin embargo, también se hallarán “coincidencias”: ambas 
literaturas beben de una tradición occidental, ambos autores poseen una visión de lo 
literario como algo complejo que no sólo se entiende por el lenguaje —visto como 
mera abstracción— sino por un cúmulo de factores históricos, sociales, ideológicos, 
culturales. 
Hacia el final de esta investigación vuelvo a mi cuestión principal. A partir de los 
supuestos teóricos y críticos que formulan Cornejo y Candido, como la idea de un 
sistema literario (o subsistema), de tradiciones literarias, de totalidad contradictoria y 
de heterogeneidad, ¿pueden analizarse otras formas de literaturas latinoamericanas, 
hasta cierto punto dejadas al “margen”? Entre mis conclusiones confirmo la exigencia 
de situarnos en el aquí, de ver la literatura como un fenómeno por demás complejo 
que no se agota en sus formas sino que las desborda. Los factores del entorno, tanto 
en la escritura como en la recepción, estructuran la obra y nuestra interpretación de la 
misma. La literatura latinoamericana, y cada literatura o sistema que la “conforman”, 
posee sus propias particularidades y contradicciones. No hay ni puede haber un 
consenso de lo que entendemos por lo literario, por lo que no podemos abarcar el 
conjunto de la producción de una misma manera y para siempre. Los escritores, en su 
proceso de creación y publicación, tendrán diversos alcances de recepción y 
comunicarán distintas maneras de entender esa cosa a la que llamamos literatura. Por 
ello, nuestras herramientas de análisis también divergen y constantemente se 
reformulan. 
 
 
 
 
9 
 
1. De historia literaria 
 
Zorro de arriba: Así es. 
Seguimos viendo y conociendo… 
J. M. Arguedas. 
 
Antes de analizar y comparar las obras de Antonio Candido, La formação da literatura 
brasileira, y la de Antonio Cornejo Polar, La formación de la tradición literaria en el 
Perú, atendamos su “naturaleza” y tomemos en cuenta el contexto de los estudios 
literarios en el cual se inscriben. En ambas obras, la intención principal es la 
sistematización del pasado literario, la explicación analítica de la formación de una 
literatura nacional; ambos textos poseen un enfoque historiográfico. Por lo tanto se 
hace pertinente partir de algunas interrogantes básicas: ¿En qué consiste la 
historiografía literaria, cuál es su objeto de estudio?, ¿cuál es el papel del historiador 
de la literatura y de qué herramientas se sirve?, ¿cómo se ha ido desarrollando la 
historiografía literaria en América Latina y cuáles han sido sus problemáticas 
específicas?, ¿de qué maneras estas dos obras crítico-historiográficas se 
“particularizan” de una teoría general de la historia literaria? Comencemos con un 
breve esbozo en torno a dichas cuestiones. 
 Existe cierto “consenso”, pudiera decirse, entre investigadores, críticos y 
exégetas al aceptar que el estudio de la literatura puede dividirse en tres grandes 
bloques, a saber: la Teoría, la Crítica y la Historia.1 Sin embargo, ha habido un largo 
debate sobre las fronteras entre estas tres disciplinas que, se supondría, debieran 
tener muy bien acotado su objeto de estudio y su método. La delimitación de cada una 
de estas vías de estudio no debe entenderse como “desentendimiento” mutuo sino, 
más bien, que cada rama, desde su especificidad, pueda aportar a las otras 
disciplinas, estableciendo así diversas correspondencias. Aquí se defiende, ante todo, 
un diálogo constante entre los estudios literarios, pues la teoría no tendría sentido sin 
 
1 A esta división pueden incluirse los estudios de literatura comparada. 
 
10 
 
la crítica particular de las obras, ni sin la situación de éstas dentro del proceso histórico 
de las literaturas. En lo que atañe a la historiografía2 literaria, ésta suele plantearse 
desde categorías teórico-historiográficas que buscan dar coherencia a los sistemas 
que analizan; asimismo, el historiador suele ejercer una mirada crítica, elaborando 
juicios sobre obras particulares —determinantes en los cambios que sufren los 
procesos literarios— para nutrir así la perspectiva propiamente histórica. 
 Otra cuestión, que a simple vista pareciera un tanto ociosa, trata sobre la 
pertinencia del estudio histórico de la literatura. Se ha suscitado un debate —que 
continúa, con mayor o menor intensidad— sobre si es o no “legítimo”el enfoque 
histórico en el análisis literario. En un bando, se incluyen quienes defienden la idea de 
que hay formas inmanentes a la obra literaria, formas que no “dependen” del devenir 
histórico ni social, por lo cual apelan por una visión más bien sincrónica, atemporal. A 
contrapelo, otra corriente considera la literatura como fenómeno particular de la 
humanidad, como parte de ella; así, la literatura, como la civilización misma, se 
desenvuelve en el tiempo. Se concibe una historicidad inherente al hecho literario; la 
historia, por lo tanto, se justifica como una vía de aproximación a la interpretación 
literaria. Aquí, nos convendría más una postura “conciliadora”, pero no por ello falta de 
crítica, que aspire a tender un puente entre una perspectiva sincrónica y una 
diacrónica para abordar el fenómeno literario lo más subjetivamente objetivo que fuese 
posible. Por un lado, hay que atender la obra en su contexto, en su momento histórico 
 
2 De aquí en adelante vamos a preferir el término historiografía literaria sobre el de historia 
literaria, ya que por este último, tiende a referirse a los hechos “reales”, al pasado “real” y 
concreto, objeto mismo del estudio. Historiografía literaria, en cambio, nos sirve para hacer la 
distinción entre ese pasado estudiado y la escritura del mismo. También lo preferimos sobre el 
término historia de la literatura, ya que éste significaría sólo el “estudio”, por lo que puede 
entenderse como una mera “descripción” de los hechos histórico-literarios. Por lo tanto, con 
historiografía literaria se hace más puntual el hecho de tratarse de una escritura, una narración 
de ese pasado, la cual no pretende develarlo de manera unívoca. También existen otros 
términos, ahora en boga, como lo son el de la ciencia histórico-literaria o historiología de la 
literatura (Calvo Sanz), términos que, desde su nomenclatura, apelan por una mayor 
sistematicidad del estudio histórico-literario instalándose, para ello, en las teorías de la 
semiótica de la cultura y en la estética o teoría de la recepción. Como no entraremos en este 
debate, dejemos el término historiografía literaria para aludir, en particular, las obras de Antonio 
Candido y Antonio Cornejo Polar. 
 
11 
 
y dentro del proceso propio de la literatura y, por otro, debemos intentar encontrar en 
ella los elementos que la hacen trascender en el tiempo, intentar percibir ese “algo” 
que la hace una obra universal y atemporal; ambas perspectivas deben fusionarse 
para hallar así la función total (Candido) del texto. 
 El dotar al estudio literario de una perspectiva que considere el sitio histórico, el 
contexto de una obra, no significa anclar o reducirla al momento de su producción, 
mucho menos el de su recepción que sabemos se multiplica. El hecho literario puede 
pensarse como histórico y a la vez atemporal, como manifestación particular de un 
momento que aspira a la posteridad, que no se agota en un momento y en una sola 
lectura. La obra literaria que trasciende a otras épocas, a otros espacios, se enfrenta a 
otros horizontes de recepción y, recíprocamente, encara al lector a universos distintos: 
Lo que diferencia la historia literaria de otros géneros historiográficos es que sus 
componentes o unidades son obras y escritores, o mejor dicho… sistemas, códigos, 
sucesos poéticos y horizontes de expectativas por parte de los lectores y críticos (…) 
accesibles y legibles todavía hoy que diferentes receptores las hayan leído y las sigan 
leyendo. [cita de Claudio Guillén, en Calvo Sanz, 1993: 12] 
 
 Dentro de este debate, también se postula la problemática que plantea la 
posibilidad misma de escribir una historia literaria “independientemente” de la historia 
general. Eva Kushner nos habla de una distinción funcional imprescindible para el 
ejercicio de la historia literaria,3 que indisolublemente está ligada a la historia de la 
sociedad, pero de la cual debe diferenciarse, evitando una suerte de “sometimiento”. 
Una escritura de la historia literaria se perfila con el riesgo de ser reducida a-
críticamente al proceso general de la historia. Para no caer en este “defecto”, y para 
no caer en el otro extremo, el historiador debe ser consciente de que el hecho literario 
se presenta estrechamente vinculado con los cambios sociopolíticos y que, a la vez, 
no es mero reflejo de dichos cambios, por lo que debe ser abordado, también, desde 
su especificidad estético-literaria. Dicha problemática la observamos concretada en la 
cuestión de la periodización literaria, categoría crucial para nuestro análisis. Una 
 
3 Kushner, Eva (2002). “Articulación histórica de la literatura”, en Teoría literaria, México: Siglo 
XXI editores. 
 
12 
 
primera afirmación es la de proponer una periodización que no se ancle a los 
momentos descritos por la historia social y política, a pesar del vínculo entre estos 
fenómenos de la humanidad. Sin embargo, el proceso literario, aunque ligado al 
general, suele construirse de manera “desfasada” pues suelen coexistir diversas 
corrientes que hacen de la historia de la literatura un quehacer por demás complejo. 
Todas estas problemáticas son indispensables para el replanteamiento de una 
historiografía literaria concibiéndola como estudio específico, campo delimitado del 
saber. Por otra parte, debemos observar que el cuestionamiento mismo de la 
“legitimidad” y la “autonomía” de la historia literaria, está muy relacionada con la 
especificad de la literatura misma, muchas veces puesta en entredicho. A esta 
cuestión, podemos estar de acuerdo con René Wellek cuando sostiene: 
Puedo afirmar, no sin cierto dogmatismo, que la literatura no es simplemente reflejo o 
copia del desarrollo político, social o incluso intelectual de la humanidad. Está, sin 
duda, en constante interrelación con todas las demás actividades. Se encuentra 
influenciada por ellas profundamente y (aunque con frecuencia se olvida) las influye. 
Pero la literatura posee su propio desarrollo autónomo, irreductible a cualquier otra 
actividad o incluso a una suma de todas esas actividades. De otro modo dejaría de ser 
literatura y perdería su raison d’être. (Wellek, 1983: 41) 
 
 Comencemos por aclarar, dentro de esta lógica, cuál es entonces su objeto de 
estudio. De manera general, se parte de que el objeto de la historia literaria es la 
literatura misma. Ya que la concepción de ésta transmuta a través del tiempo, aquélla 
sería, en principio, un intento por ofrecer las pautas de dichas transformaciones. 
Aterrizando más este supuesto, puede decirse que la historiografía literaria atiende al 
conjunto de obras dentro de su devenir histórico, es decir, localiza al texto dentro del 
tiempo. Su objeto es el proceso literario, la diacronía, es decir, el cambio, la formación, 
surgimiento, renovación y retirada de las expresiones literarias. Este objeto, sin 
embargo, es sumamente complejo. Dicha complejidad queda expuesta si pensamos, 
por poner un ejemplo, en cierta autonomía del proceso de lo propiamente literario, 
respecto de la historia general de las sociedades. Tomando en consideración todas 
estas dificultades en su definición, defendemos aquí la especificidad y el aporte del 
 
13 
 
enfoque histórico e historiográfico del fenómeno literario, en general, y de la obra o 
texto, en particular. 
 ¿Qué tanto es “indispensable” conocer e incluir en el análisis el contexto de 
una obra y su lugar dentro del proceso de una literatura? Cada texto literario, en su 
propia estructuración, sugiere al lector en general, así como al crítico, la manera en 
que puede ser abordado, por lo que dependerá de la lectura específica si es pertinente 
una “consideración histórica”. Toda obra es historiable en tanto se incorpora dentro de 
una tradición literaria. Sin embargo, algunas obras, por su propia naturaleza, pueden 
ser más omenos asequibles para un enfoque histórico. Digamos entonces, que el 
momento en el que se producen las obras no es del “todo” determinante, pero sí un 
factor que participa en la construcción del sentido y en la propia función estructurante. 
Para aterrizar todo esto de manera más clara, debemos distinguir entre una crítica con 
un enfoque histórico, donde el análisis recurre a la interpretación del momento 
creativo; y una historiografía crítica, que es la sistematización de todos los elementos 
que participan en el cambio y la renovación, que se hace de lo que entendemos por 
literatura, concepción sumamente mutable, que se construye y se destruye desde la 
“creación” misma, en su sentido más amplio. 
 ¿Desde cuáles categorías teórico-historiográficas “particulares”, se escribe el 
pasado literario? Pudiésemos responder atendiendo al replanteamiento de las 
categorías tradicionales, el cual continúa sobre la mesa de discusión hoy en día. 
Después de una profunda crisis epistemológica y de legitimidad, en la cual se ha 
puesto en duda la labor historiográfica —como parte del saber humano que había sido 
radicalmente cuestionado—, nos hallamos en la fase de proponer nuevos proyectos, 
de re-cuestionar los anteriores para retomarlos críticamente. De esta crisis, de la cual 
aún vivimos los estragos, nuestras categorías puestas en tela de juicio, parecieran, 
desde sus índoles particulares, no ser lo suficientemente válidas ni 
epistemológicamente sólidas para volver a construir nuestro pasado. Pese a todo ello, 
 
14 
 
no debemos hacer tabla rasa, sino dar una dimensión crítica e histórica a categorías 
como literatura nacional, como región literaria, o bien, rescatar juiciosamente 
categorías tales como períodos, generación, escuela, corrientes, géneros, temas o 
tópicos literarios. Veremos en qué formas las categorías de sistema literario, así como 
de literatura nacional, aunque fuertemente cuestionadas, puede seguir sirviéndonos, 
replanteando sus supuestos, para la explicación de fenómenos literarios y culturales 
vistos en retrospectiva. Las bases para la re-construcción de una historia literaria, 
deben atender a las formas específicas en que la producción se interrelaciona con su 
sociedad y con su cultura. Aunque ello aún se nos presume poco factible, no debemos 
dejarnos al vacío epistemológico, hay que seguir aspirando a un mayor entendimiento 
del proceso literario, continuar en este camino para no desfallecer en una negación del 
conocimiento: 
La historia literaria, como toda otra ciencia humana, se ha de interrogar 
constantemente sobre la relación con la sociedad y su forma de cultura, mediante la 
constatación de sus propios modelos, sus categorías, sus herramientas intelectuales, 
es como el sistema literario se desarrolla en el seno del sistema cultural. (Kushner, 
2002: 139) 
 
Una de las tareas conjuntas, inscrita en la agenda crítica e historiográfica de la 
actualidad —observaremos, particularmente, en el ámbito latinoamericano—, es la 
reconfiguración y ampliación del corpus literario que, cómo se verá, es uno de los 
puntos cruciales de esta investigación. Para ello planteamos inicialmente que un 
proceso ineludible del quehacer historiográfico es el de la selección. Ésta es una 
necesidad metodológica que ha traído algunos inconvenientes y que, en cierta forma, 
son los detonantes de la invalidez o la inexactitud de las historias literarias. Así, el 
corpus de una literatura nacional, es “creado” o establecido historiográficamente, por 
una selección, que ahora se descubre como sospechosa, muy lejos de ser “inocente”. 
Así, esa “selección”, aparentemente metodológica, es más bien una forma ideológica 
que contribuye a la creación misma de una imagen de nación. Sin embargo lo que 
aquí se propone es no desechar de tajo este tipo de categorías, sino replantearlas 
 
15 
 
críticamente y apostar por una reconstrucción de ese corpus cercenado. Sobre este 
punto volveremos en líneas más abajo. 
 
1.1. Periodización, sistema e historia de las naciones: herramientas del 
historiador para escribir el cambio 
 
En el afán por escribir una historia literaria lo más “objetivamente” posible, el 
historiador —crítico y teórico— se sirve de un conjunto de herramientas y 
conocimientos “inherentes” al hecho literario y su proceso evolutivo. Aquí apuntamos 
algunas de las categorías básicas de la historia literaria, sus formulaciones y 
replanteamientos, que además serán de gran importancia en la lectura crítica de las 
historiografías de Antonio Candido y Antonio Cornejo Polar. Periodización, sistema y 
literatura nacional, serán el eje del análisis historiográfico aquí propuesto. Éstas son 
aproximaciones generales de los términos. 
 
1.1.1. Periodización 
 
El historiador de la literatura —que suele ser crítico y teórico a la vez—, en su labor, se 
halla con las problemáticas antes mencionadas, más aún, si lo que hace no es simple 
compendio de nombres, obras y fechas, acotados con los bloques temporales que ha 
dispuesto la “tradicional” historia de la literatura. Una de las primeras dificultades, por 
ello, es la propuesta de una periodización, entendiendo por ésta el análisis crítico de 
segmentos espacio-temporales en los cuales puede ser “dividido” el proceso literario. 
De manera general podemos estar de acuerdo con Calvo Sanz: 
Un periodo es así una sección de tiempo dominada por un sistema [que habrá de 
extraerse de la historia misma] de normas, pautas y convenciones literarias cuya 
introducción, difusión, diversificación, integración y desaparición pueden perseguirse 
(…) no se caracteriza por una perfecta homogeneidad estilística, sino por el predominio 
de un estilo determinado. (Calvo Sanz, 1993: 145) 
 
 
16 
 
Agreguemos a esta definición que un periodo, entendido como acotación de un 
movimiento, generación o corriente literaria, no es un mero capricho del historiador. La 
periodización no debe ser considerada gratuita, o como mera convención marcada por 
la arbitrariedad. Ella debe contener un conjunto de “evidencias” del cambio, de la 
diacronía inherente al fenómeno literario. Un periodo no es un modelo ni una clase, 
sino un tramo temporal definido por un sistema de normas encajado en el proceso 
histórico, inamovible de su ubicación temporal. (Wellek, 1983: 38) 
Con base en las periodizaciones, se estructura una obra historiográfica. Cada 
historiador, en su propuesta de periodos literarios, “reelabora” y “rescribe” 
críticamente, su concepción del cambio y de las renovaciones que de lo literario se 
formula a lo largo del tiempo. Sin embargo, aunque la categoría de periodo es 
indispensable en los estudios historiográficos, se ha cuestionado las maneras en que 
se ha planteado. Ha sido común —y lo sigue siendo—, que la periodización se plantee 
en función de movimientos sociales, de etapas de gobierno, de revoluciones: la mayor 
parte de las historias de la literatura dividen sus períodos de acuerdo con los cambios 
políticos y de este modo conciben la literatura completamente determinada por las 
revoluciones políticas o sociales de una nación. (Wellek, 1983: 39) En el ámbito de las 
historiografías latinoamericanas siguen siendo vigentes rubros como el de “poesía 
colonial”, “literatura republicana”, “novela de la revolución”, “novela sandinista”, 
“literatura del exilio”, entre otros; sin embargo, vemos como emergen nuevas 
propuestas para replantear estos bloques temporales, desde perspectivas 
novedosamente críticas, como es el caso de los autores que iremos analizando. 
La periodización responde a la necesidad de dilucidar la evolución y la novedad 
—entendida ésta como cambio inmanente, en la dialéctica— que, de manera escueta, 
refieren a una innovación, a una mudanza de lo viejo a lo nuevo, y donde el concepto 
de tradición, de asimilación del pasado para transformarlo en algo “novedoso”, está 
presente. La literatura “evoluciona”, por imitacióno rechazo, por asimilación y olvido: 
 
17 
 
Es una doble influencia positiva y negativa: imitamos o rechazamos. La literatura se 
mueve por acción y reacción, por convención y revolución. La novedad, la originalidad, 
es el criterio que cambia la dirección del desarrollo. La historia literaria es el método 
que define los puntos del cambio. (Wellek, 1983: 28, 29) 
 
 En una nueva postura, la periodización literaria debe dar cuenta sobre estos 
cambios desde una perspectiva estético-literaria, y no en función simplemente del 
contexto socio-político. También en este punto particular de establecer periodos se 
hace necesaria la herramienta comparatista. Debemos entender cada segmento 
temporal, no de manera rígida y lineal, como bloques monolíticos yuxtapuestos, sino a 
través de zonas difusas de imbricación e interpenetración. (Aguiar e Silva, 1972: 249) 
Es este deber ser del estudio histórico un punto de llegada que no tiene que perderse 
de nuestros horizontes. 
 
1.1.2. Sistema literario 
 
Son variadas las denotaciones que posee la palabra sistema. Para llegar a un 
entendimiento, más o menos “aceptable” de lo que denominamos sistema literario, 
hagamos un breve recuento de algunas de sus definiciones. Un significado básico que 
se le atribuye al término “sistema”, el cual fue introducido por Saussure —por lo que 
tiene una procedencia lingüística y estructuralista— está ligado a la comprensión de la 
lengua como sistema de signos: 
(…) la lengua como “sistema de signos” interrelacionados por vínculos de solidaridad, 
dependencia u oposición. Cada una de las unidades de dicho sistema se define por el 
conjunto de relaciones que mantiene con las otras unidades y por las oposiciones en 
que se integran. (Estébanez Calderón, 1996) 
 
De la lingüística, el concepto de sistema da un salto a la teoría y la crítica 
literarias. Una definición mínima de sistema literario nos remite al triado sígnico y 
orgánico entre emisor-autor, obra-mensaje, lector-receptor. El fenómeno literario se 
concreta en la activación de estos tres elementos, en el momento crucial de la 
 
18 
 
recepción e interpretación literaria, instante en el cual los sentidos del texto se 
renuevan. 
Toda obra literaria, concebida desde una perspectiva semiótica, como un mensaje (o 
texto) que un emisor (autor) envía a un destinatario (lector), está constituida por un 
sistema de signos estructurados de acuerdo con unos códigos estéticos imperantes en 
cada época. (Estébanez Calderon, 1989: 1000) 
 
También podemos recurrir a otra definición, muy general para nuestro 
propósito, pero de importancia para dilucidar mejor el concepto de sistema, que bien 
debe ser entendido en incesante construcción, que nos ofrece, desde la neoretórica y 
la lingüística, Helena Berinstáin: 
Conjunto organizado de elementos relacionados entre sí y con el todo, conforme a 
reglas o principios, de tal modo que el estado de cada elemento depende del estado 
del conjunto de los elementos, y la modificación introducida en un elemento afecta a 
todo el sistema. En el sistema es donde se integra el todo, el conjunto de los 
elementos. (Berinstáin, 1998: 480) 
 
Otro punto de partida, es la aproximación que Itamar Even-Zohar propone a la 
idea de sistema, la cual es entendida como un conjunto de fenómenos que son 
“propuestos” por el sujeto que los observa y estudia, en relaciones de “dependencia” e 
“imbricación”. Por lo tanto, con sistema, el estudioso propone una vía de análisis que 
no pretende ser única e irrevocable, conservando así su condición de mera hipótesis. 
(…) el concepto de "sistema" del funcionalismo (dinámico), esto es, la red de relaciones 
que pueden hipótetizarse (proponerse cómo hipótesis) respecto a un conjunto dado de 
observables ("hechos" / "fenómenos") asumidos. Esto implica que "el conjunto de 
observables asumidos" no es una "entidad" independiente "en la realidad", sino 
dependiente de las relaciones que uno esté dispuesto a proponer. 
La red de relaciones hipótetizadas entre una cierta cantidad de actividades llamadas 
"literarias", y consiguientemente esas actividades mismas observadas a través de esta 
red. O: El complejo de actividades --o cualquier parte de él-- para el que pueden 
proponerse teóricamente relaciones sistémicas que apoyen la opción de considerarlas 
"literarias". (Even-Zohar) 
 
 
La noción de sistema conlleva, como apuntamos previamente, una definición de 
literatura de carácter funcional: el ámbito “literatura” se estructura como un conjunto o 
red de elementos interdependientes en el que el papel específico de cada elemento 
viene determinado por su relación frente a los otros; en otras palabras, por la función 
que desempeña en dicha red. Consecuentemente, el texto literario y por ende su 
interpretación pierden el carácter privilegiado del que gozaban en las aproximaciones 
tradicionales y dejan de constituirse en fin único de la investigación. De este modo se 
supera el llamado textocentrismo de los estudios literarios. Sin que tal afirmación 
suponga el necesario abandono o el menosprecio de los estudios encaminados a 
proporcionar una interpretación de los textos, las orientaciones sistémicas pretenden 
 
19 
 
dar cuenta también del resto de los factores del sistema, así como de las distintas 
actividades y procesos sociales que tienen lugar en el ámbito de la literatura. 
(Villanueva, 1994: 311, 312) 
 
Entonces, la idea de sistema alude a las relaciones orgánicas que se dan en el 
momento de la escritura del texto literario, así como en el de su recepción. Entender 
una literatura “particular” como sistema nos lleva a plantear los procesos específicos 
en los que se configuran las obras literarias, y las diversas interpretaciones que éstas 
suscitan. La crítica a la que ha sido objeto esta noción, tiene que ver con la visión 
monolítica y unificadora, connotación que pudiera tener, ya que uno de los factores 
que se consideran para determinar un sistema literario, ha sido el código lingüístico del 
que se vale el texto. Así, dentro de sistema se comprenden las obras “escritas” bajo 
ciertas normas y en las lenguas imperantes. Esta crítica es válida, sin embargo, 
veremos cómo la noción de sistema puede seguir siéndonos de gran utilidad 
epistémico-metodológica, más aún a la luz de nuevos planteamientos. La concepción 
de sistema, bajo estas nuevas miradas, alienta y funda las bases para historiografiar 
las heterogéneas y polisistémicas literaturas latinoamericanas. Kushner nos habla de 
esta vigencia conceptual: 
La noción de sistema literario prevalece por doquier (ejemplos: grupo de Tartu, Claudio 
Guillén), así como su transformación en polisistema (estudios de Itamar Even-Zohar), 
las relaciones de los textos entre sí se estudian en diacronía y es más que obvio que el 
sistema no es para nada estanco: la atención del investigador está centrada en él y la 
relación contexto-texto y el autor-texto es implícita o es objeto. (Kushner, 2002: 143) 
 
Observemos cómo en el ámbito latinoamericano, esta idea de sistema se 
renueva y prevalece. La contribución particular de Antonio Candido apropiándose y 
aplicando esta noción al desarrollo de una literatura propiamente brasileña no deja de 
ser inspiradora para otros críticos y estudiosos. 
 
 
 
 
 
 
 
20 
 
1.1.3. Historias nacionales de lo literario 
 
A comienzos del siglo XIX, empiezan a consolidarse los estudios literarios a la manera 
moderna como los conocemos, y surge el interés por circunscribir el proceso literario a 
la constitución de los estados-nación. Un primer impulso historiográfico surge en este 
momento para escribir la historia de la literatura nacional, emprendiendo así su 
edificación, paralela y en correspondencia con el imaginario nacionalista y patriótico. 
La literatura concebida como nacional, simboliza el correlato del devenir de la “patria”, 
por ello, vemos cómo en América Latina la “emancipación” social, política y 
económica,va a la par de la “emancipación” literaria, cultural e intelectual o, por lo 
menos, ésa fue la pretensión. 
(…) todo despertar nacional va acompañado infaliblemente de la producción de obras 
de historia literaria, o por lo menos de obras que tienden al estatuto de historias 
literarias nacionales (éste es por ejemplo el caso, en la actualidad, de las literaturas de 
América Latina y del Caribe) (Kushner, 2002: 137) 
 
La categoría de literatura nacional es fundamental para la historiografía, por lo 
menos así ha sido, ya que con la idea de “nación” logra acotarse el campo de estudio. 
Así, al historiografiar la literatura se apela a lo nacional, estableciendo para ello un 
corte del corpus literario. Los criterios son entonces “territoriales” y lingüísticos. Ésta es 
una de las principales deficiencias de esta categoría historiográfica; sin embargo, 
puede servirnos como punto de partida para reconstruir el pasado literario desde las 
vertientes excluidas, desde perspectivas regionales y supra-nacionales. 
El corpus de la historia literaria se compone de todos los fenómenos relacionados con 
la vida literaria de un sector determinado, sea éste una nación en el sentido político, un 
campo lingüístico o interlingüístico, una región, una zona (…) (Kushner: 137) 
 
El criterio nacional de una literatura es revalorado y replanteado críticamente a 
la luz del “resurgimiento” de los estudios comparativos. Así, por ejemplo, en América 
 
21 
 
Latina4 las “zonas” literarias, establecidas como nación o región, mantienen los 
intercambios culturales y simbólicos, las influencias entre las literaturas contiguas. De 
esta manera, cada literatura se “define” bajo las interrelaciones con las otras. 
Entonces, en este orden de ideas, la categoría de literatura nacional sigue 
sirviéndonos para partir de ella y ver el todo, para lograr la comparación entre obras 
literarias surgidas de procesos semejantes pero distintos. Las historias de las 
literaturas nacionales —o regionales— en este ánimo comparatista, exploran los 
paralelismos y contrastes entre las literaturas, analiza la historia común así como los 
factores divergentes. 
El insondable obstáculo de determinar la especificidad de una literatura, de 
hacer legítimo el uso del término, tiene que ver con las particularidades que una 
cultura dada dota a sus productos textuales, cosa nada fácil de definir. Ni la lengua, ni 
el territorio son “suficientes” para establecer una literatura particular y diferenciada. Es 
aquí donde nuevamente pueden sernos útiles términos como sistema, literaturas 
heterogéneas y totalidad contradictoria, pues con ellos una literatura es temporalmente 
“definida” no por un aspecto particular, sino por el conjunto de ellos, tanto por el uso de 
una lengua, de ciertos lenguajes, así como el papel de los receptores o lectores en 
una época, de los textos y sus interpretaciones, todo inmerso en una cultura 
determinada: hay que tener en cuenta no sólo con qué sino para quiénes se escribe, 
es decir, un público y una determinada sociedad. (Guillén: 301) 
Franca Sinopoli también habla de la persistencia de la necesidad de narrar la 
propia identidad nacional en clave literaria, razón ésta de profunda y compleja 
naturaleza. (Gnisci, 2002: 27) 
La historia literaria es una gran construcción verbal que está encaminada a legitimar la 
existencia de algunos sujetos colectivos (la patria, la nación, la cultura, y también las 
tradiciones locales) y a excluir otros (las comunidades de los inmigrantes, las culturas 
 
4 Este proceso se asemeja, por supuesto, al que se da en Europa, por ejemplo, Franca 
Sinopoli habla de las nuevas vías de escritura de la literatura italiana “nacional” con y desde el 
“trasfondo europeo”. Asimismo, el desarrollo de la categoría literatura nacional tiene ya un largo 
camino en los procesos de las literaturas europeas, lo cual, como nos sugiere Claudio Guillén, 
vienen desencadenándose desde el Renacimiento. 
 
22 
 
subalternas, las mujeres), un verdadero discurso con el cual se construyen las 
imágenes de la nación y de la literatura nacional. (Gnisci, 2002: 25) 
 
 Vemos cómo el concepto de literatura nacional, está estrechamente vinculado 
con el de literatura emergente, por lo que podemos intuir que más que ideología 
(aunque sí posee esta función), la idea de una literatura propia es más bien estrategia 
de cohesión para promover una identidad nacional, apelando para ello a la identidad 
étnica, lingüística e histórica. Así, esta idea de literatura nacional deja de ser una 
conceptualización para convertirse en costumbre, tradición o institución establecida. 
(Guillén: 300) Pese y gracias a todo esto, el sistema literario entendido como nacional, 
ahora visto como heterogéneo, sigue siéndonos útil en tanto con él podemos dar un 
mayor grado de sistematicidad a los estudios literarios, particularmente los históricos. 
En el caso latinoamericano, las historiografías que parten del criterio nacional a 
la luz de lo universal, aún están pendientes y en reformulación; tal vez, como observa 
Eva Kushner, la razón está en que estos países aún no encuentran su consolidación 
nacional, los discursos siguen siendo emergentes. En las siguientes líneas 
analizaremos brevemente cómo ha sido el desenvolvimiento de la historiografía en 
América Latina, y cómo la concepción de la nacionalidad no la hemos dejado atrás, ya 
que sigue siendo una alternativa, junto con las concepciones regionales, y 
supranacionales, para abordar la literatura de manera continental. 
(…) hay al menos tres condiciones generales que resultan fundamentales en este 
cambio de perspectiva de la historia comparada de la literatura a principios del siglo 
XXI: la crítica al eurocentrismo, la revolución de las categorías de la narración histórica 
y la idea de la historia literaria como sistema abierto. (Gnisci,2002: 51) 
 
 Han sido muchos los autores que han abogado por los estudios comparados en 
la labor historiográfica. El entendimiento diacrónico de la obra literaria, despierta 
inevitablemente la comprensión de ésta en sus relaciones con otras obras y literaturas. 
Alfonso Reyes, dilucidaba la importancia de pensar el devenir de la literatura española 
en tanto sus influencias extranjeras. Claudio Guillén, nos habla de la labor del 
comparatista en tanto historiador —y del historiador en tanto comparatista— la cual 
 
23 
 
está marcada por el signo de la complejidad y de lo múltiple. Vitor Manuel Aguiar e 
Silva también confirma la necesidad del comparativismo en la escritura de la historia y 
el planteamiento de las periodizaciones. La enumeración sería exhaustiva; lo que nos 
interesa es afirmar la importancia que tiene el método comparativo para reactivar el 
gran proyecto historiográfico de América Latina, inconcluso y abortado por tener visos 
de quimera, pero que, sin embargo, puede ser reencaminado. La escritura de las 
literaturas nacionales y regionales, desde la perspectiva comparada, pueden servirnos 
como puntos de partida para rescribir un discurso “orgánico” que deje ver las 
continuidades y discontinuidades estas literaturas. 
 
1.2. La historiografía en América Latina 
 
La única manera de conocer la 
historia literaria de un pueblo es leer 
todas las obras fundamentales de su 
literatura y buen número de las 
secundarias. 
Alfonso Reyes 
 
La reflexión en torno a la historia de la literatura es fundamental para situarnos a 
nosotros mismos en un aquí y en un ahora, para comprendernos en nuestra condición 
humana y darnos un sentido. Por eso volvemos constantemente la vista hacia atrás, 
intentando con ello, encontrar nuestros rostros. Vital es la memoria histórica, la 
preservación del pasado y, más aún, la atención que nos debe el pensar lo “ya 
construido” como elemento que nos constituye. Aterrizando esta cuestión de la historia 
y su escritura, debemos observar el desarrolloque ha tenido en América Latina como 
empresa intelectual que, en su devenir, ha tenido avances y retrocesos, ha cruzado 
por sus propias problemáticas al abordar estas literaturas ya sea de forma particular o 
bien continental. La posibilidad de escribir, de narrar, las historias de las literaturas 
latinoamericanas ha sido, y sigue siendo hasta la actualidad, un debate abierto, una 
reflexión inconclusa –“afortunadamente”– que demanda ser continuada. 
 
24 
 
 Junto a la consolidación de las repúblicas “independientes”, nace el discurso 
historiográfico de nuestras literaturas. A causa de ello, un afán ideologizante nutre los 
primeros esbozos de un pasado literario. Esa historia gustaba de atender la literatura 
en tanto poseía una función emancipadora, instalando así como corriente hegemónica, 
especialmente cierta literatura romántica5. Pero no sólo eso, esta historiografía 
literaria, inspirada en los presupuestos romántico-nacionalistas de Schlegel, partía de 
la suposición de la “originalidad”, por lo que consideraba la obra literaria como 
“determinada” por su espacio y momento históricos, únicos e irrepetibles, como 
expresión de una “conciencia nacional”. De esta manera, los discursos historiográficos 
finiseculares decimonónicos, situaban su “intuición” en una imagen de nación 
unificada, además de exaltar el carácter único de las obras. Asimismo, estas ideas se 
nutrieron con otras corrientes de pensamiento que postulaban la “originalidad” de cada 
nación y, por ende, de su literatura en tanto, de manera irrepetible, se entremezclaban 
factores como el medio, la raza y el momento (Taine), después complementados con 
los del idioma y el territorio. Esto terminó por configurar discursos que mutilaron, en 
cierta manera, la comprensión de los procesos literarios; sin embargo, no hay que 
olvidar que estos discursos significaron los primeros productos o esbozos de 
literaturas que, en sí mismas, aún no lograban consolidarse como sistemas 
coherentes. 
 Fueron estas primeras historiografías literarias productoras de una imagen 
“fragmentaria” de América Latina. Además, en lugar de atender aspectos propiamente 
“estéticos” —en relación con lo histórico—, la función primordial de estas historias fue 
la de dar sentido a la idea de nación que entonces se postulaba en primer plano dentro 
del imaginario social. En el transcurso del siglo XIX —incluso para nuestra mirada 
retrospectiva— fue sumamente complicado deslindar el aspecto artístico de la 
 
5 Puede verse Beatriz González-Stephan. Fundaciones: canon, historia y cultura nacional. La 
historiografía literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX. Madrid: Iberoamericana, 
2002. (Nexos y diferencias, 1). 
 
25 
 
programática política y social, pues, usualmente, los literatos de un primer periodo 
republicano hicieron las veces de ideólogos, periodistas, incluso políticos. Fue esta 
época un momento de generación de programas nacionales, y la literatura no quedó 
exenta de esa tentativa. Así, tuvo lugar la “fundación” o constitución de un corpus 
canónico, el cual se configuró como unidad homogénea, como representación de lo 
que debía ser la nación. Dicho canon se plasmó de tal manera que excluyó otros 
discursos culturales y literarios, mutiló la producción cultural “real”. En su afán 
unificador, la nación y su literatura quedó definida como heredera de la colonia y, en 
consecuencia, el idioma institucionalizado fue el del colonizador (español, portugués, 
entre otros), así como la escritura y los modelos literarios (estilísticos, de géneros, 
movimientos) europeos.6 Ese corpus dejó “fuera” la literatura oral, las indígenas, así 
como otras formas de expresión que, difícilmente, entraban dentro de la teoría literaria 
y de géneros ya establecida: las cartas, las memorias, las crónicas de conquista, entre 
otras, hoy en día consideradas como “textos” fundacionales de estas literaturas, se 
situaron fuera del sistema literario registrado por la historia de sesgo nacionalista. 
 Además de estas acotaciones, la concepción misma de lo literario —y de la 
escritura de su historia “reciente”— fue condicionada por una visión esencialista. La 
literatura y su estudio buscaban la “esencia” de la nacionalidad. Los criterios teóricos 
de esta historiografía liberalista (González-Stephan) subsistieron largo tiempo, pues 
vinieron a ser cuestionados de manera más sistemática bien entrado el siglo XX; 
criterios planteados básicamente en función de la ideología independentista y 
nacionalista, como lo son el geográfico-político, el de los géneros tradicionales (lírica, 
novela, teatro) e idiomáticos. 
El carácter excluyente de los discursos fundacionales (entre ellos el de la 
historiografía decimonónica) ahora se ponen en entredicho, cuestionando así la 
 
6 Sobre la fundación de las literaturas republicanas vía el discurso criollo, y a través de la 
palabra, puede verse la obra de Hugo Achúgar. La fundación por la palabra. Letra y nación en 
América Latina en el siglo XIX, Montevideo: Universidad de la República, Facultad de 
Humanidades y Ciencias de la Educación, 1998. 
 
26 
 
homogeneidad textual. En cambio, re-leyendo y re-escribiendo ese pasado, y 
aceptando la heterogeneidad, no textual pero sí en las “prácticas” literarias concretas, 
se observa como las tradiciones marginales resurgen y reclaman su lugar en la 
historia. Aparecen en el discurso las voces que “siempre estuvieron ahí”. Estos 
discursos fundacionales comienzan con la exclusión. Sin embargo, la voz del otro, la 
del negro, pero también la del gaucho y la de la mujer, logran filtrarse y erosionar el 
impulso fundamental de construcción de un sujeto nacional homogéneo. (Achúgar: 53) 
 Otra de las cuestiones básicas para la labor historiográfica que, desde sus 
inicios, más o menos de manera consciente, ha estado sobre la mesa, es la cuestión 
falsamente dicotómica entre visión nacional/continental. Una, como se ha dicho, se 
fundamenta en criterios políticos y geográficos, idiomáticos, que parten de las 
configuraciones territoriales que más o menos dejaron las colonias. La nación es así 
considerada como una entidad socio-histórica particular y diferenciada de las otras 
naciones latinoamericanas. Por otra parte, ya en los imaginarios emancipadores se 
había proyectado la idea de la unificación del continente americano. Ya el discurso 
bolivariano, así como las tentativas de José Martí con su pronunciamiento por una 
entidad llamada Nuestra América, alimentaron el ideal de un continente integrado y 
unido. Este discurso tuvo sus concretizaciones en la historiografía que, en lugar de 
abordar el fenómeno literario en sus acotaciones nacionales, apostó por una visión 
más general. De ello son muestras las obras de pensadores y críticos como Pedro 
Henríquez Ureña, José Antonio Portuondo, Luis Alberto Sánchez —quien intentara ya 
una sistematización en su Historia de la literatura americana en 1937— pues en sus 
obras plasmaron el intento por esbozar una historia más abarcadora y orgánica de la 
América Latina. 
Para unos historiadores, el proceso literario de cada país es tan diferente que hace 
imposible el proyecto de una verdadera historia literaria continental; para otros las 
respuestas abarcadoras encierran el esfuerzo por encontrar los vínculos comunes entre 
las diversas historias literarias nacionales, posibilitando una operación más 
comprensiva del conjunto. (González-Stephan, 1985b: 308) 
 
 
27 
 
En el caso del continente latinoamericano, es difícil comprender el devenir de 
una literatura nacional abstraído de su contexto más global, incluso universal. 
Nuevamente el estudio comparatista de las literaturas se vuelve imprescindible, pues 
las literaturas nunca surgen y se desarrollan de manera aislada, si no en procesos de 
influencias, de transculturación,de correspondencias y también divergencias. La 
aspiración intelectual de nuestros críticos e historiadores, más bien sería la de 
proponer el diálogo entre las literaturas “específicas”, regionales o nacionales, con la 
de las literaturas “vecinas”, por lo que en lugar de la dicotomía nacional/continental, 
particular/universal, se debe hacer el esfuerzo por entender las categorías en su 
dinamismo y complejidad dialógica. Una visión necesita a la otra, una historia literaria 
latinoamericana presupone —por sus mismas dimensiones— los trabajos parciales de 
las diferentes historias literarias nacionales. (González-Stephan, 1985b: 309) 
Ha faltado en los trabajos de nuestra historiografía literaria una comprensión orgánica 
de los procesos literarios, capaz de ver la totalidad literaria continental como el 
resultado de la articulación de los diferentes procesos nacionales; y éstos, como las 
variables concretas en que se manifiesta la pluralidad latinoamericana. (González-
Stephan, 1985b: 311) 
 
Todo ello necesita de una comprensión orgánica y compleja, por lo que no 
basta una simple adición o reducción de estas literaturas. A esta visión global, se 
suma la problemática de reflexionar la heterogeneidad de estas literaturas, la cual 
requiere dilucidar los procesos literarios, que han quedado fuera del sistema estético-
discursivo occidental, y que se mantienen tal vez a manera de subsistemas, de 
sistemas abiertos y heteróclitos que dialogan a su vez con el sistema hegemónico. La 
literatura latinoamericana, vista de manera total y orgánica, es heterogénea y 
polisistémica, en tanto, han existido y seguirán existiendo, producciones textuales de 
múltiple y variada índole. Así, la perspectiva nacional en la escritura del pasado 
literario que imperó de manera hegemónica durante el siglo XIX y siguió vigente en los 
inicios del XX, y que fuera recientemente criticada, puede ser replanteada en virtud de 
dar una comprensión “total” de una literatura particular, para después pasar a la 
 
28 
 
comprensión de una literatura continental. Ésta parece ser una nueva vía para una 
historiografía latinoamericana: 
No se trata de reducir a elementos homogéneos, para luego sumarlos; si no de 
construir un eje en el cual se puedan articular tanto las semejanzas como las 
diferencias de los procesos literarios nacionales. (González-Stephan, 1985b: 317) 
Se trata de establecer nexos orgánicos (regionales y nacionales) entre los países, con 
sus integraciones y desintegraciones, y rechazar una globalización mecánica tanto por 
las vías del aditamento como por el reduccionismo. (González-Stephan, 1985b: 327) 
 
 Los estudios literarios con aspiraciones más “científicas”, o bien de mayor 
sistematicidad, son muy recientes en América Latina. Hay una tradición crítica, que ha 
apelado abiertamente por una teoría propia del intelecto latinoamericano, por lo tanto, 
“diferenciada” de la europea. Ya Alfonso Reyes logró esbozar uno de los mayores 
intentos por escribir una teoría de la literatura en su obra El deslinde. Y a él se 
sumarán de manera magistral muchos otros críticos que han pensado en la teoría, la 
historia y la crítica literaria en y desde el continente latinoamericano: Pedro Henríquez 
Ureña, José Antonio Portuondo, Silvio Romero, Luis Alberto Sánchez, José Carlos 
Mariátegui, entre otros. 
Dentro de esta tradición, se sitúa el crítico brasileño Antonio Candido, quien 
retoma las lecciones de sus maestros y antecesores, en su vastísima obra, y plantea 
categorías de gran solidez como lo es la de sistema literario. También se incorporan 
autores como el uruguayo Ángel Rama, que propone para el análisis de la literatura 
latinoamericana la categoría de transculturación; Roberto Fernández Retamar, quien 
en su obra Para una teoría de la literatura hispanoamericana, texto más bien 
programático, exige la proposición de categorías que lleguen “realmente” a explicar la 
especificidad de nuestras literaturas. En este contexto se incorporan otros autores 
como Antonio Cornejo Polar, insistiendo en su obra crítica en la emergencia de los 
discursos marginados, como el indígena y el oral. También, menos explorados, nos 
encontramos con autores como Alejandro Losada, el cual también teorizó en torno a 
categorías como sistema literario, sujeto productor, entre otras de sus contribuciones; 
y Roberto Schwarz, quien ha fijado su mirada crítica en los aspectos escriturales e 
 
29 
 
ideológicos subyacentes en la obra de Machado de Assis y ha llegado a construir 
nuevas vías como la noción de periferia o las ideas-fuera-de-lugar. 
 Volviendo a nuestro interés principal, es importante resaltar la reunión titulada 
Para una historia de la literatura latinoamericana realizada en Caracas, Venezuela, en 
noviembre de 1982, en la cual se reunieron críticos como Candido, Cornejo Polar, 
Schwarz, entre otros. Ahí se discutieron los lineamientos y problemáticas para la 
cimentación de una literatura latinoamericana. En este espacio se trajeron a la 
discusión crítica los puntos esenciales de la escritura del pasado literario en este 
continente, se trataron las ausencias, las exclusiones y el gran reto intelectual y de 
conjunto que conlleva sacar adelante semejante empresa. La obra que retoma lo ahí 
expuesto, Hacia una historia de la literatura latinoamericana (1987), que compila Ana 
Pizarro, es uno de los textos fundamentales para atender el avance del proyecto 
historiográfico reciente. 
Antonio Candido y Antonio Cornejo Polar, en sus obras aquí comparadas, 
apelan al estudio historiográfico de sistemas nacionales entendidos como tales. Para 
ello, proponen una “nueva” periodización, pues de entrada saben que ésta es mutable 
en tanto está en constante redefinición; apelan a la categoría de sistema, o bien, de 
tradición, para ofrecer una comprensión sistemática de los cambios literarios, por lo 
que aceptan que ha habido una hegemonía de cierto sistema; empero, eso no impidió 
que siguieran desarrollándose otras expresiones. Es entonces un sistema abierto (o 
tradición) que expresa el carácter heterogéneo y complejo de los procesos y las 
literaturas latinoamericanas. Otra de las apelaciones presentes en ambas obras es, 
por supuesto, el de literatura nacional. Ésta ya no es entendida como una entidad 
homogénea y excluyente sino como una base o punto de partida para llevar el estudio 
más allá, entendiendo que lo nacional se construye con lo transnacional, que lo 
particular se nutre con lo universal. Así, dan vigencia a esta categoría tan vilipendiada 
hoy en día, y lo hacen críticamente, otorgándole nuevos alcances explicativos. 
 
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(…) habilitar otro concepto de “literatura nacional”, que permita restablecer el carácter 
múltiple de las tradiciones y sistemas literarios de una literatura nacional, una historia 
literaria nacional que gane para sí la categoría de la pluralidad, es la condición básica 
para superar la imagen de falsa unidad homogénea de las historias literarias 
continentales. (González-Stephan, 1985b: 332) 
 
De esta manera, en el último capítulo, trato de establecer algunas conexiones 
entre las obras estudiadas, teniendo presente que se sitúan en una tradición crítica 
muy particular. Asimismo, emerge un planteamiento que quizá deba retomarse de 
manera sistemática en los actuales estudios literarios: la posibilidad y pertinenia de 
una historiografía literaria regional o latinoamericana, desde las nociones que esta 
tradición ha legado. 
 
31 
 
2. El deseo por “inventar” una literatura. 
Sistema literario: categoría crítica e historiográfica 
 
Antonio atento às áreas de silêncio entre as palavras, 
nelas distinguindo a misteriosa ressonância. 
C. Drummond de Andrade 
 
Subyace en la crítica una sensibilidad primigenia, intuición que se expresa 
lúcidamente; ése es el rasgo peculiar en la obra de Antonio Candido. Paradigma de los 
estudios literarios latinoamericanos y de laintelectualidad del Brasil contemporáneo, 
advertimos en sus ensayos, artículos, en su obra historiográfica, una serena 
inteligencia, ante todo humanista, empeñada en pensar la literatura como una forma 
para mejorar nuestra condición, nuestro estar aquí. 
Retomemos las palabras de Ortega: el hombre es el único ser que echa de 
menos lo que nunca ha tenido. Y el conjunto de lo que echamos de menos sin haberlo 
tenido nunca es lo que llamamos la felicidad. Así, ese punto de llegada, 
inconmensurable, inasible, que es la felicidad se dibuja de múltiples maneras; para 
Candido, es una búsqueda incesante por los laberintos de la literatura. Él imagina una 
sociedad donde la literatura, el acceso a ella por medio de la(s) lectura(s) viva(s) y del 
goce que ésta produce, es un derecho fundamental. El alimento del alma va a la par 
del alimento del cuerpo, y en esta sociedad soñada, ambas se cumplen bajo el 
supuesto de la felicidad. ¿Qué sentido tendría el estar-aquí si no fuera por estos 
sueños, si no pudiésemos pensar en lo imposible e improbable, si no alimentáramos 
nuestra alma con las bellas formas de la literatura? Candido afirma esta postura a lo 
largo de su obra, parte de esta convicción. Echa de menos lo nunca tenido, y lo exige 
apelando a la imaginación literaria. 
La literatura ha cubierto diversos y disímiles campos de nuestra vida, a lo largo 
de la historia. Empero, hay una constante —que no esencia— que se nutre de la 
imaginación, de lo ficticio, que rebasa y replantea lo “real”. La obra, así dicho de 
manera general, “representa” los gestos más ocultos, y lo hace a través del lenguaje y 
 
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sus silencios. Lo literario viene entonces a configurarse de manera sumamente 
compleja, que va de lo poético-estético a la representación de lo “real”, de manera 
dialógica, ambigua y contradictoria. El crítico literario cumple el papel de “de-velar”, 
siempre parcial y subjetivamente, las complejas representaciones literarias. Candido, 
es un maestro en este campo, pues él, como nos dice Drummond de Andrade, logra 
percibir y expresar las ocultas resonancias del silencio. 
Entendida como “invención” de una literatura nacional, vía una historiografía 
sustentada sobre la categoría de sistema, la Formação da literatura brasileira ocupará 
aquí nuestra atención. Esto, bajo el convencimiento de que es una obra decisiva, tanto 
por sus planteamientos epistémicos y teóricos, como por el alcance de sistematización 
del pasado literario del Brasil, por lo que ha significado, sin lugar a dudas, un impulso 
para re-escribir nuestras historias literarias de manera crítica y orgánica. 
 
2.1. El autor y su entorno 
 
El 24 de julio de 1918 nació Antonio Candido de Mello e Souza en Río de Janeiro. Su 
padre fue Arístides Candido de Mello e Souza, sobresaliente médico de Cassia, y su 
madre Clarisa de Carvalho Florentino, ambos originarios del estado de Minas Gerais. 
Antonio Candido creció en un ambiente cultivado, aristócrata; tanto su padre como su 
madre eran grandes lectores y poseían una significativa biblioteca. Siguiendo el 
ejemplo de sus padres, Candido fue un lector precoz y a sus dieciséis años publicó su 
primer artículo literario. Además de sus lecturas literarias, leyó a autores anarquistas y 
socialistas desde su juventud. A los diez años viajó a Francia, lo cual significará un 
primer acercamiento con la cultura y la literatura francesas, una pasión que cultivaría 
toda su vida y que lo llevaría a impartir cursos, entre otros temas, de literatura 
francesa. 
 
33 
 
 En una familia de médicos destacados parecía que el destino de Candido era el 
de ser médico. Falló en su intento por ingresar a la carrera de medicina, por lo cual en 
1939 inició cursos en la Facultad de Filosofía de la Universidad de São Paulo para 
estudiar Ciencias Sociales. Inclinó sus estudios a la sociología, dedicando especial 
interés a la teoría marxista. 
 A sus 23 años fundó, con otros jóvenes intelectuales, la revista Clima. Es en 
esta revista donde halla un espacio para comenzar a ejercer la crítica literaria. El breve 
tiempo que duró Clima —de 1941 a 1944— no fue impedimento para que la revista 
tuviera un gran impacto en la intelectualidad de la época. Asimismo, la experiencia de 
esta revista fue trascendental en el desarrollo de la labor y del pensamiento de 
Candido. 
 En 1942 se tituló en Ciencias Sociales y, a principios de 1943, fue asignado 
para cubrir la columna Notas de Crítica Literaria en el diario paulista Folha da Manhã. 
Fue entonces cuando comienza a militar políticamente en contra del régimen de 
Getulio Vargas1. En ese año se casó con Gilda de Morães Rocha. 
Es importante resaltar la idea que Candido maneja sobre el intelectual 
“comprometido” pues para él, el hombre que vive de su pluma y de su pensamiento, 
debe rechazar, desde su propia trinchera que es la palabra, los regímenes autoritarios 
como lo fue el régimen de Vargas en Brasil. 
Gracias a su tesis sobre la obra historiográfica de Romero, titulada O Método 
Crítico de Sílvio Romero, en 1945 consiguió ser Livre-Docente de Literatura Brasileña. 
 
1 Getulio Vargas llegó al poder en 1930, cuando un grupo de políticos y militares lo llevaron de 
Rio Grande Do Sul, su tierra natal donde era gobernador, a Río de Janeiro para imponerlo 
como el sucesor de Washington Luiz Pereira de Souza. Instalado en el poder, se mantendría 
ahí por 15 años, los cuales pueden ser divididos en dos periodos. Un periodo que va de 1930 a 
1937, en el cual gobernó moderado por el Congreso. En 1937, el gobierno de Vargas se ve 
asediado por dos grupos opuestos: uno, representado por la izquierda comunista, entre los 
cuales se encontraba Luiz Carlos Prestes; otro, el grupo denominado “integralistas”, un grupo 
fascista que representaba la derecha. Así, ante un eminente proceso de elección, Vargas, 
alentado por esta facción de derecha, constituye el Estado Novo, mediante un golpe, 
proclamándose así nuevamente presidente y disolviendo al Congreso. De 1937 a 1945, 
significará el periodo más duro de la dictadura de Getulio, en la que él asigna a todo funcionario 
y gobernante; y no sólo eso, sino que instala el departamento de prensa, con censores 
rigurosos que llevarán a cabo un largo camino de represión. 
 
34 
 
Publicó, también en este año, su libro que recoge varios ensayos críticos Brigada 
ligeira. Fue uno de los fundadores de la Izquierda Democrática, en la cual llegó a ser 
Secretario de Cultura para la Comisión Ejecutiva en la sección de São Paulo. 
En 1946 comienzó a preparar su obra Formação da Literatura Brasileira. De 
1946 a 1950 fungió como director del periódico Folha Socialista del partido Izquierda 
Democrática, que en 1947 se convertiría en el Partido Socialista Brasileño. Candido 
participó en Congresos de escritores y de 1949 a 1950 ocupó el cargo de Presidente 
de la Asociación Brasileña de Escritores, sección de São Paulo. Publicó el libro Ficção 
e confissão (1956), ensayo crítico sobre la obra narrativa de Graciliano Ramos, en el 
cual aborda uno de los temas principales de su obra: la relación entre biografía y 
estructura literaria. (Crítica radical: 441) 
Por una temporada, dejó São Paulo para vivir en Assis, pues ahí impartió de 
1958 a 1960 el curso de Literatura Brasileña, en la recién creada Facultad de Filosofía. 
Después de varios años de investigación y trabajo crítico e historiográfico, en 1959 
salió a la luz su obra fundamental Formação da literatura brasileira, editada en dos 
tomos en Belo Horizonte. Ese mismo año publicó también otro libro de ensayos, 
titulado O observador literário. 
En 1960 conoció a otro de los críticos paradigmáticos en el ámbito 
latinoamericano, Ángel Rama. Dicta un curso de verano en la Universidad de la 
República, en Montevideo y, a partir de ese momento, entabla una fructífera amistad 
con Rama, con quien compartiría ambiciones

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