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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO Facultad de Filosofía y Letras Posgrado en Estudios Latinoamericanos Posibilidades de la historiografía literaria latinoamericana (una relectura de la obra de Antonio Candido y Antonio Cornejo Polar) T E S I S Para obtener el grado de: Maestra en Estudios Latinoamericanos Presenta: Katia Irina Ibarra Guerrero Directora de tesis: Mtra. Françoise Perus Cd. de México, junio de 2009 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Agradecimientos Antes que a nadie, agradezco a mi hija, Io Libertad Mendoza Ibarra, pues desde que nació me ha impulsado en todo lo que hago. A mis padres, Jesús Ibarra Salazar y Rosa Delia Guerrero Martínez, quienes me han apoyado y alentado a continuar con mi profesión. A Román Cortázar Aranda, mi esposo, por darme todos los días la fuerza y el amor que necesito, y por alentarme a concluir este trabajo. A mis hermanos Pável, Yuri y Galia, por estar siempre ahí, y ayudarme en cualquier adversidad. También agradezco a mi directora de tesis, la maestra Françoise Perus, por asesorarme durante esta investigación y por apoyarme para que continúe mis estudios de doctorado. A mis sinodales, Silvia Pape, Carlos Huamán y Begoña Pulido, que han leído mi trabajo de manera atenta, y han aportado valiosos comentarios. A mi maestro Jorge Ruedas de la Serna, ya que durante mis estudios fue generoso y fue una guía para mí. Al maestro José Luis Martínez Canizález pues, aunque no me dio clases en la licenciatura, ha sido un valioso lector e interlocutor en Monterrey. A Gonzalo Cornejo, director del Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar por ayudarme en mi investigación, cuando estuve en Perú. ÍNDICE Introducción 1 1. De historia literaria 9 1.1. Periodización, sistema e historia de las naciones: herramientas del historiador para escribir el cambio 15 1.1.1. Periodización 15 1.1.2. Sistema literario 17 1.1.3. Historias nacionales de lo literario 20 1.2. La historiografía en América Latina 23 2. El deseo por “inventar” una literatura. Sistema literario: categoría crítica e historiográfica 31 2.1. El autor y su entorno 32 2.2. Formação da literatura brasileira 38 2.3. Periodización en la Formação 46 2.3.1. Arcadismo 49 2.3.2. Romanticismo 54 2.4. Categoría de sistema 62 3. Continuidades al margen: hacia una historiografía de las literaturas heterogéneas 68 3.1. El autor 71 3.2. La tradición literaria en el Perú 74 3.3. La construcción histórica de las tradiciones 80 3.3.1. Irrupción de las literaturas marginadas 3.3.2. El paradigma de la obra arguediana 92 95 3.3.2. Mariátegui en el replanteamiento de la tradición 98 3.4. Hacia la heterogeneidad y la totalidad contradictoria 103 4. Para una reinvención del proyecto historiográfico latinoamericano 106 4.1. Paralelismos 115 4.1.1. Aspectos histórico-culturales 122 4.1.2. Cuestiones de la lengua 125 4.1.3. Sistema literario y tradiciones heterogéneas 127 4.2. Nuevas vías de la crítica y la literatura latinoamericanas 133 Conclusiones 138 Bibliografía 143 1 Introducción Surge este trabajo motivado por una forma de crítica y revalorización a los estudios literarios en América Latina. Particularmente, me interesa el trabajo crítico- historiográfico de dos de los estudiosos de la literatura más sobresalientes del siglo pasado: Antonio Candido y Antonio Cornejo Polar. Sus obras, Formação da literatura brasileira (1956-1959) y La formación de la tradición literaria en el Perú (1989), de manera respectiva, están insertas en un movimiento mayor. Por un lado, el global, pues en ellas resuena el eco de la Teoría de la Cultura (de la que habla Eagleton) y, por el otro, a nivel continental, forman parte de una tradición de pensamiento que tiene como fundamento concebirse propiamente como “latinoamericana”. Por ello, sus obras críticas se intrincan con una concepción política y con los ánimos de dar una visión de las formaciones literarias —por demás compleja— de sus respectivos países, sin por ello perder de vista el horizonte de lo regional y lo universal. De la misma manera, tampoco desatienden la dimensión estética de las obras que abordan. Parto de la reflexión, de las propias refutaciones y reconfirmaciones, en torno a lo dicho y pensado sobre la pertinencia de una teoría anclada en la especificidad de nuestras producciones literarias y culturales. Retorno así a otro debate, que ahora se dice, por ciertos lados, “estéril” o simplemente caduco. Regreso, pues aunque la amnesia nos configura, lo hace más la memoria; volver la vista atrás y dialogar con los que nos anteceden nunca será una pérdida de tiempo. Roberto Fernández Retamar, en su ya clásico libro de ensayos, Para una teoría de la literatura hispanoamericana (1970) puntualizó sobre la necesidad de escribir una teoría (y crítica) propiamente nuestra. Hay un nosotros —que va de lo implícito a lo explícito— un tanto idealizado pero no por eso menos legítimo. Hablar desde nuestro espacio, con nuestras propias herramientas fue y sigue siendo absolutamente pertinente, lo cual no excluye mirar más allá de nuestro ombligo, servirnos de otras categorías para el análisis crítico de 2 nuestros procesos. Esta idea se hallará presente en el desarrollo de esta investigación, pues de alguna manera incidió en las formaciones de ambos críticos. En 1956, Antonio Candido comenzó la escritura del libro que significaría un parteaguas dentro de los estudios historiográficos en América Latina. Lo es —aunque el autor ahora se distancia críticamente de esa obra1— porque en su enfoque emplea categorías venidas de la sociología (función, sistema) sin perder el sentido estético- literario y el histórico; asimismo, realiza una sistematización de la formación de la literatura brasileña nacional, es decir, da razón de los momentos en que los escritores brasileños se hicieron conscientes de su labor de creadores de una literatura independiente de la de la metrópoli, y se ocuparon de su deseo de invención. Eso es lo que abarca la obra en dos tomos de Candido, no más: no la literatura colonial, ni la literatura que siguió al romanticismo, “simplemente” el sistema nacional literario en formación. Dicha perspectiva resultó novedosa e inspiró a otros estudiosos de la literatura: Ángel Rama pensó en la construcción de una literatura uruguaya; Cornejo Polar, en la del Perú. Sin embargo, al paso del tiempo, estas obras han tenido que resistir el desmoronamiento de sus bases: el cuestionamiento de la teoría misma, de la labor historiográfica —que ahora se compara con la fabulación—, la crisis de la idea de nación y, por lo tanto, de literatura nacional; a esto se agrega el desgano de los académicos y los universitarios por leer y revisar sus obras, que se piensan “tediosas”, “aburridas”, “obsoletas”. Al encontrarme frente a estas dos obras, surgió una pregunta inicial, que decidí fuera el centro de mi investigación. Pregunta acaso influenciada por el ambiente de cierto desdén hacia los estudios literarios hoy en día, como son la crítica, la teoríay la historia, y más si éstos son planteados desde una perspectiva latinoamericana. ¿Crítica o teoría latinoamericana?, se cuestiona negando la pertinencia del lugar de enunciación. Así, me he preguntado, inmersa en esta investigación: ¿es válido seguir 1 Sobre este “distanciamiento” puede verse la entrevista que Beatriz Sarlo le hizo y que aparece en Antonio Candido y los estudios latinoamericanos (ver bibliografía). 3 pensando desde esta perspectiva, y desde el aquí querer sistematizar el pasado de nuestras literaturas? Ahora no me queda la duda de que no sólo es pertinente, sino necesario. Habiendo llegado a este punto, amplío la cuestión: ¿pueden seguir siendo válidas categorías como la de sistema literario o la de totalidad contradictoria? Una primera respuesta, que irá desarrollándose en esta investigación, principalmente en el cuarto capítulo, consiste en pensar los alcances y las limitaciones de dichas categorías. Más que un sistema literario nos encontramos con la idea de polisistemas; la idea de diversas tradiciones dentro de una totalidad contradictoria puede seguir operando en el abordaje del pasado literario (historia), e incluso puede proporcionarnos herramientas para abordar críticamente las obras que se están produciendo en nuestro continente. La intención de este trabajo de investigación es dar una continuidad a categorías que siguen siendo eficaces para la(s) escritura(s) de un pasado literario, el cual se muestra difuso y complejo. Busco argumentar las posibilidades de “re- semantización” teórico-historiográfica de categorías como: sistema literario, momento decisivo, sistema heterogéneo, totalidad contradictoria; esto con la finalidad de continuar indagando el fenómeno literario en América Latina, desde una visión retrospectiva, así como desde la región (entendiéndola como construcción compleja). Para llegar a confirmar lo anterior, debemos leer e interpretar las obras literarias en su contexto; asimismo, en el diálogo entre teóricos y críticos que de alguna manera han abordado estos temas. A su vez hay que analizar en cada obra la formación de las categorías. En este sentido, ahondar en el cómo llegaron los autores aquí abordados a concebir las ideas de sistema y de totalidad contradictoria. Metodológicamente hablando, primero es indispensable el análisis individual sin perder los contextos (crítico, histórico, político) para luego proponer una posible comparación. Con este ejercicio habremos de llegar a confirmar la idea de la pertinencia de continuar utilizando estas categorías, quizá resemantizándolas o 4 replanteándolas con ciertos matices —los cuales surgirían del diálogo con estudios más recientes. Al acercarnos a las obras de Candido y Cornejo, emerge una primera estrategia: demarcar las similitudes y las diferencias entre ellas, teniendo en cuenta los alcances de una posible influencia. Una primera línea, hilo conductor entre ambos textos, es el enfoque que poseen para dar cuenta de una literatura nacional; luego saltan las diferencias, pues la concepción nacional en la literatura brasileña y la peruana tienen un desarrollo sumamente distinto. Parten de supuestos como: en qué momento arranca una producción “nacional”, de qué maneras puede darse una periodización, cómo se conforma un sistema hegemónico y cuáles son las posibilidades de formación de otros sistemas literarios. Las respuestas a estos puntos de partida, según vemos en estos dos autores, divergen pues la literatura brasileña y la peruana, como su cultura, su lengua y sus tradiciones, son eminentemente distintas —y, paradójicamente, muy similares. Este trabajo consiste entonces en establecer una analogía entre estas dos obras paradigmáticas de la historiografía literaria más o menos reciente, marcadas por la labor de realizar un estudio sistemático y orgánico de las literaturas a las que se remiten. Con dicha labor, se sugerirá la vigencia de sus propuestas. Antes de entrar al análisis de cada una de las obras historiográficas, nos encontraremos con un breve capítulo que de manera general aborda algunos aspectos de esta rama de los estudios literarios. De historia literaria me sirve para introducir algunos aspectos básicos a los que se enfrenta el historiador-crítico literario, por supuesto, enfocándonos en nociones que se hallan de alguna manera en las escrituras de Candido y Cornejo. Hacia el final de este primer apartado, me permito hacer unos apuntes —llevada de la mano de una de las investigadoras que, a nivel latinoamericano, ha indagado sobre la labor historiográfica de la literatura: Beatriz 5 González-Stephan— sobre los momentos clave de la escritura del pasado literario en América Latina. De esta manera, concretaríamos un primer esbozo sobre la pertinencia y la necesidad de escribir el pasado literario de nuestro continente que parta y comprenda la complejidad de los procesos regionales para al fin dar síntesis a una concepción de “literatura latinoamericana” —una de las ocupaciones de esta autora ha sido entender el proceso literario del continente a partir de sus regiones y naciones, como algo orgánico y a la vez heterogéneo y complejo. El segundo capítulo está dedicado al “deseo de los brasileños por inventar una literatura”. Así, parafraseando a Candido, nos introducimos al análisis de su obra. Como el título de su obra sugiere, el crítico literario se centra en sistematizar los momentos decisivos para concretar una literatura nacional. Dicha concreción está estrechamente relacionada con la producción y recepción. Por ello, desde la introducción de su libro, aclara lo que concibe como sistema, y cómo éste se va conformando paulatinamente. Una literatura consolidada no se da de un momento a otro, sino que pasa por un complejo proceso de avances y retrocesos, de grandes obras y de otras no tan sobresalientes. Candido nos expone cómo fue que el movimiento neoclásico, la Arcadia brasileña, significó el primer momento decisivo para el desprendimiento de la literatura local de la portuguesa. Paradójicamente, el ideal neoclásico, que sugiere la imitación y la reproducción de los cánones clásicos, fue apropiado por los escritores locales y les sirvió como forma de expresión de su propia realidad. Esto, primeramente, por una toma de conciencia y motivados por el deseo de “independencia” cultural y literaria, y también por el fenómeno de los gremios, de agruparse para consolidarse en conjunto. Estos dos aspectos, que a primera vista parecen escapar a lo meramente literario, inciden de manera directa en la producción, en la obra misma. Lo externo se convierte en interno; lo anterior significa una gran aportación de la obra de Candido a la crítica literaria latinoamericana: el ya no pensar 6 en pares antitéticos que se oponen y excluyen rotundamente, sino más bien en nociones dialécticas. A La formación de la tradición de la literatura en el Perú, está dedicado el tercer capítulo. Antonio Cornejo Polar sin duda estuvo influenciado por Candido en la formulación de este libro. Sin embargo, se aparta de él al plantear la formación del sistema literario nacional en el Perú, por una simple y a la vez compleja razón: la tradición indígena en esta cultura. Para Cornejo Polar, ninguna concepción de lo nacional es inocente. Al indagar sobre los inicios de una literatura peruana que implica lo nacional, Cornejo rastrea los intereses que motivan a los escritores, los críticos y los historiadores de la literatura. Su intención no es solamente abarcar el momento de formación de un sistema “nacional”, sino también las “otras” tradiciones presentes y excluidas. Así, el crítico parte del momento de la colonización, el encuentro que significó la llegada de los españoles al pueblo de los incas. Su análisis crítico abarca este proceso, queprodujo olvidos y negaciones, para observar las continuidades que se proyectaron a la nueva corriente o generación. Los textos de la literatura colonial en el Perú son significativos para la construcción y radiografía de las tradiciones, son “pretextos” a lo que después se constituye como imaginario nacional. La idea de nación se consolida en el siglo XIX, dentro del ámbito del romanticismo. La tradición indígena e indigenista, comienza a delinearse a través de la escritura, a manera de resistencia. Se construye, nos dice el crítico peruano, desde su contacto con la empresa colonizadora y se muestra de forma intermitente, en lapsos de silencio y olvido, o bien, de cuestionamientos, o como un recurso retórico y discursivo. Llega a la conclusión de que la tradición nacional es solamente una entre varias tradiciones, entre otras formas de abarcar las producciones literarias y culturales; nos hace observar cómo ésta se construye a partir de exclusiones, de interdicciones. Por lo tanto, el sistema nacional significa una visión parcelada de la literatura peruana, marcado por una ideología conservadora e hispanista. 7 El momento decisivo en el que el universo indígena se explora literaria y discursivamente se da con Mariátegui y, sobre todo, con la obra de José María Arguedas. La irrupción de la escritura ensayística y novelística de estos autores hace notorio el cuestionamiento a la imagen de nación homogénea, eminentemente hispánica. Concluye el crítico peruano, hacia el final de su libro, con un texto titulado “La literatura peruana: totalidad contradictoria”, agregado como apéndice a la obra original, que representa una síntesis de su obra. Es ahí donde propone una nueva categoría: totalidad contradictoria; ésta es la consecuencia de sus observaciones en torno a la heterogeneidad literaria y cultural de la región andina. En el último apartado de esta tesis, trato de redefinir dicha noción y plantear sus alcances y límites. El capítulo central de esta investigación es el cuarto. En él se plantean los contrastes entre las dos historiografías estudiadas. Se abordan los posibles replanteamientos a la categoría de sistema literario. El mismo Candido se ha distanciado de esa obra suya y, al volver críticamente a ella, agrega nuevas ideas, como lo es la de función total. De la misma manera, aquella noción se replantea a partir de otras discusiones: el pensar la literatura nacional, o regional, como un sistema abierto y heterogéneo. De la misma manera, las contribuciones de Cornejo Polar deben ser revalorizadas. Él retoma esta idea de abarcar la producción literaria del Perú —que se dio a la par de la construcción de un imaginario nacional— y lo hace pensándola como un conjunto de sistemas en conflicto. Su visión, sin duda, puede ser un modelo para analizar el conjunto de los desarrollos literarios regionales en América Latina. Pienso este último capítulo como un espacio de diálogo entre la historiografía literaria del crítico brasileño con la del peruano. Esto conlleva ineludiblemente a atender la diferenciación entre dos procesos literarios (y culturales). En él se plantean las diferencias en el objeto mismo de estudio —una literatura “desprendida” de la portuguesa y otra que pretende representar lo “peruano”, en esa visión más bien 8 españolizada, cada una con sus particularidades, como lo es la lengua— y disimilitudes en la forma de abordarlo, es decir, los distintos matices desde los cuales aplican sus categorías. Sin embargo, también se hallarán “coincidencias”: ambas literaturas beben de una tradición occidental, ambos autores poseen una visión de lo literario como algo complejo que no sólo se entiende por el lenguaje —visto como mera abstracción— sino por un cúmulo de factores históricos, sociales, ideológicos, culturales. Hacia el final de esta investigación vuelvo a mi cuestión principal. A partir de los supuestos teóricos y críticos que formulan Cornejo y Candido, como la idea de un sistema literario (o subsistema), de tradiciones literarias, de totalidad contradictoria y de heterogeneidad, ¿pueden analizarse otras formas de literaturas latinoamericanas, hasta cierto punto dejadas al “margen”? Entre mis conclusiones confirmo la exigencia de situarnos en el aquí, de ver la literatura como un fenómeno por demás complejo que no se agota en sus formas sino que las desborda. Los factores del entorno, tanto en la escritura como en la recepción, estructuran la obra y nuestra interpretación de la misma. La literatura latinoamericana, y cada literatura o sistema que la “conforman”, posee sus propias particularidades y contradicciones. No hay ni puede haber un consenso de lo que entendemos por lo literario, por lo que no podemos abarcar el conjunto de la producción de una misma manera y para siempre. Los escritores, en su proceso de creación y publicación, tendrán diversos alcances de recepción y comunicarán distintas maneras de entender esa cosa a la que llamamos literatura. Por ello, nuestras herramientas de análisis también divergen y constantemente se reformulan. 9 1. De historia literaria Zorro de arriba: Así es. Seguimos viendo y conociendo… J. M. Arguedas. Antes de analizar y comparar las obras de Antonio Candido, La formação da literatura brasileira, y la de Antonio Cornejo Polar, La formación de la tradición literaria en el Perú, atendamos su “naturaleza” y tomemos en cuenta el contexto de los estudios literarios en el cual se inscriben. En ambas obras, la intención principal es la sistematización del pasado literario, la explicación analítica de la formación de una literatura nacional; ambos textos poseen un enfoque historiográfico. Por lo tanto se hace pertinente partir de algunas interrogantes básicas: ¿En qué consiste la historiografía literaria, cuál es su objeto de estudio?, ¿cuál es el papel del historiador de la literatura y de qué herramientas se sirve?, ¿cómo se ha ido desarrollando la historiografía literaria en América Latina y cuáles han sido sus problemáticas específicas?, ¿de qué maneras estas dos obras crítico-historiográficas se “particularizan” de una teoría general de la historia literaria? Comencemos con un breve esbozo en torno a dichas cuestiones. Existe cierto “consenso”, pudiera decirse, entre investigadores, críticos y exégetas al aceptar que el estudio de la literatura puede dividirse en tres grandes bloques, a saber: la Teoría, la Crítica y la Historia.1 Sin embargo, ha habido un largo debate sobre las fronteras entre estas tres disciplinas que, se supondría, debieran tener muy bien acotado su objeto de estudio y su método. La delimitación de cada una de estas vías de estudio no debe entenderse como “desentendimiento” mutuo sino, más bien, que cada rama, desde su especificidad, pueda aportar a las otras disciplinas, estableciendo así diversas correspondencias. Aquí se defiende, ante todo, un diálogo constante entre los estudios literarios, pues la teoría no tendría sentido sin 1 A esta división pueden incluirse los estudios de literatura comparada. 10 la crítica particular de las obras, ni sin la situación de éstas dentro del proceso histórico de las literaturas. En lo que atañe a la historiografía2 literaria, ésta suele plantearse desde categorías teórico-historiográficas que buscan dar coherencia a los sistemas que analizan; asimismo, el historiador suele ejercer una mirada crítica, elaborando juicios sobre obras particulares —determinantes en los cambios que sufren los procesos literarios— para nutrir así la perspectiva propiamente histórica. Otra cuestión, que a simple vista pareciera un tanto ociosa, trata sobre la pertinencia del estudio histórico de la literatura. Se ha suscitado un debate —que continúa, con mayor o menor intensidad— sobre si es o no “legítimo”el enfoque histórico en el análisis literario. En un bando, se incluyen quienes defienden la idea de que hay formas inmanentes a la obra literaria, formas que no “dependen” del devenir histórico ni social, por lo cual apelan por una visión más bien sincrónica, atemporal. A contrapelo, otra corriente considera la literatura como fenómeno particular de la humanidad, como parte de ella; así, la literatura, como la civilización misma, se desenvuelve en el tiempo. Se concibe una historicidad inherente al hecho literario; la historia, por lo tanto, se justifica como una vía de aproximación a la interpretación literaria. Aquí, nos convendría más una postura “conciliadora”, pero no por ello falta de crítica, que aspire a tender un puente entre una perspectiva sincrónica y una diacrónica para abordar el fenómeno literario lo más subjetivamente objetivo que fuese posible. Por un lado, hay que atender la obra en su contexto, en su momento histórico 2 De aquí en adelante vamos a preferir el término historiografía literaria sobre el de historia literaria, ya que por este último, tiende a referirse a los hechos “reales”, al pasado “real” y concreto, objeto mismo del estudio. Historiografía literaria, en cambio, nos sirve para hacer la distinción entre ese pasado estudiado y la escritura del mismo. También lo preferimos sobre el término historia de la literatura, ya que éste significaría sólo el “estudio”, por lo que puede entenderse como una mera “descripción” de los hechos histórico-literarios. Por lo tanto, con historiografía literaria se hace más puntual el hecho de tratarse de una escritura, una narración de ese pasado, la cual no pretende develarlo de manera unívoca. También existen otros términos, ahora en boga, como lo son el de la ciencia histórico-literaria o historiología de la literatura (Calvo Sanz), términos que, desde su nomenclatura, apelan por una mayor sistematicidad del estudio histórico-literario instalándose, para ello, en las teorías de la semiótica de la cultura y en la estética o teoría de la recepción. Como no entraremos en este debate, dejemos el término historiografía literaria para aludir, en particular, las obras de Antonio Candido y Antonio Cornejo Polar. 11 y dentro del proceso propio de la literatura y, por otro, debemos intentar encontrar en ella los elementos que la hacen trascender en el tiempo, intentar percibir ese “algo” que la hace una obra universal y atemporal; ambas perspectivas deben fusionarse para hallar así la función total (Candido) del texto. El dotar al estudio literario de una perspectiva que considere el sitio histórico, el contexto de una obra, no significa anclar o reducirla al momento de su producción, mucho menos el de su recepción que sabemos se multiplica. El hecho literario puede pensarse como histórico y a la vez atemporal, como manifestación particular de un momento que aspira a la posteridad, que no se agota en un momento y en una sola lectura. La obra literaria que trasciende a otras épocas, a otros espacios, se enfrenta a otros horizontes de recepción y, recíprocamente, encara al lector a universos distintos: Lo que diferencia la historia literaria de otros géneros historiográficos es que sus componentes o unidades son obras y escritores, o mejor dicho… sistemas, códigos, sucesos poéticos y horizontes de expectativas por parte de los lectores y críticos (…) accesibles y legibles todavía hoy que diferentes receptores las hayan leído y las sigan leyendo. [cita de Claudio Guillén, en Calvo Sanz, 1993: 12] Dentro de este debate, también se postula la problemática que plantea la posibilidad misma de escribir una historia literaria “independientemente” de la historia general. Eva Kushner nos habla de una distinción funcional imprescindible para el ejercicio de la historia literaria,3 que indisolublemente está ligada a la historia de la sociedad, pero de la cual debe diferenciarse, evitando una suerte de “sometimiento”. Una escritura de la historia literaria se perfila con el riesgo de ser reducida a- críticamente al proceso general de la historia. Para no caer en este “defecto”, y para no caer en el otro extremo, el historiador debe ser consciente de que el hecho literario se presenta estrechamente vinculado con los cambios sociopolíticos y que, a la vez, no es mero reflejo de dichos cambios, por lo que debe ser abordado, también, desde su especificidad estético-literaria. Dicha problemática la observamos concretada en la cuestión de la periodización literaria, categoría crucial para nuestro análisis. Una 3 Kushner, Eva (2002). “Articulación histórica de la literatura”, en Teoría literaria, México: Siglo XXI editores. 12 primera afirmación es la de proponer una periodización que no se ancle a los momentos descritos por la historia social y política, a pesar del vínculo entre estos fenómenos de la humanidad. Sin embargo, el proceso literario, aunque ligado al general, suele construirse de manera “desfasada” pues suelen coexistir diversas corrientes que hacen de la historia de la literatura un quehacer por demás complejo. Todas estas problemáticas son indispensables para el replanteamiento de una historiografía literaria concibiéndola como estudio específico, campo delimitado del saber. Por otra parte, debemos observar que el cuestionamiento mismo de la “legitimidad” y la “autonomía” de la historia literaria, está muy relacionada con la especificad de la literatura misma, muchas veces puesta en entredicho. A esta cuestión, podemos estar de acuerdo con René Wellek cuando sostiene: Puedo afirmar, no sin cierto dogmatismo, que la literatura no es simplemente reflejo o copia del desarrollo político, social o incluso intelectual de la humanidad. Está, sin duda, en constante interrelación con todas las demás actividades. Se encuentra influenciada por ellas profundamente y (aunque con frecuencia se olvida) las influye. Pero la literatura posee su propio desarrollo autónomo, irreductible a cualquier otra actividad o incluso a una suma de todas esas actividades. De otro modo dejaría de ser literatura y perdería su raison d’être. (Wellek, 1983: 41) Comencemos por aclarar, dentro de esta lógica, cuál es entonces su objeto de estudio. De manera general, se parte de que el objeto de la historia literaria es la literatura misma. Ya que la concepción de ésta transmuta a través del tiempo, aquélla sería, en principio, un intento por ofrecer las pautas de dichas transformaciones. Aterrizando más este supuesto, puede decirse que la historiografía literaria atiende al conjunto de obras dentro de su devenir histórico, es decir, localiza al texto dentro del tiempo. Su objeto es el proceso literario, la diacronía, es decir, el cambio, la formación, surgimiento, renovación y retirada de las expresiones literarias. Este objeto, sin embargo, es sumamente complejo. Dicha complejidad queda expuesta si pensamos, por poner un ejemplo, en cierta autonomía del proceso de lo propiamente literario, respecto de la historia general de las sociedades. Tomando en consideración todas estas dificultades en su definición, defendemos aquí la especificidad y el aporte del 13 enfoque histórico e historiográfico del fenómeno literario, en general, y de la obra o texto, en particular. ¿Qué tanto es “indispensable” conocer e incluir en el análisis el contexto de una obra y su lugar dentro del proceso de una literatura? Cada texto literario, en su propia estructuración, sugiere al lector en general, así como al crítico, la manera en que puede ser abordado, por lo que dependerá de la lectura específica si es pertinente una “consideración histórica”. Toda obra es historiable en tanto se incorpora dentro de una tradición literaria. Sin embargo, algunas obras, por su propia naturaleza, pueden ser más omenos asequibles para un enfoque histórico. Digamos entonces, que el momento en el que se producen las obras no es del “todo” determinante, pero sí un factor que participa en la construcción del sentido y en la propia función estructurante. Para aterrizar todo esto de manera más clara, debemos distinguir entre una crítica con un enfoque histórico, donde el análisis recurre a la interpretación del momento creativo; y una historiografía crítica, que es la sistematización de todos los elementos que participan en el cambio y la renovación, que se hace de lo que entendemos por literatura, concepción sumamente mutable, que se construye y se destruye desde la “creación” misma, en su sentido más amplio. ¿Desde cuáles categorías teórico-historiográficas “particulares”, se escribe el pasado literario? Pudiésemos responder atendiendo al replanteamiento de las categorías tradicionales, el cual continúa sobre la mesa de discusión hoy en día. Después de una profunda crisis epistemológica y de legitimidad, en la cual se ha puesto en duda la labor historiográfica —como parte del saber humano que había sido radicalmente cuestionado—, nos hallamos en la fase de proponer nuevos proyectos, de re-cuestionar los anteriores para retomarlos críticamente. De esta crisis, de la cual aún vivimos los estragos, nuestras categorías puestas en tela de juicio, parecieran, desde sus índoles particulares, no ser lo suficientemente válidas ni epistemológicamente sólidas para volver a construir nuestro pasado. Pese a todo ello, 14 no debemos hacer tabla rasa, sino dar una dimensión crítica e histórica a categorías como literatura nacional, como región literaria, o bien, rescatar juiciosamente categorías tales como períodos, generación, escuela, corrientes, géneros, temas o tópicos literarios. Veremos en qué formas las categorías de sistema literario, así como de literatura nacional, aunque fuertemente cuestionadas, puede seguir sirviéndonos, replanteando sus supuestos, para la explicación de fenómenos literarios y culturales vistos en retrospectiva. Las bases para la re-construcción de una historia literaria, deben atender a las formas específicas en que la producción se interrelaciona con su sociedad y con su cultura. Aunque ello aún se nos presume poco factible, no debemos dejarnos al vacío epistemológico, hay que seguir aspirando a un mayor entendimiento del proceso literario, continuar en este camino para no desfallecer en una negación del conocimiento: La historia literaria, como toda otra ciencia humana, se ha de interrogar constantemente sobre la relación con la sociedad y su forma de cultura, mediante la constatación de sus propios modelos, sus categorías, sus herramientas intelectuales, es como el sistema literario se desarrolla en el seno del sistema cultural. (Kushner, 2002: 139) Una de las tareas conjuntas, inscrita en la agenda crítica e historiográfica de la actualidad —observaremos, particularmente, en el ámbito latinoamericano—, es la reconfiguración y ampliación del corpus literario que, cómo se verá, es uno de los puntos cruciales de esta investigación. Para ello planteamos inicialmente que un proceso ineludible del quehacer historiográfico es el de la selección. Ésta es una necesidad metodológica que ha traído algunos inconvenientes y que, en cierta forma, son los detonantes de la invalidez o la inexactitud de las historias literarias. Así, el corpus de una literatura nacional, es “creado” o establecido historiográficamente, por una selección, que ahora se descubre como sospechosa, muy lejos de ser “inocente”. Así, esa “selección”, aparentemente metodológica, es más bien una forma ideológica que contribuye a la creación misma de una imagen de nación. Sin embargo lo que aquí se propone es no desechar de tajo este tipo de categorías, sino replantearlas 15 críticamente y apostar por una reconstrucción de ese corpus cercenado. Sobre este punto volveremos en líneas más abajo. 1.1. Periodización, sistema e historia de las naciones: herramientas del historiador para escribir el cambio En el afán por escribir una historia literaria lo más “objetivamente” posible, el historiador —crítico y teórico— se sirve de un conjunto de herramientas y conocimientos “inherentes” al hecho literario y su proceso evolutivo. Aquí apuntamos algunas de las categorías básicas de la historia literaria, sus formulaciones y replanteamientos, que además serán de gran importancia en la lectura crítica de las historiografías de Antonio Candido y Antonio Cornejo Polar. Periodización, sistema y literatura nacional, serán el eje del análisis historiográfico aquí propuesto. Éstas son aproximaciones generales de los términos. 1.1.1. Periodización El historiador de la literatura —que suele ser crítico y teórico a la vez—, en su labor, se halla con las problemáticas antes mencionadas, más aún, si lo que hace no es simple compendio de nombres, obras y fechas, acotados con los bloques temporales que ha dispuesto la “tradicional” historia de la literatura. Una de las primeras dificultades, por ello, es la propuesta de una periodización, entendiendo por ésta el análisis crítico de segmentos espacio-temporales en los cuales puede ser “dividido” el proceso literario. De manera general podemos estar de acuerdo con Calvo Sanz: Un periodo es así una sección de tiempo dominada por un sistema [que habrá de extraerse de la historia misma] de normas, pautas y convenciones literarias cuya introducción, difusión, diversificación, integración y desaparición pueden perseguirse (…) no se caracteriza por una perfecta homogeneidad estilística, sino por el predominio de un estilo determinado. (Calvo Sanz, 1993: 145) 16 Agreguemos a esta definición que un periodo, entendido como acotación de un movimiento, generación o corriente literaria, no es un mero capricho del historiador. La periodización no debe ser considerada gratuita, o como mera convención marcada por la arbitrariedad. Ella debe contener un conjunto de “evidencias” del cambio, de la diacronía inherente al fenómeno literario. Un periodo no es un modelo ni una clase, sino un tramo temporal definido por un sistema de normas encajado en el proceso histórico, inamovible de su ubicación temporal. (Wellek, 1983: 38) Con base en las periodizaciones, se estructura una obra historiográfica. Cada historiador, en su propuesta de periodos literarios, “reelabora” y “rescribe” críticamente, su concepción del cambio y de las renovaciones que de lo literario se formula a lo largo del tiempo. Sin embargo, aunque la categoría de periodo es indispensable en los estudios historiográficos, se ha cuestionado las maneras en que se ha planteado. Ha sido común —y lo sigue siendo—, que la periodización se plantee en función de movimientos sociales, de etapas de gobierno, de revoluciones: la mayor parte de las historias de la literatura dividen sus períodos de acuerdo con los cambios políticos y de este modo conciben la literatura completamente determinada por las revoluciones políticas o sociales de una nación. (Wellek, 1983: 39) En el ámbito de las historiografías latinoamericanas siguen siendo vigentes rubros como el de “poesía colonial”, “literatura republicana”, “novela de la revolución”, “novela sandinista”, “literatura del exilio”, entre otros; sin embargo, vemos como emergen nuevas propuestas para replantear estos bloques temporales, desde perspectivas novedosamente críticas, como es el caso de los autores que iremos analizando. La periodización responde a la necesidad de dilucidar la evolución y la novedad —entendida ésta como cambio inmanente, en la dialéctica— que, de manera escueta, refieren a una innovación, a una mudanza de lo viejo a lo nuevo, y donde el concepto de tradición, de asimilación del pasado para transformarlo en algo “novedoso”, está presente. La literatura “evoluciona”, por imitacióno rechazo, por asimilación y olvido: 17 Es una doble influencia positiva y negativa: imitamos o rechazamos. La literatura se mueve por acción y reacción, por convención y revolución. La novedad, la originalidad, es el criterio que cambia la dirección del desarrollo. La historia literaria es el método que define los puntos del cambio. (Wellek, 1983: 28, 29) En una nueva postura, la periodización literaria debe dar cuenta sobre estos cambios desde una perspectiva estético-literaria, y no en función simplemente del contexto socio-político. También en este punto particular de establecer periodos se hace necesaria la herramienta comparatista. Debemos entender cada segmento temporal, no de manera rígida y lineal, como bloques monolíticos yuxtapuestos, sino a través de zonas difusas de imbricación e interpenetración. (Aguiar e Silva, 1972: 249) Es este deber ser del estudio histórico un punto de llegada que no tiene que perderse de nuestros horizontes. 1.1.2. Sistema literario Son variadas las denotaciones que posee la palabra sistema. Para llegar a un entendimiento, más o menos “aceptable” de lo que denominamos sistema literario, hagamos un breve recuento de algunas de sus definiciones. Un significado básico que se le atribuye al término “sistema”, el cual fue introducido por Saussure —por lo que tiene una procedencia lingüística y estructuralista— está ligado a la comprensión de la lengua como sistema de signos: (…) la lengua como “sistema de signos” interrelacionados por vínculos de solidaridad, dependencia u oposición. Cada una de las unidades de dicho sistema se define por el conjunto de relaciones que mantiene con las otras unidades y por las oposiciones en que se integran. (Estébanez Calderón, 1996) De la lingüística, el concepto de sistema da un salto a la teoría y la crítica literarias. Una definición mínima de sistema literario nos remite al triado sígnico y orgánico entre emisor-autor, obra-mensaje, lector-receptor. El fenómeno literario se concreta en la activación de estos tres elementos, en el momento crucial de la 18 recepción e interpretación literaria, instante en el cual los sentidos del texto se renuevan. Toda obra literaria, concebida desde una perspectiva semiótica, como un mensaje (o texto) que un emisor (autor) envía a un destinatario (lector), está constituida por un sistema de signos estructurados de acuerdo con unos códigos estéticos imperantes en cada época. (Estébanez Calderon, 1989: 1000) También podemos recurrir a otra definición, muy general para nuestro propósito, pero de importancia para dilucidar mejor el concepto de sistema, que bien debe ser entendido en incesante construcción, que nos ofrece, desde la neoretórica y la lingüística, Helena Berinstáin: Conjunto organizado de elementos relacionados entre sí y con el todo, conforme a reglas o principios, de tal modo que el estado de cada elemento depende del estado del conjunto de los elementos, y la modificación introducida en un elemento afecta a todo el sistema. En el sistema es donde se integra el todo, el conjunto de los elementos. (Berinstáin, 1998: 480) Otro punto de partida, es la aproximación que Itamar Even-Zohar propone a la idea de sistema, la cual es entendida como un conjunto de fenómenos que son “propuestos” por el sujeto que los observa y estudia, en relaciones de “dependencia” e “imbricación”. Por lo tanto, con sistema, el estudioso propone una vía de análisis que no pretende ser única e irrevocable, conservando así su condición de mera hipótesis. (…) el concepto de "sistema" del funcionalismo (dinámico), esto es, la red de relaciones que pueden hipótetizarse (proponerse cómo hipótesis) respecto a un conjunto dado de observables ("hechos" / "fenómenos") asumidos. Esto implica que "el conjunto de observables asumidos" no es una "entidad" independiente "en la realidad", sino dependiente de las relaciones que uno esté dispuesto a proponer. La red de relaciones hipótetizadas entre una cierta cantidad de actividades llamadas "literarias", y consiguientemente esas actividades mismas observadas a través de esta red. O: El complejo de actividades --o cualquier parte de él-- para el que pueden proponerse teóricamente relaciones sistémicas que apoyen la opción de considerarlas "literarias". (Even-Zohar) La noción de sistema conlleva, como apuntamos previamente, una definición de literatura de carácter funcional: el ámbito “literatura” se estructura como un conjunto o red de elementos interdependientes en el que el papel específico de cada elemento viene determinado por su relación frente a los otros; en otras palabras, por la función que desempeña en dicha red. Consecuentemente, el texto literario y por ende su interpretación pierden el carácter privilegiado del que gozaban en las aproximaciones tradicionales y dejan de constituirse en fin único de la investigación. De este modo se supera el llamado textocentrismo de los estudios literarios. Sin que tal afirmación suponga el necesario abandono o el menosprecio de los estudios encaminados a proporcionar una interpretación de los textos, las orientaciones sistémicas pretenden 19 dar cuenta también del resto de los factores del sistema, así como de las distintas actividades y procesos sociales que tienen lugar en el ámbito de la literatura. (Villanueva, 1994: 311, 312) Entonces, la idea de sistema alude a las relaciones orgánicas que se dan en el momento de la escritura del texto literario, así como en el de su recepción. Entender una literatura “particular” como sistema nos lleva a plantear los procesos específicos en los que se configuran las obras literarias, y las diversas interpretaciones que éstas suscitan. La crítica a la que ha sido objeto esta noción, tiene que ver con la visión monolítica y unificadora, connotación que pudiera tener, ya que uno de los factores que se consideran para determinar un sistema literario, ha sido el código lingüístico del que se vale el texto. Así, dentro de sistema se comprenden las obras “escritas” bajo ciertas normas y en las lenguas imperantes. Esta crítica es válida, sin embargo, veremos cómo la noción de sistema puede seguir siéndonos de gran utilidad epistémico-metodológica, más aún a la luz de nuevos planteamientos. La concepción de sistema, bajo estas nuevas miradas, alienta y funda las bases para historiografiar las heterogéneas y polisistémicas literaturas latinoamericanas. Kushner nos habla de esta vigencia conceptual: La noción de sistema literario prevalece por doquier (ejemplos: grupo de Tartu, Claudio Guillén), así como su transformación en polisistema (estudios de Itamar Even-Zohar), las relaciones de los textos entre sí se estudian en diacronía y es más que obvio que el sistema no es para nada estanco: la atención del investigador está centrada en él y la relación contexto-texto y el autor-texto es implícita o es objeto. (Kushner, 2002: 143) Observemos cómo en el ámbito latinoamericano, esta idea de sistema se renueva y prevalece. La contribución particular de Antonio Candido apropiándose y aplicando esta noción al desarrollo de una literatura propiamente brasileña no deja de ser inspiradora para otros críticos y estudiosos. 20 1.1.3. Historias nacionales de lo literario A comienzos del siglo XIX, empiezan a consolidarse los estudios literarios a la manera moderna como los conocemos, y surge el interés por circunscribir el proceso literario a la constitución de los estados-nación. Un primer impulso historiográfico surge en este momento para escribir la historia de la literatura nacional, emprendiendo así su edificación, paralela y en correspondencia con el imaginario nacionalista y patriótico. La literatura concebida como nacional, simboliza el correlato del devenir de la “patria”, por ello, vemos cómo en América Latina la “emancipación” social, política y económica,va a la par de la “emancipación” literaria, cultural e intelectual o, por lo menos, ésa fue la pretensión. (…) todo despertar nacional va acompañado infaliblemente de la producción de obras de historia literaria, o por lo menos de obras que tienden al estatuto de historias literarias nacionales (éste es por ejemplo el caso, en la actualidad, de las literaturas de América Latina y del Caribe) (Kushner, 2002: 137) La categoría de literatura nacional es fundamental para la historiografía, por lo menos así ha sido, ya que con la idea de “nación” logra acotarse el campo de estudio. Así, al historiografiar la literatura se apela a lo nacional, estableciendo para ello un corte del corpus literario. Los criterios son entonces “territoriales” y lingüísticos. Ésta es una de las principales deficiencias de esta categoría historiográfica; sin embargo, puede servirnos como punto de partida para reconstruir el pasado literario desde las vertientes excluidas, desde perspectivas regionales y supra-nacionales. El corpus de la historia literaria se compone de todos los fenómenos relacionados con la vida literaria de un sector determinado, sea éste una nación en el sentido político, un campo lingüístico o interlingüístico, una región, una zona (…) (Kushner: 137) El criterio nacional de una literatura es revalorado y replanteado críticamente a la luz del “resurgimiento” de los estudios comparativos. Así, por ejemplo, en América 21 Latina4 las “zonas” literarias, establecidas como nación o región, mantienen los intercambios culturales y simbólicos, las influencias entre las literaturas contiguas. De esta manera, cada literatura se “define” bajo las interrelaciones con las otras. Entonces, en este orden de ideas, la categoría de literatura nacional sigue sirviéndonos para partir de ella y ver el todo, para lograr la comparación entre obras literarias surgidas de procesos semejantes pero distintos. Las historias de las literaturas nacionales —o regionales— en este ánimo comparatista, exploran los paralelismos y contrastes entre las literaturas, analiza la historia común así como los factores divergentes. El insondable obstáculo de determinar la especificidad de una literatura, de hacer legítimo el uso del término, tiene que ver con las particularidades que una cultura dada dota a sus productos textuales, cosa nada fácil de definir. Ni la lengua, ni el territorio son “suficientes” para establecer una literatura particular y diferenciada. Es aquí donde nuevamente pueden sernos útiles términos como sistema, literaturas heterogéneas y totalidad contradictoria, pues con ellos una literatura es temporalmente “definida” no por un aspecto particular, sino por el conjunto de ellos, tanto por el uso de una lengua, de ciertos lenguajes, así como el papel de los receptores o lectores en una época, de los textos y sus interpretaciones, todo inmerso en una cultura determinada: hay que tener en cuenta no sólo con qué sino para quiénes se escribe, es decir, un público y una determinada sociedad. (Guillén: 301) Franca Sinopoli también habla de la persistencia de la necesidad de narrar la propia identidad nacional en clave literaria, razón ésta de profunda y compleja naturaleza. (Gnisci, 2002: 27) La historia literaria es una gran construcción verbal que está encaminada a legitimar la existencia de algunos sujetos colectivos (la patria, la nación, la cultura, y también las tradiciones locales) y a excluir otros (las comunidades de los inmigrantes, las culturas 4 Este proceso se asemeja, por supuesto, al que se da en Europa, por ejemplo, Franca Sinopoli habla de las nuevas vías de escritura de la literatura italiana “nacional” con y desde el “trasfondo europeo”. Asimismo, el desarrollo de la categoría literatura nacional tiene ya un largo camino en los procesos de las literaturas europeas, lo cual, como nos sugiere Claudio Guillén, vienen desencadenándose desde el Renacimiento. 22 subalternas, las mujeres), un verdadero discurso con el cual se construyen las imágenes de la nación y de la literatura nacional. (Gnisci, 2002: 25) Vemos cómo el concepto de literatura nacional, está estrechamente vinculado con el de literatura emergente, por lo que podemos intuir que más que ideología (aunque sí posee esta función), la idea de una literatura propia es más bien estrategia de cohesión para promover una identidad nacional, apelando para ello a la identidad étnica, lingüística e histórica. Así, esta idea de literatura nacional deja de ser una conceptualización para convertirse en costumbre, tradición o institución establecida. (Guillén: 300) Pese y gracias a todo esto, el sistema literario entendido como nacional, ahora visto como heterogéneo, sigue siéndonos útil en tanto con él podemos dar un mayor grado de sistematicidad a los estudios literarios, particularmente los históricos. En el caso latinoamericano, las historiografías que parten del criterio nacional a la luz de lo universal, aún están pendientes y en reformulación; tal vez, como observa Eva Kushner, la razón está en que estos países aún no encuentran su consolidación nacional, los discursos siguen siendo emergentes. En las siguientes líneas analizaremos brevemente cómo ha sido el desenvolvimiento de la historiografía en América Latina, y cómo la concepción de la nacionalidad no la hemos dejado atrás, ya que sigue siendo una alternativa, junto con las concepciones regionales, y supranacionales, para abordar la literatura de manera continental. (…) hay al menos tres condiciones generales que resultan fundamentales en este cambio de perspectiva de la historia comparada de la literatura a principios del siglo XXI: la crítica al eurocentrismo, la revolución de las categorías de la narración histórica y la idea de la historia literaria como sistema abierto. (Gnisci,2002: 51) Han sido muchos los autores que han abogado por los estudios comparados en la labor historiográfica. El entendimiento diacrónico de la obra literaria, despierta inevitablemente la comprensión de ésta en sus relaciones con otras obras y literaturas. Alfonso Reyes, dilucidaba la importancia de pensar el devenir de la literatura española en tanto sus influencias extranjeras. Claudio Guillén, nos habla de la labor del comparatista en tanto historiador —y del historiador en tanto comparatista— la cual 23 está marcada por el signo de la complejidad y de lo múltiple. Vitor Manuel Aguiar e Silva también confirma la necesidad del comparativismo en la escritura de la historia y el planteamiento de las periodizaciones. La enumeración sería exhaustiva; lo que nos interesa es afirmar la importancia que tiene el método comparativo para reactivar el gran proyecto historiográfico de América Latina, inconcluso y abortado por tener visos de quimera, pero que, sin embargo, puede ser reencaminado. La escritura de las literaturas nacionales y regionales, desde la perspectiva comparada, pueden servirnos como puntos de partida para rescribir un discurso “orgánico” que deje ver las continuidades y discontinuidades estas literaturas. 1.2. La historiografía en América Latina La única manera de conocer la historia literaria de un pueblo es leer todas las obras fundamentales de su literatura y buen número de las secundarias. Alfonso Reyes La reflexión en torno a la historia de la literatura es fundamental para situarnos a nosotros mismos en un aquí y en un ahora, para comprendernos en nuestra condición humana y darnos un sentido. Por eso volvemos constantemente la vista hacia atrás, intentando con ello, encontrar nuestros rostros. Vital es la memoria histórica, la preservación del pasado y, más aún, la atención que nos debe el pensar lo “ya construido” como elemento que nos constituye. Aterrizando esta cuestión de la historia y su escritura, debemos observar el desarrolloque ha tenido en América Latina como empresa intelectual que, en su devenir, ha tenido avances y retrocesos, ha cruzado por sus propias problemáticas al abordar estas literaturas ya sea de forma particular o bien continental. La posibilidad de escribir, de narrar, las historias de las literaturas latinoamericanas ha sido, y sigue siendo hasta la actualidad, un debate abierto, una reflexión inconclusa –“afortunadamente”– que demanda ser continuada. 24 Junto a la consolidación de las repúblicas “independientes”, nace el discurso historiográfico de nuestras literaturas. A causa de ello, un afán ideologizante nutre los primeros esbozos de un pasado literario. Esa historia gustaba de atender la literatura en tanto poseía una función emancipadora, instalando así como corriente hegemónica, especialmente cierta literatura romántica5. Pero no sólo eso, esta historiografía literaria, inspirada en los presupuestos romántico-nacionalistas de Schlegel, partía de la suposición de la “originalidad”, por lo que consideraba la obra literaria como “determinada” por su espacio y momento históricos, únicos e irrepetibles, como expresión de una “conciencia nacional”. De esta manera, los discursos historiográficos finiseculares decimonónicos, situaban su “intuición” en una imagen de nación unificada, además de exaltar el carácter único de las obras. Asimismo, estas ideas se nutrieron con otras corrientes de pensamiento que postulaban la “originalidad” de cada nación y, por ende, de su literatura en tanto, de manera irrepetible, se entremezclaban factores como el medio, la raza y el momento (Taine), después complementados con los del idioma y el territorio. Esto terminó por configurar discursos que mutilaron, en cierta manera, la comprensión de los procesos literarios; sin embargo, no hay que olvidar que estos discursos significaron los primeros productos o esbozos de literaturas que, en sí mismas, aún no lograban consolidarse como sistemas coherentes. Fueron estas primeras historiografías literarias productoras de una imagen “fragmentaria” de América Latina. Además, en lugar de atender aspectos propiamente “estéticos” —en relación con lo histórico—, la función primordial de estas historias fue la de dar sentido a la idea de nación que entonces se postulaba en primer plano dentro del imaginario social. En el transcurso del siglo XIX —incluso para nuestra mirada retrospectiva— fue sumamente complicado deslindar el aspecto artístico de la 5 Puede verse Beatriz González-Stephan. Fundaciones: canon, historia y cultura nacional. La historiografía literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX. Madrid: Iberoamericana, 2002. (Nexos y diferencias, 1). 25 programática política y social, pues, usualmente, los literatos de un primer periodo republicano hicieron las veces de ideólogos, periodistas, incluso políticos. Fue esta época un momento de generación de programas nacionales, y la literatura no quedó exenta de esa tentativa. Así, tuvo lugar la “fundación” o constitución de un corpus canónico, el cual se configuró como unidad homogénea, como representación de lo que debía ser la nación. Dicho canon se plasmó de tal manera que excluyó otros discursos culturales y literarios, mutiló la producción cultural “real”. En su afán unificador, la nación y su literatura quedó definida como heredera de la colonia y, en consecuencia, el idioma institucionalizado fue el del colonizador (español, portugués, entre otros), así como la escritura y los modelos literarios (estilísticos, de géneros, movimientos) europeos.6 Ese corpus dejó “fuera” la literatura oral, las indígenas, así como otras formas de expresión que, difícilmente, entraban dentro de la teoría literaria y de géneros ya establecida: las cartas, las memorias, las crónicas de conquista, entre otras, hoy en día consideradas como “textos” fundacionales de estas literaturas, se situaron fuera del sistema literario registrado por la historia de sesgo nacionalista. Además de estas acotaciones, la concepción misma de lo literario —y de la escritura de su historia “reciente”— fue condicionada por una visión esencialista. La literatura y su estudio buscaban la “esencia” de la nacionalidad. Los criterios teóricos de esta historiografía liberalista (González-Stephan) subsistieron largo tiempo, pues vinieron a ser cuestionados de manera más sistemática bien entrado el siglo XX; criterios planteados básicamente en función de la ideología independentista y nacionalista, como lo son el geográfico-político, el de los géneros tradicionales (lírica, novela, teatro) e idiomáticos. El carácter excluyente de los discursos fundacionales (entre ellos el de la historiografía decimonónica) ahora se ponen en entredicho, cuestionando así la 6 Sobre la fundación de las literaturas republicanas vía el discurso criollo, y a través de la palabra, puede verse la obra de Hugo Achúgar. La fundación por la palabra. Letra y nación en América Latina en el siglo XIX, Montevideo: Universidad de la República, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 1998. 26 homogeneidad textual. En cambio, re-leyendo y re-escribiendo ese pasado, y aceptando la heterogeneidad, no textual pero sí en las “prácticas” literarias concretas, se observa como las tradiciones marginales resurgen y reclaman su lugar en la historia. Aparecen en el discurso las voces que “siempre estuvieron ahí”. Estos discursos fundacionales comienzan con la exclusión. Sin embargo, la voz del otro, la del negro, pero también la del gaucho y la de la mujer, logran filtrarse y erosionar el impulso fundamental de construcción de un sujeto nacional homogéneo. (Achúgar: 53) Otra de las cuestiones básicas para la labor historiográfica que, desde sus inicios, más o menos de manera consciente, ha estado sobre la mesa, es la cuestión falsamente dicotómica entre visión nacional/continental. Una, como se ha dicho, se fundamenta en criterios políticos y geográficos, idiomáticos, que parten de las configuraciones territoriales que más o menos dejaron las colonias. La nación es así considerada como una entidad socio-histórica particular y diferenciada de las otras naciones latinoamericanas. Por otra parte, ya en los imaginarios emancipadores se había proyectado la idea de la unificación del continente americano. Ya el discurso bolivariano, así como las tentativas de José Martí con su pronunciamiento por una entidad llamada Nuestra América, alimentaron el ideal de un continente integrado y unido. Este discurso tuvo sus concretizaciones en la historiografía que, en lugar de abordar el fenómeno literario en sus acotaciones nacionales, apostó por una visión más general. De ello son muestras las obras de pensadores y críticos como Pedro Henríquez Ureña, José Antonio Portuondo, Luis Alberto Sánchez —quien intentara ya una sistematización en su Historia de la literatura americana en 1937— pues en sus obras plasmaron el intento por esbozar una historia más abarcadora y orgánica de la América Latina. Para unos historiadores, el proceso literario de cada país es tan diferente que hace imposible el proyecto de una verdadera historia literaria continental; para otros las respuestas abarcadoras encierran el esfuerzo por encontrar los vínculos comunes entre las diversas historias literarias nacionales, posibilitando una operación más comprensiva del conjunto. (González-Stephan, 1985b: 308) 27 En el caso del continente latinoamericano, es difícil comprender el devenir de una literatura nacional abstraído de su contexto más global, incluso universal. Nuevamente el estudio comparatista de las literaturas se vuelve imprescindible, pues las literaturas nunca surgen y se desarrollan de manera aislada, si no en procesos de influencias, de transculturación,de correspondencias y también divergencias. La aspiración intelectual de nuestros críticos e historiadores, más bien sería la de proponer el diálogo entre las literaturas “específicas”, regionales o nacionales, con la de las literaturas “vecinas”, por lo que en lugar de la dicotomía nacional/continental, particular/universal, se debe hacer el esfuerzo por entender las categorías en su dinamismo y complejidad dialógica. Una visión necesita a la otra, una historia literaria latinoamericana presupone —por sus mismas dimensiones— los trabajos parciales de las diferentes historias literarias nacionales. (González-Stephan, 1985b: 309) Ha faltado en los trabajos de nuestra historiografía literaria una comprensión orgánica de los procesos literarios, capaz de ver la totalidad literaria continental como el resultado de la articulación de los diferentes procesos nacionales; y éstos, como las variables concretas en que se manifiesta la pluralidad latinoamericana. (González- Stephan, 1985b: 311) Todo ello necesita de una comprensión orgánica y compleja, por lo que no basta una simple adición o reducción de estas literaturas. A esta visión global, se suma la problemática de reflexionar la heterogeneidad de estas literaturas, la cual requiere dilucidar los procesos literarios, que han quedado fuera del sistema estético- discursivo occidental, y que se mantienen tal vez a manera de subsistemas, de sistemas abiertos y heteróclitos que dialogan a su vez con el sistema hegemónico. La literatura latinoamericana, vista de manera total y orgánica, es heterogénea y polisistémica, en tanto, han existido y seguirán existiendo, producciones textuales de múltiple y variada índole. Así, la perspectiva nacional en la escritura del pasado literario que imperó de manera hegemónica durante el siglo XIX y siguió vigente en los inicios del XX, y que fuera recientemente criticada, puede ser replanteada en virtud de dar una comprensión “total” de una literatura particular, para después pasar a la 28 comprensión de una literatura continental. Ésta parece ser una nueva vía para una historiografía latinoamericana: No se trata de reducir a elementos homogéneos, para luego sumarlos; si no de construir un eje en el cual se puedan articular tanto las semejanzas como las diferencias de los procesos literarios nacionales. (González-Stephan, 1985b: 317) Se trata de establecer nexos orgánicos (regionales y nacionales) entre los países, con sus integraciones y desintegraciones, y rechazar una globalización mecánica tanto por las vías del aditamento como por el reduccionismo. (González-Stephan, 1985b: 327) Los estudios literarios con aspiraciones más “científicas”, o bien de mayor sistematicidad, son muy recientes en América Latina. Hay una tradición crítica, que ha apelado abiertamente por una teoría propia del intelecto latinoamericano, por lo tanto, “diferenciada” de la europea. Ya Alfonso Reyes logró esbozar uno de los mayores intentos por escribir una teoría de la literatura en su obra El deslinde. Y a él se sumarán de manera magistral muchos otros críticos que han pensado en la teoría, la historia y la crítica literaria en y desde el continente latinoamericano: Pedro Henríquez Ureña, José Antonio Portuondo, Silvio Romero, Luis Alberto Sánchez, José Carlos Mariátegui, entre otros. Dentro de esta tradición, se sitúa el crítico brasileño Antonio Candido, quien retoma las lecciones de sus maestros y antecesores, en su vastísima obra, y plantea categorías de gran solidez como lo es la de sistema literario. También se incorporan autores como el uruguayo Ángel Rama, que propone para el análisis de la literatura latinoamericana la categoría de transculturación; Roberto Fernández Retamar, quien en su obra Para una teoría de la literatura hispanoamericana, texto más bien programático, exige la proposición de categorías que lleguen “realmente” a explicar la especificidad de nuestras literaturas. En este contexto se incorporan otros autores como Antonio Cornejo Polar, insistiendo en su obra crítica en la emergencia de los discursos marginados, como el indígena y el oral. También, menos explorados, nos encontramos con autores como Alejandro Losada, el cual también teorizó en torno a categorías como sistema literario, sujeto productor, entre otras de sus contribuciones; y Roberto Schwarz, quien ha fijado su mirada crítica en los aspectos escriturales e 29 ideológicos subyacentes en la obra de Machado de Assis y ha llegado a construir nuevas vías como la noción de periferia o las ideas-fuera-de-lugar. Volviendo a nuestro interés principal, es importante resaltar la reunión titulada Para una historia de la literatura latinoamericana realizada en Caracas, Venezuela, en noviembre de 1982, en la cual se reunieron críticos como Candido, Cornejo Polar, Schwarz, entre otros. Ahí se discutieron los lineamientos y problemáticas para la cimentación de una literatura latinoamericana. En este espacio se trajeron a la discusión crítica los puntos esenciales de la escritura del pasado literario en este continente, se trataron las ausencias, las exclusiones y el gran reto intelectual y de conjunto que conlleva sacar adelante semejante empresa. La obra que retoma lo ahí expuesto, Hacia una historia de la literatura latinoamericana (1987), que compila Ana Pizarro, es uno de los textos fundamentales para atender el avance del proyecto historiográfico reciente. Antonio Candido y Antonio Cornejo Polar, en sus obras aquí comparadas, apelan al estudio historiográfico de sistemas nacionales entendidos como tales. Para ello, proponen una “nueva” periodización, pues de entrada saben que ésta es mutable en tanto está en constante redefinición; apelan a la categoría de sistema, o bien, de tradición, para ofrecer una comprensión sistemática de los cambios literarios, por lo que aceptan que ha habido una hegemonía de cierto sistema; empero, eso no impidió que siguieran desarrollándose otras expresiones. Es entonces un sistema abierto (o tradición) que expresa el carácter heterogéneo y complejo de los procesos y las literaturas latinoamericanas. Otra de las apelaciones presentes en ambas obras es, por supuesto, el de literatura nacional. Ésta ya no es entendida como una entidad homogénea y excluyente sino como una base o punto de partida para llevar el estudio más allá, entendiendo que lo nacional se construye con lo transnacional, que lo particular se nutre con lo universal. Así, dan vigencia a esta categoría tan vilipendiada hoy en día, y lo hacen críticamente, otorgándole nuevos alcances explicativos. 30 (…) habilitar otro concepto de “literatura nacional”, que permita restablecer el carácter múltiple de las tradiciones y sistemas literarios de una literatura nacional, una historia literaria nacional que gane para sí la categoría de la pluralidad, es la condición básica para superar la imagen de falsa unidad homogénea de las historias literarias continentales. (González-Stephan, 1985b: 332) De esta manera, en el último capítulo, trato de establecer algunas conexiones entre las obras estudiadas, teniendo presente que se sitúan en una tradición crítica muy particular. Asimismo, emerge un planteamiento que quizá deba retomarse de manera sistemática en los actuales estudios literarios: la posibilidad y pertinenia de una historiografía literaria regional o latinoamericana, desde las nociones que esta tradición ha legado. 31 2. El deseo por “inventar” una literatura. Sistema literario: categoría crítica e historiográfica Antonio atento às áreas de silêncio entre as palavras, nelas distinguindo a misteriosa ressonância. C. Drummond de Andrade Subyace en la crítica una sensibilidad primigenia, intuición que se expresa lúcidamente; ése es el rasgo peculiar en la obra de Antonio Candido. Paradigma de los estudios literarios latinoamericanos y de laintelectualidad del Brasil contemporáneo, advertimos en sus ensayos, artículos, en su obra historiográfica, una serena inteligencia, ante todo humanista, empeñada en pensar la literatura como una forma para mejorar nuestra condición, nuestro estar aquí. Retomemos las palabras de Ortega: el hombre es el único ser que echa de menos lo que nunca ha tenido. Y el conjunto de lo que echamos de menos sin haberlo tenido nunca es lo que llamamos la felicidad. Así, ese punto de llegada, inconmensurable, inasible, que es la felicidad se dibuja de múltiples maneras; para Candido, es una búsqueda incesante por los laberintos de la literatura. Él imagina una sociedad donde la literatura, el acceso a ella por medio de la(s) lectura(s) viva(s) y del goce que ésta produce, es un derecho fundamental. El alimento del alma va a la par del alimento del cuerpo, y en esta sociedad soñada, ambas se cumplen bajo el supuesto de la felicidad. ¿Qué sentido tendría el estar-aquí si no fuera por estos sueños, si no pudiésemos pensar en lo imposible e improbable, si no alimentáramos nuestra alma con las bellas formas de la literatura? Candido afirma esta postura a lo largo de su obra, parte de esta convicción. Echa de menos lo nunca tenido, y lo exige apelando a la imaginación literaria. La literatura ha cubierto diversos y disímiles campos de nuestra vida, a lo largo de la historia. Empero, hay una constante —que no esencia— que se nutre de la imaginación, de lo ficticio, que rebasa y replantea lo “real”. La obra, así dicho de manera general, “representa” los gestos más ocultos, y lo hace a través del lenguaje y 32 sus silencios. Lo literario viene entonces a configurarse de manera sumamente compleja, que va de lo poético-estético a la representación de lo “real”, de manera dialógica, ambigua y contradictoria. El crítico literario cumple el papel de “de-velar”, siempre parcial y subjetivamente, las complejas representaciones literarias. Candido, es un maestro en este campo, pues él, como nos dice Drummond de Andrade, logra percibir y expresar las ocultas resonancias del silencio. Entendida como “invención” de una literatura nacional, vía una historiografía sustentada sobre la categoría de sistema, la Formação da literatura brasileira ocupará aquí nuestra atención. Esto, bajo el convencimiento de que es una obra decisiva, tanto por sus planteamientos epistémicos y teóricos, como por el alcance de sistematización del pasado literario del Brasil, por lo que ha significado, sin lugar a dudas, un impulso para re-escribir nuestras historias literarias de manera crítica y orgánica. 2.1. El autor y su entorno El 24 de julio de 1918 nació Antonio Candido de Mello e Souza en Río de Janeiro. Su padre fue Arístides Candido de Mello e Souza, sobresaliente médico de Cassia, y su madre Clarisa de Carvalho Florentino, ambos originarios del estado de Minas Gerais. Antonio Candido creció en un ambiente cultivado, aristócrata; tanto su padre como su madre eran grandes lectores y poseían una significativa biblioteca. Siguiendo el ejemplo de sus padres, Candido fue un lector precoz y a sus dieciséis años publicó su primer artículo literario. Además de sus lecturas literarias, leyó a autores anarquistas y socialistas desde su juventud. A los diez años viajó a Francia, lo cual significará un primer acercamiento con la cultura y la literatura francesas, una pasión que cultivaría toda su vida y que lo llevaría a impartir cursos, entre otros temas, de literatura francesa. 33 En una familia de médicos destacados parecía que el destino de Candido era el de ser médico. Falló en su intento por ingresar a la carrera de medicina, por lo cual en 1939 inició cursos en la Facultad de Filosofía de la Universidad de São Paulo para estudiar Ciencias Sociales. Inclinó sus estudios a la sociología, dedicando especial interés a la teoría marxista. A sus 23 años fundó, con otros jóvenes intelectuales, la revista Clima. Es en esta revista donde halla un espacio para comenzar a ejercer la crítica literaria. El breve tiempo que duró Clima —de 1941 a 1944— no fue impedimento para que la revista tuviera un gran impacto en la intelectualidad de la época. Asimismo, la experiencia de esta revista fue trascendental en el desarrollo de la labor y del pensamiento de Candido. En 1942 se tituló en Ciencias Sociales y, a principios de 1943, fue asignado para cubrir la columna Notas de Crítica Literaria en el diario paulista Folha da Manhã. Fue entonces cuando comienza a militar políticamente en contra del régimen de Getulio Vargas1. En ese año se casó con Gilda de Morães Rocha. Es importante resaltar la idea que Candido maneja sobre el intelectual “comprometido” pues para él, el hombre que vive de su pluma y de su pensamiento, debe rechazar, desde su propia trinchera que es la palabra, los regímenes autoritarios como lo fue el régimen de Vargas en Brasil. Gracias a su tesis sobre la obra historiográfica de Romero, titulada O Método Crítico de Sílvio Romero, en 1945 consiguió ser Livre-Docente de Literatura Brasileña. 1 Getulio Vargas llegó al poder en 1930, cuando un grupo de políticos y militares lo llevaron de Rio Grande Do Sul, su tierra natal donde era gobernador, a Río de Janeiro para imponerlo como el sucesor de Washington Luiz Pereira de Souza. Instalado en el poder, se mantendría ahí por 15 años, los cuales pueden ser divididos en dos periodos. Un periodo que va de 1930 a 1937, en el cual gobernó moderado por el Congreso. En 1937, el gobierno de Vargas se ve asediado por dos grupos opuestos: uno, representado por la izquierda comunista, entre los cuales se encontraba Luiz Carlos Prestes; otro, el grupo denominado “integralistas”, un grupo fascista que representaba la derecha. Así, ante un eminente proceso de elección, Vargas, alentado por esta facción de derecha, constituye el Estado Novo, mediante un golpe, proclamándose así nuevamente presidente y disolviendo al Congreso. De 1937 a 1945, significará el periodo más duro de la dictadura de Getulio, en la que él asigna a todo funcionario y gobernante; y no sólo eso, sino que instala el departamento de prensa, con censores rigurosos que llevarán a cabo un largo camino de represión. 34 Publicó, también en este año, su libro que recoge varios ensayos críticos Brigada ligeira. Fue uno de los fundadores de la Izquierda Democrática, en la cual llegó a ser Secretario de Cultura para la Comisión Ejecutiva en la sección de São Paulo. En 1946 comienzó a preparar su obra Formação da Literatura Brasileira. De 1946 a 1950 fungió como director del periódico Folha Socialista del partido Izquierda Democrática, que en 1947 se convertiría en el Partido Socialista Brasileño. Candido participó en Congresos de escritores y de 1949 a 1950 ocupó el cargo de Presidente de la Asociación Brasileña de Escritores, sección de São Paulo. Publicó el libro Ficção e confissão (1956), ensayo crítico sobre la obra narrativa de Graciliano Ramos, en el cual aborda uno de los temas principales de su obra: la relación entre biografía y estructura literaria. (Crítica radical: 441) Por una temporada, dejó São Paulo para vivir en Assis, pues ahí impartió de 1958 a 1960 el curso de Literatura Brasileña, en la recién creada Facultad de Filosofía. Después de varios años de investigación y trabajo crítico e historiográfico, en 1959 salió a la luz su obra fundamental Formação da literatura brasileira, editada en dos tomos en Belo Horizonte. Ese mismo año publicó también otro libro de ensayos, titulado O observador literário. En 1960 conoció a otro de los críticos paradigmáticos en el ámbito latinoamericano, Ángel Rama. Dicta un curso de verano en la Universidad de la República, en Montevideo y, a partir de ese momento, entabla una fructífera amistad con Rama, con quien compartiría ambiciones
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