Logo Studenta

Las-practicas-parentales-como-factor-de-riesgo-en-la-aparicion-de-problemas-de-conducta-en-ninos-escolares

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

Universidad Nacional Autónoma 
 de México 
 Facultad de Psicología 
 
Las Prácticas Parentales como Factor de Riesgo en 
la Aparición de Problemas de Conducta en Niños 
Escolares 
 
 T E S I S 
QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE 
LICENCIADA EN PSICOLOGÍA 
P R E S E N T A : 
 
LAURA TORRES GARIBAY 
 
Directora de Tesis: Dra. Laura Hernández-Guzmán 
 
 
 
 
 
 México D.F., 2007 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
Restricciones de uso 
 
DERECHOS RESERVADOS © 
PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL 
 
Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal 
del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). 
El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea 
objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para 
fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo 
mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Porque tu sueño de vernos grandes, exitosos y felices 
es el motor que me mueve para ser cada día mejor. 
¡Gracias MAMÁ en donde quiera que estés! 
Este es uno de mis grandes momentos dedicados a ti. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
A Damián, porque la decisión de convertir a alguien en tu familia 
sólo se toma cuando se llena el espíritu de grandes satisfacciones. 
¡Gracias mi amor porque tu compañía diaria me hace ser un mejor ser humano! 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
A mis grandes cómplices y compañeros de vida: 
Mis hermanos Rodrigo, Ana Elena y Vicente. 
 
A mi papá. 
 
A mi tía Lety. 
Agradecimientos Académicos 
 
 
A la Universidad Nacional Autónoma de México porque en ella encontré la grandeza de 
la diversidad de su gente y el gran valor de la cultura y el conocimiento. 
 
 
A la Dra. Laura Hernández-Guzmán por su gran apoyo y todo el aprendizaje trasmitido 
durante estos años. Porque compartir conocimientos, pensamientos y sentimientos es uno 
de los actos más generosos del ser humano. ¡Gracias Laura por compartir todo esto 
conmigo! 
 
 
A los miembros del comité de tesis por su apoyo y sus valiosas observaciones para la 
realización de esta tesis: 
Mtra. Fayne Esquivel Ancona 
Lic. Noemí Barragán 
Dr. Samuel Jurado 
Lic. Jorge Álvarez 
 
A la Lic. Violeta Fajardo y a la Lic. Graciela Bermúdez porque su apoyo constante e 
interés en este trabajo hicieron que esto se volviera realidad. 
 
 
 
Y en especial a todos los niños del mundo quienes me inspiraron a realizar esta 
investigación y me motivan a seguir con mi crecimiento profesional. 
Agradecimientos personales 
 
A Damián, porque encontrar seres humanos como tú es motivo de agradecimiento 
constante a la vida. Gracias por ser mi mejor amigo, mi compañero de risas, llantos, 
alegrías, triunfos y fracasos. Porque sé que siempre cuento con tu amor. Gracias porque 
con tu ejemplo me enseñas a ser mejor cada día y gracias por hacerme sentir que el amor 
existe. ¡Realmente me haces feliz!. Sigamos construyendo juntos este sueño de vida… TE 
AMO. 
 
 
 A mis hermanos, pocas personas podrían presumir quererse tanto entre hermanos. Gracias 
por hacerme enorgullecer de cada uno de los Torres-Garibay, porque las cosas que se viven 
en casa te marcan para siempre y yo no cambiaría ninguno de los momentos que viví con 
ustedes. Gracias por estar siempre presentes en los momentos mas importantes de mi vida. 
 
 
A mi papá, porque tu presencia y apoyo constante me han hecho crecer hasta lo que soy 
ahora. Gracias por tener siempre el consejo perfecto y la palabra de aliento que te hace 
seguir adelante. Gracias por heredarme ese buen carácter que te hace la vida más amena. 
Gracias por 26 años de vida. 
 
 
 
A mi tía Lety, gracias tía por ser mi gran amiga, mi apoyo, mi confidente. Gracias por 
confiar siempre en mí. Porque en la vida siempre es necesario saber que cuentas 
incondicionalmente con el amor de alguien, gracias por ser ese “alguien”. 
 
Con un especial cariño a mi abuelita por siempre tener tanto amor para 
dar. Gracias por alentarme siempre a ser mejor. Y a mi abuelo(+) por ser siempre 
un ejemplo de vida. 
 
A la familia Fabela, gracias por brindarme siempre todo su cariño y apoyo, y 
por hacerme sentir como en casa. 
 
A mi amiga Dafne, que siempre ha estado presente desde hace ya más de 
17 años de amistad. Gracias amiga porque crecer juntas nos hace tener un lazo 
casi imposible de separar. Nunca olvidaré tantas y tantas carcajadas juntas. 
 
 
A mis amigas de la UNAM, Yaz, Kari, Vane y Ady ¡colegas! Me siento muy 
feliz de que hayamos llegado juntas hasta el final. Gracias por tantas, clases, 
exámenes, desveladas, confidencias y diversiones juntas. 
 
 
A mis compañeros y amigos del proyecto de investigación Grace, Paty, 
Toño, Martha, Anel, Violeta y Flor…gracias por tantos momentos felices 
compartidos en congresos, aplicaciones y en el esfuerzo del día a día. Me siento 
muy contenta de tenerlos ahora como amigos, gracias por su apoyo profesional 
y personal siempre. 
 
 
A mis amigas Mayra y Violeta, por tantos y tantos momentos de risas y llantos 
que hemos compartido. Gracias amigas por siempre estar presentes y por el 
apoyo que siempre me han demostrado. 
 
 
Y muy en especial a mis gymboamigas Vero, Irma, Ale, Brenda, Dany, 
Paula, las Lauras, y Paola F., porque la amistad que nos une es fuerte y 
sincera. Gracias amigas por que sé que siempre están presentes, por todos y 
cada uno de los buenos momentos que hemos vivido juntas. Gracias a todas por 
su apoyo incondicional. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INDICE 
 
Capítulo 1 
IMPORTANCIA DE LA PSICOPATOLOGÍA Y DE LA PREVENCIÒN 
 Prevención primaria 
 Promoción de la salud 
 Protección de la salud 
 Prevención secundaria 
 Prevención terciaria 
 Diferencias de género 
 Diferencias de género en la psicopatología infantil 
 Diferencias de género del trastorno 
Capítulo 2 
PROBLEMAS DE CONDUCTA 
 Características generales 
 Definición 
 Clasificación 
 Clasificación según el DSM-IV 
 Clasificación dimensional según Achenbach 
 Comorbilidad 
 Epidemiología 
 Incidencia y prevalencia 
 Etiología 
 Posibilidad de factores congénitos 
 Posibilidad de factores genéticos 
 Posibilidad de factores ambientales 
 Ambos tipos de factores 
 
Capítulo 3
FACTORES DE RIESGO 
 Definición 
 Factores de riesgo del trastorno de conducta disocial 
 
Capítulo 4 
PRÁCTICAS PARENTALES 
 
 Desarrollo del apego. 
 Características generales. 
 Influencia de las prácticas parentales en la psicopatología en 
general. 
 
Capítulo 5 
RELACIÓN ENTRE PRÁCTICAS PARENTALES Y PROBLEMAS DE 
CONDUCTA 
 
MÉTODO 
 Preguntas de investigación 
 Participantes 
 Definición de variables 
 Materiales e instrumentos 
 Diseño 
 Procedimiento 
 Análisis de datos 
 
RESULTADOS 
DISCUSIÓN 
CONCLUSIÓN 
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 
ANEXOS
CAPITULO 1 
IMPORTANCIA DE LA PSICOPATOLOGÍA Y DE LA PREVENCIÓN 
 
 
La psicopatología afecta a gran parte de la población. Es importante 
trabajar, aún antes de la aparición de los primeros síntomas, con los factores de 
riesgo que se asocian con el desarrollo de algunos problemas de salud mental, 
como trastornos de ansiedad y de conducta en la niñez. De aquí la importancia de 
la prevención que conlleva intervenir desde edad temprana para evitar la posible 
psicopatología futura. 
 
Un buen programa preventivo se debe apoyar en la identificación de 
factores de riesgo, antes de que se dé el desenlace indeseado. 
 
La prevenciónsegún la ONU es «la adopción de medidas encaminadas a 
impedir que se produzcan deficiencias físicas, mentales y sensoriales (prevención 
primaria) o a impedir que las deficiencias, cuando se han producido, tengan 
consecuencias físicas, psicológicas y sociales negativas». 
 
La prevención psicológica se describe como la promoción del bienestar general 
en una persona. Existen diversos niveles de prevención en los que se puede 
trabajar con un individuo: 
 
 Prevención primaria 
La prevención primaria tiene como objeto disminuir la probabilidad de 
ocurrencia de las afecciones y enfermedades. Las medidas de prevención actúan 
en el período pre-patológico. 
 
 
Se distinguen dos tipos de actividades en la prevención primaria: 
1.- Promoción de la salud. 
La Promoción de la salud busca el bienestar general. Por ejemplo, 
educación sanitaria, vivienda, recreación, educación sexual, nivel nutricional, 
genético, examen periódico de salud, etc.. 
2.- Protección de la salud. 
La protección de la salud son medidas aplicadas a una enfermedad o grupo 
de enfermedades que tienden a interceptar las causas antes de que involucren y 
afecten la salud de la persona. Por ejemplo, saneamiento ambiental, 
inmunizaciones etc. (Arevalo & Maldonado, 2004). 
En general, este nivel de prevención primaria se refiere a una intervención 
preventiva selectiva, es decir, se refiere a las personas o niños que todavía no han 
sido afectados por algún desorden mental. 
 
Los factores de riesgo deben ser considerados en esta etapa, ya que 
resulta sumamente importante detectarlos y trabajar en ellos antes de que el 
problema surja y se exacerbe. 
 
En este nivel de prevención primaria se trabaja en la primera etapa del 
problema de salud. Por ejemplo, Repetti, Taylor & Seeman (2002) aportaron datos 
sobre niños que han crecido en contextos familiares en constante conflicto. Estos 
niños tienden a presentar problemas psicológicos e incluso enfermedades físicas 
con el paso del tiempo. Con base en esto afirman que los niños que crecen en 
contextos familiares en conflicto tienden a presentar una salud física disminuida. 
Por lo tanto si consideramos a las familias conflictivas como un factor de riesgo 
para la aparición de problemas psicológicos, entre ellos el trastorno de conducta, e 
incluso problemas de salud física en niños, podemos entonces trabajar en ellos 
antes de que estos problemas surjan afectando la salud del niño. 
 
 Prevención secundaria 
 
Este nivel preventivo hace referencia a una intervención preventiva indicada, 
es decir, detecta los signos tempranos de una disfunción psicológica. La finalidad 
de este nivel de prevención secundaria es acortar la duración del problema en 
cuestión, así como las consecuencias negativas que éste representa (Hernández-
Guzmán, 1999). 
Las actividades de prevención secundaria se desarrollan en el período 
patológico, y éstas son: diagnóstico precoz, tratamiento inmediato, prevenir 
complicaciones, prevenir la incapacidad prolongada (Arevalo & Maldonado, 2004). 
 Prevención Terciaria 
La prevención en este nivel se considera como rehabilitación pues actúa 
cuando las lesiones patológicas ya son irreversibles y cuando la enfermedad o 
trastorno se encuentra establecido en el individuo. 
El objetivo de ésta es reincorporar al individuo afectado a un lugar útil en la 
sociedad y utilizar sus capacidades de funcionamiento. Esta rehabilitación como 
prevención terciaria contiene elementos físicos, psicológicos y sociales. El éxito de 
ella dependerá de recursos adecuados dentro de la institución familiar, 
hospitalarias, industriales y la comunidad (Arevalo & Maldonado, 2004). 
Estos niveles preventivos no son incompatibles entre sí, no se excluyen 
entre ellos, sino que se complementan, enriqueciéndose mutuamente en su 
implementación conjunta con el fin de mejorar la calidad de vida de la 
gente y de la sociedad en su conjunto. 
La investigación en el campo de la psicología durante las últimas décadas, 
señala la existencia de algunas variables que constituyen factores que explican, 
predicen y controlan buena parte del comportamiento adaptativo y la estabilidad 
emocional. Algunas de ellas son: la competencia social formada en la etapa de la 
niñez, formas de expresión del afecto, estrategias de manejo del estrés, y de la 
presión social, la formación del autoestima a edad temprana y las habilidades de 
análisis del entorno, entre otras (Hernández-Guzmán & Sánchez-Sosa, 1991). 
 
Estudios recientes describen la relación existente entre los problemas 
emocionales y conductuales en niños y trastornos de tipo psiquiátrico en la 
adultez. Por ejemplo, los niños que muestran una conducta de inhibición son más 
propensos a desarrollar síntomas de depresión en la edad adulta (Wittchen, 
Kessler, Pfister & Lieb, 2000). 
 
Los problemas de conducta que se presentan a edad temprana (en la niñez) 
resultan especialmente difíciles de tratar durante la adolescencia. Una vez que el 
problema progresó de conducta oposicional a conducta agresiva y después a 
conducta antisocial; y una vez que el mismo problema ha pasado de la casa a la 
escuela y al contexto de relación con grupos y pares, se vuelve muy estable en 
términos de desarrollo y difícil de tratar efectivamente (Bierman, 1996). Es por 
esto que los programas de intervención resultan de suma importancia para 
identificar los síntomas precursores de un problema de conducta durante la 
infancia temprana, ya que evitan el desarrollo del trastorno hacia la adolescencia y 
la adultez. 
 
En el mismo sentido, Cuevas (2003) sugiere que para combatir los problemas 
de conducta, se emprendan acciones preventivas que impulsen y fortalezcan el 
proceso de socialización del niño en sus contextos familiar, educativo e 
interpersonal y creen ambientes protectores que faciliten el desarrollo de conducta 
prosocial. 
 
Para una buena planeación de intervenciones de prevención se debe 
considerar que cualquier evento del organismo, comportamiento o enfermedad, se 
debe analizar bajo la perspectiva biopsicoambiental, tomando en cuenta su 
cualidad dinámica (Cuevas 2003). De acuerdo con este autor, el problema de la 
conducta antisocial debe considerarse como problema del área de la salud como 
concepto integral en el que la tríada biopsicocontextual es imprescindible para su 
tratamiento bajo una perspectiva de sistemas. Es decir, el organismo actúa como 
un todo, que influye entre sí. Al tomar en cuenta estas características del 
organismo humano, podremos predecir, y esta predicción será un elemento 
necesario en la realización de acciones preventivas. 
 
 
Diferencias de género 
 
 Diferencias de género en la psicopatología infantil 
 
Uno de los problemas que representan un factor de riesgo para el surgimiento 
y desarrollo de trastornos futuros en la infancia, son los trastornos de ansiedad. 
Los estudios de género a través del tiempo nos han hecho saber que el sexo 
femenino es más propenso a desarrollar síntomas de ansiedad y también de 
depresión, Bögels, Van Oosten, Muris y Smulders (2001) hallaron que las niñas 
manifiestan niveles de ansiedad social, así como de depresión, más altos que los 
niños, y que el orden de nacimiento representa un factor de riesgo importante ya 
que los hijos únicos y los primeros en nacer desarrollan menos síntomas de 
ansiedad de tipo social que sus congénitos. 
 
 Diferencias de género del trastorno 
 
Dentro de los trastornos mentales, los hombres y las mujeres suelen presentar 
algunos trastornos más frecuentemente que los caracterizan diferenciando el 
género. Por ejemplo, datos de encuestas recientes afirman que los tres principales 
trastornos mentales que presentan las mujeres son las fobias (específicas y 
sociales), seguidas del episodio depresivo mayor; y para los hombres, la 
dependencia al alcohol, los trastornosde conducta y el abuso de alcohol (sin 
dependencia) (Medina-Mora et al., 2003). 
 
En relación con estos problemas conductuales, la literatura de investigación 
refiere que frecuentemente los varones resultan más afectados que las niñas. Por 
ejemplo, Ison & Soria (1997 en Ison & Rodríguez, 1997), después de realizar un 
estudio en escuelas urbano-marginales, han sugerido que algunas de las 
conductas problema que se observan con mayor frecuencia en los niños que en 
las niñas de su misma edad son la agresividad física y verbal, la impulsividad, el 
negativismo, la conducta hiperactiva y la transgresión. Carlo, Raffaelli, Laible & 
Meyer (1999) y Mestre, Frías, Samper & Nacer (2003), con base en 
investigaciones, reafirman esta teoría respecto a la mayor agresividad masculina. 
Carlo et al. subrayan la influencia de los estilos de crianza de los padres en la 
modulación de la conducta agresiva de sus hijos. 
 
Al parecer estas diferencias de género se acentúan conforme se progresa en el 
desarrollo. Briggs-Gowan, Carter, Skuban & Horwitz (2001) realizaron un estudio 
con niños de 2 años de edad, en el que de acuerdo al CBCL/2-3 (Child Behavior 
Checklist for 2- and 3- year-Olds) (Achenbach, 1992), no se observan diferencias 
significativas de género en la aparición de problemas conductuales. Lo cual 
promueve la reflexión y da la pauta para investigar sobre el curso de este 
trastorno, durante el periodo de la infancia hasta la adolescencia, en un sexo y en 
otro. 
 
Por otro lado, el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales en 
su cuarta edición afirma que el trastorno disocial, especialmente el de tipo infantil, 
es mucho más frecuente en varones y que las diferencias entre sexos también se 
observan en tipos específicos de problemas comportamentales. La agresividad se 
expresa de distintas maneras. Los varones con diagnóstico de trastorno disocial 
incurren frecuentemente en robos, peleas, vandalismo y problemas de disciplina 
escolar, en tanto que las mujeres con diagnóstico de trastorno disocial tienden a 
las mentiras, el ausentismo escolar, las fugas, el consumo de drogas y la 
prostitución. Las mujeres tienden a practicar más comportamientos que no 
entrañan confrontación pues manifiestan su ira de forma distinta como con 
intrigas, calumnias, etc... mientras que los hombres enfrentan directamente en 
forma física y pasional. 
 
En síntesis, es importante destacar que al tratar con problemas 
psicopatológicos es indiscutible la importancia de la prevención, ya que ésta desde 
su nivel primario nos va a ayudar a difundir información, detectar y evitar posibles 
psicopatologías en el niño por medio de la detección de factores de riesgo y del 
mejoramiento de su medio ambiente. 
CAPÍTULO 2 
 
 PROBLEMAS DE CONDUCTA 
 
 
Características generales 
 
Entre los problemas y trastornos que afectan a los niños, los problemas de 
conducta resultan relativamente permanentes en relación con el paso del tiempo, 
incluso llegan a exacerbarse durante el desarrollo. Esta característica del trastorno 
disocial lo hace diferir de otros trastornos de la infancia que desaparecen en el 
transcurso del desarrollo del individuo. Es por esto que resulta importante trabajar 
con este tipo de niños desde temprana edad para evitar otros trastornos 
continuados, como conductas delictivas, alcoholismo, personalidad antisocial y 
trastornos psiquiátricos, así como, desajuste en la vida laboral, con la pareja y la 
vida social en general (Kazdin & Buela Casal, 1994). 
 
Roza, Hofstra, van der Ende & Verhulst (2003) afirman que existen 
diferentes patrones de desarrollo de los trastornos de ansiedad, así como del 
estado de ánimo, uno de los más significativos es la aparición de problemas de 
conducta en la infancia, pues éstos permanecen estables durante un periodo 
comprobado de 14 años desde la infancia hasta la adolescencia o la edad adulta 
joven. Por ejemplo, el trastorno de conducta que se caracteriza por romper reglas 
(disocial-oposicionista) en la infancia es un factor de riesgo importante que predice 
trastornos de ansiedad en mujeres adultas y trastornos del ánimo en hombres 
adultos (Hofstra , van der Ende & Verhulst , 2002). 
 
 
 
 
En el mismo sentido, Gartner & Whitaker-Azmitia (1996) afirman que una 
vez que la conducta antisocial se establece durante la infancia, el riesgo de que 
desemboque en un adulto con comportamientos antisociales aumenta 
dramáticamente, así como la lista de síntomas que se presentan aunados a este 
problema y la temprana edad de aparición del trastorno disminuye. 
 
Definición 
 
La definición de los problemas de conducta aún resulta controvertida entre 
los distintos autores. Existen variedad de posturas teóricas con las implicaciones y 
restricciones que éstas conllevan. Conducta disruptiva, trastorno de la conducta, 
agresividad, comportamiento delictivo, conducta externalizada, conducta 
antisocial, desorden de conducta son términos que utilizan comúnmente distintos 
autores, y surgen de diferentes enfoques. 
 
La conducta antisocial se refiere a cualquier tipo de conducta que refleje 
una violación de una regla o norma social y constituya un acto contra otros, 
independientemente de su gravedad. Este fenómeno incluye un amplio espectro 
de comportamientos, como destrucción de la propiedad, crueldad con individuos o 
animales, provocación de fuego, mentira, peleas o ataques físicos, robo, escapar 
del colegio o de la casa, cometer actos agresivos, etc... Como se puede observar, 
el trastorno disocial se refiere a un constructo que engloba conductas manifiestas 
y encubiertas (Cuevas, 2003). 
 
Loeber (1990) propone que una característica importante del trastorno de 
conducta es el “orden” o progresión de las diversas manifestaciones de 
comportamiento disruptivo y conducta antisocial desde la niñez hasta la 
adolescencia que se inician en el temperamento difícil, y continúan con 
hiperactividad, agresividad, aislamiento, relaciones inadecuadas con pares, 
dificultades académicas, asociación con pares desajustados, arrestos por 
delincuencia y reincidencia. 
 
El término “trastorno de conducta” hace referencia a los casos en que los 
niños o los adolescentes manifiestan un patrón de conducta antisocial y se 
caracteriza por la existencia de un deterioro significativo en el ajuste y 
funcionamiento diario en las áreas más importantes en las que se desenvuelve un 
niño, como son la escuela y la familia. También el trastorno de conducta se 
caracteriza por la existencia de conductas consideradas incontrolables por los 
familiares y personas que les rodean (Kazdin & Buela-Casal, 1994). 
 
 Por tanto, distintos autores han clasificado los problemas conductuales para 
dar orden y explicación a los mismos. 
 
 
Clasificación 
 
De acuerdo con Siegler y Osmond (1974) la historia de la psicopatología 
dentro de la psicología se puede relatar haciendo una división en 3 modelos 
principales que la describen. 
1.- Modelo Supernatural.- prevalece antes del siglo XVIII y asume que la 
psicología es un reflejo de una posesión del demonio sobre las personas, por lo 
tanto el responsable de la psicopatología en esa época eran los exorcismos. 
2.- Modelo Moral.- prevalece durante el siglo XVIII y a principios del siglo XIX, la 
psicopatología ahora es considerada como “conducta anormal” la cual es 
adoptada de forma voluntaria por el individuo, por lo tanto la forma de combatir la 
psicopatología era por medio de castigos. 
3.- Modelo Médico.- emerge en el siglo XIX y supone que la psicopatología es 
producto de causas naturales que pueden identificarse por medio de técnicas y de 
la investigación científica. Por lo tanto el responsable de combatir la psicopatología 
es un buen diagnóstico basado en un sistema validado científicamente y un 
tratamiento de rehabilitación donde se empleen métodos y técnicas 
científicamenteprobadas. Es importante mencionar que el modelo médico no 
congenia con la idea de que la psicopatología es únicamente el producto de una 
condición biológica anormal o que ésta debiera de ser tratada sólo a base de 
medicamentos y cirugías. 
 
El modelo médico nos brinda la oportunidad de unir dos ciencias sociales 
como son la psicología con la sociología en el proceso de la comprensión de la 
naturaleza, etiología, tratamiento y prevención de la psicopatología. 
Desde el punto de vista de la psiquiatría Kraepelin y Diefendorf (1907) en 
relación con el diagnóstico de los trastornos mentales propusieron que las 
enfermedades similares producen síntomas idénticos, anatomía patológica 
idéntica, así como la etiología idéntica de las mismas. Kraepelin propuso que si se 
tiene un conocimiento comprensivo de alguno de estos tres campos (anatomía 
patológica, sintomatología o etiología) por lo menos se tendría una clasificación 
uniforme y estándar de los trastornos mentales. De esta forma todas las 
clasificaciones podrían coincidir con exactitud. En casos de trastornos mentales 
originados por las mismas causas forzosamente deben presentar los mismos 
síntomas y las mismas características anatómicas patológicas. 
Estos autores dividieron las enfermedades mentales en 15 categorías, 
algunas de las cuales actualmente nos parecen familiares, como son la demencia 
precoz (renombrada como “esquizofrenia”), maniaco-depresivo (desorden afectivo 
unipolar y bipolar), paranoia, neurosis psicogénica, personalidad psicópata y 
síndromes de desarrollo mental defectuoso (retraso mental). Lo que Kraepelin hizo 
por la psicosis, Pierre Janet lo hizo más tarde por la neurosis (Havens, 1966), y 
distinguió entre “histeria” (hoy desórdenes disociativos y de conversión) y 
psicastenia (trastornos de ansiedad, trastornos obsesivo-compulsivo e 
hipocondriasis). 
 
 
Paradójicamente, la propuesta de Kraepelin efectivamente justifica el 
diagnóstico basado en síntomas, es decir, justamente lo que el trató de evitar, es 
lo que los profesionales de la salud mental continuaron haciendo por más de un 
siglo. Así, los predecesores del DSM, como el “Statistical Manual for the Use of 
Institutions for the Insane (Grob, 1991) y el War Department Medical Bulletin 
(Houts,2000) quienes se llevaron mucho tiempo enlistando trastornos mentales, 
trataban de demostrar con fundamentos biológicos la existencia de los trastornos 
mentales. Actualmente el diagnóstico se lleva a cabo basándose en síntomas y no 
en la anatomía patológica pues, encontrar datos exactos con patologías orgánicas 
resulta casi imposible, así como los datos respecto a la etiología regularmente son 
muy difíciles de obtener. Por ejemplo en la distinción entre psicosis y neurosis, 
esquizofrenia y trastorno maniaco depresivo o entre la fobia y el trastorno obsesivo 
compulsivo, todos los clínicos obtienen síntomas para poder diferenciarlos. 
Asimismo, mientras la primera edición del Manual Estadístico y Diagnóstico 
de Desórdenes Mentales (DSM-I; American Psychiatric Association, 1952) pudo 
estar cimentado en conceptos psicoanalíticos y psicosociales, el diagnóstico siguió 
basándose en listas de signos y síntomas. Lo mismo sucedió con la segunda 
edición (DSM-II; American Psychiatric Association, 1968). El hecho es que estas 2 
primeras ediciones del DSM dieron a los profesionales de la salud mental una muy 
valiosa guía sobre la forma en que se llevaría a cabo el diagnóstico en la 
actualidad. A partir de éstas, varios grupos unieron esfuerzos y realizaron 
investigaciones para obtener como resultado la tercera y cuarta edición del Manual 
Estadístico y Diagnóstico de Desórdenes Mentales (DSM-III, DSM-III-R y DSM-IV; 
American Psychiatric Association, 1980, 1987, 1998). 
La clasificación de los trastornos que se refieren a la conducta también 
podría asegurarse que es controvertida y diversa ya que diferentes autores y 
publicaciones tratan de buscar la mejor descripción de la misma que englobe los 
síntomas y características más representativas de los criterios que se empleen 
para tipificar los trastornos. Generalmente, los síntomas y manifestaciones se han 
clasificado, de acuerdo con dos enfoques fundamentales, el categórico y el 
dimensional. 
 
Son pocos los autores que debaten esta controversia sobre los problemas 
causados por el hecho de que el DSM utiliza una clasificación categórica en 
oposición al sistema dimensional de clasificación que otros usan. 
 
En el sistema de clasificación categórico, para delimitar si un individuo tiene 
o no un trastorno mental específico se utilizan ciertos criterios o síntomas, 
tomando en cuenta la presencia o ausencia de éstos en las conductas de la 
persona. 
 
El DSM reconoce que esto no es un método enteramente satisfactorio pero 
considera que un sistema dimensional, o uno que tiene en cuenta las 
manifestaciones parciales de la enfermedad y variando los grados de la gravedad, 
no son posibles en este momento. Además de que el uso de categorías ayuda a la 
comunicación adecuada entre disciplinas (psiquiatras y psicólogos) para poder 
establecer criterios comunes de clasificación. 
 
 Esto resulta un problema particular para aquéllos que trabajan con niños y 
adolescentes, en quienes, por su naturaleza suele ser común que se presenten 
características parciales o incompletas de trastornos psiquiátricos comunes 
(Flaherty, 2002). 
 
Un sistema categórico fuerza a los clínicos a usar un punto de corte e incluir 
o excluir, por lo que corre el riesgo de estigmatizar al paciente. Esto es 
especialmente importante en el caso de un trastorno con una categoría como el 
desorden de conducta. Por ejemplo un joven que entra en acciones secundarias 
de romper reglas podría recibir el mismo diagnóstico que uno que mata, si cumple 
con el diagnóstico (Flaherty, 2002). 
 
Se ha propuesto que las disciplinas que estudien el comportamiento 
favorezcan las relaciones lineales y continuas sobre las relaciones no lineales y 
categóricas, ya que las mediciones empíricas que se obtienen de relaciones 
continuas pueden fácilmente manipularse estadísticamente (Angel de Grieff, 
Gaviria & Restrepo, 2003). En el caso de los problemas de conducta el problema 
es aún más grave pues se ha prestado a controversias. 
 
Por ejemplo, Ángel et al., 2003 propone que la clasificación de este trastorno, 
principalmente gira en torno a 3 formas de conceptuación: 
1. Los desórdenes de conducta y conducta oposicionista son dos categorías 
enteramente distintas y excluyentes. 
2. Son expresiones más o menos graves de la misma etiología, y que algunas 
personas progresen de conductas menos graves (oposicionista) a más 
graves (desorden de conducta) con el transcurso del tiempo. 
3. Los dos se refieren a desórdenes distintos con etiologías parcialmente 
relacionadas. 
 
Esta discusión ha llevado a clínicos e investigadores a cuestionarse si los 
problemas de conducta deben conceptuarse en términos de una sola o de 
múltiples dimensiones. 
 
Los estudios que se han realizado desde la perspectiva dimensional 
documentan una o más dimensiones de los problemas de conducta, que a su vez 
son conductas interrelacionadas, y que varían a lo largo de dichas dimensiones 
(Achenbach & Edelbrock, 1978). 
 
A continuación se presenta una descripción de las principales clasificaciones 
del trastorno, así como las más comunes en el ámbito de la psicología clínica. 
 
 
 
 Clasificación según el DSM-IV 
 
El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales en su versión 
número cuatro (American Psychiatric Association, 1998) brinda una clasificación 
de tipo categórica que pretende que los trastornos cumplan con una serie de 
descripciones y síntomas para que éste sea diagnosticable. 
 
En el caso de los trastornos conductuales, el DSM-IV los agrupa dentro de la 
categoría titulada “Trastornos por déficit de atencióny comportamiento 
perturbador”, la cual a su vez forma parte de la subcategoría llamada 
“Trastornos de inicio en la infancia, la niñez o la adolescencia”. Existen tres 
trastornos que pueden considerarse en la rama de los desórdenes de conducta, y 
el DSM-IV los refiere como: 
1. Trastorno disocial (Conduct disorder) 
2. Trastorno negativista desafiante 
3. Trastorno de comportamiento perturbador no especificado 
 
1.- Trastorno Disocial (Conduct disorder).- La característica esencial del 
trastorno disocial es un patrón de comportamiento persistente y repetitivo en el 
que se violan los derechos básicos de los otros o importantes normas sociales 
adecuadas a la edad del sujeto. Estos comportamientos se dividen en cuatro 
grupos: 
 Comportamiento agresivo que causa daño físico o amenaza con él a 
otras personas o animales, 
 Comportamiento no agresivo que causa pérdidas o daños a la 
propiedad, 
 Fraudes o robos y 
 Violaciones graves de las normas. 
El patrón de comportamiento suele presentarse en distintos contextos como el 
hogar, la escuela o la comunidad. El DSM-IV sugiere que se tomen en cuenta 
las opiniones y observaciones de las personas que se relacionan con los 
sujetos en estos ámbitos, ya que tienen una visión objetiva de la situación y el 
comportamiento de la persona afectada con el trastorno. 
 
Tipos: 
*Según la edad de inicio 
 Tipo de inicio infantil: se inicia por lo menos una de las características criterio de 
trastorno disocial antes de los 10 años de edad 
 
Tipo de inicio adolescente: ausencia de cualquier característica criterio de 
trastorno disocial antes de los 10 años de edad 
 
 
*Según la gravedad 
Leve: pocos o ningún problema de comportamiento exceden de los requeridos 
para establecer el diagnóstico y los problemas de comportamiento sólo causan 
daños mínimos a otros 
Moderado: el número de problemas de comportamiento y su efecto sobre otras 
personas son intermedios entre «leves» y «graves» 
Grave: varios problemas de comportamiento exceden de los requeridos para 
establecer el diagnóstico o los problemas de comportamiento causan daños 
considerables a otros. 
 
2.- Trastorno Negativista Desafiante.- La característica esencial del trastorno 
negativista desafiante es un patrón recurrente de comportamiento negativo, 
desafiante, desobediente y hostil, dirigido a las figuras de autoridad, que persiste 
por lo menos durante 6 meses. Los comportamientos negativistas y desafiantes se 
expresan en forma de terquedad persistente, resistencia a las órdenes y renuencia 
a comprometerse, ceder o negociar con adultos o compañeros. 
 
 
3.- Trastorno de comportamiento perturbador no especificado.- Esta categoría 
incluye trastornos caracterizados por un comportamiento negativista desafiante 
que no cumple los criterios de trastorno disocial ni de trastorno negativista 
desafiante. Por ejemplo, incluye cuadros clínicos que no cumplen todos los 
criterios ni de trastorno negativista desafiante ni de trastorno disocial, pero en los 
que se observa deterioro clínicamente significativo. 
 
 Clasificación dimensional según Achenbach 
 
Achenbach en su instrumento de medición denominado Child Behavior Check 
List (CBCL) en su versión del año 2001, hace una clasificación dimensional de los 
trastornos conductuales. Regularmente él acostumbra clasificar de esta forma 
todas las versiones de sus instrumentos, en la versión más reciente del CBCL, 
ofrece una salida categórica. Esto lo hace para mejorar la comunicación entre 
psicólogos y psiquiatras en cuestiones de unificación de conceptos. Por lo tanto 
Achenbach subdivide a los trastornos en 2 grandes dimensiones: 
1. Conducta internalizada o sobrecontrolada: Este grupo contiene los 
problemas internos que puede presentar un niño, los cuales lo llevan a 
actuar de forma antisocial. Caracterizada por aislamiento, disforia y 
ansiedad. Dentro de esta clasificación, Achenbach identifica 6 factores que 
son: 
• Ansioso/ Depresivo 
• Aislado/ Deprimido 
• Quejas Somáticas 
• Problemas Sociales 
• Problemas de Pensamiento 
• Problemas de Atención 
 
2. Conducta externalizada o subcontrolada: Es un grupo de factores que 
representan comportamientos externos o manifiestos de un niño que se 
consideran antisociales y que afectan su entorno inmediato (familia, 
escuela). Caracterizada por implusividad, desafío, agresividad, rasgos 
antisociales y exceso de actividad. Estos se dividen en 3 subgrupos que 
describen las conductas del niño, los factores son: 
• Conducta de Romper Reglas 
• Conducta Agresiva 
• Otros Problemas 
 
Ya que la literatura ofrece distintos términos para clasificar dicho trastorno, 
para efectos de este estudio se consideraron “los problemas de conducta” para 
referirnos al mismo, tomando en cuenta dentro de estos a los síntomas 
considerados por Achenbach en su clasificación dimensional en los cuales los 
engloba. Estos son: 
1.- Conducta agresiva 
2.- Conducta de romper reglas 
 
 
Comorbilidad 
 
Los problemas conductuales suelen relacionarse con otros trastornos 
principalmente, debido a la concepción categórica prevalente. Al establecer puntos 
de corte arbitrarios, se encuentra la co-ocurrencia de varios diagnósticos en forma 
simultánea. Esto es especialmente cierto para los trastornos asociados con el 
comportamiento agresivo y la conducta de romper reglas. 
 
En la misma de investigación, Bartels et al. (2003) Realizaron una 
investigación en donde estudiaron la co-ocurrencia entre la conducta agresiva y la 
conducta de romper reglas. Encontraron que del 50 al 60% de los niños 
diagnosticados con conducta agresiva también lo son con la conducta de romper 
reglas y viceversa. 
 
El Manual de Trastornos Diagnóstico y Estadístico en su cuarta versión 
afirma que el trastorno disocial se puede asociar con uno o más trastornos 
mentales como: trastornos del aprendizaje, trastornos de ansiedad, trastornos del 
estado de ánimo y trastornos relacionados con sustancias. También nos informa 
que el trastorno disocial puede asociarse, en algunos casos, con un nivel 
intelectual inferior al promedio, por lo que regularmente los niños con este 
diagnóstico presentan bajo rendimiento académico y sobre todo habilidad verbal 
deficiente. Estas características se relacionan con el surgimiento de diagnósticos 
adicionales como trastorno del aprendizaje o de la comunicación. De la misma 
forma, uno de los trastornos que más comúnmente se asocian con los problemas 
de conducta es el trastorno por déficit de atención con hiperactividad. 
 
Existen características personales que frecuentemente se han relacionado 
con el trastorno disocial de la personalidad, como son: escasa tolerancia a la 
frustración, irritabilidad, arrebatos emocionales e imprudencia. Estas conductas 
pueden dar lugar a otros comportamientos que se vinculan con una persona con 
problemas conductuales, como puede ser el inicio temprano de la actividad sexual, 
la ingestión de bebidas alcohólicas, el tabaquismo, el abuso de sustancias y la 
incursión en actos temerarios, peligrosos o delincuentes. De la misma forma, se 
convierte en un círculo vicioso, pues el hecho de consumir drogas y alcohol 
frecuentemente aumenta el riesgo de que se exacerbe el trastorno, por el efecto 
desinhibidor de algunas sustancias, el cual los hace actuar de manera antisocial o 
fuera de la realidad. 
 
Epidemiológicamente los trastornos conductuales resultan un problema que 
concierne a la sociedad, ya que sus altos porcentajes de incidencia así lo señalan, 
y en especial, al núcleo de la misma que es la familia, en donde el niño vivirá 
situaciones que lo llevarán a incrementar o bien disminuir y hasta extinguir las 
conductas problemáticas. 
 
 
 
 
Epidemiología 
 
La salud mental representa un problema social con grandes repercusiones 
en muchos aspectos. Sin salud mental, no puede haber bienestar individual o 
familiar, educaciónni producción. Los problemas emocionales y adaptativos, 
permean y perturban toda actividad humana o en el peor de los casos la llegan a 
destruir. Es por esto que los problemas de salud mental representan un alto costo 
en términos de salud pública, bienestar, productividad y recursos financieros para 
un país (Hernández-Guzmán & Sánchez-Sosa, 1991). La conducta antisocial se 
reconoce como uno de los trastornos mentales mas costosos económica y 
socialmente (Kazdin & Buela-Casal, 1994). 
 
En el 2003 Medina-Mora y sus colaboradores llevaron a cabo una encuesta 
nacional de epidemiología psiquiátrica en México, la cual forma parte de la 
iniciativa 2000, de la Organización Mundial de la Salud en Salud Mental. 
Encontraron datos que corroboran que al analizar los trastornos individuales, las 
fobias específicas son las más comunes (7.1% alguna vez en la vida), seguidas 
por los trastornos de conducta (6.1%), la dependencia al alcohol (5.9%), la fobia 
social (4.7%) y el episodio depresivo mayor (3.3%). 
 
La ansiedad de separación (mediana de inicio de 5 años) y el trastorno de 
atención (6 años) son los dos padecimientos que inician a más temprana edad. La 
fobia específica (7 años), seguida por los problemas de conducta (8 años), 
aparecen después. Para los trastornos de la vida adulta, los trastornos de 
ansiedad se reportaron con edades de inicio más tempranas, seguidos por los 
trastornos afectivos y por los trastornos por uso de sustancias. 
 
En esta misma encuesta epidemiológica los autores encontraron que 
solamente uno de cada diez sujetos con un trastorno mental en México reciben 
atención, sólo uno de cada cinco con dos o más trastornos reciben atención, y 
sólo uno de cada diez con tres o más trastornos obtuvieron atención. Estos datos, 
sugieren los autores, apoyan la necesidad de incrementar los esfuerzos orientados 
a hacer más disponibles los servicios y de acercar a la población a ellos. 
 
Los trastornos de conducta son una de las causas más frecuentes por las 
que un padre suele referir a su propio hijo hacia un tratamiento clínico, ya que se 
asocian con la ansiedad de los padres, al verse involucrados en los problemas 
sociales que representa el hecho de que su hijo no se comporte adecuadamente 
en los diferentes ámbitos como la escuela y dentro del mismo núcleo familiar. 
Según el DSM-IV, el trastorno del comportamiento provoca deterioro clínicamente 
significativo de la actividad social, académica y/o laboral. 
 
 La frecuencia de la aparición de los trastornos de conducta en los niños 
varía considerablemente dependiendo de ciertas variables sociodemográficas 
como la edad, el sexo, el estatus socioeconómico, etc… Cálculos recientes sobre 
la frecuencia de aparición de los trastornos de conducta en niños nos dicen que 
varían entre un 2% a un 6% en la población en general. Los índices de incidencia 
de conductas específicas que desembocan en problemas conductuales resultan 
extraordinariamente elevados cuando se analizan los informes de éstas. Por 
ejemplo, en un estudio realizado entre jóvenes de entre 13 y 18 años, se hallaron 
los siguientes datos de incidencia de conductas antisociales (Kazdin & Buela-
Casal, 1994): 
 
Conducta específica antisocial Porcentaje de incidencia 
Más de un tipo de conducta antisocial 
(agresividad, consumo de drogas, vandalismo)
60% 
Hurtar 50% 
Destruir propiedades 45% 
Asaltar 35% 
 
 
 
Se considera que los trastornos de conducta en niños son un problema 
grave, con un alto costo social (Kazdin & Buela-Casal, 1994). Los problemas 
conductuales del tipo “externos o externalizados”, según el CBCL (Child Behavior 
Checklist) (Achenbach & Rescorla, 2001), implican conductas como la violencia, la 
agresividad y el oposicionismo, comportamientos que se han acrecentado en los 
jóvenes expuestos a la violencia en distintas partes del mundo. En 2003, Schiff y 
McKernan realizaron un estudio con una muestra de niños afroamericanos 
urbanos, entre 9 y 11 años, y sus madres. Encontraron que el 40% de estos niños 
presentaban un puntaje en la escala de problemas de conducta externalizados 
que excedía el punto de corte que señala el instrumento. El 17% de estos mismos 
excedieron el punto de corte en relación con la escala de agresividad y un 40.4% 
presentaron puntajes que indicaban niveles altos relacionados con delincuencia. 
Estos datos sugieren un alto índice de incidencia en la población joven. 
 
 
Incidencia y prevalencia 
 
La epidemiología tiene entre uno de sus objetivos primordiales el estudio de la 
distribución y los determinantes de las diferentes enfermedades. Medir y 
cuantificar las enfermedades o trastornos psicológicos nos ayuda a comparar las 
frecuencias de enfermedad entre diferentes poblaciones o entre personas con o 
sin una exposición o característica dentro de una población determinada. 
 
La medida más elemental de frecuencia de una enfermedad, o de cualquier 
otro evento en general, es el número de personas que la padecen. Sin embargo, 
dicha medida por sí sola carece de utilidad para determinar la importancia de un 
problema de salud determinado, pues debe referirse siempre al tamaño de la 
población de donde provienen los casos y al periodo de tiempo en el cual éstos se 
identificaron. Para este propósito, la investigación epidemiológica suele trabajar 
con diferentes tipos de fracciones que permiten cuantificar correctamente el 
impacto de una determinada enfermedad: proporción, razón y tasa (Pita, Pértegas 
& Valdés, 2004). 
 
Las medidas de frecuencia de enfermedad más comúnmente utilizadas se 
engloban en dos categorías: Prevalencia e Incidencia. Pita et al. (2004) las 
describen de la siguiente forma: 
 
La prevalencia cuantifica la proporción de individuos de una población que 
padecen una enfermedad en un momento o periodo de tiempo determinado. 
La prevalencia de un problema de salud en una comunidad determinada suele 
estimarse a partir de estudios transversales para determinar su importancia en un 
momento concreto, y no con fines predictivos. 
 
La incidencia se define como el número de casos nuevos de una 
enfermedad que se desarrollan en una población durante un período de tiempo 
determinado. Existen dos tipos de medidas de incidencia: la incidencia acumulada 
y la tasa de incidencia, también denominada densidad de incidencia. 
 
La incidencia acumulada es la proporción de individuos sanos que 
desarrollan la enfermedad a lo largo de un período de tiempo concreto. La 
incidencia acumulada proporciona una estimación de la probabilidad o el riesgo de 
que un individuo libre de una determinada enfermedad la desarrolle durante un 
período específico de tiempo. 
 
La tasa de incidencia o densidad de incidencia es la estimación más 
precisa ya que utiliza toda la información disponible. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 Relación entre incidencia y prevalencia 
 
Prevalencia e incidencia son conceptos a su vez muy relacionados. La 
prevalencia depende de la incidencia y de la duración de la enfermedad. Si la 
incidencia de una enfermedad es baja pero los afectados tienen la enfermedad 
durante un largo período de tiempo, la proporción de la población que tenga la 
enfermedad en un momento dado puede ser alta en relación con su incidencia. 
Inversamente, si la incidencia es alta y la duración es corta, ya sea porque se 
recuperan pronto o fallezcan, la prevalencia puede ser baja en relación a la 
incidencia de dicha patología. 
 
De las consideraciones anteriores se deduce que la prevalencia carece de 
utilidad para confirmar hipótesis etiológicas, por lo que resulta más adecuado 
trabajar con casos incidentes. Los estudios de prevalencia pueden obtener 
asociaciones que reflejen los determinantes de la supervivencia y no las causas 
de la misma, conduciendo a conclusiones erróneas. No obstante, su relación con 
la incidencia permite que en ocasiones pueda utilizarse como una buena 
aproximacióndel riesgo para evaluar la asociación entre las causas y la 
enfermedad. 
 
Los problemas de conducta externalizados en niños afectan de manera 
importante su vida y su funcionamiento en general, su entorno social, la escuela y 
la familia. Briggs-Gowan, et al. (2001) realizaron un estudio con niños de 2 años 
de edad, en el que de acuerdo con el CBCL/2-3 (Child Behavior Checklist for 2- 
and 3- year-Olds) (Achenbach, 1992) encontraron un 6.7% de problemas de 
conducta internalizados, un 9.3% de problemas externalizados y un 6.0% de 
problemas totales. Estas cifras ilustran la mayor prevalencia de los problemas de 
conducta externalizados en niños, en comparación con los demás problemas 
conductuales y, por tanto, la importancia de seguir estudiando este trastorno en 
específico. 
 
Así también el DSM-IV afirma que la prevalencia del trastorno disocial al 
parecer ha aumentado durante las últimas décadas, pudiendo ser más elevada en 
los núcleos urbanos que en las zonas rurales. Es necesario seguir investigando 
las razones por las que se desarrolla un problema conductual, como pudieran ser 
la influencia del medio ambiente social, la predisposición genética y la crianza que 
se ejerce en la familia en la que se desarrolla el niño. 
 
Las tasas de incidencia del trastorno disocial varían ampliamente en función 
de la naturaleza de la población estudiada y los métodos de análisis: en los 
varones de edad inferior a 18 años las tasas oscilan entre el 6 y el 16 %; en las 
mujeres las tasas se mueven entre el 2 y el 9 %. El trastorno disocial es uno de los 
más frecuentemente diagnosticados en los centros de salud mental para niños 
tanto en régimen ambulatorio como en hospitalización (DSM-IV, American 
Psychiatric Association, 1998). 
 
Achenbach, en su clasificación de los trastornos conductuales de la infancia 
ubica dentro del trastorno de conducta a la conducta de romper reglas así como a 
la conducta agresiva. Bartels et al afirman que la prevalencia de dichos 
comportamientos antisociales (romper reglas y agresividad) se encuentra dentro 
del rango de 6 a 7% tanto en niños como en niñas en edad escolar. 
 
 
Etiología 
 
Los problemas de conducta resultan muy frecuentes en todas partes del 
mundo. Estos se presentan en diversas etapas de desarrollo del ser humano, por 
lo cual resulta de gran importancia prevenir e intervenir desde etapas tempranas 
su surgimiento. Con el transcurso del tiempo, es probable que las condiciones que 
los hicieron aparecer sigan vigentes y hagan que éstos se exacerben. 
 
De entre los desórdenes mentales en la infancia y adolescencia, el trastorno 
de conducta es uno de los trastornos que más prevalecen y más difíciles de tratar. 
En la mayoría de los casos los problemas de conducta en la infancia se remiten a 
la adolescencia. Rara vez los casos de problemas conductuales en adolescentes y 
los casos de adultos con personalidad antisocial inician sin antes haber dado 
señales de advertencia durante la infancia (Bierman, 1996). 
 
En la clasificación del trastorno de conducta se mencionan 2 subtipos: los 
que surgen en la infancia y los que surgen en la adolescencia. El trastorno de 
conducta infantil que no se trata a tiempo tiene un pronóstico poco alentador. Las 
conductas que resultan típicas de un problema de conducta infantil son: 
agresividad, destrucción de la propiedad y relaciones entre pares deficientes. En el 
40% de los casos, el desorden de conducta que surge en la infancia desemboca 
en un desorden antisocial de la personalidad en el adulto (Kazdin, 1995). 
 
El trastorno de conducta en la adolescencia debe considerarse dentro del 
contexto social en el que se presenta. Por ejemplo, los adolescentes que 
presentan este tipo de problemática como parte de una cultura de bandas o 
pandillas o para cubrir necesidades básicas de supervivencia, como robar comida, 
se encuentran psicológicamente menos dañados que aquéllos con historias de 
conductas disruptivas desde temprana edad. Además, los problemas de conducta 
que surgen en la niñez como faltar a la escuela, robar tiendas o huir de ciertas 
situaciones o lugares, en el contexto de una familia estresante para el niño, 
pueden superarse si se le brinda un apoyo y una estructura apropiada (Searight, 
Rottnek & Abby, 2001). 
 
La historia de la controversia sobre la etiología de los trastornos conductuales 
resulta larga y con propuestas variadas e importantes sobre la misma. Dicha 
discusión trata de responder a la pregunta: “¿Se debe a factores genéticos y 
congénitos, a factores ambientales, o bien, a ambos interactuando?”, se ha 
tratado de resolver este cuestionamiento mediante diversas explicaciones de los 
estudiosos del tema: 
 
1.- Factores congénitos 
Los niños con problemas de conducta pueden haber heredado un sistema 
nervioso autónomo disminuido en sus capacidades, requiriendo mayor 
estimulación del mismo para alcanzar sus máximas potencialidades. Este mismo 
factor hereditario puede influir en que en el niño impere la sensación de buscar 
actividad constante, asociando esto con su trastorno conductual (Lahey, Hart, 
Pliszka, Applegate & McBurnett, 1993). 
Uno de los factores más importantes a considerar en la etiología del 
desarrollo del trastorno conductual son los momentos de desarrollo pre y posnatal. 
La anoxia intrauterina y perinatal, así como la ingesta de alcohol y drogas durante 
el embarazo modifican el desarrollo del cerebro en los seres humanos. Aunado a 
esto, la exposición del bebé a neurotoxinas intrauterinas podría explicar la 
patogénesis del trastorno por déficit de atención, el cual tiene una relación 
comorbida con trastornos como el de agresividad y las conductas disruptivas 
(Eichelman & Hartwig, 1996). 
 
2.- Factores genéticos 
 
Por otro lado existen las teorías que afirman que la etiología del trastorno se 
debe a las características fisiológicas de la persona. 
 
Actualmente existen corrientes de investigación que afirman que los 
neurotransmisores juegan un papel muy importante en la presencia de conductas 
agresivas en las personas. Se ha encontrado que el neurotransmisor más 
involucrado en este comportamiento es la serotonina (Lahey et al., 1993).Por 
ejemplo se relaciona el surgimiento de conductas del tipo disruptivo con un 
funcionamiento serotonérgico anormal. En relación con esto, existen datos que 
apoyan la existencia de una concentración inusualmente baja del principal 
metabolito de la serotonina (5-hydroxyindoleacetic acid 5-HIAA) en el fluído 
cerebro espinal. Se presenta en niños muy agresivos con sus pares y hostiles 
hacia sus propias madres, que disfrutan de torturar a los animales, y que 
presentan conductas disruptivas. Incluso se ha encontrado en individuos 
encarcelados por cometer agresiones y daño en propiedad ajena (Kruesi, et 
al.,1990). 
 
3.- Factores ambientales 
 
El medio que nos rodea suele jugar un papel muy importante de influencia 
para el desarrollo del ser humano en general. Durante toda la vida convive con 
factores ambientales que matizan sus sentimientos, pensamientos y conductas. 
 
El surgimiento del trastorno disocial o problemas conductuales en el ser 
humano resulta aún un tema de investigación muy controvertido, ya que distintas 
teorías han buscado llegar a la razón verdadera del por qué surge este trastorno. 
Algunas se inclinan hacia la razones fisiológicas, mientras otras prefieren pensar 
que se debe a la influencia del medio ambiente durante el desarrollo. Lo cierto es 
que esta controversia está siempre presente, sin embargo, la influencia de ambos 
con un peso equivalente, es la explicación más socorrida en la actualidad en 
términos de desarrollo humano y psicológico: natura vs nurtura. Novak (1998) 
propone en su teoría del desarrollo conocida como Teoría Conductual de Sistemas 
(TCS) que el desarrollo humano debe considerarse 100% nurtura y 100% natura. 
El desarrollohumano se ocupa de los cambios en las relaciones que existen entre 
organismo y ambiente a lo largo de la vida. Las teorías contemporáneas del 
desarrollo comparan el desarrollo con la evolución. En tanto que la evolución 
estudia los cambios en las especies, la psicología del desarrollo explora los 
cambios en los individuos. Por lo tanto, el cambio es un concepto clave 
íntimamente relacionado con el proceso del desarrollo, y también con la 
explicación sobre cómo se desarrolla la psicopatología. Los esfuerzos por explicar 
cómo ocurre el cambio se han tomado prestados de la teoría de la evolución. 
Tanto el cambio evolutivo, como el cambio conductual durante el desarrollo, se 
han explicado mediante la selección natural. 
 
Los niños se enfrentan constantemente a cambios y retos del medio 
ambiente. Al respecto, Hernández-Guzmán (2004) dice que el niño, al verse 
confrontado con cada nuevo episodio de interacción con el ambiente, trae a esta 
relación emociones, cogniciones y conductas determinadas por sus experiencias 
previas. La selección por consecuencias es, por lo tanto, el mecanismo que 
explica cómo es que sólo algunas de la gran diversidad de relaciones interactivas 
entre el niño y su ambiente continuarán desarrollándose y diversificándose, en 
tanto que otras desaparecerán. 
 
La Teoría Conductual de Sistemas (TCS) menciona que las conductas 
complejas surgen de la combinación de muchas conductas simples y de eventos 
que se presentan en el ambiente. De esta forma surge el aprendizaje con 
pequeños y constantes cambios. Los principios de los sistemas dinámicos 
sugieren que procesos simples se combinan para producir secuencias complejas, 
así, el complejo comportamiento humano emerge de la convergencia de causas 
simples, pero múltiples (Novak, 1998). Es por esto que ciertas áreas como la 
competencia social y el afrontamiento emergen de eventos simples que se han 
vivido en el hogar. Al enfrentarse el niño al ambiente social necesita poner en 
práctica el cúmulo de experiencias y herramientas que ha adquirido. 
 
De acuerdo con estos mismos principios del desarrollo de la conducta 
normal, la conducta desviada y la psicopatología evolucionan de la misma forma a 
lo largo de la vida de la persona. Los enfoques contemporáneos del desarrollo 
pueden ofrecer una explicación de cómo se desarrolla la psicopatología. Esta 
perspectiva actual de desarrollo propone una influencia bidireccional entre 
variables biológicas y ambientales o contextuales (Hernández-Guzmán, 2004). 
 
Estas conductas, ya sean disfuncionales o adaptativas resultan de la 
interacción de la persona con su medio ambiente y de la selección natural de 
estas conductas. Es desde el momento de la concepción que las personas están 
en contacto con su medio más próximo, el cual en la niñez normalmente es el 
sistema familiar y a lo largo de la vida van integrándose factores influyentes que 
pueden o no superar a la familia, como por ejemplo los amigos durante la 
adolescencia (Hernández-Guzmán, 2004). 
 
La conducta social de las personas se comprende mejor cuando se tienen 
en cuenta los factores del contexto social en que tiene lugar. Los problemas de 
conducta durante la infancia se exacerban a lo largo del desarrollo social de los 
individuos, si se toma en cuenta que los niños pequeños se desarrollan en dos 
ámbitos principales que son la familia y la escuela. Así los niños tienen una fuerte 
necesidad de aceptación social de sus coetáneos dentro del ámbito escolar. 
 
Las secuelas a mediano plazo de los problemas de conducta son el rechazo 
de los compañeros de la escuela y, a largo plazo, la delincuencia. Es en el ámbito 
escolar en donde las conductas disruptivas se despliegan con mayor frecuencia, y 
provocan malestar generalizado en los demás, situaciones de contraagresión, 
rechazo por parte de los maestros y alumnos, disminución del rendimiento 
académico del grupo, desmotivación del docente, descontrol de la disciplina del 
grupo, entre otras (Ison & Rodríguez, 1997). Varias intervenciones preventivas se 
han dirigido a atacar dicho problema, y han proporcionado estrategias de 
interacción familiar para los padres de niños con problemas de conducta. Han 
resultado ciertamente exitosas para mejorar las relaciones padres-hijos 
(Hernández-Guzmán, 1999). 
 
 Los problemas de conducta externalizados propician que los niños 
desarrollen problemas de otro tipo, pues la vida escolar, como segundo agente 
socializador, llevará al niño a vivir situaciones que pondrán a prueba su 
autoestima, su capacidad de afrontamiento y de ajuste en general. Enfrentar las 
diversas situaciones de interacción con un repertorio conductual asertivo, 
incrementaría la autoconfianza y la popularidad, lo que favorecería, el bienestar 
emocional y social del niño (Ison & Rodríguez, 1997). 
 
El proceso mediante el cual la familia moldea en cada uno de sus miembros 
la conducta, valores, metas y motivos que la cultura a la que pertenece consideran 
apropiados, se ha llamado socialización. La socialización se considera parte de la 
adaptación biológica, ya que los individuos que se consideran más hábiles 
socialmente tienen mayor probabilidad de sobrevivencia; se considera esta 
habilidad social como un conjunto de componentes cognoscitivos, afectivos y 
conductuales (Hernández-Guzmán, 1999). 
 
La investigación en general se ha preocupado por explicar a los fenómenos 
sociales. Los estilos de crianza obedecen a una parte importante de la 
socialización de un individuo, ya que la familia es el núcleo social primario en el 
que se vive. De la misma forma los problemas conductuales obedecen también a 
factores sociales que influyen en el desarrollo de éstos. Pero los individuos 
mismos resultan moldeados también por sus factores internos, por lo que Lozano, 
González y Carranza (2004) sugieren que la autorregulación emocional a una 
edad temprana, como la infancia, resulta relevante en el momento de explicar al 
ajuste social en etapas posteriores. 
 
Estos estilos de crianza cambian de acuerdo con la sociedad en la que se 
desenvuelva la familia, incluyen los valores y costumbres de la misma, incluso los 
estilos de crianza varían de familia a familia aún cuando éstas se rijan por los 
mismos patrones sociales. Zayas & Solari (1994) argumentan que incluso las 
conductas, tanto de los niños como de los padres, pueden ser resultado de 
procesos de socialización diferentes. 
 
 
Por otro lado existen las posturas que afirman que el medio ambiente social 
es el que contribuye al desarrollo de los problemas conductuales. Esta teoría ha 
recibido apoyo de un estudio realizado por Briggs-Gowan et al. (2001) con 
participantes étnica y socio-económicamente diversos en Estados Unidos de 
Norteamérica. Los niños que viven en extrema pobreza se encuentran en un alto 
riesgo de desarrollar problemas de conducta y socioemocionales comparados con 
niños de familias que no experimentan pobreza. Esta situación ilustra la 
importancia de la influencia del medio ambiente en el desarrollo del trastorno. 
 
Muchas de las conductas antisociales surgen durante el curso del desarrollo 
normal del individuo (Kazdin & Buela-Casal, 1994). Los problemas conductuales y 
socio-emocionales se asocian con falta de competencia social de los niños, 
restricciones de la familia en sus actividades y desventaja socioeconómica. Estos 
patrones enfatizan la importancia de la intervención temprana, pues estos niños se 
encuentran en riesgo de mantener o de desarrollar nueva psicopatología, ya que 
carecen de recursos necesarios para enfrentarse a nuevos retos de desarrollo que 
se le presenten en el curso de la vida cotidiana. 
 
Algunos de los factores desencadenantes relacionados con el surgimiento 
de conductas agresivas y disruptivas en niños se han relacionado con el bajo 
nivel socioeconómico, el cual podría facilitar niveles altosde abuso, relaciones 
familiares coercitivas, negligencia y maltrato, así como factores genéticos o 
ambientales transmitidos de una generación a otra, o intrageneracionales, como 
sería el hecho de que se presenten conductas agresivas y antisociales en los 
miembros de la misma (Gartner & Whitaker-Aztimia, 1996). 
 
4.- Factores genéticos y ambientales 
La etiología de los problemas de conducta incluye una interacción de 
factores genéticos, familiares y sociales (Searight et al., 2001). 
 
A pesar de que el niño viene al mundo dotado de predisposiciones 
genéticas, serán sus interacciones con los diversos contextos que le rodean, las 
que causen que estas predisposiciones genéticas predominen o bien pierdan 
influencia durante el curso del desarrollo (Hernández-Guzmán, 2004). 
Por un lado, hay datos que apoyan la influencia de factores perinatales y 
diferencias fisiológicas importantes, pero por otro lado hay estudios que apoyan el 
efecto del ambiente. No obstante, en apoyo a las teorías contemporáneas de 
desarrollo, los estudios más recientes sugieren que, si bien podría haber ciertas 
predisposiciones genéticas y congénitas, es la interacción con el ambiente la que 
hará que éstas se exacerben o no. Como por ejemplo, tal vez en el caso de un 
bebé prematuro, estén presentes ciertas alteraciones fisiológicas que lo 
diferencien de otros niños en cuanto a su funcionamiento y regulación emocional, 
pero sus problemas se exacerbarán o no, dependiendo del ambiente social que 
creen sus padres a su alrededor. 
Así, de la misma forma, un niño sin predisposiciones importantes, expuesto 
a ambientes de riesgo, como negligencia y rechazo de los padres, castigo 
excesivo, etc., puede sufrir de desregulaciones fisiológicas, debido al estrés 
constante. 
Cada vez es mayor el número de investigaciones que han aportado datos 
sobre niños que han crecido en familias en constante conflicto. Por ejemplo, 
Repetti et al. (2002) afirman que estos niños tienden a presentar no sólo 
problemas psicológicos, sino enfermedades físicas con el paso del tiempo y, en 
general, una salud física disminuida. De acuerdo con éstos, el desequilibrio 
biológico producido por el estrés es responsable del daño a la salud física cuando 
los niños se exponen a experiencias e interacciones familiares negativas. Estos 
estudios proponen que el origen de algunas enfermedades crónicas, como las 
cardiovasculares y algunos tipos de cáncer podrían originarse en la niñez como 
resultado del desequilibro biológico generado por el estrés constante. 
 
La recurrencia de experiencias estresantes incontrolables tiende a poner a 
los niños expuestos a ellas bajo el riesgo inmediato y a largo plazo de 
consecuencias adversas y, además, a agravar sus predisposiciones genéticas. 
Una posible explicación es que los episodios estresantes repetidos no permiten al 
niño recuperarse de la sobreexcitación fisiológica que provocan. Esta recuperación 
es necesaria para regular las emociones (Hernández-Guzmán, 2004). 
 
A lo largo de esta búsqueda encaminada a comprender los fenómenos 
psicológicos en los humanos se han llevado a cabo estudios con animales y han 
modelado las condiciones humanas, ya que su realización con seres humanos no 
sería éticamente aceptable. Por ejemplo, la agresividad generada en animales por 
factores ambientales durante el desarrollo resulta útil para entender y probar la 
agresividad en niños producida por factores similares. 
 
Uno de ellos se llevó a cabo utilizando monos como sujetos de 
investigación. En este estudio, se observó a los monos en un ambiente natural. Se 
encontró que el papel que juega la madre en el desarrollo de conductas agresivas 
y antisociales es crucial en los primeros años de vida. Los monos, criados bajo el 
cuidado atento de sus madres biológicas, crecieron con habilidades sociales, 
aprendieron reglas y a jugar con sus pares. Por el contrario, los monos separados 
de sus madres biológicas desarrollaron comportamientos agresivos y antisociales 
(Kraemer & Clarke, 1996). 
 
Existen estudios realizados en animales que, a la par con los realizados con 
personas, indican que las crías que presentan conductas agresivas y disruptivas 
muestran alteraciones en varias medidas fisiológicas, endócrinas y de 
neurotransmisores, alteraciones del estrés y del funcionamiento del corazón, 
cambios ortostáticos, niveles de cortisol alterados y alteración en el 
funcionamiento dopaminérgico y serotonérgico (Gartner & Whitaker-Aztimia, 
1996). 
 
Finalmente podemos preguntarnos ¿Cómo contribuye la investigación con 
animales para comprender los desórdenes de conducta y agresivos en los niños?. 
Desde una perspectiva biológica, la investigación con animales sugiere que cada 
contribución de tipo cromosómica, cada neurotransmisor, cada neuromodulador y 
de las regiones neuroanatómicas puede resultar en una fuente de apoyo para la 
modulación de las conductas agresivas y disruptivas. Lo cual no excluye o 
minimiza el gran poder que tiene el aprender estrategias para resolver conductual 
y racionalmente las situaciones problemáticas. Unicamente es importante 
reconocer que también existen estas condiciones biológicas que los programas de 
modificación de conducta deben considerar (Eichelman & Hartwig, 1996). 
 
Las explicaciones sobre el origen de los problemas de conducta los 
atribuyen a factores congénitos, genéticos y/o ambientales. Lo cierto es que es 
importante entender al ser humano como un todo, el cual, se encuentra bajo la 
influencia de muchos factores ambientales que se van sumando en el transcurso 
de su existencia. A su vez está dotado de una carga genética que puede 
determinar ciertos patrones que le predisponen a responder en formas específicas 
ante su entorno. 
 
Debido a que estos trastornos conductuales en su mayoría dan señales de 
advertencia temprana, resulta de gran importancia tomar en cuenta que la 
prevención no debe dejarse de lado al tratar de identificar la etiología de los 
desórdenes conductuales, ya que con ésta podremos intervenir antes de que 
éstos surjan. 
 
Retomando la importancia y la manera en que los trastornos de la conducta 
afectan a la vida y desarrollo de la persona en general, es importante tomar en 
cuenta la manera de trabajar con ellos de manera preventiva, es decir, desde la 
niñez y tomando en cuenta los factores de riesgo que pueda predisponer al niño 
al desarrollo de este tipo de psicopatología. 
CAPÍTULO 3 
 
FACTORES DE RIESGO 
 
 
Definición 
 
Los factores que anuncian problemas psicológicos se han señalado como 
factores de riesgo. La prevención primaria en salud mental es la promoción y/o 
mantenimiento de estilos de vida y formas de interacción familiar y social que 
promuevan efectivamente el bienestar psicológico del individuo (Hernández-
Guzmán & Sánchez-Sosa, 1991). 
 
Se define a los factores de riesgo como aquéllos que ponen al individuo en 
peligro de perder el equilibrio de salud que posee (homeostasis). Algunas 
situaciones que se consideran factores de riesgo en términos de salud mental 
son: los patrones de interacción familiar y social, estilos de vida y situaciones o 
condiciones desarrolladas a lo largo de la vida del individuo (Hernández-Guzmán 
& Sánchez-Sosa, 1991). 
 
Algunos estudios identifican factores que representan riesgo para el sujeto 
a nivel biológico, de interacción, de desarrollo y características personales. 
Algunos autores sugieren también la existencia de predisposición genética 
(Cuevas, 2003). 
 
 
 
 
 
 
Factores de riesgo de los problemas de conducta 
 
Los problemas conductuales han sido un punto de interés común en 
distintas partes del mundo, ya que repercuten en el bienestar de la sociedad. Los 
casos de delincuencia juvenil son cada vez más comunes en la mayoría de los 
países, por lo que se han abordado desde varias disciplinas, modelos y teorías. 
En generalse han descrito factores comunes de riesgo asociados a los problemas 
de conducta antisocial y de salud mental. Entre éstos, destacan factores derivados 
del contexto como las desventajas socioeconómicas, lo que podría relacionarse 
con padres o cuidadores, con estilos afectivos y disciplinarios inadecuados, con 
conflicto marital expuesto a los hijos, con la psicopatología o antecedentes 
criminales de los padres y con el maltrato infantil. En un segundo bloque de 
factores de riesgo de la conducta antisocial, se consideran las características 
individuales como el “temperamento difícil”, las conductas agresivas tempranas y 
la dificultad para controlar la impulsividad (Cuevas, 2003). 
 
Dada la diversidad de factores de riesgo, es importante considerar que, al 
analizar un problema de conducta antisocial, no es posible abordar los factores de 
forma aislada, sino que se requiere un análisis integral que incluya elementos 
individuales, familiares y comunitarios. 
 
La familia representa, como primer agente socializador, uno de los 
principales factores de riesgo para la aparición de la conducta antisocial, por lo 
mismo ha sido el más explorado. Inclusive Mestre, et al. (2003), con base en su 
investigación, afirman que el bajo apoyo familiar y el escaso apego a las figuras de 
los padres parecen inflluir sobre los niveles de conducta antisocial, esto 
únicamente cuando se combinan con niveles altos de impulsividad. Cuevas (2003) 
propone una clasificación para los factores de riesgo relacionados con la familia, 
los cuales agrupa en tres dimensiones: de contexto, parentales y de pareja. 
 
En la misma línea de investigación, se ha encontrado que el abuso de 
sustancias por parte de los padres, trastornos psiquiátricos, conflictos maritales y 
el abuso y negligencia hacia los niños incrementan el riesgo de presentar el 
trastorno de conducta. La exposición a condutas antisociales por parte de los 
padres o cuidadores principales es un factor de riesgo muy importante para la 
aparición del trastorno (Kazdin, 1997). 
 
El trastorno de conducta en niños puede aparecer en cualquier nivel socio 
económico, pero se presenta de manera más frecuente en un estrato socio 
económico bajo. Otra razón por la que suele surgir el trastorno es la 
inconsistencia, disponibilidad y disciplina de los padres (Patterson, DeBaryshe & 
Ramsey, 1989). Estos autores también afirman que los niños que sufren de un 
trastorno conductual no experimentan un relación consistente entre su 
comportamiento y las consecuencias del mismo. 
 
En estudios previos se ha ligado la exposición a la violencia en la 
comunidad con el surgimiento de problemas de conducta. En éstos se incluyen 
problemas de autocontrol, agresividad, conducta antisocial, consumo de drogas, 
hiperactividad y conducta delictiva. Todos éstos se han referido como problemas 
de conducta externalizados (Achenbach & Rescorla, 2001; Cooley, Turner & 
Beidel, 1995). 
 
Un factor de riesgo que impacta la aparición de problemas conductuales en 
los niños y adolescentes es la exposición a la violencia durante los primeros años 
de vida. Esto puede presentarse dentro de los hogares en forma de violencia 
intrafamiliar. Cuevas (2003) sugiere que el niño expuesto a la violencia, ya sea 
física o psicológica durante su infancia, en calidad de observador o de víctima del 
abuso y maltrato, tiene mayor probabilidad de desarrollar o adoptar 
comportamientos agresivos y antisociales. De la misma forma, Bandura (1982) 
apoya la idea de la exposición a la violencia como factor de riesgo importante en el 
desarrollo de problemas conductuales. Incluso hay autores que afirman que el 
miedo, la ansiedad el sufrimiento y/o la ira tienden a dañar no sólo la salud 
psicológica, sino también la física. Las interacciones familiares negativas facilitan 
la propensión del niño a mostrar más miedo, ansiedad, sufrimiento y/o ira. Estos 
desenlaces tienden a dañar tanto la salud psicológica como la física (Repetti et al., 
2002). 
 
 Es importante que se entienda el impacto que tiene la exposición de un niño 
a la violencia sobre su salud mental. Resulta importante, sobre todo en los 
ambientes urbanos, guiar el cuidado de la salud mental de la juventud mediante el 
apoyo a los padres de familia, y la instrumentación de programas preventivos de 
intervención (Schiff & McKernan, 2003). 
 
La literatura de investigación indica que los jóvenes que se encuentran 
expuestos a la violencia en su comunidad o a la violencia intrafamiliar, se ven en 
un alto riesgo de desarrollar conductas agresivas o delictivas y, al parecer, 
también están propensos a utilizar drogas y alcohol, si se les compara con 
jóvenes no expuestos a violencia de ningún tipo (Schiff & McKernan, 2003). 
Siguiendo la misma línea de investigación, estos autores hallaron que la 
exposición a la violencia de cualquier tipo en la infancia resulta estrecha y 
significativamente ligada con el desarrollo de trastornos de conducta 
externalizados. Se ha encontrado que los jóvenes expuestos a la violencia 
obtuvieron los puntajes más altos en la escala total de problemas conductuales 
externalizados referidos en el CBCL (Achenbach, 2001), en comparación con 
aquéllos que no estaban expuestos a un estilo de vida violento. Asimismo, los 
jóvenes expuestos a la violencia resultan más agresivos que los que no lo están. 
 
Resulta extensa la gama de factores que se han considerado de riesgo de 
la conducta problema o disruptiva. Dependen del ambiente directo al que se 
enfrente el niño, por ejemplo, en zonas urbano-marginales, existen factores tales 
como el bajo nivel de ingresos económicos, que podrían aumentar las 
necesidades básicas insatisfechas, los índices de alcoholismo, el cambio 
frecuente de las figuras parentales, la violencia intrafamiliar, etc., Estos factores al 
parecer favorecen al mantenimiento y gravedad de los déficits en las habilidades 
sociales e interpersonales y generan las conductas problema presentadas en la 
infancia. 
 
Entre los predictores más sólidos de la conducta antisocial, está la conducta 
agresiva temprana, especialmente si ocurre en varios contextos y persiste aún 
mas allá de la edad normal de aparición. Numerosas investigaciones sobre 
hiperactividad y conducta antisocial han llegado a un punto de convergencia al 
establecer que los problemas de falta de atención, impulsividad y sobreactividad 
característicos del desorden de déficit de atención con hiperactividad, son riesgos 
potenciales para el desarrollo de comportamiento antisocial. Todas las 
características del trastorno a las que se enfrenta un niño bajo riesgo, le 
confrontan con dificultades cognitivas, de relación y emocionales que, a su vez, 
entran en un círculo vicioso que las convierte en factores de riesgo para el 
desarrollo de conducta antisocial (Achenbach & Edelbrock, 1978; Loeber, 1990). 
 
Mestre et al. (2003) llevaron a cabo un estudio con adolescentes, y señalan 
que los principales factores de riesgo para desarrollar conductas agresivas son la 
falta de autocontrol en situaciones sociales como resultado de la escasa 
capacidad para frenar la impulsividad y la inestabilidad emocional, junto con la 
tendencia a reaccionar con respuestas de ira. 
 
En general, podría decirse que los factores individuales de riesgo para 
desarrollar una conducta antisocial, abarcan los factores biológicos y de 
temperamento, los de desarrollo, la conducta agresiva temprana, la hiperactividad, 
la relación con los compañeros, el nivel intelectual y la exposición a la violencia 
(Cuevas, 2003). 
 
 
Por el contrario, también existen factores positivos que se denominan 
factores protectores, y que como su nombre lo indica, protegen contra el desarrollo 
de trastornos mentales. Por ejemplo, Mestre et al. (2003) aseguran que la 
autoestima alta y la empatía parecen ser factores protectores que se asocian 
negativamente

Continuar navegando