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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 
 
 
FACULTAD DE PSICOLOGÍA 
 
 
PROPUESTA DE MODIFICACIÓN DE UN 
MÉTODO DE PSICOTERAPIA 
NARRATIVA COMO AUXILIAR EN EL 
TRATAMIENTO DE PERSONAS CON 
TRASTORNO PSICÓTICO AGUDO Y 
TRANSITORIO 
 
 
TESIS 
QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE 
LICENCIADO EN PSICOLOGÍA 
PRESENTA 
 
CORONA OLVERA CARLOS IVÁN EMMANUEL 
 
 
 
 
REVISORES: 
 
LIC. ISAURA ELENA LÓPEZ SEGURA. 
DRA. GEORGINA MARTÍNEZ MONTES DE OCA. 
LIC. JORGE ÁLVAREZ MARTÍNEZ. 
LIC. MARÍA GUADALUPE OSORIO ÁLVAREZ. 
LIC. MARÍA CONCEPCIÓN CONDE ÁLVAREZ. 
 
 
 
CIUDAD UNIVERSITARIA 2007 
 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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TERAPIA NARRATIVA AUXILIAR EN TRASTORNO PSICÓTICO 
 
 
 2 
ÍNDICE 
 
Resumen……………………………………………….……....………………….….….… 
 
4 
Introducción ……………………………………………..……………………………….. 
 
5 
I. Marco teórico ……………………………………………………………………..….… 7 
 1. Historia de la Locura …………………………………………………………...….. 7 
Locura y ser …………………………………………………………………………..…... 7 
Institucionalización ………………………………………………………………………. 8 
Encierro y horizontes ……………………………………………………………………. 9 
Supresión y exhibición ………………………………………………………………….... 11 
Racionalidad …………………………………………………………………………….... 11 
Descripción y experiencias.- causalidad ………………………………………………... 12 
Pensamiento médico y “cura” ………………………………………………………….... 16 
Locura y sociedad ………………………………………………………………………... 18 
Separación ………………………………………………………………………………... 19 
Lugar de la locura……………………………………………………………………….... 21 
Intervenciones ……………………………………………………………………………. 23 
 2. Psicoanálisis y psicoterapias: surgimiento y limitaciones ……………………….. 25 
Psicoanálisis ……………………………………………………………………………… 25 
Psicoterapia cognitivo conductual ……………………………………………………… 26 
 3. Psiquiatría: Clasificación …………………………………………………………. 28 
 
II. Metodología …………………………………………………………………………... 
 
31 
 1. Consideraciones Previas …………………………………………………………... 31 
 2. Preguntas de investigación ………………………………………………………... 31 
 3. Factores o dimensiones ……………………………………………………………. 32 
 4. Procedimiento: ……………………………………………………………………... 35 
Centros de documentación 
Fuentes documentales 
Metodología para análisis de textos 
 
III. Análisis de textos …………………………………………………………………….. 
 
38 
 1. Aproximaciones al lenguaje.- Nociones de lingüística ………………………….... 38 
Signo, símbolo, síntoma; metáfora y metonimia ……………………………………….. 38 
Lingüística y psicoanálisis ………………………………………………………………. 39 
 2. Estructura del sujeto, lenguaje y psicosis ………………………………………... 42 
Aproximaciones teóricas: Freud ………………………………………………………... 42 
 Klein ……………………………………………………….... 49 
 Lacan ………………………………………………………... 57 
 Bion ………………………………………………………….. 61 
 Bleger ………………………………………………………... 66 
Psicoanálisis.- Síntesis ………………………………………………………………….... 70 
Delirio, afecto y reestructuración: textualidad, técnica y presentación de casos …..... 75 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
TERAPIA NARRATIVA AUXILIAR EN TRASTORNO PSICÓTICO 
 
 
 3 
III. Visión del sujeto, narrativa y patología ……………………………………………. 91 
 1. Concepción congnitivo-conductual / constructivista del sujeto ……………….... 91 
Hermenéutica, constructivismo y terapias cognitivo conductuales …………………... 91 
Paradigma conductual y objetividad …………………………………………………… 92 
Paradigma cognitivo y subjetividad …………………………………………………….. 93 
Constructivismo y el paradigma de la proyección …………………………………….. 94 
 2. El papel de la narrativa.- narrativas en psicoterapia. Construcciones y 
 elecciones del sujeto ………………………………………………………………... 
 
98 
Filosofía y narrativa ……………………………………………………………………... 98 
Narrativa, self y psicoterapia ……………………………………………………………. 99 
Constructivismo.- Síntesis ……………………………………………………………..... 101 
Psicoterapia Cognitivo Conductual.- Modelo ………………………………………….. 102 
 3. Patología.- Enfoques cognitivo y conductual de la psicopatología; 
 presentación de un caso limítrofe ………………………………………………… 
 
105 
Traumas, crisis y desastres ……………………………………………………………… 105 
Enfoque cognitivo ………………………………………………………………………... 106 
Casos ……………………………………………………………………………………… 107 
Enfoque conductual ……………………………………………………………………… 108 
Presentación de un caso limítrofe ……………………………………………………..... 109 
 
IV. Psquiatría.- La psicosis en la medicina …………………………………………….. 
 
112 
 1. P autas para el diagnóstico ………………………………………………………… 113 
 2. Trastornos psicóticos agudos y transitorios.- Tipos …………………………….. 113 
 
V. Otros argumentos ……………………………………………………………………. 
 
115 
 1. De cognición y psicoanálisis ……………………………………………………… 115 
 2. Lenguaje y estructura ……………………………………………………………. 118 
 
VI. Contraste de perspectivas teóricas, fragmentos de casos clínicos 
 como narrativas ……………………………………………………………………. 
 
 
122 
 
VII. Propuesta Derivada.- Modificación de un método de psicoterapia narrativa … 
 
134 
 
Referencias ……………………………………………………………………………… 
 
138 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
TERAPIA NARRATIVA AUXILIAR EN TRASTORNO PSICÓTICO 
 
 
 4 
Partiendo de una revisión histórica acerca de cómo ha sido vista la llamada “locura” a 
través del tiempo, y de cómo se le ha tratado de dar una solución (casi siempre poco 
efectiva a ésta) se realiza una revisión de posturas teóricas que han tratado de explicar la 
estructura del sujeto, la relación de esta estructura con el lenguaje y la narrativa, y la 
participación de esto en la psicosis; así como una revisión del punto de vista 
psiquiátrico en lo referente a los trastornos psicóticos transitorios. Lo anterior, como 
base para sustentar la modificación de un modelo psicoterapéutico que utiliza la 
narrativa. 
En cuanto al análisis de textos, se hace una revisión de teorías psicoanalíticas para 
entender esta postura en lo referente a la estructura psíquica de un individuo, en lo 
representativo y fundamental que es el lenguaje para éste mismo, y en como es vista la 
psicosis desde éstas teorías. Se hace la revisión de casos llevados por terapeutas que 
utilizan estas propuestas teóricas (algunas veces modificadas), poniendo de manifiesto 
la importancia del delirio y los afectos, así como una posible “reestructuración” del 
individuo psicótico. 
Se continúa con la revisión de teorías psicológicas cognitivo conductuales y 
constructivistas: como visualizan la estructura psíquica de un sujeto, visto desde lo 
objetivo, lo subjetivo, y hasta visualizándole como creador; y los tipos de tratamientos 
utilizados en lo referente a la construcción de alternativas de cambio para un individuo 
mediante la lectura / revisión de su propia narrativa; se hace la revisión de 
planteamientos filosóficos existencialistas y su nexo con la textualidad y narrativa. De 
igual forma, se aborda la visión de las psicosis desde estas perspectivas teóricas 
psicológicas y se revisa el abordaje de pacientes en estados limítrofes mediante la 
narrativa. 
Se presenta una breve revisión de la psiquiatría, en lo relativo a la psicosis; siendo 
abordados los trastornos psicóticos de carácter agudo y transitorio, las pautas para su 
diagnóstico y los diferentes tipos detrastornos. 
Se hace posteriormente una revisión y contraste de todas las propuestas teóricas, de las 
técnicas y casos presentados, para hacer una integración que permite resaltar la 
importancia del delirio y las alucinaciones como construcciones del sujeto 
exteriorizadas mediante el lenguaje, los afectos del sujeto y su papel en el proceso 
psicótico, y la posibilidad de una “reestructuración” (o reorganización) del sujeto mismo 
mediante una resignificación (construcción de significados alternativos) mediante el 
análisis de su narrativa. Se analiza el contenido de los casos y se presenta como parte de 
la historia del sujeto, pero también tomando en cuenta la subjetividad de cada caso; esto 
como apoyo a la constrastación teórica y la propuesta planteada. 
Finalmente, se expone el desarrollo de la propuesta hipotética, tomando como base todo 
el análisis anterior: una modificación a un método de terapia psicológica.- un método de 
psicoterapia narrativa, de manera que facilite el tratamiento (y trato) para los individuos 
etiquetados como “enfermos mentales”, en este caso psicóticos, a pesar de que sólo 
ocurriera un “episodio de enfermedad”; tratamiento de psicoterapia narrativa, que 
permitiría de igual forma cuestionar si se trata realmente de una enfermedad mental o de 
estrategias utilizadas por algunos individuos en determinadas situaciones. 
 
 
 
 
 
 
 
TERAPIA NARRATIVA AUXILIAR EN TRASTORNO PSICÓTICO 
 
 
 5 
INTRODUCCIÓN 
Un problema persistente a través del tiempo es el de la llamada locura, o enfermedad 
mental. Se considera una problemática, por el impacto que tiene en la sociedad la 
“aparición” de un individuo diferente, alguien que no se halla dentro de lo “normal”; 
alguien que debe reincorporarse a esa norma, o sufrir el rechazo, aislamiento y 
descalificación por parte de los demás individuos; perdiendo todo lo humano que le 
caracterizaba, pasando de ser un individuo, a ser sólo enfermedad, a ser un objeto de 
estudio signado con un diagnóstico. Y, entonces, como puro objeto, no tiene discurso 
que le identifique; y, más aún, cuando el individuo loco parece estar en una realidad 
muy diferente a la común de su entorno, como suele pasar en los casos en los cuales se 
ven implicadas ideas delirantes. 
Con los años, y después de intentos varios (que han ido desde el destierro hasta el 
encierro), ha ido cambiando la visión de ese gran miedo que representa el loco, como 
algo desconocido para la gran mayoría; el buscar una explicación para las enfermedades 
mentales y a sus diferentes rostros ha llevado a la búsqueda de una cura para la 
enfermedad mental, por lo que el conocimiento científico, bajo la investidura de la 
medicina (y de la ley), se adjudicó un poder para buscar, y aparentemente encontrar, 
alivio a esa demanda de “ser curado”. Se llegó hasta a la creación del asilo, o más aún, 
de la institución, donde la locura es atendida, revisada, estudiada y, por que no, 
colocada junto con otras locuras muy diferentes: alienándose aún más, pero bajo una 
supuesta supervisión de gente “que sabe”: los médicos y psiquiatras (e incluso el 
psicólogo). 
Sin embargo aún ahí, en la institución, se sigue descalificando la palabra de la locura, 
invalidándola al partir de un supuesto: lo que la locura dice no tiene sentido, ni lógica; 
esto es, no tiene nada que decir. Poco a poco, se han generado conocimientos y 
propuestas diferentes acerca de cómo abordar la enfermedad mental, y entonces, surgen 
propuestas que ya no invalidan de entrada el discurso del loco, sino que ven en ese 
discurso una demanda: no de una cura, sino de ser escuchado. Por ello se le ha ido 
otorgando al lenguaje y al discurso del individuo una gran importancia, pues es en su 
discurso en donde el individuo se identifica y permite así una interacción social, además 
de permitirle construir constantemente su realidad. La no descalificación de la palabra 
del loco, ligada a la importancia del lenguaje en tanto que con éste se construye y 
cambia el sujeto mismo, genera planteamientos acerca de la etiquetación de la locura, 
cuestionando si ésta última realmente debe ser vista como una enfermedad en todos los 
casos, aún cuando se encuentren implicados factores orgánicos o fisiológicos. En 
síntesis, la locura es vista por algunos autores como una estrategia, no como una 
enfermedad, y en cuanto estrategia, susceptible de ser modificada. 
Se retoman así ideas de algunos autores: de que algunas de las llamadas “enfermedades 
mentales” no son enfermedades, sino estrategias que el sujeto también utiliza para 
enfrentarse a su mundo (aunque no sean tan exitosas desde la perspectiva de los demás 
en cuanto a la funcionalidad social, e incluso individual, de una persona), según trabajos 
de análisis de textos en la literatura basada en el estudio de casos; las ideas acerca de la 
utilidad y representatividad del lenguaje como representante del sujeto para con los 
demás y consigo mismo, según corrientes filosóficas y construcciones teóricas 
psicoanalíticas; así como el continuo intento de la psicología por descubrir al self, 
llevando a la formulación de psicoterapias que ayuden a un sujeto a conocerse a sí 
mismo, y de igual forma a crear alternativas que le permitan un desarrollo más eficaz en 
cuanto a sus interacciones sociales. 
 
TERAPIA NARRATIVA AUXILIAR EN TRASTORNO PSICÓTICO 
 
 
 6 
Con base en todo lo anterior, surge un planteamiento hipotético conteniendo estos 
enfoques. Dicho planteamiento aborda tres puntos esenciales: primero la locura, en este 
caso representada por un trastorno psicótico agudo y transitorio; la estructura psíquica 
del sujeto, desde diferentes teorías que le ven con una estructura determinada, pero a su 
vez, como un creador de historias; y el lenguaje, siendo la principal herramienta con la 
que un sujeto se reconoce y reconoce a los demás. 
En el campo de la psicología, observamos que una de las terapias de que ésta se vale 
para la creación de alternativas de cambio en los individuos es la narrativa, la cual 
pretende que el sujeto realice una historia alternativa a la forma en que se desenvuelve 
en su presente, la cual en ocasiones le puede resultar ineficaz y generarle problemas en 
el contexto en el que se desarrolla. El propósito de generar una historia alternativa con 
el apoyo de un terapeuta, es que el individuo se vea gradualmente como protagonista de 
su vida, y de las situaciones a las que se enfrenta, las cuales están bajo su control; 
generando así la posibilidad de cambio y de reconstrucción e incluso resignificación de 
hechos diversos. Esto se realiza mediante la lectura y análisis de las narrativas 
generadas por un individuo, ya que en ellas se refleja parte del pensar, sentir y actuar de 
lo que hace o lo que le gustaría hacer a una persona en particular. Al “releerse”, el 
individuo tiene la posibilidad de verse desde otra perspectiva, y por ello, con la 
oportunidad de cambio implícita en la historia creada. 
Así, se plantea la idea de que tal vez la psicoterapia narrativa funcione para lograr que 
individuos llamados “enfermos mentales” (en este caso, individuos que presentan un 
trastorno psicótico) den cuenta de sí y, o construyan otras estrategias más viables para 
su interacción social, o modifiquen las que utilizan. Se refiere el hecho de que una 
persona puede llegar a presentar un trastorno psicótico agudo y transitorio si se enfrenta 
a un evento desestructurante, para el cual no tenía ninguna forma previa de 
enfrentamiento, y al no saber como responder ante ese evento, el individuo “opta” por 
esta salida: un quiebre psicótico. 
Se formula la modificación de un método de psicoterapia narrativa, con el fin de 
observar que es lo que se articula en el delirio del individuo con trastorno psicótico 
agudo y transitorio, para darle un nuevo sentido al evento que le llevó al individuo a ese 
estado, y si bien no se plantea una cura,se retoma la necesidad de que el sujeto 
reaccione de una forma alternativa ante los posibles eventos desestructurantes futuros, 
siendo así más factible que el individuo se maneje de una forma más “adecuada” a lo 
permitido en su contexto. 
En síntesis, en el presente proyecto, se hace una retrospectiva de las ideas de varios 
campos del conocimiento (psicología, psicoanálisis, filosofía, psiquiatría) para tratar de 
sustentar la hipótesis planteada: si la psicoterapia narrativa puede resultar una 
herramienta eficaz en el tratamiento de lo que sigue siendo visto como enfermedad 
mental: un trastorno psicótico agudo y transitorio en este caso; observar que en lo que 
habla o escriba el individuo “enfermo”, va representado algo que quiere decir a alguien. 
Esto sería de suma utilidad para que el discurso científico no descalifique de entrada a 
las palabras del llamado “loco”, dejándolo en una condición en la cual prácticamente 
pierde su humanidad. 
 
 
 
 
 
 
 
TERAPIA NARRATIVA AUXILIAR EN TRASTORNO PSICÓTICO 
 
 
 7 
MARCO TEÓRICO 
Locura y ser 
M. Foucault, en las dos partes de su texto “Historia de la locura en la época clásica” 
(1964, 1998) observa como al desaparecer la lepra del siglo XIV al XVII, se espera una 
nueva representación de mal social, un pretexto para la exclusión; lugar que ocupan las 
enfermedades venéreas, a las que los leprosos temían al recibirles en los leprosarios. 
Pero a pesar de medidas de exclusión, ocupaban un lugar entre las enfermedades, como 
lo haría la locura a su tiempo. La locura, antes de ser dominada (a mediados del siglo 
XVII) estuvo ligada a experiencias renacentistas. Existieron barcos (“Narrenschiff”) que 
llevaban cargamentos de locos de ciudad a ciudad: locos de existencias errantes al ser 
expulsados de todas las ciudades; cada ciudad trataba de encargarse solo de los locos 
originarios del lugar. Se organizaban peregrinaciones por los hospitales o las ciudades y 
es posible que las llamadas “naves de locos” funcionaran como naves de peregrinación 
simbólicas, conduciendo a los locos en busca de razón. Por otro lado, muchos locos 
seguían con alojo y manutención por parte del presupuesto de la ciudad, pero sin 
tratamiento: eran arrojados a las prisiones. Los movimientos hacia los locos eran como 
exilios rituales. La locura y el loco llegaron a ser importantes personajes en su 
ambigüedad, amenaza y cosa ridícula a la vez, pues la denuncia de la locura llegó a ser 
la forma general de la crítica. 
Hasta la segunda mitad del siglo XV reinó el tema de la muerte. El fin del hombre y de 
los tiempos se mostraban bajo los rasgos de la peste y las guerras; y en los últimos años 
del siglo, esta inquietud gira sobre sí misma: burlarse de la locura, en vez de ocuparse 
de la muerte seria. Así, Foucault (1964, 1998) comenta que en la locura se encontraba 
ya la muerte: el loco, al hablar de lo macabro, lo desarma. Esta sustitución de locura – 
muerte señala la torsión interna de una misma inquietud: la nada de la existencia. 
Pero posteriormente se relacionó a la locura junto a una animalidad (al principio del 
Renacimiento) y las relaciones se invierten: la bestia se libera, en lugar de la locura; 
ahora, el animal que acechara al hombre tomará a éste revelándole “su verdad”. La 
locura fascinaba porque permanecía como un saber; sus absurdos se tornan elementos 
de un conocimiento poco accesible y místico, sometido al deseo y curiosidad del 
hombre. Se desató un furor universal donde triunfó la locura, retomándose la idea de 
que lo que surge del delirio existía, escondido secretamente en el interior del mundo. 
La Edad Media colocó a la locura en la cúspide de los vicios, apareciendo como castigo 
cómico del saber y de su presunción ignorante. La locura se unió a las debilidades, 
sueños e ilusiones del hombre, quien aceptaba como verdad el error, que a su vez era la 
verdad de sí mismo que él sabía como percibir (Foucault, 1964, 1998). 
El Renacimiento privilegió al campo del idioma, donde se hacía de la locura una 
experiencia en que el hombre enfrentaba su verdad moral, las reglas de su naturaleza y 
de su verdad; la locura tenía una fuerza primitiva de revelación: lo onírico como lo real; 
quedando atrapada en el discurso. La conciencia crítica de la locura era cada vez más 
resaltada, mientras su sentido trágico perdía fuerza. Foucault (1964, 1998) aclara que en 
el siglo XVI no se trató de una destrucción radical, sino solo de una ocultación; bajo 
cada una de sus formas ocultaría, de manera más completa y peligrosa, la experiencia 
trágica que le caracterizaría. 
Foucault (1964, 1998) resume entonces que locura y razón entablaron una relación de 
constante reversibilidad que hacía que toda locura tuviera su razón, y viceversa; con lo 
que la locura devino en una forma de la razón, no conservando sentido y valor más que 
en el campo mismo de ésta: la locura escondía con el error el secreto de la verdad. Pero 
de pronto, llegó el mundo hospitalario contra la locura libre y denunciante: la locura de 
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 8 
voz libre del Renacimiento cuya violencia dominaba, sería llevada al silencio por la 
época clásica mediante un golpe de fuerza. 
Con el surgimiento de las propuestas de Descartes (1596 – 1650, citado en Foucault, 
1964, 1998) acerca del cuerpo y el alma, se argumentaba también que por más 
engañosos que fueran los sentidos, sólo podían alterar cosas poco sensibles y alejadas: 
la fuerza de sus ilusiones siempre dejaría un residuo de verdad. No era la permanencia 
de una verdad la que aseguraría al pensamiento contra la locura (como le permitiría 
librarse del error o salir de algún sueño): era la imposibilidad de estar loco, esencial no 
al objeto del pensamiento sino al sujeto pensante; así, la locura era una condición de 
imposibilidad del pensamiento. Los sueños o ilusiones serían superados en la estructura 
misma de la verdad; pero la locura se excluiría por el sujeto que duda. Nunca se estaría 
cierto de no estar loco: en tanto experiencia del pensamiento, la locura se implica a sí 
misma y se excluye del proyecto. Descartes (1596 – 1650, citado en Foucault, 1964, 
1998) desterró la locura en nombre del que duda, y que ya no puede desvariar, como no 
puede dejar de pensar y de ser. 
Institucionalización 
En el siglo XVII se crearon grandes internados usando medidas arbitrarias de detención, 
nuevo régimen con el que los locos sufrieron durante siglo y medio. En los internados 
se trataba de acoger, hospedar y alimentar a quienes se presentaran por sí mismos o a 
los que eran enviados por la autoridad; por ello, no existía un establecimiento médico tal 
cual sino estructuras semijurídicas: extraño poder que el rey estableció entre la policía y 
la justicia en los límites de la ley. Los hospicios se destinaban a socorrer a los pobres, 
pero casi todos tenían celdas de detención y alas donde de encierro para los pensionados 
cuya pensión pagaban el rey o la familia. Estas casas de internamiento ocuparon su 
lugar en los antiguos leprosarios como claro reflejo del deseo de dar ayuda y la 
necesidad de reprimir. Foucault (1964, 1998) comparó la invención del internamiento 
en el clasicismo con el cómo la Edad Media “inventó” la segregación de leprosos: el 
lugar que estos últimos dejaron vacío fue ocupado por otros personajes en el mundo 
europeo: los internados en lugares de confinamiento (hospitales, prisiones y casas de 
fuerza). 
Esta práctica del internamiento surgió como reacción a la miseria: no se trató de exaltar 
la miseria en el gesto que la alivia, sino de suprimirla. La Iglesia aprobó este gran 
Encierro, viendo en los miserables la hez de la República, por sus miserias espirituales 
que daban horror. Entonces se hizo la distinción de pobres buenos y malos, siendo 
todos testigos de la utilidad de las casas de internamiento: los primeros que aceptabanagradecidos lo que daba de manera gratuita la autoridad, y los segundos que se 
quejaban del encierro. La locura podía entrar según la actitud moral que manifestara, 
tanto en las categorías de la beneficencia como en las de la represión. 
El loco de la Edad Media se consideraba sagrado, pues para la caridad medieval 
participaba de los poderes oscuros de la miseria; y la locura halló refugio entre las 
paredes del hospital, al lado de los pobres; siendo allí donde se encontraría aún a fines 
del siglo XVIII (Foucault, 1964, 1998). Para con ella nació una sensibilidad nueva ya no 
religiosa, sino social. El loco que apareció en el paisaje humano de la Edad Media como 
llegado de otro mundo, se destacó luego sobre el fondo de un problema de “policía”, 
concerniente al orden de los individuos en la ciudad. Antes recibido por venir de otra 
parte, posteriormente se le excluirá por ocupar un lugar entre los míseros, pobres y 
vagabundos. Antes de tener el sentido medicinal, el confinamiento fue necesario por un 
imperativo de trabajo: donde se reconocerían señales de benevolencia hacia la locura, 
sólo se encontró condena a la ociosidad. Pero fuera de épocas críticas, a la función 
represiva el confinamiento se agregó otra “utilidad”: no se trataba solo de encerrar a los 
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 9 
ociosos, sino de dar trabajo a quienes estaban encerrados, haciéndolos útiles para una 
prosperidad general. Pero Foucault (1964, 1998) refiere que la creación de las casas de 
internamiento pudo pasar por un fiasco por su desaparición en Europa a principios del 
siglo XIX como centros de recepción de indigentes y prisiones de la miseria; fungieron 
solo como remedio económico temporal e ineficiente, precaución social mal formulada 
por la industrialización naciente. 
Sin embargo, el asilo toma el lugar de los leprosarios; sitios de ociosidad donde 
apareció la locura y creció hasta anexárselos. Foucault (1964, 1998) argumenta que en 
la edad clásica la locura era percibida a través de una condenación ética de la ociosidad 
y dentro de una inmanencia social garantizada por la comunidad de trabajo. El 
confinamiento era una creación institucional propia del siglo XVII, y surgió el momento 
en que la locura era percibida en el horizonte social de la pobreza, de la incapacidad de 
trabajar, de la imposibilidad de integrarse al grupo; momento en que comenzó a 
asimilarse a los problemas citadinos. 
El internado fue la eliminación espontánea de “los asociales”. Foucault (1964) sostiene 
que no se aislaba a extraños desconocidos: los creaban alterando rostros familiares en el 
paisaje social para hacer de ellos rostros extraños que nadie reconocía, lo cual devino en 
que se confundiera a los locos con criminales. Las plagas designaban una culpabilidad: 
la enfermedad venérea se vuelve impureza y así, también enfermos venéreos se 
codeaban con los locos en el mismo encierro. Entonces la locura se avecinda con el 
pecado y se unió el parentesco de la sinrazón y culpabilidad que el loco experimentará 
como destino y que el médico descubrirá como una verdad de naturaleza. Se miró 
también hacia el libertinaje y la locura se anexó un dominio nuevo en que la razón se 
sometía a los “deseos del corazón”, y su uso quedaba emparentado con los desarreglos 
de la inmoralidad. Los discursos de la locura aparecían en la esclavitud de las pasiones; 
y nació el tema de una locura que no seguía el libre camino de sus fantasías, sino la 
línea de las pasiones y la naturaleza humana. Foucault (1964, 1998) argumenta que 
durante largo tiempo el loco mostró las marcas de lo inhumano, y luego se descubrió 
una locura muy cercana al hombre y fiel a su naturaleza: una locura que correspondería 
al abandono del hombre a sí mismo. 
Encierro y horizontes 
Por el internamiento a la locura se le localizó; era percibida en el horizonte de la 
realidad social (Foucault, 1964, 1998): a partir del siglo XVII la sinrazón fue una 
variedad espontánea en el campo de las especies sociales; a los hombres de sinrazón la 
sociedad los reconocía y aislaba: el depravado, el libertino, el disipador, el suicida, etc. 
La sinrazón 
empieza a medirse según cierto apartamiento de la norma social. El hombre irrazonable 
se tornó concreto, tomado del mundo social verdadero, juzgado y condenado por la 
sociedad de la que formaba parte; se le daba un dominio limitado donde se le podía 
reconocer y denunciarle, y se anexó al dominio de la sinrazón (al lado de la locura) las 
prohibiciones sexuales, las religiosas, las libertades del pensamiento y del corazón; se 
formó una experiencia moral de la sinrazón que serviría de base al conocimiento 
“científico” de la enfermedad mental: provenían todos de una misma forma de 
existencia que podía conducir eventualmente a la enfermedad o al crimen, pero que de 
principio no les correspondía. 
Así, se podía encerrar a alguien sin precisar si era enfermo o criminal. Entonces, el 
internamiento estaba destinado a corregir: su principio no era el de curación sino el de 
un arrepentimiento. Por lo anterior, en ciertos establecimientos no se recibían locos más 
que en la medida en que eran teóricamente curables; en otros, no se les recibía más que 
para librarse de ellos o “enmendarlos”. Foucault (1964, 1998) aclara que mucho antes 
TERAPIA NARRATIVA AUXILIAR EN TRASTORNO PSICÓTICO 
 
 
 10 
de recibir el estatuto médico que le dio el positivismo, el loco adquirió una especie de 
densidad personal: individualidad del personaje más que del enfermo. Presente en la 
vida cotidiana de la Edad Media, familiarizado con su horizonte social, el loco en el 
Renacimiento fue reagrupado según una nueva unidad específica: cernido por una 
práctica ambigua que lo aislaba del mundo sin darle exactamente un estatuto médico. El 
loco se volvió objeto de una solicitud y una hospitalidad que le pertenecían sólo a él. 
Pero en medio de los asilos del siglo XVII el loco se pierde hasta el movimiento de 
reforma que precede en poco a La Revolución. Hospitales de insensatos se convirtieron 
en casa de fuerza para personas detenidas, y los insensatos de esos lugares pasaron al 
régimen correccional. 
El reconocimiento de la locura en el derecho canónico, como en el romano, se ligaba a 
su diagnóstico por la medicina: sólo el médico era competente para juzgar si un 
individuo estaba loco y qué grado de capacidad le dejaba su enfermedad. Foucault 
(1964, 1998) refiere que era posible reconocer a un loco por sus palabras y por sus 
acciones, aunque no serían más que presentimientos que solo el médico transformaría 
en certidumbre, decidiendo si había enfermedad o no. Pero el médico debía determinar 
cuáles eran las facultades afectadas, de que manera y hasta qué grado. Los poderes de 
decisión se remiten al médico; quien podía introducir a alguien en el mundo de la 
locura, y permitía distinguir al hombre normal del insensato, al criminal de un alienado 
irresponsable. Aún así, la práctica del internamiento fue estructurada de forma distinta 
ya que no se ordenaba por una decisión médica: siempre se requería un parte médico, 
pero era el juez de paz quien decretaba el internamiento, decretado por una sentencia del 
tribunal cuando el sujeto haya quedado convicto de un delito o de un crimen. También 
los parientes próximos tenían autoridad para hacer valer sus quejas o aprehensiones en 
la petición de internamiento. En tanto que sujeto de derecho, el hombre se liberaba de su 
responsabilidad en la medida misma en que está alienado; como ser social, la locura lo 
comprometía en la vecindad de la culpabilidad. Sobre el fondo de una experiencia 
jurídica de la alienación se constituyó la ciencia médica de las enfermedades mentales: 
la alienación del sujeto de derecho puede y debe coincidir con la locura del hombre 
social en la unidad de una realidad patológica a la vez analizable en términos de derecho 
y perceptiblea las formas más inmediatas de la sensibilidad social. 
Foucault (1964, 1998) hace mención del reconocimiento en el internamiento de las 
psicosis alucinantes, de las deficiencias intelectuales y de las evoluciones orgánicas o de 
los estados 
paranoicos, siendo imposible repartir sobre una superficie nosográfica coherente las 
fórmulas en nombre de las cuales se encerraba a los insensatos: lo que designaban esas 
fórmulas no eran enfermedades sino formas de locura percibidas como casos extremos 
de defectos; la locura se vuelve perceptible en la forma de la ética: es en la calidad de la 
voluntad y no en la integridad de la razón donde reside el secreto de la locura. Durante 
toda la Edad Media, y durante largo tiempo en el Renacimiento, la locura se ligó al Mal 
en forma de trascendencia imaginaria; en adelante, se comunica con él por las vías 
secretas de la elección individual y la mala intención. No había exclusión entre locura y 
crimen, sino implicación. La verdadera locura lo excusa todo; en el mundo del 
internamiento, la locura no explica ni excusa nada: en complicidad con el mal lo 
multiplica, haciéndole más insistente y peligroso, prestándole rostros nuevos. 
 
 
 
 
 
TERAPIA NARRATIVA AUXILIAR EN TRASTORNO PSICÓTICO 
 
 
 11 
Supresión y exhibición 
La locura involuntaria apenas se diferenciaba de aquella fingida intencionalidad por 
sujetos lúcidos (entre ellas, en todo caso, hay un parentesco fundamental). El derecho 
trató así de distinguir con el mayor rigor posible la alienación fingida de la auténtica. En 
el internamiento la distinción no se hacía: la locura real no era mejor que la fingida. La 
locura sin intención de parecer loco o la simple intención sin locura merecía el mismo 
tratamiento, quizá porque oscuramente surgían de un mismo origen: el Mal. 
La razón no tendrá que separase de la locura, sino reconocerse como siempre anterior a 
ella, aún si le ocurre alienarse en ella. Hasta el siglo XVII o el XVIII, no se podía hablar 
de tratar “humanamente” la locura pues ésta, por derecho propio, es inhumana y forma 
el otro lado de una elección que abría al hombre el libre ejercicio de su naturaleza 
racional. A la sinrazón concernía en primer término el escándalo y el confinamiento se 
explicaba por la voluntad de evitar el escándalo. Hay aspectos en el mal que tenían tal 
poder de contagio, tal fuerza de escándalo, que cualquier tipo de publicidad los 
multiplicaría al infinito. Sólo el olvido podía suprimirlos. La orden de liberación, se 
concedía cuando el peligro del escándalo era apartado o cuando el recluso no podía ya 
deshonrar a la familia o a la iglesia. 
Exhibir a los insensatos era sin duda una costumbre; los hospitales mostraban a los 
locos los domingos. La locura era convertida en espectáculo por encima del silencio de 
los asilos, y transformada en escándalo público. Pero en otro lado, cuando los insensatos 
eran particularmente peligrosos, se les mantenía bajo un sistema de constreñimiento no 
de naturaleza punitiva, pero que fijaba los límites físicos de la locura rabiosa. La locura 
en extremo se juntó por un golpe de fuerza con la violencia inmediata de la animalidad. 
El animal en el hombre no se consideraba como un indicio de algo que está más allá; se 
tornó la locura sin relación sino consigo misma: la locura en el estado de la naturaleza 
(Foucault, 1964, 1998). Esta presencia de la animalidad en la locura se consideró 
posteriormente, dentro de una perspectiva evolucionista, como el signo, más aún, como 
la esencia misma de la enfermedad. En la época clásica, la animalidad expresó el hecho 
de que el loco no es un enfermo. La animalidad protegía al loco contra todo lo que 
pudiera existir de frágil, precario y enfermizo en el hombre. La locura preservaba al 
hombre de los peligros de la enfermedad; lo hacía llegar a una especie de 
invulnerabilidad. Por lo anterior, la locura participaba menos que nunca de la medicina; 
y tampoco podía pertenecer al dominio de la corrección. En el ser humano convertido 
en bestia de carga, la abolición de la razón era la prudencia y su orden: la locura estaba 
curada puesto que se alienó en su verdad. 
Racionalidad 
Para el cristianismo del Renacimiento el valor de enseñanza de la sinrazón y sus 
escándalos estaba en la locura de la encarnación de un Dios hecho hombre; para el 
clasicismo, la encarnación no era ya locura: la locura era la encarnación del hombre en 
la bestia que, como último grado de la caída, era la señal más notoria de su culpabilidad; 
y al ser objeto último de la complacencia divina, era el símbolo del perdón universal y 
de la inocencia recuperada. 
Los siglos XIX y XX dejaron caer todo el peso de su interrogación sobre la conciencia 
analítica de la locura, llegando a suponer que había que buscar allí la verdad total y 
final de la locura, no siendo las otras formas de experiencia más que aproximaciones. 
Médicos y sabios, por su lado, examinaban la locura misma en el espacio natural que 
ocupaba: mal entre las enfermedades, perturbaciones del cuerpo y el alma, fenómeno de 
la naturaleza que se desarrolla a la vez en la naturaleza y contra ella. Foucault (1964, 
1998) comenta que la locura se deslizó del lado de una razón silenciosa que precipitaba 
la racionalidad lenta del razonamiento; se reabsorbió en una presencia difusa, sin signo 
TERAPIA NARRATIVA AUXILIAR EN TRASTORNO PSICÓTICO 
 
 
 12 
manifiesto. En la medida misma en que no se sabía dónde comenzaba la locura, sí se 
sabía lo que era el loco: no era necesario conocer la alucinación o el delirio; se podía 
percibir su error y su alucinación por la discordancia que entre sus acciones y la 
conducta de los otros hombres. No había percepción de la locura más que por referencia 
al orden de la razón, y a la conciencia que se tenía ante un hombre razonable, que 
asegura la coherencia, la lógica, la continuidad del discurso; esta conciencia permanece 
dormida hasta la irrupción de la locura que aparece manifiestamente, no porque sea 
positiva sino porque es del orden de la ruptura. El loco no es manifiesto en su ser, pero 
si es indubitable es por ser otro. Foucault (1964, 1998) prosigue con su argumento, 
mencionando que en el siglo XVIII esta conciencia de otredad oculta bajo una aparente 
identidad, una estructura completamente distinta, se formuló no a partir de una 
certidumbre sino de una regla general: implica una relación exterior, que va de los otros 
a ese Otro singular que es el loco. El loco representaba la diferencia del Otro en la 
exterioridad de los otros. La locura existía por relación a la razón, o al menos por 
relación a los “otros” que, en su generalidad anónima, estaban encargados de 
representarla y de darle valor de exigencia; por otra parte, existía para la razón, en la 
medida en que aparecía ante la mirada de una conciencia ideal que la percibe como 
diferencia con los otros. 
El loco se apartaba de la razón poniendo en juego imágenes, creencias, razonamientos 
que vuelven a encontrarse iguales en el hombre de razón. El loco, por lo tanto, no era 
loco para sí mismo, sino solamente a los ojos de un tercero. El loco podía estar 
investido por la razón, dominado por ella, pero manteniéndolo siempre fuera; si tenía 
un dominio sobre él es desde el exterior, como un objeto. Era ésta una paradoja de la 
sinrazón: una oposición inmediata a la razón que, sin embargo, no podía tener otro 
contenido que la razón misma. La respuesta a la pregunta de qué es la locura se deducía 
así de una analítica de la enfermedad, sin que el loco tuviera que hablar de sí mismo 
(Foucault, 1964, 1998). 
Descripciones y experiencias.- causalidad 
Allí mismo donde había que reconocer la supresión, ésta no puede ser la enfermedad 
misma, sino solamente su causa. Así, el conocimiento de la enfermedad debía empezar 
por el inventario de lo que hay más manifiesto en la percepción, más evidente en la 
verdad. Así se definió, comopaso primero en la medicina, el método sintomático que 
“toma las características de las enfermedades de los fenómenos invariables y de los 
síntomas evidentes que los acompañan”. Por lo anterior, las enfermedades se repartieron 
en un orden y en un espacio que son los de la razón misma. Así, Foucault (1964, 1998) 
menciona que el espacio de clasificación se abrió sin problema al análisis de la locura, y 
ésta, a su vez, encontró allí inmediatamente su lugar. Para que una clasificación fuera 
valedera, hacía falta que la forma de cada enfermedad fuera determinada ante todo por 
la totalidad de la forma de las otras; en seguida, se necesita que fuera la propia 
enfermedad la que se determinara en sus figuras diversas, y no por determinaciones 
externas; finalmente, hacía falta que la enfermedad pudiera conocerse exhaustivamente, 
o al menos reconocerse de manera cierta a partir de sus propias manifestaciones. Con 
ello, surgieron textos que expresaban diferentes clasificaciones de las “enfermedades 
del cerebro”; cada una de estas reparticiones era abandonada en cuanto propuesta, y 
aquellas que el siglo XIX tratará de definir serán de otro tipo: afinidad de síntomas, 
identidad de causas, sucesión en el tiempo, evolución progresiva de un tipo hacia otro. 
Foucault (1964, 1998) argumenta que las clasificaciones del siglo XIX presuponían la 
existencia de grandes especies – manía, o paranoia, o demencia precoz -, no la 
existencia de un dominio lógicamente estructurado en que las enfermedades estén 
definidas por la totalidad de lo patológico. 
TERAPIA NARRATIVA AUXILIAR EN TRASTORNO PSICÓTICO 
 
 
 13 
En el momento en que quiera unirse con el hombre concreto, la experiencia de la locura 
se encuentra con la moral: los motivos de internamiento se sobreponían exactamente a 
los temas de la clasificación, aún cuando su origen fuera enteramente distinto. Aparte la 
clase de las “locuras anormales”, los tres ordenes principales estaban integrados por las 
alucinaciones, las extravagancias y los delirios. A medida que avanzó el análisis, los 
caracteres perdieron poco a poco su sentido de síntomas y tomaron cada vez más una 
significación causal. Foucault (1964, 1998) menciona como así la imaginación, 
perturbada y desviada (la imaginación a medio camino entre el error y la falta), por una 
parte, y las perturbaciones del cuerpo, por la otra, fue lo que médicos y filósofos 
convinieron en llamar delirio en la época clásica. En el momento en que comenzarán las 
grandes síntesis psiquiátricas y los sistemas de la locura, se retomarán las grandes 
especies de la sinrazón tal como habían sido transmitidas; a otro siglo corresponderá 
descubrir la parálisis general, separar las neurosis y las psicosis, edificar la paranoia y la 
demencia precoz; a otro más, cernir la esquizofrenia. El siglo XVII y el XVIII no 
conocía ese paciente trabajo de observación. La locura, prosigue el autor, mantuvo a su 
alrededor, hasta el fin del siglo XVIII, todo un cuerpo de prácticas a la vez arcaicas por 
su origen, mágicas por su significado y extramédicas por su sistema de aplicación. 
Surgieron esquemas explicativos, temas ambiguos en los que la imaginación del 
enfermo daba forma, espacio, sustancia y lenguaje a sus sufrimientos, y en que la del 
médico proyectaba el diseño de las intervenciones necesarias para restablecer la salud. 
Desde entonces, a lo largo de todo el siglo XVIII, se desarrolló una medicina en que la 
pareja médico-enfermo se fue convirtiendo en el elemento constituyente; se daba una 
confrontación del médico y del enfermo en el mundo imaginario de la terapéutica. 
Aunado a ello, se establecía que “el alma de los locos no estaba loca”; doctos y doctores 
trataban de mantener la pureza del alma y, dirigiéndose al loco, querían convencerlo de 
que su locura se limita a los fenómenos del cuerpo. Foucault (1964, 1998) argumenta 
que no obstante, el loco tuvo sus buenos momentos; o antes bien, en su locura, era el 
momento mismo de la verdad. Por una parte, la locura no podía ser asimilada a una 
perturbación de los sentidos; muchos médicos buscaban el origen de la locura en una 
perturbación de la sensibilidad: si 
se ven demonios y se oyen voces, el alma no tiene nada que ver; recibía lo que le 
imponían los sentidos. Pero si la perturbación de los sentidos no es la causa de la locura, 
sí era, en cambio, el modelo. “El alma estaba loca en sí misma”, en una sustancia 
propia, en lo que hace lo esencial de la naturaleza; y que alguien no tiene alma, mas que 
la que queda definida por el ejercicio de los órganos del cuerpo. Así, se deslizó 
subrepticiamente de un problema médico claramente definido en su época, a un 
problema filosófico que no le es superponible: o bien la locura era la afección orgánica 
de un principio material o bien era el trastorno espiritual de un alma inmaterial. 
Cuando se trata en los textos médicos de la época clásica, de locuras, de vesanias y aún, 
de manera muy explícita, de “enfermedades mentales”, lo que con ello se designaba no 
era un dominio de perturbaciones psicológicas, o de hechos espirituales que se 
opusieran al dominio de las patologías orgánicas. Los médicos-historiadores gustaron de 
entregarse a un juego: recobrar bajo las descripciones de los clásicos las verdaderas 
enfermedades que así se encontraban designadas. De un siglo a otro, no se designaron 
con el mismo nombre las mismas enfermedades; pero porque fundamentalmente, no se 
trataba de la misma enfermedad. Quien decía locura en los siglos XVII y XVIII no decía 
en sentido estricto “enfermedad del espíritu”, sino alguna cosa que afectaba en conjunto 
a cuerpo y alma. Se intentó aislar las estructuras que le pertenecían en rigor a partir de 
las más exteriores, para después pasar a las más interiores y menos visibles, e intentar, 
finalmente, llegar al núcleo de esta experiencia que pudo constituirla como tal: el 
TERAPIA NARRATIVA AUXILIAR EN TRASTORNO PSICÓTICO 
 
 
 14 
momento esencial del delirio. Así, en el siglo XVIII no era un elemento imaginario sino 
en el interior de una percepción organizada donde debería reconocerse la causa. 
No se buscaba ya una comunicación cualitativa, ni se describía el círculo que se 
remonta del efecto y sus valores esenciales, a una causa que sólo era su significación 
transpuesta; se trataba solo de encontrar, para percibirlo, al acontecimiento simple que 
pudiera determinar de la manera más inmediata la enfermedad; la causa próxima de la 
locura debería ser una alteración visible del órgano más cercano del alma: el sistema 
nervioso. La proximidad de la causa no era requerida ya en la analogía cualitativa, sino 
en la vecindad anatómica más rigurosa posible. Foucault (1964, 1998) comenta que 
mientras en el siglo XVII la causa más próxima implicaba una simultaneidad y un 
parecido de estructura, en el siglo XVIII empezó a implicar una antecedencia sin 
intermediario y una vecindad inmediata. Para formar la estructura de la causa próxima 
se tomaba tan sólo el cerebro como órgano que más se aproximaba al alma. Entonces, 
pronto se invadió el dominio orgánico, y casi no había perturbaciones, secreciones 
inhibidas o exageradas, funcionamiento desviado, que no pudieran inscribirse en el 
registro de las causas lejanas de la locura. 
El mundo del alma, el del cuerpo, el de la naturaleza y el de la sociedad constituían una 
gran reserva de causas en que los autores del siglo XVIII gustaron de abrevar 
continuamente, sin afán de observación u organización, sólo siguiendo sus preferencias 
teóricas u opiniones morales. La nueva práctica asilar fue la polivalencia y la 
heterogeneidad del encadenamiento causal en la génesis de la locura. Entre la causa 
lejana y la locura se insertaron tanto la sensibilidad del cuerpo como el medio al cual es 
sensible, designando un sistema de pertenencia; en el siglo XVIII las causas no dejaron 
de acercarse, instituyendo entre elalma y el cuerpo una relación lineal. Al mismo 
tiempo las causas lejanas no dejaban (en apariencia) de aumentar, multiplicarse y 
dispersarse. En el curso el mismo período el cuerpo se convirtió en un conjunto de 
localizaciones diferentes para 
sistemas de causalidades lineales y en la unidad secreta de una sensibilidad que remitía 
a sí misma las influencias más diversas, lejanas y heterogéneas del mundo exterior. La 
experiencia médica de la locura se desdobló según esa nueva separación: fenómeno del 
alma provocado por un accidente o una perturbación del cuerpo; fenómeno del ser 
humano entero –alma y cuerpo ligados-, determinado por una variación de las 
influencias que sobre él ejercía el medio; afección local del cerebro y perturbación 
general de la sensibilidad (Foucault, 1964, 1998). 
Se “descubre” la pertenencia de los fenómenos de la locura a la posibilidad misma de la 
pasión, que no dejó de ser la superficie de contacto entre cuerpo y alma: bajo el efecto 
de la pasión y en presencia de su objeto, los espíritus circularían, dispersándose y 
concentrándose según una configuración espacial que daría preferencia a la señal del 
objeto formando así en el espacio corpóreo una especie de figura geométrica de la 
pasión que sólo sería su transposición expresiva, pero que igualmente constituía su 
fondo causal esencial. Con lo anterior, el autor deduce que alma y cuerpo son siempre 
expresión inmediata uno del otro. El determinismo de las pasiones no era otra cosa que 
una libertad ofrecida a la locura de penetrar en el mundo de la razón: la locura no es una 
de las consecuencias de la pasión; fundada por la unidad del alma y el cuerpo, se volvía 
contra ella y la cuestionaba. Llega un momento en que, al seguir su curso la pasión, las 
leyes se suspenden como por sí mismas (Foucault, 1964, 1998). En la mecánica de la 
locura, el reposo era como un movimiento que bajo el efecto de su propia violencia 
llegaba de golpe a la contradicción y a la imposibilidad de seguir. En el delirio el 
movimiento, en lugar de perder su fuerza al comunicarse, podía arrastrar a otras fuerzas 
en todo lo que suponía. 
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 15 
Como si fueran ciclos, después de la pasión, vino el del no ser. Una imagen no era 
locura; ésta sólo empezaría un poco más allá, en el momento en que el espíritu se ligue a 
lo arbitrario y quede prisionero de una aparente libertad. Habría locura cuando el sujeto 
hiciera valer como verdad el contenido aún neutro de la imagen. El hombre está loco si 
concluye razonamientos que, en sí mismos, no son ni absurdos ni ilógicos, ya que el 
lenguaje último de la locura es el de la razón, pero envuelto en el prestigio de la imagen, 
limitado al espacio de apariencia que ella define. 
Foucault (1964, 1998) especifica dos niveles en la locura: uno que se manifiesta a los 
ojos de todos; y una organización rigurosa que sigue la armadura sin falla de un 
discurso, que en su lógica, apelará a las creencias más sólidas avanzando por juicios y 
razonamientos que se encadenan (una especie de razón en acto). Bajo el delirio 
desordenado y manifiesto reina el orden de un delirio secreto. Y en ese segundo delirio, 
que es, en un sentido, pura razón, se recogerá la paradójica verdad de la locura. En la 
época clásica había dos formas de delirio: una forma sintomática, y otro delirio no 
formulado por el enfermo mismo en el curso de la enfermedad, pero que no pedía dejar 
de existir a los ojos de aquel que, buscando la enfermedad a partir de sus orígenes, 
trataba de formular su enigma y su verdad: el discurso cubría todo el dominio de 
extensión de la locura. Locura en el sentido clásico no designaba tanto un cambio 
determinado en el espíritu o en el cuerpo, sino la existencia bajo alteraciones corporales, 
bajo extrañeza de la conducta y las palabras, de un discurso delirante. Así, el lenguaje 
sería la estructura primera y última de la locura, su forma constituyente; sobre él 
reposan los ciclos en que ella enuncia su naturaleza. El que la esencia de la locura 
pudiera definirse finalmente en la estructura de un discurso no la reducirá a una 
naturaleza puramente psicológica, sino que le da imperio sobre la totalidad 
del alma y del cuerpo; el discurso es lenguaje silencioso que el espíritu utiliza consigo 
mismo en la verdad que le es propia y articulación visible en los movimientos del 
cuerpo. 
Foucault (1964, 1998) comenta que para atacar la locura, habría que interrogar las 
experiencias ubicadas en la vecindad inmediata del lenguaje esencial de la locura: el 
sueño y el error. El carácter casi onírico de la locura era uno de los temas constantes de 
la época clásica. Entre los desarrollos progresivos del dormir y las formas de la locura, 
la analogía era constante, porque los mecanismos eran comunes: movimientos de 
vapores y espíritus, misma liberación de imágenes, misma correspondencia entre las 
cualidades físicas de los fenómenos y los valores psicológicos o morales de los 
sentimientos. Habrá locura cuando a las imágenes, próximas al sueño, se añada la 
afirmación o la negación constitutiva del error. El loco, no era víctima de una ilusión, de 
una alucinación de sus sentidos o de un movimiento de su espíritu; no era engañado, 
sino que se equivocaba; se encerraba a sí mismo en el círculo de una conciencia errónea. 
La Enciclopedia distinguió el “verdadero físico” del “verdadero moral”. El “verdadero 
físico” consistía en la justa relación de las sensaciones con los objetos físicos; una 
forma de locura estaba determinada por la imposibilidad de acceder a esta forma de 
verdad, abarcando todos los trastornos perceptivos. El “verdadero moral” consistía en la 
precisión de las relaciones vistas, sea entre objetos morales, sea entre esos objetos y 
personas; otra forma de locura que consistía en la pérdida de esas relaciones; tales eran 
las locuras del carácter, de la conducta y de las pasiones. La locura tenía en común con 
el error la no verdad, y lo arbitrario en la afirmación o la negación; tomando prestado 
del sueño el montaje de las imágenes y la presencia de fantasmas. Pero en tanto que el 
error no es más que no-verdad, en tanto que el sueño no afirma ni juzga, la locura llena 
de imágenes el vacío del error y liga los fantasmas por la afirmación de lo falso. 
Uniendo el fantasma y el lenguaje, la locura en el fondo no es nada, pues liga en ellos lo 
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 16 
que tienen de negativo; nada que tiene por paradoja manifestarse. Siempre será 
necesario un asidero racional de la locura, en la medida misma en que es no-razón. Así, 
la duda era la gran conjuración de la locura (Foucault, 1964, 1998). 
Pensamiento médico y “cura” 
En sus “grandes clasificaciones” la locura se encontraba nombrada y designada por el 
grupo de la demencia; manía y melancolía; y finalmente, histeria e hipocondría. El 
delirio, ocupaba gran parte en todas: ideas delirantes que el individuo se forjaba, 
teniendo su origen en movimientos desordenados de los espíritus o en un estado 
defectuoso del cerebro. Ya a fines del siglo XVIII se clasificaban las manías en las 
locuras sin delirio; ningún médico del siglo XVIII desconocía la proximidad de la manía 
con la melancolía, pero comprobaban su sucesión sin percibir una unidad sintomática; 
lo mismo sucedió con la histeria e hipocondría, consideradas como dos formas de una 
sola y misma enfermedad. El pensamiento y la práctica de la medicina no tuvieron, en 
los siglos XVII y XVIII la unidad, o al menos la coherencia, ahora conocida. La 
medicina misma, teoría y terapéutica, se comunicaban con una reciprocidad imperfecta. 
En cuanto a medicina, por el largo camino de las transformaciones químicas y las 
regeneraciones fisiológicas, el opio tomó valor de medicamento universal. Era como si 
los poderes de la alienación, que le hacían un lugar aparente entre lasformas de la 
patología, no pudieran ser reducidos más que por secretos recónditos de la naturaleza o 
por las esencias sutiles que componían la forma visible del hombre. La locura sólo 
podría ser curada por el hombre y en su envoltura mortal de pecador; la locura se 
hallaba ligada a las fuerzas más oscuras, y nocturnas del mundo, 
figurando como una subida desde esas profundidades. El vigor de esos temas morales e 
imaginarios, explicaba por qué hasta el fondo de la época clásica se encontró la 
presencia de medicamentos humanos y minerales y se les aplicó obstinadamente a la 
locura. El cuerpo humano era considerado como un remedio privilegiado de la locura y 
llevó a otra región de la eficacia terapéutica: la de los valores simbólicos, introduciendo 
extrañas alquimias. Foucault (1964, 1998) argumenta que la locura pareció atraer hacia 
ella y proteger de los esfuerzos de un pensamiento positivo las medicaciones de 
eficacia simbólica: cohesiones simbólicas alrededor de imágenes, de ritos, de antiguos 
imperativos morales, continuaron organizando en parte las medicaciones en curso 
durante la época clásica, formando nudos de resistencia difíciles de combatir. Tanto más 
difícil era acabar con ello cuanto que la mayor parte de la práctica médica no estaba en 
manos de los médicos: pertenecía a los empíricos, fieles a sus recetas, sus cifras y sus 
símbolos. Por una parte, el internamiento hizo escapar a los alienados del tratamiento de 
los médicos, y por otra los locos en libertad, eran confiados a los cuidados de un 
empírico. 
Las curas en el siglo XVIII adquirieron modelos variados y se reforzaron como técnica 
privilegiada de la medicina. En esas curas pronto consideradas como fantásticas, nacía 
la posibilidad de una psiquiatría de observación, de un internamiento de índole 
hospitalaria y del diálogo del loco con el médico. Foucault (1964, 1998) aborda la 
técnica de curación, la cual se ordenaba secretamente en dos tesis esenciales: se trataba 
de volver al sujeto a su pureza originaria arrancándolo de su pura subjetividad para 
iniciarlo en el mundo; y aniquilar el no-ser que lo alienaba y reabrirlo a la plenitud del 
mundo exterior. Aún cuando la locura recibiera un estatuto puramente psicológico y 
moral, cuando las relaciones del error y de la falta (elementos por los que el clasicismo 
definía la locura) sean abarcados por el solo concepto de culpabilidad, las técnicas 
permanecerán con una vocación más restringida: no se buscará sino un efecto mecánico 
o un castigo moral; el tratamiento no tendrá como fin alcanzar la presencia de lo 
verdadero sino conseguir una norma de funcionamiento. 
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 17 
Foucault (1964, 1998) argumenta que no es posible utilizar en rigor como división 
válida de la época clásica entre las medicaciones físicas y medicaciones psicológicas o 
morales. Cuando el siglo XIX, al inventar los “métodos morales” introdujo la locura y 
su curación dentro del juego de la culpabilidad, se dieron las medidas exactas de 
interioridad psicológica, donde el hombre moderno buscará a la vez su profundidad y su 
verdad. La psicología como medio de curación se organizó alrededor del castigo; antes 
que tratar de apaciguar, ordenaba el sufrimiento en el rigor de una necesidad moral. El 
elemento psicológico, en su pureza, pareció haber tenido su lugar en la práctica; 
explicándose así la importancia de la exhortación, la persuasión, el razonamiento, el 
diálogo que el médico clásico entablaba con su paciente, independientemente de los 
tratamientos por medio de remedios del cuerpo; el lenguaje y las formulaciones morales 
actuaban directamente sobre el cuerpo. Había una diferencia entre las técnicas comunes 
del cuerpo y del alma, y aquellas que procuraban atacar la locura por medio de la 
palabra. En un caso, se consideraba la enfermedad como una alteración de la naturaleza; 
en el otro, se trataba de una técnica del lenguaje que veía a la locura como el debate de 
la razón consigo misma. Existieron en la época clásica dos sistemas técnicos en la 
terapéutica de la locura. Uno reposaba sobre una mecánica implícita de las cualidades y 
consideraba la locura como pasión: como algo mixto (movimiento – cualidad) 
perteneciente tanto al cuerpo como al alma; el otro, reposa sobre 
un movimiento discursivo de la razón, que razonaba consigo misma, y entendía la 
locura como error, como doble inanidad del lenguaje y de la imagen, por lo mismo que 
es el delirio. En la terapéutica se utilizaban: el despertar al enfermo de su estado; la 
realización teatral de parte de su delirio para confrontarlo con la razón; y el retorno a lo 
inmediato, sin fomentar el delirio. 
En años posteriores, lo que era enfermedad dependerá de lo orgánico; y lo que 
pertenecía a al sinrazón, a la trascendencia de su discurso, será colocado dentro de la 
psicología. Freud (citado en Foucault, 1964, 1998) retomó la locura al nivel de su 
lenguaje; no agregó a la lista de los tratamientos psicológicos sobre la locura nada 
importante; restituyó al pensamiento médico la posibilidad de un diálogo con la 
sinrazón. No se trata de psicología lo que se trata en el psicoanálisis, sino precisamente 
de una experiencia de la sinrazón que la psicología del mundo moderno tuvo por objeto 
ocultar. 
No era posible tomar conciencia de la locura como de un punto único en que vendrían a 
reflejarse las preguntas que el hombre se plantea a propósito de sí mismo. La conciencia 
científica o médica de la locura, aún cuando reconociera la imposibilidad de curar, 
siempre estaba virtualmente comprometida en un sistema de operaciones que debería 
permitir borrar los síntomas o dominar las causas; por otra parte, la conciencia práctica 
que separa, condena y hace desaparecer al loco estará necesariamente mezclada con 
cierta concepción política, jurídica, económica del individuo en la sociedad. Se 
encuentra el despliegue, también teórico y práctico, de la verdad de la locura a partir de 
un ser que es un no-ser, puesto que no se presenta en sus signos mas manifiestos más 
que como error, fantasma, ilusión, lenguaje vano y carente de contenido; va a tratarse de 
la constitución de la locura como naturaleza a partir de esta no-naturaleza que es su ser 
primo. 
 
 
 
 
 
 
TERAPIA NARRATIVA AUXILIAR EN TRASTORNO PSICÓTICO 
 
 
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Locura y sociedad 
La locura no se encaba ya como presencia furtiva de otro mundo, sino en la 
trascendencia naciente de todo acto de expresión, desde la fuente del idioma, siendo ese 
momento a la vez inicial y terminal en que el hombre se hacía exterior a sí mismo. Junto 
con el gran encierro, se volvió a entrar en conversación con el loco y nuevamente se le 
interrogó: volvió a ocupar su lugar en la familiaridad del paisaje social. Pero a mediados 
del siglo XVIII surge un miedo que se formuló en términos médicos, pero en el fondo 
animado por un mito moral. La gente se aterró de un mal bastante misterioso que podría 
esparcirse a partir de las casas de confinamiento, amenazando a las ciudades: se hablaba 
de la fiebre de las prisiones; se suponía que el aire viciado por el mal de la prisión 
corrompería los barrios residenciales (Foucault, 1964, 1998). La casa de confinamiento 
ya no era solamente el leprosario fuera de las ciudades; era la misma lepra enfrente de la 
ciudad. Con ello, renació y se ramificó en todos los sentidos un mal en conjunto físico 
y moral, que abarcaba en su indeterminación oscuros poderes de corrosión y horror. 
Primeramente, el mal se fermentaba en los espacios cerrados del confinamiento; tenía 
las virtudes que la química del siglo XVIII atribuía a los ácidos: sus finas partículas 
penetraban los cuerpos y corazones fácilmente, la mezcla hervía produciendo vapores 
nocivos y líquidos corrosivos, que esparcían alrededor una atmósfera contagiosa. Con lo 
anterior, se recuerda el valor moral y medicinal que se atribuíaal aire del campo para 
justificar todo el conjunto de significaciones contrarias que se atribuyeron al aire 
corrompido de las prisiones, hospitales y casas de confinamiento. La atmósfera 
contagiosa amenazaba a ciudades enteras, cuyos habitantes se impregnarían lentamente 
de la podredumbre y del vicio. 
El médico no fue convocado como árbitro en el mundo del confinamiento, para hacer la 
separación entre aquello que era crimen y lo que era locura, entre el mal y la 
enfermedad; más bien fue llamado como guardián para proteger a los otros del peligro 
confuso cuya transpiración atravesaba los muros del confinamiento. Una atención 
médica más integra y advertida reconoció la enfermedad allí donde antes 
indiferentemente se castigaban las faltas. Se nombraron comisiones que debían 
ocuparse del grado de mejoría que era posible alcanzar en los diversos hospitales. Se 
soñó con un asilo que reuniera todas las posibilidades del ejemplo y ninguno de los 
riesgos del contagio (Foucault, 1964, 1998). 
El conocimiento de la locura tratará de situarla cada vez más precisa, en el desarrollo 
del sentido de la naturaleza y la historia. Se recurrió a una explicación económica y 
política acerca del origen de las enfermedades nerviosas; la riqueza y el progreso 
aparecieron como elemento determinante de la locura: la libertad de conciencia 
entrañaba mayores peligros que la autoridad y el despotismo. El peligro nació de la 
indecisión, de una atención que no sabía dónde fijarse, del alma que vacila (Foucault, 
1964, 1998). También fueron peligrosas las querellas y las pasiones del espíritu que 
defendía ferozmente el partido que había tomado. Tanta libertad impide el dominio del 
tiempo; esta libertad se hallaba muy lejos de la verdadera libertad natural: estando 
constreñida y urgida por exigencias opuestas a los deseos legítimos de los individuos, 
era la libertad de los intereses, coaliciones, y combinaciones financieras, no la del 
hombre. En resumen, la libertad, lejos de poner al hombre en posesión de sí mismo, lo 
apartó aún más de su esencia y de su mundo. 
Por su parte las creencias religiosas preparaban las conciencias a la aceptación de una 
especie de paisaje imaginario, un medio ilusorio favorable a todas las alucinaciones y 
todos los delirios. Y por otra parte la civilización generalmente constituía un medio 
favorable para el desarrollo de la locura. Si el progreso de las ciencias disipaba el error, 
tenía también como efecto propagar el gusto e inclusive la manía del estudio; cuanto 
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más abstracta y compleja es una ciencia, mayores serían los riesgos de que provocara 
locura. Pero no era solo la ciencia la que separaba al hombre de lo inmediato, pues lo 
mismo hacía la propia sensibilidad: una sensibilidad no gobernada por los movimientos 
naturales, sino por el conjunto de hábitos y exigencias de la vida social. La locura 
ocultaba un sentido y origen oscuramente moral; su secreto la emparentaba con la falta 
y la animalidad. Foucault (1964, 1998) comenta que en la segunda mitad el siglo XVIII, 
la locura no sería ya reconocida como aquello que aproximaba al hombre a una 
decadencia o a una animalidad, se la situó en las distancias que el hombre tomaba con 
respecto a sí mismo, a su mundo, a todo aquello que se le ofrecía en la inmediatez de la 
naturaleza; la locura se volvió posible en ese medio donde se alteraban las relaciones del 
hombre con lo sensible, con el tiempo, con el prójimo. El final del siglo XVIII 
identificó la locura con la constitución de un medio: la locura era la naturaleza perdida, 
lo sensible extraviado, el extravío del deseo, el tiempo desposeído de sus medidas; es la 
inmediatez perdida en el infinito de las mediaciones: a medida que el tiempo constituido 
alrededor del hombre y para el hombre se volvía más espeso y opaco, aumentaron los 
riesgos de la locura. Se inventó entonces una gran obsesión del siglo XIX llamada 
“degeneración”. El hombre degeneraba porque en él el tiempo se hacía más pesado, 
apremiante y presente como una especie de memoria material de los cuerpos, que 
totalizaba el pasado y apartaba la existencia de su natural inmediatez (Foucault, 1964, 
1998). El hombre clásico perdía la verdad porque era rechazado hacia la existencia 
inmediata en que estallaba su animalidad, al tiempo en que aparecía una primitiva 
decadencia que le mostraba originalmente culpable. En adelante, cuando se hablara de 
un hombre loco se designaba a quien abandonaba la tierra de su verdad inmediata y se 
perdía a sí mismo. 
Separación 
Se dio un aumento lento de los locos a lo largo del siglo XVIII, con avance hacia el 
máximo durante los años 1785 – 1788, y luego un descenso desde que empezó la 
revolución. Lo que pesó sobre esas cifras y que hizo disminuir el número de locos 
encerrados en los antiguos asilos, fue la apertura a mediados del siglo XVIII de toda una 
serie de casas destinadas exclusivamente a recibir insensatos; fenómeno súbito como el 
gran encierro del siglo XVII, pero que pasó más inadvertido que él (Foucault, 1964, 
1998). Locos que años antes hubieran sido encerrados en las casas de internamiento, 
encontraron ahora un asilo que les pertenecía. Bruscamente se volvió a practicar el viejo 
internamiento de los locos; y aparecieron incontables casas privadas. Si no se construían 
para los locos hospitales separados, se les hacía un lugar aparte en los ya existentes. El 
deslizamiento a las instituciones antecedió al esfuerzo teórico por considerar a los locos 
internados como enfermos a quienes debía cuidarse. Las condiciones jurídicas del 
internamiento no cambiaron; y por estar especialmente destinados a los locos, los 
hospitales nuevos casi no dejaron lugar a la medicina. Lo esencial realizado en la 
segunda mitad del siglo XVIII no estaba en las reformas de las instituciones o en la 
renovación de su espíritu, sino en el deslizamiento espontáneo que determinó y que 
aisló todos los asilos especialmente destinados a los locos. La locura no rompió el 
círculo del internamiento, sólo se desplazó y tomó su distancia. Se aisló a la locura y se 
la separó de la sinrazón, con la que estaba confusamente mezclada. 
Bajo la coacción del internamiento, la sinrazón en el siglo XVIII no dejó de 
simplificarse; los rostros singulares bajo los cuales se le internaba se confundieron en la 
aprehensión global de “libertinaje”. Se encerraba como libertinos a quienes no se 
sustraía como locos. En tanto que la sinrazón se absorbió en lo indiferenciado, la locura 
tendió a especificarse. La sinrazón se volvió cada vez más simple poder de fascinación; 
la locura se instaló, por el contrario, como objeto de percepción (Foucault, 1964, 1998). 
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Entonces ya no bastaban las categorías existentes (alienación, debilidad de espíritu, 
violencia o furor) para cubrir el dominio entero de la locura; se multiplicaron las formas 
y los locos se hicieron diferentes entre ellos: empezaron a surgir los rostros múltiples de 
la diferencia, formando un dominio en que la razón podía encontrarse. Durante largo 
tiempo la razón médica sólo dominó la locura en el análisis abstracto de esas 
diferencias. 
El internamiento distinguía en la locura los peligros de muerte que ésta conlleva: es la 
muerte la que opera la separación; pero la locura empezó a hablar un idioma que no se 
refería a la muerte y a la vida sino a ella misma y a lo que pudiera comportar de sentido 
y no-sentido. En el curso del siglo XVIII se realizó una separación: el alienado perdió 
enteramente la verdad: se libró de la ilusión de los sentidos a la noche del mundo; cada 
verdad era un error, cada evidencia era un fantasma, siendo presa de todas las fuerzas 
ciegas de la locura: todo en su mundo se volvió extraño a los otros y a sí mismo. En el 
universo del insensato, por el contrario, eraposible reconocerse; allí, la locura siempre 
era asignable: tan pronto encontraba un lugar en la percepción, o en lo que pudiera 
haber de juicio y creencia en ésta; tan pronto se situara en la aprehensión intelectual de 
la verdad, en la manera en que la reconocía, en que la deducía, y en que se adhería a 
ella. El insensato no 
era enteramente extraño al mundo de la razón; en él se realizaba el peligroso 
intercambio de la razón, en tanto que la alienación designaba el momento de la ruptura 
(Foucault, 1964, 1998). 
Mientras se enriquecía la percepción asilar, la medicina siguió siéndole extraña, 
interviniendo de manera accidental y casi marginal. Lo que tradicionalmente se llama 
“psiquiatría clásica” formaría conceptos que en el fondo no eran más que compromisos, 
oscilaciones entre dos dominios de la experiencia que el siglo XIX no logró unificar: el 
campo abstracto de una naturaleza teórica en donde pudieran separarse los conceptos de 
la teoría médica, y el espacio concreto de un internamiento artificialmente establecido 
en que la locura empieza a hablar por sí misma. A principios del siglo XIX, la gente se 
indignaba de que los locos no sean tratados mejor que los condenados de derecho 
común; a lo largo del siglo XVIII, se considera que los internados merecen mejor suerte 
que la de ser confundidos con los insensatos (Foucault, 1964, 1998). 
En 1720 las medidas de internamiento no sólo eran función del mercado de mano de 
obra europea, sino del estado de la colonización de América: los internados se 
liquidaron enviándolos a América. La desaparición de tierras comunales en Europa 
obligó a la población rural a seguir la vida de obreros agrícolas, expuestos a crisis de 
producción y desempleo. Los hospitales generales se ubicaron en regiones en que 
manufacturas y comercios se habían desarrollado rápidamente y la población era más 
densa. A medida que avanzó el siglo, el internamiento se ligó a fenómenos más 
complejos: se volvió cada vez más urgente pero más ineficaz. Se respondió a las crisis 
mediante el internamiento; fundándose incontables casas en las campiñas; pero a partir 
de 1770, la practica del internamiento comenzó a retroceder; a crisis iniciales no se 
respondería ya con el internamiento sino con la delimitación de éste (Foucault, 1964, 
1998); el internamiento no figuraba ya eficazmente en las estructuras económicas. 
Entre los pobres “válidos” y los pobres “enfermos” había diferencias de naturaleza, no 
de miseria. El pobre que podía trabajar era un elemento positivo en la sociedad, 
mientras que el enfermo es un peso muerto: un elemento pasivo, inerte que no 
interviene en la sociedad más que como consumidor. Por lo anterior se soñó con la 
construcción de hospitales en que fueran atendidos los pobres que cayeran enfermos 
(Foucault, 1964, 1998). Y así como el internamiento era creador de pobreza, el hospital 
sería creador de enfermedad. El lugar natural de la curación no era el hospital: era la 
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familia, medio inmediato del enfermo. Pero se prohibía todo socorro a domicilio: el 
indigente enfermo debía ser conducido al hospital. 
Así, la locura no sabía donde ser situada en el espacio social: prisión, hospital o ayuda 
familiar. Entonces tomará posesión del internamiento en tanto que éste se despojó de 
otras formas de utilidad. Terminó la era del internamiento y quedó un aprisionamiento 
en que, por un instante, se codearon los criminales condenados o presuntos y los locos 
(Foucault, 1964, 1998). Se hizo caer a los locos bajo la ley de medidas inmediatas e 
incontroladas que no se tomaban siquiera contra criminales peligrosos sino contra 
bestias dañinas. Se responsabilizó a las familias del cuidado de los alienados, 
permitiendo a las autoridades municipales tomar las medidas pertinentes contra estos. 
Los locos recobraron (en la ley misma) ese estatuto animal en que había parecido 
alienarlos el internamiento; pero los hospitales para alienados no existían aún, pues el 
espacio social estaba en vías de reestructuración. Posteriormente, la desaparición del 
internamiento dejaría a la locura sin punto de inserción precisa en el espacio social. 
Lugar de la locura 
Devino así un tratamiento “humano” de los alienados. Se confundía el antiguo espacio 
del internamiento (reducido y limitado) y un espacio médico que se había formado en 
otra parte y que no podía ajustársele más que por medio de modificaciones y 
depuraciones sucesivas. No se hablaba de dejar a los locos mezclarse con la sociedad; si 
acaso, podían tratar de mantenerlos en el espacio familiar, y por ello la locura requería 
de un estatus público y la definición de un espacio de confinamiento que protegiera a la 
sociedad de sus peligros. Se intentó revivir las antiguas funciones del internamiento 
para uso esencial de la locura y el crimen; mientras otros se esforzaban por definir un 
estatuto hospitalario de la locura que sustituyera a la familia desfalleciente (Foucault, 
1964, 1998). 
Más tarde, se confrontaron la locura internada y la locura atendida: la locura relacionada 
con la sinrazón y la locura relacionada con la enfermedad. La exclusión de los locos 
tomaría otro sentido: designaría como una línea de compromiso entre sentimientos y 
deberes, entre la piedad y el horror, entre la asistencia y la seguridad (Foucault, 1964, 
1998). El vínculo entre internamiento y cuidados fue temporal: solo se trataba a alguien 
durante el período en que la enfermedad fuera considerada como curable, e 
inmediatamente después el internamiento recuperaba su función absoluta de exclusión; 
el internamiento de los locos no podía ser definitivo a menos que fracasaran las 
atenciones médicas. Un primer remedio era ofrecer al loco cierta libertad para que se 
entregara medidamente a los impulsos que le mandara la naturaleza, puesto que la 
locura ya no era perversión absoluta en la contra-natura sino invasión de una naturaleza 
vecina. Se suponía que la libertad dentro del internado tendría valores terapéuticos: para 
los médicos del siglo XVIII la imaginación, al participar del cuerpo y del alma y siendo 
lugar de nacimiento del error, siempre era responsable de las enfermedades del espíritu; 
por ello, la libertad vinculaba mejor la imaginación que las cadenas. La libertad 
internada curaba por sí misma, como lo haría el idioma liberado en el psicoanálisis. 
La transformación de la casa de internamiento en asilo se hizo por una reestructuración 
interna del espacio. La locura, con la libertad ofrecida, formó un cuerpo con ese mundo 
cerrado que para ella fue al mismo tiempo su verdad y su permanencia. Su situación se 
convierte en naturaleza. La desaparición de la libertad, de consecuencia que antes era, se 
volvió fundamento, secreto, esencia de la locura (Foucault, 1964, 1998). En la locura ya 
no se hacía la experiencia de un enfrentamiento absoluto de la razón y la sinrazón, sino 
la de un juego relativo, móvil, de la libertad y sus límites. Por lo anterior la locura se 
insertó en el tiempo, escapó del accidente por el cual se señalaban antes sus diferentes 
episodios, para cobrar una figura autónoma en la historia; se hizo comunicable en la 
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forma neutralizada de una objetividad ofrecida. Se invalidó también la barrera de las 
rejas: entre el loco y el no loco ya no hubo distancias salvo la medida por la mirada; la 
locura se volvió forma contemplada, cosa investida por un lenguaje, realidad conocida: 
se convirtió en un objeto. (pero lo que había obtenido del internamiento se descubría 
aún como principio de asimilación entre locura y crimen). 
En el siglo XVIII Pinel decidió quitar las cadenas a los prisioneros de los calabozos, y 
con Tuke se formaron casas de asistencia que pasaron de la iglesia a la empresa privada. 
Se desarrollaron lugares en los que los alienados recibían cuidados

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