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30 años sin Simone. 
Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal
Universidad Autónoma del Estado de México
Dr. en D. Jorge Olvera García 
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Facultad de Humanidades
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Departamento Editorial
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Jefe del Departamento del Programa Editorial
Lic. en D. G. Mónica Edith Morales Olvera
Formación
Mtro. Arturo López Mérida
Diseño de portada
30 años sin Simone. 
Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal
Editoras
Nora Pasternac
Berenice Romano
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO
FACULTAD DE HUMANIDADES 
TOLUCA, 2016
Primera edición 2016
30 años sin Simone. 
Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal
© Derechos reservados
Universidad Autónoma del Estado de México 
Facultad de Humanidades 
Cerro de Coatepec s/n Toluca, Estado de México C.P. 50000
Departamento Editorial de la Facultad de Humanidades de la UAEMéx 
fhumanidades_web@uaemex.mx
http://humanidades.uaemex.mx
ISBN: 978-607-422-787-1
Hecho en México
Made in Mexico
El contenido de esta publicación es responsabilidad de los autores. 
Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier medio, sin 
autorización escrita del legítimo titular de derechos.
Este libro ha sido dictaminado por pares ciegos externos a la 
Universidad Autónoma del Estado de México, según los 
Lineamientos del Consejo editorial de la Facultad de Humanidades 
y del Reglamento editorial de la propia Universidad.
Índice
Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ix
I. “En el comienzo. Representaciones literarias 
para llegar a ser”
Simone de Beauvoir y sus Memorias de una joven formal: 
imágenes de un recorrido
Nora Pasternac . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
Las lecturas de infancia de Simone de Beauvoir, en Memorias de una 
joven formal
Laura Quintana Crelis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
Simone de Beauvoir como figura de ficción en su autobiografía
Berenice Romano Hurtado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
II. “Simone mujer: la búsqueda de la libertad”
Simone de Beauvoir: un breve recorrido treinta años después
Blanca Ansoleaga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
Tenaz voluntad para la defensa y conquista de la libertad personal
Ana Luisa Coulon . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
¿Qué tipo de mujer queremos llegar a ser? Reflexiones acerca de la 
responsabilidad política y ética de las mujeres
Ute Seydel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
Un amor no tan contingente
Laura López Morales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117
III. Otros ángulos: perspectivas
La imposibilidad de Simone de Beauvoir, o cómo Octavio Paz fue 
incapaz de leer uno de los libros cruciales del siglo xx
Adriana González Mateos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135
La otra cara de Simone. Beauvoir y el cine documental
Maricruz Castro Ricalde . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159
Simone de Beauvoir. Las otras ‘ceremonias del adiós’: 
desde La vejez a Una muerte muy dulce
Ana Rosa Domenella. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187
Introducción
Simone de Beauvoir fue una mujer orgullosa que rechazó todas las 
servidumbres y que dio a esa empresa diversos argumentos, la fuerza 
de su prosa o de sus escritos. Pretendió ser libre y lo fue en la medida 
en que la historia que le tocó vivir se lo permitió. Realizó una obra im-
portante, trató de alcanzar las metas que se propuso con una voluntad 
y una vitalidad admirables. Se convirtió en una escritora y en un per-
sonaje célebre con la tenacidad que la caracterizó y con igual firmeza 
construyó a partir de su vida una obra significativa. Su vida misma fue 
una creación construida con arte. 
Al comienzo de Memorias de una joven formal Simone de 
Beauvoir toma como recurso para iniciar la narración de su vida la 
imagen de sí misma mientra se observa de bebé en una fotografía. Esa 
contemplación le sirve como metáfora de la mirada que volcará sobre 
ella para contarse. Este foco analítico sobre sí se extenderá por toda 
su obra y será el que la lleve a escribir una autobiografía tan extensa, 
novelas que refieren a lo femenino y, desde luego, El segundo sexo. 
En el núcleo de esta imagen en la que se contempla, radica el 
hecho de mirarse como otra, como ajena. Rastrea en las fotografías no 
sólo a sí misma, sino la figura de sus padres como parte fundamental de 
lo que ella es. Escribir su autobiografía es, entonces, escribir su iden-
tidad. De alguna forma eso es lo que palpita en el centro de su obra: la 
reflexión sobre sí misma la lleva a pensar en la condición femenina y a 
reformular el sitio en el que la sociedad ha colocado a la mujer. 
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formalX
Alicia Puleo señala que “en el feminismo existencialista de 
Simone de Beauvoir, el ser humano no es una esencia fija, sino ‘exis-
tencia’, es decir ‘proyecto’, ‘trascendencia’, ‘autonomía’, ‘libertad.’” 
(2008: 2) La mujer, igual que el hombre, se va haciendo durante la 
vida y requiere de libertad para poder ejercer su derecho a la elección. 
Elegir ese “proyecto” que se quiere desarrollar supone tomar ciertos 
caminos y abandonar otros. 
Después del movimiento sufragista de fines del xix, el interés 
por la mujer y su inclusión en los diversos ámbitos de la sociedad se 
habían relegado. Los años de posguerra son el marco en el que Simone 
de Beauvoir se cuestiona por los derechos humanos y, en particular, 
desarrolla con lucidez la condición de ser mujer. El segundo sexo, de 
1949, representa un referente antropológico e histórico sobre lo que 
ha sido y debería dejar de ser el sitio de la mujer. Este ensayo cimienta 
las bases del feminismo que se desarrolló durante el siglo xx e incluso 
del discurso que se sigue elaborando hasta el día de hoy. 
En el presente libro se reúnen textos que han buscado leer la 
obra de Simone de Beauvoir desde aspectos muy diversos. La perspec-
tiva original de muchos de ellosdan cuenta de las inagotables lecturas 
que aún pueden y seguirán haciéndose sobre una pensadora que, en 
la profundidad de sus propuestas, marcó líneas que tendrán que con-
tinuar su curso por mucho más tiempo. Como una guía de lectura, los 
artículos de este libro se han organizado en tres grupos: 
I. “En el comienzo. Representaciones literarias para llegar a 
ser”. En este primer apartado se agrupan los textos que se concentran 
en rastrear en Memorias de una joven formal lo que la misma Simone 
piensa que la formó como escritora. Nora Pasternac, en “Simone de 
Beauvoir y sus Memorias de una joven formal: imágenes de un recorrido”, 
Introducción XI
encuentra que en este primer libro biográfico Simone trata de dar 
cuenta de un “verdadero conocimiento de sí”. A partir de una mirada 
crítica a la infancia, Simone de Beauvoir va mostrando al lector qué 
eventos impactaron más en su vida y cuáles fueron la situaciones y las 
relaciones que la llevaron por los caminos definitivos de su existencia. 
Pasternac señala:
Por un lado, es una narración de infancia y adolescencia, por el 
otro, la crónica de una ascensión de la ignorancia a la lucidez […]; 
la historia de una liberación; la leyenda de una anti-conversión 
(religiosa); una historia de vocación intelectual; el recorrido de 
la elaboración de una identidad; la construcción de un extraor-
dinario monumento póstumo levantado a la memoria de Zaza, la 
inolvidable amiga; es, incluso, una novela romántica de encuentro 
con el “príncipe azul”; una obra de arte literaria extremadamente 
elaborada, y, finalmente, hasta constituye un formidable docu-
mento social (p. 31).
En esta línea, Laura Quintana Crelis, en su texto “Las lecturas de 
infancia de Simone de Beauvoir, en Memorias de una joven formal”, 
revisa las lecturas de infancia que Simone de Beauvoir relata en este 
primer tomo de su autobiografía. Quintana Crelis muestra cómo la 
filósofa, al dar cuenta de sus primeras lecturas y de la influencia que 
tuvieron en ella, señala el camino de su formación en varias líneas: 
la veta existencialista, como simiente de toda la reformulación de su 
identidad; el camino del feminismo, que se abre al final del libro en la 
reflexión sobre su ser mujer; y su vocación de escritora y maestra, que 
se contorna e impulsa con la lectura. Quintana comenta que “Memorias 
de una joven formal cuenta el proceso paulatino que lleva a Simone de 
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formalXII
Beauvoir a adueñarse de la palabra porque para ella la palabra es el ori-
gen del poder. La palabra se manifiesta en los libros que posee y que 
expresan el mundo que la rodea, es decir que Simone ve la realidad a 
través del filtro que le proporciona lo ficticio”. (39)
Respecto de este vínculo con la ficción, Berenice Romano 
Hurtado escribe el texto “Simone de Beauvoir como figura de ficción 
en su autobiografía”, en el que revisa los textos autobiográficos de la 
filósofa para rastrear los recursos literarios de los que se vale en aras de 
construir su identidad. Romano resalta sobre todo las ideas de Simone 
de Beauvoir en las que reconoce que lo que escribe como memorias 
o textos biográficos no pueden quedar exentos de los procedimientos 
que usa en la ficción. Señala que la obra autobiográfica de Simone “es 
una elaboración […] porque el espacio literario, sus medios, límites y 
formas, trabajan con el mismo mecanismo que organiza un entramado 
narrativo, sea una historia verdadera o no”. (61)
II. En un segundo bloque titulado “Simone mujer: la búsqueda 
de la libertad”, se reúnen los textos que muestran el camino que reco-
rrió Simone de Beauvoir no sólo para tener un discurso propio dentro 
de la academia francesa, predominantemente ocupada por varones, 
sino para vivir en su propia piel el derecho a la libertad de elección en 
todos los ámbitos de su existencia. En este sentido, Blanca Ansoleaga, 
en “Simone de Beauvoir: un breve recorrido treinta años después”, 
hace un recuento de la vida de Simone de Beauvoir y muestra cómo va 
desarrollando ideas personales que se anclan en el pensamiento exis-
tencialista. Y es desde ahí que expondrá la condición de la mujer en 
El segundo sexo. Ansoleaga subraya el impacto inmediato que tuvo este 
ensayo −los 22 mil ejemplares que se vendieron en una semana−, y que 
fue síntoma de la enorme necesidad que llegó a cubrir respecto de una 
Introducción XIII
reflexión lúcida y justa sobre el lugar de las mujeres en la sociedad. Para 
Beauvoir, comenta Ansoleaga, “lo más importante […] es la indepen-
dencia económica, a partir de ella, vendrán las otras formas de libertad, 
que eliminarán la opresión y el sometimiento”. (80)
En “Tenaz voluntad para la defensa y conquista de la libertad 
personal”, Ana Luisa Coulon hace una revisión de algunos de los temas 
más sobresalientes de El segundo sexo y afirma que con este ensayo la 
condición de opresión de la mujer se revela como el resultado de un 
proceso histórico. Coulon reflexiona acerca de las afirmaciones que 
hace de Beauvoir respecto de la idea de mujer como el “otro incom-
pleto”, sobre los mitos que han perpetuado un modelo erróneo de lo 
femenino, acerca de las falsedades sobre la maternidad y el matrimo-
nio –que se suman en el “deber ser”– y de la importancia de reconocer 
en la libertad de elección la posibilidad de trascendencia en la mujer. 
En relación con esto último, Coulon escribe: “La denigración consiste 
en reposar en la actitud pasiva del ‘en sí’; es decir, sin realizarse como 
proyecto, sino quedándose en la ‘inmanencia’ […]” (p. 87) Más ade-
lante, agrega: “El segundo sexo fue el detonante que puso en relación los 
movimientos de emancipación y los psicoanalíticos, y ella [Simone de 
Beauvoir] fue la primera que hizo un intento serio por develar aquellas 
leyes y reglas del psicoanálisis, ciegas a las diferencias de género.” (p. 92)
Por su parte, Ute Seydel, en “¿Qué tipo de mujer queremos 
llegar a ser? Reflexiones acerca de la responsabilidad política y ética 
de las mujeres”, señala que la mujer debe reconocerse como sujeto 
autónomo, dueño de una libertad de la cual es necesario apropiarse. 
Agrega que asumir esa libertad supone también la responsabilidad 
de cómo ha de usarse; es decir, que la mujer debe participar activamente 
en las reflexiones políticas que afectan su propia condición, que no 
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formalXIV
está predeterminada; insta a tomar conciencia de ello, lo que le permi-
tirá desarrollar su propio proyecto ético. En esta dirección, Seydel 
escribe que: 
Debemos definir cómo queremos establecer nuestras relaciones 
con amigos, familiares, colegas, subordinados y jefes. ¿Qué sentido 
queremos dar a nuestras vidas? ¿Cómo queremos ser activas en 
la sociedad, fuera del ámbito del trabajo? ¿Ofrece la equidad de 
género en las instituciones la solución con respecto al malestar que 
sienten las mujeres en las jerarquías existentes? ¿Es cierto que los 
trabajos que implican en el sentido más amplio de la palabra cuidar 
de los otros, suponen que la mujer pierda su autonomía, viva en 
dependencia y no pueda ser libre? (p. 112) 
Laura López Morales, en “Un amor no tan contingente”, se concentra 
en señalar que la posición que de Beauvoir sostiene en El segundo sexo 
respecto del amor y las relaciones afectivas entre hombres y mujeres, 
se contradice en su propia experiencia. Si bien la relación que acor-
dó con Jean Paul Sartre fue una poco convencional, en la que parecía 
que no había lugar a la entrega completa, las que sostuvo con Bost, 
Algren y Lanzmann muestran un costado distinto de la concepción 
que aparentemente Simone tuvo sobre el amor. El artículo de López 
Morales muestra que al mismo tiempo que de Beauvoir denuncia una 
dominación masculina dentro de la sociedad, ella vive plena y satisfe-
cha, incluso enamorada, sus relaciones afectivas. “La argumentación 
beauvoriana [escribe la autora] incluye en ese proceso de revisión [elque realiza en El segundo sexo] el mito del amor entre un hombre y una 
mujer […] [pero] la referencia a la relación amorosa como experien-
cia constructiva de la identidad tanto del hombre como de la mujer 
Introducción XV
está prácticamente ausente.” (p. 121) Es decir, este artículo muestra 
la paradoja que resulta de cotejar, por ejemplo, El segundo sexo y las 
cartas que le escribió a Algren; trescientas cuatro cartas, entre febrero 
de 1947 y noviembre de 1964, que muestran a una Simone apasionada 
y sin prejuicios en relación con la entrega amorosa. Sin embargo es esta 
paradoja, a decir de López Morales, la que “da sentido a esa existencia 
voluntariamente escindida: las ideas, el intelecto y el espíritu, aparen-
temente por un lado, la pasión, el afecto, la carne, el sentimiento, por 
el otro.” (p. 131)
III. “Otros ángulos: perspectivas”. Aquí la revisión se concentra en 
lecturas que revisan costados menos trabajados de la obra de Simone. 
Con el título “La imposibilidad de Simone de Beauvoir, o cómo 
Octavio Paz fue incapaz de leer uno de los libros cruciales del siglo 
xx”, Adriana González Mateos anuncia con ironía cómo uno de los 
pensadores más representativos e influyentes del siglo xx en México 
no pudo reconocer la importancia del trabajo que Simone de Beauvoir 
desarrolló en El segundo sexo, para, por ejemplo, dar una visión de la 
mujer distinta de la que muestra en El laberinto de la soledad. González 
Mateos señala: 
[…] sin duda, cuando Octavio Paz llegó a París en 1945 no pensaba 
en la posibilidad de conocer a Simone de Beauvoir. Aunque insiste 
muchas veces en la necesidad de trascender la soledad, es clara 
de muchas maneras su falta de empatía tanto con las figuras feme-
ninas que describe como con las ideas de una mujer culta e inteli-
gente como ella. No es posible pasar por alto el contraste entre la 
elegante intelectual cuya obra Paz debió ver en muchas librerías y 
la vengativa descripción de la Chingada. (p. 158)
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formalXVI
El estudio de González Mateos permite no sólo reflexionar una vez 
más acerca de la relevancia de la escritora francesa, sino que muestra, 
en la figura de Paz, el resago en la aceptación y tolerancia de las ideas 
feministas entre algunos intelectuales varones en México.
Por su parte, Maricruz Castro Ricalde, en “La otra cara de 
Simone. Beauvoir y el cine documental”, revisa los documentales y 
películas que se hicieron sobre Simone de Beauvoir y que de alguna 
forma agregan a la identidad de Simone rasgos que dan otra cara; ya 
no sólo la de la mujer intelectual e independiente que era, sino una que 
la muestra más cercana a un modelo de feminidad que en sus escritos 
parece juzgar. Castro Ricalde revisa “las aparentes paradojas sobre el 
feminismo de Beauvoir y la manera como se apropió del concepto des-
de su forma de entender las relaciones humanas hasta en los hechos 
más cotidianos.” (p. 166) “A través de la mirada cinematográfica se 
dota, entonces, de otros rostros a Simone de Beauvoir.” (p. 167)
Finalmente, en “Desde La vejez a Una muerte muy dulce”, Ana 
Rosa Domenella hace una revisión del ensayo La vejez, que Simone de 
Beauvoir escribió en 1970 acerca de la ancianidad y sus implicaciones 
sociales. Como contrapunto, Domenella refiere a la narración que de 
Beauvoir hace de la convalecencia y muerte de su madre en Una muerte 
muy dulce, de 1964. Escribe Domenella: “Para la escritora lo más va-
lioso que aporta la edad es que ‘barre con fetichismos y espejismos’. 
Pero prever no es saber y saber no es experimentar. Ya que toda verdad 
deviene. Para Beauvoir, más que buena salud, la suerte del anciano es 
que el mundo siga poblado de finalidades. ‘Activo, escapa al tedio y a 
la decadencia.’” (p. 202)
Introducción XVII
En este punto podemos decir que no son treinta años sin Simone, 
sino años en los que se ha ido incrementando el discurso en torno a su 
obra. Este libro es un indicio de ello: se presenta como un volumen 
que no sólo reflexiona sobre el impacto y la vigencia del pensamiento 
de Simone de Beauvoir, sino que vincula estas consideraciones con 
hechos e intereses en el ámbito académico mexicano. Así se demuestra 
que en los años que han transcurrido desde la muerte de Simone, se 
ha ramificando el rizoma infinito de su propuesta de libertad. Porque, 
finalmente, los temas se renuevan y se hace necesario que la reflexión 
sobre la mujer siga viva y vigente. La condición humana no puede 
dejar de pensarse.
I
“En el comienzo. 
Representaciones literarias para llegar a ser”
Simone de Beauvoir y sus Memorias de una joven 
formal: imágenes de un recorrido
Nora Pasternac
Instituto Tecnológico Autónomo de México
No conviene poner ningún epígrafe en el comienzo de un trabajo 
sobre Simone de Beauvoir porque la renovación que introdujo en las 
ideas, su estilo decidido y al mismo tiempo original hace que se puedan 
citar tan abundantemente sus frases que es preferible empezar este 
texto por algunas que se han convertido en los epigramas del mundo 
moderno. Desde el famoso “No se nace mujer: se llega a serlo”1 que 
abre el tomo dos de El segundo sexo, que, por lo demás, continúa de 
la siguiente manera: “Ningún destino biológico, psíquico, económico 
define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; 
es el conjunto de la civilización el que elabora ese producto intermedio 
entre el macho y el castrado que se califica como femenino”, hasta su 
definición tan exacta del fenómeno social extraño y difícil de abarcar 
que representa en el mundo la situación de las mujeres: “Ellas no 
tienen pasado, historia o religión que les sean propias; no tienen como 
1 O: “llega una a serlo”. La célebre frase en francés dice: “On ne naît pas femme: on le devient” lo que 
literalmente puede traducirse como “No se nace mujer: se deviene una”. Otra posibilidad: “Las mujeres 
no nacen, se hacen”. En este trabajo, las citas han sido extraídas de los textos en francés. Las traducciones 
me pertenecen. 
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal22
los proletarios una solidaridad de trabajo y de intereses; ni siquiera 
hay entre ellas esa promiscuidad espacial que hace de los negros de 
Estados Unidos, de los judíos de los guetos, de los obreros del barrio 
de Saint Denis o de las fábricas Renault una comunidad.” (Beauvoir, 
1986, I: 20) hasta su descripción sin complacencias de las característi-
cas de las mujeres tales como las estudió a finales de la década de 1940, 
descripción que tal vez sigue vigente y explica tantas cosas: “[…] ese 
fondo común sobre el que se levanta toda existencia femenina singu-
lar”, ese fondo común de cualidades y defectos creados por la vida bajo 
el patriarcado, bajo un determinado sin ellas y que las excluye. Por 
último, no se puede resistir la tentación de recordar una de sus más cé-
lebres impugnaciones a la posición masculina: “La mujer se determina 
y se diferencia con relación al hombre y no él con relación a ella; ella 
es inesencial frente a lo esencial. Él es el sujeto, el Absoluto; ella es el 
Otro.” (Beauvoir, 1986, I: 7)
El Castor o Castor, como la llamaban todos desde muy joven2 
era además un personaje excepcionalmente cálido y receptivo a pesar 
de la reserva y la distancia a veces agria que trató de guardar siempre 
ante la persecución de los medios. Los que la conocieron de cerca no 
dejan de señalar su generosidad, su capacidad para escuchar a los otros, 
su “intrépida sinceridad”. Una escritora canadiense, mucho más joven 
que ella, la recuerda así: “Amé a esa vieja dama de la que sólo conocía 
su pasado tantas veces relatado, y el instante presente que compartía-
mos juntas. Amaba sus colores, el gris de sus cabellos, la blancura de 
su piel, el azul de sus ojos, su palabra nítida. Yo le contaba mi vida en 
jirones, con ligereza, burlándome de mí misma. Me maravillaba que 
2 Es conocida la anécdota por la cual un amigo la bautizó de esta manera a causadel parecido de su 
apellido con la palabra “castor” en inglés: Beauvoir = Beaver.
Simone de Beauvoir y sus Memorias de una joven formal: imágenes de un recorrido 23
después de haber visto desfilar tanta gente desde hace tantos años 
ella se interesara todavía por alguien nuevo y le regalara su tiempo.” 
(Bernheim, 1991: 69)
Otra joven escritora, que la entrevista en 1984, dos años antes 
de su muerte, recuerda: 
Yo no habría podido prescindir de su pasión, de su sensualidad, de 
su absoluto. Esta mujer se me aparece como una magnífica ‘ogresa’, 
excesiva, extremadamente viva, que se come al mundo por todos 
los poros de su piel y de su espíritu. ¿Quién hizo circular el rumor 
de una mujer fría y parsimoniosa? [...] Es una mujer radical en el 
sentido primero de la palabra radical, ‘que abarca la esencia de una 
cosa, de un ser.’ (Audet, 2008: 1-2)
Por otro lado, era una persona especialmente “dotada para la felicidad” 
como dice ella misma. Una felicidad que, a pesar de su búsqueda de 
absoluto y de libertad total, se esforzaba ella misma por conseguir y 
que dependía de las cosas posibles de este mundo, de las cosas huma-
nas, de una ambición razonada: es la felicidad del “sage”, del sabio, del 
cuerdo, una felicidad de la sabiduría filosófica. Por ejemplo, hablando 
de una amiga común y a propósito de la cual analiza la idea de felicidad, 
le escribe a Sartre, el 16 de noviembre de 1939: 
Yo no pensaba exactamente en el eudemonismo de Aristóteles 
con respecto a ella, pues consiste en buscar la felicidad del hombre 
en la condición humana, sin ilusiones de derecho. Mientras que 
ella parece imaginar un mundo inteligible en el que se realizaría la 
felicidad absoluta, ideal y total, y considerar que tiene derechos so-
bre ello. No la entiendo bien, porque yo siempre deseé la felicidad, 
pero sin creerme que tenía derechos sobre ella, sino como algo 
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal24
construido por mí y no como un maná caído del cielo; jamás se me 
hubiera ocurrido quejarme de mis padres, por ejemplo; eso forma-
ba parte de las condiciones, unas jodidas, otras favorables a partir 
de las cuales era necesario lograr la felicidad, según yo. (Beauvoir, 
1990: 273-274).
Así como se empeña en seguir el hilo filosófico de los entresijos de esa 
búsqueda de felicidad, sabe entregarse a la recompensa simple de las 
iluminaciones intransferibles de los paisajes: “En Ávila, por la mañana, 
aparté los postigos de mi cuarto; vi, contra el azul del cielo, torres so-
berbiamente erguidas; pasado, porvenir, todo se desvaneció, no había 
sino una gloriosa presencia: la mía, la de las murallas; era la misma y 
desafiaba al tiempo. A menudo, en el curso de esos primeros viajes, 
felicidades así me dejaron petrificada.” (Beauvoir, 1972: 97)
Pero Simone de Beauvoir no fue sólo la autora de ese texto, 
El segundo sexo, al mismo tiempo fundador y rico por los dilemas que 
plantea así como por los cuestionamientos, las objeciones que provo-
có y que dieron lugar a los más ricos desarrollos que hoy continúan en 
diálogos fecundos en prácticamente todo el mundo. En realidad, su 
obra se desarrolló en tres direcciones por lo menos –si no se incluyen, 
además, sus artículos, numerosísimos; las entrevistas que concedía con 
gran generosidad a los que se acercaban a ella, y una serie de tomos de 
correspondencia (era una formidable escritora de cartas), con Sartre, 
con Jacques Bost, con el escritor norteamericano Nelson Algren (a 
quien la unió una apasionada relación amorosa). Por un lado, se trata 
de la narrativa: novelas (recordemos sólo La invitada o Los mandarines) 
y relatos; en segundo lugar, un conjunto autobiográfico que comienza 
en 1958 y termina en 1981 (cuatro gruesos volúmenes), y, finalmente, 
varios ensayos de gran repercusión, de los que el más célebre y polémico 
Simone de Beauvoir y sus Memorias de una joven formal: imágenes de un recorrido 25
sigue siendo El segundo sexo. Hay que recordar que también escribió 
una obra de teatro, Las bocas inútiles, que constituye su única incursión 
en el género.
Memorias de una joven formal (1958) representa el primer tomo 
del ciclo autobiográfico y es, tal vez el más construido y novelesco de 
todos. Ella misma lo apreciaba por sobre los otros; lo definió como 
una obra de “creación, pues apela a la imaginación y a la reflexión tanto 
como a la memoria.” (Beauvoir, 1972: 129). Se trata de un libro cuyo 
tono general se aleja deliberadamente del de casi todos los dedicados a 
los recuerdos de infancia. No hay ninguna intención “poética” ni lírica 
ni idealizadora hacia la infancia, sino, al contrario, una mirada lúcida 
y crítica sumamente saludable. Ninguna complacencia –eso es lo más 
refrescante–: ella misma es el objeto de sus análisis y de sus duras 
críticas. Así como no hay atmósfera poética, tampoco existe ninguna 
intención didáctica; en todo caso, si hay una lección, es evidente que 
queda a cargo de las lectoras y los lectores.
En cuanto al género autobiográfico (que ella cultivó con tanta 
abundancia), se sabe que uno de los problemas mayores (muchísimos 
más también, por supuesto) que plantea es el del conocimiento de sí, 
el de un “verdadero” conocimiento de sí. Es muy probable que no lo 
haya, ella lo sabía muy bien: “el yo no es más que un objeto probable, y 
quien dice yo sólo aprehende un perfil; el otro puede tener de uno una 
visión más clara y más justa”. Y agrega: “si emprendí [esta historia] 
es en gran parte porque uno nunca puede conocerse, sino solamente 
contarse.” (Beauvoir, 1986: 419).
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal26
Las Memorias de una joven formal (1958),3 de Simone de 
Beauvoir, representan el primer tomo de una voluminosa serie de rela-
tos de vida que abarcan casi toda la existencia de la autora y constitu-
yen el ciclo autobiográfico de su obra: La force de l’âge (1960), La force 
des choses (1963) y Tout compte fait (1972).4 
El género de las Memorias está muy próximo al de la autobio-
grafía. En principio, las Memorias ponen el acento sobre el contexto 
histórico de la vida del autor y sobre sus actos más que sobre la historia 
de su personalidad y su vida interior.5 En ese sentido, las Memorias de 
una joven formal de Simone de Beauvoir son más autobiografía que 
Memorias, pues en el primer caso, el relato está centrado en la vida 
privada del autor, y en el segundo, sobre su época. Ahora bien, es evi-
dente que el relato de la autora está verdaderamente enfocado en la 
evolución y las transformaciones de su personalidad mucho más que 
en el testimonio sobre los acontecimientos históricos que se suceden 
en la sociedad de su época. Ella misma reconoce repetidamente en su 
relato hasta qué punto era ajena a los hechos políticos, sociales o gene-
rales de la sociedad: “[…] yo me interesaba por mis estados de ánimo 
mucho más que por el mundo exterior” (260) o “ […] miseria, crimen, 
opresión, guerra: entreveía confusamente horizontes que me espan-
taban” (407) son algunas de las repetidas formulaciones a lo largo de 
su relato junto con las orgullosas declaraciones de individualismo. 
3 Cuyo título en francés fue Mémoires d’une jeune fille rangée. Cuando las citas correspondan a este texto 
sólo pondré el número de página entre paréntesis. Las traducciones me pertenecen.
4 Traducidos al español con los siguientes títulos: La plenitud de la vida, La fuerza de las cosas y Final de 
cuentas.
5 La bibliografía sobre el tema es muy nutrida; para este trabajo sólo citaré los clásicos estudios de Philippe 
Lejeune que a su vez han dado lugar a numerosos desarrollos que continúan hasta el presente aunque sin 
modificar demasiado sustancialmente sus primeros planteos y definiciones: Le pacte autobiographique [El 
pacto autobiográfico] (Lejeune, 1975); Je est un autre [Yo es otro] (Lejeune, 1980); Moi aussi [Yo también] 
(Lejeune, 1986). 
Simone de Beauvoir y sus Memorias de una joven formal: imágenes de un recorrido 27
Individualismoque se resquebrajará un poco cuando se encuentre con 
la figura de Jean Paul Sartre, a quien muy posteriormente seguirá en 
ciertas acciones políticas a lo largo de toda su historia en común. De 
modo que las Memorias… de Simone de Beauvoir pueden conside-
rarse como una verdadera autobiografía. Por otra parte, así como gran 
parte de su obra está constituida por esos gruesos volúmenes autobio-
gráficos, Simone de Beauvoir apreció siempre todos los géneros de 
escritura del Yo y se entregó a ellos tanto en sus lecturas como en su 
ejercicio. A los diecisiete años, cuando sus ideas la separan del medio 
familiar al que estaba más o menos firmemente incorporada, comienza 
a escribir su diario íntimo. Mantendrá ese diario durante toda su vida, 
especialmente en los momentos dolorosos. Por ejemplo, durante la 
Ocupación alemana el diario tiene la función esencial de calmar sus 
angustias y ansiedades. Cuando se decide a escribir las Memorias de 
una joven formal durante el verano de 1957, se sumerge en el diario 
íntimo de su época de jovencita rebelde y en las cartas y las libretas 
que había conservado de su inseparable y malograda amiga Zaza, 
Elizabeth Mabille: 
Durante las vacaciones me había decidido a continuar mi autobio-
grafía; esta resolución permaneció durante largo tiempo vacilante; 
me parecía presuntuoso hablar tanto de mí. Sartre me alentaba. 
[…] Durante horas, leyendo viejos diarios, me dejaba atrapar por 
un presente cargado de un porvenir incierto y que ya se había 
convertido en un pasado superado desde hacía tiempo: era algo 
desconcertante. A veces me entregaba tan enteramente que el 
tiempo flotaba. Al salir de ese curso irreversible de mis veinte años 
ya no sabía en qué año aterrizaba. (Beauvoir, 1978: 248)
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal28
Y en lo que respecta a la lectura, ella misma subraya: “Un género que 
me seduce, porque se sitúa en la intersección de la historia y de la psi-
cología, es la biografía […] En ese caso, leer no es como lo escribía 
Montaigne, conversar sino deslizarme en el corazón de un monólogo 
ajeno.” (Beauvoir, 1978: 166) 
Muchos factores residen en el carácter irónico que trae consigo 
el título del libro. Lo que se lee no es la historia de una “joven formal”, 
sino la transformación de la niñita obediente en joven rebelde y con-
traria a casi todos los valores que sus padres y su medio social le incul-
can o le imponen. En ese sentido, la palabra “rangée” (formal, seria, de 
vida ordenada) es la que contribuye a la ambigüedad.
El proyecto del libro se limita esencialmente al relato de la infan-
cia y de la adolescencia. Cuando emprende estas memorias, Simone de 
Beauvoir está cerca de sus cincuenta años, pero “el deseo autobiográfi-
co” está presente en ella casi desde el comienzo de su vida consciente: 
diarios infantiles y adolescentes, libretas, diarios de tiempos de crisis 
(por ejemplo, durante la guerra), primeros relatos con transposicio-
nes apenas veladas de personajes reales, primeras novelas que juegan 
igualmente con las transposiciones más o menos disimuladas, corres-
pondencia abundantísima en la que se cuenta, se analiza, recoge todos 
los detalles de su vida y de sus sensaciones, desde el color de las nubes 
o del cielo hasta los atuendos y los sabores de las comidas, desde los 
gestos o las muecas de la gente que se mueve alrededor de ella hasta los 
diálogos más triviales o ridículos.
Por ejemplo, en sus cartas a Nelson Algren, “su amor transatlán-
tico”, mucho antes de imaginar siquiera la escritura de las Memorias, el 
día 22 de diciembre de 1947, escribe:
Simone de Beauvoir y sus Memorias de una joven formal: imágenes de un recorrido 29
Ayer hice otro paseo, el más bello. Me acuerdo cómo adoraba el 
campo cuando era niña. En París, yo vivía una vida mezquina, ya 
se lo conté. Ciertamente, mis padres habían pertenecido a la gran 
burguesía, pero cuando tenía seis años, durante la Primera Guerra 
Mundial, mi padre partió a luchar y perdió su clientela de aboga-
do; el padre de mi madre, propietario de una fábrica de zapatos, se 
arruinó y en 1918 éramos verdaderos pobres, sin que nadie haya 
sido capaz de reaccionar, de adaptarse; eso era lo peor de todo. 
Pero cada verano pasábamos dos o tres meses en el campo, en 
lo de mi abuelo paterno que poseía una bonita casa rodeada de 
un gran jardín y de granjas y fincas importantes. Yo adoraba esas 
vacaciones; durante días enteros, sola en los bosques y las prade-
ras, caminaba, gozando de mi propia compañía, descansando en 
escondites secretos, leyendo, mordisqueando manzanas verdes, 
soñando, reflexionando, feliz, presintiendo que la vida sería ma-
ravillosa, puesto que el mundo era tan bello. A veces, romántica-
mente, olvidaba la hora de la cena contemplando la luna en lo alto 
del estanque plácido o un largo y perezoso crepúsculo. Nunca más 
después el crepúsculo, la luna, el viento, los árboles, el agua ni el 
cielo volvieron a ser tan esenciales, como es Dios para el creyente, 
como el amor para el amante, como usted para mí ahora. Pero no 
he olvidado nada, y cuando nuevamente me encuentro solitaria y 
tranquila en una solitaria y tranquila naturaleza me siento conmo-
vida. (Beauvoir, 1999:134-135).
Y, asombrosamente, porque este pasaje constituye el resumen completo 
de las Memorias de una joven formal, el 24 de enero de 1948, casi día por 
día diez años antes del momento en que estaba en plena redacción de 
su libro, le relata a Algren:
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal30
¡Yo no era un niñita tan digna de compasión, para que sepa!6 Es 
cierto que el año que evoqué no fue el mejor de mi vida, pero, en 
cambio, mi infancia fue muy feliz. Hasta los doce o trece años ido-
latraba a mi padre que me parecía muy inteligente. Se dedicaba a 
leerme, se ocupaba mucho de mí y se enorgullecía de mis éxitos 
escolares. Yo adoraba estudiar, leer, tenía una amiga a la que quería 
con un profundo amor (sin nada sensual), con todo mi corazón y 
toda mi alma, creía en Dios, convencida de que él me amaba. El 
campo, mis estudios, los libros, mis amigos, la primavera, el otoño, 
dormir, comer, rezar, una fogata, un paseo: todo me procuraba 
intensos placeres. De los catorce a los veintiún años, las cosas 
no marcharon tan bien, evidentemente. Comencé a despreciar a 
mi padre y a mi madre (que lo merecían), ya no creía en ningún 
dios, aspiraba a mucho más que lecturas y manzanas, me enamoré 
(tampoco esta vez de manera física; sólo era una inclinación de 
corazón y de alma) de un primo de mi edad; él sentía cierto afecto 
por mí, sin preocuparse demasiado por la “pobre cosa” que era yo 
[no olvidar que escribe en inglés, es decir, poor thing, en francés 
no existe realmente la expresión]. Llegué a odiar a mi familia y a 
sentirme muy desdichada a propósito de mi primo, que se esfumó 
hacia África para hacer el servicio militar. A esa época pertenece 
la cara desolada que tengo en la foto. Sin embargo, nunca fue el 
horror total porque yo era joven, porque esperaba mucho de la 
vida y sabía que lo obtendría. Mi último año [quiere decir el último 
año de estudiante que vive con sus padres], el año de la lamenta-
ble foto, estudiaba como una condenada todo el día, y también de 
noche en casa. Pero encontraba la manera, no me acuerdo cómo, 
de conseguir algún dinero (hurtándolo, supongo) y a veces me 
aventuraba en infames cabarets donde tomaba copas fingiendo 
ser una prostituta (nadie me creía). Tuve algunas feas aventuras 
con tipos, aventuras que pudieron terminar mal, pero con la pinta 
6 No se conocen las respuestas de Algren, pues sus herederos no han permitido la publicación de sus 
cartas y sólo se tienen indicios de lo que él respondía en frases como esta.
Simone de Beauvoir y sus Memorias de una joven formal: imágenes de un recorrido 31
que yo tenía no había nada que temer y ellos ni siquiera intentaron 
besarme nunca. Luego, aprobé brillantemente el concurso de 
oposición. Dos desastresse produjeron: uno, el primo bienamado 
volvió de Marruecos y me declaró que se casaba, por puro interés; 
dos, mi amiga tan querida murió a los veintiún años, de una muerte 
trágica, patética. Todo eso habría podido ser catastrófico para mí, 
pero una vez más tuve suerte porque precisamente entonces me 
encontré con Sartre y sus amigos. Un poco más grandes que yo, 
dos o tres años, ellos conocían a un montón de gente, y mi vida 
entera se metamorfoseó. Sartre y yo comenzamos a unirnos 
profundamente uno al otro; nada que ver con mi “amor” por el leja-
no primo; esto era real, fue un lazo que transformó toda mi vida. 
(Beauvoir, 1999: 154-155).
La he citado largamente para que se escuche su voz, tan particular, 
y porque no se podría dar una reseña más perfecta de las Memorias. 
De todos modos, hay que decir que este relato plantea al análisis in-
numerables aspectos. Por un lado, es una narración de infancia y 
adolescencia; por el otro, la crónica de una ascensión de la ignorancia 
a la lucidez (ella misma dice: “Sentía entonces mi existencia como una 
ascensión”); la historia de una liberación; la leyenda de una anti-con-
versión (religiosa); una historia de vocación intelectual; el recorrido 
de la elaboración de una identidad; la construcción de un extraordi-
nario monumento póstumo levantado a la memoria de Zaza, la inol-
vidable amiga; es, incluso, una novela romántica de encuentro con el 
“príncipe azul”; una obra de arte literaria extremadamente elaborada, 
y, finalmente hasta constituye un formidable documento social.
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal32
El libro comienza de manera tradicional, con lo que es una 
retórica típica de las autobiografías: “Nací a las cuatro de la mañana, 
el 9 de enero de 1908, en una habitación con muebles laqueados de 
blanco, que daba al bulevar Raspail.” (9) Y termina con una frase que 
pone en paralelo su vida y la de su malograda amiga: “Juntas habíamos 
luchado contra el destino fangoso que nos acechaba y durante mucho 
tiempo pensé que había pagado mi libertad con su muerte.” (503) La 
retórica inicial se compensa con la oposición dramática que ofrece la 
última palabra del relato: la muerte. En el medio, se despliegan las eta-
pas de la emancipación intelectual y moral, y la confirmación de una 
vocación de escritora. Aunque éste es el final, en realidad, antes de con-
tar el destino fatal de Zaza, la verdadera culminación de su historia se 
sitúa unas páginas antes del epílogo: en el encuentro providencial con 
Jean-Paul Sartre: “Sartre respondía exactamente a los ruegos de mis 
quince años: era el doble en el cual yo encontraba, llevadas a la incan-
descencia, todas mis manías. Con él, podría compartir todo. Cuando 
nos separamos, a comienzos de agosto, yo sabía que nunca más saldría 
de mi vida.” (482)
A lo largo del relato se dibujan los personajes imborrables. 
La madre, con su pobre y limitada obsesión de moralidad y rechazo 
de las ideas que pudieran hacer peligrar su estrecho sentido religioso: 
“Mi madre clasificaba los libros en dos categorías: las obras serias y 
las novelas; ella consideraba a estas últimas como una diversión si no 
culpable, al menos fútil”. (151) El padre, lleno de resentimientos, que 
ve en las hijas el símbolo de su “fracaso” y que, aunque piensa que el 
lugar de las mujeres es el hogar y los salones elegantes, decide que ellas 
no se casarán porque él no puede darles una dote y, en consecuencia, 
Simone de Beauvoir y sus Memorias de una joven formal: imágenes de un recorrido 33
deberán trabajar, desdeñándolas al mismo tiempo porque las hermanas, 
sobre todo Simone, se esfuerzan tanto por cumplir su mandato. El pri-
mo Jacques, su primer amor, que es un personaje lamentable y pomposo, 
cuyo destino futuro, el único del que nos enteramos cómo termina en 
la decadencia total, es como una parábola de la estupidez humana.
Sin embargo, como un astro brillante, como un cometa deslum-
brante que atraviesa el cielo, se destaca sobre todos Zaza, diminutivo 
de Élisabeth.7 Desde cierto punto de vista, las Memorias de una joven 
formal pueden considerarse un homenaje a Zaza, un monumento a su 
memoria y un manifiesto de rebeldía por la trágica muerte de la joven. 
Desde la óptica de la construcción estructural, cada una de las cuatro 
partes que componen el relato se cierra con un largo desarrollo sobre 
Zaza, la amistad entre las dos niñas, la dependencia afectiva de Simone 
con respecto a Zaza y la veneración que la memorialista sentía hacia 
su nueva amiga. Por fin, el libro, la historia se cierra con el relato de la 
muerte de Zaza. Muerte que aparece anunciada por una serie de indi-
cios que planea casi desde el primer momento de la evocación de la 
amistad apasionada entre las dos niñas.
Todo el itinerario desplegado en las Memorias de una joven formal 
aboga de una manera alusiva, pero inevitable por la emancipación 
de las mujeres, incluso si no fue vivido por la joven narradora exacta-
mente de esa manera, pero esto es un efecto deliberado del relato que 
elige no adelantarse, no imponerle conclusiones al lector. Sólo se nos 
cuentan los pasos del proceso que la llevó a rebelarse contra la estre-
cha concepción de sus padres y su entorno. Efectivamente, Simone de 
7 En el libro ella y su familia aparecen con el apellido “Mabille”. Su verdadero nombre era Élisabeth 
Lacoin. En 1991 apareció en Francia un libro de la joven: Correspondance et carnets d’Élisabeth Lacoin 
(1924-1929).
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal34
Beauvoir necesitó cambiar el sentido de lo que se le imponía como 
natural por las circunstancias, que no tenían nada de naturales: para el 
padre, empujar a sus hijas a ejercer una profesión era la prueba amarga 
de su desclasamiento. Para la hija, por el contrario, la conquista de una 
carrera, fundada en diplomas excepcionales, se convierte en el medio 
de una ascensión y en la fuente de nuevos valores. Por eso, su mensaje 
es feminista, porque muestra, por medio del ejemplo que constituye 
la historia de la niña, cómo una mujer puede acceder a la libertad y al 
florecimiento de sus capacidades. Como contrapunto, la narradora se-
ñala los fracasos y las mutilaciones provocados por la condición feme-
nina tradicional, agravada por los prejuicios arcaicos y conservadores, 
frecuentemente defendidos incluso por las propias mujeres. Sus com-
pañeras de la escuela religiosa privada se estupidizan y se pierden en 
tontas preocupaciones porque no se proponen un verdadero proyecto 
de porvenir. La hermana mayor de Zaza acepta sin alegría, pero sin 
protestas un casamiento arreglado. Como telón de fondo, el destino 
de la madre de Simone, obligada a realizar duras tareas domésticas y 
completamente descuidada por su marido sirve de oscuro contraste.
En fin, por el lugar que ocupa dentro del conjunto de su obra, las 
Memorias ilustran, a su manera y en una forma novelesca, la inmensa 
summa sobre la condición de las mujeres que representa El segundo 
sexo.8 Como en El segundo sexo, las Memorias retoman las mismas eta-
pas femeninas del ensayo: la infancia, la adolescencia, la juventud; a 
través de los personajes secundarios, la madurez, la vejez, la ideología 
8 A finales de la década de 1940, su proyecto era escribir precisamente las Memorias, pero fue 
interrumpido por la tarea que se impuso de investigar y redactar El segundo sexo. Sólo más tarde retomó la 
tarea de su biografía.
Simone de Beauvoir y sus Memorias de una joven formal: imágenes de un recorrido 35
históricamente mortífera de los hombres; finalmente, las posibilidades 
y los caminos de liberación y de ascensión. Al mismo tiempo, Simone 
de Beauvoir logra combinar los órdenes diversos del relato novelesco, 
articular lo particular con lo general, conmover con su historia y la de su 
amiga y rendir cuenta del leve y evanescente polvillo de los hechos de 
las mujeres rescatándolos del peligro de su triste e insignificante olvido.
30 años sin Simone.Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal36
Bibliografía
Audet, Élaine. 2008. “Centenaire de Simone de Beauvoir. Éloges et critiques”. 
http://bit.ly/2dXgVkp, consultada: noviembre 4, 2014.
Beauvoir, Simone de. 1972. La force des choses, París: Gallimard, Folio nº 1782. 
1978.
Beauvoir, Simone de. 1981. Tout compte fait, París, Gallimard, Folio nº 1022. 
Beauvoir, Simone de. 1986. Mémoires d’une jeune fille rangée. París: Gallimard, 
Folio nº 786. 
Beauvoir, Simone de. 1986. Le deuxième sexe. Les faits et les mythes, tomo I; Le 
deuxième sexe. L’expérience vécue, tomo II. París: Gallimard, Folio essais 
nº 37. 
Beauvoir, Simone de. 1990. La force de l’âge, París: Gallimard, Folio nº1782. 
Beauvoir, Simone de. 1999. Lettres à Sartre, tomos I y II, París: Gallimard. 
Beauvoir, Simone de. 1997. Lettres à Nelson Algren. Un amour transtlantique 
(1947-1964), París: Gallimard, Folio nº 3169. 
Bernheim, Cathy. 1991. L’Amour presque parfait. París: Éditions du Félin.
Lejeune, Philippe. 1975. Le pacte autobiographique. París: Seuil. 
Lejeune, Philippe. 1980. Je est un autre. París: Seuil. 
Lejeune, Philippe. 1986. Moi aussi. París: Seuil.
Las lecturas de infancia de Simone de Beauvoir, en 
Memorias de una joven formal
Laura Quintana Crelis
The University of British Columbia
[…] un relato que se titulaba “Valentín o el demonio de la curiosidad” 
me hizo una gran impresión. Un hada madrina paseaba a Valentín 
en carroza; le decía que afuera había paisajes maravillosos, pero las 
cortinas cegaban los cristales y él no debía levantarlas; impulsado 
por su demonio, Valentín desobedecía; sólo veía tinieblas: la mirada 
había matado a su objeto. (53)1 
En Memorias de una joven formal vemos que en la infancia de Simone 
de Beauvoir los libros que lee la acompañan todo el tiempo. Cuando 
revisa el álbum de fotos, y ve la primera en la que aparece su hermana 
recién nacida, habla de su propia identidad como hermana mayor y del 
disfraz de Caperucita Roja que llevaba puesto en ese momento, con un 
pastel y un tarro de mantequilla en la canasta. Apenas tiene dos años y 
medio en esa foto, y el mundo se reduce al espacio cerrado de su casa. 
Recuerda el color rojo de la alfombra y del departamento, el espacio 
debajo del escritorio en donde se escondía y que la acunaba como si 
fuera un vientre, y el negro de la noche en el que descansaba segura, 
plácidamente y arropada.
1 Todas las citas de Memorias de una joven formal corresponden a la edición de Hermes, Buenos Aires, 
1989. Se colocará sólo el número de página frente a cada una.
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal38
Caperucita Roja es un cuento inquietante. La niña que camina 
por el bosque rumbo a la casa de su abuela está precipitándose en la 
boca del lobo, que sabe artimañas desconocidas para ella y que quiere 
devorarla. Caperucita Roja es inocente y su inocencia está relacionada 
con todas las cosas que no sabe. El rojo, en este contexto, es un color 
que advierte del peligro y que habla de su vulnerabilidad. Es el color de 
la sangre que va a derramarse. Incluso en las versiones francesas más 
antiguas del cuento en las que no hay caperuza, el rojo está en la sangre 
de la abuela que el lobo guarda en una botella, como si fuera vino, para 
dársela a beber a Caperucita Roja cuando llegue (Darnton, 2002: 15). 
Sin embargo Simone de Beauvoir, disfrazada de Caperucita Roja, no se 
siente Caperucita Roja. Simone representa el papel protagónico en un 
cuento que le advierte de los peligros que hay afuera. Cree que el nicho 
que es su casa no tiene nada que ver con eso.
La crianza de Simone de Beauvoir está llena de cuentos en los 
que se ve reflejada, y también está llena de colores. Cuando crece un 
poco más y su mundo se abre, las confiterías le traen las frutas cubier-
tas y los chocolates, y el color rojo deja espacio para que se añadan 
otros colores, siempre asociados con la felicidad. Habla de una “flora 
abigarrada de […] caramelos ácidos; verde, rojo, naranja, violeta” (5) 
y de que hunde su cuchara en “una puesta de sol” (9). En su infancia 
el paraíso está hecho de azúcar y su fuerza consiste en que se lo puede 
comer. La voracidad con la que explica el mundo comestible en el que 
está creciendo no guarda ningún vínculo con el mundo de los niños de 
los cuentos, en el que el hambre es una constante que da su carácter a 
las historias. Simone es dueña del mundo porque se lo come. Teme, 
sin embargo, que su poder se reduzca al crecer, cuando su entorno no 
sea enteramente comestible. Entretanto le gusta el cuento de Carlota, 
Las lecturas de infancia de Simone de Beauvoir, en Memorias de una joven formal 39
que duerme con un huevo de azúcar rosada, y desea tener una casa de 
caramelo, porque no la relaciona con la bruja que se sirve de ella para 
cazar niños para comer. El peligro está presente en los cuentos, pero 
Simone no lo ve. Disfruta. Pasa por alto el hecho de que el rastro que 
lleva hasta la bruja está hecho de azúcar.
Los cuentos también la acompañan cuando se pregunta por el 
bien y el mal. El mal toma un carácter abstracto que no tiene que ver 
con ninguna de las personas que conoce, pero que sí está en el diablo, 
en la bruja Carabosse de la Bella Durmiente, en las hermanastras de la 
Cenicienta. Los suplicios a los que todos estos personajes son some-
tidos en los cuentos le parecen naturales. La monstruosidad del dolor 
que provocan los zapatos de hierro puestos al fuego a la madrastra de 
Blancanieves hace el contrapunto eficaz para entender que el mal se 
paga. El equilibrio de su entorno depende de que exista el mal como 
algo remoto, para que entonces su propia virtud obtenga el premio que 
le corresponde. Los cuentos son el espejo en el que ella se refleja y que 
la ayuda a entender su propia identidad en el contexto.
Memorias de una joven formal cuenta el proceso paulatino que 
lleva a Simone de Beauvoir a adueñarse de la palabra porque para ella 
la palabra es el origen del poder. La palabra se manifiesta en los libros 
que posee y que expresan el mundo que la rodea, es decir que Simone 
ve la realidad a través del filtro que le proporciona lo ficticio. Dice que 
en la infancia no discierne la diferencia entre la palabra y el objeto que 
esa palabra designa, y que asume que la palabra siempre dice la verdad. 
Con el tiempo va a cambiar de opinión y en un momento dado piensa 
incluso lo contrario. Muy pequeña todavía, cuando la mujer que la cuida 
y a quien quiere mucho, Louise, insulta a su madre, las palabras se 
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal40
revelan ante ella de una manera completamente nueva: “No descubrí 
la negra magia de las palabras hasta que me mordieron el corazón” (21).
El vínculo entre la verdad y la palabra es muy importante para 
Simone. También lo es el vínculo entre la palabra y la virtud. Prefiere 
la historia sagrada a los cuentos de Perrault porque asume que lo que 
ahí le cuentan ocurrió de verdad (25). El mundo se está revelando ante 
sus ojos y por eso disfruta de los mapas “de colores brillantes” (25). El 
proceso por medio del cual el exterior se está abriendo ante ella se des-
cribe con cuidado, y la ingenuidad con la que espera que ese mundo 
sea placentero nos anticipa su eventual desencanto. Las primeras pá-
ginas de Memorias de una joven formal cuentan la historia de una niña 
pequeña que todavía no ha roto el cascarón. Su refugio está provisto 
de cuentos, del sabor del azúcar, de colores y de palabras que no la ate-
morizan porque asume que están íntimamente vinculadas a la verdad 
y todavía no sabe que la verdad puede ser desagradable. Cree que la 
realidad más próxima está domesticada (25) y que no constituye una 
amenaza para ella, pero a veces intuye que en algún sitio esa armonía 
se rompe. “Por momentos, un desgarrón dejaba entrever tras la tela 
pintada profundidades confusas. Los túneles del subterráneo huían al 
infinito hacia el corazón de la tierra” (25). 
Simonepercibe y da por hecho esa realidad inmediata que se 
despliega serenamente ante sus ojos, pero en los primeros años de su 
infancia atisba, de tanto en tanto, la maquinaria confusa que está detrás 
y que podría modificar estas impresiones prematuras. 
Un relato era un hermoso objeto que se bastaba a sí mismo, como 
un espectáculo de marionetas o una imagen; yo era sensible a 
la necesidad de esas construcciones que tienen un principio, un 
Las lecturas de infancia de Simone de Beauvoir, en Memorias de una joven formal 41
orden, un fin, donde las palabras y las frases brillan con su brillo 
propio, como los colores de un cuadro. A veces, sin embargo, el 
libro me hablaba más o menos confusamente del mundo que me 
rodeaba o de mí misma; entonces me hacía soñar o reflexionar, y a 
veces trastornaba mis certidumbres (54).
Cuando habla de sus juguetes, Simone se refiere especialmente a unos 
álbumes en los que con un golpecito puede hacer saltar a una muñeca 
y boxear a un boxeador. Le interesan porque crean “espejismos ópti-
cos” (26). Declara que le gustan los “juegos de sombras, las proyec-
ciones luminosas” (26). Estos juguetes que simulan la realidad tienen 
sentido para ella, tal vez porque la acompañan en su propio proceso 
de descubrimiento de la verdadera naturaleza de esta realidad. Por sí 
mismos estos juguetes constituyen una interpretación, una lectura, de 
la realidad compleja que está afuera. El mismo papel juega la palabra 
y, con la palabra, los cuentos. Las lecturas de Simone forman una capa 
que cubre la realidad para interpretarla, y en esa interpretación hay una 
oscuridad implícita que Simone no ve.
El “espejismo” es un concepto interesante en el contexto de 
Memorias de una joven formal. Aunque Simone dice que siempre en-
contró “más alimenticia la realidad que los espejismos” (49), más tarde 
agrega que la realidad domesticada imita “a los bosques encantados” 
(53) que ocultan su propia naturaleza para esconder secretos. Los es-
pejismos, en estos bosques encantados, son una creación que la reali-
dad ejecuta para esconderse, es decir que la pequeña Simone confía en 
que el velo que oculta la realidad y que a la vez la revela parcialmente, 
esconde maravillas a las que va a tener acceso cuando crezca. Aunque 
de vez en cuando sus experiencias infantiles la fuerzan a intuir que 
puede haber una ruptura allí en donde se acaba el territorio de su casa, 
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal42
íntimamente cree que la realidad se ahonda en una multiplicación de 
prodigios y no de horrores.
Cuando Simone pasa las vacaciones en la casa de su abuelo, la 
experiencia del campo se materializa como multiplicación de su voca-
bulario: las palabras que aprende entonces son los nombres de los pá-
jaros, de las flores y de los árboles. El modo de adueñarse del mundo es 
conociendo el nombre de las cosas nuevas, que amplían paralelamente 
el horizonte de lo que conoce. La adquisición de una palabra nueva 
corresponde también a la adquisición del objeto al que esa palabra se 
refiere, de modo que Simone crece conforme su vocabulario se amplía. 
El lector puede anticipar que el final de la infancia de Simone coinci-
dirá con el momento en que sus sospechas se confirmen y sepa con se-
guridad que la palabra, la verdad y el bien no están siempre vinculados.
Cuando habla de su primera infancia, Simone dice que era rebelde 
y que defendía ferozmente su independencia. En muchos momentos 
vemos que es difícil de controlar, que tiene reacciones inesperadas y 
que no respeta ningún límite cuando la quieren forzar a hacer algo que 
no le gusta. En ese espacio de su casa que ha sido tan acogedor, en ese 
rincón en el que la riqueza toma la forma de golosinas de colores, en 
el que los cuentos van constituyendo una referencia a partir de la cual 
Simone va construyendo una idea de sí misma, se siente en confianza 
para actuar con entera libertad. Más tarde, cuando crece un poco, ya 
en el contexto de la guerra y esforzándose por actuar dentro de los pa-
rámetros de la virtud, Simone renuncia a esa independencia y se vuelve 
dócil: confía en sus padres y empieza a necesitar de la aprobación de 
los demás y a resentir profundamente su rechazo. El tiempo pasa pero 
no se trastorna el entorno armónico que ha descrito al hablar de sus 
primeros años. Sus padres representan para ella la perfección y no 
Las lecturas de infancia de Simone de Beauvoir, en Memorias de una joven formal 43
pone en duda nada de lo que le dicen. La vida que tiene con ellos le pa-
rece la mejor de las posibles, “una aventura dichosa” (51), y ella misma 
está satisfecha con lo que es, y no quiere cambiar en ningún sentido. 
Cuando piensa en la muerte está segura de que la espera el paraíso.
Una noche, sin embargo, el vacío me estremeció. Leía; al borde 
del mar una sirena expiraba; por el amor de un hermoso príncipe 
había renunciado a su alma inmortal, se transformaba en espuma. 
Esa voz que en ella repetía sin tregua: “Aquí estoy”, se había callado 
para siempre; me pareció que el universo entero se había hundido 
en el silencio. (52)
Simone lee La sirenita. El silencio constituye el sacrificio que la Sirenita 
ha hecho para aspirar a la felicidad, pero Simone no piensa en ese si-
lencio sino en otro: el que queda cuando ella ya no está porque se ha 
esfumado por completo al perder su alma inmortal. El universo pre-
sencia callado una tragedia de esa magnitud, y ese silencio también es 
el de la impotencia de Simone ante las cosas que todavía no entiende. 
El “aquí estoy” de la Sirenita, esa afirmación de la propia identidad que 
es en el fondo también la afirmación de Simone cuando lee un cuento 
en el que se ve reflejada, se borra como consecuencia de una tragedia 
inmerecida y que no puede solucionarse. Es un concepto de la muer-
te que Simone ha conseguido soslayar porque cree en Dios y en su 
propia virtud.
El momento en el que Simone comienza a hacerse preguntas 
sobre la muerte coincide con el momento en el que se pregunta sobre su 
nacimiento y sobre el estado de su conciencia antes de ese nacimiento. 
La oscuridad de la inexistencia constituye una negación tan absoluta 
que se impone a la afirmación del “aquí estoy” de la sirenita que se 
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal44
ha probado tan efímera. El no parece imponerse y el sí luce fugaz. 
Entonces Simone busca los cuentos de los objetos que tienen ser, los 
cuentos que prestan “a una gran aguja ideas en forma de aguja, al apara-
dor pensamientos de madera” (52). Busca poblar de seres el universo 
inanimado que la rodea porque presiente ya su propia ausencia futura, 
su propia muerte (52-53).
En esta búsqueda la acompañan cuentos como “Las flores de la 
pequeña Ida” y “La pastorcita y el deshollinador”, de Andersen. Los 
cuentos le permiten pensar que en su propia casa pueden ocurrir cosas 
maravillosas cuando ella se va a dormir. Que las flores pueden ir a bailar 
por las noches y que las figuras de porcelana se animan cuando nadie 
las ve. Ha creído que el territorio de lo conocido está “domesticado” 
(53) y que lo entiende enteramente, pero está dispuesta a admitir la 
posibilidad de que existan pliegues y secretos, y a considerar que lo 
maravilloso se oculte en el horizonte de lo familiar. En esta interpre-
tación, el asomo a ese mundo escondido le está vedado y su presencia 
constituye el obstáculo que impide que lo maravilloso se manifieste, 
pero puede pensar que está rodeada de una conciencia despierta de 
la que ella forma parte. Simone combate los cuentos que le dicen que 
la muerte existe y que es destrucción de la conciencia y de la memo-
ria. Ella identifica el yo con la memoria (53), piensa que lo que ella 
es está relacionado con lo que ha vivido, y tiene miedo de esfumarse, 
de sumergirse en la nada. Otorgarle existencia a las cosas garantiza la 
durabilidad de su propia existencia.
Simone habla especialmente del cuento de “Valentín o el demonio 
de la curiosidad”(53). El hada madrina que le dice a Valentín que no 
abra las cortinas de las ventanas del carruaje y a la vez lo tienta con la 
descripción de lo que hay afuera, es una figura maligna porque está 
Las lecturas de infancia de Simone de Beauvoir, en Memorias de una joven formal 45
provocando al personaje para incitarlo a caer. Su exigencia es arbitra-
ria y el sinsentido de lo que le pide a Valentín, el vacío que queda del 
deseo que no puede satisfacerse, lo hechiza, le provoca el vértigo del 
abismo. Una ventana velada constituye en sí misma una contradicción, 
porque toda ventana está hecha para mirar hacia afuera. Es imposible 
que Valentín obedezca. Naturalmente se va a obsesionar con ver ese 
paisaje que le ha sido prohibido. No sabe qué hay detrás de la ventana 
y va a ser imposible para él resistir la curiosidad. El hada se sirve de eso 
para manipularlo. Valentín escucha lo que ella le dice y es seducido 
no por lo que se imagina que hay del otro lado, sino por la ventana 
cerrada y por la imposibilidad de usarla para mirar hacia afuera. La 
ventana cerrada es el signo que provoca en él una reacción inmediata, 
es el signo de vacío. A Valentín lo atrae el signo que no significa nada. 
Dice Baudrillard que “sólo nos absorben los signos vacíos, insensatos, 
absurdos, elípticos, sin referencias” (1990: 73). Cuando Valentín abre 
las cortinas “sólo ve tinieblas” (53).
Simone señala que la mirada de Valentín “ha matado a su objeto” 
(53). Su interpretación del cuento está relacionada con lo que dijo 
antes: que el bosque encantado no se anima cuando ella lo ve, que el 
horizonte de su cotidianidad simula para ocultar la maravilla. Su lectu-
ra está en el contexto de su fe, una fe infantil que puebla el universo de 
seres para negar el concepto que no entiende, que es el de la muerte.
Sin embargo Simone ocupa el mismo lugar que Valentín frente 
al vacío, y en realidad lo que la ha trastornado tanto es esa intuición de 
la muerte, del abismo que yace en las tinieblas del otro lado de la ventana, 
y la paradoja de que ese vacío la atraiga, como atrae a Valentín. Simone 
está creciendo y ese crecimiento se manifiesta en función de rupturas. 
Todo conocimiento nuevo es en realidad parte de su paulatina renun-
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal46
cia a su espacio de seguridad, y su madurez consiste en aceptar la natu-
raleza de la oscuridad que hay afuera y de su misterio.
El castigo de Valentín y el destino de la sirenita, que “se consu-
me sin merecer su desdicha” (54-55), despiertan en Simone la inquie-
tud que la conduce a una comprensión distinta del mundo, pero esa 
inquietud siempre es transitoria, porque Simone es pequeña y procura 
restringir el horizonte de esas preocupaciones al territorio de lo ficti-
cio. Determinados cuentos parecen despertar, a lo largo de su infancia, 
preguntas que eventualmente la llevarán a una interpretación diferente 
de lo que ve, más madura, pero ese proceso es muy lento. En general 
los libros la tranquilizan (53) porque sus padres limitan lo que lee, y 
sólo algunas veces algunos libros salvan esa barrera y llegan hasta ella 
para quebrantar su seguridad. Cuando Bob, personaje de El aventurero 
de las junglas, de Meyrignac, es devorado por una monstruosa serpien-
te, resulta desconcertante para Simone que un hombre bueno tenga un 
destino tan terrible. La madrastra de Blancanieves se ha quemado los 
pies con unos zapatos de hierro al rojo vivo, pero ese destino no puede 
equipararse al de Bob porque Bob no se lo merece. Algunos libros son, 
para Simone, como esa ventana cerrada de Valentín, en el sentido de 
que se abren no a la visión de lo maravilloso que ella cree que añora, 
sino al abismo del vacío que es el que en realidad la está llamando. La 
voluntad oculta de Simone es saber la verdad y es el vacío lo que ella 
busca: la fuerza de atracción es la del abismo y no de la armonía, pero 
ella es todavía inmadura y no lo acepta.
Dice Simone que los libros van ampliando su horizonte (55). 
La palabra escrita le fascina y por eso prueba a escribir sus propios 
textos. Los libros le parecen tesoros. La biblioteca a la que va con su 
madre la asombra, con sus laberínticos corredores, y quisiera entrar 
Las lecturas de infancia de Simone de Beauvoir, en Memorias de una joven formal 47
“en esos caminos polvorientos y no salir nunca de ellos” (56). En la 
historia de Simone, la realidad no existe más que en función de la tra-
ducción que los libros hacen de ella. Si cuando va de vacaciones lo que 
trae de vuelta es una colección de palabras nuevas, el repertorio de sus 
sentimientos parece multiplicarse en función de lo que sienten los per-
sonajes de sus libros o de lo que despiertan esos libros en ella cuando 
se exceden (porque cuando no se exceden dejan poca huella). 
Cuando piensa en su futuro, Simone quiere ser maestra. Se da 
cuenta de que esa vocación es el producto de una proyección, porque 
los alumnos que imagina son, en realidad, un reflejo de ella misma. 
En un momento dado entiende que su mayor deseo es contarse, tal 
vez incluso explicarse, a través de la versión de ella misma que son 
los otros o, quizás, por medio de la palabra escrita: “adulta, retomaría 
entre mis manos a mi infancia y haría de ella una obra maestra sin falla. 
Me soñaba como el absoluto: fundamento de mí misma y mi propia 
apoteosis” (61).
El proyecto de reconstrucción de su infancia se va a materializar 
en Memorias de una joven formal. Simone dice que de niña “Tenía una 
tendencia espontánea a contar todo lo que me pasaba: hablaba mucho, 
escribía con placer. Si relataba en una composición un episodio de mi 
vida, escapaba al olvido, interesaba a otras personas, estaba definitiva-
mente salvado” (74). La palabra es el instrumento del que se va a servir 
para crear la obra maestra de su vida. Ya que en su infancia cree que hay 
un vínculo indisoluble entre la palabra y la verdad, en el libro procurará 
identificar los momentos que importan en esa infancia e interpretarlos 
con acierto.
Una indicación de que Simone comienza a crecer está en la nueva 
lectura que hace del dolor y de las heridas que se infligen en la carne. 
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal48
En la primera infancia la Caperucita devorada ocurre fuera de su casa 
o simplemente no ocurre en lo absoluto. Un poco más tarde los za-
patos de hierro candente no tienen nada que ver con ella porque son 
un castigo que los malvados merecen. La monstruosidad de la muerte 
de Bob en el abrazo de la serpiente es un enigma por su injusticia. Sin 
embargo, llega un momento en que Simone ve con otros ojos el dolor 
y encuentra placer en ser la víctima. Se está dando su despertar sexual. 
Saborea las “delicias de la desventura, de la humillación” (61), “[…] 
postrada a los pies de un dios rubio […] gozaba éxtasis exquisitos” 
(61), “revistiendo la camisa ensangrentada de santa Blandine, me ex-
ponía a las garras de los leones y a las miradas de la muchedumbre” (61).
Lo que Simone experimenta es nuevo para ella y no se explica 
el placer que siente al jugar el papel de la víctima: lo confunde a veces 
con exaltación religiosa. En algunos juegos, su hermana es Barba Azul 
y Simone se sumerge en la abyección por alguna culpa imprecisa para 
poder luego recibir el perdón de “un hombre hermoso, puro y terrible” 
(62). “Me sentí extraordinariamente conmovida por la suerte de ese 
rey cautivo que un tirano oriental utilizaba con estribo cuando subía a 
caballo; solía sustituirme, temerosa, semidesnuda, a la esclava cuya es-
palda era desgarrada por una dura espuela” (62). Simone está en busca 
de la voluptuosidad, y al crecer descubre esa voluptuosidad en el juego 
del sufrimiento y de la subordinación que le ofrecen los cuentos de ha-
das. Muy poco tiempo atrás era incapaz de reconocer esos contenidos, 
pero ahora su necesidad se los muestra.
La desnudez es inconcebible en la casa de Simone y cuando 
habla más tarde de un libro deMadame de Segur, Las vacaciones, dice 
que allí aparece una sábana manchada y que eso la hizo pensar en 
“la indecencia de las bajas funciones del cuerpo” (86). Aunque antes 
Las lecturas de infancia de Simone de Beauvoir, en Memorias de una joven formal 49
habló de que no deploraba ser mujer, empieza a darse cuenta de que 
ciertas restricciones se refieren especialmente a las mujeres. Ahora 
Simone lee libros que tienen partes que su madre censura, “libros 
prohibidos” (87) en los que pincha con un alfiler páginas juntas que 
Simone no tiene permitido leer. Es el caso de La guerra de los mundos, 
de H.G. Wells, por ejemplo.
Simone reacciona con docilidad ante la censura y no lee lo que 
le han prohibido leer. Un día su madre la ve abrir un libro que está 
en el escritorio de su padre y le dice: “Nunca debes tocar los libros 
que no son para ti” (87). Simone piensa que este libro en particular, 
Cosmópolis, constituye un peligro para ella, y se acuerda de otro mo-
mento de desobediencia, cuando metió los dedos en un enchufe y su-
frió por eso. Dice que las viejas novelas la intimidan más porque nada 
señala “su poder maléfico” (88).
Los libros pueden ser tan peligrosos que incluso un predicador 
le cuenta un cuento sobre el asunto. En este cuento le dice que los li-
bros contaminan, que pueden hacer que una persona pierda toda la 
esperanza. Es la historia de una niña “inteligente y precoz” (88) que 
“había hecho tantas malas lecturas que había perdido la fe y la vida la 
horrorizaba” (88). El horror que pueden provocar los libros es algo 
que despierta la curiosidad en Simone, aunque a la vez tiene miedo: 
“La pequeña suicida ni siquiera había pecado por desobediencia; sola-
mente se había expuesto sin precaución a fuerzas oscuras que habían 
devastado su alma” (88). El problema es que Simone, convencida de que 
las palabras le dicen la verdad, no puede aceptar la posibilidad de que la 
verdad mate (88). Si el poder maléfico de los libros consiste en que 
revelan una verdad que sólo puede aceptarse cuando se confronta a la 
edad adecuada, Simone está forzada a tener miedo de crecer.
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal50
Memorias de una joven formal muestra que las formas de leer 
de Simone cambian en función de lo que necesita conforme crece. 
Simone lee y entiende su vida en vinculación con lo que lee, y los libros 
se transforman porque Simone reviste esas palabras de contenidos dis-
tintos. La obra se construye en función de su mirada. En el libro no 
existe lo que ella no ve, y en cambio un determinado instante que para 
ella es significativo puede prolongarse infinitamente y transformarla 
por completo. Simone destaca episodios que son trascendentes para 
ella y los expande con toda la fuerza de su imaginación mientras juega. 
Pero esos mismos episodios pueden resultar insustanciales en otros 
momentos de su vida.
En la historia de Simone no hay sobresaltos hasta que llega la 
guerra, y aunque su familia no la resiente personalmente, experimenta 
algo de la carencia y del miedo. Los juegos con su hermana se adaptan 
a esta nueva realidad y las historias que construyen juntas, siguiendo 
los libros que leen, incorporan estas privaciones. Juegan a que se han 
perdido en el desierto, o a que han naufragado y están en una isla de-
sierta. Economizan sus recursos. Simone intenta llevar el juego a la rea-
lidad y comienza a escribir con letra muy pequeña para ahorrar papel.
Cuenta que una de las alegrías más grandes de su vida (74), ocurre 
cuando su madre le regala una tarjeta personal para la biblioteca. Del 
mismo modo que en la primera infancia relacionó la riqueza con la 
abundancia de golosinas, ahora dispone de otra clase de paraíso con 
la abundancia de libros. Los libros son los que le muestran “el verda-
dero rostro de la realidad” (88) y lo que entiende es que en el cuento 
del predicador la niña descubrió esa realidad “prematuramente” (88). 
La posibilidad de que la verdad que se le oculta sea horrorosa es una 
Las lecturas de infancia de Simone de Beauvoir, en Memorias de una joven formal 51
constante que parece amenazar a la pequeña Simone mientras crece, 
conforme la oscuridad que hay a su alrededor se va despejando.
En una obra como Memorias de una joven formal, en la que el 
ritmo de una vida se establece en función de los libros que la prota-
gonista lee, no es extraño que el personaje más libre sea aquel que lee 
“cualquier cosa” (89). La prima Madeleine lee Los tres mosqueteros, por 
ejemplo, cosa que al padre de Simone le parece escandalosa. Por eso, 
un día que tiene la oportunidad, Simone le pregunta de qué tratan “los 
libros prohibidos” (89). El hecho de que Simone intente romper los 
límites que le han impuesto y de que súbitamente se niegue a aceptar 
la censura es una indicación de que el tiempo pasa y de que ella está 
cambiando. Quiere saber cuáles son esos secretos tan importantes que 
los adultos guardan celosamente, y aunque la respuesta que recibe la 
asombra, también le parece pueril (90).
Sin embargo es probable que ese sea el día en que se termina su 
infancia. Su prima le explica cómo nacen los hijos, y el hecho de que los 
hijos se formen “en las entrañas de la madre” (90) confirma las sospe-
chas de Simone (90). Ese día se entera también de que pronto tendrá 
“pérdidas rojas” (90). No obtiene mayores detalles pero en los días 
que siguen Simone ata cabos y deduce el problema de la concepción.
El rojo del refugio de Simone, que es su casa, está también en 
la caperuza que utiliza al principio del libro, cuando acaba de nacer su 
hermana, y en el telón del escenario en las obras de teatro que va a ver 
con su padre, e incluso en el sillón en el que se sienta para verlas (75). 
Está en la cara de su abuelo cuando la hace saltar sobre la punta de su 
pie (11) y en el muérdago y el laurel cereza que Simone ve cuando va 
de vacaciones (27). Cuando es más grande y sufre por amor, encuentra el 
consuelo sentándose a soñar en el “sofá rojo” (217), y, también adulta, 
30 años sin Simone. Reflexiones sobre el pensamiento de una joven formal52
cuando sufre de nostalgia, el recuerdo es de “las veladas en el escritorio 
rojo y negro” (217). El rojo es un color que la acompaña y que se trans-
forma conforme el libro avanza. En el punto en el que se aproxima al 
final de la infancia, el rojo es el de la menstruación que señalará ese paso.
La expresión que escoge la autora para hablar de las conversa-
ciones que tienen Simone y su hermana después de la revelación de 
Madeleine es “orgías verbales” (91). Simone ha intuido por mucho 
tiempo que los libros son peligrosos, que los adultos le ocultan secretos 
importantes y que la verdad que descubrirá eventualmente no le va a 
gustar. El fervor de sus conversaciones se debe a que intenta saber algo 
más porque lo que averiguó le parece trivial. A la vez, escoge referirse 
a esas conversaciones como orgías porque el sexo, que ha ido apare-
ciendo paulatinamente en su vida, desde su propia necesidad, parece 
ser la respuesta a esa pregunta que se hizo tanto durante su infancia: lo 
que sus padres escondían era el sexo, eso es lo que estaba en las páginas 
prohibidas y no hay ninguna otra oscuridad que descubrir.
Sin embargo esta es una verdad incompleta. La primera parte 
de Memorias de una joven formal termina cuando Simone abandona 
definitivamente la infancia, cuando conoce a su primera gran amiga. 
El libro que la acompaña entonces, en el que cree reconocer su ros-
tro y su destino (94), es Mujercitas, de Louisa May Alcott, y entre sus 
personajes se identifica con Jo. Está cumpliendo 10 años y entra Zaza 
en su vida. “Con Zaza tenía conversaciones verdaderas, como de no-
che papá con mamá” (97). La importancia de esa amistad es grande, 
y Simone no puede encontrar un nombre para explicar lo que siente 
(99). Tampoco luego puede entender a qué se debe el desasosiego que 
sufre cuando no la ve (99) y piensa aterrada que sin ella se moriría. 
Las lecturas de infancia

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