ellos. Y más que nada, por mi parte, pues la familia, aunque sea humilde… es un niño de familia, de bien. Pues no tiene maldad. Pues ahora sí, yo como mamá conozco a mi hijo, y pues no se vale que esto esté pasan- do aquí en el país. No se me hace justo. Quitarle un pedazo de camino a mi hijo que tiene por recorrer. Y yo siento que hasta ahorita ha estado incompleto su, sus pasos y… No hallo cómo explicar mi sentir como mamá. Sí. Lo he soñado. Al principio soñaba que llegaba. Que esta- ba en casa de su tía y que yo pasaba a decir a su oído que rezara mucho, que eso le ayudaba. Que yo luego regresaba, que iba al mercado. Y a cada rato le decía “reza mucho, eso te ayuda, tú sabes rezar”. Después lo soñé, pero que ya estaba muerto. Que no lo veía, pero me daban la noticia de que yo tenía que irlo a recoger al Semefo. Y yo entraba en una puerta y salía yo como en un tráiler grande y salía yo por la puerta del tráiler. Pero yo gritaba con una desesperación, pidiendo ayuda, que él no era, y que no era posible pues que él estuviera muerto. Que 177 no era cierto, que me estaban engañando con que él estaba en el Semefo. Así lo soñé. Yo siento que él va a llegar y aquí lo estamos esperando. Yo no siento que él ya no viva. Yo siento que él está vivo y va a llegar en cualquier ratito. Mario César González Contreras, padre de César Manuel Gon- zález Hernández, 19, estudiante de primer año, afuera del Pa- lacio de Gobierno, Chilpancingo, 4 de octubre de 2014. ¿Vale un millón de pesos la vida de los alumnos? Eso lo gasta en una embriagada, pinche puerco ése. Desgraciado. Tenemos un inepto como gobernador. “No puedo contestar”, y se levan- tó. Le digo “¿no tiene usted palabras para responderme?” Ya estamos agotados. Somos padres de familia. Ya estamos ago- tados. Ya no sabemos qué hacer, ni a quién dirigirnos. Nos mandan con éste… Bueno, no sé cómo es posible que nos mandan a traer y todavía tenemos nosotros la idiotez de venir a pedir una audiencia con el gobernador. Y no sé, supuesta- mente Peña Nieto quería cambiar el país y no sé qué tanto… ¿Por qué no está presente ahorita? ¿Por qué no está presente? Son 43. Son estudiantes, y desgraciadamente, como le dije al gobernador, no fuera su hijo porque en media hora está, ya lo encontraron. Y sin ningún rasguño. Nuestro único delito es ser pobres y buscar escuelas donde nosotros podamos man- tener a nuestros hijos. Pero desgraciadamente así es esto. Mi hijo es César Manuel González Contreras. Pero no nada más estoy por él. Estoy por todos, porque fueron sus compañeros. Y no sé porque hablan tan mal de Ayotzinapa. Tengo ocho días viviendo en Ayotzinapa, en la Normal, y son unos niños her- mosos. Gentes que se quitan el pan de su boca para dárselo a los padres. Gente que… chamacos que no comen con tal de 178 que los padres comamos. Soy de Tlaxcala. Soy de Tlaxcala, se- ñores. Me vengo a dar cuenta de tanta porquería que hay aquí. Nos dejan entrar, señores, y nos ponen detectores de meta- les a nosotros los padres de familia. ¿Cómo es posible que a nosotros nos ponen detectores de metales? Pónganselos a su sistema, pónganselos a sus policías, sus asesinos. ¿Nosotros qué podemos hacerle? No, yo no me dejé, señores, ahora sí, no me dejé. No sé si me vaya a mandar a matar el perro. No sé si me vaya a mandar a matar. Que lo haga. Estoy a sus dispo- sición. Pero que me entregue mi hijo. Nada más. Y a los otros 42 alumnos. Es lo único que pido. No sé por qué me sacaron. Yo soy de Huamantla, Tlaxcala. Y somos gente buena. Gente que no nos vamos a dejar, gente que tenemos los suficientes huevos, hijos de su puta madre. Yo lo dije en su jeta, el hijo de su puta madre, y lo callé. No tuvo palabras para responderme, el pendejo. Qué gente tan desgraciada, la verdad. Qué gente tan hija de su pinche madre, cobarde, que usa armas. Quisiera que un hijo de su puta madre, un alcahuete de esos, me dije- ra “sabes qué, vamos tú y yo, hijo de tu puta madre, a mano limpia”. Me vale madre. Y todavía con su sonrisita de “buenas noches”. Y me lo quedo viendo. Y se me queda viendo. —Sí, dígame. —¿Qué le digo? ¿Buenas noches? Para usted. Para nosotros que tenemos las tripas atravesadas, que tenemos las pinches tripas acabadas. Nuestro único puto delito es no tener dinero para mandar a nuestros hijos a una universidad de paga. No fuera su hijo. Porque a su hijo lo encuentran en menos de media hora, hijo de la chingada, y sin un puto rasguño. O su puta camioneta, no hablemos de su hijo, hablemos de su puta camioneta. Si se la robaran, en menos de media hora la vienen a entregar aquí. Y los otros hijos de la chingada, lambiscones hijos de perra, ahí, protegiéndolo y con audífonos, hijos de su 179 puta madre, lamehuevos, hijos de la chingada. Y eso lo hacen porque no saben trabajar los hijos de la chingada. ¿Me quiere matar? Que lo haga. ¿Me quiere matar? Que lo haga. A mí no me importa. A mí me importa más la vida de mi hijo. Mario César González Contreras, padre de César Manuel Gon- zález Hernández, 19, estudiante de primer año, bloqueo ca- rretero, Chilpancingo, 5 de octubre de 2014. Es una persona cínica. Yo le hice muchas preguntas a las cuales, ¿sabes qué me respondió?: —Entonces me paro, me voy. —Entonces se está usted parando porque no tiene usted respuesta, no tiene usted la capacidad de respuesta para in- formarnos a nosotros. ¿Por qué no hizo la búsqueda desde el domingo o el lunes? ¿Por qué? —¿Sí o no estábamos buscando? —Mentira. Yo me fui desde Tlaxcala a la una y media de la mañana. Solito. Y no me importa que me hubieran matado a mí. Si es que me quieren matar, que me maten a mí y que me entreguen a mi hijo, y no hay problema. No es justo que 42 de sus compañeros siguen desaparecidos. No sabe el dolor que sentimos. No sabe que estamos destrozados física, moral y eco- nómicamente. Porque desgraciadamente no tenemos dinero. Lo que queremos es tener una certeza. Porque nos traen con que hay diez muertos allá en Taxco. Que hay doce muertos en tal parte. Que encontraron fosas comunes. Entonces, ¿ahorita nos van a entregar esos cuerpos? Todos calcinados, todos feos. Le digo, “no señor, ustedes se los llevaron vivos, y vivos tienen que entregarlos”. No se los llevó otra organización criminal, 180 y que estemos pensando que sí ya los mataron. Se los lleva- ron los mismos policías. O sea, ¿qué clase de seguridad tienen entonces aquí en Guerrero? Se supone que los policías actúan por órdenes de sus mayores. O sea, no actúan solos. Yo tengo ocho días viviendo acá, en los cuales me vengo enterando de toda la corrupción que hay aquí. Y digo, ¿cómo es posible que la ciudadanía, como ciu dadanos, ya no como representantes de la ley, como ciuda danos, permitan toda esta situación? O sea, si saben perfectamente bien qué pasa, ¡carajo! ¡Que actúen! Ya nada más nos están engañando. Nos están volviendo lo- cos como padres de familia. Ya no sabemos ni qué hacer, ya no tenemos ni por dónde jalar. Pregúntame si alguna autori- dad se nos ha presentado ante nosotros, que se presente y me diga, sabes qué, soy fulano de tal y vengo a ayudarlos en lo que necesiten. Nadie se ha presentado. Nosotros, desgraciada- mente, no somos de acá y no conocemos a nadie. No sabemos a quién acudir, no sabemos, o sea, estamos cerrados de los ojos. Como le dije anoche “señor gobernador, yo no vengo a hacer política, yo no más quiero a mi hijo”. Porque yo no lo mandé a robar, yo no lo mandé a ser malandrín. Yo lo mandé a estudiar. Y por si mandarlos a estudiar me lo van a entregar muerto, ¿cómo se vale? No se vale. No creo que sea justo que como padre de familia quiera que el hijo no sufra las caren- cias del padre y me lo entreguen muerto. No se vale. Hasta las últimas consecuencias, así me lleve la vida, yo tengo que encontrar a mi hijo. Y me lo tengo que llevar para mi estado. Porque no se vale. No es justo. Desgraciadamente nosotros ya llevamos ocho días acá y gracias a los alumnos