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FILOSOFÍA EDUCATIVA.
FILOSOFÍA EDUCATIVA Y LOS PROYECTOS DE EDUCACIÓN PÚBLICA EN MÉXICO.
MAESTRÍA EN INNOVACIÓN EDUCATIVA.
UNIVERSIDAD DE LOS ÁNGELES.
OMAR RODRÍGUEZ RAMÍREZ.
LOS PROYECTOS EDUCATIVOS DEL ESTADO MEXICANO COMO OBJETO DE ESTUDIO.
E
n una sociedad desigual como lo es la mexicana la filosofía que conviene a las clases privilegiadas es aquella que se vive en su realidad, mientras que los oprimidos y explotados requieren de una filosofía donde se vincule un cambio y una práctica transformadora.
Los proyectos educativos del estado Mexicano como objeto de estudio.
· El aparato educativo manifiesta una combinación de modelos educativos correspondientes a modos de producción antagónicos.
· Son más de hecho que de derecho.
· El capital acumulado es por la sobreexplotación de la fuerza de trabajo no calificada.
· Los modelos educativos que han sido importados son como un "espejismo" mismo que es anhelado por las clases dominantes.
· A pesar de reformas y trámites de cambio el aparato educativo no ha sido el predominante en nuestro país. (Analfabetismo y deserción)
· Los niveles de calidad en la educación, y la selección de los conocimientos y habilidades que se transmiten y promueven ponen de manifiesto "la división internacional del saber", operando de manera análoga (semejante) a la "división internacional del trabajo".
· 
¿Existe una filosofía de la educación del Estado Mexicano?
Es aquella que transforma la historia, que incluye muchas y variadas filosofías académicas y no académicas, diversas y cambiantes que se ubican en un momento histórico determinado y que se encuentran contenidas en los proyectos de educación pública.
Los proyectos educativos no constituyen una teoría educativa en sentido estricto puesto que no son el resultado de una investigación realizada conforme a un plan aplicado y un método.
Proyectos no explícitos: Se indica como finalidad de la educación el "desarrollo de la persona", o como principio "la educación democrática", pero sin precisar qué se entiende por "persona" o por "educación democrática". Es decir elementos que se dan por supuestos.
Proyectos ocultos: Es decir cuando se afirma como necesidad radical "el desarrollo del individuo en todos sus aspectos" y al mismo tiempo se asegura que ese es "un desarrollo integral". (Mujer - hogar / hombre - proveedor).
EXISTENCIA DE UNA FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN DEL ESTADO MEXICANO.
L
a ilustración para los filósofos del siglo XVIII, significaba buscar la verdad con la luz del entendimiento, también, acceder a la posibilidad de dirigirse por sí mismo, es decir, lograr “el gobierno del hombre por su propia razón”. Ser autónomo significaba, “gobernarse a sí mismo”, no sólo en la intimidad de la conciencia, sino como miembro de una comunidad, como parte de un todo social, en otras palabras, consistía en autonormarse en la vida civil. La autonomía fue un valor que adquirió especial relevancia en los primeros años de la vida independiente de México, además del significado teórico, el concepto de autonomía se revistió de diversos significados ideológicos que se correspondían con la práctica política de las diversas fuerzas sociales en conflicto, y que fueron modificándose al ritmo de los acontecimientos; la autonomía no tuvo un significado homogéneo, ni en relación con las fuerzas sociales ni en relación con los diversos momentos históricos que forman el periodo, y ello favoreció la utilización mistificada del concepto, muy especialmente en el proyecto educativo que abarcó el periodo de 1810 a 1833.
Con el siglo de las Luces, la teoría y la práctica educativas, como muchas otras cosas, se transformaron y contribuyeron a conformar un nuevo modelo educativo, pero el proyecto ilustrado hubo de modificarse al ritmo de los acontecimientos de la época; se le combinaron diversos elementos, a la manera de la filosofía de la época: las teorías elaboradas por los filósofos ilustrados (especialmente Jovellanos y Rousseau), la interpretación que de esas teorías hicieron los intelectuales mexicanos como Mora y alamán, las ideas defendidas por los líderes políticos como Hidalgo y Morelos, los conceptos y principios que quedaron plasmados en los ordenamientos legales y en los planes de instrucción pública por obra de legisladores y funcionarios, y en última instancia, las creencias que correspondieron en ese momento histórico a los intereses y necesidades de las diversas clases sociales agrupadas en bloques que pugnaron por el poder; de ahí que el proyecto ilustrado manifestara, en su estructura, la lucha por la hegemonía que libraron esas fuerzas sociales.
La tesis central del proyecto educativo sostiene que la ilustración es la base de la libertad y que ésta, a su vez, constituye la condición de “la prosperidad” o de la “felicidad de la nación”, de esta manera, el proyecto educativo ilustrado establecía la necesidad de liberarse de dogmas y prejuicios, y de acceder a un saber científico, con el fin de poder ejercer la libertad en el ámbito económico y la libertad política que implicaba poder participar en la legislación y en el gobierno.
El criterio axiológico del proyecto lo convertía en un proyecto conservador; sin embargo, la educación fue vista simplemente como un proceso trasmisor (al nivel de la teoría, pues en la práctica siguió cumpliendo ese papel) y en este sentido constituyó un elemento de transformación. La educación era entendida no sólo como instrucción, sino como ilustración, lo cual significaba proveer al estudiante de los conocimientos científicos actualizados y promover en él hábitos de aprendizaje y de investigación, así como fomentar el espíritu de duda. En este sentido, la educación bien podía coincidir con una verdadera praxis. Asimismo significaba formación, en el sentido de capacitar al estudiante para ejercer sus derechos; si hacemos abstracción de las limitaciones de tales derechos, el papel de la educación resultaba, también en este aspecto, liberador.
La ampliación de la cobertura de los servicios educativos se convirtió en un objetivo valioso, pero valdría la pena desplegar todos los esfuerzos para que hombres y mujeres tengan acceso a ella, siempre y cuando el proceso educativo se convierta en una verdadera praxis cuya finalidad inmediata sea la transformación del ser humano en orden al desarrollo autónomo que responde a sus necesidades radicales.
LA FILOSOFIA DE LA EDUCACIÓN DEL PRIMER ESTADO NACIONAL
En el proyecto educativo del primer Estado nacional, considerado en sus elementos explícitos e implícitos, se destacan como principios rectores de la educación los siguientes: la laicidad, principio en el que culminaba un largo proceso de secularización de la sociedad; la gratuidad y la obligatoriedad, principios vinculados con el propósito de hacer popular y nacional la educación; la uniformidad, que se hacía necesaria como condición del “orden espiritual” que se pretendía lograr, y la utilidad y cientificidad de la educación, que garantizarían el anhelado progreso de la sociedad. Pero, si nos atenemos a la jerarquía de 105 elementos jurídicos del proyecto, el principio supremo no podía ser otro que el de la libertad de enseñanza, puesto que estaba consagrado en un artículo constitucional (art. 3º de la Constitución de 1857). No obstante, era el principio que más difícilmente se concertaba con el criterio axiológico, y a ello se debía la dificultad para hacerlo armonizar con los otros principios del proyecto, especialmente con el de uniformidad y el de laicidad.
El concepto de libertad de enseñanza para ser una pieza que encajara de manera congruente en el proyecto educativo, debió adquirir el significado de libertad positiva; dicho de otra, como “libertad” significo “emancipación del monopolio del clero”, pero como “positiva” se comprometió con la consolidación del “orden público”, y ello implicó la tácita aceptación de los males que dicho orden entrañaba, de acuerdo con el espíritu comteano que impregnaba el proyecto. Así, la significación revolucionaria del principio de “libertadde enseñanza” consagrado por la Constitución de 1857 dio paso a una significación contrarrevolucionaria que contribuyó a conservar el statu quo social.
Por lo que se enseñaba, la educación era uniforme; por los sujetos a los que se pretendía que llegara esa enseñanza la educación era popular, y por el fin al que se tendía (esto es, la unificación de los criterios, en pro de la unidad nacional) la educación era nacionalista. La posibilidad de una educación uniforme se fundaba en una tesis frecuentemente sostenida por los liberales, la que afirmaba que “todos los hombres nacen iguales”.
Las diversas presencias teóricas e ideológicas en el proyecto de educación pública vigente en el periodo que va de 1867 a 1910, también se manifestaron cuando se trató de definir lo que la educación debía ser; así pues, en diversos estudios en torno a la política educativa de esta época, se expresan algunas preocupaciones compartidas y más o menos generalizadas, que nos permiten identificar los rasgos principales que conformaron el concepto de educación en el proyecto del orden y progreso, y aclarar el significado teórico e ideológico de dicho concepto. Ante todo, se advierte la insistencia con la que se definió a la educación como un proceso de formación, ya fuese moral o cívica, o ambas cosas, o éstos y otros tipos de desarrollo que constituían lo que en las obras de los filósofos y pedagogos se llamó formación integral.
El significado que adquirió la “formación integral” en el proyecto del orden y progreso combinaba, no sin contradicciones, los sentidos positivistas e idealista romántico del término: había que superar los prejuicios propios de los estadios teológico y metafísico mediante una educación científica y enciclopédica, pero también se requería reforzar el sentimiento de unidad nacional y de “amor fraternal” que contribuía eficazmente a suavizar los conflictos de clase. Así entendido, el concepto de “formación integral” comprendía, en su significado, otros conceptos; era, al mismo tiempo, “instrucción científica y enciclopédica”, “formación moral” y “formación cívica”. La educación entendida como formación integral remitía a la siguiente interpretación: respecto del educador, la educación consistía en un cultivo (siguiendo el símil pestalozziano que presentaba al maestro como un agricultor); pero respecto del educando, la educación se entendía como desarrollo.
En el proyecto existe una premisa fundamental, cuya falsedad ha sido demostrada por el análisis y la crítica marxista. Se trata de un supuesto eminentemente idealista que establece que basta la transformación en el orden espiritual para lograr la transformación en el orden social. De acuerdo con dicha premisa, se consideraba que la educación era el medio para lograr “la construcción espiritual de México” y, con ello, la unidad nacional, el bienestar de todos los miembros de la sociedad, la emancipación mental y política, y la libertad. En otras palabras, bastaba cambiar las ideas para cambiar la realidad.
El proyecto educativo del primer Estado nacional, considerado en su conjunto, carece de racionalidad teórica y práctica; sin embargo, no se puede afirmar esto con respecto a todos los elementos del proyecto; en otras palabras, la falta de racionalidad no debe tomarse de manera absoluta, puesto que existen ciertos elementos que podrían ser integrados a una teoría capaz de insertarse en una práctica educativa transformadora.
LA FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN DEL ESTADO NACIONAL SURGIDO DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
El Estado que surge de la Revolución Mexicana no es simplemente una etapa distinta del que se había consolidado durante “la paz porfiriana”, pues (como dice el historiador Lorenzo Meyer) ese Estado nacional resultó estar tan profundamente ligado al régimen personalista de Díaz que, cuando éste cayó, desapareció con él. El nuevo Estado nacional surgió de las cenizas del anterior y requirió de un proceso de “reconstrucción” que se realizó en el movimiento generado por el conflicto permanente entre las diversas fuerzas sociales, cada una de las cuales pugnaba por hacer efectivo un proyecto nacional acorde con sus intereses y necesidades.
Los dos proyectos educativos del segundo Estado nacional (el de justicia y el del desarrollo) tienen las características siguientes: se expresan en los lenguajes propios de la cultura política del periodo, es decir, en el lenguaje liberal o populista, o en uno que combina ambos; revelan la fusión de la cultura de las clases dominantes con la de las clases trabajadoras y manifiestan “el equilibrio de compromiso” que el segundo Estado nacional requirió para consolidarse.
Sin embargo, este equilibrio no se mantuvo de manera homogénea en virtud de que las relaciones de poder entre las fuerzas sociales se fueron modificando. Por ello, resultó lógico que a lo largo del periodo de 1910 a 1982 se modificara el criterio axioló
Ambos criterios (“justicia social” y “desarrollo”) han sido fácilmente asimilables a la idea de democracia, tanto en el ámbito político, como en el filosófico. Aunque esta asimilación destaca como un rasgo característico de los proyectos educativos del periodo. Se establece un nexo indisoluble, pero arbitrario, entre la “justicia social” (que es un criterio eminentemente revolucionario) y de la democracia liberal que queda limitada a las reformas jurídicas y políticas. De este modo, la clase dominante logra mediatizar la fuerza revolucionaria del criterio y del proyecto educativo, al tiempo que hace factible que éste sea expresado en un lenguaje liberal o populista que presenta los conflictos de clase diluidos en una armonía social lograda en el seno de la nación.
El proyecto educativo emanado de la Revolución y los programas en los que se concretó dicho proyecto estuvieron orientados por el criterio de la justicia social que, en un sentido populista, se entendió como exigencia de redención espiritual y material de las masas populares. La educación habría de servir en lo espiritual, para liberar al pueblo del yugo de fanatismo religioso y para forjar una cultura propia, una cultura nacional; en lo material, serviría como medio de divulgación de los conocimientos científicos y tecnológicos que permitirían a las masas campesinas y a los grupos indígenas incrementar su productividad y mejorar sus condiciones de vida. La educación aparece como medio para lograr la unificación ideológica en torno al proyecto nacional popular que demandaba “tareas democráticas” y que se orientaba al logro de una sociedad moderna. De ahí la contradicción entre un proyecto educativo que reivindicaba la cultura y el modo de ser indígena, y un proyecto nacional que requería la incorporación de los indígenas a un proceso cuyo horizonte era la modernización.
“Justicia social” significó la superación de los contrastes y, desde este punto de vista, la educación se entendió como un proceso orientado al logro de la “transformación de las masas rurales”, al ofrecer a los campesinos los conocimientos que les ayudarían a preservar la salud y los que les permitirían modificar los métodos de producción, aplicar los adelantos de la ciencia y la tecnología, e incorporarse a la Nación como “elementos productivos y útiles”.
En los proyectos desarrollistas, además de concebirse como “un factor de desarrollo” y como instrumento de progreso técnico, la educación se define como un “mecanismo de transformación social”, no porque considere que deba contribuir a terminar con las relaciones sociales de explotación, sino porque el sistema educativo se constituye en un medio de selección y de ascenso social.

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