Logo Studenta

1- Ruin - A Mendo Za

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

P
á
g
in
a
1
 
 
 
 
P
á
g
in
a
2
 
 
 
Esta traducción fue hecha sin fines de lucro. 
Es una traducción de fans para fans. 
Si el libro llega a tu país, apoya al autor comprándolo. También 
Puedes apoyar al autor con una reseña o siguiéndolo en las redes sociales y 
Ayudándolo a promocionar su libro. 
¡Disfruta la lectura! 
 
 
 
P
á
g
in
a
3
 
Los autores (as) y editoriales también están en Wattpad. 
Las editoriales y ciertas autoras tienen demandados a usuarios 
que suben sus libros, ya que Wattpad es una página para subir tus 
propias historias. Al subir libros de un autor, se toma como plagio. 
Ciertas autoras han descubierto que traducimos sus libros 
porque están subidos a Wattpad, pidiendo en sus páginas de Facebook 
y grupos de fans las direcciones de los blogs de descarga, grupos y 
foros. 
¡No subas nuestras traducciones a Wattpad! Es un gran problema 
que enfrentan y luchan todos los foros de traducciones. Más libros 
saldrán si se deja de invertir tiempo en este problema. 
También, por favor, NO subas CAPTURAS de los PDFs a las 
redes sociales y etiquetes a las autoras, no vayas a sus páginas a 
pedir la traducción de un libro cuando ninguna editorial lo ha 
hecho, no vayas a sus grupos y comentes que leíste sus libros ni 
subas las capturas de las portadas de la traducción, porque estas 
tienen el logo del foro. 
No continúes con ello, de lo contrario: ¡Te quedarás sin Wattpad, 
sin foros de traducción y sin sitios de descargas! 
 
 
 
P
á
g
in
a
4
 
Julie 
 
Gesi 
Anna Karol 
-queen-ari- 
Umiangel 
Julie 
AnnyR' 
Madhatter 
Miry 
Jadasa 
Joselin 
Bells767 
Val_17 
Monse C. 
Auris 
Ivana 
evanescita 
IsCris 
Dakya 
Clara Markov 
Beatrix
 
 
Naaati 
 
Julie 
 
Anna Karol 
 
 
 
P
á
g
in
a
5
 
Sinopsis 
Prólogo 
Capítulo 1 
Capítulo 2 
Capítulo 3 
Capítulo 4 
Capítulo 5 
Capítulo 6 
Capítulo 7 
Capítulo 8 
Capítulo 9 
Capítulo 10 
Capítulo 11 
Capítulo 12 
Capítulo 13 
Capítulo 14 
Capítulo 15 
Capítulo 16 
Capítulo 17 
Capítulo 18 
Capítulo 19 
Capítulo 20 
Capítulo 21 
Capítulo 22 
Capítulo 23 
Capítulo 24 
Capítulo 25 
Capítulo 26 
Capítulo 27 
Capítulo 28 
Capítulo 29 
Capítulo 30 
Capítulo 31 
Capítulo 32 
Capítulo 33 
Capítulo 34 
Capítulo 35 
Capítulo 36 
Capítulo 37 
Capítulo 38 
Capítulo 39 
Epílogo 
Rush 
Sobre la Autora
 
 
 
 
P
á
g
in
a
6
 
 
Y el nuevo campeón mundial de los pesos pesados es... 
Esas son las palabras que Zeus Kincaid ha estado esperando 
escuchar desde que se puso por primera vez un par de guantes de 
boxeo. Simplemente no pensó que vendrían con una tragedia que 
cambiaría la forma en que veía el deporte para siempre. 
Cameron Reed estaba en su segundo año en Juilliard cuando su 
novio de la infancia, Zeus Kincaid, se alejó de ella. Unos meses después, 
Cam se dio cuenta de que nunca cumpliría su sueño de bailar para el 
Ballet de Nueva York. 
Ahora que trabaja como bailarina en un club de lujo en 
Manhattan, Cam se encuentra cara a cara con el hombre que una vez 
amó. Y es su turno de alejarse de él. 
Después de cinco años de extrañar a Cam, Zeus no está 
preparado para dejarla ir de nuevo. Pero cuando se encuentra de pie en 
la puerta de su casa a la mañana siguiente, las cosas no salen como él 
esperaba... 
Gods #1 
 
 
 
 
P
á
g
in
a
7
 
 
Traducido por Gesi 
Corregido por Naaati 
 
 
El estadio está lleno. Miles de personas están aquí para ver esta 
pelea. 
Para verme pelear. 
Aquí es donde he llegado. El punto que he alcanzado en mi 
carrera. 
Todo lo que he tenido que hacer, soportar y sacrificar me trajo a 
este momento. 
Estoy esperando en los vestuarios con mi equipo, listo para salir. 
Las cámaras de televisión están conmigo, preparadas para seguirme al 
cuadrilátero. 
Es una gran producción. A mi representante, Marcel Duran, le 
gusta hacer un espectáculo de todo. 
No me importa nada de eso. 
Solo quiero pelear. 
Eso es todo lo que sé. En todo lo que soy bueno. 
Con veinticinco años, estoy invicto. Campeón olímpico. Campeón 
mundial de peso pesado de la Federación Internacional de Boxeo y del 
Comité Mundial de Boxeo. 
Pero mi oponente, Kaden “el demonio canadiense” Scott, tiene el 
título de la Organización Mundial de Boxeo, y lo quiero. 
Me dará tres títulos. 
Y siempre obtengo lo que quiero. 
Entonces, después de esta pelea, iré por los otros dos títulos, el 
de la Asociación Mundial de Boxeo y el de la Organización Internacional 
de Boxeo, que posee ese maldito imbécil Roman Dimitrov. 
Obtendré esos y tendré los cinco. Unificaré la división. 
 
 
P
á
g
in
a
8
 
Seré el más poderoso. 
Diría que eso me haría un dios, pero ya lo soy. 
Zeus “el Dios” Kincaid. 
Nací para hacer esto. 
Y cada maldita cosa que perdí y tuve que sacrificar para llegar 
aquí valdrá la pena. 
Llega el silencio. 
Mi corazón late más fuerte y más rápido. 
Me pongo de pie. 
Las cámaras se mueven frente a mí. No me concentro en ellas. No 
puedo. Ya estoy en mi cabeza. 
Camina hacia el cuadrilátero. Pelea. Gana. 
Solo puedo pensar en eso. 
Salto sobre mis talones. Estoy conectado. Inquieto. Lleno de 
energía acumulada que estoy a punto de expulsar en la cara del 
canadiense. 
El crujido del micrófono hace eco a través del estadio. 
Entonces, la voz más reconocible en el mundo del boxeo comienza 
a hablar. —¡Damas y caballeros, pónganse de pie y sean dignos de darle 
la bienvenida a su campeón… Zeus… “el Dios”… Kincaid! 
El suave comienzo del piano de “Lose Yourself” de Eminem 
comienza a zumbar en todo el estadio. 
Siempre salgo con esta canción. 
Porque es lo que hago cuando peleo. Me pierdo a mí mismo. Me 
olvido de todo y todos. Olvido mis arrepentimientos, mis errores. 
Me olvido de ella. 
El ritmo se activa y esa es mi señal. Comienzo a caminar. Salgo 
del vestuario. Entro en el pasillo hacia el túnel. 
Cortinas blancas cuelgan frente a mí, listas para revelarme. 
No pierdo el ritmo cuando la retiran dos chicas de cuadrilátero 
vestidas con togas. 
El túnel está bordeado por pilares griegos. A Marcel le encanta el 
tema de “el Dios”. 
Corro por los escalones y entro en el estadio. 
Los gritos son ensordecedores. 
Gente. Flashes. Luces estroboscópicas. Pirotecnia. 
No escucho ni veo a ninguno de ellos. 
Solo veo una cosa. 
 
 
P
á
g
in
a
9
 
El cuadrilátero. Y la persona esperando. 
Me encuentro tenso, rígido y enfocado mientras camino hacia el 
cuadrilátero flaqueado por mi equipo. 
Una rápida mirada hacia donde sé que está sentada mi familia, 
mis hermanos, Ares, Lo, y mi hermana, Missy, luego subo los escalones. 
Me deslizo entre las cuerdas. 
Y es hora. 
Mis ojos se encuentran con los de Scott al otro lado del 
cuadrilátero. 
Se ve duro. Vacío. 
Pero estoy más duro y más vacío. 
Dos asaltos, hijo de puta, y estás acabado. 
Mi música se desvanece y el presentador vuelve a hablar: —Y este 
es el momento que todos hemos estado esperando. Nuestros boxeadores 
están en el cuadrilátero y se encuentran listos. En la esquina azul, de 
pie con un metro noventa y tres, y pesando ciento ocho kilogramos, el 
actual campeón mundial del peso pesado de la OMB… ¡El demonio 
canadiense… Kaden Scott! 
Hay algunos aplausos, pero más abucheos de la multitud. No 
porque Scott sea un imbécil. Por lo que sé, es un tipo decente. Pero es 
canadiense, y esta noche estamos en mi país de origen. 
Y, por supuesto, soy mejor. 
—En la esquina roja, de pie con un metro noventa y cinco, y 
pesando ciento trece kilogramos, está el campeón mundial de peso 
pesado de la FIB y CMB, con veinte nocauts, su campeón local… ¡El 
Dios… Zeus Kincaid! 
La multitud ruge. Levanto mis brazos en el aire, como si ya 
hubiera ganado. Porque en mi mente ya lo he hecho. 
Y continúa: —Para los miles de asistentes y los millones que 
miran en casa, damas y caballeros, desde el Boardwalk Hall en Atlantic 
City. ¡Prepárense para rugir! 
La multitudestá animada. 
Estoy listo para pelear. 
Me dirijo hacia mi equipo. Me quitan la bata. 
Me siento en el taburete. 
—Lo tienes controlado, Zeus. —Mi entrenador, Mike, está frente a 
mí con sus manos en mis hombros y su cara en la mía—. Puedes 
acabar con este hijo de puta. Es bueno, pero eres mejor. Tres asaltos, 
como mucho, y es tuyo. 
—Dos —gruño antes de que me coloquen el protector bucal en la 
boca. 
 
 
P
á
g
in
a
1
0
 
Estoy de pie. Voy hacia el centro del cuadrilátero. Mi equipo me 
sigue. 
El árbitro se para entre Scott y yo. 
Me concentro en mi oponente. Gracias a las horas que pasé 
viendo las cintas de sus peleas anteriores, mis ojos se deslizan a las 
debilidades que ya sé que tiene. 
Un pómulo fracturado de hace un año. Cortes fáciles encima del ojo 
derecho. Cuatro fracturas de nariz. 
El árbitro comienza a hablar: —Ya repasamos las reglas en los 
vestuarios. Quiero que las mantengan en la cabeza. Protéjanse en todo 
momento. Y deben obedecer todo lo que diga. Buena suerte a ambos. 
Toque de guantes. Regresan a sus rincones. 
Golpeamos los guantes. Me giro y regreso a mi rincón. 
Mike me dice al oído las últimas indicaciones. —No vayas rápido. 
Hazlo venir hacia ti. Retrocede cuando se balancee. Frústralo. Es su 
talón de Aquiles. Scott no tiene paciencia. 
La campana suena, y entro con los puños en alto. 
Peleamos. Dura más de lo que esperaba. Es un hijo de puta duro. 
Estamos en el asalto número nueve, estoy bastante seguro de que 
su nariz está rota y no se va a rendir. Ya lo he derribado dos veces, pero 
el obstinado bastardo se levanta siempre. 
No estoy preocupado. Simplemente listo para terminarlo ya. 
Asalto número diez. 
Lo llevo hacia las cuerdas. Golpe tras golpe y golpe. El árbitro nos 
separa. La campana suena. Scott está en su rincón, bebiendo agua. Es 
una señal de que está cansado. Está sangrando de un ojo. 
Asalto número once. 
Lo tengo. Ahora es mío. Ardiendo con ferocidad, entro allí. La 
vaselina que le recubre el corte no está deteniendo la sangre. Está en su 
ojo. Veo que pierde la concentración, y ahí es cuando ataco. Lo golpeo, 
uppercut. Cae. Y sé que todo ha terminado. 
El árbitro está allí. Scott intenta levantarse. No puede. 
El árbitro sacude la mano, terminando la pelea. 
Y he ganado. 
Mi equipo inunda el cuadrilátero. Mike me abraza. Entonces, 
Ares, Lo y Missy están aquí, abrazándome y diciéndome lo orgullosos 
que están de mí. 
Pero falta una voz. 
Siempre hay una voz que falta. 
La de ella. 
 
 
P
á
g
in
a
1
1
 
Mis ojos hacen lo que siempre hacen después de cada pelea. La 
buscan. Como si alguna parte de mi cerebro, incluso ahora, piensa que 
estará aquí. 
¿Por qué estaría aquí? 
La dejaste. No está aquí por tu culpa. 
Entonces, las cámaras están frente a mí. La entrevista posterior a 
la pelea. Por supuesto, Marcel está aquí para esto. Siempre aquí para 
las cámaras. 
Agradezco a mi familia. Le agradezco a Scott por la pelea. 
Marcel se hace cargo, hablando sobre sí mismo, lo que es su tema 
favorito. 
Una conmoción detrás de mí me llama la atención. Miro por 
encima del hombro. Puedo ver gente reuniéndose alrededor de Scott. Él 
continúa en el piso. 
¿Qué está sucediendo? 
Doy un paso, avanzando hacia él. 
Marcel me detiene. —¿A dónde te crees que vas? —gruñe entre 
dientes. 
—Scott sigue tirado. —Inclino mi cabeza hacia donde está en el 
suelo. 
—¿Y? —es su respuesta. 
Escucho que llaman a un médico. Me voy a mover nuevamente. 
Me jala de nuevo hacia la cámara. —Se encuentra bien. Déjalo. 
El entrevistador me hace una pregunta. Respondo algo distraído. 
Marcel comienza a hablar sobre la pelea. 
Miro de nuevo hacia Scott. El médico está allí, inclinado sobre él 
mientras le ilumina los ojos con una linterna. 
—Zeus —me ladra Marcel. 
Esta vez lo ignoro. Me alejo y rápidamente me muevo hacia Scott 
porque sé que esto no está bien. No debería estar en el piso por tanto 
tiempo. Algo se retuerce con fuerza en mis entrañas. 
Empujo a la gente que lo rodea, casi estoy llegando cuando oigo 
las palabras que me perseguirán por el resto de mi vida. 
—No está respirando. Necesitamos una ambulancia. Ahora. 
 
 
 
P
á
g
in
a
1
2
 
 
Traducido por Anna Karol 
Corregido por Naaati 
 
 
La sensación de la música cuando suena, no hay nada mejor que 
cuando el bajo mueve el piso bajo mis pies. 
Al menos, para mí no. 
Bailar siempre ha sido lo mío. Me encanta. Y soy muy buena en 
eso. 
Me formé en ballet y baile urbano. Pero dejé lo urbano cuando era 
adolescente, ya que el ballet siempre fue el sueño. Lo era todo. 
Estuve en Juilliard con una beca completa, con mis ojos puestos 
en el Ballet de Nueva York. Me encontraba en mi segundo año cuando 
todo cambió. 
Esas dos líneas rosadas en la prueba lo cambiaron todo. Mi 
futuro se convirtió en otra cosa. 
Incluso ahora, aquí en este podio, sacudiendo mi culo como hago 
todos los viernes y sábados por la noche, sé que tomé la decisión 
correcta. 
Antes que pregunten, no soy una stripper. Soy bailarina en este 
club de lujo en Manhattan. 
Por supuesto, este no era el escenario en el que esperaba estar 
cuando era niña. Pero la vida te arroja curvas, y tienes que seguirlas. Mi 
pequeña curva tiene el nombre de Gigi, y la quiero más de lo que creí 
que podría amar a alguien. Es la mejor decisión que he tomado. 
Bien, no fue planeada exactamente. 
Tomaba la píldora, pero había estado con su padre durante 
cuatro años. 
 
 
P
á
g
in
a
1
3
 
Fue mi amor de la infancia. El amor absoluto de mi vida. Pensé 
que envejeceríamos juntos. 
Obviamente, no funcionó de esa manera. 
Me dejó. Por teléfono. 
Sí, se encontraba en Inglaterra en ese momento, y yo estaba aquí, 
en Nueva York, pero escuchar que el amor de tu vida te había engañado 
por teléfono no es la mejor manera de que las cosas se desmoronen. Y 
luego, al cabo de unos meses, descubrir que estaba embarazada de su 
bebé, solo para que me dijera que no quería tener nada que ver con 
ninguna de las dos; en realidad, ni siquiera me lo dijo él mismo; hizo 
que su representante, el gran puto Marcel Duran, me lo dijera y me 
ofreciera dinero para que me fuera, lo cual rechacé, por supuesto; se 
podría decir que me hizo sentir un poco amargada por él. 
Pero tengo que estar agradecida por una cosa: su donación de 
esperma, porque me dio a Gigi, y es lo mejor que me ha pasado. 
La canción que se escucha actualmente, “Stay” de Zedd y Alessia 
Cara, llega a su fin, y luego “Dirrty” de Christina Aguilera resuena por 
los altavoces. La multitud se vuelve loca. Y me lleva quince años atrás, 
cuando tenía nueve años, parada frente al televisor, viendo el video 
musical en MTV, tratando de aprender los movimientos de baile de esta 
canción, y mi tía Elle uniéndose a mí. 
La tía Elle no tiene un hueso rítmico en su cuerpo. Gran policía. 
Terrible bailarina. 
El recuerdo me hace sonreír mientras bombeo mi cuerpo al ritmo, 
incitando al exceso, haciendo la rutina de baile que mi cuerpo recuerda, 
incluso después de todos esos años. 
Estoy sudando. Ya llevo un rato bailando. Kim debería venir a 
hacerse cargo pronto. Siempre cambiamos, haciendo intervalos de 
veinte a treinta minutos. 
Estoy lista para un descanso, así puedo recargar baterías. 
Me saco los mechones de pelo de la cara con la palma de la mano. 
Mi largo cabello castaño está recogido en una coleta alta. Naturalmente 
tengo el pelo lacio, pero tengo frizz y se vuelve rizado sin productos ni 
alisadores, de ahí la cola de caballo y los mechones sueltos. 
Siento una mano alrededor de mi tobillo, agarrándolo. Esto no es 
inusual para las personas, especialmente los hombres, que son un poco 
demasiado amigables. Piensan que porque estoy aquí, bailando, tienen 
derecho a tocarme. 
Miro hacia abajo y veo un traje y una cabeza de cabello rubio con 
ese aspecto recién liado que todo el mundo sabe que pasó horas 
perfeccionando. 
Me reúno con su mirada fija, y el signorevelador de demasiado 
alcohol se ve en el brillo de sus ojos, bueno, eso y la botella de cerveza 
que tiene en la mano, lo cual está prohibido en la pista de baile. 
 
 
P
á
g
in
a
1
4
 
Alzo la mirada y exploro el área en busca de seguridad para 
alertarlos, pero no veo a ninguno de ellos. Mis ojos se dirigen al bar, 
pero está ocupado con los clientes, y no puedo captar a ninguno de los 
camareros para que hagan contacto visual. 
Por el amor de Dios. Parece que voy a tener que manejar esto yo 
misma. 
Manteniendo mi expresión amistosa, me agacho, poniéndome al 
nivel de los ojos del borracho toquetón. En realidad, no está tan mal de 
cerca. Sin embargo, aun así, no tiene derecho a tocarme. 
Le doy un golpecito en la mano. —No se toca —le digo de forma 
amable. 
—Oh. Lo siento. —Quita su mano de mi tobillo. 
¿Ven? ¿No fue eso fácil? No se necesita seguridad en absoluto. 
—No hay problema. —Sonrío. Sintiéndome generosa con el chico, 
le pregunto—: ¿Necesitabas algo? 
Me devuelve la sonrisa, bueno, es más bien una mueca arrogante, 
y luego dice: —Sí. A ti, desnuda y en mi cama, nena. 
Ugh. Y mi buena impresión hacia él se evapora. 
Resisto el impulso de poner mis ojos en blanco. 
Si tuviera un dólar por cada vez que escuchara esa línea o una 
parecida, estaría recostada en una tumbona en el jardín trasero de mi 
mansión en Beverly Hills, tomando el sol junto a mi piscina de tamaño 
olímpico, con alguien tipo Jason Momoa frotándome los pies mientras 
me servía margaritas y atendía todo el día. 
—Sí, no va a suceder, amigo. —Me río. 
Me levanto, pero me jala la muñeca y me mantiene allí. Su agarre 
es firme, y aunque estoy rodeada de cientos de personas, todavía siento 
esa chispa momentánea de pánico, pero lucho contra ella. 
Una cosa buena que hizo mi ex, además de darme a Gigi, fue 
enseñarme a defenderme. El lado positivo de salir con un boxeador 
durante cuatro años. 
Lo miro directo a los ojos. —Suéltame el brazo. 
—Oh, nena, no seas así. Solo estoy siendo amigable. —Curva sus 
dedos alrededor de mi muñeca. 
—Creo que necesitas volver a la escuela y aprender el significado 
de la palabra no. Esta es tu última advertencia. La próxima no será tan 
buena. 
—La escucharía, si fuera tú. 
Idiota tocón libera mi muñeca y se gira para enfrentar la voz que 
acaba de enviar escalofríos por mi espalda. Y no el buen tipo de 
escalofríos. 
 
 
P
á
g
in
a
1
5
 
Mis ojos van más allá y por primera vez en cinco años, miro 
fijamente a los ojos de Zeus Kincaid. 
El bastardo infiel y el hijo de puta despiadado que se alejó de mí y 
su hija por nacer. 
Ah, joder no. 
El shock de verlo después de todo este tiempo tiene su nombre 
saliendo de mis pulmones: —Zeus. 
—Hola, Paloma. —Su voz profunda y familiar pronunciando el 
apodo que me dio hace tantos años me provoca mil recuerdos. Buenos y 
malos. 
Me encantaba cuando me llamaba Paloma. 
Ahora, lo odio. 
Me llamó así desde el momento en que nos conocimos. Dijo que 
era como una paloma. Hermosa y frágil. Con la lucha escondida dentro 
de mí. 
Y, a medida que pasaba el tiempo, Zeus dijo que era su paz en el 
caos que era su vida. Yo era su paloma. 
Y le creí. 
Hasta que decidió que ya no necesitaba a su paloma, me despojó 
de mis alas y me dejó morir. 
Pero no morí, y también recuperé mis alas. 
Así que, jódete, Zeus. 
—Oye... te conozco. —Idiota tocón mira a Zeus y le señala con el 
dedo. 
Idiota tocón no es pequeño en ningún sentido de la palabra. 
Tendrá un metro noventa, supongo, pero Zeus es más grande. Quince 
centímetros más, para ser exacta. Un metro noventa y cinco, construido 
de músculo sólido. 
Y es por eso que es el actual campeón de peso pesado del mundo. 
Eso, y su talento dado por Dios para herir a la gente. La mayoría de las 
veces, ni siquiera tiene que golpear a las personas para hacerles daño. 
Soy la prueba viviente aquí. 
—Sí, te conozco. Eres Zeus Kincaid, ¿verdad? ¡Mierda! ¡Sí, lo eres! 
¡No lo puedo creer! Zeus jodido Kincaid. ¡Amigo, eres increíble! Gané 
dos grandes en tu última pelea. Oye, ¿puedo sacarte una foto? ¡Mis 
amigos no van a creer esto! 
Alejando mis ojos de Zeus, no espero a escuchar su respuesta. Lo 
uso como una oportunidad para salir de allí. 
Me muevo rápidamente, me levanto para ponerme de pie, y corro 
los escalones del podio. Rápidamente comienzo a abrirme paso entre la 
multitud, dirigiéndome directamente a los vestidores. 
 
 
P
á
g
in
a
1
6
 
Mi corazón late con fuerza, mi mente se acelera y mis pies no 
pueden moverse lo suficientemente rápido como para sacarme de allí y 
alejarme de Zeus. 
No puedo creer que esté aquí. 
Estoy a unos diez pasos de la puerta del personal, casi allí, 
cuando una mano se enrosca alrededor de mis bíceps y me detiene. 
No tengo que darme la vuelta para saber quién es. 
Inclino mi cara en dirección a Zeus, ladeando mi cabeza hacia 
atrás para mirarlo a la cara. Mido un metro setenta y cinco; ochenta 
con mis botas. No soy bajita para ser mujer, pero Zeus siempre me ha 
hecho sentir pequeña. 
Me encantaba esa sensación. 
Ahora, lo odio. 
—¿Qué haces aquí? 
¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Eso es todo? ¿Es todo lo que tiene que 
decirme después de cinco años de silencio? 
No, ¿tuvimos un niño o una niña? O bien, ¿cómo está mi hijo? 
Dios, lo odio. 
Lo miro fijamente, preguntándome cómo alguna vez amé a este 
hombre. 
Zeus siempre fue hermoso; nunca ha habido ninguna duda al 
respecto. En los primeros días de su carrera, la prensa lo llamaba “El 
chico bonito del boxeo”. Recuerdo lo mucho que él odiaba ese apodo. 
Hoy en día, lo llaman el Dios. 
Creo que es el diablo. 
Pero ya no es el chico bonito que era en aquel entonces. 
Ahora, es fuertemente guapo. Incluso con la nariz rota tantas 
veces y la cicatriz que corta su ceja. Recuerdo la pelea en la que obtuvo 
esa. Fue por mí. Todavía tiene el rastrojo de la barba característico en 
sus mejillas, que sé que en realidad es más suave al tacto de lo que 
parece. Y su cabello oscuro, que siempre llevaba afeitado, ahora tiene 
un estilo, todavía corto en los lados pero más largo en la parte superior. 
Y sus ojos... fue lo primero que noté sobre él. Si tuviera que darles 
un color, diría azules. El azul más azul. Ojos con las profundidades del 
océano. Los miras fijamente, y no regalan nada más que hacerte sentir 
todo. 
Puede ser físicamente impresionante a la vista, pero en su interior 
hay una historia totalmente diferente. 
Se acerca más. Su aroma me recubre, familiar pero desconocido. 
Ha cambiado su loción para después de afeitar. Siempre utilizaba 
Burberry Touch. Era mi favorito. Solía comprárselo. 
 
 
P
á
g
in
a
1
7
 
Supongo que se libró de todo lo que yo representaba. 
Incluyendo a su hija. 
Algo parecido a un cuchillo se clava en mi corazón. 
—Paloma, te hice una pregunta. ¿Qué estás haciendo aquí? —Su 
agarre en mi brazo aumenta, sus cejas se fruncen con frustración. 
Veo un indicio de ira en sus ojos. Y me devuelve a la vida. 
¿Tiene el descaro de exigirme una respuesta después de lo que ha 
hecho? 
Que se joda. 
Le quiero escupir con disgusto. Pero no lo hago. Mantengo mi 
dignidad, a diferencia de la última vez que hablamos hace cinco años. 
Lleno mis ojos con el desprecio que siento, los años de odio y 
enojo, y grito: —No me llames así. Mi nombre es Cam ¿Y qué crees que 
hago? Estoy trabajando, imbécil. 
Suelto mi brazo de su agarre y me apresuro hacia la puerta de los 
vestidores. Presiono el código en el teclado, abriendo la puerta. Paso 
rápidamente, dejando que se cierre detrás de mí, con el sonido de su 
voz diciendo mi nombre. 
 
 
 
P
á
g
in
a
1
8
 
 
Traducido por Gesi 
Corregido por Naaati 
 
Con las manos aún temblando, giro la llave en el contacto y mi 
Toyota cobra vida. “Eyes Closed” de Halsey se escucha desde el estéreo. 
Salgo del estacionamiento para el personal del club y comienzo el viaje 
de una hora hacia casa en Port Washington, a la casaque comparto con 
Gigi y la tía Elle. Técnicamente, sigo viviendo en casa, ya que es la casa 
de tía Elle. 
Se mudó a Port Washington desde Coney Island cuando fue 
ascendida a detective y se le dio un puesto en el precinto de allí. Podría 
haber viajado diariamente, pero parecía inútil ya que yo ya no estaba 
viviendo en casa. En ese momento, estaba en Julliard y vivía en Nueva 
York. 
Pero cuando me encontré embarazada y sola, ir a vivir con tía Elle 
fue la única opción. Y, honestamente, me alegró no tener que volver a 
Coney Island. El lugar no tenía más que recuerdos de Zeus y nuestra 
relación allí. Además, tampoco me quería arriesgar a encontrarme con 
su familia allí. 
Por lo que Port Washington fue mi nuevo comienzo. Y la vida 
estuvo funcionando bastante bien para mí, bueno, hasta hace poco. 
Me fui del trabajo temprano. Tenía que salir de ese lugar. Así que 
le dije a mi jefe que estaba enferma y me necesitaba ir a casa. 
No me podía arriesgar a volver a entrar en el club y ver a Zeus de 
nuevo. 
Verlo después de todos estos años… me sentó muy mal. 
Y el hecho de que intentara hablarme… simplemente no lo 
entiendo. 
Dejó perfectamente claro que no quería tener nada que ver con 
Gigi o conmigo hace varios años, así que, ¿por qué se me acercó e 
intentó hablarme? 
Me siento aliviada de no tener que volver a verlo. Renunciaré a mi 
trabajo. Probablemente no vuelva a aparecer en el club. Mis emociones 
no pueden soportarlo. 
Me siento… no sé cómo me siento. Furiosa. Herida. Furiosa. 
Frustrada. ¿Mencioné furiosa? 
 
 
P
á
g
in
a
1
9
 
Simplemente conseguiría trabajo en otro club. De todos modos, 
no es mi principal fuente de ingresos. Tengo un trabajo diario. Trabajo 
en la administración de la estación de policía. 
Obtuve el trabajo en el club para poder bailar. Pongo el dinero 
que gano en la cuenta de ahorros para cuando Gigi sea mayor y tenga 
que pagar la universidad o la escuela de danza, sea lo que sea lo que 
elija. Tiene el gusanillo del baile como su madre. Y sé que soy parcial, 
pero es buena. 
Por lo que dejarlo no será el fin del mundo. 
Volver a ver a Zeus sí. 
Tengo discusiones internas conmigo misma a lo largo de todo el 
viaje hasta casa. 
Una parte de mí piensa que debí haberle dicho más esta noche. 
Que debería haberle dicho todas las cosas que quería decirle cinco años 
atrás, pero nunca tuve la oportunidad. Mi lado inteligente sabe que hice 
lo correcto, alejarme y no mirar atrás. Pero… no lo sé. 
Solo sé que quiero llegar a casa y abrazar a mi hija. 
No pasa mucho tiempo desde que pasé la señal de bienvenida a 
Port Washington cuando las luces rojas y azules parpadean en mi 
retrovisor. 
Encendiendo mi señal de giro, desacelero y me detengo a un lado 
de la carretera. 
—Si esta es una broma de los chicos, voy a estar enfadada —
murmuro para mí misma. 
Realmente podría prescindir de esto esta noche. 
Observando por el retrovisor, a la oscuridad, veo al oficial bajar de 
su auto y caminar hacia el mío. 
Definitivamente no superé los límites de velocidad. Estoy segura. 
Pero, si hice algo mal, créanme, ser la sobrina de la detective Redd no 
me librará de la multa. No es que haya intentado jugar esa carta. 
De acuerdo, bien, tal vez una o dos veces. Pero nunca funcionó. 
Bajo la ventanilla y espero a ver quién es. Conozco a todos los 
policías de esta ciudad. He vivido aquí por casi cinco años, pero trabajar 
en la estación y tener a mi tía en las fuerzas significa que llegué a 
conocerlos a todos. 
—Te vas a casa temprano. ¿Está todo bien? 
Conozco esa voz, y me trae una sonrisa a los labios. Algo que no 
pensé que podría suceder esta noche. 
Rich Hastings es un chico con el que salgo. Bueno, tal vez salir 
sea la palabra equivocada. Pasamos el rato… juntos en la cama. A veces 
en su ducha. O en la mesa de su cocina. De todos modos, tienen una 
idea. 
 
 
P
á
g
in
a
2
0
 
No estoy buscando una relación, y él tampoco. 
Después de ser quemada por Zeus, dejar que un hombre entre en 
mi vida, y en la de Gigi, no es algo que quiero hacer. 
Gigi cree que Rich solo es un chico con el que mami trabaja. Y lo 
es. También resulta que nos desnudamos juntos. 
Lo que tengo con él funciona. Estamos en la misma página. Sexo 
sin compromisos. Tenemos buena química. El sexo es genial. Es un 
buen chico. Me hace reír. Nos divertimos juntos. 
Inclino la cara. —Sí, estoy bien. Solo me sentía un poco cansada, 
por lo que me fui temprano. 
Se inclina y pone sus antebrazos en la puerta de mi coche, y miro 
su encantadora cara. 
Es caliente. No al nivel de Zeus. No creo que nadie pueda serlo. 
Zeus está en un nivel diferente de todos los hombres. Odio eso. 
Pero Rich es atractivo a lo chico estadunidense. Exactamente lo 
opuesto a Zeus. Cabello rubio. Ojos verdes. Un metro ochenta y ocho. 
Solía jugar al basquetbol en la universidad. Atlético… caliente. Y usa 
uniforme, así que… ya saben, caliente. 
Sus ojos descienden y se ensanchan cuando ve mi vestimenta, la 
cual se muestra debajo de mi abrigo abierto. 
Tengo que sofocar una risa. Los hombres son tan fáciles. 
No me cambié a ropa casual como normalmente lo hago antes de 
ir a casa. Tenía prisa por irme a causa de Zeus. 
Mi atuendo consiste en botas Go-Go de PVC blancas, un top 
ajustado fucsia y calzas cortas ajustadas a juego. Las vestimentas que 
el club nos hace llevar no dejan mucho a la imaginación. 
—Lindo atuendo —comenta arrastrando las palabras. Sus ojos 
dilatados aterrizan en mis labios primero y luego en mis ojos—. ¿Por 
qué no lo he visto antes? 
—Porque nunca has estado en el club. 
—Ah. Mi error. Uno que necesito rectificar de inmediato. 
Me río, pero realmente no lo siento, y sé exactamente por qué. 
Zeus. 
Maldito Zeus. 
—¿Segura de que estás bien? 
Acuna mi mejilla en su mano, y aprecio la calidez que trae. 
He estado llena de tantas emociones diferentes desde que lo vi, la 
mayoría de ellas malas, que siento frío por dentro. No me di cuenta 
cuánto frío hasta que Rich puso su mano sobre mí. 
 
 
P
á
g
in
a
2
1
 
A veces, es el toque más simple el que puede hacerte sentir mejor. 
Bueno, tal vez no mejor. No creo que me sentiré mejor por un tiempo 
después de encontrarlo esta noche. 
—Estoy segura. —Sonrío. 
Acaricia mis labios con su pulgar. —Ha pasado un tiempo desde 
que te vi —dice con ternura. 
—Lo sé. He estado ocupada con el comienzo de preescolar de Gigi, 
el trabajo, la vida… 
—¿Cómo está llevando el preescolar? 
—La conoces. —Sonrío ampliamente al pensar en mi niña—. Nada 
la perturba. Tiene la confianza de un experimentado. 
—Me pregunto de dónde la sacó. —Sonríe. 
—No tengo idea. —Agito inocentemente mis pestañas. 
Se ríe entre dientes y luego se inclina, me besa suavemente en los 
labios. 
Es dulce. Es agradable. 
Él no es Zeus. 
—Te he extrañado —murmura. 
—Quieres decir que has extrañado estar en mi interior. 
Sonríe contra mi boca. —Podría decirse eso. ¿Cuándo te puedo 
ver? 
—¿Qué hay del miércoles por la noche? Le pediré a tía Elle que 
cuide de Gigi. 
—Miércoles suena muy lejano, pero lo aceptaré. —Retrocede—. 
Supongo que estaré pasando un poco más de tiempo con Rosie la palma 
y sus cinco hermanas. —Sonríe, sacudiendo la mano y me río. 
—Eres un tipo apuesto, Rich. Estoy segura de que no te faltan 
mujeres. 
No sé por qué dije eso. 
Desde que nos hemos estado acostando juntos, nunca le pedí 
exclusividad. Sería injusto cuando no puedo darle mucho de mi tiempo. 
Pero tampoco nunca le pregunté por otras mujeres. 
¿Por qué diría eso ahora? 
Sé por qué. 
Zeus. 
El idiota infiel me ha desquiciado. 
Alza las cejas y apoya sus brazos en mi ventana. —¿Dices que 
quieres que me acueste con otras mujeres? 
 
 
P
á
g
in
a
2
2
 
Pienso en eso. No diría que pensar en él con otras mujeres me 
hace explotar de celos, pero tampoco me hace sentir particularmente 
bien. 
Sacudo la cabeza y sonríe. 
—¿Necesito preguntar por otros chicos? 
Eso me hacereír. —Apenas tengo tiempo para mí misma, así 
que… no, no necesitas preguntar por otros chicos. 
Excepto por el que vi esta noche. 
Rich no sabe quién es el padre de Gigi. Solo algunas personas lo 
saben. Y va a seguir de ese modo. 
—Debería llevarte a una cita. 
Eso me desconcierta. ¿Qué sucede esta noche con los hombres y 
sus ganas de sorprenderme? 
—No, no deberías. 
Mi sonrisa es tensa, y asiente con comprensión. 
Se aparta de mi auto, irguiéndose. —Ponte eso el miércoles. —Sus 
ojos se mueven hacia mi atuendo. 
—Solo si te pones eso. —Inclino mi cabeza hacia su uniforme. 
—Trato. —Se aleja de mi coche—. Nos vemos el miércoles, Cam. 
—Nos vemos. Oh, y, Rich, también ten las esposas listas. —Le doy 
una sonrisa sexy. 
—Sí, señora. —Me guiña un ojo e inclina un sombrero imaginario 
en mi dirección. 
Alejo mi auto del lado de la carretera con una sonrisa en el rostro. 
Entonces, la maldita radio decide pasar “Umbrella” de Rihanna, y la 
sonrisa desaparece mientras me catapulta de vuelta nueve años atrás. 
 
 
 
P
á
g
in
a
2
3
 
 
Traducido por -queen-ari- & Umiangel 
Corregido por Naaati 
 
—Perdón. 
Siento un golpecito en el hombro y miró para ver a un grupo de 
tres chicas que están detrás de mí en la fila de la rueda de la fortuna. 
Se ven de mi edad. Y son lindas de esa manera delicada que 
nunca seré. Soy alta para mi edad, con piernas y brazos largos. Perfecto 
para el ballet. No es tan perfecto para una adolescente desesperada por 
encajar. 
Queriendo hacer nuevos amigos en este lugar al que me acabo de 
mudar, sonrío y digo: —Hola. ¿Todo bien? 
Una de ellas, que supongo que es la líder del grupo, se acerca un 
poco más cerca de mí. —¿Vas a hacer esto sola? 
Mis mejillas se calientan. Porque voy a ir a la atracción sola. No 
porque sea una perdedora total, sino porque nos acabamos de mudar a 
Coney Island desde Baltimore. Mi tía Elle es oficial de policía, y le 
ofrecieron un ascenso, y eso nos trajo aquí. He vivido en Baltimore toda 
mi vida, por lo que ha tomado un poco de tiempo acostumbrarse a la 
mudanza. Vale, mucho. Pero la tía Elle ha hecho mucho por mí, me crió 
después de que mi madre murió cuando tenía tres años, así que cuando 
me habló del ascenso, le dije que lo aceptara. 
Se encuentra en el trabajo ahora, por lo que pensé que saldría a 
explorar mi nuevo hogar en lugar de sentarme en la casa, buscando en 
Facebook lo que hacían mis amigos allá. 
Así que, por supuesto, llegué a la famosa feria. Y me encanta la 
rueda de la fortuna. Por eso, me encuentro en la fila para subirme. 
—Sí. Soy nueva en la ciudad. No conozco a nadie aquí —digo a 
modo de explicación, en parte con la esperanza de que me invite a 
acompañarlas. 
No lo hace. 
—Bueno, te das cuenta de que esos autos pueden llevar hasta 
cuatro personas, y vas a usar uno solo para ti. Eso es bastante egoísta 
de tu parte. 
 
 
P
á
g
in
a
2
4
 
Guau. Bueno. 
—No estoy tratando de ser egoísta. Solo quiero subirme a la rueda 
de la fortuna. ¿Quieres... debería ir con ustedes para llenar el auto? 
Ríe. Entonces, me mira de arriba abajo. —No lo creo. No salimos 
con perdedoras. ¿Cierto, chicas? —Empuja a sus compañeras, y se ríen. 
Mi cara arde con la humillación. Debería decir: Entonces vete al 
diablo. Tendrás que esperar más tiempo para ir a la rueda de la fortuna 
porque voy a subir. O incluso mostrarles el dedo medio. 
Pero no hago ninguna de esas cosas. 
En lugar de eso, salgo de la fila con el sonido de risas y cantos de 
perdedora, mientras mis ojos pican con lágrimas. 
¿Qué demonios es lo que me pasa? Les debería haber dicho unas 
cuantas cosas a esas perras. 
Envolviendo los brazos a mi alrededor, sigo caminando. Suspiro, 
evitando que mis emociones se escapen por mis ojos. 
Soy una Reed, y no soportamos mierda de nadie. 
O eso es lo que siempre dice tía Elle. 
Honestamente, nunca he tenido que soportar algo así antes. Tuve 
grandes amigos en Baltimore. Y, ahora, no tengo a nadie. 
Solo sé que esas chicas van a estar en la escuela secundaria que 
voy a comenzar el lunes. 
Me detengo junto a una tienda frente a una galería de juegos, sin 
saber qué hacer conmigo misma. Los sonidos de la risa, la música y las 
máquinas de ping bailan en el aire, haciéndome sentir aún más sola. 
Me iré a casa. 
Bueno, iré a la nueva casa que ahora tengo que llamar hogar. 
Al menos hay un bote de helado Cherry Garcia esperándome en el 
congelador. 
Cuando me vuelvo para irme, una risa masculina me llama la 
atención, y veo a algunos tipos que están parados en uno de esos juegos 
recreativos de boxeo, ya saben, de esos en el que golpeas el saco para 
registrar una puntuación alta. 
Les toca a uno de ellos. Algo acerca de él me llama la atención, 
aunque esté de espaldas a mí. 
Es un chico grande. Alto. Con hombros anchos y una chaqueta 
vaquera azul. Mis ojos bajan. Camiseta blanca saliendo de la parte 
inferior de su chaqueta. Vaqueros negros en las piernas. Bonito culo. Le 
quedan bien los vaqueros. 
¿Le quedan bien los vaqueros? Gracias a Dios no digo este tipo de 
mierda en voz alta. 
 
 
P
á
g
in
a
2
5
 
Mis ojos vuelven a subir. No puedo ver su cabello, ya que lleva 
una gorra. 
Apuesto a que es guapo. 
Hay algo en la forma en que mueve su cuerpo mientras se 
prepara para golpear el saco de boxeo que grita confiado. Como si 
supiera que es guapo. 
Dios, escúchame. Ni siquiera he visto la cara del chico, y lo estoy 
calificando como guapo. 
Él golpea el saco con fuerza. Pude escuchar el golpe de su puño 
contra el cuero del saco, incluso hasta aquí. El saco sube a la máquina 
y el tablero se ilumina con los números altos. 
Mejor puntuación. 
Guau. 
Sus amigos se ríen y le dan un puñetazo en el brazo, como hacen 
los chicos, pero parece que simplemente se encoge de hombros. 
Luego, sin previo aviso, vuelve la cabeza y me mira, atrapándome 
mirándolo fijamente. 
Mierda. 
Aparto la vista y me giro hacia la ventana de la tienda. Uso mi 
cabello largo para cubrirme la cara, tratando de fingir que no estaba 
mirando cuando claramente sabe que era así. 
Soy una perdedora. 
Mi cara está logrando niveles infernales de calor por la vergüenza 
de ser atrapada mirando y también porque tenía razón. Santo Cristo en 
una galleta caliente, ese tipo es precioso. Hermoso. El rápido vistazo 
que vi en su cara fue más que suficiente para confirmarme que está 
súper alto en el medidor de dioses del sexo. Y definitivamente es mayor 
que yo. Mucho más, diría yo. Alrededor de veinte años, supongo. 
Sí, ya sé que soy una torpe. 
Y también parezco una completa idiota, parada aquí, mirando fijo 
la ventana de una tienda cerrada. Pero no me atrevo a darme la vuelta 
en caso de que el dios del sexo todavía esté allí. 
Ya no puedo escucharlo a él ni a sus amigos, pero eso no significa 
que no estén allí. 
Miro el reflejo en la ventana de la tienda para tratar de ver si él y 
sus amigos continúan allí, pero no puedo. 
Bien, así que voy a tener que aguantarme. Darme la vuelta e irme 
como si no hubiera estado mirando fijamente al bombón. 
Uno... dos... tres… 
Y se han ido. 
 
 
P
á
g
in
a
2
6
 
No sé si sentirme aliviada o decepcionada porque probablemente 
nunca volveré a ver al dios del sexo. 
Miró fijamente la máquina de boxeo en la que se encontraba y 
siento la repentina necesidad de probarlo antes de irme a casa. No 
porque el dios del sexo lo tocara. No soy tan perdedora. Simplemente 
nunca he probado uno, y me pregunto si soy buena. 
Me acerco a la galería y me detengo en la máquina de boxeo. 
Cincuenta centavos. 
Busco en el bolsillo de mis vaqueros ajustados y saco algunas 
monedas. 
Las meto en la ranura y la máquina se enciende. El saco de boxeo 
baja. 
Enrosco mi puño, listo. 
No puede ser tan difícil, ¿verdad? 
Jalo mi brazo hacia atrás y lo golpeo. 
Al parecer, es así de difícil. 
Porque ni siquiera muevo el saco para tener una puntuación. Solo 
se tambalea un poco pero se quedaquieto. 
Bueno, eso es embarazoso. 
Miro alrededor para ver si alguien lo vio, pero nadie me está 
prestando atención. 
Bueno. Inténtalo de nuevo, Cam. Puedes hacerlo. 
Esta vez, me preparo un poco más. 
Sacudo mis hombros, aflojándome. Separo mis piernas y planto 
mis pies. Entonces, muevo mi brazo hacia atrás y golpeo el saco. 
¡Hurra! ¡Lo hice! 
Pero... oh... ¿es el puntaje más bajo que puedes obtener? 
Sí, esa soy yo. 
Cierto. Voy de nuevo. 
Y, esta vez, voy a darle duro a este saco de boxeo. No me vencerá. 
Saco otros cincuenta centavos de mi bolsillo y suelto las monedas 
en la ranura. El saco de boxeo baja. 
—Estás desperdiciando tu dinero. 
—Que… —Me vuelvo hacia la voz y… santa mierda. 
Es el dios del sexo. Está de pie allí. Mirándome. 
Jesús. Sus ojos. Azules. El azul más azul. Ese azul que te hace 
querer bucear en él y nunca volver a salir para tomar aire. 
 
 
P
á
g
in
a
2
7
 
—Tu postura está mal —dice—. Nunca darás un buen golpe en el 
saco, parada así. —Asiente con la cabeza hacia mis piernas. 
Miro hacia abajo. Se ven bien para mí. 
—¿Qué pasa con mis piernas? —digo. 
Él se ríe justo cuando escucho esas palabras haciendo eco en mi 
cabeza, y tengo que contener un gemido de vergüenza. 
—Bueno, no les pasa nada. —Levanta un hombro—. Son buenas 
piernas. Las mejores que he visto de hecho. Pero la forma en que estás 
parada no es la correcta. Tus caderas no pueden girar mientras estás de 
pie así, lo que significa que no hay balanceo en tu golpe. Sin balanceo 
no hay fuerza. 
Buenas piernas. 
Las mejores que ha visto. 
Honestamente, no escuché nada más después de eso. 
—Disculpa, ¿qué? 
Se ríe de nuevo. —Necesitas mover las piernas. Párate así. —Me 
muestra con las suyas. 
—Está bien. —Muevo mis piernas para reflejar cómo está parado. 
—Eso es —dice—. Y, ahora, necesitas inclinar un poco las caderas 
hacia atrás, así. 
Sigo sus instrucciones, inclinando mis caderas. 
—Entonces, pon tu mano en un puño, el pulgar en el exterior. 
Tira tu brazo hacia atrás y deje que tus caderas roten. Mientras te 
balanceas, pon todo el peso de tu cuerpo en ese golpe. 
Hago lo que dijo. Me giro hacia atrás y luego pongo todo el peso 
de mi cuerpo detrás de mi brazo. Junto con todas mis emociones por 
haber dejado Baltimore y mis amigos, y por esas chicas malas de antes. 
Golpeo ese saco con todo lo que tengo. Siento el momento en que 
mi puño se conecta con el cuero y doy un buen golpe. 
El saco se cierra de golpe, y los números comienzan a aumentar. 
¡Un bateador medio! 
¡Sí! 
—¡Lo hice! —Reboto en los dedos de los pies, emocionada. 
—Lo hiciste. —Sus labios se levantan en la esquina en una media 
sonrisa. La sonrisa más sexy que he visto en mi vida. 
Y soy un charco a sus pies. 
Me meto el pelo detrás de la oreja. —Gracias —digo. 
—No hay problema. —Se encoge de hombros. 
—¿Cómo sabes sobre boxeo? —pregunto. 
 
 
P
á
g
in
a
2
8
 
—Soy boxeador. 
—Es decir, ¿un boxeador de verdad? 
Mátenme. Mátenme ahora. 
Sonríe de nuevo. —Sí, un boxeador de verdad. Bueno, no soy 
profesional. Amateur por el momento. No puedo ser profesional hasta 
que obtenga mi licencia de boxeo, y no puedo obtenerla hasta que tenga 
dieciocho años. 
—¿No tienes ya dieciocho años? 
—Diecisiete. 
—Guau. Pareces mucho mayor. 
Se ríe. —Escucho mucho eso. 
—Entonces, ¿eres de último año? 
—Tercer año. Mi cumpleaños es en septiembre. 
—Ah. Aquí está el bebé de agosto. 
—¿También de tercer año? 
—No. Estudiante de segundo. Tengo quince años —agrego, como 
si tuviera que resaltar ese hecho. 
Bien hecho, Cam. Apártalo con tu edad. 
No es que yo lo haya excitado... pero da igual. 
No dice nada por un largo momento. Siento una punzada de 
decepción en mi pecho, que es una locura porque acabo de conocer al 
chico. 
—Entonces... solo tenemos un año escolar de diferencia, pero tú 
eres casi dos años mayor que yo. Bueno, un año y once meses más, lo 
cual es extraño si lo piensas. 
Jesús, Cam. Deja de divagar. ¿Por qué no le dices también que tu 
tutor legal está en el Departamento de Policía de Nueva York y termina 
cualquier esperanza que puedas tener con él? 
—Te ves mayor —dice—. Sin ofender. 
—No me ofendo. Eso también lo escucho mucho. Creo que es mi 
altura. Con suerte, no es mi cara. No quiero tener una cara envejecida 
prematuramente. 
Se ríe. Pero no siento que se ría de mí, como si pensara que soy 
una completa boba. Más bien piensa que soy divertida, en el buen 
sentido. 
Y eso le hace algo gracioso a mi estómago. 
—No tienes que preocuparte por tu cara —dice y me da esa media 
sonrisa de nuevo. 
Algo se abalanza y revolotea en mi pecho. 
 
 
P
á
g
in
a
2
9
 
Me siento mareada y ligera. 
Maldita sea, es bonito. 
—¿Dónde están tus amigos? —pregunto, flotando en una nube de 
él. 
—¿Cómo supiste que estaba aquí con mis amigos? 
Ah. Mierda. 
—Yo, um... bueno, te vi antes. Estabas en este juego, y yo estaba 
allí. Pero no te acechaba ni nada. Solo te vi, eso es todo. 
Estoy muriendo. Jesús. Mátenme ahora. 
Se ríe bajo y profundo, lo siento desde las raíces del cabello en mi 
cabeza hasta las puntas de mis dedos. 
—También te vi —me dice. 
Guau. 
Sí... solo guau. 
—Entonces, ¿qué vas a hacer ahora? —me pregunta. 
Voy a donde sea que vayas. 
—Vuelvo a casa —digo. 
—¿Por qué? 
—No tengo ni idea. —Estoy bastante segura de que ni siquiera 
puedo recordar mi propio nombre en este momento. 
—Entonces, deberías quedarte. 
—¿Por qué? —Me escucho preguntando. 
Esa sonrisa que me convierte en gelatina se desliza de nuevo en 
su cara. 
—Buena pregunta. ¿Quieres la verdad? 
—Siempre. 
Él da un paso más cerca de mí. Su aroma es picante y algo 
completamente masculino, y me abruma de la mejor manera posible. 
—Porque te encuentro interesante. Y normalmente no me interesa 
nada más que el boxeo. Pero tú me interesas. 
—¿Por qué? —Aparentemente, esa palabra es ahora dos tercios de 
mi vocabulario. 
—Eres graciosa y bonita. Muy bonita. 
—Y tengo quince. 
—Y tienes quince —repite. 
—Y mi tía es policía. 
—Es bueno saberlo. 
 
 
P
á
g
in
a
3
0
 
—¿Por qué? 
—Porque significa que tienes a alguien que te cuide. 
Ah. 
—No tendré sexo contigo, si es lo que buscas. 
Se le escapa una risa. 
Filtro, Cam. Filtro, por el amor de Dios. 
—Pensaba en un paseo. Tal vez un paseo en la noria. Pero es 
bueno saber dónde tienes la cabeza. —Aclara la risa de sus ojos. 
—Lo siento —digo. 
—No lo sientas. Tienes razón en tener cuidado. No me conoces. —
Hace una pausa y se quita la gorra. Su pelo es de color marrón oscuro. 
Pasa la mano sobre su cabello corto. Luego, se vuelve a poner la gorra y 
posa sus brillantes ojos azules en los míos—. Pero quiero que me 
conozcas. Y realmente quiero conocerte. 
Me muerdo el labio y luego me meto el cabello detrás de la oreja. 
—Está bien —accedo. 
Él sonríe. Una sonrisa completa esta vez, mostrando sus dientes. 
Son blancos, pero no perfectos. Sus dientes frontales tienen una ligera 
superposición. Pero le queda bien. Lo hace aún más guapo, si eso es 
posible. 
—Soy Zeus —me dice. 
—¿Como el dios? 
Se ríe, y me doy cuenta de cómo sonó eso. 
—No es que crea que eres un dios, por supuesto —agrego rodando 
los ojos para aparentar ser indiferente. No funciona para nada. 
—Por supuesto que no. —Sonríe—. Pero, sí, como el dios. 
—Cameron. Pero todos me llaman Cam. 
—¿Quién es todos? 
—Mi tía. 
—La policía. 
—Y mis amigos en Baltimore. Me acabo de mudar aquí hace unos 
días. 
Asiente, como si ya lo supiera. —¿Has subido a la noria? —me 
pregunta. 
Sacudo la cabeza, sin querer decir que deseaba hacerlo, pero no 
lo hice por un par de chicas malas. 
—Bueno, no puedes venir a la feria y no ir a la noria. Es como la 
ley de Coney Island. 
—¿En serio? —Levanto una ceja escéptica. 
 
 
P
á
g
in
a
3
1
 
—No. —Sonríe como un niño, y me río—. Pero tienes que subir en 
la noria. Vamos. —Extiende su mano hacia mí. 
—Um... —Dudo, y lo ve. 
—¿No te gustanlas norias? 
—No. Digo, sí, me gustan. Solo... bueno, sin sonar como niña de 
preescolar, me encontraba en la fila para subir, y… unas chicas fueron 
malas conmigo. Y, después de eso, ya no tenía muchas ganas de subir. 
—¿Qué tan malas fueron? 
—No puedo creer que te esté diciendo esto. —Ruedo mis ojos para 
mí misma, exhalando un suspiro. 
Pero no dice nada. Solo espera. 
Así que digo: —Me dijeron que era una perdedora porque iba sola 
en la noria. 
—¿Y te importa lo que piensen? 
—Sí. Digo, no. Más o menos. Es estúpido. Soy estúpida. 
—No, no lo eres. Mira, las personas así son una mierda porque se 
sienten inseguras, y necesitan hacer sentir mal a los demás para que 
sentirse mejor consigo mismos. 
—¿Estás hablando por experiencia? 
—No. Solo soy inteligente. —Sonríe, y hago lo mismo—. Mira, no 
dejes que unas chicas groseras te desanimen de hacer algo que quieres 
hacer. 
Lo miro fijamente. No muchos chicos me hacen sentir pequeña y 
femenina, pero él lo hace. 
—Tienes razón —digo. 
—Lo sé. Por lo general, la tengo. —Otra media sonrisa—. Y, de 
todos modos, esta vez no estarás sola. Estaré contigo. 
Mis ojos se estrechan un poco. —No intentarás asesinarme en la 
noria, ¿verdad? 
Otro estallido de risa de su parte. 
—No se encuentra en mi agenda para esta noche, tranquila. —
Sus ojos brillan y parpadean como llamas azules. 
—¿Y no tratarás de manosearme? 
—No. Seré un perfecto caballero. —Levanta las manos, con las 
palmas frente a mí. 
—Está bien, entonces, vamos a hacerlo. —Asiento—. Me refiero a 
montar la noria, eso es. 
—Exacto, Paloma. 
—¿Paloma? —Parpadeo hacia él. 
 
 
P
á
g
in
a
3
2
 
—Sí. Las palomas representan la paz porque se ven hermosas, 
gentiles y frágiles. Pero en realidad son grandes luchadoras. Tienen más 
espíritu de pelea de lo que la gente se da cuenta. Igual que tú. 
Hermosa. Dijo que las palomas son hermosas. ¿Eso significa que 
piensa que soy hermosa? 
Tranquilízate, Cam. Solo porque dijo eso no significa que piense que 
eres hermosa. 
Le doy una mirada divertida. —Guau. ¿Sabes todo eso por una 
conversación de cinco minutos? 
—No. —Sacude la cabeza, con una sonrisa en sus ojos—. Sé todo 
eso por la forma en que golpeaste el saco. 
Comienza a caminar. Me pongo a su lado. 
—Entonces, ¿por qué sabes tanto sobre las palomas? 
Me mira. —No tanto. Lo vi en un programa de televisión de la 
naturaleza alguna vez. 
Dejo escapar una carcajada, y sonríe. 
Caminamos hacia la noria en un cómodo silencio, y pienso en 
cómo las cosas son tan diferentes a cuando me alejaba de aquí no hace 
mucho tiempo. 
Nos unimos a la fila, que es mucho más corta que antes. Y no hay 
chicas malas a la vista. 
Zeus insiste en pagar por mí, lo cual es muy dulce. 
Caminamos hasta el coche. El encargado del recinto ferial nos 
abre la puerta. 
Zeus entra primero. Luego, me tiende la mano para ayudarme a 
entrar. 
Dudo por un segundo, y luego deslizo mi mano en la suya. Sé que 
esto va a sonar cursi y cliché, pero lo juro, en el momento en que mi 
piel toca la suya, es como si todo cambiara. 
El mundo de repente se ve mucho más brillante. Los ruidos un 
poco más fuertes. 
Como si estuviera experimentando la vida en 2-D, y acabara de 
actualizar a 3-D. 
Me siento al lado de Zeus, suelto su mano, y el asistente cierra la 
puerta, asegurándonos adentro. 
Nos movemos hacia arriba para llenar el próximo carro. Subiendo 
y girando mientras cada auto se llena para comenzar. El atardecer se 
vuelve rápidamente oscuridad. 
Luego, nos movemos. 
 
 
P
á
g
in
a
3
3
 
—Entonces, ¿vives con tu tía? —La voz de Zeus se mueve a través 
de la oscuridad, haciendo que el vello se levante de mis brazos de la 
mejor manera posible. 
—Sí. Mi mamá murió cuando tenía tres años, y mi papá estaba 
ausente, así que mi tía Elle me acogió. Es genial. 
—Eso parece. Lo siento por tu madre. 
Me encojo de hombros. —No la recuerdo, así que no me acuerdo 
de haberla perdido. Pero tampoco recuerdo haberla tenido, que es lo 
que más apesta. 
—Sí... —Su voz suena pensativa—. Pero tal vez no sea tan malo, 
no tener que sentir el dolor de perderla, ya sabes. 
—Sí, sé a qué te refieres. En fin, perdón por bajar el estado de 
ánimo. —Me giro para mirarlo. 
—No lo has hecho. —Me da una suave sonrisa. 
—¿Qué hay de ti? —pregunto. 
—¿Qué hay de mí? 
—¿Padres? ¿Hermanos y hermanas? 
Mira hacia adelante. —Papá. Mi madre murió el año pasado. 
Ah. 
Su observación solemne tiene mucho más sentido ahora. 
—Mierda. Lo siento. —Me estremezco. 
—No lo sientas. —Se encoge de hombros—. Estuvo enferma 
durante mucho tiempo. Cáncer. 
—A la mierda el cáncer, ¿verdad? —Es todo lo que se me ocurre 
decir, pero debe ser lo correcto porque me mira, con una pequeña 
sonrisa tocando sus labios. 
—Sí, a la mierda el cáncer —concuerda. 
—¿Qué hay de hermanos? 
—Dos hermanos. Una hermana. 
—Guau. Eso debe ser impresionante. 
—Esa no es la palabra que usaría. —Se ríe. 
—Me encantaría tener hermanos. 
—Puedes tener los míos si quieres. 
Me río. —Si pudiera. Cuéntame sobre ellos. 
—Ares es dos años más joven. 
—Como yo. 
—Sí. Al igual que tú —repite—. Y los gemelos, Apollo y Artemis, 
tienen doce. 
 
 
P
á
g
in
a
3
4
 
—Todos ustedes tienen nombres de dioses griegos —digo y luego 
me estremezco—. Y claramente estoy que ardo esta noche con mis 
observaciones flagrantes. 
Se ríe, y me doy cuenta de que realmente me gusta el sonido. 
Mucho. Y quiero seguir escuchándolo, aunque sea a mis expensas. 
—Entonces, ¿alguna razón para esa elección de nombres? —le 
pregunto—. Sé que algunos padres nombran a sus hijos River y Grass 
porque son hippies. 
—Mis padres se conocieron en una conferencia de mitología griega 
cuando se encontraban en la universidad. La atroz frase de conquista 
de mi padre fue que, si él y mi madre tuvieran un hijo juntos, debían 
nombrarlo Zeus, ya que a causa de la belleza y la inteligencia de mi 
madre y el tamaño de mi padre, su hijo sería divino. Claramente, ella se 
enamoró porque aquí estoy. —Extiende sus brazos. 
—¿Y lo eres? 
—¿Qué? —Gira su rostro hacia mí. 
—¿Divino? —Porque, desde donde estoy sentada, seguro que te 
ves así. 
Los ojos de Zeus sostienen mi mirada durante mucho rato. —No 
—dice en voz baja—. Sangro como todos los demás, Paloma. 
La noria se detiene, dejándonos estacionados en la parte superior. 
—El viaje debe haber terminado —reflexiona Zeus, mirando por 
encima del borde—. Están bajando a la gente. 
Siento una punzada de tristeza porque ya casi ha llegado el final. 
Podría quedarme aquí con él para siempre. 
Algo húmedo golpea mi nariz. Después, mi frente. 
—¿Está lloviendo? —digo justo cuando los cielos se abren. Quiero 
decir, se abren de par en par. Está lloviendo a cántaros. 
—Yo diría que sí. —Zeus se ríe. 
—¡Jesús! ¡Me estoy empapando! 
El refugio en la parte superior del auto no hace nada para 
protegernos. Escucho a las otras personas gritando en consternación 
sobre el sonido de la música. 
—Venga. Muévase, señor de la noria —canto, ahora deseando que 
se apure para que pueda bajar y refugiarme. 
Zeus se quita la chaqueta. —Toma, ponte esto sobre la cabeza —
ofrece. 
—Te empaparás. 
—Estoy bien. Es solo un poco de lluvia. 
—¿Lo compartimos? 
 
 
P
á
g
in
a
3
5
 
—Bueno. 
Mantiene la chaqueta sobre su cabeza, y tengo que acercarme un 
poco más para que estemos los dos bajo el refugio. 
Miro hacia arriba, y su cara está cerca de la mía. Puedo ver las 
gotas de agua en su cara. Siento el calor de su aliento en mi mejilla. 
De alguna manera, escucho la canción que sale de los altavoces. 
—¿No crees que es un poco irónico que se escuche “Umbrella” 
mientras está lloviendo como si comenzara el Gran Diluvio? 
Frunce los labios de la manera más adorable. —Eso, o el destino. 
—¿Destino? 
—Ajá. 
—¿Cómo es eso? 
Mira mis labios, y hace que mi corazón lata más rápido. Mi pulso 
se acelera, enviando adrenalina a mis venas. 
Su mirada se eleva a la mía.—No tengo ni idea. 
Sonríe, sus ojos bailan con humor, y yo me río. 
Dios, es precioso. Y no lo puedo dejar de mirar. 
Mis respiraciones son erráticas, y me doy cuenta de que las de él 
también. 
Inhalo, y mis pulmones se llenan con él. Ese olor embriagador y 
picante de su mezcla con el aroma fresco de la lluvia me vuelve loca. 
Las hormonas se están activando dentro de mí como cohetes. 
El agua gotea por su mejilla, atorándose en su labio superior. 
Y realmente quiero atrapar esas gotas de lluvia con mis labios. 
Así que lo hago. 
No sé qué me pasa, pero sin pensarlo dos veces, me inclino y 
presiono mis labios contra los suyos. 
Mierda. ¡Lo estoy besando! 
Y… no me está devolviendo el beso. 
Hago un sonido estrangulado con mi garganta mientras retrocedo 
al darme cuenta de lo que acabo de hacer. 
Lo besé, y no me devolvió el beso. 
¿Puedo por favor morirme ya? 
Dios, soy tan estúpida. Por supuesto que no está interesado en mí 
de esa manera. Es mayor y hermoso. Podría tener a cualquiera. 
—Ay, Dios —gimo, cubriéndome la cara con las manos—. Lo 
siento mucho, Zeus. Después de mi sermón de no tratar de manosear, 
te ataco con mis labios. No sé por qué hice eso. —Bueno, en realidad sí. 
Es atractivo, y soy estúpida—. ¿Podemos fingir que eso nunca sucedió? 
 
 
P
á
g
in
a
3
6
 
—No. 
Mi corazón se detiene. —¿No? —Quito mis manos de la cara. 
El escudo de su chaqueta ya se ha ido, y me está mirando con 
tanta intensidad en sus ojos que hace que mis dedos se enrosquen en 
mis zapatillas. 
—No. —Desliza una mano alrededor de mi mejilla, acunando mi 
cara—. Incluso si quisiera fingir que nunca sucedió, que no es así, no lo 
podría hacer. Porque está marcado en mi memoria. 
—¿Marcado en tu memoria en el buen sentido? 
—En el mejor sentido. 
Sonríe, y siento que estoy cayendo o flotando o algo así. 
La lluvia gotea en mis labios. Él atrapa las gotas con su pulgar, 
haciéndome temblar. 
Sus ojos se enfocan allí, y mis entrañas desembocan como un 
remolino. 
—¿Me vas a besar? —susurro. 
—Quiero… 
—Oigo un pero. 
Sus ojos se alzan a los míos. —Tienes quince años. Y yo diecisiete. 
Todas mis buenas sensaciones se detienen. —¿Y? 
El silencio se extiende entre nosotros. 
No me deja de mirar y no sé qué significa esto o qué siento. Todo 
lo que sé es que quiero estar con él. Este tipo que conozco desde hace 
poco. Pero me hace sentir cosas que nunca había sentido, y quiero 
seguir sintiéndolas. 
—Y… —Su labio se levanta en la esquina, dándome esa hermosa 
sonrisa—, iremos con calma, Paloma. 
 
 
 
P
á
g
in
a
3
7
 
 
Traducido por Gesi 
Corregido Naaati 
 
—¡Oye! Disminuye la velocidad, Gigi. 
Mi pequeña bailarina pasa volando junto a mí en la cocina, dando 
un salto, la atrapo y la recojo en mis brazos. Envuelve sus minúsculas 
piernas alrededor de mi cintura. 
—Mami. —Me frunce el ceño desaprobadoramente y ese lindo 
hoyuelo aparece entre sus hermosas cejas—. Estaba platicando mis 
saltos. 
—Sé lo que estabas haciendo, Gigi bebé, y es bueno practicar. —
Le pellizco la nariz con mi pulgar e índice—. Pero la cocina no es el 
lugar para hacerlo. Y tienes clase de ballet en treinta minutos, por lo 
que allí practicarás mucho. 
—Necesitamos un estudio de baile aquí, para que pueda platicar 
todo el tiempo. 
Le sonrío. —Ya, ¿no sería increíble? 
—¿Podemos tener uno? 
Su rostro se ilumina y me río. 
—No, Gigi. Tal vez si viviéramos en una mansión, pero aquí en 
casa de abuela Elle, no. 
Se retuerce en mis brazos, girando su cara hacia tía Elle que está 
parada junto a la encimera, preparando café. —Abuela Elle, ¿puedo 
tener un estudio de danza aquí, pol favol? 
Se acerca y la toma de mis brazos. Gigi se envuelve a su alrededor 
como una manta. 
—Pol favol, abuela Elle. Lealmente, lealmente quiero uno. —Le 
coloca sus manos en las mejillas y le da ojos de gacela. 
Tiene los ojos de Zeus. Grandes, azules y difícil de rechazar. 
—Por supuesto que puedes. —Tía Elle se desarma como un mazo 
de cartas. 
—¡Hurra! —grita, y gimo—. ¡Abuela Elle, eres la mejol! —Le da un 
beso en la mejilla. Luego se desliza fuera de sus brazos y sale corriendo 
de la cocina. 
 
 
P
á
g
in
a
3
8
 
—¡Deja de correr! ¡Y no te despeines o ensucies la ropa! Y trae tus 
zapatillas de ballet de tu habitación. ¡Nos iremos pronto! —grito. 
—Sabes que esa niña no está escuchando ni una palabra de lo 
que dices, ¿verdad? —Tía Elle se ríe. 
—Sip. Porque alguien le acaba de prometer un estudio de danza 
en la casa. —Le doy una mirada mordaz y se vuelve a reír. 
—Es imposible decirle que no. Especialmente cuando está vestida 
tiernamente en su ropa de ballet. Me recuerda a ti a esa edad. Supongo 
que tendré que convertir el comedor en un estudio de danza para ella. 
Suelto una carcajada. —Sí, y vamos a comer en la sala de estar, 
balanceando la cena en nuestras rodillas. ¿Por qué te cuesta tanto 
decirle que no? Nunca tuviste ningún problema para decírmelo cuando 
era niña. 
Me sirve un café y me entrega la taza. La agarro. 
—Porque eras mi hija, Cam. Es más fácil decirle que no a tu 
propia hija. Los nietos, imposible. 
Mi corazón siempre se hincha cuando dice ese tipo de cosas. Y me 
siento emocional después de los eventos de la noche anterior, así que 
pongo mi café sobre la encimera y envuelvo mis brazos a su alrededor. 
—Te amo —digo. 
Presiona un beso en mi sien. —También te amo, niña. 
Cuando retrocedo, me toma la cara con sus manos y me mira a 
los ojos. —¿Todo está bien? 
Me muerdo el labio y sacudo la cabeza. —Vi a Zeus anoche —digo 
en voz baja—. Estaba en el club. 
Una multitud de emociones destellan a través de sus ojos. La ira 
es la principal. —Es por eso que volviste a casa temprano. 
—¿Te desperté cuando entré? 
—Estaba leyendo en la cama. Nunca duermo hasta que estás en 
casa. Ya lo deberías saber. 
Toco su mano con la mía. Entonces, me alejo, tomo mi café y 
bebo un sorbo. 
—¿Te habló? 
Asiento. 
—¿Qué dijo? 
—Me preguntó qué estaba haciendo ahí. 
Frunce el ceño. —¿En el club? 
—Sí. 
—¿Y qué le dijiste? 
 
 
P
á
g
in
a
3
9
 
—Dije que estaba trabajando. 
—¿Preguntó por…? —Señala con la cabeza en dirección a la 
puerta por donde Gigi acaba de desaparecer hace unos minutos. 
Suspiro pesadamente y bajo mi taza. —No. 
Sus ojos se vuelven llamaradas y sus fosas nasales se ensanchan. 
—¡Ese hijo… de… uta… idiota! —susurra ferozmente. 
Aquí somos una zona libre de maldiciones. Gigi tiene los oídos de 
un murciélago y la caja de voz de un loro. Escucha y repite todo. Y me 
refiero a todo. 
—No estoy sorprendida, tía Elle. Tú tampoco deberías estarlo. 
Dejó sus sentimientos perfectamente claros hace cinco años. 
—Lo sé, pero aun así… —Aprieta los dientes. Su mandíbula se 
flexiona con furia. 
—No importa. Él no importa. 
—No, no importa. Tú y Gigi lo han hecho bien sin él —agrega. 
—Sí —coincido. Pero Gigi no debería haber tenido que hacerlo, 
agrego silenciosamente. 
Coloca un poco de pan en la tostadora. 
—¿Puedes poner una rebanada para mí? Voy a juntar sus zapatos 
de ballet y alistarla para irnos. 
—Seguro. 
Me detengo en la puerta de la cocina. —¿Quieres salir a cenar 
esta noche? —pregunto—. Tú, Gigi y yo. ¿Noche de chicas? 
—¿No irás a trabajar en el club? 
—No. Creo que voy a renunciar. Solo en caso de que… ya sabes. 
Su rostro se suaviza. —Lo sé. Y me encantaría salir a cenar con 
mis chicas. ¿Dónde estabas pensando? 
—¿DiMaggio? —sugiero. 
—La comida italiana siempre es buena. —Sonríe. 
—Oh, y necesito pedirte un favor. ¿Podrías cuidar a Gigi por 
algunas horas el miércoles a la noche? 
—Seguro. No hay problema. ¿Verás a Rich? 
—Ajá. —Mis mejillas se sonrojan un poco. 
Sabe de mi arreglo con Rich. No juzga. Probablemente porque vio 
lo que pasé con Zeus. Eso, y que nunca ha tenido una relación seria en 
su vida. 
Casada con el trabajo, siempre me dice. 
—No me iré hasta que ella esté en la cama. 
—Cam, deberías salir. Y no solo para una revolcada conRich. 
 
 
P
á
g
in
a
4
0
 
—Por favor, nunca vuelvas a decir eso —gimo, dándome una 
palmada en la cara. 
Se ríe. —Sal y diviértete. Haz que Rich te lleve a cenar o tomar 
algo. 
De acuerdo, me retracto. Ella nunca solía intervenir. Me pregunto 
si haber visto a Zeus la noche anterior ha provocado esto. 
—No hacemos eso —digo—. Y salgo suficiente. 
Se gira, enfrentándome, y apoya la cadera contra la encimera. 
—Deberían hacerlo. A Rich le gustas. Mucho. Me doy cuenta. 
Siempre me pregunta por ti. Es un buen chico, Cam. Te cuidará. 
—Quieres decir que no es Zeus. 
—No, no lo es. Necesitas comenzar a vivir tu vida, Cam. 
—La estoy viviendo. —Me cruzo de brazos a la defensiva. 
—Tu vida se centra en Gigi. Y eso es genial. Así debe ser. Eres 
una madre increíble. Pero no haces nada por ti. No sales. No tienes 
citas. Y sé que es por lo que te hizo él. 
—Tú no te has comprometido con un hombre —interrumpo—. 
Nunca tuviste un hombre en tu vida mientras yo crecía. Y aún no lo 
tienes. 
Suspira y se pasa una mano por su cabello largo y oscuro. —Pero 
eso no es por algo que alguien me hizo. Me casé con mi trabajo en el 
momento en que me convertí en policía. Y cuando viniste conmigo… me 
necesitabas. La vida que tuviste con tu madre… Dios, amaba a mi 
hermana, Cam. Y no quiero hablar mal de ella, pero no hizo las cosas 
bien contigo. Era una adicta. Te mudaba todo el tiempo. Dejaba entrar 
y salir a diferentes hombres de su vida. La intenté ayudar, hacer que se 
pusiera sobria, pero no escuchaba. Luchó contra mí en cada paso. Ya 
era muy tarde para ayudarla. Pero a ti no. Y honestamente, de todos 
modos, iba a ir tras tu custodia si ella no hubiera muerto. 
Inhalo audiblemente. —Nunca me dijiste eso. 
Levanta un hombro. —Te amaba. Y quería que estuvieras a salvo. 
Necesitabas seguridad y estabilidad, Cam. Estoy casada con la insignia. 
En ese entonces, tenía espacio para una sola persona en mi vida, y eras 
tú. 
Me dan ganas de lloriquear. Normalmente no soy tan emocional, 
pero verlo a Zeus anoche realmente me ha desviado del camino. 
Tía Elle se me acerca, se detiene frente a mí y agarra mi largo 
cabello, alisándolo sobre mis hombros. —Solo quiero que tengas algo 
para ti —dice. 
—Bailo —digo suavemente. 
—En el club, lo cual es trabajo. Solo quiero que salgas esta vez, te 
sueltes el cabello y te diviertas. 
 
 
P
á
g
in
a
4
1
 
—De acuerdo —concedo—. Iré a tomar algo con Rich. ¿Feliz? 
Sonríe triunfantemente. —Sip. 
Ruedo mis ojos justo cuando suena el timbre. —Iré a atender —le 
digo. 
Después de salir de su abrazo, me detengo y la miro. —Sé que no 
te llamo mamá, pero pienso en ti como mi madre. Lo sabes, ¿verdad? 
Su expresión se vuelve tierna. —Lo sé. 
El timbre vuelve a sonar. 
—Cristo. ¿Muy impaciente? ¡Ya voy! —grito. 
Salgo de la cocina dirigiéndome a la puerta de entrada y paso por 
las escaleras. —Gigi, ¿ya has recogido esos zapatos de ballet? Nos 
iremos en unos minutos. 
—¡Los voy a recoger ahora! —Su voz suena aguda y chillona, y 
solo es así cuando está haciendo algo que no debería hacer. 
Me detengo al pie de las escaleras. —¿Gigi? 
El timbre vuelve a sonar. 
Miro por encima de mi hombro hacia la puerta y grito: —¡Ya voy! 
—Luego, regreso la mirada hacia las escaleras—. Giselle Grace Reed, 
trae tu tierno culito aquí abajo ahora mismo. 
Aparece en la parte superior de las escaleras, saliendo de detrás 
de la pared. 
—Oh, por el amor de Dios. ¡Gigi! 
Supongo que lo que era mi nuevo lápiz labial rojo ahora mancha 
toda su cara. Parece un payaso. 
—¿En qué estabas pensando? 
Se encoge de hombros. —Lo siento, mami. Pero estaba allí, y era 
tan helmoso. Lo siento veldaderamente. 
Me aprieto el puente de la nariz. —Ve al baño. Responderé la 
puerta y luego iré allí a ayudarte a lavarlo. 
Corre hacia el baño. Murmuro algunas palabras selectas en voz 
baja y me dirijo a la puerta principal. 
Me inclino y recojo el correo. Luego, desbloqueo la puerta y la 
abro, y mi corazón se detiene. —¡Jesús! —El correo cae de mi mano y se 
desparrama en el piso. 
Su labio se eleva en la esquina, dándome su característica media 
sonrisa. —Bueno, aún sigo con el nombre Zeus, pero me puedes decir 
Jesús si quieres. 
 
 
 
P
á
g
in
a
4
2
 
 
Traducido por Julie 
Corregido por Naaati 
 
—¿Qué tal si no te digo de ninguna manera y te largas? ¿Cómo 
suena eso? 
Sus manos se levantan en rendición. —Solo quiero hablar, Cam. 
—No tenemos nada de qué hablar. Excepto tal vez cómo demonios 
sabes dónde vivo. 
—¡Mami! 
Gigi. 
Mierda. 
—Estaré ahí en un minuto, cariño —respondo. Oigo el temblor en 
mi voz. Solo espero que él no pueda. 
Rápidamente salgo al porche y cierro la puerta detrás de mí. 
Miro de nuevo a Zeus. Está mirando más allá de mí, hacia la 
puerta. Pero reconozco la expresión de sus ojos. 
Dolor. 
Y eso me enfurece más. 
—Tienes que irte, Zeus. Ahora. 
Sus ojos se dirigen a los míos. —Cam... 
Pero se calla cuando la puerta se abre detrás de mí. 
—¡Mami, me lo quité! ¡Yo sola! ¿Ves? Usé toallitas húmedas y el 
pitalabios se salió. 
Mis ojos se dirigen hacia Gigi. Todavía tiene marcas de lápiz labial 
en la cara. Pero no me puedo concentrar en eso. Porque su padre está 
ahí mismo, frente a ella, y ella no tiene ni idea de quién es. 
La ira me retuerce el estómago. 
Me siento indefensa, herida y jodidamente furiosa. 
No sé qué hacer. Todo lo que sé es que quiero alejar a Gigi, para 
que no la pueda lastimar como me lastimó a mí. 
Pero, antes de que tenga la oportunidad de meterla de nuevo 
dentro, ella lo ve. 
 
 
P
á
g
in
a
4
3
 
—¿Quién eres tú? —Da un paso adelante, presionándose a mi 
lado, e inclina la cabeza hacia atrás. Sus ojos, los mismos que los de él, 
lo miran interrogantes. 
Se me cae el estómago. —No es nadie —digo rápidamente antes 
de que le pueda contestar—. Solo el nuevo cartero. Vuelve adentro, Gigi. 
Estaré ahí en un segundo. 
—¿Tenemos un nuevo caltero? Ah, pero me gustaba el viejo. 
Contaba chistes graciosos. ¿Cuentas chistes graciosos, caltero nuevo? 
Miro a Zeus, que observa a Gigi. Su frente está arrugada. La 
forma en que siempre se ponía cuando estaba perplejo. Cuando no 
descifraba algo. 
Sacude su cabeza sin quitarle los ojos de encima. —No sé ningún 
chiste, niña. Lo siento. 
Niña. Le dijo niña. Como si ni siquiera la conociera. 
Pero no la conoce. 
Creo que voy a vomitar. 
—Gigi bebé, ¿puedes entrar, por favor? —digo. 
Me ignora y sigue adelante. —Está bien —dice encogiéndose de 
hombros—. Te enseñaré algunos. Sé muchos. ¿Cómo te llamas, señor 
Caltero? El viejo se llamaba Burt. Me llamo Giselle Grace Reed. Todos 
me llaman Gigi. Tengo el nombre de mi abuela Elle. También se llama 
Giselle, como yo, pero todos la llaman Elle. Y también tengo el nombre 
de mi otra abuela, Grace, pero nunca la he conocido. Está en el cielo, 
dice mamá. 
Los ojos de Zeus se dirigen a los míos. Algo en su expresión se 
retuerce. 
—Gigi, por favor, entra, cariño. —Esta vez, la acompaño a la casa 
con mis manos—. Pídele a la abuela Elle que te ayude a encontrar tus 
zapatillas de ballet. 
—Pero, mami, estaba hablando con nuestro nuevo caltero. 
—Gigi —digo, usando la voz de madre— haz lo que te pedí. 
Suspira de esa manera dramática. —Bien. Adiós, señor Caltero. —
Lo saluda con la mano y luego desaparece en la casa. 
Cierro la puerta detrás de mí y me vuelvo hacia Zeus. Su 
expresión es tensa. Sus ojos en la puerta. El lugar donde Gigi estaba. 
Como si todavía la estuviera observando. 
Me acerco, bloqueando su vista, y siseo: —Tienes que largarte ya 
mismo. No tienes derecho a aparecerte así. 
Sus ojos brillan en los míos. Parecen crudos, enojados y 
confundidos. 
Pero no estoy confundida. Sé lo que quiero, y es que se vaya. 
 
 
P
á
g
in
a
4
4
 
—Grace. —Su voz suena a grava. Traga—. Dijo que el nombre de 
su abuela es Grace... el nombre de mi madre. Y sus ojos, Cam... tan 
azules... exactamente como los míos.—¡Por supuesto que son como los tuyos! —exploto—. No puedo 
creer que creas que puedes venir aquí después de todos estos años y... 
—¡Detente! —Su fuerte voz resuena en el aire, callándome—. Me 
dijiste que por supuesto que sus ojos son como los míos. —Sus ojos 
parpadean entre la confusión y el pánico, y me pone nerviosa—. ¿Me 
estás diciendo... estás diciendo... que es mi hija? 
Mi nivel de enojo salta de cincuenta a cien en un segundo. —¿Es 
una broma? —grito. 
—¿Parece que estoy bromeando? —brama. 
La puerta se abre detrás de mí. 
—Suficiente. —La voz de la tía Elle viene de detrás de mí—. Si 
puedo oírlos, entonces Gigi también. Tienes que irte, Zeus. 
—No hasta que consiga respuestas. 
—¿Quieres que lleve tu culo a la cárcel? Porque, sinceramente, 
sería un placer después de todo lo que le hiciste pasar a Cam. 
—¿Meterme en la cárcel? —Se ríe con incredulidad—. ¿Me estás 
tomando el pelo? ¿Cam ha estado alejando a mi hija de mí, y tú me 
sales con esta mierda? Qué maldita broma. 
—¿Qué hice qué? —grito—. ¡Fuiste tú quien no quiso tener nada 
que ver con ella! 
Zeus me mira. —¿Cómo podría decir eso cuando ni siquiera sabía 
que existía? 
—Basta. Ahora. Los dos. Gigi no necesita oír esto. —La tía Elle se 
vuelve hacia mí—. Cam, llevaré a Gigi al ballet. Tú y Zeus tienen que 
hablar. Porque está claro que lo necesitan. —Abre la puerta y dice—: 
Gigi, nena, te llevo al ballet. Agarra tu bolso, y vámonos. 
—¡Ya voy! —Gigi viene felizmente saltando unos segundos más 
tarde, afortunadamente sin saber lo que pasa aquí. 
Gigi me mira. Su expresión de felicidad se oscurece ante lo que ve 
en mi cara. —¿Estás bien, mami? 
Despejo mi expresión y pongo una sonrisa. —Sí, estoy bien, nena. 
Solo necesito hablar con el nuevo cartero, eso es todo, así que la abuela 
Elle te llevará a clase. 
—¿Olvidó el correo? —Gigi frunce el ceño. 
Miro a Zeus, que no me mira. Sus ojos están fijos en Gigi. Mi 
estómago se atasca en nudos. 
—Sí, olvidó el correo. Pero no te preocupes. Ve a divertirte en el 
ballet. —Me inclino hacia abajo y pongo su barbilla en mi mano. Le 
beso la punta de la nariz—. Te amo. 
 
 
P
á
g
in
a
4
5
 
—Ti amo, mami. 
—Vamos, entremos al auto —dice la tía Elle, agarrando sus llaves 
del gancho de la puerta. 
—Adiós, mami. Adiós, señor Caltero. —Saluda y comienza a saltar 
hacia el auto de la tía Elle estacionado en nuestra entrada. 
—¿Vas a estar bien? —comprueba la tía Elle antes de irse. 
—Estaré bien. —Asiento. 
—Tengo mi celular conmigo, si me necesitas. —Mueve sus ojos 
hacia Zeus—. Volveré en una hora. Si me entero de que la has vuelto a 
molestar o lastimado de alguna manera, entonces iré tras de ti con mi 
escopeta. ¿Me oyes, Kincaid? 
Zeus flexiona la mandíbula. —Te escucho. 
—Bien. 
La tía Elle me da un abrazo rápido y luego se acerca a su auto y 
se sube. 
Las observo a ella y a Gigi alejándose, sin querer mirar a Zeus. 
Cuando lo hago, sus ojos ardientes están sobre mí. 
—¿Es mía? 
—¡Por supuesto que es tuya! ¿No recibiste el mensaje las dos 
primeras veces? 
—¿De qué coño hablas? 
Me doy cuenta de que los dos estamos gritando de nuevo y no 
quiero que los vecinos se enteren de mis asuntos. 
—No voy a hacer esto aquí contigo. Pasa. 
Abro la puerta y me quedo a un lado mientras entra. Cierro la 
puerta detrás de él y me apoyo en ella. 
Es una figura imponente en nuestro pasillo. Zeus siempre fue 
grande. Pero, mirándolo ahora, a la luz del día, parece aún más grande 
de lo que era hace cinco años. 
—¿Es mía? Tengo una hija. ¿Cómo pudiste...? Jesús, Cam. 
—¿Cómo pude, qué? 
—Jesús, sé que te lastimé... pero ¿mantener a mi hija lejos de mí? 
¿Cómo pudiste hacer eso? 
—¿Qué? —Me enderezo, mis ojos se me salen de la cabeza—. Creo 
que estás un poco confundido. No te oculté a Gigi. ¡Dijiste que no 
querías tener nada que ver con ninguna de las dos! 
—¿Estaba dormido cuando ocurrió esa conversación? —grita, 
dando un paso hacia mí. 
 
 
P
á
g
in
a
4
6
 
Cualquier otro podría sentirse intimidado por este movimiento de 
su parte. Pero yo no. Conozco a Zeus. Sé que nunca me haría daño 
físicamente. Aun así, eso no me impide estremecerme por dentro. 
—Tienes que retroceder. —Le clavo mi dedo en el pecho—. ¿Y 
cómo demonios iba a saber lo que hacías si no podía ponerme en 
contacto contigo? Traté de llamar a tu celular y bloqueaste mi número o 
lo cambiaste. Incluso intenté enviarte un correo electrónico, pidiéndote 
que me llamaras, pero no fueron entregados. Así que llamé a Marcel. 
Sabía que sería capaz de ponerme en contacto contigo. Me atendió. Dijo 
que no querías hablar conmigo. Le dije que era importante. Pero no me 
escuchaba, así que le dije que estaba embarazada. Entonces, empezó a 
escuchar. Dijo que haría que me llamaras. Y el resto ya lo sabes. 
—No, no lo sé. No sé una mierda. ¿Cuál es el resto, Cam? 
—¿Hablas en serio? 
—Muy en serio. 
—Oh Dios. Jesús. No sabías... ¿lo de Gigi? 
—No. Pero Marcel lo sabía, ¿verdad? 
Asiento, mirando como su cara se oscurece como una nube de 
truenos. —Me llamó. Dijo que había hablado contigo. Me dijo que lo 
sentía, pero que dijiste que no querías tener nada que ver con el bebé, 
nuestro bebé. Que lo apoyarías financieramente, pero eso era todo. 
Sus ojos se cierran, como si el dolor fuera demasiado difícil de 
controlar. 
—Marcel nunca te lo dijo, ¿verdad? —digo en voz baja. 
—No. 
—Jesús. Todo este tiempo... no lo sabías. Yo… —Las palabras me 
están fallando. 
Todo este tiempo, pensé que se había alejado de Gigi, y no tenía 
ni idea de que ella existía. 
Zeus retrocede y se sienta en las escaleras, como si estar de pie 
fuera demasiado duro en este momento. Se cubre la cara con las manos 
mientras respira profundamente. —No puedo creer que Marcel hiciera 
esto. Voy a matarlo, carajo. Con mis propias manos. ¡Jesús! ¡Mierda! 
No digo nada. Estoy tratando de asimilar todo. 
Lo odiaba por dejarla, y ni siquiera supo que existía. 
Mis ojos se cierran sobre la realidad de la situación. Respiro 
profundo, tratando de estabilizarme. 
Cuando los abro, Zeus me mira fijamente. Las emociones brillan 
en sus ojos. 
—Ella es realmente mía —se dice a sí mismo más que a mí—. 
Jesús, Cam, tengo una hija. 
 
 
P
á
g
in
a
4
7
 
—Sí. 
—Mierda. —Sus manos cubren su cara de nuevo, y exhala un 
fuerte aliento. 
—¿Puedo traerte algo? ¿Café? ¿Brandy? He oído que es bueno 
para el shock. 
Se saca las manos de la cara. —El café está bien. 
Con las manos temblorosas, le digo a Zeus que se siente en la 
sala de estar mientras preparo un poco de café. 
Todavía hay algo en la olla de antes. Tomo dos tazas y sirvo las 
bebidas, dejando el suyo puro, como a él le gusta. Pongo un poco de 
crema en el mío y luego llevo las bebidas. 
Cuando entro en la sala de estar con nuestros cafés, encuentro a 
Zeus de pie en la chimenea, la foto enmarcada que tengo de Gigi allí 
arriba en sus manos. 
—Oye, tu café —digo, poniendo las tazas en la mesita entre 
nosotros. 
Se vuelve hacia mí, con la foto en la mano. —No puedo creer que 
sea mía. 
Mi columna vertebral se endurece. —Lo es. Podemos hacer una 
prueba de paternidad si quieres. 
Me mira fijamente. —Eso no es lo que quise decir, Cam. 
Respiro. —Lo siento. 
Me siento en el sofá. Zeus se acerca y se sienta a mi lado, todavía 
con la foto en la mano. 
—Es hermosa —dice—. Se parece a ti. 
Es difícil tenerlo aquí, tan cerca, escuchándolo decir eso, después 
de todos estos años. Especialmente con el dolor y el resentimiento que 
he sentido durante tanto tiempo, y de muchas maneras, todavía lo 
siento. 
No sabía lo de Gigi. Eso lo sé ahora. 
Pero se acostó con otra persona mientras aún era mío. 
—No lo sé. Creo que se parece a la tía Elle. 
—Te pareces a Elle —dice, dejando claro su punto de vista. 
—Sí, bueno, ella tiene tus ojos —digo—. Y tu boca ingeniosa. 
Eso lo hace sonreír. —¿Sabe... de mí? ¿Qué tiene un padre? Digo, 
todos saben que tienen un padre, pero, ¿sabe

Continuar navegando

Materiales relacionados