Logo Studenta

Bad boys Blues - Saffron A

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 1
 
 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 2
 
 
 
E l a r c h i v o q u e a h o r a t i e n e n e n s u s m a n o s e s e l r e s u l t a d o d e l t r a b a j o d e v a r i a s 
p e r s o n a s q u e s i n n i n g ú n m o t i v o d e l u c r o , h a n d e d i c a d o s u t i e m p o a t r a d u c i r y 
c o r r e g i r l o s c a p í t u l o s d e l l i b r o . 
E s u n a t r a d u c c i ó n d e f a n s p a r a f a n s , l e s p e d im o s q u e s e a n d i s c r e t o s y n o 
c o m e n t e n c o n l a a u t o r a s i s a b e n q u e e l l i b r o a ú n n o e s t á d i s p o n i b l e e n e l 
i d i o m a . 
L e s i n v i t a m o s a q u e s i g a n a l o s a u t o r e s e n l a s r e d e s s o c i a l e s y q u e e n c u a n t o 
e s t é e l l i b r o a l a v e n t a e n s u s p a í s e s , l o c o m p re n , r e c u e rd e n q u e e s t o a y u d a a 
l o s e s c r i t o r e s a s e g u i r p u b l i c a n d o m á s l i b r o s p a r a n u e s t r o d e l e i t e . 
D i s f r u t e n d e s u l e c t u r a . 
 
S a l u d o s d e u n a s c h i c a s q u e t i e n e n u n m i l l ó n d e c o s a s q u e h a c e r y s i n e m b a rg o 
s i g u e n m e t i é n d o s e e n m á s y m á s p r o y e c t o s . 
 
 
 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 3
 
STAFF 
TRADUCCIÓN 
°Bleu °Juli Da´Neer 
°Elke °Hina 
°Kerah 
 
 
CORRECCIÓN 
°Bleu °Matlyn 
°Elke °Hina 
°Kerah 
 
 
DISEÑO 
°Kerah 
 
REVISIÓN F INAL 
°Bleu 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 4
 
CONTENIDO 
Sinopsis 
Dedicatoria 
Prince & paige 
 
Capítulo 1 
Capítulo 2 
Capítulo 3 
Capítulo 4 
Capítulo 5 
Capítulo 6 
Capítulo 7 
Capítulo 8 
Capítulo 9 
Capítulo 10 
Capítulo 11 
Capítulo 12 
Capítulo 13 
Capítulo 14 
Capítulo 15 
Capítulo 16 
Capítulo 17 
Capítulo 18 
 
Capítulo 19 
Capítulo 20 
Capítulo 21 
Capítulo 22 
Capítulo 23 
Capítulo 24 
Capítulo 25 
Capítulo 26 
Capítulo 27 
Capítulo 28 
Capítulo 29 
Capítulo 30 
Capítulo 31 
Capítulo 32 
Capítulo 33 
Capítulo 34 
Capítulo 35 
Capítulo 36 
Capítulo 37 
Epílogo 
Escena bonus 
Nota de autor 
Agradecimientos 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 5
 
 
SINOPSIS 
 
Cleopatra Paige odia una cosa en este mundo -sólo una- y su nombre es 
Zachariah Prince. 
En la escuela primaria, le tiraba de las coletas. En la secundaria, difundió 
falsos rumores sobre ella. Y en la preparatoria, arruinó su baile de 
graduación. 
Ella odia que sus sonrisas sean injustamente sexys. Y definitivamente odia que 
sus ojos oscuros parezcan seguirla a todas partes. A veces, incluso en sus 
sueños. 
No importa que sea rico y popular o que viva en una maldita mansión llena 
de mayordomos y criadas. Es grosero, arrogante y ella quiere estar lo más 
lejos posible de él. 
Pero desafortunadamente para Cleo, ella vive en la misma maldita mansión 
que Zach. 
Sólo que él es el príncipe y ella la humilde criada que le sirve. 
 
 
 
 
 
 
 
Lista de reproducción de Spotify 
 
https://open.spotify.com/user/theunrequited13/playlist/7h1XVLgk78R0Icb4hJmdn5?si=R_PRb9o8QAuHjRnc-giPvQ
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 6
 
 
 
 
 
Dedicatoria 
 
A los valientes: que defienden lo que es correcto incluso cuando tienen miedo. 
A mi marido: el hombre más valiente que conozco. 
Y bueno, para mí: Este libro es la prueba de que soy valiente y que siempre, 
pase lo que pase, defenderé lo que es correcto. 
 
 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 7
 
 
 
Prince 
Prince: de origen inglés; hijo real. 
 
 
 Paige 
Paige: de origen inglés; joven sirviente. 
 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 8
 
Capitulo 1 
Hay una línea en la ciudad en la que vivo. 
Es invisible esta línea. También es delgada como un papel y muy afilada. 
Pero está ahí. 
Durante unos diecinueve años, he vivido a un lado de ella. En el lado sur. Es el lado 
de la gente trabajadora y honesta, pero nosotros no tenemos mucho dinero. Tenemos 
edificios y patios delanteros destartalados, casas que crujen y tiemblan con un viento 
fuerte. 
El lado norte es el de los ricos y los poderosos. Es el lado con grandes casas, 
césped cortado y coches caros. 
Es el lado que odio absolutamente por una gran variedad de razones. Pero no voy 
a entrar en eso ahora mismo. 
Tengo una misión, una misión muy importante. 
Durante los últimos seis meses, he estado viviendo en la esquina superior del lado 
norte. No por elección, claro está. Pero por las circunstancias. 
He estado llamando a una finca llamada Las Pléyades mi hogar. 
Se llama así por la constelación de siete estrellas en el cielo. Probablemente porque 
la mansión palaciega que se encuentra en esta finca tiene siete torres. 
Y esta noche mi misión es irrumpir en ella. La mansión, quiero decir. 
Bueno, para ser honesta, si conoces el código de la entrada de servicio, ¿es 
realmente allanamiento de morada? 
No lo creo. 
Es más bien como introducir el código. Algo que hago todos los días. 
La única diferencia es que todos los días lo hago a plena luz del día. Pero ahora 
mismo, lo hago al amparo de la oscuridad con el modo sigiloso activado. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 9
 
Llevo puestos mis pantalones cortos negros, junto con una sudadera negra con 
capucha que cubre mi brillante pelo azul y unas tranquilas botas de cuero. 
Soy como la noche: oscura y silenciosa. Oh y caliente. En cuanto a la temperatura. 
Otra cosa que hay que saber de nuestra ciudad es que siempre hace calor. Siempre 
es húmedo. El verano es nuestro clima perpetuo, incluso en invierno. Extrañamente, Las 
Pléyades es el lugar más caliente de todos. 
Estoy sudando con todas las cosas negras que llevo puestas. Pero también podría 
ser el nerviosismo. No todas las noches tecleo el código y lo introduzco así. 
Pero en tiempos desesperados, medidas desesperadas. 
Sin mencionar que no puedo evitar la sensación de que me están observando. 
Parando en la entrada de servicio con mi mano en el teclado, miro alrededor por 
probablemente la décima vez desde que salí a mi misión. Pero no hay nadie allí. La noche 
es oscura y los exuberantes terrenos son tranquilos y solitarios. 
Tal vez la paranoia viene con hacer cosas turbias. 
Suspirando y dando la vuelta, pulso las teclas e introduzco el código. Cuando la 
puerta automática se abre, entro en el pequeño vestíbulo que tiene las escaleras que 
bajan al sótano. Al ala de servicio. 
Lentamente bajo, evitando las escaleras que crujen para no despertar al personal 
nocturno que probablemente esté durmiendo en las salas de guardia. 
Llego al rellano que da paso a un amplio pasillo que está iluminado por pequeñas 
luces nocturnas. Las habitaciones lo flanquean a ambos lados. Las salas de guardia 
para el personal que duerme, la sala de personal donde tenemos reuniones y descansos, 
la oficina del ama de llaves. 
Camino lentamente y sin hacer ruido hasta que llego al otro lado del pasillo. Hay 
otra escalera que nos lleva al primer piso. Una vez más, evito los crujidos mientras subo. 
Mi destino es la torre tres, situada en el este. 
Me lleva unos siete minutos recorrer todas las habitaciones y pasajes del primer 
piso: el salón de baile, el salón rosa, el salón amarillo, el comedor privado y demás. 
Entonces llego a la escalera que me lleva a la torre tres, donde está el ala de 
invitados. Mientras subo de nuevo, meto las manos en los bolsillos para ver si aún tengo 
mi arma. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 1
0
 
Sí, está ahí. 
Siento los bordes de la bolsa y sonrío en la oscuridad. 
Ahora que estoy tan cerca de mi destino, no puedo esperar. Literalmente no puedo 
esperar. 
Mis pies son más rápidos y mis respiraciones salen en jadeos. Estoy nadando en 
adrenalina. Me siento viva. Como si tuviera más de una vida en mí. Más de un corazón 
y dos pares de pulmones. 
Cálmate, Cleo. 
No puedo cometer un error ahora y quealguien me arreste. No cuando estoy tan 
cerca de mi meta. 
Finalmente, finalmente, después de todo el viaje, la caminata y la escalada, llego a 
ella. La habitación de invitados exacta que estaba buscando. 
—Bien —Respiro y miro de lado a lado—. Estás tan muerto, cabrón. 
Pesco las llaves que me llevarán a la habitación desde mi bolsillo. 
La pequeña llave plateada. 
Vale, así que sí, esto podría ser un poco contra la ley. Como, tal vez un diez por 
ciento en contra. 
Las llaves en mi bolsillo no me pertenecen. Se las robé a la Señora Stewart, el ama 
de llaves, justo después de terminar mi turno. 
Pero oye, planeo devolverlas mañana, así que esto es más bien un préstamo. Tendré 
que hacerlo, en realidad; es rara con las llaves. Pero eso no viene al caso. 
El punto es que no soy una ladrona; soy una prestataria1. 
Mordiéndome el labio, introduzco la llave en la cerradura y gira fácilmente. El 
chasquido que viene cuando abro la puerta es fuerte. O tal vez me suena así y trago, 
congelándome en mi lugar. 
Dios, por favor. Estoy tan cerca. 
Necesito hacer esto. Esto tiene que suceder. Es mi única oportunidad. 
Mirando de arriba a abajo el oscuro pasillo una vez más, cuento los segundos, 
pero nada se mueve. La mansión sigue dormida y tranquila, como la noche afuera. No 
 
1 Que toma algo prestado 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 1
1 
hay ninguna indicación de movimientos desde el interior tampoco. Lo que significa que 
él también está dormido. Totalmente ajeno a lo que le va a pasar. 
Abro la puerta sólo lo suficiente para que pueda pasar, me arrastro dentro. La 
habitación es fresca, cortesía del aire acondicionado. La lámpara nocturna está 
encendida y arroja a la luz el cuerpo dormido en la cama. 
El Señor Grayson. 
Un huésped de 50 años que voló para ver los famosos huertos de manzanas de 
Las Pléyades y hacer el gran tour de las torres seis y siete. Son más como un museo y 
están abiertas para su exhibición pública. 
Sí, Las Pléyades es algo importante para nuestro pueblo. 
La mitad se reserva y gente privilegiada de todo el mundo viene a ver la hermosa 
arquitectura de esta. Añade un campo de golf de fama mundial o dos y son felices como 
un melocotón. He oído que el tour por sí solo cuesta más de lo que gano en un año 
trabajando en el personal de limpieza. 
La otra mitad de esta mansión es donde viven los Prince, la familia más antigua de 
esta ciudad. De hecho, son los fundadores de esta ciudad con una línea. 
Construyeron Las Pléyades hace mucho tiempo y han vivido aquí durante siglos. 
Un tipo vivió una vez aquí también. 
Un tipo con pelo negro azabache y ojos negros azabache. Un tipo que no he visto 
en tres años desde que se fue abruptamente. 
Un tipo en el que no me gusta pensar. 
De todos modos, basta de lecciones de historia. Es hora del espectáculo. 
He estado en esta habitación de invitados cientos de veces antes, así que sé 
dónde está todo. A saber, el armario que guarda mi premio. 
Suavemente, voy de puntillas hacia él, manteniendo mis ojos en el hombre dormido. 
Aún no se ha movido. Probablemente esté borracho como una cuba. 
Abro la puerta del armario y ahí está: su traje recién planchado para mañana. 
Desearía poder darle un puñetazo ahora mismo, pero eso sería demasiado 
arriesgado. Así que saco mi arma, la pólvora que pica y abro las solapas de su chaqueta 
de traje. Mirando al Señor Grayson por última vez, esparzo la pólvora por toda la tela, 
especialmente en sus pantalones. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 1
2 
No va a saber qué lo golpeó. 
Mordiéndome el labio una vez más, trato de mantener mi risa alegre en secreto. Aún 
no estoy fuera de peligro. Necesito volver a mi casa sin ser detectada o la Señora 
Stewart se despertará con las mejores noticias: Cleopatra Paige fue finalmente atrapada 
rompiendo una regla y es hora de despedirla. 
No es una gran fan de mí ni de mi pelo azul ni de mi pintalabios azul ni de mis botas 
de cuero. Básicamente, me odia a muerte y no dudará en despedirme si me paso de la 
raya, aunque sea un dedo del pie. Y ahora mismo estoy tan lejos de la línea que ni 
siquiera puedo verla. 
Con mi misión completada, me arrastro fuera de la habitación del Señor Grayson y 
cierro la puerta en silencio. Luego, vuelvo sobre mis pasos, bajando, caminando, viajando 
todo el camino de vuelta al ala de los sirvientes. 
Con suerte, volveré a mi casa antes de que el reloj marque la medianoche y cuando 
venga a trabajar mañana, el Señor Grayson se reducirá a un mono que se rasca las 
pelotas. 
Eres increíble, Cleo. Eres jodidamente increíble. 
Sonrío. 
Justo cuando estoy a punto de subir las escaleras que me llevarán a la entrada de 
servicio, escucho un crujido detrás de mí y mi nombre se susurra. 
—¡Cleo! 
Jadeo y mis dedos se topan con la barandilla de madera. 
—Cleo. 
Cierro los ojos e inclino la cabeza. Suspirando, me enfrento al que llama. Es Maggie, 
la cocinera jefa. 
Tiene sus brazos en jarras y sus labios fruncidos mientras me mira con ojos 
acusadores. 
—¿Qué has hecho? 
—Nada. 
Me mira de arriba a abajo, probablemente notando mi modo sigiloso y de alguna 
manera, su mirada cae en los bolsillos de mi sudadera. 
—¿Qué tienes ahí? 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 1
3 
Les doy una palmadita y me doy cuenta de que hay un abultamiento donde metí 
el polvo de la picazón y la llave. 
—Nada —repito. 
Ni siquiera yo me creo a mí misma y soy una excelente mentirosa. 
—Dámelo. 
Es hora de mejorar mi juego. 
—Maggie, no hay nada en mis bolsillos, ¿de acuerdo? Entré porque pensé que había 
dejado mi teléfono en la sala de personal. Pero no lo hice. Así que sí. No hay nada en 
mis bolsillos. No estoy haciendo ninguna travesura ni nada. 
Extiendo las palmas de mis manos en una rendición simulada mientras termino mi 
discurso indiferente. 
Maggie me observa durante un rato. Su mirada me pone nerviosa, o más bien más 
nerviosa de lo que ya estaba. 
—Te vi crecer, sabes. Sé cuándo estás mintiendo, Cleopatra Paige. 
—Yo no... 
—Vamos. Vamos a la cocina. 
Con eso, gira a la derecha y entra en el pasillo que se divide justo antes de las 
escaleras donde estoy parada. 
Maldita sea. 
No es exactamente lo que tenía en mente cuando entré en la mansión esta noche. 
Me quito la capucha para que mi largo y ondulado cabello pueda respirar, la sigo. 
La cocina de Las Pléyades probablemente puede encajar en la cabaña en la que 
vivo tres veces. Es una gran habitación circular con luces industriales y encimeras de 
acero. Es más, o menos como la cocina de un restaurante muy elegante, con un 
congelador y parrillas de alta gama y todo eso. 
Maggie me hace un gesto para que me siente en un rincón con una mesita junto a 
la ventana, con vistas a la noche. 
Está en bata, lo que significa que estaba de guardia esta noche y sé que tiene el 
sueño ligero. Qué suerte la mía. 
La observo mientras corre de un lado a otro, recogiendo platos y tenedores, 
sacando el pastel de arándanos de la pequeña nevera a un lado. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 1
4
 
Maggie es súper linda. Baja y regordeta con una mopa de pelo rubio miel rizado, 
salpicado de canas. 
Ella nos corta a cada una un pedazo y pone uno de los platos frente a mí antes 
de tomar asiento. 
—Come —me dice, su cara de madre severa. 
Le disparo una pequeña sonrisa. Ella sabe lo mucho que me gusta el pastel de 
arándanos -en realidad, me encantan todas las cosas dulces- y siempre se asegura de 
guardar algunos trozos para mí. 
Deslizando el plato cerca de mí, me atrinchero. 
—Gracias. 
Gruñe y mi sonrisa se hace más grande. 
Maggie me señala con el dedo. 
—No lo hagas. No me sonrías. Aún no te has librado de la culpa. 
Me muerdo el labio para no sonreír y pedir perdón. 
Ella corta un pedazo de su propio pastel. 
—Ahora, ¿se trata de ese invitado, el Señor Grayson? 
Me trago el bocado que tenía en la boca y Maggie levanta las cejas. 
Aclarandomi garganta, susurro: 
—Tal vez. 
—Te dije que no te metieras en eso. 
—¿Mantenerse al margen? —Pregunto con incredulidad—. ¿Me conoces siquiera? No 
puedo mantenerme al margen. No me mantendré al margen. Le metió mano a Grace. La 
manoseó. Prácticamente me manoseó a mí —Le hago un gesto a mis pechos—. Y no las 
tocas sin consecuencias. 
Grace es una de las chicas del personal de limpieza. Es tímida y no le gusta la 
confrontación. Así que cuando la pillé llorando en la sala de personal, la obligué a 
contar su historia. Aparentemente, el Señor Grayson ha estado acosándola, haciendo 
comentarios lascivos y dándole palmaditas en el trasero cuando pasa por allí. 
Maldito imbécil. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 1
5 
Hace un par de días, cuando sentí un cepillo en mi pecho mientras le servía el 
desayuno en la cama, pensé que lo había imaginado. Pero la historia de Grace me hizo 
reevaluar las cosas. 
Así que actué. Alguien tenía que hacerlo. 
Maggie me estudia con astucia y siento mis mejillas enrojecidas por el calor. 
—¿Y esa es la única razón? —pregunta. 
—Sí —Me muevo en mi asiento—. ¿Qué más podría ser? 
Encogiéndose de hombros, come un poco de su pastel. 
—No lo sé. Tal vez tenga algo que ver con el hecho de que odias este trabajo. 
—No odio este trabajo. 
—¿En serio? 
Deslizo el pastel. 
—Sí. Quiero decir, ¿me gusta limpiar el vómito cuando los huéspedes se vuelven locos 
y encontrar condones usados en el suelo? No, no me gusta. ¿Me gusta quitar el polvo 
de las ventanas o limpiar el suelo hasta que pueda ver mi cara en las baldosas? No. 
Pero es un trabajo y sabes que lo necesito. Lo necesito más que nada en el mundo ahora 
mismo. 
Maggie fue la que me consiguió este trabajo. 
En nuestro pueblo, si no vas a la universidad lo más probable es que vayas aquí. 
Trabajas en el personal de limpieza o en el de cocina o en cualquier otro personal en 
el que parezcas estar en condiciones de trabajar. 
Mis padres eran los pocos elegidos que tenían otros trabajos. Mi padre pintaba 
casas y mi madre daba clases particulares a los niños a veces. 
La universidad nunca fue una opción para mí; no me gustan los libros y todo eso. 
Pero tampoco lo era trabajar en Las Pléyades. 
Quería viajar por el mundo como mi madre solía decir cuando era pequeña. Quería 
explorarlo y ver qué me gustaba. Ver dónde estaba mi pasión. Quería encontrarme a mí 
misma. 
La lástima pasa por los ojos de Maggie y yo miro hacia otro lado. Si no lo hago, 
podría empezar a llorar y eso es lo último que quiero esta noche. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 1
6 
Esta noche fue sobre el "ojo por ojo". Era sobre la aventura, el apuro de todo. Esta 
noche era sobre sentirse vivo. 
—¿Sabes?, no tienes que hacer esto. Este trabajo. Podrías empacar ahora mismo y 
dejar esta ciudad. Tal como lo planeaste. Sólo sube a tu auto. El auto azul que tantas 
amas —Ella sonríe—. Haz un viaje por carretera. Envíame postales. Nadie te va a culpar, 
Cleo. 
Bien, primero que nada: no puedo entrar en mi auto. No puedo. 
No lo haré. 
El coche azul que me gustaba tanto, el coche que pinté con mi padre me asusta 
ahora. No puedo tocarlo. No lo tocaré. Porque cada vez que lo hago, no puedo dormir 
durante días. Tengo pesadillas. A veces vomito, me mareo, tengo claustrofobia. 
Pero no puedo decirle eso. Porque ella dirá lo mismo que ha estado diciendo 
durante el último año. 
Necesitas ver a alguien, Cleo. Habla con alguien. 
—No puedo —susurro, uniendo los dedos—. Necesito este trabajo. Necesito recuperar 
mi casa. 
Mi antigua casa. La casa en la que crecí. 
El banco me la quitó el año pasado por las deudas de mi padre. Después de 
muchos alegatos, me dieron una segunda oportunidad, junto con un límite de tiempo 
para conseguir el dinero. Sólo tengo unos cuatro meses más para reunirlo y necesito este 
trabajo para llegar allí. 
—Tus padres no habrían querido esto para ti. 
—Bueno, no están aquí, ¿verdad? 
Estaba tratando de ser brusca. Pero supongo que sonaba más... desolada, como 
la huérfana que soy. 
Suspirando, Maggie se sienta. 
—Bien. No puedo obligarte a hacer nada que no quieras hacer. 
Mi pecho se siente pesado, pero aun así consigo una sonrisa temblorosa. 
—Pero —dice Maggie, severamente— no quiero que entres en la mansión después 
de que termine tu turno. ¿Entiendes? 
Yo enderezo mi columna vertebral. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 1
7 
—Sí. 
—No importa lo que pase. No importa lo tentador que sea tomar venganza. No eres 
un vigilante. 
—¿Quieres decir como la Mujer Maravilla? —Yo sonrío. 
—No es gracioso. 
Sacudo la cabeza seriamente. 
—No es así. 
Maggie asiente con la cabeza en aprobación. 
—No pondrás un pie dentro de este lugar si no estás trabajando. No quiero ni 
pensar en lo que hubiera pasado si alguien más te hubiera encontrado merodeando en 
mi lugar. Así que no más excursiones nocturnas. 
—Lo entiendo. 
Maggie me mira. Mi lápiz labial azul marino, mi pelo azul y mi atuendo negro. 
Estoy acostumbrada a esas miradas de la gente. En el lado sur, a nadie le 
importaba. Pero aquí, en el otro lado de la ciudad, la gente me mira con juicio. Mi pelo 
azul, ondulado y desordenado es el primer indicio de que no soy lo suficientemente 
sofisticada. Mi lápiz labial azul marino significa que no sé nada de moda. 
Pero viniendo de Maggie, como que duele. Me da vergüenza. 
—No es un secreto que no sigues las reglas y que a Nora no le gustas mucho por 
ello. 
Nora es la Señora Stewart, también conocida como la Señora S y sí, me odia. 
—Eso es decirlo suavemente. 
—Lo es. Todavía puedes renunciar y dejar este pueblo, pero como no quieres, no 
hagamos alarde de lo poco que nos importan las reglas en su cara. No intentemos que 
nos despidan. 
—No estaba tratando de... 
—Guárdalo. 
Me quedo callada y me meto un mechón de pelo detrás de la oreja mientras 
Maggie continúa: 
—Ahora, vacía tus bolsillos y dame lo que tengas ahí. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 1
8 
Mirándola por unos segundos, decidí darle todos mis bienes. Pesco el paquete de 
polvo para la picazón y la llave y los pongo sobre la mesa. 
Sacudiendo la cabeza, Maggie los toma en su posesión. 
—Cleo. Cleo. Cleo —Ella suspira—. ¿Qué voy a hacer contigo? 
—¿Quererme, tal vez? 
Maggie se ríe. 
—Termina tu pastel y vete a casa. 
Veinte minutos más tarde y un montón de vueltas para ver si todavía me siguen, 
estoy en mi cabaña 
Las casas de los sirvientes están situadas un poco más lejos de la casa principal. 
Hay unas cinco o seis cabañas en total, dispuestas en un semicírculo con bosques a 
nuestras espaldas. 
Vivo en la más pequeña con mi mejor amiga, Tina. 
Hemos sido mejores amigas desde que éramos niñas. Unos tipos robaron su bicicleta 
rosa y yo les pegué un puñetazo para recuperarla. 
Como yo, Tina está en el personal de limpieza. La universidad tampoco era para 
ella, pero a diferencia de mí, siempre planeó venir a trabajar a Las Pléyades. 
Mi habitación tiene una cama doble, un pequeño vestidor y un armario aún más 
pequeño. Las paredes son de color blanco, lo cual no me gusta tanto. 
Cuando me mudé por primera vez, pensé en pintarlo de azul con los pinceles de mi 
padre; guardé un par de sus pinceles, entre otras cosas de mi antigua casa. Pero 
entonces me di cuenta de que no quería hacerlo azul. 
Esto no es un hogar. 
El lado norte, las Pléyades, no están en casa. No son mi lugar seguro. Esta no es mi 
gente. 
Mi gente, la gente que realmente puedo llamar mía, está muerta. 
Llevan muertos un año y me pregunto cuánto tiempo tarda en desaparecer la pena 
y una huérfana en no sentirse como tal. 
Me pongo el camisón de mi madre, hecho de algodón y encaje y azul. Mi madre 
era una gran fan del color azul. De hecho, tenía el pelo azul como yo. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 1
9 
Me estoy metiendo debajo de las sábanas cuando algo parpadea en mi visión 
periférica. 
Es una estrella fugaz. 
Me subo ala cama y me agarro a los barrotes de la ventana. Cuando era 
pequeña, mi madre y yo siempre pedíamos un deseo a una estrella fugaz, si la veíamos 
juntas. Era sólo una de las cosas que hacíamos. 
Y como siempre, cierro los ojos y pido un deseo. 
Por favor, déjame recuperar mi casa. 
Cuando abro los párpados, la estrella se ha ido como si no estuviera allí. 
Extrañamente, me pone triste. 
Pero entonces, un segundo después, no tengo tiempo para estar triste. 
Todo dentro de mí se detiene cuando noto algo más en mi visión periférica. 
Va y viene tan rápido. Más rápido que una estrella fugaz, tan rápido que podría 
haberlo imaginado. 
Pero no. Yo lo vi. 
Vi la esquina de un hombro. Un destello de un codo. Un muslo largo y musculoso 
envuelto en vaqueros oscuros. 
Alguien caminando por el sendero de tierra que atraviesa el bosque. 
La sensación de ser observada que he estado experimentando toda la noche 
vuelve con toda su fuerza. De hecho, trae otras cosas. 
Cosas que había olvidado. 
Un loco arrebato de mi corazón. La opresión en mi pecho como mis pulmones están 
hambrientos de aire. Y esas... mariposas en mi estómago, con alas afiladas, como cuchillas. 
—Oh, Dios mío —susurro. 
No es posible, ¿verdad? No está aquí. Se fue hace tres años. 
Quiero decir, conozco ese hombro. Conozco ese codo y ese muslo. Los he visto 
casi todos los días desde que tenía diez años. Los he visto crecer y hacerse más grandes 
y fuertes con la edad. 
Podría escogerlos de una fila, incluso si fuera sonámbula. 
Podría identificarlos, aunque no los haya visto, visto a él, en tres años. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 2
0
 
Entonces, salto de mi cama y corro a la puerta de la casa. La abro y salgo 
corriendo con los pies descalzos. 
El suelo es caliente y duro, incluso a través de la hierba que rodea nuestro patio 
delantero. Pero no me importa ninguna de esas cosas. 
Me importa lo que vi. 
Pero de nuevo, no hay nadie hasta donde el ojo puede ver. La noche está igual 
que hace media hora cuando volví a mi casa. 
Miro alrededor, arriba y abajo, de lado a lado. 
¿Lo imaginé? 
¿Pero por qué lo imagino? ¿Por qué iba a imaginar al tipo que he odiado durante 
casi una década? 
¿Es así como se siente cuando pierdes la cabeza? 
Tal vez la muerte de mis padres me está afectando de manera equivocada. 
Unos segundos después, estoy de vuelta dentro, en mi cama, bajo las sábanas. 
Cierro los ojos para dormir, pero todo lo que puedo ver es ese hombro y ese codo 
y a él. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 2
1 
Capitulo 2 
—¡Blue! 
Sólo hay una persona en esta tierra que me llama así. 
Hace tres años su voz solía ser áspera y baja. Refunfuñando. Estoy segura de que 
los años deben haberlo madurado aún más. No es que me importe. 
No lo hago. 
Y tampoco me importa lo que vi anoche. Creo que lo inventé. Fue un sueño o algo 
así. Un producto de mi imaginación. 
De todos modos, esta voz es alta y risueña, un poco cursi. Pertenece a mi vecino 
de cinco años, Arthur. Todos le llamamos Art y él me llama Blue. 
Así que tal vez hay dos personas que me llaman por ese nombre. 
Me detengo y me doy la vuelta para encontrarlo corriendo hacia mí. Tiene su 
mochila sobre los hombros y me sonríe. 
Yo le devuelvo la sonrisa. 
—Hola, grandulón. 
Jadeando, se detiene y me pongo de rodillas. Tiene el pelo rubio, los ojos verdes y 
un perpetuo cowlicky2 en la parte posterior de su cabeza. 
—¡Mira! —Me muestra su puño—. ¿Lo hice bien? 
Le he estado enseñando a hacer un puño y, sí, lo ha clavado completamente. 
—Se ve perfecto. 
Él se irradia. 
—¡Yay! 
Sonriendo, le doy una palmadita a su chupete. 
—Vas a destruirlos. 
 
2 Peinado parecido a una lamida de vaca 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 2
2 
—¿Tú crees? —pregunta. 
Art me mira con tal esperanza que mi corazón se aprieta. 
—Duh. No te eches atrás, ¿vale? Recuerda siempre que somos los desamparados. 
Pero al contrario de lo que la gente piensa, los desvalidos no son débiles. Nos 
defendemos. De hecho, peleamos más duro. La gente nos subestima y ¿sabes qué?, 
déjalos. Ese es su mayor error. Y no dejes que nadie te diga lo contrario, amigo mío. 
Sonríe y asiente con entusiasmo. 
—¡Está bien! 
Art y yo estábamos destinados a ser amigos. Como yo, él también es huérfano. 
Aunque sus padres murieron cuando tenía sólo dos años. Desde entonces, ha vivido aquí 
en Las Pléyades con su abuela, Doris, que también es del personal de limpieza. 
Pero aparte de eso, lo más importante que me une a este niño adorable y tímido 
de cinco años es el hecho de que ambos somos los acosados. Al menos, yo lo fui una 
vez. 
Art es un poco pequeño para su edad, así que algunos chicos de su escuela le 
dan problemas por ello. Lo empujan y lo amenazan, haciéndolo llorar y haciendo que la 
escuela se vuelva miserable. 
Que se jodan. 
Los abusadores son cobardes. No pueden mantenerse en pie por sí mismos, así que 
se esconden detrás de amenazas vacías. Todo lo que necesitan para enderezarlos es 
un pequeño empujón y he estado enseñando a Art cómo hacerlo. Ya que tengo un poco 
de experiencia en esa área. 
Golpeamos el puño y yo me quedo de pie. 
—Te amo. Tengo que irme. Pero te veré esta noche, ¿de acuerdo? 
Asiente con la cabeza. 
—¿Es la noche de panqueques? 
Como Doris está envejeciendo, ayudo con Art siempre que puedo. Esta noche lo 
estoy cuidando y como es lunes, haremos el desayuno para la cena. 
—¡Puedes apostar! 
Después de despedirme, corro hacia la casa principal donde nuestra reunión diaria 
va a empezar en unos diez minutos. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 2
3 
Como anoche, introduzco el código de la entrada de servicio y entro. Incluso desde 
lo alto de las escaleras, puedo oír el ajetreo del personal. 
Hay gente entrando y saliendo de la cocina, de la sala de personal. Las mujeres 
llevan vestidos grises con ribetes blancos en los cuellos y mangas como yo y los hombres 
llevan camisas blancas con pantalones negros. Nuestro uniforme aquí en Las Pléyades. 
Hay risas y charlas e incluso empujones. Toda la casa está despierta y trabajando 
duro. 
Bajo las escaleras, grito saludos y recibo los suyos, hasta que llego a la sala de 
personal. La gente ya está sentada y Tina, que entró antes que yo porque no tiene 
problemas en levantarse temprano, me guarda un asiento. 
En cuanto me siento, la Señora S entra y Tina se inclina para susurrar: 
—Justo a tiempo. ¿Quién lo hubiera pensado? 
Soy algo famosa o infame por llegar tarde, así que le doy la vuelta al pájaro bajo 
la mesa; me han pillado antes por hacerlo a la vista. 
Tina simplemente se ríe. 
La Señora S toma su asiento en la cabecera de la mesa y todos se callan. Hay 
café, té y galletas en el medio, cortesía de Maggie y su personal, junto con la larga 
mesa del comedor y las espinas rectas y las caras serias, esto podría ser una escena de 
Downton Abbey3. 
—Buenos días a todos —la Señora S nos saluda, mirando a su alrededor, sus ojos se 
detienen en mí—. Me alegra mucho verlos a todos aquí y a tiempo. 
Yo sonrío. Aunque podría haber parecido una mueca. 
—Así que, hoy, tenemos un pequeño cambio de planes. 
La Señora S está sonriendo y no tengo un buen presentimiento sobre esto. Si ella es 
feliz, entonces eso significa que algo está mal. Nunca está feliz y tampoco deja que 
nadie más lo esté. A saber, yo. 
—Hoy es un día especial —Ella sigue sonriendo y mi ceño fruncido se hace más 
grande—. Para celebrar esta imprevista, pero especial ocasión, el Señor y la Señora 
Prince están haciendo una fiesta. Sé que es un poco pronto, pero quiero a la mayoría 
 
3 Serie dramática británica 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 2
4
 
de ustedes en el salón de baile. Quiero cada centímetro de ese lugar limpio y pulido 
antes de que lleguen los decoradores. He asignado a algunos de ustedes para que 
trabajen con ellos y no quiero errores o quejas, ¿entendido? 
Ella nos mira hasta que todos asentimos. 
—Estanoche tiene que ir sin problemas. Es probablemente el evento más importante 
en el que trabajarán aquí en Las Pléyades. Bueno, uno de los más importantes, al menos. 
Vale, nos está matando y lo sabe. Sus ojos están alegres y llenos de alegría. Nunca 
la había visto así antes, toda excitada y alegre. Y ni siquiera nos está contando sobre 
su llamado día especial. 
—¿Ninguno de ustedes me va a preguntar cuál es la ocasión? 
—¿Nos despedirás si lo hacemos? —Murmuro en voz baja y Tina resopla. 
La Señora S nos mira fijamente, pero, afortunadamente, Leslie, una de las chicas del 
personal, le pregunta sobre ello. 
La Señora S aparta su atención y sonríe. 
—Hoy es el día que yo, entre otros que he trabajado aquí durante décadas, he 
estado esperando ansiosamente —En este momento, Maggie y algunos otros miembros 
del personal superior se alegran—. Me complace decir que la fiesta de esta noche es en 
honor del Prince que regresa a Las Pléyades después de tres años. El nuestro, el Señor 
Zach. 
Señor Zach. 
Puedo ver su boca moverse, pero no puedo oírla. Su voz parece salir de un túnel o 
de algún lugar profundo y lejano. 
De repente, todo lo que puedo hacer es sentir. 
El corazón acelerado, las mariposas salvajes en mi vientre. La opresión en mi pecho. 
Temblorosamente, me paso los ojos por ahí. Todos están tranquilos y concentrados. 
La Señora S sigue hablando, pero todo lo que puedo oír es su nombre. 
Zach. 
Ha vuelto. 
Era él, ¿no? 
Lo vi anoche o, mejor dicho, lo vi antes de que desapareciera. No fue un sueño o 
mi imaginación. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 2
5 
No lo inventé. 
Oh, Dios. 
—Lo siento. ¿Qué acaba de decir? —Estallé, en voz alta y efectiva trayendo todos 
los ojos de la habitación hacia mí. 
La Señora S me mira fijamente. Duro. 
Sé que no le gusta que la interrumpan, especialmente cuando da instrucciones a 
diestra y siniestra. Pero a la mierda. 
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí, Cleopatra? —pregunta, en cambio. 
Respiro profundamente. Eso no ayuda. Todavía estoy tan sacudida como cuando 
escuché su nombre. 
—Escuche, sé que estoy siendo grosera y todo y que odia ser interrumpida, pero no 
lo entiende —Me aclaro la garganta y me deslizo hasta el borde de mi asiento—. ¿Acaba 
de decir que Zach va a volver porque creo que lo hizo? Y eso es imposible, ¿verdad? 
Porque la última vez que lo comprobé, se fue. Abruptamente. Y pensé que no iba a volver. 
Pensé que tal vez sus padres finalmente cortaron todos los lazos con él. Ya sabe, porque 
estaba tan... fuera de control. Quiero decir... —Agito mi mano en el aire y tengo la 
sensación de que la agito demasiado rápido—. Nunca compré todo el espectáculo de 
ir a Oxford. 
Cito el ir a Oxford. 
—Nunca creí que fuera a Oxford. Pero está bien. No me importa eso. Lo que me 
importa es... —Junté mis dedos en la mesa, hundiendo los codos en la madera e 
inclinándome hacia adelante—. ¿Qué acaba de decir? 
Mis piernas están temblando y odio que sólo pensar en su regreso me haya reducido 
a esto. 
Esta chica nerviosa, temblorosa y desordenada. 
Enojada y violenta. 
Una chica que no podía decidir si quería esconderse para evitar la confrontación 
y ser enviada a detención una vez más o darle un puñetazo en la cara como lo hizo 
cuando tenía diez y él doce años. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 2
6 
—Cleopatra, no sé qué te pasa hoy. Pero voy a pasarlo por alto porque has estado 
lidiando con mucho. Aunque diré esto, si no controlas tu comportamiento errático y ves 
a alguien... 
Ahí está. 
—No dudaré en dejarte ir. ¿Está claro? 
A mi lado, siento la mueca de Tina. Incluso puedo sentir a Maggie sacudiendo la 
cabeza. 
Aprieto mis manos y obligo a mis piernas a quedarse quietas. Es bueno que mi 
corazón sea un órgano, firmemente enjaulado dentro de las costillas. Porque si no lo 
fuera, estaría explotando de mi pecho y tirado en el suelo como un desastre pulposo. 
—Como el cristal —digo con dificultad. 
—¿Y Cleopatra? 
—¿Sí? 
—Es el Señor Prince para ti. No olvides tu lugar. 
Aprieto los dientes, los rechino, los aplasto. 
—No lo haré. 
*** 
Zachariah Prince. 
Lo conocí cuando tenía diez y él doce años. 
De hecho, lo conocí en mi primer día en St. Patrick. Es una escuela elegante para 
niños elegantes en el lado norte de la ciudad. 
En ese momento, probablemente era la única del lado sur que iba allí. Mis padres 
estaban muy orgullosos. Querían lo mejor para mí y trabajaron muy duro para que yo 
entrara en esa escuela. 
Nunca tuve grandes esperanzas en St. Patrick, para ser honesta. Me hubiera 
gustado ir a mi escuela regular en el lado sur con Tina y todos mis otros amigos. 
De todos modos, lo que esperaba que pasara en mi primer día, no estaba ni 
remotamente cerca de lo que realmente pasó. 
Me pillaron robando, o más bien pidiendo prestados palitos de zanahoria, de una 
chica en el almuerzo. No fue mi culpa. Tenía hambre y tenían una larga lista de bocadillos 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 2
7 
prescritos que los niños podían llevar. Todo era una mierda, cosas saludables que no 
hacían nada para frenar mi hambre. 
Así que improvisé. 
Y fue atrapada y enviada a detención. 
Donde lo conocí. 
El tipo que se convertiría en mi abusador durante los próximos años, sin importar 
cuántos años fuera a esa estúpida escuela... St. Patrick tiene alas de escuela media y 
secundaria. 
Cuando las chicas de mi edad se enamoraban de chicos guapos, yo me 
enamoraba de Zach. Cuando los chicos les pedían citas, cargaban sus mochilas, abrían 
sus puertas, Zach y sus secuaces me empujaban a través de ellas. 
Me hacían tropezar en los pasillos, derramando bebidas sobre mi uniforme y mi 
tarea. Escondían mi coche azul y me enviaban pistas en mi teléfono sobre dónde podría 
estar. 
Por no mencionar que estaban photoshopeando mi cara en cada anuncio de 
queso que podían encontrar en internet, y me llamaban Thunder Thighs, Jiggly Lump, Lard 
Ass. Ya sabes, porque me encanta comer y no soy exactamente una flor delicada cuando 
se trata de mi cuerpo. 
Y mientras sus secuaces hacían el trabajo sucio, Zach se quedaba ahí parado 
mirándome. A veces sonreía. Especialmente cuando yo me defendía. 
Oh sí, me defendí. 
No estaba indefensa. Estaba lejos de ello. 
De hecho, le di un puñetazo en la cara un día después de conocerlo porque habían 
cortado mis libros y esparcido las páginas por todo el pasillo. 
Mi padre siempre me enseñó a defenderme y lo hice. 
Incontables veces. 
Irrumpía en sus casilleros y robaba sus tareas. Solía rayar sus coches. Una vez, incluso 
tuve una gran pelea con una de las chicas de su círculo íntimo porque escondió mi ropa 
después de una clase de gimnasia y mandó a los chicos al vestuario para mirarme 
embobados. Se convirtió en algo muy importante en la escuela. 
Durante años, he planeado maneras de asesinarlos. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 2
8 
Para asesinar a Zach. 
Yo también lo habría hecho, si no se hubiera ido. Pero ahora ha vuelto y actúo 
como si estuviera en la escuela otra vez. 
Estoy mirando a la izquierda y a la derecha, caminando muy, muy despacio para 
no resbalar en algo. Algo como una cáscara de plátano, plantada deliberadamente 
para que la gente se ría de mi cuerpo desgarbado, curvado y tembloroso. 
Salto cada vez que alguien me llama por mi nombre. Alguien se ríe y yo aprieto mis 
músculos y entrecierro los ojos, preparándome para el remate, que definitivamente creo 
que me involucra. Estoy flexionando mis puños, recordando la técnica correcta para 
hacer uno como le he estado enseñando a Art. Estoy pensando en formas en las que 
puedo luchar. 
Me estoy ahogando en la ira y el odio y ni siquiera lo he visto todavía. 
Gah. 
Así que, para reagruparme y actuar como una adulta, me he encerrado en el 
armario de servicio junto a la cocina. La fiesta ha empezado y se supone que debo 
servir champán, en lugar de beberlo yo misma y sentarme en un grancubo de limpieza. 
Pero como sea. 
Sobrevivirán sin mí. Mucho del personal de limpieza y cocina está sirviendo esta 
noche, incluyéndome a mí. Solía ser camarera en el lado sur y necesito el dinero extra, 
así que siempre me ofrezco voluntaria para tales eventos. 
De repente, el armario retumba y se agita, haciéndome gritar. El polvo cae del techo 
y la bandeja llena de copas de champán puesta en el suelo vibra. 
Alguien está llamando a la puerta. 
—Cleo. 
Mis hombros tensos se hunden ante la familiaridad de la voz. Es Tina. 
Presiono una mano en mi pecho agitado, me inclino y abro la puerta, dejándola 
entrar. A diferencia de mí, su pelo rubio se ve bien arreglado y se ve muy pulida en su 
uniforme. Estoy segura de que mi rímel se ha manchado con el sudor nervioso y ya me he 
quitado el pintalabios. 
—¿Qué haces aquí? —pregunta, con una expresión preocupada por la escasa luz 
de la bombilla amarilla. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 2
9 
—Tratando de reagruparme. 
—¿Escondiéndote? 
—Oye, no juzgues. 
—Bien. Lo siento. 
Tina se sienta a mi lado en un cubo volcado. 
—¿Estás bien? 
Sacudo la cabeza. 
—¿Estás borracho? 
Yo reúno dos dedos. 
—Tal vez un poco. 
Asiente con la cabeza, como si entendiera. 
—Grace dice gracias. 
Yo sonrío. 
—¿Sí? 
—Sí. El Señor Grayson estaba todo rojo cuando se fue. No podía mantener sus manos 
fuera de su entrepierna. 
Riendo, chocamos los cinco. 
Unos cuantos golpes de silencio. Luego dice: 
—Está sucediendo realmente, ¿no? 
Trago. 
—¿Esto no es una pesadilla o algo así? 
Tina se encoge de hombros. 
—Podría pellizcarte, si quieres. 
—Me pellizqué una docena de veces. Así que sí, creo que es real —Mis codos se 
clavan en mis muslos—. Creo que ha vuelto de verdad. 
Puedo sentirlo. 
Ese es todo el problema, en realidad. Que puedo sentirlo. Sentirlo. 
Sé que está ahí fuera, en ese salón de baile que casi me rompo la espalda 
limpiando. Probablemente se esté mezclando con la gente, es decir, con sus secuaces. 
Está bebiendo, riendo, sonriendo como si no le importara nada. 
Como si su regreso no hubiera arruinado todo. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 3
0
 
Señor Prince. 
¿Así es como se supone que debo llamarlo ahora? ¿Mientras le quito las sábanas y 
saco su maldita basura? 
Asiento con la cabeza. 
—¿Y si continúa donde lo dejó? —Dejo escapar mi mayor temor, me retuerzo las 
manos—. ¿Y si intenta hacer algo... malo? ¿Hacer que me despidan o algo así? ¿Y si no 
puedo recuperar mi casa? Tengo mucho más que perder ahora. Esto no es una guerra 
de bromas o lo que sea. 
—Mira, cálmate. No sabes lo que va a pasar —explica Tina, agarrándome las 
manos—. Y no lo sabrás a menos que salgas y enfrentes la situación. La gente dice que 
está de visita por unos días. Tal vez no se dé cuenta. Es una casa grande. ¿Cuántas 
veces has visto al Señor y la Señora Prince? Apuesto a que no muchas. Además, si sigues 
escondiéndote y no trabajas en el piso, la Señora S te despedirá de todos modos. 
Suspiro. Ella tiene razón. 
—Dios, lo odio. 
—Lo sé. Es todo lo que hablabas cuando él estaba aquí. 
—Bueno, duh. Arruinó cada segundo de mi vida mientras estaba aquí. Incluso arruinó 
mi baile de graduación. 
Dios, el baile de graduación. 
El peor recuerdo de toda mi existencia. 
Estaba tan feliz esa noche. Toda vestida con mi vestido azul marino de patinadora 
de graduación con mis botas de cuero. Mi maquillaje era todo oscuro y pesado. 
Básicamente me veía como una Cenicienta malvada lista para perderla. Su virginidad, 
quiero decir. 
Conduje a la escuela y esperé a mi novio, Neal. Era nuevo en la ciudad y del lado 
sur y tan pronto como vi sus gafas hípster y sus tirantes, supe que era mi alma gemela. 
Pero nunca apareció. 
En lugar de él, recibí un mensaje en mi teléfono, típico de Zach y sus secuaces, con 
la foto de Neal chupando la cara a una chica en una fiesta en Las Pléyades. 
Conduje a dicha fiesta y se la di. No a Neal. Zach. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 3
1 
Se lo dije a Zach. Fue una mierda, todas las cosas que le dije. Pero todas ellas eran 
ciertas. 
—Bueno, ya sabes, Neal no tenía que ir —ofrece Tina. 
Le lanzo mi mirada. 
—¿Crees que no lo sé? Por supuesto que lo sé. Por supuesto que sé que Neal no 
tenía que ir. Pero el hecho de que él -Zach- lo invitara en primer lugar, me molesta, ¿vale? 
Lo hizo a propósito. Ni siquiera eran amigos. Lo hizo para herirme y porque Neal era tan 
idiota, mi primer y único novio estaba recibiendo un baile erótico de una chica que ni 
siquiera fue a nuestra escuela. Todo en la noche del baile de graduación. 
Estamos en silencio por unos segundos más. 
—Me alegro de que hayamos robado todos sus tirantes —Tina resopla. 
Yo también resoplo. 
—¿Puedes creer que los tenía en todos los colores? 
—Oh, Dios mío. También los tenía en amarillo neón. 
—Oh, Dios, sí —Me río y miro al techo, sacudiendo la cabeza. 
—¿Cómo pudiste salir con él, Cleo? Como, ¿cómo? 
—No lo sé. Yo sólo... —Suspiro—. Supongo que sólo quería ver lo que se sentía. 
—¿Qué? 
—Enamorarse —Trago—. Todo lo que he hecho es odiarlo. A Zach, quiero decir. Todo 
lo que he hecho es estar enfadada y odiar. Sólo quería ver lo que se sentía al estar 
enamorada de un chico. 
—Eso es justo, supongo —Ella también suspira—. ¿Estás lista para volver a salir? 
No tengo otra opción que asentir con la cabeza y levantarme. No puedo quedarme 
aquí toda la noche como una cobarde. Necesito este trabajo. Tengo una meta. No 
puedo dejar que me impida hacerlo. 
—Bien, vamos. 
La fiesta se está celebrando en el salón de baile, situado en la torre uno. 
El espacio es grande e interminable con altos techos de catedral y decoración 
victoriana de época. Cada rincón está lleno de intrincados arreglos florales y velas de 
té. Es súper discreto para mí, pero lo que sea que haga flotar su barco, supongo. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 3
2 
He estado haciendo rondas por el piso, sirviendo champán durante las últimas horas 
y, hasta ahora, no he visto a Zach. 
Sé que está aquí, sin embargo. Lo sé. En algún lugar, entre todos los trajes elegantes 
y vestidos de diseño, acecha el tipo que ha perseguido mis pensamientos desde que lo 
conocí. 
Un hombre con esmoquin me llama cuando paso junto a él y su grupo de amigos. 
Me vuelvo hacia ellos con mi sonrisa de plástico de mierda en su lugar y les presento la 
bandeja. Sin detener su conversación o incluso ahorrarme una mirada, cada uno coge 
una flauta. 
O al menos, creo que lo hacen. 
No los miro ni les presto atención. Son intrascendentes. Invisibles. No existen para mí. 
Nada lo hace excepto él. 
Porque en el momento en que me volví, la multitud frente a mí se separó como un 
inútil y catastrófico milagro y lo vi. 
Zach. 
Está aquí. 
El chico que odio, el chico que siempre he odiado ha vuelto. Y está parado a sólo 
tres metros de mí. 
Dios, diez pies no es suficiente distancia entre nosotros. No. Está cerca. Está muy 
cerca. Necesitamos un océano entre nosotros. Un continente. Un planeta entero. Una 
galaxia entera, tal vez. 
Tal como está, puedo verlo claramente. 
Puedo ver cada ángulo de su cara. 
Los picos afilados de sus pómulos, la inclinación de su mandíbula, su fuerte frente. 
Incluso sus pestañas, lo gruesas y oscuras que son. Cómo todo junto, tiene que ser el tipo 
más hermoso que he visto. Qué ilusión, su belleza. 
Su maldad se manifiesta en su tamaño. En las venas de su cuello y en la forma en 
que se comporta. Todo silencioso y vigilante e intenso y grande. 
Y por Dios, se ha hecho más grande. Es más alto de lo que recuerdo. Más grande 
también. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 3
3 
¿Era así de grande hace tres años? ¿Este... hermoso, con pelo negro y resbaladizo 
y labios carnosos? 
Sus hombros parecen enormes. Incluso desde tres metros de distancia, puedo ver su 
pecho contra la camiseta oscura que lleva puesta. Todo su cuerpo parece estar 
desbordado por su ropa:chaqueta de cuero negro y jeans. 
La ropa que está completamente mal para esta ocasión. La ropa que sólo Zach 
lleva puesta. El resto de la gente está vestida con ropa cara y formal. 
Y así como así, se destaca. 
Grita rebelde. Chico malo. Grita que no le importa una mierda. 
No lo hizo hace tres años y no lo hace ahora. 
Me zumba el pecho, probablemente las mariposas y también con algo más. Algo 
que se siente como una pérdida. 
Nunca he pensado mucho en ello, pero Zach y yo, podríamos ser... un poco 
parecidos. 
Siempre terminamos en detención juntos. Nuestros uniformes siempre estaban 
desordenados al final del día, como si no pudiéramos esperar a salir de allí. 
Y por lo que pude averiguar, Zach odiaba ir a la escuela tanto como yo. 
Quiero decir, hice mis deberes, obtuve buenas notas, pero no me gustó. Zach era 
igual. Estaba un grado por encima de mí, se rumoreaba que estaba retrasado un año y 
que estaba reprobando todas las materias. 
En mis momentos más débiles, cuando lloraba en la almohada, pensando en volver 
a St. Patrick al día siguiente, imaginaba una vida en la que Zach y yo fuéramos amigos. 
Una vida en la que no me molestara y yo no lo odiara. 
Pero todo fue una ilusión, obviamente. 
Se metió conmigo y yo lo odié. 
Lo odio incluso ahora que le lanza una sonrisa a alguien a su derecha. 
Bastardo. 
Odio esa sonrisa. Es tan injusto que sea hermosa y sexy. 
Nunca cambiaría. 
Una mano pasa delante de mis ojos y yo grito, casi perdiendo el agarre de la 
bandeja. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 3
4
 
—¿No se supone que debes irte una vez que has servido? —dice el hombre que me 
llamó, con las cejas arqueadas de forma arrogante. 
—Sí, no necesitamos nada ahora mismo —dice el otro hombre del grupo mientras 
sorbe su champán. 
El tercer hombre dice: 
—Llamaremos si lo hacemos. 
La única mujer del grupo, vestida con un vestido de plata, murmura: 
—Pero no contengas la respiración. 
Sólo los estoy escuchando sus comentarios condescendientes a medias. En realidad, 
me alegro de que hayan interrumpido mi mirada. 
Necesito alejarme de Zach. Ahora que sé dónde está, puedo vigilarlo y mantenerme 
fuera de su vista. No quiero que me vea. No quiero que sepa que trabajo aquí ahora. 
O al menos, que guarde este secreto el mayor tiempo posible. 
Disculpándome con el grupo, doy un paso atrás. 
Estoy a punto de salir indemne cuando algo me hace mirar hacia arriba y mi mirada 
choca con la suya. 
Maldita sea. 
Lo sabía. Sabía que me encontraría. 
Hay una cosa entre nosotros, ves. 
Esta cosa nos hace conscientes del otro. No importa dónde estemos. En el pasillo 
de la escuela, en la sala de detención vacía, o en un salón de baile lleno de gente. 
De alguna manera, él siempre ha sido capaz de encontrarme y yo siempre he sido 
capaz de encontrarlo a él. 
Tal vez así es como funciona el odio, misterioso y molesto. 
Con su copa de champán en la boca, Zach me mira con sus ojos negros de 
demonio. Como solía hacerlo. 
Como si nunca hubiera parado. Nunca se fue. Los últimos tres años nunca ocurrieron. 
Todavía es la noche del baile de graduación. Yo todavía tengo dieciséis años y él 
dieciocho. Sigo esperando que mi novio aparezca mientras Zach se ríe a mis espaldas 
porque está a punto de arruinar todos mis sueños de amor. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 3
5 
Y el lunes, cuando vaya a la escuela, me enteraré de que Zach se ha ido. Se ha 
ido de la ciudad abruptamente y la gente está zumbando con el shock y los chismes. 
Excepto que ahora mismo, el dolor en mi vientre es más agudo y mi corazón se ha 
detenido junto con las mariposas que se han congelado, atrapadas por su enfoque en 
mí. 
—Oh, Cristo, ¿qué haría falta para que te vayas? ¿Estás esperando una propina o 
algo así? 
Esta vez la voz del hombre me asusta tanto que no se puede salvar la bandeja. Se 
me escapa de las manos y veo cómo se estrella contra el suelo con horror. 
Hay chillidos, jadeos y saltos cuando las delicadas flautas se rompen contra el 
mármol, derramando burbujas por todas partes. Algunas de ellas caen en los zapatos 
del hombre que me hizo señas. Eran mocasines italianos, nada menos. Esta información la 
da la mujer del vestido de plata. 
Una pequeña multitud se está reuniendo a mi alrededor. Hay murmullos y risas. No 
puedo decir quién es el que lo hace. Porque mis ojos están pegados a los vasos rotos, 
a la bandeja volcada. 
—Lo siento mucho —no le susurro a nadie en particular, mis ojos se llenan de lágrimas 
de vergüenza. 
Estar de pie se ha convertido en una tarea tan difícil y me estremezco tan pronto 
como mis rodillas huesudas tocan el suelo. Mis manos sobresalen para recuperar el 
equilibrio. Pero accidentalmente caen en el charco de líquido, salpicándolo en las 
mangas de mi blanca blusa. 
Esa es la menor de mis preocupaciones, sin embargo. 
Porque tan pronto como mi palma se conectó con el piso pegajoso, sentí una 
punzada de dolor penetrante que atravesó mis dedos y mi muñeca. 
—Oh, joder. 
¿Me acabo de cortar? 
Un tajo recorre directamente la mitad de mi palma izquierda. Estoy tan sorprendida 
por lo que ha pasado en los últimos veinte segundos que todo lo que puedo hacer es 
mirar las gotas rojas que salen del corte. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 3
6 
En todos mis años de servir mesas, nunca se me ha caído una bandeja. Mi antiguo 
jefe solía decir que tenía un don natural. 
Entonces, ¿qué coño acaba de pasar? 
De repente, mis pensamientos se apagan cuando siento que alguien toma mi mano 
en la suya. 
Es grande, la mano. Oscura. Tan oscura y bronceada que mi piel se ve aún más 
pálida. 
Tal vez sea el shock, pero estoy como en trance por la mirada de mi pequeña mano 
atrapada en una grande. La sangre en mi piel es de un rojo brillante pero comparado 
con los dedos de bronce que están enroscados a mi alrededor, todo parece aburrido. 
—Vas a necesitar vendas. 
La voz. Su voz. Es suave y baja. 
Es exactamente como lo recuerdo, pero con un borde más áspero. Un borde que 
no estaba ahí antes. Su voz es probablemente la única voz que puedo reconocer de 
entre mil voces, incluso desde lejos, incluso después de años. 
Dios, es horrible. Es jodidamente terrible. 
¿Por qué sé tanto sobre él? 
¿Por qué me está tocando? Nunca me ha tocado antes. 
Con la respiración suspendida, lo miro, lista para decirle que se aleje de mí y me 
devuelva la mano. Pero lo único en lo que me puedo concentrar es en que sus manos no 
son las únicas que están bronceadas. 
Por alguna razón, no lo había notado antes. Pero su cara se ha vuelto más oscura 
también. Bronceada. 
—No —digo, de alguna manera encontrando mi voz. 
Con la cara todavía hundida, levanta los ojos hacia mí. Me estudia a fondo y yo 
me retuerzo bajo su intenso escrutinio. 
—¿No qué? 
Trago contra el impacto de su voz. Me golpea en el pecho y me estremezco 
ligeramente. 
Por supuesto, se da cuenta. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 3
7 
Y tal vez para fastidiarme aún más, frota su pulgar sobre la almohadilla de mi palma. 
El toque es suave, no más que un susurro de su piel sobre la mía. 
Pero es lo único en lo que puedo concentrarme. 
Arrebato mi mano y le doy un puñetazo. 
—No me toques —Luego agrego, para que quede súper claro—: Nunca. 
 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 3
8 
Capitulo 3 
Ahora es más oscuro. 
Es todo en lo que puedo pensar. En combinación con su voz más áspera y su 
cuerpo más grande, su piel bronceada le hace parecer despiadado. 
Más despiadado que antes. 
Más despiadado que lo que solía parecer, parado frente a su casillero, o en las 
puertas de la escuela, o sentado en la mesa más grande y ruidosa de la cafetería. O 
andando en motocicleta por la autopista. 
No estoy segura de que me guste eso. En realidad, estoy bastante segura de que 
no me gusta. Como si no fuera lo suficientemente intimidante. Como si las palmas de mis 
manos no me picaran lo suficiente como paraquitarle la mirada arrogante de su cara. 
Maldita sea. 
¿Por qué ha vuelto? 
Todo estaba bien. Todo era normal. Me había acostumbrado a no esconderme o 
mirar por encima del hombro y a estar tranquila todo el tiempo y no tramar el caos y el 
asesinato. Me había acostumbrado a mi cuerpo curvado y a cómo mis muslos se mueven 
cuando camino. 
La única razón por la que acepté este trabajo fue porque pensé que no iba a 
volver. 
Sé que la gente dice que fue a la Universidad de Oxford como cualquier otro 
Prince de su familia. Pero yo nunca lo creí. 
Zach odiaba la escuela. Era tan rebelde e infractor de las reglas que es risible 
pensar que seguiría los pasos de sus antepasados. 
Sin mencionar la forma en que se fue. Tan abruptamente. Algo así como en la 
oscuridad de la noche. Ni siquiera se graduó en el instituto. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 3
9 
Sabía que cuando se fue, no fue a Oxford y no planeaba volver. 
Pero supongo que me equivoqué en una de esas cosas. 
Ha vuelto. 
Después del dramático fiasco en el salón de baile, un par de miembros del personal 
me acompañaron a la salida. Tina me ayudó a limpiar la herida y me dijo que me lo 
tomara con calma. Estuve todo el día nerviosa y algo tenía que pasar. No creo que la 
Señora S sea tan indulgente, sin embargo. 
Pero no puedo pensar en eso ahora mismo. No puedo pensar en lo que el mañana 
traerá ahora que Zach sabe que estoy aquí, en Las Pléyades. 
Me pusieron a trabajar en la cocina después de que me avergonzara tanto. Hace 
calor y está pegajoso ahí dentro, no sé cómo lo hace Maggie y necesito un pequeño 
descanso. 
Así que salgo por la entrada de servicio y trato de respirar. 
El aire de la noche no es mucho mejor y mi uniforme para el evento, blusa blanca y 
falda negra ajustada, se aferra a mi cuerpo sudoroso, pero no me importa. Cualquier 
cosa es mejor que estar encerrada en esa cocina. 
Saco los pies de mi Mary Janes de dos pulgadas de tacón y me desato la trenza, 
seguido de los dos botones de mi blusa. Abanico la tela, tratando de que entre aire y 
me apoyo contra la pared, cerrando los ojos. 
—¿Estás bien? 
La voz ronca me hace saltar. 
—Jesús. Joder —casi grito. 
Al principio, no veo nada más que el oscuro contorno de arbustos y árboles en la 
distancia. Pero luego noto una nube de humo y me azoto en la dirección de donde 
viene. 
De él. 
Zach está apoyado en la pared de ladrillos, con el pie en alto. Un cigarrillo cuelga 
de sus labios y no tiene su chaqueta puesta, dejándolo con su camiseta oscura que 
muestra sus bíceps abultados. 
Oh, Dios. 
Ni siquiera los está flexionando y parecen amenazadores. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 4
0
 
—Me has dado un susto de muerte —acuso. 
Una linterna victoriana de aspecto intrincado da suficiente luz para que pueda 
verlo. Su rostro está dirigido hacia mí y no puedo escapar de la grandiosidad de sus 
rasgos. Afilado y cortante con una mandíbula cuadrada y pómulos altos, con pelo de 
terciopelo oscuro. 
—Ya veo —comenta. 
Entonces su pecho con cordones se hincha como una ola gigante mientras hace 
un arrastre antes de enviar el humo en la noche. 
—¿Y tú? —pregunta, mirándome otra vez. 
Me acerco a la pared y doy un pequeño paso atrás, alejándome de él. 
—¿Yo qué? 
Mi única preocupación es salir de aquí. Estaría dando la vuelta y corriendo. Pero 
la experiencia me ha enseñado que nunca debo dejar mi espalda expuesta y abierta. 
Así que sigo caminando hacia atrás, lentamente. 
—¿Estás bien? 
Mis pies descalzos se quedan atrapados en mi Mary Janes abandonada, pero 
evito tropezar. 
—¿Qué? 
Como es típico, permanece en silencio y fumando. Mirando fijamente. 
Eso es lo que hace Zach: mira fijamente. Como si sus ojos fueran un microscopio y 
yo fuera un bicho o un espécimen interesante que quiere estudiar. Que ha querido 
estudiar durante años o aplastar bajo sus botas. 
—¿Acabas de...? —Entrecierro los ojos—. ¿Pregúntame si estoy bien? 
—Suena como eso. 
Tres años. 
Lo estoy viendo después de tres malditos años y esto es lo que me pregunta. 
Después de todo, después de todas las bromas y las cosas por las que me ha hecho 
pasar, ¿realmente me está preguntando eso? Como si fuera una extraña que encontró 
en la calle y ahora está preguntando por el maldito clima. 
—¿Por qué? 
—¿Por qué qué? 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 4
1 
—¿Por qué lo preguntas? 
Sus ojos van a dónde está mi mano herida, con el puño contra la pared. Mi herida 
empieza a palpitar. Siento que la herida se calienta, como si toda mi sangre corriera 
hacia ella sólo porque él lo mencionó. 
Ahí es cuando recuerdo que me tocó. 
No puedo creer que me haya tocado. 
En ese momento, estaba tan sorprendida que no pude registrar nada sobre el 
toque. Pero ahora recuerdo que su piel estaba caliente... de alguna manera, más caliente 
que la de cualquier otro. Era áspera y rasposa la palma de su mano. Como si tuviera 
más líneas de destino4 que nadie que yo conozca. 
Se mueve con la barbilla. 
—Eso necesita un vendaje. 
Abro mi sudoroso y caliente puño. 
—Está bien. 
—Fue un corte profundo. 
—Te gustaría eso, ¿verdad? 
—¿Me gustaría qué? 
—Que sea un corte profundo. 
De nuevo, no dice nada de eso, simplemente mantiene sus ojos en mí. 
A lo largo de los años, he aprendido que esta es su táctica de intimidación. Hacerlo 
todo tranquilo e intenso para que la otra persona se vea obligada a llenar el silencio. 
No voy a caer en eso. 
No voy a caer en nada de lo que él ha planeado. Pensaría que incluso esta reunión 
fue un montaje, si no hubiera pensado espontáneamente en salir. 
De hecho, ya ha hecho esto antes. Sus secuaces me encerraron en la oficina del 
Señor Philips, nuestro profesor de historia, después de darme un mensaje falso de que me 
estaba esperando. Estuve encerrada en esa habitación durante dos horas hasta que el 
equipo de limpieza entró y abrió la puerta. 
Imbécil. 
 
4 Líneas que se extienden desde la muñeca hasta el dedo medio. Refleja la fortuna y la carrera de uno 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 4
2 
—¿Eres consciente de que estás caminando hacia atrás? —pregunta por fin, 
volviéndose hacia mí, apoyado contra la pared en su brazo. 
Me doy cuenta de que tiene razón. He estado caminando hacia atrás. 
—¿Qué te importa? 
—No puedes hacer eso. 
Me burlo. 
—¿Sí? ¿Por qué? ¿Vas a detenerme? 
Sacude la cabeza lentamente. 
—No, pero si sigues entonces la planta en la maceta detrás de ti lo hará. 
Mis ojos se abren mucho y me detengo bruscamente. 
Tiene razón. 
Hay plantas en maceta a ambos lados de la entrada de servicio y siento el roce 
de las hojas contra mi espalda. Si hubiera seguido adelante, me habría tropezado con 
ellas o incluso me habría caído. 
—Lo sabía —miento. 
—Claro —dice con una voz divertida que me hace levantar la espalda; es un viejo 
reflejo. 
Hay algo en él, ya sabes. Alguna cualidad, algún tipo de provocación que me 
enciende la piel. 
—No necesitaba que me dijeras eso —insisto. 
—Lo tengo —responde con ligereza. 
Aunque me ofende su tono, decido quedarme callada. Me prometo a mí misma que 
no diré nada. 
No lo hago. Durante unos seis segundos. Luego pregunto: 
—¿Qué coño estás haciendo aquí? 
En esta ciudad. De vuelta en mi vida. De vuelta en mi maldita cabeza. 
—Tomar aire fresco. 
—Bien. ¿Y tenías que elegir este lugar? 
—Sí. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 4
3 
Luego tiene el valor de mover esos labios cancerosos antes de volver a arrastrarse 
e inclinar la cara hacia arriba. Un gruñido sube por mi garganta, pero se corta por lo 
que dice a continuación. 
—Olvidé que se podían ver las estrellas aquí arriba —murmura. 
Su voz casi suena como un suspiro bajo y satisfecho. Como si la visión de las estrellas 
fuera algo que no ha tenido en mucho tiempo. 
Mientras parece estar en paz, sus palabras están causando estragos en mi cuerpo. 
Me cortan la respiración y hacen que mi corazón se acelere. Despiertana las 
mariposas. 
Recuerdo la estrella fugaz de anoche. Recuerdo el deseo que pedí y ahora, él está 
aquí. Un peligro potencial para todo lo que he estado trabajando durante los últimos 
meses. 
—¿Y no pudiste ver las estrellas de dónde vienes? —Pregunto. 
Zach mira lejos del cielo y a mí. 
—No. 
Respuestas monosilábicas. 
Genial. 
Están diseñadas para avivar la curiosidad. Racionalmente, soy consciente de ello. 
Irracionalmente, me pregunto sobre su paradero durante los últimos tres años. 
—Ooo-kay —Asiento con la cabeza, apenas le creo—. ¿Adónde te fuiste otra vez? 
En silencio, me estudia. 
—¿Por qué? ¿Me has echado de menos? 
—Oh sí, definitivamente. Como si extrañara que me dispararan en la cabeza. 
Zach sonríe, sus ojos negros brillan. 
—¿Sabes?, no estaba muy seguro de volver. Pero si te hace feliz, entonces estoy a 
favor. 
—Sarcasmo —Levanto las cejas—. Me encanta. 
—Mi objetivo es complacer —dice, haciendo que se me ponga la piel de gallina. 
Ignoro eso y llego a la verdadera pregunta que me ha estado molestando todo el 
día. No me importa a dónde fue, todo lo que me importa es por qué regresó y cuándo 
se va a ir de nuevo. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 4
4
 
—¿Por qué has vuelto? 
Pensaría que mi pregunta se perdió en el viento con la forma en que permanece en 
silencio. Pero eso es otra cosa especial de nuestro pueblo con una línea. Incluso el aire 
está muerto. Nada se mueve, como él. Su cara está en blanco. Sin expresión. Pero hay 
algo en sus ojos, su mirada. 
Está ardiendo, como ese cigarrillo atrapado entre sus labios. 
Entonces, esa mirada se mueve. Sus pestañas parpadean mientras toma los rizos 
sueltos de mi cabello. Tengo ganas de alcanzarlas y tocarlas, pero me resisto. Golpeo 
con el puño la tela de mi falda para mantener mis manos ocupadas. 
—Todavía azul, ¿eh? 
Levanto mi barbilla. 
—Siempre. 
Sus labios se mueven mientras repite en un susurro. 
—Siempre. 
No sé por qué me mira el pelo así, con tanta intensidad. Tal vez está pensando en 
algo malo para decir. Sea cual sea la razón, no se detiene y cuando sus pestañas caen, 
me olvido de la pregunta que le hice. 
¿De qué estábamos hablando? 
—¿Todavía usas bolígrafos de purpurina azul? 
Solía hacerlo en la escuela. Yo era la niña del cartel del color azul. Mochila azul, 
ropa azul, bolígrafos de purpurina azul, y cuando crecí, pelo azul. 
Asiento con la cabeza. 
—Sí. 
Él asiente con la cabeza, mirando... nostálgico. 
—Por supuesto que sí. 
Debería decir algo. Realmente debería. Pero estoy en trance. Creo que así es como 
se siente estar hipnotizado. 
Ahora mismo, todo lo que puedo hacer es seguir su mirada mientras se desliza por 
la línea de mi garganta, que se siente atestada de rocas, lo que hace difícil tragar. 
Cuando baja a mi pecho, me doy cuenta de que la última vez que me vio, yo era copa 
C. Ahora soy D. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 4
5 
Tengo toda la intención de decirle que deje de mirarme. Imbécil pervertido. No 
quiero que me mire fijamente. No quiero que me haga temblar la piel. 
Pero mis palabras no saldrán. Están pegadas en la parte de atrás de mi boca y 
mis dientes están apretados. 
Dios, haz que se detenga. 
Pero él sigue acogiéndome. Mi cintura remetida, mis caderas y muslos redondeados, 
mis pies desnudos. Mi cuerpo curvado que sólo ha crecido en su ausencia. 
—¿Por qué has vuelto? —Pregunto de nuevo. Esta vez con una desesperación que 
no existía antes. 
Vuelve su mirada a la mía, y a través del cigarrillo en su boca, dice: 
—Tal vez te extrañé. 
Obligándome a romper su mirada, miro hacia abajo. Mis Mary Janes están 
acostadas en el suelo, una de lado y la otra a cierta distancia de él. Abandonada. 
Abandonada y extraviada. Algo así como yo, en este momento. 
Necesito alejarme. 
Sacudiendo la cabeza, me agacho y recojo mis zapatos. 
—Me voy. 
—Bonito uniforme, por cierto. 
Me detengo. 
Abrazando mis zapatos en mi pecho, le devuelvo la mirada. Su mandíbula está 
tensa. Puedo ver el tic en sus músculos faciales. 
¿Está enojado porque ahora trabajo para su familia? 
Mala suerte. 
Como si me gustara este arreglo. Como si alguna vez hubiera puesto un pie dentro 
de la casa donde creció. 
—Gracias —digo, sonriendo falsamente y metiendo una mano por la falda—. Yo 
también lo creo. 
Zach aparta la mirada de mí mientras deja caer al suelo su cigarro acabado y lo 
aplasta bajo sus botas. 
—Nunca pensé que lavar los platos y fregar los pisos fuera parte de tus objetivos 
de vida. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 4
6 
Sabía que iba a decir algo insultante. Es Zach. 
Pero, aun así, me estremezco. 
Objetivos de vida. 
¿Qué sabe él de objetivos y ambiciones? ¿Qué sabe sobre lo que pasa cuando te 
los arrebatan en un parpadeo? 
A pesar de que me pica, mantengo mi voz calmada e informal. 
—Bueno, no sabes todo sobre mí ahora, ¿verdad? Y se llama trabajo. Así es como 
la gente responsable compra cosas. 
—Responsable, ¿eh? 
—Sí. 
Enderezándose y alejándose de la pared, Zach llega a su máxima altura. Ladeando 
la cabeza, pregunta como si fuera tan curioso. 
—¿Qué más hacen los responsables? Además de cambiar las sábanas por un 
trabajo y entrar en su lugar de trabajo. 
Mis ojos se abren de par en par. 
—Eras... tú. 
Oh, Dios. 
Entonces, es un pervertido idiota. Me estuvo observando anoche. 
—Era. Estuviste linda en tu pequeño traje negro. Estúpido pero lindo. ¿Realmente 
pensaste que nadie te reconocería? —Se ríe—. Tan linda como eras, odio tener que 
decírtelo. No tienes futuro en el espionaje. Eres un poco demasiado... —Me mira de arriba 
a abajo—. Visible por eso. Así que tal vez sea bueno que puedas cambiar las sábanas 
y trapear los pisos. Tienes que mantener tus opciones abiertas. 
Y ahí está. Una pequeña excavación en mi cuerpo junto con otros insultos. 
Nada ha cambiado, ¿verdad? Sigue siendo el mismo. Sólo que ahora soy más 
vulnerable. Tengo más que perder. Como mi trabajo y, eventualmente, mi casa. 
—Gracias por preocuparte por mis elecciones de carrera. 
—No lo menciones. 
—Bien. No espero que lo entiendas —digo, porque realmente no puedo detenerme—
. No esperaría que alguien como tú, que ha pasado por la vida montando sobre los 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 4
7 
hombros de su padre, completamente borracho y drogado, entienda lo que es para el 
resto de nosotros. 
Me mantengo firme bajo su escrutinio. Me mantengo alta y firme, aunque tiemblo por 
dentro cuando da un paso hacia mí. Luego otro y otro. Hasta que está tan cerca mío 
que puedo olerlo. 
Cigarrillos y pastel de arándanos, como los que hornea Maggie. 
Dos cosas que nunca pensé que irían juntas, pero de alguna manera lo hacen y no 
me gusta eso. Ni un poco. 
El rostro de Zach está en las sombras ahora. Pero el cielo y las estrellas 
proporcionan suficiente luz para que pueda ver sus ojos y su boca cuando dice: —Sí, 
tal vez no. Pero sí entiendo una cosa. 
Aferrando mis zapatos fuertemente a mi pecho, voy por la bravuconería. 
—¿Qué es? 
—Si quieres mantener este trabajo, tendrás que mantenerme feliz —dibuja. 
Su amenaza perdura entre nosotros pesada y oscura, como él. 
Las suaves hojas que rozan mi nuca empiezan de repente a sentirse afiladas y 
peligrosas. 
—No soy tu esclava personal, si es lo que crees que es mi trabajo —le digo, tratando 
de aferrarme a los últimos restos de mi valor. 
Se inclina y su olor se vuelve tan espeso, tan penetrante que mis labios se separan. 
Su mirada cae sobre ellos antes de mirarme a los ojos. 
—Creo que tu trabajo es lo que yo quiera que sea. 
Zach llena toda mi visión. Su camiseta oscura, sus anchos hombros. No puedo ver 
nada más allá de él. Hace que mi corazón lata más rápido. Con miedo. Con odio. 
Tanto que no puedo dejar de burlarme. 
—No has cambiado nada, ¿verdad? Apuesto a que todavía crees que eres el dueño 
del mundo. 
Sacude la cabeza, despacio, peligrosamente. Hipnóticamente. 
—Me importauna mierda el mundo. Pero sí me perteneces. 
Sabiendo que podría empeorar mi situación, me burlo. 
—Nunca serás mi dueño. Ni ahora. Nunca. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 4
8 
—¿Es eso un desafío, Blue? 
Blue. 
¿Cómo puede una palabra tener un efecto tan drástico? Hace que mi interior se 
tambalee. Mi pecho tiembla cuando el Blue se desliza por mi garganta como si lo hubiera 
inhalado como una droga. 
—Es una promesa. 
Zach escanea mi cara, como si estuviera memorizando mis rasgos. Como si planeara 
soñar conmigo esta noche. 
Yo lo dejé. 
Dejé que lo memorizara, que lo asimilara, para que cuando me viera detrás de sus 
párpados cerrados, entendiera que no estaba bromeando. Que no importa lo que pase, 
no voy a jugar sus juegos. Que, de alguna manera, voy a encontrar una manera de 
poner fin a todo esto. 
Recuperar mi casa es demasiado importante para mí. 
—Si estamos haciendo promesas, déjame decirte una cosa —susurra, bajo y rudo—. 
Si quiero que seas mi esclava, caerás al suelo tan rápido que tus rodillas sangrarán junto 
con la palma de tu mano. Así que no me tientes. Soy muy fácil de tentar. 
 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 4
9 
Capitulo 4 
El Príncipe Oscuro 
 
Cielo nocturno. 
Me gusta. Un azul tan profundo que es casi negro y el cúmulo de estrellas, tratando 
de iluminarlo. 
Es imposible, pero aprecio su determinación y que salgan noche tras noche sólo 
para fracasar. 
Los primeros meses fuera de este pueblo fueron duros porque no podía ver el cielo 
nocturno. Es prácticamente imposible verlo en la ciudad. Probablemente por eso nadie 
duerme en Nueva York. No tienen un cielo propio. 
Pero incluso entonces, la falta de sueño, el hecho de que el mundo era un vacío 
desconocido para mí, nunca pensé en volver. 
Porque no vale la pena volver aquí. Ni entonces ni ahora. 
Tres años y no ha cambiado nada. Esta ciudad todavía huele a mierda y a una 
jodida tonelada de malos recuerdos. Los anchos muros, la gran arquitectura, millas y 
millas de finca que la gente tonta paga un dólar de prima para recorrer. 
Todo esto me hace sentir pequeño. Pequeño, sin valor. 
Las Pléyades, mi lugar de nacimiento, siempre me ha hecho sentir que no pertenezco 
a este lugar. 
Estoy en mi antigua habitación. Está hecha en tonos oscuros, gris y negro. Todo 
parece pulido y fresco. Probablemente pasaron un día entero limpiándolo, pensando 
que me quedaría. 
Pero no lo haré. 
Sé cómo se siente la libertad, cómo sabe. Sé que la libertad es ir en motocicleta 
por una autopista sin fin. La libertad es el viento en mi cara. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 5
0
 
La libertad es el conocimiento de que al final del día, no tengo que volver a un 
lugar en el que estuve atrapado durante dieciocho putos años. 
Estoy metiendo mi ropa dentro de mi mochila cuando oigo que llaman a mi puerta. 
Lo dejaría pasar, pero voy a ir allí de todas formas. 
Además, tengo un presentimiento de quién podría ser y necesito aclararlo de una 
vez por todas. 
Subiendo la cremallera de mi bolso y poniéndolo sobre mi hombro, cruzo la 
habitación y abro la puerta. Nora, la Señora Stewart para todos los demás, se queda 
allí, llevando una bandeja de comida. Ella me mira, seguida por la mochila en mi hombro. 
Levanta la bandeja y dice: 
—Te traje comida. 
—Puedo tomar algo en el camino. 
—Entonces, ¿te vas? 
—Sí. 
Se calla por un latido antes de decir: 
—Las pruebas llegan la semana que viene. 
Aprieto la mandíbula. 
—Llámame cuando lo hagan. 
Su silencio ante mi respuesta casual se extiende más que antes. Sé lo que significa. 
Significa que está preparando su regreso. Esa es la cosa con Nora. Cree que sólo porque 
ha trabajado para mi familia desde que nací, tiene la libertad de sermonearme. Como si 
yo fuera su hijo o algo así. 
En su mayor parte dejo que piense eso. Tal vez como gratitud por todas las veces 
que metió comida a escondidas en mi habitación, o me durmió o secó mis lágrimas, que 
era demasiado orgulloso para reconocerme a mí mismo cuando a nadie más se le 
permitía tener ningún contacto conmigo. Pero si sabe lo que es bueno para ella, 
mantendrá la boca cerrada. 
—Nada ha cambiado, ya sabes —comienza suavemente o más bien sería suave si 
su expresión no fuera severa y su voz no sonara como si fuera la del director de una 
escuela—. De hecho, las cosas han empeorado. Si pensaste que tu partida resolvería 
todo, entonces te equivocaste. No sucedió. Él sigue siendo el mismo y ella sigue poniendo 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 5
1 
excusas para él. La mayoría del personal no sabe lo que está pasando. Pero los que lo 
saben, no se nos permite hablar de ello. 
Ah, así que va con el chantaje emocional. 
—Lo entiendo —digo, yendo por la ruta casual. 
—Tu madre quiere mucho a tu padre. 
Jesús. 
No sabe cuándo parar, ¿verdad? 
Miro al suelo, tratando de mantener mi paciencia. No soy muy bueno con eso. Nunca 
lo he sido. Ni siquiera en los mejores momentos y este no es el mejor momento. 
—Muy bien, este es el trato —empiezo, diciéndole cómo es—. Anoche anduve en 
motocicleta la mayor parte de la noche para llegar a este pueblo de mierda. Dormí muy 
poco. La reacción de mi padre al verme por primera vez en tres años fue preguntarme 
si finalmente entré en razón y me arrastré de vuelta para disculparme y pedir dinero. 
Todo lo que mi madre me dijo fue que, si planeaba quedarme, tenía que jugar bien y no 
molestar a mi padre. Necesitaba aparecer en la fiesta, beber champán, sonreír a la gente 
que me importa un carajo. Todo para mostrarle al mundo lo felices que están de tenerme 
de vuelta. 
Me pellizco el puente de la nariz. 
—Debí haberme ido en el momento en que ella salió con el plan de la fiesta. 
Cualquier cosa para que mi padre se vea bien. Pero como un idiota, me quedé. Y ahora 
soy cauteloso. Estoy impaciente y estoy así de cerca de entrar en un maldito camino de 
guerra. Así que deja de hablar y déjame pasar. 
¿Nora lo escucha? No. 
Ella me da el ojo apestoso, se aferra a su bandeja como un escudo y continúa 
como si nunca me hubiera escuchado. 
—Y tú quieres mucho a tu madre. Por eso fue necesario una llamada, sólo una, para 
que volvieras. Y por eso no te fuiste cuando deberías haberlo hecho. 
Aprieto los dientes y miro al techo por un segundo. 
—Estás despedida. 
Ella sonríe. 
 
GoR 
 
 
 
Pá
g
in
a
 5
2 
—Bien. Pero desafortunadamente, no estarás aquí mañana para ver si tu despido 
se llevó a cabo o no. Así que al menos déjame ir al grano. 
—¿Y qué carajo sería eso? 
—Mi punto es que no importa cuánto lo niegues o lo rechaces, estamos diseñados 
para amar a nuestros padres. Así es como es. Es desafortunado. Algunas personas no 
merecen nuestro amor, pero eso no significa que desaparecerá. 
—Bueno, fui diseñado de manera diferente. Ahora, me tengo que ir. 
Finalmente, mis palabras se registran con ella. Su cara se arruga y siento una 
punzada en mi pecho. Lo ignoro. No es mi culpa que haya puesto su fe en mí. No puedo 
asumir la culpa de los errores de la gente. 
Asintiendo con la cabeza, dice: 
—Sólo quiero que sepas que te llamé porque no quería que te arrepintieras de no 
estar con ella. Años después, no quería que miraras atrás y cuestionaras tus decisiones 
con ira. 
—No lo haré —No sé por qué, pero sigo adelante y añado—: No me quedaré en un 
lugar donde no soy bienvenido. Hice eso durante los primeros dieciocho años de mi vida 
y no fue bonito. Además, no me necesita. 
—Lo sé. Sé que tienes malos recuerdos aquí. Sé que no le debes nada a tu madre 
ni a tu padre. Pero como dije, es desafortunado. Estamos destinados a amar a la gente 
que nos da la vida. Sabía que querrías estar aquí como su hijo. No porque te necesite. 
Con el debido respeto, no me importa lo que ella necesite. Sólo me importas tú. 
A veces cuando dice estas cosas, me pregunto si es porque realmente se preocupa 
por mí o es porque le pagan por ello. 
Sacudo la cabeza y aprieto

Continuar navegando

Materiales relacionados