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Jordi-Llovet-El-receptor-contextual-del-diseño - Maleno Baez

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Universidad Nacional del Nordeste
Facultad de Arquitectura y Urbanismo - Carrera de Diseño Gráfico
Cátedra: Comunicación II
Prof. Titular: Lic. Adriana Inés Echeverría
J. T. P.: Tec. Com. Social Martha B. Lezcano de Casco
Auxiliares Docentes: Arq. Dora Gallo - D.G. Leandro Aquino
 Comunicador Social Raúl Duarte
 
 
 
 
 
 
 
 
DOCUMENTO BIBLIOGRÁFICO 
Llovet, J. (1979). Ideología y metodología del diseño, una introducción crítica a la teoría 
proyectual. Barcelona: Ediciones Gustavo Gili. 
 
El “Receptor” Contextual del Diseño 
 
La manera cómo un "receptor" (el usuario de un automóvil o el conductor 
que distrae su mirada en los murales elocuentes de. una calle atascada) ve un 
objeto diseñado, es muy distinta de la manera como lo ha visto el diseñador, que 
en nuestro esquema ocupa razonablemente la posición del emisor. 
 
Un objeto diseñado es siempre una forma proyectada, en el doble sentido de 
la palabra proyectar. Un diseño ha sido previamente un dibujo, un esbozo, unos 
cálculos y, en e1 mejor de los casos, a nuestro entender, todo ello y además un 
análisis y una configuración textual; luego ha sido una con-formación, un proceso 
de síntesis formal; y finalmente ha sido una forma proyectada, en el sentido de 
expulsada, lanzada a un exterior que el diseñador sólo controla en parte. (Pues, 
como hemos visto, el diseñador es creador de "exteriores", y su actitud en un 
entorno no es nunca pasiva, puede ser "activamente" sumisa e inocua, o ser 
activamente renovadora del entorno. Para que se pudiera decir que el diseño se 
halla en la línea de solución continua con la naturaleza, es decir, en estado de 
naturaleza "bruta", habría que pensar en un diseño carente de formalización, sin 
tecnología y sin industria, algo que ni siquiera llegó a suceder en la fase naturalista 
del diseño.) 
 
El diseño, pues, acaba siendo lanzado, proyectado a un exterior con el que 
entra en amable diálogo o en discusión enconada, según las circunstancias. En 
 
cualquier caso, podría decirse que el diseñador, como emisor del mensaje objetual 
o gráfico, ha perdido todo control sobre su obra en el momento que realiza su 
segunda "proyección", en el momento que suelta de sus manos el producto forjado 
y lo deja libre en el canal de la propaganda, la comunicación, la distribución o el 
consumo. También en este momento, por lo demás, el proyecto del diseñador se 
convierte de verdad en algo objetivo, es decir, en objeto: algo situado en una 
perspectiva distanciada, de alteridad, para los sujetos que van a ver o usar aquello. 
 
Eso podría decirse, pero sería poco exacto. Pues hemos de suponer que el 
propio diseñador es a su vez un usuario o un lector-visualizador de un diseño 
gráfico. Los diseñadores conocen la desazón que produce al encontrarse un objeto 
"propio" en las manos de otro, o el detener la mirada en un cartel publicitario 
diseñado por ellos e instalado ya en la pública calle. " ¿Esto lo he hecho yo?", se 
preguntan. Y algunos, en un extremo que no hay que desear a nadie, el extremo de 
la pérdida de la propia identidad ante el aspecto inesperadamente objetivo y plural 
que ha adquirido su creación singular, se dicen a sí mismos: "¿Este soy yo?", como 
si lo que han configurado con sus manos, lápiz, escuadra y tiralíneas fuera una 
parte de ellos mismos proyectada al exterior. No pocos diseñadores coincidirán aquí 
con nosotros en que lanzar al exterior una forma "hecha propia" y característica de 
un sujeto determinado, es como tirar por la ventana un trozo de nosotros mismos 
para deleite de una muchedumbre anónima que tiene una necesidad real de 
"devorar consumo'' más que consumir, de "devorar objetos'' o información gráfica, 
más que usarlas. 
 
Es posible que detrás de esta diferencia entre el lugar del "emisor" y el lugar 
del "receptor" en el diseño, se encuentre sencillamente el hecho de que el 
diseñador es alguien que realiza paso a paso la síntesis de la forma mientras que el 
usuario es en general alguien que recibe una forma sintética. El diseñador es casi 
siempre alguien que ha conocido la descomposición analítica de un objeto que ha 
querido mejorar, o, en muchos casos, ha conocido incluso la composición sintético-
originaria de un objeto a través del análisis de las pertinencias o paradigmas que 
estaban en juego en cada caso concreto. El usuario, por el contrario, no es eso casi 
nunca: es casi siempre alguien que renuncia inconscientemente a la 
descomposición analítica de lo que le llega a las manos como totalidad más o 
menos armónica de sus niveles de expresión y contenido. (Los objetos 
declaradamente mal diseñados, en cambio; sí facilitan este trabajo analítico del 
usuario, así, por ejemplo, las cabinas telefónicas de uso público instaladas en las 
calles de las ciudades españolas han permitido que los usuarios aislaran 
 
analíticamente un elemento de su composición: el ma1 funcionamiento de las 
puertas; pues a todo usuario se le hace patente que abrir aquellas portezuelas 
equivale a pillarse la mano entre sus dos hojas articuladas. En este sentido, los 
malos objetos son, de cara al usuario, más pedagógicos que los buenos, pues los 
defectos de algo que tienen que funcionar de acuerdo con ciertas expectativas se 
hacen mucho más patentes que los logros de lo que está adecuado a un buen fin.) 
 
Un diseñador, por ejemplo, que analizó todos los factores anatómicos 
necesarios para que un secador de cabello pudiera sostenerse en la mano izquierda 
mientras la derecha quedaría libre para sostener un peine, se escandalizaría al ver 
a un usuario sosteniendo el aparato por su cuerpo mecánico y no por su mango, o 
al ver que un usuario ha colgado del techo su anatómico diseño con rústicos 
alambres, de modo que el cabello se le seca mientras tiene las manos libres para 
afeitarse, pongamos por caso. 
 
O, en otro orden de cosas, el lector-visualizador de un cartel no está 
obligado a descomponer todos los pasos y articulaciones sintagmáticas que han 
sido necesarios antes de llegar a la síntesis de la forma. Este receptor tiene incluso 
la obligación de verlo todo al mismo tiempo, y de recibir de un modo sintetizado el 
conjunto de datos e informaciones que el diseñador puso encima de la 
mesa...precisamente para combinarlos de tal modo que, reunidos, ofrecieran un 
impacto único, sinérgico y contundente. En otras palabras: un ciudadano aficionado 
a la semiología verbal y visual o, sencillamente, un compositor de crucigramas o un 
buen jugador de ajedrez pueden desmontar fácilmente el truco del diseñador de 
acuerdo con sus hábitos analíticos, pero lo más propio y general (y lo que, por 
supuesto, desea el márketing y los agentes de publicidad) es que los transeúntes 
reciban un anuncio con la misma fuerza seductora o reductora con que una 
enamorada, por ejemplo, recibe un anillo, un pequeño objeto metafórico que 
equivale a una totalidad inanalizable. 
 
Esto ejemplifica lo que estábamos comentando: el usuario no suele 
descomponer analíticamente todas las pertinencias del objeto (entre ellas, 
básicamente, las pertinencias anudadas del tipo de adecuación forma/uso). En 
general, sucede lo contrario: el usuario tiende (cuando no está forzado) a recibir 
como un todo inanalizable lo que es (más o menos) producto de lo contrario, lo que 
fue antes análisis y composición sinergética de muy distintas pertinencias. 
 
 
Esto convierte en muy asimétrica, por lo menos en nuestros días la posición 
del "emisor" y del "receptor" del diseño respecto al objeto en sí. 
 
Introduciendo los términos de la filosofía idealista alemana podríamos decir 
que, para el diseñador, el objeto es o debería ser un objeto en-sí y para-sí, 
mientras que para el usuario el objeto es casi siempre tan solo un objeto en-sí. 
 
De hecho, para el diseñador un objeto es ante todo su para-sí, su 
"conciencia", su autoconocimiento, lo que aquí hemos definidocomo su reducción 
textual. Es de esta operación analítica de la que se desprende el objeto en-sí, el 
objeto sintético, formando una totalidad cerrada y suficiente. 
 
Pero para el usuario el objeto se presenta sólo como un en-sí, o, mejor 
todavía, como un en-sí para-mí, es decir: como un objeto único y circunscripto en 
el espacio, que se proyecta hacia mí (en el sentido que está ahí para que lo use o 
por lo menos lo mire, o lo vea, o en el peor de los casos lo guarde, lo regale a un 
tercero, o lo tire a la basura). 
 
Rizando el rizo podría decirse que un buen diseñador es posiblemente aquel 
que llega al objeto en-sí después de haber valorado y articulado todos los 
paradigmas de su para-sí, entre ellos los que hacen referencia a la relación de uso 
o de información que deberá establecerse entre el diseño y el receptor: lo que 
acabamos de designar con el nombre de para mí del diseño. 
 
Los diseñadores industriales, ellos por lo menos, tienden a situarse siempre 
en esta perspectiva doble frente a un problema de diseño: para llegar a la síntesis 
de la forma (para llegar al objeto en-sí) pasan a menudo por el camino de 
mediatización que supone "conocerlo" (formular su para-sí) y por el que supone 
"poderlo usar" (su para-mí). (De todos modos, ya hemos visto que el uso de un 
objeto no es más que un paradigma, in-textual decíamos, de su propio texto; de 
modo que e1 para-mí de un objeto hay que verlo formando parte obligada de su 
para-sí: que un cenicero pueda ser útil para mí -en tanto que supuesto usuario 
universal- no es más que uno de los paradigmas que pondré en juego en el 
momento de organizar su texto o su para-sí. 
 
Basten esos ejemplos y floraciones de ligero tono filosófico para 
convencernos de la simetría que hemos señalado: el diseñador puede (o debe) 
ponerse en la piel del usuario ("conocer un objeto es usarlo" decía uno de los 
 
miembros de nuestro seminario), pero el usuario no puede (o no está obligado a) 
ponerse en la piel del diseñador. Dicho, por fin, en nuestros términos 
acostumbrados, y de nuevo en el marco del esquema derivado de 1a lingüística 
estructural, el lugar del receptor como usuario no es más que otro de los factores 
contextuales del diseño. Y, puesto que la vinculación entre texto y contexto de1 
diseño ya ha sido caracterizada de acuerdo con la operación metodológica de la 
reducción textual, entonces puede decirse que el receptor (usuario o 
lector/visualizador, a veces ambas cosas) es también parte integrante del texto del 
diseño, y está presente en 1a síntesis de la forma como un paradigma más. 
 
Que esta integración haya sido prevista o no, eso poco importa: tarde o 
temprano se pondrán de manifiesto las conjunciones o las disfunciones que unen o 
separan entre sí al emisor y al receptor del diseño. En la medida que el receptor 
del diseño "funciona" como parte del contexto del mismo (y por ello como 
paradigma de su texto), en este sentido puede decirse que hay diseños amables 
para con los usuarios y diseños insolentes, incluso hirientes, como habíamos dicho. 
Puede decirse que hay objetos adecuados a un uso y por ello adecuados para un 
usuario, y diseño inadecuados a un uso, y por ello inútiles para un usuario, es decir, 
que en el fondo lo rechazan; hay diseños que abrazan cordialmente al usuario 
puesto que lo incluyeron en su texto, y hay otros que, al haber negligido esa 
pertinencia, lo ahuyentan, o por lo menos los ignoran.

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