Logo Studenta

Cuándo lo Prohibido es Tentación - Sandra Flores

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

CUANDO LO PROHIBIDO ES
TENTACIÓN
ENAMORADA DE MI JEFE
NORA CARBALLO
Título: Cuando lo prohibido es tentación
Copyright © 2021 Nora Carballo
Registro de la Propiedad Intelectual
Cubierta: imagen utilizada con licencia Depostiphotos™
Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su
incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio
(electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los
titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la
propiedad intelectual.
Ésta es una obra de ficción en su totalidad. Tenga en cuenta que, los nombres, personajes, empresas,
organizaciones, lugares, acontecimientos y hechos que aparecen en la misma son producto de la
imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas
(vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.
ÍNDICE
Prólogo
1. Liam
2. Adriel
3. Liam
4. Adriel
5. Liam
6. Adriel
7. Liam
8. Adriel
9. Liam
10. Adriel
11. Liam
12. Adriel
13. Adriel
14. Liam
15. Adriel
16. Liam
17. Adriel
18. Liam
19. Adriel
20. Liam
21. Adriel
22. Liam
23. Adriel
24. Liam
25. Adriel
26. Liam
27. Adriel
28. Liam
29. Liam
30. Adriel
PRÓLOGO
ADRIEL
Adriel: Dios, ¿por qué es tan imbécil?
Dalila: Creo que la pregunta es: Pobre Glenn, ¿por qué nunca está
preparado?
Adriel: Sin duda porque pasa más tiempo en la máquina de café que en
su computadora, por eso. Y aun así mira lo alegre que es. Como un lindo y
pequeño Santa Claus.
Suspiro.
Quizás su felicidad tenga algo que ver con que su esposa hace el mejor
pastel de manzana.
Dalila: ¡Oh, cielos! Cuidado, Lizzie, vienen por ti.
—Lizzie, ¿qué obtuviste de tu estudio de prueba? —La voz de nuestro
jefe interrumpe la charla de grupo, y sin estar preparada, nuestra compañera
de trabajo se pone nerviosa mientras busca las notas en su iPad.
Dalila: Mierda. Liz está en las últimas.
Adriel: Oh, me siento mal. Se está poniendo roja.
Dalila: Sí, Liz. Te estás poniendo muy roja.
Adriel: Liz, deberías ver tus orejas.
Dalila: Si el mismo diablo no estuviera respirando en su cuello, no
estaría sudando tanto.
Para ser justos, estamos en medio de una reunión. Debería estar
preparada, y no pretender tomar notas mientras está inmersa en los chats
online.
Dalila: Mira lo irritado que está Liam. Sus fosas nasales están muy
dilatadas.
Adriel: Sí, mira su cara. Parece un dragón tentado a prender fuego a
toda la habitación.
Me giro para estudiarlo desde mi posición en la mesa de conferencias, la
larga superficie de madera es un amortiguador monolítico entre mi jefe y
yo. Está a la cabeza, blandiendo el control y su lengua como una espada
afilada.
Nadie está a salvo de su desprecio.
Observo cómo reprende a mi amiga del departamento de marketing,
poniendo las dos palmas de la mano sobre el escritorio e inclinándose hacia
ella.
—No tengo nuevas ideas con las que trabajar aquí. Cómo es que… —Se
detiene a respirar profundamente y comienza de nuevo. Luego pasa una de
esas palmas grandes y masculinas por su cabello oscuro—. ¿Qué se supone
que haces en tu oficina todo el día? ¿Mirar por las ventanas esperando la
inspiración? Te quiero fuera de mi vista. Ve a escalar una montaña si es
necesario. Esta es una compañía de aventuras al aire libre, por el amor de
Dios. Ve al aire libre. —Le clava la mirada dura y sin emociones a un tipo
musculoso en la sala—. La innovación es uno de tus trabajos, Paul. Saca
una tienda, arma esa cosa y encuentra una forma de inspirar a esta mujer.
Miren. Sé que acabamos de salir de la temporada de vacaciones y todo el
mundo está en blanco, pero si no conseguimos algunos avances con
nuestros diseños para impulsar las ventas, este año fiscal terminará siendo
una completa mierda. —Su voz profunda resuena en las paredes mientras
todos estamos sentados en silencio, conteniendo la respiración.
Lizzie: Eh, ¿chicas? ¿Creen que todavía quiera mis notas?
Dalila: Al diablo con tus notas, Liz. No digas ni una palabra a menos
que tus “notas” sean reales.
Adriel: Estoy segura de que perdiste tu momento de hacerlo antes de
que se inclinara cómo un tigre en el zoo sobre la mesa.
Lizzie: Gracias a Dios, porque no tenía nada nuevo que añadir.
Veo al otro lado de la mesa como mi amiga relaja los hombros con
alivio, a la vez que una astuta sonrisa se refleja en sus labios pintados por la
goma de mascar. Sus ágiles dedos tocan con rapidez el iPad apoyado en su
regazo, y sé que su próximo mensaje no es para nosotras.
Dalila: No tienes notas porque estabas concentrada en coquetear con el
tipo en línea que tiene… ¿cómo lo llamaste?
Lizzie: ¿Filete de carne con pectorales?
Dalila: Sí, ese tipo. “El tipo de filete de carne”.
Lizzie: No puedo ser responsable de mis acciones. Tengo que
coquetear.
Adriel: Ni siquiera sabes si es real.
Lizzie: ¿A quién le importa si es real? Es la distracción perfecta.
—Quiero que todo el mundo se arrastre de vuelta a su agujero de la
oficina y se saque una idea del culo para el mediodía. Este es el verano de
sacarla de “home run”. ¿Nuestro objetivo demográfico? Alfred, él puede
proporcionar los datos, es el millennial y el yuppie. Si no sabes lo que es un
yuppie, búscalo en Google. Si no sabes cómo hacer eso, recoge tus cosas y
lárgate.
Al mencionar su nombre, Alfred palidece, un contraste poco atractivo
con el color verde oliva de su camisa de manga corta. Y su cuello se vuelve
de un rojo llamativo, lo que solo sirve para resaltar la barba que no vio
cuando se afeitó esta mañana.
Dalila: ¿Acaban de ver eso? Alfred se limpió la frente. Está sudando de
verdad.
Adriel: Sí, lo he visto. Parece que está a punto de vomitar. Pero has
oído lo que ha pasado, ¿verdad?
Lizzie: No, ¿qué pasó?
Adriel: Se rumora que la copia del anuncio que aprobó para la revista
Mountain Man tenía tres errores.
Dalila: ¡OMG! ¡NO TE CREO!
Lizzie: ¿Tres? ¡Oh cielos!
Adriel: Sí, tres.
Nuestro jefe mira a Alfred con ese par de ojos tan grises que me
retuerzo, aunque no están dirigidos a ninguna parte en mi dirección.
Gracias a Dios.
Levanta tres dedos todavía mirando a Alfred.
—¿Cómo pudiste dejar que tres...? —Se detiene de nuevo, empujando
su gran mano a través de su cabello grueso y despeinado—. ¿Cómo pudiste
dejar que tres errores pasaran por la prueba? Tenías un solo trabajo, Alfred.
Uno. Evitar que parezcamos analfabetas.
Tiene razón; un anuncio no tiene más de cien palabras.
—Lo siento mucho, Liam. Yo, uh, tuve migraña ese día —dice,
doblando inquieto el pañuelo que tiene en sus manos.
Un regalo de su esposa, sin duda. Bordado con sus iniciales y un
corazón digno de ser amordazado. Lástima que lo use para limpiarse el
sudor nervioso que le sale de las sienes.
No es un buen aspecto para Alfred, ni para nadie en realidad.
—Me estás dando un dolor de cabeza. —El jefe se rinde en su silla, con
la mano en la cabeza.
—Lo siento, Liam, yo...
—No, Alfred, yo soy el que lo siente. —El significado de sus palabras
no puede ser más claro: “siento haberte contratado. Tengo la intención de
despedirte si la cagas una vez más”—. No habrá segundas oportunidades.
—Se endereza en su asiento, dirigiéndose a la sala en general—. Por el
amor de todo lo que es sagrado, que alguien me dé algo antes del mediodía.
Mis dedos, a punto de teclear un mensaje a mis amigas, cesan su
misión. Son las diez y cuarto. Quiere ideas para el mediodía y tengo una
cita con él a las once.
Cielos.
Cuando mis ojos suben de la pequeña pantalla acunada en mis manos,
se conectan con un conjunto de ojos grises como el acero, bajo dos cejas
oscuras y una línea inexpresiva en esos labios carnosos, impasibles.
Es tan guapo. Hermoso, incluso. Lo qué es un desperdicio en un hombre
tan emocionalmente desapegado. Aun así, cuando nuestros ojos se
encuentran -demasiado tiempo para ser una coincidencia- el calor me sube
por el pecho, el cuello y las mejillas. Me presiono una palma en la cara y
también está caliente, me da escalofríos.Madre mía, tengo una cita con él a las once.
Y no le va a gustar lo que tengo que decirle.
Capítulo 1
LIAM
¿Por qué carajos me mira así? No ha dicho ni una sola palabra en...
¿Cuánto? ¿Tres minutos?
Dejo pasar los segundos a pesar de la incomodidad, y el silencio se
extiende delante de nosotros, desagradablemente largo. Las situaciones
incómodas y desafiantes son lo que mejor hago, y me gusta mucho.
Tic. Tac. No te preocupes, tengo mucho tiempo.
Veinte minutos enteros anotados solo para ella, por su petición, para
sentarse aquí y desperdiciar mi precioso tiempo, esperando que abra esa
bonita boca y diga lo que piensa.
En cambio, se mueve en su asiento, incapaz de tirar hacia abajo la falda
gris que abraza sus caderas. Es apretada y elegante, complementada por una
camisa blanca de botones y gafas negras que descansan sobre la punta de su
nariz, con un oscuro corte de cejas sobre sus bordes.
No se parece a ninguna coordinadora de marketing que haya conocido,
y ciertamente no tenía ni idea de que hubiera alguien que se pareciera a ella
trabajando para mí. Debajo de mí.
Cuatro pisos más abajo para ser exactos.
Parece una contadora. O secretaria. O la directora de una escuela
preparatoria de la costa este.
Giro en mi silla de cuero antes de sacar un bolígrafo de mi escritorio y
pellizcarlo entre mis dedos, estudiándolo.
Muy bien, fingiré aburrimiento.
Presiono la tapa una o dos veces, viendo los grandes ojos marrones de
esta mujer seguir mis movimientos desde el otro lado de mi enorme
escritorio. Sus cejas se pellizcan, muestra de que la paciencia apenas velada
se desgasta.
Adriel.
Cuando vi su nombre en mi agenda de citas, asumí que la persona que
entraría por la puerta sería un hombre. Imagina mi sorpresa cuando la
delicada muñeca que golpeaba suavemente en mi marco de la puerta
pertenecía a la mujer sentada en mi mesa de conferencias esta mañana.
Ella estuvo en su celular durante toda la reunión. Y apuesto mi saco de
nueces derecho a que estaba chateando con alguien.
Miro la hoja de papel y observo cada letra de su nombre; nunca me
había sentado ni reunido con esta mujer desde que está en mi compañía.
Cinco años.
Incluso con un sólido historial de resultados, según mi secretaria, nunca
antes había estado en mi oficina. Adriel algo, cuyo apellido no puedo
pronunciar y no me molesto en intentarlo.
Separo mis labios y nos saco a ambos de nuestra miseria.
—¿Sabe tu supervisor que estás aquí? —le pregunto.
—Todavía no —contesta, enderezando su columna vertebral y sus
pechos se tensan contra la camisa almidonada—. Yo quería... —Se detiene,
inhalando un aliento nervioso.
—¿Por qué no fuiste primero a Recursos Humanos? Es el protocolo.
Me gusta ser directo. Prefiero la franqueza a las tonterías cubiertas de
caramelo, sin importar el sabor que alguien trate de darme.
—Quería darte mi aviso de dos semanas en persona. Pensé que sería
agradable.
¿Agradable? ¿Está hablando en serio? ¿Quién hace eso?
—Estás renunciando. ¿Crees que me importa que sea agradable? ¿O
educado? Esos rasgos no tienen cabida en esta oficina. Es una oficina, no
una guardería; estamos aquí para hacer dinero, no para complacer
sentimientos.
—Pensé que como es tu compañía, me convendría no quemar ningún
puente —dice temblorosamente.
Pensé, pensé, pensé… ¿No es simplemente adorable?
De repente la imagino en un pequeño pueblo en medio de la nada en
EE.UU., donde los padres enseñan a sus hijos modales y pasan tiempo de
calidad juntos los fines de semana. Noches de cine en familia y toda esa
basura de sentirse bien.
Resoplo, haciendo clic en mi bolígrafo.
Adriel. ¿Qué clase de nombre es ese? Ah sí, el nombre de un hombre,
eso es.
—No quieres quemar ningún puente —repito con una mueca de
desprecio, mirando el papel de color crema que puso en mi escritorio
cuando entró. Su carta de renuncia impresa en papel de currículum—. No
solo quemo puentes. Dreno los ríos y los relleno con hormigón. Luego me
voy a acampar a lo largo de las orillas de los otros ríos. Soy dueño de una
compañía de aventuras al aire libre, así que encontrar una tienda de
campaña es fácil para mí.
Su boca se frunce, sorprendida o disgustada por mi franqueza, no puedo
decirlo.
Estudio el papel que tengo en mis manos.
—No dice a dónde te diriges a continuación —agrego—. ¿No necesitas
una carta de recomendación? Porque debo decir, Adriel —Me recuesto en
mi silla, dejando que chirríe en sus viejas y oxidadas bisagras—, dejarlo a
mi consideración es una forma muy pobre de obtener una.
Niega con su cabeza, y el cabello oscuro recogido en un moño ordenado
tras su nuca no se mueve ni un centímetro.
Dejo que mis ojos se deslicen desde las puntas de sus brillantes tacones
de cuero, al cuello de su almidonada camisa de vestir mientras se sienta
frente a mí.
Mis ojos se estrechan.
—¿Siempre te vistes así para el trabajo?
Ella mira su blusa, tocando un botón de perlas abrochado contra su
garganta.
—Cuando tengo una reunión importante, sí.
—Es una compañía de aventuras al aire libre y tienes un moño de
bibliotecaria en el cabello.
Se pone rígida, los ojos caen sobre la corbata de seda azul anudada
alrededor de mi garganta y los anchos hombros de mi abrigo, sin duda
etiquetándome de hipócrita. Mala suerte, es mi compañía. Hago lo que me
da la gana, y también tengo una importante reunión esta tarde con los
anunciantes. No voy a aparecer con una camisa a cuadros de leñador con las
mangas arremangadas hasta los codos.
Adriel toca uno de sus aros de oro.
—Pensé que nuestra reunión merecía un poco de esfuerzo extra esta
mañana.
—Bueno, podrías haberte ahorrado la molestia. Cuando alguien
abandona Roam, Inc., ya no me sirve su tiempo.
—Pero Liam, espera...
Utiliza mi nombre en lugar de mi apellido, levanta un brazo, se cepilla
un mechón de cabello invisible detrás de la oreja; un hábito nervioso que ya
la vi hacer varias veces en la conferencia de la mañana. No puede rastrillar
sus dedos a través de su cabello porque está recogido en ese estúpido moño
de matrona.
—…vine a sugerir que aunque trabajaré por mi cuenta, mis servicios
podrían serte de utilidad —agrega.
—¿Tus servicios? —Una risa incrédula se me escapa de los labios.
Cuando pienso en servicios, mi mente se va inmediatamente a damas de
compañía, mamadas y mujeres sueltas. Demándame por pensar
inmediatamente en sexo.
Debió leer mis pensamientos reflejados en mis ojos, porque su aleteo y
la piel de su cuello expuesto se ponen al rojo vivo.
—Mis servicios de diseño, sí. Por fin estoy...
—Nos las arreglaremos bien sin ti, estoy seguro. —Agitado por el
excitante brillo de sus ojos, la corté.
¿Se va y tiene las pelotas de empezar a ofrecerme su trabajo por
subcontratación?
No lo creo, cariño.
Me inclino hacia adelante, con las manos dobladas sobre el escritorio y
las mangas de mi camisa de vestir enrolladas hasta los codos.
—No tengo éxito por pasar mi tiempo ofreciendo ayuda a todos los que
la necesitan. Esto es un negocio, no un hobby. Y ya que insististe en esta
pequeña reunión, déjame ponerte al corriente de algo; una valiosa lección
que podría ser útil para tu próximo trabajo, si quieres.
—Te escucho.
La nivelo con una mirada fija.
—Si piensas por un segundo en trabajar para la competencia, piénsalo
dos veces.
Muevo los papeles de mi escritorio, pinchando el dedo en su contrato de
“no-competencia”; el que firmó la primera semana que subió a bordo en
Roam, Inc. El mismo es irrevocable por un año después de la terminación
de su empleo, y no tengo miedo de hacerla pagar si lo incumple.
Sí. La tomaré por todo lo que vale si trabaja para la competencia.
Su barbilla se levanta una fracción.
—Nunca lo haría.
Mi labio se riza en una sonrisa.
—Eso es lo que todo el mundo dice.
Me mira fijamente a la boca unos cuantos latidos antes de sacudir la
cabeza.
—No volveré a trabajar para nadie. Por fin voy a trabajar para mí
misma. Y si no puedes respetar eso, supongo que te sobreestimé.
Me inclino hacia adelante, agarrando mis manos sobre el escritorio.
—¿Me sobreestimaste?
—Pensé queeras progresista. Como alguien que empezó su propia
compañía desde cero, pensé que tal vez me darías una oportunidad —Se
pone de pie, entregándome una carpeta de manila—. Mi trabajo de diseño
gráfico es bueno. Fantástico incluso. Si no puedes ver eso, entonces, bueno.
Eres un...
Mis cejas se elevan hasta la línea del cabello.
—¿Soy un qué?
—Un grandísimo imbécil. —Después de decir la última palabra, se da la
vuelta de un tirón y sale de mi oficina.
¿Un imbécil? Por favor, he oído cosas peores.
Cuando por fin se ha ido, toco el ratón de mi portátil, desplazándome a
través de los contactos de la empresa. Necesito saber más de esta mujer.
Adriel Lévêque.
Escribí mal su apellido tres veces, antes de finalmente hacerlo bien y
presionar enter.
Capítulo 2
ADRIEL
El sonido de la puerta de cerrándose detrás de mí me asusta y me saca del
estupor. De la neblina de la ilusión que de alguna manera había creado, y
con la que me había rodeado en las últimas semanas, pensando que tal vez,
solo tal vez, querría contratarme como contratista una vez que dejara la
compañía.
Estaba apostando a que él me daría una oportunidad.
¿Qué rayos acaba de pasar ahí dentro?
¿Acabo de entrar en la oficina del Sr. Aventura al Aire Libre con un
sobre lleno de diseños, para renunciar? ¿Para presentarle mi nueva
compañía? ¿Para mirar fijamente lo fuerte que luce su mandíbula mientras
suelta insultos?
Sí, lo hice.
Oh Dios, lo hice. Y también lo llamé imbécil en su cara.
Honestamente, su mirada se quemará en mi cerebro para siempre, y
dudo que insultarlo sea un buen presagio para mí en lo más mínimo.
Hablando de no querer quemar puentes... Pero es que ni siquiera me dejó
decir una palabra.
Bueno, tal vez unos cuantos tartamudeos aquí y allá.
Buen trabajo, Adriel.
Una forma de representar el futuro de Fresh Minted Designs, perdiendo
tu primer cliente potencial cuando más lo necesitabas. ¿Cómo te va a
ayudar eso a tener éxito?
—¿Cómo ha ido?
Paso por delante de Gracie, la asistente de Liam, pero su susurro
escénico me detiene. Se inclina sobre el frío mostrador de piedra, mirando
hacia arriba y abajo del pasillo, y luego me hace un gesto con el dedo para
que me acerque.
—¿Y bien? ¿Cómo ha ido? No estuviste mucho tiempo ahí.
Miro hacia la oficina de Liam Blackburn, con mi rostro derrotado.
—No como esperaba. Y ahora sé de dónde sacó su apellido. Su
personalidad es tan negra como su alma.
Gracie hace un movimiento con el dedo para que me acerque más
todavía. No tengo nada mejor que hacer ya que acabo de dejar mi trabajo,
así que sigo su pequeña orden, descansando mi cadera contra su mostrador
de granito con un fuerte suspiro.
Hace una mueca.
—Así de mal, ¿eh?
—Peor.
—Pero no escuché ningún grito. ¿Qué tan malo pudo haber sido?
Mis cejas se disparan.
—¿Gritos?
—Bueno, sí, te vas. Renunciaste. A Liam no le gusta que la gente deje
la compañía.
Como si necesitara que me lo dijeran; acabo de verlo de primera mano.
—¿Pudiste darle tu aviso de dos semanas?
—No. La conversación se estancó cuando empezó a hablar de mi no-
competencia.
Gracie se ríe, haciendo clic en su teclado.
—Sí, normalmente hace que la gente limpie su escritorio en el momento
en que tienen intención de irse. No te sorprendas si ya hay una caja
empacada para cuando llegues a tu escritorio.
—Oh, ¿en serio? Nunca lo hubiera imaginado. —Las palabras gotean de
mi boca, cubiertas de un sarcasmo que no puedo ocultar, pero mi estómago
cae.
Espero que me deje quedarme; necesito estas dos últimas semanas.
—Bueno, ha construido esta compañía con sangre, sudor y lágrimas del
suelo...
—Cariño, lo sé —Me inclino para darle un leve apretón en su hombro
—. No tienes que defenderlo. Lo entiendo. No es nada personal. Son
negocios. Solo esperaba que me diera una oportunidad para... —Me corto
cuando escucho que al final del pasillo se abre una puerta.
Su puerta.
La espalda de Gracie se pone rígida y sus dedos empiezan
inmediatamente a volar más rápido por su teclado.
Me congelo. Mis hombros se ponen rígidos, la espalda se endereza, los
sentidos se activan, y de repente estoy en alerta máxima.
Su colonia me alcanza, es aguda y masculina con un aire de poder,
mezclada en un inconfundible y ridículamente embriagador aroma.
Liam Blackburn es bosques, ríos y aventura. Es emoción.
Un momento, ¿qué carajos estoy diciendo?
Liam Blackburn es un maldito imbécil.
La energía del aire se desplaza en el pasillo. Los pasos de mando se
acercan, deteniéndose justo detrás de mí.
—Srta. Le… —Se detiene, intentando pronunciar mi apellido—. ¿Qué
haces todavía aquí? ¿No tienes dos semanas de aviso que darle a tu
supervisor?
No me está haciendo limpiar mi escritorio. Perfecto.
—Es Lévêque. Se pronuncia le-veck.
—¿Qué es?
—Mi apellido.
Sus ojos son agudos, intensos y plateados, con la sombra de las cinco en
punto cubriendo su fuerte y cincelada mandíbula. Liam cruza los brazos, y
los bíceps se tensan contra la cara tela de su camisa azul abotonada, con los
pies separados a la distancia de los hombros. La postura hace que la
habitación se sienta más pequeña, más apretada, aspirando todo el aire.
—Le-veck —repite, probándolo en sus labios.
Sus hermosos y carnosos labios.
—Sí. Es francés.
Sus ojos se estrechan aún más, si es que eso es posible, y aprieta la
mandíbula. Luego exhala irritado mientras mete las manos en sus bolsillos.
—Gracie, por favor muéstrale a la Srta. Moño de bibliotecaria Le-Veck
el ascensor. El reloj está corriendo en su tiempo aquí.
—Sí, Sr. Blackburn.
Con una mirada de disculpa, su asistente se levanta y se apresura a
cumplir sus órdenes, me guía apresuradamente a los ascensores a seis
metros de su escritorio, y con las manos sobre mis hombros me impulsa
hacia adelante.
—Lo siento mucho. Hablaremos más tarde —susurra. Su uña de color
rojo rubí pincha el botón de abajo; las puertas se abren automáticamente,
revelando las paredes interiores negras y cromadas.
Al entrar, me doy la vuelta y presiono el botón del piso, cuatro niveles
abajo.
—A recursos humanos primero, Srta. Francesa —dice Liam con una
sonrisa burlesca y apuntando hacia el techo.
Imbécil.
Uno alto, con hombros anchos y cintura cónica, pero lo mejor de él es
su comportamiento desfachatado. Lo que me atrae como las abejas a la
miel; y me intriga sin fin.
Mientras las puertas del ascensor empiezan a cerrarse, Liam sigue ahí
de pie, con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones
perfectamente planchados, y mirándome con el ceño fruncido grabado en
sus hermosas cejas oscuras.
A pesar de lo maleducado que ha sido conmigo, siento la necesidad de
ser agradable y demostrarle que no soy como él.
—Gracias, Sr. Blackburn —digo, justo antes de que las puertas se
cierren delante de mí.
Me sonrío a mí misma, sabiendo que tuve la última palabra. Y solo
cuando siento que el ascensor empieza a desplazarse, mis hombros se
relajan, y me apoyo en la pared dejando salir un aliento desordenado.
Dar un aviso de dos semanas ya es bastante difícil, ¿pero dárselo
directamente a un hombre como ese? Es aterrador.
No fue nada parecido a lo que imaginé cuando representé el escenario
en mi mente. O cuando ensayé el discurso que iba a dar frente a mi perro;
un pequeño que rescaté y al que llamé Scott, porque creo que es
graciosísimo ponerle nombres de personas a las mascotas.
—Oh, Sr. Blackburn. Muchas gracias por verme hoy, sé que su tiempo
es valioso —murmuro, encerrada en el ascensor. Luego aclaro mi garganta
—. Oh, ¿qué te gusta mi atuendo? Muchas gracias. Lo elegí solo para verte
a ti.
Pero no le había gustado; solo se burló. Yo tartamudeaba sobre mí
misma y no tuve chance de plantarme, de defenderme, y me caí de bruces.
Tuve visiones de lo perfecto que podría haber sido. Sueños, en realidad.
Se suponía que los elogios y la gratitud lloverían sobre mí, y que saldría
de su oficina con la emoción por una nueva sociedad, por el crecimiento.
Tal vez algunos choques de manos, o algunos apretones profesionales, o un
choque de puños para sellar el trato.
Me ajusto la falda lápiz, sintiendo elabrazo de la tela y abriéndola un
poco por la espalda, lo que me permite tener espacio para respirar, luego
abro los dos botones superiores de mi sofocante camisa.
Avergonzada por el escenario que acabo de atravesar, vuelvo a mi
pequeña oficina, que es en realidad un cubículo glorificado, pasando a
muchos compañeros de trabajo guapos e increíblemente entrometidos.
Las ruedas chirriantes se ajustan contra la alfombra de la oficina,
rodando hacia adelante mientras me siento. Inclinada sobre mi mesa, me
agarro la frente con una de mis manos y repito la reunión una y otra vez en
mi cabeza.
La postura casual pero intimidante de Liam Blackburn. Sus largos dedos
jugando con esa pluma. El estrechamiento de su cintura en sus pantalones
bien confeccionados mientras miraba las puertas del ascensor cerrarse ante
mí. El simple desorden de su cabello, empujado en todas las direcciones,
clara evidencia de que hace unos momentos estuvo tirando de esas sedosas
hebras marrones, tomando una decisión para la compañía que ha creado
desde cero.
Y esos ojos…
Cejas oscuras encapuchadas sobre un par de ojos plateados, no azules,
ni grises... sino plateados, que por primera vez había estado lo
suficientemente cerca como para descubrir el verdadero color. Los mismos
que se volvieron de un color musgoso a medida que se irritaba más
conmigo.
Conmigo. Ugh.
Liam Blackburn, el insensible, descarado y calculador. Sin embargo, en
ese breve momento en que nos miramos fijamente, vi una fugaz
vulnerabilidad detrás de su duro exterior. Un destello de...
Toc, toc…
Antes de que mirar hacia arriba para ver quién está golpeando la pared
de mi cubículo, sé que es mi mejor amiga, Genoveva. Trabaja en IT, la parte
técnica de Roam, Inc., y quien me ha apoyado mucho para que deje la
compañía y empiece mi propia marca.
—Bien. ¿Cómo te fue? —Gen se sienta en un pequeño archivador en mi
oficina, con las piernas cruzadas y lista para escuchar.
Girando lentamente en mi silla, me inclino hacia ella y aprieto mis
labios.
—¿Cómo crees que fue?
Su cara se tuerce.
—¿Puedo adivinar que no tan bien? —lo expresa como una pregunta—.
El Sr. Blackburn no parece ser un tipo comprensivo. Está demasiado
enojado todo el tiempo.
La subestimación del año.
—Dios, Gen, me acobardé tanto. Estoy tan avergonzada... y ni siquiera
pude hablar de mi idea o mis planes —Sacudo la cabeza—. ¿En qué estaba
pensando? La leyenda de Liam Blackburn me cortó antes de que pudiera
sacar las palabras de mi boca —Me río, encontrando la reunión más cómica
con cada respiración—. Ni siquiera sabía mi apellido, lo que significa que
no tenía ni idea de quién era yo. Impresionante.
Eso hace que Genoveva estalle en risas.
—Parece tan refinado. ¿Cómo pudo ignorar tu apellido?
—No podía pronunciarlo, así que no se molestó en decirlo —Me encogí
de hombros—. O tal vez fue su manera de burlarse por última vez antes de
que me fuera.
Obediente y comprensiva, mi amiga me frota la espalda.
—Todo lo que hizo fue hacerse ver como un idiota —Su zapato de
tacón alto rebota arriba y abajo—. Oye. Escucha. Olvídate de él. Te vas a ir,
y vas a patear algunos traseros serios cuando estés ahí afuera, empujando a
todas estas compañías, haciéndote un nombre, que él va a lamentar no haber
valorado.
Sacudo mi cabeza.
—Ni en mis sueños sucedería algo así.
—Te lo digo, se arrepentirá.
Cogiendo un clip, juego con el metal y deshago su forma, una
costumbre nerviosa mía. Cuando era más joven, me metía el metal en la
boca contra los dientes y fingía que usaba frenos. Ahora soy mayor, así que
solo vuelvo a poner el metal doblado en mi escritorio.
—¿Algún chisme de última hora del que tenga que enterarme?
Genoveva lo sabe todo. Y, en mi opinión, tiene el mejor trabajo de la
empresa.
Ella monitoriza las cuentas de mensajería instantánea, vigilando
cualquier tipo de mala conducta o mal uso del tiempo. Crea nuevas cuentas
de empleados, correos electrónicos y borra los antiguos. También hace
capturas de pantalla al azar de los escritorios de sus compañeros de trabajo.
Básicamente, es los ojos y oídos de Roam, Inc.
¿La mejor parte de su trabajo? Nadie sabe exactamente lo que hace;
creen que instala teléfonos de trabajo y arregla sus ordenadores de vez en
cuando, lo que significa que puede desenterrar algo de suciedad real de la
gente.
—Hmmm —tararea, golpeando un dedo contra su barbilla—. Calvin de
finanzas tiene una novia que se va a poner implantes este lunes, y él está
pagando por todo.
—Estás mintiendo.
Ella sacude la cabeza enérgicamente y yo me río.
—¿Qué pasa con Rose y Blaine? —pregunto.
Toma una menta de mi plato de dulces y se la mete en la boca, arruga la
envoltura entre sus dedos antes de tirarla en el basurero junto a mi
escritorio.
—Todavía en un punto muerto. Él no admitirá que se enamoró de ella, y
ella no admitirá que lo besó cuando estaban borrachos en la última fiesta de
la oficina. Parece que la buena y anticuada terquedad se va a interponer en
su camino hacia el amor verdadero.
—Qué lástima —Tirando mi sujetapapeles a la basura, agarro otro—.
¿Y Sally en la nómina? ¿Le sigue hablando mal de mí a Jessica?
Genoveva pone sus ojos en blanco.
—Siempre. Dijo que hoy estabas vestida como una vagabunda y fuiste a
la oficina del jefe para tratar de cogértelo —Resopla suavemente—. Como
si alguien quisiera acercarse a esa pene de hielo.
Me muerdo el interior de mi mejilla, mientras bajo mi mirada.
Alguien podría querer hacerlo. De hecho, puedo nombrar a esa persona
en mi cabeza en este momento.
Yo.
Mi amiga sigue hablando, sin darse cuenta. Dios, si supiera los
pensamientos que he tenido sobre nuestro jefe, ella moriría.
—¡Eh! —llama mi atención—. ¿Sigue en pie lo de mañana por la
noche? ¿Celebración del trigésimo cumpleaños? —Aplaude, emocionada.
Algunas personas pueden temer cumplir treinta años, pero yo no. Al
contrario, estoy emocionada de salir de mis veinte años, y estoy lista para
que me tomen más en serio. Estoy lista para tener mi propio negocio y para
este nuevo capítulo de mi vida, a pesar del comienzo ligeramente negativo.
—Por supuesto. Necesito un trago fuerte.
Mi amiga se ríe.
—Una bebida fuerte y una buena revolcada.
—Confía en mí, lo segundo no va a suceder.
—¿Por qué no?
Porque por alguna razón desconocida, mi vagina y yo queremos a un
solo hombre.
Un hombre que definitivamente no me quiere: Liam Blackburn.
Capítulo 3
LIAM
—¿Puedes quitar los pies de mi escritorio?
Mi amigo Jamie pone los ojos en blanco y me ignora, sin importarle que
sus botas llenas de barro dejen gravilla en mi alfombra y mi escritorio.
—¿Qué es lo que te tiene de tan mal humor? Estás más obstinado que
de costumbre.
—La reunión de esta mañana fue una completa burla; me hubiera
venido bien que estuvieras allí.
—¿Qué habría hecho yo?
—No lo sé. ¿Prestarme apoyo moral? ¿Evitar que perdiera la cabeza?
Jamie Cooper es el Jefe de Innovaciones, y su función principal es
probar las nuevas ideas que nuestro equipo de desarrollo crea. ¿Una nueva
tienda de campaña? La llevará a la naturaleza y dormirá en ella. ¿Inventar
una nueva herramienta de escalada? Cooper es el tipo que escalará la pared.
¿Saltar desde un puente en una nueva cuerda? Él es el demente que lo hará.
Además, es mi mejor amigo y la voz de la razón.
Jodido, pero cierto, ya que se gana la vida en balsas en aguas
turbulentas.
—¿Perdiste la cabeza en una reunión? Eso no es propio de ti. —Se
inclina hacia adelante y busca en el escondite de caramelos de Brach que
guardo en un pequeño cubo galvanizado de plata. Desenvuelve uno,
arrugando el papel ruidosamente, a propósito, para molestarme.
Entrecierro los ojos.
—Bien. Puede que sea una ligera exageración, pero juro por Dios que
no sé quién contrató a algunas de estas personas...
Sonríe, se mete el caramelo en la boca y lo mastica.
—Uh. ¿Tú?
Hago el sonido de un timbre.
—Equivocado. Recursos Humanos. Se supone que son los mejores de
los mejores, y ninguno de ellos tenía una sola maldita idea. Luego tuve una
reunión con Adriel Lévêque, lo que fue otro maldito desastrepara mí. De
por sí un día terrible.
Obviamente no se me escapa que pronuncio su apellido correctamente,
cada sílaba sale de mi lengua de la misma manera que sale de la suya.
Sedoso y exótico.
—Acabas de maldecir dos veces.
—¿Quieres escuchar?
—Lo intentaré, pero no tengo ni idea de quién es ese tal Adriel.
—Es una mujer. Y dejó su trabajo esta mañana. Renunció. Es lo mismo.
—Amigo, eso apesta. ¿Empacaste sus cosas y pediste a seguridad que la
acompañara a la salida?
—No. Ella tendrá sus dos semanas completas.
Las cejas oscuras de mi amigo se levantan.
—¿Tienes fiebre? ¿Debo tomarte la temperatura? —Se levanta de su
asiento, atravesando el escritorio y apuntando a mi frente con la palma de
su mano.
Lo aparto de un bofetón.
—Ya basta.
Cooper se ríe, agarrando otro de mis caramelos e inclinando su cabeza
para estudiarme.
—Tengo que ver a esta chica —agrega.
No, no lo harás.
—¿Para qué?
Sus cejas suben con mi tono.
—Obviamente algo tiene esta chica que te afecta, o le estarías pateando
el trasero a la acera como has hecho con cualquier otro que se ha largado.
Me burlo, dirigiendo mi atención al monitor de la computadora.
—¿De qué estás hablando? No me afecta en nada. Ni siquiera la
conozco. Esto es una empresa, no un servicio de citas. No cagues donde
comes, para eso está la política de no fraternizar —Entrecierro los ojos ante
él—. ¿Lo has leído?
Su mano se agita en el aire.
—Esa política es una estupidez y lo sabes.
—¿Por qué? ¿Porque no la estás cumpliendo?
Otra risa.
—Créeme, si hubiera alguien aquí con quien quisiera acostarme,
ninguna política estúpida me detendría —Sonríe y su mirada me dice que
no ha terminado; no con los comentarios idiotas—. Así que esta chica te
dejó colgado... no tenías ni idea de quién era antes de tu reunión, ¿verdad?
¿Así que, por qué la mantienes aquí todavía? Ella terminará en dos
semanas, ¿por qué no le sacas sus cosas a la calle como al resto?
Suspiro, reclinado en mi silla, aflojando la corbata que solo usaba para
impresionar a mis inversores. Es de un azul impactante contra mi camisa
azul con las mangas arremangadas hasta los codos.
Empujando mi teclado a un lado, me inclino hacia adelante,
descansando mis antebrazos en la superficie de madera frente a mí. Aprieto
mis manos y disparo a Jamie una mirada impaciente.
—No tengo a nadie para reemplazarla. ¿No has estado escuchando? La
reunión de esta mañana fue un espectáculo de circo. Si ella se va, estoy
jodido. Hemos estado lanzando a Outdoor Ecosphere, y la necesito para el
marketing.
—Pero dijiste que la gente de marketing apestaba.
—No está en el equipo de marketing directamente; ha estado diseñando
para todos los medios sociales, y es buena —admito esta última parte a
regañadientes.
¿Cómo podría saberlo? Aceché nuestra presencia en línea durante media
hora, como un idiota, haciendo clic en nuestro sitio web, Instagram, y
Twitter. Su trabajo es limpio, marcado y oportuno, sus mensajes son
inteligentes y divertidos, pero profesionales.
Al igual que sus cuentas personales.
Y lo sé, porque también las estuve espiando con mucha intensidad.
—Así que vas a dejar que se quede —insiste Jamie. Mastica, traga,
mastica… Y el sonido del caramelo pegajoso siendo masticado me hace
querer atravesar el escritorio y estrangularlo.
—Sí. —Tomo un lápiz para ocupar mis manos.
—¿Y no tienes ningún interés en tirártela?
Levanto los ojos y lo miro fijamente.
—¿Por qué eres así?
Se encoge de hombros bajo la franela blanca y la camisa a cuadros.
—¿Por qué estás siendo tan perra?
Jamie y yo tenemos historia, solo que él siempre se sale con la suya
llamándome perra, sobre todo porque soy consciente de que estoy actuando
como tal.
No es un secreto que soy un obstinado implacable; no me gusta la gente
alegre.
O ser alegre.
O la gente.
Sí, definitivamente no me gusta la gente.
Pero a él lo quiero como a un hermano, aunque no sea más que un idiota
gigante la mayor parte del tiempo.
Nos conocimos en la escuela secundaria cuando su familia se mudó al
lado. Una gran camioneta de mudanzas se detuvo en la parte delantera de
una casa que había estado vacía durante cuatro meses enteros.
Salió de un taxi con los de la mudanza, se paró en la acera,
protegiéndose la cara con las manos, mirando la casa. Subió al interior del
taxi y volvió con un guante de béisbol. Golpeó el cuero un par de veces
para llamar mi atención, luego lo levantó, encogiéndose de hombros. Yo
tenía una pelota y se la lancé tan fuerte como pude.
Cuando la atrapó, el resto fue historia.
En el instituto, ambos jugábamos al béisbol. Nos metimos en problemas
por todo tipo de cosas, desde romper las ventanas de nuestros padres, a salir
a escondidas hasta emborracharnos y quedarnos fuera después del toque de
queda.
En el instituto, Jamie rompió con mis novias por mí; en la universidad,
yo rompí con la suya. Se convirtió en el sensible que comprende los
sentimientos de la gente. ¿Pero yo? Eso no me importa ni un poco.
Me rompí el lomo trabajando en la escuela, cargando con un montón de
créditos y pasando de un trabajo a otro. Yo era el sensato, el cuello rígido, el
aguafiestas, mientras Jamie se divertía y se follaba a cualquier cosa con
pulso.
Con mentalidad de negocios, hice mi maestría, mientras él se metía en
trabajos secundarios al azar. Honestamente, creo que estaba esperando que
yo tramara un plan que nos pusiera a ambos en el negocio. Y así lo hice:
Roam, Inc.
Me pasé los dos años trabajando duro en mi postgrado. Quería
aventuras pero necesitaba trabajar. Me gustaba el aire libre, probar los
límites y las fronteras buscando un subidón de adrenalina. Vagar por el
mundo es lo que quería hacer.
Soy sinónimo de mi marca; la compañía y yo somos uno. Por eso me
enojó tanto que la Srta. Moñito se retirara sin preocuparse, y más aún que
me lo dijera en mi cara. ¿Quién hace eso?
—¿Que por qué soy así? —pregunta Jamie quien me mira fijamente,
con la cabeza inclinada hacia un lado, esperando.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—Me preguntaste que por qué soy así. —Usa comillas alrededor de la
palabra “así”. Se ríe, inclinando la cabeza hacia atrás—. Saca la cabeza de
tu trasero, hombre. Entonces, ¿quién es esta chica?
¿Chica?
Apenas.
Adriel es toda una mujer; una tímida, pero muy valiente.
—¿Por qué eres tan insistente con todo lo que tiene que ver con las
mujeres y el sexo?
—Eres tú quien no está dispuesto a nada. Tal vez deberíamos salir este
fin de semana. Amigo, puedo ver la retención de esperma saliendo de tus
oídos. Necesitas echar un polvo urgente.
Tiene razón. Lo necesito.
Pero a diferencia de Cooper, yo soy del tipo discriminatorio. Necesito a
alguien más pulido que las mujeres baratas que recoge en el bar. Alguien
con clase, pero que no exija nada a cambio, salvo un buen orgasmo.
Alguien que no solo se levante de mi cama inmediatamente después, sino
que lo haga sin hablar conmigo.
Ahora, intenta encontrar una de esas en una ciudad donde todas sepan
mi nombre.
Mi cara está pegada al costado de decenas de autobuses urbanos con el
eslogan de la compañía. El año pasado, uno de los genios del marketing
quiso aprovechar mi buena apariencia, y plasmó mi rostro en un globo
terráqueo, rodeado con un corazón. Debí estar borracho cuando firmé esa
autorización, porque Santo Cristo, desde entonces las mujeres han sido
implacables.
Me paso una de mis palmas por la cara, girando en mi silla, mirando a
mi mejor amigo, y resoplando.
—Hazme un favor y no hables de sexo en el trabajo. Es poco
profesional.
—Es poco profesional —me imita, pellizcándose el puente de la nariz
para que suene como si estuviera chupando helio—. ¿Dónde está eso en el
código de conducta?
—Página ocho. —Le recuerdo, con la cara seria.
—Claro. Tú escribiste esa cosa.
Nunca he visto a un hombre adulto poner los ojos en blanco tanto como
él.
—No. El departamento legal lo hizo.
Los hombros de Jamie suben y bajan mientras inspecciona sus uñas.
—Es lo mismo.
—No es lo mismo —refuto—. ¿Por qué discutes conmigo?
Me ignora por completo y se dedica a un nuevo tema.
—¿Cuándo quieres salir estefin de semana? Vamos a Skeeters. He oído
que tienen una banda tocando.
Lo último que quiero hacer es escuchar a una estúpida banda tocar
cuando tengo voces gritando dentro de mi cabeza sobre los plazos. Todo lo
que quiero es un poco de paz y tranquilidad, y él está decidido a hacer mi
vida más miserable.
—Lo pensaré.
—Piénsalo bien —Hace una pausa—. Mejor aún, piensa con tu pene.
Resoplo.
Hace años que no dejo que ese apéndice me guíe. No desde la
universidad, y solo durante una fase en la que tomaba descansos para beber,
ir de fiesta y saciar mi apetito sexual.
Jamie solía llevar chicas dispuestas a mi dormitorio; chicas que
voluntariamente se arrodillaban y me dejaban complacido. Eficiente. Sin
emociones.
—¿Cuándo fue la última vez que follaste? —pregunta.
Ni me acuerdo.
¿Quién tiene tiempo para eso?
—No voy a discutir esto contigo.
Jamie se ríe de nuevo, y el sonido me irrita hasta el último nervio.
—Apuesto a que han pasado meses.
Es implacable, lo que desgraciadamente lo convierte en el socio de
negocios perfecto, y en un amigo agravante.
Entrelazo los dedos detrás de mi cabeza.
—Así que tienes tanto tiempo libre como para tener sexo regularmente,
¿no?
Su sonrisa arrogante vacila.
—Sí, he teniendo más acción que tú, al menos.
Mis pensamientos se dirigen a Adriel Lévêque y a la última foto que
publicó en su cuenta de Instagram. Cabello en una pila desordenada sobre
su cabeza. Gran sonrisa. Caminando por el bosque con un perro de aspecto
horrible, con un termo de agua característico de Roam, Inc.
Asentí con satisfacción a ese pequeño detalle. Lealtad a la marca, me
gusta.
—¿Ya has terminado aquí? —pregunto, a punto de rechinar los dientes.
—No hasta que aceptes ir al bar conmigo este fin de semana. Ha pasado
una eternidad desde que salimos por última vez, amigo.
—Lo pensaré.
—Te recogeré mañana a las nueve.
—¿Nueve? Ya estoy en la cama para entonces.
—Jesucristo, Liam, deja de actuar como un hombre de setenta años.
A veces me siento como si lo fuera, mientras el peso de las
responsabilidades se acumulan en mis hombros.
—Hermano, admítelo. Te vendría bien un trago.
Odio cuando tiene razón.
—Tengo cerveza en la nevera debajo de mi escritorio.
—Me refiero a una bebida de verdad.
Mi boca se tuerce en las esquinas.
—Bien.
Jamie se ríe, finalmente bajando sus asquerosas botas de mi escritorio
de nogal.
—Eso fue más fácil de lo que pensaba.
—Ya lárgate de mi oficina, idiota arrogante.
Su fuerte risa resuena en mi oficina, y pillo a Gracie escondiendo su
sonrisa mientras agacha la cabeza detrás de una carpeta.
Al carajo todos.
Capítulo 4
ADRIEL
—¡Por la cumpleañera!
Clink.
—¡Por estar soltera y lista para mezclarse!
Clink.
Levantamos nuestros vasos de chupito, rebosantes de un brebaje rojo
conocido como Swedish Fish. No sé qué contiene, pero después del
segundo trago, ¿a quién le importa?
Y no me importa bajar unos cuantos más.
Le hago señas al camarero, pidiendo otra ronda.
—¡Por Adriel!
Tintineo y lo bajo por la garganta. Suave. Caliente. Quemando solo lo
suficiente para que valga la pena.
Cierro los ojos, arrugo mi nariz y aprieto mis labios, mientras el líquido
me lava la garganta y activa el hormigueo en mi piel, preparándome para
que todas las inhibiciones salgan a volar.
Esta es mi noche y después de la semana que he tenido, voy a
disfrutarla.
Los vasos de chupito golpearon la mesa con el resonante zarpazo del
vidrio sobre la madera, mi pequeño círculo de amigas me sonríe mientras
mi mirada recorre la mesa. Todas estas chicas, a las que quiero mucho.
Me siento emocionada esta noche. ¿Incluso sentimental? No lo sé, pero
definitivamente borracha.
Borracha hasta la médula.
Me río, viendo a Genoveva, Lizzie y Dalila, tres chicas con las que
siento que he crecido en Roam, Inc. No solo profesionalmente, sino
personalmente. En los pocos años que llevo en la empresa, nos hemos
hecho muy amigas. Incluso confidentes más cercanas.
Dios, amo a estos chicos…
¿Qué?
Chicas. Chicos.
¡Woho! Ya sabes lo que quiero decir...
Genoveva y yo comenzamos en la compañía al mismo tiempo, seguidas
rápidamente por Liz y Dalila, que trabajan en el departamento de
marketing, uno de los departamentos más difíciles de Roam, Inc. Liam es
muy exigente en cuanto a ser innovadores, pensar fuera de la caja y estar a
la vanguardia en lugar de ser una seguidora.
Las estrictas y vigorosas demandas de Liam es una de las razones por
las que pasamos nuestras noches de chicas en la misma cabina de cuero rojo
en la parte trasera de Skeeters en SOHO, comiendo sus mundialmente
famosas palomitas de maíz con sal marina ahumada, y bebiendo nuestros
sobrevalorados cócteles artesanales.
Pero hoy es diferente. Hoy celebramos mi trigésimo cumpleaños. Los
tres grandes ¡oh!
Cielos, desearía tener más ¡oh! en mi vida, pero de los que son por sexo
y orgasmos intensos.
Gracias a Dios que mi fuerte suspiro se ahoga por el ruido de la barra.
No quiero ser esa chica en mi noche de cumpleaños.
—Bienvenida al club de los treinta sucios —dice Gen, cogiendo unos
trozos de palomitas del centro de la mesa y metiéndolas entre sus labios
pintados de color rojo rubí—. Te va a encantar esta nueva etapa.
Tomo un sorbo de la margarita que pedí del menú de cócteles, y
mientras, los amargos de ruibarbo cereza golpean en el lugar correcto,
llenando mi estómago con una ola de calor.
Hay un límite cuando bebo, cuatro cocteles y definitivamente me he
superado, pero me lleva a un estado feliz donde puedo sentarme, acoger a la
gente que está más borracha que yo, y entretenerme.
Sin embargo, ese estado me lleva a emborracharme más, y por ende
tomar malas elecciones.
—Creo que los treinta me lucen bien. —Aliso la tela de mi vestido
negro ajustado, uno que ha hecho girar algunas cabezas en el trabajo hoy.
Desafortunadamente, la única cabeza que quería girar nunca apareció en mi
piso.
Como siempre.
Qué suerte de mierda tengo.
¿Por qué mostraría su cara en mi piso? Solo nos llama a su oficina si
quiere hablar con nosotros. O reprendernos, y en los cinco años que llevo en
Roam, Inc., nunca me ha llamado a su oficina ni una sola vez.
Tal vez estoy un poco amargada porque no logré que me viera hoy.
—Los treinta son los nuevos veinte —añado, batiendo mi cabello
oscuro.
—Y te quedan muy bien, nena —dice Dalila, levantando su copa hacia
mí—. También tus tetas, si no te importa que lo diga.
Muevo mi pecho haciendo rebotar mis tetas.
Las palomitas vuelan en todas direcciones cuando Liz hace un gesto
hacia mis pechos, con una sonrisa atrevida en su rostro.
—Ahora solo tenemos que conseguirte un buen polvo para tu
cumpleaños.
—Nuestro regalo para ti —agrega Dalila.
¿Su regalo para mí? Oh, Dios mío, no.
Mi cara ya caliente quema aún más.
—Por favor, dime que no me contrataste un acompañante.
Estoy siseando, horrorizada, e inclinada sobre la mesa para que me
oigan.
—Shh, relájate —Las manos ebrias de Lizzie me dan una palmadita en
el hombro—. No tenemos el dinero para eso...
—Pero si lo tuviéramos, definitivamente lo hubiéramos hecho —añade
Gen, con una inclinación de su cabeza tambaleante.
—Totalmente —asegura Dalila—. Pero en vista de no tener los
recursos, vamos a encontrarte un hombre aquí para que te acuestes con él.
Liz aplaude, saltando en el asiento de la cabina, haciendo que todo el
banco rebote.
—Sí, sí. Nos encanta esa idea —Levanta la cabeza sobre la cabina,
decidida a evaluar el grupo de hombres que inundan el bar abarrotado—.
Veamos, hay un tipo allí con unas patillas muy resistentes que podrían ser
prometedoras.
—Las patillas son para los hombres lobo —aclara Dalila, sentada de
rodillas para poder ver mejor el perímetro—. ¿Qué hay del Sr. Sol de allá, el
de cabello rubio y las gafas de sol? Es sexy.
Trágame tierra.
—¿Podrías bajar la voz? —refuto.
—Relájate —Liz me da palmaditas en la mano—. Nadie puede oírnos.
—¿Gafas de sol en un bar? —Genoveva se burla, viendo al tipo que
lleva un polo rosa y gafas de sol—. O es un completo imbécil o está
drogado como una cometa y no quiere que la gente lo sepa. Siguiente.Los ojos perspicaces de Lizzie se enfocan en la barra, se mueven hacia
las mesas de billar, y escudriña las mesas de la parte de atrás de la
habitación. Luego levanta la mano y hace un “oooh” como si estuviera
esperando que la llamen en clase.
—Sí, Liz, ¿cómo podemos ayudarte? —pregunta Gen, inexpresiva.
—¿Qué hay de ese tipo? ¿El del traje oscuro? —Señala hacia el hombre
y yo le empujo el brazo.
—Hay veinte tipos aquí que llevan trajes oscuros, vas a tener que ser
más específica —comenta Dalila, antes de tomar un sorbo de su bebida.
—Ustedes... —Empiezo débilmente, indefensa contra ellas.
Verás, la cosa es que no me gusta engancharme con extraños al azar, ese
es el trabajo de Lizzie, no el mío. ¿Otra cosa? Estúpidamente estoy
interesada en una noche apasionada con cierta persona que no sabía que yo
existía hasta ayer cuando lo dejé, a pesar de las muchas veces que hemos
estado en la misma habitación juntos, sin política de fraternización o no.
Recito con tristeza las reglas del Manual del Empleado en mi cabeza:
Ningún empleado de Roam, Inc., puede salir con otro empleado que
esté separado por más de un nivel en la jerarquía.
Y se puso mejor, a través de un memorándum de adición enviado hace
solo treinta días:
Ningún empleado de Roam, Inc., puede salir con un empleado que se
reporta con el jefe en otro departamento.
He leído estas reglas no menos de cien veces.
Es un deseo. Soñando despierta.
Los empleados de Roam, Inc., que no respeten estas políticas estarán
sujetos a acciones disciplinarias, hasta incluyendo el despido inmediato.
Terminación: eso fue un poco aleccionador.
Bebo del vaso que tengo delante, sin tener en cuenta mi límite, y luego
sacudo la cabeza cuando Lizzie me da un codazo en las costillas,
sacándome del estupor.
—¿Eh?
—¡Ese! —Su tono es firme—. El de la chaqueta de traje a medida y
cabello desordenado. Esos hombros anchos... ¡Mierda!
Mis tres amigas sueltan un jadeo colectivo, luego vuelan de vuelta sobre
sus traseros y se agachan para cubrirse.
—¿Qué demonios hace aquí? —Dalila se pone una servilleta delante de
la cara.
Liz se agacha bajo su chaqueta como si fuera un manto de invisibilidad.
—Este es nuestro agujero para beber, no el suyo —reclama.
Los ojos de Gen se entrecierran en peligrosas rendijas mientras me
mira, escondiéndose detrás del tazón de palomitas.
—Adriel, cúbrete la cara, o te verá.
Definitivamente están muy borrachas.
—¿De quién están hablando ustedes tres? —Tomo otro sorbo
felizmente, sin darme cuenta.
—Cielos Addy, cúbrete la maldita cara. —Dalila me frunce el ceño,
lanzando su pajita para beber en mi dirección—. Jefe malhumorado a la
vista.
¿Jefe malhumorado?
—Es Liam, borracha —dice Gen con un golpe a mi pierna bajo la mesa.
Su nombre sale de sus labios, encendiendo una chispa alegre en mi
vientre.
Liam está aquí.
Me doy la vuelta y los veo.
Ahí están.
Los dos son tan guapos que apenas puedo soportarlo.
Espera. ¿Dos Liam? Eso no puede estar bien. ¡Oh Dios! Estoy tan
borracha.
Plantado en un taburete de la barra, Liam tiene un pie apoyado en el
peldaño, mientras que el otro está firmemente arraigado al suelo. Un vaso
de cristal está suspendido de su mano; en un agarre firme, pero casual. Su
corbata no se ve por ningún lado, dejando los botones de su camisa blanca
desabrochados.
Es absurdamente sexy. ¿Por qué tengo que encontrar al único hombre en
el mundo que no puedo tener tan increíblemente guapo?
Con su mandíbula rígida y los labios fruncidos observa a la multitud, un
pliegue aparece en su frente, pero sus ojos nunca se detienen, solo observan.
¿Está esperando a alguien o solo disfrutando del ambiente?
—¿Por qué no te escondes? —me pregunta Dalila, con un verdadero
miedo en su voz—. ¿Estás loca? Va a vernos.
Pero eso es lo que ellas no saben; me refiero a que eso es exactamente
lo que quiero, que me vea. Estoy prácticamente desesperada por eso, lo cual
no es propio de mí, para nada. Pero hay algo misterioso en Liam Blackburn
que hace que mi corazón lata y mi piel hormiguee. Es un enigma, y quiero
desenvolver sus muchas capas. Admito que su ropa es la primera capa que
deseo quitarle... pero aun así.
Quiero que vea mi pequeño vestido negro, diseñado con un escote más
profundo de lo que se considera apropiado para el lugar de trabajo.
Quiero que se fije en el largo de mi cabello, en cómo las puntas
onduladas llegan a la hinchazón de mis pechos.
Quiero que vea el lápiz labial rojo brillante que usé y reapliqué a
menudo, esperando y rezando para que tal vez, solo tal vez él apareciera en
mi piso y me echara un vistazo.
Me pregunto cómo se vería mi boca plantada y embadurnada en todo su
cuerpo.
Besos rojos en lo que promete ser un hermoso y poderoso pecho…
Abdominales… Clavícula.
Suspiro, borracha, con los ojos temblorosos viendo como mi jefe
escanea a la multitud críticamente. Estudia todo su entorno, sorbiendo
lentamente de lo que parece ser ron o brandy en hielo, mientras su cabeza
sigue girando lentamente hacia nuestra dirección.
Mi cuerpo se congela y mis labios se separan. El pecho resopla con el
aliento de la respiración contenida, deseando que me dé una mirada. Solo
una.
Mírame.
Mírame sentada aquí.
Mírame.
Pero no lo hace.
Sus ojos me ignoran completamente, por supuesto que sí, ya que su
mirada fría y evaluadora pasa de largo como si me uniera a todos los demás
en este lugar. Nada especial, nunca destacando entre la multitud.
Como en el trabajo.
Bajando el resto de su bebida y golpeando su vaso contra la barra, Liam
arroja unos cuantos billetes al camarero y abotona su chaqueta de traje antes
de dirigirse a la puerta, dejándome en un estado de excitación y vergüenza,
mirándolo como un cachorro mira por la ventana a su dueño cuando se va
cada mañana. Tan dramático.
Dios, estoy borracha.
Todavía escondida y tratando de mezclarme con la cabina, dejo salir un
aliento pesado y tomo un sorbo de mi bebida.
—Se ha ido, chicas. No hay necesidad de esconderse más.
Mirando sus lamentables excusas para cubrirse, mis amigas confirman
que la costa está despejada antes de reanudar sus posiciones normales.
—Pensé que nunca se iría. —Exhala Genoveva.
Esperaba que se quedara...
—Casi... Casi nos vio. —Lizzie se limpia la frente.
Quería que me viera...
—Sí, no gracias a Adriel —dice Dalila, lanzando palomitas de maíz a su
boca—. Ella estaba mirando.
No pude evitarlo...
—Tal vez quería que me viera —le digo de golpe, y parece que el
alcohol hace que se me afloje la lengua.
—¿Qué acabas de decir? —pregunta Gen, sorprendida.
Un rubor rojo mancha mis mejillas.
Acabo de insinuar uno de mis más profundos y oscuros secretos: me
gusta Liam Blackburn.
—¿Que qué? ¿Te gusta Liam Blackburn? —Liz repite mi pensamiento
de borracha al pie de la letra.
—¿Dije eso en voz alta?
Dalila se ríe.
—Lo hiciste.
—Espera... —Lizzie levanta la mano para silenciar al resto del grupo—.
¿Esto es en serio, Adriel?
Y ahí está, la verdad ha sido revelada. Aunque tengo una buena
cantidad de licor corriendo por mis venas, todavía me siento cruda y
expuesta.
Porque cuando digo “a nadie”, quiero decir que literalmente a nadie en
la oficina le gusta Liam. No está allí para hacer amigos, sino para ganar
dinero, para hacer crecer su compañía.
Jugando con mi servilleta en la mesa, respondo:
—Bueno, ya sabes... es muy guapo.
—¿Guapo? —Liz está incrédula—. Bueno, sí... es guapo, pero... es
Satanás.
—Puede ser un imbécil, sí. Pero tal vez eso es lo que me gusta de él.
Al unísono, al no tener la decencia de turnarse, mis amigas se ponen a
gritar para ser escuchadas, blandiéndome con opiniones de lo horrible que
es Liam:
—Es un maleducado.
—Es un imbécil arrogante.
—Es un tirano.
Y sí, soy muy consciente de eso, pero también hay algo en él que nadie
más ve, un lado vulnerable que quiero conocer. Me inclino hacia Liam
como una polilla a una llama, y sé que ellas no pueden entender el por qué.
Pero yo sí.
No solo me gusta, sino que estoy enamorada.
Dios, espero que eso se quede dentro de mi mente, por favor, no me
dejes vomitar secretos de mi boca.—Vamos a dejarlo, ¿vale? Y dejen la búsqueda del tipo también. No
quiero acostarme con nadie en este lugar.
—Porque quieres acostarte con el jefe. —Gen prácticamente grita.
—Tal vez —Mi respuesta es tímida, pero recibo una ronda de quejas—.
Mira, creo que está bueno, y una noche apasionada no nos mataría a
ninguno de los dos. Dios, sus manos... Las quiero por todo mi cuerpo... —
Alimentada por el alcohol y las ilusiones, no me detengo—. Quiero saber
qué se siente ser agarrada por esas poderosas manos. Quiero sentir sus
labios chupando a un lado de mi cuello. Lo que se siente que ese imbécil se
apodere mi cuerpo. —Miro a mi alrededor las expresiones de estupefacción
de todas—. No creo que eso sea mucho pedir, ¿verdad?
Nadie dice una palabra.
Luego la boca de Gen se abre.
—¿Quieres tirarte al jefe?
Asiento.
Así es, quiero tirarme a mi jefe, ¿es tan difícil de comprender?
Lizzie me mira sorprendida. Dalila está haciendo una mueca de asco
muy poco femenina, y Gen...
¿Qué está haciendo Genoveva?
Cabeza abajo, escribiendo en su siempre presente iPad, tiene la mayor
sonrisa en su cara. Solo sonríe para sí misma y para nadie más. Siendo un
geek de la tecnología, ella golpea rápidamente en la pantalla, mientras el
cálido brillo se refleja en sus labios rojos y su bonita cara.
Los segundos pasan...
Hasta...
Ella gira la pantalla hacia nosotras, presentándonos un email en blanco
listo para ser escrito.
—No entiendo lo que estás haciendo —admito—. ¿Por qué envías
correos electrónicos del trabajo en mi cumpleaños?
—Es tu regalo de mi parte. Así que, feliz cumpleaños —anuncia,
entregándome el iPad.
Borracha, miro el iPad cegador. Pestañeo, enfocando mis ojos.
—Uh, ¿qué es esto?
Mientras la miro fijamente, la pantalla ilumina su expresión demasiado
complacida.
—Te he creado una dirección de correo electrónico anónima en Roam,
Inc —Me muestra una sonrisa triunfante—. Adelante, Addy, dile cómo te
sientes.
—¿Qué? —Mis cejas se disparan hasta la línea de mi cabello—. ¿Estás
loca?
—Sí, esa es una mala idea —Dalila baja el resto de su bebida—. Como,
muy, muy mala.
—¿Por qué? —Gen se ofende y cruza los brazos.
—Porque podría ser despedida, por eso.
Gen se mete algunas palomitas en la boca.
—Ella ya le pidió sus dos semanas... ¿A quién le importa? No va a saber
de quién es, y esa es la mejor parte —Se mete más palomitas de maíz a la
boca—. Además, no es como si fuera a contratar sus servicios una vez que
se haya ido, no ese imbécil. Es demasiado terco.
Dalila asiente lentamente, calentando la idea.
—Sí... sí. Me encanta. Sí. Hazlo, Adriel. Envíale un correo electrónico.
Dile que quieres cogértelo y sacarle esa amargura de su alma.
—Yo no... no quiero sacarle nada. —Mis dedos rastrean el cursor que
parpadea en la pantalla, esperando una orden. Lo miro fijamente,
mordiéndome el labio inferior, y luego miro la puerta, por la que acaba de
salir sin una mirada hacia atrás.
—Hazlo, Addy —insiste Gen.
—Hazlo. Hazlo. Hazlo —cantan Lizzie y Dalila.
Quiero hacerlo.
Quiero que sepa cómo me siento.
Mi dedo se cierne sobre el teclado; inhalo un aliento constante, una y
otra vez mientras muerdo mi labio inferior.
Y así, con mi cerebro confuso, escribo un mensaje.
Capítulo 5
LIAM
Voy a matarlo la próxima vez que lo vea. Voy a meterle uno de esos
estúpidos caramelos en la garganta y obligarlo a atragantarse con él.
“Sal conmigo”.
“Ven a pasar el rato”.
“Necesitas un poco de acción”.
No es que necesite ayuda, pero caí en ella, en la burla de Jamie, y
entonces el idiota me deja plantado.
A mí.
Me deja en el bar, con cara de tonto, mientras escudriño el
establecimiento no tan estelar que eligió, buscándolo.
Pero nada. No hay señales del bastardo.
En vez de eso, recibo un mensaje diciendo que conoció a una mujer en
otro bar y que iba camino a su casa.
Jamie: Amigo, nunca creerás esto, pero conocí a una gemela y está
irresistible. Tómate un trago por mí. Sácalo de mi próximo cheque de pago.
¿De su próxima paga? Sobre mi cadáver.
En lugar de salir, pude haberme quedado en mi escritorio, abordando el
montón de papeles y averiguando cómo mantenerme a la vanguardia;
asegurándome de que mi compañía cree la siguiente mejor cosa para el
mundo exterior.
Cuando llegué a casa, envié un mensaje a mi asistente, Gracie,
diciéndole que llegara temprano a la oficina, que me llevara café y que se
preparara para trabajar.
Gracie no estaba contenta, eso quedó claro por la forma en que colocó
abruptamente mi café en mi escritorio. El líquido marrón se derramó por el
pequeño agujero, entonces me mostró una sonrisa falsa de labios apretados
y un asentimiento, antes de salir por la puerta, dejándome con mis
desbordantes correos electrónicos.
Dios, no estoy de humor para su actitud hoy.
Me masajeo las sienes con los dedos índice, escaneando mi monitor.
Desplazándome por mi bandeja de entrada, borro todos los correos
spam. Marco algunos urgentes que ya sé que necesitan ser contestados, y
hojeo la columna de correos nuevos y desconocidos que llaman mi atención
primero:
- ¿Buscas tu próxima gran estrategia de marketing?
- Déjeme su negocio.
- Mira esta nueva inversión.
- Liam, tengo muchas ganas de cogerte.
- Denver: el nuevo punto caliente de la aventura.
Mis labios se tuercen cuando empiezo a borrar todo el spam que se
infiltra en mi bandeja de entrada todos los días, los ojos se deslizan hacia
atrás por la columna del tema para no borrar accidentalmente nada que sea
una prioridad real y...
Espera...
Me detengo y dejo de hacer clic en borrar. Luego me desplazo hacia
arriba y vuelvo a escanear las líneas del asunto, mientras el café pasa por las
papilas gustativas de mi lengua, quemándose en mi garganta.
- Liam, tengo muchas ganas de cogerte.
¿Leí bien esa mierda? Se dirige a mí específicamente, desde una
dirección de correo electrónico de Roam, Inc.
Mis ojos se estrechan en la línea del tema otra vez, incapaz de sacar esa
palabra de mi cabeza.
«Cogerte».
Recostado en mi silla, miro casualmente alrededor de mi oficina como
si alguien me estuviera observando, luego me inclino hacia adelante,
debatiendo si debo hacer clic en el correo electrónico.
En la primera línea, todo lo que puedo ver es: “a quién corresponda”.
¿Debería abrirlo?
Demasiado curioso, me mastico el interior de la mejilla justo cuando
hago clic en el correo electrónico, acercándome para leer mejor.
A quien corresponda:
No sabes lo nerviosa que estoy escribiendo esto, pero tengo que hacerlo.
Porque no puedo soportarlo más. No puedo pasar un día más sin decirte
cómo me siento cuando pasas por delante de mí.
Pero... para que quede claro, me gustaría que se supiera que he consumido
una cantidad adecuada de bebidas alcohólicas para intoxicarme esta
noche. Tres margaritas, dos chupitos de Swedish Fish y una cerveza,
porque era gratis y porque era una celebración. No es que te importe. Pero
creo que es importante ser abierto y honesto con tus compañeros de
trabajo, ¿no? Así que sí, Liam. Trabajo para ti.
Finalmente estoy siendo honesta. Borracha pero honesta. ¿O solo borracha
de lujuria? Tú decides.
El hecho es que me gustas mucho, y estás nublando mi juicio, haciéndome
hacer cosas que nunca haría sobria. Como escribir este ridículo correo
electrónico.
Estoy desesperadamente enamorada de ti, cuando eres la última persona en
la tierra de la que debería enamorarme. ¿Sabías que la gente de la oficina
te llama sádico? ¿Un ególatra? ¿Un insensible y arrogante idiota? Tu
ladrido es peor que tu mordida, pero no me asustas. De hecho, me
encantaría que esa mordedura tuya me pellizcara la piel desnuda, mientras
los dos no llevamos nada más que sábanas.
Por una vez, quiero que me veas como algo más de una de tus empleadas.
Y ya que estamos siendo honestos, ¿ese traje azul marino que llevas? ¿Con
la camisa blanca y fresca? Me dan ganas de aflojarte la corbata y
mostrarte quién manda.
Quiero cogerte tanto que ya puedo saborearte.
Con Amor, Sinceramente Tuya.
LEÍ y releí el correo electrónico.
¿Qué carajos es esto? ¿Algún tipo de broma?
Si es así,no tiene ninguna gracia. Tengo reglas para este tipo de mala
conducta.
Empujo hacia atrás mi silla y me levanto. Bajo la persiana de la pared
de cristal, que es lo único que me separa de todos los demás en la oficina.
No necesito que nadie vea mi cara de sorpresa ahora mismo, mucho menos
que ninguna mujer me mire...
Alguien ahí fuera me ha estado vigilando.
¿Podría ser Gracie?
Entrecierro los ojos a través de las rendijas, examinando sus
movimientos irritados. Todavía está salada desde la mañana.
Definitivamente no es ella. Creo que es más probable que me retuerza las
pelotas de un golpe a que me escriba una carta de amor.
Espera, ¿esto es una carta de amor?
Dice que quiere cogerme, lo que ciertamente no lo hace una carta de
amor, a menos que así sea como las mujeres de ahora declaran sus
sentimientos.
Por esta razón tengo una política de no confraternización.
Indignado, me siento y me recuesto en mi silla, agrando la letra del
mensaje para poder leerlo reclinado con las manos detrás de la cabeza.
Arrastro mis ojos por una ridícula línea tras otra.
¿Qué se supone que haga con esto?
«¿Sabías que la gente de la oficina te llama sádico? ¿Un ególatra? ¿Un
insensible y arrogante idiota?»
Sí, ya lo sabía, muchas gracias.
No soy sordo, no estoy ciego, y me importa poco lo que piense la gente
sobre la forma en que dirijo mi empresa. Soy quien soy, y nadie va a
cambiarme.
«Y ya que estamos siendo honestos, ¿ese traje azul marino que llevas?
¿Con la camisa blanca y fresca?»
Arrastro mi mano por las solapas de dicho traje azul marino -otra
reunión en la tarde lo requiere- acomodo el cuello almidonado de mi camisa
de vestir. Corbata azul brillante.
«Quiero cogerte tanto que ya puedo saborearte».
Mis ojos repasan una y otra vez esa pequeña frase; provocando una
reacción en mi pene.
«Me encantaría que esa mordedura tuya me pellizcara la piel desnuda,
mientras los dos no llevamos nada más que sábanas».
Siento la tensión dolorosa dentro de mis pantalones.
Jesucristo, esto no me puede estar pasando ahora mismo.
Me rastrillo una mano por el cabello y expulso un aliento agotado. Me
acerco al escritorio y pulso el botón del intercomunicador de Gracie.
—Sí, Sr. Blackburn.
¿Cuántas veces le he pedido que no me llame así?
Docenas.
—¿Puedes venir? Necesito que redactes un memorándum.
Este correo electrónico es tan inapropiado, que roza el acoso sexual, así
que debe ser un tema abordado ante toda la empresa. Y si ha sido enviado a
alguien más en esta compañía, rodarán cabezas.
Alguien será despedido.
Le doy a la dirección de correo electrónico una mirada dura:
Tusmanosenmicuerpo@RoamInc.com
No solo es desconocido, sino que es interno, fabricado, completamente
sexual.
Y por cosas así es que las empresas son demandadas. Lo último que
necesito es una mala reputación por una mala broma, que lleve a mi
empresa a la bancarrota.
A Gracie solo le toma unos minutos entrar en mi oficina, esta vez con
una actitud ajustada, gracias al cielo. Cierra la puerta detrás de ella y se
sienta frente a mí, como siempre hace cuando está a punto de tomar el
dictado, con el iPad listo en su mano.
—Necesito que tomes un memo —le informo.
—Lista cuando usted lo esté, jefe.
Mis ojos de desplazan a lo largo de mi monitor de computadora.
«Quiero cogerte tanto que ya puedo saborearte».
Separo mis labios para hablar.
—Uh...
Gracie espera.
Me aclaro la garganta.
—Recientemente recibí un correo electrónico muy perturbador...
La boca de Gracie se abre, luego se inclina hacia adelante
conspiratoriamente. Baja su voz a un susurro cercano.
—¿En serio? ¿Una amenaza o algo así?
—No —Presiono mis labios—. Como decía... —Le doy un vistazo a mi
monitor—. Recientemente recibí un inquietante correo electrónico, que no
solo compromete varias de las políticas de esta empresa, sino también la
integridad de Roam, Inc., en su conjunto.
Los ojos de mi asistente se abren de par en par, pero ella guarda
silencio.
«Quiero cogerte tanto que ya puedo saborearte».
—Nuestra integridad está siendo comprometida —repito.
—Tú... acabas de decir eso.
—¿Lo hice?
—Bueno, no con esas palabras exactas pero, sí. Estás siendo
redundante.
—Límpialo por mí, entonces.
Un asentimiento rápido.
—Lo tengo.
—Como decía... —¿Qué diablos estaba diciendo? Mis ojos no se
despegan de esa línea. Me está volviendo loco y me está molestando al
mismo tiempo—. Como estaba diciendo...
—Continúa. —Gracie me devuelve una sonrisa.
Esto no tiene sentido. No puedo concentrarme.
—¿Sabes qué? Escribo algo y te lo entrego.
Ahora su sonrisa se hace más amplia.
—Claro.
¿Es Gracie?
No.
Sacudo ese pensamiento de mi cabeza. Definitivamente no es Gracie.
Ella tiene un novio, ¿no?
Sé que debería prestar más atención a esas cosas. No, en realidad no
debería. No es mi trabajo saber sobre la vida personal de nadie.
Mi dedo índice tamborilea el escritorio.
—También necesitaré hablar con alguien de IT. ¿Puedes llamar al
supervisor...?
No tengo ni idea de a quién llamar.
Jamie tiene razón, dejo que recursos humanos haga la mayor parte de
las contrataciones y realmente necesito ser más práctico, para que las cosas
no se me escapen de las manos. No tengo ni idea de quién se encarga de mi
departamento técnico.
—Carla Johnson, señor.
¿Señor?
Suprimo el impulso de poner los ojos en blanco.
—Muy bien, comuníqueme con la Sra. Johnson esta tarde, por favor.
—Es señorita.
—¿Que es qué?
—La Srta. Johnson es soltera, señor.
¿Por qué me dice esto?
—No me interesa el estado civil de la Srta. Johnson, Gracie. Necesito su
inteligencia.
Y que me diga quién creó esta cuenta falsa.
—Sí, señor. Le haré saber cuando esté disponible.
Apenas son las nueve de la mañana y ya necesito un trago. Vaya día que
me espera.
Capítulo 6
ADRIEL
¿Qué es ese sonido? Haz que se detenga. Por favor, que alguien haga que
pare.
—Nooo —gimoteo, rodando a mi lado con los rizos de anoche pegados
a mi cara—. Que se detenga.
Con la cara plantada en mi almohada, sacudo el puño en el aire,
pidiendo ayuda a los cielos de arriba.
Ring… Ring… Ring…
—Voy a matar a alguien —refunfuño en mi almohada y el aliento a
alcohol me golpea fuerte—. Ok, cepillo de dientes, inmediatamente.
Mi cabeza palpita con cada repique, lanzando mi estómago en saltos
mortales no deseados. Y justo cuando pienso que el ruido nunca terminará...
lo hace.
—Bendito sea el Señor —alabo, metiendo la cabeza en la almohada
nuevamente.
Demasiado alcohol anoche. Demasiado. Tanto que no puedo recordar
nada más que meterme dos palomitas de maíz en la nariz y luego
expulsarlas en la bebida de Genoveva.
Bienvenidos treinta.
Ring... Ring… Ring…
—Oh, por el amor de Dios. —Levanto la cabeza tratando de encontrar
el ruido cuando veo mi teléfono en mi mesita de noche.
¿Quién diablos me está llamando?
Me acerco e intento arrancar mi teléfono del cable de carga, pero
termino sacando todo el cable del enchufe. Al menos tuve la sensatez de
cargarlo anoche.
Presiono el botón de aceptar y me lo llevo a la oreja.
—¿Qué? —contestó, obstinada.
—¿Adriel? —La voz de Gen suena por el otro lado, preocupada. No la
culpo, mi “qué” sonó como si me hubieran crecido un par de pelotas de la
noche a la mañana.
—Sí, ¿qué quieres?
—Uh, ¿has llamado para decir que estás enferma hoy?
—¿Qué? No... ¿Qué estás...? ¡Oh, cielos! ¿Qué hora es? —Salgo de la
cama, mi vestido sin tirantes bajado por un lado, exponiendo mi pecho
derecho a cualquier vecino que pueda estar mirando a través de mis
ventanas. El cable del teléfono cuelga, golpeándome en el estómago—.
¿Son... las nueve?
Oh no. Oh no. Oh no.
No se tolera llegar tarde al trabajo. Está en el detallado y muy bien
elaborado manual del empleado, y ahora mismo, estoy buscando llegar al
menos media hora tarde.
Corriendo alrededor de mi apartamento, me desnudo, sin importarme si
alguien me ve desnuda en este punto, y corro al baño donde abro el grifo y
empiezo a mojar mi cuerpo en agua, dejando que caiga en cascada hasta el
suelo de baldosas, una hazaña impresionante ya que todavía estoy al
teléfono.
—¿Alguien se ha dadocuenta? —pregunto.
—Unas cuantas personas preguntaron dónde estabas. Les dije que
estabas en el baño con problemas de estómago.
—Perfecto. Está bien. Saldré en diez minutos.
—Addy, tenemos que...
—No puedo hablar, necesito quitarme este olor a borracho me enciende
el aliento. Hasta pronto. Déjame un café en mi escritorio, te lo ruego.
Cuelgo y mojo una toalla, la empapo rápidamente y me la froto por toda
la cara. No hay tiempo para nada más.
Me peino el cabello en un moño desordenado y me pongo lo primero
que veo en el armario. Con o sin dolor de cabeza, necesito ir a trabajar,
AHORA.
—SANTO CIELO, ¿te has mirado en el espejo? —Gen me pregunta,
caminando a mi lado con mi taza de café mientras nos dirigimos a mi
cubículo.
—No. ¿Por qué? ¿Tengo bolsas bajo los ojos? —Paso mi dedo índice
bajo mis ojos, devolviéndole la vida a mi cara.
Me miré en el espejo antes de salir de casa y vi que parecía un mapache,
así que decidí que mirarme en el espejo no era para mí esta mañana. Pero
por la reacción de Genoveva, quizás debí haber echado un segundo vistazo.
Sus ojos se abren de par en par, con puro horror reflejado en toda su
cara.
—Creo que deberías ir al baño.
Hago una pausa, asustada no solo por la forma en que Gen me mira,
sino por la forma en que todos los que nos rodean no pueden apartar sus
ojos de mí.
Trago con fuerza,
—¿Es malo? —pregunto, con un poco de pánico en mi voz.
Susurrando desde el lado de su boca, Gen dice:
—He visto mujeres de la noche más guapas.
¿Mujeres de la noche? ¿Qué...?
Está hablando de... ¿Prostitutas?
Tomando un desvío, las dos nos dirigimos al baño, Gen se acerca por
detrás mientras yo agacho la cabeza, tratando de evitar las miradas de todos.
No puede ser tan malo, ¿verdad?
Cuando doblo la esquina hacia el baño, lo primero que veo en el reflejo
es un traje que compré hace dos años, con un cinturón marrón que me sujeta
el vestido de gran tamaño a la cintura.
Horrorizada, muevo la mirada a mi cara. Una onda de choque sube por
mi columna cuando noto el lápiz labial de anoche untado en mi mejilla, el
rímel salpicado en mis pómulos, y una pestaña falsa pegada en mi frente.
¿Cómo pasé por alto eso?
—Oh Dios mío, parece que he dormido en un contenedor.
—Has tenido días mejores, eso es seguro —comenta Gen, agazapada a
un lado.
—¿Qué hago?
—Quema ese vestido, primero que nada. Quiero decir, ¿de dónde
diablos lo sacaste?
—No tenía nada más que ponerme, Gen. Pensé que me quedaría mejor.
Me mide y se golpea la barbilla con el dedo índice. Finalmente es capaz
de mirarme de lleno, aunque con una expresión de desagrado escrita en toda
su cara.
—Vale, bueno, para empezar, quitamos la pestaña falsa de anoche —Me
la arranca de la frente y la tira a la basura—. Entonces creo que haremos la
escena de las mentiras verdaderas.
Con los ojos bien abiertos, paso mis dedos a lo largo de la piel donde
tenía la pestaña pegada.
—¿La escena de las mentiras verdaderas? ¿De qué estás hablando?
—Sabes, cuando el personaje de Jamie Lee Curtis rasga su vestido para
hacerlo más sexy y luego tira un jarrón de agua sobre su cabeza para
recoger su cabello. Funcionó para ella, podría funcionar para ti.
Contando hasta diez, exhalo y digo:
—Eso fue una película, y se suponía que ese vestido se rasgaba
perfectamente. Esta cosa está hecha de gabardina, así que necesitaremos
tijeras para hacerlo decente.
Mi amiga asiente.
—Sí, ya veo lo que estás diciendo. Al menos súbete las mangas,
sumerge tu cabeza en agua, y hazte un bollo apretado en la parte superior de
la cabeza. Y por el amor de Dios, lávate la cara.
Maravilloso, Adriel. Empezando los treinta con este bochorno.
Me lleva otros diez minutos hacerme ver algo presentable antes de que
ambas camináramos de vuelta a mi cubículo, todavía llamando la atención
de los compañeros de trabajo. Y como si estuviera en una carroza de un
desfile, saludo a los que deciden mirar. No me importa lo que digan de mí.
De todas maneras, no estaré aquí por mucho más tiempo.
Me siento en mi silla, enciendo mi ordenador y dejo salir el aliento
atrapado en mi pecho.
—Estuvo cerca —Me río a medias, mirando una vez más para
asegurarme de que no hay moros en la costa—. ¿Por qué sigues aquí? ¿No
tienes trabajo que hacer?
Pareciendo culpable, Gen dice:
—¿Por casualidad recuerdas algo de anoche?
Sacudo mi cabeza y tomo un sorbo del café que ella me dio, el mismo
que necesito recargar de nuevo.
Creo que es mejor que nos olvidemos de anoche... y de esta mañana.
Cuando la pantalla de mi ordenador cobra vida, escribo mi contraseña y
abro mi correo electrónico, y aparecen treinta nuevos inmediatamente.
Ugh, ¿no puede una chica tomar un descanso?
Reviso casualmente los correos electrónicos, sin prestar atención a
ninguno de ellos mientras hablo.
—¿Le dije algo estúpido a Dalila? No es mi culpa que tenga un palo en
el trasero la mayoría del tiempo.
Continúo escaneando los correos electrónicos, uno de Liam me llama la
atención.
¡Oh, qué bien! Un memorándum.
Cuando envía eso, normalmente son jugosos y llenos de tensión
acumulada.
—No, no ofendiste a Dalila.
Apunto a la pantalla, ignorando su comentario.
—¿Has leído esto? Es un memorándum de Liam.
Gen se ruboriza.
—Uh sí, sobre eso.
El último memorándum que recibimos era sobre el uso de las
fotocopiadoras para la empresa y el trabajo, no para placer.
Dios, eso fue genial. Todas las fotocopiadoras tuvieron que ser lavadas
por un servicio de limpieza profesional debido a la gran preocupación por
los gérmenes sexuales en los botones.
—Deberíamos leerlo. Espero que sea sobre alguien que ha sido atrapado
por hacer algo masivamente inapropiado.
—Adriel, espera.
—¿Qué? —Me vuelvo hacia Gen, que tiene un dolor permanente en su
cara desde que me saludó.
Cada vez más preocupada, le pregunto:
—¿Qué está pasando?
Ella junta las manos.
—Recuerdas que nos emborrachamos, ¿verdad?
—Sí, el golpeteo en mi cabeza no me ha dejado olvidar eso. —Me
presiono las sienes.
—¿Y recuerdas haber confesado tu eterna lujuria por...? —Su voz se
desvanece, y con una mirada culpable se inclina hacia adelante y susurra en
voz baja—. ¿Por Liam?
¿Qué? ¿Lujuria eterna por Liam? Nunca lo haría. Puede que estuviera
borracha, pero no era tan...
Mis ojos se abren, la boca se seca, una sensación de hundimiento por el
miedo se arraiga en la boca de mi estómago.
Tres margaritas.
Cerveza.
Caza de hombres.
Liam en el bar con un traje.
Su mirada oscura saltando sobre mí.
La irritación y la desesperación me consumen.
Confieso mi enamoramiento... escribiendo ese correo electrónico en el
iPad de Gen...
¡Mierda! ¡El correo electrónico!
—Oh, mi Dios —Agarro mi cabeza evitando que explote por el dolor y
giro hacia mi ordenador, abriendo el memorándum inmediatamente,
haciendo clic repetidamente en mi ratón hasta que la estúpida cosa aparece
en mi pantalla diez veces. Multiplicado con cada clic—. Para —le grito al
ordenador mientras aparece el último.
Escaneo el contenido del memorándum, mientras mi corazón late fuera
de mi pecho.
De: Liam Blackburn, Presidente y CEO
Para: Empleados de Roam Inc.
Memorando RE: Conducta
Buenos días. Adjunto encontrarán el manual del empleado, una
actualización de la sección 7 que enfatiza el comportamiento inapropiado
en el lugar de trabajo. Por favor, cuide su bandeja de entrada. El
departamento de IT, enviará hoy una breve consulta sobre el contenido de
la Sección 7; todos los empleados deben volver a firmar/aceptar el acuerdo
sobre acoso sexual, límites y confraternización. Y como recordatorio, no se
tolerarán conversaciones inapropiadas, chats de mensajes instantáneos y
correos electrónicos, lo que será motivos de despido...
El memorándum continúa, pero no puedo seguir leyendo.
—¿Crees... crees que esto tiene algo que ver con el correo electrónico
que le envié anoche? —Mastico la uña de mi pulgar nerviosamente, un
hábito terrible que siempre he tenido.
Gen pone los ojos en blanco y me da su teléfono.
—Por supuesto que es sobre tu correo electrónico, idiota. Te reto a que
releas el correo electrónico que

Continuar navegando