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TEMA 1 PAM - Yissell González R

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Atención a personas adultas mayores en tiempos de COVID-19 
 
TEMA 1. Las personas adultas mayores en México 
 
1.1. Conceptualización y caracterización de la vejez y las PAM. 
 
La vejez no es una etapa del desarrollo pues varía en función de la edad, la cual es 
relativa, “no a los cambios biológicos exclusivamente, sino también a las 
percepciones y representaciones que se le atribuyen” (CNDH, 2019:16), es pues 
una construcción social y por tanto cada sociedad la define de determinada manera 
y no corresponde con los procesos de envejecimiento fisiológico (Colom, 1999). 
Asimismo, es un proceso individual y por tanto diferencial en cada persona. 
De acuerdo con el Instituto Nacional de las Mujeres, Inmujeres (2015), los signos 
que determinan el envejecimiento son: 
 
En relación con lo anterior el estudio Envejecimiento demográfico en México: retos 
y perspectivas realizado por el Consejo Nacional de Población, Conapo (1999) 
señala que “la edad cronológica está perfectamente definida sin ambigüedades, no 
 Atención a personas adultas mayores en tiempos de COVID-19 
 
es así respecto a la condición de vejez y sus distintas implicaciones sociales, 
económicas, psicológicas y culturales, cuestiones que son las que realmente 
cuentan en la problematización del envejecimiento”. Por lo tanto se debe considerar 
la heterogeneidad geográfica, social, económica y cultural del país. Asimismo, la 
salud, la situación económica y el bienestar en la vejez son fenómenos sociales y 
por tanto diferenciados según la clase socioeconómica, la cultura y la región a la 
que se pertenezca. 
La vejez no representa por tanto un conflicto per se para las personas, no obstante, 
“se convierte en un problema al relacionarse con pobreza, enfermedad, 
discapacidad y aislamiento social” (Conapo, 1999). Y al entrecruzarse las diferentes 
condiciones sociales como son la clase social, la etnia, el género, se puede reforzar 
la desigualdad y su situación de vulnerabilidad. Asimismo, es importante tener 
presentes las diferencias en los rangos de edad de esta población ya que las 
necesidades de las personas mayores de 60 y 70 años no son las mismas que las 
de mayores de 80 años, así como considerar la diversidad en los estados de salud 
y funcionales que presentan ya que es posible que personas mayores de 80 años 
tengan capacidades físicas y mentales similares a las de 20 años, y que personas 
de 60 o 70 años requieran de la ayuda de otras para realizar sus actividades básicas 
(OMS, 2015). 
Para su inclusión en las políticas públicas, en términos legales y por tanto en materia 
de protección de sus derechos, las personas adultas mayores (PAM) son aquellas 
que cuentan con 60 años o más de edad (LDPAM, 2002). 
De acuerdo con los indicadores del Consejo Nacional de Población (Conapo), se 
estima que para 2050, habitarán en el país cerca de 150,837,517 personas, de las 
cuales el 21.5% (32.4 millones) tendrá 60 años y más, 56.1% mujeres y 43.9% 
hombres, con una esperanza de vida para las mujeres de 81.60 años y para los 
hombres de 77.34 años (CNDH, 2019). Actualmente, de acuerdo con los datos 
emitidos por el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores INAPAM, 2020, 
la esperanza de vida es de 75 años en promedio correspondiendo a 78 años para 
mujeres y 73 para varones. 
 Atención a personas adultas mayores en tiempos de COVID-19 
 
 
 
La generación de políticas públicas destinadas a esta población, entre éstas las 
referentes a la atención a la salud, implicará un gran reto para el Estado mexicano, 
debido a la tendencia al envejecimiento de la población y a los cambios en la 
pirámide poblacional con la consecuente reducción de la población 
económicamente activa, así como al impacto que este cambio tendrá en lo 
financiero, en la infraestructura y en el capital humano (CNDH, 2019). Y sobre todo, 
debido a la situación de pobreza en que se encuentra gran parte de esta población, 
de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos en los Hogares, ENIGH, 
en 2012 había 8.6 millones de personas de 65 años y más, de las cuales 45.8% se 
encontraba en situación de pobreza y 3.1 millones eran atendidas por el programa 
federal 70 y más (Inmujeres, 2015). Cabe decir 
además que el mayor porcentaje de las PAM en 
situación de pobreza, incluyendo la pobreza extrema 
se concentran en las comunidades rurales, así en 
2014, mientras que el 38% de la PAM urbanas se 
encontraba en situación de pobreza, en las 
localidades rurales el porcentaje ascendía a 60.7% 
(Sedesol, 2017). 
 Atención a personas adultas mayores en tiempos de COVID-19 
 
Se ha señalado que la experiencia en torno a la vejez depende de las condiciones 
sociales de las personas. Por lo que toca al género, no se envejece igual siendo 
mujer que siendo hombre. De acuerdo con Anna Freixas: 
 “La diferencia cronológica de acontecimientos vitales entre unos y otras debe 
ser tenida en cuenta […], entre otras cosas porque el ciclo vital de las mujeres 
incluye muchas variables posibles que no se presentan habitualmente en la de 
los hombres y, con ello, importantes fuentes de posible dependencia, 
inseguridad y sacrifico. La diferente implicación en el mundo público y en el 
mundo privado supone sentidos de la vida completamente diferentes, por lo 
que el curso de las relaciones ejerce una mayor presión en el desarrollo de las 
mujeres que la edad cronológica” (1997:33). 
Freixas (1997) destaca que en el caso de los hombres el proceso de envejecimiento 
es más lineal que en el caso de las mujeres y está más apegado a la edad 
cronológica; en las mujeres, la vejez se ve determinada por el desempeño de roles 
con diferentes niveles de temporalización y compromiso, y que por tanto el rol de 
esposa, madre y trabajadora adquiere distintos significados de acuerdo con su ciclo 
de vida. Asimismo, teniendo como uno de sus sustentos la teoría del ciclo vital, 
enfatiza la diversidad en las experiencias y la consideración de que las personas se 
enfrentan a situaciones variables y plurales. 
 
Esquema 1. Proceso de envejecimiento 
 
Hombres Mujeres 
El proceso de 
envejecimiento es más 
lineal 
El proceso de 
envejecimiento está 
más apegado a la 
edad cronológica y el 
desempeño de roles. 
Experiencias y situaciones variables en el ciclo de vida 
 Atención a personas adultas mayores en tiempos de COVID-19 
 
Dados los cambios sociales que se van produciendo en torno al género y la edad, 
para muchas mujeres que durante toda su vida estuvieron al cuidado de otros, la 
salida de las y los hijos del espacio familiar puede significarles alivio, así como 
tiempo y espacio para sí mismas, 
lo anterior sirve como ejemplo para 
dar cuenta de la diversidad en la 
experiencia de las mujeres, y por 
tanto para dejar de ver y tener como 
principal o única problemática en las 
mujeres adultas mayores, la 
vivencia del síndrome del nido vacío (Freixas, 1997). Aunque esto no niega el hecho 
de que hay mujeres en las que está más arraigado el “ser para otros”, y en las que 
por tanto el dejar de cuidar a las y los hijos significa una gran pérdida, que les 
genera sentimientos de vacío y falta de sentido de la existencia y que puede 
redundar en depresión y otros malestares como el alcoholismo. 
 
Y, si bien no todas las mujeres adultas mayores viven esta situación, es algo que 
genéricamente las caracteriza debido a la reproducción de roles de género como 
haberse dedicado exclusivamente al cuidado de su familia, a la realización de tareas 
domésticas, así como, a las consecuencias del sexismo en las familias y la 
sociedad, con su exclusión de la educación por privilegiar la de los varones, motivos 
por los cuales vieron reducidas sus posibilidades de acceder al trabajo remunerado, 
significándoles no contar con una pensión o carecer de acceso a la seguridad 
pública (Inmujeres, 2015). De acuerdo con el Instituto Nacional de las MujeresAtención a personas adultas mayores en tiempos de COVID-19 
 
(2015) sólo el 8.7% de las mujeres adultas mayores está pensionada o jubilada o 
recibe pensión por viudez, a diferencia de una cuarta parte en el caso de los 
hombres. 
Asimismo, por su condición de género y debido a la sobrevaloración de la juventud, 
se propicia en las mujeres el miedo a envejecer y en ese sentido no prevén contar 
con una seguridad financiera, como tampoco las redes en quienes pueden apoyarse 
para recibir los cuidados que necesitarán, pues consideran que serán cuidadas por 
sus familias durante su vejez y muchas veces no es así (Freixas, 1997). 
Por otra parte, de acuerdo con Anna Freixas (1997), al asociar la vejez de las 
mujeres con la menopausia y en el caso de los hombres, con la jubilación, lo que se 
está haciendo es reproducir los roles de género más profundamente patriarcales, 
reduciendo la sexualidad de las mujeres a un tema de reproducción, sexo y 
maternidad y subrayando la asignación de los hombres al mundo público. En 
relación con lo anterior, no se niegan los efectos que la menopausia acarrea en la 
corporalidad de las mujeres, ya que a este hecho se atribuye una tendencia en ellas 
a la disminución de la masa ósea, sino que se subraya cómo la visión 
heteronormativa asocia la vejez en las mujeres con el hecho de no cumplir más con 
su papel reproductivo, reduciendo así la sexualidad a la procreación. 
Así pues, es importante mencionar la invisibilización que de manera general se 
hace de la sexualidad de las personas adultas mayores y principalmente de las 
mujeres, ya que si bien en los hombres puede llegar a ser vista como algo criticable 
o inmoral, no se niega su 
existencia, mientras que en las 
mujeres es algo que pasa por 
inexistente. Pero sobre todo es 
importante atender la forma en 
que las personas adultas mayores muchas veces cancelan por sí mismas este 
aspecto de su vida al hacerse eco de las representaciones sociales que invisibilizan 
o castigan toda sexualidad que salga de lo socialmente aceptable, sexualidades 
jóvenes, heteronormativas. Cabe decir que diversos estudios señalan que la 
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actividad sexual en las personas adultas mayores depende de: su buen estado 
de salud física y mental, la existencia de un compañero o compañera, y la 
historia sexual previa (Llanes, 2013). 
Otras representaciones alrededor de la vejez la asocian con enfermedad, 
ineficiencia, lentitud y poca productividad que en conjunto conducen a estereotipos 
equivocados de decadencia. Lo anterior convierte a las personas en objeto de 
abandono, maltrato, exclusión y discriminación (Conapred, s.f.). De acuerdo con la 
Encuesta Nacional sobre Discriminación, ENADID (2017), el 17.0% de las personas 
adultas mayores refirió haber vivido al menos una experiencia de discriminación en 
los últimos cinco años tales como: rechazo o exclusión de actividades sociales, le 
hicieron sentir o miraron de manera incómoda, la insultaron, se burlaron o le dijeron 
cosas que le molestaran; la amenazaron, empujaron o jalonearon; la obligaron a 
salir de su comunidad. Respecto a los efectos que los estereotipos negativos y la 
discriminación por motivos de edad tienen en las personas, el Informe Mundial sobre 
el Envejecimiento y la Salud (OMS, 2015) es tajante al señalar que existen pruebas 
de que la discriminación por motivos de edad provoca menores niveles de 
autonomía, menor productividad y mayor estrés cardiovascular. 
Respecto a la violencia de la cual llegan a ser objeto las PAM, es importante 
mencionar que el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores, INAPAM, 
señala que en 2011 en la Ciudad de México se cuantificaron más de 2475 denuncias 
por golpes, violencia verbal y despojo, lo cual, de acuerdo con la Subprocuraduría 
de Atención a Víctimas del Delito y Servicios a la Comunidad de la entonces PGJDF 
se podría multiplicar por diez si se considera que por temor o desconocimiento de 
las leyes sólo se denuncia una de cada 10 agresiones o despojos patrimoniales 
(Rebolledo, 2013). 
Las PAM son una de las poblaciones cuya condición de edad las pone en una 
situación en que pueden estar mayormente expuestas a vivir violencia en la familia 
sobre todo cuando hay un deterioro físico y mental que las incapacita para seguir 
siendo autosuficientes e independientes. Respecto a lo anterior es importante 
mencionar que de acuerdo con Salinas y colaboradores (s.f.) el 27% de las PAM 
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sufre alguna discapacidad y el 60% una discapacidad permanente. Esta situación 
puede agravarse en el caso de las PAM que viven solas y que necesitan cuidados. 
Existen diferentes tipos de maltrato a las personas adultas mayores y es frecuente 
que no se presente un sólo tipo de abuso, por lo tanto las PAM pueden ser objeto 
de violencia física, vivir maltrato verbal, descuidos en la alimentación, en la 
procuración de sus cuidados médicos, abandono emocional y financiero, falta de 
atención, amenazas, intimidación, tanto por parte de las y los hijos como por otras 
personas integrantes de la familia. 
 
Esquema 2. Tipos de violencia hacia las PAM 
De acuerdo con la OMS, los tipos más comunes del maltrato que vive esta población 
son: el maltrato físico (prevalencia de 0.2% al 4.9%), el abuso sexual (0.4% al 
0.82%), el maltrato emocional (0.7% al 6.3%), el abuso financiero (1.0% al 9.2%) y 
la negligencia (0.2% al 5.5%). Cabe mencionar que son las mujeres quienes 
particularmente viven maltrato en su vejez, sobre todo las que presentan alguna 
discapacidad física, dependen de cuidados, se encuentran en mal estado de salud 
física o mental, tienen ingresos bajos o carecen de apoyo social (OMS, 2015). 
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Gráfico 2. Frecuencia por tipo de maltrato hacia PAM 
El maltrato a personas mayores, al igual que en los otros tipos de violencia en la 
familia, se produce por la existencia de diversos factores de riesgo y la ausencia de 
factores de protección. Dentro de estos factores podemos considerar los que son 
propios de la persona, el entorno (cuidador responsable-principal, familia, 
residencia) y de la sociedad. (Ver Tabla 1) 
 
Es importante mencionar que son las mujeres quienes padecen enfermedades 
incapacitantes más graves y por más largo tiempo, 3 de cada 10 adultas mayores 
tiene dificultades para realizar alguna tarea de la vida diaria como: comer, bañarse, 
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caminar, preparar o comprar alimentos, entre otras, frente a 2 de cada 10 hombres 
(Inmujeres, 2015). 
Asimismo, las PAM presentan porcentajes importantes de padecimientos 
mentales, los cuales pueden ser incapacitantes. Por ejemplo, 17.6% presenta 
síntomas depresivos significativos, 22.1% de las mujeres y 12.5% de los hombres; 
7.3% presenta deterioro cognitivo, 8.3% de las mujeres y 6.3% de los hombres y 
7.9% sufre demencia, 9.1% de las mujeres y 6.9% de los hombres (Inmujeres, 
2015). Cabe decir que las alteraciones de la salud mental son responsables del 
31% de los años de vida perdidos por discapacidad y que la demencia es la 
primera causa de discapacidad para las PAM. 
 
Gráfico 3. Tipo de enfermedad por género en las PAM 
Por otra parte, un 26.9% de las PAM presentó dificultad para realizar al menos una 
actividad básica de la vida diaria (ABVD), es decir, actividades como comer, ir al 
baño, asearse, vestirse y caminar: 29.6% de las mujeres y 23.8% de los hombres. 
Mientras que 24.6% de las PAM tuvo dificultades para realizar al menos una 
actividad instrumental de la vida diaria (AIVD), 28.4% mujeres y 20.3% de los 
hombres, estas son actividades que permiten a la persona adaptarse a su entorno 
y mantener una independencia en la comunidad, entre ellas se encuentran: usar el 
 Atencióna personas adultas mayores en tiempos de COVID-19 
 
teléfono, hacer compras, cocinar, limpiar la casa, utilizar el transporte, administrar 
adecuadamente los medicamentos (Inmujeres, 2015). 
 
Gráfico 4. Tipo de actividad básica diaria (ABVD) por género en las PAM 
Ahora bien, como se ha mencionado, las formas en que se vive la vejez depende 
de cómo llegan a esta edad las personas de acuerdo con sus condiciones sociales 
y situaciones de vida, por lo que si bien las hay funcionales e independientes, la 
mayoría de ellas, sobre todo en edades muy avanzadas, llegan a ver disminuidas 
sus facultades físicas, y en ocasiones también mentales, lo cual las deja en situación 
de desventaja respecto a otras. 
En relación con lo anterior es importante decir que un 25.3% de las PAM necesita 
que alguna persona de su hogar le provea cuidados, 27.8% de las mujeres y 22.5% 
de los hombres, y esta necesidad se incrementa cuando aumenta la edad 
(Inmujeres, 2015). 
 
 
 
 Atención a personas adultas mayores en tiempos de COVID-19 
 
1.2 Mujeres y hombres adultos mayores frente al COVID-19 
De acuerdo con información de la OMS, si bien todas las personas somos 
susceptibles de ser contagiadas de COVID-19, el riesgo de enfermedad aumenta 
con la edad a partir de los 40 años, siendo las personas adultas mayores quienes 
tienen un riesgo mayor de morir, esto debido a que pueden presentar condiciones 
de salud que hacen más difícil su recuperación una vez que han contraído el virus, 
como son: tener enfermedades cardiovasculares, enfermedades respiratorias y 
diabetes. 
El National Institute on Drug Abuse (2020), refiere hasta el día de hoy las muertes 
por COVID-19 se concentran en las PAM, debido a que muchas de ellas tienen 
problemas de salud crónicos en el que 
el compromiso de la función pulmonar 
o enfermedades respiratorias 
relacionadas con el tabaquismo como 
el EPOC (Enfermedad Pulmonar 
Obstructiva Crónica) de estas 
personas pueden ponerlas en riesgo 
de sufrir complicaciones graves. 
Ante dicha condición, los gobiernos de todo el mundo han implementado políticas 
de atención a la pandemia que ponen a las PAM como uno de los principales grupos 
de riesgo, de tal manera que se promueve su confinamiento y cuidado por parte de 
la sociedad. 
Sin embargo, como lo señala la propia OMS, no solo las condiciones de salud y el 
envejecimiento ponen en peligro a las PAM. La soledad como emoción y el 
aislamiento como condición estructural en la que viven muchas de ellas juegan un 
papel importante frente a su capacidad de responder a la enfermedad. De ahí que 
la institución insista en que las PAM sean protegidas del COVID-19 sin estar 
aisladas o puestas en una situación de mayor vulnerabilidad. Esto implica que, 
sobre todo aquellas personas que viven solas reciban visitas, planifiquen el 
suministro de medicamentos y alimentos, salgan de forma segura en público y se 
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mantengan conectadas a través de llamadas telefónicas u otros medios. Es esencial 
además que reciban el apoyo de sus comunidades durante la pandemia. 
Es importante mencionar que de acuerdo con la OEA, las mujeres adultas mayores 
presentan un particular riesgo de mortalidad y morbilidad ante el COVID-19 pues el 
riesgo se incrementa en situaciones en que las mujeres no pueden aislarse por sus 
propias responsabilidades de cuidado (OEA/CIM, 2020a). 
Así pues, hay un llamado de parte de la OMS que ante los efectos de la pandemia 
se protejan los derechos humanos de las PAM, como uno de los grupos más 
vulnerables, principalmente de quienes viven solas, en instituciones o en 
comunidades de bajos ingresos que tienen acceso desigual a la atención médica, 
que están en situación de subempleo y sin protección social (Huenchuan, 2020). 
Por otra parte, no obstante la intención de prevenir que las PAM contraigan COVID-
19, la pandemia y el confinamiento como política preventiva han puesto a este grupo 
poblacional en una situación en que si bien se procura proteger su vida y salud, en 
aquellas poblaciones más pobres y sin seguridad social es una tarea difícil de 
cumplir. Con el confinamiento y la 
distancia social generada por éste, las 
PAM se enfrentan al hecho de que 
debido no sólo a su condición etaria sino 
a la intersección de condiciones, sus 
situaciones de vida puedan verse 
agravadas y con ello también su salud 
física y mental. 
En este sentido, el confinamiento plantea una paradoja para la salud y bienestar de 
las PAM pues se ven afectadas todas las esferas de sus vidas. Por ejemplo, se 
pueden mencionar situaciones con afectaciones que van desde repercusiones en 
su estado de salud física con la reducción de movilidad, ocasionando en las 
personas de mayor edad el deterioro corporal al modificar sus itinerarios cotidianos 
y dejar de caminar, o bien pasar demasiado tiempo viendo televisión, hasta los 
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casos en que se presenta una afectación a su estado emocional, poniendo en riesgo 
su salud mental. 
En relación con lo anterior, se pueden mencionar diversas situaciones que es 
importante tener presentes respecto a las PAM. En el caso de aquellas personas 
que siguen siendo económicamente activas, no sólo por una cuestión de generar 
recursos, para muchas de ellas el hecho de haber sido separadas de sus trabajos, 
las pone en una situación que sumada al mensaje de fragilidad y vulnerabilidad a la 
enfermedad, puede estar afectando su ánimo y apreciación de sí mismas como 
productivas e incluso poner en cuestión el sentido de sus vidas, lo cual tiene efectos 
en su salud mental. De acuerdo con Carlos Robledo (2020), el trabajo “siempre pone 
a prueba la subjetividad”, la cual, derivada de éste, “puede salir desarrollada, 
exaltada o, por el contrario disminuida y mortificada” (p. 190). Más allá de su función 
económica cumple con funciones sociales como “proveer de un nivel de actividad, 
ampliar el campo de relaciones más allá de la familia, la estructuración del tiempo y 
las rutinas diarias y socioculturales”, y en términos psicodinámicos “permite construir 
un identidad social e individual”, permite a la persona construir una buena imagen 
de sí misma. Por lo tanto, y sabiendo que dadas las condiciones de algunas 
personas adultas mayores, los efectos de la suspensión laboral pueden ser 
considerables en lo que se refiere a su estado anímico pero también físico. 
 
Por otra parte, sabemos además que las PAM, mujeres y hombres, tanto aquellas 
que se han jubilado o pensionado, como quienes han dedicado su vida al hogar, en 
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este caso principalmente las mujeres adultas mayores, emplean gran parte de su 
tiempo al cuidado de sus nietas o nietos. De acuerdo con el Estudio Nacional de 
Salud y Envejecimiento en México, ENASEM, 2012 (Inmujeres, 2015), las PAM que 
realizan trabajo de cuidados a niñas y niños menores de edad, el 80.8% son mujeres 
y 19.2% son hombres. Cabe decir que lo anterior les implica trabajo, el cual la 
mayoría de las veces no es remunerado, pero también les proporciona cercanía con 
quienes mantienen relaciones afectivas muy fuertes, la cual al verse limitada por la 
distancia social que conlleva el aislamiento, como en el caso de aquellas PAM que 
viven en espacios diferentes a los habitados por sus hijas e hijos y por lo tanto lejos 
de sus nietas y nietos, puede ser un factor de depresión, sobre todo cuando no 
cuentan con medios alternativos para estar en contacto como el teléfono o 
desconocen el uso de tecnologías que puedan acercarlos de manera virtual y 
facilitar así la comunicación con sus familias. Por supuesto, los lazos afectivos 
incluyen no sólo a las y los nietos, sino en primera instancia a las hijas e hijos cuando 
se los tiene, de quienes pueden experimentar sentimientos de abandonoal no 
verlos, pero también están los vínculos de amistad que las PAM sostienen, los 
cuales son fundamentales para su bienestar. Al respecto, María Galeano (2020) 
señala que el confinamiento prolongado y riguroso para las PAM, fragmenta y 
debilita sus redes de apoyo y círculos de cuidado. 
Cabe decir que hay evidencias de que el aislamiento social ocasionado por el 
COVID-19 para algunas de las personas adultas mayores ha traído consigo el 
desarrollo de síntomas siquiátricos como son: depresión, ansiedad y síntomas de 
angustia postraumática, especialmente en aquellas personas que se sienten viejas. 
De acuerdo con una investigación abocada al tema realizada con población adulta 
mayor israelí, se concluyó que la edad subjetiva, es decir la percepción que cada 
persona tiene de sí misma con relación a su edad, puede moderar los efectos de la 
soledad ocasionada por el COVID en la presencia de síntomas psiquiátricos (Shriva, 
Hoffman, Bodner & Palgi, 2020). 
 Atención a personas adultas mayores en tiempos de COVID-19 
 
Asimismo, están los casos de las PAM que viven en asilos, cuyas familias bajo el 
pretexto de la cuarentena las abandonaron, o los casos en que por enfermedad o 
incluso muerte de sus familiares vieron 
reducidas o canceladas sus visitas. 
Esto último puede ser una situación 
que esté ocurriendo también en los 
casos de mujeres y hombres adultos 
mayores que vivan solas y solos en 
sus propias casas. 
De acuerdo con el INEGI, 11.4% de las PAM viven solas, es decir 1.7 millones de 
personas, de las cuales el 60% son mujeres y 40% hombres; 47.9% vive en hogares 
nucleares, lo que significa que puede vivir con su pareja con o sin hijas e hijos 
solteros, o bien la persona y sus hijas e hijos, y el 39.8% vive en hogares ampliados, 
lo cual incluye a su núcleo familiar y otras personas emparentadas (INEGI, 2019). 
 
Las PAM, como todas las personas pueden estar viviendo situaciones de mucho 
estrés y ansiedad ante la idea no sólo de enfermar y morir, sino de que las personas 
a su alrededor también enfermen o mueran, que en el caso de las PAM 
dependientes o con alguna discapacidad se puede tornar en una situación de gran 
temor e incertidumbre respecto a su propia supervivencia. Así como de gran dolor 
por la pérdida de algún ser querido, cuyo duelo posiblemente implique también 
 Atención a personas adultas mayores en tiempos de COVID-19 
 
complicaciones en su elaboración, si pensamos en las condiciones tan trágicas en 
que han ocurrido muchas muertes por COVID-19, en que las personas han muerto 
sin poder despedirse de sus familias y donde los rituales mortuorios no han podido 
realizarse. 
Es importante mencionar que hay casos en que las personas adultas mayores están 
cuidando a otras personas, incluida otra PAM. De acuerdo con el ENASEM, 2012, 
11% de los hombres y 17% de las mujeres mayores participan en el cuidado de 
algún adulto enfermo o con discapacidad. Por su parte la Encuesta Laboral de 
Corresponsabilidad Social, ELCOS, 2012, señala que son mujeres adultas mayores 
el 20.5% de las cuidadoras de personas con limitaciones permanentes y 9.6% de 
cuidadoras de personas enfermas temporales, mientras que en el caso de los 
hombres adultos mayores son el 20.7% de los cuidadores de personas con 
limitaciones permanentes y 13.6% de los cuidadores de personas enfermas 
temporales (Inmujeres, 2015). 
 
Como se ha mencionado en la caracterización de las PAM hay un porcentaje 
importante de personas con discapacidad, que en este confinamiento puede ver 
agravada su situación de vulnerabilidad, por lo que se requerirán de medidas que 
las y los protejan a fin de no ver disminuida aún más su salud y bienestar. 
 Atención a personas adultas mayores en tiempos de COVID-19 
 
Otra de las situaciones que pueden estar siendo agravadas a raíz del confinamiento 
es la violencia que las PAM puedan estar viviendo al interior de sus hogares y que 
está muy vinculada con condiciones de pobreza. 
Así pues, la condición de pobreza que muchas de las PAM viven agrava su 
condición de vulnerabilidad pues al carecer de suficientes recursos económicos las 
pone en un estado de indefensión siendo uno de los motivos por los cuales son más 
vulnerables a vivir violencia, no sólo económica a través de la sustracción de sus 
ingresos sino física e incluso sexual, sobre todo en el caso de las mujeres. Algunos 
de los factores de riesgo a vivir maltrato es la dependencia económica que puedan 
tener hacia sus familiares, por lo que en el contexto de COVID la situación se puede 
ver agravada cuando toda la familia está viviendo una vulnerabilidad económica por 
falta de empleo o reducción de sus ingresos. Situación que puede generar mayor 
frustración y enojo en las personas integrantes de la familia, incluso en la persona 
que funge como cuidadora, que agobiadas y estresadas pueden descargar con 
violencia contra la persona adulta mayor. Además de que el confinamiento en sí 
mismo puede estar generando estrés y frustración en las familias, así como 
sobrecarga de trabajo en la persona cuidadora de la mujer u hombre adulto mayor. 
Así, las PAM pueden verse en situaciones de violencia originadas por las 
consecuencias que el encierro trae en algunos de los integrantes de la familia como 
son ansiedad o frustración, o bien sufrir un incremento en la violencia y maltrato del 
que son víctimas de forma recurrente y que ante el confinamiento sea mucho más 
difícil que sus familiares y amistades las visiten, no pudiendo comentar su situación 
con alguna persona de quien pueda recibir ayuda. 
De acuerdo con la Secretaría de la Mujer de la Ciudad de México, durante la 
cuarentena han recibido un número significativo de reportes, sobre todo de mujeres 
adultas mayores, quienes denuncian además de violencia de género, omisión de 
cuidados, violencia emocional y económica (Belsaso, 20/04/2020). Asimismo, la 
OEA a través del Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belém do Pará, 
en conjunto con la Comisión Interamericana de Mujeres, refiere el registro de 
nuevos patrones de violencia contra las mujeres, considerando entre éstos el 
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abandono de mujeres adultas mayores, el cual exacerba su situación de 
vulnerabilidad (OEA/CIM, 2020b). 
Referencias: 
Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión (25 de junio de 2002). Ley de 
los Derechos de las Personas Adultas Mayores. DOF:22-11-2016. 
CNDH (2019). Informe especial sobre la situación de los derechos humanos de las 
personas adultas mayores en México. México: CNDH. 
Colom, J. (1999). Vejez, representación social y roles de género. Educacio i cultura. 
(12) 47-56. 
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