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Origens da Família e do Patriarcado

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EL MATRIARCADO 
ESTUDIO SOBRE LOS ORÍGENES DE LA FAMILIA 
Vivimos bajo el régimen de la familia patriarcal; alrededor del padre, 
reconocido por las costumbres y la ley como jefe de la pequeña sociedad 
familiar, se agrupan la mujer y los hijos; sólo su nombre recorre el curso de las 
generaciones: en otro tiempo la propiedad se transmitía de varón a varón. 
La Biblia, los libros sagrados de Oriente y la mayor parte de los filósofos y 
hombres de Estado han admitido como verdad indiscutible que esta forma 
familiar presidía en el origen de las sociedades humanas y que subsistiría hasta 
los siglos del porvenir, no observando más que 
Insignificantes modificaciones. 
 
Para el vulgo y también para los espíritus cultivados, la familia patriarcal es 
aún la sola forma familiar de acuerdo con la razón y la naturaleza. Los 
jurisconsultos romanos pensaban asimismo que el jus gettiiutn era la expresión 
jurídica del derecho natural. A fin de dar una autoridad moral a sus 
instituciones civiles, políticas y religiosas, a sus costumbres y a sus trajes, han 
presentado siempre a los hombres como manifestaciones de la ley natural y 
como emanaciones de la divinidad. Los deberes y los derechos religiosos, 
morales y políticos de la mujer, básanse sobre esta noción de la familia, que 
nace con la historia. 
El axioma social. El padre es el jefe natural de la familia monogàmica o 
poligàmica. Reputado más inquebrantable que la roca, su poder se desvanece, 
no obstante, al soplo impío de la ciencia, como otras tantas verdades veneradas 
por la antigüedad. 
Mucho tiempo hace que esta verdad eternai habría sido puesta en duda, si 
los filosofastros de la historia no se hubiesen dejado cegar por los prejuicios 
sociales, si se hubieran dado cuenta del valor real de los hechos conocidos, si no 
hubiesen desdeñado, como caprichos individuales 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
112 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
 y sin trascendencia las opiniones emitidas por los cínicos, los estoicos, los 
gimnosofistas y los discípulos de Platón sobre la comunidad de las mujeres y 
sobre los bienes, o no hubiesen ridiculizado las teorías de los socialistas 
modernos sobre la comunidad de los bienes y la libertad del amor. 
Ha sido necesario esperar hasta el año 1861 para que viniese un hombre de 
vasta ciencia y de inteligencia atrevida a demostrar que en las sociedades 
primitivas habían existido otras formas familiares: en 1861 fue cuando Bachofen 
publicó Das mutterrecht («El derecho de la madre»)} Su importante 
descubrimiento, que ocultaba una espesa nube mística, acaso habría pasado 
desapercibido si algunos años después, escritores ingleses como Mac Lennan, 
Lubbock, Herbert, Spencer, Taylor, etcétera, recogiendo las ideas confusamente 
emitidas en los numerosos relatos de viajeros ingleses, no hubiesen llamado la 
atención acerca de los pueblos que no conocieron la existencia de la familia 
paternal. 
No obstante, el honor de haber establecido de una manera científica que las 
sociedades humanas empezaron por la promiscuidad sexual y no pertenecieron 
a la familia patriarcal sino después de haberse establecido una serie graduada 
de formas familiares, débese al profundo pensador americano, Lewis H. 
Morgan. Él ha sido el primero que ha puesto un orden razonable en el 
intrincado laberinto de hechos curiosos, extraños y con frecuencia 
contradictorios recogidos por los historiadores de la antigüedad, por los 
antropologistas del hombre prehistórico y por los viajeros de los pueblos 
modernos. Su gran obra, Ancient society,* publicada en Londres en 1877, es el 
resumen de trabajos insertados en las publicaciones de la Smichsonian Society 
de Washington, en las que ha consagrado cuarenta años, recogiendo datos 
áridos, pacientes y concienzudos. Federico Engels, completando los trabajos de 
Morgan con los estudios económicos e históricos de Carlos Marx y por los 
suyos propios expuso, en la forma breve, límpida y previsora que le es peculiar, 
las investigaciones hechas sobre el origen de la familia, del Estado y de la 
propiedad privada. 
A Dumas hijo, en uno de sus prefacios escribe que es difícil si no imposible, 
reproducir en la escena las relaciones entre hombres y mujeres de la vida 
mundana, por temor de ofender el pudor timorato de las mujeres, que son 
castas solamente de oídas. 
 
 
 
 
 
 
113 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
Pero el pudor de los hombres, el de Dumas sobre todo, es más timorato. 
Tienen las ideas tan estereotipadas sobre el pudor nativo de la mujer, reglas 
tan preciosas para su conducta privada y pública, que todo hecho, toda idea 
que no lleve el sello de la moral civil y social les ofusca. No pueden admitir que 
haya en el mundo cosas que no necesitan de su filosofía, como decía Hamlet a 
Horacio. 
Pero los hechos recogidos por todos los pueblos antiguos y modernos son 
tan numerosos y las teorías que han contribuido a elaborar son tan positivas, 
que si se quiere formar claro concepto de la evolución de la especie humana, es 
necesario deponer ante las puertas de la ciencia histórica las ideas 
proudhonianas que albergan las cabezas civilizadas. 
I 
La familia naire. A fines del siglo XV, cuando Vasco de Gama arribó a las 
costas de Malabar, los portugueses desembarcaron en medio de un pueblo 
notable por el estado avanzado de su civilización, el desarrollo de su marina, la 
fuerza y organización de su ejército, sus hermosas ciudades, que canta 
Camoens, el lujo de sus habitaciones y la cultura que reflejaban sus costumbres; 
pero la posición social de la mujer y la forma de la familia cambiaron sus ideas 
traídas de Europa. Bachofen ha reunido en Antiguarische Briefe documentos 
sobre el origen de la familia naire, de los más diversos orígenes, de escritores 
árabes, portugueses, holandeses, italianos, franceses, ingleses y alemanes, 
desde la Edad Media hasta la época moderna. 
La familia naire ha dado pruebas excepcionales de vitalidad; ha sabido 
resistir al cristianismo, a la opresión de la aristocracia brahmática aryena y la 
revolución musulmana. Esta tenaz institución familiar se mantiene en los 
pueblos de Malabar hasta la invasión de Hider-Alli en 1766. 
Los naires, el elemento aristocrático del país, formaban grandes familias de 
varios centenares de individuos llevando el mismo nombre, análogos a la 
costumbre céltica, a la gens romana, al genos griego. Los bienes inmobiliarios 
pertenecían en común a todos los miembros de la gens; la igualdad más 
completa reinaba entre ellos. 
El marido, en lugar de vivir con su mujer y sus hijos, vivía con sus 
hermanos y hermanas en la casa maternal; cuando la abandonaba 
 
 
 
 
 
114 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
 
 lo hacía siempre en compañía de su hermana predilecta, y a su muerte sus 
bienes mobiliarios no pasaban a sus hijos, sino que eran distribuidos entre los 
hijos de sus hermanas. 
La madre, o en su defecto su hija primogénita, era el jefe de la familia; su 
hermano mayor, llamado el marido de la nodriza, administraba los bienes; el 
marido era un huésped; no entraba en casa más que en días determinados, ni 
se sentaba jamás al lado de su mujer o de sus hijos. Los naires, dice Barbosa, 
tienen un respeto extraordinario para con su madre; de ella reciben bienes y 
honores; respetan igualmente a su hermana mayor, que es quien sucede a la 
madre en la dirección de la familia. 
La dama naire poseía varios maridos de recambio, diez o doce, y a veces 
más, si así se lo pedía su corazón. Estos maridos se sucedían por turno, pues 
cada uno tenía su día conyugal señalado, durante el cual debía sufragar los 
gastos de la casa, y al entrar en ella colgaba en la puerta su espada y su broquel 
para indicar que la plaza estaba ocupada. 
La gloria y el renombre de la dama se sucedían por el número de maridos 
que ésta tenía. El marido para no estar ocioso durante los días que no le 
correspondía pasarlos al lado de su mujer, tomaba parte en otras sociedades 
matrimoniales;podía a su gusto retirarse de una asociación conyugal para 
entrar en otra, y la mujer tenía el derecho de repudiarle si no cumplía 
perfectamente sus deberes. La mujer naire era poliandra y el hombre 
poligninio. 
Los hijos pertenecían a la madre; ella se encargaba de mantenerlos. 
«Ningún naire, dice Buchman, conocía a su padre; cada hombre miraba 
como herederos a los hijos de su hermana, a los que amaba como aman los 
padres a sus hijos en las demás partes del mundo. Mirábase como un monstruo 
al que a la muerte de un hijo que él creía suyo, a causa del parecido y del largo 
contacto que con la madre había tenido, mostraba tanto sentimiento como en la 
muerte de un hijo de su hermana.» 
Los naires parecían haber tomado a tacha de deshonor las ideas morales de 
los bravos europeos. El derecho de posesión de una virgen, reservado a los 
señores feudales como uñó de los más preciosos privilegios, y comprado por 
los poseedores del capital a bajo precio también, era considerado por los naires 
como una humillación. Para desflorar las vírgenes, echaban mano de los 
extranjeros, hombres del puerto que recibían un salario anteriormente tratado. 
Bartema cuenta que en la ciudad de Tarnassari, 
 
 
 
115 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
 los rajas encargaban a los extranjeros que hicieran compañía a sus mujeres 
durante las primeras noches después de la boda. Jorge IV, de Inglaterra, 
participaba de la opinión de los naires; afirmaba que aquello era un trabajo de 
palafrenero. Barbosa, al hacer una muy hermosa descripción de la ceremonia 
nupcial, exclamaba con indignación verdaderamente cristiana: «En opinión de 
esos paganos, la joven que moría virgen no iba al cielo.» El cadáver de las 
vírgenes era violado. ¡La virginidad acarreaba allí un pecado mortal! 
Si estas costumbres hubiesen sido observadas entre los salvajes relegados 
al último escalón de la especie humana, habríaseles juzgado como los 
españoles hacían con los pieles rojas, a quienes destruían salvajemente. «Los 
naires son gente sin razón.» Los cristianos de nuestros días, y muchos sabios 
antropologistas entre ellos, podían añadir: «Los naires son pueblos 
degenerados; sus costumbres abominables eran testimonio de su degradación.» 
Los naires, por el contrario, constituían la aristocracia indígena de un pueblo 
culto, seguramente más civilizado que los portugueses del siglo XVI. 
Acerca de esta cuestión puede preguntarse: ¿La familia naire, basada sobre 
la comunidad de los bienes en el seno de un clan, de la poligamia de los dos 
sexos, la supremacía de la madre, dueña soberana de la casa, no siendo su 
hermano mayor más que una especie de mayordomo sobre la filiación 
maternal, transmitiendo la madre solamente el nombre a sus hijos, su rango y 
sus bienes, será uno de esos hechos anormales, una de esas monstruosidades 
sociales engendradas por circunstancias verdaderamente excepcionales que no 
pudiesen haber existido en otras partes? 
Admitiendo que en ningún pueblo de la tierra se han observado después 
de los tiempos históricos costumbres análogas, el hombre de ciencia, 
titubeando, no debía decir: «Nada es milagroso.» La teratología de Geoffray 
Saint-Hilaire clasifica en la serie animal el monstruo, que no es más que un 
organismo ligado a una de sus bases de desenvolvimiento y reproductor de un 
tipo inferior de la misma serie. La familia naire, este fenómeno social, ¿no 
reproducía, pues, una de sus formas familiares primitivas que hubiese 
recorrido la humanidad en el curso de su evolución? 
Pero las costumbres familiares de los naires no constituyen una excepción 
única: Si se hojean los relatos de los viajeros que han recorrido los pueblos 
salvajes del antiguo y moderno mundo, si el espíritu despojado de prejuicios 
civilizados y saturado por las narraciones de los exploradores 
 
 
 
116 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
modernos repasa los historiadores, los poetas y los filósofos de la antigüedad, si 
se analizan los libros religiosos y se estudian los libros sagrados, se recoge una 
abundante cosecha de hechos que demuestran que todos los pueblos de la tierra 
han tenido en algún momento de su pasado costumbres análogas a las de los 
naires. 
II 
LA FAMILIA MATERNAL EN OTROS PAÍSES 
Trasladémonos al África, en medio de los tuareg del Norte, y tomemos por 
guía un viajero francés, Duveyrier.59 
«El vientre pinta a la criatura», dice un proverbio tarquí60 usado entre los 
hollas de Madagascar. El hijo tarquí sigue la condición de su madre; si ella es 
libre y noble, libre y noble es él también, aun siendo su padre un esclavo. 
«Si una mujer liciana de condición libre se une a un esclavo, sus hijos son 
reputados nobles, cuenta Herodoto. Si al contrario un ciudadano, aun 
perteneciente al más distinguido rango, se casa con una extranjera o con una 
concubina, sus hijos son menospreciados.»61 Partus scquitum ventrem, era un 
antiguo adagio latino. «Vientre libre se ennoblece», decían las costumbres de 
Champagne y Brie del siglo XII. 
Los tuareg tienen dos clases de propiedad: 1?, los bienes adquiridos por el 
trabajo del individuo, tales como armas, plata, esclavos comprados, ganados, 
cosechas y provisiones; éstos son individuales; 2?, los derechos percibidos sobre 
las caravanas y los viajeros, los derechos territoriales en tierras de pasto y 
labranza, sobre las aguas; los derechos sobre las personas y las tribus 
sometidas; el derecho de mandar y ser obedecido, son colectivos; no se 
transmiten por línea de varón, pero pasan al hijo primogénito de la hermana 
mayor, que administra en interés de toda la familia. 
Antiguamente, cuando se trataba de distribución territorial, las tierras 
atribuidas a cada familia eran inscriptas en nombre de la madre. El derecho 
berbero concede a las mujeres la administración de sus bienes. 
 
 
 
 
59 Duveyrier, Les touareg du Nort. París, 1864. 
60 En singular, tarquí; en plural, tiiarez o targa; en femenino, tarquín. 
61 Herodoto, libro I, pág. 173. 
 
117 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
En Rhat, sólo ellas disponen de las casas, de los jardines, en una palabra, de 
toda la propiedad rural del país. 
Los tuareg no poseen más que un parentesco, el parentesco uterino; la 
genealogía es femenina. El tarquí conoce a su madre y a la madre de su madre; 
a su padre lo desconoce. El hijo pertenece a la mujer y no al marido; es la sangre 
de ella y no la de su esposo, la que confiere al hijo el rango que le corresponde 
en la tribu y en la familia. 
Si hay un punto en la sociedad tarquí que difiere de la sociedad árabe, es 
por el contraste de la posición elevada que en ella ocupa la mujer comparado 
con el estado de inferioridad de la mujer árabe. No solamente entre los tuareg la 
mujer es igual al hombre, sino que aun goza de una condición preferente. 
Dispone de su mano, y en la comunidad conyugal administra su fortuna, sin 
tener obligación de contribuir a los gastos de la casa. También ocurre que, por el 
cúmulo de los productos, la mayor parte de la fortuna está en poder de las 
mujeres. 
La mujer tarquí es monógama; ella ha impuesto la monogamia a su marido, 
aunque la ley musulmana le permite varias mujeres. Es independiente, con 
respecto a su esposo, hasta tal punto, que puede repudiarle bajo el más ligero 
pretexto; ella va y viene libremente. Sus instituciones sociales y las costumbres 
que han seguido han desarrollado extraordinariamente a la mujer tarquí: su 
inteligencia y su espíritu de iniciativa maravillan en medio de una sociedad 
musulmana. Distínguese en los ejercicios corporales; montada en un 
dromedario, recorre cien kilómetros para asistir a una soirée; empéñase en 
carreras con los más atrevidos jinetes del desierto. Distínguese por su cultura 
intelectual; las damas de la tribu de Imanan son célebres por su belleza y talento 
musical; cuando dan conciertos, los hombres acuden desde los más lejanos 
puntos, atraídos como avestruces machos. Las mujeres de las tribusberberas 
cantan todas las noches acompañadas con una rebaza (violín); improvisan y en 
pleno desierto hacen renacer las cortes de amor de la Provenza. La mujer 
casada es tanto más considerada cuanto más amigos cuente entre los hombres; 
pero, para conservar su reputación, no debe preferir a ninguno. «La amiga y el 
amigo, dice, son para los ojos y el corazón, y no para la cama solamente, como 
entre los árabes.» 
Pero las damas nobles tuareg no deben poner su conducta en contradicción 
con sus sentimientos, del mismo modo que las heroínas de la Fronda, que 
platonizaban las relaciones entre la amante y el amante, y que, según la 
expresión de Saint-Evremond, amaban tiernamente a su querido 
 
 
 
118 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
 y gozaban sólidamente de su marido sin aversión. El matrimonio de los 
tuareg, no es indisoluble; las parejas pueden desunirse fácilmente y las mujeres 
pueden contraer nuevas uniones. 
Las mujeres juegan el principal papel en las leyendas del país; el mismo 
fenómeno se observa en la Grecia homérica; en diferentes períodos ellas han 
ejercido el mando. Una de ellas, Kadiva, la María Teresa del desierto, a 
principios del siglo vm, reunió bajo su dominación las tribus berberas y fue la 
heroína de la resistencia nacional contra la invasión de los conquistadores 
árabes, que no lograron apoderarse del litoral del Atlas hasta después de su 
muerte. Sucumbió con las armas en la mano, muerta por el general Hassam. 
Hace algunos años, la tribu de los Ihehauen era gobernada por una mujer, una 
chelkha; aún hoy día las mujeres que se distinguen por sus méritos son 
admitidas en los consejos de la tribu. 
Los tuareg son los descendientes de aquellos libianos de que hablaba 
Herodoto, quienes tenían sus mujeres en comunidad, no viviendo con ellas, y 
cuyos hijos eran educados por las madres.62 Ellos pretendían que Minerva era la 
hija adoptiva de Júpiter, pues no podían admitir que un hombre engendrara sin 
el concurso del otro sexo: sólo las mujeres eran capaces de milagro semejante. 
En el valle del Nilo, esta cuna de la civilización, las mujeres del tiempo de 
Herodoto tenían una situación tan privilegiada, que los griegos llamaban a 
Egipto «un país al revés». 
El historiador de Halicarnaso explicaba este contraste «por la naturaleza del 
Nilo, tan diferente de los otros ríos, así como los más de los egipcios y sus leyes 
difieren de las costumbres y trajes de otros pueblos». 
«Los hombres llevan los fardos en la cabeza, y las mujeres en las espaldas. 
Las mujeres van al mercado y comercian, mientras que los hombres, encerrados 
en sus casas, trabajan la tela. Los muchachos varones no están sujetos por la ley 
a mantener a sus padres; esta carga incumbe de derecho a las hijas.» 
Esta condición impuesta a las hijas era suficiente para establecer que los 
bienes de la familia pertenecían al sexo femenino, como se daba el caso entre los 
naires y los tuareg; y en todas partes donde la mujer disfrutaba de esta 
condición económica dejaba de estar bajo la tutela de su marido y se convertía 
en jefe de la familia. 
 
 
 
 
 
62 Herodoto, libro IV, pág. 180. 
 
118 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
En virtud de los numerosos favores de la diosa Isis, escribe Diodoro de 
Sicilia, habíase establecido que la reina de Egipto tuviese más poder y fuese 
más respetada que el rey; lo que explica por qué entre particulares el hombre 
pertenecía a la mujer según los términos del contrato dotal, y que se estipulase 
entre los esposos que el hombre obedecía a la mujer.63 Se ha recogido esta 
observación de Diodoro de entre las historias maravillosas, en las que abundan 
los viajeros que vuelven de lejanas tierras; haciendo constar, no obstante, que la 
asociación de reinas en el poder persistió hasta los Ptolomeos, a despecho de las 
ideas griegas que conquistaron el país. En las ceremonias religiosas Cleopatra 
vestía los atributos de Isis, la madre santa, y su esposo Antonio, un general 
romano, seguía a pie su carro triunfal. 
Las inscripciones funerarias recogidas en el valle del Nilo mencionan 
frecuentemente el nombre de la madre, pero no el del padre. «Alguna vez», 
dice Revillout, indícase por paralelismo que el personaje en cuestión era hijo de 
un tal. Mas esta designación patronímica era muy rara en la lengua sagrada... 
Añadamos que la mujer casada, madre o esposa es siempre nelet pas, señora de 
su casa.64 Revillout queda escandalizado. 
El análisis de los papiros demóticos del Louvre ha permitido al sabio 
egiptólogo poder afirmar que los antiguos contratos matrimoniales no 
mencionan los bienes de la mujer, por numerosos e importantes que fuesen, no 
teniendo, por tanto, el marido ningún derecho sobre ellos, mientras que se 
especifica la suma que él debe pagar a su mujer, sea como donación nupcial, 
pensión anual o multa en caso de divorcio. La esposa es siempre dueña 
absoluta de sus bienes, que administra y dispone a voluntad suya. Compra, 
vende, presta, pide prestado; en una palabra, ejecuta sin contradicción alguna 
todos los actos de jefes de familia. 
Los hechos anotados por Herodoto y Diodoro, confirmados por los trabajos 
de Champollión-Figeac y por varios egiptólogos, demuestran que la mujer 
egipcia ocupaba en la familia la misma posición que las señoras naires y tuareg. 
Poséense aún otras pruebas: éstas de diferente naturaleza. 
Las ceremonias y las leyendas religiosas conservan momificadas las 
costumbres del pasado. La Pascua católica, esta comida mística en la que los 
 
 
 
 
 
 
63 Diodoro de Sicilia, Libro I, pág. 27. 
64 Reí>ue Egyptologique, 1880. 
 
120 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
fieles absorben a un Dios hecho hombre; la leyenda hebraica de Abraham, 
inmolando un cabrón en lugar de Isaac su hijo, es el lejano eco de los banquetes 
antropológicos y holocaustos humanos. La cabeza del hombre elabora las 
religiones con los hechos que le rodean, mas en el curso, de los siglos los hechos 
se transforman, desaparecen, mientras que la forma religiosa, que ha sido su 
manifestación en la inteligencia humana, persiste. Estudiando la forma 
religiosa, se pueden encontrar y reconstituir los fenómenos naturales y sociales 
que le han servido de base. 
Isis, la diosa de los antiguos egipcios, la madre de los dioses, vino al mundo 
por sí sola; es también la diosa virgen; sus templos en Sais, la ciudad santa, 
tenían esta altiva inscripción: Jamás nadie me ha tocado la ropa y el fruto que 
yo he dado es el Sol. El orgullo de la mujer se revela en estas palabras sagradas; 
proclamábamos independiente del hombre, no tenía necesidad de recurrir a su 
cooperación. 
A esta osadía, Grecia replicó que Júpiter, el padre de los dioses, alumbró a 
Minerva sin necesidad de mujer; y Minerva, la diosa «que no ha sido concebida 
en las tinieblas del seno maternal» será la enemiga de la supremacía familiar de 
la mujer. Isis, por el contrario, es la diosa de las antiguas costumbres; casóse 
con su hermano, como en el tiempo de la promiscuidad consanguínea. Sobre 
sus monumentos declara: Yo soy la madre del rey Horus, la hermana y la 
esposa del rey Osiris, soy la reina de la tierra entera. Su marido, más modesto, 
no se instituía el padre del rey Horus. Isis es inmortal, Osiris es mortal, fue 
muerto por Typhon; llenada su función de genitor, debía morir. 
Babilonia celebraba, con cinco días de orgía popular, las fiestas de la diosa 
Mylita; era la fiesta universal de la libertad y de la igualdad primitivas. El 
Phallus, que hacía iguales a todos los hombres, era adorado; el rey de la fiesta, 
escogido de entre los esclavos, después de haber gozado de la reina de la 
ceremonia, era entregado a las llamas; igual que el dios Osiris, una vez llenada 
su función genitora, debía morir. 
La mujer reducía al hombre a no ser más que un órgano. El antagonismo de 
sexos, nacido con la humanidad, dura aún. El menosprecio que, desde los 
tiempos históricos, hantenido los hombres para la mujer, puesta en tutela o 
tratada como cortesana o ama de gobierno, lo han guardado con ellos las 
mujeres, los ritos religiosos lo prseban, cuando ellas eran las iguales y a la vez 
las superiores del hombre. 
 
 
 
 
121 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
 
En-las sociedades animales comunistas, entre las hormigas, las abejas, el 
macho es un parásito; después del acto de la fecundación se le extermina. 
III 
COSTUMBRES DE LA FAMILIA MATERNA 
No cabe la menor duda de que antes de llegar a la forma familiar actual, la 
humanidad ha pasado por una forma de familia al revés; la madre erigida en 
jefe; el padre, personaje secundario, no transmite a sus hijos ni su nombre, ni 
sus bienes, ni su rango.65 La familia, entonces, es la prolongación de mujer a 
mujer del cordón umbilical, este signo material de la maternidad. Este órgano, 
que en las familias reales de Europa han cortado en presencia de testigos, a fin 
de evitar toda duda sobre la legitimidad del nuevo ser, está aún rodeado de 
respeto tal entre ciertos pueblos, que, por ejemplo, los habitantes del alto Nilo, 
los fidgienos y también los criollos de las Antillas, le conservan preciosamente 
y en- tierran con ceremonia cuando la muerte del individuo; es el lazo que une 
al jefe de la familia, a la madre. 
Las costumbres que corresponden a esta forma familiar primitiva 
escandalizan la moral de los civilizados. La castidad monogámica no es una 
virtud; la mujer, por el contrario, se honra según el número de sus esposos, que 
se suceden a días fijos, o que cohabitan con ella durante una revolución lunar; 
éste era el uso en las Islas Canarias.66 
Los maridos de una misma mujer, siguiendo la observación de Herera, a 
propósito de los salvajes de Venezuela, viven en perfecta inteligencia y sin 
conocer los celos; esta pasión aparece tardíamente en la especie humana. 
 
 
 
 
 
 
65 Si se pregunta a un liciado de qué familia es, dice Herodoto, os hace la genealogía de 
su madre, libro I, pág. 1/5. Plutarco nos cuenta que los cretenses se servían de la palabra 
matria, en vez de patria. Ulpiano, el jurisconsulto del siglo in da aun a la palabra matrix el 
sentido de metrópoli, que preserva el recuerdo del tiempo en que el hombre no conocía más 
que la familia, la raza y el país de la madre. 
66 Carver, en sus Trovéis in North American, observa que habiendo preguntado por qué 
una mujer de la tribu de los nandoweries estaba rodeada de un respeto tan grande, le fue 
contestado que en cierta ocasión solemne ella había invitado a los principales cuarenta 
guerreros de la tribu, habíales obsequiado con un festín y les había tratado a todos 
maritalmente. Había renacido una vieja costumbre dejada en desuso. 
 
122 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
Los hijos heredan bienes de la madre y de los tíos maternos, jamás del 
padre. El tío ama a sus sobrinos con más cariño que a sus propios hijos. 
Entre los germanos, dice Tácito, el hijo de una hermana es más querido de 
su tío que de su padre. Algunos estiman este grado de consanguinidad más 
santo y más estrecho; y al recibir en rehenes, prefieren a los sobrinos, como 
partes más ligadas e interesantes ante la familia.67 No obstante, los germanos 
que describe el historiador latino habían entrado ya en la forma familiar 
paternal, puesto que los hijos heredaban de su padre; pero conservaban aún los 
sentimientos y ciertos usos de la familia maternal. 
La mujer habita en su casa o en la de su clan, y jamás en la de su marido. La 
observación siguiente, citada por Morgan y referida por el pastor protestante 
Séneca, que vivió durante algunos años entre los iraqueses, es típica. «Durante 
el tiempo que ellos habitaron en sus largas casas, que podían contener cientos 
de individuos, el clan predominó; pero las mujeres introducían en él a sus 
maridos pertenecientes a otros clanes. Era costumbre que las mujeres 
gobernasen la casa; las provisiones eran aperladas por todos; pero ¡desdichado 
del marido o del amante demás; do perezoso o poco hábil que no contribuía por 
su parte a las provisiones de la comunidad! Cualquiera que fuera el número de 
sus hijos y la cantidad de bienes con que había contribuido, podía prepararse a 
recibir la orden de liar su manta y buscarse casa: desobedecer su orden no le 
valía en nada. El escándalo que se armara sería mayúsculo. No le quedaba más 
remedio que volver a su propio clan, o, lo que sucedía e n frecuencia, buscarse 
un nuevo acomodamiento en otro. Las mujeres eran el gran poder de los clanes. 
Cuando las circunstancias lo exigían, no vacilaban en hacer saltar los cuernos, 
signo de mando, de la cabeza de los jefes, y dejar a éstos en simples guerreros. 
La elección de los jefes dependía siempre de ellas.» 
Las descripciones de los viajeros representan a la mujer bárbara colmada de 
trabajos. La división del trabajo, tal como lo explica Carlos Marx, empieza con 
la división de sexos. El salvaje es guerrero y cazador; vive rodeado de enemigos 
y puede ser atacado en cualquier instante. Debe estar siempre dispuesto a 
batirse, siempre sobre las armas; su trabajo consiste en defender a su tribu y en 
proveer de víveres a su mujer 
 
 
 
 
 
 
67 Tácito, Costumbres de ¡os germanos. 
 
123 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
 y a los hijos de ésta. Entre los pueblos civilizados, el soldado está dis-
pensado de trabajar. La mujer salvaje, al contrario, está encargada de todos los 
trabajos de la casa, del cultivo de los campos, y de llevar sobre sus espaldas a 
los hijos y a los objetos mobiliarios que son de su pertenencia. «Los pueblos 
bárbaros que imponen a las mujeres más trabajo del que les convendría, según 
nuestras ideas, dice Engcls, tienen para ellas casi siempre una estimación más 
real que nosotros los europeos. La dama de la civilización, adulada y alejada de 
todo trabajo, ocupa una posición social infinitamente inferior a la de la mujer 
que vive en un estado de barbarie y colmada de trabajo; su pueblo la considera 
una verdadera dama, y lo es, en efecto, por su carácter.»68 
La mujer, dueña soberana de su casa, ejerce una acción en los negocios 
públicos; tomaba parte en los consejos de la tribu. Sin pretender extenderme 
sobre este punto, mencionaré el papel de árbitro que desempeñaba. En 
Tasmania, al empezar las batallas las mujeres impulsaban ardientemente a los 
guerreros para el ataque; pero en cuanto levantaban tres veces las manos, el 
combate cesaba y el vencido, presto a ser degollado, era perdonado.3 Entre los 
trogloditas, las mujeres eran inviolables; en cuanto ellas se interponían entre los 
combatientes, dejaban éstos de lanzar sus flechas.3 Las germanas asistían a las 
batallas excitando con sus gritos a los guerreros, empujando hacia la pelea a los 
caídos y contando y curando las heridas. Los germanos no desdeñaban 
consultarlas y seguir sus consejos; temían mucho más la cautividad para sus 
mujeres, que para ellos mismos; creían esos bárbaros que tenían en ellas algo 
que era santo y profètico, sanctum diquid et providum.69 
Podría llenar largas páginas citando hechos análogos, probando que todos 
los pueblos de la tierra han pasado por una forma familiar bien diferente de la 
que conocemos hoy día. Estos hechos raros, que desbaratan las ideas 
inculcadas, no habían sido revelados más que por raros espíritus escépticos, los 
cuales se han valido de ellos para batir en brecha las nociones de la moral 
corriente.' Los filósofos moralistas que han 
 
 
 
68 Los panikotk de la India inglesa reconocen a sus mu ¡eres una situación privilegiada 
que ellas legitiman por un trabajo más activo e inteligente que el del sexo masculino. Ellas 
cavan, siembran, plantan, hilan, tejen, fabrican la cerveza; no rehúsan ningún trabajo. Hodgoon, 
Jvurual of the Ariane Società of Bcngah 1849. 
69 Tácito, Moeurs des Germains, págs. 5 y 7. 
 
124 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICAformado dogmáticamente las leyes de la moral eterna, las han ignorado 
absolutamente y las han considerado no vertidas.70 Pero en nuestros días, 
pensadores atrevidos y profundos las han clasificado y utilizado para recordar 
las fases de la evolución humana. 
TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN DE LA FAMILIA 
Tomemos una pareja creada de un mismo ser, como Eva y Adán, de la 
tradición bíblica, o bien derivada de una horda salvaje, cuando el hombre salía 
apenas de la animalidad, y veamos su desarrollo. Esta pareja, con sus hijos y 
sus nietos, formará una tribu de treinta o cuarenta personas; la dificultad de 
procurarse víveres no les dejará rebasar este número. En el seno de este grupo, 
las relaciones sexuales serán completamente libres, como en las familias 
gallináceas de nuestros corrales; cada mujer será la esposa de los hombres de la 
tribu, y cada hombre el marido de todas las mujeres, sin distinción de padre e 
hija, de madre e hijo, de hermano a hermana. 
Esta familia promiscua no ha sido hallada en ningún pueblo salvaje, 
aunque se ha observado en las grandes capitales de la civilización; ha debido 
existir, sin embargo, en estado de hecho general, cuando el hombre no era aún, 
según la expresión latina, un animal que participase de la razón, ratioms 
particeps, que entonces vivía desnudo, dormía en los árboles, se mantenía de 
frutos, de mariscos y de animales que no sabía cocer, y que apenas se distinguía 
del bruto, su antecesor. 
Las fiestas orgíacas de las religiones asiáticas, durante las cuales reinaba la 
libertad sexual más absoluta, parecían ser reminiscencias de la promiscuidad 
primitiva. Estrabón cuenta que entre los magos, la tradición religiosa prescribía 
el matrimonio del padre con la hija, y del hijo con la madre con el objeto de 
procrear hijos destinados a funciones sacerdotales. En lugar de reconocer un 
origen natural a la promiscuidad primitiva, Bachofen la toma por una 
institución religiosa. Las fiestas promiscuales y las costumbres que, entre tantos 
pueblos, obligaban a las mujeres 
 
 
 
70 Ha de hacerse una excepción respecto a Vico, uno de los pensadores más originales de 
la época moderna. Los hechos por él conocidos no eran tan numerosos ni tan detallados para 
permitirle elaborar una teoría completa; sin embargo, en la Scienza num’a insiste sobre la 
promiscuidad primitiva, y basa el establecimiento del patriciado en Roma y su separación de la 
plebe, en la diferencia de la forma del matrimonio. Los patricios podían llamar a su padre 
patrem cierc; mientras que los plebeyos, que Conservaban aún la genealogía maternal, no le 
conocían. 
 
125 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
 a prostituirse, sin escoger a cualquier advenedizo, eran, según él, actos de 
expiación para apaciguar la irritación divina; los hombres, al contratar 
matrimonios individuales, más o menos' polgámicos, habrían violado los 
mandamientos de la divinidad que prescribía la comunidad de las mujeres. 
La restricción de la libertad sexual primitiva ha debido empezar por la 
interdicción del matrimonio entre los individuos de diferentes uniones'. La 
primera unión es la de los genitores, la segunda la de los hijos, la tercera la de 
los nietos, o hijos de los hijos de los genitores, y así sucesivamente. 
Todos los individuos de una unión con los hijos de la unión superior, y los 
padres y madres de la inferior, considerarse como hermanos y hermanas, y se 
tratan como matrimonios, pero les está prohibido tener relaciones sexuales con 
los miembros de las uniones superior e inferior. De hecho, no hay matrimonios 
individuales; quien nace varón en una tribu, es el marido de todas las mujeres 
de su promoción, sin distinguir la hermana y recíprocamente respecto a la 
mujer. «En los tiempos primitivos, dice Marx, la hermana era la mujer, y esto 
era lo moral.» Las leyendas religiosas y las costumbres de los pueblos antiguos 
nos dan numerosos ejemplos de esos matrimonios consanguíneos. Isis y Osiris, 
Juno y Júpiter, etc., eran a la vez hermanos y hermanas, mujeres y maridos. 
Morgan, que se ha dedicado a buscar las más áridas noticias en la 
nomenclatura de los términos de parentesco usados entre los pueblos salvajes, 
ha encontrado, en las islas Sandwich, una serie de términos de parentesco no 
relacionados con su organización social, que debían haber nacido en el 
momento en que los individuos varones y hembras' procedentes de una unión 
se consideraban los hijos de una unión superior, y los padres y las madres de la 
inferior, e ignoraban las distinciones de tíos, tías, nietos, nietas y primos. «La 
familia es el elemento activo que jamás se estaciona, dice Morgan; progresa de 
una forma inferior a una superior, a medida que la sociedad pasa de un estado 
menos desarrollado a otro que lo es más. Los sistemas de parentesco son, por el 
contrario, pasivos; necesitan un tiempo excesivamente largo para registrar los 
progresos acumulados por la familia; si no se someten a los cambios radicales 
hasta que la familia está radicalmente transformada.» 
«Lo propio ocurre con los sistemas políticos, jurídicos, religiosos y 
filosóficos, añade Marx. Mientras la familia progresa, el sistema de 
 
 
 
 
 
 
 
126 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
parentesco se estaciona y, entretanto que continúa subsistiendo por la 
fuerza del hábito, la familia lo aventaja.» 
«Si el primer grado de organización, escribe Engels, consiste en excluir los 
genitores y los hijos del comercio sexual, el segundo fue la interdicción del 
matrimonio entre hermanos. Este progreso, a causa de la mayor igualdad de los 
interesados, fue infinitamente más importante, pero más difícil de realizar. 
Perfecciónase gradualmente, empezando por la interdicción de las relaciones 
sexuales entre hermanos carnales, entre hijos uterinos, para acabar con los 
matrimonios entre hermanos de unos mismos padres.» 
Esta marcha evolutiva de la familia es «una excelente ilustración del 
principio de la selección natural». Las tribus que impedían los matrimonios 
uterinos debían desenvolverse más rápida y completamente que aquellas en 
que los matrimonios entre hermanos era la costumbre y la regla. 
Fison y Howitt, en su importante estudio sobre los kamilaroi y los kumai, 
dos razas australianas,71 transcriben una leyenda que ahorra explicar la manera 
en que se hacía la restricción gradual de las relaciones sexuales. «Después de la 
creación, los hermanos y hermanas y los parientes más próximos se casaban 
entre ellos sin distinción; cuando el mal proveniente de estas alianzas 
manifestóse, reuniéronse en consejo los jefes, a fin de buscar la manera de 
remediarlo. El resultado de la deliberación fue una súplica dirigida a 
Muramuza, el buen espíritu, quien ordenó que la tribu se dividiese en grupos, 
distinguiéndose entre ellos por nombres tomados de entre objetos, animados e 
inanimados, como perro, sonrisa, conmovido, lluvia, planta, etc., prohibiendo 
terminantemente que se casasen los individuos que llevasen el mismo nombre, 
pero concediéndolo a los de diferentes grupos.» Esta costumbre es aún obser-
vada en nuestros días; la primera pregunta de un australiano a un extranjero es 
ésta: «¿de qué murdus?»; es decir: ¿a qué grupo perteneces? 
La leyenda murdán contiene tres hechos notablemente importantes. 
Primeramente la tribu forma un todo homogéneo, los matrimonios practícanse 
indistintamente entre hermanos y aún entre padres e hijos; después la tribu se 
fracciona en grupos, que toman un tótem, es decir, el nombre de un animal, de 
un fenómeno natural; este objeto, animado o inanimado, acaba por ser 
considerado el antecesor del grupo, 
 
 
 
 
 
71 L. Fison y A. W. Howitt; Kamilaroi and Kuniot, Melbourne, 1880. 
 
127 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
 que corresponde al clan céltico, a la gens romana y genos griego. El 
gramático Festus Pompeius pretende que la gens turelia, a la cual perteneció la 
madre de César, tomaba su nombredel sol, auriim urere. 
Diferentes familias griegas reconocían por antepasados suyos a animales; 
verdad es que aseguraban que esos animales eran disfraces adoptados por 
Júpiter durante sus escapadas amorosas en la tierra. Plutarco cita una gens 
ateniense que recuerda una planta, el espárrago. La leyenda murdán nos enseña 
aún que el buen genio prohibía las relaciones sexuales entre individuos que 
llevasen el mismo nombre, el mismo tótem, es decir, pertenecientes al mismo 
grupo. 
¿Cómo podía conservarse la tribu, fraccionada en grupos, en clanes, en 
gens, sabiendo que para procurarse medios de subsistencia se veía obligada a 
dividirse y a subdividirse constantemente? Por la preservación del nombre del 
antecesor, que será transmitido de generación en generación como un bien 
sagrado. Los miembros que dejaban el clan, llevábanse con ellos el nombre; 
podían ir a establecerse en lejanas tierras, a través de los mares y las montañas; 
podían durante el curso del tiempo cambiar sus costumbres y transformar su 
lengua hasta el punto de ser imposible reconocer su origen. No obstante, eran 
siempre miembros del mismo clan, del mismo grupo. 
Y siendo prohibido el matrimonio entre los individuos pertenecientes al 
mismo grupo, lo primero que hacían antes de realizarlo era enterarse del 
nombre, del tótem. Esta interdicción era tan formal que en Australia el 
guerrero, que, aun por ignorancia, se unía a una mujer del mismo tótem, era 
cazado como una bestia y muerto por su propia tribu. 
¿Cómo se transmitía el nombre del antecesor? ¿Por el padre o por la madre? 
En nuestros días, después de los siglos de moral monogámica se recurre a 
un subterfugio legal para identificar la paternidad; el padre no es el que designa 
la naturaleza, sino el que resulta de una ceremonia religiosa y civil. No puede 
esperarse más de los hombres primitivos, no educados aún por el sabio 
ergotismo de los legisladores, que encargar al padre de la función sagrada de 
transmitir el nombre, el tótem del clan. 
El sentimiento paternal no es innato en el hombre; para manifestarse, aun 
existiendo, requiere ciertas condiciones externas. El amor maternal está, por el 
contrario, profundamente encarnado en el corazón de la mujer; ésta se halla 
organizada en condiciones a propósito para 
 
 
 
 
128 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
ser madre, para elaborar el hijo en su seno y para alimentarlo con su leche 
una vez nacido. El sentimiento maternal es uno de los más grandes deseos 
fisiológicos para la conservación y perpetuación de la especie. 
La civilización, que con frecuencia obra en contra de las leyes de la 
naturaleza, desorganizando la mujer hasta el punto de hacer su gestación 
fatigosa, el alumbramiento laborioso y con dolor y el amamantamiento 
peligroso y en infinitas ocasiones aun imposible, atenúa el sentimiento 
maternal, lo embota, en el corazón de las mujeres civilizadas. 
Las mujeres salvajes aman mucho a sus hijos; les amamantan durante dos 
años. Jamás les pegan. El hijo a quien la madre protege contra la brutalidad de 
los hombres, se ampara cerca de ella Como los polluelos se guarecen al asomar 
el menor peligro bajo las alas de la clueca. 
Los miembros de un clan, por numerosos y dispersados que estén, 
continúan formando una inmensa familia. Circula en sus venas la misma 
sangre; la misma cadena umbilical, prolongada de mujer a mujer, les ata al 
antecesor, a la cepa madre, y débense ayuda, protección y venganza en todas 
circunstancias. El padre es desconocido, siendo reemplazado por el hermano de 
la madre. Lazos de sangre de estrecho afecto unen al tío y a los sobrinos. Los 
padres y los hijos pertenecientes a diferentes clanes son, por el contrario, 
considerados como si no fuesen consanguíneos; no les une ninguna otra 
afección. Pueden pelearse, matarse, si los clanes en que han nacido se declaran 
la guerra, mientras que es un crimen espantoso verter la sangre de su propio 
clan.72 
Los escritorzuelos de hoy se burlan de Homero porque éste no tenía el 
amaneramiento de ellos, y se ríen de sus héroes que antes de combatir se 
entregaban para declinar su genealogía. No obstante, las rapsodias homéricas 
tenían un sentido más fino de la realidad que el de los escritores de la escuela 
naturalista, pues en ellas se reprodujo un uso que persistió aún después que la 
filiación paternal hubo reemplazado en el clan la filiación maternal. 
Guerreros pertenecientes a campos enemigos podían ser miembros de un 
mismo clan; de ahí la necesidad de conocerse antes de atacarse, para no 
cometer el horrible crimen de verter la sangre del clan propio. 
 
 
 
 
72 El padre Charlevoix, de la Compañía de Jesús, cuenta que un ¡roques que servía como 
oficial en ¡as tropas francesas, creyó dar un ejemplo de magnanimidad en un combate, 
deteniéndose en el momento en que iba a atravesar a su padre. Histoire de la Ncntvelle Frunce, 
libro III, pág. 1 774. 
 
129 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
Mac Lennan observa que los héroes de la litada, cuya genealogía se detalla, 
no se remontan más allá de la tercera generación, sin encontrar entre ellos un 
solo dios, es decir, un padre desconocido; lo cual parece indicar que en aquella 
época la filiación por el padre era muy reciente entre los helenos. 
El salvaje, en continua guerra contra las bestias y los hombres, no puede 
vivir aislado; no le es dado comprender que pueda existir separado de un 
grupo de su clan. Expulsarlo de éste, equivale a condenarle a muerte: también 
el destierro ha sido considerado durante mucho tiempo como la pena más 
terrible que haya podido afligir al hombre de las sociedades antiguas. El 
hombre primitivo no constituye una entidad por sí mismo; no existe más que 
como parte integrante de un todo, que es el grupo, el clan; no es, pues, el 
individuo, quien posee, sino un clan; no es su individualidad quien se casa, es 
un clan. 
Esta forma de matrimonio es sin duda la más curiosa. Para justificarlos 
tomo del libro de Fison y Howitt el siguiente ejemplo: «los kamilaroi están 
subdivididos en cuatro grupos o clanes: Ipaí y Kubí, Kumba y Murí. Las 
relaciones sexuales son prohibidas en el seno de un mismo clan; pero el clan 
Ipaí matrimoniaba con el clan Kubí, y el Kumba con el Murí, lo que significa 
que todos los hombres Ipaí son los maridos de las mujeres Kubí, y todas las 
mujeres Ipaí son las esposas de los Kubí. El matrimonio no es un contrato 
individual, sino colectivo, un estado natural; el hecho de nacer mujer en un 
grupo, os da como marido a todos los hombres de vuestro clan matrimonial. 
Los dos clanes pueden ser dispersados en todo un continente, y este caso se da 
en Australia. No obstante, cuando dos individuos de distinto sexo se en-
cuentran y se reconocen como miembros de clanes matrimoniales, pueden sin 
otra ceremonia tratarse como marido y mujer. Esta forma matrimonial 
paréceme el sistema de matrimonio comunista más extendido que se conoce». 
Para resumir: la especie humana, igual que otras especies animales, 
empieza por la promiscuidad de los sexos, luego restríngense gradualmente las 
relaciones sexuales, primero entre padres e hijos, en seguida entre hermanos 
uterinos, por fin entre hermanos colaterales, y en esta marcha evolutiva, adapta 
inmediatamente la filiación por la madre, siempre cierta, más tarde por la 
filiación del padre, siempre problemática. La filiación maternal coincide con la 
forma comunista y la forma 
 
 
 
 
 
130 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
colectivista de la propiedad que, sin embargo, pueden continuar sub-
sistiendo aun cuando la filiación paternal reemplaza la maternal. 
En las tribus salvajes, la mujer pertenece teóricamente a un número 
ilimitado de maridos, aunque prácticamente, al ponerse bajo la protección de 
los hechiceros y de los jefes, sabe limitar el número; después aprovechándose 
de circunstancias diversas redúcelo a una docena y por fin a un solo marido 
que renueva con frecuencia.La filiación por la madre da a la mujer en la tribu una posición elevada, 
superior a veces a la del hombre; cuando la filiación se realiza por el padre, la 
pierde. 
El paso de la filiación por la madre a la del padre, que despoja a la mujer de 
sus bienes y de sus prerrogativas consagradas por el tiempo, los usos y la 
religión, no se ha efectuado siempre amigablemente; su historia está escrita en 
letras de sangre en una leyenda de la Grecia, que sus más grandes poetas 
dramáticos a su vez, se han trasladado a la escena. 
Vamos a analizarla. 
V 
Transformación del matriarcado en patriarcado. Herodoto y los griegos de 
su tiempo decían de Egipto que era un país a la inversa, a causa de la posición 
preponderante que ocupaban las mujeres. Ignoraban que algunos siglos antes 
Grecia ofrecía el mismo fenómeno. 
Una antigua leyenda, conservada por Varrón y transmitida por San Agustín 
en la Cité de Dieu, cuenta que: «durante el reinado de Cécrop verificóse un 
doble milagro en Atenas. Al propio tiempo que un olivo, nacía del suelo y a 
poca distancia, un manantial. 
»El rey, asustado, mandó buscar el oráculo de Delfos para que le aclafase la 
significación de lo ocurrido y le indicase lo que debía hacerse. El dios contestó 
que el olivo significaba Minerva, y el manantial Neptuno, y que procedía llamar 
desde entonces a la ciudad con el nombre de una de las dos divinidades. 
Cécrop convocó luego una asamblea de ciudadanos, hombres y mujeres, ya que 
la costumbre, en aquellos tiempos, admitía a las mujeres en las deliberaciones 
públicas. Votaron por Minerva las mujeres y por Neptuno los hombres, y como 
resultase una mujer más, triunfó Minerva. Entonces Neptuno, para vengarse, 
inundó todas las campiñas de los atenienses. 
 
 
 
 
131 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
»Para apaciguar la cólera del dios, los hombres se vieron obligados a 
imponer a sus mujeres una triple punición: primeramente fueron condenadas a 
perder su derecho al sufragio; después desautorizaron a los hijos para que 
siguiesen llevando el nombre de la madre, obligándolas al fin a renunciar al 
nombre de atenienses.» Perdieron, pues, sus derechos de ciudadanas, y no 
fueron más que las mujeres de los atenienses. 
Un fenómeno sobrenatural, con la consiguiente intervención de algún dios, 
fue motivo de que las mujeres de Atenas perdiesen las prerrogativas que las 
hacían ciudadanas y libres. 
Otras leyendas dicen que crímenes espantosos ensangrentaron a las 
familias antes que la mujer se dejase despojar de los derechos que la hacían 
respetar en su pueblo y en su clan. 
Las leyendas homéricas son la historia de los odios, de las codicias, 
rivalidades y luchas que surgieron entre padres e hijos y entre hermanos, 
cuando los bienes y el rango, en vez de ser transmitidos por la madre, 
empezaron a serlo por el padre. La orestíada, la grandiosa trilogía de Esquilo, 
conserva palpitantes aún las terribles pasiones que devoraron los corazones de 
los hombres y de los dioses homéricos. 
Si se quiere saber la historia de la leyenda de Orestes, se debe conocer la 
genealogía de sus padres: los dos descendían de familias ilustres por sus 
acciones heroicas. 
Pélope, hijo de Tántalo, tuvo entre otros hijos a Atreo y a Tieste, quienes se 
casaron con la misma mujer, Erope. Atreo engrendró a Agamenón y a 
Menelao, y Tieste a Tántalo y a Egisto. Agamenón fue el padre de Orestes y de 
Electra. Clitemnestra, nieta de OEbalus e hija de Tíndaro, dio a luz a Orestes, 
Electra y Erigone. 
Tántalo, el antecesor de las Atrides, sirvió a los dioses en un banquete a su 
propio hijo Pélope, a quien Júpiter hizo cruelmente resucitar. Atreo y Tieste, 
hijos de Pélope, e Hipocoon y Tíndaro, hijos de OEbalus, se disputaron los 
bienes y autoridad de sus padres. Cuando la familia paterna reemplazó a la 
familia maternal, y el derecho de heredero no se había establecido aún, los 
hijos luchaban para apoderarse de la pertenencia del padre. Esquilo pone en 
boca de Egisto estas palabras: «Atreo destierra, destierra de su patria a mi 
padre.» El desgraciado Tieste vuelve al hogar, invoca la hospitalidad... El 
impío Atreo ofrece a su padre un festín... ¡y el manjar que sirve a Tieste es la 
carne de sus hijos! Atreo, sentado al extremo de la sala, devora los dedos de los 
pies y de las 
 
 
132 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
manos que se había reservado para él. Los trozos informes ofrécense a 
Tieste. Este horrible banquete y otras leyendas parecen indicar que poco 
tiempo antes del período homérico existían aún en Grecia casos de 
antropofagia. 
Atreo y Tieste, los dos hermanos, tienen la misma mujer, Erope. 
Clitemnestra cásase con los tres nietos de Pélope: Agamenón, hijo de Atreo; 
Tántalo y Egisto, hijos de Tieste. Helena, hermana de Clitemnestra, únese con 
Menelao, hermano de Agamenón. Estos matrimonios dejan suponer que la 
familia de Pélope y la de Tíndaro pertenecían a dos clanes conyugales, 
análogos a los de la Australia contemporánea. 
Examinemos el sombrío drama de Esquilo. La venganza «la sed 
inextinguible de sangre, atormenta el alma de los dioses y de los mortales.» 
Clitemnestra y Egisto matan a Agamenón; la una para vengar a su hija, 
Efigenia; el otro, para vengar a su padre, Tieste. «Y ahora la muerte me 
parecería bella —exclamó Egisto ante el cadáver del héroe, encarcelado en la 
red en que le había envuelto para que no pudiese defenderse— ahora veo al 
enemigo en manos de la justicia.» 
En aquellos tiempos la familia estaba encargada de vengar la injuria hecha 
a uno de sus miembros. La vendetta era un deber sagrado, un acto de justicia. 
Electra, la hermana de Orestes, no oró jamás sobre la tumba de su padre, 
aumentándose más, por esta circunstancia, su odio y excitación a la venganza. 
«Júpiter, Júpiter, invocaba, tú eres quien has hecho surgir del fondo de los 
infiernos la venganza, lenta a punir, la venganza que hiere al mortal audaz y 
perverso; aun siendo parientes sabes cumplirla. Igual que la rabia del lobo 
devorador, es implacable la ira que mi madre ha hecho nacer en mi corazón... 
¡Oh madre odiosa! ¡Oh mujer impía! ¡Tú has osado amortajar a mi padre como 
a un enemigo; los ciudadanos no han asistido a los funerales de su jefe; el 
esposo no ha sido digno de que lo llorasen! 
«ORESTES. ¡Qué ultraje, gran dios!... Ella sabrá cuánto cuesta, Dejad que yo 
la mate y moriré contento. 
»ELECTRA. Graba mis palabras en tu alma; que penetren en tus oídos hasta el 
fondo, hasta el reposado lugar del pensamiento; ya ves lo que han hecho; lo que 
tú debes hacer, pídelo a la venganza.» 
 
 
 
 
 
133 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
Y mientras, durante esta escena, Electra infiltraba el odio y la venganza en 
el alma de Orestes, el corazón, igual que la voz de la conciencia pública, 
dirígese a los dioses e invoca las antiguas costumbres. «¡Oh grandes Parcas! 
¡Haced que la ley de la equidad triunfe! La justicia reclama lo que se debe, su 
voz resuena y nos dice: ¡Que el ultraje sea castigado con el ultraje! ¡Que la 
muerte vengue a la muerte! Mal por mal, dice la Sentencia del tiempo antiguo... 
¿No es justo, volver a un enemigo mal por mal? La ley lo quiere; la sangre 
vertida sobre la tierra pide otra sangre... La tierra que nos sustenta ha bebido la 
sangre del muerto; aquella se ha secado, pero la huella queda indeleble y pide 
venganza.» 
Un dios, Loxias,73 impone a Orestes el deber de la venganza. «Oigo aún el 
eco de la formidable voz de Loxias. El corazón lleno de vida, debo someterme 
al afrentoso asalto del mal, si no persigo a los matadores de mi padre; si no 
mato, como ellos han matado; si no me vengo en ellos de la pérdida de todos 
mis bienes.» 
No hay como los bárbaros, como los griegos de los tiempos homéricos o los 
pieles rojas de América para «sentir su corazón arder violentamente día y 
noche, sin intermitencia, hasta tanto que hayan derramado la sangre por la 
sangre». Transmiten de padre a hijo el recuerdo del matador de unpariente, de 
un miembro del clan, aun cuando el muerto fuese una mujer anciana.74 
Cítanse casos de salvajes, que se suicidaron por no haber podido vengarse. 
Los moralistas, los economistas y aun los novelistas o poetas que tienen, no 
obstante una psicología menos fantástica que la de los filósofos, repiten 
durante mucho tiempo que el hombre ha sido siempre el mismo, acabando por 
admitir que en todo tiempo habían hecho latir el corazón humano las mismas 
pasiones. 
Nada más falso; el civilizado tiene otras pasiones distintas a las del bárbaro; 
el deseo de la venganza, así como el del vitriolo no corroe su cerebro. 
A los bárbaros torturados por el deseo de la venganza no les asusta ningún 
crimen. 
 
 
 
 
 
73 Esquilo, llamado Apolón: Loxias (tortuoso) a causa de la dificultad con que 
comprendía los oráculos. 
74 Adairs, History of Americain Indians, citado por Morgan. 
 
134 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
Durante diez largos años, Clitemnestra aguarda el momento de vengar a su 
hija. Asesinado Agamenón, embriágase y con feroz alegría reproduce la escena 
de la muerte. «Dos veces —dice Clitemnestra— le hiero, da un grito lastimoso y 
sus miembros pierden su rigidez. En el suelo ya, un tercer golpe acaba con él... 
La víctima expira, las convulsiones del cuerpo hacen salir la sangre de las 
heridas, y varias gotas que al caer me salpicaron, fueron para mi corazón, una 
especie de roció mucho más dulce que lo es para los campos la lluvia de Júpiter 
en la estación en que empieza a desenvolverse la espiga. 
»He aquí lo que ha pasado. Vosotros, a quienes hallo en estos lugares, 
.ancianos de Argos, compartid o condenad mi alegría, poco me importa, pues 
yo estoy satisfecha de mi acción. Si fuese permitido profanar un cadáver con 
libaciones, esta sería la ocasión de dar por ello las gracias a los dioses... Ved a 
Agamenón, mi esposo y he aquí la mano que lo ha muerto. La obra es de una 
digna obrera. He dicho.» 
Clitemnestra desconoce el remordimiento; «jamás el temor pisará el umbral 
de la puerta de su palacio; ha vengado a su sangre, ha muerto al hombre que ha 
inmolado el fruto querido de sus entrañas»; son las diosas, es Até, es Dice, es 
Erimis quienes «la han ayudado a degollar a ese hombre». Acaba de realizar un 
deber sagrado, y ostenta su alegría. La opinión pública ratifica su acto, 
dejándola vivir en paz hasta que el hijo de Agamenón tenga la edad de 
vengarle. La opinión pública es muy potente entre los pueblos primitivos; es la 
autoridad a quien nadie insulta; persigue despiadadamente a los que infligen 
las costumbres, los usos, y para escaparse de ella, los culpables abandonan el 
país, se destierran hasta que sus crímenes son olvidados. 
El hombre asesinado por Clitemnestra es un guerrero célebre, que volvía 
vencedor de una gloriosa expedición. La Grecia homérica se armó para castigar 
el rapto de una mujer, y la muerte del más grande de los griegos quedó 
impune. 
El papel de las Euménides ha concluido. La mujer ha descendido del rango 
superior que ocupaba. El hijo no pertenece ya a la madre. El padre se ha 
constituido en dueño de la casa, como decía Minerva; el hijo mandará a la 
madre. Telémaco ordenará a Penélope retirarse de la sala del festín al salón de 
las señoras.75 
 
 
 
 
75 Odisea, canto I. 
 
135 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
Jesús, el Dios nuevo, dirá a María: «Mujer, ¿qué hay de común' entre vos y 
yo?» y añadirá que él ha venido a la tierra para cumplir las órdenes de su 
padre y no para ocuparse de las inquietudes de su madre. 
«La familia y el culto se perpetuarán por el padre; él sólo representará toda 
la serie de los descendientes, sobre él descansará el culto doméstico, podrá casi 
decir, como Hindú: Dios soy yo; cuando la muerte llegue, será a un ser divino 
que los descendientes invocarán.76 
»Tratada como un menor, la mujer estará sometida a su padre, a su marido, 
a los parientes de su marido si éste falleciese. Será despojada de sus bienes; los 
varones y los descendientes de éstos excluirán a las mujeres y sus 
descendientes para heredar la propiedad familiar.» 
Catón, el antiguo, formulará así el Código conyugal. 
«El marido es el juez de la mujer; su poder no tiene límites. Puede lo que 
quiere. Si comete ella alguna falta, él la castiga; si bebe vino, él la condena; si ha 
tenido comercio con otro hombre, la mata.» La ley de Manon, condena a la 
mujer que haya efectivamente violado su deber para con su señor, a ser 
devorada por perros en lugar público.77 
Un nuevo crimen ha nacido, el adulterio. 
La Clitemnestra de Esquilo, que a sabiendas de todo el pueblo vivió con 
Egisto, el primo hermano de Agamenón, su segundo marido, podrá decir a los 
ancianos de Argos: «Yo no he violado el sello del pudor y del secreto.» En las 
Euménides, Orestes y Apolón acusáronla de la muerte de Agamenón, pero no 
de haber faltado a la fe conyugal. 
Sin embargo, Esquilo dramatiza la leyenda más de cinco siglos después de 
la toma de Troya, teniendo con esto que perder su limpidez al rozar con las 
ideas y costumbres nuevas. 
Cien años después de Esquilo, Eurípides continúa con el mismo tema. Su 
Clitemnestra es matadora y adúltera; «ha contratado una unión culpable... ha 
manchado el lecho conyugal». En la plaza pública, Orestes encuentra como 
defensor «un ciudadano de corazón valiente, íntegro, de vida irreprochable. 
Éste propone coronar al hijo de Agamenón, por 
 
 
 
 
76 Fustel de Colinges, La ciudad antigua. 
77 En el mes de enero de 1886, el tribunal civil del Sena rechazó la demanda de 
separación presentada por una mujer, y en cambio reconoció el derecho de pegarle «cuando la 
corrección está motivada por desvíos de la conducta que han excitado su legítima 
indignación». La ley francesa autoriza al marido para encarcelar y asesinar a su mujer. Los 
franceses demuestran de esta manera galante y humana su tierno amor para con la mujer. 
 
136 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
haber querido vengar a su padre, matando a una mujer mala e impía, causa 
de que los ciudadanos no quisiesen partir al combate ni ir a expediciones lejos 
de sus lares, al ver que los que quedaban correspondían a los guardias de la 
casa y manchaban el lecho conyugal». 
En Eleclra, Clitemnestra no representa tan altanera dignidad; es una mujer 
sumisa, que aboga por atenuar las faltas y demuestra que Agamenón tuvo gran 
parte de culpa en su adulterio, diciendo que: «Si el esposo se olvida hasta 
desdeñar el lecho conyugal, la esposa sigue de buena gana su ejemplo y 
entonces busca un amante.» 
La mujer adquiere un nuevo deber, la fidelidad conyugal, mientras 
relegada al fondo del gineceo, bajo la opresión marital pierde su papel histórico. 
El los tiempos homéricos, la mujer es el manantial de la leyenda. En todas 
partes demuestra la potencia de su acción; no obstante, la tradición, conservada 
principalmente por los hombres, apenas ha perpetuado más que el recuerdo de 
sus crímenes. Esquilo atácala en Las coéforas con un furor tal, que hace suponer 
que la mujer de su tiempo no estaba aún completamente sometida al 
degradante yugo del hombre. 
EL CORAZÓN. ¿Quién es capaz de calcular la cólera de una mujer impúdica?... 
El amor, en el corazón de una mujer, es mucho más que el amor; es un delirio 
al que no llegan nunca, ni en días de ayuntamiento, las bestias salvajes y los 
brutos. 
«...Recuerda la hija de Testius, la madre de Méleaga, esta madre fatal para 
su hijo... Odia aún a la sanguinaria Scila, quien libertó la ciudad de Mégase, y 
su padre Nisus a Minus su amante... Pero de todos los crímenes, el más 
tristemente famoso es el de Lemos, la matanza de hombres por las mujeres.» 
Mientras la esposa, degradada, envilecida por la nueva organización de la 
familia, relajada en el teatro por las insultantes e impúdicas burlas de 
Aristófanes, que los padres de la Iglesia, los moralistas y los buenos espíritus de 
todoslos tiempos han servilmente repetido, desaparecía de la vida pública, la 
prostituta, cortejada por los galanteadores, los ricos y los poderosos, cantada 
por los poetas, adulada por los filósofos, tolerada hasta presidir su mesa, 
reemplazaba el lugar del que había sido la madre de familia.78 
 
 
 
 
 
78 H i parca, en cuyo honor los cínicos celebraban una fiesta, aunque hija de una familia 
rica de Marone, casóse con el filósofo cínico Grates, pobre y deforme, con el fin de no ser 
encerrada en el gineceo y poseer así la libertad de que disfrutaban las cortesanas. 
 
137 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
Los atenienses, que tuvieron el triste honor de darse a conocer por tan dura 
esclavitud familiar en la mujer, no se libraron de las costumbres infames que, 
según Herodoto, importaban a todos los países por donde pasaban.79 Júpiter, 
«el padre de los dioses», el «vengador de los padres», el guardián de la fe 
conyugal, mereció ser el amante de Ganimeda. 
VI 
La farsa después de la tragedia. La teoría inventada por Apolón, para 
explicar el papel preponderante del padre en el acto de la generación, no logró 
convencer el espíritu positivista del pueblo, que prefiere un hecho tangible a 
todos los razonamientos de los sofistas. Al efecto empleó otros encaminados a 
autorizar la substitución de la madre por el padre en la dirección de la familia. 
Conócese la simulación del llamado parto de Viscaya; la mujer pare, el 
marido se acuesta, gime y se contorsiona y los compadres y comadres del 
vecindario van a cumplimentarlo por su alumbramiento. 
Esta curiosa costumbre, que Estrabón había señalado ya entre los iberos, se 
ha conservado hasta nuestros días. 
Creíase que sólo eran los vascos los amigos de representar ante sus amigos 
y compañeros tan grotesco espectáculo. Pero cuando los europeos 
descubrieron América, comprendieron que su paisanos de Viscaya y de 
Guipúscoa no eran los únicos en que el hombre simulaba el parto real de la 
mujer. 
«Entre los apípores, escribe un misionero, tan pronto como la mujer ha 
dado un hijo al mundo, vése al marido meterse en cama y siendo objeto de 
toda clase de cuidados. El hombre ayuna durante algún tiempo; juraríais que es 
él quien acaba de dar a luz.» 
«Entre otros indígenas, escribe un viajero, el marido se mete desnudo en la 
hamaca; está cuidado por las mujeres del vecindario, mientras la madre del 
recién nacido prepara la comida, sin que nadie se acuerde de ella.» 
 
 
 
 
79 Sócrates afirmaba que «durante una expedición no se permitía a nadie rehúsar el 
abrazo que el guerrero daba a quien mejor le placía y fuese de uno u. otro sexu, a fin de que 
coadyuvase más ardientemente al triunfo y ostentara el premio del valor». (Platón, La 
república, libro V, página 153.) 
«Los persas copiaron de los jóvenes el amor a los jóvenes» (Herodoto). 
 
138 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
Esta conducta ha sido observada un poco en todas partes; en Europa, en 
África, en Asia, en el viejo y en el nuevo mundo, en el presente y en el pasado. 
Marco Polo la encuentra en Yunán en el siglo XIII. Apolonio, que vivió dos 
siglos antes de nuestra era, relata que «las mujeres de Puente Euxino traen al 
mundo a sus hijos con la participación de los hombres, quienes acostándose, 
dan penetrantes gritos, se cubren la cabeza, se hacen preparar baños y 
alimentar delicadamente por sus mujeres». 
«Los ciprios, dice Plutarco, se meten en cama e imitan las contorsiones de la 
mujer durante el parto.» 
Los atenienses celebraban el dos del mes gorpeins —septiembre—, una 
fiesta en honor de Ariadna; durante el sacrificio «un joven, echado en una cama, 
imitaba los gestos y los quejidos de una mujer al alumbrar». 
Podríamos multiplicar las citas, pero las que preceden son suficientes para 
afirmar que esta ridícula costumbre ha sido bastante general en toda la tierra. 
Los dioses, esos monos del hombre, no creían la comedia del fingido 
alumbramiento en los plebeyos, pero sí, en ellos. Júpiter se acostó, gimió y juró 
que había llevado en su muslo al pequeño Baco que su madre acababa de traer 
a los cielos. Por raro privilegio, Baco tenía doble madre; los civilizados se 
contentaban siendo hijos de diferentes padres. Júpiter no era la vez primera que 
daba a luz, pues ya había librado a Minerva. 
El falso alumbramiento de los vascos era sólo objeto de risa y de broma, 
tanto, que se creía simplemente que era una particularidad de un pueblo tan 
original; pero el hecho de encontrar la misma idea en distintos países y hasta en 
el mismo Olimpo, vale realmente la pena de ser tenida en cuenta. El hombre 
más cruel y el animal más grotesco transforman a veces los más grandes 
fenómenos sociales en ridículas ceremonias. 
El citado alumbramiento, mejor aún, la grotesca parodia del alum-
bramiento, es una de las más grandes supercherías que el hombre empleó para 
desposeer a la mujer de su cualidad de jefe de familia y de sus bienes. 
El parto proclamaba bien alto el derecho superior de la mujer en la familia, 
y el hombre quiso parodiarle torpemente para convencerse de que era el autor 
de la criatura. 
 
 
 
 
 
 
 
 
139 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA 
 
 
La familia patriarcal entró en el mundo escoltada por la discordia, el crimen 
y la más degradante de las farsas. 
«El matriarcado» (Obras escogidas) por Pablo Lafargue 
Colección «Era». Vol. VIII. Págs. 9-57. Serie Precursores (Sección Sociología.) 
Editorial Intermundo, 1947. Buenos Aires, Argentina.

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