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N Ú M . 32 8 J U LI O -A G O ST O D E 2 00 4 25 Medio ambiente y desarrollo sustentable: una historia de reencuentros y búsquedas GERMÁN GONZÁLEZ-DÁVILA* El reencuentro El medio ambiente y sus recursos son la base de sustentación de la vida de el homo sa- piens sobre la Tierra. Esta verdad de perogrullo, sin embargo, tuvo que esperar hasta mediados del siglo pasado para que las primeras preocu- paciones sobre el equilibrio entre la vida del ser humano y el medio ambiente empezaran a emerger. Poco a poco, elementos que el sen- tido común tradicional suponía sin conexión alguna empezaron a entenderse como piezas de un solo gran sistema global que, puestas todas juntas, revelaban un futuro incierto. Finalizando la década de los sesenta, las pre- ocupaciones públicas sobre el medio ambiente habían empezado a ganar terreno, pero sola- mente en Occidente. En el mundo comunista, la carrera por la industrialización legitimaba –aun más que en Occidente– continuar ocu- pando territorios indiscriminadamente, trans- formar paisajes enteros y destruir ecosistemas, liberar desechos y emisiones al medio ambien- te sin limitaciones y extraer recursos renova- bles sin freno; era una carrera por el poderío militar-industrial y por el posicionamiento geopolítico. Las emergentes preocupaciones sobre el medio ambiente, desde la perspectiva de los países en desarrollo, eran vistas como un lujo de los occidentales: “la pobreza es la peor forma de contaminación”, decía la entonces primera ministra de India, Indira Ghandi; “de todos los recursos, la gente es el más importan- te”, terciaba Tang Ke, el líder de la delegación china a la Conferencia de Estocolmo en 1972. Pero uno de los más conocidos estudios de esos años, “Los límites del crecimiento”, introdu- jo una idea que llegó para quedarse: la Tierra y sus recursos son finitos y ello impone límites infranqueables a la economía (y a la población) humana. Producido por el Club de Roma, gru- po de poco más de 50 sabios que se reunían re- * Biólogo de la Facultad de Ciencias de la UNAM, M. en C. en evolución y ecología, PhD en biología de poblaciones animales. Fundador de la Representación Permanente de la Semarnap ante la OCDE. Actualmente asesor del subsecretario de Planeación y Política Ambiental de Semarnat; trabajó en el Instituto Nacional de la Pesca, en el Inventario Nacional Forestal y en la Facultad de Ciencias de la UNAM. 26 N Ú M . 32 8 J U LI O -A G O ST O D E 2 00 4 27 gularmente entonces para analizar la situación económica durante la guerra fría y sus impactos sobre “el medio ambiente humano”. Concen- traron su atención sobre el comportamiento de cinco variables: población, tecnología, nu- trición, recursos naturales y medio ambiente; y, utilizando uno de los primeros modelos computarizados, obtuvieron escenarios que conducían persistentemente a una inquietante conclusión: si las cinco variables mantenían las tendencias observadas hasta entonces, el sistema global sobrepasaría umbrales que lo conducirían al colapso. Estos resultados provo- caron múltiples críticas de buena parte de los intelectuales –especialmente de izquierda, por supuesto–, pero atrajeron la atención mundial y se mantuvieron presentes en la Conferencia de Estocolmo. Retrospectivamente, aquellas conclusiones terminaron formando parte de los grandes referentes de la época. La Conferencia de Estocolmo sobre el Me- dio Ambiente Humano fue, sin denominarse así todavía, la primera gran “Cumbre de la Tierra”. Ella marcó el inicio de una época que, durante la primera parte de la década de los setenta, permitió que la atención interna- cional empezara a dirigirse hacia los sistemas biofísicos, la conservación de los suelos, la contaminación del agua, la contaminación de los mares, la degradación de tierras y la deser- tización. Desde entonces, explicar las causas profun- das de la degradación ambiental constituye uno de los grandes retos de la época. Entre otras, una explicación culpa a la codicia y a la constante búsqueda por el crecimiento eco- nómico; otra culpa a las enormes dimensiones que la población humana ha alcanzado en el planeta, ejerciendo una presión sin preceden- tes sobre el medio ambiente; otra más culpa –sucesivamente– al capitalismo, al imperia- lismo y a la globalización, señalando que los recursos de la Tierra dan para todos, que el problema es –solamente– la inequitativa dis- tribución de la riqueza. La búsqueda Algunos de los más eminentes ecólogos de los años sesenta y setenta habían logrado introdu- cir, hasta la UNESCO, un primer programa para defender al medio ambiente humano: “Hom- bre y Biosfera”. Este programa planteaba que el crecimiento económico y el desarrollo debían darse asumiendo los límites impuestos por la capacidad de carga de los ecosistemas, de otro modo se continuarían socavando las bases de sustentación de la vida de el homo sapiens sobre la Tierra. Dicho en una palabra, lo que se re- quería era un “ecodesarrollo”. Pero en esos años de guerra fría, el debate más relevante continuaba entrampado entre el “norte” y el “sur”, entre el “este” y el “oeste”, entre el desarrollo y el subdesarrollo. Lo que la humanidad necesitaba –se insistía– no era “crecimiento económico”, sino “desarrollo económico”. Una de las más importantes consecuencias de la Conferencia de Estocolmo fue el surgi- miento del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), que contri- buyó de manera decisiva a generalizar las pre- ocupaciones ambientales en todos los países de la Tierra. Poco a poco, gracias a sus acciones y a su presencia, los países fueron estableciendo, por primera vez en su historia, instituciones 26 N Ú M . 32 8 J U LI O -A G O ST O D E 2 00 4 27 públicas encargadas del medio ambiente, hasta llegar al establecimiento de ministerios am- bientales en la mayor parte de ellos. En la siguiente década (1985), el informe de las Naciones Unidas: Nuestro futuro común (co- nocido como “Informe Brundtland”), intro- dujo formalmente el concepto de “desarrollo sustentable”. Se trataba de una propuesta que buscaba superar las dicotomías tradicionales de la guerra fría. Se demostraba que un cre- cimiento económico durable no era posible sin desarrollo social pero, ambos, imposibles en el largo plazo, si el ser humano no lograba asegurar la integridad del medio ambiente y sus servicios (agua limpia, aire respirable, tie- rras productivas, mares productivos, digestión de desechos y emisiones, fuentes de energía, entornos habitables, paisajes). Casi diez años después, la convergencia de alrededor de 150 jefes de Estado en Río de Janeiro, Brasil, para una nueva Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo en 1992 permitió –durante la cresta de un ciclo económico de crecimiento–, acor- dar el más ambicioso conjunto de acuerdos a los que haya podido llegar la Comunidad de Naciones en toda su historia: la Agenda 21. La Agenda 21 es un compendio de princi- pios, prioridades, acciones y medios de ins- trumentación orientados a encontrar mejores equilibrios entre las naciones ricas y las nacio- nes pobres. La Agenda 21 propone incremen- tar las transferencias financieras y el apoyo al desarrollo tecnológico de quienes más tienen hacia quienes menos tienen. La Agenda 21 asu- me que la única manera de asegurar “nuestro futuro común” consiste en salvar la brecha de desigualdad que priva en el mundo pero –oh novedad entre los acuerdos internacionales multilaterales–, porque hace explícito que esa será la única manera de asegurar la integridad del medio ambiente global, en el que vivimos todos y da sustento a todos. Agenda 21 marca un hito en esta historia de reencuentro con nuestra naturaleza y búsqueda de reacomodos para asegurar nuestra sobrevivencia como es- pecie en la Tierra. La coyuntura mundial en la que se dio la Cumbre de Río (como se le conoce general- mente),permitió asimismo el establecimiento de las tres más importantes y omniabarcantes convenciones ambientales internacionales del sistema de las Naciones Unidas: la Conven- ción sobre Biodiversidad (CBD), la Convención Marco sobre Cambio Climático (CMCC) y, dos años después, la Convención de Combate a la Desertización (CCD). Desde entonces, estas Convenciones, sobre todo las dos primeras, han concentrado buena parte de la atención de las preocupaciones ambientales internacio- nales. En lo que toca a la CBD, ello se explica por- que la diversidad biológica es una atribución fundamental de la vida en el planeta que hace que los servicios ambientales de los ecosistemas sean lo que son para nosotros, los seres huma- nos. Para decirlo en pocas palabras: biodiver- sidad quiere decir alimentación, agua limpia y reciclaje de buena parte de nuestros desechos. En lo que toca a la CMCC se explica porque, el científicamente demostrado impacto antro- pogénico en la composición de la atmósfera y, consiguientemente, en la estabilidad climática de la Tierra, ha colocado al conjunto global de los seres humanos frente a sí mismos como nunca antes. 28 N Ú M . 32 8 J U LI O -A G O ST O D E 2 00 4 29 Más allá de todas las teorías históricas o económicas el hecho es que, hoy día, nuestras actividades económicas, el tamaño de nuestras poblaciones, nuestro poderío para transformar todos los paisajes y consumir todos los recur- sos, nuestro éxito evolutivo, nos coloca en una posición de incertidumbre respecto de nuestro futuro común previsible. Como aprendices de brujo, poco a poco, pero inevitablemente, nos vamos dando cuenta de hasta qué punto, el hecho de ser los primates más exitosos podría conducirnos paradójicamente al fracaso o, al menos, a crisis de dimensiones nunca vistas. Más hambrunas, más extensivas epidemias, creciente escasez de recursos naturales vitales como el agua o los suelos productivos y la pes- ca, más desastres naturales por desorden en la ocupación del territorio y por el incremento de la inestabilidad climática. Reencuentros y búsquedas en México Población Los mexicanos iniciamos el siglo XXI sumando poco más de 100 millones de habitantes.1 ¿Es mucho o es poco? Si comparamos con el creci- miento de la población mundial, mientras ésta se multiplicó por cuatro entre 1900 y 2000 pasando de mil quinientos a 6 mil millones de personas.2 la población mexicana se multi- plicó por siete habiendo iniciado en 1900 con poco menos de 14 millones de habitantes.3 El crecimiento más pronunciado se dio durante la segunda mitad del siglo, pues entre 1950 y 2000 nuestra población casi se cuadruplicó. Si a principios del siglo XX, poblar y ocupar el territorio nacional constituía uno de los prin- cipales objetivos del país, a principios del XXI se ha convertido en una creciente preocupación porque el espacio y los recursos escasean. Este rápido crecimiento de la población mexicana tuvo lugar no obstante su tasa de crecimiento que inició un descenso desde mediados del siglo pasado, pasando de 3.5% entre los años cincuenta y setenta, a 2.8% en los ochenta, a 2.3% en los noventa y a 1.7% en 2000. Sin embargo, la población mexicana continuará creciendo todavía. De acuerdo con las más recientes proyecciones del Conapo, podrá alcanzar entre 129 y 148 millones de habitantes en 2050,4 dependiendo de cómo evolucionen sus parámetros demográficos (fe- cundidad, mortalidad, migración). La población mexicana fue una población “joven” durante las últimas décadas; alrededor de un tercio de su población estuvo compuesta por menores de 15 años. Pero ahora es una po- blación en transición porque, sucesivamente, los grupos de edad mayoritarios dejaron de ser los de cero a cinco años y ahora son los grupos de edad de 30 o más. Cuando el grupo de edad mayoritario sea el de 65 y más, la población habrá envejecido, tanto como las actuales po- blaciones de buena parte de los países de Euro- pa Occidental o de Japón. Tanto en el caso de una población muy jo- ven como en una vieja, la fracción económica- mente dependiente de la población es grande en relación con la económicamente activa. Esta carga, conocida como “índice de depen- dencia”, puede calcularse con el cociente entre el número de los no económicamente activos (los menores de 15 años y los mayores de 65) y 1 http://www.conapo.gob.mx/micros/prontuario/01.pdf 2 http://www.un.org/esa/population/publications/wpp2002/WPP2002-HIGHLIGHTSrev1.PDF 3 http://www.ceiba.org.mx/upload/libro_blanco.pdf : “Un siglo de profundas transformaciones” 4 Consejo Nacional de Población: http://www.conapo.gob.mx/ 28 N Ú M . 32 8 J U LI O -A G O ST O D E 2 00 4 29 el total de la población. Algo muy importante es que esta transición, de población “joven” a población “vieja”, incluye un período durante el cual la proporción de los económicamente dependientes alcanza sus mínimos históricos. Este periodo, único y no repetible, es conocido como “oportunidad demográfica” o “dividen- do demográfico”, porque durante él la carga per cápita para los económicamente activos se reduce al mínimo posible. En el caso de México esta situación tendrá lugar entre 2010 y 2040.5 De acuerdo con las más recientes proyec- ciones del Conapo,6 la población económica- mente activa del país se incrementará de 43.3 millones en 2000 hasta 68.8 millones en 2050, alcanzando su máximo histórico de 70.5 mi- llones en 2040. Para México esto constituye tanto una oportunidad como un desafío, pues si por una parte el “dividendo demográfico” aligera la carga a los económicamente activos, obliga a satisfacer una extraordinaria demanda de empleo. Ocupación del territorio y presión sobre los recur- sos naturales Mientras que en 1900, poblar y ocupar el terri- torio nacional constituía uno de los principales objetivos del país, en el año 2000 se ha con- vertido en una creciente preocupación porque el espacio y los recursos escasean. La dinámica demográfica y las transformaciones sociales y económicas de México durante el siglo pasado dieron por resultado un continuo deterioro sobre el medio ambiente, especialmente des- pués de la segunda guerra mundial, porque las políticas para el crecimiento económico han omitido la consideración de que los recursos naturales renovables tienen una capacidad ilimitada para proveer materiales y prestar ser- vicios ambientales. Esta omisión, que hoy se reconoce como claramente errónea —aunque todavía no reconocida por todos los actores políticos y sociales—, condujo a que la di- mensión de las intervenciones humanas sobre el paisaje natural y la escala de las demandas sobre sus recursos y servicios crecieran hasta el punto de rebasar la capacidad de carga de muchos ecosistemas. Es decir, ni la ocupación del territorio ni la extracción de materiales re- novables y el vertimiento de desechos sólidos, líquidos y gaseosos, tomaron nunca en cuenta que existen límites impuestos por las capacida- des de renovación de biomasa y de digestión de los ecosistemas. Los estudios de impacto ambiental, como condición para autorizar cambios en el uso del suelo, asentamientos, infraestructuras, parques industriales o uso de recursos, empezaron a aplicarse en México hasta finales del siglo XX. El cambio en el uso del suelo constituye una de las principales fuerzas conductoras del deterioro y la pérdida de capital natural. En el caso de las ciudades, si al inicio del si- glo XX solamente dos tenían más de 100 mil habitantes (la Ciudad de México, 471 mil y la de Guadalajara 119 mil), al inicio del si- glo XXI son ya 108. Para su funcionamiento, las ciudades establecen un metabolismo que intercambia materiales y energía a una escala que no se limita al territorio que ocupan, sino que también utilizan territorios contiguos o lejanos para poder abastecerse de agua potable, 5 http://www.ceiba.org.mx/upload/libro_blanco.pdf : “Crecimiento poblacional” 6 ConsejoNacional de Población: http://www.conapo.gob.mx/m_en_cifras/principal.html 30 N Ú M . 32 8 J U LI O -A G O ST O D E 2 00 4 31 de alimentos, de energía, de muy diversos ma- teriales, y para que sus desechos sean digeridos. Las actividades de transporte continúan siendo las principales fuentes de contaminación de las cuencas urbanas atmosféricas (y de la atmósfe- ra en general). En el caso del agua, existe un marcado con- traste entre distribución y grado de desarrollo de la población con la disponibilidad del agua. La región sureste, que alberga a 23% de la población y aporta 14% del PIB (producto in- terno bruto), recibe 68% de la disponibilidad de agua en el país, lo que equivale a 14 mil 300 m3/hab/año. En cambio, la región centro, norte y noroeste, que alberga a 77% de la po- blación y aporta 86% del PIB, recibe solamente 32% de los escurrimientos anuales, lo que la deja con sólo 2 mil m3/hab/año.7 El inmenso costo de las infraestructuras para llevar el agua hasta donde se encuentra la mayor parte de la población sólo se ve superado por los costos de impacto ambiental. Estas infraestructuras modificaron drásticamente la estructura de muchos paisajes destruyendo ecosistemas y erosionando suelos. Además, 77% de las aguas negras urbanas e industriales se vierten sin tra- tamiento fuera de las ciudades, lo que mantie- ne la mayor parte de las aguas superficiales del territorio mexicano contaminadas. La expansión de la ganadería extensiva, es- pecialmente intensa desde fines de los sesenta hasta principios de los ochenta, propició la destrucción de las selvas tropicales húmedas. Ecosistemas que ocupaban más de 200 mil km2 —en la zona del Golfo de México— que- daron reducidos a menos de la cuarta parte. En particular la selva alta perennifolia, uno de los ecosistemas más ricos del planeta por su biomasa y su biodiversidad, quedó reducida a 15% de su extensión original en México.8 En zonas altas del país se perdieron alrede- dor de la mitad de los bosques templados, de los bosques de niebla y de los bosques mesófilos de montaña. Además de la irreversible pérdida de biodiversidad, mucha de ella endémica (que no existe en ningún otra parte del mundo), se han perdido suelos y con ellos la capacidad de captación, retención y filtración de agua en las cuencas altas.9 En las zonas que originalmente albergaban manglares, indispensables para la reproduc- ción de muchas especies de interés pesquero así como para mantener el buen estado de las lagunas costeras, se perdió ya la tercera parte de estos ecosistemas.10 Aproximadamente, 4% de la deforestación anual mundial ocurre en México. Entre 1976 y 1993 la cobertura vegetal primaria arbolada disminuyó de 55 a 42 millones de hectáreas, una pérdida de casi 13 millones de hectáreas, lo que equivale a una pérdida de alrededor de 750 mil hectáreas por año.11 Además de la irreversible pérdida de bio- diversidad, se pierde capacidad de retención de agua en las cuencas y capacidad de captura de gases a efecto invernadero —causantes del cambio climático. Gestión ambiental En este contexto pueden distinguirse cuatro etapas en las consideraciones ambientales de la 7 Programa Nacional Hidráulico 2001-2006: http://planeacion.sgp.cna.gob.mx/ 8 http://www.ceiba.org.mx/upload/libro_blanco.pdf : “Continuo deterioro ambiental” 9 Ibid 10 Ibid 11 Ibid: “La deforestación y sus consecuencias” 30 N Ú M . 32 8 J U LI O -A G O ST O D E 2 00 4 31 gestión pública en México: 1917 a 1970; 1971 a 1983; 1984 a 1994; y 1995 en adelante.12 La primera va desde el establecimiento del régimen posrevolucionario, en 1917, hasta principios de la década de los setenta, una po- lítica ambiental implícita dentro de las políti- cas para el fomento productivo de los recursos naturales, política implícita, no protectora del medio ambiente y dispersa entre las institucio- nes encargadas de los diversos sectores forestal, hidráulico, agropecuario y pesquero. En la década de los setenta irrumpió en la conciencia colectiva el tema de la contamina- ción y sus impactos sobre la salud humana, lo cual establecería un primer gran paradigma ambiental fundado en las preocupaciones de salubridad y salud pública, que caracteriza la segunda etapa de gestión ambiental en Méxi- co. Pero este paradigma coexistió, como en la mayor parte del mundo, con el tradicional enfoque productivista de los recursos natu- rales. Pero la creciente presencia de las pre- ocupaciones ambientales y la dispersión de la gestión ambiental condujeron a la creación de una Comisión Intersecretarial de Saneamiento Ambiental que, hasta 1982, coordinó las ac- ciones ambientales de diversas dependencias federales. La tercera etapa de la gestión ambiental se inicia con la Ley Federal para la Protección al Ambiente en 1982, que configuró una base para que la administración que tomaba el poder en diciembre de aquel año iniciara un proceso de integración. El paradigma ambien- tal evolucionó, de un enfoque de salubridad a un enfoque centrado en los problemas de con- taminación urbana y con una todavía tímida atención a la gestión de ecosistemas. Se creó entonces la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología, con una Subsecretaría de Ecología. Heredera de la SAHOP, la Sedue adquirió atri- buciones para formular y conducir la política de saneamiento ambiental en coordinación con la SSA, para intervenir en cuestiones de ges- tión de vida silvestre y algunos aspectos fores- tales y, la gran novedad en toda la historia de la administración pública Federal, para proteger ecosistemas naturales. En la búsqueda por superar la dispersión que, no obstante, continuaba prevaleciendo en la gestión ambiental federal, en 1985 se creó la Comisión Nacional de Ecología (Conade). Pero seguramente el punto más alto de esta ter- cera etapa lo constituyen en las modificaciones constitucionales de 1987, que establecieron como un deber del Estado la preservación y restauración del equilibrio ecológico y la pro- tección del ambiente, así como la consiguiente Ley General del Equilibrio Ecológico y Protec- ción del Ambiente (LGEEPA), en 1988. Todo esto apuntaba en la dirección correcta. Y la existencia de un instrumento jurídico mo- derno, que regulaba de manera integral el medio ambiente y los recursos naturales, planteaba la necesidad de diseñar una estructura institucio- nal también integral para la gestión ambiental federal, que le permitiera hacerse cargo de pro- mover el desarrollo sustentable. Sin embargo, los cambios realizados a principios de los años noventa fueron en una dirección divergente: se suprimió la Sedue para crear la Sedesol, pero se suprimió la Subsecretaría de Ecología. Así, la Sedesol perdió algunas atribuciones de gestión ambiental que pasaron a la Secretaría de Agri- cultura y Recursos Hidráulicos y a la Secretaría de Pesca. Además, en 1992 se expidieron tres 12 Ibid: “Gestión del medio ambiente y los recursos naturales” 32 N Ú M . 32 8 J U LI O -A G O ST O D E 2 00 4 33 leyes importantes sobre recursos naturales: la Ley Forestal, la Ley de Aguas Nacionales y la Ley de Pesca; que confirmaron y ampliaron las facultades y atribuciones de las dependencias federales encargadas de estos temas. Afortuna- damente, también en 1992 se creó la Comi- sión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), institución pione- ra en su género a nivel internacional. La cuarta etapa de la gestión ambiental fue marcada por la integralidad de la gestión am- biental. Con la creación, en diciembre 1994, de la Secretaría de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca (Semarnap), institución de diseño moderno pero también pionera por sus alcances integrativos de la gestión ambiental. Unidades y funciones que habían sido deposi- tadas en Sedesol, SARH y Sepesca, pasaron a esta nueva secretaría. Además, nuevas y más amplias atribuciones le fueron adjudicadas por el ejecu-tivo federal. Ello dio lugar a que, en 1996, la LGEEPA fuera reformada en profundidad, refor- mándose 161 de sus 194 artículos originales, adicionándose 60 y derogándose 20. El cambio de siglo coincidió con el arribo, por primera vez en 71 años, de un partido distinto al poder ejecutivo federal. La coyun- tura favoreció la reaparición de personajes ambientalistas que deseaban acceder al poder formando parte del nuevo gobierno, para lo cual promovieron la idea de que la Semarnap era una secretaría inadecuada, porque contenía tanto facultades y atribuciones de fomento productivo como de regulación ambiental (condicionamientos a las actividades produc- tivas); estos grupos planteaban que México necesitaba una secretaría de medio ambiente pequeña, con atribuciones exclusivamente de regulación ambiental y que aquéllas de fomento productivo regresaran a los diversos sectores. Era claro que buscaban apoyarse en los diversos gremios (forestal, hidráulico, pes- quero) que habían percibido como pérdida su transferencia a la supersecretaría de medio ambiente y recursos naturales. La solución de continuidad fue intermedia, pues sólo el sector pesca salió de Semarnap pasando a la Sagarpa (sector agricultura y alimentación), lo que dio lugar a la Secretaría de Medio Ambiente y Re- cursos Naturales. Desaparecieron las subsecre- tarías de pesca y de recursos naturales, dando lugar a las subsecretarías de gestión ambiental y de fomento y normatividad; se mantuvo solamente la subsecretaría de planeación. Los sectores agua y bosques se mantuvieron bajo la tutela de la Semarnat. El equipo que dirigió este nuevo arreglo desde la Semarnat, durante el periodo 2001- 2003, vivió muchos problemas de poder in- ternamente los cuales, aunados a una actitud revanchista de su titular respecto de la titular anterior, provocaron una verdadera “implo- sión” institucional. Buena parte de la integra- lidad alcanzada durante el período 1994-2000 fue abandonada. Afortunadamente, el cambio de titular de la Semarnat en septiembre 2003, puso a la cabeza a un funcionario que había llevado a cabo la construcción de la Conafor (Comisión Nacio- nal Forestal, diseño heredado de la Semarnap justamente para proteger al sector ambiental de una posible pérdida del sector forestal), en la cual desarrolló una comprensión profunda de que el problema de los bosques es uno y el mismo que el problema de los suelos y el pro- blema del agua. Es por ello que buena parte del acento de la gestión ambiental de nuestros días gira alrededor del enfoque de gestión integrada 32 N Ú M . 32 8 J U LI O -A G O ST O D E 2 00 4 33 (más allá de fronteras estatales o municipales) de cuencas hídricas. La búsqueda global por el reencuentro Los esfuerzos que la comunidad de naciones ha venido realizando durante los últimos cuarenta años para ajustar su crecimiento económico y su demanda de bienes y servicios ambientales, de acuerdo con las capacidades de renovación y mantenimiento de los ecosistemas, encuentra como principal obstáculo el que los diversos sectores económicos internalicen los costos ambientales que implican sus actividades económicas. Ello ha conducido a plantearse un problema de gobernabilidad13 ambiental a escala internacional, porque no parece haber capacidad para cumplir y hacer cumplir los compromisos derivados de los acuerdos am- bientales multilaterales, en todo el mundo. La gobernabilidad ambiental internacional se ha convertido rápidamente en uno de los temas más importantes, pero también más frustrantes, de la agenda global. Las razones son muchas, pero las más importantes son sin duda: 1) la poca importancia que dan al cui- dado del medio ambiente buena parte de los sectores de actividad económica; y 2) el éxito cuantitativo, la proliferación de acuerdos am- bientales multilaterales (AAM). Mientras sectores como el agrícola y gana- dero (responsables, sobre todo este último, de la pérdida de alrededor de 70% de los bosques originales que cubrían el territorio nacional en épocas de la revolución mexicana), o los de co- municaciones y transportes y de energía (edi- ficadores de grandes obras de infraestructura que transforman paisajes enteros y fragmentan sistemáticamente ecosistemas), no integren –en serio– en sus políticas de fomento pro- ductivo criterios de regulación ambiental, la gobernabilidad sobre los asuntos del medio ambiente se mantendrá seriamente limitada. Por su parte, la proliferación de AAM contri- buye a la ingobernabilidad ambiental global. Más de 300 AAM aparecen durante las últimas tres décadas del siglo pasado. Entre éstos se cuentan muchos de los más importantes: protección de humedales (Ramsar, 1971); pro- hibición de vertidos de desechos al mar (Lon- dres, México, Moscú, Washington, 1972); comercio internacional de especies en peligro (Washington, 1973); conservación de especies migratorias (Bonn, 1979); protección de la capa de ozono (Montreal, 1987); movimien- tos transfronterizos de desechos peligrosos (Basilea, 1989); biodiversidad (Río de Janeiro, 1992); cambio climático (Nueva York, 1992); combate a la desertización (París, 1994); bio- seguridad (Montreal, 2000); pesca responsable (Roma, 1995); consentimiento informado previo para uso de químicos peligrosos y pesti- cidas (Rótterdam, 1998); contaminantes orgá- nicos persistentes (Estocolmo, 2001). La mayor parte de los AAM se circunscriben a ciertas áreas o regiones específicas, para coor- dinar la gestión de ciertos recursos naturales, el manejo de especies marinas, y el control de flora o fauna o de determinados productos químicos. El primer AAM del que se tiene noti- cia data de 1868: la Convención para la Nave- gación en el Río Rhin (signado por Alemania, 13 Se entiende por gobernabilidad, gobernanza o gobernación, la capacidad de los estados y sus instituciones, incluidas las multilaterales, para cumplir con los objetivos que se plantean en el logro de un desarrollo económico, social o institucional duradero, promoviendo una convivencia pacífica y civilizada entre estados, sociedad civil y mercados. Por analogía, la “gobernabilidad ambiental internacional” consiste en la capacidad de los estados para cumplir y hacer cumplir los objetivos que se plan- tean para la protección ambiental y la conservación de los ecosistemas. 34 N Ú M . 32 8 J U LI O -A G O ST O D E 2 00 4 35 Bélgica, Francia y Países Bajos), que con algu- nas enmiendas subsiste hasta hoy. El primero firmado por México (con Estados Unidos), el 7 de febrero 1936, es la Convención para la protección de aves migratorias y de mamíferos cinegéticos. En todo el mundo, entre 1868 y 1950 se registraron solamente 23 AAM. Actualmente, los AAM suman más de 500, de los cuales alrededor de 320 son regionales y 180 internacionales. Esta proliferación de AAM se ha convertido en una carga enorme para los países miembros, pues implica obligaciones financieras directas así como gastos por per- sonal calificado para aplicarlos y para negociar su establecimiento y desarrollo. Para acudir a las reuniones (de negociación, de órganos de dirección, de órganos científicos o técnicos, etc.) de los AAM, de los cuales México forma parte, serían necesarios alrededor de 100 viajes al año, lo que equivale a 250 días/hombre en el exterior, más el tiempo invertido para preparar la participación de la delegación mexicana an- tes de cada reunión… Historia de locos, pues; misión imposible. La proliferación de AAM durante las últimas tres décadas en la escena internacional consti- tuye un éxito, pero envenenado, para la pro- tección del medio ambiente. Porque lejos de contribuir a incrementar la protección, la con- servación y la prevención, contribuye a la dis- persión y al debilitamiento de los esfuerzos. Es en este orden de cosas que aparece el tema de la gobernabilidad ambiental. Es indispensable re- ordenar el andamiaje que se ha construido du- rante los últimostreinta años; es indispensable –y urgente– encontrar un diseño alternativo al actual sistema internacional de instrumentos ambientales. En este contexto, Francia ha propuesto con- siderar la posibilidad de transformar el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Me- dio Ambiente) a OMMA (Organización Mun- dial de Medio Ambiente), bajo el supuesto de que podría convertirse en el gran eje coordina- dor de esfuerzos para cumplir los objetivos de todos los AAM, organizados en cinco grandes grupos temáticos: 1) ordenamiento de tierras y aguas, 2) ordenamiento de océanos y ma- res, 3) atmósfera y calidad del aire, 4) control de químicos y desechos, y 5) biodiversidad y protección de ecosistemas. La idea parece muy interesante, aunque el debate todavía está muy verde. La gobernabilidad ambiental es un proble- ma cuya solución es urgente. Esta solución requerirá muchos años, seguramente décadas, por lo que no es posible esperar más para ini- ciar ¡ya! el proceso de restructuración del siste- ma global ambiental. Entre más tarde, mayores los costos que Homo sapiens tendrá que pagar para restablecer y mantener la habitabilidad de la Tierra para nuestro futuro común. 34 N Ú M . 32 8 J U LI O -A G O ST O D E 2 00 4 35 Medio ambiente y desarrollo sustentable: una historia de reencuentros y búsquedas GERMÁN GONZÁLEZ-DÁVILA* El reencuentro La búsqueda Reencuentros y búsquedas en México Población Ocupación del territorio y presión sobre los recur-sos naturales Gestión ambiental La búsqueda global por el reencuentro
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