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CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” UN EPISODIO DE IDENTIDAD EN LA HISTORIA DE LA TAUROMAQUIA MEXICANA “MODERNA”, 1886-1905 1 MARÍA DEL CARMEN VÁZQUEZ M. Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM Los toros y sus distintas fiestas no fueron ajenos a la sociedad mexicana a la cual le tocó celebrar la gloria de su independencia política de Espa- ña. En 1841, un viajero describió con perspicacia las corridas de toros como la tercera gran diversión en México, junto con las revoluciones cotidianas de sus caudillos y los característicos terremotos.2 La histo- ria política y social de todo el siglo XIX se refleja de manera muy pe- culiar en los pormenores de esa tradición taurina, que sentó sus reales desde los primeros años de la conquista y que enraizó, a lo largo de la vida colonial, a pesar de distintas prohibiciones que intentaron miti- garla. Los habitantes de todos los países donde hubo fiestas de toros vieron como éstos formaban parte de un entramado que vinculaba vie- jas y nuevas prácticas sociales, que dieron lugar a un peculiar modo de expresión de múltiples sentimientos. En la ciudad de México hubo toros hasta que la ley de “dotación del Fondo Municipal” del 28 de noviembre de 1867, en su parte relativa a diversiones, estableció 3 que las corridas no se consideraban entre las diversiones públicas permi- tidas y por lo mismo, decía, “no se podrá dar licencia para ellas, ni por los ayuntamientos, ni por el gobernador del Distrito Federal, en ningún lugar del mismo”.4 Esta ley estuvo vigente casi veinte años, 1 Versión que apunta algunos de los caminos que he emprendido a propósito de una nueva investigación sobre los toros en los distintos imaginarios mexicanos durante el siglo XIX. Este texto fue leído y comentado por Alfredo Ávila, Erika Pani y Enrique Plasencia a quienes agradezco sus interesantes aportaciones. 2 Mayer, México, lo que fue y lo que es, p. 85. Vino a México en calidad de secretario de la legación norteamericana el 12 de noviembre de 1841 y estuvo aquí un año. 3 En el artículo 87. 4 Dublán y Lozano, Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones legislati- vas expedidas desde la independencia de la república, ordenada por los licenciados Manuel Dublán y José María Lozano, v. 10, p. 152. El asunto de la prohibición requiere, desde mi punto de vista, ser investigado más a fondo. Sabemos que esta ley fue secundada al año siguiente por los estados de Puebla, Chihuahua, Jalisco, San Luis Potosí, Hidalgo y Coahuila, en los 162 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD hasta fines de 1886 cuando en el Congreso se debatió la pertinencia de esta prohibición.5 En el Diario de los Debates puede consultarse el dictamen de esa comisión a la que le tocó revisar el caso. Después de haber considera- do la que llamaron “opinión general sobre el asunto”, exponían que algunos condenaban el espectáculo “bajo un aspecto sentimental exa- gerado” cuando, en cambio, una “gran mayoría afirmaba que en esa clase de fiestas debía señalarse una costumbre nacional, determinada por una afición peculiar a nuestra raza, que revela[ba] sus preceden- tes históricos y que marca[ba] al mismo tiempo el genio e ídolo pro- pios de nuestro pueblo”. Después de pesar las ventajas, razones e inconvenientes de las dos opiniones, acudieron a la historia legislati- va para asentar que las distintas prohibiciones, desde la pragmática de Carlos III hasta la del gobierno juarista, no habían sido eficaces para extirpar esa clase de diversiones y que se había acentuado “el ahínco” de acudir a ellas. Estaban persuadidos de que cuando el Distrito Fe- deral abolió en 1867 las lides de toros, no fue secundado por algunos estados limítrofes, y para los habitantes de la capital se hizo común ir a las plazas de las inmediaciones —sobre todo la de Huizachal que estaba en el rancho de Los Morales y a las de Cuautitlán, Tlalnepantla, Texcoco, Toluca, Pachuca y Puebla— “colocando al Distrito en una posición ridícula”. Aludieron también al lado utilitario del asunto. Había una nece- sidad “urgente” de terminar el desagüe de la ciudad, que llamaron “gran obra que será la gloria de la administración actual”. Conside- raban como un deber de la cámara satisfacer cuantos fondos y ren- tas fueran necesarios para cubrir las atenciones locales, sobre todo, la “realización de tan anhelada mejora”. Por eso sometían a la deli- beración de la Asamblea un proyecto de ley (de R. Rodríguez Rivera y Tomás Reyes Retana, del 28 de noviembre de 1886) para derogar que, junto con el Distrito Federal, se acumularon las protestas y con ellas algunas licencias especiales para que alguna corrida se llevara a cabo. Poco tiempo después la prohibición fue derogada salvo en la capital en la que continuó durante cuatro lustros. Véase al respec- to, Guadalupe Monroy, “La discusión compensadora”, en “La República Restaurada. La Vida Social”, en Historia Moderna de México, v. 3, p. 616-617. 5 Para el diputado Pimentel los toros aumentaban la comisión de delitos, mientras Agustín Reyes Retana sostenía lo contrario. Gustavo Baz manifestó que despertaban instin- tos salvajes. Rodríguez Rivera pidió el reconocimiento legal de las corridas de toros porque eran una “costumbre nacional”. El diputado Romero se opuso a esto y asoció lo nacional con los aztecas para recordar que éstos no conocieron los toros. Justo Sierra consideró que el Código Penal consideraba faltas de tercera clase maltratar o atormentar a los animales. Véase González Navarro, “El Porfiriato. La Vida Social”, en Historia Moderna de México, p. 727-728. 163CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” el artículo 87.6 La mayoría del Congreso decidió votar porque las co- rridas fueran permitidas y así un decreto decía que los permisos para esas diversiones serían concedidos en lo sucesivo por los ayuntamien- tos de cada localidad. Agregaba que los empresarios pagarían por li- cencia de cada corrida el 15% del importe total de las entradas, y que los fondos que se recaudaran en virtud de este impuesto se destina- rían exclusivamente a la obra del desagüe.7 El año de 1887 se inaugu- raba con el nuevo permiso. Muchos empresarios se dedicaron a la construcción de cosos taurinos que, si bien se decía que se hacían con elegancia, al estilo europeo y “con todas las reglas del arte”, eran re- cintos de madera que albergaban entre 4 000 y 12 000 espectadores y cuyas sillas eran arrendadas a las plazas por distintas personas. Se rumoraba por entonces que “poderosas influencias” se empeñaban en derogar la prohibición de 1867 y lo consiguieron.8 Mientras en España la fiesta de toros evolucionaba hasta hacer de ella un “arte regido por reglas”, en México la prohibición a las “corri- das” en 1867 le dio un sesgo peculiar a la “fiesta”. Dado que el decreto no mencionó el jaripeo —lazar y jinetear la res—, ni al coleadero —de- rribar a un toro en plena carrera jalándole la cola con la mano— éstos se mezclaron con lo que quedaba de “tradición española”, muy al modo de torear que por muchos lustros impuso en México el gaditano Ber- nardo Gaviño.9 Cuando los diputados restablecieron las corridas de toros, a fines de los ochenta, se había apoderado del gusto del público capitalino mexicano una fiesta muy propia, en la que el “torero” se lucía como buen jinete domando reses y cuacos, vestía de charro, por- taba grueso bigote, ponía banderillas a caballo, lazaba la res, y tam- bién la mataba a pie, de una manera distinta a como se hacía en España. De pronto, la fiebre que despertó su reanudación, puso en juego algu- nos capitales para construir plazas en la ciudad de México, contratos jugosos para muchos toreros españoles que vinieron a “hacer la Améri- ca” en nuevos cosos, y a miles de aficionados que, desde distintos ám- bitos, manifestaron sus sentimientos de hispanofobia o hispanofilia con relación a lo taurino. Se avivó entonces un debate entre los vicios y las virtudes del toreo que hacían los mexicanos y el que traerían los espa- 6 Diario de los Debates de la Cámara de Diputados, 13ª Legislatura Constitucional de la Unión,1888, t. 1. 7 Apareció en el Diario Oficial el 17 de diciembre de 1886. Véase también Dublán y Lozano, op. cit., v. 17, p. 695. 8 Olavarría y Ferrari, Reseña histórica del teatro en México, 1538-1911, p. 1184. 9 Es necesario señalar que el jaripeo y el coleadero estuvieron presentes también en la tauromaquia novohispana, e incluso llegaron a la metrópoli, como se constata en la docu- mentación de algunas fiestas reales. 164 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD ñoles, que encarnaron los lidiadores Ponciano Díaz por México y Luis Mazzantini por España. La fiebre de los toros convirtió a 1887 y 1888 en dos años que fue- ron definidos como la “edad de oro” de la tauromaquia moderna en México. Fue en esos años cuando la pugna Ponciano-Mazzantini llegó a su punto más alto. El número de publicaciones periódicas dedica- das a los toros en el primer año habla por sí solo: El Arte de la Lidia, El Monosabio, La Muleta, La Banderilla, El Arte del Toreo, El Toreo, El Correo de los Toros, El Torero, La Gaceta de los Toros.10 Según los reseñadores de espectáculos, era la diversión en la que el público gastaba más dinero. El “respetable” siempre gustó de escenificar batallas imaginarias, di- vidiéndose en banderías por uno u otro matador. Se había vuelto ma- nía del público promover rivalidades entre artistas y a veces los tore- ros le temían más que al mismo toro. Durante muchos periodos, los ayuntamientos tuvieron que suspender las corridas por los escánda- los que se organizaban. Se instauraron la reventa, los empeños en el Monte de Piedad por adquirir a toda costa un boleto y las enormes ganancias para to- reros, empresarios y ayuntamientos. Como algunos toreros también eran empresarios, asociaron utilidad con beneficencia y acostumbra- ban dar muchas funciones en pro de familias empobrecidas, de afec- tados por un terremoto, como el que azotó a Guerrero en 1902, o por epidemias, como la peste bubónica en Mazatlán, ocurrida durante los primeros meses de 1903. A Enrique Olavarría le parecía increíble que el espectáculo más bárbaro y anticivilizador —morían además un pro- medio de diez caballos por corrida— fuera el mejor reglamentado y en el que el público se mostraba más exigente.11 También abundaron los duelos provocados por desavenencias en la plaza. Para 1902 los toros sólo compartían la afluencia de gente con las tandas. Ambos se parecían, según algunos, porque sus respectivos artistas provenían de una baja cuna y porque en los dos espectáculos se organizaban feno- menales camorras. El ambiente taurino también inundó los teatros y tuvo que ver en el asunto de la polémica Ponciano-Mazzantini. El hispanismo de la cul- tura mexicana de algunos sectores sociales de entonces fue notable en el ámbito del teatro.12 En 1881 se puso por primera vez en escena la 10 González Navarro, “El Porfiriato. La Vida Social”, p. 731. 11 Olavarría, op. cit., p. 1595. 12 Pani, “Cultura nacional, canon español: España, los españoles y la cultura mexicana durante la época de Maximiliano”, p. 19. Agradezco a la autora su amabilidad por facilitar- me su interesante artículo. 165CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” ópera Carmen con música de Georges Bizet y un libreto basado en la novela de Próspero Merimé. Llegó a ser una obra que gustaba mu- cho al público porfiriano, y que incluía, en su última escena, una corri- da de toros. Muy pronto se abrió un debate a favor o en contra de que sus personajes fueran los clásicos curros y majas de las jotas, o las ver- daderas gitanas de Sevilla. Luego polemizaron si era mejor cantada en francés o en español. Varios toreros eran también actores y ese día se llenaban las funciones por ver en las tablas a sus “ídolos en la arena”.13 El asunto de los toros en tanto costumbre “nacional” volvió a nom- brarse en 1895 en la reseña del cronista de El Nacional, quien, después de describir el frenesí que generaba en el público la pantomima de corrida del circo Orrín, concluyó que el entusiasmo taurófilo se des- bordaba como un torrente, pregonando la afición taurina de sus pai- sanos, a quienes les hierve la sangre cuando se presenta un cornúpeto de condiciones. Once mil espectadores se estremecieron cuando el cuerno de un toro le entraba en la carne a Parrao y vieron cómo atra- vesaba el callejón moribundo, pero tan sólo unos minutos después, no acababa de llegar a la enfermería, cuando se escuchaba una diana estrepitosa para Lagartijo, que acabó de consumar al toro que aquél no pudo matar.14 Por “exquisito amor propio nacional”, muchos preferían los toros mexicanos de Guanamé, de los que se contaban muchas anécdotas sobre su fiereza. El Imparcial publicó, el 12 de enero de 1902, que la estadística taurina demostraba que durante el año anterior se regis- tró mayor número de corridas de toros en México que en España, lo que corroboraba que la afición por los toros había llegado al mayor auge. El mismo periódico, en 1904, ya hablaba de los toros como un sport que, a diferencia del football y del pugilato, era el único que la gente había aprendido a amar por sus colores vivos, por sus notas bri- llantes, sus oros, sus elegancias, sus manifestaciones varoniles. Creía que el público iba a admirar la única manifestación de valor y de viri- lidad que la educación secular le había dado a conocer.15 En El Siglo Diez y Nueve hicieron notar que después de la muerte de algún torero, el público se sentía mayormente atraído, ya que el espectáculo se vol- vía más interesante por la evidencia del peligro, y esto, creían, cua- draba muy bien con la naturaleza humana. En este breve escrito me ocupo de la polémica que enfrentó a las dos tradiciones de toreo que estaban vigentes hacia 1880 en México, y 13 Olavarría, op. cit., p. 1203 y 1214. 14 Ibidem, p. 1678 y 2361-2362. 15 El Imparcial, 1902 y 1904. 166 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD de los avatares que llevaron a su independencia y concordia, que coincidirían con una reconciliación de algunos sectores con lo hispa- no —representados a su vez por el discurso del poder— que traspasó a la que sucedía en los cosos. El asunto trascendió hasta volverse una cuestión asociada con el patriotismo, que se escenificó en escaramu- zas en la plaza de toros, en algunas calles de la ciudad de México, en la prensa, en varias pulquerías y, entre otras cosas, en muchos imagi- narios públicos y privados que dieron pie a acaloradas conversacio- nes. También, como siempre, existieron los opositores a las corridas que no dejaron de hacer proselitismo y que tomaron banderas en fa- vor de los animales y de la “civilidad”. Para conocer los pormenores de aquel momento crítico es necesario recuperar brevemente la vida de dos toreros, uno mexicano y otro español, y el ambiente taurino que hizo posible que fueran los protagonistas principales de esa historia, que sería clave en la necesaria definición de lo propio de las charreadas y de las corridas a la española. Ponciano Díaz y Luis Mazzantini, dos maneras de ser ídolo “popular” Como bien señaló Manuel Horta, la mejor biografía de Ponciano Díaz hay que buscarla en el corrido popular.16 A partir de la Historia del toreo en México, de don Domingo Ibarra (1887), se ha repetido que des- de que usaba pañales “comenzó a ver de cerca a los toros”, pues su padre lo tomaba como si fuera “cobija de torear y lo presentaba al toro”. Ponciano creció entre cornúpetas y faenas del campo. Le tocó nacer en Atenco, una de las haciendas ganaderas más prestigiadas de México, que mantenía su fama desde la época colonial.17 Eran comen- tados sus jaripeos y coleaderos y a ella iban los toreros que escogían ganado para sus corridas en las que gustaban el valor y habilidad de Ponciano. En los corridos se rememora desde sus orígenes hasta su muerte, pero sobre todo lo pintan como un charro “de primera” que demostraba mucho valor frente a los astados. Incluso le adaptaron romancillos españoles que se cantaban antes de que él naciera.18 Muy joven formó parte de la cuadrilla del célebre Bernardo Gaviño quien 16 Horta, Ponciano Díaz (Silueta de un torerode ayer), p. 44. 17 La hacienda pertenecía al Estado de México. Ponciano nació un 19 de noviembre de 1858. Sus padres fueron el caporal de la hacienda, Guadalupe Díaz González (apodado El Caudillo), y María de Jesús Salinas. 18 De Maria y Campos, Ponciano, el torero con bigotes, p. 69. 167CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” vio, antes de morir corneado, en 1886, que Ponciano se había conver- tido en un verdadero ídolo popular que llenaba los carteles de ferias, fiestas de patrón y nuevas plazas.19 Para Gaviño también hubo versos y la leyenda se nutrió con lo sucedido en la corrida que organizó Ponciano, en la plaza de Huizachal, para recolectar fondos para la fa- milia de don Bernardo, porque fueron exhibidos al público su retrato, la cabeza del toro de Ayala que le dio muerte, el traje azul con abalo- rios negros que portara la última vez que toreó y un estoque que usó en algunas ocasiones y que se decía que había pertenecido al célebre creador de la tauromaquia española, Pepe-Hillo.20 Unos dicen que el torero español Luis Mazzantini nació en Elgoíbar, Guipúzcoa, aunque no falta quien afirma que en Italia. Era hijo de madre vascongada y de un italiano que había sido un ardiente garibaldino.21 Nació en 1856 (dos años antes que Ponciano) y su in- fancia y juventud transcurrieron en muchas ciudades de España y de Italia, hasta que, finalmente, la familia sentó pie en Roma, donde es- tudió con los escolapios. Cuando en España fue proclamado rey Amadeo de Saboya, Luis Mazzantini regresó a Madrid con esa corte, como el secretario particular del jefe de las caballerizas reales. En Es- paña se hizo bachiller en artes y obtuvo un trabajo en los Ferrocarriles de Mediodía como telegrafista. Al mismo tiempo quiso ser cantante de ópera pero, desencantado, se decidió por el toreo. Esto lo asocian, sus distintos biógrafos, con el hecho de que pasaba por una estrechez eco- nómica y con que sabía que eran las dos profesiones que por entonces hacían ganar más dinero. Además de en los corridos y los versos, la fama de Ponciano co- rrió en la tinta de muchos periódicos, haciéndose notar la primera pu- blicación dedicada en México expresamente a temas taurinos que se llamó El Arte de la Lidia y cuyo primer número apareció en noviembre de 1884, editado nada menos que por Julio Bonilla, el representante de Ponciano Díaz. Quienes lo vieron torear entonces describen su atuendo como el de un típico charro: chaqueta de astracán con alamares de seda, camisa encarrujada, banda de seda negra, pantalonera ajustada que adornaba con una doble hilera de botones enlazados por cadenillas, cor- bata de color claro anudada en forma de lazo y zapatones de color ama- rillo de piel de gamuza.22 Todos coinciden en que, aunque mataba al 19 Ibidem, p. 98. 20 De Maria y Campos, Los toros en México en el siglo XIX (1810-1863), Reportazgo retros- pectivo de exploración y aventura, p. 97-98. 21 El padre, José Mazzantini; la madre, Bonifacia Eguía. 22 Descripción del historiador potosino Roque Solares Tacubac recogida por De Maria y Campos, op. cit., p. 84. 168 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD toro sin torearlo de muleta, montado a caballo demostraba arrogan- cia, maestría y gran belleza. También quedaron grabados sus sedosos y característicos bigotes que, por lo demás, no era el único torero mexi- cano que los usaba.23 Por entonces, los toreros españoles que llegaban a presentarse en los estados de la República —como el Chiclanero, el Americano o Rebujina— no alcanzaron a opacar la buena fama de Ponciano. Éste mataba los toros con un “bajonazo” —la estocada que se da en el cuello de la res que provoca la muerte enseguida por atra- vesar los pulmones— 24 que producía gran hemorragia, y que “el res- petable” demandaba y aplaudía con reconocimiento. Por su parte Mazzantini, antes de recibir la alternativa en 1884 de manos del famoso Frascuelo, había sido torero de mojigangas. Dos años después, si bien no era bueno con el capote, ya era reconocido porque mataba al toro con elegancia y soltura con auténticos volapiés. El volapié era la estocada en la que el torero iba al encuentro de un astado que permanecía quieto y cuadrado. La estocada tenía distintos nombres que dependían del sitio en que se clavara, de su dirección y de su profundidad: atravesada, baja, caída, contraria, corta, delante- ra, honda, ida, pasada, sobrada, tendida y trasera. La estocada baja era lo mismo que el “bajonazo”, esto es, la que se daba en el cuello de la res.25 Para entonces, en España se había hecho más común la que se clavaba en la parte alta del toro, que se nombraba los rubios, o centro de las agujas.26 Volviendo a Mazzantini, éste fue acusado de estar aso- ciado a la masonería y dijeron que por eso decidió salir a torear al continente americano, para que en España se olvidaran del asunto. Sin embargo esto no empañó que fuera tan popular que puso de moda, en su país, las corbatas y los bastones a la “Mazzantini”. La muerte del toro, asunto de identidad El público arrojaba naranjas o jarros de pulque al torero español que matara al toro al estilo hispano y no como Ponciano. Así lo tuvo que hacer José Machío quien alternó en una ocasión con el torero mexicano. Por eso cuando volvió a México para presentarse en Tlalnepantla, en 23 Por ejemplo los de Lino Zamora y de Nolasco Acosta, que incluía a toda su cuadrilla. 24 Vocabulario taurómaco, o sea, colección de las voces y frases empleadas en el arte del toreo con su explicación correspondiente, por Leopoldo Vázquez Rodríguez, con unos breves apuntes sobre los espadas, banderilleros y picadores más conocidos. 25 Ibidem. 26 Ibidem. El sitio se conoce con varios nombres : cruz, péndolas, rubios, agujas, o más comúnmente morillo, como se le llama en nuestros días. 169CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” enero de 1886, se anunció de la siguiente manera : “El capitán José Machío, único de alternativa en España, matará dos toros al estilo es- pañol con estocadas altas y dejando el estoque, y a los otros dos al estilo del país, con estocadas de mete y saca.” Diez meses después ya se atrevía a anunciar sus corridas suplicándole al público que se fijara “en el lugar preciso de cada estocada”.27 Aficionados y prensa, tomaron parte en el debate sobre la llama- da “suerte suprema”. Empezó a gestarse un movimiento “poncianista”, pero también surgieron los que querían que ya cambiara el estilo de torear de los nacionales. Para entonces se había hecho muy común un vocabulario taurino mexicano, como el “capeo azotado”, los “recortes a la media luna”, los “quiebros al costado” y las “verónicas con revo- loteos”.28 Cuando se presentó la hispana cuadrilla de Mateíto, a fines de 1886, la prensa se burló de sus trajes de “curros”, dignos, se dijo, de los anuncios de las “cajas de pasas de Málaga”, y El Arte de la Lidia, como un verdadero difusor nacionalista de Ponciano, sentenció que en México no agradaba ese toreo, mientras El Diario del Hogar difun- dió la idea de que ninguno de los toreros españoles que habían veni- do a la ciudad de México, en los últimos meses, estaba a la altura de Ponciano Díaz.29 Sin embargo, fue el mismo lidiador mexicano el que decidió aprender la suerte de matar como los españoles, y en sus si- guientes presentaciones inauguró un espectáculo híbrido, ya que usa- ría el traje español, aunque se cambiaba al atuendo charro para poner banderillas desde el caballo. Desde el mismo enero de ese año de 1887 la prensa empezó a di- fundir que muy pronto vendría a México el célebre torero español Luis Mazzantini, mejor conocido como “el rey del volapié” y quien, por entonces, se encontraba en La Habana.30 Así como se narraban todo tipo de anécdotas de Ponciano, empezó a suceder lo mismo con la vida de Mazzantini. Un periódico propuso que el vagón de ferrocarril que lo trajera desde Veracruz fuera adornado con alfombras, espejos, cor- tinas y lazos tricolores. El público mexicano se conmovió con la his- toria de que en Cuba había encontrado a su “tío de América”, un hermano de su madre que se daba por muerto y queera un peón de cercas en una finca de campo. Se lo presentaron en el hotel Inglaterra —el viejo vestía con sombrero de yarey, guayabera cubana y alparga- tas de Vizcaya— y “al instante” Mazzantini reconoció en él los rasgos 27 De Maria y Campos, op. cit., p. 104-105. 28 Horta, op. cit., p. 43. 29 Ibidem, p. 107. 30 El Tiempo, 11 de enero de 1887, y Le Trait-d’Union, 13 de enero de 1887. 170 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD de su madre; le compró ropa, le dio dinero para que regresara a Espa- ña y le asignó una pensión.31 Otro de los rumores de esos días decía que cuando Mazzantini viniera a torear a Puebla en febrero, recibiría un reto de Ponciano Díaz, quien lo desafiaría para que ambos “traba- jaran” en la capital, haciendo una apuesta que iba a ganar el que diera muerte a los toros con mayor destreza y el vencido debería declarar vencedor a su contrario.32 Sin duda, fue la prensa la que contribuyó a dar cuerpo a este imaginario desafío, que despertó la atención del pú- blico y lo involucró en esos acontecimientos. Como Mazzantini sólo había sido contratado en Puebla, el empresario abrió con permiso del gobierno del Distrito una oficina de boletos en la ciudad de México y se anunciaron trenes que llevarían expresamente a la gente al espec- táculo, además de que los hoteles poblanos ofrecieron que podrían alo- jar a más de 4 000 huéspedes. El cartel fue muy claro en subrayar que torearía astados mexicanos de la ganadería de San Diego de los Pa- dres, que serían “picados, rejoneados y matados al estilo clásico de España”. En 1887, el domingo 20 de febrero, se inauguró la primera plaza llamada de San Rafael, en la Colonia de los Arquitectos. Ese día parti- cipó Ponciano con su cuadrilla, todos con trajes nuevos y capas bor- dadas, aunque él volvía a su tradicional atuendo charro para ejecutar ciertos lances. El miércoles siguiente volvió a presentarse y la prensa dijo que en ambas corridas había estado “desgraciadísimo”. A los que defendían el toreo español, como el cronista de El Tiempo, les pareció que en la primera sólo dio una estocada de acuerdo a las reglas del arte y que en la segunda “degolló” a los seis toros. El mismo periódi- co informó pocos días después que “el querido y popular” Ponciano Díaz no iba a torear en San Rafael el domingo 29 porque, al parecer, no le habían pagado lo que le debían de toros, caballos, cuadrillas y trabajo suyo en las corridas anteriores. Cuando Luis Mazzantini se presentó en Puebla a fines de febrero de 1887 tenía 31 años y, desde esa vez, se repitió siempre en crónicas y conversaciones que era garboso y elegante, alto, robusto, blanco, y ga- lante con el toro como podía serlo un caballero con su dama. Los hispa- nófilos alabaron además su ropa bordada en oro y decían que “hasta los ignorantes podían apreciar en todo ello el verdadero arte”.33 En esa primera ocasión, Mazzantini brindó sus toros a Ponciano Díaz —quien había ido a ver la corrida—, al pueblo de México, a las damas mexicanas, 31 El Tiempo, 28 de enero de 1887. 32 Ibidem, 10 de febrero de 1887. 33 Ibidem, 1º de marzo de 1887. 171CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” a la unión y al progreso de las naciones de la raza latina, al gobernador poblano y al ministro español. Entre corrida y corrida tenía días libres por lo que decidió viajar a la ciudad de México. Distinguidos miem- bros del Jockey Club estaban en la estación para recibirlo y escoltarlo hasta el Hotel Jardín. La colonia española se encargó de hacerle un recibimiento y una estancia muy agasajados y los mexicanos vieron con asombro cómo, por primera vez en la larga historia de la tauro- maquia, los ricos y en general todos los que se autonombraban “gente de bien” querían invitar a sus casas a un torero y se preciaban de su amistad. De regreso en Puebla, sus partidarios admiraban su “valor admirable” y sus soberbias estocadas de volapié, pero la mayoría no dudó en señalar la verdad. El ganado era malo, Mazzantini fue revol- cado dos veces, manejó mal la espada y el público se disgustó sintien- do que lo habían robado. Los aficionados de la capital llegaron a la conclusión de que no era necesario caminar tantas leguas y hacer gas- tos fuertes para ver corridas malas.34 Aunque tenía un contrato exclu- sivo para torear en la capital poblana —en la que se compró un traje completo de charro—, en México se arregló una esperada corrida para el miércoles 16 de marzo. La patria en manos de toreros En esa corrida de expectación, convivieron los trajes charros, que se vieron por todas partes, con las mantillas españolas que las damas de sociedad lucieron en las lumbreras. Sin embargo, la fiesta acabó en escándalo. Hasta los mazzantinistas reconocieron que la cólera del pú- blico de la capital fue justa porque se repitió la situación vivida en Puebla. Adentro de la plaza, no solamente protestaron los espectado- res contra los abusos de la empresa de San Rafael: nueve pesos por entrada a sombra. También muchos chiflaron desde que apareció la cuadrilla. Según la crónica de El Diario del Hogar, no sólo fueron malos los toros sino también los toreros. La gente empezó a destrozar las sillas de madera y a aventarlas al redondel. Afuera del coso y por toda la calzada se oyeron bastantes “mueras” a Mazzantini y al empresario, contrastados con fuertes “vivas” a Ponciano Díaz. El rumor era que Mazzantini había recibido dos pedradas, y que su hermano Tomás, ban- derillero de su cuadrilla, resultó lastimado. Según El Tiempo, ese día se instaló desde temprano afuera de la plaza una “turbamulta” exalta- da por el pulque y la tolerancia de la policía, que recibió a la cuadrilla 34 El Nacional, 9 de marzo de 1887. 172 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD con insultos. Estaban seguros de que los escándalos no los organiza- ron los que asistieron a los toros, sino los que se estacionaron en las pulquerías inmediatas a la plaza, que además gritaron “mueras” a los españoles y a España y citaron a uno que llamaron “pelado”, que decía que él “tenía mucho amor patrio” y a otro de a caballo, que iba junto a la carretela abierta de Mazzantini haciendo ondas con la reata para lazarlo. A los redactores de ese diario católico les parecía que esos suce- sos eran el preludio de acontecimientos mayores y pontificaron que si esos fueran los defensores de la Patria en día de peligro, pobre de ella.35 En El Diario del Hogar, dirigido por Filomeno Barraza, los redactores con- sideraron que El Tiempo había insultado al pueblo y eran sus enemigos, un pueblo, dijeron, que era la base en la que descansaban los industria- les, los acaudalados y los clérigos que lo esquilmaban. Sentían que que- daran resabios de una antigua antipatía por los españoles y creían que no tenían ninguna significación los gritos contra ellos, porque los miem- bros honrados de la colonia ibera sabían muy bien que ya se estaba ex- tinguiendo esa enemistad y que quienes lo merecían eran estimados. Ante esta respuesta, hubo un artículo más de El Tiempo, que dirigía Victoriano Agüeros, en el cual acusaron a El Diario del Hogar de de- fender a la canalla tomándola por pueblo. Recordaron que se habían referido a los rateros, a los viciosos, que se conocían como léperos o pelados, porque para ellos el verdadero pueblo era la mayoría que vi- vía del trabajo y tenía una idea más elevada del patriotismo, sin con- fundirlo con la patriotería. Para ellos, esos léperos habían insultado a una nación amiga y a huéspedes pacíficos.36 El suceso conmovió hondamente a México. Se rumoró que Ma- zzantini había decidido no cobrar ese día su sueldo, y El Nacional refi- rió muy detalladamente el tumulto, sosteniendo que fue tan solemne, que no se tenía memoria de otro semejante. Dieron cuenta de señoras desmayadas, de una calzada que estaba llena de pueblo y de tropa, de un piquete de caballería que dio una carga sobre la gente, que arrojó a las zanjas a muchas personas y atropelló a algunas señoritas, y de que el desorden continuó hasta avanzadas horas de la noche por va- rias calles de la ciudad. Mazzantini y su cuadrilla tuvieronque tomar esa misma tarde con prisa el ferrocarril con rumbo a los Estados Uni- dos, sin tener tiempo de cambiarse el traje de toreros.37 El tema del día eran los toros, y el debate entre Ponciano y Mazzantini inundó a los capitalinos. Se volvió un asunto de clase social: la media y la alta 35 El Tiempo, 19 y 22 de marzo de 1887. 36 El Diario del Hogar, 20 de marzo de 1887 y El Tiempo, 23 de marzo. 37 El Nacional, 18 de marzo de 1887. 173CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” estaban por el segundo y la baja por el primero. El Pabellón Español negó que Mazzantini hubiera sido apedreado, aunque dijo que había sido herido en su amor propio y en sus sentimientos nacionales, junto con todos los hispanos que oyeron esos gritos. Agregó que Mazzantini les había dicho que no pensaba volver para el otoño y que se iba triste porque la primera silla la tiró al redondel “un hombre vestido de per- sona decente”.38 Mientras Mazzantini llegaba a Nueva York para em- barcarse con rumbo a Europa, Ponciano Díaz publicó varias cartas en los periódicos deslindándose de los escándalos. Dijo que si el afecto popular de algunos los obligaba a mezclar su nombre en un grito de entusiasmo, eso no significaba que él hubiera tomado parte en ello. Recordó que había sido muy amigo del torero español Bernardo Gaviño al que el público mexicano quiso mucho, y dado que él había visto a México como su patria, iba a respetar con su memoria la tierra donde nació y a sus compatriotas toreros.39 Pocos días después un gru- po de toreros españoles iba caminando por una de las calles principa- les de la capital cuando se cruzó con un grupo que El Monitor Republi- cano llamó de “ciudadanos mexicanos” que gritó a los hispanos: “¡Viva Ponciano Díaz!”, “¡Viva!” les contestaron; “¡Muera Mazzantini!”, “¡Muera!”, repitieron. Sin embargo, no estuvieron dispuestos a secun- dar el “¡Muera España!”, e inmediatamente sacaron sus “revolvers” y sus navajas y, a punto de organizarse una batalla, llegó la policía a interrumpirla. Para los redactores de El Monitor Republicano, se había tratado de un asunto trivial que no debía mezclarse con el nombre elevado de la culta España.40 El toreo mestizo y el toreo a la española En una misma tarde de abril de 1887, se estrenaron dos plazas de to- ros: la del Paseo, que estaba junto a la alberca Blasio, y la de Colón, enfrente de la alberca Pane. En ambos cosos se impuso el estilo español y si bien Ponciano alternó ahí en algunas ocasiones prefirió dedicarse a recorrer los estados de la República, donde su fama se sostuvo por sus éxitos, que le permitieron, por entonces, formar un capital que se estimó en 30 000 pesos. Todos los cronistas de ese tiempo refieren que el gusto por los toros era tal, que también se convirtió en el juego favorito de los niños. A su vez, Juan Corona organizó una compañía 38 Citado por El Tiempo, 23 de marzo de 1887. 39 Ibidem, 30 de marzo de 1887. 40 El Monitor Republicano, 22 de marzo de 1887. 174 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD infantil de toreros en su pequeña plaza del puente de Jamaica, que ofreció varias funciones al público.41 Trascendió en la prensa que Luis Mazzantini, junto con toda su cuadrilla, entró en Madrid portando sombreros de charro mexicano, los que causaron mucho agrado en el público. Lo que algunos consideraban “vieja enemistad ya superada con lo hispano” tal vez no lo era tanto. El asunto no sólo tenía como protagonistas a las llamadas clases bajas de la sociedad mexicana. La honra también se vio ofendida en un incidente en el Casino Español, en el que el mismo ministro ibero Becerra Armesto se vio enfrascado en un duelo. Por esto y por los agravios contra su país causados el día que Mazzantini se presentó en la ciudad de México, los miembros del Jockey Club ofrecieron al ministro un banquete en el que abundaron los brindis relativos a los lazos de amistad entre los dos países. Espa- ña aparecía en boca de los elegantes mexicanos como la “madre que- rida de México que con vocación verdaderamente maternal arrancó de su seno a sus hijos más distinguidos para enviárnoslos”, y los indí- genas como el núcleo de la nacionalidad mexicana, y ahí estaban Cuauhtémoc y Juárez para demostrarlo.42 Aunque Mazzantini había prometido no volver, para el mes de diciembre del mismo 1887 ya estaba de regreso para torear en la capi- tal, mandando al olvido, según escribió Olavarría, las heridas que re- cibió su amor propio durante su anterior estadía en tierra mexicana.43 Esta vez quiso traer con él toros españoles, que alternarían con los mexicanos en sus presentaciones. En la estación de Buenavista, la mul- titud, que lo recibió calurosamente, no pudo impedir que se mezcla- ran muchos que profirieron silbidos y mueras. En El Tiempo se dijo que las mercerías de la ciudad habían vendido cuantos silbatos tenían y que además había personas que los repartían gratis, con objeto de recibir a Mazzantini y su cuadrilla en la plaza.44 Este periódico habló de un complot organizado por muchos que se creían inspirados de patriotismo. El polémico torero español mandó una carta a algunos diarios en la que decía que, la última vez que había estado acá, se le imputaron frases desatentas hacia los mexicanos.45 Señaló que había olvidado el “acto que realizaron algunos ilusos”, por las deferencias de que fue objeto por parte de las distinguidas personas de la buena socie- dad, y que ahora se sometía al fallo del público para hacerse digno de su cariño y de sus aplausos. 41 El Tiempo, 25 de abril de 1887. 42 El Nacional, 14 de mayo de 1887. 43 Olavarría, op. cit., p. 1205-1206. 44 El Tiempo, 11 de diciembre de 1887. 45 Se le atribuye haber dicho : “De esta tierra, ni el polvo.” 175CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” Su primera corrida transcurrió sin pena ni gloria y, hábil político, en la segunda brindó un toro a los espectadores de sol, y sus palabras se oyeron en todo el coso por su potente voz de tenor : “Por la unión de México y España y por sus toreros”. Las cuadrillas estuvieron mal, como mal estuvo también el ganado, menos un toro mexicano. Al sa- lir de la plaza, y durante su trayecto al hotel Gillow, recibió bastantes pedradas, a pesar de que su coche iba escoltado por una sección de la gendarmería montada, pero llamó la atención la fuerte presencia de servidores del orden que contuvieron a los gozosos atacantes. Al lle- gar al Caballito, en Bucareli, lo esperaban más piedras, por lo que la escolta tuvo necesidad de dar una carga. Según El Monitor del Pueblo, la policía detuvo a muchas personas que fueron deportadas a Yucatán, lo que no impidió que afuera del hotel, y según El Partido Liberal, se aglomerara el populacho a gritarle mueras a su gusto. Varios grupos siguieron en combates callejeros en las calles de San José del Real y Cinco de Mayo hasta que se disolvieron como a las siete de la tarde. Reportaron que fueron 18 los presos.46 Mazzantini estaba seguro de que muy pronto los mexicanos lo ten- drían por su mejor amigo, aunque tirios y troyanos confesaban que no se le había visto nada que no saliera de lo vulgar. Sin embargo, se convirtió en el héroe del día, del que se contaban episodios casi nove- lescos.47 Se acercó mucho más a la gente que ya lo quería, al aceptar, en varias ocasiones, algún papel como actor de comedia, que llenó los teatros sólo por ver su porte gracioso y elegante, aunque hasta sus amigos, si bien lo llamaron “Sol en Tauro”, reconocieron que no era muy buen comediante.48 Olavarría y Ferrari creía que México no iba a olvidar que se presentó como actor en la función a beneficio de un artista mexicano. Porfirio Díaz y su esposa fueron a verlo la segunda vez que pisó los escenarios en la obra El noveno mandamiento, que se hizo a beneficio del Asilo. La excitación de los primeros días ya se ha- bía calmado y “los que errando la senda del patriotismo reclamaban que el verdadero arte del toreo era el de México, y Ponciano su profe- ta”, se iban convenciendo de que se trataba de un espectáculo genui- namente español, que debía jugarse a la española. Ahora mucha gente ibapor el gusto de verlo salir del hotel Gillow a gran trote montado en su victoria escoltado por gendarmes de a caballo.49 Por esos días, en La Paz Pública dijeron que Ponciano Díaz era cada vez más querido por su conducta y por sus nobles miras, y alabaron 46 Citado por Olavarría y Ferrari, op. cit., p. 1206. 47 Ibidem, p. 1207. 48 El Tiempo, 14, 15, 18, 20 y 25 de diciembre de 1887. 49 Olavarría, op. cit., p. 1208. 176 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD que fuera estudioso, honrado, trabajador y que se dedicara a lograr la felicidad de la mujer que le dio el ser. Fue anunciado que pronto se iba a inaugurar una plaza de toros de su propiedad y que le había costado 60 000 pesos fuertes. Antes de esto fue estrenada la plaza del Coliseo, y ya la prensa da cuenta de que los cosos no se llenaban por la abundan- cia de redondeles taurinos, aunque los pobres empeñaban sus prendas los sábados y domingos para poder asistir. Muchos llamaron “locura de los toros” a lo que estaba sucediendo en la sociedad mexicana, e in- terpretaron la pugna Ponciano-Mazzantini como “el segundo cisma de occidente”. Los mazzantinistas llamaban “el indio” a Ponciano y lo con- trastaban con su héroe que siempre aparecía como todo un caballero. En La Patria dijeron que Mazzantini se distinguía de los toreros como el aceite del agua, porque no usaba chaquetillas de chulo, ni andaba por la calle con su coleta, ni se llenaba de chácharas de oro y de vidrios en los dedos, ni tenía aire de matón, como tantos otros que inundaban las calles de Plateros y San Francisco. Alabaron que tuviera facilidad de palabra, que fuera un excelente hijo y amoroso con su familia y lo vieron como un Montecristo, de Dumas, por cómo gastaba el dinero, por sus espléndidas propinas y porque hacía muchas caridades. Unas lavanderas decidieron jugar al toro, una llamándose Ponciana y otra Mazzantina y, según un periódico, las partidarias de ambas acabaron por desgreñarse.50 Ante esto el Ayuntamiento se hacía de la vista gor- da, pues sólo ese año y por concepto de corridas, tuvo una entrada bruta de más de 400 000 pesos. Mazzantini seguía fracasando en todas sus presentaciones, pero no dejaba de cobrar muy bien en cada una de ellas. Para su corrida de beneficio,51 que fue el domingo 8 de enero de 1888 en la plaza Colón, estuvo un poco mejor y le arrojaron sombreros, puros y hasta relojes con cadena de oro. Brindó la estocada del quinto de la tarde a Ponciano Díaz que estaba presente vestido de charro y, después de la suerte, el mexicano bajó al redondel donde se dieron un largo abrazo y según los presentes el entusiasmo de la concurrencia fue desbordante. Al día siguiente fueron largas las filas de pobres de solemnidad y de otros muchos que lo fingieron, para pedir una limosna a Mazzantini, quien decían, con exageración, casi invierte toda su ganancia en socorrerlos. Además ofreció a la cárcel de Belén, al asilo de mendigos, al hospital español, al hospital de San Andrés y al batallón que dio la guardia en 50 El Tiempo, 25 de diciembre de 1887. 51 Era común en el mundo artístico y en el de los toros que actores, toreros y empresa- rios tuvieran una función que se llamaba de “beneficio”, en la que las ganancias eran para ellos. 177CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” la plaza ese día, la carne de los siete toros que mató. Las cabezas de los bichos las obsequió a distinguidos miembros de la sociedad mexi- cana y las moñas elegantes que los adornaban a la esposa de Porfirio Díaz y a otras señoras de postín.52 En el teatro Arbeu se estrenó el sainete en un acto Ponciano y Mazzantini 53 —con letra de Juan A. Mateos y música de José Austri. El Pabellón Español hizo días des- pués la crónica del sainete o zarzuela que, dijo, pretendía que entre México y España había un espíritu de conciliación y que eran acci- dentales las escisiones que el toreo producía. Mateos quiso demos- trar, con esa obra, que aunque se tuvieran distintas apreciaciones sobre la fiesta de toros, esto no debía molestar la armonía de dos pueblos hermanos.54 Por esos días se anunció el estreno de la plaza de Bucareli que era propiedad de Ponciano Díaz. El músico Inclán compuso una marcha llamada Ponciano que se repartió en papeletas para que todo el públi- co la entonara a los acordes de la banda militar. El torero mexicano fue colmado de obsequios 55 y una niña le puso en la frente una coro- na de laureles, con él arrodillado mientras por todo el coso volaban flores y palomas. Arriba del palco principal había una bandera blanca y roja que tenía grabada la figura de un toro y sobresalía en el conjun- to la famosa cabeza del astado de Ayala, que había cogido de muerte a Bernardo Gaviño. Ponciano vistió a la usanza española con un terno morado y oro que le regaló el torero hispano Diego Prieto, alias Cua- tro Dedos, y que mereció bastantes críticas de los puristas, porque se puso una faja color de rosa que le llegaba a los cuadriles,56 pero se cambió a su habitual atuendo charro para poner elegantes banderillas a caballo. El primer toro lo brindó a sus dos únicos amores: su patria y su madre, y demostró que sabía matar como lo hacían los españo- les. A la mitad de la corrida, un niño vestido de general, otro de indio zacapoaxtla y una niña de china poblana le ofrecieron los regalos. Des- pués cruzaron el pecho de Ponciano con una lujosa banda tricolor 52 El Nacional, 13 de enero de 1888, y El Tiempo, 15 enero de 1888. 53 Los partidarios del torero español dicen que se llamaba Mazzantini y Ponciano. 54 El día del estreno asistió Mazzantini cuando le avisaron por telegrama que su com- patriota el banderillero Juan Romero, alias Saleri, haciendo un salto de garrocha sobre el toro, había muerto cornado en la ciudad de Puebla, por lo que, “después de verter algunas lágrimas”, abandonó la función y ofreció una corrida de beneficio para la familia del infor- tunado. 55 Entre otros: una banda tricolor con fleco de oro; una cartera de piel de Rusia; un fistol de oro con brillantes y rubíes; una manifestación impresa en seda con letras de oro; dos coronas de laurel; una pistola colt con incrustaciones de oro y plata; una espada y un cuadro con el retrato del diestro e infinidad de ramos de flores artificiales. 56 Citado por De Maria y Campos, op. cit., p. 154. 178 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD como la que usaban los presidentes.57 Al día siguiente, la casa del dies- tro mexicano también se vio atiborrada de mendigos a quienes les repartió una buena suma de dinero. Alguna prensa pidió que fueran cas- tigados, porque muchos de ellos eran viciosos que aprovechaban cual- quier oportunidad para sacar dinero. Se había dicho que Mazzantini iba a suspender su corrida en la plaza Colón para asistir a la inaugu- ración de la de Ponciano —como éste, que cambió la fecha de apertura para no afectar el beneficio de Mazzantini— pero no lo hizo, quizá por- que a su corrida asistió Porfirio Díaz, y en uno de sus brindis deseó “que hubiera mucha suerte en otra plaza”. El que se consideró el “bau- tizo” de Bucareli fue cinco días después, y sí contó con la presencia de Mazzantini, vestido con sombrero jarano y pantaloneras, en una fies- ta mexicana en la que hubo jaripeo y coleadero de los cornúpetas y la presencia de muchos reconocidos charros. El español coleó una res e intentó, sin éxito, hacer algunas faenas desde el caballo. Según Olavarría, Ponciano y Mazzantini, al centro de la plaza, se abrazaron de nuevo y entre mil y tantas galanterías chocaron sus copas de champagne y be- bieron a su respectiva salud y a la de España y México, en medio del frenético entusiasmo de la concurrencia.58 Antes de despedirse del público de la capital, Mazzantini se pre- sentó en Orizaba, desde donde protestó porque la empresa del teatro principal usó su nombre para atraer público en un supuesto beneficio a la familia del banderillero español Juan Romero (Saleri) muerto por un toro en Puebla. Para mucha gente esto fue un desaire a los actores mexicanos y, de paso, una ofensa a México y lo criticaron en El Arle- quín y El PartidoLiberal, diciendo que aquí “se había saciado su ham- bre”. Mazzantini mandó un remitido a varios periódicos, en el que subrayaba que era incapaz de desacreditar a un país que lo había albergado por segunda vez y que, aunque él no había padecido el mal- comer, aquí se habían premiado con creces sus esfuerzos.59 Para con- graciarse con el público de comedias, aceptó formar parte como actor en el beneficio de la actriz Carmen Alentorn. En su corrida de des- pedida del domingo 19 de febrero brindó un toro al doctor Rafael Lavista quien correspondió a Mazzantini con uno de los anillos que llevaba, que los rumores hicieron valer casi 600 pesos. Por su parte Ponciano terminó la temporada en Bucareli —en una de cuyas corri- das fue herido por un toro— y su público le dedicó a Mazzantini unos versillos de despedida, en los que decían que no lo extrañaban, y para 57 González Navarro, op. cit., p. 736. 58 Olavarría, op. cit., p. 1214. 59 El Tiempo, 24 de febrero de 1888. 179CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” hacer rima con la palabra redondeles, declaraban que su fama más bien había andado en los burdeles, mientras alababan a un Ponciano que vivía con su mamá y que dedicaba su tiempo libre a estudiar es- grima e idiomas.60 Para el año de 1889 se negoció la presentación de Ponciano Díaz en Madrid. Él decidió ir allá a tomar la alternativa y aclaró que iba a aprender las suertes españolas, y para mostrar las mexicanas, pero que no aceptaría contratos como espada. Sin duda, su fama había trascen- dido y se le esperaba con expectativa. Llamó la atención desde el día siguiente de su llegada porque, con un elegantísimo vestido charro, salió a caballo con toda su cuadrilla de picadores por el paseo de La Castellana. Lo que no podían soportar los aficionados de Madrid era su bigote. Le pidieron de muchas formas que lo rasurara para tomar la alternativa a lo que férreamente se opuso. Para un comentarista de prensa se trataba de una cuestión política entre los tradicionalistas que querían que se afeitara y los progresistas que respetaban la libertad. Sin embargo, argumentó que la “voluntad nacional” pedía lo primero y él debía entregar su cabeza al barbero antes que al público. Ponciano aceptó matar a volapié y vestirse de torero, pero nunca transigió en el asunto del mostacho. Primero se presentó como caballista con enor- me éxito y, como era de esperarse, cuando tomó la alternativa, no con- venció su toreo a la española. Sin embargo, hasta el mismo Frascuelo, que lo doctoró y que lo había despreciado al conocerlo, quedó des- lumbrado porque mató con una tremenda estocada a volapié a un di- fícil toro que no quería salir de tablas hacia los medios del ruedo. El público madrileño le brindó una merecida ovación y la prensa dijo que donde quiera que se presentaran, los charros mexicanos se iban a ganar las palmas, pero creía que a la larga iba a vencer el estilo es- pañol que proponía una lidia menos descuidada y más artística. El mismo cronista que conoció a Ponciano reseñó que éste se quedó un tiempo más en Madrid donde hasta aprendió a bailar con algunas posturillas flamencas. También estos sucesos de su vida quedaron plasmados en muchos versos que publicó y vendió con profusión Vanegas Arroyo.61 60 Según decía Ciro B. Ceballos, que lo conoció, hacia 1883 habitaba con su madre, en una vivienda con ventana hacia la calle de Nuevo México. Agregó que era muy afortunado con las mujeres y que en su vecindad raptó a una muchacha muy guapa, hija de un general que había fallecido; ver De Maria y Campos, op. cit., p. 92. 61 Notas tomadas de De Maria y Campos, ibid., y Horta, op. cit. 180 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD Se impone el gusto por la fiesta hispana, o el olvido del ídolo popular Cuando Ponciano volvió a México, había incorporado a su cuadrilla a Saturnino Frutos, alias Ojitos, un banderillero que había trabajado con Frascuelo, que acá establecería después una escuela de tauromaquia, y que sin querer, ayudaría también a enfilar el gusto popular hacia el toreo hispano. No faltó quien quisiera hacer diputado a Ponciano, mientras él, sin hacer caso, toreaba en los estados, porque en la capi- tal el Ayuntamiento suspendió las corridas, en diciembre de 1889, por los desórdenes que una había provocado. La fiebre taurina cedió no- tablemente porque la suspensión se prolongó por cuatro años, que en- friaron también a los patrioteros poncianistas de los tendidos. En el teatro, en cambio, sí seguía siendo tema de interés. En la temporada de zarzuela y ópera de 1889, causaba furor la escena de la corrida de Car- men, al grado que era reseñada por los periódicos taurinos. Estos de- cían que la afición por la tauromaquia era tal, que el público no podía prescindir de ella y la aceptaba aunque fuera en los pequeños límites de los bastidores. Por febrero de 1891 se estrenó el sainete La Coronación de Ponciano en el Arbeu. En ese mismo año, el músico español Luis Arcaraz puso música al libreto de Juan de Dios Peza Ahora Ponciano y se seguía escuchando la zarzuela Ponciano y Mazzantini de Juan A. Mateos. Cuando en 1894, se permitieron de nuevo las corridas, Ponciano ya no era el que había sido para los capitalinos. Aparecían críticas muy severas a su toreo, como la de Tres Picos en El Toreo Ilus- trado que pontificó que la “montera con caireles y botas” no debía tolerarse, y se metieron nada menos que con su bigote. Los que se autonombraban puristas del toreo dijeron que sus pases de muleta sólo convencían a los “villamelones”.62 Ponciano se dedicó más bien a administrar, como empresario, su plaza de Bucareli, en la que contrataba toreros mexicanos que intenta- ban torear a la española, pero ahí empezaron a protestarle y chiflarle porque compraba mal ganado, y lo que son las cosas, porque se po- nían mal las varas, porque los pases eran torpes y porque las estocadas eran contrarias, bajas y pescueceras. El colmo del respetable se des- bordó por fin después de la séptima corrida de la temporada de 1895, cuando el público de sol —su antiguo incondicional— empezó por aventar naranjas, luego las tablas que arrancó del redondel y terminó gritándole mueras e insultos. La corrida se suspendió y la autoridad, 62 Por entonces se usaba la montera andaluza con caireles cortos en sus dos extremos. De Maria y Campos, op. cit., p. 200 y 207. 181CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” que entonces se nombraba presidencia, ordenó que se devolvieran las entradas y que el empresario pagara quinientos pesos de multa. Este escándalo hizo que se suspendieran de nuevo los toros por todo el año de 1896. Aquel día, funesto para Ponciano, siguió el tumulto fue- ra de la plaza y una turba asaltó su casa, rompió las macetas del co- rredor, mató unas gallinas, robó las que quedaron vivas y profirió insultos a su anciana madre.63 Cuando Mazzantini volvió por tercera vez a México, a fines de 1897, en la capital ya nadie se acordaba de un ídolo por el cual se ha- bían batido en lances de honor. Hasta la llamada “gente del pueblo” fue a recibir al torero español a la estación de ferrocarril, por lo que él manifestó su profunda gratitud por quienes lo habían acogido de ma- nera “tan galante”. Señaló que era notorio todo lo que México había adelantado en diez años. Pensaba que ahora nada tenía que envidiar a las principales ciudades de la que llamó “culta España”.64 Lo prime- ro que hizo al poner pie en Veracruz fue alojarse en el mejor hotel y pedir a la famosa tienda Coronación de la Virgen, champagne, cognac y jerez para celebrarlo. La prensa mexicana reprodujo un artículo es- pañol que mostraba a un Mazzantini que además del traje de luces, vestía correctamente el frac o el smokin y que no era torero más que en la plaza. Fue entonces cuando nuestro mexicano y antitaurino Du- que Job, dijo que él no creía en el frac de Mazzantini.65 Ya desde su país se había hecho famoso porque cobraba muy bien cada corrida, asunto que no dejó pasar en su nueva presentación en México. Ahora por lo menos pedía siete mil pesos fuertes por presentación. En la esta- ción de ferrocarrilde Buevanista fueron a recibirlo 6 000 personas de todas las clases sociales, según calculó El Imparcial. Cuando Mazzantini bajó al andén sonaron los acordes de la Marcha de Cádiz interpretada por la banda Gual, mientras lo abrazaban y felicitaban aficionados y amigos. Le ofrecieron un elegante landau que fue seguido por una tur- ba inmensa que según Olavarría gritaba hasta desgañitarse. Todo el pue- blo aplaudía y celebraba con demostraciones de regocijo.66 De muchos estados de la república que no pudieron contratarlo —sólo actuó en Pue- bla, Irapuato, San Luis Potosí, Guadalajara y Monterrey— salieron gru- pos que venían a verlo a la capital. Sin embargo, tampoco ahora estu- vo a la altura de su fama y fue criticado por su escasa dirección en la lidia. Eso sí, no dejó de ser “el suceso más sensacional de fin de año”.67 63 Olavarría, op. cit., p. 1735-1736, y El Tiempo, 26 de noviembre de 1895. 64 El Tiempo, 16 de diciembre de 1897. 65 Núñez y Domínguez, Historia y tauromaquia mexicanas, p. 229. 66 Olavarría, op. cit., p. 1843. 67 Ibidem. 182 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD No se perdió ningún banquete que le ofrecieron múltiples personas decentes y poderosas y mantuvo su vieja postura caritativa que le me- reció los elogios que no encontró en los cosos. En sus presentaciones en el mes de enero de 1898 sólo brilló en su quinta corrida, que hasta sus fieles cronistas reconocieron que era la primera vez que daba a conocer un toreo clásico genuino, poniendo buenas banderillas y es- toques que le ganaron una ovación, el máximo premio del público. Para la empresa sólo hubo pérdidas y decían entonces que por eso los empresarios perdieron hasta las ganas de volver a serlo. Los españoles también debatían sobre lo que consideraban hispa- no o propio de la hispanidad. En 1898, en una representación de la ópera Carmen con la compañía italiana, hubo desagrado por su abiga- rrado cuadro de manolas, soldados y toreros que, por desgracia, para un cronista, se tomaban como tipos de la nacionalidad española. De nuevo, en otra presentación de la misma ópera en 1906 y a la que asis- tió Porfirio Díaz, ésta fue criticada por el modo como recreaban la co- rrida. Uno que hizo la reseña dijo que eso a lo mejor lo pasaban como correcto en Italia y en Francia, pero que en México no podía aceptarse porque se conocían “demasiado bien a las corridas de toros y a las costumbres españolas”. En esta ocasión, Mazzantini traía como segundo espada a Nicanor Villa, alias Villita, que fue cogido por un toro en San Luis Potosí, lo que hizo que no pudiera regresar a España con los demás. Para la co- rrida de despedida no podía haber más expectación. El centro de la ciudad amaneció dos días antes plagado de hermosos carteles que eran exactamente iguales a los españoles —dado que se usaban las mismas litografías y sólo se adaptaban a ellas los nombres de los toreros— y fue anunciado que las costosas moñas que adornarían a los toros y las banderillas serían exhibidas en los principales comercios. Era noticia, incluso, que una de las moñas la había hecho el conocido artista Án- gel Vivanco, en “peluche” rojo, de cuyos pétalos salían los retratos de Mazzantini y Villita y alegorías taurinas con la fecha de la corrida. En los tres lazos que pendían, se podían admirar pintados varios atribu- tos de las suertes de cada uno de los tres tercios en los que se divide la lidia: varas, banderillas y muleta. Para lograr la asistencia del “respe- table”, se dijo que la moña sería rifada y que las ganancias serían para la beneficencia.68 Mazzantini se presentó de azul prusia y oro, y lo único que se puso de manifiesto es que la gente iba a verlo por- que estaba entusiasmada por tantos años de suspensiones y porque la prensa avivaba imaginariamente un espectáculo que en la plaza no 68 El Tiempo, 22 de enero de 1898. 183CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” sucedía. En efecto, también en su última corrida, aunque el español seguía brindando al público de sol que, decía, era su predilecto, la co- rrida fue “infumable”, en palabras de los cronistas. Sin embargo, ya no hubo escándalos ni protestas y tal parece que los aficionados se contentaban ampliamente con leer en la prensa cuanto lujo rodeaba a Mazzantini en el tren especial que lo condujo a Veracruz. También se regodearon con sus palabras de despedida, que cuidó muy bien de enviar a los periódicos, en donde prometía volver pronto y daba las gracias por todas las distinciones afectuosas de que fue objeto por la prensa y el público de México, del que se declaró “seguro servidor, que besa su mano”.69 Para Ponciano Díaz las cosas fueron de mal en peor. Su última co- rrida fue en Santiago Tianguistengo, el 12 de diciembre de 1897, don- de un toro por poco y lo manda al otro mundo. Fue su mamá —que siempre lo acompañó en todas sus presentaciones— la que le pidió que dejara de torear, lo que prometió y cumplió con fidelidad. Arren- dó la plaza de Bucareli, se dedicó a beber y padeció del hígado. Su progenitora murió en abril del año siguiente, y Ponciano sólo la so- brevivió un año exacto, después de haber estado muy enfermo. La prensa mexicana anunció, de manera muy escueta, el 16 de abril de 1899, que el día anterior, a las 3.30 de la mañana, había fallecido con los auxilios de la iglesia y después de haber hecho testamento en fa- vor de su hermano José Díaz.70 Ningún periódico dio cuenta de los funerales, ni siquiera la plaza de Bucareli suspendió su siguiente co- rrida en su memoria, y no se llevó a cabo ahí ninguna ceremonia para despedirlo. Fue enterrado en el panteón del Tepeyac, donde todavía está en pie su mausoleo. De Ponciano a Porfirio o el éxito de los elegantes Mazzantini regresó por cuarta vez a México a fines de 1901, pocos días después de que en la capital se hubiera creado el Círculo Taurino, uno de cuyos objetos era regularizar y popularizar las reglas del toreo.71 En esta ocasión, volvió a traer toros españoles que fueron desen- cajonados en la ahora llamada Hacienda de los Morales, e invitaron al público a verlos antes de que pudieran presentarlos en la plaza. En sus corridas alternó con Lagartijo, quien se vio mucho más reposado, 69 Ibidem, 27 de enero de 1898. 70 Ibidem, 16 de abril de 1899. 71 Olavarría, op. cit., p. 2191. 184 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD sereno y valiente que él. A una de ellas, invitaron a las familias de los delegados del Congreso Panamericano, con los que Mazzantini se codeó después en algunos banquetes, en uno de los cuales brindó por la prosperidad de México debida a Porfirio Díaz. Las entradas a la pla- za empezaron a estar flojas hasta en sombra. En su segunda corrida Mazzantini estuvo desanimado y toreó sin entusiasmo. Ahora sí se dio cuenta de que el público estaba cambiando con respecto a él. Todo esto coincidió con la vuelta a México del famoso torero español Anto- nio Fuentes, que había gustado mucho desde el año anterior. Para en- tonces ya se habían demolido las plazas de San Rafael, Paseo, Colón y Bucareli y funcionaban la de Mixcoac —inaugurada en 1894— y la de la Indianilla, también conocida como plaza México, desde diciembre de 1899. Con una entrada para perder, en su corrida del domingo 8 de diciembre en la México, sólo fue ovacionado casi hasta el delirio des- pués de matar al quinto de la tarde. También fue alabado porque por primera vez ya se hacía cargo de la dirección de la lidia sin permitir que se formaran grupos en sus cuadrillas y que cada uno hiciera lo que se le diera la gana.72 En Puebla y en Monterrey, Mazzantini sí tuvo éxi- to y cuando alternó con Fuentes en la capital, el domingo 29 de diciem- bre, y con buen ganado mexicano de Tepeyahualco, fue escasamente ovacionado porque dio varios pinchazos, con estocadas tendidas y bajas. El héroe de la tarde fue, sin duda, Antonio Fuentes, quien para el siguiente domingo confirmaría que ya era dueño completo de la simpatía del público mexicano. El cartel anunciado volvió a despertar a los aficionados porque se presentaban Mazzantini, Lagartijo y Fuentes y porque una de lasmás celebradas corridas madrileñas de la primavera de 1900 había reuni- do a los tres espadas, que ahora toreaban en la plaza México ese 6 de enero de 1902. Lleno absoluto, buen ganado mexicano de Piedras Ne- gras que alternó con toros españoles de los cuales dos fueron bravos, quince caballos muertos y el público muy complacido. Mazzantini ofreció una elegante estocada que fue correspondida con una ovación. A su segundo toro lo pinchó dos veces; al cuarto sólo logró ponerle un buen par de banderillas al cuarteo. Las ovaciones atronadoras fue- ron para Fuentes. A pesar de todo, Mazzantini preparó su función de beneficio para el siguiente domingo, tarde en la que se encerró a ma- tar él solo seis toros sevillanos de Benjumea que se llamaban Paleto, Peineto, Cara Larga, Doradito, Jardinito y Corredor. Mazzantini ya pertenecía al mundo de los millonarios, por lo que dispuso la distribución de las lumbreras, para que las familias decentes 72 El Tiempo, martes 18 de diciembre de 1901. 185CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” ocuparan las localidades limítrofes con dos objetos: proporcionarles la satisfacción de estar unidas y evitarles la contrariedad de que se mezclaran elementos extraños. No quería interrumpir “el armónico conjunto del grupo de familias honorables”. El cronista que dio la in- formación agregó que, con esta disposición se ofrecía “un cuadro de verdadera estética que será de extraordinario lucimiento en la plaza”. La entrada de sol ese día fue escasa. La presentación provocó de nue- vo las loas porque era elegante, porque cedió la carne de sus toros a la beneficencia —ahora agregó a la Casa de Maternidad—, porque era muy correcto y cumplido caballero, y porque de seis estocadas que puso, tres fueron volapiés legítimos. Según el mazzantinista que hizo la reseña, una de las estocadas fue tan magistral que hasta Fuentes había dicho que en veinte años no se volvería a ver otra igual. Antes de dejar la ciudad de México para ir a torear en Ciudad Juárez, fue a la villa a que le bendijeran unas medallas con la imagen de la virgen de Guadalupe, cumpliendo un deseo de su esposa. Le hizo un obsequio a la virgen “por la que tiene un especial cariño”. Mientras anunciaba su salida a Guadalajara, uno de los periódicos que más lo quería, El Tiempo, de Victoriano Agüeros, publicó que, sin duda, era opinión general que el torero más completo que había pisado los redondeles de la república había sido Antonio Fuentes. La tarde de be- neficio del empresario Ramón López, al banderillar al cambio al octavo toro, Fuentes recibió la más ruidosa ovación que se había escuchado en México hasta entonces, y ésa fue la última corrida de dicha tempo- rada de Mazzantini, quien sólo obtuvo aplausos por un “soberbio volapié”. El ocaso del “gentleman” que conquistó a los mexicanos Para 1903 ya se hacía una distinción entre los jaripeos charros y el toreo español. Ambas fiestas convivían de manera armónica, como cuando la colonia española obsequió a los marinos de la fragata hispana Nautilus con las dos. La temporada noviembre 1903-febrero de 1904, produjo por corridas a la española, casi $190 000 de entradas brutas. Mazzantini vol- vió por quinta y última vez a México, a fines de 1904, y trajo con él a su esposa en una gira que consideraba de despedida. Ya estaba algo obeso y su popularidad más que agotada en España. Acá, sin embargo, Porfirio Díaz lo recibió en su casa de la calle de la Cadena junto con su joven esposa, con la que asistió a una de sus corridas. La fiesta ese día incluyó a distinguidas damas y señoritas en “adecuadas toilettes”. 13 000 espec- tadores cantaron el himno nacional, agitaron sus pañuelos y sombre- 186 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD ros. Sonaron vivas a Porfirio Díaz. Mazzantini vestía de verde y oro mientras Porfirio de traje color plomo, sombrero boleado claro y guan- tes claros. Al brindis de un toro al presidente, éste correspondió con una billetera con monograma de oro y billetes de banco. La estocada a su segundo toro fue tan efectiva, que el rey del volapié —por el que agobiaron a Ponciano— atravesaba los pulmones del astado como buen charro tumbacarnes. Esto no le importó en lo más mínimo ni a él ni a su público, porque la utilidad que obtuvo fue de $ 30 000. Fue su última corrida en la ciudad de México de donde salió a Guatemala en una gira que duró cerca de tres meses. Para los lectores del semanario ilustrado de El Tiempo, hubo un Mazzantini íntimo el lunes 20 de enero de 1902. Quiso ser ganadero y empresario, pero en estos campos la fortuna no le fue fiel. Cuando le preguntaron de amores, dijo que tenía 22 años de casado con Concep- ción Cházaro y que seguían como en luna de miel. Él la llamaba su “Ministro de Hacienda”. Deseaba que se supiera que cuando viajaba, llevaba su retrato al que ponía flores frescas todos los días, mismos en que le escribía una carta. Siempre después de una corrida, le enviaba un cablegrama. Don Luis cedió unas fotografías para que ilustraran el artículo. Se muestra caracterizado como actor de un personaje del Don Juan; él en su gabinete trabajando; una foto de su esposa; otra de su padre el garibaldino José Mazzantini, y una de él, como el torero pa- sado de peso y calvo que ya era por entonces. Estaba en Guatemala en el mes de marzo del año siguiente (1905), cuando fue sorprendido con la noticia de que su esposa había muerto en la ciudad de México. El cadáver fue inyectado para esperarlo y depositado en una cripta del panteón español después de un sentido cortejo. Fue en esta tierra donde Luis Mazzantini se cortó la coleta y la entreveró con el cuerpo de su esposa que llevó a España. A partir de entonces se dedicó a la política, fue electo primero consejal del Ayuntamiento de Madrid y luego gobernador de Guadalajara. Con los toreros españoles Montes, Fuentes y Bombita se sostuvo la siguiente temporada taurina, que fue considerada como una de las más brillantes. Ahora se partirían la cara los partidarios de los dos últimos. Epílogo Durante el porfiriato, Mazzantini y Ponciano encarnaron imágenes contrapuestas; Ponciano lo popular, campesino y autóctono, y el vas- co de origen italiano, al hombre de levita y chistera, lo que Fernando Claramunt definió como currutaco, ultrarrefinado, afectado hasta la 187CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” cursilería.73 Manuel Horta recordaba a un talabartero de la calle de Flamencos que encendía una veladora debajo de la imagen de Pon- ciano y a un abarrotero español que nombró a su tienda El Rey del Volapié, en honor de Mazzantini, al que le apedrearon el aparador un quince de septiembre. En una excursión que hicieron los panaderos españoles a un molino, que acabó con casi todos presos porque arma- ron una boruca, no faltaron por la noche las coplas de los vascos a Mazzantini. El que había sido héroe de la batalla del 5 de mayo, el general Miguel Negrete, presidió la Sociedad Espada Ponciano Díaz. El poeta Juan de Dios Peza compuso la marcha Ahora Ponciano que se hizo muy popular y cuyo nombre se volvió un grito de “guerra” de los partidarios del torero, que al repetir “oora, Ponciano” simboliza- ban que los mexicanos “sí podían”. El bigote no era sólo una costum- bre de nuestro charro torero, sino un carácter nacional. La litografía que lo mostraba banderillando a caballo y otra en la que estaba en posición de entrar a matar se vendieron a lo largo y ancho de la repú- blica y en muchos locales o talleres presidía, junto con la virgen de Guadalupe e Ignacio Zaragoza, ahumados los tres por la exhalación de las veladoras.74 El poncianismo fue explotado en teatros y periódi- cos. Sus funerales y el amor por su mamá fueron recreados en versos de Vanegas Arroyo con xilografías de José Guadalupe Posada. El Hijo del Ahuizote publicó una caricatura que representaba muy bien la personalidad de Mazzantini hacia sus últimos años como tore- ro. Aparecía él junto con el “bimetalista” William J. Bryan, candidato a la presidencia de los Estados Unidos. Se parecían mucho. Los dos se saludan y Mazzantini pregunta “¿Cómo está usted,qué hace?” y Bryan le responde “Yo estudiar la cuestión de la plata ¿y osté?”, “yo, contesta Mazzantini, vengo a llevármela mientras usted la estudia”. Para los cu- banos, sin embargo, Mazzantini nunca bajó de su pedestal de héroe del día. Se deleitaban contando anécdotas de todo tipo, como la de su amis- tad con Sarah Bernhardt, quien dio una lección a unos que no considera- ban al hispano un caballero por dedicarse a las lides tauromáquicas, él que siempre recibía a sus visitas enfundado en un batín de seda.75 Cuen- tan que Mazzantini, ya viejo, gustaba de decir que había sido Ponciano el que había querido lazarlo aquel día que iba a toda prisa en carretela para salvarse de las pedradas del “respetable”, y que por eso él traía siempre una pistola que llevaba a la plaza debajo del capote de paseo.76 73 Claramunt, Historia ilustrada de la tauromaquia, p. 416. 74 Véase, por ejemplo, el relato de Horta, op. cit., p. 15. 75 Arriola, Recordando otros tiempos, p. 195. 76 Esto último se contaba de Mazzantini en Cuba, donde sí triunfó y lo difundió la prensa mexicana en su época de éxito. Véase, además, Claramunt, op. cit., p. 416. 188 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD En febrero de 1906 se colocó la primera piedra de lo que sería la plaza de la Condesa, que se conocería como El Toreo y que se anun- ciaba de hierro y mampostería con capacidad para 18 000 espectado- res; en adelante, sería escenario de nuevos ídolos con sus respectivos públicos. En 1907, alcanzó mucho crédito en la plaza de Chapultepec la Cuadrilla Juvenil Mexicana que dirigía Ojitos, el antiguo banderi- llero de las cuadrillas de Frascuelo y de Ponciano. Sobresalió en ella Rodolfo Gaona y se convirtió en un nuevo rival para oponer a los es- pañoles porque, por su arte, exaltó el entusiasmo patrio de los aficio- nados mexicanos. Gaona, el humilde indio torero también triunfó en España. Al regresar comenzó a ser el ídolo, el sucesor de las glorias de Ponciano. Todavía alcanzó a verlo torear el mismo Porfirio Díaz, quien le correspondió el brindis de un toro con otra cartera llena de billetes, como había dado a Mazzantini. Con Gaona, también la pasión política se mezcló con la taurina. Sus largas cordobesas y su clásico toreo de frente con el capote atrás, conocida en su honor como “gaonera”, los ejecutaba con un cuerpo indígena desenvuelto, como dijo uno de sus seguidores, que conquistó sin duda a muchos. A su regreso de Espa- ña fue recibido por una entusiasta multitud que lo aclamó y lo llevó en hombros a una carretela a la que habían desuncido los caballos, para pasearlo por las principales calles de la ciudad.77 Años después, los mexicanos bailarían con gusto un paso de conga, que emulaba el momento en que Rodolfo Gaona banderillaba a los toros, con un quie- bre de elegante estilo.78 El triunfo de los liberales en 1867 había instaurado un antihispa- nismo virulento en voz de algunos de sus ideólogos.79 El imaginario nacionalista republicano, escribe Erika Pani, rechazaba, de manera ta- jante, el legado español y europeo del México independiente, y la repú- blica acarreó el éxito de ese nacionalismo oficial xenófobo y en especial hispanófobo. Para el moderno estado nación, un elemento imprescin- dible que le permitió afianzarse fue, sin duda, el nacionalismo, comple- jo entramado de sentimientos de pertenencia, de lealtad, de identidad y de rechazo de lo otro.80 Sin embargo, esta manera de pensar del gru- po en el poder convivió de manera ambigua con la herencia española. El general hispano Juan Prim, en una carta a Juárez el 6 de julio de 1869, le decía que México y España eran pueblos cuya lengua, costumbres y 77 González Navarro, op. cit., p. 737. 78 Arriola, op. cit., p. 277. 79 Pani, op. cit.; esta autora señala cómo, según Ignacio Ramírez, “¡Mueran los gachu- pines!” se convirtieron en palabras sacramentales para los mexicanos. 80 Ibidem, p. 32, 36. 189CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” religión tenían un mismo origen.81 Este trayecto no dejó de ser com- plejo y conflictivo, pero partía de reconocer que se tenía sangre espa- ñola en las venas. Los actores de teatro durante las décadas compren- didas entre 1867 hasta, por lo menos, los primeros años del siglo XX, conservaron la dicción castiza en sus representaciones.82 En la capital se había fundado el casino español en 1863, a cargo de Anselmo de la Portilla, club social que tendría mucha presencia durante el porfiriato. El Orfeo Catalán se inauguró en 1905 y el Centro Vasco en 1909.83 Los “hombres de bien” de entonces miraron sin duda hacia lo francés, pero mantuvieron el legado español “como quien guarda algo propio”.84 La historia mexicana, desde el siglo XIX hasta la década de los se- senta en el siglo XX, ha tenido como una de sus ocupaciones lo que se entiende por “mexicanidad” y por “pueblo”. En la primera y segunda décadas del siglo XX, y según Ricardo Pérez Monfort, fue el auge del teatro de revista y luego, en los años treinta y cuarenta, el despegue de la radio y del cine mexicano tuvieron que ver con la fabricación de mitos y, finalmente, en la simplificación de los que consideraban “rasgos de iden- tidad nacional”. Por ejemplo, en los cuatro lustros que corrieron entre 1920 y 1940, se afianzó un nacionalismo originado a partir de la Revolución y todos sus imaginarios, y en el que indigenismo e hispanismo se oponían abiertamente. En las fiestas de los españoles como La Covadonga o el Día de la Raza, la hispanofobia salía a relucir desde el clásico “¡Mueran los gachupines!” hasta golpes y enfrentamientos callejeros “por razones históricas”. El discurso del poder entendía como “pueblo mexicano” a los campesinos, los proletarios, los indígenas, los mestizos, los sectores me- dios y los sectores calificados. El charro era algo “muy mexicano”.85 En 1921 se había fundado la Asociación Nacional de Charros y el presi- dente de México, Pascual Ortiz Rubio, decretó que se consideraba el traje de charro como símbolo de la mexicanidad.86 Entre 1950 y 1960, la manipulación política y demagógica logró consolidar los estereotipos nacionales que, desde la segunda mitad de la década de los treinta, ha- bía reducido lo “típicamente mexicano”, al charro y la china.87 En los treinta, concluye Pérez Monfort, se explotó sin misericordia la imagen 81 González Navarro, Los extranjeros..., op. cit., p. 336. 82 Pani, op. cit., p. 19. 83 González Navarro, Los extranjeros..., op. cit., p. 336. 84 Pani, op. cit., p. 38, 39, 40, 42 y 43. 85 Pérez Monfort, “Indigenismo, hispanismo y panamericanismo en la cultura popular mexicana de 1920 a 1940”, p. 366. 86 Fue presidente entre el 5 de febrero de 1930 y el 5 de septiembre de 1932; véase Chávez, La charrería, tradición mexicana, p. 53. 87 Pérez Monfort, op. cit., p. 346 a 364. 190 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD cinematográfica del charro cantor y un ejemplo de esto es la película Ora Ponciano,88 dirigida y producida en 1936 por Gabriel Soria.89 El filme se estrenó el 16 de abril de 1937 en el cine Alameda y es- tuvo, exitosamente, dos semanas en cartelera. El personaje principal era el legendario Ponciano Díaz, y el escenario natural la hacienda de Atenco, lo que permitió una fotografía con pretensiones artísticas, que la convirtieron en una película de exportación. Se entreveraban datos de la propia biografía de Ponciano, pero ahora en una historia de amor que él nunca imaginó. Según Emilio García Riera, Ora Ponciano se benefició del éxito de Allá en el Rancho Grande, de Fernando de Fuen- tes, en 1936, y de que el famoso torero michoacano Jesús Solórzano, mejor conocido como “el rey del temple”,90 encarnó a un romántico Ponciano en emocionantes escenas taurinas, “aunque —dice García Riera— un poco rígido porque se tuvo que dejar el bigote, totalmente ajeno a su personalidad”. Paradojas de la historia, Chucho Solórzano era para los mexicanos y españoles de entonces un torero gentleman. Sin embargo, sus dos subalternos interpretados por Chaflán y por Ortín se ganaron al público con sus canciones rancheras e hicieron po- pular una que
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