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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO COLEGIO DE CIENCIAS Y HUMANIDADES PLANTEL NAUCALPAN ÁREA DE TALLERES DE LENGUAJE Y COMUNICACIÓN TURNO VESPERTINO GUÍA DE ESTUDIO PARA PRESENTAR EL EXAMEN EXTRAORDINARIO DE LECTURA Y ANÁLISIS DE TEXTOS LITERARIOS I PLAN 2003 (ANTERIOR) ELABORADA POR: ROSA MARÍA HERRERA RIOS SEPTIEMBRE 2019 2 ÍNDICE PRESENTACIÓN------------------------------------------------------------------------- 4 FORMA DE TRABAJO Y CONTENIDOS------------------------------------------ 5 EVALUACIÓN ---------------------------------------------------------------------------- 6 UNIDAD I. CUENTO ---------------------------------------------------------------7 ACTIVIDAD 1 “PASO DEL NORTE” -------------------------------------------------9 ACTIVIDADES CON LOS OTROS CUENTOS-----------------------------------12 ACTIVIDAD 7 ----------------------------------------------------------------------------12 ANTOLOGÍA “PASO DEL NORTE” -----------------------------------------------------------------13 ANACLETO MORONES --------------------------------------------------------------18 “EL SILENCIO DE DIOS” -------------------------------------------------------------32 “HISTORIA DE MARIQUITA” --------------------------------------------------------37 “EL MONTÓN” ---------------------------------------------------------------------------41 “LA CARTA” -------------------------------------------------------------------------------46 3 UNIDAD II. NOVELA INTRODUCCIÓN -------------------------------------------------------------------------49 ACTIVIDADES 1- 3 -----------------------------------------------------------------------51 4 NARRADOR -----------------------------------------------------------------------------52 5 PERSONAJES --------------------------------------------------------------------------54 GLOSARIO --------------------------------------------------------------------------------56 ANEXO 1: CARACTERÍSTICAS TÉCNICAS -------------------------------------58 ANEXO 2: COMENTARIO DE OPINIÓN ------------------------------------------59 ANEXO 3: AUTOEVALUACIÓN DEL CUENTO-------------------------------- 60 4 PRESENTACIÓN Esta guía tiene como base los objetivos generales del programa de la materia. El examen extraordinario trata de cubrir los conocimientos básicos de todo un semestre, por lo tanto, el trabajo que realices con esta guía debe reflejar en la medida de lo posible eso. Pon todo el empeño en realizar un buen trabajo para que tengas verdaderas posibilidades de aprobar. El objetivo de la Guía y de la Asesoría es ayudarte a presentar el examen extraordinario, pero de ninguna manera lo sustituyen. OBJETIVOS GENERALES DE LA MATERIA: AL TÉRMINO DE ESTA ASIGNATURA, EL ALUMNO: 1) Leerá, analizará e interpretará cuentos y novelas, habida cuenta de su propósito y organización estética. 2) Fundamentará sus percepciones y valoraciones de estos textos narrativos. 3) Redactará trabajos académicos, ensayos y artículos, que den cuenta de su trabajo de interpretación y valoración, así como de los fundamentos de los mismos. 5 CONTENIDOS UNIDAD I. CUENTO: ANTOLOGÍA DE DIVERSOS AUTORES. UNIDAD II. NOVELA: PEDRO PÁRAMO DE JUAN RULFO. FORMA DE TRABAJO Esta Guía está diseñada para permitirte el estudio de manera independiente. Lo primero que debes hacer es leerla toda, seguir las instrucciones y resolver los ejercicios. Debes abordar los contenidos en el orden que se presentan, ya que, las actividades siguen una línea ascendente y no es pertinente saltarse pasos. Es muy importante que leas y reflexiones toda la información que se te brinda en esta Guía, ten en cuenta que el día del examen debes entregar todos los ejercicios de la Guía (impresos). Estos trabajos cuentan para la calificación final, el examen sólo es una parte de la evaluación. Por otra parte, para facilitarte el trabajo se incluyen los cuentos que se te pide leer para hacer las actividades de la primera unidad; la novela de la segunda unidad se encuentra en la biblioteca del plantel, puedes comprarla en cualquier librería. 6 EVALUACIÓN Como ya se dijo anteriormente, todas las actividades que se piden en la Guía se tomaran en cuenta para la evaluación final: 1. Lectura de los cuentos propuestos. 2. Lectura de la novela. 3. Entregar todos los ejercicios propuestos en la guía (de las dos unidades), el día del examen. Impresas. 4. Entregar los comentarios (una cuartilla mínima de extensión) de dos cuentos de la unidad uno. 5. Contestar el examen extraordinario. NOTA: SI NO ENTREGAS LOS EJERCICIOS Y LOS COMENTARIOS NO TENDRÁS DERECHO A PRESENTAR EL EXAMEN, YA QUE, SE TOMAN EN CUENTA PARA LA EVALUACIÓN FINAL. 7 UNIDAD I. CUENTO Propósitos: Lectura y relectura de cuentos Comprensión y análisis de varios cuentos PRESENTACIÓN Antes de comenzar con el análisis de los cuentos, debemos de recordar algunas cosas: quién escribe tiene un propósito y quién lee debe considerar ese propósito al momento de analizar e interpretar algún texto. El lector, en este caso tú, debes leer y comprender lo que dice el texto antes que otra cosa, sin este paso básico, no podrás avanzar en este proceso: si no sabes lo que dicen los personajes, tampoco sabrás porqué actúan como lo hacen, ni serás capaz de interpretar los hechos y las acciones de éstos. Como puedes apreciar, el sentido del texto, es decir, lo que dice y lo que quiere decir, es a lo que llamamos interpretación y ésta debe de estar sustentada en el texto, en la comprensión de este. Debes tener siempre muy claro, que leer, comprender, analizar y opinar (interpretación sustentada en el texto), es todo parte de un proceso, que avanza o retrocede según se necesite. Para que puedas avanzar en este proceso, es necesario que tu percepción inicial de la lectura pueda enriquecerse mediante un diálogo consciente con la obra leída. Como pasa con cualquier género literario, sobre el cuento existen tantas definiciones como autores. Algunos coinciden en que los elementos básicos sobre el tema son los siguientes: la brevedad, principio que obliga al cuentista a limitarse a la situación única, una anécdota, un número reducido de personajes y a un solo desenlace. 8 Como vas a leer varios cuentos es necesario que tengas presente ciertos conocimientos: el Cuento es un relato de ficción que ofrece un mundo posible donde se desarrolla una historia, en un lugar y en un ambiente específicos, con personajes que interactúan. El cuento se diferencia de la novela en que su extensión es menor. La historia del cuento puede dividirse en grandes secuencias: Situación inicial: el lector se entera de un estado de cosas que más o menos mantienen cierto equilibrio. Ruptura del equilibrio: algo viene a romper este estado de cosas. Desarrollo, se complica la acción por la lucha de las pasiones y por los obstáculos que deben vencer los personajes. Desenlace, parte final de la historia en la cual los personajes tienen su castigo o recompensa. Tanto en el cuento como en la novela existe un narrador, éste es quien nos cuenta la historia y tiene muchas formas de presentarla: puede ser linealmente o no. Para tener más claridad en el análisis, los teóricos hablan de la historia: lo que se cuenta; y del discurso, es decir, la forma en que se presentan las acciones: puede ser de principio a fin, pero no necesariamente. Dentro de la narración los Personajes son quienes realizan las acciones, éstos sepueden dividir en principales, secundarios e incidentales. Los principales realizan las acciones más importantes, sin ellos la historia no tendría razón de ser. Esas acciones se llevan a cabo dentro de un espacio y un ambiente determinado, que 9 pueden estar enmarcados en un contexto real, tal y como ocurre en la novela Los recuerdos del porvenir o en Los relámpagos de agosto. Como recordarás, la literatura en su carácter ficcional puede ser tan verosímil como para semejar la realidad o tan fantástica como los cuentos de hadas. Es importante que realices todos los ejercicios sugeridos, pues todos ellos te ayudarán cuando tengas que redactar comentarios de algunos cuentos y desde luego para realizar el ensayo que debes entregar el día del examen. Cuando se te pida contestar algunas preguntas procura hacerlo de forma amplia, las respuestas no salen perfectas a la primera redacción, todo escrito debe pasar por varias revisiones antes de quedar bien. Imagina que después de cada respuesta te preguntaran “porque dices esto o aquello”. ACTIVIDADES CON LOS CUENTOS En todos los casos y con todos los cuentos deberás contestar las mismas preguntas, recuerda hacerlo de manera amplia (CUATRO RENGLONES) siempre explicando el porqué de tu respuesta. ACTIVIDAD 1 1.- Lee el cuento “Paso del norte” 2.- Contesta las siguientes preguntas: ¿Cuál es el tema principal? Explica. Localiza al menos un tema secundario 10 ¿Quién es el personaje principal? ¿Quién y cómo es el narrador? 3.- Describe por escrito a dos personajes principales. Recuerda que, a través de la historia, el autor te ofrece datos acerca de los personajes y que tú, como lector, descubres muchos más a través de las acciones que ellos realizan. Procura que la descripción sea completa y que contenga las características físicas: edad, complexión, vestido, rasgos faciales, gestos, movimientos; y sicológicas: carácter, actitudes, sentimientos, cualidades, virtudes o defectos. Puedes hacer dos columnas: en un lado pondrás los rasgos físicos y en el otro los sicológicos, no olvides que debes explicar las características que vas señalando, no basta con mencionarlas. PERSONAJE CARACTERÍSTICAS FÍSICAS CARACTERÍSTICAS SICOLÓGICAS HIJO La descripción no es suficiente para comprender las acciones de los personajes, nos ayuda a tener una mejor visión, pero para poder analizar y juzgar su comportamiento (opinar no es otra cosa que emitir un juicio), debemos ir más allá del resumen y de la descripción. Para ayudarte a analizar a los personajes, haz el siguiente ejercicio: 4.- Elige dos personajes y contesta las siguientes preguntas, no olvides que debes explicar, argumentar las respuestas, los monosílabos no son suficientes: 11 ¿Cuál es la actitud del personaje cuando la historia comienza? ¿Qué desea alcanzar? ¿Cuál es la actitud de los otros personajes con respecto al (los) principales? ¿Cambian los personajes a lo largo de la obra? ¿Cuál es la actitud de los personajes, es congruente con sus acciones? Como podrás observar, las preguntas anteriores son generales, es decir, se podrían aplicar a muchos textos y personajes, sin embargo, te ayudan a reflexionar sobre ciertos aspectos de la obra y de los personajes. Si reflexionaste las preguntas y las respuestas, ahora eres capaz de adentrarte más en el análisis del texto. 5.- Redacta cuatro preguntas con respuesta de este cuento, preguntas de análisis. Ten en cuenta que no se trata de resumir el texto, reflexiona, toma como ejemplo el ejercicio anterior. Si una pregunta sólo te permite resumir la historia y las acciones de los personajes, será mejor que pienses en otras que te ayuden a comprender y analizar esos aspectos. Recuerda que las respuestas deben de ser amplias, entre más reflexiones al escribir, más elementos tendrás para realizar los comentarios. Al terminar el ejercicio puedes revisar la AUTOEVALUACIÓN en el ANEXO 4, recuerda que no te servirá de nada si sólo copias las respuestas. En todos los casos y con todos los cuentos deberás contestar las mismas preguntas de la ACTIVAD 1, 12 recuerda hacerlo de manera amplia siempre explicando el porqué de tu respuesta. ACTIVIDAD 2 CUENTO: EL SILENCIO DE DIOS ACTIVIDAD 3 CUENTO: HISTORIA DE MARIQUITA ACTIVIDAD 4 CUENTO: EL MONTÓN ACTIVIDAD 5: ANACLETO MORONES ACTIVIDAD 6: LA CARTA DE ÁMPARO DÁVILA ACTIVIDAD 7: Escribe un comentario de opinión (una cuartilla mínima de extensión) de tres cuentos. Consulta el ANEXO 2 si no tienes idea de cómo hacerlos. Las actividades y comentarios se entregan impresos. ANTOLOGÍA En seguida se incluyen los cuentos que debes leer en esta Unidad para facilitar el trabajo. 13 PASO DEL NORTE -Me voy lejos, padre, por eso vengo a darle el aviso. -¿Y pa onde te vas, si se puede saber? -Me voy pal Norte. -¿Y allá pos pa qué? ¿No tienes aquí tu negocio? ¿No estás metido en la merca de puercos? -Estaba. Ora ya no. No deja. La semana pasada no conseguimos pa comer y en la antepasada comimos puros quelites. Hay hambre, padre; usté ni se las huele porque vive bien. -¿Qué estás áhi diciendo? -Pos que hay hambre. Usté no lo siente. Usté vende sus cuetes y sus saltapericos y la pólvora y con eso la va pasando. Mientras haiga funciones, le lloverá el dinero; pero uno no, padre. Ya naide cría puercos en este tiempo. Y si los cría pos se los come. Y si los vende, los vende caros. Y no hay dinero pa mercarlos, demás de esto. Se acabó el negocio, padre. -Y ¿qué diablos vas a hacer al Norte? -Pos a ganar dinero. Ya ve usté, el Carmelo volvió rico, trajo hasta un gramófono y cobra la música a cinco centavos. De a parejo, desde un danzón hasta la Anderson esa que canta canciones tristes; de a todo, por igual, y gana su buen dinerito y hasta hacen cola para oír. Así que usté ve; no hay más que ir y volver. Por eso me voy. -¿Y onde vas a guardar a tu mujer con los muchachos? -Pos por eso vengo a darle el aviso, pa que usté se encargue de ellos. -¿Y quién crees que soy yo, tu pilmama? Si te vas, por ahi que Dios se las ajuarié con ellos. Yo ya no estoy pa criar muchachos, con haberte criado a ti y tu hermana, que en paz descanse, con eso tuve de sobra. De hoy en adelante no quiero tener compromisos. Y como dice el dicho: "Si la campana no repica es porque no tiene badajo". -No le hallo qué decir, padre, hasta lo desconozco. ¿Qué me gané con que usté me criara?, puros trabajos. Nomás me trajo al mundo al averíguate como puedas. Ni siquiera me enseñó el oficio de cuetero, como pa que no le fuera a hacer a usté la competencia. Me puso unos calzones y una camisa y me echó a los caminos pa que aprendiera a vivir por mi cuenta y ya casi me echaba de su casa con una mano adelante v otra atrás. Mire usté, éste es el resultado: nos estamos muriendo de hambre. La nuera y los nietos y este su hijo, como quien dice toda su descendencia, estaremos ya por parar las patas y caernos bien muertos. Y el 14 coraje que da es que es de hambre. ¿Usté cree que eso es legal y justo? -Y a mí qué diablos me va o me viene. ¿Pa qué te casaste? Te fuiste de la casa y ni siquiera me pediste el permiso. -Eso lo hice porque a usté nunca le pareció buena la Tránsito. Me la malorió siempre que se la truje y, recuérdeselo, ni siquiera voltio a verla la primera vez que vino: "Mire, papá, ésta es la muchachita con la que me voy a coyuntar". Usté se soltó hablando en verso y que dizque la conocía de íntimo, como si ella fuera una mujer de la calle. Y dijo una bola de cosas que ni yo se las entendí. Por eso ni se la volví a traer. Así que por eso no me debe usté guardar rencor. Ora sólo quiero que me la cuide, porque me voy en serio. Aquí no hay ya ni qué hacer,ni de qué modo buscarle. -Esos son rumores. Trabajando se come y comiendo se vive. Apréndete de mi sabiduría. Yo estov viejo y ni me quejo. De muchacho ya ni se diga; tenía hasta pa conseguir mujeres de a rato. El trabajo da pa todo y céntimas pa las urgencias del cuerpo. Lo que pasa es que eres tonto. Y no me digas que eso yo te lo enseñé. -Pero usté me nació, y usté tenía que haberme encaminado, no nomás soltarme como caballo entre las milpas. -Ya estabas bien largo cuando te fuiste. ¿O a poco querías que te mantuviera para siempre? Sólo las lagartijas buscan la misma covacha hasta cuando mueren. Di que te fue bien y que conociste mujer y que tuviste hijos, otros ni siquiera eso han tenido en su vida, han pasado como las aguas de los ríos, sin comerse ni beberse. -Ni siquiera me enseñó usted a hacer versos, ya que los sabía. Aunque sea con eso hubiera ganado algo divirtiendo a la gente como usté hace. Y el día que se lo pedí me dijo: "Anda a mercar güevos, eso deja más". Y en un principio me volví güevero v aluego gallinero v después merqué puercos y, hasta eso, no me iba mal, si se puede decir. Pero el dinero se acaba; vienen los hijos y se lo sorben como agua y no queda nada después pal negocio y naide quiere fiar. Ya le digo, la semana pasada comimos quelites, y ésta pos ni eso. Por eso me vov. Y me voy entristecido, padre, aunque usté no lo quiera creer, porque yo quiero a mis muchachos, no como usté que nomás los crió y los corrió. -Apréndete esto, hijo: en el nidal nuevo, hay que dejar un güevo. Cuando te aletié la vejez aprenderás a vivir, sabrás que los hijos se te van, que no te agradecen nada; que se comen hasta tu recuerdo. -Eso es puro verso. 15 -Lo será, pero es la verdá. -Yo de usté no me he olvidado, como usté ve. -Me vienes a buscar en la necesidá. Si estuvieras tranquilo te olvidarías de mí. Desde que tu madre murió me sentí solo; cuando murió tu hermana, más solo; cuando tú te fuiste vi que estaba ya solo pa siempre. Ora vienes y me quieres remover el sentimiento: pero no sabes que es más dificultoso resucitar un muerto que dar la vida de nuevo. Aprende algo. Andar por los caminos enseña mucho. Restriégate con tu propio estropajo, eso es lo que has de hacer. -¿Entonces no me los cuidará? -Ahi déjalos, nadie se muere de hambre. -Dígame si me guarda el encargo, no quiero irme sin estar seguro. -¿Cuántos son? -Pos nomás tres niños y dos niñas y la nuera que está re joven. -Rejodida, dirás. -Yo fui su primer marido. Era nueva. Es buena. Quiérala, padre. -¿Y cuándo volverás? -Pronto padre. Nomás arrejunto el dinero y me regreso. Le pagaré al doble lo que usté haga por ellos. Déles de comer, es todo lo que le encomiendo. De los ranchos bajaba la gente a los pueblos; la gente de los pueblos se iba a las ciudades. En las ciudades la gente se perdía; se disolvía entre la gente. “¿No sabe onde me darán trabajo?” “Si vete a Ciudá Juárez. Yo te paso por doscientos pesos. Busca a fulano de tal y díle que yo te mando. Nomás no se lo digas a nadie”. “Está bien señor, mañana se los traigo”. -Señor, aquí le traigo los doscientos pesos. -Está bien. Te voy a dar un papelito pa nuestro amigo de Ciudá Juárez. No lo pierdas. Él te pasará la frontera y de ventaja llevas hasta la contrata. Aquí va el domicilio y el teléfono pa que lo localices más pronto. No, no vas a ir a Tejas. ¿Has oído hablar de Oregon? Bien, díle a él que quieres ir a Oregon. A cosechar manzanas, eso es, nada de algodonales. Se ve que tu eres un hombre listo. Allá te presentas con Fernández. ¿No lo conoces? Bueno, preguntas por él. Y si no quieres cosechar manzanas, te pones a pegar durmientes. Eso deja más y es más durable. Volverás con muchos dólares. No pierdas la tarjeta. Padre, nos mataron. -¿A quiénes? 16 -A nosotros. Al pasar el río. Nos zumbaron las balas hasta que nos mataron a todos. -¿En dónde? -Allá, en el Paso del Norte, mientras nos encandilaban las linternas, cuando íbamos cruzando el río. -¿Y por qué? -Pos no lo supe, padre. ¿Se acuerda de Estanislao? El fue el que me encampanó pa irnos pa allá. Me dijo cómo estaba el teje y maneje del asunto y nos fuimos primero a México y de allí al Paso. Y estábamos pasando el río cuando nos fusilaron con los mauseres. Me devolví porque él me dijo: "Sácame de aquí, paisano, no me dejes". Y entonces estaba ya panza arriba, con el cuerpo todo agujereado, sin músculos. Lo arrastré como pude, a tirones, haciéndome a un lado de las linternas que nos alumbraban buscándonos. Le dije: "Estás vivo", y él me contestó: "Sácame de aquí, paisano". Y luego me dijo: "Me dieron". Yo tenía un brazo quebrado por un golpe de bala y el güeso se había ido de allí de donde se salta el codo. Por eso lo agarré con la mano buena y le dije: "Agárrate fuerte de aquí". Y se me murió en la orilla, frente a las luces de un lugar que le dicen la Ojinaga, ya de este lado, entre los tules(4) que siguieron peinando el río como si nada hubiera pasado. "Lo subí a la orilla y le hablé: '¿Todavía estás vivo?" Y él no me respondió. Estuve haciendo la lucha por revivir al Estanislao hasta que amaneció; le di friegas y le soplé los pulmones para que resollara, pero ni pío volvió a decir. "El de la migración se me arrimó por la tarde. -"Ey, tú, ¿qué haces aquí? -"Pos estoy cuidando este muertito. -"¿Tú lo mataste? -"No, mi sargento -le dije. -"Yo no soy ningún sargento. ¿Entonces quién? "Como lo vi uniformado y con las aguilitas esas, me lo figuré del ejército y traía tamaño pistolón que ni lo dudé. "Me siguió preguntando: '¿Entonces quién, eh?' Y así se estuvo dale y dale hasta que me zarandió de los cabellos y yo ni metí las manos, por eso del codo dañado que ni defenderme pude. "Le dije: -No me pegue, que estoy manco. "Y hasta entonces le paró a los golpes. -"¿Qué pasó?, dime -me dijo. -"Pos nos clarearon anoche, íbamos regustosos, chifle y chifle del gusto de que ya íbamos pal otro lado cuando mérito en medio del agua se soltó la balacera. Y ni quien se la quitara. Este y yo fuimos los únicos que logramos salir y a medias, porque mire, él ya hasta aflojó el cuerpo. -"¿Y quiénes fueron los que los balacearon? -"Pos ni siquiera los vimos. Sólo nos aluzaron con sus linternas, y pácatelas y pácatelas, oímos los riflonazos, hasta que yo sentí que se me voltiaba el codo y oí a éste que me decía: 'Sácame del agua, paisano'. Aunque de nada nos hubiera servido haberlos visto. -"Entonces han de haber sido los apaches. -"¿Cuáles apaches? -"Pos unos que así les dicen y que viven del otro lado. 17 -"¿Pos que no están las Tejas del otro lado? -"Sí, pero está llena de apaches, como no tienes una idea. Les voy a hablar a Ojinaga pa que recojan a tu amigo v tú prevente pa que regreses a tu tierra. ¿De dónde eres? No te debías de haber salido de allá. ¿Tienes dinero? -"Le quité al muerto este tantito. A ver si me ajusta. -"Tengo áhi una partida pa los repatriados. Te daré lo del pasaje; pero si te vuelvo a devisar por aquí, te dejo a que revientes. No me gusta ver una cara dos veces. ¡Ándale, vete! -Y yo me vine y aquí estoy, padre, pa contárselo a usté. -Eso te ganaste por creído y por tarugo. Y ya verás cuando te asomes por tu casa, ya verás la ganancia que sacaste con irte. -¿Pasó algo malo? ¿Se me murió algún chamaco? -Se te fue la Tránsito con un arriero. Dizque era re buena, ¿verdá? Tus muchachos están acá atrás dormidos. Y tú vete buscando onde pasar la noche, porque tu casa la vendí pa pagarme lo de los gastos. Y todavía me sales debiendo treinta pesos del valor de las escrituras. -Está bien, padre, no me le voy a poner renegado. Quizá mañana encuentre por aquí algún trabajito pa pagarle todo lo que le debo. ¿Por qué rumbo dice usté que arrendó el arriero con la Tránsito? -Pos por áhi. No me fijé. -Entonces orita vengo, voy por ella. -¿Y por onde vas? -Pos por áhi, padre, por onde usté dice que se fue.18 ANACLETO MORONES JUAN RULFO Viejas, ¡hijas del demonio! Las vi venir a todas juntas, en procesión. Vestidas de negro, sudando como mulas bajo el mero rayo del sol. Las vi desde lejos como si fuera una recua levantando polvo. Su cara ya ceniza de polvo. Negras todas ellas. Venían por el camino de Amula, cantando entre rezos, entre el calor, con sus negros escapularios grandotes y renegridos, sobre los que caía en goterones el sudor de su cara. Las vi llegar y me escondí. Sabía lo que andaban haciendo y a quién buscaban. Por eso me di prisa a esconderme hasta el fondo del corral, corriendo ya con los pantalones en la mano. Pero ellas entraron y dieron conmigo. Dijeron: "¡Ave María Purísima!" Yo estaba acuclillado en una piedra, sin hacer nada, solamente sentado allí con los pantalones caídos, para que ellas me vieran así y no se me arrimaran. Pero sólo dijeron: ¡Ave María Purísima!" Y se fueron acercando más. ¡Viejas indinas! ¡Les debería dar vergüenza! Se persignaron y se arrimaron hasta ponerse junto a mí, todas juntas, apretadas como en manojo, chorreando sudor y con los pelos untados a la cara como si les hubiera lloviznado. -Te venimos a ver a ti, Lucas Lucatero. Desde Amula venimos, sólo por verte. Aquí cerquita nos dijeron que estabas en tu casa; pero no nos figuramos que estabas tan adentro; no en este lugar ni en estos menesteres. Creímos que habías entrado a darle de comer a las gallinas, por eso nos metimos. Venimos a verte. ¡Esas viejas! ¡Viejas y feas como pasmadas de burro! -¡Díganme qué quieren! -les dije, mientras me fajaba los pantalones y ellas se tapaban los ojos para no ver. -Traemos un encargo. Te hemos buscado en Santo Santiago y en Santa Inés, pero nos informaron que ya no vivías allí, que te habías mudado a este rancho. Y acá venimos. Somos de Amula. Yo ya sabía de dónde eran y quiénes eran; podía hasta haberles recitado sus nombres, pero me hice el desentendido. -Pues si Lucas Lucatero, al fin te hemos encontrado, gracias a Dios. 19 Las convidé al corredor y les saqué unas sillas para que se sentaran. Les pregunte que Si tenían hambre o que si querían aunque fuera un jarro de agua para remojarse la lengua. Ellas se sentaron, secándose el sudor con escapularios. -No, gracias -dijeron-. No venimos a darte molestias. Te traemos un encargo. ¿Tú me conoces, verdad, Lucas Lucatero? -me preguntó una de ellas. -Algo-le dije - Me parece haberte visto en alguna parte. ¿No eres, por casualidad, Pancha Fregoso, la que se dejó robar por Homobono Ramos? -Soy, si, pero no me robó nadie. Ésas fueron puras maledicencias. Nos perdimos los dos buscando garambullos. Soy congregante y yo no hubiera permitido de ningún modo... -¿Qué, Pancha? ¡Ah!, cómo eres mal pensado, Lucas. Todavía no se te quita lo de andar criticando gente. Pero, ya que me conoces, quiero agarrar la palabra para comunicarte a lo que venimos. -¿No quieren ni siquiera un jarro de agua? -les volví a preguntar. -No te molestes. Pero ya que nos ruegas tanto, no te vamos a desairar. Les traje una jarra de agua de arrayán y se la bebieron. Luego les traje otra y se la volvieron a beber. Entonces les arrimé un cántaro con agua del río. Lo dejaron allí, pendiente, para dentro de un rato, porque, según ellas, les iba a entrar mucha sed cuando comenzara a hacerles la digestión. Diez mujeres, sentadas en hilera, con sus negros vestidos puercos de tierra. Las hijas de Ponciano, de Emiliano, de Crescenciano, de Toribio el de la taberna y de Anastasio el peluquero. ¡Viejas carambas! Ni una siquiera pasadera. Todas caídas por los cincuenta. Marchitas como floripondios engarruñados y secos. Ni de dónde escoger. -¿Y qué buscan por aquí? -Venimos a verte. -Ya me vieron. Estoy bien. Por mí no se preocupen. 20 -Te has venido muy lejos. A este lugar escondido. Sin domicilio ni quien dé razón de ti. Nos ha costado trabajo dar contigo después de mucho inquirir. -No me escondo. Aquí vivo a gusto, sin la moledera de la gente. ¿Y qué misión traen, si se puede saber? -les pregunté. -Pues se trata de esto... Pero no te vayas a molestar en darnos de comer. Ya comimos en casa de la Torcacita. Allí nos dieron a todas. Así que ponte en juicio. Siéntate aquí enfrente de nosotras para verte y para que nos oigas. Yo no me podía estar en paz. Quería ir otra vez al corral. Oía el cacareo de las gallinas y me daban ganas de ir a recoger los huevos antes que se los comieran los conejos. -Voy por los huevos -les dije. -De verdad que ya comimos. No te molestes por nosotras. -Tengo allí dos conejos sueltos que se comen los huevos. Orita regreso. Y me fui al corral. Tenía pensado no regresar. Salirme por la puerta que daba al cerro y dejar plantada a aquella sarta de viejas canijas. Le eché una miradita al montón de piedras que tenía arrinconado en una esquina y le vi la figura de una sepultura. Entonces me puse a desparramarlas, tirándolas por todas partes, haciendo un reguero aquí y otro allá. Eran piedras de río, boludas, y las podía aventar lejos. ¡Viejas de los mil judas! Me habían puesto a trabajar. No sé por qué se les antojó venir. Dejé la tarea y regresé. Les regalé los huevos. ¿Mataste los conejos? Te vimos aventarles de pedradas. Guardaremos los huevos para dentro de un rato. No debías haberte molestado. -Allí en el seno se pueden empollar, mejor déjenlos afuera. -¡Ah, cómo serás!, Lucas Lucatero. No se te quita lo hablantín. Ni que estuviéramos tan calientes. 21 -De eso no sé nada. Pero de por sí está haciendo calor acá afuera Lo que yo quería era darles largas. Encaminarlas por otro rumbo, mientras buscaba la manera de echarlas fuera de mi casa y que no les quedaran ganas de volver. Pero no se me ocurría nada. Sabía que me andaban buscando desde enero, poquito después de la desaparición de Anacleto Morones. No faltó alguien que me avisara que las viejas de la Congregación de Amula andaban tras de mí. Eran las únicas que podían tener algún interés en Anacleto Morones. Y ahora allí las tenía. Podía seguir haciéndoles plática o granjeándomelas de algún modo hasta que se les hiciera de noche y tuvieran que largarse. No se hubieran arriesgado a pasarla en mi casa. Porque hubo un rato en que se trató de eso: cuando la hija de Ponciano dijo que querían acabar pronto su asunto para volver temprano a Amula. Fue cuando yo les hice ver que por eso no se preocuparan, que aunque fuera en el suelo había allí lugar y petates de sobra para todas. Todas dijeron que eso sí no, porque qué iría a decir la gente cuando se enteraran de que habían pasado la noche solitas en mi casa y conmigo allí dentro. Eso sí que no. La cosa, pues, estaba en hacerles larga la plática, hasta que se les hiciera de noche, quitándoles la idea que les bullía en la cabeza. Le pregunté a una de ellas: -¿Y tu marido qué dice? -Yo no tengo marido, Lucas. ¿No te acuerdas que fui tu novia? Te esperé y te esperé y me quedé esperando. Luego supe que te habías casado. Ya a esas alturas nadie me quería. -¿Y luego yo? Lo que pasó fue que se me atravesaron otros pendientes que me tuvieron muy ocupado; pero todavía es tiempo. -Pero si eres casado, Lucas, y nada menos que con la hija del Santo Niño. -¿Para qué me alborotas otra vez? Yo ya hasta me olvidé de ti. -Pero yo no. ¿Cómo dices que te llamabas? -Nieves... Me sigo llamando Nieves. Nieves García. Y no me hagas llorar, Lucas Lucatero. Nada más de acordarme de tus melosas promesas me da coraje.22 -Nieves... Nieves. Cómo no me voy a acordar de ti. Si eres de lo que no se olvida... Eras suavecita. Me acuerdo. Te siento todavía aquí en mis brazos. Suavecita. Blanda. El olor del vestido con que salías a verme olía a alcanfor. Y te arrejuntabas mucho conmigo. Te repegabas tanto que casi te sentía metida en mis huesos. Me acuerdo. -No sigas diciendo cosas, Lucas. Ayer me confesé y tú me estás despertando malos pensamientos y me estás echando el pecado encima. -Me acuerdo que te besaba en las corvas. Y que tú decías que allí no, porque sentías cosquillas. ¿Todavía tienes hoyuelos en la corva de las piernas? -Mejor cállate, Lucas Lucatero. Dios no te perdornará lo que hiciste conmigo. Lo pagarás caro. -¿Hice algo malo contigo? ¿Te traté acaso mal? -Lo tuve que tirar. Y no me hagas decir eso aquí delante de la gente. Pero para que te lo sepas lo tuve que tirar. Era una cosa así como un pedazo de cecina. ¿Y para qué lo iba a querer yo, si su padre no era más que un vaquetón? -¿Conque eso pasó? No lo sabía. ¿No quieren otra poquita de agua de arrayán? No me tardaré nada en hacerla. Espérenme nomás. Y me fui otra vez al corral a cortar arrayanes. Y allí me entretuve lo más que pude, mientras se le bajaba el mal humor a la mujer aquella. Cuando regresé ya se había ido. -¿Se fue? -Sí, se fue.- La hiciste llorar. -Sólo quería platicar con ella nomás por pasar el rato. ¿Se han fijado cómo tarda en llover? Allá en Amula ya debe haber llovido, ¿no? -Sí, anteayer cayó un aguacero. -No cabe duda de que aquel es un buen sitio. Llueve bien y se vive bien. A fe que aquí ni las nubes se aparecen. ¿Todavía es Rogaciano el presidente municipal? -Sí, todavía. 23 -Buen hombre ese Rogaciano. -No. Es un maldoso. -Puede que tengan razón. ¿Y qué me cuentan de Edelmiro, todavía tiene cerrada su botica? -Edelmiro murió. Hizo bien en morirse, aunque me está mal el decirlo; pero era otro maldoso. Fue de los que le echaron infamias al Niño Anacleto. Lo acusó de abusionero y de brujo y engañabobos. De todo eso anduvo hablando en todas partes. Pero la gente no le hizo caso y Dios lo castigó. Se murió de rabia como los huitacoches. -Esperemos en Dios que esté en el infierno. -Y que no se cansen los diablos de echarle leña. -Lo mismo que a Lirio López, el juez, que se puso de su parte y mandó al Santo Niño a la cárcel. Ahora eran ellas las que hablaban. Las deje decir todo lo que quisieran. Mientras no se metieran conmigo, todo iría bien. Pero de repente se les ocurrió preguntarme: -¿Quieres ir con nosotras? -¿A dónde? -A Amula. Por eso venimos. Para llevarte. Por un rato me dieron ganas de volver al corral. Salirme por la puerta que da al cerro y desaparecer. ¡Viejas infelices! -¿Y qué diantres Voy a hacer yo a Amula? -Queremos que nos acompañes en nuestros ruegos. Hemos abierto, todas las congregantes del Niño Anacleto, un novenario de rogaciones para pedir que nos lo canonicen. Tú eres su yerno y te necesitamos para que sirvas de testimonio. El señor cura nos encomendó le lleváramos a alguien que lo hubiera tratado de cerca y conocido de tiempo atrás, antes que se hiciera famoso por sus milagros. Y quién mejor que tú, que viviste a su lado y puedes señalar mejor que ninguno las obras de misericordia que hizo. Por eso te necesitamos, para que nos acompañes en esta campaña. ¡Viejas carambas! Haberlo dicho antes. 24 -No puedo ir -les dije -. No tengo quien me cuide la casa. -Aquí se van a quedar dos muchachas para eso, lo hemos prevenido. Además está tu mujer. -Ya no tengo mujer. -¿Luego la tuya? ¿La hija del Niño Anacleto? -Ya se me fue. La corrí. -Pero eso no puede ser. Lucas Lucatero. La pobrecita debe andar sufriendo. Con lo buena que era. Y lo jovencita. Y lo bonita. ¿Para dónde la mandaste, Lucas? Nos conformamos con que siquiera la hayas metido en el convento de las Arrepentidas. -No la metí en ninguna parte. La corrí. Y estoy seguro de que no está con las Arrepentidas; le gustaban mucho la bulla y el relajo. Debe de andar por esos rumbos, desfajando pantalones. -No te creemos, Lucas, ni así tantito te creemos. A lo mejor está aquí, encerrada en algún cuarto de esta casa rezando sus oraciones. Tú siempre fuiste muy mentiroso y hasta levantafalsos. Acuérdate, Lucas, de las pobres hijas de Hermelindo, que hasta se tuvieron que ir para El Grullo porque la gente les chiflaba la canción de “Las güilotas” cada vez que se asomaban a la calle, y sólo porque tú inventaste chismes. No se te puede creer nada a ti, Lucas Lucatero. -Entonces sale sobrando que yo vaya a Amula. -Te confiesas primero y todo queda arreglado. ¿Desde cuándo no te confiesas? -¡Uh!, desde hace como quince años. Desde que me iban a fusilar los cristeros. Me pusieron una carabina en la espalda y me hincaron delante del cura y dije allí hasta lo que no había hecho. Entonces me confesé hasta por adelantado. -Si no estuviera de por medio que eres el yerno del Santo Niño, no te vendríamos a buscar, contimás te pediríamos nada. Siempre has sido muy diablo, Lucas Lucatero. -Por algo fui ayudante de Anacleto Morones. Él sí que era el vivo demonio. 25 -No blasfemes. -Es que ustedes no lo conocieron. -Lo conocimos como santo. -Pero no como santero. -¿Qué cosas dices, Lucas? -Eso ustedes no lo saben; pero él antes vendía santos. En las ferias. En la puerta de las iglesias. Y yo le cargaba el tambache. "Por allí íbamos los dos, uno detrás de otro, de pueblo en pueblo. El por delante y yo cargándole el tambache con las novenas de San Pantaleón, de San Ambrosio y de San Pascual, que pesaban cuando menos tres arrobas. "Un día encontramos a unos peregrinos. Anacleto estaba arrodillado encima de un hormiguero, enseñándome cómo mordiéndose la lengua no pican las hormigas. Entonces pasaron los peregrinos. Lo vieron. Se pararon a ver la curiosidad aquella. Preguntaron: ¿Cómo puedes estar encima del hormiguero sin que te piquen las hormigas? "Entonces él puso los brazos en cruz y comenzó a decir que acababa de llegar de Roma, de donde traía un mensaje y era portador de una astilla de la Santa Cruz donde Cristo fue crucificado. "Ellos lo levantaron de allí en sus brazos. Lo llevaron en andas hasta Amula. Y allí fue el acabóse; la gente se postraba frente a él y le pedía milagros. "Ese fue el comienzo. Y yo nomás me vivía con la boca abierta, mirándolo engatusar al montón de peregrinos que iban a verlo." -Eres puro hablador y de sobra hasta blasfemo. ¿Quién eras tú antes de conocerlo? Un arreapuercos. Y él te hizo rico. Te dio lo que tienes. Y ni por eso te acomides a hablar bien de él. Desagradecido. -Hasta eso, le agradezco que me haya matado el hambre, pero eso no quita que él fuera el vivo diablo. Lo sigue siendo, en cualquier lugar donde esté. 26 -Está en el cielo. Entre los ángeles. Allí es donde está, más que te pese. -Yo sabía que estaba en la cárcel. -Eso fue hace mucho. De allí se fugó. Desapareció sin dejar rastro. Ahora está en el cielo en cuerpo y alma presentes. Y desde allá nos bendice. Muchachas, ¡arrodíllense! Recemos el "Penitentes somos, Señor" para que el Santo Niño interceda por nosotras. Y aquellas viejas se arrodillaron, besando a cada padrenuestro el escapulario donde estaba bordado el retrato de Anacleto Morones. Eran las tres de la tarde. Aproveché ese ratitopara meterme en la cocina y comerme unos tacos de frijoles. Cuando salí ya sólo quedaban cinco mujeres. -¿Qué se hicieron las otras? -les pregunté. Y la Pancha, moviendo los cuatro pelos que tenía en sus bigotes, me dijo: -Se fueron. No quieren tener tratos contigo. -Mejor. Entre menos burros más olotes. ¿Quieren más agua de arrayán? Una de ellas, la Filomena que se había estado callada todo el rato y que por mal nombre le decían la Muerta, se culimpinó encima de una de mis macetas y, metiéndose el dedo en la boca, echó fuera toda el agua de arrayán que se había tragado, revuelta con pedazos de chicharrón y granos de huamúchiles. -Yo no quiero ni tu agua de arrayán, blasfemo. Nada quiero de ti. Y puso sobre la silla el huevo que yo le había regalado: -¡Ni tus huevos quiero! Mejor me voy. Ahora sólo quedaban cuatro. -A mí también me dan ganas de vomitarme dijo la Pancha. Pero me las aguanto. Te tenemos que llevar a Amula a como dé lugar. "Eres el único que puede dar fe de la santidad del Santo Niño. El te ha de ablandar el alma. Ya hemos puesto su imagen en la iglesia y no sería justo echarlo a la calle por tu culpa." 27 -Busquen a otro. Yo no quiero tener vela en este entierro. -Tú fuiste casi su hijo. Heredaste el fruto de su santidad. En ti puso él sus ojos para perpetuarse. Te dio a su hija. -Sí, pero me la dio ya perpetuada. -Válgame Dios, qué cosas dices, Lucas Lucatero -Así fue, me la dio cargada como de cuatro meses cuando menos. Pero olía a santidad. Olía a pura pestilencia. Le dio por enseñarles la barriga a cuantos se le paraban enfrente, sólo para que vieran que era de carne. Les enseñaba su panza crecida, amoratada por la hinchazón del hijo que llevaba dentro. Y ellos se reían. Les hacía gracia. Era una sinvergüenza. Eso era la hija de Anacleto Morones. -Impío. No está en ti decir esas cosas. Te vamos a regalar un escapulario para que eches fuera al demonio. -... Se fue con uno de ellos. Que dizque la quería. Sólo le dijo: "Yo me arriesgo a ser el padre de tu hijo". Y se fue con él. -Era fruto del Santo Niño. Una niña. Y tú la conseguiste regalada. Tú fuiste el dueño de esa riqueza nacida de la santidad. -¡Monsergas! -¿Qué dices? -Adentro de la hija de Anacleto Morones estaba el hijo de Anacleto Morones. -Eso tú lo inventaste para achacarle cosas malas. Siempre has sido un invencionista. -¿Sí? Y qué me dicen de las demás. Dejó sin vírgenes esta parte del mundo, valido de que siempre estaba pidiendo que le velara sueño una doncella. -Eso lo hacía por pureza. Por no ensuciarse con el pecado. Quería rodearse de inocencia para no manchar su alma. 28 -Eso creen ustedes porque no las llamó. -A mí sí me llamó -dijo una a la que le decían Melquiades-. Yo le velé su sueño. ¿Y qué pasó? -Nada. Sólo sus milagrosas manos me arroparon en esa hora en que se siente la llegada del frío. Y le di gracias por el calor de su cuerpo; pero nada más. -Es que estabas vieja. A él le gustaban tiernas; que se les quebraran los guesitos; oír que tronaran como si fueran cáscaras de cacahuate. -Eres un maldito ateo, Lucas Lucatero. Uno de los peores. Ahora estaba hablando la Huérfana, la del eterno llorido. La vieja más vieja de todas. Tenía lágrimas en los ojos y le temblaban las manos: -Yo soy huérfana y él me alivió de mi orfandad, volví a encontrar a mi padre y a mi madre en él. Se pasó la noche acariciándome para que se me bajara mi pena. Y le escurrían las lágrimas. -No tienes, pues, por qué llorar -le dije. -Es que se han muerto mis padres. Y me han dejado sola. Huérfana a esta edad en que es tan difícil encontrar apoyo. La única noche feliz la pasé con el Niño Anacleto, entre sus consoladores brazos. Y ahora tú hablas mal de él. -Era un santo. -Un bueno de bondad. -Esperábamos que tú siguieras su obra. Lo heredaste todo. -Me heredó un costal de vicios de los mil judas. Una vieja loca. No tan vieja como ustedes; pero bien loca. Lo bueno es que se fue. Yo mismo le abrí la puerta. ¡Hereje! Inventas puras herejías. 29 Ya para entonces quedaban solamente dos viejas. Las otras se habían ido yendo una tras otra, poniéndome la cruz y reculando y con la promesa de volver con los exorcismos. -No me has de negar que el Niño Anacleto era milagroso -dijo la hija de Anastasio -. Eso sí que no me lo has de negar. -Hacer hijos no es ningún milagro. Ese era su fuerte. -A mi marido lo curó de la sífilis. -No sabía que tenías marido. ¿No eres la hija de Anastasio el peluquero? La hija de Tacho es soltera, según yo sé. -Soy soltera, pero tengo marido. Una cosa es ser señorita y otra cosa es ser soltera. Tú lo sabes. Y yo no soy señorita, pero soy soltera. -A tus años haciendo eso, Micaela. -Tuve que hacerlo. Qué me ganaba con vivir de señorita. Soy mujer. Y una nace para dar lo que le dan a una. -Hablas con las mismas palabras de Anacleto Morones. -Sí, él me aconsejó que lo hiciera, para que se me quitara lo hepático. Y me junté‚ con alguien. Eso de tener cincuenta años y ser nueva es un pecado. -Te lo dijo Anacleto Morones. -El me lo dijo, sí. Pero hemos venido a otra cosa; a que vayas con nosotras y certifiques que él fue un santo. -¿Y por qué no yo? -Tú no has hecho ningún milagro. El curó a mi marido. A mí me consta. ¿Acaso tú has curado a alguien de la sífilis? -No, ni la conozco. -Es algo así como la gangrena. El se puso amoratado y con el cuerpo lleno de sabañones. Ya no dormía. Decía que todo lo veía colorado como si estuviera asomándose a la puerta del infierno. Y luego sentía ardores que lo hacían brincar de dolor. Entonces fuimos a ver al Niño Anacleto y él lo curó. Lo quemó con un carrizo ardiendo y le untó de su saliva en las heridas y, sácatelas, se le acabaron sus males. Dime si eso no fue un milagro. 30 -Ha de haber tenido sarampión. A mí también me lo curaron con saliva cuando era chiquito. -Lo que yo decía antes. Eres un condenado ateo. -Me queda el consuelo de que Anacleto Morones era peor que yo. -El te trató como si fueras su hijo. Y todavía te atreves... Mejor no quiero seguir oyéndote. Me voy. ¿Tú te quedas, Pancha? -Me quedaré otro rato. Haré la última lucha yo sola. -Oye, Francisca, ora que se fueron todas, te vas a quedar a dormir conmigo, ¿verdad? -Ni lo mande dios ¿qué pensara la gente? Yo lo que quiero es convencerte. -Pues vámonos convenciendo los dos. Al cabo qué pierdes. Ya estás revieja, como para que nadie se ocupe de ti, ni te haga el favor. -Pero luego vienen los dichos de la gente. Luego pensarán mal. -Qué piensen lo que quieran. Qué más da. De todos modos Pancha te llamas. -Bueno, me quedaré contigo; pero nomás hasta que amanezca. Y eso si me prometes que llegaremos juntos a Amula, para yo decirles que me pasé la noche ruéguete y ruéguete. Si no, ¿cómo le hago? -Está bien. Pero antes córtate esos pelos que tienes en los bigotes. Te voy a traer las tijeras. -Cómo te burlas de mí, Lucas Lucatero. Te pasas la vida mirando mis defectos. Déjame mis bigotes en paz. Así no sospecharán. -Bueno, como tú quieras. Cuando oscureció, ella me ayudó a arreglarle la ramada a las gallinas y a juntar otra vez las piedras que yo había desparramado por todo el corral, arrinconándolas en el rincón donde habíanestado antes. Ni se las malició que allí estaba enterrado Anacleto Morones. Ni que se había muerto el mismo día que se fugó de la cárcel y vino aquí a reclamarme que le devolviera sus propiedades.'' Llegó diciendo: -Vende 31 todo y dame el dinero porque necesito hacer un viaje al Norte. Te escribiré desde allá y volveremos a hacer negocio los dos juntos. -¿Por qué no te llevas a tu hija? -le dije yo. Eso es lo único que me sobra de todo lo que tengo y dices que es tuyo. Hasta a mí me enredaste con tus malas mañas. -Ustedes se irán después, cuando yo les mande avisar mi paradero. Allá arreglaremos cuentas. -Sería mucho mejor que las arregláramos de una vez. Para quedar de una vez a mano. -No estoy para estar jugando ahorita -me dijo. Dame lo mío. ¿Cuánto dinero tienes guardado? -Algo tengo, pero no te lo voy a dar. He pasado las de Caín con la sinvergüenza de tu hija. Date por bien pagado con que yo la mantenga. Le entró el coraje. Pateaba el suelo y le urgía irse... "¡Que descanses en paz, Anacleto Morones!", dije cuando lo enterré, y a cada vuelta que yo daba al río acarreando piedras para echárselas encima: No te saldrás de aquí aunque uses de todas tus tretas." Y ahora la Pancha me ayudaba a ponerle otra vez el peso de las piedras, sin sospechar que allí debajo estaba Anacleto y que yo hacía aquello por miedo de que se saliera de su sepultura y viniera de nueva cuenta a darme guerra. Con lo mañoso que era, no dudaba que encontrara el modo de revivir y salirse de allí. -Échale más piedras, Pancha. Amontónalas en este rincón, no me gusta ver pedregoso mi corral. Después ella me dijo, ya de madrugada: -Eres una calamidad, Lucas Lucatero. No eres nada cariñoso. ¿Sabes quién sí era amoroso con una? -¿Quién? -El Niño Anacleto. El sí que sabía hacer el amor. 32 EL SILENCIO DE DIOS JUAN JOSÉ ARREOLA Creo que esto no se acostumbra: dejar cartas abiertas sobre la mesa para que Dios las lea. Perseguido por días veloces, acosado por ideas tenaces, he venido a parar en esta noche como a una punta de callejón sombrío. Noche puesta a mis espaldas como un muro y abierta frente a mí como una pregunta inagotable. Las circunstancias me piden un acto desesperado y pongo esta carta delante de los ojos que lo ven todo. He retrocedido desde la infancia, aplazando siempre esta hora en que caigo por fin. No trato de aparecer ante nadie como el más atribulado de los hombres. Nada de eso. Cerca o lejos debe haber otros que también han sido acorralados en noches como ésta. Pero yo pregunto: ¿cómo han hecho para seguir viviendo? ¿Han salido siquiera con vida de la travesía? Necesito hablar y confiarme; no tengo destinatario para mi mensaje de náufrago. Quiero creer que alguien va a recogerlo, que mi carta no flotará en el vacío, abierta y sola, como sobre un mar inexorable. ¿Es poco un alma que se pierde? Millares caen sin cesar, faltas de apoyo, desde el día en que se alzan para pedir las claves de la vida. Pero yo no quiero saberlas, no pretendo que caigan en mis manos las razones del universo. No voy a buscar en esta hora de sombra lo que no hallaron en espacios de luz los sabios y los santos. Mi necesidad es breve y personal. Quiero ser bueno y solicito unos informes. Eso es todo. Estoy balanceado en un vértigo de incertidumbre, y mi mano, que sale por último a la superficie, no encuentra una brizna para detenerse. Y es poco lo que me falta, sencillo el dato que necesito. Desde hace algún tiempo he venido dando un cierto rumbo a mis acciones, una orientación que me ha parecido razonable, y estoy alarmado. Temo ser víctima de una equivocación, porque todo, hasta la fecha, me ha salido muy mal. Me siento sumamente defraudado al comprobar que mis fórmulas de bondad producen siempre un resultado explosivo. Mis balanzas funcionan mal. Hay algo que me impide elegir con claridad los ingredientes del bien. Siempre se adhiere una partícula maligna y el producto estalla en mis manos. ¿Es que estoy incapacitado para la elaboración del bien? Me dolería reconocerlo, pero soy capaz de aprendizaje. 33 No sé si a todos les sucede lo mismo. Yo paso la vida cortejado por un afable demonio que delicadamente me sugiere maldades. No sé si tiene una autorización divina: lo cierto es que no me deja en paz ni un momento. Sabe dar a la tentación atractivos insuperables. Es agudo y oportuno. Como un prestidigitador, saca cosas horribles de los objetos más inocentes y está siempre provisto de extensas series de malos pensamientos que proyecta en la imaginación como rollos de película. Lo digo con toda sinceridad: nunca voy al mal con pasos deliberados; él facilita los trayectos, pone todos los caminos en declive. Es el saboteador de mi vida. Por si a alguien le interesa, consigno aquí el primer dato de mi biografía moral: un día en la escuela, en los primeros años, la vida me puso en contacto con unos niños que sabían cosas secretas, atrayentes, que participaban con misterio. Naturalmente, no me cuento entre los niños felices. Un alma infantil que guarda pesados secretos es algo que vuela mal, es un ángel lastrado que no puede tomar altura. Mis días de niño, que decoraron suaves paisajes, ostentan a menudo manchas deplorables. El maligno, con apariciones puntuales de fantasma, daba a mis sueños un giro de pesadilla y puso en los recuerdos pueriles un sabor punzante y criminoso. Cuando supe que Dios miraba todos mis actos traté de esconderle los malos por oscuros rincones. Pero al fin, siguiendo la indicación de personas mayores, mostré abiertos mis secretos para que fueran examinados en tribunal. Supe que entre Dios y yo había intermediarios, y durante mucho tiempo tramité por su conducto mis asuntos, hasta que un mal día, pasada la niñez, pretendí atenderlos personalmente. Entonces se suscitaron problemas cuyo examen fue siempre aplazado. Empecé a retroceder ante ellos, a huir de su amenaza, a vivir días y días cerrando los ojos, dejando al bien y al mal que hicieran conjuntamente su trabajo. Hasta que una vez, volviendo a mirar, tomé el partido de uno de los dos trabados contendientes. Con ánimo caballeresco, me puse al lado del más débil. Aquí está el resultado de nuestra alianza: Hemos perdido todas las batallas. De todos los encuentros con el enemigo salimos invariablemente apaleados y aquí estamos, batiéndonos otra vez en retirada durante esta noche memorable. ¿Por qué es el bien tan indefenso? ¿Por qué tan pronto se derrumba? Apenas se elaboran cuidadosamente unas horas de fortaleza, cuando el golpe de un minuto viene a echar abajo toda la estructura. Cada noche me encuentro aplastado por los escombros de un día destruido, de un día que fue bello y amorosamente edificado. Siento que una vez no me levantaré más, que decidiré vivir entre ruinas, como una lagartija. Ahora, por ejemplo, mis manos están cansadas para el trabajo de 34 mañana. Y si no viene el sueño, siquiera el sueño como una pequeña muerte para saldar la cuenta pesarosa de este día, en vano esperaré mi resurrección. Dejaré que fuerzas oscuras vivan en mi alma y la empujen, en barrena, hacia una caída acelerada. Pero también pregunto: ¿se puede vivir para el mal? ¿Cómo se consuelan los malos de no sentir en su corazón el ansia tumultuosa del bien? Y si detrás de cada acto malévolo se esconde un ejército de castigo, ¿cómo hacen para defenderse? Por mi parte, he perdido siempre esa lucha, y bandas de remordimiento me persiguen como espadachines hasta el callejón de esta noche. Muchas veces he revistado con satisfacción un cierto grupo de actos bien disciplinados y casi victoriosos, y ha bastado el menor recuerdo enemigo para ponerlos en fuga. Me veo precisado a reconocer que muchas veces soy bueno sólo porque me faltan oportunidades aceptables de ser malo, y recuerdo conamargura hasta dónde pude llegar en las ocasiones en que el mal puso todos sus atractivos a mi alcance. Entonces, para conducir el alma que me ha sido otorgada, pido, con la voz más urgente, un dato, un signo, una brújula. El espectáculo del mundo me ha desorientado. Sobre él desemboca el azar y lo confunde todo. No hay lugar para recoger una serie de hechos y confrontarlos. La experiencia va brotando siempre detrás de nuestros actos, inútil como una moraleja. Veo a los hombres en torno de mí, llevando vidas ocultas, inexplicables. Veo a los niños que beben voces contaminadas, y a la vida como nodriza criminal que los alimenta de venenos. Veo pueblos que disputan las palabras eternas, que se dicen predilectos y elegidos. A través de los siglos, se ven hordas de sanguinarios y de imbéciles; y de pronto, aquí y allá, un alma que parece señalada con un sello divino. Miro a los animales que soportan dulcemente su destino y que viven bajo normas distintas; a los vegetales que se consumen después de una vida misteriosa y pujante, y a los minerales duros y silenciosos. Enigmas sin cesar caen en mi corazón, cerrados como semillas que una savia interior hace crecer. De cada una de las huellas que la mano de Dios ha dejado sobre la tierra, distingo y sigo el rastro. Pongo agudamente el oído en el rumor informe de la noche, me inclino al silencio que se abre de pronto y que un sonido interrumpe. Espío y trato de ir hasta el fondo, de embarcarme al conjunto, de sumarme al todo. Pero quedo siempre aislado; ignorante, individual, siempre a la orilla. 35 Desde la orilla entonces, desde el embarcadero, dirijo esta carta que va a perderse en el silencio… Efectivamente, tu carta ha ido a dar al silencio. Pero sucede que yo me encontraba allí en tales momentos. Las galerías del silencio son muy extensas y hacía mucho que no las visitaba. Desde el principio del mundo vienen a parar aquí todas esas cosas. Hay una legión de ángeles especializados que se ocupan en transmitir los mensajes de la tierra. Después de que son cuidadosamente clasificados, se guardan en unos ficheros dispuestos a lo largo del silencio. No te sorprendas porque contesto una carta que según la costumbre debería quedar archivada para siempre. Como tú mismo has pedido, no voy a poner en tus manos los secretos del universo, sino a darte unas cuantas indicaciones de provecho. Creo que serás lo suficientemente sensato para no juzgar que me tienes de tu parte, ni hay razón alguna para que vayas a conducirte desde mañana como un iluminado. Por lo demás, mi carta va escrita con palabras. Material evidentemente humano, mi intervención no deja en ellas rastro; acostumbrado al manejo de cosas más espaciosas, estos pequeños signos, resbaladizos como guijarros, resultan poco adecuados para mí. Para expresarme adecuadamente, debería emplear un lenguaje condicionado a mi sustancia. Pero volveríamos a nuestras eternas posiciones y tú quedarías sin entenderme. Así pues, no busques en mis frases atributos excelsos: son tus propias palabras, incoloras y naturalmente humildes que yo ejercito sin experiencia. Hay en tu carta un acento que me gusta. Acostumbrado a oír solamente recriminaciones o plegarias, tu voz tiene un timbre de novedad. El contenido es viejo, pero hay en ella sinceridad, una lamentación de hijo doliente y una falta de altanería. Comprende que los hombres se dirigen a mí de dos modos: bien el éxtasis del santo, bien las blasfemias del ateo. La mayoría utiliza también para llegar hasta aquí un lenguaje sistematizado en oraciones mecánicas que generalmente dan en el vacío, excepto cuando el alma conmovida las reviste de nueva emoción. Tú hablas tranquilamente y sólo te podría reprochar el que hayas dicho con tanta formalidad que tu carta iba a dar al silencio, como si lo supieras de antemano. Fue una casualidad que yo me encontrara allí cuando acababas de escribir. Si retardo un poco mi visita, cuando leyera tus apasionadas palabras tal vez ya no existiría sobre la tierra ni el polvo de tus huesos. 36 Quiero que veas al mundo tal cual yo lo contemplo: como un grandioso experimento. Hasta ahora los resultados no son muy claros, y confieso que los hombres han destruido mucho más de lo que yo había presupuesto. Pienso que no sería difícil que acabaran con todo. Y esto, gracias a un poco de libertad mal empleada. Tú apenas rozas problemas que yo examino a fondo con amargura. Hay el dolor de todos los hombres, el de los niños, el de los animales, que se les parecen tanto en pureza. Veo sufrir a los niños y me gustaría salvarlos para siempre: evitar que lleguen a ser hombres. Pero debo esperar todavía un poco más, y espero confiadamente. Si tú tampoco puedes soportar la brizna de libertad que llevas contigo, cambia la posición de tu alma y sé solamente pasivo, humilde. Acepta con emoción lo que la vida ponga en tus manos y no intentes los frutos celestes; no vengas tan lejos. Respecto a la brújula que pides, debo aclararte que te he puesto una quién sabe dónde, y que no puedo darte otra. Recuerda que lo que yo podía darte ya te lo he concedido. Quizás te convendría reposar en alguna religión. Esto también lo dejo a tu criterio. Yo no puedo recomendarte alguna de ellas porque soy el menos indicado para hacerlo. De todos modos, piénsalo y decídete si hay dentro de ti una voz profunda que lo solicita. Lo que sí te recomiendo, y lo hago muy ampliamente, es que en lugar de ocuparte en investigaciones amargas, te dediques a observar más bien el pequeño cosmos que te rodea. Registra con cuidado los milagros cotidianos y acoge en tu corazón a la belleza. Recibe sus mensajes inefables y tradúcelos en tu lengua. Creo que te falta actividad y que todavía no has penetrado en el profundo sentido del trabajo. Deberías buscar alguna ocupación que satisfaga a tus necesidades y que te deje solamente algunas horas libres. Toma esto con la mayor atención, es un consejo que te conviene mucho. Al final de un día laborioso no suele encontrarse uno con noches como ésta, que por fortuna estás acabando de pasar profundamente dormido. En tu lugar, yo me buscaría una colocación de jardinero o cultivaría por mi cuenta un prado de hortalizas. Con las flores que habría en él, y con las mariposas que irán a visitarlas, tendría suficiente para alegrar mi vida. Si te sientes muy solo, busca la compañía de otras almas, y frecuéntalas, pero no olvides que cada alma está especialmente construida para la soledad. 37 Me gustaría ver otras cartas sobre tu mesa. Escríbeme, si es que renuncias a tratar cosas desagradables. Hay tantos temas de qué hablar, que seguramente tu vida alcanzará para muy pocos. Escojamos los más hermosos. En vez de firma, y para acreditar esta carta (no pienses que la estás soñando), te voy a ofrecer una cosa: me manifestaré a ti durante el día, de un modo en que puedas fácilmente reconocerme, por ejemplo… Pero no, tú solo, sólo tú habrás de descubrirlo. 38 HISTORIA DE MARIQUITA GUADALUPE DUEÑAS Nunca supe por qué nos mudábamos de casa con tanta frecuencia. Siempre nuestra mayor preocupación era establecer a Mariquita. A mi madre la desazonaba tenerla en su pieza; ponerla en el comedor tampoco convenía; dejarla en el sótano suponía molestar los sentimientos de mi padre; y exhibirla en la sala era imposible. Las visitas nos habrían enloquecido a preguntas. Así que, invariablemente, después de pensarlo demasiado, la instalaban en nuestra habitación. Digo “nuestra” porque era de todas. Con Mariquita, allí, dormíamos siete. Mi papá siempre fue un hombre práctico; había viajado mucho y conocía los camarotes. En ellos se inspiró para idear aquél sistema de literas que economizaba espacio y facilitaba que cada una durmiera en su cama. Como explico, lo importante era descubrir el lugar para Mariquita. En ocasionesquedaba debajo de una cama, otras en un rincón estratégico; pero la mayoría de las veces la localizábamos arriba del ropero. Esta situación sólo nos interesaba a las dos mayores; las demás, aún pequeñas, no se preocupaban. Para mí, disfrutar de su compañía me pareció muy divertido; pero mi hermana Carmelita vivió bajo el terror de esta existencia. Nunca entró sola a la pieza y estoy segura de que fue Mariquita quien la sostuvo tan amarilla; pues, aunque solamente la vio una ocasión, asegura que la perseguía por toda la casa. Mariquita nació primero; fue nuestra hermana mayor. Yo la conocí cuando llevaba diez años en el agua y me dio mucho trabajo averiguar su historia. Su pasado es corto, y muy triste: Llegó una mañana con el pulso trémulo y antes de tiempo. Como nadie la esperaba, la cuna estaba fría y hubo que calentarla con botellas calientes; trajeron mantas y cuidaron que la pieza estuviera bien cerrada. Isabel, la que iba a ser su madrina en el bautizo, la vio como una almendra descolorida sobre el tul de sus almohadas. La sintió tan desvalida en aquél cañón de vidrios que sólo por ternura se la escondió en los brazos. Le pronosticó rizos rubios y ojos más azules que la flor del helitropo. Pero la niña era tan sensible y delicada que empezó a morir. 39 Dicen que mi padre la bautizó rápidamente y que estuvo horas enteras frente a su cunita sin aceptar su muerte. Nadie pudo convencerlo de que debía enterrarla. Llevó su empeño insensato hasta esconderla en aquel pomo de chiles que yo descubrí un día en el ropero, el cual estaba protegido por un envase carmesí de forma tan extraña que el más indiferente se sentía obligado a preguntar de qué se trataba. Recuerdo que por lo menos una vez al año papá reponía el líquido del pomo con nueva sustancia de su química exclusiva —imagino sería aguardiente con sosa cáustica—. Este trabajo lo efectuaba emocionado y quizá con el pensamiento de lo bien que estaríamos sus otras hijas en silenciosos frascos de cristal, fuera de tantos peligros como auguraba que encontraríamos en el mundo. Claro está que el secreto lo guardábamos en familia. Fueron muy raras las personas que llegaron a descubrirlo y ninguna de éstas perduró en nuestra amistad. Al principio se llenaban de estupor, luego se movían llenas de recelo, por último desertaban haciendo comentarios poco agradables acerca de nuestras costumbres. La exclusión fue total cuando una de mis tías contó que mi papá tenía guardado en un estuche de seda el ombligo de una de sus hijas. Era cierto. Ahora yo lo conservo: es pequeño como un caballito de mar y no lo tiro porque a lo mejor me pertenece. • • • Pasó el tiempo, crecimos todas. Mis padres ya no estaban entre nosotras; pero seguíamos cambiándonos de casa y empezó a agravarse el problema de la situación de Mariquita. Alquilamos un señorial caserón en ruinas. Las grietas anunciaban la demolición. Para tapar las bocas que hacían gestos en los cuartos distribuimos pinturas y cuadros sin interesarnos las conveniencias estéticas. Cuando la rajadura era larga como un túnel la cubríamos con algún gobelino en donde las garzas, que nadaban en punto de cruz de añil, hubieran podido excursionar por el hondo agujero. Si la grieta era como una cueva, le sobreponíamos un plato fino, un listón o dibujos de flores. Hubo un problema con el socavón inferior de la sala; no decidíamos si cubrirlo con un jarrón ming o decorarlo como oportuno nicho o plantarle un pirograbado japonés. 40 Un mustio corredor que se metía a los cuartos encuadraba la fuente de nuestro palacio. Con justo delirio de grandeza dimos una mano de polvo de mármol al desahuciado cemento de la pila, que no se quedó ni de pórfido ni de jaspe, sino de ruin y altisonante barro. En la parte de atrás, donde otros hubieran puesto gallinas, hicimos un jardín a la americana, con su pasto, su pérgola verde y gran variedad de enredaderas, rosales y cuanto nos permitiera desfogar nuestro complejo residencial. La casa se veía muy alegre; pero así y todo había duendes. En los excepcionales minutos de silencio ocurrían derrumbes innecesarios, sorprendentes bailoteos de candiles y paredes, o inocentes quebraderos de trastos y cristales. Las primeras veces revisábamos minuciosamente los cuartos, después nos fuimos acostumbrando, y cuando se repetían estos dislates no hacíamos caso. Las sirvientas inventaron que la culpable era la niña que escondíamos en el ropero: que en las noches su fantasma recorría el vecindario. Corrió la voz y el compromiso de las explicaciones; como todas éramos solteras con bastante buena reputación se puso el caso muy difícil. Fueron tantas las habladurías que la única decente resultó ser la niña del bote a la que siquiera no levantaron calumnias. Para enterrarla se necesitaba un acta de defunción que ningún médico quiso extender. Mientras tanto la criatura, que llevaba tres años sin cambio de agua, se había sentado en el fondo del frasco definitivamente aburrida. El líquido amarillento le enturbiaba el paisaje. Decidimos enterrarla en el jardín. Señalamos su tumba con una aureola de mastuerzos y una pequeña cruz como si se tratara de un canario. Ahora hemos vuelto a mudarnos y no puedo olvidar el prado que encarcela su cuerpecito. Me preocupa saber si existe alguien que cuide el verde Limbo donde habita y si en las tardes todavía la arrullan las palomas. Cuando contemplo el entrañable estuche que la guardó veinte años, se me nubla el corazón de nostalgia como el de aquellos que conservan una jaula vacía; se me agolpan las tristezas que viví frente a su sueño; reconstruyo mi soledad y descubro que esta niña ligó mi infancia a su muda compañía. 41 El montón.. ADELA FERNÁNDEZ Rodó la canica por tierra, cruzó el círculo trazado con una vara, pasó de largo sin caer en el hoyo. Al hincarme me rompí el pantalón de las rodillas. ¡Pelas! Ya me debes tres canicas. Me preguntó qué quería ser cuando fuera grande. Encarcelado, le dije. Me corrigió: carcelero. No, encarcelado, reafirmé; pienso matar al cabrón de mi padre. Se me quitaron las ganas de seguir jugando. No tenía caso decir mis cosas. Me arrepentí de haberle contado al Grillo que yo quería matar a mi padre. Por fortuna tiene tan mala memoria que mañana ya lo habrá olvidado. Allá en la refresquería junté muchas corcholatas, me las eché a los bolsillos y me puse a correr para oír su ruido, de esa manera ya no escuchaba las voces que traía siempre en la cabeza. Sentí cómo se hacía de noche porque el hambre me crecía oscura; ese dolorcito de siempre que revierte en mi boca un sabor agrio. Me fui para la casa. A la entrada de la vecindad la Márgara mataba ratas con un palo. La vieja como no puede dormir se pasa las noches matando ratas, por eso el cabrón le puso de apodo La Gata, y como tiene la piel grisácea y los ojos amarillos, y como sólo come pan remojado con leche, pues la verdad el apodo le queda muy bien. Entré al cuarto y vi las mismas cosas de siempre. Para cualquiera todo eso estaba en desorden, y no, cada cosa estaba en su lugar: los trastos en la estufa y en la mesa. En el rincón, izquierda al fondo, la bacinica. Medicinas, veladoras y papelitos en la repisa. Los quintos encajados en la rendija de la ventana. Las toallas deshilachadas colgadas en los clavos de la pared derecha, ahí junto, la chamarra roja del viejo: hace mucho que ya no se la pone, desde que consiguió la de cuero. En la alacena los kilos de frijoles, la manteca, la sal, el café y el piloncillo. Ahí la estampita de San Judas Tadeo y un vaso con hierbas espanta espíritus, epazote y albahaca. En los rincones los montones de ropa, el costal de carbón, la lata de petróleo... Ya era de noche, todos mis hermanos dormían menos la Jacinta, ella le sobaba la espalda a mi mamá. Me serví un plato de frijoles y me los comí muy despacio haciéndomea la idea de que estoy educado (mi bonito juego fantasioso) muy por encima del dolor que produce el hambre. Contuve el gesto animal y lo hice así, despacio como si comer no fuera nutrirse sino desmayarse. Comí de espaldas para no verlos. Luego me viré y los vi: ahí estaban en el suelo, amontonados como cadáveres envueltos en trapos, una mancha color mugre, los miembros confundidos, entrelazados o desparramados, una pierna encima de aquel brazo, unas espaldas, una mano como sola en aquella esquina, tres montones de cabellos, y una cabeza muy visible, la de Juanito, con la boca abierta. Así son mis 42 hermanos todas las noches: algo sucio y sofocado, seres en fragmentos sumergidos en una pesadilla, algo hediondo, espeso y ronco. Lupita estaba acostada en la cama, la única cama. Bien envuelta medía apenas medio metro. Tenía los cabellos mojados de sudor, embarrados sobre el rostro. Cualquiera diría que un gran miedo la había empapado. Tenía calentura y esa enfermedad que ya le había durado varios días y a la que no sabíamos qué nombre ponerle; ni siquiera la habíamos llevado al doctor para que alnos dijera el nombre de lo que tenía y cómo curarla. Ahí estaba; balbuceaba y se enflaquecía. Yo podía oír ese ruidito; cuando las carnes se enjutan, es muy parecido al ruido de cuando las cosas inútiles, allá en el basurero, pierden su color. A eso sonaba Lupita. Jacinta, con su masaje, apretaba la carne cansada de mamá, y cabeceaba de sueño. Mi mamá le dijo que se fuera a dormir. Se echó ahí entre los otros. La estructura de los cuerpos se hizo inmensa, tan quietos todos en la desgracia de ser pobres. Sin embargo algo se movía, yo podía saberlo y sentirlo: el hervidero de chinches y piojos, esa crueldad de puntitos miles que sustraen la sangre; vivir y dormir con la plaga como única posesión. Mamá y yo nos pusimos a platicar de cosas que nos parecían bonitas, que si el rosal de Doña Amada se había logrado, que a Josefina la tuerta le habían traído un niño Dios para que lo vistiera y que las telas eran muy finas, que la niña de Remedios siempre no se llegó a morir y ahora hasta sonreía, que la abuelita de la Petra pintó su silla de blanco. Todo esto lo decíamos mientras ella alisaba la ropa con plancha de carbón. De vez en vez se apretaba el vientre y disfrazaba una mueca. Ya duérmete, me decía. Yo no dejaba de hablar. No terminó de planchar el montón de ropa, le comenzaron los dolores de parto. Fijé los ojos ahí, en ese globo de angustia que se inflaba y desinflaba, adentro un nuevo hermanito entre agua y sangre, en giro e impulso, separando huesos, abriendo camino. Así como estaba agarró un montón de ropa de niño y se dispuso a salir. Voy con usted, mamá. Deja, esto es cosa de mujeres, duérmete. El sueño se me había ido muy lejos, sentía ese mismo miedo de todas las veces, esa mano adentro que me apretaba las tripas, unos ojos en el estómago mirando circularmente, tratando de comprender el misterio del nacimiento y de la muerte, y luego ese odio inmenso, explosivo hacia el cabrón de mi padre. Como se fue sin dejarme acompañarla, desperté a la Jacinta y la hice ir tras ella. Me quedé ahí, con la mirada vaga. Lupita lloró con unos gritos zumbantes, los ojos en blanco, la boca grotesca abierta en fundamental desesperación. Temí que se fuera a morir, sus carnes crujían, su llanto cada vez más atormentado, exacto al de las arañas, pero con volumen. Las arañas lloran en forma horripilante, tan quedito que los hombres no las oyen, sólo algunos como yo y Bernardo el https://www.youtube.com/watch?v=s_w533e0i40 https://www.youtube.com/watch?v=s_w533e0i40 43 pajarero. Es insoportable y lastimoso, sobre todo cuando lloran de amor y desesperadas se comen su propia tela de araña dejando boquetes para asomarse por ellos en soledad. Lupita lloraba como araña, traté de calmarla, me acosté con ella y la abracé muy fuerte; me humedeció. Oí el ruido del barandal, los pasos y la voz aguardientosa del cabrón. Debí de haberme quitado de la cama pero no lo hice. Algo me paralizó: era la rabia, el dolor, el susto, todo junto. De un golpe abrió la puerta. Lo primero que asomó fue su barriga desparramada. Siempre me repugnó su barriga. Me jaló de la cama y me tiró al montón. Quiso hacer lo mismo con Lupita. Le dije que no, que estaba muy enferma. Me contestó que a él eso le importaba un carajo, que la cama era suya, toda para él, para el Papi, para el Rey, y también la botó al suelo. Somnolienta y febril se arrastró como rata escuálida, se pegó a los otros cuerpos y dejó de llorar. Nunca lloraba cuando él estaba en casa, no le daba la gana soltar lo único que podía expresar: llanto. Él comenzó con sus gritos de todas las noches. Antoniaaa... Y ese vente pa' la cama, vieja, me reventó los callos y la costra de la herida. A penas y me salió la voz para decirle que se había ido con la partera; ya está naciendo otro niño. Soltó una carcajada gruesa que fue a estrellarse contra el techo. En intervalos reía y canturreaba. Se quedó dormido. Yo era lo único enteramente vivo entre el montón de fatigados, alerta entre toda aquella respiración múltiple, absorbiendo un aire sucio que había ya pasado por todos los pulmones. La luz movediza de las veladoras manchaba de amarillo los andrajos yos pedazos descubiertos de cuerpos oscuros. Jalé el periódico que sirve para arder el carbón de la estufa. Mi ánimo se fue alterando con los encabezados, con cada letra, sobre el crimen un estallido de sangre; muertos que cruzan el umbral ensangrentados, asesinos cuya substancia es la locura satisfecha: "Mató a su amante a hachazos", "37puñaladas le dio el hijo diabólico a su padre porque no le quiso dar diez pesos", "La descuartizada de Tlanepantla", "Lo estranguló y lo guardó en el ropero". Se me confundieron todas las imágenes, aparecían, rebotaban, se disolvían y volvían a ser, concretándose unas, esfumándose otras; la verdad, el sueño, las imágenes de las noticias, los recuerdos: mamá lavando la ropa, el cabrón roncando. El vidrio encajado en el pie mugroso de Roberto. Jacinta bañándose a cubetadas ahí tras la cortina, el cabrón acosándola, Jacinta corriendo desnuda y chorreando agua por toda la casa, huyendo, cruzando la vecindad y refugiándose en el cuarto de la tamalera. La chamarra roja del cabrón colgada siempre. La caída del cabrón sobre la olla de los frijoles, se ardió la espalda; las manos y las bocas de todos comiendo los frijoles del suelo. Los sacos con los pedazos del cadáver descuartizado fueron hallados en el río de aguas negras. Mamá toda golpeada, la olla con trapos hervidos, Malena junto a ella curándola por debajo de la cobija del aborto provocado por la golpiza, los trapos 44 sanguinolentos. Un niño nuevo siempre en casa. Las bocas gritando; hoyos de hambre. Después de matarlo lo descuartizó, lo empaquetó y lo envió por ferrocarril a diferentes provincias. El cabrón revolcándose con mi madre a la fuerza. Consuelo expulsando lombrices. Mis hermanitos girando y frotándose las ropas cuando escuchaban el silbato del afilador para que entrara dinero y suerte a la casa. La barriga del cabrón en primer término. Mi madre con las piernas vendadas. Algo se me reventó adentro, algo agitado entre las paredes de mi carne. Agarré las tijeras, me deslicé hasta el cabrón y se las encajé con furia. Gritó... Corrí hacia afuera, nunca mis pasos habían sido antes tan veloces, en las plantas de mis pies el tiempo intrépido me empujaba hacia la casa de la partera. Balbuceos y gritos, obligado a disminuir la avanzada en cada esquina. Continuaba con aquella carrera cada vez más rápido y gritando más fuerte: se acabó, mamacita, ya acabé con el cabrón de mi padre. Lo acabé porque nunca supo ni siquiera respetar sus cuarentenas. Lo acabé por lo mucho que la usó, por los muchos hijos que le hizo. ¡Se acabó! ¡SE ACABÓ! Ahora toda la cama es para usted y para su niño
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