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Mito, géneros y estilos: el Cid barroco (*) Cuando Fernando VII, la " necedad oficial" -según palabras de Menéndez Pidal 1- obligó al erudito Durán a suprimir de la primera edición de su Rom,ancero aquellos versos en los que el Cid exclama: " Por besar mano de rey / no me tengo por honrado" . El hecho bastaría para contradecir a Roland Barthes cuando asegura que "estadísticamente el mito es ele derecha. Allí es esencial, bien nutrido, expansivo, hablador, se inventa sin ce- sar" 2 , si no fuera porque el propio Barthes sabe localizar tam- bién su existencia en esa izquierda que momentáneamente deja de ser revolucionaria y prefiere el mito a la " palabra poética" 3 . Reversible y complejo, maleable y fungible, el mito es utilizado a la medida de cada época, ya sea para ser omisión y censura -'-'Como en el ejemplo-, reclamo político en el programa de (*) Este artículo surgió del semmano "Función del tema y mito ci- diano en la Literatura clásica española", Ciclo cidiano organizado por el Departamento de Literatura Española de la Universidad de Zaragoza (febrero-marzo de 1977). 1 La epopeya castellana a través de la Litcrattwa Espai'íola (Madrid, Espasa-Calpe, 1959), pág. 213 . 2 R. Barthes y L. Sebag, Del mito a la ciencia (Venezuela, Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales, 1972), pág. 49. s lb-íd. , págs. 46 y 6o. Para la vuelta al "eterno retorno " en las re- voluciones modernas, véase el clásico estudio de Mircea Eliade, Mito y realidad (Madrid, Guaclarrama, 1973), pág. 200. soo BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA Joaquín Costa •, o reflejo impresionista en los versos de Ma- nuel Machado: "polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga". El estudio de las diversas funciones que el mito cidiano ha desempeñado a lo largo de la historia supone una labor com- pleja, que exigiría la revisión de todas y cada una de las va- riantes producidas, aceptando, con Levy-Strauss, que el mito es lenguaje y que, por tanto, su estructura está organizada a base de repeticiones que se organizan en secuencias diacrónicas que deben ser leídas sincrónicamente 5• La recurrencia del mito pide además un doble análisis, el literario y el histórico, según los viejos planteamientos de Juan Bautista Vico 6, porque el mito ofrece una "verdad de la imaginación que es a menudo más atendible que la verdad histórica" y, gracias a ello, el hombre establece un puente de unión entre el presente y el pasado, de suerte que recupera ese tiempo glorioso, ya muerto, que le sitúa falazmente junto a los dioses y los héroes 7 • La interpretación simbólica del mito, tal y como la presenta la filosofía idealista y el psicoanálisis (Cassirer, J ung), no des- carta la otra más pragmática de etnólogos y sociólogos (Taylor, Malinowski), para quienes el mito metamorfosea las esperanzas y temores humanos y racionaliza sus aspiraciones 8 • Ambas ex- plicaciones son complementarias, porque la razón de esa vuelta hacia atrás en busca de unas señas y una reconciliación con el pasado supone -aparte de una elección estética- una exigencia 4 Véase Menéndez Pida!, op. cit., pág. 237. 5 "The structural study of Myth", en Myth. A Symposimn [ed. por A. Sebeck, Indiana University Press, Bloomington y Londres, 1955 (19582)], págs. 8r - ro6. 6 Véase Gillo Dorfles, Estética del mito (Caracas, Ed. Tiempo Nuevo, r967), págs. 22 y sigs. 7 M. Eliade, op. cit., pág. r63. Aquí aceptamos que el mito es asequi- ble también para los héroes. Cuestión no del todo clarificada, como se deduce del estudio de Stith Thompson, "Myth & Folktales ", Myth, ed. cit., págs. r69 y sigs. 8 D. Bidney, "Myth, symbolism & truth", Myth, ed. cit., págs. 3-24. Porque "la naturaleza no es el arte", pero éste "existe en función ex- clusiva de la realidad", según F. Lázaro, Estudios de Poética (La obra en sí) (Madrid, Taurus, 1976), págs. r27 y 128, lo que lleva al crítico a una doble atención analltica. MITO, GÉNEROS Y ESTILOS: EL CID BARROCO 501 de tipo histórico, que vincula el mito con "las preocupaciones dominantes del momento " 0 . Es cosa sabida que en el Siglo de Oro español se tiende, en literatura, a encontrar temas y motivos en el propio pretérito inacabado de nuestra historia. De suerte, que no se da el des- garrón que otros países muestran, estableciéndose toda serie de lazos de continuidad temporal con el pasado 10. Este tradicio- nalismo no es, de ningún modo, inmovilista, y la capacidad evo- lutiva del mito cidiano demuestra, a guisa de ejemplo, una no- vedad interpretativa, que irá desde la aceptación fiel de los viejos esquemas -caso del romancero y el teatro- hasta la parodia poética o la negación del mito en ese "género neutro" de la novela 11 . Y tanto, que la afinidad temática deja de ser impor- tante, pasando a primer término los moldes estructurales en los que el mito funciona 12. Por lo que toca al romancero, el público aceptó y divulgó las glorias de nuestro héroe con el mismo empeño con que ro- deó de fantasía a Bernardo del Carpio, Fernán González o los o Juan Villegas, La estrncttwa mítica del héroe (Barcelona, P laneta, 1973), pág. 17. Para una de sus definiciones: historia de lo acontecido "in illo tempore", por contraposición a "lagos", véase Luis Gil, Trans- misión ·n¡.ítica (Barcelona, Planeta, 1975), pág. 11. Para la relación entre texto '·como literatura" y mi to "como ideología" , véase J acques Leen- hardt, Lccttwa poética de la novela (México, Siglo XXI, ed., 1975), pá- ginas 222 y sigs. 1.o Menéndez Pida] , "Algunos caracteres primordiales de la Litera- tura Española", en Espaíía y su historia (Madrid, 1957), II, págs. 61 2- 667, y Erich von Richtofen, "Tradicionalismo, Individualismo y Positi- vismo en el estudio de la Épica y la novela", Proh.emio, I, 3 de diciembre de 1970, pág. 428. 1.1 Así la apellida Félix de Azúa en Los Cuadernos de la Gaya Cien- cia, II, Arte y Verdad (Barcelona, octubre de 1975), págs. 21-44. 12 Conviene recordar que para Fernando Lázaro "la afinidad genérica no puede establecerse sobre aproximaciones argumentales, sino sobre el reconocimiento de funciones análogas " (op. cit., pág. rr7). Sobre la teoría de los géneros, véase Roman Jakobson, "Linguistique et poétique", Essais de linguistique générale, éd. de Minuit, 1963 (reéd. col. "Points ", 1970), cap. XI. También H ans-Robert J auss, "Littérature médievale et théorie des genres ", Poétique, I, 1970, págs. 79-101 , y O. Ducrot- T. Todorov, Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje (Madrid, S. XXI, ed., 1974), págs. 178 y sigs. (véase la nota 19, infra) . 502 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA Infantes de Lara, apartándose a veces de la verdad histórica, intercalando personajes y hechos ficticios, trastocando la inte- gridad y mesura del héroe del Canta1' 13 • La visión mágica, con- sustancial a los mitos primitivos, se va evidenciando en la frag- mentación ele los temas: mocedades de Rodrigo, cerco de Za- mora, conquista ele Valencia ... Se detiene en un " trozo de vida" y carga de fantasía las viejas verdades épicas para fundir en su persona caracteres y elementos topificaclos por el género 14. Ali- menta generalmente un sentido democrático castellano muy dis- cutible que -como ocurre en el teatro- tiende a dar al ele abajo parte ele la hidalguía nobiliaria, incorporándolo a un sistema ele valores cuya jerarquía no se pone nunca en duela. Se exaltan los caracteres épicos, pero clulcificaclos ahora por continuas in- venciones novelescas. Perdido el interés documental, gana la necesidad ele cantar asuntos nuevos, llenando el vacío ele la in- fancia del héroe 1 ", deteni éndose en la partición ele los reinos y cerco ele Zamora o en el destierro, la conquista ele Valencia y el castigo ele los Condes ele Can·ión 16. La figura del Cid se car- ga ele perfiles sobrenaturales (historia del gafo) , ele fallas hu- manas (no alcanza a Bellido Dolfos por culpa ele sus espuelas). 13 En r6r z, como luego apuntamos, se publicó un Romancero del Cid,por Juan de Escobar, lo que evidencia su popularidad. Se reeditó varias veces has ta el s. xrx . E l corpus más extenso sobre el tema lo constituye el publicado en Leipzig. r87r , por Carolina Michaelis (R omancero del Cid). 14 De hecho, se atiende a todas las etapas del héroe mítico señaladas por J oseph Campbell - desde la pa rtida al regreso- , en E l héroe de las mil cams. Psicoanálisis del mito, México, F . C. E., 1972 (r.a reimp.), con las variantes lógicas (la " reconci liación con el padre" lo es con el rey, etc.). 1 5 Caso ele las mocedades, asunto "nunca cantado por los romances viejos y luego tan repetido, en que el padre de Rodrigo pone a prueba el valot· de sus hijos para saber a cuál ha de confiar su venganza", Me- néndez P ida!, op. cit. , pág. r6r. 16 T éngase en cuenta la existencia ele lo que Erich von Richtofen llama épica casi olvidada, como la del hijo del Cid, muerto en Consuegra. del que hablaba la Pri1nem Crónica Ge11 era l y que aparece en un romance ele la segunda mitad o última década del s. xvr. A ello alude Diego X i- ménez Ayllón en 32 cantos ele épica andaluza inventada (Los famosos }' hcroycos hechos del... Cid) "para glorificar las tradiciones hispanoára- bes de su pueblo" [T1'adicionalis111o épico-nov elesco (Barcelona, Planeta, 1972), págs. 225 y sigs. ]. MITO, GÉNEROS Y ESTILOS; EL CID BARROCO 503 J imena cobra, a su vez, una importancia singular y se tiñe de un anacrónico "aire cortesano" 1 '. El mito de la Edad Dorada se entrecruza con otras fantasías [bodas del Cid, pág. 30] y Rodrigo se pasea por Roma y Francia, conquista Coimbra y se muestra refinado o violento en romances viejos muy elabora- dos, y en otros de tipo juglaresco. N o faltan ni la anécdota cos- tumbrista, ni el gusto por el detalle escatológico, como en el ro- mance de Jimena "Salió a misa ele parida / a San Isidro ele León" [pág. 54] o la alusión a la defecación en el episodio de los infantes [pág. 148 ]. Persiste en muchos romances la agre- sividad del héroe y el enfrentamiento al rey y la clerecía [pági- nas ros y rog] . H asta sus últimos hechos y su muerte son con- tabilizados y envueltos en un halo de fantasía; así ocurre con los presentes que envió al rey de Persia [pág. 193 ] y la invi- tación que recibe de San Pedro para prepararse a bien morir [pág. 194]. El Cid, como don Quijote, muere en su lecho, y con tintes de dramatismo equilibrado, se despide ele los suyos ["Mortal me parió mi madre" ], de sus espadas y ele su caba- llo [pág. 200]. Hasta del testamento se ocupan los romances, y de las secuelas de su paso : vence a Búcar después de muer- to, lo entierran en San Pedro ele Cardeña y un judío intenta burlarse ele su cuerpo [pág. 207 ]. Tantas etapas cubiertas, de- bieron de apuntar hacia un tipo de romance que indica ya una mentalidad tardía ele barroca desmitificación . Como el l\Jiarte ele Boticelli o Los bo1'rachos ele Velázquez, por traer imágenes muy conocidas, hay un romance que es una "vindicación semiburles- ca de las hazañas del Cid" [pág. 2 1 r ] . Pero a este proceso de transformación volveremos luego. Interesaba asentar las bases del mito cidiano en el roman- 1 7 Romancero del Cid (ed. de Rafael Ferreres, Madrid, Taurus, 1966), pág. 9· Cito por esta edición. R. Ferreres señala el tono refinado de las cartas que Jimena dirige al rey lamentándose de las ausencias del Cid (lbíd. , págs. 50 y sigs.) . Recuérdese que el abandono de las armas por parte de la nobleza y los cambios de estrategia llevaron a una reinter- pretación del caballero: "Pastor: -¿ Y qué cosa es caballero? 11 Don- cella: - Es un hombre del palacio 1 de linda sangre y fación 1 y con- dición " [Lucas Fernández. Fa·rsas y Églogas. Tomo la referencia de J. A. Maravall , Utopía y contmu.topía en el "Q1ti:iote" (Santiago, T976) , pág. rrg]. 504 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA cero, precisamente porque por su transmisión y recreación se forman las imágenes arquetípicas sobre las cuales trabajaron los poetas del Siglo de Oro que trataron el tema en los distintos géneros. El recuerdo del romancero actuará como una especie de inconsciente colectivo junguiano. Cualquier evocación del héroe tendría siempre en el lector o en el oyente la resonancia de los cantos heredados, lo que nos habla de su universalidad. Así, los mitemas cambiarían ele género, mutarían sus funciones, pero siempre sobre esa base común de conocimiento evocador. El romancero estaba detrás siempre, con su mitificación de un Cid épico, moldeado en la adoración, la lejanía y la irrealidad mágica. Sublimando hasta lo más cotidiano, exaltaba las anéc- dotas mínimas, pero también el belicismo primitivo que, desde la iniciación a la aventura, destacaba sus excepcionales cualida- des liberadoras 1 8 . El teatro adaptó muy pronto las leyendas heroicas y, a par- tir de Bartolomé Palau y Juan ele la Cueva, se sirvió del ro- mancero y las crónicas para incontables dramas. El nuevo gé- nero 19 no transformó demasiado a los héroes tradicionales, ya que su punto de mira venía enfocado por idéntica idealización: la del estilo gravis 20 • Los pasos del Cid en el teatro son con- tados. Aparte de una anónima -e inédita- Segunda p(f;rte de los hechos del Cid, quién podría haberle dado carta de absoluta popularidad, prefirió decantarse por temas menos elaborados, que le permitieran desarrollar más libremente la invención. Lope trató este mito de soslayo en Las almenas de Toro, obra que dedicó a Guillén ele Castro 21 • Es el suyo un Cid obediente ["En 18 J. Villegas, op. cit., págs. 6g y sigs. 19 Para la revalorización de los géneros, véase también Alaistair Fowler, "The Life and Death of Literary Forms ", en N ew Directions in Literal')' History, ed. por Ralph Cohen (Londres, 1974), págs. 78-94. Y para el tema que nos ocupa, Francisco E. Pon·ata, Incorporación del romancero a la temática de la comedia espmiola (Madrid, Plaza Mayor Scholar, 1973). 2o Recuérdese que para Roman Jakobson, op. cit., págs. 213-220 : "Les particularités des divers genres poétiques impliquent la participation, á cote de la fonction poétique prédominante, des autres fonctions verbales, dans un ordre hiérarchique variable". 21 Las almenas de Toro, en Obras de Lope de Veqa (Madrid, B. A. E., CXCVII, 1966), págs. 239-296. Cito por esta ed. MITO, GÉNEROS Y ESTILOS: EL CID BARROCO SOS las cosas de los reyes ¡ nunca yo pongo la mano " , pág. 244] y lleno de prudencia ["que yo os puedo aconsejar 1 mas no puedo haceros fuerza '' , pág. 24S ] . Vocero ele unos ideales je- rárquicos bien aceptados 22 , compasivo, desapasionado [pági- na 249] y conciliador [pág. 2s2 J, aparece como freno ele los impulsos ele don Sancho en el primer acto, y ele Bellido en el segundo, aunque sabe ser valiente cuando llega el momento [pá- gina 273]. Retratado por don Diego y doña Elvira, que lo con- templan admirados [" Con qué gallardo denuedo 1 se pasea y mira al muro!", pág. 247], su presencia es ocasional y episódi- ca, haciéndose casi nula en el acto tercero. T ras este intento lopesco, y la gran excepción ele Guillén ele Castro, que trataremos con mayor detalle, Juan Bautista Dia- mante recoge en los epígonos del siglo el tema cicliano, refun- diendo la primera parte ele las Mocedades del Cid y el Cid de Corneille con un tercer acto original, en E l honrado de su padre 23 • La obra merece una mayor atención que la que, por el momento, le ha prestado la crítica, pues supone una nueva concepción del héroe, transformado en un hombre callado, cauto y razonable 2 '1 , a pesar ele sus pocos años [" mozo soy" ]. Cede - por la fuerza ele las simetrías- su bravuconería al gracioso, en este caso Nuño, que resulta ser un valentón a lo jaque, contrapunto des- mitificaclor ele una vieja hi storia en la que se han atenuado mu- chos efectos, entre ellos el ele la muerte, oculta a los ojos ele los espectadores, con un final feliz. E l aparente servili smo a los mo- delos, aquí no es tal. La teoría ele la imitaciónes para los ma- nieristas fuente ele originaliclacl, si atendemos a la noción que ele ella nos ofrece Claucle-Gilbert Dubois, cuando señala una imitación diferenc ial, que sirve "pour poser les bases cl'une théorie gériérative et transformationnelle eles formes el' écriture, par référence a un noyau génératif qui est le modele" 25 • Y en 2 2 " Obedecer al mayor 1 y no replicar al Rey, 1 no sólo fue justa ley, 1 pero es lealtad y es amor ", pág. 247. 23 Dramáticos poste1·i01·es a Lope de Vega, 2 (Madrid, B. A. E .. XLIX, 1924), págs. 43-58. Cito por esta ed. 24 Ibíd., pág. so. Se esconde en casa de E lvira "No por lo que el riesgo avisa, 1 sino por el qué dirán". 25 " Imitation différentielle et poétique maniériste ", Poétique de la so6 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA Juan Bautista Diamante se da, en parte, esa práctica de la imi- tación que le hace transformar el modelo, desmitificarlo, en parte. Guillén ele Castro, atento en sus comedias al conflicto entre individuo y sociedad 26 , crea con sus .M oc edades un verdadero ''romancero dramatizado" 2 ·', exponente de unos ideales heroi- cos ele carácter ejemplar. Contaba para ello con un público que, ya hemos dicho, era conocedor ele los romances y actuaba, du- rante la representación, movido por parecidos resortes a los del coro en la tragedia griega 28 • Sus dos obras ciclianas no se en- tienden sin ese inconsciente colectivo que convertía al especta- dor en parte activa, mientras veía hechos drama sus cantos, y se sentía profeta ele la justicia poética fina l. El Cid nace en este poema dramático con la talla ele un hé- roe épico 29 : "pareció un Rolclán francés / pareció un [H] éctor Revtaissance et Poétique du XXe siecle, Revue de Litté-rat1we Comparée, 202, abril-junio 1977, págs. 150-15I. Dejando aparte los juicios de valor sobre esta obra, es evidente que las diferencias respecto a sus modelos, por mucho que los utilice, son enormes. 26 Francisco Ruiz Ramón, Hist01·ia del tea tro espaíiol, 1 (Madrid, Alianza ed., 1967), págs. 225-229. Según él, en el Cid "se encarnan las virtudes físicas y espirituales del pueblo castellano, paradigma y crisol de la nación española". 27 Menéndez Pida!, La epopeya castellana, ed. cit., pág. 192. Recor- demos que para Aristóteles la tragedia es "representación ele una acción memorable y perfecta", Arte poética (Madrid, Espasa-Calpe, 19643), pá- gina 40. Al margen de los adjetivos, insiste varias veces en la importan- cia de que "la fábula es un remedo de la acción" (Ibíd., págs. 40 y sigs.). 28 Francisco R. Adrados, Firsta, comedia y tragedia. Sobre los orí- genes del teatro (Barcelona, Planeta, 1972), págs. 217 y sigs., ana li za la función de los coros en la tragedia griega. Entre las muchas afinidades que existen entre ese drama y el nuestro clásico, cabe destacar ésta del público conocedor de estribillos y villancicos intercalados que, por su ca - rácter premonitorio, anuncian los finales ; caso, por ejemplo, ele Per·ibáFícz y El Caballe1·o de Olmedo. Es cosa sabida que la "pos!Tc?·a scena era anticipable y que el desenlace de un equilibrio catárquico y restaurador cerraba; «ex machina», la función". Cfr. Eduardo Forastieri, Aproxima- ción esfr1f.ctural al tea.t-ro de Lope de Vega (Madrid, Hispanova de ecl. , S. A., 1976), pág. 53· 29 Sobre el tópico de los "catálogos de héroes" , véase E. R. Curtim, Litemtum E1/.Topea y Edad Media Latina (México, Fondo ele Cultura Económica, 2.a reimp., 1976) , págs. 761 y 774. Aquiles representa el valor ; Héctor, la Sabiduría (!bid., pág. 249). No es extraño que Guillén ele MITO, GÉNEROS Y ESTJLOS; EL CJD BARROCO 507 lroyano ., [vv. 888-899J, cargado ele los mejores atributos : .. galán", "fuerte", " lucido" [ v. 27], " robusto ", "bien hecho " [v. 33], "arrogante", ' ' bizarro ", "gallardo" ... Así lo ven el resto ele los personajes, sobre todo doña Urraca, que actúa, en cierto modo, como la Sibila ele la obra. N o obstante, su arro- gancia dista mucho ele la cólera que arrastraban los héroes ele la epopeya antigua 30 , porque el final feli z ele la comedia pedí<J un protagonista que no motivara el desastre. Y este Cid corte- sano no nació para víctima en el teatro. Haría falta otro como él para que muriese, según dice Diego Lainez en el acto tercero: " que en Rodrigo de Vivar 1'm~y alta está la ca.b er;a, y el que alcanr;alla querrá más que gigante ha de ser, y en el mundo pocos hay" (vv. 2. ro2-2. ro6) . Guillén de Castro mantiene además la misma ficción que la Cró- nica. Rimada, asegurándole una ascendencia real que no tenía [" ... la nobleza ele una casa 1 que clió sangre a tantos Reyes!" , vv. 459-460] y mostrándolo "como conservador de la nobleza 1 que ha honrado tantos Reyes en Casti lla'' [vv. r. 243--r]. Con ello, participa ele una nobleza que en principio es para el Rey, pero que alcanza a los hombres como el Conde Lozano, "que son de los Reyes manos, 1 alas ele su pensamiento, 1 y cora<;Ón ele su estado" [vv. 245-7] . De ahí que doña Urraca se permita una concesión: Castro elij a el segundo como prototipo de su héroe, aunque los nombres se habían hecho ya tópicos, antitéticos y complementarios, a lo largo de la Edad Media: "sapientia et forti tudo ... ao E. R. Curtius, o p. cit., págs. 246: "Sin un héroe encolerizado (Aquiles, Roldán, E l Cid, Hagen) o una divinidad colér ica (Poseiclón en la Odisea., Juno en la E neida) no hay epopeya". E l documentado artículo de J osephh Fucilla, "La versión italiana en la difus ión del tema del Cid cortesano: Hecatommithi, Deca II 2I, de Giraldi ", en Relaciones J-Jispa- noitalianas (Madrid, 1953, RFE, Anejo LIX), págs. r6g-rg7, me evita aludir a los precedentes de l Cid cortesano anteriores a Guillén ele Castro, así como a los estudios de E. Merimée, Roosbroeck y Matul ka, anter iores al ele Fucilla. soS BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA "No es imposible, Rodrigo, el igualarse las dichas en desiguales estados, si es la nobleza una misma" (vv. I.385-1.388), sabiendo que se declaró ante el rey "para todo un fiel vasallo" [v. 121 ]. Se le conceden garantías de nobleza, pero la jerar- quización no se rompe en ningún momento. El teatro no es capaz de exaltar el Cid de Santa Gadea que interroga al Rey. Y sólo en la segunda comedia de Las Mocedades resurge el romance [vv. 2.789 y sigs. ] y se alza altiva la voz del héroe ante el rey Alfonso, pero la obra acaba con su sometimiento y es el Cid el primero que le presta juramento en los últimos versos de la obra. E l honor del héroe va muy ligado a lazos de sangre [ vv. 302- 3]. Equivale al ser del individuo [ v. 1.250] y se proyecta en dos dimensiones, la familiar y la social. Por un lado, Diego Laínez se siente prolongado en la braveza del hijo que asume la herencia ele sus antepasados para vengarlos [" . .. esta mancha de mi honor / que al tuyo se estiende ... ", vv. 488-9 ]. Por otro, Rodrigo, honrado por el rey, honra a su vez a todos los demás, con lo cual la cesión del honor a un vasallo - pero no- ble- no rompe en ningún momento la estratificación que se alaba, puesto "que el rey que nte honra a mí, honra tiene para todos" (vv. 320-321 ). Los actos personales del héroe irradian sus efectos sobre los demás. Su alegría tiñe la ciudad, y ésta se implica en los he- chos dramáticos ele forma muy directa [v. 872 ] . Castilla apa- rece como el núcleo central, el eje del reparto ele la herencia real [ vv. 2.821 y sigs.], fuerza que se extiende a la enumera- ción ele otros reinos : Extremadura, Navarra, León, Asturias. Galicia, Vizcaya ... El mito individual se hace nacional, pero es Castilla el mo- delo, el centro, el paradigma. No en vano don Rodrigo es, en voz de doña Urraca, "¡Oh, valiente Casteiiano!" [v. 865], ese MITO, GÉNEROS Y ESTILOS: EL CID BARROCO 509 castellano por excelencia, exaltado por los romances, y que re- cordarían los espectadores en el "climax" final del primer acto, cuando sale perseguido por los criadosque invocan contra él a las fuerzas demoniacas y a la muerte. Rodrigo los perdona [que para éstos, fuer<;a pura 1 sobra en mi bra<;o español", vv. 852-3] y se convierte en héroe nacional. Por eso, aunque el aragonés don Martín es un Rodamante, un Milón y un Alcides de proporciones gigantescas [vv. 2.395- 8 ] , don Rodrigo lo vencerá, impulsado por el "¿Qué dirán, Rey Soberano, el Alemán y el Francés, que contra un Aragonés no has tenido un Castellano'!" (vv. 2.535-9). Oponiendo, a los prototipos míticos ostentados por aquél, el fre- no correlativo : "¿Ha de faltar un Adlante que apoye tu pretensión, un árbol a esse Milán, y un David a es se gigante ?" (vv. 2-4! 5·9). Las alusiones no son gratuitas. Aparte ele David, que ofrece una lectura emblemática como la efectuada por Russel P. Sebolcl 31, el gigantismo viene apoyado por las tópicas alusiones a Atlante y a Milón de Crotona. En Lope de Vega, esos símbolos bíblicos " son como emblemas verbales, en que el elemento gráfico se 2 1 "Un David español o "galán divino" : el Cid Contrarreformista de Guillén de Castro", Homage to Jolm M. Hill. h1 memoriam (Indiana University Press, Valencia, r968) , págs. z r7-242. La alusión davídica se relaciona con los emblemas y con la literatura a lo divino. Conviene re- cordar lo que Bernard F. Huppé dice a propósito del Beowttlf y del Roland: "The true hero is an imitation of Christ as were the saints ", en "The concept of the He ro", C oncepts of the H ero in the M iddle Ages and the Reuaissance (ecl. por N. T. Burns y Christopher Reagan, Lon- dres, Hodder and Stoughton, I976), pág. 23. .. sro BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA sustituye por un vocablo o por un nombre simbólico" 32 y se unen con otros de raíz pagana (Goliat con Hércules, Júpiter, los Tifeos y los Atlantes ~ 3 ) al servicio de una función política. Así lo señala Vosters, y Guillén de Castro unifica y confunde, de igual modo, a David con Atlante, figuras ambas ele los mo- narcas el e la Casa de Austria, continuadores ele la epopeya cri s- tiana: "Decir en aquella época que el Cid era como otro Da- vid, casi bastaba para la revalorización del carácter español que Guillén de Castro quería efectuar" 34 • Tales símbolos unificadores, nacionali stas, serían perfectamente acogidos por un público acostumbrado a verlos como expresión ele los triunfos ele sus reyes. Este héroe local acaba por asombrar al mundo [v. 2-426 ], convirtiéndose en un mito español, ampli o, por más que doña U rraca prefiera " una Ciudad, una Villa / una Aldea ele Casti- lla, 1 que en muchos Reynos reynar " [vv. r.84g- r.852 ]. Y, en ese proceso, influyen el marco sobrenatural en el que se desarro- lla la obra y los ritos con los que se fabrica el mito cidiano. Así se entiende su unión al simbolismo ele Santiago en la guerra con- tra el moro '", porque ningún elemento tan unificador como éste podía ser reivindicado en el teatro del xvrr. Ya en los inicios ele la obra se acoge " .. . al Altar 1 del Santo Patrón el e España" [vv. 36-37] y aparece en escena con otros símbolos: la fuente ele plata, la espada, las espuelas, que forman el ceremonial de las armas, patrocinado por los reyes y hecho a "manera de Se- cramento", como decía don Juan Manuel 36 . E l Santo es invo- cado varias veces antes de entrar a luchar y sale en boca de Rodrigo cuando conversa con el pastor [ v. 2 . r 38 J. Además, la escena del gafo ocurre en la peregrinación a Santiago y su ca- 32 Véase Simon A. Vosters, Lope de Vega y la tradición occ·idental. Parte l . El simbol·ismo bíblico de Lope de Vega (Madrid, Casta lia, 1977), pág. 233· ~ 3 l bíd., págs. 455 y sor. ·1 -1 Ibíd., pág. 453, n. 8so. % Véase A . Castro, Santiago rn Espafía (Buenos Aires, Emecé, 1968). 36 Estados, 336 : cfr. J1![ ocedades, ed. cit., pág. s. notas 6o-6I. MITO, GÉNEROS Y ESTILOS: EL CID BARROCO 5 I I rácter episódico, aparentemente añadido, es, por el contrario, un momento clave de la obra. El Cid aparece "tan devoto y tan sol- dado ! " [ v. 2. 146], en bimembre perfecto que sintetiza no sólo su propia línea de conducta, sino los valores que se querían predicar a los espectadores del drama. Llega a perfilarse como un caballero a lo divino 3 ' [ vv. 2.214 y sigs. ] que recibe al final el aliento del Espíritu Santo [ v. 2.307]. Es precisamente a par- tir de esta escena cuando aumenta el nivel profético de la obra, y el "Capitán milagroso" [ v. 2.337] aparece como invencible bajo los auspicios celestiales, triunfante hasta más allá de la muerte. Guillén de Castro presta atención a los símbolos premonito- rios: se insiste en el providencialismo de los hados [ vv. r ·354 y r.s6r y sigs.], se apoya en el conocimiento que el público tiene del Cid romanceado e insiste en los sueños 38 . Doña Urraca, ya lo apuntábamos antes, apoya esta sensación determinista 39, añadiéndose al cúmulo de signos y agniciones que se van su- mando al perfil del héroe cidiano, convertido ya en mito. E l ritual de las armas conlleva la tipificada utilización del instru- mental épico : el caballo cedido por la reina, las espuelas que 37 Con ello, Guillén de Castro entronca su obra con la rica tradición de los "contrafacta" y poemas a lo divino, estudiados por Bruce W. Warclropper en Historia de la poesía a lo divino de la C1·istiandad Occi- dental (Madrid, R. de Oc., 1958). Véase Glen R. Gale, Garcilaso a lo divino, ele Sebastián de Córdoba (Madrid, Castalia, 1971), págs. 1-29. La fusión ele la imagen heroica con la divina fue práctica muy generalizada en el Renacimiento. Así en The Lost Pamdise, ele J. Milton, "The heroic image became lost in the divine image": John M. Steaclman, "The Arming of an Archetype", Concepts of the He·ro, ecl. cit., pág, 182. 38 Tanto el sueño de Rodrigo junto al gafo, como el romance del ga- vilán y las palomas que recita doña Jimena y que Diego Laínez rápida- mente interpreta como un sueiío [ v. 2.oos], sirven para cubrir las apa- riencias milagreras y velar por la verosimilitud del drama. Guillén de Castro emplea en otras obras el mismo recurso: Progne :l' Filomena (I, 123), según García Lorenzo, El teatro de G~tillén de Cast1·o (Barcelona, Planeta, 1976), pág. 173. Interesa la escena en que Sancho se cree pre- destinado por los astros a la muerte, pues influi rá en las segundas M oce- dades. La sombra del venablo que lo matará cruza las dos obras. 39 Por ejemplo, véanse los vv. 1.357 y sigs. y la interpretación deses- peranzadora de la sobrevista amarilla. 512 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA le pone doña Urraca [de amor, "que no ha picado la espuela ] al caballo solamente", vv. 004-5 ], la espada real y, sobre todo, la "espada vieja/ ele Muclan·a el Castellano" [vv. 562-3]. Con ésta, se enlazaban dos venganzas fami liares, la del propio Rodri- go y la de los Siete Infantes de Lara. Hasta llega a personifi- carse y ocupar la segunda persona del diálogo dramático 40 [ vv. 570 y sigs.]. Guillén ele Castro utiliza el correlato. La prueba a que Diego Laínez somete a sus hijos n termina con un cambio simbólico : el báculo partido de la autoridad 42 (v. 341] se trueca por la espada, única posibilidad ele poder limpiar el deshonor ele la afrenta colectiva: "T amando esta espada, quiero llevar báculo de acero, y no espada de madera" (vv. 375-7). 40 Según Philip Wheelwright, "On the verge of the myth ", M etapho- re and reality (Indiana University Press, 19735), pág. 148, las "Tenden- cies of Personification" están en la raíz de los mitos más primitivos. Véase Ch. A, Me. Bride, "Los objetos materiales como objetos signifi- cativos en Las Mocedades del Cid" (N. R. F. H., r96r), págs. 448-458, y Luciano García Lorenzo, op. cit., págs. 104 y sigs., donde anal iza los elementos paraverbales de la obra. Por otra parte, utiliza símbolos ele- mentales de fácil traducción (espadas, espuelas y caballo del caballero medieval, símbolos de la fuerza activa y de la más alta dignidad). Pedro Salinas, en "La espaday los tiempos de la vida en Las M oc edades del Cid", Ensa}>O de Literatura Hispánica (Del Canta~· de Mio Cid a García Larca) (Madrid, AguiJar, 1966), págs. 151 y sigs., indicó que las 40 alu- siones a la espada explicaban las tres edades del héroe. Este simbolismo, como otros muchos, desaparece en la obra de Corneille. 41 Ésta se construye con los esquemas folklóricos tipo "oracle that the first of three sons to kiss bis mother will be king", Stith Thompson, Motif Indo.: of folk Literat1we, vol. IV (Bloomington y Londres, Indiana University Press, 1966, J r652). 42 E. Cirlot, Diccionario de shnbolos (Barcelona, Labor, 1969), pá- gina 104. Símbolo de la fuerza creadora, atributo del poder divino; en este caso, del honor. Tanto éste como los elementos citados, pueden in- cluirse en lo que O. Ducrot y T. Todorov (op. cit., págs. 228 y sigs.) señalan como "mito grafía", sistema que "forma una relación simbólica independiente", dirigida aquí a la vista y al oído del espectador, al im- plicar en escena no sólo un lenguaje oral, sino el objeto físico llamado a tener por sí mismo una significación simbólica. MITO, GÉNEROS Y ESTILOS; EL CID BARROCO 513 La leche y la sangre simbolizan, a su vez, el cruce de dos edades, la de Rodrigo y la del Conde Lozano. Muere el viejo para que nazca el héroe. Así le dice al primero : "Y qu.edaré satisfecho, m.ezclando entre 1nis agravios esta leche de mis labios y esa sangre de tu pecho" (vv. 794-7) 43 • Con tal bautismo, ya puede lanzarse Rodrigo a otro tipo ele agresión que le devuelva el prestigio ante el rey y su corte. A la hazaña personal y privada, suceden otras en las que se exalta el belicismo de un Cid matamoros, luchando en un ambiente fronterizo que es visto por Guillén ele Castro desde una pers- pectiva degradante para el vencido. En efecto, las escenas cómi- cas de la obra están tramadas a base de moros cobardes que huyen aterrados. Y es precisamente un pastor quien cuenta la escena en el más bajo estilo de la comedia, apoyando la gracia y el chiste y tildándolos de galgos, como la tradición pedía 44 . E l diminutivo abona el tratamiento ["1viorillos", v. 1.500] y las imágenes zoomórficas y vegetales lo apoyan 45 • Incidiendo en lo mismo, ya muy avanzado el tercer acto [ v. 2.579], cuando se habla además de moros "medio mugeres" [ v. 2.570]. Y, corriendo a la par, el amor y el honor, concebidos como lucha, debate en el que participan Rodrigo y Jimena. Polariza- ción que se realiza de modo simétrico, paradójico [v. r.8o5], aunque es el amor quien gana al final de la partida 46 • Con esta 43 El motivo puede rastrearse en el folklore ; Stith Thompson, o p. cit., E 761. r. 10: "Mil k becomes bloody"; ambas son símbolos del sacrificio (Cirlot, op. cit., pág. 4II). 44 Véase pág. 73, n. 1.498, ed. cit. 45 M. Hodgart, La satú·e (París, Hachette, 1969), págs. IIS y sigs. Vid. vv. 1.489-r.493: Sus cabezas, como hormigas aplastadas, como espi- gas cortadas .. . Guillén de Castro, al igual que tantos otros, casa esta perspectiva paródica con la idealización de lo morisco en el episodio to- ledano del rey Alonso y la< mora Zaida. 4G Paul Valery dice en su Introd1tcción. a la Poética (Buenos Aires, Rodolfo Alonso, ed .. 1975), pág. 62, que "desde que el espíritu está en litigio, todo está en litig io" , pero de tal desorden surge precisamente la fecundidad. BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA obra, Guillén de Castro pone en evidencia la estrechez del có- digo más cerrado que guiaba a los personajes de la comedia nue- va, surgiendo hasta la protesta por parte de doña Urraca, que se queja de esas leyes "¡que nunca el mundo tuviera !" 47 [v. 2.938]. Esta lucha paradójica entre dos extremos [v. 1.104] se mantiene de forma paralela en el primer acto y en el segundo, mostrando la postura de Rodrigo y Jimena, respectivamente. El acto tercero será la síntesis perfecta: una vez que el honor ha sido devuelto, el amor triunfa para ambos. Así se entiende me- jor el doble premio que espera al héroe vencedor : la posesión de Calahorra y la mano de doña Jimena, zanjánclose las dos bre- chas abiertas en el comienzo, la personal y la colectiva. El final corona la obra y transforma los últimos versos del acto segundo, "XIMENA •.. RoDRIGO. URRACA. - ¡Ay, enemigo adorado! - (A¡;arte) - ¡Oh, amor, en tu Sol11tte yelo!- (Ap .) - ¡Oh, amor, en celos me abraso!- (Ap.)" (vv. r.8r8-zo), en una armonía total: boda de Rodrigo y Jimena y conformi- dad de doña Urraca [ v. 2.997 ]. El rey sentencia las bodas para esa misma noche: " ... y os desposará/ el Obispo ele Placencia" [ vv. 2.999-3.(XX)]. El orden ha sido restaurado 48 • En la segunda comedia de las Mocedades 4 9 se operan al- gunos cambios importantes, pero, en esencia, el héroe se man- tiene magnificado : es el "primero" "siempre en Castilla" [ v. 1.371], auyenta a los moros sólo con su nombre [ v. 40], es honesto y mantiene hasta el final su palabra. Hace de testigo, na- 47 La obra de Guillén debería incluirse dentro de las obras teatrales que denuncian en el barroco la injusticia de los dramas de honor. Véase al respecto Francisco Ruiz Ramón, introducción a su ed. de Pedro Cal- derón de la Barca, Tragedias ( 2) (Madrid, Alianza ed., 1968), págs. 13 y sigs. 48 Corno señala Cristopher Fry, el teatro refleja "el orden secreto contenido en la aparente anarquía de la vida". Cito por E. Asensio, 1 ti- nerario del entremés (Madrid, Gredas, 1971), pág. 252. 49 Sobre esta obra, véase S. E. Leavitt, "Una comedia sin paralelo: Las hazaiías del Cid", Homenaje a Wi!Uam L. Fichter. Estudios sobre el teatro au~tiguo hispánico y otros ensayos (Madrid, Castalia, 1971), pá- ginas 429-438, y L. García Lorenzo, op. cit. , págs. rrg-rzs. MITO, GÉNEROS Y ESTILOS: EL CID BARROCO 515 rrador y hasta de "autor" de la obra. La aparente agresividad final que saca contra el rey queda frenada, como ya he señalado antes, por su sumisión a los de arriba 5 0 . La obediencia y la leal- tad guían sus pasos y, como en caja china, vemos integrarse en éstas las M oc edades primeras, a través del romance "Afuera, afuera Rodrigo" [vv. r.r66 y sigs.]. Éste actúa con su presen- cia y su nombre como verso de vuelta; imagen mítica recu- n·ente a la que alude el drama, para dar unidad a la tragedia colectiva que desata la herencia de don Fernando . Menéndez Pida! supo ver bien claramente que el cambio que suponía el trasplante del romancero al nuevo género del teatro iba, paradógicamente, a significar lo mismo. La epopeya se ha cristalizado en el movimiento escénico, manteniendo en la su- blimación del estilo trágico, los signos de la utopía medieval. En el Quijote, por el contrario, el cambio ele género signi- fica una transformación total en la perspectiva heroica. Cervan- tes demostrará la peligrosidad de esa vuelta al pasado que su- ponen los mitos, poniendo a su héroe a la prueba de la realidad y del tiempo 51 y demostrando las incongruencias del heroísmo en una época en la que ya no podía ser tenido como principio ele vida. La forma abierta ele la novela permitirá, sin duda, esta aproximación crítica a los viejos temas 52 . Y, aunque a una es- cala mínima, el mito cidiano ofrecerá algunas posibiliclacles in- terpretativas curiosas que se enlazan ele modo consecuente con el eje conceptual ele la obra. Muy pronto aparece como prototipo stJ De igual modo dejará bien clara la distancia que va de él a doña Urraca : "Si no me casé contigo 1 fué, Señora, imaginando 1 que aun con tus alas no fuera 1 posible bolar tan alto " [vv. r.23I-4]. Sobre esta estratificación y jerarquía de grupos mantenida en el teatro, José Antonio Maravall, "Una interpretación hi stórico-social del teatro barroco", Clta- dernos Hispanoame1·icanos, 234 (rg6g), págs. 621-649, y Teatro y Litera- tu·ra en la Sociedad Ba.noca (Madrid, Seminarios y Ed., 1972). 51 Para E. C. Riley, la novela significa el paso del destino provi- dencialista del "romance" a la causalidad ; es éstala que rige los desti- nos de don Quijo te. Véase "Teoría literaria ", en Smnm.a Cervantina (Madrid, Londres, Támesis Books. r973), págs. 293 y sigs. 52 "La simple dimension et la forme du romatl expliquent aussi pour- quoi les auteurs sahnques ont tant de peine a s'en servir", Mathew Hodgart, op. cit., pág. 213. BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA de heroísmo nacional sin fantasía. De ahí que, en el capítulo I, don Quijote se incline por lo novelesco del heroísmo de Amadís: "Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieras y descomunales gigantes" 5 3 . Pero está presente como protomodelo de heroicidades y mez- clado en el tiempo abstracto y confuso de todos los mitos. El canónigo lo une a Viriato, César, García de Paredes y otros [I, XLIX]. Así que cuando va a ver su rocín, a don Quijote "le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid se igualaban" 54• En la novela se trata siempre del Cid del Ro- mancero, y su recuerdo sirve para justificar los actos del pro- tagonista 55 . Pero en otras ocasiones Cervantes pone a la prue- ba de la verdad la fantasía de ciertos aspectos del mito. El canó- nigo disiente de estos extremos en el capítulo XLXIX: "En lo que hubo Cid no hay duda, ni menos Bernardo del Carpio ; pero de que hicieron las hazañas que dicen, creo que la hay muy grande." N o se duda, pues, de su existencia, pero sí de "tantas y tan ex- trañas locuras como se cuentan en los libros de caballerías o en las leyendas" sobre éste y otros héroes. Cervantes percibió sabiamente lo dañino de estas invenciones que confundían las mentes, al mezclar lo ficticio con lo histórico 56 • Hasta en los 53 I, pág. 38. Cito por la ed. de Martín de Riquer, Miguel de Cervan- tes, Don Quijote de la Mancha (Barcelona, Juventud, 1965). Eludo aquí la exaltación simbólica de lo castellano a través de rutas quijotescas o cidianas, amplísima función de la que puede servir de ejemplo el estudio de Ángel Dotor, Don Qttijote y el Cid. El alma. de Castilla (Madrid, Ed. Nacional, 1945). 54 lbíd., I, pág. 39· 55 Hablando con el bachiller, que le acusa de haber puesto las manos en sagrado, recuerda el romance en que el Cid "quebró la silla de su Santidad el Papa" (I, cap. XIX, pág. 176). 56 Cfr. E. Riley, art. cit., alude al cap. III de la II parte, en donde se discute, según las bases aristotélicas, lo que corresponde "contar" al poeta y "escribir" al historiador. Viejo problema, actualizado por Rolancl MITO, GÉNEROS Y ESTILOS: EL CID BARROCO 5 I 7 gestos y ademanes se sentía el peso de esta tradición que sale a luz en el episodio de Sancho con los duques : "pero la duquesa le elijo que se sentase como gobernador y hablase como escudero, puesto que ele entrambas cosas merecía escaño del Cid Ruy Diaz Campeador" (II, XXXIII). E l proceso ele desmitificación heroica estaba en marcha. Cer- vantes hace esta alusión última al Cid en el Quijote ele r6r 5, en el que se da con menos frecuencia la vuelta al pasado, para mostrarse el personaje en choque con el heroísmo posible ele su tiempo (Roque Guinart y el episodio del puerto barcelonés). El salto de un género a otro es aquí gigantesco. Las perspectivas en ambos casos clivergen. Explíquese en términos intencionales o en la ruptura que Julia Kristeva señala a propósito del surgir ele la novela: paso del símbolo al signo, ele la verticalidad je- rárquica a la relación horizontal y arbitraria 57 . En cuanto a Avellaneda, incide en el catálogo de héroes 58 , al que don Quijote acude en sus elucubraciones ele loco prima- rio y sin doblez. El Cid le sirve ele referente, con Fernán Gon- zález, Peranzules y Bernardo, para justificación ele su bravura y ele su estilo arcaico ("los quiero también imitar en las pala- Barthes y aa. vv. en Lo verosímil, C omnnicacio11es (Buenos Aires, Ed. Tiempo Contemporáneo, 1970). Interesa señalar la teoría expuesta por Cervantes sobre los modelos en el cap. XXV de la I parte. A llí el héroe "se hace", evitando el "curriculum " de Amadís, según Avalle-Arce, Don Quijote como forma de v ida (Madrid, Castalia, 1976), págs. 6o y sigs. 57 Julia Kristeva, El texto de la novela (Barcelona, Lumen, 1974), págs. 33 y sigs. Para el análisis de la desmitificación del héroe habría que contar no sólo con precedentes como el de Tirant lo Blanch, sino con el posible influjo de la literatura aljamiada. Véase, a este propósito, Alvaro Galmés de Fuentes, E l libro de las batallas. Nanaciones épico- caballe1·escas (Madrid, Gredas, 1975), pág. 85, quien señala que el héroe aparece "no de una estirpe sobrenatural ni de elevada alcurnia, sino hu- mano, con un leve toque de idealización". 58 A lonso Fernández de Avellaneda, Don Q1tijote de la Mancha (ed., introducción y notas de Martín de Riquer, Madrid, Espasa-Calpe, 1972), I, pág. 46. Don Quijote llega a ser " un bravo Cid Campeador" por el amor ele Dulcinea. sr8 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA bras" 59). Ligado al héroe del Romancero 60, siente tan cerca- nas sus aventuras, que, aparte de imitarlas, llega a identificarse totalmente con su protagonista, para asombro de cuantos le es- cuchan: " porque él era Rodrigo de Vibar, llamado por otro nombre el bravo Cid Campeador. Oyóle Sancho estas úl- timas razones, y dixo : -¡O, reniego de quantos Cicles ay en toda la cid ería! ¡ Venga, Señor ! ... " 61 . La respuesta de Sancho muestra bien claramente la otra cara de la cuestión. Pero Avellaneda relega al mundo del criado la burla ele los héroes, y no teme caer en contradicción poniendo en boca de quien creía ser el mismo Cid estas palabras, a pro- pósito del Florisbián de Candaría: " - Ves aquí, Sancho, uno ele los mejores y más ver- daderos libros del mundo, donde ay caballeros de tan gran- de fama y valor, que ¡mal año para el Cid o Bernardo del Carpio, que les lleguen al <;apato !" 62 . Avellaneda muestra en éste, como en otros casos, una menor complejidad en la utilización del esquema mítico, haciendo que su protagonista termine tan ligado al pasado épico como nació. Partiendo ele estos ejemplos, y otros de raíz poética que ve- 50 lb íd., I, 52, cap. II. Se repite en II, pág. 235, cap. XXIV: "Pero de Jo que más se fueron admirados era de ver la facilidad que tenía don Quijote en hablar el lenguaje que antiguamente se hablava en Castilla en los cándidos siglos del conde Fernán González, Peranzules, Cid Ruy Diaz y de los demás antiguos" . (El subrayado es mío y apunta a la perspectiva del autor sobre Jos tiempos heroicos.) GO Ibíd. , I, págs. 124-5, cap. VI. Como señala en nota Martín de Riquer, parafrasea la leyenda del romance "En Sant Pedro de Cardeña / Está el Cid embalsamado" (Romancero General, I, núm. 905 de Durán). Don Quijote quiere ser enterrado como el héroe medieval y repetir su hazaña después de muerto. 61 Ibíd., III, págs. ro6-7. " 2 Ibíd., I, pág. 7r, cap. III. Nótese el esquema "¡mal año para el Cid ... !", que veremos repetirse en El Criticón (vid. nota 65) , y que nos da el nivel apotegmático del mito, sobre el que hablaremos. MITO, GÉNEROS Y ESTILOS: EL CID BARROCO 5 I 9 remos, bien pudo enrolar Gracián el viejo mito cidiano en su alegoría de El Criticón. El "Cid moderno y Marte novel" 63 parece asunto descartable en una España en la que "no que- daba héroe con héroe" 64 • Cid imposible ya, como Roldán, para asombro ele Anclrenio, en un mundo regido sólo por la espada del dinero. Dinari, dinari y piú dinari. Mal año para la tizona del Cid y para la encantada ele Rolclán, respeto ele una maza preñada ele doblones" 65 • Que la malicia haya dado al traste con la milicia, no es ~imple figura retórica, sino algo más grave : "No hay que tratar ya de Cicles ni de Roldanes como en otros tiempos" 66, pues falta el valor en el mundo. Gracián, como Cervantes, coloca a la ficción en su lugar, pero con mayor desencantosi cabe. En el hiermo de Hipocrinda, puestos a elegir entre la espada de Jaime el Con- quistador y la del Cid castellano, se queda con la primera "como más provechosa, y quédese el aplauso para la segunda, más fa- bulosa" 67 • Y aquí no creo que se tratase de una ele sus capri- chosas preferencias nacionales. Sólo un nostálgico como Francisco Santos podía reclamar en 1671 la vuelta del Cid heroico para restaurar en España los t>3 Ed. de E . Correa Calderón, Madrid, 1971, vol. III, pág. 315. 64 lbíd. , III, pág. 31 5. En El J-I éroe, Gracián se expresa de modo bien distinto. Véase Monroe Z. Hafter, Gmcián and Perfection. Spanish Moralists of th.e Seventeenth Centtwy, H arvard University Press, Cam- bridge, Mass. , 1966, especialmente el cap. V. ss Ibíd., n, pág. 85. 66 Ibíd. , II, pág. 185. El nivel alegórico de su tratamiento hace que no tengan excesiva importancia las nominaciones en El C1'iticón. Domina en el texto la anonimia o el enunciado de arquetipos, como ha demostrado T. L. Kassier en The Tntth Disgttised. Allegorical Stmcttwe and Tech- niqtte in Gmcián's Criticón (Londres, Támesis Books, 1976), a propósito de las mesoestructuras de la obra. Téngase en cuenta que ya en el s. xvr "los héroes aparecen cada vez menos productos de la edad heroica y cada vez más resultados de una operación mental, de la abstracción", según P. Salinas, "El Héroe literario y la novela picaresca española", o p. cit .. pág. 63. 67 Ibíd., II, pág. r8g. También alude, como Cervantes, al tópico del banco del Cid, símbolo ele autoridad (m. II, pág. 133). 520 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA valores perdidos 68 • En La verdad en el potro y el Cid resucita- do nos lo muestra como ese milagroso salvador de la patria que algunos esperaban, reformador de costumbres, hecho pura in- terrogación y asombro ante tantos horrores y sombras que po- blaban su tiempo. El regreso del héroe a la tumba da la medida ele lo que a Santos le interesa: simbolizar en la monarquía la verdad y la justicia, pretender que son posibles las reencarna- ciones. Retroceso tan anacrónico como el ele las pretensiones in- movilistas que toda su obra destila 60 • En la poesía, las dos caras. Lope muestra todavía las posi- bilidades épicas del mito como recurso perifrástico, alusión gran- dilocuente en un soneto al Duque de Alba 70, rimando, entre sus glorias, al "divino Alcicles" con "cristianos Cicles". Recae en el Cid-caballero a lo divino, fundiendo sabiamente, en un ro- mance a San Ignacio ele Loyola, la parte épica que había tras la empresa del santo : "N o se ha de preciar Espa1'1a de Pela:,10, ni del Cid, sino de Loyola sólo, porque a se1' sn sol venís" 11 • 68 Véase Francisco Santos, El no importa de Espa~ia y la verdad eJt el pot1·o (estudio y edición de Julio Rodríguez Puértolas, London, Támesis Books Ltd., 1973), págs. r.xvn, n. 173, y XLII. En pág. xxxv, n. 81, se- ñala su intervención en "la violenta polémica entre cidófobos y cidófibos a favor de estos últimos". Para su deuda con el Ct·iticón: J . H. Ham- mond, Francisco Santos 'lndebteduess to Gmcián' (The University of Texas Press, 1950). 69 lbíd. , pág. 198. Rodríguez Puértolas opina en pág. LXX que, dada la fecha de la obra, "no es descabellado pensar que Santos reflejara en su libro y en su Cid resucitado las esperanzas puestas en el hermanastro de Carlos II ". Para las interrogaciones y exclamaciones del héroe ante la España de Santos: págs. 120, 144, 164, r8r, r86, etc. El Cid aparece magnificado, idealizado, en contraste antitético con los hombres y el tiem- po que contempla. A pesar de ese utópico final feliz que Santos propone, el Cid responde: "Quédate, Verdad, en esse mundo, que aunque me le dieran para vivirle no lo hiziera ; mis tiempos sencillos quiero y mi descanso amo" (Ibíd ., pág. 198). 70 Lope de Vega, Obras Poéticas, I (ed. de José Manuel Blecua, Barcelona. Planeta, 1969), pág. 52. 71 lbíd .. pág. 547· San Ignacio se presenta a sí mismo como caballero MITO, GÉNEROS Y ESTILOS; EL CID BARROCO 521 Pero Lope también sabe reírse en su Gatomaquia de tantos . héroes de cartón. Enumeración burlesca que arrastra a muchos nombres sublimados en los versos : "Ni F átima y Jarifa por el abencerraje Abindarráe.B', ni por Martín Peláe.B' que del Cid heredó la valentía, do fía Urraca y María de M enes es ... " 72 . Evidentemente, no se trata sólo ele cambio ele género. Uno mis- mo, la poesía, admite los dos extremos. La pérdida del respeto a los héroes épicos viene con el tiempo y conlleva sustancial- mente una pérdida del decoro, un cambio ele estilo que trans- forma el modelo en un ente distinto. Góngora utiliza el reclamo cidiano en versos enumerativos, clesmitificadores, infame turba desgastada por el tiempo, como en el " ¡Ah mis señores poe- tas ... " : "dejais un Campeador, 1 un Diego Orclóñez ele Lara, 1 un valiente Arias Gonzalo, 1 y un famoso Rodrigo Arias" 73 ; o en alusión topificacla por el uso para el retrato jocoso del hijo de Urgancla y Gandalín, traído al vuelo - junto a Merlín- por las esclavitudes ele la rima : "más valiente que Macías, / más derretido que el Cid" •·J. En dos ocasiones su aparición demues- a Jo divino en la historia ele su vida que dicta a Gow;alves de Cámara, El relato del peregrino (Barcelona, Labor, 1973); vid. especialmente pá- ginas 23 y sigs. La aparente contradicción entre acción heroica y forma épica subyace en casi todos Jos héroes de l Renacimiento, como apuntá- bamos. El autor, dice John M. Steadman, debía contentar a un público amplio, conciliando las tradiciones épicas con los gustos nuevos : "If Achilles seemed too savage for their tastes, and Oclysseus too crafty, he must temper bis images of homeryc types with Renaissance chivalric ideas and the values of a spiritual aristocracy- a Christiana uobilitas", Concepts of the fiero , art. cit., pág. 162. Según M. Z. Hafter, o¡;. cit., pág. 120, la asociación del heroísmo con la divinidad proviene de la Ética a Nicómaco , 7: r, de Aristóteles. Después desarrollaron la idea Plotino, Macrobio, Agustín, los Padres de la Iglesia y Santo Tomás de Aquino. 72 Ibíd., pág. 1.477. Lope recogía aquí la tradición satírica enumera- tiva que puede rastrearse en Folengo, Álvarez de Toledo o Joseph Addison. 73 Luis de Góngora, Obms Completas (ed. de Juan e Isabel Mill é, Madrid, AguiJar, 1972), pág. 267. 74 Ibíd., pág. 271. 522 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA tra, por vía negativa, el desplazamiento del tema: en una, di - rigiéndose al :iVlarqués de Guadalcázar ["No os diremos como al Cid, / que en Cortes habéis estado" 75 ], y en otra: " Si sus mercedes 1'/'Le escuchan les contaré a sus mercedes no las hazañas del Cid ni de Zaida los desdenes, sino 11iás de cuatro cosas, que sé yo que se cometen, o se dejan de hazer por el decir de las qentes" ' 6 . Pero dejemos a los troyanos ... , porque aquí los nombres sólo son nombres, sirven para el juego, para la agudeza, como en el romance "¿Quién es aquel caballero .. . ?" 77 : " Soy un Cid en quitar cajJas, perdóneme el sefi.or Cid, quédesele el Campeador. y el capeador jJara. mií", etc. En cuanto a Quevedo, nos mostrará un Cid degradado, bur- lesco, digno de toda mofa. El cambio de perspectiva conlleva esa visión diametralmente opuesta del héroe. Es un hecho consus- tancial a todas las artes y que ha sido señalado en la "iconogra- fía revestida" ele Rembranclt por Jan Biatostocki : "Cuando Sansón amenaza a su padre político o cuando Ganimedes es un gran pájaro, comprobamos cómo Rem- brandt concede un carácter de género a los cuadros me- diante la eliminación del " decorum " inherente a la trans- misión de la imagen" 78 75 lb-íd., pág. 312. 7 6 lbíd., pág. 109, y "Deme Dios tiempo en que pueda 1 tus proezas escribir 1 I quítamelo en buen hora 1 para los hechos del Cid ", cit. por B. Alemany, Vocab1tlario de las obms de D. LHis de Góugom y A.rgote (Madrid, 1930), pág. 217. 77 Ibíd., págs. 136-8. 78 Estiloe iconografía. Contribución a una ciencia de las a1'tes (Bar- celona, Barra!, 1973), pág. 134. Téngase en cuenta además que "the theory of decornm has a social basis" [Princeton Encyclopedia of Poetry and Poetics (Princeton University Press, 1974, ed. aumentada), pág. 815], de MITO, GÉNEROS Y ESTILOS: EL CID BARROCO 523 Buen conocedor del romancero cidiano, Quevedo supo ver la burla en la prox imidad de la perífrasis y en los anacronismos, y vertió en el suyo frecuentes alusiones al héroe, ya fuesen re- feridas a su espada, a la "pavura de los Condes de Can·ión o a sus hij as " ' 0 . Hay varios poemas dedicados enteramente al tema. En uno de ellos, "El Cid acredita su valor contra la en- vidia de Jos cobardes" 8 0 en un lenguaje arcaico, inventado para provocar la risa. Otras veces surge como término degradante, sujeto a la misma despiadada operación que otros héroes: "Audaba entonces el Cid más galán que Girineldos, con botarga colorada en figura d e pimiento". "A 1/'J,ás c~;ternos, más ganac-ia, dicen los cascnnenteros; que "A más 1'/tOTos" sólo el Cid y Bernardo lo dijeron " 8 1• Si "Zamarro fue Montesinos, 1 el Cid, Bernardo y Roldán" 62, en la España de Quevedo sólo son posibles "varios linajes de calvas"; que las reglas de la moda son tan cambiantes como las del heroísmo ["Calvos van los hombres, madre, 1 calvos van ... " ], modo que "por una parte, se trata de la elección del vocabulario, las construcciones sintácticas, etc.; por la otra, de la descripción, es decir, del rango social ele los personajes representados" (0 , Ducrot y T. To- clorov, Diccionario enciclopédico, cit., pág. 184). Ese dualismo se destaca en todas las teorizaciones sobre los tres est ilos y está presente en las ele León Hebreo en sus Diálogos de amor. ' 9 Francisco ele Quevedo, Obms completas, I (ecL ele José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta, 1963), págs. 1.248, r.209 y I.I2J. Sobre el tra- tamiento que Quevedo da a la cobardía ele los ele Carrión, véase Bruce w. Warclropper, en e OIICl'Pts of /he J-I e1'0, ecl, cit., "The E pie He ro Superseclecl ", pág. 206. 80 Ibíd., pág. LTOT. Véase también pág. ór r. 81 Ibíd., págs. 816 y 83r. En el primero se ven filtrados versos en- teros del romancero. V éanse las alusiones al traj e ele Jimena y com- párense con las del romance "púsose medio botarga, / con unos vinos morados", Romancero del Cid, ecl. cit., ele R Ferreres, pág, 30. 82 Ibíd,, pág. 840. BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA Los pasajes más escatológicos del romancero cidiano debie- ron de atraer la atención popular. Sobre uno de ellos incide Vicente Espine! en su Vida del Escude1'o Marcos de Obregón: "sólo tenía que notar la limpieza que parecía haber sa- lido del naufragio ele los Condes ele Carrión" sa. N o cabe eluda ele que la lectura del Romancero e historial ... del Cid (Alcalá, r6r2), de Juan de Escobar, debió influir en muchos autores, aunque la interpretación de Quevedo fue muy libre y más cercana a la sátira burlesca que a la visión grotesca del mundo que refleja en Los sueiios, por ejemplo 8 '' . Se trata, sen- cillamente, ele una dislocación provocada por la inadecuación entre el tema utili zado -en este caso, la trayectoria mítica ci - cliana- y el esti lo cómico empleado. Esa incongruencia, base esencial ele lo burlesco 8 5, conforma casi todos los ejemplos que- vedianos, situándole en la vieja tradición clásica de la parodia épica, como sus contemporáneos Tassoni y Scarron. La retórica del tercer estilo está aquí al servicio de un asunto que corres- ponde a más altos niveles. Como señala Gilbert Highet: "Tbe burlesquer, if he borrows from serious li terature, debases bis borrowing by translating it into lighter rhythms ancl coarser phrases" 8 6. E l Cid ele nuestro teatro es sólo tema para un buen catador ele vinos ["aguardaremos al Cid : / que a pie bebemos a Toro" 87 ] . La memoria ele los héroes antiguos, la fama ele 83 Véase la edición de María Soledad Carrasco Urgoiti, Madrid, Cas- talia, 1972, 2 vols., págs. 217-218. En la nota 718 se refiere al estudio ele M. Ley y ]. O. Crosby sobre el tema: "Origins, imitations and par oc! y in Queveclo's ballacl of the Cid ancl the Lion ", Studies in Philology, LVI (1969), págs. 156-67. 84 Sobre el término grotesco, véase W. Kayser, The Grotesque in Art and Literoltwc (Indiana University Press, 1963), págs. 29-47. 85 John D. Jump, Bm-lesq1te. T he Critica/ ldiom (Londres, Methuen & Co. Ltd. , 1972), especialmente págs. 37-51. so The Anatomy of Satire (Princeton University Press, 1962), pági- na 104. 87 Ed. cit., ele ] . M. Blecua, pág. 965. Quevedo utiliza casi todas las técnicas ele degradación. Como señala M. Hodgart, o p. cit. , pág. 122 : "Le parocliste récluit le style dont un autre écrivain est particulierement fier comme cl'une expression de sa re sponsabilité a un médiocre lot ele formule s rhétoriques et de tics verbaux " . MITO, GÉNEROS Y ESTILOS; EL CID BARROCO 525 excelentes y claros varones, ha ido a dar en la picota de la risa 88 . Como apunta Eugenio Asen si o : "Con el empalago surge irremediablemente la interpretación cómica de los materiales no- bles" 80, y también le tocó el turno del entremés a las formas épicas, pasando a ser Montesinos, don Bueso y el Cid Cam- peador asuntos festivos. Hasta el títere de mano y la marioneta se vistieron de don Sancho, Bellido y doña Urraca para la re- chifla : "REY: Alfa el dedo, panarizo; y mi hermana Doña Urraca'! BELL. : Buena está para serviros, aora tiene unos flatos REY: Y qué toma? BELL. : Tamarendos ... " 90 . Y, "Vaya de baile, vaya de chanza ... ", El Cid llegó también a la mojiganga 91 • Del grado de gramaticalización que alcanzaron los temas ci- dianos, por obra y gracia del Romancero, nos da fe Juan Rufo, cuando en uno de sus apotegmas dice que "Apenas hay hombre tan sin noticia de historias que no la tenga muy cierta del mal tratamiento que hicieron a las hijas del Cid los Condes de Carrión ... " 92 • ss Véase el romance "Pues me hacéis casamentero", ed. cit., de J. M. Blecua, pág. 1.099. El desencanto épico afecta a toda la literatura posterior al Renacimiento. Véase Bruce W. Vlardropper, Concepts of the H ero, art. cit., págs. 197-222. 8 9 Itinerario del Entremés, ed. cit., pág. 69. 90 Véase J. E . Varey, Historia de los títeres en España. Desde s1~s or·ígenes hasta mediados del siglo XVIII (Madrid, R. de Oc.), pág. 167. Según Varey, apareció en la Tercera parte de alegría cómica (Zaragoza, 1702), págs. 143-152. 91 Véase Manuscritos dramáticos del siglo de oro en la Biblioteca del Instituto del Teatro de Barcelona, de María del Carmen Simón Palmer (Madrid, e S. L e, 1977), 197, pág. r8, El Cid. Mojiganga. Y 693, pág. 6r, Simón de Samatheo, Doíia Jimena. Mojiganga. 92 Véase la ed. de Alberto Blecua, Juan Rufo, Las seiscientas apo- 526 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA Más allá de los textos, el mito cidiano vivió en el aforismo y en el refrán ("las ganacias del Cid" 93), llegando a conver- tirse el héroe en "catedrático ele válentía, pues enseño a ser es- forzado a Martín Peláez" 94 • Como señala V. Shklovsky, el poeta opera a base de des- plazamientos, "aparta la noción de la serie semántica donde se encontraba y la ubica, con la ayuda de otras palabras, en otra serie semántica. Percibimos así la novedad" 95 • Los ejemplos traídos sobre el mito cidiano en la edad barroca indican su mo- viliclacl, su proteísmo y también su incapacidad de asombrar ya al final del trayecto, como en la renuncia de Góngora, hecho ya pura negación de sí mismo. Vivió y fue utilizado para muy di- versos finos, porque "no existen los héroes estáticos, sólo hay héroes dinámicos y el signo del héroe, su nombre, es suficiente tegmas y otras obras en verso (Madrid, Espasa-Calpe, 1972), pág. 131, n.0 359. El apotegma goza de ese "ser dicho por alguien" que lo liga a los héroes y celebridades. El Cid muestra su gramaticalización como mito en la literaturaparemiológica, como es el caso de la Miscelanea de Za- pata (selección de A. Rodríguez Moñino, Madrid, Comp. Iberoamericana de Publicaciones, sin data, pág. 71), que ofrece una paráfrasis del ro- mance viejo "Afuera, afuera, Rodrigo" (pág. 161), ciñéndose Zapata al problema de la adiposidad, que tanto le preocupaba personalmente : "A un caballero de Castilla, muy discreto y muy principal, mas en su dis- posición muy grosero y muy gordo y vasto, le hizo la corte esta copla : Afuera, afuera Rodrigo (que así se llamaba) 1 El grosero castellano, 1 Acuérdate que eres gordo, 1 Y viene cerca el verano" . 93 En Gonzalo Correa, Vocab~tlario de Refmnes y frases proverbiales :v otras (1627) (ed. anotada de Louis Combet, Bordeaux, 1967), pág. 210. fM Juan Rufo, op. cit., pág. 37, n.0 70. A la popularidad del tema, contribuyeron los pliegos sueltos. Véase Antonio Rodríguez Moñino, Los pliegos de la colección del Marqués de Morbecq, S. XVI (ed. en facsímile, Madrid, Estudios Bibliográficos, 1962), especialmente págs. 92 y sigs. 95 "La construcción de la nouvelle y de la novela", en Teoría de la Literat~tra de los formalistas ntsos (Buenos Aires, ed. Signos, 1970). El procedimiento de embarcarse en viejos temas para desenmascararlos sigue siendo práctica actualísima. Véase J. Leenhardt, op. cit., pág. 238, a pro- pósito de La celosía, de A. Robbe-Grillet, como desmitificación de la no- vela colonial : "El género literario adoptado anuncia ya la opción de su autor", pero éste sigue esa tradición novelesca "para desbaratada mejor" . MITO, GÉNEROS Y ESTILOS: EL CID BARROCO para que no sea necesario detallarlo . en cada situación dada" 96 . Un siglo más tarde, Leandro Fernández de Moratín diría en su Lección Poética : "M as ya te llama el son de la trompeta, De nuestros Cides los heroicos hechos, Tanta nación a su valor sujeta" 97 • Pero esa es otra historia. AURORA EGIDO. Universidad de Zaragoza. 96 Tinianov, "La noción de construcción", Teoría de la Literatura, ed. cit., pág. 87. Como señala Irving L. Zupnick, a propósito de la evo- lución que la imagen de San Sebastián ha experimentado a través de los siglos, "Heroism is not necessarily an unchanging ideal", "Saint Sebas- tian ", en Concepts of the Hero, ed. cit., pág. 258. Con los ejemplos cita- dos, no pretendemos agotar el tema, como es obvio. Puede completarse el catálogo de obras referentes al Cid en el siglo xvn español, con el Dic- cionario de argumentos de la Literatura Universal, de Elizabeth Frenzel (Madrid, Gredos, 1976), págs. 91-6, donde se refiere a las piezas cidianas de ]. de Matos Fragoso, Tirso de Molina, F. de Zárate y Castronovo, F. Polo, ]. Cáncer y Velasco, etc., algunas de tipo burlesco. Colín Smith, en su introducción al Poema de Mio Cid (Madrid, Cátedra, 1978), pági- nas 95-6, se refiere a las ramificaciones históricas del problema (] uan de Mariana, Julián del Castillo, Prudencio de Sandoval ... ) y apunta una cuidada bibliografía al respecto en páginas 126-7. Remito también al lec- tor de estas páginas a la cuidada edición de Luciano García Lorenzo de Las M oc edades del Cid, de Guillén de Castro (Madrid, Cátedra, 1978), que supera notablemente a la que utilizamos. A pesar de la absoluta in- dependencia entre su trabajo y el mío, he comprobado -al corregir las primeras pruebas de este artículo- algunas analogías, en los planteamien- tos y en el léxico empleado, por lo que a la obra de Guillén de Castro se refiere. Particularmente interesante para nuestro propósito es su alusión, en pág. 48, n. 36, a Las Mocedades del Cid, de Jerónimo de Cáncer y Velasco: "Esta obra fue prohibida por la Inquisición, según parece, por la burla que se hacía del Cid, de su honor y de su religiosidad, por lo que pasó al índice de libros prohibidos". 97 L. Fernández de Moratín, La derrota de los pedantes. Lección Poética (Ed. de John Dowling, Barcelona, Labor, 1973), pág. II2.
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