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[1] UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS Departamento de Sociología Theatrum urbe o la dimensión poética del habitar: interpretaciones iconológicas sobre las transformaciones culturales de Bogotá a través de la fotografía callejera (1930-1970) Trabajo de Grado Juan Felipe Montealegre P. Luz Teresa Gómez de Mantilla – Tutora Bogotá, 2018-I [2] Hay ciudades que se construyen continuamente, hay ciudades que se borran a sí mismas y que desaparecen cada día los rastros de su imagen anterior. Bogotá pertenece a estas últimas, es uno de sus mejores ejemplos1. 1 Autor desconocido (1988), “450 años de demolición”, en Revista Semana (versión digital recuperada), 22 de febrero de 1988. Artículo recuperado de: http://www.semana.com/cultura/articulo/450-aos-de- demolicion/9909-3. * Fotografía de portada: Personas conversando en la Carrera Séptima entre calles 14 y 15. Sady González, 1947. Colección de Arte del Banco de la República. [3] Página de álbum familiar con fotografías instantáneas callejeras. Archivo familiar del autor. [4] CONTENIDO 5. Ciudad, imagen, memoria: presentación del problema. 20. ¿Por qué pensar la ciudad bogotana desde la imagen fotográfica callejera?: justificación del problema. 26. Hipótesis. 28. Objetivos. 29. Lo pensado y lo por pensar, lo visto y lo que queda por mostrar: estado del arte. 102. Marco teórico. 157. Metodología: interpretación iconológica y método documental. 174. Análisis de imágenes. 174. Tradición y modernidad en la bebida. Bogotá, el ring; chicha y cerveza, los contendientes. 208. Vivir bajo un mismo techo y comer de la misma olla. Lo rural y lo urbano visto desde el hacer mercado. 209. Mujer y patriarcado. Ver y ser visto como condición del ser en la esfera pública. 211. Poéticas del habitar: montaje experimental. 212. Conclusiones. 8. Bibliografía. [5] CIUDAD, IMAGEN, MEMORIA Presentación del problema Los álbumes familiares: portales del tiempo, generadores de memoria. Parece ser que el contenido de un relato acerca de una experiencia vivida en el pasado no es suficiente siempre que se carezca del soporte visual de dicha vivencia. Al menos así sucede cuando nos sentamos a observar detenidamente uno de los álbumes familiares que nuestros padres y abuelos atesoran en sus armarios, mesitas de noche o baúles. A diferencia de las imágenes digitales que cada uno de nosotros –los más jóvenes– disponemos inmediata y simultáneamente en cualquier momento y cualquier lugar en nuestros smartphones, la relación que aún podemos mantener con los álbumes familiares requieren de una temporalidad al margen de las exigencias de productividad y consumo que absorben el discurrir de la vida cotidiana, especialmente en las ciudades. Tomarse el tiempo de observar cada una de las fotos allí existentes, deteniéndose una y otra vez en los detalles que ellas nos muestran y en la manera como han sido escogidas, clasificadas y distribuidas en cada una de las páginas del álbum, demanda un tipo de disposición afectiva muy particular. La delicadeza con la que se pasa de una página a otra, el aroma que brota de estos pequeños portales del tiempo y las historias que surgen alrededor de cada imagen son algunos de los aspectos que con mayor claridad sale a flote cuando tratamos con los álbumes familiares. ¿Podría hacerse entonces una suerte de elogio de la lentitud de la mirada y de la tangibilidad de las imágenes fotográficas a partir de la reflexión crítica acerca de las condiciones ontológicas y las potencialidades epistemológicas que poseen los álbumes familiares en contraste con la actualidad digital de las imágenes? Parece ser igualmente que los álbumes fotográficos brindan la oportunidad de actualizar la experiencia del pasado cuando se los observa. Lo característico de un álbum fotográfico no es sólo que cada imagen o cada página nos hablen sobre un acontecimiento o un rasgo [6] particular de la historia familiar, sino que, más aún, nos induce a contar la historia de tales rasgos y acontecimientos, a revivir por la vía oral la experiencia pasada. No es precisamente que la fotografía adquiera pleno sentido en virtud de algo que no es ella misma (el relato oral, la articulación de las palabras en la historia narrada o el propio hecho objetivo al que se refiere); por su parte, la fotografía o el álbum fotográfico son capaces por sí mismos de provocar la construcción de un relato que, más que re-presentación de lo vivido, es su re-creación. El soporte visual que acompaña los relatos de nuestros abuelos acerca de vivencias, fenómenos o acontecimientos inscritos en el pasado constituye el origen de la experiencia actualizada del propio pasado. Es decir, ante la presencia de la fotografía, nos vemos avocados a ‘decir’ algo al respecto de lo que se nos muestra, la imagen nos ha interpelado a la manera de una entrevista que interroga por el qué, el cómo, el dónde, el cuándo, el con quién, el por qué, etc. La imagen nos habla antes de que nosotros podamos decir algo sobre ella; para poder contar la historia que está ‘detrás’ de la foto –o, más bien, la historia que es la foto misma–, ella nos habrá tenido que inquirir previamente sobre su sentido existencial. En una sesión de fotoelicitación2 con mi abuela, surgió un debate en torno a la experiencia fotográfica que se tiene con los álbumes familiares en contraste con la foto digital o posmoderna; a propósito de esta tensión, la opinión de mi abuela resulta ser muy diciente a la hora de identificar ese tipo particular de complicidad que existe entre las palabras (historias, relatos) y las imágenes (fotográficas): A mí me gustan las fotografías, tener álbumes para estar recordando y mostrarle a la familia, porque una cosa es contar, otra cosa es verlos, ver las fotos. No me gusta la 2 La fotoelicitación es una técnica de investigación cualitativa que consiste en provocar –como su nombre lo indica– al sujeto entrevistado, a través de la observación de fotografías, con el fin de que reflexione acerca de su forma su contenido y de las condiciones objetivas y subjetivas de su producción. La peculiaridad de esta técnica de investigación radica en el hecho de que la presentación de la(s) fotografía(s) ante el sujeto entrevistado sustituye la formulación de la pregunta inicial en una entrevista convencional; ante la presencia de la foto, el entrevistado hablará espontáneamente sobre la imagen y es a partir de ese momento que se establece una especie de ‘triálogo’ entre el entrevistador, el entrevistado y la imagen. Para una ampliación de esta técnica, véase: Rose, G. (2012), “Making Photographs as Part of a Research Project: photo- documentation, photo-elicitation and photo-essays”, en: Visual Methodologies. An introduction to Researching with Visual Materials. Fourth Edition. Los Angeles, London, Singapore, New Delhi, Washington: Sage. [7] tecnología, nunca he estado de acuerdo con eso… No me gusta, he peleado con su abuelo por eso. Me gustan las cosas auténticas (subrayado mío)3. De acuerdo con mi abuela, la tangibilidad de las fotos permite detenerse todo el tiempo necesario para hablar de los momentos, los lugares y los personajes que la fotografía revela, a diferencia de la liquidez de la foto digital. La mencionada complicidad entre la palabra y la imagen indica que no siempre bastan las palabras para relatar una historia, sino que éstas requieren de la materia visual que les confiere mayor viveza y realidad; puede ser que las palabras desaparezcan, pero las fotos perduran con el tiempo: he aquí una primera indicación formal acerca de la peculiaridad ontológica de laimagen respecto a la palabra – y, en consecuencia, respecto a la temporalidad histórica–. En efecto, contar no es ver; preferimos la vista sobre la palabra proferida, o más bien, sentimos –hoy más que nunca– que no podemos prescindir de la imagen. Una cultura visual ha inundado indiscutiblemente nuestros esquemas de percepción; una exclusiva sensibilidad visual condiciona el desarrollo del nuevo sensorium4 de la experiencia humana en la sociedad contemporánea, más aún cuando las tecnologías de la información, los medios de comunicación y la creciente digitalización de la experiencia humana y la memoria. En consecuencia, tenemos en nuestras manos la posibilidad virtual de viajar en el tiempo gracias a la fuerza que ejercen los álbumes familiares sobre nosotros. No obstante, cabe resaltar que el modo como cada álbum fotográfico está compuesto no necesariamente obedece a un criterio de organización suficientemente claro como para determinar la configuración ‘correcta’ de un archivo visual como éste; al contrario, una lógica 3 Entrevista realizada a mi abuela (Victoria Navarrete) en sesión de fotoelicitación. Mayo de 2017. 4 El término sensorium se usa aquí para designar la susceptibilidad de los esquemas de percepción y las condiciones de la sensibilidad estética de los sujetos de una sociedad (o de una comunidad de sentido) para ser afectados histórica y culturalmente por las distintas técnicas y tecnologías desarrolladas en el marco de la modernidad capitalista industrial, con fin de crear nuevas formas de comprender la realidad (entre ellas, la fotografía). El sentido de este término proviene de las ideas plasmadas por W. Benjamin en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1936): “Dentro de largos períodos históricos, junto con el modo de existencia de los colectivos humanos, se transforma también la manera de su percepción sensorial. El modo en que se organiza la percepción humana –el medio en que ella tiene lugar– está condicionado no sólo de manera natural, sino también histórica (…) Ahora es posible no sólo comprender las transformaciones del médium de la percepción de las que somos contemporáneos como una decadencia del aura, sino también mostrar sus condiciones sociales”. En Benjamin, W. (1936), La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. México: Itaca, 2003, pp. 46-47. [8] fragmentaria, híbrida, relativamente dispersa y sin embargo coherente, auténtica y simbólicamente poderosa tiene lugar en la composición de los álbumes fotográficos de la familia. En una sola página de estos álbumes podemos atestiguar las más diversas temáticas y rasgos formales: retratos de cinco centímetros por cinco (5x5), a blanco y negro, de los tíos en su etapa juvenil; la pareja de abuelos caminando por la Carrera Séptima cogidos de la mano en una fotografía de siete por doce (7x12); el nuevo nieto de la familia desnudo en la alberca, un domingo familiar en el parque a color, el grupo de amigos del barrio montando bicicleta, el bautizo de los primos gemelos y unas cuantas fotografías a color de mediados de los años setenta. Aunque dichas fotos cuentan con unas condiciones de producción más o menos dispares, cada una de las historias que las acompañan llegan a cruzarse en algún punto; y son justamente esos entrecruzamientos, esas continuidades y discontinuidades, esa forma pendular en que discurre la historia visual contenida en los álbumes de familia, esa heterogeneidad de las temáticas y las facturas, esos pliegues y torsiones que acontecen cuando se traducen en palabras los elementos visuales, aquello que constituye en primera instancia el objeto de la presente investigación. Las fotografías instantáneas callejeras y la transformación histórica de la práctica fotográfica como síntoma de los procesos del habitar la ciudad Pero existe un tipo particular de fotografías que reúne en un mismo y pequeño lugar –a saber, el plano de visión ofrecido por la foto– una vasta multiplicidad de elementos de diversa naturaleza que componen el telón de fondo –el contexto– de los relatos que surgen a partir de la observación, más o menos detallada, de estas imágenes. Se trata de las famosas fotografías callejeras o instantáneas, las mismas que constituían una de las principales prácticas y atractivos de los centros históricos de las ciudades más importantes de Colombia, gestionadas y producidas por una densa fila de fotógrafos que sorprendían con admirable habilidad a los transeúntes de mediados del siglo pasado, aproximadamente, y cuya mayoría de ellas reposan –con una interesante configuración y orden semióticos– en los mencionados álbumes familiares, los cuales se atesoran como testimonio tangible, no sólo de la íntima historia familiar, sino sobre todo de una peculiar manera de ser/estar-en- [9] la-ciudad, a la vez que de una Bogotá que fue (familiar) y que ya no volverá a ser igual, a pesar de algunas supervivencias tanto en su infraestructura como en el ethos y la psique urbanas. En la presente investigación, la pregunta por una tecnología de la memoria en particular (el álbum fotográfico familiar) se desdobla en la pregunta por la imagen o las imágenes que hay de la ciudad al interior de ella y lo que éstas nos pueden decir acera de los rasgos más destacados de la experiencia urbana, la vida cotidiana y el habitar en el centro histórico bogotano. Con el paso de los años hemos presenciado radicales transformaciones tanto en la estructura objetiva de las condiciones socioeconómicas de la sociedad como en nuestra sensibilidad estética, los esquemas de percepción y los elementos que configuran la naturaleza de la experiencia del espacio y el tiempo. La consolidación de la influencia de las nuevas tecnologías y del impacto de los medios masivos de telecomunicación –unido a la vertiginosa dinámica del consumo de masa– han hecho que la experiencia humana en general –y la experiencia urbana en particular, sobre todo en nuestras ciudades latinoamericanas– se encuentre cada vez más mediada por estos dispositivos y, por consiguiente, la percepción y apropiación que se tiene de los fenómenos y acontecimientos que componen la realidad de la sociedad contemporánea se inscriba dentro de los límites, ciertamente complejos, de tales medios y mediaciones. Nuestro estar en el mundo se encuentra cada vez más mediado y mediatizado. Los aspectos ontológicos fundamentales de nuestro habitar el mundo sufren modificaciones sustanciales con la globalización y digitalización de las prácticas urbanas en la cotidianidad. Nuestra condición habitante en el marco de la sociedad posmoderna supone un complejo debate en torno a las tecnologías y mediaciones que determinan la cercanía (y lejanía) que mantenemos con nuestro entorno, con la tradición, con la modernidad, con el territorio, con nosotros mismos y con los otros. Se perfila entonces el problema alrededor de la importancia de una tecnología de la memoria como lo es el álbum fotografía y, en particular, de la fotografía callejera en los procesos de recuperación, debilitamiento, configuración y/o fortalecimiento de la memoria colectiva en una época caracterizada por la liquidez, la inmediatez, la simulación y un vertiginoso ritmo de vida. ¿Qué significa habitar la ciudad bogotana hoy en día? ¿Y qué puede decirnos la complejidad iconográfica de las imágenes fotográficas sobre la ciudad [10] como espacio habitado? ¿Cómo entender la historia a partir de montaje visual compuesto por las imágenes que nos hablan de y desde la ciudad? ¿Cómo pensar la ciudad –sus procesos simbólicos y transformaciones culturales– a través de las imágenes fotográficas? Imagen y tiempo: memoria fotográfica En cuanto a la relación de la imagen fotográfica con el tiempo, cabe resaltar que es sobre todo en las fotos callejeras que sellegan a articular de diverso modo las tres dimensiones fundamentales que conforman nuestra comprensión habitual –lineal– de la temporalidad humana: pasado-presente-futuro. La fotografía en general captura un hecho, un momento, una experiencia pasada; es la fijación del pasado en un instante dinámico, es la garantía de que el pasado podrá actualizarse cada vez que se quiera. Y, no obstante, la fotografía no remite únicamente al pasado, pues se convierte en al mismo tiempo en la promesa de que la historia seguirá narrándose, adaptándose a las necesidades simbólicas y espirituales tanto por la vía oral como por la visual. La foto queda para la posteridad, para las nuevas generaciones; somos nosotros –jóvenes– los que nos hemos nutrido de las historias narradas por nuestros abuelos y a la vez quienes querremos legar nuestros propios testimonios –sean analógicos o digitales– a las futuras generaciones. En la fotografía, la artificiosa distinción analítica pasado-presente-futuro deja de ofrecer su soporte epistemológico a la comprensión de la historia como narrativa lineal para abrirle paso a la riqueza –impura5 por naturaleza– de los desarrollos históricos de la ciudad que todos habitamos. Identidad punzante: la pregunta por las formas colectivas del habitar urbano Una vez señalados los dos aspectos fundamentales que se articulan como potencial energético al interior de las fotografías –espacio y tiempo–, vale la pena rescatar que el contenido visual de las fotografías nos lleva a tomar en consideración una cuestión de suma 5 Sobre la aplicación de la noción de impureza en la historia –específicamente de la historia del arte entendida como historia de la cultura–, cf. Didi-Huberman, G. (2002), La imagen superviviente. Historia del arte y tiempo de los fantasmas según Aby Warburg, Madrid: Abada Editores, 2009; texto al que nos referiremos posteriormente. [11] importancia: el problema de la identidad. Pero no se trata exclusivamente del problema del reconocimiento de las personas, los lugares y las situaciones que aparecen en la superficie del contenido fotográfico (el studium de Barthes6), sino más bien de encontrar en el instante punzante del detalle fotográfico (punctum) la interpelación afectiva que vincula a los individuos que observan las fotos con la memoria de sus antepasados. Así pues, el problema de la identidad se traduce en la pregunta por el potencial que tienen las imágenes de cara a la construcción y el fortalecimiento de la memoria colectiva de una comunidad de sentido. A pesar de que el interés de la presente investigación trabaje con material cuidadosamente escogido en distintos álbumes familiares, su propósito no es indagar sobre distintos aspectos de la identidad individual de quienes aparecen allí (y donde se encuentran), ni tampoco de la memoria familiar que albergan, sino que se ocupa principalmente de aquellos elementos que contribuyan a esclarecer las formas colectivas de habitar la ciudad más características, junto con sus superposiciones, estratificaciones, tensiones, ondulaciones, anacronismos, heterogeneidades, hibridaciones, vibraciones, olvidos y afirmaciones que han acontecido a través de los años, en el marco de la estructuración de la condición posmoderna actual. El análisis de tales formas colectivas de habitar la ciudad –es decir, de co-habitación– nos arrojará algunas pistas alrededor de la naturaleza de los nexos que guardamos con nuestra historia y tradición desde el punto de vista de las prácticas, los discursos, las tecnologías, las formas simbólicas, la sensibilidad estética de la comunidad urbana y la cultura material. ¿Cómo puede la fotografía callejera iluminar el complejo tejido que entrelazan los procesos de la memoria con la identidad colectiva de la comunidad urbana? Habitar la ciudad ¿A qué formas colectivas de habitar podríamos estar refiriéndonos cuando exploramos detalladamente las fotografías urbanas de los álbumes familiares? 6 Cf. Barthes, R. (1980), La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. Barcelona: Paidós, 1989. [12] El filósofo alemán M. Heidegger dedicó su vida intelectual a reflexionar sobre el significado de la palabra ‘habitar’ desde una perspectiva ontológico-existencial circunscrita a la relación fundamental de la existencia individual (Da-sein) con el sentido del mundo en general (Sein). Habitar es el modo esencial de ser del hombre en el mundo. La continua búsqueda por hacerse un lugar en el mundo conecta existencialmente el habitar con el crear, de tal manera que el desenvolvimiento de la actividad humana en el mundo es esencialmente poiética, creativa, artística. No obstante, las limitaciones de la visión ontológica del habitar de Heidegger reducen la comprensión de la condición fundamental de la existencia humana a una interpretación predominantemente individual. Aun así, no podemos despachar sin más los aportes de Heidegger a este respecto, pero sí nos vemos en la necesidad de contextualizar sus conceptos y situar concretamente el habitar ontológico en un marco de problemas sociológicos que nos permita acercarnos a la cuestión de la memoria colectiva y al papel que juegan las imágenes en dicho proceso, así como el potencial simbólico que puede extraerse de ellas a la hora de ofrecer luces sobre los pliegues de la experiencia urbana en el centro histórico de la ciudad. Tomemos como ejemplo las fotos del reconocido reportero gráfico bogotano Sady González (1913-1979), cuyas imágenes no sólo llegaron a capturar acontecimientos de suma importancia para la historia de la ciudad –como el ‘Bogotazo’– sino que su sensibilidad de dirigió a retratar los momentos y situaciones más cotidianas de la realidad bogotana, en los cuales se destaca la aparición de las multitudes en las principales calles del centro, las modas de innegable origen europeo (los paños finos, los elegantes sombreros de copa, los bastones, los monóculos y los aristocráticos fracs en el caso de los cachacos; las gruesas ruana de lana y el semblante curtido de niños y adultos campesinos; el recato generalizado en el vestir y las maneras de las mujeres, etc.) y la interesante función social y cultural de los cafés como lugar de encuentro de intelectuales, periodistas, artistas y escritores que acabarían gestando destacados movimientos estéticos y corrientes de pensamiento en el marco de la modernidad cultural tanto de la ciudad como del país. Otro ejemplo lo podemos encontrar en la obra del también reportero gráfico Carlos Caicedo (1929-2014), cuyo lente se posó insistentemente sobre los instantes de la vida cotidiana que acababan por hablar acerca de las prácticas y los imaginarios culturales existentes sobre [13] todo en la segunda mitad del siglo XX. ¿Cómo es que ciertas prácticas cotidianas pueden dar cuenta de los modos colectivos de habitar la ciudad bogotana? Establecimientos tales como cafés, librerías o salones de onces funcionan como lugares de encuentro; incluso la calle misma era experimentada como lugar de encuentro y la oportunidad de entablar lazos sociales con desconocidos. La generación de multitudes callejeras alrededor de la conversación, el café, la actualidad social y la coyuntura política sugieren la configuración de un ethos particular en el que la ciudad –entendida como polis– constituye el objeto primordial de la auténtica opinión pública. Dando un paso hacia adelante, observamos las transformaciones físicas e infraestructurales del espacio urbano con los nuevos estilos arquitectónicos que responden a la necesidad de modernización (piénsese en la demolición del Hotel Granada para la futura construcción del edificio del Banco de la República) a partir de mediados del siglo XX; estilos que expresaban la necesidadde adecuarse a los cambios económicos, sociales y culturales que prepararían el terreno para el asentamiento del capital global en la sociedad del nuevo milenio. Por otro lado, si bien la aparición de la técnica fotográfica (analógica) produjo considerables cambios en los esquemas de percepción y el sensorium de los habitantes de la ciudad y de todos aquellos que podían disponer de ella –pues representaba la posibilidad de documentar la realidad y sus hechos ‘tal como’ habían ocurrido–, las nuevas tecnologías y los medios de comunicación –en especial la radio y la televisión– fueron agenciando la “domesticación” de la experiencia y el conocimiento de la ciudad en virtud de su función mediadora y estabilizadora en el contexto de un ambiente azotado por la violencia y la inseguridad generalizada en el país. Hoy en día, asistimos al auge de la mediatización de toda actividad humana, a la estetización de las prácticas, espacios y estilos de vida y a la adecuación del discurrir de la vida cotidiana según las lógica del consumo masivo de bienes y servicios. La calle se convierte hoy en un lugar de miedos, peligros e inseguridades; preferimos cada vez la función estabilizadora e individualizante de los medios de comunicación. La calle constituía el escenario por excelencia en el que el hombre urbano de la modernidad encontraba su lugar en el mundo. En ella acontece permanentemente el diálogo y las [14] múltiples transacciones entre lo público y lo privado. La ciudad moderna –y en particular todos los micro y macroprocesos que tienen y tenían lugar en sus calles– es efectivamente uno de las mayores producciones culturales –por cierto inacabada e inacabable– con las que el ser humano ha demostrado la compleja necesidad de crear su hábitat en el mundo, de proporcionarle sentido a su existencia en conjunto frente a sus semejantes La ciudad como espacio de construcción de la identidad y la memoria colectiva: ¿qué lugar ocupa la ciudad en una época donde las fronteras se han diluido y la que los vínculos con un territorio determinado han perdido considerablemente su fuerza? La práctica fotográfica callejera hoy: preguntas directrices Cada detalle observado en las fotografías callejeras nos da una intuición sobre las prácticas y los modos de ser/estar en la ciudad; a su vez, advertimos que la fotografía callejera en general se mueve, a modo de péndulo, entre la contingencia y la institucionalidad que caracterizan a la vida pública. Observamos la reacción de un par de religiosas ante la presencia de una mujer vistiendo una minifalda; la actitud y disposición corporal de un grupo de hombres coqueteando a un grupo de hermosas mujeres; el plan familiar de comer helado la tarde de un domingo; la timidez de las mujeres al ser capturadas por los fotógrafos callejeros anteriormente mencionados; el regocijo de las parejas caminando por la Carrera Séptima, cogidos de la mano y representando los respectivos roles de hombre- mujer; la indumentaria de los niños y la niñas antes de que apareciera una moda infantil propiamente dicha; la caracterización del anonimato en el cruce de personas desconocidas, etc. “El buen Dios se encuentra de los detalles” –así sostuvo insistentemente, por ejemplo, el genial historiador y crítico de arte alemán Aby Warburg mientras desarrollaba su más ambicioso proyecto del Atlas Mnemosyne7. Con todo lo dicho, cabe plantear las siguientes preguntas, de las que se espera, si no responder a cabalidad, al menos sugerir pistas para encaminar su desarrollo a profundidad desde un análisis visual que valore el sentido de este tipo de imágenes fotográficas en tanto 7 Cf. Didi-Huberman, G. (2001), op. cit., pp. 442 y ss. [15] soportes de la memoria urbana que resisten al olvido en una época donde nada perdura y todo aparenta ser sustituible por cualquier cosa: En un contexto de violencia vivido a lo largo de medio siglo, ¿cómo puede el pasado iluminar nuestra situación actual en cuanto a los rasgos característicos que definen nuestra forma de habitar la ciudad? ¿Qué papel juega la imagen –especialmente la imagen fotográfica callejera– en la construcción y recuperación de la memoria colectiva de la ciudad? ¿Estamos condenados a la nostalgia cada vez que nos referimos a la Bogotá antigua que alguna vez vivieron nuestros antepasados? ¿Tienen las imágenes un poder intrínseco para orientar la construcción de un proyecto colectivo de ciudad en un contexto determinado por la indiferencia, la desconfianza, el individualismo y los efectos alienadores de los medios de comunicación y el mundo del consumo? ¿Cómo comprendemos el habitar la ciudad? ¿Pueden ser las imágenes una forma de habitarla? ¿Por qué la práctica de la fotografía callejera ha desaparecido, limitando su existencia a los pocos fotógrafos callejeros que se encuentran en la principal plaza de la ciudad? ¿Puede recuperarse dicha práctica? ¿Y su recuperación podría significar la reactivación de la construcción poética de la ciudad, así como el restablecimiento de la memoria urbana? ¿Cómo entender la práctica fotográfica callejera como parte del desarrollo poético de la experiencia cotidiana en las calles de la ciudad? ¿Cuál ha sido la importancia del oficio de fotógrafo callejero en la construcción de un conjunto denso y heterogéneo de imágenes de ciudad? [16] Hombres con ruana y zapatos en la esquina suroriental del cruce de la Carrera Séptima y la Av. Jiménez. Saúl Orduz, años 60’s. Líneas de aporte de la investigación El presente trabajo tiene sus raíces en un temprano interés por explorar los diversos despliegues que las cuestiones de la estética filosófica, la filosofía del arte, la hermenéutica contemporánea y la filosofía de la cultura tienen en la realidad empírica, y más específicamente, en la realidad social de la ciudad bogotana. Bien podría decirse que este ejercicio de reflexión es un producto mediato de las reflexiones desarrolladas en mi monografía de grado del pregrado en filosofía (2014), titulada “El arte como acontecimiento y la historia del arte a través de la mirada como una forma de cuidado- creador. Un análisis en torno a Martin Heidegger y Régis Debray”. Allí tuve la oportunidad de indagar por primera vez sobre los posibles puentes entre un ethos (partiendo de la observación del ethos griegos constantemente caracterizado y reivindicado por el filósofo alemán) y una estética del acontecimiento (Ereignis), en donde la obra de arte ocupa un lugar protagónico a la hora de mostrar la naturaleza ontológica de la relación que guarda el ser humano con el mundo que habita. Pero el puente entre lo ético y lo estético del acontecimiento no llega a ser efectivamente real sin la actividad de la mirada, siendo ella misma una construcción histórica y cultural. [17] De ahí que la perspectiva mediológica de Debray8 haya permitido descubrir que el elemento conductor entre una ética del habitar y una estética del acontecimiento es la mirada como proceso histórico que se sirve materialmente de diversas técnicas y tecnologías, tanto de producción de la imagen como de interpretación visual. Así pues, el problema de la mirada recayó finalmente –una vez emprendido mi formación sociológica gracias a las primeras incursiones en el campo de la sociología de lo simbólico, la sociología del arte y la sociología visual– en el vasto mundo de la fotografía, sus usos sociales, su modos de producción y reproducción, las formas de apropiación de su contenido y de su sentido en tanto práctica, y su capacidad para interpelar la sensibilidad académica de cara a la introducción de nuevos métodos de investigación sociológica: esto es, en su poder epistemológico para transformar la manera tradicional –positivista– de hacer sociología. No contento con los grandes avances conceptualesadquiridos en el campo de la filosofía, el azar y la causalidad propias de la experiencia me llevaron a fijar la atención sobre los archivos fotográficos de mi familia, gracias a una espontánea conversación con mi abuela acerca de esas curiosas fotos a blanco y negro que retrataban a personas de cuerpo entero, en movimiento, mientras caminaban elegantemente por las calles de la ciudad. Y fue ese elemento urbano, ajeno a lo familiar, lo que me cautivó y me condujo a plantearme una serie de preguntas en torno a las múltiples relaciones entre el contenido de aquellas imágenes y la memoria viva de la experiencia pretérita, entre el ámbito de lo público y de lo privado y entre la Bogotá antigua –“chachaca”– y la Bogotá contemporánea –híbrida, “glocal”–. Fue así como entonces surgió la pregunta por la ciudad a partir de lo que muestran las antiguas fotografías callejeras, como manifestación del deseo por comprender las razones por las cuales no vestimos de la misma manera, hablamos diferente, nos socializamos de distintas formas, no habitamos los mismos espacios del mismo modo y ya no sentimos más que un sentimiento de nostalgia de ciudad al ver una de estas imágenes fotográficas. Del álbum familiar a la pregunta por la ciudad y, más concretamente, a la cuestión sobre cómo habitaban los ciudadanos de la Bogotá antigua y cachaca, de la Bogotá lluviosa, de 8 Debray, R. (1992), Vida y muerte de la imagen. Historia de la mirada en Occidente. Barcelona: Paidós, 1994. [18] sombrero y de corbata. Primer cruce del interés filosófico con el problema de la sociología urbana, poco atendido desde hace más o menos 15 años: el habitar: ¿qué significa habitar la ciudad [latinoamericana] hoy en día, cuando las dinámicas de la globalización diluyen las identidades que alguna vez se mantuvieron relativamente estables, cuando las fronteras se tornan difusas y no hay un espacio claramente delimitado sobre el cual asentar los vínculos identitarios con un territorio específico? Así pues, esta investigación se encuentra plenamente atravesada por el interés observar cómo, en la medida de lo posible, se concreta la definición filosófica (ontológica, existencia y fenomenológica) del habitar heideggeriano en la realidad social de nuestra ciudad bogotana, sin dejar de lado las particularidades de su dinámica y estructura sociales, como también las de su población y del devenir histórico cultural que les son propias. Sociología urbana del habitar No obstante, la observación de las transformaciones del habitar urbano cuenta con un recurso que hasta el momento no ha sido tenido en cuenta con mucha preocupación por el campo de la disciplina sociológica, a saber: las antiguas fotografías callejeras y, en general, la fotografía de paisaje urbano desde el punto de vista de quién la vive –a diferencia de las panorámicas o los planos aéreos que representan el punto de vista omnisciente, la perspectiva de Dios–. De manera que se ha escogido la fotografía callejera en general como el instrumento para extraer un conocimiento histórico-cultural de las formas poéticas del habitar urbano; o, dicho de otro modo, se trata de sugerir la posibilidad de conocer la ciudad a través de la imagen fotográfica, reconociendo, a su vez, que la práctica fotográfica callejera tiene como condición material de posibilidad la consolidación de la ciudad moderna propiamente dicha. Forma y contenido, en la imagen fotográfica, solucionan su aparente oposición en la noción de poética, en tanto la fotografía callejera se erige como poética cuyo “contenido de representación” da cuenta de otras formas poéticas de la experiencia cotidiana en las calles de la ciudad. Segundo cruce disciplinar: la filosofía de la imagen y la relación entre la estética filosófica y la historia del arte ponen sus herramientas al servicio de un ejercicio de sociología visual centrado en la cuestión del habitar urbano en Bogotá. Finalmente, pero no menos importante, aparece la cuestión de la memoria. La imagen fotográfica aparece aquí como móvil de la memoria que nos traslada hacia un pasado vivido [19] y anhelado por nuestros padres y abuelos. La fotografía opera como una suerte de portal del tiempo, moviliza relatos y sentimientos… es patética. Pero la memoria también se encarna en las construcciones y edificaciones que componen el paisaje urbano de la ciudad; dichas construcciones se erigen como testigos del transcurrir de los años, de las cosas, de los movimientos y de las personas. Y esta pasar del tiempo es justamente lo que es posible atestiguar, salvaguardar, gracias a la práctica fotográfica callejera y al sofisticado ojo de reporteros gráficos reconocidos y de los anónimos fotógrafos ambulantes. En síntesis, el presente trabajo constituye el producto de un proceso de reflexión que busca integrar los aportes de la estética contemporánea con las herramientas conceptuales y metodológicas de la sociología del arte, de la sociología de lo simbólico y de la sociología visual. En todo el sentido de la palabra, la investigación es un texto, un tejido que se vale tanto de la perspectiva filosófica de cara al planteamiento de problemas cuya importancia ha sido notablemente menoscabada a favor de una mirada microsociológica de la interacción social, y que a la vez se sirve del agudo sentido sociológico que conduce a establecer criterios de operacionalización de los conceptos con los que trabaja la filosofía, a fin de aterrizarlos y ponerlos en diálogo con la realidad empírica, social, en el marco del desarrollo de las relaciones de poder protagonizadas por las diferentes clases sociales que actúan en la estructura social. No sobra destacar el intento por establecer una importante complicidad entre texto e imagen. Complicidad que posee una consecuencia epistemológica de suma relevancia a la hora de comprender las transformaciones histórico-culturales de los procesos del habitar cotidiano de la ciudad, sin que ello implique la reducción a una construcción historiográfica de un relato lineal del devenir urbano. En últimas, lo que está en juego es la apuesta por construir una historia cultural de la ciudad que rompa con los cánones de la linealidad positivista de la Historia y, en cambio, reconozca el potencial de la imagen fotográfica para llevar a cabo saltos anacrónicos, sí, pero coherentes según una lógica, no de la racionalidad pura, sino de una lógica en la cual la imaginación, los afectos y las sensibilidades [20] desempeñen un rol fundamental en la construcción de un futuro atlas del habitar bogotano. ¿POR QUÉ PENSAR LA CIUDAD BOGOTANA DESDE LA IMAGEN FOTOGRÁFICA CALLEJERA? Justificación del problema La primera pregunta que debe responder el presente proyecto concierne a la delimitación temporal propuesta en el título. Se ha escogido un amplio intervalo (1930-1970) que a primera vista no posee un referente histórico suficientemente destacado para intuir una posible respuesta. Sin embargo, la década de 1930 constituye un período a partir del cual se logran identificar claramente los primeros síntomas de la modernidad en términos arquitectónicos de la construcción de una nueva ciudad9, ciudad que busca adaptarse simbólica y materialmente a las exigencias económicas, políticas y culturales del proyecto modernizador que se perfila a nivel internacional y que se verá plasmado en la configuración del espacio urbano y las relaciones sociales al interior de las ciudades capitales latinoamericanas. 9 Arango, S. (1997), “Arquitectura colombiana de los años 30 y 40: la modernidad como ruptura”, en Revista Credencial Historia, n. 86, 1 de febrero de 1997. Versión digital recuperada de: http://www.banrepcultural.org/node/32547. Ejercicio de montaje fotográfico a partir dela selección de fotografías descubiertas en el archivo familiar de mi amiga Laura Morales. Las fotografías giran en torno a 1947-1950. Se organizaron según tamaños y posturas corporales. Fotografía del autor, septiembre de 2017. [21] En este sentido, resulta necesario precisar los significados que han sido otorgados a los términos de modernidad y modernización con el fin de evitar malinterpretación. Por un lado, la modernidad refiere particularmente a un movimiento cultural que se expresa en distintas esferas tales como la arquitectura, las costumbres, los discursos, las políticas, las filosofías y las estéticas; es decir, posee una connotación principalmente ética y cultural (ethos). Mientras que el concepto de modernización designa específicamente un proyecto de índole económica, tecnológica, productiva e infraestructural. Concretamente, La modernidad se asume en Colombia como una proyección hacia el futuro, con el progreso como mito. El movimiento moderno en la arquitectura europea fue un sueño cultural proyectado a la sociedad del futuro, rompiendo los lazos de la tradición. Por otra parte, en América Latina y Colombia la modernidad es tomada como un proyecto económico y social en primer lugar y como cultural y estético en segundo orden (Arango: 187). Es así como en los años 30 del siglo XX llega a nuestro país una no muy clara idea de la modernidad con el referente de las sociedades consideradas avanzadas, en este caso Europa y Estados Unidos10. Si bien a partir de esta década se reconoce la ruptura de la ciudad, en las formas arquitectónicas, con respecto a la Bogotá colonial y republicana de cara a la introducción de la modernidad, esto no quiere decir que la selección del punto de inicio del estudio se limite al criterio arquitectónico en el sentido de la proyección exclusivamente material de la ciudad; pues ello implicaría retornar a la idea de la ciudad como espacio ocupado que supone la concepción del habitar entendido en términos de la vivienda y la edificación. Después de todo, es importante rescatar que este tipo de construcciones determinó en gran parte la imagen de ciudad que se tenía proyectada para la época en contraste con la antigua ciudad colonial y republicana; una imagen, por cierto, que no obedeció a una planificación ordenada sino más bien a la transformación puntual de algunos de los sectores más importantes del centro histórico y simbólico de Bogotá. Por el contrario, lo que aquí se quiere sostener es la tesis según la cual la ciudad es un espacio habitado, donde el habitar designa una condición ontológico-existencial tanto de los individuos como de los grupos sociales que mantienen una relación particular con determinado territorio. De esta manera, 10 Perilla, M. (2008), El habitar en la Jiménez con Séptima en Bogotá. Historia, memoria, cuerpo y lugar. Bogotá: Facultad de Artes, Universidad Nacional de Colombia, 2008, p. 79. [22] lo sintomático que caracteriza la ruptura del espacio arquitectónico proyectado en las décadas de 1930 y 1940 en Bogotá consiste en que la ciudad que empieza a construirse en este momento va estableciendo poéticamente las condiciones de una nueva habitabilidad de la ciudad, las cuales se debaten en un conjunto de tensiones entre la identificación con un pasado colonial y republicano y las expectativas de un futuro cosmopolita que marcha de la mano con la modernidad. Estas nuevas condiciones de habitabilidad que se van construyendo implican la acción de una serie de poéticas que se despliegan desde la configuración del espacio urbano en su dimensión física e infraestructural –esto es, desde las formaciones más pesadas y permanentes– hasta el ámbito de la vida cotidiana que discurre en las calles de la ciudad y que adopta una variedad de formas culturales expresadas en prácticas, tendencias, lenguajes, interacciones y costumbres del más variopinto tipo. Así pues, una de las prácticas poéticas más destacadas que permea con creciente intensidad la vida cotidiana de Bogotá en el siglo XX es precisamente la fotografía callejera, aun cuando es cierto que ya a finales del siglo XIX pueden rastrearse los primeros intentos por documentar la apariencia de la ciudad mediante la entonces novedosa técnica fotográfica. En el cambio de siglo la fotografía urbana cumple un papel muy importante a la hora de registrar las transformaciones de la morfología bogotana, tanto como las de los hábitos de sus ciudadanos, las cuales evidencian el paso de una suerte de aldea urbana a la conformación de un espacio urbano propiamente dicho, al interior del cual tienen cabida nuevas prácticas y formas de socialidad. No obstante, debido a las características de la composición de este tipo de fotografía urbana, y a las motivaciones que la soportaban, se conserva la distancia entre la producción de las imágenes de la ciudad respecto de la vida y experiencia cotidianas de los habitantes en relación con el espacio. Fue sólo con la creación y llegada de las cámaras portátiles como la práctica fotográfica11 comenzó a hacer mella en la cotidianidad de la ciudad; el uso extendido de la fotografía permitió que la vida social de 11 Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (2011), Bogotá vista a través del álbum familiar. Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, 2011, p. 9. Versión digital recuperada de: https://issuu.com/patrimoniobogota/docs/album_familiar_baja. [23] las ciudades entrara en contacto con lo que más tarde se llamaría la “cultura fotográfica”12 y que sería entendida en términos de la “democratización” de dicha técnica. Pues bien, simultánea a la paulatina construcción de edificaciones de nuevo estilo arquitectónico (neoclasicismo-academicismo francés, inicialmente) de cara a la transformación simbólica y material de la ciudad, la práctica fotográfica no sólo empieza a registrar tales cambios sino que se introduce en los nuevos modos cotidianos de habitar las calles de la ciudad –siendo ella misma un modo de habitar– para capturar momentos espontáneos e irrepetibles de la vida callejera, otorgándoles el carácter duradero que sólo el soporte material de la memoria fotográfica les podría proporcionar. Es así como tímidamente aparece la fotografía callejera al igual que los primeros fotógrafos o reporteros gráficos de la ciudad que retratan la vida cotidiana en las calles (como también grandes acontecimientos en la historia de la ciudad). Dicha práctica fue tomando fuerza a mediados del siglo XX y se desarrolló con gran intensidad hasta mediados de la década de los setenta, cuando las nuevas tecnologías (cámaras digitales) sentenciarían el debilitamiento de la fotografía callejera como poética urbana para resguardarse en el ámbito privado de quien quisiera producir una imagen de sí mismo –consciente y deliberadamente– estando en la calle. A propósito de aquellos fotógrafos que retrataron hitos en la historia de la ciudad capital – entre los más prominentes, Sady González (1913-1979)–, tales como El Bogotazo, la fotografía urbana permitió dar cuenta de los cambios radicales experimentados en el habitar de la ciudad luego del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948. Una ciudad en llamas, destruida en casi su totalidad, son lo que muestran las osadas fotografías que Sady capturó mientras se hallaba en el lugar de los hechos; sus fotos son testigo de lo que entonces parecía un apocalipsis urbano en el que nada podía ser peor, donde el futuro era incierto y la pregunta por el mañana no tenía sino sólo un profundo silencio como respuesta. El 9 de abril de 1948 significó la abertura de una grieta para la historia, no sólo de la ciudad sino de todo el país, una grieta que hasta nuestros días ha sido imposible suturar, quedando las secuelas de una herida incapazde sanar y repercutiendo en las formas 12 Cf. Bourdieu, P. (1965), Un arte medio. Ensayo sobre los usos sociales de la fotografía. Barcelona: Ediciones Gustavo Gili, 2003. [24] de socialización de los habitantes de la ciudad –los cuales ya no son necesariamente de origen urbano–. Este acontecimiento, esta fecha que ha quedado grabada en el inconsciente colectivo del país, constituye un punto intermedio o de transición dentro del período propuesto en esta investigación; pues se trata justamente de leer y comprender, a través de las imágenes fotográficas de la calle bogotana, las distintas transformaciones, luchas, tensiones supervivencias, transfiguraciones, torsiones y permanencias experimentadas en los modos del habitar urbano vistos desde las prácticas de la cotidianidad, del simple –pero a la vez rico– estar-en-la-calle. Así como antes del 9 de abril se podía advertir en la naciente fotografía urbana la coexistencia de un pasado colonial con uno republicano, evidenciado no sólo en la composición arquitectónica de la ciudad sino en las características demográficas de su población (indígenas, campesinos, europeos y otro sujetos vestidos de frac y sombrero de copa); así mismo, luego de tales acontecimientos, se observa en la nueva iconografía fotográfica de la ciudad la misma coexistencia –aunque totalmente renovada y transformada– de arquitecturas heterogéneas (sumando ahora el elemento moderno que, en ocasiones, acabó sustituyendo la existencia de hermosos edificios que tuvieron que ser demolidos), y de personas, las cuales, siendo víctimas de la violencia, han hecho parte de la explosión de la ciudad –hacia el norte para las élites, hacia el centro y sur para las clases populares– y de su recomposición demográfica. Una coexistencia que significa el repoblamiento de la ciudad por sujetos provenientes de las zonas rurales más afectadas por el conflicto y que decidieron venir a la ciudad capital en busca de oportunidades sin saber que lo que les esperaba, encontrando finalmente todo menos la satisfacción a sus expectativas y contribuyendo al deterioro tanto del espacio público como del espacio de las relaciones sociales. Pues tales fotos no dejan de insistir en que algo ha ocurrido, algo que inclusive podría ir más allá de la lectura histórica y política oficiales que han predominado en la comprensión de los hechos del 9 de abril y su incidencia en la vida social nacional. Las fotos callejeras (o ‘instantáneas’) nos permite acceder al dominio de la vida cotidiana antes y después del crucial acontecimiento; y es allí donde podremos rescatar una suerte de memoria urbana que ha quedado relegada debido a la fuerza legitimadora de la historia oficial y de las [25] perspectivas teóricas que han interpretado el significado de este acontecimiento en términos estructurales de la política, la economía y la sociedad, dejando a un lado el punto de vista de lo cotidiano, en donde se debaten las luchas de lo micropolítico (el cuerpo) y lo micropoético (las prácticas) en el habitar bogotano. De modo que un ‘antes de’ y un ‘después de’ El Bogotazo constituyen los dos puntos de referencia históricos para examinar dichas transformaciones en el habitar urbano y las poéticas de la ciudad. Lugar donde fue muerto Jorge Eliécer Gaitán, salida del edificio Agustín Nieto. Foto de Sady González, mayo de 1948. Fototeca del Archivo de Bogotá. [26] Conmemoración de los 70 años del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, 9 de abril de 1948. Foto del autor. HIPÓTESIS La presente investigación parte de la idea según la cual las características ontológicas, técnicas y epistemológicas de las fotografías instantáneas callejeras abren la posibilidad, junto con una variedad más amplia de imágenes de ciudad, de establecer un puente entre las esferas de lo estético y lo ético, teniendo en cuenta que la elaboración de este puente sólo es posible en la medida en que se presupone la actual distancia entre ambas esferas. Una distancia provocada por los tiempos modernos, por una mentalidad cada vez fragmentada, individualizada, especializada y compartimentada, que acaba por separar lo que originariamente –desde la antigüedad griega, por ejemplo– nunca estuvo desconectado y nunca se experiencia como un campo aislado con respecto a la vida cotidiana. No se trata de sugerir un posible retorno al modo de vida griego, para el cual polis, religión y arte se hallaban íntimamente vinculados en la experiencia cotidiana de cada ciudadano (vale recordar, ciudadano libre). No; por el contrario, se destaca la importancia de advertir las razones por las cuales nosotros –habitantes de la ciudad de Bogotá, clásicos, modernos y/o [27] contemporáneos– no somos griegos en el sentido de que nuestra experiencia cotidiana parece no estar fuertemente ligada a los procesos sociales del arte, la cultura, la ciencia, la política, la religión e, incluso, de la calle, sino única y exclusivamente cuando resulta necesario (ir a misa los domingos, visitar los museos los fines de semana, hacer diligencias de manera obligada, ser-político cada cuatro años en elecciones, etc.). Hay una fuerte desconexión entre lo estético y lo ético. Y esta desconexión no es abstracta ni conceptual, sino sensible. Hemos olvidado que hay una estética de la existencia al mismo tiempo que una economía ético-política de las sensibilidades, y son justamente las fotografías callejeras –producidas en grandes cantidades a partir de mediados del siglo XX en la ciudad– aquellas producciones culturales cuya forma y contenido nos permiten ganar conciencia estos puentes rotos que aquí pretendemos reconstruir, re-ligar. En este sentido, las antiguas fotografías callejeras se convierten en símbolos culturales propiamente dichos (y en su significación originaria), si bien symballein designa la acción de reunir lo que en algún momento se distanció: El symbolon, de symballein, reunir, poner junto, acercar, significa en su origen una tessera de hospitalidad, un fragmento de copa o escudilla partido en dos y repartido entre huéspedes que transmiten los trozos a sus hijos para que un día puedan establecer las mismas relaciones de confianza juntando y ajustando los dos fragmentos. Era un signo de reconocimiento, destinado a reparar una separación o salvar una distancia. El símbolo es un objeto de convención que tiene como razón de ser el acuerdo de los espíritus y la reunión de los objetos. Más que una cosa, es una operación y una ceremonia: no la del adiós, sino la del reencuentro (entre viejos amigos que se han perdido de vista). Simbólico y fraternal son sinónimos: no se fraterniza sin tener algo que compartir, no se simboliza sin unir lo que era extraño. En griego, el antónimo exacto del símbolo es el diablo: el que separa. Dia-bólico es todo lo que divide, sim-bólico todo lo que acerca13. 13 Debray, R. (1992), Vida y muerte de la imagen. Historia de la mirada en Occidente. Barcelona: Paidós, 1994, p. 53. [28] ¿Serán entonces las antiguas fotografías callejeras un objeto destacado que nos permite reencontrarnos con un pasado que percibimos lejano pero que ciertamente aún nos pertenece en tanto parte de nuestra identidad como habitantes de Bogotá? Por otro lado, la fotografía callejera se perfila como una herramienta que permite capturar los elementos más significativos no sólo del paisaje urbano (donde figuran edificios, calles, monumentos y otro tipo de construcciones), sino también del pasaje callejero, siendo la Carrera Séptima bogotana el pasaje urbano a cielo abierto por excelencia; un pasaje donde transcurren permanentemente personas y mercancías, y al mismo tiempo un pasaje donde la carga simbólica resulta der tan fuerte que podría llegarse apensar que se trata de un corredor en el cual es posible experienciar (ver, oler, oír, saborear y tocar) los contrastes entre una ciudad decimonónica –colonial y republicana– y la Bogotá moderna y posmoderna. OBJETIVOS Objetivo general Establecer las bases conceptuales y metodológicas necesarias para la construcción de un atlas urbano que dé cuenta de algunas de las transformaciones culturales del habitar cotidiano en las calles de Bogotá (1930-1970), a partir de la selección de un conjunto de ejes temáticos que representan diversas tensiones alrededor de las cuales se configura la estructura de la experiencia cotidiana en el espacio público de la ciudad. Objetivos específicos [29] Construir una propuesta conceptual donde el habitar urbano sea entendido desde una perspectiva poética-teatral por medio de lo que muestran las múltiples imágenes fotografías encontradas. Precisar el significado colectivo de las fotografías callejeras que sean halladas en los distintos álbumes familiares explorados, a fin de expandir la significación que adquiere predominantemente en el ámbito íntimo-privado del hogar. Recoger y seleccionar el material visual pertinente a través de la consulta de archivos digitales, bibliotecas, museos, álbumes familiares y páginas web. Clasificar el material visual por tipologías, (paisajes urbanos, paseos callejeros, acontecimientos históricos, aglomeraciones, individuos, etc.). Analizar el material visual en función de las características coreográficas-teatrales representadas en cada una de las fotografías callejeras. LO PENSADO Y LO POR PENSAR, LO VISTO Y LO QUE QUEDA POR MOSTRAR Estado del arte [30] Montaje comparativo del cruce de la Carrera Séptima con Avenida Jiménez, 1900 vs. 2017. Realizado por Diana María Duquev, publicado en Bogotá Antigua (Facebook). A continuación, se ofrece una breve revista de lo que distintos autores, desde diversas perspectivas teóricas y conceptuales, han planteado en relación con los ejes vertebrales que estructuran la investigación: ciudad, imagen y memoria. [31] Sobre la ciudad: un acercamiento sociocultural desde lo global y lo latinoamericano hasta la compleja ciudad de Bogotá. En las últimas décadas se ha observado un incremento considerable de la literatura interesada en abordar el problema urbano desde una preocupación por dar cuenta de la especificidad de la ciudad contemporánea en relación –o por contraste– con las direcciones o líneas de fuerza que orientaban su desarrollo desde un proyecto modernizador, las cuales se vieron cuestionadas por el inesperable impacto que las sociedades iban experimentando una vez que el capital global se instauró como rector de las diversas actividades humanas. La disolución de fronteras claras y distintas –vinculantes– ponía en tela de juicio la concepción originaria de la ciudad, siendo ésta producto de una intención existencial por dar lugar a un conjunto de individuos dentro de un mismo territorio a través de la demarcación de unas fronteras evidentemente distinguibles. Con la globalización de la actividad económica el problema de la ciudad –su expansión y su acelerado crecimiento– nos llevan a preguntarnos por el futuro de aquellos que habitamos en ella. Esta es tal vez una de las principales razones por las cuales las consecuencias sumamente complejas de la división del trabajo, la especialización disciplinar, y la cada vez más acentuada fragmentación y dispersión de los conocimientos, hicieron que los estudios sobre la ciudad dejaran de lado la intención de crear una teoría o una filosofía general de la ciudad global contemporánea. Es así como vemos estudios de distinto enfoque disciplinar, metodológico y epistemológico tales como la sociología urbana, la antropología urbana, los estudios urbanísticos, la teoría de la ciudad desde un punto de vista arquitectónico, la psicología urbana, la geografía urbana la historia urbana y otro sin fin de perspectivas particulares que tienden a concentrarse en un fenómeno singular y a través del cual pretenden observar lógicas más generales de tipo económico, político, social, estético y cultural, con el fin de dar un mayor alcance explicativo a este tipo de reflexiones. Sin embargo, parece insuficiente querer reunir este conjunto de esfuerzos fragmentarios para confeccionar una especie de panorama –o imagen– general de lo que son los rasgos constitutivos de la ciudad contemporánea y, específicamente, de una ciudad como Bogotá, dentro del contexto actual de la globalización. [32] La ciudad global: impactos socioespaciales del capital globalizado. Uno de los análisis más destacados en torno al problema de la ciudad en el contexto de la globalización ha sido desarrollado por la socióloga holandesa Saskia Sassen (1991)14, quien ha propuesto una mirada sumamente compleja y abarcadora sobre un tipo de ciudad que ha denominado como ciudad global. Éste, junto con otros trabajos, pretende construir una perspectiva general de los condicionamientos, las estructuras y las características más sobresalientes de las actuales megaciudades del mundo contemporáneo. La ciudad global tiene como puntos de referencia empíricos a las ciudades de Nueva York, Londres y Tokio, reconociendo la existencia de otras ciudades de este tipo como París y Frankfurt. La reflexión acerca de la ciudad global implica reconocer dos aspectos básicos: primero, el surgimiento y la consolidación de un sistema financiero posibilitado por la descentralización de la actividad económica, donde la lógica de producción industrial – ligada a los Estados-Nación– ha sido desplazada por los grandes flujos transaccionales de capital y el ofrecimiento de bienes y servicios a lo largo y ancho del globo; el segundo aspecto tiene que ver con el auge de las tecnologías de la información y de la utilidad funcional que desempeñan las enormes redes de comunicación que conectan los lugares más distantes para garantizar el flujo ininterrumpido del trabajo y la producción al interior de las empresas multinacionales. Como punto de partida, la autora señala la combinación simultanea entre un espacio disperso y una integración global que ha creado un nuevo rol estratégico para las ciudades grandes15. Este doble proceso entre una dispersión o descentralización de la actividad económica acompañada de la integración de los espacios de funcionamiento del capital global caracterizan la posición que tienen estas ciudades dentro del actual contexto de la sociedad mundial; dicho proceso tiene a su vez un impacto masivo en la actividad económica internacional, donde “las ciudades toman el control sobre bastos recursos, mientras las industrias financieras y de servicios especializados reestructuran el orden 14 Sassen, S. (1991), The Global City: New York, London, Tokio. Princeton, New Jersey: Princeton University Press, Second Edition, 2001. Las citas realizadas en lo que sigue han sido traducidas por mí al castellano. 15 Sassen, S. op. cit., p. 3. [33] social y económico de las ciudades”16. De ahí que el segundo rasgo de los impactos masivos de este doble proceso recaiga sobre una nueva organización del espacio físico de las grandes ciudades, existiendo un paralelo entre los procesos de base económica, la organización espacial de las ciudades y la estructura social, que a pesar de las diferencias históricas, culturales, políticas y económicas, las grandes ciudades se ubican en el conjunto de procesos globales, trayendo consigo la estructuración de la economía mundial. A este respecto, la autora se pregunta por las razones de que las estructuras claves de la economía mundial se encuentren necesariamente situadas en la ciudad o, en otras palabras, sobre cuál es el papel que desempeñan lasciudades dentro de la estructura de la economía mundial. La autora afirma que entre más globalizada se halle la economía, mayor será la aglomeración de las funciones centrales en pocos lugares17. Esto tiene que ver con su advertencia de que no importan tanto los flujos de información que la nueva estructura de la economía mundial requiera para su funcionamiento como la dimensión física, espacial e infraestructural que dicha estructura exige para garantizar que la dinámica del capital global sea efectivamente real. Cabe señalar que la autora parte de un punto histórico específico –a saber, la década de 1960– en la que la nueva organización del sistema económico mundial se basa en la formulación de las políticas económicas internacionales propuestas inicialmente por los Acuerdos de Bretton Woods. Es así como en la década de 1980 esta nueva organización de la economía mundial se consolida, haciendo evidente no sólo el surgimiento del actual sistema financiero –acompañado del auge de las tecnologías de la información y las telecomunicaciones– sino la expansión de la especialización de la producción. La autora insiste en fijar prioritariamente su atención sobre la práctica del control global y no tanto sobre el ejercicio del poder de la naciente estructura, como su principal estrategia metodológica para abordar el problema del lugar de las ciudades en el contexto de la globalización. 16 Ibíd., p. 4. 17 Ibíd., p. 5. [34] En una conferencia pronunciada en La Haya en noviembre de 1998 en el marco de la Megacities Foundation titulada Las economías urbanas y el debilitamiento de las distancias18, la autora resume su análisis sobre las ciudades globales y resalta la importancia de concentrarse en dos aspectos estructurantes de dichas ciudades; en primer lugar, el enfoque sobre las condiciones materiales del funcionamiento del capital global y, segundo, el requerimiento de espacios físicos concretos para el control, la gestión y la administración de las transacciones financieras y el flujo de bienes y servicios. Teniendo en cuenta lo anterior, se deduce que la expansión del capital global necesita del emplazamiento cada vez más evidente de pequeños puntos centrales donde se articulan las redes económicas que disuelven las distancias físicas tradicionales. La ciudad, por tanto, hace parte integral de esos puntos centrales que van a servir como ejes de contacto para la dinámica económica actual, de manera que el tipo particular de ciudad que se construye debe asumir el reto de recibir una creciente demanda de bienes y servicios por parte empresas de todo los sectores industriales haciendo que la ciudad se convierta en un espacio, si no exclusiva, sí primordialmente para la producción19. Uno de los temas cruciales que atraviesa toda la reflexión de la autora sobre las ciudades globales consiste en analizar las consecuencias que la globalización tiene a propósito de la relación entre la ciudad y la nación, esto como dimensión política de los cambios económicos. Sassen destaca la discontinuidad entre lo que se ha pensado como crecimiento nacional y las formas de crecimiento de las ciudades globales. Aquello que beneficia a una no necesariamente repercute manera positiva en la otra; por ejemplo, ciudades que anteriormente gozaban de un gran desarrollo económico debido a la producción industrial ubicada especialmente en las periferias perdieron su centralidad en la actividad económica en beneficio de las ciudades productoras de bienes y servicios, las cuales llegaron a ocupar un lugar mucho más central en la economía de un país, debido a que ellas juegan en función del sistema urbano internacional y no de la economía nacional, por lo cual acabaron distanciándose de las regiones. Esta consideración nos remite, pues, al problema de la tensión entre la centralidad y la marginalidad. 18 En: AA.VV (2004), Lo urbano en 20 autores contemporáneos, Ángel Martín Ramos, ed., Barcelona: Edicions UPC, 2004, pp. 133-144. 19 Ibíd, p. 134. [35] Como consecuencia del debilitamiento de la producción industrial, los problemas sociales en las ciudades se intensifican, generando así la contracara de la ciudad global, a saber: la ciudad dual, producto de la fragmentación ocasionada por la organización del trabajo, la distribución ocupacional y la gentrificación a nivel residencial y comercial20. Surgen de este modo nuevos hábitos de consumo y, en consecuencia, nuevas configuraciones del espacio urbano dirigidas hacia una población económicamente ostentosa que hace uso de restaurantes y hoteles de lujo, planes turísticos y demás espacios de ocio y entretenimiento, de los cuales quedan excluidos los trabajadores rasos de la ciudad. Así pues, piénsese de igual manera en las consecuencias de la gentrificación –ligada a la especulación del valor del suelo– y en la ocupación de los principales edificios de los centros históricos de las ciudades por parte de personas con altos ingresos que acaban por dejar a un lado –en la periferia– a la población de bajos recursos. En este punto de la discusión, lo que la autora nos propone abordar es una serie de interrogantes sobre el futuro de las ciudades contemporáneas dentro de la lógica de expansión de la actividad económica global: ¿hasta qué punto los recursos humanos y naturales podrán seguir el ritmo de la actividad económica actual? ¿Cuál es el lugar de la producción industrial en el marco de la nueva economía? ¿Cómo anticipar los nuevos índices desigualdad social, entendidos como la principal consecuencia no deseada de la globalización? Todas estas preguntas responden a un programa político e investigativo formulado por la autora con el fin de apropiarnos de la situación que tanto individuos como grupos sociales que habitamos el espacio urbano, estamos experimentando. De todo lo anterior debemos rescatar el aporte metodológico de la reflexión de Sassen alrededor de la ciudad global, el cual consiste fundamentalmente en la efectuación de un giro estratégico que va desde los flujos internacionales de capital e información hasta los efectos sociales localizados en los centros urbanos de importancia. Pero aún más importante es dirigir la atención hacia las condiciones materiales de posibilidad de la 20 Sassen, S., op. cit., p. 9. [36] actividad económica soportada por el sistema financiero, los medios masivos de comunicación y las tecnologías de la información. ¿Cuál es entonces el lugar que ocupan las ciudades latinoamericanas en el marco de las grandes estructuras contemporáneas expuestas anteriormente? Y a su vez, ¿cuáles son los desafíos prácticos y teóricos que debe asumir cualquier intento de abordar una historia cultural de las mismas a través del trabajo con imágenes fotográficas? Las ciudades latinoamericanas en el nuevo (des)orden mundial Ahora bien, ¿qué sucede con las ciudades latinoamericanas en el contexto de la globalización? Vamos a realizar un repaso sobre las perspectivas que han trabajado distintos pensadores interesados en reconocer las transformaciones más importantes de las ciudades latinoamericanas en la actualidad. Como punto de partida, destacamos un libro compilatorio titulado Las ciudades latinoamericanas en el nuevo desorden mundial (2004)21, en el cual se reúnen varios artículos y ensayos dedicados a reflexionar sobre distintos aspectos de las ciudades contemporáneas, teniendo en cuenta la particularidad de cada una de las regiones que componen el continente latinoamericano. En este trabajo compilatorio se incluye igualmente un pequeño escrito de la ya mencionada Saskia Sassen a propósito de la metodología que emplea para hablar de las llamadas “ciudades globales”.Como sabemos, su estrategia atiende a las condiciones materiales de posibilidad que garantizan el funcionamiento ininterrumpido del capital global soportado por redes de comunicación articuladas, gestionadas y controladas desde puntos específicos que pueden ser georreferenciados en las grandes ciudades del mundo conformando así un sistema urbano internacional; la dualidad del proceso de instauración del capital global, conformado por una dispersión de la actividad económica y acompañada por un emplazamiento integral para su funcionamiento, es lo que hará de las ciudades contemporáneas centros destinados exclusivamente para la producción de bienes y servicios en el sector industrial. 21 García Canclini, N. (2004), “El dinamismo de la descomposición: megaciudades latinoamericanas”, en: Navia, P. y Zimmerman, M. (coords.), Las ciudades latinoamericanas en el nuevo desorden mundial. México: Siglo Veintiuno Editores, 2004. [37] En este sentido, toda ciudad que merezca el título de metrópolis ha logrado un desarrollo económico tal que le permite adquirir una independencia y autonomía presupuestales, las cuales, a su vez, le llevan a consolidarse como un ente relativamente autónomo de producción cultural; esto indica, en otras palabras, que la ciudades más importantes dentro de la dinámica global se convierten en referentes culturales autónomos e independientes de los Estados-Nación22. Las ciudades pueden ser pensadas entonces como síntesis y paradigmas –micromodelos– de procesos más extensos de la reestructuración económica que experimenta el mundo contemporáneo. Si bien una característica fundamental de la globalización –y aquí podemos hacer una pequeña acotación para introducir el problemático concepto del neoliberalismo, al menos como es abordado desde la perspectiva foucultiana23– es que promueve a toda costa una filosofía de la perpetua circulación de las cosas; no obstante, dichas cosas adoptan ya no sólo un carácter material y concreto sino que justamente en esta era lo que más circula son signos, es decir, que la globalización va acompañada de una creciente semiotización del mundo24, gracias a la influencia que han ejercido las tecnologías de la información y los medios masivos de comunicación en la vida cotidiana e institucional, tanto de individuos como de grupos y colectivos. Zygmunt Bauman, refiriéndose a Richard Sennett en su libro sobre la Globalización25, afirma que las ciudades que proporcionaban originariamente un sentimiento de seguridad se ha tendido a asociar más con el peligro que con la seguridad misma26; en otros términos, lo que pensadores como Foucault y Deleuze habían llamado “la sociedad del control”, destinada a garantizar un sentimiento de permanente seguridad en las prácticas y actividades de la vida cotidiana de los individuos, tiene como efecto su contrario –la inseguridad– y esto se debe, resumiendo bruscamente, a que la disolución de las fronteras, el desarraigo a un territorio y la liquidación del sentido de pertenencia de los individuos frente a su entorno y a su comunidad originaria de sentido, ha causado en ellos un malestar cultural que se manifiesta en la necesidad y búsqueda afanadas por llenar de sentido la existencia mediante el 22 Op. cit., p. 19. 23 Cf. Foucault, M. (1977-1978), Seguridad, territorio, población. México: Fondo de Cultura Económica, 2006. 24 Cf. Baudrillard, J. (1969), El sistema de los objetos. México: Siglo XXI. 25 Bauman, Z. (1998), Globalización. México: Fondo de Cultura Económica, 2001. 26 García Canclini, N. (2004), op. cit., p. 23. [38] consumo, la espectacularización de las prácticas27 y la estetización del mundo28. De manera que en un mundo regido por la paranoia y la esquizofrenia, lo único que le exigimos al ya debilitado Estado-Nación es que nos garantice la posibilidad de escoger libremente nuestros hábitos de consumo y de crearnos una segunda realidad construida por signos y experiencias simuladas (los simulacros baudrillarianos). En consecuencia, la globalización y la transnacionalización culturales han provocado “una fuerte rearticulación ontológica y epistemológica de las entidades reales culturales y psíquicas”29. Dentro de este trabajo compilatorio se encuentra un artículo de Néstor García Canclini titulado El dinamismo de la descomposición: megaciudades latinoamericanas, cuyo objeto principal de reflexión son las megalópolis caracterizadas “por un desaforado crecimiento y una compleja multiculturalidad”30, concepto que va a ser clave para la caracterización de las ciudades latinoamericanas teniendo en cuenta su desarrollo histórico desde la colonia, pasando por su modernización republicana del Estado, hasta nuestros días posmodernos. García Canclini propone un desplazamiento teórico que va de la pregunta por la cultura urbana a la pregunta por la multiculturalidad. El concepto de multiculturalidad refiere a la coexistencia de distintos aspectos culturales cronológicamente dispares que conviven en un mismo espacio (urbano); es decir, que dentro de una misma ciudad cabe advertir la presencia de otras muchas ciudades, insistiendo en el hecho de que este fenómeno se hace presente al considerar la historia de las ciudades31. García Canclini afirma –refiriéndose al caso particular de México– que éste “es el resultado de lo que las migraciones han hecho en las ciudades al poner a coexistir a múltiples grupos étnicos”32; sin embargo, dicha situación particular refiere no tanto al concepto de multiculturalidad como sí al de multietnicidad. La multiculturalidad es más bien caracterizada por la diversidad urbana –y no tanto étnica– que convive en la actualidad a la manera de una singular sedimentación de etapas coloniales y de periodos posteriores a la independencia, o sea proyectos de 27 Debord, G. (1967), La sociedad del espectáculo. Valencia: Pre-textos, 2010. 28 Lipovetsky, G. & Serroy, J. (2015), La estetización del mundo. Barcelona: Anagrama, 2015. 29 García Canclini, N. op. cit., p. 24. 30 En op. cit., pp. 58-72. 31 García Canclini, N., op. cit., pp. 62-63. 32 Ibíd., p. 63. [39] modernización33. La multiculturalidad consiste, en últimas, en la copresencia de distintas formas de cultura; en este caso, a la presencia de las formas locales junto con las formas nacionales y transnacionales de la cultura. García Canclini identifica tres capas de sedimentación que conforman la multiculturalidad para el caso específico de México. La identificación de estas capas culturales puede ser bastante diciente a la hora de abordar el caso bogotano y la historia de sus formas culturales. En primer lugar, el autor identifica el sedimento de la ciudad histórico- territorial emplazada en el centro histórico fundacional y caracterizada por una estética colonial en su arquitectura; en la segunda capa de sedimentación se encuentra la ciudad industrial, la cual se expande hacia la periferia y cuya densidad de los habitantes tiende a disminuir en el centro histórico de cara a la expansión del territorio urbano; aquí se pueden identificar, a su vez, tres importantes aspectos: (i) los usos del espacio concerniente al proceso de descentralización de la ciudad, (ii) la subsiguiente conformación de unas ciudades policéntricas y (iii) la degradación de los centros históricos para dar paso a otros tipos de urbanización, esto es, para la creación de espacios residenciales en las periferias de la ciudad. La tercera y última capa que García Canclini identifica la denomina ciudad diseminada, pues su principal rasgo consiste en la difusión de los límites que antes la definían como centro urbano; este tipo de ciudad recibe el nombre también de megalópolis. Junto a la expansión física de