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GRAND-HOTEL

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Mirando Filo (desde la vereda de enfrente)
 
Era noviembre de 1978. En junio había sido el mundial de fútbol y el país
vivía las secuelas de aquella fiesta popular. En esos días había dado varios
parciales en la Facultad y me había ido bárbaro. La única duda era mi
performance en el segundo parcial de Oriente, cuya titular, la profesora
Perla Fuscaldo, era un mito de la Facultad. 
 
A la semana siguiente del parcial la ayudante me dice:
  -Beraza, usted tiene que ir al Instituto porque la Titular (Perla) quiere
hablar con Usted. 
 
En ese momento pensé que si me llamaba no era para felicitarme, sino
para darme un sermón y después anunciarme lo peor (siempre fui
pesimista). 
Llegué a la cita indicada en el viejo edificio de Filo en 25 de mayo 217-221.
Por ese entonces los militares recién lo habían pintado. El edificio era un
viejo hotel que me hacía acordar a las películas argentinas de los años
cincuenta. Escalinatas de mármol, techos altos, barandas de hierro otrora
relucientes. Sólo faltaban las mellizas Legrand y el teléfono blanco. En
realidad, era un hotel viejo y recauchutado. El Palace había sido vendido
al estado y desde los treinta hasta Onganía había sido la sede del Banco
Hipotecario Nacional.
 
Como decía, llegué a horario y para mi sorpresa me recibió la adjunta
(que no la quería a la Titular) y me expresa lo siguiente:
-Perla, está tomando exámen y no se sabe a qué hora viene. Vaya a
tomarse un café enfrente y vuelva dentro de un rato. 
 
Cuando la adjunta me está diciendo esto aparece detrás mío otro
hombre que escuchó lo que me había dicho y espetó fastidiado:
-Yo laburo, ¿No lo podemos dejar para otro día?
 
 
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La respuesta fue nada. O esperábamos o podía tronar el escarmiento (eso
es lo que el hombre y yo sentimos), puesto que casi al unísono dijimos:
 
-Vamos a Salisbury y volvemos en un rato. 
-Bueno, dijo la adjunta. 
 
Como suele suceder en estas oportunidades, aunque nos conocíamos
apenas de vista,  bajamos y decidimos ir a esperar en el bar de enfrente.
Salisbury era un  viejo bar al que concurría toda la fauna de Filo. Hoy hay
un super chino. La verdad no era una piojera, pero tampoco era el café
Tabac.
Nos sentamos con el hombre por el fondo y después de expresar ambos
nuestro fastidio y hacer una pequeña catársis, pasó lo que ocurre en los
encuentros primerizos.
 
-¿Cómo te llamás vos me dijo?
-Luis, le contesté
-¿Y vos? 
-Pocho
-¿Pocho qué?, repregunté. 
-No importa, Pocho a secas.  
 
Pocho era un tipo que me doblaba en edad (yo era un veintiañero) que,
como dicen las crónicas policiales,parece saber más de lo que dice. Era
medio petiso, de ojos chiquitos, barba recién afeitada, y orejas estilo
Sr.Spock. Se notaba en él un gran cansancio moral, producto de muchas
batallas realizadas. Quizás lo más interesante era que parecía un
intelectual con acento porteño y sabor a Buenos Aires (probablemente
por eso me causaba una gran simpatía).
 
Después de hablar de los tópicos habituales de los varones: minas y
fútbol (la política estaba prohibida), no se porqué salió el tema de lo que
era Filo. 
 
¡Ah, ahora me acuerdo!. Le dije que yo conocía la sede de Independencia
porque mi viejo tenía un hotel enfrente de dicha sede, que allí había
balconeado los quilombos de la época de Onganía. Y que no entendía la
razón por la cual todo parecía tan quieto ahora.
 
Pocho me miró con cara de compasión, comprendiendo que yo era un
pichón, en otras palabras, un pichi.
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No se si porque tengo cara de bueno, o de otra cosa me dijo:
 
-Mirá pibe, el país está siendo reprimido por los militares. Pero la razón
fundamental son las ideas, no esa patraña de “la subversión apátrida” que
dicen ellos. Esta Facultad tenía gente muy capa que pensaba y hacía
cosas que discutían al pensamiento dominante. Obvio que con errores y
chapusera, pero somos argentinos. 
 
-No sólo me interesó lo que decía Pocho, sino que ví en él muchas ganas
de desembuchar temas que por entonces eran tabú. 
 
-¡Dos cafés, gritó Pocho!. El mozo, un gallego gordo rápidamente corrió al
express.
Luego Pocho, se separó los cuatro pelos que tenía con un peine pantera
que sacó del bolsillo, y me dijo:
 
-Mirá, yo te voy a contar este tema de las ideas y del flor de despelote
que se armó por aquellos años. Todo empezó para mi cuando Onganía
intervino la UBA y puso como Decano a Horacio Difrieri, después de “la
noche de los bastones largos”. Muchos profes renunciaron y se produjo
un vacío muy grande. También hay que decir que algunos Titulares se
rajaron al exterior y dejaron a la tropa en banda. Y aquí vino el tema.
 
-¿Dónde funcionaba Filo?, le pregunté. 
 
Entonces, como si fuera un maestro de bar, agarró el cenicero y los dos
pocillos de café recién tomados y con la birome señaló:
 
-Filo fue trasladada (antes) de Viamonte 430 a Independencia 3065
donde vos la conocés y todavía por esos años funcionaban algunos
Departamentos e Institutos en Reconquista y 25 de mayo. Otros en el
viejo Hospital de Clínicas, y finalmente acá en 25 de mayo 217 . Este
edificio recibió por entonces una mudanza que –como todo acá- se hizo
lentamente.
 
¿Y qué pasó entonces? Le insistí. 
 
Bueno, dijo Pocho, como te decía los milicos colocaron algunos titulares
interinos pero muchas carreras no podían funcionar por falta de
profesores. El caso más emblemático fue Sociología (que se daba en Filo)
que recién volvió a dictarse en 1967.  
 
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¿Eso es todo lo que hicieron los milicos con la UBA?, pregunté ansioso. 
 
-No, contestó Pocho. Hicieron una bonita ley universitaria, la 17245. Por
esta ley la Facultad la gobernaba el Rector y los Decanos puestos por el
poder Ejecutivo, pero asesorados por los profesores titulares. Olvidate del
activismo estudiantil y del reformismo tripartito.
 
¿Y qué efectos produjo? Pregunté.
 
-Mirá, en Filo, algunos profes, un poco por convencimiento intelectual y
otro poco por la época, se fueron radicalizando a la par de los
estudiantes. Ambos ejercieron una gran presión contra los titulares más
conservadores y fachos y contra el Decano. Lo más conocido fue el caso
de las Cátedras Nacionales. Desde el cristianismo social se fueron
peronizando.
 
-¿Qué profesores titulares recordás que se radicalizaron?, inquirí. 
 
-El caso más emblemático fue Sociología. Y esto se relaciona con lo que
te dije antes. Los cargos vacantes de profesores fueron llenados por
cuadros de la Iglesia, lo que pasa que no todos eran ultramontanos, sino
algunos venían de la Iglesia posconciliar. Recordá que recién había
ocurrido el Concilio Vaticano II.
 
-¿A quién recordás especialmente?, olvidándome que teníamos una cita
con Perla y que esto se ponía bueno. 
 
-En primer lugar, a Justino O’Farrell y Gonzalo Cárdenas me dijo Pocho. 
 
-¿Quiénes son esos tipos?, pregunté sorprendido por oir hablar de
personas desconocidas
 
-Bueno, dijo Pocho, eso te lo explico mañana. Yo trabajo por acá. Si
querés, nos encontramos acá en Salisburi a esta hora. 
 
Subamos a ver a Perla, me dijo, y nos dirigimos hacia el Tercer
Piso.                                                 
 
(Continuará)                                                                                 
Luis Fernando Beraza
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Mirando Filo (desde la vereda de enfrente) (III)
 
Después de mi última charla con Pocho en mi cabeza había como dos
temas que me daban vuelta. El primero era que este hombre me había
abierto una puerta hacia un mundo que desconocía. Yo era un joven
inexperto, hijo de la clase media baja, que había vivido hasta entonces
aisladoy desinformado. Huérfano de padre vivía con mi vieja, una
pensionada humilde que hacía lo que podía. Mis hermanos estaban
casados y no vivían con nosotros. De todas maneras, ambos eran
personas despolitizadas, bastante desinformadas, que tenían los
problemas del cotidiano vivir y poco más.
 
El otro tema era Pocho. ¿Quién era este tipo? Había momentos de la
charla que me parecía un tipo inteligente y bien intencionado. En otras,
cuando se entusiasmaba, era un cuadro político-universitario de esos que
retrataba en nuestras charlas. ¿Qué buscaba al conversar con un
desconocido como yo? ¿Sería un guerrillero? ¿O acaso un servicio?. Esta
última idea me aterraba, pero mi curiosidad y mis pocos años me
remitían una y otra vez a la idea de un nuevo encuentro. Así con el correr
de los días estas situaciones se fueron transformando en una obsesión
maldita que no podía comprender ni entender. Y entonces lo llamé.
Atendió del otro lado una  mujer,  muy protocolar ella, quien dijo que
esperara un momento, que me iba a dar con Pocho. Mientras esperaba
en el teléfono pensaba si Pocho no era un apodo medio vulgar para un
capo, además si la mina que me había atendido no parecía demasiado
formal como para llamarlo así. Al fin, atendió.
 
-Hola Luis,¿como estás? Me dijo del otro lado. 
 
 
 
 
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-Yo bien. Te llamaba para seguir charlando. 
 
Se hizo un silencio. Luego dijo: 
 
-Mirá como te dije no podemos hablar en Salisbury. Lo que podemos
hacer es vernos el sábado en otro lado. Yo tengo una casita. ¿Vos dónde
vivís?
 
-En Once, le dije. 
 
-Bueno, ¿Te queda bien que te pase a buscar por la esquina de Belgrano
y Catamarca?. De ahí vamos para mi casa. 
 
La verdad es que me pareció rara la propuesta. Pero no me achiqué y le
contesté: 
 
-Bueno, ¿está bien a las 16 hs?
 
-Convenido. Te paso a buscar con el auto en esa esquina y a esa hora, dijo
Pocho.
 
A la hora estipulada el sábado me pasó a buscar. Tenía un Peugeot 504
muy viejo, pero andaba. Del lado del acompañante viajaba una mujer
que nunca había visto en mi vida. Como Pocho, me doblaba en edad.
Estaba vestida muy sencilla. No usaba pintura. Era muy hermosa. Por la
voz me dí cuenta que era la mina que me había atendido por teléfono.
Pensé que era la esposa.  Hablamos muy poco en todo el trayecto. Una
media hora después Pocho disminuyó la marcha y me avisó:
 
-Mirá Luis, te quiero pedir un favor, ponete la campera en la cabeza.
Después te explico.
 
La propuesta me cayó como una bomba. ¿Quiénes eran estos tipos?
¿Dónde me llevaban?
 
-No pasa nada. Somos buena gente, dijo Pocho. Lo que ocurre  es que
estamos en una época en donde no nos podemos arriesgar a que nos
encuentre el Ejército o la cana.
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-¿Por qué? Dije antes de ponerme la campera sobre la cara. 
 
-Porque tenemos pasado y ellos no nos quieren dejar tener futuro. Vos
quedate tranquilo que esto es una norma de seguridad, sólo por las
dudas. Recién te conocemos.No pasa nada. 
 
Cuando me dieron la orden de sacarme la campera de la cabeza no sabía
donde estaba. Parecía un lugar del Gran Buenos Aires, lejos de todo,
aunque con casitas bajas de clase media. La calle estaba asfaltada, solo
hasta la esquina. Después empezaba la tierra. Los arboles eran una
curiosidad porque los pocos que había o eran recién plantados o estaban
deteriorados. 
 
-Dale pasá, me pidieron amablemente.
 
-Entré y había gente en el comedor.  Serían como diez personas  jóvenes,
de distintas edades, que hablaban amablemente. Parecían amigables. 
 
-Bueno, dijo Pocho. Él es Luis, un compañero de Filo. Nosotros nos vamos
al escritorio porque tenemos cosas que hablar. En un rato vuelvo y me
sumo a esta reunión.   
 
-Todos sonrieron y asintieron a los dichos de Pocho.
 
Entramos a una habitación mediana con un escritorio y dos sillas. No
había libros en las paredes, ni insignias  de nada. Sólo unos cuadros de
paisajes berretas de afiches viejos.
Obviamente tenía ganas de preguntar de qué se trataba  todo esto. Saber
quién  era él, quienes eran los que estaban ahí, qué estaban haciendo.
Pero, de vuelta, me pareció que eso podía ser el fin de una charla que me
interesaba. Por ahí más adelante me animaba.
La cosa empezó como en la última reunión. Me preguntó por dónde
ibamos. Le expliqué que en el momento en que empezaba “la primavera
camporista”. Y entonces émpezó a hablar.
 
Bueno, como te imaginarás, después del triunfo de Héctor Cámpora el 11
de marzo de 1973 hubo un estado de movilización social y política de la
juventud como no se vió nunca. La consigna fue entonces evitar el
continuismo. Así fue que previo al 25 de mayo de 1973 fueron tomadas las
Facultades, en el caso de Filo la sede Independencia y el Hospital de
Clínicas. 
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No sé que pasó con 25 de mayo. De todas maneras, el Rector y los
Decanos anteriores ya no podían hacer nada. 
 
¿Qué pasó a partir del 25 de mayo?, pregunté curioso.
 
-Cámpora, con el aval de Perón, nombró Ministro de Educación al
Dr.Jorge Taiana, un peronista de la vieja guardia y la UBA se la entregaron
a la Juventud Universitaria Peronista (JUP), que por entonces era una
rama de Montoneros. En Filo fue nombrado Decano Justino Ofarrell,
quien ya te lo nombré por las cátedras nacionales.
 
-¿Que pasó después? 
 
-Bueno, dijo Pocho. A diferencia del reformismo universitario
antiperonista o no peronista ya no se buscaba la modernización sino la
revolución en las aulas. Lo primero que hizo la nueva gestión –como era
de prever- fue pedir la renuncia de todos los directores de Institutos de
25 de mayo y separar de sus cargos a aquellos profesores que a juicio de
la nueva gestión (la JUP) habían sido parte del sistema represivo
implementado anteriormente. A algunos que se les vencía el contrato
porque no eran concursados no se les renovó.
 
-¿Hubo lío?, pregunté ingenuamente. 
 
-Obviamente contestó Pocho. Todos los renunciantes y echados sacaron
un comunicado a través del Colegio de Graduados de Filo (ellos) diciendo
que se había expulsado a profesores de trayectoria y se había puesto en
su lugar a simples militantes políticos sin antecedentes, y en algunos
casos, sin título universitario. Por supuesto, también los diarios
tradicionales -como La Nación y la Prensa- hablaron del “asalto a las
universidades”. Lo que pasaba era que entraba ahora en escena un sector
nuevo muy politizado y con intenciones de cambio. Estaban
desesperados como nunca antes.
 
-¿Y....entonces?
 
Como te decía, fue todo muy rápido. Ofarrell con la JUP nombraron a
gente que tenía como elemento común una gran politización y su deseo
de cambios rápidos. Ahora, el problema es que algunos eran inexpertos y
además representaban líneas distintas del peronismo de izquierda.
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Por ejemplo, en Historia se buscaba más la reflexión política que el
conocimiento y la investigación histórica. Todo se remitía a una
interpretación del pasado para justificar la militancia del presente. Como
éste era el objetivo sólo se ocupaban de materias vinculadas a la
Argentina y Latinoamérica. A los otros profesores los dejaron vivir en
general. Creo que una excepción fue el Dr.Angel Castellán al que
separaron del cargo “por falta de rectitud universitaria”, ya que había sido
Decano y represor del movimiento estudiantil. 
 
-¿Qué nuevos profesores se hicieron cargo ahora? ¿Te acordás? Le
pregunté. 
 
-Si. Me acuerdo de muchos. Esperá un cachito que traigo unos cafés y
vuelvo.
Al rato volvió, y sorbiendo un café bastante humilde continuó el relato. 
 
-Mirá tengo memoria pero seguro que me voy a olvidar de muchos. Te
menciono los que me acuerdo. En los Institutosnombraron a Adriana
Puigross en Ciencias de la Educación, a Paco Urondo, como director del
Departamento de Letras (luego vino Eduardo Romano), en el
Departamento de Historia en principio a Rodolfo Ortega Peña (en ese
momento también estuvo a cargo de la conducción de Oriente y de
España, entre otros), a Guillermo Gutierrez como Director del
Departamento e Instituto de Antropología, a María Julia García en el
Departamento de Psicología, y en el Departamento de Ciencias de la
Información a Josefina Pinsker de Olivera). Ah, me olvidaba, a Conrado
Eggers Land como Director del Departamento de Filosofía.
 
-¿Y en otros Institutos de 25 de mayo?
 
-Bueno, de acuerdo a la época, se crearon nuevos institutos y se
cambiaron la conducción de todos. Yo me acuerdo de Eduardo Luis
Duhalde –socio de Ortega Peña- director de la revista “Militancia” y
abogado de presos políticos que asumió como Director del Instituto
Emilio Ravignani después de la renuncia de Ricardo Caillet Bois. Ahorael
Ravignani se pasó a llamar Dr.Diego Luis Molinari. Se creó el Instituto  de
Estudios del Tercer Mundo cuyo director fue Saad Chedid, en el Instituto
de Historia Moderna ocurrió un caso particular: se nombró director a
Gunnar Olson, un sociólogo de las Cátedras Nacionales,creo que era
marido de Alcira Argumedo. 
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Lo interesante es que un Instituto que estudiaba el Renacimiento y la
Modernidad europea fue reemplazado por otro llamado “Centro de
Estudios del Tercer Mundo José Gervasio de Artigas”. Es decir, que se
cambió su conducción y su objeto de estudio. 
 
-Bueno, dije yo, ¿pero había o no había un proyecto de universidad?
 
Como había pasado la vez anterior Pocho miró el reloj y me dijo:
 
-Mirá, hace rato que estamos acá dándole a la lengua. ¿Querés venir el
sábado que viene que no va a haber reunión y podemos charlar mejor. 
 
-Bueno, le dije. Ahora, ¿Cómo me voy de acá?.
 
-Muy fácil. Llamo a un compañero y te lleva.
 
-¿No será molestia?
 
Para nada. Además ¿Cómo te pensabas ir?, dijo riendo.
 
Al rato apareció un gordo grandote de patillas y bigote que me invitó a
subir a un auto desconocido. Subí, me indicó que me pusiera la campera
en la cabeza y al rato estábamos en Capital. 
Eran como las tres de la mañana cuando llegué a Belgrano y Catamarca.
Había sido un día de locos. Caminé dos cuadras (yo vivía en Catamarca y
México) y me acosté a dormir . Bueno, es una manera de decir.
 
(Continuará)    
 
                                          Luis Fernando Beraza
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Mirando Filo (desde la vereda de enfrente) (IV)
La experiencia de la campera en la cabeza, el misterio de la gente
reunida, y las conversaciones con Pocho despertaron  mi  conciencia
dormida: me había dado cuenta que pasaba de todo  a mi alrededor, que
yo vivía en una burbuja, que había una historia desapercibida por la
mayoría y que, en definitiva, había que hacer algo contra la opresión que
se vivía.
Mis sospechas sobre la personalidad y la acción de Pocho me llevaban a
pensar en que no era un policía ni un servicio, pero que tenía una
identidad distinta a la que aparecía en los documentos, que en algo
andaba y yo tenía que averiguarlo. ¿Para qué?. Supongo que eso lo sabría
más adelante.
Pasaron los días y seguí cursando en Filo. No me crucé con Pocho. Era
septiembre de 1978. Se había acallado la euforia del mundial y los milicos
volvían nuevamente a ser cuestionados. Pero en este caso por ellos
mismos. Habían pasado dos años de gobierno, y la política económica de
Martínez de Hoz daba sus primeras bocanadas de agotamiento. Los
militares no parecían tener una opción de futuro, salvo pelearse entre
ellos. En ese sentido la Marina -encabezada por el Almirante Emilio
Eduardo Massera- daba cada vez más señales de disconformismo y
ansiedad para una salida electoral acotada. Parecía como que el Jefe de
la Armada -convencido de que no podía ser presidente usando la
estructura militar- planeaba saltar a la arena civil para ser la única
alternativa a la debacle económica y social.
Que un milico de Marina pudiera imponerle una política al Ejército y
arribar a los más altos planos era una jugada arriesgada, yo diría casi
suicida. Nunca se había dado en la historia argentina.
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-Pero vuelvo a Filo. Un día me comunican que el teórico de Latín II no se
iba a dar en la sede de Independencia, porque la estaban arreglando,
sino en 25 de mayo. Ahí conocí el salón principal de dicho edificio.
Algunos decían que a comienzos del siglo XX había sido el comedor del
Hotel Palace, de Samuel Mihanovich. Era un enorme recinto que daba a
la Avenida Paseo Colón, entre Cangallo y Sarmiento. Estaba enfrente del
Palacio del Correo Central.
Llegué allí con dificultad. Como dije, vivía cerca, pero ese día llovía a
mares. Con decir que el colectivo 56 me dejó a cinco cuadras de 25 de
mayo y Cangallo. Las bocas de tormenta estaban desbordadas, las calles
semi inundadas. Cuando llegué, después de la revisación de rigor de la
policía en la puerta, tuve que tirar el paraguas que ya no servía y sacarme
los zapatos para secarme los pies.
Poco después, al dirigirme al salón encuentro a Pocho en la antesala.
Parecíamos dos náufragos en medio de una tormenta: mojados, un poco
molestos por tener que concurrir a Latín, y la verdad en un estado
lamentable. Yo fui siempre medio rata, pero Pocho –que nunca perdía la
compostura- daba gracia: por primera vez parecía un gato mojado y
asustado. No podía dejar de causarme gracia.
En el salón enorme éramos cinco: él, yo y tres chicas con lentes culo de
botella, esas minas que transitan caminos iguales a uno, pero en una
dimensión paralela. En otras palabras, eran estudiosas pero nunca daban
ganas de hacer sociales con ellas. Sólo podía hablar con Pocho.
El verlo en estas circunstancias generó un clima un poco más íntimo
entre nosotros. Tal es así, que muy animado me dijo: 
-Ché Luis, ¡qué hermoso día para hablar en Latín!
-Sí, espero que a mi me de el “Don de lenguas”, porque no creo que hoy
pueda hablar ni en castellano. 
-Entonces, hablemos en jeringoso, que es lo mismo, me contestó.
Luego de charlar un rato de fútbol, ya que ni de minas se podía
conversar, apareció un no docente, o algo así, que nos dijo con su cara de
poker:
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-La profesora acaba de avisar que no puede llegar, así que la clase queda
suspendida por hoy. 
-¡La reputísima madre! dijo Pocho, mientras las minas culo de botella
desaparecían. 
Eran las seis y media de la tarde y no sólo habíamos ido al pedo, sino que
tampoco podíamos salir por la lluvia torrencial. Se ve que los canas de la
puerta nos vieron cara de desgraciados porque uno vino y nos dijo:
-Eh, ustedes. Dice el Jefe (no sabíamos a qué Jefe se refería) que se
pueden quedar un rato más en el Salón. Nosotros estamos hasta tarde y
tenemos las llaves, así que no se preocupen. 
-Bueno, dijimos a coro. 
La casualidad me volvía a unir a este enigmático y ahora mojado
compañero. 
Lo primero que hizo Pocho es secarse el cuerpo con un pañuelo. Luego
empezó a investigar en el salón la existencia de diarios viejos.  Por suerte,
encontró un pedazo de La Nación y se lo puso en los zapatos.  
-Bueno Pocho, le dije,  ¿Vos conocías este salón?
-Claro, acá en el año 73 mientras fue el período de Cámpora la gente de
Letras pasaba películas que traían del Fondo Nacional de las Artes.
Incluso en algunas oportunidades había pibes y pibas de la Facultad que
tocaban música y cantaban. Lamentablemente duró tres semanas.
-¿Vos lo viviste en persona? le pregunté.
-Claro, la verdad yo venía por una chica de Letras que me volvía loco. De
todas maneras,recuerdo al profesor Eduardo Romano, quien además de
traer ese material empezaba a incorporar otros textos como historietas,
diarios, y revistas que hoy están prohibidos. Además, se modificó el plan
de estudios y se empezó a hablar de literatura y sociedad, tema que hoy
kaput. Me acuerdo también de otros profesores como Jorge B.Rivera, un
especialista como Romano en cultura popular. Aquí mismo (me marcaba
con el dedo) daban clase los profesores.
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-¿Y qué mas pasaba acá?, aproveché para tirarle de la lengua.
-Como sabés, los Institutos marcaban las líneas de investigaciones,
tradicionalmente determinada por el Pope de turno. En ese sentido se
pidió como ya te dije la renuncia de todos y se empezó a operar de
acuerdo a la nueva línea política. 
-¿Y cuál era esa línea política?, pregunté.   
-Mirado a la distancia –con el diario del lunes- lo veo más claro. Al
principio fue la que marcaba JUP-Montoneros y el llamado peronismo de
Base (Ortega Peña-Eduardo Luis Duhalde). En esa primera etapa crearon
un montón de Institutos nuevos, nombraron profesores eméritos a
intelectuales generalmente proscriptos, otros muertos, y se introdujeron
materias que tendían a bajar la línea que se proponían: antiimperialismo,
indigenismo, latinoamericanismo, peronismo de izquierda. Recuerdo al
colorado Jorge Abelardo Ramos leyendo proclamas indigenistas en
América II. Las materias de Argentina y Latinoamérica tendían todas a
decir que la oligarquía aliada del imperialismo británico y luego yanqui
había cooptado las mentes de los jovenes para practicar lo que Arturo
Jauretche llamaba “la colonización pedagógica”, una especie de lavado
de cerebro en contra de los pueblos del Tercer Mundo. Que había que
revisar la historia, abrir la literatura a los sectores populares, reformular
las categorías sociológicas y practicar una nueva pedagogía a favor del
oprimido. En pocas palabras, un enfoque más cercano al marxismo
-¿Y la segunda etapa?, le repregunté. 
-Bueno, creo que esa primera etapa no llegó a concretarse el programa
que ese grupo buscaba. Esto revela –me parece- una indudable
resistencia de un sector llamemos más académico que intentó y
finalmente logró moderar la cosa. Una buena prueba de ello fue el
nombramiento del profesor Enrique Tandeter como Director del
Departamento de Historia. En lo macro la caída de Cámpora y la nueva
línea política de Perón fueron debilitando al llamemos sector más
revolucionario. En pocas palabras, no había un marco político real ni
tiempo para los que quisieron conducir al principio la “Universidad
Nacional y Popular de Buenos Aires”.
-Pero si ya había un sector más moderado en Filo que estaba
reconduciendo las cosas, ¿por qué pasó lo que pasó después?
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-Muy sencillo, porque el peronismo de derecha quería tomar el control.
¿Cómo iba a dejar López Rega, una vez muerto Perón, que Adriana
Puigross fuera Decana de Filo? De ninguna manera. Entonces entraron
ellos. Vino Ottalagano de Rector, de Decano Raúl Sanchez Abelenda, y de
director del Departamento de Historia a finales del 74 Marcelo Bórmida. 
En ese momento, apareció un cana y nos gritó:-
Eh, ustedes dos. Ya paró de llover y se tienen que ir. 
-Bueno, está bien, ya nos vamos, dijo Pocho. 
-Al incorporarnos, me miró y sin mucho prólogo me dijo: mirá ya hemos
hablado mucho. Te invito al lugar que conocés el sábado para hablar del
presente. ¿Te animás?. ¿Venís?
-La sorpresa por la propuesta me desestabilizó. Segundos después, más
repuesto, le contesté:
-Está bien. Voy. Pero necesito que hablemos a calzón quitado. 
-Así lo haré, contestó Pocho. 
-Nos despedimos. 
-Gambeteando charcos, con la cabeza hecha un bombo, y con la
expectativa al rojo vivo subí al 56 y regresé a mi casa. 
(Continuará)
Luis Fernando Beraza
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Mirando Filo (desde la vereda de enfrente) (V)
Luego de la comunicarnos en la semana Pocho me pasó a buscar, esta
vez por la esquina de Independencia y Catamarca en el barrio de
Balvanera. 
El viaje fue ameno. Pocho estaba sólo y yo iba a su lado. Cuando
llegamos a la Avenida General Paz viniendo por Juan Bautista Alberdi
pasó lo esperado: me pidió que me pusiera el sueter en la cabeza hasta
nuevo aviso. No dije nada y me lo puse. 
Minutos después el auto se detuvo y me avisó que podía mirar. Lo hice. 
Como la otra vez, entramos a la misma casa, pero ahora nos quedamos
en el comedor.
Estábamos los dos solos. 
Me ofreció un café. Accedí. 
Se sentó en el sillón enfrente de mi. Cruzó las piernas y como
empezando un discurso me dijo:
-Mirá Luis, te cuento. Como ya te imaginarás, yo soy un hombre grande y
tengo una trayectoria. Por razones de seguridad no te puedo contar mi
vida y tampoco importa  demasiado. Ya habrá tiempo para eso. 
-Bueno, mirá algunas personas estamos armando algo que tiene por
objetivo continuar la tarea de los compañeros de hace algunos años, la
mayoría hoy encarcelados o prisioneros de los militares. La idea es
incomodar a la dictadura mediante pequeñas acciones. A diferencia de
las organizaciones político-militares no vamos a practicar la lucha
armada que todavía ellos sostienen,  por ejemplo los Montoneros. ¿Por
qué? Básicamente porque no da resultado. No es que seamos pacifistas.
No somos progres. Pero en este momento de la lucha ellos tienen todas
las de ganar. La opinión pública todavía está anestesiada. No sabe o no
quiere saber lo que está pasando. Por ahora, nuestro objetivo es molestar,
desorientar, confundir. 
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Que no sepan nunca por dónde va a venir la pelota. Como son medio
burros van a creer que somos más de lo mismo. Y no es así.
Como la cosa venía de confianza, me atreví y le dije: ¿Ustedes son
marxistas, o que son?
Pocho evidentemente no esperaba esta pregunta, pero igual me
contestó:
-Mirá, te lo digo en líneas muy generales. La mayoría de los que
trabajamos en esto como encargados somos peronchos. En otras
palabras, entendemos que por distintos motivos la Argentina no tiene
salida sin ese continente que se llama peronismo. ¿Por qué? Porque no
creemos en un movimiento de alucinados que quieren ser vanguardia sin
la clase obrera. Para nosotros peronismo sin sindicatos es una boludez de
imposible realización. Por otra parte, la idea es llamar a una conciliación
de clases, que es lo único posible. Obviamente para eso primero se
necesita expulsar a la oligarquía de los Martínez de Hoz, los Alemann, y
toda esa mafia que nos gobierna.  
-¿Hay algún antecedente de este acoso en la sombra que piensan hacer?,
dije tratando de entender este experimento.
-Mirá, hace poco menos de de dos años hubo un compañero escritor que
quiso hacer algo parecido pero fue chupado por los militares. El error –
creo- es que consideraba (porque era periodista también) que el mensaje
debía ser casi exclusivo para las Fuerzas Armadas y los medios de prensa.
No podía percatarse que -sin un registro de la opinión pública de
nuestras acciones- éstas serían inocuas a nivel interno.
-Pero, ¿no te parece que trabajar sólo en la Facultad de Filosofía y Letras
es lo mismo que vos estás criticando?. 
-Tenemos gente en distintas partes dijo Pocho, no te preocupes. No
estamos sólos. Hay una base de pibes como vos sin antecedentes
políticos que tienen la ventaja de no tener pasado. Si hacemos las cosas
bien, no nos pueden detectar. Está todo pensado. 
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-¿Cómo se rompería el silencio informativo de prensa?
-Mirá, a las Facultades va la  clase media, que irá comentando lo que
hacemos. Por miedo o extrañezalo van a difundir. Los medios están
hechos para esa gente. En algún momento algo va a salir, a pesar de la
censura. La historia es buena. No se la van a perder. No vamos a mandar
cartas a los medios como hizo este periodista y escritor que te dije. 
-¿Con eso alcanza?, pregunté dudoso. 
-Esta es una primera etapa. De todas maneras, tantos focos al mismo
tiempo los va a confundir. Sumale el hecho de que están peleados entre
ellos. Esto los va a dividir más.
-¿Cuántos somos, quiénes somos? pregunté 
-Ese un dato privado, afirmó Pocho.  En ese momento, se levantó y con
cara de poker me interpeló:
-Bueno, Luis. ¿Agarrás viaje o lo querés pensar?
Era una respuesta complicada. Ya había pensado en los pro y los contra.
Ahora como contra se sumaba que parecía una propuesta delirante. 
Pero, como yo con mis pocos años me pasé la vida leyendo historia la
mayoría de los grandes hechos de la humanidad empezaron así. Me
imaginé al Che Guevara cuando le dijo Fidel de subirse al Granma para
invadir Cuba, o a Hernán Cortez desembarcando en México y metiéndose
en medio del pueblo azteca, o a Domingo Martínez de Irala remontando
el río Paraná instalando un fuerte en medio de las naciones guaraníes,
entre otros. La vida es racionalidad pero –como decía Erasmo en “elogio
de la locura”- una vida correcta no es vida. A mi se me ocurría que un
carnaval, como era la Argentina, sin locura no es un carnaval es un
velorio. No me gustaban los velorios. Pensé en mi vieja que no querría
saber nada por miedo de todo esto. Pero bueno, no tenía porque saber y
además supongo que la tarea –eso creía- no me insumiría más tiempo
del que ya estaba fuera de casa. De esa manera, no sospecharía nada. Así
mis hermanos ni mi familia sabrían nada. Finalmente, mi viejo ya muerto
había sido peronista de Perón. Era un poco seguir el camino que
emotivamente había seguido mi viejo, chofer e inspector de la
Corporación de Transportes de Buenos Aires.
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-Eh, pibe, te pregunté algo, me apuró Pocho (porque me había  quedado
pensando).
-Bueno, le dije, acepto. 
-¡Muy bien! ¡Bienvenido a la Agrupación!
-Gracias Pocho, ¿Qué tengo que hacer?. 
-Por ahora, nada. Tenés que esperar instrucciones. 
-¿Me las vas a dar vos o quién?
-No, yo no. Te las va a dar otra persona, dijo Pocho. 
-¿Quién?-Ya vas a tener noticias, no seas ansioso. A propósito, ¿De qué
cuadro sos hincha Luis?.
-De Veeelez Sarfield. 
-Ok, te pido que vayas a la Facultad hasta que te contacten con algún
escudo pequeño del Fortín . Obviamente que sea visible, pero discreto.
¿Tenés eso? ¿Te vas a acordar?
-Por supuesto, le dije. Lo que me pedís es como preguntarle a un
brasilero si tiene bananas, o a un paraguayo si chupa naranjas. Soy re
fanático de Vélez. ¡Cómo no voy a tener!.
-Bueno, pibe, ahora te llevo, que tengo mil cosas que hacer. 
-Está bien.
Pocho abrió la puerta. Ya estaba anocheciendo en el sórdido suburbio.
Subí de vuelta al auto y reiniciamos el periplo hacia mi domicilio.
Llegamos a Balvanera. Ahora me dejó en la esquina de mi casa: México y
Catamarca. 
Antes de despedirnos Por primera vez, Pocho me abrazó y me dijo: 
-Pibe, te metés en la historia. Ha llegado la hora de actuarla, no sólo de
leerla. 
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No le contesté, caminé como sonámbulo y cuando llegué a mi casa una
sensación de satisfacción me recorrió toda mi mente y mi cuerpo.
(Continuará)
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Mirando Filo (desde la vereda de enfrente) (VI)
Pasaron muchos días desde que tuve la última conversación con Pocho.
Al principio estaba muy ansioso. Era mi primera vez en la política real. Se
había acabado la lectura y ahora –me decía- empezaba la acción. ¿Cómo
sería? ¿Qué me esperaba en el futuro?
Como dije, estaba ansioso.  Llevaba mi escudito de Vélez en la solapa o
en la campera que llevaba a la Facultad. Como era lógico me parecía que
cualquier desconocido que se me acercaba  era mi contacto. Una vez
recuerdo que una compañera vino de una punta del salón de la comisión
de Historia Clásica a dónde estaba yo, que, medio nervioso le dije:
-¿Qué necesitás? ¿Te puedo ayudar en algo?
La flaca, de anteojos y sobretodo, me miró con cara de nada y me dijo sin
más trámite:
-¿Tenés fuego?
En otra oportunidad se me acercó un compañero mucho mayor que yo.
Me empezó a hablar de fútbol, cosa que me entusiasmó porque yo
llevaba el escudito. Ese día Vélez había jugado con Boca y como era de
preveer en la Bombonera habíamos perdido. En pocas palabras, más que
contacto el tipo estaba informado que yo era el único hincha del Fortín
de la Facultad y venía a gastarme. El compañero carecía de originalidad,
puesto que recurrió al latiguillo de todos los bosteros e hinchas de
equipos grandes:
-Ché. ¡Menos mal que con un colectivo les alcanza para venir a la Boca! La
próxima vez avisame que les prestamos algunos hinchas. ¡Qué poquitos
que son!
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Eso fue lo último que dijo. Porque, que me gaste un bostero amigo vaya y
pase. Pero que este estúpido desconocido me viniera a cargar era
inaguantable.
Entonces me paré y le dije:
-Nosotros somos poquitos, pero con estas dos poquitas manos, ¡vas a
conocer a un hincha de Vélez! Y ahí nomás le tiré un cross de derecha
que revoleó al bostero desconocido entre los bancos de madera de
Independencia. 
El bostero se incorporó como pudo, ante el grito del público femenino
que no entendía nada. Los varones inmediatamente nos separaron. Como
era un clásico de los matones de barrio lo arrastraron al pasillo mientras
gritaba:
-¡Te espero a la salida! ¡Te voy a matar!
Yo medio excitado todavía respondí como correspondía a su bravata:
-¡Dale! ¡Vení nomás! Con estas dos poquitas manos te voy a dar otro
cazote, pelotudo.
El combate con el bostero terminó con mi ansiedad por encontrar el
contacto que me había dicho Pocho. Hablando de Pocho, lo ví un par de
veces en Filo, pero noté que trataba de evitarme. Tuve el impulso de
acercarme pero después pensaba que si él no lo hacía tendría sus
razones. No podía dejarme llevar por la ansiedad.
Como no pasaba nada me ocupé de lo mío. Por entonces, lo mío era el
laburo de preceptor en el Colegio y las materias de la Facultad.
Obviamente también pasaban cosas en el país. A fines de 1978 las luces
del mundial se habían apagado y el país estaba de vuelta contra las
cuerdas. En este caso el problema era el Beagle.
Resulta que durante el año anterior había salido el fallo de la Reina
Isabel II de Inglaterra otorgando las islas del Canal de Beagle a Chile. El
gobierno militar, presionado por el sector más duro del Ejército (Luciano
Benjamín Menéndez-Ramón Camps, entre otros), había rechazado el
laudo y lo había declarado nulo.
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En otras palabras, habíamos aceptado un árbitro y por primera vez en la
historia no aceptábamos su resolución. El gobierno chileno encabezado
por el general Augusto Pinochet hizo lo lógico: se sentó a esperar
sabiendo que con una resolución a favor y con Estados Unidos en la
misma sintonía tenían todas las de ganar. Aceptaron reuniones con los
diplomáticos argentinos, pero sin moverse de la resolución de la Reina
Isabel. Incluso hubo una cumbre de los dos presidentes en Puerto Montt
(Chile) donde fuera de protocolo Pinochet leyó un discurso reafirmando
la soberanía chilena sobre las islas, ante la mirada perdida de un
descolorido Videla. Era diciembre de 1978 y ya podían verse preparativos
bélicos en los dos países. Recuerdo haber observado trenes cargados de
soldados con banderas argentinas yendo hacia el sur.Mientras esto ocurría, en mi colegio también se me venía la noche. Y esta
fue una de los espectáculos más increíbles que ví en mi vida: el
enfrentamiento de un sacerdote pre-conciliar o ultramontano versus un
Rector lefevrista. En otras palabras, la derecha vs la ultraderecha. ¿Qué
había pasado? Resulta que unos meses antes había venido de visita el
obispo francés Monseñor Marcel Lefevbre y el Episcopado -por orden del
Vaticano- había repudiado su visita y le había cerrado todos los templos.
Los pocos lefebvristas que había en Buenos Aires, entre los que se
encontraba el Rector, habían sacado  una solicitada en su apoyo.
Rápido como el ángel exterminador el Episcopado llamó al cura párroco
y le ordenó que echara al cismático Rector. El problema para el cura era
doble: por un lado le daba pena echarlo porque pensaba como él. Por el
otro, el Párroco era un amarrete y quería que renuncie para no pagarle
nada. 
El lefebvrista atento a la maniobra se negó a renunciar y el colegio entró
en una verdadera crisis. Recuerdo que en esos momentos yo debía cuidar
la disciplina, abrir las aulas, poner amonestaciones, atender a los padres y
levantar la bandera.
Finalmente el cura echó al Rector lefebvrista y –lamentablemente- ahí no
terminó la cosa. De vuelta, veloz como un rayo la Curia Metropolitana
mandó un nuevo Rector, esta vez auspiciado por el Consudec (entidad
católica que reúne a los colegios privados católicos).
El nuevo Rector era un gordo medio petiso, que apenas sabía hablar. .
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Tenía apellido vasco y gafas enormes. Usaba un traje color crema, el cual
lo único que lograba era resaltar su exceso de peso. Pero eso no era nada.
Lo peor que tenía era el maltrato que dispensaba a los pibes. Recuerdo
una vez cuando de un puntapié le sacó a un pibe la mano de los bolsillos,
entre otras lindezas. Más tarde me contaron que este nuevo Rector tenía
como antecedente haber sido guardaespaldas del Dr. Ottalagano. Era
gracioso, en 1974 había sido nombrado: “celador universitario”. Era un
nazi peligroso.
Como era lógico fui su enemigo desde el principio y me hizo la vida
imposible. Me echó del contacto con los chicos y me mandó a hacer
papeles a la Secretaría del Colegio. 
Obviamente mi suerte estaba echada y renuncié. Años después me
enteré que el nuevo Rector había sido expulsado por robo de los salarios
de los profesores del colegio. 
Así llegué a diciembre. Di algunas materias bien y empecé a prepararme
para la batalla final contra Perla Fuscaldo, esto es Historia de Oriente.
En paralelo y hablando de la Iglesia Católica la guerra con Chile no
ocurrió y ambos gobiernos aceptaron la mediación del Vaticano en la
cuestión de las islas del canal de Beagle. 
Como se imaginarán con todos estos despioles me olvidé del tema de mi
contacto.
Supuse que por los temas nacionales habían decidido esperar. Sin
embargo, sobre el fin de 1978 una noticia me volvió a la realidad de todos
los días.
Resulta que el 20 de diciembre había desaparecido la diplomática
argentina Elena Holmberg, prima hermana del ex presidente Alejandro
Lanusse y miembro de una tradicional familia. Había sido secuestrada en
pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. Por entonces, trabajaba en la
Embajada Argentina en París.
Lo extraño era que ni siquiera el diario “La Nación” anunciaba –como era
común- que una banda subversiva había producido el hecho. Parecía un
asesinato para callarla. Esta hipótesis se reforzó más cuando unos pocos
días después su cuerpo sin vida apareció flotando en la aguas del río
Luján. Todo parecía indicar que era un capítulo más de la guerra entre el
Ejército y la Marina.  Para mí era un manotazo de ahogado de Massera, 
quien todavía se creía impune y no admitía que su carrera hacia la
presidencia era imposible.
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Lo cierto también era que el gobierno estaba aislado internacionalmente
y no daba respuestas. Justamente la aceptación del ingreso a la
Argentina de la Comisión Interamericana de Dere- chos Humanos de  la
OEA parecía  también el resultado de la interna militar y de la debilidad
del mismo.  ¿Estaban dadas las condiciones para una ofensiva como la
nuestra?
Unos días después, en Salisbury, después de ir al baño, encontré un papel
sobre la mesa que decía: 
“En marzo arrancás velezano”
(Continuará)
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Mirando Filo (desde la vereda de enfrente) (VII)
El verano de 1979 fue muy calentito. Y no lo digo por el calor que, como
siempre, fue asfixiante en Buenos Aires. Después del asunto del Beagle
los problemas para el gobierno se agudizaron.  Estaban aislados
internacionalmente y empezaban a perder consenso interno. Uno de los
problemas centrales era la inflación, que a lo largo de 1978 había sido del
170%. Ya no se hablaba de las inmensas ventajas que daba esta política
para mejorar la calidad de nuestra industria, de la posibilidad de mejorar
la productividad, y de la plata dulce. Ahora había amargas quejas por la
especulación financiera que estaba quebrando a la producción y por los
sueldos deteriorados por la inflación.
La mejor prueba de ello era que los partidos políticos empezaron a hacer
declaraciones públicas en convites y comidas que en realidad eran
hechos políticos. Recuerdo al ahora opositor Ricardo Balbín, quien
empezaba a hacer declaraciones públicas reclamando un estatuto de los
partidos políticos para una salida democrática. En tal sentido el
peronismo con Deolindo Bittel a la cabeza planteaba cosas parecidas.
También la Iglesia, en este caso el cardenal de Córdoba Antonio
Primatesta ponía el dedo en la llaga: recordaba que los efectos de la
crisis estaban ya afectando a la clase media. En otras palabras, si esto era
así, la situación era grave.
Empezaban los conflictos gremiales. Recuerdo una huelga en la zona sur
de la fábrica Alpargatas y en La Matanza otro conflicto que alcanzaba a
4000 trabajadores. La presión de las bases debe haber sido fuerte porque
por entonces se hablaba de una huelga general que por cuestiones
internas y tácticas había sido suspendida dos o tres veces. Por entonces
ya había –como ocurría siempre- una central sindical dialoguista (La CNT,
Comisión Nacional de los Trabajadores) y “los 25”, gremios combativos 
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que apostaban por una línea dura contra el gobierno. Recuerdo que la
cara visible de los primeros era el gremialista plástico Jorge Triacca, y del
otro lado un por entonces poco conocido cervecero Saúl Ubaldini.
Pero todas estas calamidades no querían decir que la dictadura militar
estuviera muerta. Al contrario. Internamente había un sector encabezado
por el presidente Videla que de alguna manera creía en una tibia
apertura política, que desactivara las quejas sociales y neutralizara a los
llamados sectores duros del Ejército y al ex jefe de la Armada, Almirante
Emilio Massera.  El problema para este sector era que no podía ir al tema
económico, puesto que la política del ministro de Economía José
A.Martínez del Hoz era el único respaldo internacional que les quedaba.
Sacar a Joe significaba casi el final del gobierno. Por lo tanto, todo se
conducía hacia una mayor represión y al caos social. Lo único que si
pudieron hacer fue llamar a algunos políticos sin mucha representación
para que se incorporaran al gobierno, iniciar un diálogo  a través del
general Albano Harguindeguy, y lo más importante, aceptar la visita de la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA para que
evaluara la situación de ese tema en nuestro país. Eran síntomas de
debilidad evidentes y tardíos.
Por mi parte, no tuve novedades de Pocho durante todoel verano. Por
momentos pensé que todo había quedado en la nada. Después suponía
que algo podía ocurrir en cuanto empezaran las clases.
Para el que no lo sepa las clases en Filo siempre comienzan bastante
tarde, en abril. Durante todo marzo estábamos  abocados a dar
exámenes finales. A mi me había ido bien, ya que aprobé Historia de
Oriente, con la temida Perla Fuscaldo (algunos compañeros la llamaban
“Perra” Fuscaldo).
Pero de lo otro, no tenía ninguna novedad. Incluso en marzo ni siquiera
me había cruzado con Pocho. ¿Lo habrían llevado preso?. ¿Estaría
enfermo?. No se.
A una semana de empezar las clases fui a 25 de mayo. Tenía que ir a
buscar un libro para no me acuerdo que materia. Cuando logré mi 
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objetivo –como siempre- crucé a Salisbury a tomar un café y a ver si
encontraba a alguien.    
No había nadie conocido. 
Yo me ubiqué en la mitad del oscuro salón. 
Aburrido como estaba miraba a los transeúntes, al pocillo del horrible
café de manga, y a los pocos parroquianos que había.
Hasta que irrumpió en Salisbury una mujer. 
Parecía tener más de treinta y era hermosa. Tenía pelo largo que le llovía
por los hombros. Unos ojos también negros y felinos. Era flaca, pero tenía
lo suyo.   
Como era lógico, me olvidé de todo y la empecé a mirar. Ella hizo lo
mismo. Obviamente me miró de tal manera, sutilmente, que me dí
cuenta de que no le era indiferente. A los pocos minutos sacó un
cigarrillo y me miró. Como advertí la maniobra, rápidamente me apuré
con mi encendedor para suministrarle la lumbre que precisaba.
-¡Gracias! Me dijo. 
-De nada, le contesté. ¿Te puedo acompañar? Fue mi comentario obvio. 
-Por supuesto, me respondió con voz tenue. 
Reconozco que era un pibe y me puse nervioso. Aunque segundos
después me percaté de la maniobra de esta enigmática mujer:
-¿Vos sos Luis?. ¿No?. El hincha de Vélez (yo llevaba el escudito).
-Sí, ¿y vos?
-Mi nombre no importa. Decime Pochi, soy amiga de Pocho. 
Reconozco que me reí debido al parecido de los sobrenombres. Igual,  le
dije:
 -¿Tenés algún mensaje o algo para mí?
-Claro, dijo ella, tirándose para atrás ese sedoso pelo negro que tenía. Yo
soy tu contacto y te tengo que dar algunas indicaciones. 
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¿Qué tengo que hacer?, pregunté cada vez más interesado. 
-Mirá, la semana que viene empiezan las clases en la sede de
Independencia. Esto (me mostró un papel) es el horario del turno
vespertino. Vamos a arrancar no como pretenden algunos compañeros
con grandes acciones, sino con otras pequeñas que los compliquen y
desorienten. Menos que menos con acciones armadas que les den a ellos
excusas para matar más gente. Lo que vamos a hacer –y vos nos vas a
ayudar- es  complicarles la vida. Tenemos compañeros en distintas
facultades que planean cosas parecidas. El absurdo moral tiene que ser
explícito. Tienen que ver propios y extraños que no pueden ser siempre
impunes. A los pequeños burgueses hay que asustarlos, no lastimarlos.
Deben perder su estúpida seguridad.
Era un discurso medio bolche. Pocho me había dicho que eran
peronchos. Pero estaba en el baile... 
-Bueno, Pochi, ¿qué tengo que hacer?.
-Lo único que tenés que hacer, me dijo, después de prender el segundo
cigarrillo, es cambiar los números de las aulas asignadas por otros. La
idea es que no sepan que hacer y los vejestorios de los profesores se
pongan locos. Después dejalo todo por nuestra cuenta. 
-¿Cómo me comunico con vos? Le pregunté.
-El martes próximo yo te voy a esperar en el bar “Buenos Aires” de
Independencia y Urquiza. Ahí me contás como te fue y vemos. 
-Bueno, le contesté. Estaré tipo 16 horas.  
Como era de esperar, me pasé toda la semana tratando de reproducir el
horario de clase sin que se notara que estaba adulterado. Por entonces,
se pegaban en una pared medio artesanalmente. Así que el problema no
parecía demasiado serio.  
Y llegó el día.
Este horario vespertino era el último de la noche del lunes, el que iba de
18 a 22 horas. 
Me posicioné en planta baja, pegado al kiosquito de Eudeba (donde
ponían el horario). El problema eran los canas de la puerta y la mina que
atendía el kiosquito (que era amiga de los policías). 
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Había que distraer a ambos enemigos. ¿Cómo hacerlo?.
Ese día, creo que porque teníamos un infiltrado, lo pusieron diez minutos
antes de las 18 horas. Mi tarea consistía en aprovechar el tumulto de la
salida de la clase anterior, arrancar el horario bueno y poner el truchado
por mi. Luego huir hacia la clase que no me correspondía.  
Era la primera vez. Sudaba a mares. 
El timbre sonó a las 17 y 58. 
Como era costumbre primero salían los más vagos, generalmente
varones. Atrás venía el malón. Las chicas cumplían doble propósito:
distraían a los canas con sus encantos y sus dudas y generalmente se
quedaban charlando entre ellas o esperando al novio o al marido y
fumando.
Como era el primer día de clase había una multitud. En pocos segundos
arranqué el papel verdadero y puse el trucho. Sudé la gota gorda. El
corazón me estallaba. Por suerte la emoción y expectativa del primer día
disiparon cualquier mirada. Todos siguieron en la suya. 
Entonces, victorioso, fui al aula equivocada con mi mejor cara de
poker. Ese día me tocaba la ayudante de América II, una vieja arrogante e
histérica. Por el cambio que realicé aparecí en el teórico de Perla
Fuscaldo.
Como era de prever, Perla estaba desesperada. Gritaba a más no poder lo
siguiente: 
-¡Bedelía! ¡Bedelía! ¿Dónde están estos inútiles?. 
Los minutos pasaban y la vieja se ponía cada vez más nerviosa. 
Obviamente como todos los horarios habían sido adulterados los bedeles
no podían responder. 
En eso, un compañero dice:
-¡Hay un paquete sobre el escritorio de la profesora!
Perla, ingenuamente preguntó: 
-¿Es de alguno de ustedes?
-Nooo, contestamos todos. 
Mientras, en ese trance, uno de atrás afirmó:
-¿No será una bomba?
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Las cuatro palabras aterrorizaron a Perla y a toda la concurrencia.
Entonces, grité:
-No se ustedes, pero yo me las pico. 
-No terminé de decir eso cuando inmensas olas de estudiantes
empezaron a bajar velozmente las escaleras. Recuerdo a una gorda que
tropezó y cayó como una bolsa de papas. Por suerte la contuvieron sus
compañeros. Bajar no era fácil. 
Yo fui por el lado de la baranda, ya que eran escaleras empinadas de
mármol de un viejo hospicio de menores (en Independencia se había
filmado “Crónica de un niño sólo” de Leonardo Favio). 
Mientras bajaba, una ola de panfletos inundó nuestra salida. Alcancé a
agarrar alguno y me lo puse en el bolsillo. Cuando llegué a la puerta, ya
estaba la Brigada de Explosivos.  Encima en el barrio había un corte de
luz, con lo cual la escapada por la avenida Independencia no podía ser
más a ciegas. 
Mientras escapaba, una compañera me contó que había otros paquetes
en distintas aulas. Que todos salieron cagando.
Como vivía cerca, caminé dos cuadras hasta Catamarca y de ahí al 575
que era mi casa. 
Era mi bautismo de fuego. Estaba emocionado y satisfecho. Me senté
entonces y le conté a mi Vieja que no entendía nada. Nunca podía
sospechar con que yo tenía algo que ver con eso. Cuando se durmió
saqué el panfleto de mi bolsillo y me lo puse a leer.
(Continuara)
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 Mirando Filo (desde la vereda de enfrente) (VIII) 
Al día siguiente -en la sede Independencia- la Facultad estaba alterada. El Decano                         
apareciócerca de las ocho para revisar el edificio junto a la policía. Obviamente los                             
paquetes no tenían ninguna bomba, apenas un montón de panfletos de los autores                         
del hecho, los cuales habían sido esparcidos por las escaleras y eliminados                       
rápidamente por el personal de limpieza (que fue convocado a tales efectos en                         
horas de la noche). 
El comisario Jorge Bermúdez, jefe de la seccional de la zona, le expresó al Decano en                               
su despacho poco después:  
-Mire, Dotor, esto fue hecho por profesionales. Fíjese que hay que tener una enorme                           
preparación para sincronizar supuestas bombas, una confusión de horarios en las                     
narices de nuestros agentes, y además esparcir rumores falsos para crear una                       
desbandada como la que se produjo. A propósito, hay tres masculinos y 5 femeninos                           
que fueron atendidos en el Hospital Ramos Mejía por contusiones y golpes de                         
distinta importancia.  
El Decano, un hombre de 71 años, crítico literario y dramaturgo, pelado y con un                             
traje amarronado con cara de prócer del siglo XIX, prendió su habano y le dijo: 
-Mire Comisario. Yo conozco esta Facultad y lo ví venir. En una obra de teatro que                                 
escribí a fines de los cincuenta y en numerosas conferencias lo expresé: hay una                           
rebelión de los estudiantes que se fue dando en el mundo y que llegó a la                               
Argentina. Fue cooptada por ideologías extrañas a nuestro sentir y ahora está                       
manejada por otros intereses. En lo profundo esto tiene que ver con la hispanofobia,                           
una enfermedad del orden de los primates. Se niega la influencia de España y el                             
sentido misional de la conquista. En mis conferencias yo lo he expresado en forma                           
jocosa con las palabras del Archipreste de Hita: 
“Negar al padre del cuál se ha nacido,/es un fazer fuertemente jodido”.  
Por supuesto, el comisario Bermúdez no entendió nada y no sabía si reirse o poner                             
cara seria. Por lo tanto, hizo la de todos los argentinos: seguir en la suya. 
-Mire, Decano, tenemos gente trabajando en este asunto. Nos va a llevar tiempo                         
descubrir esta trama porque estos subversivos son escurridizos como anguilas.                   
Nuestro glorioso ejército y esta sacrificada policía los ha vencido, pero siempre                       
puede haber un rebrote.  
En ese momento el olor a toscano era insoportable. Las admiradores del Decano                         
llamaban a su costumbre de fumar dicho elemento “volcán fosforecente”, mientras                     
que sus detractores habían inventado que en los habanos importados estaba la cara                         
del mismo con la marca “mosquitos go home”.  
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Lo cierto es que enganchado con sus libros hispanos, cual cómico de la legua, el                             
Decano prosiguió su ensoñación lorquiana: 
-¡Ay que doloroso es ver a nuestra Patria en ruinas! ¡Si parece una metáfora de                             
Antoñito el Camborio! Nuestra amada Patria sería la víctima, como Antoñito, en esos                         
inolvidables versos (y empezó a recitar): 
“Antonio Torres Heredia,/Cambiorio de dura crin, moreno de verde luna,/voz de clave                       
varonil: ¿Quién te ha quitado la vida cerca del Guadalquivir?” 
Por suerte, en ese momento entró la secretaria, la que en medio de la tos por el                                 
habano le dijo: 
-En la recepción está el Coronel Fermín Valladios, quien viene para hablar con Usted. 
-¿Y quién es ese tipo?, expresó el Decano, sin cuidarse que estaba el Comisario. 
-Me dijo que es asesor del Ministerio de Educación en materia de Seguridad e                           
inteligencia.  
-Bueno, discúlpeme Comisario, lo voy a tener que despedir.  
-No es nada, dijo Bermudez. Nos mantenemos en contacto.  
-Me parece bien, contestó el Decano.  
Se fue el Comisario y entró Valladios. Era un gordo grandote, pelado y con anteojos                             
negros oscuros. Lo que más se destacaba en él era su voz con micrófono                           
incorporado en la garganta. Tenía vozarrón de patio de cuartel.  
El visitante se sentó en la silla sin pedir permiso y empezó a hablar:  
-El Ministro me ha encomendado que hable con Usted por los sucesos de ayer.                           
Estamos preocupados porque nuestra información dice que este hecho es la punta                       
del iceberg de un rebrote subversivo, en este caso en el area a mi cargo.  
El Decano prendió su segundo toscano y consultó sorprendido: 
-¿Le parece Coronel? El presidente dijo que la subversión ha sido derrotada.  
-¿Derrotada? Usted sabe que la guerra revolucionaria es como la hydra de Hércules,                         
usted le corta una cabeza y aparece otra nueva.  
-Pero.... 
-Pero nada, insistió el Coronel. Nosotros lo tenemos científicamente estudiado. Todo                     
esto lleva siglos de existencia. Santo Tomás tuvo la mala idea de querer racionalizar                           
la fe, cosa que es imposible. Después vino Descartes, que estableció que para que                           
algo tuviera sentido había que dudar primero y la puso de método científico.                         
Posteriormente el liberalismo estableció el sufragio universal y la tolerancia hacia los                       
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herejes y degenerados. Finalmente vinieron Marx y Lenín. El primero estableció la                       
dialéctica como método para disolver la sociedad y por último Lenín que modificó                         
las condiciones para tomar el poder. Finalmente Mao y el guevarismo establecieron                       
la lucha armada a través del foco rural y ahora urbano. Me dijeron que Usted es un                                 
hispanista. Dentro del enfoque castro-comunista está la leyenda negra de nuestra                     
querida España.  
-Claro, dijo el Decano. ¡Si lo sabré yo! He tenido que luchar contra estos mequetrefes                             
durante veinte años.  
-¡Exacto! Gritó el Coronel. Estamos del mismo bando. Es una guerra justa contra la                           
barbarie roja y sus aliados.  
Luego de esta disgresión, el Decano le preguntó algo lógico:  
-¿Cuál es el motivo de su visita? 
En ese momento se levantó de la silla como un resorte y cerró la puerta del                               
despacho del Decano. Luego se volvió a sentar y empezó a hablar. 
En principio le cuento que estamos informados de los sucesos de ayer y lamento                           
decirle que estamos en presencia de un nuevo rebrote subversivo, en este caso en la                             
Universidad. ¿Usted leyó el panfleto que tiraron ayer? 
-No.  
-Bueno, se lo leo. Sacó de su bolsillo derecho un ejemplar y lo empezó a leer. 
“A la comunidad universitaria: les informamos que nos hemos levantado contra                     
este régimen militar genocida. Que ya no soportamos más el crimen como sistema,                         
el cinismo como explicación, el hambre como presente y futuro. A partir de ahora                           
devolveremos sus golpes con otros golpes. Recurriremos a la sorpresa, a la                       
imaginación, al acoso en la sombra. El mundo sabrá que un grupo de jovenes                           
argentinos dijeron basta y empezaron a caminar. Nuestro camino recién empieza.                     
Nunca estarán tranquilos. Libertad a todos los presos políticos. Aparición con vida                       
de los desaparecidos. Firmado: Los fantasmas de Walsh”.   
Después de terminar de leerel comunicado el Coronel miró fijamente al Decano y                           
le dijo: 
-¿Usted sabe quien es Walsh? 
-No se. Creo que es un escritorzuelo que jamás leí, refirió en medio de la niebla el                                 
Decano.  
-Rodolfo Walsh –explicó el coronel- era un subversivo que actuaba para la                       
organización proscripta en segundo término en el año 1974. Escribió varios ensayos                       
naturalmente denigrando al sistema occidental y cristiano buscando crear                 
condiciones para la implantación del marxismo. Se hacía el peronista porque                     
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escribió un libro sobre los fusilamientos de la época de Aramburu y además aprobó                           
el asesinato del ex presidente y de dirigentes sindicales. En realidad, era un agente                           
de la inteligencia cubana que buscaba subvertir el orden interno. 
-¿Y por dónde anda ahora? Preguntó el Decano.  
-De él se ocuparon hace un tiempo. Ahora, supongo que los que escribieron el                           
panfleto lo levantan para obtener publicidad y llamar la atención.  
-Bueno Coronel, ¿cuál es su análisis? Dijo el Decano. 
-Bien, la situación es grave. Debemos iniciar un operativo para capturarlos. En                       
principio vamos a reforzar aquí y en todas las facultades de la UBA la tarea de                               
inteligencia para detectarlos. Pondremos a nuestros mejores hombres para ello. En                     
segundo lugar, habrá más policías y más armas de detección para evitar cualquier                         
incidente.  
-Pero, ¿de qué armas de detección me habla?, preguntó el Decano un tanto                         
nervioso.  
-No se asuste. Pondremos a la entrada detectores de metales, perros especiales,                       
agentes femeninos para revisar a las chicas y la presentación en la puerta, no sólo de                               
la libreta universitaria, sino de un certificado de buena conducta expedido por la                         
Policía Federal y la SIDE.   
-¿No le parece demasiado Coronel? Comentó el Decano.  
-Para nada. Estamos en guerra, no podemos distraernos. Pero, hay más.  
-¿Qué más? Dijo asustado el Decano.  
-Vamos a iniciar un proceso de relocalización de algunas facultades, las que                       
consideramos están alejadas de lugares aptos para la vigilancia y el orden. La                         
Facultad de Filosofía y Letras es una de las elegidas. Además, los subversivos se van a                               
tener que hamacar, porque atacar una Facultad en plena mudanza no tiene                       
sentido.   
--¿A dónde nos van a meter? Dijo el Decano asustado, casi quemándose los dedos                           
con su toscano.  
-Creo que Usted sabe que hay un antiguo proyecto que vamos a resucitar. Hay una                             
vieja maternidad en el Barrio Norte que pertenece a la manzana de la Facultad de                             
Medicina. Van a ir para allá.  
-¿Y mientras tanto?  
-Bueno, funcionarán en los edificios actuales. La dispersión en este caso nos                       
favorece. Quédese tranquilo, que la seguridad del país está en buenas manos.   
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En ese momento el Coronel se levantó, le dio la mano al Decano golpeando sus                             
tacos, y desapareció.  
El Decano quedó sentado en silencio. Debajo del cuadro de Esteban Echeverría                       
pensaba: 
-Bueno, al país hay que ordenarlo. Acá se viene a estudiar.   
 (Continuará) 
 Luis Fernando Beraza   
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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 Mirando Filo (desde la vereda de enfrente) (IX) 
   
Los ecos de la reunión entre el Decano y los Jefes militares y policiales se                             
prolongaron durante todo el día. Obviamente –como siempre ocurre- la mayor                     
parte de ellos se incrementaron en el horario vespertino. Y eso no ocurre sólo                           
porque hay mayor cantidad de alumnos, sino porque en general están los pesos                         
pesados, es decir los profesores históricos. En esta oportunidad aparecieron hasta los                       
que no tenían clase ese día.  
Pero no se crea que el tema era sólo el incidente del día anterior, sino también la                                 
noticia bomba de que trasladaban la Facultad de Independencia a la calle Marcelo T                           
de Alvear 2230.   
Aclaro que los detalles de la reunión me fueron relatados posteriormente por                       
algunos ayudantes. En otras palabras, puede ser que se me escape algo, o falten                           
detalles. Ahora, a mi me parecieron muy reales teniendo en cuenta los términos que                           
relataré a continuacion.  
Como es también un clásico el Decano no dijo nada a nadie. Sólo sabían él y su                                 
secretaria. Pero como dice el dicho, basta que uno lo sepa para que se enteren                             
todos. En consecuencia, en horas de la tarde ya lo sabían hasta las baldozas de la                               
Facultad.  
Y entonces los profesores titulares, adjuntos y ayudantes que se juntaron en la Sala                           
iniciaron la ecuación tradicional de los argentinos: realidad más imaginación es                     
igual a hipótesis posibles e imposibles. Como todos sabemos, la paranoia es grande                         
y los puestos de trabajo siempre (esa es la conciencia) son pocos y frágiles.  
En la improvisada reunión me contaron que estaba Perla Fuscaldo, el profesor de                         
Introducción a la Historia, su adjunta, el de Clásica, la de Medieval, las profesoras de                             
Latín, y una cantidad imposible de calcular de ayudantes de todas las carreras,                         
quienes se unificaban por sus situaciones laborales análogas.  
Como la Sala de profesores no es tan grande, estaba llena.  
Abrió Perla la improvisada reunión, siempre marcando agenda:  
-Miren, lo de ayer fue una chiquilinada. Los que hicieron el lío eran unos aprendices                             
que juegan a la insurrección y no tienen la menor idea. ¡Yo sí que los conocí hace                                 
años! Recuerdo que me querían interrumpir las clases y yo los exhortaba a que                           
sacaran sus trapos sucios. Era la única que lo hacía y los pibes se iban. Lo que sí esto                                     
muestra es el desmanejo del Decano, un crítico literario que está rodeado de gente                           
que desconoce la Facultad y sólo viene a exhibirse. La mejor prueba de ello es que                               
promociona a un inútil que habla de Egipto porque fue a Medio Oriente como                           
turista.  
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Los comentarios de Perla no movieron la aguja como ella pensaba, ya que la                           
primera parte fue tomada como autopromoción y la segunda sobre algo que le                         
interesaba a ella sola.  
Entonces, se armó la gran discusión. Un ayudante no identificado gritó del fondo de                           
la Sala: 
-Ustedes hablan de quilombo estudiantil y de los manejos del Decano. ¡Se viene un                           
ajuste! ¿Ustedes creen que nos trasladan de sede sólo para nuestra seguridad y                         
comodidad? ¿Somos todos tan ingenuos? 
Lo que dijo el ayudante no identificado fue la bomba de Hiroshima y Nagasaki                           
juntas. Se produjo un griterío. Una de las ayudantes de Latín decía que le habían                             
comentado que en ese ajuste estabaincluído el Latín, ya que era una medida que                             
podía bajar la tensión con el alumnado.  
-¡No!, gritaba la Titular de Griego III, no puede ser que utilicen las lenguas clásicas                             
para hacer demagogia con los pibes. ¡Somos las más formadas y las más                         
trabajadoras de todas!  
-A mi me dijeron –agregaba una ayudante de medieval- que se viene un cambio de                             
currícula, por ese lado viene el ajuste educativo.  
Todos se aterrorizaron con esta afirmación.   
-Bueno, dijo el de Introducción a la Historia. Me parece que deberíamos pedir una                           
reunión con el Decano y, si éste se niega, con el Ministro de Educación.  
-¿Vos estás loco?, le dijo la adjunta. Como viene la mano, van a creer que somos                               
guerrilleros encubiertos. Mejor, hacemos un petitorio. ¿No les parece? 
-Sí, y en latín, gritó un gracioso del fondo.  
La hilaridad que causó el oportuno chiste alivió la tensión y afirmó la iniciativa.  
-Está bien, dijo Perla, ¿pero quién se la entrega al Decano? 
-Por supuesto, todos miraron para el costado.  
Al final, el de Clásica, quien estaba ya para jubilarse pensó que quedaba bien con                             
poca plata y afirmó:  
-Está bien, formaremos una comisión redactora y yo hablo con el Decano y le                           
presento el petitorio.  
Todos aprobaron. La moderación es lo mejor, dijeron los jovenes y los viejos.   
En ese momento sonó el timbre y cuál profes de secundaria cada uno se fue a su                                 
aula. En realidad, el éxodo docente ya había empezado hacía un rato.   
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 II 
Un rato antes de esta Asamblea revolucionaria de profesores yo estaba en el bar                           
Buenos Aires de Independencia y Urquiza. Llegué a las 16 horas en punto y voy a ser                                 
sincero. No fue sólo para hablar de política, sino para verla a Pochi.  
Yo Lucía una campera azul Francia con escudito de Vélez al tono y unos vaqueros                             
Lee gastados. Tenía unas Adidas que la verdad me las había regalado mi tía Beba.                             
Era mi mayor alíneo indumentario posible por entonces.  
Pochi apareció media hora más tarde. Había ido a la peluquería y su pelo negro                             
parecía más sedoso. Tenía una polera negra y encima una capa del mismo color. Los                             
pantalones eran oscuros como sus ojos.  
Obviamente fuí el más envidiado del bar Buenos Aires.  
-Hola Pochi, le dije.  
Ella me dio un discreto beso de recién llegada y empezó a hablar.  
-Disculpame Luis por la demora. Me retrasó el tránsito.  
-No es nada, dije haciéndome el tolerante 
-Bueno Luis, siguió Pochi. El operativo salió bien en cuanto a lo planeado: creamos                           
confusión, se enteraron de nuestra presencia, y ahora saben que hay alguien del                         
otro lado. Lo que no pudimos lograr es que trascendiera más allá del barrio. Incluso                             
“Crónica” dio la noticia como un hecho policial y no político. Los diarios grandes nos                             
ignoraron para quedar bien con el gobierno. Vos creo que sabés que son socios del                             
gobierno con el papel de diario, incluso me dijeron que la viuda de Noble está                             
colaborando con el gobierno para un partido amistoso homenaje contra la selección                       
de Holanda a fin de festejar el primer aniversario del campeonato mundial. Hace                         
unos días hay un nuevo presidente de la AFA, un tal Julio Grondona, quien fue                             
–dicen- palanqueado por la Armada para ese cargo.  
-¿Cómo seguimos? Le dije ansioso por trabajar para el futuro.  
-Mirá, dijo Pochi, mientras le encendía su segundo cigarrillo, estamos analizando                     
distintas alternativas. Además estamos analizando el contexto. Fijate que los                   
norteamericanos están presionando a los milicos y parece que quieren mandar                     
veedores y que Videla acepte además la visita de la Comisión Interamericana de                         
Derechos Humanos de la OEA. La Junta Militar no sabe que responder todavía. De                           
todas maneras, están aislados y apretados. Si aceptan, los duros del Ejército los van a                             
correr por derecha con la posibilidad de violencia, y si no aceptan los johnnys le                             
cortan el chorro. De todas maneras, no debemos subestimar al poder militar. Los                         
operativos armados del pasado reciente no sirven.  
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-¿Y entonces?, repregunté.  
-Yo creo, continuó Pochi, que tenemos que aprovechar éstos y otros                     
acontecimientos que se están dando para acompañar, no conducir, la reacción                     
popular. Para mi los temas son dos: derechos humanos y deterioro económico. Por                         
ahora, lo primero es más importante que lo segundo. Para mi habría que hacer un                             
acto importante desde la Facultad que no puedan ignorar.  
-¿Cómo qué? 
-Mirá, eso todavía no está definido. Lo importante es que tenemos estructura y ellos                           
están demasiado ocupados en otras cosas. 
-¿En qué cosas? 
-No te puedo decir, dijo Pochi, volviendo a su postura enigmática.  
-Bueno, ¿cómo me entero de lo que tengo que hacer? 
-Mirá Luis, dame tu teléfono y te llamamos.  
-Ok, le dije. ¿De qué manera me doy cuenta de que son ustedes? 
-Muy fácil, ¿Cuál es el nombre y apellido del jugador de Vélez que más te gusta? 
Reconozco que me desorientó, pero de todas maneras le contesté:  
-Daniel Willington.  
-Ok, dijo ella. Si te llama una mujer, será un nombre de dama con ese apellido.  
-Bueno Pochi. ¿Para dónde vas? ¿Te acompaño?.  
-¡NI loca! Contestó ella. Yo agarro por Urquiza hacia Belgrano y vos seguís por                           
Independencia.  
-Bueno, contesté yo. 
-Ella en ese momento se fue al baño y de ahí se rajó. Yo pagué la consumición y                                   
como habíamos quedado agarré por Independencia. La verdad es que estaba más                       
confundido que antes. Pero como dice el tango, “primero hay que saber sufrir”, en                           
otras palabras, sin incertidumbre no hay victoria.  
 (continuará) 
 Luis Fernando Beraza   
   
   
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 Mirando Filo (desde la vereda de enfrente) (X) 
Unos días después de la última charla con Pochi sonó el teléfono en mi casa 
(atendió mi vieja):  
-Hola, dijo mi mamá.  
-¿Está Luis? 
-¿De parte de quién?, contestó mi vieja.  
-De Daniel Willington.  
Doña Emma, mi vieja, no sabía nada de fútbol, pero conocía la figura y la                             
personalidad del cordobés Willington a través de mi viejo. Incluso mi papá la había                           
llevado al estadio de Vélez, el José Amalfitani, a ver la inauguración de la luz de la                                 
cancha en el año 1969 donde el Fortín jugó un amistoso frente al Santos de Pelé. En                                 
ese partido Willington había sido figura opacando en parte al astro brasileño. Más                         
allá de esto, mi vieja tenía la visión de mi papá: Willington era un buen jugador, pero                                 
medio fiaca (por aquél entonces se lo llamaba a los que corrían poco y hacía correr a                                 
los otros “caficio”). Tal es así, que de pibe yo creía que ese era el signicado de la

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