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9/9/15 20:17El desplazamiento infantil: las implicaciones sociales de la circulación infantil en los Andes
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Scripta Nova 
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES 
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98 
Vol. XVI, núm. 395 (13), 15 de marzo de 2012
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]
 
EL DESPLAZAMIENTO INFANTIL: LAS IMPLICACIONES SOCIALES DE LA CIRCULACIÓN INFANTIL EN LOS ANDES
Jessaca B. Leinaweaver 
Depto. de Antropología – Brown University
Jessaca_Leinaweaver@brown.edu
Traducción: Jessica Herrera
Recibido: 15 de septiembre 2010. Aceptado: 21 de julio de 2011.
El desplazamiento infantil: las implicaciones sociales de la circulación infantil en los Andes (Resumen)
En la región andina no es inusual enviar a los hijos/as a casas ajenas como forma de sobrevivencia y estrategia de superación en un contexto social y económico de
desigualdad. Esta “circulación infantil” crea y fortalece el parentesco, y es una parte importante de los esfuerzos locales para generar familia. Mi investigación etnográfica
en Ayacucho, Perú, sobre la circulación infantil provee de bases para una evaluación crítica del globalizado sistema de adopción que se aplica en Perú, el cual
implícitamente desnaturaliza la crianza de hijos/as de familias peruanas indígenas y pobres.
Palabras clave: Perú, Andes, adopción, parentesco, familia, acogimiento familiar, niñez.
Moving children: the social implications of Andean children circulation (Abstract)
It is not unusual in the Andes to relocate children between houses, one of many survival and betterment strategies carried out amid stark social and economic inequalities.
These “child circulations” both produce and strengthen kinship and are central to local family-making efforts. My ethnographic investigation of child circulations in
Ayacucho, Peru grounds a critical assessment of Peru’s globalized adoption system, which implicitly denaturalizes the parenting of poor, indigenous Peruvians.
Key words: Peru, Andes, adoption, kinship, family, fosterage, childhood.
“Esta niña está en un Estado de Abandono Material y Peligro Moral” argumenta un documento legal archivado en la corte familiar de Ayacucho en 2001[1]. Según el
archivo, la madre de la pequeña Luisa murió cuando la daba a luz, y el padre entregó el bebe a su cuñado[2]. Este hombre, el tío materno de Luisa, era viudo y con varios
hijos, aunque solo los dos menores vivían con él. El abogado explica en el documento que, a pesar de que este es un grado legítimo de parentesco para ser protector de la
niña, ni el padre de Luisa ni su tío tienen suficientes recursos económicos. Tampoco —como viudos— tienen una “familia apropiadamente constituida”. Lo más grave,
según el abogado, era que Luisa estaba desnutrida y enferma: no la estaban cuidando apropiadamente y su tío la dejó en un orfanato donde por fin estaba recibiendo el
cuidado médico que requería. El abogado, que trabaja para la oficina gubernamental de adopciones, concluye: “¿no sería lo mejor para Luisa que sea adoptada por una
familia apropiadamente constituida con los medios para cuidar de sus necesidades?”.
En los archivos de la oficina de adopción de Ayacucho, Perú, encontré muchos documentos parecidos. Declaraciones de abandono como las de Luisa producen niños y
niñas “aptos para la adopción”, haciendo felices a los cientos de familias que esperan entusiasmadas sus futuros hijos/as. Sin embargo, este argumento en blanco y negro no
toma todo en cuenta. Como argumenta Laura Briggs, los adopciones internacionales trasladan a niños y niñas desde sitios tercermundistas de tragedia —de guerra,
insurgencia o enfermedad— hacia familias primermundistas en un intercambio desigual[3]. La adopción internacional supone un movimiento global de recursos —niños/as
— de países pobres a países ricos. Lo más alarmante de los documentos que revisé en Ayacucho es que los abogados/as que trabajan en el terreno de la adopción
concientemente definían como inadecuadas las prácticas de parentesco que son esenciales para la gente pobre y trabajadora que conocí. Si observamos la decisión del padre
de Luisa de entregarla a su cuñado, dentro de las prácticas locales fue una forma aceptable de proveerle de los cuidados que ella requería. Pero cuando nos ponemos dentro
de los parámetros del Estado, esta misma decisión aparece como inadecuada e incluso fue la base para quitarles oficialmente a la niña. En los trámites y en la práctica, el
procedimiento legal de abandono que hace posible las adopciones legales ignora y desprecia la circulación infantil, un medio fundamental andino de crear parentesco en un
contexto de pobreza y violencia sistemática.
El concepto de “circulación infantil”[4] hace referencia a la práctica de reubicar a un hijo o a una hija en un nuevo hogar. Es una técnica de parentesco que se ha encontrado
en muchas culturas[5] y, aunque su ubiquidad en la región andina todavía no ha sido documentada, es probablemente una práctica cultural muy antigua en la zona.
Actualmente, no existen estadísticas que indiquen la frecuencia de estas prácticas, pero aparecen en casi todas las etnografías andinas.[6]
Las razones por las que se produce una “circulación infantil” son variadas. Pueden incluir el hacer compañía a un adulto solitario o la obtención de mejores oportunidades
para el menor. El acogimiento familiar es también una técnica importante para crear o fortalecer relaciones entre los adultos involucrados. En la literatura transcultural
sobre el mismo, el parentesco se constituye por medio de símbolos claves, especialmente los asociados con residir y comer juntos. La circulación infantil en Ayacucho
comparte estas cualidades, pero utilizo el concepto de “circulación infantil” en vez de “acogimiento familiar” para distinguir dos características importantes: la no
permanencia y transitoriedad de las relaciones en las que entran y quedan los niños/as, y la centralidad del intercambio entre hogares, en el que cada persona involucrada
obtiene algún beneficio, además de pagar un precio[7].
Considero la “circulación infantil” dentro de la rúbrica de lo que alguna vez fue el emblema de la antropología: los estudios de parentesco. El parentesco ha sido
tradicionalmente concebido como una superposición de relaciones sociales, que complicaba —pero no oscurecía— una realidad prediscursiva de la biología, la genealogía
y la sangre. La reciente historia de los estudios de parentesco hacen referencia al trabajo de David Schneider[8] como un momento crucial. Schneider demostró que el
concepto analítico antropológico de “parentesco”, desarrollado por Lewis Henry Morgan y sus contemporáneos, tenía relación con las condiciones culturales de Estados
Unidos e Inglaterra en el siglo XIX, y por tanto era una imposición insostenible y —peor aún— etnocéntrica[9]. La antropología después de Schneider abandonaría
momentáneamente los estudios de parentesco, pero recientemente ha renacido el interés por medio de estudios del género[10], de la sexualidad[11] y de las nuevas
tecnologías de reproducción[12]. En la actualidad, los estudios de parentesco focalizan su atención en los modos en que la gente concibe sus relaciones con otros, las
finalidades de las mismas y cómo estas relaciones interactúan con otros dominios de análisis como el género, la clase, la etnicidad y especialmente las esferas económico-
políticas nacionales y globales[13]. En este artículo, intento avanzar por esta ruta analítica y argumento que las declaraciones de abandono y adopción —definidas en la ley
peruana pero profundamente enraizadas en acuerdos internacionales— en última instancia toman una posición extremadamente crítica e incluso denigran e inhiben las
estrategias locales, que no solo funcionan como importantes amortiguadores contra las vicisitudes de la pobreza, sino que en realidad son la esencia del parentesco andino.
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La historia de esta investigación está replicada en la estructura de este artículo. Empiezo con una detallada descripción etnográfica de la circulación de una niña
representativa, el caso de Milagros, con el trasfondo de violencia por el que se conoce la región de Ayacucho. Después considero las interpretaciones de los involucrados en
la reubicación de Milagros para dar paso a continuación a mis propias interpretaciones, analizando el modo en que las fuerzas históricas, las jerarquías socioeconómicas y
los sentimientos de pertenencia afectan al niño o niña reubicado/a o desplazado/a. Esta sección documenta la importancia de la circulación infantil en Ayacucho en un
contexto de violencia y pobreza, detallando el modo en que genera parentesco mientras reproduce lazos sociales y desigualdad. Luego, vuelvo a considerar el abandono de
Luisa, viéndolo ahora a través de mi argumento sobre la circulación infantil ayacuchana y bajo el entendimiento de cómo la gente genera y construye, actúa y forma,
remodela o rompe relaciones sociales. El “trabajo social” conseguido a través de la circulación de Milagros se acerca a lo que el caso de Luisa pudo haber logrado ser, pero
en este segundo caso su circulación fue interrumpida por la intervención del Estado. Para concluir, cuestionaré la eficacia cultural de la respuesta del Estado a la circulación
infantil, una práctica que literalmente crea parentesco.
Desplazando a Milagros: Trasladando a niños en un contexto de violencia
En mayo de 1980, unos insurgentes quemaron las urnas en Chuschi, un pueblito del sur del departamento de Ayacucho. Esta fue la primera acción armada de Sendero
Luminoso, insurgentes maoístas, cuya meta era derrotar al gobierno peruano. En los siguientes quince años, el conflicto se extendió más allá de Sendero Luminoso y los
contrainsurgentes, y terminó con las vidas de mucha gente pobre, particularmente indígenas. En 2003, la Comisión de la Verdad y Reconciliación concluyó que 70.000
personas fueron asesinadas o desaparecidas durante esta guerra. Más de un tercio procedían del departamento de Ayacucho[14]. Estos datos en sí ya son alarmantes, pero
hay otros cambios sociales que también son dramáticos, como las migraciones masivas. Más de 150.000 ayacuchanos fueron desplazados, trasladándose del interior a la
capital regional o a Lima[15].
Uno de estos desplazamientos originó la circulación de Milagros. A inicios de los años 90, los senderistas amenazaron a Ramón, el capitán de una ronda campesina o grupo
de auto-defensa. Ramón desapareció por temor a esta amenaza, dejando una esposa, Dolores, y tres hijos pequeños: Juana, Milagros, y Eduardo. La ausencia de Ramón
hizo precaria su situación y, como además temían las posibles represalias de Sendero Luminoso, la familia huyó hacía la ciudad de Ayacucho. (Las hijas recuerdan este
viaje como si hubiera durado “toda una vida” pero, como los viajes toman menos tiempo gracias a las nuevas carreteras asfaltadas y a los servicios de transporte, cuando yo
hice este viaje con ellos en 2002 duró solo dos horas). En Ayacucho vivieron con la hermana de Dolores, Eulalia, quien, junto a su esposo Tomás, eran padres de dos niñas
pequeñas y, a nivel local, eran vistos como “mejor acomodados” que la familia de Dolores. Eran migrantes urbanos ya establecidos y gestionaban un servicio de bus
interprovincial. Después de vivir tres años hacinados en una habitación pequeña en la casa de Eulalia, Dolores participó en una invasión de terrenos —una forma común de
obtener propiedad en las afueras de las ciudades peruanas— y construyó su propio hogar. Acompañada de su anciana madre, quien les había ayudado a obtener el lote,
Dolores y sus hijos salieron de la casa de Eulalia en enero de 1995[16]. Pero antes de que empezaban las clases, en marzo, Eulalia pidió a Dolores el regreso de su hija
Milagros, de 9 años, quien estuvo de acuerdo con su madre Dolores en trasladarse nuevamente a vivir a casa de su tía materna (ver Figura 1).
 
Figura 1. Milagros se traslada a la casa de la tía materna, Eulalia.
 
La historia de por qué Dolores y Milagros estuvieron de acuerdo con este cambio es muy similar a las historias que recogí durante mis dos años de trabajo de campo:
singular en sus detalles pero representativa en su modo de reflejar las motivaciones y la circulación infantil. Yo estaba en Perú con el propósito de investigar estos
movimientos de niños y niñas fuera de sus hogares de origen, reubicaciones frecuentemente relacionadas con las migraciones internas, las jerarquías socioeconómicas y las
redes sociales existentes[17]. Hice casi dos años de trabajo de campo etnográfico en la ciudad de Ayacucho, una capital departamental del sur central de los Andes con una
población post-guerra de 125.000 habitantes. También acompañé a quienes viajaban de retorno a sus pueblos o a la capital, Lima, y me encontré con familias y miembros
comunales que se quedaron “atrás” o que migraron “adelante”, metáforas espaciales que representan la distancia entre el pueblo y una tierra llena de mejores
oportunidades. Trabajé principalmente con gente rural que migró a las urbes, una población heterogénea compuesta por integrantes originarios de diversas comunidades,
edades y niveles socioeconómicos pero que, del mismo modo que Milagros y su familia, se habían visto obligados a salir de sus aldeas para reubicarse en las ciudades de
Ayacucho o Lima.
¿Por qué aceptaron que Milagros se trasladase a casa de la tía Eulalia? En ocasiones distintas, Milagros y su madre Dolores me dieron las siguientes razones. La primera,
según ambas, era que Eulalia y Tomás tenían “solo dos hijas”; la segunda, que Eulalia y sus hijas ya estaban “acostumbradas” a estar con Milagros y las tres niñas se
llevaban muy bien. Milagros recuerda que, cuando su madre le propuso esta mudanza, ella estuvo inmediatamente de acuerdo. Me contó, “Yo también me había
acostumbrado, también, como estaba viviendo; me había acostumbrado, y ya, me quedé”. Tres años de vivir en la casa de Eulalia habían tenido su efecto en Milagros, para
quien ir a la casa de la madre había sido un cambio abrupto e indeseado. Pero ella agregó otras dos razones: la primera que su abuela materna –que vivía con la familia–
maltrataba a los niños emocionalmente e incluso a veces físicamente y Milagros deseaba dejar ese ambiente; la segunda, que ella era muy consciente de que su madre
luchaba para mantener a los tres hijos y Milagros sentía que, al quedarse con la tía, le aliviaba esa carga.
La siguiente interpretación da un perfil de las razones locales para la circulación infantil: los beneficios y costos evidentes para cada persona involucrada. Una de las
características cruciales de la circulación infantil, como indiqué anteriormente, es que la circulación representa un intercambio entre hogares. Se pueden considerar los
varios beneficios e inconveniencias desde los particulares, ligados a los puntos de vista de los padres que envían al hijo o hija, la familia que los recibe y el niño o niña
circulado. Los padres que envían al niño lamentanla pérdida de un hijo querido y un contribuidor a la economía del hogar pero pueden sentir una obligación hacia quien
pide el hijo, un deseo de fortalecer las relaciones o una creencia de que el niño/a estará mejor en el lugar al que irá. Los adultos que reciben al niño/a pueden temer la
soledad, necesitar ayuda en el hogar o confiar en el buen carácter del niño/a. Los niños/as mismos echan de menos a la familia natal pero aceptan la oportunidad para aliviar
la carga o las preocupaciones de los padres y reconocen la posibilidad de que ellos se “acostumbrarán”.
El contexto social: Violencia y pobreza
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Al igual que muchas de las historias de los jóvenes que conocí, la historia de Milagros está marcada por una etapa violenta de la historia peruana. Si no hubiera crecido en
un período de guerra, su padre no habría tenido que huir y su historia se habría desarrollado de otro modo. Muy poca investigación se ha hecho sobre la circulación infantil
en contextos de violencia en otros lugares de las Américas[18], y yo decidí trabajar en Ayacucho porque estaba convencida de que la guerra durante las décadas de los 80 y
90 habría afectado las estrategias de parentesco, particularmente al aumentar la necesidad de apoyarse en la circulación como un método para reubicar a niños y niñas en
riesgo.
La violencia no solo afectó a aquellos cuyos amigos y familias desaparecieron; también acentuó la pobreza en una región que ya era una de las más pobres del país. Uno de
los recuerdos comunes sobre la violencia en las comunidades es que tanto Sendero como los militares robaban las pertenencias de los pobladores para alimentarse y
vestirse[19]. Y, a pesar de que lo peor de la violencia ya pasó, la pobreza persiste en Ayacucho y en todo el país. Al término de su presidencia, en julio de 2006, Alejandro
Toledo mostró datos de decrecimiento de la pobreza en Perú del 55 al 48 por ciento[20]. Pero esas cifras fueron significativas en el titular de la portada de un periódico:
“Uno de cada dos peruanos es pobre”[21].
Estos límites de pobreza y vulnerabilidad afectan a cualquier práctica de parentesco. En este contexto histórico y económico, la circulación infantil puede representar un
reclutamiento estratégico para el hogar receptor. Para el hogar que envía a la niña, puede significar el alivio de una carga económica, así como los ingresos potenciales de
un joven que trabaja en otro sitio. En el nivel de la comunidad, los niños y niñas circulados contribuyen a crear lazos sociales entre los dos hogares que, como escribe Mary
Weismantel respecto al Ecuador rural, ayuda a producir “la red social fuerte, importante y necesaria para sobrevivir en la economía periférica”[22]. Y, para la niña, su
propia circulación puede ser una oportunidad de “superarse”, como dijeron mis interlocutores: una oportunidad de cumplir con un imperativo moral de progreso
socioeconómico[23].
Las diferencias socioeconómicas entre Eulalia y Dolores nos recuerdan algo que se puede observar en muchas culturas: que la clase social juega un rol importante en quién
da y quién recibe un hijo o hija. En las mejores circunstancias, como se ha documentado en Melanesia, la circulación infantil puede ser un intercambio de niños entre
familiares o amigos cercanos, una transacción que continuará por generaciones y que fortalece una relación o alianza previamente existente. Se pueden encontrar ejemplos
de ello en el trabajo de Vern Carroll[24] en Oceanía, Esther Goody[25] en África del Oeste y en el trabajo de Weismantel[26] sobre formas de crianza en el Ecuador rural.
En las peores circunstancias, las familias pobres dan sus hijos/as a familias de clase acomodada y la relación, a pesar de ser representada como una forma de crianza, es
percibida como una forma de explotación en la que los niños/as reciben muy poco; el tipo de alianza que se crea por medio de este intercambio es cualitativamente distinta.
En el caso de los restavecs haitianos –palabra que en francés significa “quedarse con” y que implica acogimiento familiar además de esclavización[27]–, menos de la mitad
de los niños/as son ubicados con parientes o padrinos. En todo caso, estas niñas y niños en extrema pobreza son tratados de un modo distinto al de los hijos/as que nacen de
sus “padres de acogimiento”: a pesar de que esta estrategia se realiza de modo similar a otros tipos de crianza, tiene trasfondos negativos de explotación y maltrato.
Las circulaciones infantiles que ocurren en Ayacucho presentan una mezcla de estas dos posibilidades. Sin embargo, en la teoría local, el maltrato que se asocia con la
diferencia de clases —como en el caso del restavec de Haití— puede ser silenciado y superado por una relación preexistente y mutuamente reconocida entre los adultos
involucrados. Tanto Milagros como Luisa fueron reubicadas en hogares de familiares, específicamente de individuos reconocidos por compartir consanguinidad
materna[28]. Estas reubicaciones intrafamiliares son comunes y favorecidas porque se cree que, cuanto mayor sea la distancia familiar entre los involucrados, mayores
serán las posibilidades de explotación o de que la circulación infantil pueda producir una relación de empleador-empleado. La antropología ha documentado la amplitud del
parentesco en la región andina, con tendencia a centrarse más en la familia extensa que en las relaciones entre generaciones[29], lo que significa que el grupo potencial de
parientes receptores es bastante amplio. Si no existe parentesco entre el niño/a circulado y los miembros del hogar receptor, este se producirá de algún modo, incluso se
incorporará vía el compadrazgo[30] o se enfatizará su pertenencia a un mismo pueblo a través del uso del término paisano/a. Expresar así las relaciones ambiguas que
genera la circulación infantil dentro de los términos del parentesco equivale a lo que el antropólogo Greg Urban ha llamado “las expectativas discursivas”[31]: una persona
que verbalmente hace hincapié en una relación de parentesco está pidiendo a los receptores de su hijo/a que traten al niño/a como si fuera de su propia familia.
En el contexto de pobreza y diferenciación profunda, la circulación infantil constituye una oportunidad para “avanzar” en términos socioeconómicos. La petición de Eulalia
—que estaba un poco más acomodada que Dolores— de que Milagros se integrara a su hogar fue vista como una gran oportunidad para la niña, quien reconoce que su vida
es “mejor” de lo que hubiera sido sin dicha oportunidad. Cuando la entrevisté en el 2002, ella se sentía orgullosa de estar estudiando, en vez de estar trabajando arduamente
para sobrevivir o, aún peor, de quedarse embarazada, como es el caso de muchas jóvenes pobres. La circulación infantil puede ser vista como una forma de progresar
porque, en general, es una reubicación vertical: es decir, la familia que está en la posición económica superior suele ser la que recibe al niño o niña.[32] Las jerarquías
socioeconómicas son persistentes y tenaces en todo Perú, y la transferencia de un niño o niña a una clase social superior es vista como una estrategia para salir de la
pobreza y un puente para conectar a dos familias de diferentes clases sociales. Así, la circulación infantil les permite transitar entre posiciones socioeconómicas, aunque
este movimiento finalmente solidifica la jerarquía social porque las diferenciaciones sociales no se derrumban cuando ciertos jóvenes son los únicos que las traspasan. De
este modo, la circulación infantil tiene un rol en la reproducción de clases sociales en Ayacucho.
Poniendo género a la circulación infantil
Por supuesto, ni Milagros ni Dolores me dijeron que la diferenciade clase social entre Dolores y Eulalia fuera la base fundamental para la circulación de Milagros. Esta
interpretación es mía, basada en mis observaciones y análisis. Sus palabras señalaron directamente otro tipo de relación de diferenciación reproducido a través de la
circulación infantil. Dolores y Milagros recordaron que la razón principal por la que Eulalia pidió que Milagros se integrara en su hogar era porque Eulalia y Tomás tenían
“sólo dos hijas”. Ambas recordaban que especificaron hijas, enfatizando el género de los niños de los que se hablaba. Esto no es accidental: a pesar de que los niños de
ambos géneros son queridos y apreciados por sus aportes sociales y económicos, hay una división de roles de género en los Andes[33]. A los hijos e hijas de la clase
migrante con quienes trabajé, se les enseñó a ser relativamente autosuficientes pero, en la vida cotidiana, las niñas cocinan y lavan la ropa, y los niños trabajan
esporádicamente, ya sea en el campo (del que ahora están alejados) o en las labores comunales del pueblo, como por ejemplo limpiar la acequia (ver Figura 2).
Tradicionalmente, la esfera doméstica andina ha sido femenina y la migración a la ciudad hace que los trabajos de los hombres en el campo sean menos cotidianos de lo
que solían ser cuando vivían en sus pueblos de origen. Por eso, en Ayacucho, los niños y niñas circulados usualmente son ubicados en relación al hogar y a la economía
doméstica, y la gran mayoría de los casos que encontré eran jovencitas. Cuando la situación en su pueblo de origen no les sirve para que crezcan allí, la ideología sobre
género en relación al trabajo determina y limita las formas en que los niños y niñas son reubicados.
 
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Figura 2. Mujeres y niños pequeños observan a los hombres y niños preparándose
para limpiar los canales de irrigación en el pueblo de Socos, Provincia de
Huamanga, Departamento de Ayacucho.
Foto: J. Leinaweaver.
 
Además, las “solo dos hijas” de Eulalia se habrían encontrado en una situación incómoda si, en vez de invitar a Milagros a acompañarlas, hubieran invitado a su casa al
hermano de Milagros, Eduardo. Un padre responsable ayacuchano tiene como meta prolongar la soltería de la hija, dándole mayores oportunidades para que se eduque y
encuentre empleo y, en términos de la política sexual, protegiendo también el parentesco y la reputación de la familia. El género de Milagros no amenazaba a las otras
niñas; mas bien apoyó la otra razón importante por la que Eulalia pedía la integración de Milagros a su casa, es decir, la posibilidad de que Milagros proporcionara
compañía a las hijas y también a los padres. Este acompañamiento es un tipo de cuidado emocional y material que responde al sentimiento profundo en la región andina de
que la soledad es el peor fin posible. El hecho de que se requiera a los niños y niñas para acompañar a los adultos es un hallazgo importante que contrasta con el sistema de
guardería norteamericano y europeo.
El enfoque en la búsqueda de compañía nos hace entender aún mejor el razonamiento de Eulalia cuando invitó a Milagros a su hogar: los niños son muy valorados y, como
dijeron, “solo dos” les parecía muy poco. La presencia de los jóvenes en el hogar es deseable porque acompañan en la economía emocional y ayudan en la economía
doméstica. Pero —especialmente en las áreas urbanas como la ciudad de Ayacucho— el deseo de tener más hijos puede colisionar con la posición del estado peruano que
quiere disminuir la fertilidad indígena. Durante la dictadura de Fujimori, más de un cuarto de millón de mujeres, principalmente indígenas y pobres, fueron sometidas a
cirugías de esterilización[34]. En este contexto, la circulación de menores puede convertirse en una respuesta que contrarresta esta política demográfica: se puede distribuir
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un gran número de niños y niñas entre parientes, compartiendo la carga de su cuidado además del beneficio de su compañía. Al mismo tiempo, dado el valor que
generalmente se atribuye a los niños/as, la circulación infantil es también una táctica para satisfacer el deseo de tener más hijos: es más económico que una intervención
médica, y es más íntimo y confiable que la adopción legal.
 
Acostumbrándose y desacostumbrándose
La circulación infantil puede servir como alternativa a tratamientos para la fertilidad y a la adopción legal solo si realmente funciona como un método para formar familia.
Y es aquí donde resalta la segunda parte del pedido de Eulalia. La segunda razón por la que Eulalia quería que Milagros se uniera a su hogar era porque, durante los tres
años en que Dolores y sus hijos vivieron con ellos, la familia “se había acostumbrado” a la compañía de Milagros. Cuando empecé mi trabajo de campo, no imaginé que la
idea de acostumbrarse resaltaría tanto, pero todo el mundo usó esta palabra cuando hablamos de la circulación de niños o niñas. Unos la usaron para explicar cómo nunca
llegaron a estar bien en el nuevo hogar (“pero no me acostumbré”, como una introducción a su crítica). Otros la usaron para mostrar que finalmente se sintieron cómodos en
su nuevo ambiente (“y se acostumbró”, como una justificación para la mudanza).
Cuando conocí a Milagros en el 2002, ella ya había estado en la casa de sus tíos, Eulalia y Tomás, durante más de ocho años —once, si añadimos el tiempo en que
convivieron las dos familias, aunque ella no lo cuenta así—. Su reubicación había ocurrido hacía tanto tiempo que ella describió el haberse acostumbrado al nuevo hogar
como un hecho ya pasado. Los ejes del acostumbramiento son temporales: el acostumbrarse es un proceso largo de construcción de una relación, provocada por una
reubicación física. Cuando la circulación del niño o niña conlleva una nueva definición de relaciones familiares, los participantes rápidamente empiezan a usar los términos
en concordancia con la nueva relación (otro ejemplo de las expectativas discursivas de Greg Urban). Así, por ejemplo, Milagros empezó pronto a llamar “mamá” a Eulalia
—título que hasta ahora comparte con Dolores—, pero la relación misma se naturaliza solo con el tiempo: no se trata solo de nombrarla y actuarla sino también de
internalizarla e incorporarla. El acostumbrarse es una pieza clave en los recuerdos de las y los jóvenes circulados porque la circulación implica cambio: siempre hace
referencia a algo distinto a lo que estaban acostumbrados. Poco a poco el niño o niña transferido se acostumbra y, en el proceso —cuando compara calladamente lo de antes
con lo de ahora— se constituye el parentesco. Así, el concepto de “acostumbrarse” es una forma productiva de entender la transformación en comportamiento, trato,
comodidad y sentimiento que finalmente da, como resultado, la familia.
Cuando las jóvenesme describieron sus procesos de acostumbrarse, frecuentemente se referían a cambios lentos en sus relaciones con los otros, basados en el compartir un
espacio y cosas materiales: la casa, la ropa, los útiles escolares. En una entrevista, Milagros describió el modo en que su relación con su nueva familia había cambiado a
través del tiempo. Me dijo que ella y sus hermanas –es decir, las hijas de Eulalia– compartían equitativamente las tareas de la casa. También me contó que sus papás,
Eulalia y Tomás, son responsables de ella en todos los aspectos, desde su educación hasta su vestimenta. Ocho años atrás, cuando ella acababa de llegar a ese hogar,
recordó que las otras dos niñas tenían mucha ropa y ella no tenía casi nada. Eulalia y Tomás le consiguieron ropa, poco a poco. Ahora sus padres compran todo de tres en
tres, para no provocar envidia entre las hijas.
Sin embargo, es interesante notar que Dolores, en otra entrevista, me contó una historia algo distinta. Me dijo que hasta hacía dos años, ella misma compraba los útiles
escolares de Milagros —una simbología importante entre migrantes, cuya meta central es educarse—. En sus palabras: “a mi cuñado le dije, ‘sabes que va este, Milagros
tiene que trabajar ya, porque ya no puedo ayudarle, ya no puedo ayudarla porque su hermano también [está] en superior, ya está en su estudio, y sus menores también están
siguiendo, no puedo ayudar ya porque me falta ya,’ le digo. Entonces mi cuñado se ha decidido a su manera, ‘ya pues ya no, no te metas, si, yo voy a sacar profesión, ya va
ser de mí ya, va salir profesional también, va ser mi problema, ya no te metas, déjalo ya,’ me dijo. Entonces dos años ya he dejado, he ayudado hasta ahorita”.
Si consideramos los años que Milagros ha estado en casa de Eulalia, la distancia espacial y emocional entre ella y su familia natal, la transferencia lenta de
responsabilidades económicas de Dolores a Eulalia y Tomás, el afecto entre las tres hermanas y la igualdad percibida en la distribución de tareas de la casa, podemos
concluir que todas estas señales generaron en Milagros el sentimiento de que ella pertenecía al hogar de Eulalia. Cuando Milagros hablaba de acostumbrarse, estaba
describiendo un proceso, provocado por su misma circulación, que produce y refuerza las relaciones de parentesco.
Que uno se haya acostumbrado significa que la circulación del niño o niña ha sido un éxito, y que la joven se ha integrado e incorporado, gracias a la forma en que la
recibieron y a sus propios esfuerzos. Pero también, parece que el acostumbrarse necesariamente implica el cambio o la ruptura de otras relaciones. George Foster escribió
sobre la noción del “bien limitado”, una percepción entre las sociedades campesinas latinoamericanos en las que, por ejemplo, la madre tiene una cantidad limitada de amor
para ofrecer a sus hijos y, por tanto, lo divide con cada nuevo hijo[35]. La tensión que los jóvenes sienten al integrarse en un hogar y distanciarse del anterior es parecida.
Milagros me contó que las dos hijas de Eulalia eran como sus hermanas “porque ya me acostumbré muchos años, ya me siento así. [Mis] otros hermanos…también, pero
no tanto”. Juana, su hermana mayor de nacimiento, estuvo de acuerdo al afirmar que “Milagros no vive conmigo. Ella es más como una amiga que una hermana”. Para
acostumbrarse completamente a una nueva situación, se debe sentir que la vida previa es ajena. De este modo, ni bien Milagros se iba acostumbrando a la nueva familia, a
su posición socioeconómica, al barrio más céntrico y a una mejor escuela, también estaba desacostumbrándose a su vida previa, un ambiente caracterizado por el polvo que
proviene del viento de las calles no pavimentadas. En una ocasión me dijo, “a veces…cuando voy [donde mi mamá] me siento incómoda, no estoy bien porque no estoy
acostumbrada allá, es diferente…hay mucho polvo”. Este ejemplo indica la posibilidad de que Milagros podría estar acostumbrada a solo un hogar y familia a la vez.
La casa a la que Milagros se había acostumbrado estaba localizada en un vecindario acomodado de Ayacucho. A pesar de que la acera frente a la casa de Eulalia y Tomás
no estaba pavimentada, muchas de las calles lo estaban y por allí pasaba un microbús hacia la ciudad. En el barrio hay colegios, tiendas y cabinas de internet. La primera
vez que visité la casa, los niños del barrio que jugaban en la azotea bajaron a abrir la puerta de la entrada, que estaba rodeada de un jardín de flores y plantas. Al entrar
había un patio —la mitad pavimentado y la otra no— y una casa hecha de material noble (así consideran los peruanos al cemento, en contraste con el adobe). Una
habitación visible desde el patio estaba llena de muebles, sillas y artefactos electrónicos: radio, televisión y un VHS en que proyectaban la filmación del cumpleaños de
Tomás. Al otro lado del patio y bajando unas escaleras, una puerta de metal daba paso a una cocina con el suelo enlucido con cemento en rojo brillante, con una mesa de
madera, un estante, un refrigerador cubierto de pegatinas de McDonald’s que fueron traídas de Lima y una repisa con un lavadero amplio y blanco. Nunca vi la casa entera.
La casa de Dolores, en cambio, estaba en un barrio polvoriento alejado de la ciudad de Ayacucho, muy accesible en bus, a 50 centavos el billete (aproximadamente
US$0.15, el mismo precio que una llamada local: el trayecto en microbús y las llamadas locales no son de fácil alcance para los jóvenes, por lo que caminan muchas millas
al día para visitar a amigos que puede que no estén en casa). El barrio es tranquilo y amigable: se escucha frecuentemente el quechua y el castellano, los caminos no están
pavimentados y los vecinos se visitan unos a otros y comparten comidas. Las casas no están ordenadas por número y nombre de calle, sino por número de cuadra y número
de lote, una característica de los barrios formados por las famosas invasiones, en las que un grupo de personas ocupa un espacio público de forma coordinada para
apropiarse de los terrenos. Cuando visité la casa, separada de la calle y los vecinos por una pared alta de adobe, vi un jardín hermoso y verde, donde un gato y un perro
corrían libremente, con un pequeño baño cerca de la entrada. Un pasadizo de tierra llevaba a dos habitaciones de adobe separadas una de la otra: una con un catre para
Juana y a veces para la mamá[36], y otra para el hermano menor, Eduardo, quien estuvo trabajando en la selva amazónica durante una gran parte de mi trabajo de campo.
En su ausencia, trajeron una estufa de gas a la habitación, convirtiéndola en cocina. Debido a que un tanque de gas cuesta $10, cuando la economía es limitada no es fácil
reemplazarlo, por lo que tenían una cocina de leña en la tercera habitación, en la que también vivían los cuyes[37] de Juana. Detrás de las habitaciones, había un pequeño
sembrado de maíz y un corral de gallinas y palomas. A pesar de que Milagros vivió allí poco tiempo, visitaba con frecuencia, y reconocía que de cierta forma la casa de
Dolores representaba sus propios orígenes. Ambos procesos, el acostumbrarse y el desacostumbrarse, tienen lugar dentro de una red de parentesco: ambos involucran
cambios emocionales de relaciones tanto con gente como con lugares.
Lo interesante del acostumbrarse es que, en este proceso, la formación de parentesco se hace casi dolorosamente visible. Las relaciones entre parientes y los sentimientos
de afecto que se experimentan como innatos, aquí se ven nacer. A través del proceso de acostumbrarse, el espacio entre familiaridad y familia, que a veces se cruza con
tanto dolor, se hace perceptible. El parentesco, como la adquisición de cualquier costumbre, es generalmente difícil de ver en proceso de formación. Pero en el caso
específico de la circulación infantil, no solo se ve sino que también se escucha: la gente lo discute, lo crítica y lo describe diariamente. Cuando se empieza a prestar
atención a la forma en que la gente habla sobre el acostumbrarse y a cómo se acostumbran, se hace patente lo que realmente significan el parentescoy la familiaridad para
ellos, así como la realidad que viven cuando se están acostumbrando. Acostumbrarse está constituido por el proceso y el tiempo: no de lo que son las cosas, sino de lo que
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llegan a ser. El desplazamiento que define la circulación del niño o la niña hace visible el proceso diario de crecer y del desarrollar de la subjetividad conectada. Es un
ejemplo de cómo se constituye el parentesco en el tiempo y el espacio. A través de la metáfora del acostumbrarse, los jóvenes me explicaron cómo su circulación activó un
proceso similar a lo que la antropóloga Signe Howell (que estudia las adopciones internacionales) ha llamado “kinning”[38].
 
“No es lo mismo”: Crítica y agencia en la formación del parentesco
Dado que el proceso de acostumbrarse provocado por la transferencia de un niño o niña puede producir parentesco, tiene sentido que muchos vean la circulación de niños y
niñas como una estrategia para la extensión y consolidación de la familia. Sin embargo, al mismo tiempo, hay que reconocer que transferencias como la de Milagros no son
tan idílicas. La circulación del niño o la niña, como ya he sugerido, muchas veces es algo transitorio. A pesar de que algunas relaciones formadas por esta circulación duran
toda la vida, se sienten transitorias para quienes las viven. Esta sensación es producida por el conocimiento de que la condición a la que uno se ha acostumbrado es nueva y,
por lo tanto, frágil. Incluso años después de estar acostumbrado, puede haber momentos en los que uno siente que no pertenece. Para los jóvenes que son conscientes en el
momento de su mudanza (como Milagros) en comparación con los bebés (como Luisa), este sentimiento está formado también por lo que queda del desacostumbramiento:
las visitas y la memoria del polvoriento barrio de origen. Debido a que el acostumbrarse ocurre paulatinamente —con una lentitud que oculta los grandes cambios— solo
puede ser observado comparando los recuerdos con la actualidad: una jovencita que ha empezado a sentir que pertenece a un nuevo hogar, recuerda que una vez sentía que
no pertenecía. En este trabajo de memoria, está construyendo una base para su propia trayectoria hacia la superación y la validación del parentesco.
Concluida mi entrevista con Milagros en noviembre de 2002, a quien por ese entonces no conocía muy bien, en privado cuestioné su aparente satisfacción. Pensé que
quizás ella había modificado un poco su historia —algo que se hace para justificar una decisión difícil— o que tal vez una joven podría sentirse obligada a hacer
determinadas cosas para no molestar a los mayores que controlan varios aspectos de su vida. Al día siguiente, me encontré con su hermana de nacimiento, Juana. Milagros,
de 16 años, era una chica delgada que vestía a la moda, con unos jeans apretados y un polo nuevo; su hermana bromeaba a veces que el viento se la llevaría. En contraste,
Juana, de 23 años, vestía moderadamente, tenía un aspecto casi avergonzado y a veces parecía como si quisiera desaparecer. Comenté a Juana que Milagros parecía feliz
viviendo con sus tíos. Juana se rió, diciendo que dos años atrás su hermana era infeliz. (Es significante que dijo esa fecha, porque fue el mismo momento en que se dio la
transferencia de responsabilidades económicas de Dolores a Eulalia y Tomás). Juana recordaba que Milagros venía a casa llorando, diciendo que sus tíos no la trataban
igual que a las otras niñas, que la hija mayor solía pegarle y que la familia reclamaba, diciendo que después de comprarle ropas y de educarla ¡lo mínimo que ella podía
hacer era las tareitas! Juana concluyó, entonces, que su hermana no se podía acostumbrar.
Han pasado más de diez años desde que Milagros se mudó. Eulalia y Tomás sufragan todos los gastos de su educación y su ropa, y ella ha ido creciendo acostumbrándose
más y más a esta familia. Sin embargo, durante el 2004 había un sentimiento de tristeza y soledad en los correos electrónicos que me envió de vez en cuando. A pesar de
que sostenía que su circulación había sido para mejor, uno de sus mensajes concluía, “no es lo mismo como con mis verdaderos padres, es diferente, tengo miedo de todo,
no hay confianza total”. Y, de hecho, la mayoría de mis interlocutores también hicieron este comentario, indicando que la circulación de un niño o niña, a pesar de que es
una estrategia funcional y beneficiosa, generalmente también es algo triste. Muchas veces me dijeron que “no es lo mismo”, con connotaciones claramente negativas, no
vivir con sus padres. Si el acostumbrarse fuera imposible, “no es lo mismo” sería una crítica lógica: incluso cuando un niño circulado se ha acostumbrado casi por
completo, “no es lo mismo” es un modo fuerte de expresar las incomodidades o ansiedades que persisten.
“No es lo mismo” es una expresión importante para las y los jóvenes que fueron transferidos en el momento de nacer o poco después, pues ellos no pueden usar el concepto
de “acostumbrarse” para expresar sus experiencias. El caso de Rocío, quien compartió su historia conmigo, es un buen ejemplo. A los ocho años, a Rocío le revelaron que
sus padres eran en realidad sus abuelos y que Fernandina, su hermana mayor que trabajaba y vivía en Lima, era en realidad su madre. Su padre biológico fue muerto por un
soldado bajo la sospecha de que era un subversivo. Rocío me dijo que, cuando sus tías (a quienes ella conocía como sus hermanas mayores) le dijeron quien era su madre,
al principio pensó que era una broma. Después, se sintió sorprendida y rechazada. “Llegué a tenerle un poco de odio, tal vez un resentimiento, porque yo lo tomé como si
[mi madre] me hubiera abandonado, como, no sé, porque nunca me habían dicho eso…Y le tuve rencor hace un año, dos años…[pero] hasta yo misma teniendo un hijo a
esa edad no sabría que hacer. Que tal vez tuvo sus razones”. Rocío siguió viviendo con sus abuelos, a quienes continuó llamando “mamá” y “papá”, y me contó que se
dirige a su madre biológica como Fernandina. Si bien su mamá y papá le dieron amor y afecto, era Fernandina quien constantemente le mandaba dinero para ropa y útiles
escolares.
Rocío me dijo que no se arrepentía de no haber crecido con sus padres biológicos; su padre bebía, por lo que “no hubiéramos tenido la vida que tenemos ahora, hubiera sido
más fea”. Para ella, la vida con sus abuelos era similar a la vida que debería vivirse con los padres; confianza era uno de los pilares de esta relación. Para Rocío, el único
indicador de que “no es lo mismo” es que “siento un poco de recelo decirles ‘me falta esto,’ o ‘necesito esto,’ tal vez un poco de recelo”. En el momento de nuestra
entrevista, Rocío estaba perfectamente acostumbrada porque había crecido con sus abuelos como si fueran sus padres. Al mismo tiempo, el conocimiento de la verdad
detrás de esta relación era un aspecto al que no le era posible acostumbrarse. Es importante enfatizar que otros niños/as sienten lo mismo con sus familias natales. Una
joven con la que hablé pensaba en abandonar la universidad porque no quería pedir a su padre que comprase los materiales que ella sabía que a él, siendo extremadamente
pobre, no le sería posible adquirir. Su incapacidad para pedir algo que ella necesitaba no significaba que no estaba acostumbrada, sino que ella no quería que su padre
sufriera, ya sea negándole esas cosas o sacrificando otras necesidades. Lo que es interesante en el caso de Rocío es que ella interpretaba su recelo a pedir algo como una
cuestión de pertenencia, no de pobreza o consideración.
El punto central que deseo resaltar sobre la historia de Milagros, así como sobre la de Rocío, es que el mudar a los niños/as es una estrategia común de supervivencia y
superación en el Perúcontemporáneo. Visto desde el contexto histórico y político de Perú, es evidente que la habilidad de enviar a un hijo o hija a otro hogar es una
estrategia importante y necesaria para sobrevivir a las condiciones de pobreza. El discurso del acostumbrarse es un método que, a pesar de ser algo imperfecto, permite a
los jóvenes desprenderse de sus hogares natales e incorporarse en nuevas familias. Sin embargo, hay bastante ambivalencia acerca de la circulación infantil. Y aunque los
padres de nacimiento ven que sus hijos están mejor, si hubieran tenido los recursos materiales y sociales, probablemente habrían preferido que se quedasen en casa. La
circulación infantil es un sistema efectivo pero encontré más tristeza, soledad y conflicto de lo que esperaba. Los padres de los niños y niñas circulados enfatizan
discursivamente las relaciones de parentesco para promover el buen trato pero, cuando estos últimos dicen “no es lo mismo”, delinean un contraste entre sus familias de
circulación y sus hogares natales.
Comentarios como este —y los comentarios de Juana sobre cómo Milagros no podía acostumbrarse— son críticas implícitas a la familia anfitriona, al nuevo ambiente y
también al trato cuestionable. Albert Schrauwers[39] ha descrito cómo los niños/as en Sulawesi, Indonesia, interpretan sus circulaciones explotadoras comparándolas a la
historia de la esclavitud: no pueden abandonar activamente su situación pero, no obstante, la critican de un modo culturalmente relevante. De igual modo, los niños y niñas
ayacuchanos circulados producen una crítica moral a través de su evaluación de las posibilidades de acostumbrarse a la nueva casa. Incluso si la decisión de circular no fue
hecha por los propios jóvenes, pueden cuestionar o resistir el proceso de acostumbrarse opinando respecto a su nueva situación. Estos argumentos no son autocríticas a la
incapacidad de adaptación de los mismos niños/as, ya que frecuentemente la gente se acostumbra a situaciones incómodas. Son más bien quejas legítimas, aunque muy
calladas, que evocan maltrato, comportamientos inapropiados y soledad. Incluso, si un niño circulado se ha acostumbrado casi por completo, este es un modo de articular
las incomodidades o ansiedades que quedan. Este es un hallazgo importante para la antropología de la infancia porque es un espacio donde registrar la agencia y la
resistencia de los niños, muchas veces difícil de documentar. Las medidas de afecto y trato, el asumir la responsabilidad de las compras y la moderación del tiempo y del
mismo proceso de acostumbrarse son los factores claves en la evaluación de los jóvenes sobre sus reubicaciones.
Por todo ello, no quiero romantizar la circulación infantil como una extensión idílica de los límites imaginados por la consanguinidad. En particular, al centrarme en la
compañía y el acostumbrarse, no quiero minimizar la importancia de las tareas de casa, una forma de trabajo basado en el género. La circulación del niño o niña tiende un
puente entre las esferas de familia y trabajo, que en la región andina tienden a estar divididas y a ser hartamente influenciadas por las percepciones del género[40]. En
consecuencia, el acompañar a un pariente mayor, en la mayoría de los casos, implica hacer labores domésticas. Estas pueden ser las mismas tareas que el niño o niña hizo
en su familia de nacimiento. Sin embargo, Shellee Colen y Roger Sanjek sugirieron que “si no se considera el trabajo doméstico como una relación de empleador-
empleado, uno sucumbe a la mistificación del parentesco, las tradiciones y el lenguaje que tanto lo acompaña”[41]. La apariencia de las relaciones de parentesco a veces
puede ser explotada dando poca o ninguna remuneración económica al niño o niña por las actividades que realiza, aunque se parezcan a los labores de un empleo, como lo
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enfatizó Juana respecto a las labores que pedían a Milagros que hiciera.
Hasta ahora, he analizado la historia de Milagros para explorar las implicaciones históricas, socioeconómicas, sentimentales y procesales de la circulación de niños o niñas.
La circulación infantil es un método vital para producir relaciones, reproducir conexiones sociales y remarcar relaciones de desigualdad en Ayacucho. Al mismo tiempo, es
un modo de lucha —de salir adelante y de ayudar a los parientes en un contexto de pobreza y violencia—. Sin embargo, las y los empleados públicos del estado peruano no
tienen tiempo ni interés en analizar cuidadosamente cada caso que pasa por sus oficinas. Cuando circunstancias como las de Milagros y Rocío se entrecruzan con la
autoridad del estado y los imperativos legales, los varios asuntos que he comentado —el acostumbrarse poco a poco o las intersecciones del parentesco y trabajo— son
interpretados de un modo muy distinto.
Considerando nuevamente el abandono de Luisa
La circulación de Milagros logró fines sociales particulares: le dio mejores oportunidades de ser educada dentro de un contexto de pobreza y desigualdad, y capitalizó su
género y habilidad de ayudar en las labores domésticas. Promovió la habilidad de Milagros a acostumbrarse, a pesar de que reconocía que no era “lo mismo”. Y, quizás más
importante, ayudó a fortalecer las relaciones de parentesco, además de las diferencias de clase social, entre Dolores y Eulalia. Podemos considerar los mismos puntos
respecto a la declaración de abandono de la bebé Luisa que comenté al principio y podemos preguntar: ¿qué fines sociales han sido excluidos con la intervención del
Estado? La pobreza y la desigualdad hicieron que la transferencia de Luisa fuera aún más urgente que la de Milagros: era necesario que fuera transferida a un adulto que
pudiera apoyarla. Su género es menos importante por ser una bebé, pero su potencial como trabajadora puede que haya sido un factor en juego en esta transferencia.
Además, como bebé, Luisa tendría pocos problemas para acostumbrarse: el caso de Rocío muestra que la tensión de “no es lo mismo” descrita por Milagros podría haberse
evitado casi por completo, si no fuera por los conocimientos de la diferencia. La circulación de Luisa fue algo lógico para su familia pero la intervención del Estado
produjo resultados muy diferentes.
Luisa nació en un pueblito de la ceja de selva ayacuchana, lejos del apoyo social público o filantrópico. Su madre murió dándola a luz y su padre, un campesino muy pobre
de unos sesenta años, se sintió incapaz de atender a su hija recién nacida. Como en el caso de Milagros pero con menos años, Luisa fue reubicada en la casa del hermano de
la madre, un paso perfectamente normal y aceptado localmente. A pesar de que el nuevo protector de Luisa también era pobre y campesino viudo, contaba con algunos de
sus hijos ya mayores que le ofrecieron apoyo económico. Luisa enfermó dos meses después de nacer y su tío, incapaz de pagar el tratamiento médico, la llevó al orfanato
para que recibiera atención médica. El tío de Luisa pensó que la cuidarían por cierto tiempo mientras él trabajaba y ahorraba dinero para educarla. Tras firmar un
documento que daba control al orfanato sobre la niña, se fue pensando que allí estaría bien cuidada.
La incorporación de orfanatos en la circulación de niños
Explicar la decisión del tío de Luisa de entregarla al orfanato requiere que observemos el contexto social completo. Antes de la violencia, no habían orfanatos en Ayacucho.
En el 2000, Fermín Rivera, un catedrático de antropología de la universidad estatal ayacuchana, interpretó este vacío explicándome que antes de la guerra en Ayacucho no
había huérfanos. Su argumento se basaba en un análisis riguroso de la palabra wakcha, que traducido del quechua tienedoble significado: “huérfano” y “pobre”. Esta
coincidencia de significados implica que, en los Andes, una persona sin conexiones familiares esta económica y socialmente despojada —es una palabra que personifica lo
que Hans Medick y David Dabean denominaron “la relación entre las necesidades emocionales y el interés material”[42]—. Mi colega argumentaba que, incluso cuando
los padres mueren, no hay huérfanos en los Andes porque siempre hay algún pariente que cuida del niño o la niña. Sin embargo, esta negación de la posibilidad de la
orfandad terminó cuando miles de niños y niñas perdieron a sus madres y padres, y mucha gente, sintiendo profundamente el temor y la necesidad, rehusaron la
responsabilidad de recibir y cuidar a un pequeño pariente. Fue en estas circunstancias de guerra —no cuando los padres murieron, sino cuando no había parientes que
recibieran a los niños— cuando se crearon los huérfanos –y los orfanatos–. El primer orfanato fue abierto en Ayacucho en 1983 y pronto se abrirían varios otros.
Ahora que esos años comienzan a opacarse en la memoria, puede sorprender que los orfanatos ayacuchanos todavía existan. En realidad, los niños que ahora están allí son
huérfanos también, aunque muchos de sus padres estén aún vivos. Los huérfanos de ahora están en el orfanato porque no tienen parientes que tengan la capacidad
económica o el deseo de asumir la responsabilidad de cuidarlos. Los resultados de la violencia y los efectos de la globalización han producido una pobreza aplastante en la
región. Esa precariedad económica conduce a que las familias dejen temporalmente a sus hijos/as en orfanatos para liberarse de esa responsabilidad por un corto período,
prometiendo sacarlos después de un tiempo acordado. De esta manera los orfanatos, creados para acoger a los menores sobrevivientes de la guerra, ahora sirven casi como
guarderías. Los patrones de circulación establecidos, como el viaje de Milagros a la casa de la tía y la vida de Rocío con sus abuelos, son frecuentemente usados como una
especie de seguro social, y el orfanato ha encontrado su nicho en este sistema de seguro no oficial. Como cualquier opción, utilizar el orfanato de este modo tiene sus
propios riesgos y beneficios: los beneficios incluyen el asegurar alimento, techo, servicio médico y educación; los riesgos incluyen la posibilidad de que la reubicación
temporal pueda convertirse en permanente, si las y los trabajadores sociales y psicólogos determinan que el niño o niña recibe pocas visitas o que su familia es demasiado
pobre como para ser capaz de recuperarlo.
Este fue el contexto del internamiento de la bebé Luisa. Su tío, un campesino pobre incapaz de pagar la atención médica que necesitaba, era consciente de que el orfanato
era una opción viable para acoger a la enfermita. Sin embargo, según el punto de vista de los empleados públicos, el viudo anciano, incapaz de cuidar a su hija,
simplemente regaló la niña a su cuñado, otro viudo anciano. La bebé no solo estaba enferma sino también desnutrida, y estos factores fueron suficientes para considerar el
caso como “abandono moral y material”. Lo mejor para Luisa, según el abogado de la oficina de adopciones, era que fuera adoptada. La ley peruana dice que los parientes
deben ser entrevistados, y el padre y el tío de Luisa declararon que no querían que Luisa fuera adoptada. La impresión que recogí de estos documentos es que Luisa fue
llevada al orfanato por su tío porque este estaba desesperado por la enfermedad de la bebé. Quizás él no imaginó todas las implicaciones de este acto o quizás incluso, si las
pensó, decidió que debía arriesgarse porque ella necesitaba atención médica urgente[43]. El resultado, cuando el caso llegó a la Corte de Familia, fue que oficialmente la
declararon en abandono; según la Corte los hechos eran evidentes, y la “niña huérfana de mamá y regalada a su tío…por su progenitor…de 60 años” obviamente había sido
abandonada.
Declaraciones de abandono como la descrita en las líneas anteriores tienen sus bases en las leyes nacionales e internacionales. Se llevan a cabo bajo el Código de los Niños
y Adolescentes, aprobado en 1992 como Ley 26102[44]. Mucho de este código se deriva de la Convención sobre los Derechos de la Niñez de Naciones Unidas (1989). La
Convención asume que cualquier gobierno que la ha firmado vela por sus ciudadanos. Sin embargo, en el Perú neoliberal, las y los trabajadores de la Corte familiar y de las
oficinas de adopciones —es decir, los intérpretes de estas leyes y sus precursores internacionales—tienen que elegir a la fuerza entre dos aspectos esenciales de la vida del
niño/a: el apoyo de los familiares cercanos o un estándar de vida decente. Una de las ironías de la inserción de Perú en la economía moral internacional es que un sistema
tan cuidadosamente dedicado a “velar por el interés superior del niño” bajo acuerdos internacionalmente definidos termina por estigmatizar las prácticas locales que
generan apoyo, producen relaciones sociales y forjan nuevas oportunidades para los niños y adultos más pobres de Perú.
Conclusiones: La circulación del niño(a) como una estrategia social valiosa
En situaciones como la de Luisa, las estrategias de ayuda social andinas como la circulación de niños o niñas pueden entrar en conflicto con la moralidad internacional y la
legalidad global que define el Código de los Niños y Adolescentes de Perú y la Convención sobre los Derechos de la Niñez de Naciones Unidas. Que el padre de Luisa la
entregue a su cuñado es una forma tradicional de proveerle el cuidado que requiere. Sin embargo, cuando ella entró en el orfanato y el Estado se enteró del caso, esa misma
reubicación se convirtió en inapropiada. Forzadas a elegir entre opciones intolerables, las familias pobres que usan la circulación infantil como forma de darles a sus hijos e
hijas el cuidado y la educación que requieren, desde el punto de vista del Estado, aparecen como padres desinteresados y desnaturalizados. Asimismo, la malnutrición de
Luisa fue considerada por el Estado como otro factor de su aparente abandono. Sin embargo, si usamos como estándar que “los niños desnutridos no están siendo cuidados
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de forma apropiada”, por lo menos un cuarto de los niños y niñas peruanos podrían ser declarados abandonados[45].
En otras palabras, la justificación del Estado para decir que Luisa estaba en abandono se basa en los mismos factores que caracterizan la pobreza en Perú. Sin embargo, la
gran mayoría de los niños y niñas pobres, aunque sean circulados o desnutridos, no son declarados en abandono porque no han tenido contacto con el Estado. En otras
palabras, cualquier niña o niño pobre está en peligro de ser definido como abandonado cuando por alguna razón ingresa en el sistema del Estado. Lo que nos debe
preocupar es que este proceso legal clasifica a todo niño o niña pobre como abandonado. Según la ley peruana, la pobreza no puede ser una justificación para retirar un hijo
o una hija a sus padres. Sin embargo, los archivos de abandono revelan un estado neoliberal que critica ferozmente a las familias pobres pero que provee escaso apoyo
social o económico. La economía política de la crianza de los hijos se convierte, en los archivos, en el “abandono moral y material”, de tal modo que el acto de quitar y
exportar a los hijos e hijas de los pobres se normaliza como algo moralmente apropiado y beneficioso.
En casos como el de Luisa, las y los trabajadores del ámbito de la adopción tienen que determinar el “interés superior del niño” eligiendo entre la importancia del
parentesco y la mejora de las condiciones económicas[46]. La ley peruana y la Convención sobre los Derechos de la Niñez de la ONU insistenen que los niños y niñas
tengan ambas. La historia de Luisa demuestra el modo en que, de acuerdo a la Convención, “un nivel de vida adecuado” (Artículo 27) y el derecho “a conocer a sus padres
y a ser cuidado por ellos” (Artículo 7) pueden llegar a oponerse, obligando a los empleados públicos a dar preferencia a lo económico, en una esfera donde la atención a lo
económico puede parecerse, incómodamente, a la venta de bebés. La historia de Milagros muestra también la importancia de lo económico, es decir, los gastos de
alimentación y educación. Sin embargo, en el caso de Milagros, el sistema local de parentesco no entró en conflicto con las necesidades económicas sino que la circulación
apareció como una tercera posibilidad, ambigua pero efectiva.
Si Milagros no hubiera ido a la casa de su tía, habría sufrido los maltratos de su abuela y quizás habría tenido que trabajar en vez de estudiar. Si Luisa no hubiera sido
llevada a su tío y después al orfanato, podría haberse convertido en un número de las estadísticas de mortalidad infantil. La conclusión central que podemos extraer de estas
historias es que, ante circunstancias difíciles, si se decide reubicar un hijo o hija, es porque se piensa que las otras alternativas son peores. Ante la sujeción a una pobreza
implacable que obliga a intolerables elecciones entre alternativas difíciles, puede parecer mejor que un niño o niña no resida con sus padres.
Esa decisión difícil trata de maximizar oportunidades en tiempos de crisis. La circulación infantil puede crear nuevas posibilidades. El niño o la niña puede recibir
beneficios que sus familias no le pueden dar, proporcionar dinero a su hogar de nacimiento o solidificar relaciones de las que los adultos dependen para sobrevivir en el día
a día. Los ayacuchanos reconocen que no están bien ubicados dentro de la economía global para ayudar directamente a sus hijos e hijas, pero sí son capaces de transferirlos
estratégicamente a otras personas que puedan apoyarlos. Estas circulaciones ni son universalmente alabadas ni son libres de ambivalencia o tristeza. Son modos en que las
familias ayacuchanas pobres circulan sus hijos para, creativamente, luchar por un mejor futuro y, al intentarlo, van construyendo múltiples conexiones que les son útiles.
Cuando el Estado interviene en estas relaciones, atenta contra estas estrategias de supervivencia.
Los ejemplos de la adolescente Milagros y la bebé Luisa muestran la diversidad de la circulación infantil andina. Mis investigaciones demuestran cómo funcionan estas
circulaciones, las razones por las que se han convertido en una necesidad en ciertos contextos sociales precarios y cómo pueden desviarse cuando el Estado interviene en
las relaciones locales. La lógica cultural de esta práctica está ligada a y produce dos conexiones que son constitutivas de la vida andina: el parentesco y la desigualdad.
Respecto al parentesco, la transferencia de niños y niñas es generalmente intrafamiliar y, cuando no lo es, convierte a los involucrados en parientes lo antes posible.
Además, las reubicaciones sostienen e incluso producen el parentesco, a través del proceso de “acostumbrarse”. Respecto a la desigualdad, la circulación responde a las
jerarquías socioeconómicas que caracterizan una región dibujada por su pasado violento —los jóvenes pueden “avanzar” por medio de la circulación pero, al mismo
tiempo, reifica las mismas jerarquías, en la medida en que ellos mismos empiezan a despreciar sus orígenes. También refleja la desigualdad a nivel global, como base para
determinar qué países darán menores en adopción y qué países los recibirán. La circulación infantil es una reproducción social estrechamente ligada al parentesco y la
desigualdad.
Lo que quiero subrayar es que estos desplazamientos son ambiguos y complicados. Aunque sería fácil considerar a Milagros como una joven acogida por sus parientes o
como una trabajadora doméstica no pagada, no sería correcto simplificarlo así. En realidad, ella estaba viviendo una situación cualitativamente diferente que acarrea sus
propias confusiones y retos. El caso de Luisa es quizás más complicado —es tan pequeña que no puede opinar sobre sus traslados y quizás habría muerto si su tío no la
hubiera llevado al médico del orfanato—. Pero su caso también muestra cómo las prácticas que se consideran, localmente, que velan por el interés superior del niño pueden
ser vistas por el Estado como perjudiciales. Un claro entendimiento de la circulación de niños podría provocar cambios benéficos en las leyes, pero —tal como me dijo una
trabajadora judicial receptiva— a menos que las condiciones de pobreza en Perú sean superadas, las familias peruanas seguirán haciendo circular a sus hijos.
La circulación infantil es una estrategia por la que los peruanos manipulan sus entornos sociales y geográficos para sobrevivir y, algún día, progresar. Un enfoque de la
circulación infantil dentro del contexto de la pobreza revela que los niños/as tienen un alto grado de iniciativa. Incluso cuando están obligados por una reticencia a criticar
una reubicación llevada a cabo en nombre del auto-progreso y a ampliar su contribución a los esfuerzos socioeconómicos de la familia, las y los jóvenes juegan un rol
central en la negociación y, en última instancia, naturalizan su circulación a través de la idea de “acostumbrarse”, localmente importante. Al final, por tanto, esta es una
historia de pertenecer a una familia a la que uno no pertenecía. Quizás una de las herencias más grandes de David Schneider es el reconocimiento de que cada forma de
parentesco es construido. Tomando en cuenta cómo los niños y niñas son incorporados en o desviados hacia nuevas constelaciones de parentescos flexibles en Ayacucho, es
posible pensar en términos más generales sobre cómo los padres e hijos/as se constituyen en diferentes culturas, contribuyendo al proyecto antropológico de descentralizar
el ideal monolítico de “la Familia”[47] que aún tiene peso político en muchos países.
 
Notas
[1] Agradecimientos: Este artículo se basó en una investigación que fue financiada por la beca Fulbright IIE, una beca de la Fundación Wenner-Gren, una National Science Foundation Dissertation Improvement
Grant y una beca del Jacob K. Javits, además de la generosidad de varios departamentos de la Universidad de Michigan. Agradezco a mis amigos, parientes, y colegas en Perú por su gran apoyo en mi
investigación. También quisiera expresar mi agradecimiento a Nicole Berry, Gillian Feeley-Harnik, Susan Frohlick, Sallie Han, Marcia Inhorn, Sabine MacCormark, Bruce Mannheim, Liz Millward, Joshua
Tucker, Virginia Domínguez, Julie Peluso y dos revisores anónimos de American Ethnologist por sus oportunos comentarios sobre las versiones previas. Agradezco a Jessica Herrera su trabajo de traducción, a
Diana Marre por sugerir este fórum para mi trabajo y a Beatriz San Román por sus valiosos comentarios. Una versión de este artículo apareció en LEINAWEAVER, Jessaca B. On Moving Children: The Social
Implications of Andean Child Circulation. American Ethnologist, 2007, vol. 34(1), p. 163-180. © 2007 American Anthropological Association.
[2] Los nombres han sido cambiados para proteger la privacidad. Con respeto al género de la gramática española he decidido hablar de “circulación infantil” para evitar escribir continuamente “circulación de los
niños y las niñas”.
[3] Briggs, 2006; ver también Kapstein, 2003.
[4] Fonseca, 1986, p. 15; Lallemand, 1993.
[5] Por ejemplo, se lo ha documentado en el Pacífico (Ej. Brady ,1976; Carroll, 1970a; Donner, 1999; Modell, 1998), en África Occidental (Ej. Bledsoe, 1990; Goody, 1982; Renne, 2003; Schildkrout, 1973) y en
varios otros sitios (Ej. Carsten, 1991 para Malaysia; Kottak, 1986 para Madagascar; Rousseau, 1970 para los Inuit; Schrauwers, 1999 para Sulawesi; Stack, 1974 para los afroamericanos pobres en los Estados
Unidos; Trawick, 1992 para los Tamils de Sri Lanka).
[6] Prácticas similares en otras partes de los Andes se pueden encontrar en los escritos del cronistadel siglo XVI Juan Diez de Betanzos (1996, p. 102-103) y del cronista del siglo XVII Guaman Poma de Ayala
(1980, p.551[565], citado en Mayer 2009, p.223), además de en las investigación de los historiadores James Lockhart (1968, p. 185), Kathryn Burns (1999, p. 16) y Ann Twinam (1999) durante el período
colonial; y Nara Milanich (2004, p. 313; ver también Milanich, 2002) sobre el siglo XIX.
[7] Así mismo, distingo la circulación infantil de la adopción, palabra que se usa mucho en Perú como término legal: el traslado documentado de un niño o niña abandonado o huérfano a nuevos padres (ver
Leinaweaver 2001, 2009). En este artículo, uso adopción para referirme a la reubicación legal de menores con el conocimiento del estado. Sería preferible un término nativo en lugar de la circulación infantil
pero, en Ayacucho, el momento de mudarse a otro hogar es usualmente descrito de modo directo, generalmente con la frase “fui a vivir con”.
[8] Schneider, 1984.
http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-395/sn-395-13.htm#_edn45
http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-395/sn-395-13.htm#_edn46
http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-395/sn-395-13.htm#_edn47
http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-395/sn-395-13.htm#_ednref1
http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-395/sn-395-13.htm#_ednref2
http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-395/sn-395-13.htm#_ednref3
http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-395/sn-395-13.htm#_ednref4
http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-395/sn-395-13.htm#_ednref5
http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-395/sn-395-13.htm#_ednref6
http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-395/sn-395-13.htm#_ednref7
http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-395/sn-395-13.htm#_ednref8
9/9/15 20:17El desplazamiento infantil: las implicaciones sociales de la circulación infantil en los Andes
Página 9 de 12http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-395/sn-395-13.htm
[9] Needham, 1971 da un argumento parecido.
[10] Yanagisako y Collier, 1987.
[11] Weston, 1991.
[12] Edwards, 2000; Inhorn, 2003; Ragoné, 1994. Varios trabajos recientes sobre parentesco registran esta historia; para más detalles ver Bouquet, 1996; Carsten, 2000; Feeley-Harnik, 1999; y Franklin y
McKinnon, 2001.
[13] Ver por ejemplo, Ginsburg y Rapp, 1995; Kligman, 1992, 1995.
[14] Comisión de la Verdad y Reconciliación, 2003, anexo 2, p. 19.
[15] Revollar Añaños 2001, p. 18. Para la descripción de la violencia me baso en la reciente publicación del Informe Final de La Comisión de la Verdad (28 de agosto de 2003), producido por una comisión
independiente formada en el año 2000. También uso como fuentes los trabajos de los académicos peruanos y extranjeros sobre el conflicto interno (e.g., Degregori, 1991, 1997; del Pino, 1995, 1998; Isbel,l 1992,
1998; Kirk, 1991; Poole y Rénique, 1992; Stern, 1998; Urrutía Ceruti, 1987; Vargas Llosa ,1983). El desplazamiento que ocurrió durante la violencia fue de algún modo una aceleración de la ola de migración
rural a las urbes, un fenómeno social característico de Perú y del Tercer Mundo desde hace varias décadas.
[16] Una vez que la familia se reestableció en Ayacucho, Ramón apareció de nuevo y temporalmente los acompaño allí. Después desapareció una vez más, pero esta vez para vivir con otra mujer. Sus hijos no lo
han visto desde entonces. Mientras tanto, la abuela, la madre de Dolores, retornó a su pueblo en ese mismo año. Según Milagros, su abuela “dice que quería recuperar su casa [el pueblo formaba parte del PAR, el
Programa de Apoyo a la Repoblación, que construyó casas para los residentes que retornaron después del conflicto], quería regresar porque se sentía mejor ahí”.
[17] La investigación fue conducida principalmente en castellano (también se usó el quechua, la lengua indígena más importante de Perú) y mis métodos incluyeron la observación participante, entrevistas, y
análisis de textos. Las imágenes y comprensiones de la circulación infantil son diferentes dependiendo del método, y mi representación de este concepto surge de la triangulación de las memorias compartidas por
los jóvenes sobre sus experiencias (en entrevistas o conversaciones que se extendieron a comunicaciones vía correo electrónico y mensajes instantáneos, que hoy en día son muy accesibles), mis observaciones de
las vidas de los niños y niñas transferidos a sus nuevos hogares, y los discursos oficiales sobre la transferencia y la adopción (como la literatura producida por las oficinas estatales de adopción sobre la validez de
los diversos tipos de familias).
[18] Excepto, desde luego, por la violencia estructural de la pobreza. Sobre ello, ver particularmente los trabajos de Claudia Fonseca (2002, 2006) en Brasil, y otros proyectos similares sobre niños de la calle
conducidos por Lewis Aptekar en Colombia (1998) y Tobias Hecht en Brasil (1998).
[19] También por razones menos obvias se hicieron más pobres aún los ayacuchanos durante la violencia: fueron estigmatizados como indeseables y los podían rechazar en puestos de trabajo, trámites de visas,
etc., asumiendo que por ser ayacuchanos eran terroristas.
[20] Estos datos estadísticos han sido fuertemente cuestionados por la oposición.
[21] La Primavera 2006, p. 7.
[22] Weismantel, 1995, p. 689.
[23] Ver Leinaweaver, 2008 para más detalles.
[24] Carroll, 1970b.
[25] Goody, 1982.
[26] Weismantel, 1985.
[27] Cadet, 1998; Collard, 2000.
[28] Ver Goodenough, 1970.
[29] Mayer y Bolton, 1980; ver también Weismantel, 2006.
[30] Ver Ossio, 1984.
[31] Urban 1996, p. 131.
[32] La distinción entre relaciones verticales y horizontales es analizada en el compadrazgo o apadrinamiento por Sidney Mintz y Eric Wolf (1950), y es una comparación útil. No todas las circulaciones de
menores son unidireccionalmente verticales; yo también vi a jóvenes criados en el campo por sus abuelos porque los ancianos necesitaban compañía o porque los padres no podían cuidarlos debido a la
migración, trabajo o encarcelamiento.
[33] Sobre género y división de trabajo en los Andes, ver Babb, en impresión; Bourque y Warren, 1981; Bunster y Chaney, 1989; de la Cadena, 1996; Harris, 1980; Harvey, 1997; Platt, 1986; Valderrama y
Escalante, 1997; Van Vleet, 2008; y Weismantel, 1994.
[34] Ver Leinaweaver, 2005.
[35] Foster, 1965, p. 298-299.
[36] Cuando terminé mi trabajo de campo a fines de 2003, Juana estaba viviendo sola en la casa de la madre. Dolores, que trabajaba cobrando pasajes en el servicio de bus de Eulalia, dormía en el camino o
mayormente en la casa de Eulalia. Pero en mi última visita en el 2006, Juana, muy contenta, me contó que su madre había vuelto a casa, así como su hermano y hermana menores.
[37] El cuy es un roedor nativo de América del Sur.
[38] Howell, 2003.
[39] Schrauwers, 1999.
[40] Ver Orlove, 2002, p. 101-107.
[41] Colen y Sanjek, 1990, p. 3-4. Ver también Loza et al., 1990. Sin embargo, Margo Smith ha argumentado convincentemente que los servicios domésticos en Perú, a pesar de que perpetúan la desigualdad
(“poniendo a los indios en su lugar”), de todos modos, “provee[n] una de las pocas oportunidades accesibles para mujeres migrantes de clases bajas para movilizarse socioeconómicamente” (1973, p. 192-193).
[42] Medick y Dabean, 1984, p. 10.
[43] Esta imprecisión sugiere peligrosamente un campesino confundido por el sistema. Otra igualmente peligrosa es que el tío intentaba deshacerse cruelmente de Luisa, entregándola al orfanato y aparentando
que volvería a buscarla. No tengo la menor duda de que existe confusión, pero esta puede ser tanto una causa como una justificación para el “abandono”. Sospecho que la mayoría de las personas que
temporalmente dejan a los niños o niñas tienen en mente recuperarlos. El hecho de que esto no siempre ocurra expresa muchas posibilidades: las complicaciones y malentendidos que se producen cuando los
menores entran en el sistema, las dificultades de moverse en situaciones de extremada pobreza, la esperanza de que al crecer el niño o niña en su nueva vida aún se acuerde de ellos o la posibilidad mencionada
arriba: quizás, con algún grado de conciencia, tenían la intención de abandonarla.
[44] Congreso de la República del Perú,

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