Logo Studenta

Lengua-Clase-nA-13-del-24-de-junio-de-2017

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

Clase n° 
 
“La 
Tengo en el Salto Oriental dos primos, hoy hombres ya, que a sus doce años, y a consecuencia de 
profundas lecturas de Julio Verne, dieron en la rica empresa de abandonar su casa para ir a vivir al 
monte. Este queda a dos leguas de la ciudad. Allí vivirían primitiva
que los dos muchachos no se habían acordado particularmente de llevar escopetas ni anzuelos; pero, de 
todos modos, el bosque estaba allí, con su libertad como fuente de dicha y sus peligros como encanto.
 Desgraciadamente, al segundo día fueron hallados por quienes los buscaban. Estaban bastante 
atónitos todavía, no poco débiles, y con gran asombro de sus hermanos menores 
Julio Verne- sabían andar aún en dos pies y recordaban el habla.
La aventura de los dos robinsones, sin embargo, fuera acaso más formal a haber tenido como teatro 
otro bosque menos dominguero. Las escapatorias llevan aquí en Misiones a límites imprevistos, y a ello 
arrastró a Gabriel Benincasa el orgullo de sus stromboot.
Benincasa, habiendo concluido sus estudios de contaduría pública, sintió fulminante deseo de conocer 
la vida de la selva. No fue arrastrado por su temperamento, pues antes bien Benincasa era un muchacho 
pacífico, gordinflón y de cara rosada, en razón de su excelen
cuerdo para preferir un té con leche y pastelitos a quién sabe qué fortuita e infernal comida del bosque. 
Pero así como el soltero que fue siempre juicioso cree de su deber, la víspera de sus bodas, despedirse de 
la vida libre con una noche de orgía en componía de sus amigos, de igual modo Benincasa quiso honrar 
su vida aceitada con dos o tres choques de vida intensa. Y por este motivo remontaba el Paraná hasta un 
obraje, con sus famosos stromboot. 
Apenas salido de Corrientes había calzado sus recias botas, pues los yacarés de la orilla calentaban ya 
el paisaje. Mas a pesar de ello el contador público cuidaba mucho de su calzado, evitándole arañazos y 
sucios contactos. 
De este modo llegó al obraje de su padrino, y a 
ahijado. 
-¿Adónde vas ahora? -le había preguntado sorprendido.
-Al monte; quiero recorrerlo un poco 
hombro. 
-¡Pero infeliz! No vas a poder dar un 
mañana te haré acompañar por un peón.
Benincasa renunció a su paseo. No obstante, fue hasta la vera del bosque y se detuvo. Intentó 
vagamente un paso adentro, y quedó quieto. Metiose las manos en l
aquella inextricable maraña, silbando débilmente aires truncos. Después de observar de nuevo el bosque 
a uno y otro lado, retornó bastante desilusionado.
Al día siguiente, sin embargo, recorrió la picada central por espaci
volvió profundamente dormido, Benincasa no deploró el paseo. Las fieras llegarían poco a poco.
Llegaron éstas a la segunda noche 
Benincasa dormía profundamente, cuando fue despertad
-¡Eh, dormilón! Levántate que te van a comer vivo.
UBA 
 
CIEEM 2017/2018 
Lengua 
Clase n° 13 – 24 de junio de 2017 
 
 miel Silvestre” de Horacio Quiroga 
el Salto Oriental dos primos, hoy hombres ya, que a sus doce años, y a consecuencia de 
profundas lecturas de Julio Verne, dieron en la rica empresa de abandonar su casa para ir a vivir al 
monte. Este queda a dos leguas de la ciudad. Allí vivirían primitivamente de la caza y la pesca. Cierto es 
que los dos muchachos no se habían acordado particularmente de llevar escopetas ni anzuelos; pero, de 
todos modos, el bosque estaba allí, con su libertad como fuente de dicha y sus peligros como encanto.
ente, al segundo día fueron hallados por quienes los buscaban. Estaban bastante 
atónitos todavía, no poco débiles, y con gran asombro de sus hermanos menores -iniciados también en 
sabían andar aún en dos pies y recordaban el habla. 
de los dos robinsones, sin embargo, fuera acaso más formal a haber tenido como teatro 
otro bosque menos dominguero. Las escapatorias llevan aquí en Misiones a límites imprevistos, y a ello 
arrastró a Gabriel Benincasa el orgullo de sus stromboot. 
a, habiendo concluido sus estudios de contaduría pública, sintió fulminante deseo de conocer 
la vida de la selva. No fue arrastrado por su temperamento, pues antes bien Benincasa era un muchacho 
pacífico, gordinflón y de cara rosada, en razón de su excelente salud. En consecuencia, lo suficiente 
cuerdo para preferir un té con leche y pastelitos a quién sabe qué fortuita e infernal comida del bosque. 
Pero así como el soltero que fue siempre juicioso cree de su deber, la víspera de sus bodas, despedirse de 
vida libre con una noche de orgía en componía de sus amigos, de igual modo Benincasa quiso honrar 
su vida aceitada con dos o tres choques de vida intensa. Y por este motivo remontaba el Paraná hasta un 
orrientes había calzado sus recias botas, pues los yacarés de la orilla calentaban ya 
el paisaje. Mas a pesar de ello el contador público cuidaba mucho de su calzado, evitándole arañazos y 
De este modo llegó al obraje de su padrino, y a la hora tuvo éste que contener el desenfado de su 
le había preguntado sorprendido. 
Al monte; quiero recorrerlo un poco -repuso Benincasa, que acababa de colgarse el winchester al 
¡Pero infeliz! No vas a poder dar un paso. Sigue la picada, si quieres… O mejor deja esa arma y 
mañana te haré acompañar por un peón. 
Benincasa renunció a su paseo. No obstante, fue hasta la vera del bosque y se detuvo. Intentó 
vagamente un paso adentro, y quedó quieto. Metiose las manos en los bolsillos y miró detenidamente 
aquella inextricable maraña, silbando débilmente aires truncos. Después de observar de nuevo el bosque 
a uno y otro lado, retornó bastante desilusionado. 
Al día siguiente, sin embargo, recorrió la picada central por espacio de una legua, y aunque su fusil 
volvió profundamente dormido, Benincasa no deploró el paseo. Las fieras llegarían poco a poco.
Llegaron éstas a la segunda noche -aunque de un carácter un poco singular. 
Benincasa dormía profundamente, cuando fue despertado por su padrino. 
¡Eh, dormilón! Levántate que te van a comer vivo. 
49 
el Salto Oriental dos primos, hoy hombres ya, que a sus doce años, y a consecuencia de 
profundas lecturas de Julio Verne, dieron en la rica empresa de abandonar su casa para ir a vivir al 
mente de la caza y la pesca. Cierto es 
que los dos muchachos no se habían acordado particularmente de llevar escopetas ni anzuelos; pero, de 
todos modos, el bosque estaba allí, con su libertad como fuente de dicha y sus peligros como encanto. 
ente, al segundo día fueron hallados por quienes los buscaban. Estaban bastante 
iniciados también en 
de los dos robinsones, sin embargo, fuera acaso más formal a haber tenido como teatro 
otro bosque menos dominguero. Las escapatorias llevan aquí en Misiones a límites imprevistos, y a ello 
a, habiendo concluido sus estudios de contaduría pública, sintió fulminante deseo de conocer 
la vida de la selva. No fue arrastrado por su temperamento, pues antes bien Benincasa era un muchacho 
te salud. En consecuencia, lo suficiente 
cuerdo para preferir un té con leche y pastelitos a quién sabe qué fortuita e infernal comida del bosque. 
Pero así como el soltero que fue siempre juicioso cree de su deber, la víspera de sus bodas, despedirse de 
vida libre con una noche de orgía en componía de sus amigos, de igual modo Benincasa quiso honrar 
su vida aceitada con dos o tres choques de vida intensa. Y por este motivo remontaba el Paraná hasta un 
orrientes había calzado sus recias botas, pues los yacarés de la orilla calentaban ya 
el paisaje. Mas a pesar de ello el contador público cuidaba mucho de su calzado, evitándole arañazos y 
la hora tuvo éste que contener el desenfado de su 
repuso Benincasa, que acababa de colgarse el winchester al 
paso. Sigue la picada, si quieres… O mejor deja esa arma y 
Benincasa renunció a su paseo. No obstante, fue hasta la vera del bosque y se detuvo. Intentó 
os bolsillos y miró detenidamenteaquella inextricable maraña, silbando débilmente aires truncos. Después de observar de nuevo el bosque 
o de una legua, y aunque su fusil 
volvió profundamente dormido, Benincasa no deploró el paseo. Las fieras llegarían poco a poco. 
 
 
 
Benincasa se sentó bruscamente en la cama, alucinado por la luz de los tres faroles de viento que se 
movían de un lado a otro en la pieza. Su padrino y dos peones regaban el piso.
-¿Qué hay, qué hay? -preguntó echándose al suelo.
-Nada… Cuidado con los pies… La corrección.
Benincasa había sido ya enterado de las curiosas hormigas a que llamamos corrección. Son pequeñas, 
negras, brillantes y marchan velozmente en ríos más o menos anchos. S
Avanzan devorando todo lo que encuentran a su paso: arañas, grillos, alacranes, sapos, víboras y a 
cuanto ser no puede resistirles. No hay animal, por grande y fuerte que sea, que no haya de ellas. Su 
entrada en una casa supone la exterminación absoluta de todo ser viviente, pues no hay rincón ni agujero 
profundo donde no se precipite el río devorador. Los perros aúllan, los bueyes mugen y es forzoso 
abandonarles la casa, a trueque de ser roídos en diez horas hasta el esqueleto.
uno, dos, hasta cinco días, según su riqueza en insectos, carne o grasa. Una vez devorado todo, se van.
No resisten, sin embargo, a la creolina o droga similar; y como en el obraje abunda aquélla, antes de 
una hora el chalet quedó libre de la corrección.
Benincasa se observaba muy de cerca, en los pies, la placa lívida de una mordedura.
-¡Pican muy fuerte, realmente! -dijo sorprendido, levantando la cabeza hacia su padrino.
Este, para quien la observación no tenía ya ningún valor, no
haber contenido a tiempo la invasión. Benincasa reanudó el sueño, aunque sobresaltado toda la noche 
por pesadillas tropicales. 
Al día siguiente se fue al monte, esta vez con un machete, pues había concluido por comp
tal utensilio le sería en el monte mucho más útil que el fusil. Cierto es que su pulso no era maravilloso, y 
su acierto, mucho menos. Pero de todos modos lograba trozar las ramas, azotarse la cara y cortarse las 
botas; todo en uno. 
El monte crepuscular y silencioso lo cansó pronto. Dábale la impresión 
escenario visto de día. De la bullente vida tropical no hay a esa hora más que el teatro helado; ni un 
animal, ni un pájaro, ni un ruido casi. Benincasa volvía cuando un 
diez metros de él, en un tronco hueco, diminutas abejas aureolaban la entrada del agujero. Se acercó con 
cautela y vio en el fondo de la abertura diez o doce bolas oscuras, del tamaño de un huevo.
-Esto es miel -se dijo el contador público con íntima gula
miel… 
Pero entre él -Benincasa- y las bolsitas estaban las abejas. Después de un momento de descanso, 
pensó en el fuego; levantaría una buena humareda. La suerte quiso que mie
cautelosamente la hojarasca húmeda, cuatro o cinco abejas se posaran en su mano, sin picarlo. Benincasa 
cogió una en seguida, y oprimiéndole el abdomen, constató que no tenía aguijón. Su saliva, ya liviana, se 
clarificó. ¡Maravillosos y buenos animalitos!
En un instante el contador desprendió las bolsitas de cera, y alejándose un buen trecho para escapar al 
pegajoso contacto de las abejas, se sentó en un raigón. De las doce bolas, siete contenían polen. Pero las 
restantes estaban llenas de miel, una miel oscura, de sombría transparencia, que Benincasa paladeó 
golosamente. Sabía distintamente a algo. ¿A qué? El contador no pudo precisarlo. Acaso a resina de 
frutales o de eucaliptus. Y por igual motivo, tenía la densa miel un vago dejo
en cambio! 
Benincasa, una vez bien seguro de que cinco bolsitas le serían útiles, comenzó. Su idea era sencilla: 
tener suspendido el panal goteante sobre su boca. Pero como la miel era espesa, tuvo que agrandar el 
agujero, después de haber permanecido medio minuto con la boca inútilmente abierta. Entonces la miel 
asomó, adelgazándose en pesado hilo hasta la lengua del contador.
UBA 
 
CIEEM 2017/2018 
Benincasa se sentó bruscamente en la cama, alucinado por la luz de los tres faroles de viento que se 
movían de un lado a otro en la pieza. Su padrino y dos peones regaban el piso. 
preguntó echándose al suelo. 
Nada… Cuidado con los pies… La corrección. 
Benincasa había sido ya enterado de las curiosas hormigas a que llamamos corrección. Son pequeñas, 
negras, brillantes y marchan velozmente en ríos más o menos anchos. Son esencialmente carnívoras. 
Avanzan devorando todo lo que encuentran a su paso: arañas, grillos, alacranes, sapos, víboras y a 
cuanto ser no puede resistirles. No hay animal, por grande y fuerte que sea, que no haya de ellas. Su 
la exterminación absoluta de todo ser viviente, pues no hay rincón ni agujero 
profundo donde no se precipite el río devorador. Los perros aúllan, los bueyes mugen y es forzoso 
abandonarles la casa, a trueque de ser roídos en diez horas hasta el esqueleto. Permanecen en un lugar 
uno, dos, hasta cinco días, según su riqueza en insectos, carne o grasa. Una vez devorado todo, se van.
No resisten, sin embargo, a la creolina o droga similar; y como en el obraje abunda aquélla, antes de 
ibre de la corrección. 
Benincasa se observaba muy de cerca, en los pies, la placa lívida de una mordedura. 
dijo sorprendido, levantando la cabeza hacia su padrino.
Este, para quien la observación no tenía ya ningún valor, no respondió, felicitándose, en cambio, de 
haber contenido a tiempo la invasión. Benincasa reanudó el sueño, aunque sobresaltado toda la noche 
Al día siguiente se fue al monte, esta vez con un machete, pues había concluido por comp
tal utensilio le sería en el monte mucho más útil que el fusil. Cierto es que su pulso no era maravilloso, y 
su acierto, mucho menos. Pero de todos modos lograba trozar las ramas, azotarse la cara y cortarse las 
uscular y silencioso lo cansó pronto. Dábale la impresión -exacta por lo demás
escenario visto de día. De la bullente vida tropical no hay a esa hora más que el teatro helado; ni un 
animal, ni un pájaro, ni un ruido casi. Benincasa volvía cuando un sordo zumbido le llamó la atención. A 
diez metros de él, en un tronco hueco, diminutas abejas aureolaban la entrada del agujero. Se acercó con 
cautela y vio en el fondo de la abertura diez o doce bolas oscuras, del tamaño de un huevo.
o el contador público con íntima gula-. Deben de ser bolsitas de cera, llenas de 
y las bolsitas estaban las abejas. Después de un momento de descanso, 
pensó en el fuego; levantaría una buena humareda. La suerte quiso que mientras el ladrón acercaba 
cautelosamente la hojarasca húmeda, cuatro o cinco abejas se posaran en su mano, sin picarlo. Benincasa 
cogió una en seguida, y oprimiéndole el abdomen, constató que no tenía aguijón. Su saliva, ya liviana, se 
sos y buenos animalitos! 
En un instante el contador desprendió las bolsitas de cera, y alejándose un buen trecho para escapar al 
pegajoso contacto de las abejas, se sentó en un raigón. De las doce bolas, siete contenían polen. Pero las 
enas de miel, una miel oscura, de sombría transparencia, que Benincasa paladeó 
golosamente. Sabía distintamente a algo. ¿A qué? El contador no pudo precisarlo. Acaso a resina de 
frutales o de eucaliptus. Y por igual motivo, tenía la densa miel un vago dejo áspero. ¡Mas qué perfume, 
Benincasa, una vez bien seguro de que cinco bolsitas le serían útiles, comenzó. Su idea era sencilla: 
tener suspendido el panal goteante sobre su boca. Pero como la miel era espesa, tuvo que agrandar el 
s de haber permanecido medio minuto con la boca inútilmente abierta. Entonces la miel 
asomó, adelgazándose en pesado hilo hasta la lengua del contador. 
50 
Benincasa se sentó bruscamente en la cama, alucinado por la luz de los tres faroles de viento que se 
Benincasa había sido ya enterado de las curiosas hormigas a que llamamos corrección. Son pequeñas, 
on esencialmente carnívoras. 
Avanzan devorando todo lo queencuentran a su paso: arañas, grillos, alacranes, sapos, víboras y a 
cuanto ser no puede resistirles. No hay animal, por grande y fuerte que sea, que no haya de ellas. Su 
la exterminación absoluta de todo ser viviente, pues no hay rincón ni agujero 
profundo donde no se precipite el río devorador. Los perros aúllan, los bueyes mugen y es forzoso 
Permanecen en un lugar 
uno, dos, hasta cinco días, según su riqueza en insectos, carne o grasa. Una vez devorado todo, se van. 
No resisten, sin embargo, a la creolina o droga similar; y como en el obraje abunda aquélla, antes de 
dijo sorprendido, levantando la cabeza hacia su padrino. 
respondió, felicitándose, en cambio, de 
haber contenido a tiempo la invasión. Benincasa reanudó el sueño, aunque sobresaltado toda la noche 
Al día siguiente se fue al monte, esta vez con un machete, pues había concluido por comprender que 
tal utensilio le sería en el monte mucho más útil que el fusil. Cierto es que su pulso no era maravilloso, y 
su acierto, mucho menos. Pero de todos modos lograba trozar las ramas, azotarse la cara y cortarse las 
exacta por lo demás- de un 
escenario visto de día. De la bullente vida tropical no hay a esa hora más que el teatro helado; ni un 
sordo zumbido le llamó la atención. A 
diez metros de él, en un tronco hueco, diminutas abejas aureolaban la entrada del agujero. Se acercó con 
cautela y vio en el fondo de la abertura diez o doce bolas oscuras, del tamaño de un huevo. 
. Deben de ser bolsitas de cera, llenas de 
y las bolsitas estaban las abejas. Después de un momento de descanso, 
ntras el ladrón acercaba 
cautelosamente la hojarasca húmeda, cuatro o cinco abejas se posaran en su mano, sin picarlo. Benincasa 
cogió una en seguida, y oprimiéndole el abdomen, constató que no tenía aguijón. Su saliva, ya liviana, se 
En un instante el contador desprendió las bolsitas de cera, y alejándose un buen trecho para escapar al 
pegajoso contacto de las abejas, se sentó en un raigón. De las doce bolas, siete contenían polen. Pero las 
enas de miel, una miel oscura, de sombría transparencia, que Benincasa paladeó 
golosamente. Sabía distintamente a algo. ¿A qué? El contador no pudo precisarlo. Acaso a resina de 
áspero. ¡Mas qué perfume, 
Benincasa, una vez bien seguro de que cinco bolsitas le serían útiles, comenzó. Su idea era sencilla: 
tener suspendido el panal goteante sobre su boca. Pero como la miel era espesa, tuvo que agrandar el 
s de haber permanecido medio minuto con la boca inútilmente abierta. Entonces la miel 
 
 
 
Uno tras otro, los cinco panales se vaciaron así dentro de la boca de Benincasa. Fue inútil que éste 
prolongara la suspensión, y mucho más que repasara los globos exhaustos; tuvo que resignarse.
Entre tanto, la sostenida posición de la cabeza en alto lo había mareado un poco. Pesado de miel, 
quieto y los ojos bien abiertos, Benincasa consideró de nuevo el mo
suelo tomaban posturas por demás oblicuas, y su cabeza acompañaba el vaivén del paisaje.
-Qué curioso mareo… -pensó el contador. Y lo peor es…
Al levantarse e intentar dar un paso, se había visto obligado a caer de nuevo s
cuerpo de plomo, sobre todo las piernas, como si estuvieran inmensamente hinchadas. Y los pies y las 
manos le hormigueaban. 
-¡Es muy raro, muy raro, muy raro! 
el motivo de esa rareza. Como si tuviera hormigas… La corrección 
Y de pronto la respiración se le cortó en seco, de espanto.
-¡Debe ser la miel!… ¡Es venenosa!… ¡Estoy envenenado!
Y a un segundo esfuerzo para incorporarse, se le erizó el cabello de t
moverse. Ahora la sensación de plomo y el hormigueo subían hasta la cintura. Durante un rato el horror 
de morir allí, miserablemente solo, lejos de su madre y sus amigos, le cohibió todo medio de defensa.
-¡Voy a morir ahora!… ¡De aquí a un rato voy a morir!… ¡No puedo mover la mano!…
En su pánico constató, sin embargo, que no tenía fiebre ni ardor de garganta, y el corazón y pulmones 
conservaban su ritmo normal. Su angustia cambió de forma.
-¡Estoy paralítico, es la parálisis! ¡Y no me van a encontrar!…
Pero una visible somnolencia comenzaba a apoderarse de él, dejándole íntegras sus facultades, a lo 
por que el mareo se aceleraba. Creyó así notar que el suelo oscilante se volvía negro y se agitaba 
vertiginosamente. Otra vez subió a su memoria el recuerdo de la corrección, y en su pensamiento se fijó 
como una suprema angustia la posibilidad de que eso negro que invadía el suelo…
Tuvo aún fuerzas para arrancarse a ese último espanto, y de pronto lanzó un grito, un verdadero 
alarido, en que la voz del hombre recobra la tonalidad del niño aterrado: por sus piernas 
precipitado río de hormigas negras. Alrededor de él la corrección devoradora 
el contador sintió, por bajo del calzoncillo, el río
Su padrino halló por fin, dos días después, y sin la menor partícula de carne, el esqueleto cubierto de 
ropa de Benincasa. La corrección que merodeaba aún por allí, y las bolsitas de cera, lo iluminaron 
suficientemente. 
No es común que la miel silvestre tenga esas propiedades narcóticas o paralizantes, pero se la halla. 
Las flores con igual carácter abundan en el trópico, y ya el sabor de la miel denuncia en la mayoría de los 
casos su condición; tal el dejo a resina de eu
 
Ahora, a trabajar: a) ¿A qué se denomina “la corrección”? 
b) ¿Por qué el texto que hemos compartido
c) ¿Quiénes son los personajes? 
d) ¿En qué lugar transcurre el relato?
e) Transcribí datos del marco que permitan darle verosimilitud a la historia.
f) ¿A partir de qué indicio/pista pudo haber evitado Benincasa el terrible final?
UBA 
 
CIEEM 2017/2018 
Uno tras otro, los cinco panales se vaciaron así dentro de la boca de Benincasa. Fue inútil que éste 
longara la suspensión, y mucho más que repasara los globos exhaustos; tuvo que resignarse.
Entre tanto, la sostenida posición de la cabeza en alto lo había mareado un poco. Pesado de miel, 
quieto y los ojos bien abiertos, Benincasa consideró de nuevo el monte crepuscular. Los árboles y el 
suelo tomaban posturas por demás oblicuas, y su cabeza acompañaba el vaivén del paisaje.
pensó el contador. Y lo peor es… 
Al levantarse e intentar dar un paso, se había visto obligado a caer de nuevo sobre el tronco. Sentía su 
cuerpo de plomo, sobre todo las piernas, como si estuvieran inmensamente hinchadas. Y los pies y las 
¡Es muy raro, muy raro, muy raro! -se repitió estúpidamente Benincasa, sin escudriñar, sin embargo, 
tivo de esa rareza. Como si tuviera hormigas… La corrección -concluyó. 
Y de pronto la respiración se le cortó en seco, de espanto. 
¡Debe ser la miel!… ¡Es venenosa!… ¡Estoy envenenado! 
Y a un segundo esfuerzo para incorporarse, se le erizó el cabello de terror; no había podido ni aun 
moverse. Ahora la sensación de plomo y el hormigueo subían hasta la cintura. Durante un rato el horror 
de morir allí, miserablemente solo, lejos de su madre y sus amigos, le cohibió todo medio de defensa.
¡De aquí a un rato voy a morir!… ¡No puedo mover la mano!…
En su pánico constató, sin embargo, que no tenía fiebre ni ardor de garganta, y el corazón y pulmones 
conservaban su ritmo normal. Su angustia cambió de forma. 
¡Y no me van a encontrar!… 
Pero una visible somnolencia comenzaba a apoderarse de él, dejándole íntegras sus facultades, a lo 
por que el mareo se aceleraba. Creyó así notar que el suelo oscilante se volvía negro y se agitaba 
subió a su memoria el recuerdo de la corrección, y en su pensamiento se fijó 
como una suprema angustia la posibilidad de que eso negro que invadía el suelo… 
aún fuerzas para arrancarse a ese último espanto, y de pronto lanzó un grito, un verdadero 
rido, en que la voz del hombre recobra la tonalidad del niño aterrado: por sus piernas 
precipitado río de hormigas negras. Alrededor de él la corrección devoradora había oscurecido
, por bajo del calzoncillo, el río de hormigas carnívoras que subían.Su padrino halló por fin, dos días después, y sin la menor partícula de carne, el esqueleto cubierto de 
ropa de Benincasa. La corrección que merodeaba aún por allí, y las bolsitas de cera, lo iluminaron 
No es común que la miel silvestre tenga esas propiedades narcóticas o paralizantes, pero se la halla. 
Las flores con igual carácter abundan en el trópico, y ya el sabor de la miel denuncia en la mayoría de los 
casos su condición; tal el dejo a resina de eucaliptus que creyó sentir Benincasa. 
¿A qué se denomina “la corrección”? Presentá sus características principales.
el texto que hemos compartido puede ser considerado un cuento realista?
son los personajes? Realizá una breve descripción de cada uno. 
¿En qué lugar transcurre el relato? 
Transcribí datos del marco que permitan darle verosimilitud a la historia. 
¿A partir de qué indicio/pista pudo haber evitado Benincasa el terrible final?
 
 
51 
Uno tras otro, los cinco panales se vaciaron así dentro de la boca de Benincasa. Fue inútil que éste 
longara la suspensión, y mucho más que repasara los globos exhaustos; tuvo que resignarse. 
Entre tanto, la sostenida posición de la cabeza en alto lo había mareado un poco. Pesado de miel, 
nte crepuscular. Los árboles y el 
suelo tomaban posturas por demás oblicuas, y su cabeza acompañaba el vaivén del paisaje. 
obre el tronco. Sentía su 
cuerpo de plomo, sobre todo las piernas, como si estuvieran inmensamente hinchadas. Y los pies y las 
se repitió estúpidamente Benincasa, sin escudriñar, sin embargo, 
error; no había podido ni aun 
moverse. Ahora la sensación de plomo y el hormigueo subían hasta la cintura. Durante un rato el horror 
de morir allí, miserablemente solo, lejos de su madre y sus amigos, le cohibió todo medio de defensa. 
¡De aquí a un rato voy a morir!… ¡No puedo mover la mano!… 
En su pánico constató, sin embargo, que no tenía fiebre ni ardor de garganta, y el corazón y pulmones 
Pero una visible somnolencia comenzaba a apoderarse de él, dejándole íntegras sus facultades, a lo 
por que el mareo se aceleraba. Creyó así notar que el suelo oscilante se volvía negro y se agitaba 
subió a su memoria el recuerdo de la corrección, y en su pensamiento se fijó 
aún fuerzas para arrancarse a ese último espanto, y de pronto lanzó un grito, un verdadero 
rido, en que la voz del hombre recobra la tonalidad del niño aterrado: por sus piernas trepaba un 
había oscurecido el suelo, y 
Su padrino halló por fin, dos días después, y sin la menor partícula de carne, el esqueleto cubierto de 
ropa de Benincasa. La corrección que merodeaba aún por allí, y las bolsitas de cera, lo iluminaron 
No es común que la miel silvestre tenga esas propiedades narcóticas o paralizantes, pero se la halla. 
Las flores con igual carácter abundan en el trópico, y ya el sabor de la miel denuncia en la mayoría de los 
sus características principales. 
puede ser considerado un cuento realista? 
¿A partir de qué indicio/pista pudo haber evitado Benincasa el terrible final? 
 
 
 
En la clase pasada, estuvimos trabajando con la noción del verbo y sus características. Hoy verás, 
con tu docente, los usos de los tiempos verbales en las narraciones. Encontrarás un cuadro 
explicativo en la página 30 de tu manual. 
 Identificá los tiempos 
antepenúltimo- y explicá su uso particular.
 
 Leé con tu docente y compañeros
cuatro palabras con C y cuatro palabras con Z. Luego
palabras utilizadas. 
 
 
 
 
 
 
Leé el cuento “Restos de carnaval” de la página 84 del manual de Lengua del Curso de Ingreso 
y respondé, en tu carpeta o cuaderno
 
 
 
 
 
UBA 
 
CIEEM 2017/2018 
El verbo en la narración la clase pasada, estuvimos trabajando con la noción del verbo y sus características. Hoy verás, 
con tu docente, los usos de los tiempos verbales en las narraciones. Encontrarás un cuadro 
explicativo en la página 30 de tu manual. 
Identificá los tiempos verbales de los verbos subrayados en el párrafo resaltado 
y explicá su uso particular. 
Uso de la C/Z Leé con tu docente y compañeros la página 116 y luego escribí un texto breve en el que utilicen 
cuatro palabras con C y cuatro palabras con Z. Luego, indicá la regla de escritura de las ocho 
Tarea para la próxima clase 
Leé el cuento “Restos de carnaval” de la página 84 del manual de Lengua del Curso de Ingreso 
o cuaderno, las consignas de la página 87. 
 
52 
la clase pasada, estuvimos trabajando con la noción del verbo y sus características. Hoy verás, 
con tu docente, los usos de los tiempos verbales en las narraciones. Encontrarás un cuadro 
verbales de los verbos subrayados en el párrafo resaltado –
un texto breve en el que utilicen 
la regla de escritura de las ocho 
Leé el cuento “Restos de carnaval” de la página 84 del manual de Lengua del Curso de Ingreso

Continuar navegando