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Este documento está disponible para su consulta y descarga en Memoria Académica, el repositorio institucional de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, que procura la reunión, el registro, la difusión y la preservación de la producción científico-académica édita e inédita de los miembros de su comunidad académica. Para más información, visite el sitio www.memoria.fahce.unlp.edu.ar Esta iniciativa está a cargo de BIBHUMA, la Biblioteca de la Facultad, que lleva adelante las tareas de gestión y coordinación para la concre- ción de los objetivos planteados. Para más información, visite el sitio www.bibhuma.fahce.unlp.edu.ar Licenciamiento Esta obra está bajo una licencia Atribución-No comercial-Sin obras derivadas 2.5 Argentina de Creative Commons. Para ver una copia breve de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/ar/. Para ver la licencia completa en código legal, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/ar/legalcode. O envíe una carta a Creative Commons, 559 Nathan Abbott Way, Stanford, California 94305, USA. Director: Vujosevich, Jorge Alberto José, Rita Verónica Tesis presentada para la obtención del grado de Licenciada en Sociología Cita sugerida José, R.V. (2008) Tacos Altos (Cuerpo, Sexo y Género) [en línea]. Trabajo final de grado. Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.657/te.657.pdf Tacos Altos (Cuerpo, Sexo y Género) www.memoria.fahce.unlp.edu.ar www.memoria.fahce.unlp.edu.ar www.bibhuma.fahce.unlp.edu.ar http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/ar/ http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/ar/legalcode 3 UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN DEPARTAMENTO DE SOCIOLOGÍA LICENCIATURA EN SOCIOLOGÍA TRABAJO FINAL Tacos Altos (Cuerpo, Sexo y Género) Alumna: José, Rita Verónica. Legajo: 65716/9 Correo Electrónico: riha22@yahoo.com.ar Director: Vujosevich, Jorge Alberto. Fecha: Junio de 2008 Abstract Este escrito surge de la inquietud personal que me despertó el hecho de haber entablado relaciones con personas travestis que practican el ejercicio de la prostitución. Mi búsqueda consiste en comprender las razones que llevan a estos actores sociales a ingresar al ámbito prostibular (y a mantenerse en él); mi hipótesis es que lo hacen por la imposibilidad de obtener otro empleo en esta sociedad que las margina y excluye, logrando obtener ingresos mediante el ejercicio de la prostitución y además (y no menos importante), por ser el escenario que les permite desplegar su feminidad sin restricciones. He intentado recorrer un poco de la historia de la sexualidad, haciendo especialmente hincapié en la homosexualidad y el travestismo (pasando revista también sobre sus supuestas causas). En este camino se cruza el concepto de género, por lo que se tratarán algunas de las hipótesis que se manejan actualmente en torno al lugar que ocupa el travestismo en la organización de los géneros. Con el afán de poder entender la situación planteada en la hipótesis se llevaron a cabo entrevistas semiestructuradas en profundidad a travestis que se prostituyen y a otras que no lo hacen. A través del análisis de dichas entrevistas se podrá ver, al final del trabajo, que mi hipótesis no se comprueba en su totalidad, sino parcialmente. Términos claves Travestismo Prostitución Homosexualidad / Heterosexualidad 4 Concepto de género Exhibicionismo Índice I. El Comienzo .................................................................... ...............................................3 II. El Camino......................................................................................................................6 Orígenes históricos ..............................................................................................................6 Acercándonos al travestismo ..............................................................................................11 Homosexualidad, travestismo y transexualismo .................................................................14 Ciencia moderna: buscando las causas................................................................................16 El travestismo en la Argentina ............................................................................................23 III. Debates Contemporáneos ...........................................................................................28 Enfoques teóricos ................................................................................................................29 Problemas de Género...........................................................................................................32 IV. Ellas Dicen ...................................................................................................................44 Relaciones familiares...........................................................................................................45 Relaciones escolares ............................................................................................................48 Mixturas...............................................................................................................................51 5 Trabajos previos al ejercicio de la prostitución...................................................................60 En el espacio prostibular......................................................................................................61 Las “otras” relaciones..........................................................................................................88 ¿Otro trabajo? ......................................................................................................................91 Quienes no se prostituyen....................................................................................................94 Relaciones de pareja ...........................................................................................................95 Perspectivas del futuro ........................................................................................................97 V. Comentarios Finales .................................................... ............................................ 101 Bibliografía ......................................................................................................................107 6 I. El Comienzo Me topé con el tema de este trabajo hace algunos años: el día en el que mi (hasta entonces) primo1 me dijo que era travesti. Muy poco tiempo después también me informó de que estaba “trabajando en la Calle Uno”, es decir, que estaba practicando el ejercicio de la prostitución en la vía pública. Desde hace ya un par de años, en cuanto puedo, paso a altas horas de la noche por “el trabajo” de mi prima para saludar y ver también el movimiento de gente que hay en el lugar. Siempre me llamó la atención lo exótico de la situación. Ver los cuerpos exuberantes de las travestis, su relación con los clientes, las corridas en cuanto llegaba la policía. Era todo una aventura. Pero con el tiempo comenzó a interesarme otro tipo de cuestiones; la que más me atrajo fue el alto grado de reprobación social que (cotidianamente) sufren las travestis por ese llamativo detalle: Ser Travesti; característica que las convierte en “individuo[s] inhabilitado[s] para una plena aceptación social”, dirá Erving Goffman en la primera página de su libro “Estigma. La identidad deteriorada” (1970). Son actores sociales que no pueden ocultar ese atributo indeseable que los aleja negativamente del estereotipo que tenemos de cómo debe ser una determinadapersona. Las travestis son entonces individuos estigmatizados2. 1 Digo hasta entonces primo, porque desde ese día comenzó a ser mi prima. Esto me permite aclarar desde el principio que cuando hable de travestis haré alusión a personas que se visten con ropas del sexo opuesto (en este trabajo, exclusivamente de varón a mujer) y me referiré a ellas como “las”, utilizando el femenino, no por el hecho de que entre ellas mismas se llamen por su nombre femenino, sino por la simple razón de que respeto la elección de su condición sexual y de género que han elegido para el resto de sus vidas. 2 En un clásico de la literatura sociológica, Erving Goffman utiliza el término estigma “para hacer referencia a un atributo profundamente desacreditador”, y continúa diciendo que “lo que en realidad se necesita es un lenguaje de relaciones, no de atributos. Un atributo que estigmatiza a un tipo de poseedor puede confirmar la normalidad de otro y, por consiguiente, no es ni honroso ni ignominioso en sí mismo”. Goffman, Erving (1970). “Estigma. La identidad deteriorada”, pág. 13. 7 Buscando la bibliografía para empaparme del tema, encontré trabajos como los de Josefina Fernández, Ernesto Meccia, Lohana Berkins, María Laura Raffo, entre muchos otros más, que me permitieron ampliar mi visión (evidentemente tan acotada) sobre el tema que me ocupa. Calando las diferentes lecturas y revisando las diferentes visiones, descubrir las razones personales y sociales que llevaron a las travestis a iniciarse en el ejercicio de la prostitución se convirtió en el objetivo que me planteé para poder desarrollar la hipótesis principal de este trabajo; hipótesis que es producto del interés que sobre este asunto me causó tanto el contacto con las travestis mismas, así como las diversas lecturas que sobre el tema he leído: “Las travestis practican el ejercicio de la prostitución por la imposibilidad de obtener un empleo (debido a la discriminación que sufren por su condición sexual), porque les permite obtener ingresos y al mismo tiempo manifestar una feminidad exacerbada (vedettismo)”. Para poder acceder al mundo de vida de los sujetos bajo estudio utilicé un abordaje metodológico cualitativo. La técnica para la recolección de los datos empleados fueron observaciones directas en los escenarios donde las travestis desempeñan su trabajo en la ciudad de La Plata y la realización de entrevistas semiestructuradas en profundidad para un grupo de travestis que se prostituye (9) y para otro grupo de travestis que no practica la prostitución (2).3 Previo al análisis de las entrevistas es necesario hacer referencia al desarrollo histórico de la homosexualidad en general y del travestismo en particular. Así también me 3 Las observaciones directas fueron realizadas en las siguientes direcciones de la Ciudad de La Plata: Calle 1 de 63 a 66; Calle 1 de 54 a 58; Calle 8 y 60; Calle 2 y 66; Diagonal 73 de 1 a 10. Las entrevistas se llevaron a cabo en la propia casa de las travestis entrevistadas, sólo en dos oportunidades se hicieron dos entrevistas en una misma casa. 8 parece muy interesante exponer las distintas explicaciones que sobre tal fenómeno se han hecho y mencionar los problemas en torno al concepto de género que ha suscitado. 9 II. El Camino Orígenes históricos Desde tiempos muy remotos la sexualidad comenzó a ser objeto de preocupación y ocupación. La cultura judaica y la escuela estoica de la Grecia y Roma antiguas, que también se encontraron enfrentadas a culturas más antiguas y más ricas que las suyas, son marcadas por variados autores como las dos corrientes que alimentaron la moral cristiana. A su vez, ambos sistemas de valores siguen presentes en la moral actual de gran parte del mundo occidental. La moral judaica antigua condenaba y castigaba las conductas sexuales que no eran entre hombre y mujer y también aquellas que no tenían por finalidad la procreación. Por su parte, el estoicismo helénico y romano consideraba que la continencia era el medio por el cual afloraban las virtudes humanas. Estos preceptos del pensamiento judaico y estoico marcarán la ética cristiana y la moral de las sociedades modernas: el cristianismo habría condenado severamente las relaciones entre individuos del mismo sexo (por lo menos entre hombres), sin embargo, estas relaciones habrían sido aceptadas en Roma y exaltadas en Grecia. Respecto a esto último Michel Foucault nos aclara que “Sería de todo punto inexacto ver ahí una condena del amor de los muchachos o de lo que en general llamamos relaciones homosexuales, pero conviene reconocer el efecto de apreciaciones muy negativas acerca de ciertos aspectos posibles de la relación entre hombres, al igual que una viva repugnancia respecto a todo lo que podría mostrar una renuncia voluntaria al prestigio y a los signos de la función viril. El dominio de los amores masculinos pudo ser 'libre' en la Antigüedad griega, mucho más en todo caso que en las sociedades europeas modernas, pero no puede dejarse de concluir por 10 ello que vemos sobresalir reacciones negativas intensas y formas de descalificación que se prolongarán en el tiempo”.4 Y luego añade: “En todo caso, podemos sentirnos tentados a corregir la oposición aún bastante admitida comúnmente entre pensamiento pagano 'tolerante' hacia la práctica de la 'libertad sexual' y las morales tristes y restrictivas que los siguieron. En efecto, es preciso ver que el principio de una templanza sexual rigurosa y cuidadosamente practicada es un precepto que no data del cristianismo, desde luego, ni de la Antigüedad tardía, ni siquiera de los movimientos rigoristas que tuvieron vida, con los estoicos por ejemplo, en la época helénica y romana”.5 Aunque el cristianismo rompió con algunas formas de pensar propias de las culturas previas, es notable cómo esas ideas nunca se erradicaron. En las sociedades occidentales, el cristianismo va a plantear una moral sobre la existencia sexual de los individuos, básicamente apoyada en tres pilares: 1) el sexo deberá tener como fin la reproducción biológica, por lo que será entre hombre y mujer (aquí se leen las actitudes de rechazo al erotismo entre varones), 2) el placer como fin de la expresión sexual deberá evitarse y 3) sólo deberá darse dentro del matrimonio, incluso sólo se admite una posición de los cuerpos como la autorizada: la postura misional (mujer abajo, boca arriba y el hombre arriba). La pastoral cristiana, hacia el siglo XVII, por ejemplo, fijaba como punto ideal para todo buen cristiano la obligación de hablar del sexo en la confesión, con detalles acerca de los deseos y actividades sexuales que la persona tuviere. El objetivo era impedir el encuentro de compañeros con relaciones incorrectas (como el incesto, el bestialismo y la homosexualidad). Ya el apóstol Pablo, en su primera Carta a los Corintios escribía: “¿No 4 Foucault, Michel (1986 ). “Historia de la sexualidad”. Tomo II, pág. 21. 5 Ídem, pág. 226. 11 saben acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios?. No se engañen: ni los que tienen relaciones sexuales prohibidas, ni los que adoran a los ídolos, ni los adúlteros, ni los homosexuales y los que sólo buscan el placer (…) heredarán el Reino de Dios”.6 San Agustín (354-430 d.c) declaró a la homosexualidad crimen contra natura y los homosexuales eran quemados en la hoguera. “Romper las leyes del matrimonio o buscar placeres extraños significaba, de todos modos, condenación. En la lista de los pecados graves, separados sólo por su importancia, figuraban el estupro (relaciones extramatrimoniales), el adulterio, el rapto, el incesto espiritual o carnal, pero también la sodomía y la'caricia' recíproca”.7 A partir del siglo XVIII aparece un discurso de racionalidad del sexo, producto de una incitación política, económica y técnica. Se trata de una moral laica, heredera de la moral cristiana. Este nuevo “dispositivo de sexualidad” (racionalidad) no viene a sustituir al antiguo “dispositivo de alianza” (moralidad) sino que tiende a recubrirlo. Se produjo una verdadera “Revolución Cultural” y para ello se conjugaron múltiples factores que organizan de una manera nueva la representación del individuo, de la naturaleza, del tiempo, de los saberes, de la relación con Dios; esto es el proyecto moderno, que tiene a la Ilustración y a la Revolución Industrial como sucesos relevantes. La Revolución Industrial trae aparejado el problema poblacional: migración masiva del campo a la cuidad, crecimiento urbano, hacinamiento, insalubridad. Estas son nuevas situaciones que son fuente de conflicto tanto económico como político. Y este problema demográfico invita a hablar de sexo, dando por resultado una multiplicidad de discursividades provenientes de diferentes instancias que se ponen a hablar de aquello de lo que hasta ese 6 Biblia, “Nuevo testamento”, 1º Cor., cap. 6, versículos 9 y 10. 7 Foucault, Michel (1977). “Historia de la sexualidad”. Tomo I, pág. 50. 12 momento era un campo dominado por los discursos de la moral cristiana. Sin embargo, a pesar de ser nuevos discursos, los saberes acerca del cuerpo de la mujer, de la sexualidad de los niños, del control de los nacimientos, de las actividades sexuales entre personas del mismo sexo, son todos herederos del cristianismo: “Se da así una transmutación de los valores cristianos en una nueva normatividad laica vestida con ropajes científicos, y con reflexiones acordes a la nueva racionalidad. Los pecados de San Pablo se convierten en 'enfermedades', 'desviaciones', 'anormalidades', 'perversiones', 'patologías'”.8 Hay una continuidad importante con los métodos del cristianismo pero también se produce una transformación situada en el tránsito del siglo XVIII al XIX, donde la tecnología del sexo comienza a responder a la institución médica que exige “normalidad”. Estos nuevos discursos de tintes médicos establecieron como norma médicamente saludable a la heterosexualidad reproductiva. Denominadas las “enfermedades”, a los que se desvían de la norma se los llevará al consultorio médico. Aquí entonces la medicina permitió hablar de los homosexuales lejos del enfoque demonizante, pero para ello debió transformarlos en “enfermos”. El dispositivo denominado por Foucault “psiquiatrización del placer perverso” viene a desplazar (o a sumarse) a las viejas condenaciones que calificaban de “delito” y “pecado” a las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Fue recién a principios del siglo XIX cuando la “sexualidad” apareció como concepto nuevo, considerándose como parte de la naturaleza humana. En un contexto donde lo “anormal” era psicopatológico, la sexualidad fue definida en torno a límites de “normalidad”. 8 Núñez Noriega, Guillermo (1999). “El poder de la representación y las relaciones sexuales entre varones”, pág. 45. 13 Sobre la homosexualidad, las primeras teorías médicas aducían que formaban parte de las anomalías congénitas. Más tarde, a fines del siglo XIX y principios del XX, de la mano de Sigmund Freud y la sexología, la sexualidad es analizada con eje en la psiquis; la homosexualidad era presentada como resultado de perturbaciones psíquicas donde las experiencias de la infancia tenían un efecto determinante, aunque también Freud postuló la existencia de una predisposición constitutiva. A diferencia de los pronunciamientos bíblicos que se preocuparon por aconsejar sobre los compañeros correctos y las uniones adecuadas, la medicina y la psiquiatría tenían por objeto las formas de deseo sexual no apropiadas. En vez de categorías de pecado sexual, la psiquiatría usaba conceptos de inferioridad mental y emocional para la condena de algunas conductas sexuales. Ambas disciplinas (la medicina y la psiquiatría) acrecentaron las clases de conductas erróneas que hasta ese entonces se tenían. En el Manual de Diagnóstico y estadística de Desórdenes Mentales de la Asociación Psiquiátrica Norteamericana, aparece una lista de supuestas patologías, entre las cuales se encuentran el voyeurismo, el sadismo, el masoquismo, el fetichismo, la pedofilia, la transexualidad, el travestismo o el exhibicionismo. A través de una intensa lucha política, en 1973 se eliminó de esta lista a la homosexualidad. Tardíamente, en la década del ´70 aparecen nuevas maneras de analizar la sexualidad. Tanto sexólogos como psicólogos comienzan a interesarse por ella como un fenómeno social. Empiezan a considerar a la homosexualidad como una variante sexual normal, como una opción de vida. Surgen como nuevo campo de estudio académico los homoestudios: el City College de San Francisco crea en 1988 un departamento de homoestudios. En 1990 aparece en la Universidad de Nueva York como centro de 14 investigación el City University of New York Center for Lesbian and Gay Studies (CLAGS). Los aportes en homoestudios siguen en proceso de expansión. En Argentina, en 1995 la Universidad de Buenos Aires (UBA) subsidió un proyecto de investigación acerca de homofobia y derechos humanos. Incluso hoy en día activistas travestis integran el Área de Estudios Queer y Multiculturalismo de la UBA. La producción en masa de informes sobre las minorías sexuales ha ido en aumento con el correr de los años. Asimismo lo evidencia la aparición de artículos no sólo de estudios gay/lésbicos sino también sobre transexualidad, intersexualidad, travestismo y bisexualidad, terreno abonado con conocimientos provenientes de diferentes disciplinas como la biología, la psicología, la medicina (particularmente la psiquiatría), la antropología y la sociología, entre otras. Acercándonos al travestismo Durante los últimos años del siglo XIX y comienzos del siguiente, las llamadas “desviaciones sexuales” eran consideradas antinaturales, antisociales y se las asociaba al delito. Una de las características de un delincuente podía ser la homosexualidad, dentro de ella se encontraba el travestismo. Por esto, los primeros documentos que se tienen de las “desviaciones sexuales” se encuentran en el ámbito de la criminología y del derecho penal de varios países de América Latina, de Europa occidental y de los Estados Unidos. En las postrimetrías del siglo XIX el foco de interés no estaba ya centrado en las enfermedades antaño consideradas terribles como las fiebres, cóleras y plagas, sino que en estricta relación con el control poblacional se hacía menester estudiar a las denominadas inversiones sexuales que se presentaban en las ciudades. Pasada la época en la que se penaba y encerraba en prisiones a los desviados sexuales, serán las ciencias médicas y sexuales las que los tomarán como objeto de estudio; 15 de esta manera aparecerán diferentes categorías de desviados, entre ellas se ubicará el travestismo, el transexualismo y la homosexualidad. Acerca de esto Foucault nos indica: “Esta nueva caza de sexualidades periféricas produce una incorporación de las perversiones y una nueva especificación de los individuos. La sodomía – la de los antiguos derechos civil y canónico – era un tipo de actos prohibidos; el autor no era más que su sujeto jurídico. El homosexual del siglo XIX ha llegado a ser un personaje: un pasado, una historia y una infancia, un carácter, una forma de vida; asimismo una morfología, con una anatomía indiscreta y quizás misteriosa fisiología. Nada de lo que él es in toto escapa a su sexualidad (…). El sodomita era un relapso, el homosexual es ahora una especie”.9 Desde fines del sigloXIX fueron los sexólogos europeos (la mayoría de origen alemán) los que se ocuparon de erradicar de la criminología a las inversiones sexuales para llevarlas al terreno de la medicina y la sexología. Los primeros intentos de las ciencias médicas fueron establecer una delimitación entre lo normal (la norma era la heterosexualidad reproductiva) y lo anormal (o desviado) que era objeto de punición, escándalo público y/o terapias médicas, pues a estas sexualidades periféricas se les nombra, se les clasifica, se les inventan causas, se intentan maneras de prevención y simultáneamente curas. Hay que mencionar que a la relativa juventud del concepto de homosexualidad (no las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo, ya que parece ser que son tan antiguas como las prácticas que se dan entre los sexos opuestos) también se le suma la reciente aparición del concepto heterosexual, el cual fue acuñado en 1889 por el alemán Krafft Ebing, donde más que indicar las actividades sexuales entre hombres y mujeres, el término pretende referir una identidad, una naturaleza, una normalidad médica- moral. “El 9 Foucault, Michel, op. cit., pág. 56-57. 16 personaje 'heterosexual' aparece como 'unidad', 'centro', 'plenitud', pero que, finalmente, necesita de la existencia de esa 'otredad' creada (el personaje 'homosexual') para vindicarse y establecer sus límites, sus fronteras (…)”.10 Para focalizar al fenómeno travesti dentro de este proceso histórico, tomo como guía y referencia el libro de Josefina Fernández “Cuerpos desobedientes. Travestismo e identidad de género” (2004) donde la autora establece una cronología, organizada por Dave King, en la que se aprecian los acontecimientos más importantes que condujeron a la aparición del concepto de travestismo. Brevemente se pueden registrar cuatro períodos: El primero de ellos comprende los años que van de 1870 a 1920. Se destaca la enorme producción de artículos e información sobre mujeres y hombres que se visten con ropas del sexo opuesto y/o adoptan el rol contrario a su sexo. En este tiempo aparecen términos como “sentimientos sexuales contrarios” de Westphal (cabe señalar que Foucault considera el artículo de Westphal “Las sensaciones sexuales contrarias” de 1870, como el momento fundador de la figura homosexual), “metamorfosis sexualis paranoica” (Krafft Ebing, 1890), “travestismo” (Hirschfeld, 1910), “inversión sexo-estética” y “eonismo” (Ellis, 1913). Al mismo tiempo comienzan los estudios en sociedades no occidentales sobre personas que se travisten. Un segundo período va de 1920 a 1950; en estos años, aunque hay informes que sólo vienen a sumarse a los de los años previos, los términos travestismo y eonismo son utilizados en la literatura y se publica una gran cantidad de estudios psicoanalíticos. En esta época también se producen los primeros intentos de cambio de sexo gracias al crecimiento del conocimiento endócrino y de la cirugía plástica. 10 Núñez Noriega, op. cit., pág. 51. 17 El tercer período abarca los años comprendidos entre 1950 y 1965. En 1950 Cauldwell utiliza por primera vez el término transexual, que luego será divulgado por Benjamin, y se publican los primeros trabajos sobre la materia. Igualmente importante es el hecho de que comienzan los trabajos sobre intersexualidad11 y con ellos el concepto de rol de género hace su aparición. Por último (hasta el año 1979) aparecen las clínicas de identidad sexual y cirugía de cambio de sexo. La transexualidad es el tema que más ocupa a los estudiosos y el travestismo ya no es tema de interés médico. Homosexualidad, travestismo y transexualismo Hacia 1890 Richard von Krafft Ebing (1840-1902), psiquiatra alemán, fundador de la sexología a fines del siglo XIX, había definido al travestismo como una variante de la homosexualidad. El sexólogo alemán Magnus Hirschfeld (1868-1935) fue quien acuñó el término travesti a principios del siglo XX (en 1910) y lo utilizó para describir a aquellas personas que sienten apremio por usar ropas del otro sexo. Para él tanto la homosexualidad como el travestismo podían explicarse por medio de las variaciones en las hormonas sexuales. Hirschfeld estaba en contra de la idea, predominante en la sexología, de que el travestismo era una de las formas de la homosexualidad. Por ello presentó el concepto travestismo (definido como una variante intersexual que podía acompañarse por diversas prácticas sexuales) como independiente del concepto de homosexualidad (que definió como una forma de actividad sexual contraria). 11 La mayoría de los casos de intersexualidad (denominados en Occidente hermafroditismo) evidencian variaciones morfológicas en la apariencia de los genitales, difiriendo en mayor o menor grado de los estándares masculino o femenino. Algunas de las condiciones en las que se considera la intersexualidad es cuando se está en presencia de micropenes, hipospadias, megaclítoris y ausencia de vagina, entre otras. Véase, por ejemplo, el artículo del historiador y filósofo Mauro Cabral titulado “Intersexualidad”, publicado en www.agendadelasmujeres.com.ar. 18 Poco después, en 1913, Hirschfeld fue criticado por Havelock Ellis respecto al uso del término pues para Ellis el travestismo para aquél autor estaba sujeto solamente a un problema de vestido. Teniendo en cuenta otros elementos, Ellis denominó al travestismo “eonismo” utilizando para describir a este último término el concepto de “inversión sexo- estética” que hacía referencia a personas que manteniendo su impulso sexual normal, se sentían como alguien del sexo contrario y manifestaban los hábitos y vestidos correspondientes al sexo que no era el suyo. En la década del ´40 Cauldwell incorpora el término “transexual” en la bibliografía sobre sexología. No obstante, fue en la década del ´50 cuando al transexualismo se le da importancia puesto que se lo distingue clínicamente del travestismo. Simultáneamente aparecen los trabajos de dos endocrinólogos: Christian Hamburger y Harry Benjamin. Y se lleva a cabo la primera operación de cambio de sexo en 1952 a George/Christine Jorgensen. Hacia 1954 Benjamin hace uso del término transexual para referirse a aquellas personas que requieren el cambio de sexo; y de esta manera funda la divergencia, aún actual, entre el travestismo, donde los órganos sexuales son fuente de placer, y el transexualismo, donde tales órganos son fuente de odio y desprecio ya que es algo que estorba y es símbolo de una virilidad que se rechaza. Siguiendo los lineamientos planteados por Money y Hampsons en 1950 sobre la relación entre sexo (biológico) y género (psicosocial) Benjamin pudo plantear una separación: “El sexo, dirá, es más aplicable allí donde está implicada la sexualidad, la libido y la actividad sexual; el género es, por su parte, el lado no sexual del sexo (…), 19 Benjamin señala que el travesti tiene un problema social, el transexual un problema de género y el homosexual un problema sexual”.12 En esta época también Robert Stoller trabajó sobre el tema del transexualismo el que, según él, refiere a un individuo con un desorden de la identidad de género que no se correspondería con su sexo. De este mismo modo también fueron categorizadas la homosexualidad y el travestismo. En la primera edición de 1952 del Manual de Diagnóstico y Estadística de Desórdenes Mentales (DSM) se establecen como desviaciones sexuales al travestismo, al transexualismo y a la homosexualidad. Años después fueron categorizadas como desórdenes de identidad de género. Como consecuencia del corrimiento de la percepción del sexo al de género, las organizaciones de defensa de los homosexuales provocaron que sus prácticas sexuales no sean vistas como patologías(recordemos que en 1973 la Asociación Psiquiátrica de EE.UU eliminó de su DSM a la homosexualidad). El travestismo asimismo comienza a organizarse y deja de ser tema de interés médico. A diferencia de los sucedido con estos dos últimos colectivos, el transexualismo pasó a formar parte de la agenda médica, pues siendo una persona que solicita la modificación de su cuerpo con el objeto de conformarlo a las apariencias del sexo opuesto, necesita de la ciencia, es decir, al cirujano y al endocrinólogo. Ciencia moderna: buscando las causas Lo que hoy en día entendemos por homosexualidad, antiguamente se llamó de manera indistinta “sodomía”, “pecado o vicio contra natura” y “crimen o delito nefando”. Desde la segunda mitad del siglo XIX comenzó a triunfar cierta laicidad y aparecieron 12 Fernández, Josefina (2004). “Cuerpos desobedientes. Travestismo e identidad de género”, pág. 32. 20 nombres como “uranismo”, “inversión sexual” y “homosexualidad”: en la Edad Media, por ejemplo, la práctica sexual entre varones era explicada por una posesión que podía ser curada por la ceremonia religiosa. En los siglos XVIII y XIX, cuando aquella práctica (el sexo entre varones) era considerada una depravación y un vicio se aducía que sólo podía curarla la penitencia y la censura pública. Más tarde, y con la aparición del discurso médico, surge la “homosexualidad” como una enfermedad a la que había que encontrarle sus causas. Esto ocasionó que durante el siglo XX se esbozaran varios intentos de explicación de esa enfermedad para encontrar la cura adecuada. No obstante, paralelamente surgen investigaciones que refutan esas explicaciones. Los reformadores y sexólogos del siglo XIX y principios del XX, que se ajustaban al paradigma del dimorfismo sexual, identificaban al travestismo en función de su orientación sexual, o sea, como homosexual. Esta idea (criticada por diversos autores, entre ellos Gilbert Herdt) fue a continuación retomada por estudiosos de otras disciplinas que llevaron a ver al travestismo como expresión institucionalizada de la homosexualidad. Por esta razón, muchos de los intentos que siguieron para explicar y echar luz sobre un conjunto de prácticas consideradas anómalas, y que reunía a los homosexuales, también hacen alusión al travestismo. Para exponer el desarrollo de las investigaciones en este tema, voy a tomar como eje el trabajo del antropólogo Guillermo Núñez Noriega “El poder de la representación y las relaciones sexuales entre varones” (1999). Luego de cada comentario acerca de los nuevos conocimientos surgidos, presentaré los argumentos que los refutan. Cuando surgen los primeros saberes sobre la herencia, la homosexualidad era sinónimo de “degeneración moral” y “neurológica”, siendo la causa de ello la mala semilla de algunos de los antepasados del individuo. Se aducía que como lo heredado era 21 incorregible, la homosexualidad era incurable. Desde aquí comenzó a primar la idea de que las causas de la homosexualidad eran genéticas. En la década del ´40, el investigador norteamericano T. Lang escribió que muchos homosexuales (de sexo masculino) eran genéticamente femeninos y que habían perdido las características sexuales morfológicas, a excepción de la fórmula cromosomática. Sin embargo, las investigaciones de Lang fueron escasas y no alcanzaron para probar tales aseveraciones. Las mismas fueron refutadas por Pare a principios de la década del ´60 mediante un estudio donde comprobó que el sexo cromosómico de los homosexuales eran masculinos. En la actualidad se reconoce que ya no tiene vigencia la teoría genética de la homosexualidad. A fines de los años ´30 y durante los años ´40 en los países centrales se dieron explicaciones que partían de la endocrinología: se decía que la causa de la homosexualidad era un desorden glandular; así, los hombres que tenían preferencias sexuales por otros de su mismo sexo sufrirían, de acuerdo con esta teoría, de una falta de hormonas masculina o tendrían un exceso de hormonas femeninas. La tarea de inyectarles hormonas fue una práctica médica que no tuvo resultados positivos y en posteriores investigaciones no se encontró nada que sustente esta causa hormonal. En 1967 el investigador norteamericano William Perloff declaró que nunca se ha observado ninguna relación entre la elección del objeto sexual y el nivel de excreción hormonal. Posteriormente, en 1977 y 1979 Meyer- Bahlburg y en 1980 Tourney tampoco encontraron ninguna relación entre las preferencias sexuales de heterosexuales y homosexuales adultos y los niveles hormonales. El advenimiento de los estudios neurológicos dio cabida a la formulación de una nueva hipótesis en la que se afirmaba que había una diferenciación cerebral entre los heterosexuales y los homosexuales. Esto se encuentra en los trabajos que sobre el hipotálamo realizara en 1991 el doctor Simon Le Vay, donde aseveraba que entre el 22 hipotálamo de los varones homosexuales y el de las mujeres había una semejanza. Ya antes de la presentación de tales estudios, en 1988 y en 1990, Swaab y Hofman habían realizado dos investigaciones en las que concluían que los varones estudiados no tenían un cerebro de mujer ni un hipotálamo como el de ellas. En 1992 Anne Fausto-Sterling refuta el trabajo del Dr. Le Vay por sus errores metodológicos y además cita otras investigaciones donde se refuta nuevamente esta idea de una diferencia cerebral entre el hombre y la mujer. Ahora bien, durante las décadas del ´50 y ´60, cuando se puso de moda el consumo de la literatura psicológica, psicoanalítica y psiquiátrica, el tema de la homosexualidad, se decía, era campo de la psicología. Entonces surgió uno de los argumentos de corte psicológico que explicaba la orientación homosexual como producto de una particular relación del individuo con sus padres. Pero todas las teorías sobre homosexualidad y relaciones con los padres parecen venirse abajo cuando son sometidas a experimentación. Los investigadores que sostenían tal teoría nunca se pusieron de acuerdo y sus explicaciones, en base a estudios, no sólo resultaron distintas sino contrarias. Ante tales fracasos se constató que los individuos homosexuales como los heterosexuales tienen relaciones diversas con sus padres (hay huérfanos; hay quienes tienen padre pero no madre y a la inversa; otros tienen padre dominante y madre débil o al revés, etc.). Lo importante es que de una misma pauta de relaciones padre-madre y de relaciones padre-hijo o madre-hijo se pueden desarrollar hijos heterosexuales como homosexuales. En 1952 Irving Bieber opinaba, estudios mediante, que la homosexualidad se debía a un trastorno de la personalidad. Pero él y otros investigadores que creían lo mismo se equivocaron en la metodología empleada, pues estudiaban a individuos que pedían ayuda psicológica o que eran presos. La psicóloga norteamericana Evelyn Hooker en 1957 invalidó los resultados previos a través de una investigación donde 30 homosexuales y 30 23 heterosexuales fueron sometidos a una batería de test de personalidad, que al ser analizados por un grupo de expertos psicólogos (que no sabían por quién había sido completado el test), no arrojaron ninguna diferencia entre los dos grupos, por lo que se descartó que la homosexualidad sea un trastorno psíquico. De esta manera se desecha la causa biológica porque “No hay nada que indique que el individuo tiene 'por naturaleza' sentimientos o deseos eróticos exclusivos o preferentes hacia personas del sexo opuesto, pues ni los genes ni las hormonas dicen algo al respecto”13; y también se descartan las explicaciones psiquiátricas que intentan dar cuenta de la homosexualidad, dando por resultado la eliminación en 1973 del término “homosexualidad” del DSM de la Asociación Psiquiátrica Norteamericana, y con ellos también seabandonó la idea de que el sexo entre varones es producto de un trastorno psíquico. Si el erotismo entre varones no puede explicarse por un trastorno psíquico ni por la naturaleza del individuo, la pregunta es si hay alguna teoría que nos permita entender tal conducta. Respecto a este problema Guillermo Núñez Noriega nos ofrece dos respuestas distintas. Una de tales respuestas nos indica que el sexo entre varones, como lo es entre el hombre y la mujer, es una cuestión de aprendizaje, es un producto de los condicionamientos sociales. Esta perspectiva lo toma como un comportamiento más, sin calificarlo, pues no hay expresiones eróticas que sean buenas o malas; el hecho es que como en las sociedades occidentales el ideal es la heterosexualidad, el individuo se encuentra arrastrado en ese sentido. Por cierto, es de destacar que hay comportamientos que la sociedad le asigna al hombre y otros a la mujer, y los agrupa bajo los términos de masculinidad y feminidad 13 Núñez Noriega, op. cit., pág. 69. 24 respectivamente, que es un proceso de aculturación que nos acompaña desde nuestro nacimiento: las distintas expectativas de comportamiento para niños y niñas, los cuidados diferenciados, la diferente identificación según poses corporales, vestimenta, etc. Se construye la idea de que la mujer debe ser delicada, sensible, maternal, recatada y el hombre fuerte, firme, activo, etc. Por otra parte, una segunda respuesta que se presenta es la que viene de la mano del psicoanálisis y nos dice que todos somos, de manera innata, bisexuales.14 Sigmund Freud fue quien dijo que el impulso sexual es polimorfo y perverso. Polimorfo significa que el impulso sexual puede ser expresado por cualquiera de varias maneras. Perverso significa que el impulso sexual está signado por una descarga placentera, pues tiene como fin el placer y no la reproducción (obviamente que el ser humano también puede buscar como fin la procreación biológica, pero ésta no es la única opción para el impulso sexual). “Como todos somos bisexuales, según esta perspectiva, el individuo que exclusivamente tiene expresiones eróticas con personas del sexo opuesto ha reprimido su parte homoerótica; del mismo modo, el individuo que exclusivamente tiene expresiones eróticas con personas del mismo sexo ha reprimido su parte heteroerótica”.15 En estrecha relación con esto, en 1993 el doctor Fritz Klein planteó en su libro “La opción bisexual”, una teoría muy interesante. En ella dice que la bisexualidad es innata, como bien se encuentra en los textos de Freud cuando argumenta que la libido oscila durante toda la vida entre objetos femeninos y masculinos. Pero lo novedoso del trabajo de Klein es su planteo respecto al Complejo de Edipo. Para él la visión clásica no alcanza a 14 Es pertinente remarcar que el término bisexual es más antiguo que los términos homosexual y heterosexual. Quien populizará el primer concepto será Freud, sin embargo en un principio se usó en la botánica, más tarde el socialista utópico de Fourier lo usa para hacer referencia a la sexualidad humana en su sociedad ideal; Proudhon lo cita, y en 1857 L. Casper lo introduce en la medicina legal. 15 Núñez Noriega, op. cit., pág. 72. 25 explicar al homosexual y al bisexual saludables (no neuróticos). En su planteo alude a un Complejo de Edipo positivo y a otro negativo. En el primero los niños tienen que reprimir sus deseos hacia sus madres y transferirlos a otras mujeres. En el segundo los varones tienen que reprimir sus deseos hacia su padre, ya que aquí lo que sucede es que el niño quiere ser amado por el padre. De esta teoría se desprende que el heterosexual ha reprimido sus deseos sexuales hacia ambos padres, pero usa más represión para resolver con éxito el Complejo de Edipo negativo que la que utiliza para resolver el positivo. El homosexual por su parte también reprime sus deseos sexuales hacia sus padres, pero usa un exceso de represión para resolver el Complejo de Edipo positivo, por lo que es incapaz de transferir ese deseo a las demás mujeres. Por último, el bisexual es una persona que ha resuelto exitosamente los dos Complejos de Edipo porque ha reprimido el deseo hacia su madre, y lo ha transferido a otras mujeres y asimismo ha reprimido el deseo hacia su padre, transfiriéndolo a otros varones. La teoría de la bisexualidad constitucional no es una mera especulación freudiana, el clásico informe del doctor norteamericano Alfred Kinsey arroja datos reveladores. Conforme a su investigación llevada a cabo en los EE.UU. en los primeros años de la posguerra donde elabora un contínuo homosexualidad-heterosexualidad de seis escalas, concluye que de no ser por las restricciones sociales, la bisexualidad estaría más difundida, pues en cifras, los datos a los que arriba son los siguientes: un 50% de la población es, durante toda su vida adulta, exclusivamente heterosexual. Un 4% de la población es, durante toda su vida, exclusivamente homosexual. De este modo se desprende que el 46% de la población (cerca de la mitad) tiene, durante su vida adulta, tanto prácticas homosexuales como heterosexuales. 26 En la última mitad de los años ´70 se llevó a cabo otra investigación en EE.UU. por Shere Hite, allí se les preguntaba a los hombres no sobre experiencias (como en la investigación de Kinsey) sino sobre las preferencias sexuales. Un 85% de los hombres prefería tener prácticas heterosexuales, un 9% homosexuales y un 6% bisexuales. Sin embargo, en la misma investigación, aparece que el 20% de los hombres que preferían tener experiencias heterosexuales, habían tenido experiencias de sexo oral con hombres, lo que derivaría en un aumento del porcentaje de hombres que tuvieron contacto erótico con otros hombres y nos da cuenta, de la misma manera, que los varones que han tenido experiencias sexuales con los de su mismo sexo son mayores que los que nos indican los porcentajes sobre preferencias. Aún en la actualidad, las causas de la homosexualidad no se entienden claramente pero se insiste en investigaciones para encontrar explicaciones sobre aquello que provoca que un sujeto sienta atracción por otro de su mismo sexo. El travestismo en la Argentina Abordando nuevamente el libro ya citado de Josefina Fernández (2004) y siguiendo también los planteamientos de Jorge Salessi en su libro “Médicos maleantes y maricas. Higiene, criminología y homosexualidad en la construcción de la nación Argentina. (Buenos Aires: 1871-1914)” (1995) se puede decir que a fines del siglo XIX y principios del XX en la Argentina, los que se ocuparon de las denominadas “inversiones sexuales” fueron los médicos criminólogos, quienes dejaron documentado en los Archivos de Psiquiatría ciertas descripciones y clasificaciones acerca de una serie de prácticas anómalas, entre ellas, la homosexualidad, el tercer sexo, el travestismo y la pederastia pasiva o activa, el uranismo femenino pasivo o activo, que fueron asociadas al concepto de 27 “delito” por parte de los mismos médicos que querían hacer desaparecer su cultura.16 Cualquier diversidad que se daba fuera de las convenciones sociales establecidas eran tratadas como vicio, pecado, desvío, perversión o peligro social, de esta manera los desviados sexuales encajaban junto a estafadores, delincuentes profesionales y prostitutas dentro del cuadro de la “mala vida”. “El nombre elegido para designar al sujeto de prácticas homosexuales en Argentina a fines del siglo XIX y comienzos del XX fue 'invertido sexual', categoría que incluía a un vasto conjunto de individuos que se relacionaban sexualmente con 'los de su mismo sexo', algunos de los cuales vestían ropas propias del otro sexo. Dichas conductas, sea que tuvieran por finalidad el robo, la estafa (…), que se debierana cuestiones de gusto o a razones patológicas, eran siempre, indiscriminadamente, objeto de punición”.17 En oposición a las ciencias sexuales europeas, donde las desviaciones sexuales eran consideradas como instintuales (de carácter congénito), en la Argentina los médicos y criminólogos preferían agrupar a los invertidos sexuales dentro de la categoría “inversión adquirida”, aunque no descartaban la posibilidad de ubicarlos en la categoría de “inversión congénita”, categoría a la que los mismos invertidos decían pertenecer. Otro punto de desencuentro entre las ciencias sexuales argentinas (y la de otros países latinoamericanos) y las de Europa y también de EE.UU., es que en la Argentina se establecían diferencias en el 16 “En el discurso literario (…) [distintas] formas de representación de las desviaciones sexuales sirvieron a distintos propósitos. En primer lugar fueron utilizadas para tratar de controlar, estigmatizar y criminalizar una visible y compleja cultura de homosexuales y travestis extendida en todas las clases sociales del Buenos Aires del período”. Salessi, Jorge (1995). “Médicos maleantes y maricas. Higiene, criminología y homosexualidad en la construcción de la nación Argentina. (Buenos Aires: 1871-1914)”, pág. 179. Más tarde nos aclara el mismo autor: “Pero la sanción médico legal de la inversión también fue utilizada para reprimir y contener una compleja cultura homosexual de hombres de todas las clases sociales que se identificaban, o no, como homosexuales, maricas o uranistas pero sí tenían relaciones sexuales y afectivas con otros hombres. Recordemos que hasta la década de 1940 en Argentina no hubo ningún tipo de sanción legal contra las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. La sanción del discurso médico suplió esa ausencia promoviendo activamente sanciones sociales especialmente perniciosas”. Salessi, Jorge (1995), pág. 259. 17 Fernández, Josefina, op. cit., pág. 25-26. 28 papel erótico que asumían los sujetos del mismo sexo, es decir, se le daba importancia al rol adoptado durante el acto sexual. Por ejemplo, en el sistema sexual de EE.UU. lo que importaba era la elección del objeto que uno hacía, el sexo biológico de la persona hacia quien la actividad sexual estaba dirigida. En oposición, en el sistema sexual argentino lo relevante de la práctica sexual se reducía al acto que uno deseaba desempeñar con la otra persona: lo fundamental para considerar a alguien “invertido” era entonces el papel que cumplía en la relación erótica, definida ésta en términos de actividad-pasividad, que se traduce a una relación genital de penetrador-penetrado. Estas diferencias en el papel erótico se correspondían con una diferencia en la estigmatización y criminalización, pues éstas recaían sobre quienes eran pasivos. La categoría de invertido sexual sirvió para englobar a los sujetos pasivos y no fue sustituida por la categoría homosexual, a su vez ésta no se diferenciaba del travestismo. No obstante esto, se pueden entablar diferencias entre un concepto y otro, pues como dice Josefina Fernández “(…) en el conjunto de los registros dejados por los médicos criminólogos (…). Homosexualidad significaba elección de objeto sexual incorrecto, sin interesar el rol asumido en la relación sexual. Pederastía pasiva denotaba la inversión del rol insertivo definido como correcto para los varones. Quienes asumían el rol pasivo y, además, invertían otras costumbres como vestido, modales y hábitos, padecían entonces del delirio de creerse una mujer en el cuerpo de un hombre. Estas personas (…), eran seguramente las travestis”.18 Desde mediados del siglo XIX fue debatida en el país la oferta y demanda de sexo por políticos, clérigos y moralizadores, quienes con la esperanza de erradicar la prostitución (cuyas protagonistas eran mujeres y travestis) aprobaron en 1875 por voto del Consejo 18 Ídem, pág. 30. 29 Deliberante porteño, una ley que apartaba a las prostitutas de la vía pública, establecimientos públicos e iglesias y también a los rufianes de los burdeles. Más adelante, en 1936 se sanciona la Ley de Profilaxis Social (Ley 12.331) donde se anulan los preceptos sobre prostitución y se decreta la prohibición de la explotación ajena sin penalizar el ejercicio independiente. De esta manera las prostitutas y rufianes se van desplazando de los burdeles hacia los cabarets o lugares nocturnos parecidos, y hacia las calles de la ciudad. En las décadas de 1930 y 1940 comenzó a debatirse los posibles errores de esta ley, pues se aducía que la homosexualidad había aumentado y ello era producto de las normativas. Fue por ello que los mandos militares decidieron despenalizar la prostitución y abrir burdeles cercanos a los cuarteles. Durante el gobierno de facto de Edelmiro Farell, en 1944, se firma el decreto 10.638 que contenía dos artículos que corregían la Ley de Profilaxis Social, en ellos se autorizaba el funcionamiento de algunas casas de prostitución siempre y cuando las mujeres que allí trabajaran se hicieran controles médicos, y también se reglamentaba la no penalización de las mujeres que trabajaran en sitios autorizados. En 1954, durante el gobierno peronista, se legalizan los burdeles municipales. La Convención de las Naciones Unidas del 2 de diciembre de 1949, donde se lee un claro pronunciamiento por la represión de la trata de personas y de la explotación de la prostitución ajena, es ratificada durante la dictadura de Aramburu a través del Decreto Ley 11.925. Posteriormente la Convención será nuevamente ratificada durante el gobierno de Arturo Frondizi mediante la Ley Ómnibus (Ley 14.467). Todo este proceso es acompañado por los Códigos de Faltas, que comienzan a regir en 1870. A lo largo del tiempo van adquiriendo formas diferentes y será en el comienzo del siglo XX cuando a la policía se le delegue la represión, regulación y control de la vida cotidiana. Desórdenes, ebriedad, vagancia, prostitución se convierten en casos 30 objeto de punición. Actualmente en el Código de Faltas de la Provincia de Buenos Aires la travesti es objeto de sanción: atenta Contra la Fe Pública “El que en la vida diaria se vista y haga pasar como persona del sexo contrario” (Capítulo VII. Art. 92, Inciso e.). Producto del distanciamiento de los archivos psiquiátricos, del consultorio médico, pero no de la prisión, el travestismo reaparecerá en la década de los ´90 en el espacio social y en el escenario público como sujeto, que alejado de los diagnósticos médicos, reivindica una identidad, tornándose para ello necesario desarmar las construcciones acerca de la “naturaleza del desviado”. Desde su diferencia las travestis reclaman los mismos derechos universales de que goza el resto, entre ellos, el derecho al trabajo y a una vida digna. 31 III. Debates Contemporáneos Hoy en día “lo sexual” se puede definir de múltiples maneras que están influidas por diferentes disciplinas tales como la religión, la biología, la medicina, la psicología, la antropología, la sociología e incluso también por diferentes movimientos sociales como los artísticos, feministas, gays, lésbicos, bisexuales, transexuales, travestis. La ampliación del concepto de “lo sexual” se observa en el desarrollo y tratamiento que se le va dando en el tiempo, pues pasó de ser una dimensión biológica, donde fundamentalmente la sexualidad estaba asociada a lo genital-reproductivo, para entrar en el terreno psiquiátrico como un fenómeno mental y también en el psicoanalítico, como fenómeno subjetivo. Con el psicoanálisis la definición de lo sexual se ve ampliada por cuanto nuestros comportamientos, nuestros sueños, nuestros lapsus y demás conductas, que para nosotros eran carentes de sentido, son ahora revelados en su connotaciónsexual. Luego la antropología y la sociología extienden el concepto de “lo sexual” al ámbito de las costumbres, normas, valores, identidades, exigencias sociales y demuestran el carácter construido, relativo, de la moral sexual de las diferentes culturas. Lo sexual se verá ampliado a la esfera económica y política a través del feminismo, pues en ellas descubrirá un subtexto de género (masculino) y se convertirá en uno de los discursos críticos más importantes. La consecuencia de la interacción entre todas las tradiciones de pensamiento y movimientos sociales fue una ampliación de aquello que entendemos por “sexual” pero también, y en otro nivel, provocó que diferentes actores sociales debatan los criterios de “moralidad”, “naturaleza”, “decencia”, “pecado”, “normalidad” que se le atribuyen a su existencia sexual. En estas discusiones algunos sujetos se presentan como defensores de un 32 orden natural o moral y otros reclaman la democratización de la sociedad y el respeto a la diversidad sexual, libre de prejuicios. Enfoques teóricos En las últimas dos o tres décadas, una gran cantidad de literatura en Occidente ha tratado de construir un nuevo paradigma respecto a la historia del conocimiento científico moderno sobre lo sexual. Este enfoque ha planteado, como sugiere Foucault, un despliegue de la sexualidad, la cual se observa desde hace algunos años desde dos visiones distintas: una de ellas es el esencialismo sexual y la otra es la perspectiva constructivista. Uno de los rasgos persistentes en el pensamiento sexual y que está profundamente enraizado en la cultura occidental son las concepciones biomédicas, inicialmente asumidas como centrales en la visión social de lo sexual, que actualmente son criticadas como “esencialistas”. El estudio académico del sexo ha estado dominado por más de un siglo por la medicina, la psiquiatría y la psicología y ha reproducido el esencialismo. La idea que gobierna a este enfoque es que el sexo es algo eterno, inmutable, asocial y ahistórico, que es una fuerza natural (esencia biológica) que existe con anterioridad a la vida social. La escuela de pensamiento que ha desafiado al esencialismo sexual le dio al sexo una historia y creó una alternativa constructivista al esencialismo. Uno de los aportes seminales para las nuevas visiones sobre sexualidad provino de la obra de Michel Foucault, “Historia de la sexualidad” (particularmente de su primer volumen). Allí demuestra que la sexualidad es un término que ha sido construido en el siglo XIX (en un contexto de creciente medicalización de la cultura), determinada por la naturaleza y, por lo tanto, permeable a procesos patológicos que precisan terapias u operaciones de normalización. 33 Foucault critica la visión tradicional de la sexualidad argumentando que los deseos no son entidades biológicas preexistentes sino que van tomando forma en el curso de prácticas sociales históricamente determinadas. Todos los trabajos de esta escuela de pensamiento sobre el sexo se basan en el supuesto de que la sexualidad se constituye en la sociedad y en la historia y que no está solamente determinada por la biología. Esta concepción contemporánea la plantea como un producto social, histórico y político. De esto no se desprende que lo biológico no sea un sustrato importante de la sexualidad humana, la idea es que ésta no puede comprenderse meramente en términos biológicos: “El cuerpo, el cerebro, los genitales y el lenguaje son todos necesarios para la sexualidad humana, pero no determinan ni sus contenidos, ni las formas concretas de experimentarlo, ni sus formas institucionales. Más aún, nunca encontramos al cuerpo separado de las mediaciones que le imponen los significados culturales”.19 Hay otra postura que apela a la complementariedad de las concepciones esencialista y constructivista sobre lo sexual. Así J. Weinrich dice que las visiones más amplias y no las rígidas de ambas posturas son las que permiten su interacción. Las dos teorías son, para este autor, correctas de manera diferente e interactúan entre sí de la misma manera en que lo hace aquello a lo que se refieren: naturaleza y cultura. Hay que mencionar que aparte de la escuela ideológica del esencialismo sexual, existen otras escuelas con fuerte influencia en el pensamiento sobre el sexo. Mencionaré a continuación, de forma concisa, las ideas centrales de cada una de ellas: 19 Rubin, Gayle (1984). “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”, pág. 132. 34 La “negatividad sexual” es una de las más importantes. El sexo es considerado, dentro de las culturas occidentales, como algo peligroso, destructivo. Recordando las declaraciones que hiciera San Pablo, la tradición cristiana sostiene que el sexo es pecaminoso, y esta idea ya no depende de la religión para sobrevivir pues ya ha tomado vida propia. La práctica sexual siempre es considerada maligna, pero se la puede eximir de la culpa si se realiza dentro del matrimonio, con amor y con propósitos de procreación. La segunda escuela, denominada “la falacia de la escala extraviada” por la antropóloga feminista Gayle Rubin, está relacionada con la de la negatividad sexual ya que dice que la actitud religiosa ha penetrado en las leyes sobre el sexo, por lo que se le da demasiada importancia, de modo que no todos los gustos y conductas eróticas son tratadas de igual forma. “La valoración jerárquica de los actos sexuales” es una tercera escuela, en la que los actos sexuales son evaluados según un sistema jerárquico. Para graficar este pensamiento se puede imaginar una pirámide, en la base de la cual se ubicaría el grupo sexual menospreciado por las sociedades occidentales modernas: transexuales, travestis, aquellos que gustan del encuentro intergeneracional, los sadomasoquistas, fetichistas y trabajadores del sexo (prostitutas/os y aquellos que trabajan como modelos en la pornografía). Por encima de esta casta se encontrarían los gays y lesbianas promiscuos. Y más arriba, lindando la respetabilidad, los gays y lesbianas que mantienen parejas estables. Escalando un poco más la pirámide, hallamos a los heterosexuales seguidos por los monógamos no casados y en pareja, para llegar a la cima, donde están solamente los heterosexuales reproductores casados. Esta pirámide refleja el sistema de valores sexuales, para el cual hay una sexualidad “natural”, “normal” o “buena” (aquí se debe leer heterosexual, monógama, marital, reproductiva y no comercial) y otra sexualidad 35 “antinatural”, “anormal” o “mala” (es decir, homosexual, fuera del matrimonio, promiscua, no procreadora y comercial). Un pesado estigma recae sobre estas últimas conductas sexuales, convirtiéndose en una sanción social contra aquellos que la practican. Las raíces de esta estigmatización se pueden encontrar en los viejos valores religiosos que luego fueron actualizados por la medicina y la psiquiatría. “La teoría del dominó del peligro sexual”, por su parte, toma la idea de que hay una frontera que separa las aguas: de un lado se encuentra el sexo bueno, saludable; y del otro lado está el sexo malo, carente de afecto. Aquí la frontera está entre el orden sexual y el caos; y la idea que expresa es que si se le permite a algo atravesarla, la barrera se desmoronará y sucederá algo terrible. Finalmente, “la ausencia de un concepto de variedad sexual benigna” es lo que caracteriza a la última escuela, puesto que en occidente prima la idea de que sólo hay una manera de tener sexo, y que todo el mundo debería hacerlo en esa forma. La mayoría de las personas toma a sus prácticas sexuales por un sistema universal, al que todos deberían adherirse, pues se supone que la sexualidad debe adaptarse a un único modelo. Esto también es distintivo de otras teorías sobre el sexo como lapsicología, donde el ideal es la heterosexualidad madura, o la religión, donde lo correcto pasa por el matrimonio procreador. Problemas de género “Todo el proceso de aculturación por el que pasamos desde nuestro nacimiento (a las xx se les regalan muñecas y se les viste de rosa y a los xy carritos y se les viste de azul, por ejemplo) construye seres diferentes. Eso significa también que a ambos se les prive de la posibilidad de conocer, experimentar y disfrutar manifestaciones humanas clasificadas como propias del rol opuesto”. Guillermo Núñez Noriega (1999), pág. 53. 36 “¿Qué es ser mujer?. Esta misma pregunta nos conduce a algo que resulta bastante difícil en la práctica, nos conduce al esencialismo. ¿Hay algo que define esencialmente a la mujer?. ¿El cariotipo?. ¿Los genitales?. ¿Las funciones reproductivas?. ¿La orientación sexual?. ¿La conducta, la ropa?. ¿Todo ello junto?. ¿Una parte de ello?. (…) No se trata de la ropa, el maquillaje o las cirugías…Se trata de maneras de sentir, de pensar, de relacionarnos y de ver las cosas”. Lohana Berkins, “Un itinerario político del travestismo” (2003), pág. 66. El concepto de género surge en el ámbito de las ciencias médicas, a mediados del siglo XX, para entender las manifestaciones “aberrantes” de la sexualidad de los individuos. Dentro de las denominadas “aberraciones sexuales” se encontraba el travestismo. El origen del concepto de género es tratado por Donna Haraway, y también establece los factores que incidieron en la aparición del paradigma de la identidad de género. Entre otros factores, ubica la importancia atribuida a la psicopatología y a la somática sexual por los sexólogos en el siglo XIX y por sus seguidores, preocupados en comprender las “inversiones sexuales”; desde los años ´20 el progreso de la endocrinología fisiológica y bioquímica; el surgimiento, a partir de la psicología comparativa, de la psicobiología de las diferencias de sexo; en los años ´50, el planteo de las hipótesis sobre el dimorfismo sexual cromosómico, hormonal y neural y la aparición, en la década del ´60, de las cirugías de cambio de sexo. Luego de la segunda Guerra Mundial, la idea de género hizo posible el surgimiento de los estudios feministas, ya no centrados en las ideas iniciales de las aberraciones sexuales, sino que pusieron en cuestión la idea de “lo natural” a través del concepto de género y se distinguió entre sexo y género. El género pasó a considerarse como el significado cultural que el cuerpo sexuado asume en un momento dado, lo que les permitió desnaturalizar la asimetría entre hombres y mujeres. Empero, las teóricas 37 feministas asumieron la existencia de un sexo binario natural y trasladaron esta lógica al campo de la generización. En este marco, el travestismo no será tema de interés para las feministas, y en el caso de considerarlo, lo verán junto al transexualismo, como fenómeno amenazante para las mujeres20 o ambos serán tratados como fenómenos transculturales. La ganancia teórica y política que la teoría feminista había logrado separando el sexo del género, y con ello trasladando la explicación de la subordinación de las mujeres del plano de la naturaleza al de la cultura, comienzan a ponerse en duda a partir de los estudios de Judith Butler, filósofa feminista que se interesa por los límites de la categoría de género y su relación con los grupos de diversidad sexual. Firme en su formación foucaultiana introduce en la teoría feminista algunas de las ideas fundamentales del autor francés, poniendo en cuestión la categoría de género como construcción cultural del sexo. La razón que argumenta Butler es que aún aceptando que existe un sexo binario natural, no hay razón para suponer que los géneros sean también dos. Esto desestabilizó la teoría y política feminista.21 El proceso de adquisición del rol de género22, que corresponde a lo que la sociedad considera normal, exige que el hombre y la mujer, a partir de una diferenciación anatómica y cromosómica, tengan comportamientos concebidos como típicos y deseables para hombres y mujeres. Estos comportamientos que la sociedad espera del hombre (ser audaz, activo, arriesgado, fuerte, poco sensible, etc.) se engloban bajo la palabra “masculinidad” y 20 En este sentido, la doctora Janice Raymond considera al transexualismo (transexuales varón a mujer) como un recurso elaborado por los hombres para competir directamente con las mujeres en su propio dominio y reforzar su supremacía en la lucha de los sexos. 21 Todavía en la Argentina las feministas no se han repuesto del duro golpe provocado por las ideas de Butler y, más aún, con la aparición pública de las travestis en la década de los noventa. 22 Núñez Noriega nos indica que “El término 'rol de género' (o rol sexual) refiere al conjunto de expectativas de comportamiento socialmente asignadas al género masculino y femenino” y que “los roles de género incluyen como una de las exigencias y estereotipos de lo 'femenino' y de lo 'masculino' el deseo sexual hacia personas del sexo opuesto”. Núñez Noriega, op. cit., pág. 52. 38 los comportamientos esperados de la mujer (ser femenina, fiel, sentimental, delicada, maternal, etc.) se engloban bajo la palabra “feminidad”, prácticas sociales que son sentidas como naturales y normales. Por esto mismo, aquellos individuos, sean mujer o varón, que van más allá de los límites impuestos a su correspondiente rol de género, son estigmatizados, sancionados socialmente y discriminados, reducidos en la práctica en sus posibilidades de vida. Por el otro lado, aquellos individuos que se comportan acorde a su rol de género reciben los beneficios de un capital simbólico que se expresa también en otros beneficios. En el occidente moderno el sexo se confirma por medio de ciertas marcas corporales, donde la genitalidad es la más importante, pero también entran en juego algunas características sexuales secundarias. “Cuando las superficies corporales visibles no alcanzan a confirmar el sexo (…) entonces hay que recurrir a atributos de género tales como el vestido, los adornos, los gestos, actitudes comportamentales que han sido distribuidas y sacralizadas como propias de cada uno de los dos géneros vigentes. Si acaso todo esto no fuera aún suficiente, disponemos 'afortunadamente' en Argentina del documento nacional de identidad en el que figuran las precisiones pertinentes: el sexo para referirnos al género, el nombre para hablarnos del sexo y del género, y el estado civil que, salvo en el caso de los/las solteros/as, permite levantar toda sospecha sobre sexo, género y opción sexual a la vez”.23 Es indicado mencionar aquí que las travestis tienen en lo cotidiano graves problemas derivados de la documentación nacional, utilizada para la identificación de las personas: Documento Nacional de Identidad, Cédula de Identidad de la Policía Federal y Pasaporte Nacional. Generalmente no se les reconoce su identidad de género, por lo que son obligadas a cortarse o atarse el pelo, cambiar de ropa, sacarse el 23 Fernández, Josefina, op. cit., pág. 167. 39 maquillaje, entre otras. Esto ocasiona situaciones desagradables como la imposibilidad de conseguir empleo, la vergüenza o incomodidad que puedan llegar a sentir por ser llamadas por su nombre masculino en los distintos ámbitos: cuando realizan trámites, en la espera para entrar a un consultorio médico, cuando hacen la cola para sufragar donde, vestidas de mujer, se encuentran entre todos hombres, etc. Ahora bien, las travestis intervienen sus cuerpos para incorporar algunas de las características propias de “lo femenino”, eliminando las marcas corporales visibles, propias de su sexo natural y del género esperado en función de éste. Además se auto asignan un género, el femenino, comola única opción que les queda en una sociedad ordenada dicotómicamente. En boca de Lohana Berkins: “Nosotras pensábamos que nuestra única opción –si no queríamos ser varones– era ser mujeres. Es decir, si para ser varones había que ser masculinos, al no querer adoptar las características masculinas como propias pensamos que nuestra única opción era la única otra existente: ser mujer femenina”.24 Josefina Fernández en su libro (2004) nos habla de tres hipótesis centrales que se manejan actualmente para entender las representaciones de género propias del travestismo. Son tres hipótesis marcadas por ideas diferentes y apoyadas en su temática por autores diferentes. Fernández las ha denominado: Hipótesis del reforzamiento de las identidades de género, Hipótesis del tercer género e Hipótesis de la deconstrucción del género. Dejar de mencionar a cada una de ellas implicaría dejar a un lado, en este trabajo, el fascinante debate (cuya seducción me atrajo de manera inesperada) en torno al lugar que ocupa el travestismo en la organización de los géneros. Por esta razón es que a continuación las expongo someramente. 24 Berkins, Lohana (2003). “Un itinerario político del travestismo”, pág. 67. 40 Hipótesis del reforzamiento de las identidades de género La idea que prima en esta hipótesis es que el travestismo es una expresión de uno de los dos géneros disponibles: masculino o femenino. Toda la literatura se aboca a verlo como una actuación identitaria que por momentos toma la forma masculina y por otros la femenina. De acuerdo a la antropóloga Victoria Barreda, en su práctica, la persona travesti, alterna entre uno y otro género según determinadas situaciones de interacción social. Para la autora no hay posibilidad de proponer un tercer género dentro de la organización actual de los géneros. De modo semejante Richard Ekins caracteriza al travestismo como un proceso de deslizamiento gradual, de un género a otro, y lo enfoca desde un continuum varón a mujer. De acuerdo a Hélio Silva, antropólogo y estudioso del tema, la vida de la travesti está permeada por el constante combate contra la masculinidad. Similarmente Annie Woodhouse valora al travestismo como un reforzamiento de la identidad de género femenina, ya que las travestis ven a los géneros masculino/femenino como algo excluyente y cubren con una apariencia femenina su masculinidad, reflejando de esta manera, los roles de género tradicionales. El punto fuerte de esta Hipótesis de reforzamiento es la razón que tiene cuando afirma que los modelos de referencia sobre los que las travestis elaboran su identidad siguen siendo los modelos generizados. Sin embargo, el problema que encuentra Fernández en este enfoque es que los resultados ya se encuentran determinados por las premisas del trabajo, esto es, se parte desde cuerpos que son biológicamente varones o mujeres y de un orden cultural que subordina lo femenino a lo masculino. La identidad travesti se enmarca 41 en un viaje que se produce de un género a otro, pero nunca logra desprenderse de su sexualidad biológica de varón. Los autores mencionados, desde diferentes análisis, llegan a esta misma conclusión. Hipótesis del tercer género Partiendo del análisis de etnografías clásicas y otras más recientes (desde una perspectiva de género) las comparaciones interculturales de la antropología han presentado al travestismo como una tercera posibilidad en la organización de los géneros. Aquí se rompe con el modelo del viaje (de un género a otro) central en el enfoque anterior, pues en la teoría del tercer género se cuestiona al dimorfismo sexual y al modelo biocéntrico que regula los géneros. En opinión de Gilbert Herdt, la intención de hablar de un tercer género surgió a partir de una visión que atacaba al dimorfismo sexual y reinterpretaba las nociones de sexo y género: se establece la idea de que las definiciones de hombre y mujer, fundamentadas anatómicamente, no son universales ni tampoco términos válidos para un sistema de división de los géneros. En igual dirección a Herdt, Will Roscoe, a través del estudio de culturas no occidentales, siembra la crítica al paradigma de los géneros binarios establecido en la cultura occidental, aclarando que no todas las culturas identifican los mismos rasgos anatómicos ni los establecen como naturales y contrarios al dominio cultural. El autor propone un paradigma de género múltiple donde las relaciones entre sexo y género no están jerarquizadas, es decir, contrariamente a lo que sucede en el paradigma binario, aquí el sexo no tiene primacía sobre el género ni tampoco éste es una mera reiteración o reflejo del sexo. 42 La posibilidad planteada por Roscoe es retomada por la socióloga Hilda Habychain que enfatiza el error que se comete al considerar que hay sólo dos géneros derivados de dos sexos, donde lo biológico adquiere una importancia tal que se convierte en un dato determinante de la sexualidad y del género y negándose al mismo tiempo, dice la autora, la realidad de que el género es una construcción sociocultural capaz de producir varias mezclas entre los elementos del género. Otra investigadora que se ubica en este enfoque de los géneros supernumerarios es Anne Bolin, para quien la comunidad transgénero (que agrupa entre otros/as a transexuales y travestis) provoca un quiebre en el sistema de género cuando renuncian al género conectado con sus genitales, cuerpo, rol social, etc. El transgenerismo25 destaca Bolin, permite ver al género como independiente de la biología y producido socialmente abriendo la posibilidad de anular al género o crear géneros supernumerarios como categorías no basadas en la biología, sino sociales. La presencia de personas que tienen propiedades que las distancian de lo que habitualmente se define como varón y mujer le da firmeza a este enfoque. Con todo, la crítica a la idea del tercer género proviene de los autores que adhieren a la hipótesis que sigue, la de la deconstrucción de la categoría de género. En ésta también se critica al dimorfismo sexual y al modelo biocéntrico de los géneros, pero se aduce que la hipótesis del tercer género se queda a mitad de camino. El fundamento para establecer lo dicho es que más que abrir nuevas posibilidades en un continuum de dos polos, las identidades de 25 Mauro Cabral, en su artículo “La paradoja transgénero” (2006) nos aclara: “El concepto transgeneridad designa a un conjunto de discursos, prácticas, categorías identitarias y, en general, formas de vida reunidas bajo su designación por aquello que tienen en común: (…) un rechazo compartido a la diferencia sexual como matriz cultural y necesaria de subjetivación. La transgeneridad constituye un espacio por definición heterogéneo (…) un espacio atravesado por una multitud de sujetos en dispersión –travestis, lesbianas que no son mujeres, transexuales, drag queens, drag kings, transgéneros…y todos aquellos que, de un modo u otro, encarnamos formas de vida no reducibles ni al binario genérico ni a los imperativos de la hetero o la homonormatividad”, pág. 1. 43 las travestis lo que hacen es desestabilizar todas las categorías binarias, entendiéndose como un tercero, pero en función de esto último. Frente a estas identidades la artificialidad de las categorías varón/mujer, sexo/género, se delata. Hipótesis de la deconstrucción del género Este enfoque va un poco más allá del previamente citado (hipótesis del tercer género) pues además de también polemizar con la noción de binariedad y con las categorías genéricas (masculino/femenino) lo que propone es una deconstrucción de la categoría misma de género (y no géneros múltiples o supernumerarios). Se basa en la idea de que hay una confusión de las relaciones entre sexo y género, lo que lleva
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