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Memoria Académica, el repositorio institucional de la Facultad de 
Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad 
Nacional de La Plata, que procura la reunión, el registro, la difusión y 
la preservación de la producción científico-académica édita e inédita 
de los miembros de su comunidad académica. Para más información, 
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O envíe una carta a Creative Commons, 559 Nathan Abbott Way, Stanford, California 
94305, USA.
Director: Horacio Martínez
Sampayo, Azucena del Rosario
Tesis presentada para la obtención del grado de 
Licenciada en Sociología
Cita sugerida 
Sampayo, A. R. (2005) La desmanicomialización como práctica 
contrahegemónica en el abordaje de la salud mental [en línea]. 
Trabajo final de grado. Universidad Nacional de La Plata. Facultad 
de Humanidades y Ciencias de la Educación. Disponible en: 
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.677/te.677.pdf
La desmanicomialización 
como práctica 
contrahegemónica en el 
abordaje de la salud mental
www.memoria.fahce.unlp.edu.ar
www.memoria.fahce.unlp.edu.ar
www.bibhuma.fahce.unlp.edu.ar
http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/ar/
http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/ar/legalcode
 
 
 
UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA 
FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA 
EDUCACIÓN 
DEPARTAMENTO DE SOCIOLOGÍA 
TESINA DE LICENCIATURA
 ““La desmLa desmanicomanicomialización comialización como pro práctácticaica 
contcontrrahegemahegemónica en el aborónica en el abordaje de la salud mdaje de la salud mentental”al” 
Presenta: Ma. Azucena R. Sampayo
 Tutor: Lic. Horacio Martínez
 La Plata, Junio de 2005 
Índice 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Introducción 4 
Parte Primera: Manicomialización: una construcción social. 
1 Salud/enfermedad mental. Construcción y transformación histórica del 
concepto y sus prácticas 9 
1.1 La Institución Neuropsiquiátrica. Características del Modelo Médico 
Manicomial 18 
1.2 Politización de la salud y Medicalización de la pobreza 26 
Parte Segunda: Desmanicomialización: inicios de un cambio. 
2 Crisis del Modelo Manicomial 32 
2.1 Crítica al MMH y Desmanicomialización 41 
La desmanicomialización en Río Negro 49 
Parte Tercera: Un intento de aplicación de la política de 
desmanicomialización en el Hospital “Dr. A. Korn”. 
3 Formación histórica y actual del Hospital “Dr. A. Korn” 55
 Área de Comunicación Social e Institucional 61 
3.1 Fundamentación teórica del Programa de Rehabilitación y Externación 
Asistida (P.R.E.A) 62 
3.2 Llegada del P.R.E.A al Hospital “Dr. A. Korn” 65 
3.3 Fundamentación de la Muestra Artística ¿lo/cura el encierro? 66 
3.4 Contexto socio político en el que se enmarcó la Actividad 68 
2 
 
 
 
 
3.5 El título
70 
3.6 El arte en el psiquiátrico 
Conclusiones 
Bibliografía General 
71 
74 
78 
3 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Introducción 
Este trabajo emerge como producto de mi recorrido institucional por el 
Hospital Interzonal Especializado de Agudos y Crónicos “Dr. Alejandro Korn”, 
de la ciudad de Melchor Romero, partido de La Plata. 
Durante el lapso de tres años, entre agosto de 2000 y agosto de 2003, y 
junto con otros estudiantes de las carreras de Periodismo y Comunicación 
Social y Psicología, participé en la producción de actividades recreativas para las 
personas que se encuentran internadas en el Hospital, crónicos, para pacientes 
ambulatorios y para la comunidad en general. Estas acciones se cristalizaron en 
Talleres de Expresión, de Lectura de Diarios y en una Muestra de Pinturas 
realizadas por pacientes de la Sala Griesinger en el Centro Cultural Islas 
Malvinas de la ciudad de La Plata. Tales prácticas estaban enmarcadas en la 
política de desmanicomialización. 
Algunos de los pacientes crónicos que formaban parte de estas 
actividades se encontraban en vías de externación, es decir, estaban 
preparándose para salir del hospicio e instalarse en las casas de pre-alta con las 
que cuenta el Hospital en el centro de la ciudad platense. Estos pacientes habían 
sido admitidos en el P.R.E.A. (Programa de Rehabilitación y Externación 
Asistida) que se hizo extensivo en varios Hospitales Neuropsiquiátricos de la 
provincia de Buenos Aires. Este Programa, del que también formé parte, seguía 
la tendencia de disminuir las internaciones psiquiátricas a cambio de favorecer 
la reinserción social de quienes padecen una enfermedad mental. 
En el manicomio, el Arte, la Expresión y la Creatividad son consideradas 
como instrumentos no sólo convocantes sino también como organizadores de 
un hacer específico que tiende al encuentro, al despertar de la conciencia crítica, 
a la desalienación, a la desmanicomialización. De hecho, este último concepto 
comenzó a circular a partir de la inserción del arte en los hospitales 
psiquiátricos 
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La idea de “desmanicomialización”, es decir, el cuestionamiento al 
manicomio y su modalidad de atención y cura caracterizada como violenta y 
represiva, nace en la segunda posguerra y hace referencia a las innovadoras 
experiencias iniciadas y llevadas a cabo por grupos políticos y técnicos en Gran 
Bretaña, Europa y Estados Unidos. Se trata de movimientos antipsiquiátricos 
que apuntan a redefinir el concepto de Salud Mental. Son propuestas 
contrahegemónicas que se oponen al Modelo Médico manicomial que se basa 
en el internamiento crónico, promoviendo prácticas alternativas a éste como 
instancias de cura. Argentina también formará parte de esta corriente, 
importando y adaptando tales ideas. 
Este giro en el modo de pensar el proceso de salud-enfermedadmental 
es dado por diferentes disciplinas sociales que comienzan a cuestionar las 
prácticas psiquiátricas con su modalidad asilar en la cura de los enfermos. Estas 
corrientes teóricas enfatizan lo social en la producción de la enfermedad y, 
consecuentemente, focalizan en la sociedad el espacio para la cura. 
Esta redefinición se fundamenta principalmente en el cierre definitivo del 
manicomio y en la transformación total del modo de atención de la práctica 
psiquiátrica con la finalidad de recrear o crear redes vinculares y sociales que 
posibiliten la contención extramuros. 
El manicomio, loquero u hospicio es una institución medieval, que 
persiste hasta estos días, creada con fines aislacionistas y segregativos. 
Históricamente, su función fue instalar en la sociedad la presencia de un lugar 
de exclusión para los que no cumplían con la normativa social, siendo 
marginados. Su característica totalizante implica que las personas que ingresan 
allí renuncian a su anterior vida, penetran en un mundo con sus propias 
normas, con una cultura propia que el recién llegado debe internalizar al 
tiempo que se desaprende de la anterior. Pierde sus lazos afectivos y con ellos su 
identidad y sus derechos. 
El fin último del manicomio, su razón de ser, no es sólo la cura, sino 
también el control. Discursivamente, procura reencauzar a las personas que 
padecen, según un diagnóstico, una enfermedad mental. Sin embargo, en la 
práctica lo que hace es aislar a estas personas bajo el criterio de que pueden 
causar un mal a la sociedad, borrándoles su identidad y reduciéndolas a objetos 
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sin historia ni futuro. Dicha institución se convirtió en un lugar de donde no se 
sale nunca o se sale peor. 
El manicomio está regido por el Modelo Médico Hegemónico (MMH) que 
se define por el mandato curativo y el de custodia, la práctica asistencial como 
eje de atención y el predominio del psicofármaco y la psicoterapia como modos 
de abordaje terapéutico. Se concibe a la enfermedad mental como producto de 
trastornos biopsicológicos. Excluye lo diferente, lo desviado de la norma social a 
fin de preservar la unidad del conjunto, confinando y castigando al hijo 
indeseado de la sociedad. 
Por lo tanto, el objetivo de la desmanicomialización es transformar los 
dispositivos institucionales, considerando el sistema custodial y el cuerpo de 
ideas que lo constituyen una negación de los principios y derechos elementales 
de la condición humana. Se busca transformar las técnicas con las que se 
aborda la enfermedad, exigiendo cambios en la estructura edilicia sanitaria, y 
por sobre todo, en la mirada social hacia la enfermedad mental. Se procura 
rescatar la condición humana del interno, liberar su dignidad, y reparar su 
identidad movilizando sus capacidades expresivas. 
Por todo esto, parto de la hipótesis de que dentro y fuera de la 
institución manicomial, donde impera el Modelo Médico Hegemónico (MMH), 
emergen prácticas desmanicomializantes, basadas en una concepción 
alternativa de la salud mental y que se oponen a tal Modelo. 
En base a tal suposición me planteé un doble objetivo: por un lado 
historizar y describir la institución manicomial desnaturalizando sus prácticas 
hegemónicas en el tratamiento de la Salud/enfermedad mental del paciente. Por 
el otro, y en el marco de la crisis manicomial, caracterizar la política de 
desinstitucionalización manicomial, o desmanicomialización, ejemplificando la 
misma con la ejecución del Programa de Rehabilitación y Externación Asistida 
(P.R.E.A.). 
Me propongo demostrar que las categorías “enfermo” y “salud mental” 
son construcciones sociales, y que las mismas varían en función de la época y de 
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los intereses políticos económicos que la cruzan. Señalar que los factores 
socioeconómicos también intervienen en la producción y agravamiento del 
padecimiento mental. En muchos casos las personas llegan al hospital 
psiquiátrico en un estado de enajenación, pero permanecen por situaciones de 
pobreza y abandono socio-familiar. Al mismo tiempo, explicar la importancia 
que tienen las alternativas de atención en salud mental en la comunidad que 
tienden hacia el proceso de desmanicomialización. 
Para ello, tomé como referentes teóricos a los autores Michel Foucault, 
Irving Goffman y Emiliano Galende. Los mismos quiebran la mirada 
monopolizadora del biologicismo sobre la problemática del enfermo mental 
introduciendo variables sociales en la determinación de la construcción del 
enfermo mental. 
Con el propósito de comenzar a introducir al lector en el abordaje del 
presente Trabajo, señalaré que el mismo se encuentra estructurado en tres 
partes. La Primera se refiere a los diferentes conceptos y cambios que hubo a 
largo de la historia en torno a la noción de salud/enfermedad. A su vez, se 
caracteriza a la institución manicomial y al modelo médico que allí se aplica. 
También, se describe cómo la situación de pobreza es categorizada como 
enferma, y medicalizada. El Segundo Apartado hace alusión a la crisis que cruza 
al modelo médico hegemónico que impera en el manicomio y la crítica hacia 
éste que surge desde la política de desmanicomialización. Por último, el Tercer 
Apartado es una relatoría de lo que consistió una aplicación de la política de 
desmanicomialización en un hospital bonaerense. 
Para finalizar, vale aclarar que nada de lo que diga en esta investigación 
es nuevo o innovador en materia de salud mental. Hay una vastísima 
bibliografía sobre el tema. El aporte que realizo es la reproducción de mi 
experiencia con un grupo de personas que padecen una enfermedad mental, 
pero que son más que esa enfermedad. Es un trabajo que nació como una 
ayudantía impulsada por la curiosidad, pero que con el devenir del tiempo fue 
convirtiéndose en una investigación-acción. Fue necesario encuadrar teórica e 
históricamente la gestión para dar cuenta de que nada de lo que sucedía en el 
7 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Hospital era natural sino que cada práctica y cada discurso era producto de una 
voluntad política y de un decir y hacer médico-científico fuertemente instituído. 
Para cumplimentar tales objetivos que implican análisis e interpretación 
de procesos sociales se utilizó metodología cualitativa, empleando como 
técnicas de recolección de datos: 
• Material bibliográfico y documentos institucionales 
• Observación participante 
• Entrevistas semiestructuradas a informantes claves directamente 
relacionados con la temática 
Una vez recopilada la información, se procedió a su procesamiento y 
análisis a fin de construir las categorías teórica-conceptuales que guiaron la 
investigación. 
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Parte Primera:
Manicomialización: una construcción social.
“La enfermedad mental sólo puede florecer totalmente 
en un Hospital Psiquiátrico. Así como una planta alcanza el 
nivel óptimo de crecimiento en la tierra bien abonada, también el 
enfermo mental logra su mejor desempeñoen las salas cerradas de las 
instituciones totales”. (Jay Haley) 
1- Salud/enfermedad mental. Construcción y transformación 
histórica del concepto y sus prácticas. 
En esta primera etapa, y con el propósito de encuadrar teórica y 
temporalmente esta investigación, me propongo repasar brevemente las 
distintas acepciones que tuvo la noción de salud/enfermedad mental y su 
relación con la locura desde la época primitiva hasta la actualidad. La forma en 
que tal relación fue abordada y tratada da cuenta de cómo las sociedades se 
transforman, evolucionan y con ello sus representaciones acerca de ésta. 
9 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cada sociedad crea a sus enfermos y sus respectivas curas, de hecho es la 
sociedad la que dictamina quien se sale de la norma y como debe reencauzarse 
el “anormal” para que siga siendo funcional al sistema. Los distintos discursos 
que circulan sobre lo que es la salud/enfermedad mental y cual es el mejor 
método para su alivio son una construcción social de un determinado período 
histórico y se corresponden con una determinada línea política, económica e 
ideológica. Tales decires y ciertos simbolismos generan materialidad, es decir, 
se cristalizan en instituciones, en prácticas médicas, en etiquetamientos, o 
diagnósticos, que hacen huella en la persona que lo lleva. 
Para Emiliano Galende “toda sociedad produce una subjetividad situada 
en su tiempo histórico y a la vez genera las condiciones suficientes y necesarias 
para establecer distintas formas de padecimiento mental. El daño mental se 
comprende en relación a los códigos simbólicos que cada sociedad, en cada 
momento histórico, pone en juego”. Es decir, que el sujeto esté enfermo o sano, 
sea normal o anormal no sólo depende de las alteraciones de su personalidad sino 
también de las actitudes, juicios, prejuicios y valores que tiene la sociedad con 
relación a ese tipo de alteraciones. 
Por lo tanto, se podría afirmar que el término “enfermedad mental” es de 
difícil definición por su gran contenido valorativo. Las distintas evaluaciones de 
los síntomas y procesos afectivos, cognitivos y del comportamiento utilizados 
para designar a una persona como sana o enferma, varían según las 
representaciones sociales y paradigmas científicos dominantes en cada cultura y 
período histórico. 
Todo núcleo social marca una diferencia entre el sujeto que padece una 
alteración crónica de su conducta y el que sólo altera su comportamiento en 
determinadas situaciones, que son aceptadas socialmente y no se salen de la 
normas como pueden ser los rituales religiosos. 
Hay cuestiones y temas que son atemporales y, en algunos casos, tabú 
para el conjunto social. Es así que el paso de los siglos no fue suficiente para 
desechar del imaginario social el prejuicio de peligrosidad y el consecuente 
confinamiento de los enfermos mentales en instituciones psiquiátricas a fin de 
contenerlos, tratarlos y preservar así el orden social. Esta idea de peligrosidad 
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se constituye en el fundamento de las prácticas que se implementan con el 
internamiento asilar y la idea de asociar el tratamiento con: el aislamiento, la 
segregación social justificada por el juicio de peligrosidad, la consecuente 
necesidad de control y vigilancia asilar, y la cruel idea de irreversibilidad y 
cronicidad del padecimiento mental de la persona. Todos estos factores 
determinan el internamiento manicomial. 
Michael Foucault, en su obra La Historia de la locura…1 propone la 
existencia de diversas conciencias de la locura, formas en que la sociedad se 
relaciona con el loco y la locura a través de las representaciones que de ellos se 
hace. Afirma que en cada momento histórico hay figuras de la locura que 
construirán de una manera particular las formas de conciencia. 
Así, el hombre primitivo atribuía las causas de su padecer físico o mental 
a una influencia maligna, ya sea de otros hombres o de seres sobrenaturales. 
En el año 1000 a.c. los comportamientos extraños del enfermo mental 
eran atribuidos al castigo de los dioses. En la Antigua Grecia, se construían 
templos en lugares sagrados y su espíritu actuaba sobre el cuerpo del enfermo 
mental quien dormía dentro de estos. En Roma, Hipócrates –padre de la 
medicina- aseguraba que el exceso de calor o frío podían generar enfermedades 
mentales. 
Durante el transcurso de la Edad Media, y en el marco de grandes 
hambrunas y pestes, emerge la Iglesia ofreciendo el servicio hospitalario como 
respuesta a los espíritus en crisis. A fines de este período la locura es vista con 
mal gusto, siendo rechazada y temida. 
En el período renacentista, entre los siglos XV y XVI, el límite entre la 
locura y la cordura era difuso y móvil, siendo reversible cualquier situación, 
predominando una conciencia crítica, que acusa la presencia de la locura en 
tanto no puede diferenciarse claramente de ella. Las experiencias del 
Renacimiento se representan en la “Nave de los Locos”, embarcación que 
llevaba a bordo a una tripulación de insensatos, que vivían una existencia 
errante, evitando de esa manera el merodeo de éstos por la ciudad. 
1 Foucault, Michel. Historia de la locura en la época clásica. Tomos 1 y 2, Edit. Fondo de Cultura 
Económica, Bogotá, 1998. 
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Durante el período clásico, entre los siglos XVII y XIX, coexisten formas 
críticas y analíticas de conciencia, es la época del Gran Encierro, que sólo 
después de un tiempo tendrá un sentido terapéutico. Los trastornos mentales 
son considerados como un alejamiento voluntario de la razón que debía ser 
corregido mediante el internamiento y severas medidas disciplinarias. En la 
época de las Luces, la barca es reemplazada por el Hospital. La razón moderna 
se deshace de los dogmatismos religiosos y de las explicaciones metafísicas 
explicando las conductas de los sujetos a través del conocimiento. Los desviados 
sociales ya no eran quemados en la hoguera, pero eran internados en los 
hospitales, siendo encerrados y apartados de la vida comunitaria junto con 
indigentes, pobres, huérfanos, prostitutas, homosexuales, delincuentes, 
ancianos y enfermos crónicos, o también vagaban solitarios, siendo objeto de 
desprecios, burlas y maltratos. Según Foucault “La finalidad de su aislamiento 
no era su tratamiento sino proteger a la sociedad de aquellos que infringían las 
normas sociales”. El internamiento es la nueva forma de ocuparse 
indiferenciadamente de todos los que representan un peligro y/o un escándalo 
para la construcción de la soñada comunidad perfecta. 
La época clásica es una etapa de entendimiento para la locura cuya 
estructura más visible es el internamiento de los alienados. Pero tal práctica no 
se ordenaba por una decisión médica,sino por la de un juez. La casa de 
confinamiento simboliza la “policía”, autoconcebida como equivalente civil de la 
religión. Recién a fines del siglo XVIII los médicos ingresaron a los internados. 
Como sujeto de derecho, el hombre se libera de su responsabilidad porque está 
alienado. Como ser social, la locura lo compromete desde la culpabilidad. 
En un mundo plagado de miseria debido a la crisis económica que 
afectaba a todo occidente, y ante el aumento contínuo de la pobreza, los 
grandes internados fueron la solución para suprimir la mendicidad e impedir el 
ocio, fuentes de todos los desórdenes. Más que un establecimiento médico, el 
hospital era una estructura semijurídica que decide, juzga y ejecuta. En esas 
instituciones se mezclan los antiguos privilegios de la iglesia en la asistencia a 
los pobres y en los ritos de hospitalidad, y el afán burgués por poner orden y 
disciplina mediante la represión y el castigo. El hecho de encerrar no es inocente 
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sino que está cruzado por interese políticos, sociales, económicos, jurídicos, 
religiosos y morales. 
Los hospitales generales o el correccional servirán para guardar a los 
desocupados, pobres y vagabundos ya que reina el imperativo capitalista de la 
utilidad y la producción. La locura es percibida en el horizonte social de la 
pobreza. Los locos se distinguen de los otros confinados por su incapacidad para 
trabajar y seguir los ritmos de la vida colectiva. El trabajo humaniza, reforma al 
ocioso a quien se lo encierra para resocializarlo, haciéndolo trabajar custodiado 
por la iglesia y el Estado. Se lo hace trabajar en algo que no tiene fines 
productivos, ni utilidad, hasta que realmente pueda aprender un oficio. El 
trabajo de los internados adquiere así un sentido ético, moral y también 
represivo. 
Por lo tanto, el manicomio estatal fue erigido para construir un mundo 
ideal, cuyos bastiones eran la razón y el poder. Era la solución para ocultar lo 
disfuncional para la sociedad burguesa, controlando y disciplinando a los 
marginados /pobres. El protestantismo, siguiendo la lógica de Max Weber, 
legitimaba al Estado y al monopolio de su medio específico: la violencia sobre 
los internos, concibiéndola como a una institución divina. 
En el “loquero”, el poder médico se tornaba totalitario, donde todo era 
posible y donde la única limitación real del poder era la conciencia del médico. 
Sólo el médico podía introducir a alguien en el mundo de la locura y distinguir 
al hombre normal del insensato. Es decir, el loco es el símbolo del poder que 
interna. Los locos sólo le interesaban a la sociedad en la medida que 
testimoniaban la fragilidad de la cordura. Para aquel sistema social, 
embuído en la lógica de la producción, era necesario reprimir la locura ya que 
presentaba una amenaza para las reglas que presidían la organización de la 
nueva sociedad. La locura era la figura de la asociabilidad, poniendo al loco al 
lado de la animalidad. Por ello, los hospicios tenían aspecto de jaula y de 
zoológico. 
El asilo estará protegido de la evolución social. Apuntalado sobre 
estructuras y símbolos anacrónicos, será siempre un inadaptado que esta fuera 
de su tiempo. El interno estará sujeto a un juicio perpetuo, que no cesa de 
aplicarle sanciones. 
13 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
En definitiva, el Hospital General fue un dispositivo que articuló el 
pasaje de una forma de conciencia a otra, dando lugar a la "objetivación" de 
la enfermedad mental y al nacimiento del hospicio. 
Será en el siglo XIX donde predominará una conciencia analítica que 
delimitará científicamente el límite entre la cordura y la locura, convirtiendo a 
ésta última en objeto de estudio. Al loco se lo encierra, se lo separa, es 
objetivado y analizado por una disciplina particular y emergente, a saber, la 
Psicopatología. Es ésta la que dará respuesta a las demandas e interrogantes 
sociales sobre la conducta de los “desviados”, dándole la identidad de 
“enfermedad mental” a tales comportamientos”. Por lo tanto, es la 
medicina mental y la consecuente medicalización la que legitima al hospicio. 
La psiquiatría materializa las demandas de orden y control de la sociedad 
moderna, dándole legalidad científica, y sustituye lo que anteriormente eran 
establecimientos de reclusión como espacios de curación y cuidado, sin que la 
función anterior se borrara completamente. En relación a esto, Galende asegura 
que el gran cambio en la práctica terapéutica se da cuando se medicaliza la 
relación de asistencia, pasándose de lo que era un encierro compulsivo y policial 
avalado por la iglesia, a un tratamiento compulsivo de los enfermos. 
Así, se refuerza la cura como técnica privilegiada de la medicina. En esas 
curas nacía la posibilidad de una psiquiatría de observación, de un 
internamiento de índole hospitalaria, y del diálogo entre el loco y el médico. Se 
comienza a dar a la locura un contenido de culpabilidad, de sanción, de 
tratamiento moral, según los principios establecidos por Pinel. 
El modelo médico – psiquiátrico del siglo XIX, por su insistencia en 
hipótesis naturalistas, anátomo - patológicas y mecanicistas, reduce al sujeto a 
un nivel biológico. Tras las tesis organicistas habita siempre algún criterio 
moral: ya se trate de las hipótesis de Pinel y sus ideas acerca de la etiología 
moral de la locura, como las tesis de Morel y su teoría de la degeneración 
hereditaria, encontramos que el cuerpo humano es considerado “normal” en la 
medida en que se encuadre en los criterios determinados por la Sociedad Civil, 
pero también de las normas morales. Lo “anormal” podrá deberse entonces a 
una tara congénita que impide el desarrollo del cerebro o a algún tipo de causa 
exógena que destruye al tejido nervioso , como el medio ambiente familiar o 
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bien ser el resultado de un proceso de “naturalización de la razón”, que supone 
una ruptura del equilibrio entre la razón y las pasiones.2 
La sinrazón es dotada de nuevos valores, la describe como el efecto 
psicológico de una falta moral. Es aquí donde el personaje médico cobra 
relevancia, el médico puede aislar la locura, no porque la conozca, sino porque 
la domina. 
El sentimientos de respeto y obediencia que genera el médico en los 
pacientes es fruto de su superioridad de discernimiento, de una educación 
distinguida y de la dignidad entorno de las maneras. 
Como afirma Foucault, la práctica del internamiento coincide con el 
momento en que la locura era percibida no tanto en relación al error sino en 
relación a la conducta regularizada y normal. La locura es vista como una 
alteración en la manera de actuar, de querer, de sentir las pasiones, de adoptardecisiones y de ser libre. 
El encierro deja de ser entendido como castigo y se lo empieza a vincular 
con criterios morales- terapéuticos, sustentado en los valores de la burguesía, 
que propone una idea de familia, una clara vinculación con lo normativo, y en 
un necesario “reconocimiento del error” y aceptación de los castigos, para que el 
paciente se acerque a la “curación”. En este contexto el médico llega a ser la 
figura central, que aparece legitimando al asilo. 
En la coyuntura de una época de gran efervescencia social, con fuertes 
cambios económicos y políticos, nacen disciplinas de control y clasificación: 
psiquiatría, criminología, así como aquellas que intentan dar una respuesta y 
explicación a tales cambios, como es el caso de la sociología. 
Por su parte, la psiquiatría, respuesta disciplinar ante la demanda 
burguesa de más control, se basará en el modelo médico – mecanicista, 
concibiendo a la locura en términos de “enfermedad mental” (instituyéndola así 
como su “objeto” de estudio), y proponiendo teorías etiológicas que sostienen 
que la presencia de enfermedad mental se correlaciona invariablemente con 
alteraciones en el cerebro. 
La psiquiatría, al igual que otras ciencias, se resguardará en la 
objetividad científica y estará influenciada por la corriente del positivismo. Con 
2 Cacciari, Analía, Pioletti, Paula, Rubinovich, Viviana y Martínez, Horacio. Documento de la Cátedra: 
Modelos en Psicopatología. Universidad Nacional de Mar del Plata, 2005. 
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el advenimiento de la modernidad se dejan de lado las explicaciones religiosas o 
mágicas respecto de los padeceres mentales, prevalece la razón y se legitima la 
figura del médico como poseedor del conocimiento y de la verdad sobre la 
locura. 
Como afirma la Trabajadora Social Lucía Amico “con el diagnóstico 
psiquiátrico, el loco es reconvertido en enfermo mental y sometido a 
tratamiento, incluso en contra de su voluntad, ya que la psiquiatría era (y en 
cierta forma es) omnipotente frente al enfermo mental, cuyo discurso es negado 
por incoherente y cuya palabra solo sirve para verificar un diagnóstico. De este 
modo, la psiquiatría creía tener suficientes “armas terapéuticas” para curar a los 
locos, aunque para ello tuviera que encerrarlos y tratarlos coercitivamente: 
Choques biológicos e insulínicos, abscesos de fijación, contención mecánica, 
celdas de aislamiento, lobotomías, altas dosis de psicofármacos, electrochoque, 
punciones cisternales, diciéndose aplicadas con fines terapéuticos y no 
disciplinarios”. 
Siguiendo a Foucault, el poder disciplinario no sólo opera en el asilo 
psiquiátrico sino también en la penitenciaria, en el correccional. Todas las 
instancias funcionan de doble modo: el de la división binaria y la marcación: 
loco-no loco, peligroso-inofensivo, normal-anormal; y el de la asignación 
coercitiva, de la distribución diferencial quién es; dónde debe estar; por qué 
caracterizarlo, cómo ejercer sobre él, de manera individual, una vigilancia 
constante, etc. 3 
Por último, y sin entrar en detalles que exceden a este trabajo, el siglo 
XX se caracteriza por la influencia del psicoanálisis, la categorización 
nosológica de las enfermedades mentales, el avance de la neurología, la 
fisiología y la bioquímica, bases del desarrollo de la psiquiatría organicista, el 
apogeo de la psicofarmacología y, finalmente, el inicio de concepciones 
psicosociológicas de la enfermedad mental. 
Michel Foucault afirma que hay enfermedad cuando el individuo no 
puede gobernar las contradicciones de su medio, cuando no puede reconocerse, 
en tanto que hombre, en las condiciones de existencia que él mismo ha 
instituido. Es en esta situación en que el individuo se encuentra alienado. Por lo 
tanto, debe entenderse y reconocerse a la enfermedad mental en el contexto de 
3 Foucault, Michel. Vigilar y Castigar, Cap. El Panóptico. Edit. S XXI, México DF, 1998. 
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las relaciones sociales, condicionantes de la expresión de la patología. 
En síntesis, la enfermedad o padecimiento mental puede ser considerado 
como producto de una posesión diabólica, como una desviación a la normativa 
social, como una enfermedad física o como un estado otorgado por diferentes 
disciplinas basadas en modelos psicológicos y sociogenéticos. Con esto quiero 
expresar y a las vez sumarme a las corrientes que aseguran que lo social va a 
influenciar y condicionar en las distintas concepciones, prácticas e instituciones 
erigidas en torno al campo de la salud mental. Es por esa razón que las 
diferentes líneas explicativas - psiquiatría, modelos psicoanalíticos, 
sociogéneticos, comunitarios, etc.- y la persistencia de diferentes 
representaciones sociales de la enfermedad mental hacen inviable un criterio de 
definición unívoco. 
Por lo tanto, salud y enfermedad mental son categorías construídas, 
expresando contrariedades emocionales, cognitivas y de comportamiento. Son 
creaciones socioculturales, históricamente situadas. Esto explica el motivo por 
el cual la definición de lo que es normal y lo que es patológico varía según la 
época y su contexto y en función de las perspectivas teóricas y criterios de 
diagnóstico utilizados, las concepciones filosóficas, morales y psicológicas 
vigentes y los modelos médicos predominantes. 
Huelga aclarar que la Salud es un derecho que deben gozar todos los 
individuos. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, en sus 
diferentes artículos, hace mención a esto. También la Salud es un derecho que 
se expresa en la Constitución Nacional: todos los individuos tienen derecho a 
recibir una atención en condiciones de igualdad, ya que los problemas de la 
salud y de la vida son iguales para todos los ciudadanos. Sin embargo, y como 
afirma Emiliano Galende, si pudiéramos garantizar ese derecho a la salud y 
tuviéramos una atención adecuada en el sistema de atención primaria de la 
salud y en los hospitales generales no serían necesarios los hospitales 
psiquiátricos. Las personas que están internadas en tales instituciones 
perdieron todo derecho de ciudadanía. 
Nuestro país adhirió formalmente a varias Declaraciones Internacionales 
(Alma Atta, 1968; Caracas, 1990; Asamblea General de las Naciones Unidas, 
1991; Convención Interamericana de derechos Humanos, 2001) que promueven 
la Atención Primaria de la Salud, haciendo mención también a la inclusión de la 
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Salud Mental dentro de esa atención. Particularmente, en el encuentro de 1991 
se establece el principio de cuidar y respetar la dignidad de las personas 
internadas en los establecimientos psiquiátricos. El paciente debe consentir su 
internación lo cual implica que está protegido judicialmente, la decisión de la 
privación de la libertad ya no puede ser monopolizada por los profesionalesmédicos. Se aclara que si una persona no consiente ser internada se le está 
privando obligadamente de su libertad. 
Las personas que se encuentran internadas en los manicomios perdieron 
todos sus derechos: no tienen libertad, no gozan de igualdad, menos de salud, ni 
siquiera votan porque la mayoría no tiene documentos, por lo tanto no existen 
como ciudadanos. Y los que reclaman por sus derechos, eso pasa a formar parte 
de su psicopatología. 
1.1. La Institución Neuropsiquiátrica. Características del Modelo 
Médico Manicomial 
En esta instancia me propongo caracterizar brevemente a las 
instituciones psiquiátricas, sus particularidades, y las modalidades de atención 
en torno a la salud/ enfermedad mental. A su vez, mencionaré la situación 
social y económica por la que atraviesan la mayoría de los pacientes internado. 
Casi automáticamente, relacionamos enfermedad mental con manicomio, 
una institución arcaica, moderna y, si se quiere, posmoderna que se encuentra 
inserta en un entramado político e ideológico que pugna por perpetuarse y 
perpetuarla. 
Las instituciones, producto del pensamiento moderno, se constituyen 
como modos instituídos de pensar, de sentir y de actuar, que los individuos 
encuentran ante sí, es decir, que están preestablecidos, imponiéndoseles. Tienen 
por objetivo nuclear a un grupo de personas con similares características y 
contenerlas por un corto o largo periodo de tiempo, formándolas y 
transformando sus diferencias con el resto. La premisa es la homogeneidad de 
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conocimientos y percepciones. Las ideas, creencias, símbolos, costumbres, 
usos, prácticas, son legadas por la tradición. 
La dinámica institucional instituye saberes y modos de actuar a través de 
los discursos sociales. Los individuos están atravesados por lo institucional y se 
constituyen en base a sus reglas y normas. 
En relación a esta temática, el filósofo latinoamericano, Jesús Martín 
Barbero, afirma que “la institucionalidad es desde siempre una mediación 
espesa de intereses y poderes contrapuestos, que ha afectado, y sigue afectando, 
especialmente la regulación de los discursos que, de parte del Estado, buscan 
dar estabilidad al orden constituido y de parte de los ciudadanos –mayorías y 
minorías- buscan defender sus derechos y hacerse reconocer, esto es 
reconstituir permanentemente lo social”4. Por lo tanto, toda institución define y 
regula las prácticas sociales que se materializan en leyes, normas, costumbres, y 
creencias y, a su vez, están gestionadas por los que detentan el poder económico 
y del estado. 
Para Erving Goffman, toda institución tiene tendencias absorbentes, es 
decir, recluta parte del interés y del tiempo de sus integrantes 
proporcionándoles un mundo propio, en el cual se inscribe una cultura propia. 
“Se llaman establecimientos sociales -o instituciones en el sentido 
corriente de la palabra- a sitios tales como habitaciones, conjunto de 
habitaciones, edificios o plantas industriales donde se desarrolla regularmente 
determinada actividad”.5 
La concepción de este trabajo parte de entender a la institución 
neuropsiquiátrica o manicomio o loquero como una institución total, 
perspectiva desarrollada por Erving Goffman desde la literatura sociológica. 
Según este autor las instituciones psiquiátricas "están erigidas para cuidar de 
aquellas personas que, incapaces de cuidarse por si mismas, constituyen además 
una amenaza involuntaria para la comunidad”. 
La Institución total es considerada como un “lugar de residencia y 
trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la 
sociedad por un período apreciable de tiempo, comparten en su encierro una 
44 Barbero, Jesús Martín. De Los Medios A Las Mediaciones, Edit. Convenio Andrés Bello, Bogotá, 
1998, pg. 18 
5 Goffman, Irving. Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales, Edit. 
Amorrortu, Buenos Aires, 1992. pg. 22 
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rutina diaria, administrada formalmente”.6 Lo que caracteriza a este tipo de 
instituciones, y les da un signo particular, son los obstáculos que interceden en 
la relación con el exterior, dificultando la interacción social. Estas “barreras” se 
materializan, siguiendo con Goffman, en puertas cerradas, altos muros, 
alambres de púa, acantilados, ríos, bosques o pantanos. 
Los establecimientos psiquiátricos se clasifican “entre las instituciones 
totales, porque abarcan todos los aspectos de la vida del paciente, que 
transcurre allí en la compañía inmediata de otras personas igualmente aisladas 
del resto del mundo mayor”.7 
Las instituciones totales violan los actos que en la sociedad civil cumplen 
la función de demostrar al actor que tiene cierto dominio sobre su mundo, que 
es una persona dotada de autodeterminación, autonomía y libertad, 
características fundamentales del individuo. Entendiendo al individuo como 
aquel que se separa de un todo, de un conjunto y en ese acto de separación se 
constituye a si mismo como uno, indivisible, autónomo e independiente. 
Goffman afirma que una característica es la del manejo de muchas 
necesidades humanas mediante la organización burocrática de conglomerados 
humanos indivisibles. Otra particularidad es que produce una escisión básica 
entre un grupo manejado, los internos, y un pequeño grupo personal supervisor. 
Etimológicamente, la palabra manicomio viene del griego manía: locura y 
koméo: cuidar. El manicomio, loquero, hospicio o psiquiátrico, eran las 
denominaciones comunes que tenían los hospitales de salud mental que estaban 
a cargo del Estado. Dichos establecimientos aglutinaban a personas de bajos 
recursos económicos, con escasa inserción social y contención afectiva. Las 
instituciones neuropsiquiátricas privadas recibían el nombre de sanatorios o 
clínicas, que albergaban a los mismos pacientes pero con la diferencia de que 
éstos tenían mayor poder adquisitivo y, por consiguiente recibían mejor 
atención en mejores condiciones edilicias. 
En la sociedad moderna, y siguiendo a Goffman, los neuropsiquiátricos u 
hospicios, han funcionado como depósito de cuerpos. El ‘encierro moderno’ sólo 
6 Goffman, Irving. Op. Cit. pg. 25 
7 Goffman, Irving. Op. Cit. pg. 26 
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reproduce una manía de las anteriores sociedades: poner a resguardo a la 
comunidad del diferente. 
El manicomio se constituye como un dispositivo disciplinar del Estado 
para dar una respuesta científica, moralmente adecuada e institucionalmente 
organizada a la presencia social de la locura. Como lo mostró Foucault en su 
ensayo sobre la locura, la sociedad moderna priorizó el orden y la limpieza 
social, separando del espacio público lo que provocaba desorden. 
Con relación a ello, Galende expresa que desde sus inicios el manicomio 
fue la torre de los pobres, el lugar donde ocultar lo que afeaba el espacio públicode la sociedad. El fin último era practicar el ideal del orden por medio de la 
segregación de la marginalidad, el control y la disciplina. El muro manicomial 
marca el límite interior-exterior restableciendo la polaridad de los espacios 
públicos y privados. 
La base fundacional de estas instituciones manicomiales entiende que 
para mantener el orden social hay que aislar a los sujetos que lo perturben. El 
dispositivo con que se manejan es la privación de la libertad. Se sabe cuándo se 
ingresa a ellos, pero nunca en qué momento se saldrá. Adolescentes, jóvenes, 
adultos pasan sus días en hospitales que, en la mayoría de los casos, no 
contribuyen a mejorar su salud mental. Los especialistas, juristas y médicos, 
atribuyen la internación a desequilibrios mentales, fallas psíquicas que deben 
tratarse muy de cerca y que pueden afectar al resto de la sociedad en caso de que 
esta práctica no sea realizada. 
En la misma línea, Foucault explica la función del manicomio. “En 
primer lugar tendrá, por supuesto, la función encomendada a los hospitales a 
finales del siglo XVIII: permitir descubrir la verdad en la enfermedad mental, 
alejar todo aquello que en el medio en el que vive el enfermo pueda 
enmascararla, confundirla, proporcionarle formas aberrantes, alimentarla y 
también potenciarla. Pero todavía más que un lugar de desvelamiento, el 
hospital, cuyo modelo proporcionó Esquirol, es un lugar de confrontación: la 
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locura, voluntad desordenada, pasión pervertida, debe de encontrar en él una 
voluntad recta y pasiones ortodoxas.” 8 
Según el Dr. Hernán Kesselman al referirnos a manicomialización, 
hablamos de “un proceso de captura, de aspiración hacia el agujero negro de la 
locura, en cuyo abismo caen no solo los pacientes sino también los terapeutas, 
apresados por una ideología que se refleja principalmente en los diversos 
procedimientos de reclusión, represión y control sobre lo caótico". 9 
Desde su origen se presenta una contradicción; los manicomios parten de 
aislar socialmente a los individuos, para luego reinsertarlos, sin querer 
comprender que nadie se puede socializar en la base del aislamiento. “No se 
puede ser ajeno a como influye lo institucional en la externación, sobre todo con 
pacientes en Rehabilitación con tanto tiempo de internación. El aplastamiento 
subjetivo pasa a veces por las condiciones de internación donde es tomado, en 
realidad, no como sujeto sino como objeto, no tiene un lugar en donde poder 
hablar de lo que le pasa, pasa solamente por la medicación y nada más”.10 
La descripción que realiza Foucault con respeto a la figura del médico en 
el siglo XIX no dista demasiado a la imagen que prevalece de éste en la 
actualidad. “Todas las técnicas o los procedimientos puestos en práctica en los 
manicomios del siglo XIX – aislamiento, interrogatorio público o privado, 
tratamientos-castigo tales como la ducha, los coloquios morales (para estimular 
o amonestar), la disciplina rigurosa, el trabajo obligatorio, las recompensas, las 
relaciones preferentes entre el médico y determinados enfermos, las relaciones 
de vasallaje, de posesión, de domesticación, y a veces de servidumbre que ligan 
al enfermo con el médico – todo eso tenía como función convertir a la figura 
del médico en el ‘dueño de la locura’: el médico es quien la hace mostrarse en su 
verdad (cuando se oculta, permanece emboscada o silenciosa) y quien la 
domina, la aplaca y la disuelve, tras haberla sabiamente desencadenado.”11 
El modelo asilar, según Goffman, es puesto en práctica gracias a la 
imposición arquitectónica de los hospicios, debido a que este ámbito de grandes 
edificios desarticulados entre sí y con capacidad para muchas personas, es 
8 Foucault, Michel. La vida de los hombres infames. Edit. La Piqueta, Madrid, 1990. pg.71 
9 Dr. Hernán Kesselman. Revista Zona Erógena Nº 14, Buenos Aires, 1993. 
10 Entrevista realizada a la Psicóloga Claudia Perinchisky 
11 Foucault, Michel. Op. Cit. pg. 72 
22 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
funcional y alimenta las prácticas manicomiales, que consecuentemente tiende a 
cronificar la estadía del paciente. 
Los pacientes casi nunca están completamente solos, siempre hay alguien 
que puede verlos y oírlos. Todos los aspectos de la vida de los internos se 
desarrollan en el mismo lugar y bajo la tutela de un responsable (enfermero, 
tallerista, psiquiatra).El personal cumple generalmente una jornada de ocho 
horas, y está socialmente integrado con el mundo exterior, ésta es una de las 
escisiones básicas entre un grupo manejado, los internos, y un pequeño grupo 
supervisor, el personal. 
“Por duras que sean las condiciones de vida de las instituciones totales, 
su rigor no basta para explicar este sentimiento de esterilidad absoluta; hay que 
atribuirlo más bien a las desconexiones sociales causadas por el ingreso, y a la 
impotencia (habitual) para adquirir dentro de las instituciones, beneficios 
ulteriormente transferibles a la vida de afuera: ganancias pecuniarias, relaciones 
matrimoniales o conquista de una capacitación o título profesional”.12 
El psiquiatra Alfredo Moffat13 explica que la vida manicomial instituye 
acallamientos y dosifica intensidades. La intensidad se piensa como desborde, 
como desorden, como desequilibrio, como descompensación. Discrepancia, 
entonces, como intensidad que se resiste a desaparecer. Las ideas de control, 
continencia, equilibrio, se corresponden con un ideal de mesura, armonía. 
Como necesidades importantes de los individuos que no difieren de sus pares. 
Por ello, dentro del hospicio se reprime la singularidad, unificando a todos los 
internos como tales. 
Hay personas que desde que nacieron están insertas en una institución, 
generalmente de características totales. Como declara el Director del Hospital 
“Dr. A Korn”, Dr. Egidio Melía: primero, Casa Cuna, luego un instituto de 
menores o reformatorio, cuando cumplen la mayoría de edad son largados a la 
calle, muchos terminan delinquiendo, pasan por la informalidad laboral, y 
terminan acá porque tuvieron un brote. También hay casos en que los padres ya 
estuvieron internados o que, incluso, los concibieron en el mismo hospital. 
Al tiempo que una persona es ingresada al loquero comienza a sentirse 
y a pertenecer a esa horrible categoría social de los abandonados, a quienes 
12 Goffman, Irving. Op. Cit. pg.78 
13 Moffat, Alfredo. Psicoterapia del oprimido. Edit. Humanitas, Buenos Aires, 1988, pg. 20 
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depositaron una vez en un hospital; por haber exteriorizado algo que es 
problema de todos. Pero lo han abandonado de una vez, y para siempre. 
La psiquiatra Patricia Pauluc y la psicóloga Claudia Perinchisky 
coinciden en que una de las causas de que los manicomios sigan existiendo es 
una cuestiónde oferta y demanda. “La oferta que ofrece la salud mental en este 
país o en el mundo es el manicomio y las pastillas, entonces la comunidad pide 
manicomios porque es lo que siente que se le está dando. Desde ahí, muchas 
concepciones, desde lo familiar, los jueces y desde los mismos pacientes que 
empiezan a percibir esa enfermedad creen que es el manicomio lo que le 
corresponde”. 
Hay un pedido creciente de medicalización por parte de las personas que 
quedaron excluidas del sistema productivo, empobrecidos, sin trabajo ni 
cobertura social y sin ninguna red asistencial primaria provista por el estado. 
Esta falta de redes de atención que los contenga conduce a las personas a 
atenderse en la “gran institución”, generando un mecanismo de control social 
desde la psiquiatría. De esa manera, manuales diagnósticos psicopatologizan 
todas las conductas, se psiquiatriza la demanda cuya causalidad es, en la 
mayoría de los casos, socioeconómica, medicalizando de ese modo la pobreza. El 
poder médico ejerce así una sutil violencia y control social. 
La psiquiatra Pauluc asevera que todo es una cuestión de manejo político, 
los hospitales se arman en función de un gran aparato de poder médico, 
psicofarmacológico y judicial, y se los mantiene, aunque sea costoso, porque el 
rédito económico es mucho mayor. 
Por lo tanto, y como consecuencia del predominio de intereses político-
económicos y empresariales, que lejos están de apuntar a la prevención en 
salud, sigue predominando dentro del hospicio el psicofármaco y la psicoterapia 
como formas de abordaje terapéutico, modalidad característica del Modelo 
Médico Hegemónico (MMH). El propósito es evitar crisis que irrumpan el 
orden y, por decantación, alejar a los pacientes de la realidad del “afuera”, esto 
hace que la función del neuropsiquiátrico sea la de cronificar la enfermedad. 
La noción de MMH fue introducida por el antropólogo Eduardo L. 
Menéndez definiéndola como la construcción teórica, técnica, ideológica, social 
y económica política de los médicos y de las instituciones implicadas en su 
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funcionamiento.14 El MMH entiende a la enfermedad mental como efecto 
excluyente de trastornos biopsicológicos. Descarta lo diferente a fin de asegurar 
la unidad del conjunto, confinando y castigando al hijo indeseado de la 
sociedad. 
Menéndez afirma que en nuestro país la institución y práctica médica 
identifica su actividad académica y profesional exclusivamente con la función 
curativa primero y en segundo lugar, preventiva, no identificando las otras 
funciones básicas: normalizadora, controladora, legitimadora y de reproducción 
económico-ocupacional. No admite que su trabajo implica controlar sujetos, 
normalizar conductas, legitimar sistemas, instituciones y prácticas. Parte de 
estas funciones son realizadas inconscientemente porque son intrínsecas, pero 
no evidentes dentro del espacio ideológico de la práctica académica y/o 
profesional. Tal práctica no sólo reproduce las pautas del sistema dominante 
sino que también asura la reproducción de la institución médica manicomial. 
Esta situación lleva a negar, obviar, marginar y olvidar el contenido de algunas 
de las actividades que afectan y violan los derechos humanos. 
En conclusión, se podría afirmar que existe en el imaginario colectivo una 
ideología hospitalocéntrica, es decir, ante una situación de crisis emocional sólo 
se piensa en atender a la persona en un neuropsiquiátrico, viendo a la 
internación y al suministro de “pastillas” como los únicos recursos terapéuticos 
posibles. Tal aceptación masiva de la demanda de manicomios e internación 
quizás no se ajusta a la necesidad específica del paciente en crisis. Es decir, 
socialmente se pide o se demanda lo que se aprendió a pedir. Nadie sabe o nadie 
se acuerda que, por ley, la internación es el último recurso al que se debe apelar. 
En relación a este tema, la Asociación Mundial de Psiquiatría dice que 
“la internación compulsiva es una gran infracción a los derechos humanos y a 
las libertades fundamentales del paciente” y que la misma “debe llevarse a cabo 
con el principio de la mínima restricción”. 
Sin embargo, todavía se cree que el manicomio y la internación son la 
única respuesta ante una crisis emocional, no se acepta o no se sabe que puede 
14 Menéndez, Eduardo L. Cuadernos Médicos Sociales, Nº 21, CESS. 
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haber una solución distinta. “Es característico que los internos lleguen al 
establecimiento con una ‘cultura de presentación’ (para modificar una frase 
psiquiátrica) derivada de un ‘mundo habitual’, un estilo de vida y una rutina de 
actividades que se dan por supuesto, hasta el momento del ingreso de la 
institución. De ahí que si la estadía del interno es larga, puede ocurrir lo que se 
ha denominado ‘desculturación’; o sea, un ‘desentrenamiento’ que lo incapacita 
temporariamente para encarar ciertos aspectos de la vida diaria en el exterior, si 
es que vuelve a él y en el momento que lo haga”.15 
1. 2 Politización de la salud y Medicalización de la pobreza 
El objetivo fundacional del Hospital “Dr. A. Korn”, como el de otros 
neuropsiquiátricos es ser una institución erigida para cuidar de aquellas 
personas que además de no poder cuidarse por si mismas, constituyen una 
amenaza involuntaria para la comunidad. Su función principal es la de 
“rehabilitar” al enfermo mental, a partir del paradójico principio de aislamiento 
social. 
El Dr. Melía asegura que la salud mental está asociada a las condiciones 
sociales y económicas, y sobre todo a la pobreza. “El psiquiátrico es el hijo 
pobre del sistema de salud, las falencias están acá. El enfermo mental no vota, 
no lo quiere nadie, la sociedad quiere desaprenderse de él, asilarlo, por eso la 
enfermedad mental no está legitimada como cualquier otra. Del 100% de las 
personas que se internan, al 92% se le da el alta a los 180 días”. Sin embargo, la 
externación del paciente es compleja, la mayoría no tiene trabajo, muchas de las 
familias de éstos están desmembradas y no los quieren recibir en sus casas. En 
consecuencia, los pacientes se quedan en el hospital, pasando a ser un 
reservorio, y el cuadro clínico que había sido resuelto, comienza a revertirse. 
Al respecto, la Psicóloga consultada afirma que “hay muchos pacientes 
que están en condiciones de ser dados de alta, pero no hay subsidios, no hay un 
continente externo: techo, trabajo, trama social, si los externamos al tiempo 
volverían al hospital, no tienen otro lugar a dónde ir, y pasan años acá, 
convirtiéndose en gerentes”. 
15 Goffman, Irving. Op. Cit. pg. 25- 26. 
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En relación con esta reflexión, en el año 1996, y cuya actualización en el 
2002 evidencia muy pocos cambios, se realizó un estudio en el Hospital José T. 
Borda para determinarel número de pacientes externables. Los resultados 
fueron que de los 1270 pacientes registrados, porque internados eran 995, el 
87,7% estaban en condiciones de ser efectivamente externados y que sólo el 12,2 
% necesitaban permanecer internados. Los 275 restantes no se encontraban en 
el hospital, es decir, ya se les había dado el alta. 
De estos datos se extraen varias conclusiones que no hacen más que 
sustentar lo anteriormente dicho; que las grandes instituciones asilares 
continúan siendo un depósito de pobres, ejerciendo control y violencia social y 
pasando por alto los Derechos Humanos. Primero, que un gran porcentaje de 
personas padecen patologías que pueden tratarse de forma ambulatoria y que, 
sin embargo, siguen internadas y hacinadas. Los motivos: “falta de recursos 
económicos” que imposibilitan la construcción de instituciones intermedias, o la 
ausencia de un entramado familiar continente del paciente. Segundo, que el 
presupuesto que se le asigna al hospital es para la totalidad de pacientes 
registrados, siendo los internados muchos menos, entonces, ¿a dónde se 
destina el dinero restante? 
Está comprobado que para el Estado es más costoso mantener a 
personas internadas en grandes manicomios que externadas en instancias 
intermedias. Teniendo en cuenta que el costo de manutención de una cama 
psiquiátrica por mes es de $2.047,80, por una cifra mucho menor los pacientes 
podrían vivir en Casas de Medio Camino integradas a la comunidad. Entonces, 
¿cuál es el interés evidentemente político que sustenta y sostiene este modelo 
manicomial? 
La pobreza, extendida a grandes sectores de la sociedad, pasa a engrosar 
los factores de internación, puesto que la otra cara del problema es que la 
mayoría de los internos en condiciones de tener el alta no pueden hacerlo, y 
muchas veces no quieren, y la razón es básicamente económica. 
Eduardo Menéndez asegura que los pobres son portavoz de un sistema 
social injusto, que hace que la gente pobre se enferme más y que la pobreza los 
enferme, sin que ningún defensor de los derechos humanos pueda hacer algo 
para evitarlo. 
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Nuevamente, como en sus orígenes, el campo de la sinrazón intersecta al 
de la pobreza. “Los pobres vuelven a ser lo cohabitantes del territorio de la 
sinrazón (…) Su desterritorialización los ha ubicado en el seno mismo del 
espacio de exclusión, aunque en el hospital se produzca una nueva fijación 
institucional. Si pensamos en aquellos pilares que consolidan el buen orden 
burgués: trabajo-razón-virtud, es precisamente la desocupación lo que ha 
precipitado la nueva composición habitacional del hospital psiquiátrico (…) Si la 
pobreza como hecho estético molesta y enturbia el actual escenario urbano, 
entonces es preciso desterritorializarla”.16 
El Hospital se vuelve un albergue, con prácticas asistencialistas que 
brinda techo y comida a los que no lo tienen fuera, convirtiéndose en un nuevo 
espacio-continente. Pobres y enfermos, enfermos pobres, orden judicial 
mediante, cohabitan en un espacio saturado, hacinados, faltos de alimentos e 
higiene, en síntesis, en condiciones infrahumanas. Esto es consecuencia del 
paupérrimo presupuesto asignado por el gobierno a lo que se agregan los 
diversos “filtros” en los que se pierde el dinero. 
El pobre pierde su lugar en la ciudad, el territorio dado por el trabajo, 
pero también pierde la dignidad. Y no sólo la ausencia de trabajo excluye y 
desterritorializa. El rechazo familiar, el no querer tener un “enfermo mental” en 
el seno familiar también es un factor de exclusión. La sociedad y la familia, 
génesis del sujeto, terminan por deshecharlo, desentendiéndose de lo que es su 
propio producto. Como afirma A. Moffat, es muy cómodo para una comunidad 
de “sanos” tener un “tacho de basura psicológico” donde proyectar las partes 
locas y sentirse más sanos todos. 
La Unidad Coordinadora Ejecutora de Salud Mental y Comportamientos 
Saludables del Ministerio de Salud de la Nación afirma que “factores sociales 
como la urbanización incontrolada, la pobreza y los rápidos cambio tecnológicos 
tienen gran influencia en la salud física y mental de la población. Los pobres y 
los desfavorables tienen una prevalencia más alta de padecer trastornos 
mentales. Las desigualdades en materia de accesibilidad tienen un gran impacto 
en la mayoría de los trastornos, pero para la población pobre son enormes. 
La crisis socioeconómica por la que atraviesa muestro país afecta y se 
constituye en un factor desencadenante de múltiples trastornos psicosociales, 
16 Colombani, Ma. Cecilia, La locura: una lectura desde los procesos de territorialización y 
desterritorialización. 
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con un alto grado de disgregación social, donde la población cuenta con escasos 
recursos para la contención de las personas con problemas mentales. 
Por su parte, en el año 2002, la Organización Mundial de la Salud (OMS) 
informó que 400 millones de personas en el mundo tienen problemas mentales 
o psicológicos, una de cada cuatro personas que busca atención médica lo hace 
por trastornos mentales 
En ese mismo año, en Argentina, casi 100 mil personas estaban 
internadas en instituciones totales: 23 mil en hospitales psiquiátricos estatales y 
Colonias, alrededor de 13 mil internadas en clínicas psiquiátricas privadas, 25 
mil menores en hogares de menores y reformatorios, cerca de 40 mil adultos 
mayores internados en geriátricos. La gran mayoría de estas personas están 
privadas de sus derechos humanos básicos fundamentales: el derecho a la 
libertad, a la salud que fue violado cuando fueron mal atendidas generando la 
internación y custodia. Pero, además, viven sin derechos desde la institución en 
la que se encuentran porque las condiciones de internación suelen privar a estas 
personas de la misma conciencia de ciudadanía, de la capacidad para reclamar 
por sus derechos. 
Esta población es la más pobre del sistema, son los excluídos sociales que 
a su condición de pobreza económica se le suma tanto la pérdida de derechos de 
identidad ciudadana, como la de recursos psíquicos para saber y poder 
reclamar. 
“El manicomio es un lugar para los locos pobres, el único reloj es la 
pastilla y la comida, la vida de sus habitantes está marcada por el ocio, el 
abandono familiar, la discriminación y el olvido. Así, se da este doble 
ensañamiento, se nos castiga por locos y por pobres, y no se puede salir del 
manicomio porque no hay dónde, no hay con qué, no hay casa, y generalmente, 
tampoco familia. Miles y miles de mis compañeros no pueden contar esta 
historia. Siguen caminando todavía en un patio infinito, sin hora, sin 
almanaque, sin tiempo. El manicomio no cura sino que enferma. El que tiene 
suerte, sobrevive y si se tiene mucha, pero mucha suerte, algún día se sale.”17 
Por lo tanto, no gozar de buena salud mental y encontrarse en situaciones 
de pobreza constituyen la combinación suficiente para que la estadía en el 
17 Wagner, Marisa. Ex interna del neuropsiquiátrico “Colonia Montes de Oca”. Autora del libro de 
poesías “Los Montes de la Loca”. 
29hospicio se prolongue y perpetúe para siempre. Y, si tras largo años de 
institución se le da el alta, el problema pasa a otro nivel, comienza el proceso de 
desinstitucionalizacion, difícil pronunciarlo al igual que realizarlo, del paciente 
siendo, “más fácil sacar al paciente de la institución que la institución del 
paciente”, así lo afirman todos los entrevistados 
La Psicóloga consultada dice que “al paciente hay que abordarlo como 
sujeto con una historia, que piensa y siente y no como objeto”. Sin embargo, en 
esta coyuntura es muy difícil que se reconozca al otro en su propia dimensión 
de sujeto. El aparato de salud al que está sometido no le garantiza una buena 
calidad de vida, y ni siquiera la vida. 
Estas características tornan al manicomio en una institución ahistórica. 
Actualmente, y al igual que en el siglo XIX, se presenta un fuerte vínculo entre el 
poder médico burgués y el paciente loco y pobre, y viceversa. Tal poder se 
absolutiza porque el médico se encuentra frente a pacientes sin derechos civiles, 
sin familias, recluídos y pobres. 
Dentro del Hospital “Dr. A. Korn”, los internos psiquiátricos están 
distribuidos fundamentalmente en dos Servicios: el de agudos y el de crónicos, 
lo que da cuenta de las limitaciones del servicio que pueden ofrecer estas 
instituciones a una persona con padecimiento mental. 
“Tal vez habría que aclarar los conceptos, a mí no me gusta la palabra ni 
rehabilitación ni crónicos, porque significa que no pueda cambiar su posición 
frente a lo que le pasa. Por lo general crónico se toma como que siempre va a 
estar igual, que es para siempre, para mí lo que no va a variar es que es un 
psicótico, pero no su posición frente al padecimiento”.18 
“Las prácticas manicomiales que implican una cronicidad del paciente 
(largos períodos de internación, que dificultan la externación de un juicio 
mental) producen en él lo que se denomina desculturación es decir un 
desentrenamiento, que lo incapacita para encarar ciertos aspectos de la vida 
diaria en el exterior. De hecho, la eficacia de la institución manicomial ya viene 
cuestionada a lo largo de la segunda mitad del siglo”19 . 
18 Entrevista realizada a la Psicóloga Claudia Perinchisky 
19 Goffman, Erving. Op.Cit. pg. 28 
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A partir de las prácticas realizadas en el Hospital “Dr. A. Korn”, 
compartimos la percepción con la del Dr. Moffatt, quien, en base a sus 
experiencias en los hospitales neuropsiquiátricos Borda y Estévez, concluye que 
"el paciente no posee nada de sentido como propio, ni siquiera su propia ropa, 
es un mundo uni-sexual. Las salas con las camas en largas hileras no permiten 
la reconstrucción de grupos primarios". 
En el manicomio esta impedida la privacidad, prevalece una intimidad 
vigilada. No hay lugar para que alguien esté a solas consigo mismo, a veces con 
la excusa del control necesario, se anulan las puertas en los baños. También 
describe a las camas como la única porción de espacio que es reconocida como 
propia. El espacio interior de ésta es donde encuentra una forma de privacidad 
Advierte que si cada uno es lo que posee, el estado de desposesión de 
objetos personales debilita la representación de quien cada uno cree ser. La 
expulsión familiar contribuye a tal estado o a tener a la locura como única 
posesión. Moffatt constata que estar loco es, para la sociedad, estar muerto. 
Asimismo, entiende que la amputación más dolorosa es la de la dignidad. 
El internado se siente una cosa. Algunos se adaptan, hacen lo que espera que 
hagan: comienzan a comportarse como locos buenos, obedientes, respetuosos 
de las reglas manicomiales. Sin embargo, por experiencias narradas por 
personal de la institución, los pacientes que tienen la oportunidad de salir, por 
algún evento especial, se sacan el "traje de locos", del cual vuelven a hacerse 
cargo a su regreso a la misma. 
El loco es el que no tiene lugar. Cuando aparece alguien con otro modo de 
sentir, de pensar y de expresar se consideran que ya no tienen un lugar en la 
sociedad, quedando fuera, armándose para él otro algo: el manicomio, lugar 
donde se cristaliza la locura. La Psiquiatra asevera que “hay algunas conductas 
que sí implican una gravedad o riesgo tanto para el paciente como para quienes 
lo rodean, pero también sabemos que el riesgo está afuera del manicomio. En 
este momento, locura es romper proyectos, futuro y aparecen brotes, entonces, 
dónde empieza la locura, quién la produce”. 
Se sostiene que vivir con una enfermedad crónica significa tanto la 
aceptación y reconocimiento de inhabilidades como la posibilidad de su 
transformación. Sin olvidar que alguna de las limitaciones existentes en estos 
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pacientes son compatibles con la convivencia cotidiana/social. Esto implica
resignificar el lugar que el padecimiento psíquico tiene en la vida en comunidad.
Parte Segunda: 
Desmanicomialización: inicios de un cambio 
2 Crisis del Modelo Manicomial 
Desde una visión crítica hacia la institución manicomial, esta 
investigación se condice con nuevas concepciones sanitarias que indican 
prácticas alternativas a las fuertemente instituídas políticas manicomiales. En 
este marco, se tienen en cuenta dos transformaciones político-sociales que 
hacen a la configuración de un nuevo escenario dentro del ámbito de la salud 
mental: por un lado, el Estado Post Benefactor, o Post Social que pone en 
crisis las políticas públicas de Salud que protegían a los grandes hospitales 
neuropsiquiátricos. Y por otra parte, dentro de las formas de abordar un 
tratamiento psiquiátrico, está en crisis la idea del encierro asilar como práctica 
terapéutica de los que padecen una enfermedad mental. 
Con respecto a la primera transformación vale hacer una aclaración. Si 
bien las políticas de desinstitucionalización aparecen en pleno Estado de 
Bienestar, mediados del siglo XX, como políticas de desmanicomialización, en 
la actualidad, donde imperan las políticas neoliberales y donde se ha vivenciado 
un “deshuase” del aparato estatal, tal concepto es redefinido. Con esto quiero 
decir que a nivel político y económico cerrar los manicomios en los años ‘60 no 
significa lo mismo que cerrarlos en los ‘90. 
Escapa a los objetivos de este trabajo ahondar en ese aspecto por lo que 
me limitaré a desarrollar los orígenes y prácticas de la idea de 
desmanicomialización, apelando a experiencias concretas, sin dejar de deslizar 
una mirada crítica y cuestionadora hacia las prácticas médicas hegemónicas. 
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Con el siglo XX comienzan los cuestionamientos al manicomio y al 
Modelo Médico que éste aplica. Foucault llama a tal acontecimiento “primeras 
reacciones antipsiquiátricas”, haciendo referencia al Psicoanálisis, que postulará 
la etiología de las enfermedades mentales en relación

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