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Planas, Javier Libros, lectores y lecturas: Constitución, expansión y crisis de las bibliotecas populares en la Argentina (1870-1890) Tesis presentada para la obtención del grado de Doctor en Ciencias Sociales Directora: Sancholuz, Carolina. Codirector: Parada, Alejandro Planas, J. (2016). Libros, lectores y lecturas: Constitución, expansión y crisis de las bibliotecas populares en la Argentina (1870-1890). Tesis de posgrado. Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.1231/te.1231.pdf Información adicional en www.memoria.fahce.unlp.edu.ar Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 2.5 Argentina https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/ar/ 1 Universidad Nacional de La Plata Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación Secretaría de Posgrado Tesis de Doctorado en Ciencias Sociales Libros, lectores y lecturas: constitución, expansión y crisis de las bibliotecas populares en la Argentina (1870-1890) Doctorando: Mg. Javier Planas Directora: Dra. Carolina Sancholuz Codirector: Dr. Alejandro Parada La Plata, marzo de 2015 2 3 Resumen La tesis se inscribe en el marco de los estudios históricos, sociales y culturales sobre el libro, las bibliotecas y la lectura. A partir de las metodologías y los principios de análisis formados en este campo de discusión, se estudia el desarrollo de las bibliotecas populares en Argentina entre 1870 y 1890. En términos generales, estos veinte años contienen dos fases opuestas. Entre 1870 y 1876 tiene lugar una etapa de constitución y expansión, promovida por la sanción de una ley de fomento que prometía entregar subvenciones a las asociaciones civiles interesadas en constituir una biblioteca popular. La medida produjo un movimiento bibliotecario que alcanzó el notable registro de ciento cincuenta establecimientos radicados en diversos puntos del país. En un contexto político y económico inestable, en 1876 el Estado suprime el apoyo concedido. A partir de entonces las bibliotecas ingresan en un período de crisis, caracterizado por el cierre progresivo de la mayor parte de las entidades, pero también por la formación de nuevas instituciones bajo perspectivas socioculturales diferentes de aquellas que le habían dado origen. Palabras Claves Bibliotecas Populares — Domingo Faustino Sarmiento — Historia de las Bibliotecas — Historia de la Lectura — Historia del Libro — Argentina — 4 5 Índice Introducción.....................................................................................................................9 Antecedentes bibliográficos para una historia de las bibliotecas populares en la Argentina................................................................................................................ .10 Contexto interpretativo...........................................................................................19 Dos tesis para un proyecto de indagación...............................................................24 Primera Parte: constitución y expansión de las bibliotecas populares (1870-1876) Capítulo I. Introducción a una política de la lectura: las bibliotecas populares entre 1870 y 1876....................................................................................................................31 Itinerarios: las elaboraciones de Sarmiento............................................................31 Estado, sociedad civil y bibliotecas populares: leyes, decretos e instituciones......39 La construcción de un saber especializado sobre bibliotecas.................................46 1. El diagnóstico de la Comisión sobre el estado de las bibliotecas en la Argentina hacia 1870..........................................................................................46 2. Transmisión de experiencias y conocimiento en el Boletín de las Bibliotecas Populares............................................................................................................51 3. Estadísticas y resultados de la organización de bibliotecas populares: aproximaciones cuantitativas.............................................................................55 Consideraciones finales...........................................................................................58 Capítulo II. Historias de fundación: la Comisión, el Boletín, los lectores y las bibliotecas populares.....................................................................................................61 Buscar lectores, fundar bibliotecas: el pensamiento y la práctica de la Comisión..61 Los lectores le responden al Boletín........................................................................67 La razón asociativa: horizontes políticos y de gobierno en las bibliotecas populares.................................................................................................................78 Consideraciones finales...........................................................................................83 Capítulo III. Hacer las reglas del hacer: concepciones y rutinas en los reglamentos de las bibliotecas populares y otros documentos.............................................................85 “La esencia de una biblioteca popular”. Una polémica sobre los lectores y las modalidades de acceso a la lectura.........................................................................86 Los libros fuera de la biblioteca: las formas del préstamo a domicilio....................90 6 Instrucciones, ingenio y cultura: los libros del bibliotecario...................................98 Consideraciones finales.........................................................................................103 Capítulo IV. Las representaciones de la lectura en voz alta y las prácticas de representación.............................................................................................................109 Antesalas de la lectura en voz alta........................................................................110 1. Una lectura, una biblioteca...........................................................................110 2. La lectura pública y la lectura en voz alta en los reglamentos de las bibliotecas populares........................................................................................113 Crónicas sobre la lectura pública y actos literarios...............................................117 Un texto ejemplar: las instrucciones para disertar de Édouard Laboulaye...........122 Consideraciones finales.........................................................................................128 Capítulo V. Un horizonte de lo legible: catálogos, libros y lectura en la formación de las colecciones de las bibliotecas populares...............................................................135 La elección de los libros para las bibliotecas populares........................................136 Obras ofrecidas, obras escogidas: catálogos de ida y vuelta.................................143 Nuevas reglas. Los libros en el centro de las disputas..........................................156 Consideraciones finales.........................................................................................161 Segunda Parte: crisis y resignificación de las bibliotecas populares (1876-1890) Capítulo VI. ¿Qué fue de las bibliotecas organizadas bajo la presidencia de Sarmiento? ..................................................................................................................167Cartografía de las bibliotecas populares hacia 1876.............................................168 Las bibliotecas populares en la coyuntura de la crisis económica de 1873-1876: entre el gasto público y la agenda pública de instrucción.....................................179 Cartografía de las bibliotecas populares entre 1876 y 1895.................................186 1. Constatar la realidad.....................................................................................186 2. De Sarmiento a Sarmiento............................................................................195 3. “Al fin la idea subsiste, y esto ya es mucho”.................................................200 Consideraciones finales.........................................................................................205 7 Capítulo VII. Gestionar cosas, administrar sentidos. Las bibliotecas populares y sus lectores en un campo de la lectura en transformación (1870-1890)..........................207 Gestionar cosas. Las memorias de las bibliotecas populares................................208 Administrar sentidos.............................................................................................220 Consideraciones finales.........................................................................................233 Capítulo VII. Lectoras, autoras y bibliotecarias: presencias y ausencias de las mujeres en las bibliotecas populares (1870-1890)....................................................................235 Las mujeres, el Boletín y las bibliotecas populares................................................235 Autoras y lectoras en la sociabilidad de las bibliotecas populares: polémicas......241 1. La publicidad en la biblioteca popular de Chivilcoy: Augusto Krause y Dorotea Duprat...............................................................................................................241 2. Dorotea Duprat: testigo y autora..................................................................245 3. Publicistas: Dorotea Duprat e Ignacia Waldiana Alba. Una pequeña historia de la lectura sobre la educación de la mujer....................................................250 4. “...no doy en este discurso sopas de miel”. Más polemistas y polémicas en Chivilcoy.................................................................................................... ........256 Un largo epílogo para las lectoras en las bibliotecas populares............................261 1. Una página inconclusa: Sarmiento y las mujeres como bibliotecarias.........261 2. Lectoras bajo la lupa.....................................................................................268 Consideraciones finales.........................................................................................276 Conclusiones............................................................................................................ ....279 Bibliografía...................................................................................................................287 Fuentes................................................................................................................. ........299 Anexo documental.......................................................................................................309 Palabras preliminares............................................................................................311 8 9 Introducción 1870 fue un año clave para las bibliotecas populares en la República Argentina. La fecha remite a la sanción de la ley 419 de protección y fomento a estas instituciones, al cierre de una etapa en los trabajos de Domingo Faustino Sarmiento sobre el asunto y al inicio de una tradición bibliotecaria que el paso del tiempo enriqueció con nuevas experiencias y perspectivas. La normativa adoptada por el gobierno nacional de aquel entonces generaba un modelo de gestación sustentado en las acciones de la sociedad civil. Como estímulo el Estado ofrecía una subvención igual al dinero recolectado por cada asociación, tramitar la inversión de ambas contribuciones en libros y hacer el envío del material sin costo adicional. La autonomía administrativa de las bibliotecas y la libre elección de las obras constituían una clave fundamental, no sólo porque estas cualidades suponían un atractivo para las asociaciones, sino también porque el gobierno alivianaba las cargas presupuestarias en el área de instrucción pública mediante la delegación de las funciones organizativas en las sociedades. La simplicidad del sistema, las gestiones de la Comisión Protectora de las Bibliotecas Populares y la buena recepción que tuvo la política en la sociedad alentó un importante movimiento bibliotecario entre 1870 y 1875, alcanzando el notable registro de ciento cincuenta bibliotecas. En un contexto políticamente inestable y con crecientes dificultades económicas, en 1876 se produce la derogación de la ley de protección a las bibliotecas y se suspenden los subsidios. A partir de ese momento, las diferentes comunidades de lectores que se habían hecho cargo de materializar la política propuesta por el Estado comenzaron a disolverse progresivamente. Según el Censo Nacional de 1895 quedaban para la fecha poco menos de una veintena de bibliotecas populares en todo el territorio. Si bien resulta atendible esta disminución en la actividad bibliotecaria y asociativa conforme el apoyo estatal fue retirado, este itinerario no deja de resultar llamativo al cruzarse con las conclusiones de los estudios críticos sobre la conformación de los públicos lectores en la Argentina del último tercio del siglo XIX. En efecto, a partir de 1880 es posible reconocer la presencia de un lectorado amplio y plural, una condición insoslayable para el desarrollo de otros fenómenos culturales 10 significativos, como el crecimiento de la actividad editorial, la profesionalización del autor y la emergencia de la novela nacional, entre otros. La constatación precedente enseña que las bibliotecas populares comenzaron a transitar un ciclo prolongado de agotamiento de manera paralela al aumento en el número y la diversidad de lectores, cuando a todas luces cabría suponer un desarrollo congruente con el ensanchamiento del lectorado. Las razones de este contraste son todavía inciertas. Por un lado, porque la bibliografía disponible no ha tratado el tema en profundidad, quedando las interpretaciones a nivel conjetural. Por otro, porque los estudios especializados han descuidado completamente las indagaciones sobre la etapa de conformación, volviendo invisible el sentido y las formas que adquirieron estas organizaciones comunitarias en el andar cotidiano. La tesis Libros, lectores y lecturas: constitución, expansión y crisis de las bibliotecas populares en la Argentina (1870-1890) se ocupa de estudiar dicho proceso, procurando contribuir al conocimiento de un área escasamente trabajada en la bibliografía académica sobre el libro, la lectura y las bibliotecas. Antecedentes bibliográficos para una historia de las bibliotecas populares en la Argentina Cuando se analizan los estudios existentes sobre la historia de las bibliotecas populares en la Argentina surgen claramente dos referencias. Una remite a las asociaciones barriales de la primera mitad del siglo XX, e incluye tanto a las instituciones formadas en el fomentismo como a las que fueron alentadas desde ámbitos externos a la comunidad vecinal, ya se trate del partido socialista, la liga patriótica o el Estado. La otra conduce al siglo XIX, y en especial a la figura política e intelectual de Domingo Faustino Sarmiento. Estas dos líneas constituyen las potencias creativas que alimentan la tradición argentinaen materia de bibliotecas populares. Hasta la fecha no hay un trabajo que brinde una historia integral de las bibliotecas populares. Los aportes existentes en la materia son exiguos, inconexos y realizados desde diferentes prismas teóricos. No sorprende, sin embargo, que el período 1890-1940 haya suscitado mayor interés para los investigadores. En este contexto, las bibliotecas populares se multiplicaron de manera paralela al desarrollo de 11 tres de fenómenos sociales gravitantes para la historia Argentina del siglo XX: por una parte, la consolidación del cauce inmigratorio, la expansión urbana y la constitución de nuevas solidaridades barriales; por otra, la cristalización de la clase obrera y la emergencia de los partidos políticos de izquierda; finalmente, el afianzamiento definitivo de la cultura impresa, tangible en el despegue de las tasas de alfabetización, la modernización del mercado editorial y la diversificación de la producción bibliográfica y del público lector, entre otros aspectos. En el marco de esta coyuntura, las bibliotecas populares fueron objeto de aproximaciones bibliotecológicas e historiográficas focalizadas en analizar la influencia de esas instituciones en las áreas metropolitanas periféricas, procurando describir su estructura organizativa, la composición social y política de sus dirigentes y lectores, así como también el tipo de lecturas y las actividades culturales que promovieron. En esta periodización es posible advertir dos momentos constitutivos: uno que denominaremos de gestación, que se inicia en 1890 y finaliza terciada la década de 1910; y otro que llamaremos de expansión, que abarca los años comprendidos entre las dos guerras mundiales. El primer estadio coincide con la formación de las denominadas bibliotecas obreras, que inicialmente funcionaron con pequeñas colecciones de libros que circulaban de mano en mano entre los allegados a los partidos o las asociaciones afines a los intereses del proletariado. En este sentido, puede considerarse como precedente el Club Vorwärts, que al promediar la década de 1880 disponía de algunas obras para sus miembros (Tarcus, 2007). Pero las bibliotecas, en su forma institucional, no aparecen sino hasta 1897, cuando los socialistas organizaron la Biblioteca Obrera tras la disolución del Centro Socialista de Estudios (Barrancos, 1991; Sabor Riera, 1974- 1975; Tripaldi, 1996, 1997). La bibliografía disponible es coincidente respecto del lugar preponderante que a partir de este momento adquiere la vertiente socialista en la tradición bibliotecaria nacional. En primer lugar, porque fueron los primeros que propiciaron una mayor apertura comunitaria mediante la modificación de los estatutos, la ampliación de los criterios de selección del material y la implementación de técnicas bibliotecológicas modernas. En segundo orden, porque su estructura de difusión favoreció el crecimiento cuantitativo de las bibliotecas a nivel nacional, alcanzando la notable cifra de 397 instituciones para el año 1932 (Corbière, 2000). No obstante, es necesario subrayar que durante su período constitutivo estas bibliotecas 12 se mantuvieron como espacios cuasi cerrados y, por lo tanto, de poca influencia pública. Para Nicolás Tripaldi (1997), este escenario comenzó a cambiar en 1908, cuando la Ley 419 de Protección a las Bibliotecas Populares se restituyó a 32 años de su derogación. La posibilidad de acceder a una subvención puso en una encrucijada a los fomentadores de las bibliotecas obreras, quienes debieron decir entre pertenecer o no a la legalidad estatal. En este sentido, la idiosincrasia de los dirigentes anarquistas y los obstáculos que les impuso sistemáticamente el oficialismo dejaron a esta facción marginada de la nueva medida. En cambio, los socialistas debatieron la cuestión y optaron por sumarse a la posición legalista y usufructuar los beneficios de la legislación. La convivencia que se abrió en este campo entre el gobierno y el partido no estuvo exenta de conflictos ideológicos. No obstante, la síntesis de la tensión contribuyó a renovar el espíritu original de estas bibliotecas. El momento de expansión de las bibliotecas populares experimentado en el período de entreguerras no sólo se nutrió de la militancia de izquierda y la renovada intervención del Estado, sino que además se enriqueció con la corriente de participación vecinal generada con el fomentismo y la emergencia de entidades vinculadas a otros partidos políticos y a la Iglesia Católica. Estos temas han ocupado la mayor parte de las indagaciones recientes en el área y, con más o menos referencias, todas ellas son deudoras de los trabajos que Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero (2007 [1995]) publicaron sobre los vínculos entre la cultura y la política en la conformación de la identidad de los sectores populares en Buenos Aires. En este sentido, es importante destacar que el análisis de las sociedades barriales y de las bibliotecas populares que proponen los autores forma parte de un dispositivo metodológico que intenta asir esas identidades mediante la captación de las prácticas sociales en diferentes ámbitos de producción. De manera que la noción de “sectores populares” no remite a un sujeto histórico constituido, sino más bien a un área social y a unos espacios definidos donde las personas procesaron de modo colectivo sus experiencias. De allí que, entre otras vías de análisis, Gutiérrez y Romero hayan apelado al estudio de las instituciones barriales como ámbitos de formación. En este contexto, las bibliotecas populares conformaron lugares específicos donde, al decir de los autores, se produjo un cruce singular entre algunos elementos de la alta cultura y las vivencias de los habitantes de los barrios porteños periféricos. 13 La presencia socialista se hizo sentir fuertemente en esos nuevos espacios sociales a través de instituciones de corte educativo-formativo, esto es: escuelas (Barrancos, 1991), bibliotecas (Gutiérrez y Romero, 2007 [1995]) y asociaciones de recreos infantiles (Barrancos, 1997; Tripaldi, 2002). Pero como éstas, otras entidades de distinta genealogía ideológica y con diversos objetivos a mediano y largo plazo se multiplicaron en los barrios porteños entre las décadas de 1920 y 1940 (Carli, 1991; González, 1990; Romero, 2002). Ya se trate de instituciones de origen vecinal, socialista, anarquista, católico o estatal, los estudios en la materia han procurado enlazar, siguiendo las consideraciones de Gutiérrez y Romero, tres polos o dispositivos analíticos. Por una parte, el recorte cultural operado por los intermediarios a cargo de esas organizaciones. Por otra —y cuando las fuentes así lo permitieron—, la recepción de esos contenidos en el público en relación con las expectativas y los intereses cultivados. Finalmente, las prácticas que tuvieron lugar en esos ámbitos, desde la asistencia a una velada de lectura hasta la participación en las asambleas de socios y/o militantes cercanos al establecimiento. Para el mismo período de referencia, Ricardo Pasolini (1997) y Nicolás Quiroga (2003) han examinado las maneras en que las bibliotecas contribuyeron a la formación cultural de los sectores populares de las ciudades de Tandil y Mar del Plata, respectivamente. Ambos autores trabajaron sobre los registros de préstamo de las bibliotecas Juan B. Justo (Tandil) y Juventud Moderna (Mar del Plata), procurando analizar las tendencias en las elecciones bibliográficas de los lectores. De manera global, estos ensayos y los citados precedentemente, coinciden en señalar el lugar central que los sectores populares de entreguerra le concedieron al libro y a la lectura como claves simbólicas de un renovado estatuto de valores y expectativas. Asimismo, se destaca la diferencia de actitudes y prácticas entre los denominados difusores de la lectura, generalmentecomprometidos con las actividades institucionales y algo más rigurosos en sus procedimientos intelectuales, y el público en general, interesado en la posesión de los signos de la alta cultura pero menos dispuesto y posibilitado a concretar un acceso pleno. Este conjunto de artículos también confirma la predisposición de las lectoras y los lectores hacia la novela, un fenómeno que ya había cautivado al público del último tercio del siglo XIX (Prieto, 2006 [1988]) y que se afianzó definitivamente en las primeras décadas del XX (Sarlo, 1985). La distinción de 14 género anterior no es ociosa, puesto que mientras Gutiérrez y Romero constataron una mayoritaria presencia femenina en las bibliotecas, Pasolini registró lo contrario en Tandil. En el primer caso, la transición laboral del taller al hogar y la afinidad con las bibliotecas antes que con el club de juegos o deporte explican ese predominio; mientras que en el segundo, la pervivencia de los valores tradicionales en el ámbito local mantuvo a la mujer al margen de esos espacios de participación. Aun con estas diferencias, no cabe duda que las bibliotecas populares ocuparon en este período un lugar preponderante en la sociabilidad barrial. Hacia 1945 se produce un estancamiento del activismo asociativo vecinal en Buenos Aires. Las hipótesis planteadas son diversas (Gutiérrez y Romero, 2007 [1995]; Romero, 2002), aunque dos parecen ser las más gravitantes: por una parte, el viraje en el punto focal de la identificación de los sectores populares, que pasó del barrio al trabajo y de allí al sentimiento de pertenencia con el peronismo; por otra, el cumplimiento mismo de los objetivos institucionales, lo que indefectiblemente agotó las expectativas y las energías originales. Algunas conjeturas se han tejido en torno a la hostilidad de la gestión justicialista para con algunas asociaciones, pero este elemento no explica por sí mismo ese proceso decreciente. En primer lugar, y como quedó dicho, las administraciones anteriores no siempre fueron condescendientes con las organizaciones barriales. En segundo término, porque el asociacionismo se mantuvo incólume en otras regiones, mientras que proliferó en las nuevas periferias metropolitanas. Recientemente, Flavia Fiorucci (2009) ha dado buena cuenta de la actividad de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares durante el peronismo, destacando cierto retorno hacia las bases y los objetivos liberales con las que Sarmiento las había propuesto. Esta última referencia nos impone volver la mirada hacia la segunda mitad siglo XIX, específicamente al período constituido entre 1870 y 1890, esto es: desde el momento inaugural para esta clase de instituciones hasta el inicio de la participación de las organizaciones políticas de izquierda. Los estudios radicados en este período son verdaderamente escasos y, en consecuencia, aún no se ha gestado un debate fructífero sobre el asunto —a diferencia del momento histórico descripto con anterioridad—. Sin embargo, los aportes resultan valiosos como punto de partida para comenzar la tarea historiográfica. Una clasificación de estos antecedentes según el 15 recorte operado por sus autores nos llevaría a considerar tres grupos: el primero y más importante está conformado por las indagaciones centradas en los textos bibliotecarios de Sarmiento; el segundo —del que sólo es posible contar tres referencias claras— aborda temas vinculados con la evaluación de los resultados producidos por la implementación de la ley 419 y la situación de las bibliotecas luego de su derogación; finalmente, el tercer conjunto puede formarse a partir de los análisis de caso y las historias institucionales. La centralidad puesta en el análisis de los trabajos de Sarmiento se explica por la envergadura de la personalidad y su gravitante participación en esta historia, pues su producción sobre las bibliotecas nos informa de un plan de largo aliento, sustentado en un complejo entramado de temas en el que estas instituciones funcionan como una red que los relaciona. Entre esos elementos, podemos citar: la planificación y la organización de políticas editoriales, la enunciación de propuestas de lecturas, la expresión de proposiciones filosóficas, éticas y morales, la sanción de leyes y de reglamentos, la formación de oficinas especializadas y la concreción de espacios de sociabilidad letrada, entre otros. Las intervenciones que los ordenan tienen lugar entre las décadas de 1840 y 1880. Su objetivo es claro: contribuir con la formación de un público amplio de lectores y, de modo general, con la modernización cultural de la sociedad civil que el poder político alentó después de Caseros desde diferentes ángulos, como la estimulación de la inmigración europea y la estructuración del sistema educativo. La primera revisión de relevancia sobre las ideas de Sarmiento acerca de las bibliotecas populares corresponde a María Ángeles Sabor Riera (1974-1975), en el marco del libro Contribución al estudio histórico del desarrollo de los servicios bibliotecarios de la Argentina en el siglo XIX.1 Inscripto en una historia del libro marcadamente descriptiva, el trabajo de la autora enlaza una serie de aspectos sobre los cuales es posible asentar problematizaciones densas acerca de los vínculos entre las bibliotecas y el libro en el pensamiento de Sarmiento, así como también en el contexto de sus gestiones gubernamentales. La primera cuestión nos remite a la 1 Con anterioridad a esta revisión, pueden localizares trabajos que reseñan someramente los estudios de Sarmiento en el área. Muchos de estos aportes fueron realizados por funcionaros ocupados en la gestión de la Comisión de Bibliotecas Populares. Entre ellos, se destaca el texto de Juan Pablo Echagüe (1938), “Libros y bibliotecas: su influencia en el proceso histórico argentino”. 16 coyuntura educativa y pedagógica. En este sentido, la historia de la educación se ha enfocado recientemente sobre la evolución en los métodos de enseñanza de la lectura y la escritura de modo general (Cucuzza, 2002) y, en particular, del lugar que Sarmiento ocupó en ese desarrollo (Mayorga, 2010; Enrico, 2011). No obstante, todavía están pendientes los análisis que vinculen las maneras en que se enseñó a leer y escribir en el siglo XIX y el proyecto bibliotecario elaborado por el autor. Otro asunto esbozado por Sabor Riera invita a pensar en las relaciones entre el comercio del libro en América Latina y la función concedida a las bibliotecas populares. Sobre esta materia, resulta indispensable la contribución de Bernardo Subercaseaux (2000). Su ensayo trabaja la noción sarmientina del libro en sus dos ámbitos de inscripción: uno material, que lo concibe como un objeto que se produce y se comercializa, y otro simbólico, cuyo valor relativo se precisa en términos socioculturales. Este carácter se percibe con exactitud en los diagramas editoriales que articulan la multiplicación de las bibliotecas populares y el crecimiento del mercado libresco. Para el autor, un aspecto y otro reforzaban la diversidad de oferta literaria, elemento clave para atraer e incrementar el número de lectores (Planas, 2009). Se sabe que Sarmiento reclamó tempranamente desde sus textos periodísticos la presencia de un público amplio y de fisonomía popular (Prieto, 1994), al que también defendió por la libertad de lectura. En este sentido, Graciela Batticuore (2005) y Juan Poblete (2003) han destacado las polémicas que el autor mantuvo en la década de 1840 con las facciones conservadoras afines a la iglesia católica chilena en torno a la circulación de los folletines. En esa oportunidad Sarmiento no logró imponer su voluntad frente a la obstinación dirigista de influencia ultramontana y, más tarde o más temprano, las bibliotecas a las que contribuyóa organizar fueron cerrando sus puertas (Subercaseaux, 2000). Esta experiencia fue capitalizada en su regreso a la Argentina, donde sostuvo debates intensos en torno a la cuestión de los libros con destacados miembros de la élite letrada entre 1866 y 1877. Batticuore (2010) ha iluminado estas problemáticas a partir de las opiniones enfrentadas de Sarmiento y Vicente Quesada a propósito del devenir de la Biblioteca Pública de Buenos Aires. Este conflicto revela dos maneras diferentes enfocar las políticas públicas de acceso al libro: una preocupada por ampliar su difusión y otra apegada a los circuitos letrados tradicionales. En estos cruces también se percibe la densidad del proyecto 17 bibliotecario de Sarmiento (Planas, 2011), cuya insistencia en el préstamo domiciliario de las obras como metodología de apertura transformó el campo bibliotecológico nacional, todavía adherido a las ideas de conservación y difusión selecta (Parada, 2009). Qué resultados tangibles produjo el proyecto bibliotecario de Sarmiento a partir de 1870 con la ejecución de la ley 419 es una deuda que la bibliografía académica mantiene hasta la actualidad. Pero no sólo —y, vale decir, curiosamente— no sé conoce adecuadamente cuáles fueron los procesos y las concreciones socioculturales más destacadas, es decir: cuál fue el papel que tuvo la Comisión Protectora, qué y cómo desempeñaron sus funciones los promotores locales de las bibliotecas, qué experiencias transitaron los lectores y las lectoras que acudieron a estas instituciones, qué libros circularon o qué tipo de espacio público se alentó; tampoco las investigaciones en el área han dado cuenta de los factores que produjeron la crisis de 1876 ni de las circunstancias que atravesaron las bibliotecas en su derrotero posterior. El primer trabajo que bosqueja la cuestión data de 1910. Se trata de Nuestras bibliotecas desde 1810, de Amador Lucero. El texto debe leerse cómo un balance de época, pero también a la luz de la restitución de la protección a las bibliotecas populares por parte del Estado nacional. En este sentido, Lucero parece más interesado en alertar a los funcionarios de la época sobre los equívocos del pasado que de evaluar de modo sistemático los aportes y los déficits de la primera política bibliotecaria de alcance nacional. A 20 años de esta publicación aparece Historia del libro y de las bibliotecas en la Argentina, de Nicanor Sarmiento (1930). Dentro del contexto panorámico de la obra, el autor pone de relieve algunos factores que influyeron en la decadencia mencionada, a saber: la supresión de los subsidios, las condiciones contextuales y los continuos cambios producidos en el sistema de instrucción pública. Entre Lucero y N. Sarmiento se extiendo una diferencia interpretativa sustancial: mientras el primero insiste en el desempeño poco feliz de la Comisión Protectora y en ciertas deficiencias en el diseño de la política, el segundo recala en las difíciles condiciones estructurales bajo las cuales emergieron las bibliotecas. Ambos autores adolecen, sin embargo, del mismo problema: sus interpretaciones se vuelven endebles ante la falta de profundidad. Por último, cabría mencionar el artículo de Nicolás Tripaldi (1991), que a partir de la recuperación de esta 18 experiencia histórica procuró establecer una serie de indicadores que sirvieran para pensar las crisis bibliotecarias, a saber: el marco macrobibliotecológico, la sociología de lectores, la cooperación bibliotecaria y la formación profesional. Si bien su propósito no es heurístico en sentido estricto, los principios de análisis resultantes auxilian la discusión sobre el objeto. En el tercer grupo de indagaciones que tomamos como referencia se integran, de forma algo heterodoxa, los análisis de caso y las historias institucionales. En cuanto a los primeros, las contribuciones de Marcela Vignoli (2010, 2011) y Alberto Tasso (2013) sobre la Sociedad Sarmiento de Tucumán y su homónima de Santiago del Estero, respectivamente, aportan elementos sobre las significaciones y las funciones que la llamada generación del ochenta les atribuyó a las bibliotecas como entidades reguladoras de la lectura pública entre las postrimerías del siglo XIX y los primeros años del XX, sin duda en sintonía con los diagnósticos poco promisorios sobre el campo de la lectura popular que prevalecía entre ellos (Batticuore, 2010; Prieto, 2006 [1988]). Estos trabajos también nos acercan una certeza: de forma paralela al avance progresivo de la crisis bibliotecaria emergieron nuevas bibliotecas populares, cuyos sentidos y misiones cabría contrastar con aquellos formados al inicio de la década de 1870. Es en la restitución de los derroteros asociativos donde las historias institucionales pueden pensarse como antecedentes. Se sabe que su valor en términos críticos resulta, en general, deficitario. La razón es simple: su contexto de producción está vinculado con la celebración de aniversarios y otras fechas o eventos importantes en la vida de las bibliotecas —como la reapertura tras un cierre temporario o la inauguración de un nuevo local—. No obstante, ante la ausencia de intervenciones metodológicamente comprometidas, sus descripciones resultas importantes. Hasta aquí todo cuanto puede decirse de los estudios sobre las bibliotecas populares. La insatisfacción que revela este panorama en cuanto al conocimiento histórico producido para el período 1870-1890 es doble: en el nivel más elemental y descriptivo aún está pendiente una buena restitución factual que facilite a posteriori la formulación de interpretaciones globales; en el plano teórico y metodológico —con excepción de los trabajos de aparición recientes— cabria realizar una relectura de los acontecimientos a partir de los debates contemporáneos sobre la historia del libro, las bibliotecas y la lectura. 19 Contexto interpretativo Adentrarse en dichos debates sugiere reconocer la relevancia de un movimiento epistémico que comenzó en Francia a mediados de la década de 1970, esto es: el pasaje de las perspectivas cuantitativas hacia las interrogaciones de corte cualitativo. La aparición del Libro (1962 [1958]), el clásico trabajo de Herry-Jean Martin y Lucien Febvre, había marcado el momento inaugural de la disciplina hacia finales de los cincuenta. Durante los veinte años que siguieron a su publicación las investigaciones en el área construyeron sus problemas en torno a la circulación desigual del libro en la sociedad francesa de los siglos XV a XVIII. El método se apoyaba en la elaboración de grandes series de datos recabados en los inventarios de las bibliotecas municipales y privadas, en los testamentos de particulares o en los catálogos de librería, entre otros documentos, para analizarlos en relación con las distinciones socio profesionales más generales. Los resultados de esta etapa historiográfica fueron fundamentales para alcanzar las primeras constataciones y establecer la disciplina en tanto tal. Sin embargo, los límites de una perspectiva concentrada en las cantidades y en un tipo específico de fuentes se hicieron evidentes. En su análisis de la cuestión, Roger Chartier (1993 [1989]) explica que la primera sacudida llegó a través de los historiadores del libro norteamericanos —principalmente mediante los estudios de Robert Darnton (2003 [1982]; 2006 [1979])—, quienes enfatizaron la significativa producción, circulación y lectura de los textos prohibidos durante el antiguo régimen tipográfico francés. Al concentrarse en los ámbitos autorizados, la historia del libro había descuidado el movimiento igualmente intenso de los impresos censurados, así como también el proceso de manufacturación y venta de las casas editoriales que operaban fuera de los límites del reino —o mediante otras estratagemas para hurtarse a la ley—. Esta ceguera no sólo impuso unarevisión de las comprobaciones cuantitativas, sino que además introdujo una segunda e inquietante provocación: ¿cómo y sobre qué escritos, entonces, se había conformado el pensamiento y la sensibilidad de los franceses en el transcurso de la primera modernidad? Volver la mirada sobre los lectores y las maneras en que éstos se relacionaron con las obras se hizo impostergable. El tema quedó definitivamente instalado a partir de las resonancias que produjo El Queso y los gusanos, de Carlo 20 Ginzburg (1999 [1976]). Desde una perspectiva por completo diferente (la Microhistoria), esta investigación dio una vuelta de tuerca a los debates en torno a los modos diagonales de circulación de los impresos y a las maneras zigzagueantes que los lectores tienen de producir interpretaciones. Finalmente, por llamativo que resulte, la historiografía francesa había descuidado el estudio de las formas del objeto mismo, aspecto que revelaba la persistencia de una concepción que miraba el libro como abstracción. Contra este supuesto, la bibliografía analítica (Mckenzie, 2005 [1985]) proporcionó una enseñanza fundamental: los textos llegan a los lectores a través de unas formas corpóreas específicas que, lejos de ser neutrales, participan en la construcción de sentido. Paulatinamente, estas y otras investigaciones fundamentales contribuyeron con la organización de un ámbito de estudio interdisciplinario preocupado por historizar las maneras de leer. Expresado de este modo, la cuestión principal de la historia de la lectura no carece de inconvenientes, pues, ¿de qué manera asir los actos de lectura perdidos en el tiempo? Pero la lectura, aun considerando las diferencias que mantienen las distintas propuestas para su estudio, no es simplemente el acto de pasar la vista por lo escrito o impreso y comprender el significado de los signos utilizados. El estudio histórico y social de la lectura fija su centro en las tensiones y las articulaciones de dos series de elementos: de un lado, aquellos que conciernen al análisis de la actividad de los productores y los distribuidores de lo impreso (sean autores, censores, críticos, educadores, impresores, editores, libreros o bibliotecarios), cuyas apuestas y prácticas se orientan a fijar lo legible y a modelar —directa o indirectamente, consciente o inconscientemente— las maneras de leer. De otro, los asociados al examen de los lectores y las comunidades de lectores, que inscriptos en sus trayectorias sociales y formativas, se hacen cargo de las lógicas dispuestas por los productores de manera diferenciada. La historia de la lectura se presenta ante todo como una renovación de la historia del libro; pero también como un campo temático de intercambios en el que convergen investigaciones de distinto tipo y diferentes disciplinas estructuradas bajo un horizonte de preocupaciones compartidas. En otras palabras, su especificidad se construye en la reunión de las diversas maneras de asediar el problema esencial de la lectura. 21 Esta renovación se hizo tangible en la Argentina a partir de la mitad de la década de 1990,2 principalmente con alguna visita al país de Roger Chartier y la traducción de libros claves: El mundo como representación (1992), Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna (1993), Sociedad y escritura en la Edad Moderna (1995); Historia de la lectura en el mundo Occidental (1997). Las ediciones en español de los trabajos de Darnton, con excepción de la temprana aparición La gran Matanza de Gatos (1987), se publicaron a partir de 2000: Edición y subversión (2003); El Coloquio de los lectores (2003), El negocio de la Ilustración (2006), Los best sellers prohibidos en Francia antes de la Revolución (2008) y El beso de Lamourette (2010). Si bien estas contribuciones alentaron toda una gama de trabajos enfocados en los libros y las lecturas, es necesario destacar que en el inicio de la década de 1980 se produjo un fuerte interés por indagar en las problemáticas vinculadas a los procesos de formación del público lector y la circulación de los folletines y los libros baratos. Esta preocupación estaba relacionada con la recepción de obras como La larga revolución (Raymond Williams, 2003 [1961)] y otras contribuciones ligada a los Estudios Culturales (Sarlo, 1979). Emergieron, entonces, investigaciones todavía fundamentales: Adolfo Prieto comenzó en 1979 con la pesquisa que culminaría en El discurso criollista (2006 [1988]); Beatriz Sarlo publicó en 1985 El imperio de los sentimientos; al finalizar la década Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero escribieron los ensayos “Sociedades barriales, bibliotecas populares y cultura de los sectores populares: Buenos Aires, 1920-1945” (1989) y “Buenos Aires en la entreguerra: libros baratos y cultura en los sectores populares” (1990). En definitiva, estos y otros aportes sentaron una serie de constataciones y debates en el plano nacional que serían retomados y actualizados de la mano de la historia de la lectura. Progresivamente, entonces, se multiplicaron los análisis enfocados en la constitución de lectorados, en el desarrollo de la lectura, en la organización de las bibliotecas, en la formación y la extinción de los gabinetes de lectura, en la consolidación de las figuras autoriales, en la producción y la circulación de los libros, los folletines y los periódicos, en las metodologías de la enseñanza de la lectura y la escritura, entre otros aspectos. El marco temporal de estas indagaciones se 2 En casi toda América Latina proliferó esta línea de trabajo. Son ejemplos de este interés los ya mencionados trabajos de Bernardo Subercaseaux (2000) y Juan Poblete (2003) en Chile; las contribuciones de Marcia Abreu (2003, 2005) en Brasil; y las obras colectivas coordinadas por Laura Suarez de la Torre (2003) e Idalia García y Pedro Rueda Ramírez (2010) en México. 22 extiende desde finales de la colonia hasta la primera mitad del XX. Sin pretensión de exhaustividad, pueden citarse: en el espacio ocupado por la crítica literaria, los trabajos de Graciela Batticuore (1999, 2005, 2007, 2010), Fabio Espósito (2009), Alejandra Laera (2010), Hernán Pas (2008; 2010) y Susana Zanetti (2002); desde la historia del libro, las bibliotecas y la edición, cabría consignar las investigaciones de Alejandro Parada (2005, 2007, 2008, 2009), Leandro de Sagastizábal (2002), José Luis de Diego (2006) y Fabio Ares (2010); finalmente, en el marco de la historia de la educación, resultan fundamentales los ensayos reunidos bajo la dirección de Héctor Rubén Cucuzza en Para una historia de la enseñanza de la lectura y la escritura en Argentina (2002). Al volver la mirada hacia los estudios sobre las bibliotecas populares en el último segmento del siglo XIX, desde los temas y los problemas construidos por estos enfoques, se descubre la existencia de un promisorio terreno para la investigación. No obstante, el singular cruce entre política de Estado y administración civil autónoma que está en el origen mismo de estas entidades torna impostergable la incorporación de dos temas fundamentales al objeto de estudio: la formación del Estado argentino y la complejización de la sociedad civil. El primero de los procesos remite a la expansión y la consolidación de la presencia estatal como instancia máxima de articulación política nacional entre 1862 y 1890. Esta objetivación supuso una etapa de alta conflictividad facciosa —muchas veces resuelta por la vía de las armas—, pero también una instancia de acuerdos consensuales. La intensidad de estas dos modalidades de avance varió sustantivamente y, en la medida que los sectores disidentes fueron derrotados, las prácticas represivas cedieron su preminencia ante los acuerdos estratégicos a nivel económico, político, territorial, comunicacional, social y cultural(Ansaldi y Moreno, 1996; Halperín Donghi, 1982; Oszlak, 2009 [1982], Rock, 2006).3 Con la disminución de la violencia física se cristaliza y cobra preponderancia el segundo proceso, particularmente visible en la espesa malla de instituciones formadas en el 3 Un conjunto de nuevas investigaciones ha dado un giro en el modo de abordar la cuestión al colocar la mirada sobre las provincias. Desde este prisma, el problema no se comprende como la preponderancia, capacidad o incompetencia del centro para imponer las condiciones del juego político, sino que se evalúa la manera en que la periferia instituyó ese centro. Citemos, a modo de ejemplo, la obra colectiva coordinada por Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez (2010), Un nuevo orden político. Provincias y Estado Nacional, 1852-1880, y los trabajos reunidos por Ernesto Bohoslavsky y Milton Godoy Orellana (2010) en Construcción estatal, orden oligárquico y respuestas sociales. Argentina y Chile, 1840-1930 23 asociacionismo (Devoto y Fernández, 1990; González Bernaldo, 2008 [1999]; Sabato, 2002, 2008; Di Stefano, 2002; Palti, 1994). Sociedades mutuales y de beneficencia, clubes, fraternidades, asociaciones profesionales y filantrópicas, círculos masónicos y toda una gama comités y otras formas contractuales de sociabilidad se transformaron en instancias de mediación entre la sociedad y el Estado, a la vez que funcionaron como ámbitos de reproducción social y espacios de identificación. En esta encrucijada de cuestiones ceñimos la indagación sobre las bibliotecas populares en el final del siglo XIX. El abordaje supone transitar tres itinerarios yuxtapuestos: el primero —y central en esta tesis—, conduce a la exploración de la faz cultural de estas organizaciones encargadas de coleccionar libros y fomentar su lectura; el segundo lleva hacia la búsqueda de los lazos asociativos, porque después de todo fueron los lectores movilizados los que le dieron vida, estatutos y sentido social; por último, el camino que guía al corazón de una política pública (¿de gobierno?, ¿de Estado?), cuyos relieves comienzan con Sarmiento y siguen con una ley, un presupuesto, una oficina burocrática, un Boletín especializado y, por fin, se diluyen en una crisis económica, una serie de evaluaciones parciales y una sucesión de medidas desencontradas. Los entresijos producidos por esos cruzamientos pueden expresarse en una serie de interrogantes: ¿cómo se articularon las diferentes intervenciones sociales, culturales y políticas que propiciaron el extraordinario crecimiento de las bibliotecas populares? ¿Cómo se entrelazaron las pretensiones políticas y culturales de la Comisión Protectora y las apropiaciones singulares de las diversas comunidades de lectores que se hicieron cargo de organizar las bibliotecas? ¿Qué vínculos mantuvieron ambas partes en relación a la preponderante figura de Sarmiento? ¿Qué factores sociales, culturales y políticos movilizaron a los lectores a reunirse y constituir una biblioteca popular? ¿Qué lazos construyeron con otras asociaciones de la sociedad civil, tales como los clubes sociales o las agrupaciones ligadas a la instrucción popular? ¿Cómo se gestó, a partir de las sugerencias técnicas oficiales y de las experiencias transmitidas por los lectores en el Boletín, el andar cotidiano de las bibliotecas? ¿Qué horizonte de lectura propiciaron estas organizaciones? ¿Qué tipo de espacio público y de sociabilidad lectora dinamizaron las bibliotecas? ¿Qué elementos sociales, culturales y políticos, en sus mutuas relaciones y dependencias, predispusieron la progresiva crisis de las bibliotecas populares formadas entre 1870 y 1875? ¿Qué 24 aspectos de orden interno, como la renovación dirigencial, la capacidad de atraer nuevos lectores y las posibilidades de constituir vínculos sólidos de sociabilidad, limitaron la estabilidad de estas organizaciones? Finalmente, ¿de qué manera las transformaciones en las políticas públicas ligadas a las bibliotecas populares y las reconfiguraciones en el campo de la lectura condicionaron el desarrollo de las organizaciones fundadas en el inicio de la década de 1870? Dos tesis para un proyecto de indagación En agosto de 2012 presenté la tesis de maestría Libros, lectores y lecturas: las bibliotecas populares en la Argentina entre 1870 y 1876, que fue defendida con éxito en diciembre de ese mismo año. En la introducción a este trabajo puede leerse un apartado denominado “Una tesis para otra tesis”, donde sintéticamente se explica que la indagación constituía el primer tramo de un trayecto más extenso hacia la culminación de una tesis de doctorado. Esta segmentación heurística estaba facilitada, en cierta medida, por la marcada diferencia entre los períodos de referencia: constitución y expansión (1870-1876), y crisis (1876-1890). Asimismo, el hecho de someter el escrito a un tribunal formal de evaluación representaba una manera de sellar una etapa y recoger el guante de las críticas. A poco más de dos años de esta apuesta la obra está concluida. De aquél estudio de maestría se conservan los cinco capítulos originales. Algunos de ellos fueron modificados (I, III y IV) y otros permanecieron casi intactos (II y V). Pese a la distancia y la experiencia ganada durante este interregno temporal, en lo sustancial sigo sosteniendo lo dicho. Los capítulos VI, VII y VIII no sólo se refieren a los sucesos posteriores a la derogación la ley hasta 1890; también incluyen una revisión constante del momento fundacional, pues en definitiva allí se encuentra el germen de toda la historia de las bibliotecas populares en la Argentina. La tesis comienza con el capítulo “Introducción a una política de la lectura: las bibliotecas populares entre 1870 y 1876”. Retomando aportes precedentes, se comienza con un estudio del proyecto de Sarmiento sobre las bibliotecas populares desde sus primeras ideas hasta la cristalización de la Ley 419. Luego se analizan los vínculos entre el poder creativo de la sociedad civil y la capacidad de articulación del 25 Estado que dicha legislación se propuso desarrollar. Finalmente, se examina la contextura burocrática mediante la cual se encaminó esta política, focalizando la atención en la Comisión Protectora de las Bibliotecas Populares, en las cualidades singulares del Boletín y en los resultados obtenidos entre 1870 y 1876. De manera general, esta sección ofrece las coordenadas necesarias para localizar los capítulos posteriores. “Historias de fundación: la Comisión, el Boletín, los lectores y las bibliotecas populares” muestra concretamente cómo se inició la relación sugerida precedentemente. A partir de un examen que se inspira en el estudio de Robert Darnton sobre los lectores de Rousseau, el capítulo muestra de qué manera la Comisión buscó insistentemente a los posibles interesados en la organización de una biblioteca popular y cómo fueron las respuestas que recibió. En ese intercambio se perciben las características del público lector de las bibliotecas populares, así como también la consistencia institucional que poco a poco adquirieron estos establecimientos. De allí que el pasaje final de la sección está dedicado al análisis de la trama asociativa en la que se inscribieron estas entidades y a los estatutos que las ordenaron. Fundar una biblioteca no era más que el paso inicial en la vida de una institución especializada en seleccionar, ordenar y ofrecer libros. Por ello, “Hacer las reglas del hacer: concepciones y rutinas en los reglamentos de las bibliotecas populares y otros documentos” ofrece un estudio sobre el modo en que la Comisión y las bibliotecas renovaron el incipiente campo bibliotecológico nacional. La innovación propuesta desde este ámbito tiene una faz conceptual, identificada con la noción de un acceso amplio y democráticoa la lectura, y otra operativa, vinculada al desarrollo del préstamo de libros a domicilio. Estas dos caras son inseparables en la perspectiva de trabajo que se fomentó desde el Boletín, a la vez que indisociables de un horizonte imaginario de la lectura que tiene por objeto al libro público como compañía en los espacios privados. La primera parte de la tesis, “Constitución y expansión de las bibliotecas populares (1870-1876)”, concluye con dos capítulos dedicados a la lectura y los libros. En “Las representaciones de la lectura en voz alta y las prácticas de representación” se analizan las diversas significaciones que los lectores y la Comisión le concedieron a los 26 encuentros de lectura. A partir del reconocimiento exhaustivo de esas valoraciones, se examina la singularidad del caso en el contexto de las funciones conferidas a este tipo de reuniones en la constitución de la sociabilidad moderna y la formación de los espacios públicos. Finalmente, “Un horizonte de lo legible: catálogos, libros y lectura en la formación de las colecciones de las bibliotecas populares” procura estudiar el mecanismo mediante el cual las asociaciones seleccionaron y obtuvieron sus libros, así como también el modo en que el procedimiento original se cambió hacia mediados de 1874 por un sistema restrictivo. En el juego de oposiciones generado por la medida, se evalúan las posiciones asumidas por la Comisión, los lectores y Sarmiento. La segunda parte, “Crisis y resignificación de las bibliotecas populares (1876- 1890)”, se inaugura con el capítulo “¿Qué fue de las bibliotecas organizadas bajo la presidencia de Sarmiento?, dedicado al análisis pormenorizado de los elementos que produjeron el cierre de la mayor parte de las entidades organizadas hasta 1876. El camino se inicia con una evaluación de los resultados producidos por la ley 419. El punto de partida es clave, pues ningún trabajo hasta la actualidad ha descripto con exhaustividad los factores de la crisis bibliotecaria teniendo a la mano una valoración de los desarrollos que le dieron origen a estas instituciones. Consolidado este pasaje, el texto continúa con una cartografía detallada de la situación de las bibliotecas a través de los diagnósticos realizados por diversos agentes gubernamentales (ministros, secretarios, inspectores, educadores) hasta el Censo nacional de 1895. Los últimos dos capítulos, “Gestionar cosas, administrar sentidos. Las bibliotecas populares y sus lectores en un campo de la lectura en transformación (1870-1890)” y “Lectoras, autoras y bibliotecarias: presencias y ausencias de las mujeres en las bibliotecas populares (1870-1890)”, continúa el prolífico diálogo entre las circunstancias que le dieron origen a las bibliotecas y los acontecimientos y los discursos producidos con posterioridad. En estos segmentos el acento deja de estar en la mirada de los funcionarios estatales —aunque su presencia siempre se mantiene— y pasa a colocarse en las evoluciones de las propias bibliotecas, de sus lectores y sus lectoras. En lo fundamental estos dos tramos forman parte de una misma indagación que procura asir las transformaciones y permanencias en los sistemas de organización y significación de las bibliotecas en el paso de la década de 1870 a la de 1880, 27 relacionando la dinámica interior de estos establecimientos con los cambios más significativos ocurridos en el campo de la lectura. En las conclusiones se retoman las constataciones establecidas en cada uno de los capítulos, procurado brindar a partir de su reunión una interpretación global de la historia de las bibliotecas populares entre 1870 y 1890. 28 29 Primera Parte: constitución y expansión de las bibliotecas populares (1870-1876) 30 31 Capítulo I Introducción a una política de la lectura: las bibliotecas populares entre 1870 y 18764 El presente capítulo propone una introducción a las condiciones conceptuales y materiales sobre las cuales comenzaron a expandirse las bibliotecas populares en la Argentina durante los primeros años de la década de 1870. El propósito precedente obliga a recorrer, en primer lugar, la concepción de Sarmiento sobre las bibliotecas populares —en diferentes versiones y matices—, puesto que su conocimiento en el área y la preponderancia política de su figura son elementos decisivos en la forma definitiva que adquieren las bibliotecas populares en Argentina. De manera paralela al desenvolvimiento de este tema, se trabajan las relaciones entre sociedad civil y Estado en la propuesta bibliotecaria sarmientina, para luego explorar de forma directa el dispositivo legal e institucional adoptado en el país hacia 1870. Una vez identificada la medida como una política de la lectura, se examina de modo general las responsabilidades establecidas para la oficina a cargo de su gestión: la Comisión Protectora de las Bibliotecas Populares; y de manera específica, la forma en que esta entidad construyó un saber especializado en torno a sus funciones. Itinerarios: las elaboraciones de Sarmiento En 1938 la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares preparó la edición de Páginas selectas de Sarmiento sobre bibliotecas populares, un libro que compila la producción bibliográfica del sanjuanino sobre la temática. Juan Pablo Echagüe, a cargo de la obra, ubicó en primer lugar un artículo publicado en El Mercurio de Chile en 1841,5 con el título de “Espíritu de asociación”. Echagüe no se equivocó en la elección. 4 Una versión preliminar de este capítulo se publicó bajo el título: “Las bibliotecas populares en la Argentina entre 1870 y 1875. La construcción de una política bibliotecaria” (Planas, 2014b). 5 Sin pretender ahondar en los acontecimientos históricos y biográficos ocurridos entre 1841 y 1855, nos interesa destacar el exilio que Sarmiento atravesó en Chile. El autor vivió durante este período entre dos escenarios (Barba y Mayo, 1997). En Chile, el régimen portaliano instaurado hacia la tercera década del siglo XIX había asegurado la estabilidad política mediante la rápida monopolización del poder coercitivo. El inicio del decenio presidido por Bulnes en 1840 abrió un etapa de crecimiento cultural y político en el que se renovaron los cruces entre los sectores liberales y conservadores (Subercaseaux, 2000). En Argentina, las luchas facciosas que dominaron el plano político en los años que siguieron a la independencia habían culminado con el ascenso de Rosas al poder. Luego de un inicio promisorio para la política y la cultura, los sectores liberales de oposición —reconocidos hoy como la Generación del 37— se vieron forzados a dispersarse por diversas ciudades de América Latina, desde donde comenzaron a elaborar simultáneamente, pero no de modo articulado, un programa para la organización del Estado y 32 Este trabajo es un temprano testimonio de la relevancia que tenía para el autor la iniciativa asociativa para la lectura. Concretamente, el texto recuerda las historias que Benjamín Franklin detalló en Autobiografía, una obra cuya influencia literaria en Sarmiento es conocida (Altamirano y Sarlo, 1997), aunque menos explorada desde un punto de vista bibliotecológico.6 En Autobiografía toda la experiencia bibliotecaria de Franklin parece iniciarse en la asociación de lectura “La Cábala”. Es aquí donde reconoce haber comenzado a crecer intelectual y socialmente. Esta agrupación, a la manera de los salones y los clubes que proliferaronentre los siglos XVIII y XIX en Europa y América Latina (Habermas, 1990 [1962]; Guerra y Lempérière, 1998), constituía un terreno fértil para la discusión literaria y política, pero también un espacio de relaciones amistosas. Prácticamente todas las intervenciones públicas descriptas en la obra están precedidas por alguna consideración sobre su tratamiento crítico en este ámbito. La consulta bibliográfica practicada de forma sistemática en estos debates es aquello que, según el autor, le sugirió la idea de armar una biblioteca por asociación con los libros de cada uno de los miembros. Franklin pensaba que mediante un sistema de este tipo era posible formar sin mayor costo una colección que favoreciera los intercambios y multiplicara las oportunidades de lectura de todos los integrantes. La experiencia, sin embargo, no funcionó como esperaba para el grupo de amigos; pero del mismo episodio surgieron consecuencias inesperadas: Tuve, entonces, mi primera iniciativa pública: la de formar una biblioteca por suscriptores. Bosquejé los propósitos que perseguíamos, nuestro gran escribano, Brockden, les dio forma, y con ayuda de mis amigos y de ‘La Cábala’, conseguimos 50 suscriptores, cuya contribución inicial fue de 40 chelines cada uno, y una contribución ulterior de diez chelines anuales (…). Más tarde obtuvimos una cédula para aumentar hasta cien el número de los miembros: esta fue la madre de todas las bibliotecas de Norteamérica, mediante suscripciones que han llegado a ser tan populares (...). Estas bibliotecas han contribuido a mejorar el grado de cultura general de los norteamericanos, afinando su conversación, logrando que las gentes comunes de la ciudad y del campo, como los comerciantes y los agricultores, lleguen a ser tan ilustrados como la mayoría de los caballeros de otros países, y tal vez también contribuyeron de alguna manera a integrar la la consolidación de la nación (Halperín Donghi, 1982). En este marco, los textos de Sarmiento sobre las bibliotecas populares pendulan, como otros escritos del autor, entre la realidad en la que vive y trabaja, y aquella que le es distante y que desea transformar. 6 La obra de Franklin ya había inspirado ideas bibliotecarias en Mariano Moreno, uno de los principales gestores de la Biblioteca Pública de Buenos Aires. Al respecto, puede consultarse la biografía que escribió su hermano Manuel, Vida y memoria de Mariano Moreno (1968 [1812]), y la reciente lectura que Horacio González brindó sobre esta influencia en Historia de la Biblioteca Nacional. Estado de una polémica (2010, especialmente páginas 24-28). 33 resistencia colectiva de las colonias para hacer valer sus derechos (Franklin, 1963 [1791]. pp. 97-98). Lo que aquí interesa subrayar, por encima de las fuentes de inspiración del impresor de Filadelfia o del desarrollo bibliotecario y cultural ulterior en Estados Unidos, es el modo en que este documento forma parte esencial de las primeras referencias conceptuales de Sarmiento sobre las bibliotecas. En “Espíritu de asociación” esa vitalidad solidaria es retomada para estimular a la parte letrada de la sociedad de Valparaíso a contribuir con el progreso social, sin esperar la intervención del Estado. El texto en sí constituye una verdadera apología de los beneficios comunitarios del asociacionismo, cuyos alcances se consignan en todos los órdenes de la vida cotidiana. Y así como en Autobiografía se aprecia que la iniciativa privada antecede a la acción de las autoridades en ámbitos tan diferentes como la formación de un cuerpo de bomberos o la constitución de una academia de estudio, así también Sarmiento recomienda allanar los problemas públicos haciendo hincapié en este sistema de gestión. El paso de los años no alteró la consideración de Sarmiento hacia Franklin como modelo de referencia para las bibliotecas, a quién recordará con admiración en su última conferencia sobre el tema (“Lectura sobre Bibliotecas Populares”, 1883). En lo fundamental, nuestro autor percibió en Autobiografía una manera practicable y económica de ampliar los límites sociales de acceso al libro. Pero ese acento en la iniciativa privada que se observa en “Espíritu de asociación” quedará algo relegado en el pensamiento y en la tarea de Sarmiento desde el momento en que comienza a ocupar cargos públicos en el área de educación en Chile. Durante estos años, además de sus conocidos trabajos sobre la escuela y los métodos de enseñanza, publica una serie de ensayos sobre el libro, la imprenta, las bibliotecas y la lectura.7 En estos estudios se advierte la progresiva formación de una concepción dual sobre el libro, 7 Por ejemplo, “Publicación de libros en Chile”, El Mercurio, Valparaíso, 10 de junio de 1841; “Legislación sobre imprenta como industria”, El Progreso. Santiago de Chile, 16, 19 y 20 de noviembre de 1844; “Nuestro pecado los folletines”, El Progreso. Santiago de Chile, 30 de agosto de 1845; “Apéndice de imprenta”. La Crónica. Santiago de Chile, 4 de febrero 1849a; “Biblioteca Americana”, La Crónica, Santiago de Chile, 16 de diciembre de 1849b; “Las Novelas”, El Nacional, Santiago de Chile, 14 de abril de 1856. Estos texto se pueden consultar en la edición de Obras Completas de Luz del Día (tomos, 1, 2, 10, 12, 45). 34 integrada por una dimensión simbólica, cuyo valor se precisa en términos sociales y culturales, y una faz material, que comprende el conjunto de reglas y prácticas que determinan la producción y la circulación de los objetos (Subercaseaux, 2000). En esta perspectiva, se vuelve cada vez más importante el papel del Estado como instancia de distribución de esos bienes culturales. En este contexto la idea de Sarmiento sobre las bibliotecas populares ya no se circunscribía a la estimulante lectura de la obra de Franklin, aunque ciertamente mantenía parte de su esencia. En los primeros años de la década de 1850 había consolidado una posición y un proyecto en la materia a partir del estudio riguroso de la experiencia norteamericana, encontrando en la obra educativa y política de Horace Mann un modelo factible. En un artículo aparecido en El Monitor de las Escuelas Primarias (“Bibliotecas Locales”, 1853a), Sarmiento analizaba las observaciones del Consejo de Instrucción de Massachusetts para indicar la manera en que la biblioteca era el ámbito propicio, pero ante todo necesario, para brindar continuidad al proceso educativo inicial. “¿De qué sirve enseñar a leer a nuestros niños, si no se les proporcionan facilidades para adquirir libros?” (Sarmiento, 1853a). Esta era la conclusión que el autor toma del informe como fundamento pedagógico sobre el que se articula la relación entre la escuela y la biblioteca. Y si bien es claro que educar siempre fue más urgente que instruir (Batticuore, 2005; Eujanián, 1999; Tedesco, 2009 [1986]),8 no por ello dejó de percibir en esta segunda instancia una prolongación imprescindible del ciclo formativo básico. En este sentido, las bibliotecas son presentadas insistentemente en sus primeros escritos como aquello que brinda sustento material al fomento de la lectura, asegurando con ello la perdurabilidad de lo aprendido en el aula. Por lo tanto, el desarrollo de estas instituciones no debía quedar librado a las tentativas individuales, a la lógica del azar. El Estado era el responsable de asumir la tarea mediante un sistema de administración general. Una concepción como la precedente propiciaba la apertura de un serio interrogante sobre las posibilidades reales de concreción. Una respuesta ambiciosa se hubiera enfocado en la constitución de una red de bibliotecas financiadas8 Sintéticamente, puede considerarse que en Sarmiento educar es una etapa formativa básica y esencial para iniciar un proceso de modernización cultural, mientras que instruir es una instancia de refinamiento y sofisticación. 35 completamente por las arcas públicas. Pero una solución de este tipo era impensable en pleno proceso de institución del Estado nacional en general (Ansaldi y Moreno, 1996; Halperín Donghi, 1982; Rock, 2006), y de las estructuras y los diseños educativos en particular (Cucuzza, 2002; Weinberg, 1984, Puiggrós, 1991, 2006 [1994]). Sarmiento comprendió que bajo estas circunstancias el sistema de bibliotecas a implementarse tendría que combinar el esfuerzo público y la iniciativa privada, tal como propiciaba la legislación norteamericana de aquel entonces. Copiar un modelo de organización extranjero era usual en el período de referencia, aunque los resultados de estas adaptaciones eran difíciles de prever en áreas sensibles a las diferencias socioculturales existentes con el país de origen.9 Sin embargo, el autor siempre se mostró convencido de haber encontrado en aquel sistema legal el modo más económico, operativo y practicable de favorecer el desenvolvimiento de las bibliotecas. Tomando como referencia un informe del propio Mann, describía de este modo la evolución de la normativa neoyorkina para el fomento bibliotecario: Cuando la legislatura de Nueva York dictó la ley de creación de bibliotecas locales en 1835, encontró indiferente al público, y los distritos autorizados para costearlas no dieron un solo paso con el fin de llevar a cabo la ley. En 1838 la legislatura ordenó se distribuyesen cincuenta y cinco mil pesos anuales a los distritos que pusiesen de su parte una suma igual a la que les cupiese en el reparto, a fin de que ambas fuesen destinadas a comprar libros. Este estimulante puesto por el Estado a la apatía del público, tuvo el éxito más cumplido, y debía sólo concederse por el término de tres años, pero la ley de 1839 se extendió a cinco; hasta que en otra de 1843, se hizo perpetua la asignación... (Sarmiento, 1853b).10 Sarmiento encontraba dos buenas razones para sostener un proyecto de sustentación análogo. En primer lugar, un mecanismo de subvención como el descripto en la cita aliviaba la carga del Estado en términos de inversiones financieras y estructurales. De otro modo, se hubiera requerido montar una oficina que atendiera la planificación conceptual, la coordinación estratégica y el control de la red de bibliotecas, sumado al presupuesto para la compra y la distribución de los libros, la 9 Para el caso francés, Chartier y Hebrard (1994) definen tres aspectos que dificultaron la adopción del sistema bibliotecario norteamericano durante la Tercera República: por un lado, una marcada carencia de fundaciones filantrópicas y mecenazgo privados; por otro, una población mayoritariamente rural; finalmente, una tradición bibliotecológica arraigada al concepto de biblioteca-archivo, es decir: una institución que privilegia la conservación del material antes que su circulación. 10 Las dos partes del artículo “Bibliotecas locales” que venimos mencionando toman pasajes e informaciones —a veces de modo literal— proporcionadas por Mann en un texto titulado “Bibliotecas escolares de distrito”. A 20 años del uso que le dio Sarmiento en 1853, el trabajo fue traducido y publicado en el primer número del Boletín (1872, p. 53-86). 36 disposición de edificios, la designación del personal y el pago de los sueldos. Pero al recostar el sistema sobre la acción de las asociaciones civiles, el gasto público quedaba reducido a la cuota subsidiaria y a los costos generados por la administración y el seguimiento de los fondos. De esta manera, la responsabilidad de organizar y sostener una biblioteca recaía directamente en los habitantes de cada pueblo, eximiendo de estos asuntos a los organismos a cargo de la instrucción pública. En segundo término, el autor conocía la potencialidad del movimiento asociacionista que tenía lugar en Hispanoamérica (Sabato, 2008), pues de otra manera hubiera sido inocuo sugerir un dispositivo bibliotecario semejante. Asimismo, el trazado de este diagrama organizativo constituía en sí una forma efectiva de alentar el progreso de las asociaciones. Se sabe que para los jóvenes de la Generación argentina del ‘37 la formación de estos vínculos comunitarios era fundamental en la construcción del tejido social moderno. En estas relaciones no sólo encontraban los elementos esenciales para el desarrollo de la civilidad; también en ellas veían representados los valores e ideales que pretendían para la nación en ciernes (Di Stefano, 2002; González Bernaldo, 2008 [1999]). A partir de Caseros el fenómeno asociativo adquirió una renovada fisonomía y, si bien los gobiernos de las décadas de la Organización Nacional propiciaron desde el Estado la creación de estos lazos, el impulso principal provenía desde la sociedad. La “explosión asociativa” de la segunda mitad del siglo XIX se manifestó primeramente y con vigor en Buenos Aires y los grandes centros urbanos, pero paulatinamente ganó terreno en las pequeñas y medianas poblaciones del interior del país. Esta proliferación cuantitativa de las entidades sociales estuvo acompañada por una multiplicación cualitativa de las actividades y los fines que motivaron las reuniones: sociedades mutuales y culturales, compañías de beneficencia y filantropía, asociaciones étnicas y de inmigrantes, grupos religiosos, políticos, profesionales y económicos, clubes sociales y recreativos, y finalmente, una larga serie de efímeros comités de fiestas, conmemoraciones y agasajos. Hilda Sabato (2002, 2008) resume las características principales de estas asociaciones en cuatro puntos. Primero, la práctica asociativa se produjo en diversos sectores sociales y culturales. Segundo, la composición social de estas entidades reunía gente proveniente de distintos segmentos, aunque ciertamente la mayor voluntad asociativa se ubicaba en los niveles medios, en los que además había un claro predomino masculino. Tercero, 37 las sociedades sustentaban sus formas de participación y de gobierno en mecanismos eminentemente democráticos. Esta condición, sin embargo, no impedía la cristalización de jerarquías, que por otro lado eran necesarias para la conducción y la supervivencia de la organización. Por último, las asociaciones funcionaban como espacios compartidos de intereses manifiestos, pero también como ámbitos donde se cultivaban las identidades y los sentimientos de pertenencia, a la vez que se producía un aprendizaje implícito de las pautas relacionales de la sociabilidad moderna. En suma, lo que puede percibirse a partir de este crecimiento es la conformación de una sociedad civil relativamente autónoma y sin duda más potente. En ese marco, las bibliotecas populares —en el modo en que Sarmiento se propuso desarrollarlas— se constituyeron como una política de la lectura cuyo fundamento se arraigó a la vez que reforzó los procesos de construcción y consolidación del Estado, por una parte, y de expansión de la sociedad civil, por otra. En esta doble inscripción, las bibliotecas populares tienen un objetivo claramente definido, que podría sintetizarse del siguiente modo: alentar la creencia en el valor de la lectura mediante la generación de recintos donde los lectores tuvieran acceso a los libros y al contacto de unos con otros. Por lo tanto, las bibliotecas constituyeron espacios formales de socialización donde los individuos se familiarizaron con las normas de convivencia social en general y, en particular, con aquellas que corresponden al orden letrado. El modo en que se configuró el perfil definitivo de estos establecimientos dependió de una muy variada gama de aspectos, como el
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