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Hamilakis_Y_2015_Arqueologia_y_los_Senti

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YANNIS HAMILAKIS
ARQUEOLOGÍA 
Y LOS SENTIDOS
EXPERIENCIA, MEMORIA Y AFECTO
Traducción de:
Nekbet Corpas Cívicos
JAS Arqueología Editorial
Todos los derechos reservados. El contenido de 
esta obra está protegido por Ley. Queda totalmente 
prohibida cualquier forma de reproducción de la 
misma, sin consentimiento expreso del editor. Si 
necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de 
esta obra diríjase al Editor www.jasarqueologia.es
Publicado originalmente en inglés: © Cambridge University Press 2013
Primera Edición española, julio de 2015
© De la edición: 
JAS Arqueología S.L.U. 
Plaza de Mondariz, 6 
28029 - Madrid 
www.jasarqueologia.es
Edición: Jaime Almansa Sánchez 
Traducción: Nekbet Corpas Cívicos 
Corrección: David Andrés Castillo 
Agradecimiento especial a: Cristobal Gnecco, Sandra Lozano y Almudena Hernando
© Del texto: 
Yannis Hamilakis
Imagen de cubierta: Camp Stool Fresco (Knossos) - Museo de Heraclión
ISBN: 978-84-942110-8-9 (papel)
Depósito Legal: M-24793-2015
Imprime: Service Point 
www.servicepoint.es
Impreso y hecho en España - Printed and made in Spain
ARQUEOLOGÍA
Y LOS SENTIDOS
EXPERIENCIA, MEMORIA Y AFECTO
YANNIS HAMILAKIS
Στην κυρία Νίκη, και στη θεία Ριρίκα
A la Sra Niki (mi profesora de Primaria), y a la tía Ririka
ÍNDICE
Prefacio i
1. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido 1
2. Modernidad occidental, arqueología y los sentidos 21
3. Recapturando la experiencia sensorial y afectiva 73
4. Sentidos, materialidad, tiempo. Una nueva ontología 139
5. Necropolíticas sensoriales. Los Mnemopaisajes 
mortuorios de la Edad del Bronce cretense
161
6. ¿Por qué ‘Palacios’? Sentidos, memoria y el fenómeno 
palacial en la Edad del Bronce de Creta
199
7. De la corporalidad a la sensorialidad, de los objetos 
a los flujos
235
Notas 251
Bibliografía 259
Índice de términos 303
ÍNDICE DE FIGURAS
Figura 1. El viñetista Steven Appleby explica la 
‘Arqueología del Aire’ 5
Figura 2. ‘No tocar el mármol’ 59
Figura 3. La Acrópolis de Atenas, hoy 90
Figura 4. La fachada del Nuevo Museo de la Acrópolis 
en Atenas 91
Figura 5. Un antiguo bloque de piedra con graffitis del 
siglo XX 150
Figura 6. Un fragmento de arquitectura clásica del 
Erecteion con una inscripción Otomana 151
Figura 7. Mapa de Creta con la localización de los sitios 
mencionados 166
Figura 8. La principal tumba de tholos (A) de Kamilari 167
Figura 9. El cementerio de Agia Photia 173
Figura 10. Una tumba del cementerio de Agia Photia 174
Figura 11. Una sección de la tumba 218 en el cementerio 
de Agia Photia 174
Figura 12. Tholos Gamma en Archanes 185
Figura 13. Plano del tholos A en Agia Triada 186
Figura 14. Plano del tholos de Kaminospelio 188
Figura 15. Plano del tholos de Lebena Yerokambos II 189
Figura 16. Plano del tholos de Lebena Yerokambos II: 
detalle 189
Figura 17. Plano esquemático del ‘Palacio Viejo’ de 
Knossos 202
Figura 18. Plano esquemático del ‘Palacio Nuevo’ de 
Knossos 203
Figura 19. Depósito de banquete en Nopigeia 217
Figura 20. Plano del palacio de Knossos 226
Figura 21. Parte del ‘Fresco de la Procesión’ 228
Figura 22. Reconstrucción en papel del ‘Fresco de la 
Procesión’ de Mark Cameron 228
Figura 23. El Patio Oeste de Knossos 229
Figura 24. Reconstrucción en papel del ‘Fresco de la 
Gran Escalera’ por Mark Cameron 231
Figura 25. Palacio de Knossos: la ‘Gran Escalera’ 231
Figura 26. Memorial a los veteranos de Vietnam de 
Maya Lin en Washington DC 236
i
PREFACIO
¿Cuándo comienzan los proyectos de libro y cuándo se completan? 
Difícil de decir. Siento haber estado «escribiendo» este libro durante 
toda mi vida adulta, como si todo lo que he hecho, tanto en el mundo 
académico como fuera de él, fuera un intento de encontrar las palabras 
para expresar y representar la conexión entre la vida, la experiencia 
y los sentidos corporales. Si este fuera realmente el caso, entonces 
necesitaría otro libro sólo para agradecer a todas las personas que 
han contribuido a este: colegas, estudiantes, amigos, interlocutores 
etnográficos, familiares, amantes. Pero este libro también tuvo un 
comienzo formal, que fue el momento, hace en torno a una década, 
en que envié una propuesta de libro a Cambridge University Press, 
animado por Richard Bradley. Es por eso que tengo una inmensa 
deuda de gratitud con él y con el personal de la editorial (incluyendo el 
ex editor de arqueología, Simon Whitmore); ellos aceptaron el desafío 
de este proyecto en un momento en el que los sentidos no eran el tema 
de moda que es ahora y esperaron pacientemente a que lo completara. 
Los revisores anónimos de la editorial aportaron comentarios muy 
constructivos, ayudando a darle al libro su forma final y mi actual 
editora, Beatrice Rehl, junto con su equipo (especialmente Anastasia 
Graf) han apoyado y facilitado este proyecto de todos los modos 
posibles. Luane Hutchinson ha sido una correctora excelente y amable, 
y Vasko Demou trabajó diligentemente en el índice.
He dado clases sobre este tema en multitud de ocasiones y en 
varias universidades de todo el mundo. Mis anfitriones y mi audiencia 
escuchaban detenidamente, a veces escépticos, otras entusiasmados, 
pero siempre ofreciendo comentarios constructivos y útiles. 
Durante los últimos momentos de escritura del libro, el público, de 
ii ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
las universidades de Columbia y Binghamton, escuchó partes de 
él, gracias a mis anfitriones, buenos amigos y colegas: Brian Boyd y 
Zoe Crossland en Columbia, y Ruth van Dyke, Randall McGuire 
y Josh Reno en Binghamton. En una ocasión anterior, en marzo de 
2010, Jo Day me invitó a dar la charla inaugural de la inspiradora 
conferencia que organizó en Carbondale, Illinois, «Making Senses of 
the Past», evento que ofreció un gran estímulo sensorial y pensamiento 
encarnado, además de convertirse en un libro igualmente estimulante.
Otros colegas leyeron partes del libro y compartieron generosamente 
sus impresiones: Constance von Ruden y David Sutton merecen mención 
especial. Constance compartió conmigo su profundo conocimiento 
sobre pinturas murales y su experiencia arqueológica, ayudando a la 
vez con algunas de las ilustraciones. Varios colegas especializados en 
el Egeo han discutido conmigo muchas cuestiones relacionadas con 
el libro a lo largo de los años, dándome además acceso a multitud de 
materiales en prensa o sin publicar. Entre ellos, John Bennet, Keith 
Branigan, Cyprian Broodbank, Despina Catapoti, Jan Driessen, Paul 
Halstead, Nicoletta Momiglianno, Yiannis Papadatos y Isle Schoep. 
Maria Andreadaki-Vlazaki me dio la oportunidad de trabajar con 
mis estudiantes en el yacimiento de Nopigeia, que dio forma a mis 
ideas sobre deposición y memoria sensorial. Nadia Seremetakis y con 
David Sutton (de nuevo) han sido una fuente constante de inspiración 
sobre la memoria material y los sentidos. Andy Jones coorganizó 
conmigo un encuentro en Southampton sobre sentidos corporales y 
memoria, ocasión memorable para todos los involucrados. Andrew 
Sherratt ayudó a darle forma a mis ideas sobre los aspectos sensoriales 
de la comida y Susan Sherratt ha sido una coautora y colaboradora 
inspiradora en otros proyectos relacionados.
Fotis Ifantidis ha sido y es el más maravilloso colaborador en 
nuestros proyectos foto-etnográficos y sensoriales, algunos de cuyos 
resultados se vierten en este libro. Eleni Tzirtzilaki hizo un hueco 
para hablarme sobre el río Iridanos, la plaza Monastiraki en Antenas 
y el poder afectivo del agua en movimiento. Mark Pluciennik y Sarah 
Tarlow coorganizaron conmigo la memorable conferencia de 1998 en 
iiiPrefacio
Lampeter «Thinking Through the Body», donde presenté por primera 
vez mi arqueología sensorial. Le debo un especial agradecimiento a Paul 
Rainbird, que ha apoyado este proyecto desde el comienzo, ofreciendo 
consejo en todas las cosas, grandes y pequeñas, hasta el último minuto. 
Su cuidada, inestimable y duradera amistad, y su humor, mantuvieron 
mis esfuerzos e hicieron quetoda esta empresa haya merecido la pena. 
Eleonora Vratskidou me alertó sobre el pensamiento sensorial de 
Herder y escuchó algunas de las ideas de este libro, ofreciendo valiosos 
comentarios. 
Mis compañeros de la Universidad de Southampton se ocuparon 
de mi carga administrativa mientras estuve ausente para preparar 
este libro. Tanto ellos como mis estudiantes escucharon mis ideas y 
ayudaron más de lo que pueden imaginar. Los estudiantes de doctorado 
han compartido sus pensamientos e ideas conmigo y yo he aprendido 
de ellos tanto como espero que ellos hayan aprendido de mí: Ioanna 
Antoniadou, Vasko Demou, Kerry Harris, Brittany Hill, Dimitra 
Mylona, Nota Pantzou, Kostas Papadopoulos, Helen Stefanopoulos, 
Eleni Stefanou, Vasilis Tsamis, Vasilis Varouhakis y Nicolas Zorzin. Mis 
estudiantes, que cursaron durante años mis cursos de «Arqueología y 
antropología de la comida» y «Arqueología de los sentidos», merecen 
especial mención.
Varias instituciones han financiado mi investigación, lo que me ha 
permitido trabajar en este libro. Parte de él fue escrito en Los Ángeles, 
durante mi estancia investigadora en el Getty Research Institute (2005-
2006), pero la mayor parte del libro fue revisado y completado en 
Princeton, mientras fui miembro de la School of Historical Studies, 
Institute of Advanced Studies (IAS) en el curso 2012-2013. Doy gracias 
al profesorado del Instituto (y en especial a Angelos Chaniotis) por 
concederme esta oportunidad única. Los bibliotecarios fueron 
fabulosos y mis colegas supieron crear y sostener un fértil ambiente 
intelectual. Heinrich von Staden discutió conmigo varios aspectos de 
su trabajo, con su característica generosidad, franqueza y amabilidad. 
El personal del Instituto, incluido el de la cocina, se aseguró de nutrir 
nuestros pensamientos y reflexiones de forma multisensorial. En el 
iv ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
IAS debo agradecer también a María Mercedes Tuya su cuidado y 
trabajo con algunas de las ilustraciones, y a Butch, quien limpiaba mi 
oficina, por nuestras valiosas charlas tras esos largos y agotadores días 
de trabajo.
La British School at Athens (y su archivera Amalia Kakkisis), Steven 
Appleby, Phil Betancourt, Keith Branigan, Luca Girella, Fotis Ifantidis, 
Sandy MacGillivray, Wolf-Dietrich Niemeier, Yiannis Papadatos y 
Peter Warren, han tenido la amabilidad de permitirme reproducir sus 
imágenes. Pequeñas partes de este libro han aparecido o están a punto 
de aparecer en varios volúmenes (todos ellos citados en la Bibliografía) 
y sus editores merecen un agradecimiento por sus comentarios y su 
consejo editorial: Peter van Dommelen, Tim Insoll, Bernard Knapp, 
Yiannis Papadatos y Maria Relaki.
1
1.
DEMOLIENDO EL MUSEO DE 
LOS SENTIDOS SIN SENTIDO
Una de las expresiones que se quedó grabada en mi cabeza 
durante mi niñez en la Grecia de los años 70 fue el término 
despectivo para denominar a personas severas, que no muestran 
afecto ni consideración por los sentimientos de los demás, egoístas, 
egocéntricas. Ese término es anaisthitos, que puede traducirse como 
insensible, una traducción que no agota la riqueza interpretativa de la 
palabra original. Etimológicamente, el sentido original de la palabra 
es de importancia en este libro. La palabra griega se utiliza con un 
sentido metafórico y describe, literalmente, a una persona que ha 
perdido sus sentidos (sin ser consciente de ello) debido a un accidente. 
En este contexto, la palabra evoca a una persona que no tiene sentidos 
(aisthiseis, en griego antiguo y moderno), que no se relaciona con los 
demás a través de sus capacidades sensoriales. Estrictamente, esto es 
imposible, pero pone de manifiesto la importancia fundamental de 
los sentidos en la socialización humana y la conexión crucial entre los 
sentidos corporales y la interacción emotiva y afectiva. De este modo, 
implica que una persona incapaz de una comunicación sensorialmente 
afectiva, es en cierto modo una persona discapacitada.
Decir que los sentidos corporales son fundamentales para 
una experiencia social plena parece una obviedad, pero rara vez 
reflexionamos seriamente sobre lo que esto significa. Algunos 
antropólogos (p. ej. Feldman 1994; véanse también otros artículos en 
Seremetakis 1994a) han asegurado que muchos occidentales viven 
2 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
hoy en lo que puede ser descrito como un estado de anestesia cultural. 
Así es como Feldman (1994) define esta condición: «el destierro de 
las presencias sensoriales y los agentes desconcertantes, discordantes 
y anárquicos que socavan la normalización y, a menudo, las premisas 
silenciosas de la vida cotidiana» (89). En efecto, este es un estado en el 
que el mundo material, otras personas, el espacio, el tiempo y la historia 
se experimentan en una forma corporal fuertemente controlada, 
donde el sentido afectivo de la experiencia sensorial está muy acotado; 
donde una aparente visión autónoma adquiere primacía; y donde otras 
modalidades sensoriales se permiten sólo en determinados contextos, 
canalizadas para producir determinadas experiencias, normalmente 
relacionadas con el mercado y la mercantilización capitalista.
A pesar de su validez histórica y su fuerza interpretativa, esta 
hipótesis es, por supuesto, generalizadora y no está exenta de una 
exageración deliberada. La tesis de la ‘anestesia cultural’ puede verse 
como una expresión del anhelo por volver a un originario y mítico 
Imperio de los Sentidos, donde la interacción corporal sensual fuese 
completamente libre y no estuviera regulada. A menudo se asume, 
especialmente en los escritos populares, que los sentidos corporales son 
naturales, preculturales, el camino real a un estado prístino del ser y la 
conciencia. «Ponerse en contacto con nuestros sentidos», como aboga 
especialmente el espiritualismo New Age, se ve como una forma de curar 
todos los problemas de la humanidad. Al mismo tiempo, el dominio 
de una economía sensorial-experimental está ganando terreno para el 
beneficio y el capital en esta modernidad tardía; la mercantilización de 
la experiencia sensorial es omnipresente hoy en día. 
Como se verá en este libro, no hay nada de precultural en los 
sentidos corporales. Siempre ha habido tensión entre el anárquico y 
confuso mundo de los sentidos (y la memoria corporal y sensorial), y 
los intentos de varios grupos y personas, habitualmente motivados por 
la política, de regular y canalizar la experiencia sensorial, normalmente 
usando la cultura material y el espacio físico construido. Además, 
como mostraré en el capítulo 3, la primacía de una visión autónoma y 
la reglamentación y regulación de la experiencia sensorial han sufrido 
31. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido
el desafío, especialmente en el siglo XX, de una serie de fuerzas y 
procesos, aunque con resultados dispares.
Feldman y otros autores similares son conscientes de estos temas, 
y han dado con una clave muy importante. Han identificado una 
característica definitoria de algunas tendencias dominantes de la 
modernidad occidental: un distintivo régimen sensorial-afectivo con 
claras consecuencias políticas y sociales. El conductor que experimenta 
el espacio urbano, los suburbios o el campo desde el aire acondicionado 
de su coche, se aísla de la desregulada y enmarañada realidad sensorial 
del lugar: el calor y el frío, los olores y los sonidos que conforman 
experiencias y lugares. A la vez, sin embargo, ese conductor es inmune 
a la realidad social y política de la gente en las calles, autobuses y trenes, 
gente que en ocasiones no puede permitirse un coche o que por diversas 
razones prefiere usar la bicicleta o el transporte público. En la mayoría 
de ciudades americanas, por ejemplo, son los pobres y las minorías 
étnicas los que viven la realidad sensorial de las calles, el autobús o 
el tren, en contraposición a la anestesia sensorial (o mejor dicho, al 
férreamente controlado aparato sensorial) del vehículo privado con aire 
acondicionado. Clase, raza,género y etnicidad están profundamente 
inmersos en regímenes sensoriales característicos, como se mostrará 
en este libro. Por mencionar otro ejemplo, la mayoría de occidentales 
actuales experimentan la guerra y el conflicto contemporáneos desde 
la televisión o las pantallas de sus ordenadores, por supuesto siempre 
desde imágenes y sonidos previamente higienizados y permitidos por 
los dueños de los medios de comunicación occidentales. La guerra, sin 
embargo, representa para sus víctimas violencia corporal y dolor, la 
visión de cuerpos mutilados y ensangrentados, el olor a orina y heces 
(resultado del miedo y la desesperación), la peste a muerte y cuerpos 
en descomposición. Esa es la verdadera experiencia de la guerra y, sin 
embargo, es percibida por muchos occidentales a través de la lente 
polvorienta de la anestesia cultural. Lo mismo se puede decir incluso 
de algunos militares, capaces de ordenar ataques en países a miles 
de kilómetros de distancia, con vehículos no tripulados (los famosos 
drones). La guerra entonces se asemeja a un juego de ordenador 
sensorialmente higienizado (cf. Baudrillard 1995).
4 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
Este régimen se localiza en la modernidad occidental capitalista 
(definida aquí como la condición social, política y material dominante 
en Occidente desde la Edad Media), y en este libro intentaré ubicar esta 
condición sensorial en el contexto de su contingencia histórica, desde 
los procesos económicos y políticos a los modos de representación 
que se desearon y finalmente establecieron dentro de este proceso. 
Pero, como ya se ha apuntado en varias ocasiones, es un error ver 
la modernidad como un régimen único, monolítico y general sin 
alternativas. Existen muchas modernidades, incluso en Occidente y, 
como mostraré, existen contextos en el Occidente moderno que han 
producido marcos sensoriales alternativos. Igualmente, ha habido 
intentos teórico-filosóficos de crítica sobre el régimen dominante y, por 
supuesto, existen varios contextos sociales, pasados y presentes, fuera 
de la modernidad occidental, en los que realidades e interacciones alter-
modernas y multisensoriales son la norma. Estos mundos sensoriales 
alternativos, en la modernidad y fuera de ella, así como la idea social 
que socava la anestesia cultural del Occidente moderno, serán algunas 
de las ideas que guíen este esfuerzo.
Este es un libro sobre arqueología y los sentidos corporales1. No es 
una exploración del desarrollo de diferentes modalidades sensoriales 
como el título podría indicar. Algunas secciones de este libro se 
aventurarán en una digresión histórica, pero el principal objetivo 
del libro es explorar cómo la arqueología, como elemento específico 
de la modernidad occidental, ha tratado los sentidos corporales 
hasta ahora y, lo que es más importante, cómo algunas arqueologías 
reconfiguradas, contra-modernas (o mejor, alter-modernas), pueden 
redimir y devolver las formas experienciales y multisensoriales de 
relacionarse con el mundo. Más allá, como apunta el subtítulo del libro, 
ninguna discusión de los sentidos puede hacer otra cosa que explorar 
los componentes que permiten acontecer la experiencia sensorial. He 
decidido destacar dos de esos componentes en el subtítulo: memoria 
y afecto (sociales). Otros componentes clave en esta exploración serán 
las nociones de las cosas y las materias, y la noción de flujos: flujos 
de sustancias, estímulos sensoriales, memorias, interacciones afectivas 
51. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido
e ideas. En vez de aventurarme en la naturaleza cultural y orgánica 
de las modalidades sensoriales individuales, este libro destacará la 
condición de sensorialidad como activada y estructurada (material e 
inmaterialmente) por la fluidez y la afectividad.
Figura 1. El viñetista Steven Appleby explica la ‘Arqueología del Aire’: una 
indicación de la desconfianza del público hacia la posibilidad de recuperar 
fenómenos sensoriales pasados (cortesía del artista)
Para muchos, la arqueología de los sentidos parece una contradicción 
de términos: los sentidos corporales, dicen, son efímeros, intangibles, 
etéreos. ¿Cómo podemos por tanto localizar la evidencia material, 
concreta, de las interacciones sensoriales entre las personas que vivieron 
antes que nosotros? Esta creencia de sentido común es ilustrada por 
el caricaturista Steven Appleby, en su sátira de la (imposibilidad de 
la) arqueología del sonido (Figura 1). Espero que este libro convenza 
al lector de lo contrario. La arqueología trata fundamentalmente 
de la materialidad y el tiempo. Explora la presencia material y lo 
concreto, las cualidades formales específicas de los seres y las cosas 
(incluyendo el espacio), y sus vidas sociales y culturales, así como sus 
significados en diversas temporalidades. Estas cualidades formales y 
físicas del mundo son las propiedades sobre las que descansan nuestras 
interacciones sensoriales: la suavidad o la aspereza de las superficies, 
las cualidades amplificadoras del sonido de las casas u otros espacios, 
los efectos olorosos de las plantas y de otras sustancias. La arqueología 
6 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
de los sentidos es, por lo tanto, factible en términos muy tangibles. 
Es más, el campo de la arqueología, teniendo un acceso primario a 
la materialidad del mundo, está en una posición privilegiada para 
explorar los ámbitos sensoriales y para contribuir inmensamente a una 
discusión más amplia sobre la experiencia sensorial y sus efectos de 
poder social. No solo los regímenes sensoriales dominantes cambian, 
también hay modos sensoriales múltiples, en ocasiones conflictivos, de 
interacción en cualquier contexto específico, produciendo a menudo 
choques sensoriales. Entonces, al igual que el cambio histórico, y 
quizás de manera más importante, la arqueología puede explorar 
esa diversidad y multiplicidad sensorial. En cuanto al tiempo, la 
arqueología puede investigar los distintos regímenes sensoriales en 
varias configuraciones temporales. Evito deliberadamente utilizar 
aquí las expresiones habituales de cambios a largo y medio plazo en 
el tiempo ya que, como mostraré, la visión del tiempo que este libro 
suscribe no es el tiempo lineal, acumulativo del evolucionismo social, 
ni la long durée de Braudel y de otros historiadores asociados con la 
Escuela de los Anales. Es más bien el tiempo social y experiencial que 
reconoce las temporalidades múltiples que coexisten en forma física 
en el mundo que nos rodea. Se trata de una visión bergsoniana de la 
duración y la multitemporalidad (Bergson 1991/1908) que explicaré 
en detalle en el Capítulo 4. 
La arqueología, como la conocemos y la practicamos hoy en día en 
Occidente, es un campo conectado intrínsecamente con la modernidad 
y, como tal, está fundada en la epistemología de la evidencia; acepta 
sólo las reclamaciones para las que puede presentarse evidencia 
concreta y física. He mencionado más arriba, y mostraré a lo largo de 
este libro, que el campo sensorial, estando como está enterrado en la 
materia, ha dejado muchos vestigios de evidencias materiales. Pero, 
reflexionemos sobre esta noción de evidencia por un momento. La 
palabra misma revela su genealogía en el campo de la visión videre 
(ver, en latín), implicando por consiguiente que solo la prueba concreta 
que puede ser vista es admisible en los «juzgados» de la arqueología. 
Pero, ¿qué evidencia necesitamos para saber que personas en otros 
71. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido
contextos (geográfica o temporalmente distantes de los nuestros) 
percibieron superficies, texturas, olores y gustos, y sintieron placer, 
dolor y tristeza, como nosotros? Obviamente, no trato de insinuar 
aquí que toda la gente en todos los contextos experimentó eventos 
sensuales y emociones de la misma manera, ni suscribo una visión 
irreflexiva, precultural y homogeneizadora del cuerpo humano y de 
los sentidos corporales. Sin embargo, la obsesión por la evidencia de 
la arqueologíaestá arraigada en una tesis que es éticamente (así como 
epistemológicamente) insostenible: una tesis que rechaza reconocer 
las habilidades sensuales y afectivas del otro. 
Por consiguiente, la arqueología ha producido hasta la fecha, 
principalmente, personas que son anaisthitoi —personas no sólo sin 
caras (por evocar la memorable frase de Ruth Tringham, 1991), sino 
también sin cuerpos con capacidades sensuales o sensoriales. Cierto, 
no podemos decir, por ejemplo, si la superficie suave o áspera de un 
recipiente fue sentida al tacto igual por un ser humano en tiempos 
neolíticos como la siente un investigador o un visitante en un museo 
hoy en día; y en cierto modo, no importa que no podamos. Pero es 
importante que en el mismo contexto, algunos recipientes tengan 
superficies suaves y otros ásperas, y que podamos decir que el efecto 
sensorial habría sido diferente. También es relevante explorar cómo los 
contenidos de este recipiente, sea comida, bebida u otras sustancias, 
produjeron efectos sensoriales característicos y permitieron que 
surgieran condiciones de convivialidad y afectividad. La detección de 
estas posibilidades sensoriales y afectivas diversas, y sus significados 
sociales y efectos políticos, experimentados por gente diferente, 
distintos géneros, de otros grupos sociales, es una tarea clave para la 
arqueología de los sentidos. 
La arqueología de los sentidos como proyecto adquiere importancia 
y actualidad adicional, mucho más allá de los confines de la disciplina, 
por una razón más. La interacción sensorial con el mundo material 
es un modo experiencial clave para la generación y la activación 
de la memoria corporal. Me refiero aquí a «social» como opuesto a 
la memoria individual cognitivista, y a las prácticas, experiencias, 
8 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
rituales y representaciones que producen y personifican, voluntaria 
o involuntariamente, el recordar y olvidar (cf. Connerton 1989). El 
trabajo de la memoria (cf. Cole 1998) depende de los sentidos, y los 
sentidos dependen de la materialidad y el carácter físico del mundo. En 
otras palabras, los sentidos son la manera en la materialidad produce el 
recuerdo y la memoria. 
Una manera de situar este libro dentro de un campo más amplio 
es mirando a la arqueología del cuerpo, su contexto intelectual más 
cercano. La arqueología ha tardado en incorporar al cuerpo humano 
y a los sentidos corporales como temas centrales de investigación. 
Los primeros relatos se centraron en las representaciones del cuerpo, 
visto como valores estéticos abstractos o como narrativas simplistas. 
Los discursos de la «Nueva Arqueología» se encargaron del medio 
ambiente, la subsistencia y los asuntos tecno-económicos, produciendo 
por tanto una imagen del cuerpo y de los sentidos similar a la de 
artefactos mecánicos de producción y consumo. Las aproximaciones 
posprocesuales reenfocaron la atención en los significados contextuales, 
pero el paradigma representacionista continuó siendo dominante. Bajo 
la influencia de lo que se llamó el giro lingüístico, el pasado fue visto 
como un texto que puede ser leído. El paradigma textual fue sometido 
a escrutinio y crítica por aproximaciones interpretativas posteriores 
y la reciente ola de explicaciones fenomenológicas ha redirigido la 
atención hacia el cuerpo humano. 
En años recientes, haciéndose eco de los desarrollos en otros 
campos, la arqueología del cuerpo está emergiendo como un campo 
nuevo, dinámico y apasionante. Varias reuniones, sesiones de 
conferencias y artículos sostuvieron y nutrieron este interés (p .ej. Borić 
y Robb 2008; Fisher and DePaolo Loren 2003; Hamilakis 1998,1999a; 
Hamilakis y Sherrat 2012; Hamilakis, Pluciennik y Tarlow 2002; Joyce 
1998, 2005; Kus 1992; Meskell 1996; Meskell y Joyce 2003; Montserrat 
1998; Rautman 2000; Stutz Nilsson 2003; Tarlow 2011, 2012; Thomas 
2000; Treherne 1995; T. Yates 1993). Se está haciendo cada vez más 
claro, sin embargo, que dentro de este subcampo más amplio existe 
aún la tendencia a centrarse en ciertos temas, principalmente las 
91. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido
representaciones corporales y sus significados, metáforas corporales 
y nociones de individualidad y personalidad, a menudo a expensas de 
la experiencia sensorial y corpórea (cf. Joyce 2005). No es accidental 
que el primer relato con entidad de libro sobre el cuerpo humano 
(Rautman 2000) se titule «Leyendo el cuerpo» (Reading the Body). 
Por supuesto, las representaciones corporales son materiales y son 
percibidas e implementadas corpóreamente. Estos estudios son 
valiosos y meritorios, pero el elemento experiencial todavía está 
a menudo minimizado. Por ejemplo, mientras que el volumen de 
Reading the Body contiene algunos estudios de antropología física que 
podrían haber sido empleados como punto de partida para investigar 
las experiencias corporales, estas no son integradas dentro del marco 
general de corporalidad y experiencia sensual. La arqueología del 
cuerpo es todavía en su mayoría representacional más que experiencial. 
Además las aproximaciones fenomenológicas que han contribuido sin 
duda a poner en primer plano la experiencia corporal no parece que 
hayan roto sus lazos con el paradigma lingüístico y discursivo, y están 
centradas en gran medida (con algunas excepciones recientes), en la 
visión y la vista tratadas como una experiencia sensorial individual y 
autónoma, a expensas de la memoria sensorial yde otras modalidades 
sensoriales y experiencias. 
Asimismo, la interacción sensorial con el mundo es mucho más 
amplia y no implica necesariamente representaciones de cuerpos, 
visuales o textuales. Aquello que falta a menudo en estos valiosos y 
fascinantes debates son las interacciones auditivas, olfativas y táctiles 
con las cosas y los materiales —los sabores, los olores y los sonidos, 
cuyos residuos son a menudo mucho menos glamurosos pero, sin 
embargo, materiales y accesibles. Más recientemente, la arqueología 
sensorial y experiencial ha comenzado a hacer algunas contribuciones 
importantes. Las aproximaciones fenomenológicas anteriores, 
especialmente aquellas vinculadas con los estudios de paisaje, a 
pesar de su énfasis en la visión autónoma, han allanado el camino 
(p. ej. Tilley 1994; véase el Capítulo 3) y estudios más recientes han 
intentado rectificar algunos de los defectos fenomenológicos iniciales 
10 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
con un éxito desigual (p. ej. Tilley 2004a; y para críticas Brück 2005; 
Johnson 2012). Pero la arqueología de la experiencia sensorial está 
todavía en su infancia y hace frente a grandes desafíos. Como también 
mostraré, muchos de estos intentos sensoriales todavía operan dentro 
del paradigma históricamente específico de los cinco sentidos y estos 
raramente conectan la sensorialidad con la afectividad. 
Este libro trata de reorientar el pensamiento arqueológico hacia 
el estudio de la experiencia sensorial y la condición de sensorialidad 
en general; hacia la intimidad y la inmediatez, más que hacia 
estructuras abstractas y esquemas, ‘eternos’ y ‘esenciales’, para 
aprehender «la textura y la piel del día a día» (Harrison 2000: 501). Por 
consiguiente, el objetivo de este libro no es promover otro subcampo 
—el de la «arqueología de los sentidos» (el cual puede resultar en 
la marginalización de esta aproximación)— sino trabajar hacia un 
nuevo marco (o, por ponerlo más claramente, un nuevo paradigma) 
que podría ayudarnos a repensar la genealogía de la disciplina, e 
inevitablemente, a reexaminar nuestras preguntas de investigación 
y nuestros procedimientos metodológicos. Este marco podría ser 
relevante para cualquier subcampo arqueológico, desde la arqueología 
medioambiental y la arqueología de la comida, a las arqueologías de la 
tecnología, de la religión o el ‘ritual’. En cierto modo, este es un libro 
posteorético. Después de todo, etimológicamente, la palabra griega 
theoria está relacionada con el sentido de la vista, así como con la 
contemplacióny el reflejo. Curiosamente, el término acabó significando 
únicamente contemplación, privando por tanto al concepto de sus 
rutas sensoriales en tanto que oculares. Este libro es, por ello, de algún 
modo ‘posteórico’ en el sentido de que aboga por la celebración de lo 
concreto y lo empírico, y de los modos multisensoriales de estar en y 
prestar atención al mundo.
Sugiero en este libro que existe una paradoja fundamental en el 
corazón de la arqueología de la modernidad por un lado, debido a su 
específica genealogía e historia, ha sido construida como un mecanismo 
de la modernidad que depende fundamentalmente del sentido 
de la visión autónoma e incorpórea. Por otro lado, tal actitud está 
111. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido
constantemente socavada por la intensa interacción física y corporal 
con las cosas y el medio ambiente. Es esta tensión la que proporciona 
una brecha para la exploración que intento llevar a cabo en este libro. 
Esta visión histórica de la arqueología, así como un conocimiento y 
una apreciación de las propiedades sensuales de la materia y las cosas, 
junto con un creciente número de trabajos en filosofía, antropología, 
historia, geografía humana y teoría social, podría ayudar a desarrollar 
una arqueología multisensorial y restaurar la visión como un modo 
perceptivo íntimamente entrelazado y enredado con todos los otros 
sentidos en una manera experiencial y sinestésica2 más que como un 
campo autónomo. Tal esfuerzo no es una mera cuestión de rectificar 
el equilibrio, de insertar otras modalidades sensoriales en un campo 
principalmente visual. Es más bien un proyecto de derivar un nuevo 
entendimiento (el cual engendrará también una nueva práctica) del 
enredo entre la materialidad y la acción sensorial y sensual humana y 
la experiencia. Inevitablemente, esto es también un proyecto político, 
no sólo al traer al primer plano regímenes sensoriales marginalizados 
y arqueologías altermodernas, no sólo por demoler lo que Feldman 
(1994) ha llamado el «vasto y secreto museo de la ausencia histórica y 
sensorial» (104), sino también por permitir, a través de la exploración 
de la diversidad sensorial pasada y presente, la formación de 
nuevas comunidades transcorporales. Estas serán gobernadas por 
interacciones afectivas sinceras y abiertas que pueden responder ante la 
jerarquía sensorial y la individualización impuesta por los regímenes 
corporales dominantes en la modernidad occidental. 
Mientras que la experiencia sensorial está ligada a procesos 
neurofisiológicos (comunes a todos los seres humanos), una 
aproximación biológica universalista de los sentidos es rechazada aquí 
en favor de un entendimiento dependiente del contexto, histórico y 
cultural, del fenómeno. Contrario a intentos previos y a pesar de la 
inmensa fascinación pública que han generado (p. ej. Ackerman 
1995/1990), no puede haber una historia natural de los sentidos. La 
experiencia sensorial es universal e intercultural, pero la definición 
y la comprensión significativa de las modalidades e interacciones 
sensoriales dependen del contexto así como de la clase, el género, la edad 
12 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
y otros atributos. El reconocimiento y la aceptación del poder afectivo 
de la sensorialidad no solo enriquecerán nuestras historias sobre el 
pasado, alterarán totalmente la manera en la que experimentamos, 
transformamos y somos transformados por la materialidad presente 
y pasada. Más específicamente, esta aproximación puede abrir 
horizontes interpretativos innovadores mediante la reflexión a través 
de temas como la percepción corporal y la experiencia, la memoria 
y su funcionamiento, y el poder como un proceso personificado 
y biopolítico. Además, un cambio paradigmático basado en la 
sensorialidad puede constituir una manera fructífera de escapar de 
una serie de dicotomías inherentes en la empresa arqueológica desde 
sus orígenes, tales como cuerpo frente a mente, sujeto y objeto, ciencia 
y cultura y teoría y práctica. 
Inevitablemente, una arqueología inspirada en la sensorialidad 
tendrá que comenzar con un proyecto de investigación de genealogía 
doble: la exploración de cómo la arqueología convencional y oficial, 
como un mecanismo fundamentalmente visual de la modernidad 
occidental, ha dado forma a ideas, metodologías y técnicas hasta 
el presente; y la excavación de la propia prehistoria sensorial del 
investigador, las maneras por las cuales nuestros campos sensoriales 
y nuestras biografías definen nuestra interacción con el mundo, 
incluyendo nuestras excursiones arqueológicas. Esta investigación 
genealógica nos permitirá por consiguiente hacer uso de nuestros 
propios cuerpos como herramientas primarias en la comprensión 
de las relaciones entre los sentidos corporales, la materialidad y la 
memoria, no simplemente en el sentido convencional del uso de la 
entusiasta observación arqueológica (una técnica orientada por la 
vista), sino en un esfuerzo por reflexionar en nuestras experiencias 
mnemónicas y su reconstrucción a través de los sentidos corporales. 
No hay percepción que no esté llena de recuerdos, como ya notó 
Herni Bergson (1991/1908), una frase sobre la que regresaré a 
lo largo de este libro. Mi percepción experiencial del mundo, 
incluyendo la arqueología, está moldeada por mis propias memorias 
corporales y sensuales; el desciframiento de mi propia estratigrafía 
131. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido
sensual informará por lo tanto a mis intentos reflexivos, que estarán 
dispersos a lo largo del libro. En lugar de comenzarlo con un largo 
y reflexivo excurso, iré intercalando algunas anécdotas genealógicas, 
mientras emergen, repentina e inesperadamente, casi en una manera 
involuntaria, durante mi exploración aparentemente académica. Estas 
anécdotas autobiográficas estarán separadas del resto del libro, siendo 
presentadas en una fuente cursiva. Progresivamente, sin embargo, 
mezclaré éstas con la narrativa académica más convencional: tengo 
la convicción de que toda la escritura académica debería volverse 
evocadora, mezclando discursos eruditos con relatos mnemónicos y 
autobiográficos. 
Como punto de partida será suficiente decir que, como hombre 
blanco en los cuarenta, mi personalidad sensorial y personificada fue 
moldeada por mi educación en Grecia, participando con ello en diversas 
modernidades mediterráneas (cf. Chambers 2007), siendo el resultado 
de múltiples y a menudo diversos materiales tanto desde el punto de 
vista ético religioso y cultural, como de los pasados históricos, táctiles, 
olfativos, auditivos y culinarios: el legado otomano, la imaginación 
nacional y homogeneizante helénica, la tradición cristiana ortodoxa 
(incienso, cantos litúrgicos, la eucaristía), los referentes culturales 
todavía palpables de otros pasados, desde el veneciano al italiano, los 
recuerdos materiales diversos y omnipresentes que abarcan desde las 
antigüedades ‘minoicas’ a la II Guerra Mundial y la Guerra Civil griega, 
y sus ecos hasta el presente. Igualmente, he pasado la mayor parte de 
mi vida adulta en países occidentales, fuera de Grecia, principalmente 
el Reino Unido y los Estados Unidos, lo cual me ha forzado a estar 
constantemente alerta ante la diversidad de modos sensoriales dentro 
de Occidente y a actuar prácticamente como un etnógrafo de hecho, 
siendo un infiltrado-forastero y un participante ‘observador’ de los 
contextos en los que me he sumergido. Y algo más, que es esencial 
para comprender la perspectiva adoptada en este libro: a diferencia de 
la mayoría/el resto de arqueólogos que se han aproximado al tema de 
los sentidos corporales, no entro en la discusión sobre los sentidos a 
través del estudio de las representaciones corporales (pinturas murales, 
14 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
figuras o estatuas), ni del estudio de los paisajes y los monumentos 
megalíticos, por muy importantes que estas categorías de datos puedan 
ser. Fui dirigido a la experiencia sensorial y surelevancia afectiva a 
través del estudio de las prácticas de consumo de alimentos y de los 
eventos de comensalidad, en otras palabras, a través de prácticas 
sociales de incorporación, y lo que el canon dominante occidental 
había llamado los ‘bajos’ sentidos del gusto y del olfato. En cuanto 
a mis encuentros arqueológicos hasta la fecha, además del trabajo 
arqueológico convencional, he llevado a cabo trabajo etnográfico 
sistemático, así como investigación archivística y exploración de 
la constitución política y social de la arqueología en sus diversas 
configuraciones. Los lectores serán capaces de percibir y sentir los 
efectos de esta trayectoria característica a lo largo de este libro. 
En lugar de tratar a los sentidos como un dominio estructurado por 
estímulos externos individualizados que son procesados internamente 
por el cuerpo, adopto una aproximación que rechaza el modelo de 
interioridad/exterioridad y trata a los sentidos como constituyentes 
y entes constituidos por un campo unitario: el campo sensorial. La 
percepción sensorial y la experiencia, los materiales, los humanos, 
otros seres sensibles, el medio ambiente en su definición más amplia, 
el tiempo y la memoria social son importantes elementos constitutivos 
de este campo. La unidad de análisis cambia, por consiguiente, de 
la interacción sensorial individual, e incluso el individuo humano, 
hacia la transcorporalidad, el paisaje sensorial. Esta no es una entidad 
estática de análisis sino un esquema relacional, o más bien, siguiendo a 
Lefebvre (1991:117) e Ingold (2010a), una malla que está animada por 
movimientos, flujos, interacciones cinestésicas y sustancias circulantes, 
en otras palabras, por la vida. Se vuelve por tanto obvio que este libro 
depende del pensamiento social y crítico que ha sido producido contra 
los paradigmas dominantes de la modernidad y más específicamente 
en las facetas dentro de las tradiciones filosóficas que priorizan la 
experiencia y la corporalidad, siendo al mismo tiempo críticas de sus 
tendencias a menudo etnocéntricas y de sesgo logocéntrico. Para hacer 
frente a dichos ‘sesgos’, esbozaremos las perspectivas generadas en 
151. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido
diversos campos, desde la antropología hasta la historia del arte y los 
trabajos sobre el cine. Finalmente, una reexaminación en profundidad 
de un contexto arqueológico específico -el de la Edad del Bronce 
cretense- servirá como escenario para probar este esquema alternativo. 
Alguien podría decir que hay algo inherentemente paradójico 
sobre este libro. Trata de comunicar y expresar a través de un texto 
(y algunas imágenes) mundos pasados y presentes que son por 
definición fenómenos que deben ser apreciados y comprendidos 
a través de una interacción multisensorial y cinestésica. Desde esa 
perspectiva, la escritura parece a primera vista sin vida, muerta, 
saneada y aislada. Recuerdo que, en más de una ocasión, el público 
de los seminarios planteó dudas sobre nuestras habilidades para 
evocar mundos sensoriales pasados a través del texto. De hecho, 
puede parecer el caso de que otros campos, como la fotografía 
(véanse Hamilakis, Anagnostopoulos e Ifantidis 2009; Hamilakis e 
Ifantidis 2013) o las representaciones teatrales (véanse Hamilakis 
y Theou 2013; Pearson y Shanks 2001), son más apropiados para la 
exploración de la sensorialidad. Sin embargo, esta incertidumbre y 
preocupación deriva en parte de la suposición comúnmente sostenida 
de que la arqueología de la sensorialidad trata de representar el pasado. 
No obstante este proyecto no es sobre representación sino sobre 
presencia: no intenta representar al pasado, o el presente para el caso, 
sino evocar sus cualidades sensoriales, sus procesos vitales, hacer 
aparecer la interconexión de materiales, cuerpos, cosas y sustancias en 
movimiento, para prender de nuevo su poder afectivo. 
En este sentido, este libro es más sensual y corporal de lo que parece. 
Como todos los amantes de los libros sabrán, los placeres de los libros 
son profundamente físicos; comienzan con el olor de la librería, el taco 
al manejar los objetos y el festival musical de las cubiertas multicolores. 
Estos continúan al manipular y pasar las hojas, el contacto con la 
escritura, la cual está en la interrelación entre la oralidad y la imagen 
(W.J.T. Mitchell 2006) y el deseo por comenzar a leer, que es, evocando 
y parafraseando a Paul Klee (1996: 105), tomar las líneas que prometen 
ser paseos emocionantes y gratificantes. Entonces acontecen placeres 
16 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
del lenguaje escrito en su forma más evocativa, sensual y carnal: el 
hacer aparecer imágenes, sonidos, olores, cuerpos de cosas, cuerpos 
de personas, lugares, movimientos y situaciones. Repentinamente, 
el medio ‘muerto’ pasa a estar completamente despierto y vivo, un 
conducto a través del cual acceder a un entendimiento y una reflexión 
sensorial y sensual. Esto es lo que intentaré hacer en las páginas que 
siguen. 
En cuanto a la organización y la estructura de este libro, después 
de esta breve introducción, el Capítulo 2 representará un ejercicio 
genealógico en la exploración de las raíces de los regímenes sensoriales 
dominantes en la modernidad occidental y su impacto en los sistemas 
de la arqueología de la modernidad. Este ejercicio genealógico, como 
el resto del libro, interconecta las narrativas paralelas de los desarrollos 
sociales y políticos, y las exploraciones académicas sobre el tema, 
haciendo al mismo tiempo una declaración metodológica implícita. 
Muestro que la construcción del sensorio occidental en la modernidad 
está arraigada dentro de los nexos coloniales y nacionales del poder 
y que la ansiedad sobre la naturaleza desordenada y anárquica de los 
sentidos reflejaba la ansiedad y el deseo de domesticar y conquistar 
lugares, personas y tiempos distantes y desgobernados. También 
muestro que, aunque el patrimonio premoderno y filosófico temprano 
produjeron diversas, y a menudo muy interesantes, reflexiones sobre 
los sentidos, los regímenes filosóficos dominantes, especialmente en 
los siglos XVIII y XIX, optaron por una versión saneada y empobrecida 
del pensamiento cartesiano, desprovisto de toda afectividad. El sistema 
arqueológico oficial producido como parte de este régimen se vio 
igualmente empobrecido, a pesar de la naturaleza inherentemente 
física y multisensorial, tanto del trabajo arqueológico como de los 
objetos materiales. La vista y la visión se divorciaron de la experiencia 
multisensorial, y la estética se convirtió en una reflexión abstracta 
sobre el juicio y la belleza. Pero al igual que la modernidad, había y hay 
otras comprensiones de, e interacciones con, la sensorialidad; tanto en 
las arqueologías premodernas, en arqueologías indígenas hoy en día, 
como en variantes de la arqueología modernista. 
171. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido
En el Capítulo 3, narro cómo este régimen dominante fue desafiado 
en el siglo XX por nuevas fuerzas, nuevas tecnologías y nuevas 
ideas. La multisensorialidad tomó el escenario central de nuevo, 
pero fue absorbida por la mercantilización y las fuerzas del capital. 
El pensamiento anticartesiano, el criticismo cultural y los estudios 
antropológicos nos permiten llegar a un nuevo entendimiento de la 
sensorialidad, que prioriza las cualidades experienciales y afectivas de 
las cosas y las sustancias y, más importante y principal, de los flujos 
entre los humanos, los seres no-humanos, las cosas y los entornos 
circundantes. En este capítulo, también reviso los recientes intentos 
hechos en la arqueología de los sentidos, que a pesar de los avances y 
de las valiosas perspectivas que nos ha ofrecido, mostrando al mismo 
tiempo un enorme potencial, parece estar atrapada, más a menudo que 
no, en un esquema establecido por el sensorio occidental y sus cinco 
sentidos, desprovisto de poder afectivo. 
En el Capítulo 4 resumo la discusión precedente y desarrollo un 
esquemade sensorialidad para la arqueología, que puede también ser 
de relevancia para otras disciplinas y para la teoría social en general. 
Sugiero que el foco no debería estar en los sentidos individuales sino 
en el campo de la sensorialidad y en los flujos mnemónicos y afectivos 
que engendra, evitando por tanto la finitud del cuerpo y de las cosas 
como categorías aisladas. Contrarios a nuestra percepción moderna, los 
sentidos son infinitos e incontables y una arqueología de la sensorialidad 
puede de hecho contribuir a la exploración de modalidades sensoriales 
no reconocidas hasta la fecha. En este capítulo, también sugiero que 
varios conceptos de discusiones teóricas recientes, de alguna manera 
modificados y reestructurados, podrían ser de enorme potencial 
para una arqueología de la sensorialidad: conjuntos sensoriales y 
biopolítica/biopoder son dos de esos conceptos. También propongo 
que la arqueología sensorial debería abrazar una nueva perspectiva 
ontológica de la temporalidad, basada en los conceptos bergsonianos 
de la memoria material y la duración. Esta es una ontología de tiempos 
múltiples, coexistentes, engendrada por las propiedades de duración 
y las posibilidades sensoriales de la materia y de las cosas materiales. 
18 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
En los capítulos 5 y 6 desarrollo un caso de estudio extenso y detallado 
basado en los materiales arqueológicos de la Edad del Bronce cretense. 
El Capítulo 5 trata el ámbito funerario y muestra cómo era un ámbito 
en el que la gente era capaz de producir profundidad mnemónica, 
histórica, conexiones familiares genealógicas y asociaciones a través 
de la interacción sensorial con los cuerpos, los huesos y las cosas. 
Era un ámbito trans-corpóreo de necro-políticas sensoriales, llenas 
con tensiones que se expresaron de forma más explícita en los siglos 
posteriores. El Capítulo 6 continúa orgánica y cronológicamente desde 
el Capítulo 5 y vuelve a la cuestión del ‘fenómeno palacial’ del Bronce 
Medio y Tardío. Basándome en la sensorialidad, el emplazamiento y la 
memoria sensorial y corporal, propongo que lo que llamamos palacios 
fueron la celebración y la monumentalización de la historia a largo 
plazo, mnemónica y sensorial. Fueron establecidos en lugares repletos 
con profundidad sensorial y mnemónica, asociados con una ocupación 
a largo plazo y con el patrimonio ancestral, pero también con los 
incontables eventos de comensalidad y consumo ceremonial de bebidas. 
Al mismo tiempo, somos testigos de que en el fenómeno palacial hubo 
intentos no solo de regular y canalizar modalidades e interacciones 
sensoriales, sino también de producir registros mnemónicos en el suelo 
mediante la acumulación y la preservación de los restos de ocasiones 
de comensalidad sensorialmente intensas. En este capítulo, también 
mostraré que incluso la cultura material que asociamos con las bellas 
artes y con la visualidad abstracta, como las pinturas al fresco, fue en 
realidad un soporte para las ocasiones ceremoniales que alcanzaban su 
propósito a través de un proceso de interanimación con humanos en 
interacciones sinestésicas y cinestésicas. 
En el capítulo final (Capítulo 7), resumo los principales puntos 
y argumento a favor de un cambio desde la corporalidad a la 
sensorialidad y desde las cosas a los flujos. Reclamo que tal cambio 
resultará en un proceso ontogénico para la arqueología: llevará a la 
emergencia de una nueva e indisciplinada disciplina que no tratará 
sobre cosas antiguas, sino sobre cosas y seres en general, y sobre los 
múltiples y coexistentes tiempos que personifican y activan a través 
191. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido
de la sensorialidad y la memoria sensorial. Esto será una arqueología 
multitemporal, basada en los flujos sensoriales y afectivos a través de 
los cuerpos, los organismos, las cosas, la atmósfera y el cosmos. Una 
arqueología que estará abierta y apreciará al otro; una arqueología 
que estará preparada para ser ‘movida’ y ‘tocada’ por la trascendencia 
afectiva (y emotiva) del mundo. Esto es, una investigación sobre la vida 
y la interacción con ella.
21
2.
MODERNIDAD OCCIDENTAL, 
ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
…el evento fundamental de la era moderna es la 
conquista del mundo como imagen.
(Heidegger 1977: 134)
FOSAS SÉPTICAS Y LA EXPERIENCIA BURGUESA
El historiador cultural francés Dominique Laporte comienza su 
hermoso, profusamente ilustrado y aterciopeladamente encuadernado 
libro The History of Shit con una discusión sobre un edicto de 1539 
aprobado por el rey francés que trata de regular la gestión de los 
desechos corporales en las ciudades, particularmente en París. La 
gente debería dejar de defecar en las calles y en espacios abiertos y 
públicos en general, declara. Las casas deberían tener sus propios 
espacios privados para tal función:
Artículo 21. Mandamos a todos los propietarios de casas, 
posadas y residencias no equipadas con fosas sépticas que 
instalen éstas inmediatamente, con toda diligencia y sin dilación 
(citado en Laporte 2000: 5).
Laporte asocia este movimiento con un esfuerzo más amplio por 
limpiar y embellecer, que incluía la limpieza del lenguaje francés. De 
manera más importante, él conecta este cambio con la aparición de lo 
individual, las etapas tempranas en el desarrollo de una modernidad 
22 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
capitalista. La acumulación de una riqueza individual y privada, 
explica, fue acompañada con una ‘acumulación’ privada de los 
desechos corporales:
El lugar donde uno ‘hace sus negocios’ es también el lugar donde 
los desechos se acumulan. El distintivo de esta acumulación es 
la individualización de los desechos y su asignación al sujeto-
propietario legal del producto de sus deyecciones. ¡Para cada 
uno su mierda! Proclama una nueva ética del ego decretada por 
el Estado, que da derecho a cada uno de sus súbditos a sentar su 
culo en su propio montón de mierda (Laporte 2000: 46).
La discusión de Laporte traza los estadios tempranos de un 
proceso fundamental en el desarrollo de una percepción y experiencia 
fundamentalmente urbanas y burguesas. Un proceso que está definido 
por un nuevo régimen sensorial. Este capítulo en su primera parte 
trazará algunos de estos desarrollos, mientras que en su segunda parte, 
vinculará estos desarrollos con el surgimiento del sistema arqueológico. 
El objetivo de este capítulo no es producir una historia social de los 
sentidos corporales en los últimos siglos en Occidente, que habría sido 
una labor enorme, sino proporcionar un contexto histórico y social que 
puede explicar cómo la arqueología occidental y moderna desarrolló 
una relación característica y fundamentalmente problemática con la 
experiencia sensorial. 
CLASE, RAZA Y LA CONSTRUCCIÓN DE LOS REGÍMENES 
SENSORIALES DE LA MODERNIDAD
En el ejemplo arriba relatado el sentido del olfato pareció haberse 
convertido en el objetivo de los esfuerzos regulatorios del régimen. Esto 
no es accidental. El olfato, siendo uno de los sentidos más anárquicos, 
se resiste a un control fácil (Urry 2000: 95). Invade espacios y cuerpos 
y, a diferencia de la vista o incluso el oído, no puede ser fácilmente 
bloqueado ya que su órgano principal, la nariz, está conectada con 
la respiración y por tanto con la vida humana. Esto explica en parte 
232. Modernidad occidental, arqueología y los sentidos
por qué, como Bauman (1993: 24) observa, la modernidad occidental 
declaró la guerra a los olores. Sin embargo, la historia del olfato en 
la modernidad es mucho más complicada de lo que parece. Recordé 
tal complejidad recientemente cuando experimenté dos momentos 
reveladores que merecen ser rememorados aquí. 
Fue a mediados de los 90, cuando estaba viajando por el norte de 
Grecia en tren, de vuelta de una excavación. Este fue el periodo cuando 
Grecia estaba experimentado, por primera vez en su historia reciente, una 
gran ola de inmigrantes desde los países balcánicos, fundamentalmente 
desde Albania y Bulgaria. El pequeñoy semivacío tren de dos vagones 
iba cruzando la planicie tesalónica a baja velocidad, y justo cuando se 
aproximaba a la estación local, el maquinista redujo aún más; entonces, 
el maquinista sacó su cabeza a través de la ventana y comprobó la gente 
esperando en el andén. En una o dos ocasiones el tren no paró, aunque 
estaba claro que había pasajeros esperando a subir y habían hecho 
señas al maquinista. La pequeña muchedumbre a la espera protestó 
fuertemente, en vano. Perplejo, pedí una explicación al conductor, sólo 
para recibir en respuesta: «Eran albaneses. Y huelen mal. Y nuestras 
regulaciones establecen que las cosas que apestan, animales u otros, 
deberían ser colocadas en un vagón separado. Y no tenemos tal vagón 
en este momento». El shock que experimenté todavía me acompaña. Los 
pasajeros que estaban esperando fueron etiquetados como ‘albaneses’ 
basándose únicamente en la vista (¿ropas desaliñadas? ¿Señales de 
privación en sus rostros?), fueron deshumanizados y diligentemente 
colocados en la misma caja ontológica que las ‘cosas’ y los ‘animales’.
Diez años después. El escenario no podría haber sido más diferente: 
a la salida de una gran institución artística de Estados Unidos. 
Comencé una conversación con una pudiente y amable mujer blanca 
retirada que estaba trabajando como voluntaria para la institución. 
Ella me comentaba un reality show que había visto recientemente en la 
televisión. Quería describir a una mujer que estaba participando en el 
programa: «Ya sabe, una mujer muy desaliñada, de las que pensaría que 
si realmente la hubiera conocido, habría olido muy mal».
24 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
La alteridad, ya sea en términos de clase, género, raza o etnicidad, es 
definida en parte por el olor (cf. Classen 1993). Esto es especialmente 
así cuando tales olores son encarnados, emanan del cuerpo del otro y 
no son parte del ambiente del espacio ni de un contexto culinario, en 
cuyo caso pueden ser, de algún modo, momentáneamente aceptados o 
incluso comercializados como señales de cosmopolitismo -piénsese en 
la cocina ‘exótica’, por ejemplo- (cf. Ameeriar 2012). Como el segundo 
ejemplo anterior revela, los olores pueden evocar identidad de clase 
y otredad en un sentido mucho más fuerte que la vista: la apariencia 
desaliñada de la mujer en la pantalla del televisor no fue suficiente para 
mi interlocutora para defender su punto de vista. La evocación de su 
asumido mal olor fue esencial para ella. 
La imaginación colonial fue también altamente sensible con 
el olor y los olores corporales. De hecho, el proyecto colonial de la 
Europa occidental de ‘civilizar’ al ‘otro’ no europeo incluía un esfuerzo 
por desodorizar a ese otro. «El Jabón es Civilización» es un eslogan 
temprano de la compañía Unilever, como McClintock (1995: 207) nos 
recuerda, continuando después con el análisis no solo de la historia 
del jabón como mercancía costosa en el siglo XIX, sino también de 
las imágenes publicitarias que acompañan esa historia social. Una o 
dos de ellas son altamente sorprendentes y reveladoras: una imagen 
victoriana muestra a un pequeño niño blanco bañando a un niño 
negro, usando el jabón de la compañía Pear. Al final del baño, el niño 
negro se ha vuelto blanco con excepción de su cara, que continúa negra 
(McClintock 1995: fig. 5.1). Como indica McClintock, la cara de un 
humano es para los victorianos la verdadera expresión de la identidad. 
El hombre blanco puede civilizar a un hombre negro con el jabón, 
pero sólo hasta un punto; en el fondo, el hombre negro, aunque limpio, 
siempre será negro. Otra imagen publicitaria del cambio de siglo y de 
la misma compañía (McClintock 1995, fig. 5.9), muestra a un hombre 
‘aborigen’ con su lanza, de pie sobre las orillas de una tierra distante, 
mientras que al fondo aparece un barco hundiéndose. A los pies del 
hombre aborigen, una caja de madera, que había sido arrastrada 
hacia la orilla, lleva el logo de la compañía (Pears Soap), mientras, el 
252. Modernidad occidental, arqueología y los sentidos
hombre sujeta con asombro el jabón. Toda la imagen lleva el título 
«El Nacimiento de la Civilización: un mensaje desde el mar». Para la 
imaginación colonial, la civilización significa limpieza y el destierro de 
los olores corporales. 
Mientras que los intentos por regular los olores corporales parecen 
comenzar (como se evidencia por la discusión de Laporte) en una fecha 
tan temprana como el siglo XVI, fue mucho más tarde, a finales del 
siglo XVIII y en el siglo XIX cuando estos intentos se volvieron exitosos 
y establecieron un nuevo régimen. Corbin (1996/1986) proporciona el 
análisis más ingenioso e informativo del destino cambiante del olor, un 
relato que es igualmente un tratado fascinante sobre el desarrollo de la 
mentalidad burguesa en Francia, así como en otras partes de Europa. 
De acuerdo con él, la Francia pre-revolucionaria estaba caracterizada 
por la tolerancia olfativa. De hecho, cuanto más fuerte era el olor 
corporal, mejor, ya que significaba potencia y era también visto como 
una protección frente a la enfermedad. Unas pocas décadas antes de 
la Revolución y a lo largo del resto del siglo XVIII y comienzos del 
siglo XIX, las cosas cambiaron drásticamente. La intolerancia olfativa 
se convirtió en un rasgo definitorio del estatus social para las clases 
medias. El fuerte hedor, especialmente en los olores corporales, se 
convirtió en un gran problema y las clases trabajadoras fueron vistas 
como el estrato social del cual emanaba esa pestilencia1. Otros grupos 
que amenazaron el nuevo orden social de las clases medias, desde los 
judíos a las prostitutas, fueron también asociados con la inmundicia y 
un hedor fuerte y maloliente. En aquellos días, antes de la revolución de 
Pasteur, el hedor era visto como la causa de la enfermedad (invirtiendo, 
incluso, actitudes previas), y por consiguiente medicalizando las 
diferencias sociales y de clase. Solo ciertos olores como los ligeros, 
embriagadores y con base vegetal, fueron permitidos y buscados por 
las élites, mientras que cualquier cosa más pesada, incluidos los olores 
derivados de los animales tales como el almizcle, evocaban vulgaridad, 
campesinado y animalidad. El olor del tabaco fue tolerado, en parte 
porque fue considerado como poseedor de propiedades desinfectantes 
y en parte en un gesto reconciliatorio e igualitario hacia hombres y 
26 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
ciertos grupos profesionales tales como soldados y navegantes (Corbin 
1996/1986:149-150). 
Como resultado, se tomaron varias medidas para abordar el 
problema, desde la prohibición del uso de la cama comunal familiar 
(también vistas como una amenaza a la moralidad) hasta intentos de 
ventilación y pasos prácticos para abordar el hacinamiento. Incluso las 
invenciones médicas tales como el estetoscopio, deben su existencia 
a la necesidad de evitar el olor del otro, evitando el contacto corporal 
directo. Estos cambios dramáticos no fueron necesariamente cambios 
de limpieza en la práctica, ni siquiera las clases medias cambiaron sus 
hábitos en relación al baño, por ejemplo, pero se aseguraron de que 
sus ropas estuvieran limpias y frescas. Por consiguiente, estuvieron 
más preocupados por aparentar que por estar limpios (y, por tanto, 
no malolientes), aunque la impregnación de las ropas con olores fue 
también una preocupación seria (Corbin 1996/1986: 158). Corbin 
mostró, por consiguiente, que el fenómeno no puede ser descrito 
simplemente como un actitud social cambiante hacia el olor, sino 
más bien como el uso del olor para definir la identidad de clase y para 
establecer distinciones sociales. Al mismo tiempo, este fenómeno 
supuso una mayor privatización de los encuentros corporales sociales, 
una tendencia que fue mano a mano con el desarrollo de la modernidad 
capitalista (cf. Elias 1994/1939). 
La moralidad y la respetabilidad como valores burgueses clave 
se fundaron también parcialmente sobre el ámbito olfativo. Incluso 
el desarrollo del comportamientonarcisista burgués es debido, de 
acuerdo con Corbin, a la privatización de los olores, ya que la gente 
era capaz de volverse familiar con su propio olor corporal individual 
y, por consiguiente, adquirir un fuerte sentido de la individualidad 
corporal y la identidad. No obstante, Corbin lleva su análisis un paso 
más allá. Desde mediados del siglo XIX en adelante, y ya que los olores 
y particularmente los olores corporales fueron proscritos, la atención 
se tornó a la iluminación. Usando la misma terminología, una 
iluminación pobre fue vista como un problema social a nivel moral y 
de salud, al igual que la contaminación industrial, no tanto por el olor 
272. Modernidad occidental, arqueología y los sentidos
asociado como por la contaminación visual, el oscurecimiento de las 
fachadas y de la atmósfera (cf. Howes y Lalonde 1991). 
La dialéctica entre la vista y el olfato y la creciente devaluación de 
la última a favor de la primera son trazadas por Classen (1993:15-36), 
quien ha investigado este régimen cambiante, tomando el olor de la 
rosa y de las flores en general, durante la modernidad europea, como 
caso de estudio. Mientras que en el siglo XVI, Erasmo escribiría un 
tratado sobre el perfume de la rosa, en los años siguientes la rosa se 
volvería desodorizada. Lo que era importante era su color, no su olor. 
Esta actitud es parte del cambio que estableció una nueva manera de 
mirar al jardín y a la ‘naturaleza’ en general. El jardín, como naturaleza 
domesticada y como naturaleza perfeccionada, era entonces valorado 
por su apariencia y sus ordenadas cualidades, no por los aromas que 
exudaba. Los patrones de alfombras florales que emergieron en Gran 
Bretaña en el siglo XIX son un ejemplo de ello: estos arreglos florales se 
parecían a los motivos textiles, y su función primaria fue proporcionar 
disfrute visual, no un placer olfativo. 
El surgimiento de la mirada autónoma e individualizada se 
completó en el siglo XIX, de acuerdo con Jonathan Crary (1991). Esta 
aproximación altamente idiosincrática pero inspiradora, se centró 
en el desarrollo de instrumentos ópticos del siglo XVI al XIX. Las 
historias convencionales de la vista y de los aparatos representacionales 
proyectan una secuencia larga de desarrollo que comenzó con la 
perspectiva lineal en el siglo XV, continuó con la cámara oscura en 
los siglos XVI y XVII, siguiendo con la invención de la fotografía 
en el siglo XIX y terminó finalmente con la imagen en movimiento 
en el cambio de siglo. Aunque la tesis de Crary parece estar de 
acuerdo con otros trabajos (comentados más arriba) que detectan 
el surgimiento de la experiencia individualizada sensorial al menos 
desde el siglo XVI, él defiende que el desarrollo de la vista y la visión 
sigue una trayectoria más complicada. Su aproximación se centra en 
el desarrollo del observador moderno y su estudio de varios sistemas 
ópticos no es tanto un estudio de tecnología sino un estudio de la 
materialización concreta de los modos perceptivos, visto a través de 
28 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
objetos tales como la cámara oscura y el estereoscopio. En resumen, su 
tesis va como sigue: la cámara oscura encarna un modo de percepción 
visual que es fundamentalmente diferente a lo que vino más tarde 
en el siglo XVIII y especialmente en el XIX (con la fotografía). La 
cámara oscura es un aparato que permite a la luz pasar a través de un 
pequeño agujero en un espacio oscuro, habitación o compartimento. 
Las versiones anteriores fueron suficientemente grandes para permitir 
a una persona entrar y salir fuera de tal espacio. Como resultado de la 
luz arrojada a la habitación oscura, una imagen invertida de un objeto 
exterior queda proyectada sobre la pared del fondo de la habitación. 
El aparato fue usado en parte para ayudar en el dibujo aunque este no 
fue su uso exclusivo, ni siquiera primario. La cámara oscura encarna 
un acto de observación que depende del aparato, a menudo inmóvil, 
del dispositivo. Además, este promulga un sentido de la vista que está 
vinculado con los otros sentidos tales como el del tacto y, aún más 
importante, con el movimiento del cuerpo humano. Finalmente, es 
un dispositivo que no trata necesariamente de producir una imagen 
persistente, una representación que pueda ser replicada y reproducida, 
como es el caso con la fotografía. De acuerdo con Crary, la ruptura 
radical desde esta noción de la vista viene en las primeras décadas del 
siglo XIX, con dispositivos tales como el estereoscopio y la cámara 
lúcida. Estos dispositivos representan un nuevo sentido de la visión que 
está firmemente conectado con el cuerpo del observador, un sentido 
que es mucho más abstracto y divorciado de los otros sentidos y del 
movimiento del cuerpo humano. Esta lógica encontrará su expresión 
más impresionante en la fotografía. 
El origen de la fotografía fue un largo proceso más que un único 
evento (cf. Batchen 1997), pero el anuncio público de la invención del 
daguerrotipo en 1839 fue un momento clave. La llegada del nuevo medio 
constituyó un hito principal en la historia de la visión en Occidente. 
Aunque, como se ha indicado previamente, la lógica perceptiva sobre 
la cual está basada ya existía varias décadas antes, fue la fotografía la 
que se esperaba que tuviese un impacto más importante. Ésta fortaleció 
la noción de la visión autónoma, permitió la diseminación amplia de 
292. Modernidad occidental, arqueología y los sentidos
la imagen mecánicamente reproducida y permitió la experiencia de 
la deterritorialización y la reterritorialización (Deleuze y Guattari 
(1983/1972), diseminando las imágenes de los lugares remotos, las 
personas y los eventos. La fotografía posibilitó la reproducción mecánica 
de los productos visuales, estableciendo por tanto una relación de 
equivalencia. En otras palabras, con la fotografía, la modernidad 
capitalista encontró su dispositivo visual ideal. Las fotografías se 
convirtieron en una forma de pago (Sekula 1981), produciendo una 
nueva forma de economía visual (cf. Poole 1997). Este desarrollo 
coincidió con el establecimiento progresivo de una creciente clase media 
y con la aparición del concepto de tiempo de ocio, del turismo y del 
viaje en masa. La fotografía se convirtió en la técnica por excelencia 
para la gestión de la atención para la modernidad capitalista. Fue un 
arte de cultura asequible (Bourdieu 1996) que podía estar al alcance de 
las clases medias, y vinculaba el sitio fundamentalmente percibido de 
manera visual (la atracción turística, el lugar de belleza natural, el sitio 
arqueológico) con una vista cada vez más autónoma -una vista que, 
aunque hospedada en el cuerpo humano, se había separado de forma 
evidente de otras modalidades sensoriales como el tacto, la sinestesia 
(diferentes sentidos trabajando al unísono) y la cenestesia (la experiencia 
multisensorial de mover el cuerpo). 
El siglo XIX, en consecuencia, se convirtió en el siglo de la visión 
autónoma, especialmente para las clases medias. Para citar a Tony 
Bennett (1995), fue el siglo del «complejo exhibicionista». Produjo 
varios aparatos representacionales, desde la fotografía a los museos, las 
ferias mundiales, las exhibiciones (cf. Preziosi 2003) y, como mostraré 
más abajo, la arqueología profesional de la modernidad. Estas prácticas 
fueron parte de una visión del mundo que estableció un nuevo orden 
moral, social y político donde las nociones de respetabilidad, una clara 
separación entre el espacio público y privado, y los códigos ‘adecuados’ 
de comportamiento y conducta en público fueron de importancia 
primordial. Es la misma lógica que estableció unos ‘modales en la 
mesa’ apropiados como una señal clave del proceso civilizador. Una 
vez la comida se volvió más ampliamente disponible, y su cantidad ya 
30 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
no podía operar como un mecanismo de distinción social, las clases 
sociales medias adoptaron los ‘modales en la mesa’ como un nuevo 
código discriminatorio (Elias 1994/1939).Desde el punto de vista 
de la historia de la experiencia sensorial, este cambio significó que 
comer perdió parte de este valor sensual y experiencial, y se volvió más 
como un teatro, una representación donde uno debería ser consciente 
constantemente de la imagen que proyecta. Tocar la comida con las 
manos fue desterrado como vulgar e incivilizado y así lo fue cualquier 
sentido de expresión abierta de placer sensual derivado de la comida 
y la bebida, o cualquier exceso, indulgencia excesiva o embriaguez. 
Esto fue lo que Pasi Falk (1994) denominó, de alguna manera de forma 
simplista, el cierre del cuerpo humano: que lugar de cierre, fue más 
bien la encarnación de una nueva persona, especialmente para las 
clases medias. 
Los relatos convencionales socio-históricos de estos desarrollos, 
especialmente después de Elias y Foucault, todavía tienden a 
presentarnos una imagen monolítica, como si estas prácticas e 
ideas tuvieran un poderoso efecto que no permite resistencia, ni 
alternativas. Mientras estos modos y prácticas de las clases medias y 
altas han tenido un impacto enorme en las sociedades occidentales en 
general, deberíamos tener muy presentes las modernidades sensuales 
y sensoriales alternativas. Las clases trabajadoras, el campesinado, 
ciertos grupos y gente en los países del sur y sureste europeo, habrían 
experimentado sus vidas e historias de maneras sensoriales diversas. 
Por ejemplo, era de esperar que iba a haber diferencias significativas 
entre el Norte protestante, con su ética de trabajo capitalista, altamente 
austera, y el Sur católico y ortodoxo, que fue también sujeto de varias 
fertilizaciones interculturales, desde las culturas árabes en el sur 
español, a las influencias mediterráneas otomanas y del Este en los 
países europeos del sureste. El olor del incienso quemándose en las 
iglesias de la Europa católica, cristiana y ortodoxa (véase el Capítulo 3) 
bastaría para recordarnos que en la era del «complejo exhibicionista», 
las experiencias multisensoriales eran todavía prominentes en algunas 
partes de Europa (cf. Chambers 2007). 
312. Modernidad occidental, arqueología y los sentidos
Incluso las fotografías que he mostrado previamente, a pesar 
de su uso como producto visual, son también objetos en el sentido 
material y su manipulación habría permitido y engendrado un efecto 
experiencial táctil al tiempo que visual. Como mostraré en el siguiente 
capítulo, todas las cosas pueden operar como prótesis sensoriales 
para el cuerpo humano; lo cual es especialmente así con dispositivos 
tecnológicos como la cámara (cf. Jay 2006). Además, las fotografías son 
huellas materiales mnemónicas de las cosas que se han experimentado 
(Hamilakis et al. 2009). Un trabajo reciente de la historia y la etnografía 
de la fotografía (p. ej. Batchen 2006; Edwards 2009; Edwards y Hart 
2004) ha mostrado que las fotografías fueron tratadas desde temprano 
como objetos materiales que podrían ser reelaborados y manipulados 
de maneras diversas, alcanzando por tanto singularidad y cualidades 
de los productos artesanales; fueron asimismo embellecidas por sus 
propietarios, coleccionistas y las personas a su cargo, quienes las 
adornaron con pelo humano (a menudo de la persona retratada) 
o incluso con plantas aromáticas. Un objeto visual aparentemente 
genérico y mecánicamente reproducible podía, en consecuencia, 
adquirir singularidad, tactilidad y afectividad olfativa (Batchen 2006). 
Además, en el siglo XIX, las fotografías circularon a menudo bajo la 
forma de álbumes fotográficos y su consumo fue por ello más complejo 
que aquellas resultado de una impresión individual. Su visualización 
en secuencia era crucial, ya que producía un sentido de imaginería en 
movimiento y permitía la posibilidad de una narración. La tactilidad 
envuelta en la manipulación del álbum, con sus materiales diversos y 
sus texturas variadas, se suma al sentido de la multisensorialidad. En 
suma, una imagen puede evocar la experiencia multisensorial a través 
de técnicas fotográficas como la escala, la composición pictórica, 
la profundidad y la representación de la textura y el movimiento. 
Habría dependido del fotógrafo el evocar tal afectividad sensorial, por 
supuesto, y sería interesante analizar cuándo, cómo y por qué estas 
técnicas fueron puestas de manifiesto. 
32 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS
LOS SENTIDOS EN EL PENSAMIENTO FILOSÓFICO 
TEMPRANO Y LA TEORÍA SOCIAL: UN BREVE EXCURSO
Ya que mi objetivo en este capítulo es entender las maneras por las 
cuales la arqueología desarrolló un sistema teórico sensorial específico 
y práctico, es esencial una breve discusión acerca de las ideas filosóficas 
sobre los sentidos corporales, sobre todo porque estas ideas moldearon 
la mayor parte de los campos disciplinarios en la materia. Por ejemplo, 
¿de dónde procede la percepción académica y popular dominante en 
la actualidad sobre el sensorio estructurado por los cinco sentidos? 
¿Existe una jerarquía implícita en el sensorio occidental? Y, si es así, 
¿por qué? Se espera que los vínculos entre estas ideas y el desarrollo 
de un cierto régimen sensorial, característicamente eurocéntrico y de 
clases medias como fue resumido arriba, queden patentes.
El pensamiento social occidental normalmente comienza con 
la filosofía antigua griega, y de hecho, es aquí donde se encuentran 
las raíces de muchos de los problemas filosóficos y dicotomías que 
dominan el pensamiento moderno. Las sociedades griegas clásicas 
fueron hedonísticas, especialmente para la gente que disfrutó de 
derechos completos (ciudadanos libres y hombres de la polis). La 
experiencia multisensorial de la realidad fue evidente en todos los 
aspectos de la vida, desde los banquetes y sacrificios hasta la creación 
de trabajos de arte multicolores y las representaciones de música 
y drama. Incluso las estatuas de las deidades fueron ungidas con 
perfumes y ungüentos, haciendo, por tanto, la experiencia corporal 
verdaderamente multisensorial (cf. Marcadé 1969: 98-102). Además, 
los filósofos y pensadores de esa sociedad sostuvieron diversos puntos 
de vista sobre los sentidos corporales. Aquello que consideramos 
ahora el sensorio occidental con sus cinco sentidos (vista, oído, olfato, 
gusto y tacto) fue formulado en etapas tempranas y se estableció una 
jerarquía. Está claro que el número cinco es una pura convención, y 
es principalmente debido a sus connotaciones simbólicas, como es el 
caso de los números tres, siete, doce, etc. (cf. Jütte 2005: 54-55; Vigne 
2009). Pero incluso durante la antigüedad, hubo un debate sobre el 
número, la jerarquía y la naturaleza de los sentidos. 
332. Modernidad occidental, arqueología y los sentidos
Aristóteles es la figura más importante en este aspecto y, aunque no 
fue el primero en aparecer con el esquema de los cinco sentidos, él fue 
el que le dio autoridad y, por consiguiente, garantizó su perpetuación 
en los siglos y milenios que vinieron. También criticó y rechazó ideas 
anteriores tales como las de Demócrito, quien afirmó que hay más de 
cinco sentidos (Vigne 2009: 107-109). Aristóteles insistió en el número 
cinco porque creyó que los sentidos estaban vinculados con los 
elementos primarios: el agua (vista), el aire (oído), el fuego (olfato) y la 
tierra (tacto); el gusto era visto como una forma de tacto (Vigne 2009). 
El tacto fue percibido como el sentido primario, pero solo porque 
fue visto como algo compartido por todos los animales, incluidos los 
humanos. «Ya que sin un sentido del tacto es imposible [para ningún 
animal] tener otra sensación», escribe Aristóteles en su tratado Sobre el 
Alma (III, 435a, 13-14). Por otro lado, la vista no fue sólo el centro de la 
mayoría de la atención, sino que también ocupó la posición más alta en 
la jerarquía sensorial (cf. Rutherford 2004; Synnott 1991). La jerarquía 
aristotélica de los sentidos identificó la vista, el oído y el olfato (en ese 
orden) como sentidos humanos, mientras que el gusto y el tacto fueron 
vistos como

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