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YANNIS HAMILAKIS ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS EXPERIENCIA, MEMORIA Y AFECTO Traducción de: Nekbet Corpas Cívicos JAS Arqueología Editorial Todos los derechos reservados. El contenido de esta obra está protegido por Ley. Queda totalmente prohibida cualquier forma de reproducción de la misma, sin consentimiento expreso del editor. Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase al Editor www.jasarqueologia.es Publicado originalmente en inglés: © Cambridge University Press 2013 Primera Edición española, julio de 2015 © De la edición: JAS Arqueología S.L.U. Plaza de Mondariz, 6 28029 - Madrid www.jasarqueologia.es Edición: Jaime Almansa Sánchez Traducción: Nekbet Corpas Cívicos Corrección: David Andrés Castillo Agradecimiento especial a: Cristobal Gnecco, Sandra Lozano y Almudena Hernando © Del texto: Yannis Hamilakis Imagen de cubierta: Camp Stool Fresco (Knossos) - Museo de Heraclión ISBN: 978-84-942110-8-9 (papel) Depósito Legal: M-24793-2015 Imprime: Service Point www.servicepoint.es Impreso y hecho en España - Printed and made in Spain ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS EXPERIENCIA, MEMORIA Y AFECTO YANNIS HAMILAKIS Στην κυρία Νίκη, και στη θεία Ριρίκα A la Sra Niki (mi profesora de Primaria), y a la tía Ririka ÍNDICE Prefacio i 1. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido 1 2. Modernidad occidental, arqueología y los sentidos 21 3. Recapturando la experiencia sensorial y afectiva 73 4. Sentidos, materialidad, tiempo. Una nueva ontología 139 5. Necropolíticas sensoriales. Los Mnemopaisajes mortuorios de la Edad del Bronce cretense 161 6. ¿Por qué ‘Palacios’? Sentidos, memoria y el fenómeno palacial en la Edad del Bronce de Creta 199 7. De la corporalidad a la sensorialidad, de los objetos a los flujos 235 Notas 251 Bibliografía 259 Índice de términos 303 ÍNDICE DE FIGURAS Figura 1. El viñetista Steven Appleby explica la ‘Arqueología del Aire’ 5 Figura 2. ‘No tocar el mármol’ 59 Figura 3. La Acrópolis de Atenas, hoy 90 Figura 4. La fachada del Nuevo Museo de la Acrópolis en Atenas 91 Figura 5. Un antiguo bloque de piedra con graffitis del siglo XX 150 Figura 6. Un fragmento de arquitectura clásica del Erecteion con una inscripción Otomana 151 Figura 7. Mapa de Creta con la localización de los sitios mencionados 166 Figura 8. La principal tumba de tholos (A) de Kamilari 167 Figura 9. El cementerio de Agia Photia 173 Figura 10. Una tumba del cementerio de Agia Photia 174 Figura 11. Una sección de la tumba 218 en el cementerio de Agia Photia 174 Figura 12. Tholos Gamma en Archanes 185 Figura 13. Plano del tholos A en Agia Triada 186 Figura 14. Plano del tholos de Kaminospelio 188 Figura 15. Plano del tholos de Lebena Yerokambos II 189 Figura 16. Plano del tholos de Lebena Yerokambos II: detalle 189 Figura 17. Plano esquemático del ‘Palacio Viejo’ de Knossos 202 Figura 18. Plano esquemático del ‘Palacio Nuevo’ de Knossos 203 Figura 19. Depósito de banquete en Nopigeia 217 Figura 20. Plano del palacio de Knossos 226 Figura 21. Parte del ‘Fresco de la Procesión’ 228 Figura 22. Reconstrucción en papel del ‘Fresco de la Procesión’ de Mark Cameron 228 Figura 23. El Patio Oeste de Knossos 229 Figura 24. Reconstrucción en papel del ‘Fresco de la Gran Escalera’ por Mark Cameron 231 Figura 25. Palacio de Knossos: la ‘Gran Escalera’ 231 Figura 26. Memorial a los veteranos de Vietnam de Maya Lin en Washington DC 236 i PREFACIO ¿Cuándo comienzan los proyectos de libro y cuándo se completan? Difícil de decir. Siento haber estado «escribiendo» este libro durante toda mi vida adulta, como si todo lo que he hecho, tanto en el mundo académico como fuera de él, fuera un intento de encontrar las palabras para expresar y representar la conexión entre la vida, la experiencia y los sentidos corporales. Si este fuera realmente el caso, entonces necesitaría otro libro sólo para agradecer a todas las personas que han contribuido a este: colegas, estudiantes, amigos, interlocutores etnográficos, familiares, amantes. Pero este libro también tuvo un comienzo formal, que fue el momento, hace en torno a una década, en que envié una propuesta de libro a Cambridge University Press, animado por Richard Bradley. Es por eso que tengo una inmensa deuda de gratitud con él y con el personal de la editorial (incluyendo el ex editor de arqueología, Simon Whitmore); ellos aceptaron el desafío de este proyecto en un momento en el que los sentidos no eran el tema de moda que es ahora y esperaron pacientemente a que lo completara. Los revisores anónimos de la editorial aportaron comentarios muy constructivos, ayudando a darle al libro su forma final y mi actual editora, Beatrice Rehl, junto con su equipo (especialmente Anastasia Graf) han apoyado y facilitado este proyecto de todos los modos posibles. Luane Hutchinson ha sido una correctora excelente y amable, y Vasko Demou trabajó diligentemente en el índice. He dado clases sobre este tema en multitud de ocasiones y en varias universidades de todo el mundo. Mis anfitriones y mi audiencia escuchaban detenidamente, a veces escépticos, otras entusiasmados, pero siempre ofreciendo comentarios constructivos y útiles. Durante los últimos momentos de escritura del libro, el público, de ii ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS las universidades de Columbia y Binghamton, escuchó partes de él, gracias a mis anfitriones, buenos amigos y colegas: Brian Boyd y Zoe Crossland en Columbia, y Ruth van Dyke, Randall McGuire y Josh Reno en Binghamton. En una ocasión anterior, en marzo de 2010, Jo Day me invitó a dar la charla inaugural de la inspiradora conferencia que organizó en Carbondale, Illinois, «Making Senses of the Past», evento que ofreció un gran estímulo sensorial y pensamiento encarnado, además de convertirse en un libro igualmente estimulante. Otros colegas leyeron partes del libro y compartieron generosamente sus impresiones: Constance von Ruden y David Sutton merecen mención especial. Constance compartió conmigo su profundo conocimiento sobre pinturas murales y su experiencia arqueológica, ayudando a la vez con algunas de las ilustraciones. Varios colegas especializados en el Egeo han discutido conmigo muchas cuestiones relacionadas con el libro a lo largo de los años, dándome además acceso a multitud de materiales en prensa o sin publicar. Entre ellos, John Bennet, Keith Branigan, Cyprian Broodbank, Despina Catapoti, Jan Driessen, Paul Halstead, Nicoletta Momiglianno, Yiannis Papadatos y Isle Schoep. Maria Andreadaki-Vlazaki me dio la oportunidad de trabajar con mis estudiantes en el yacimiento de Nopigeia, que dio forma a mis ideas sobre deposición y memoria sensorial. Nadia Seremetakis y con David Sutton (de nuevo) han sido una fuente constante de inspiración sobre la memoria material y los sentidos. Andy Jones coorganizó conmigo un encuentro en Southampton sobre sentidos corporales y memoria, ocasión memorable para todos los involucrados. Andrew Sherratt ayudó a darle forma a mis ideas sobre los aspectos sensoriales de la comida y Susan Sherratt ha sido una coautora y colaboradora inspiradora en otros proyectos relacionados. Fotis Ifantidis ha sido y es el más maravilloso colaborador en nuestros proyectos foto-etnográficos y sensoriales, algunos de cuyos resultados se vierten en este libro. Eleni Tzirtzilaki hizo un hueco para hablarme sobre el río Iridanos, la plaza Monastiraki en Antenas y el poder afectivo del agua en movimiento. Mark Pluciennik y Sarah Tarlow coorganizaron conmigo la memorable conferencia de 1998 en iiiPrefacio Lampeter «Thinking Through the Body», donde presenté por primera vez mi arqueología sensorial. Le debo un especial agradecimiento a Paul Rainbird, que ha apoyado este proyecto desde el comienzo, ofreciendo consejo en todas las cosas, grandes y pequeñas, hasta el último minuto. Su cuidada, inestimable y duradera amistad, y su humor, mantuvieron mis esfuerzos e hicieron quetoda esta empresa haya merecido la pena. Eleonora Vratskidou me alertó sobre el pensamiento sensorial de Herder y escuchó algunas de las ideas de este libro, ofreciendo valiosos comentarios. Mis compañeros de la Universidad de Southampton se ocuparon de mi carga administrativa mientras estuve ausente para preparar este libro. Tanto ellos como mis estudiantes escucharon mis ideas y ayudaron más de lo que pueden imaginar. Los estudiantes de doctorado han compartido sus pensamientos e ideas conmigo y yo he aprendido de ellos tanto como espero que ellos hayan aprendido de mí: Ioanna Antoniadou, Vasko Demou, Kerry Harris, Brittany Hill, Dimitra Mylona, Nota Pantzou, Kostas Papadopoulos, Helen Stefanopoulos, Eleni Stefanou, Vasilis Tsamis, Vasilis Varouhakis y Nicolas Zorzin. Mis estudiantes, que cursaron durante años mis cursos de «Arqueología y antropología de la comida» y «Arqueología de los sentidos», merecen especial mención. Varias instituciones han financiado mi investigación, lo que me ha permitido trabajar en este libro. Parte de él fue escrito en Los Ángeles, durante mi estancia investigadora en el Getty Research Institute (2005- 2006), pero la mayor parte del libro fue revisado y completado en Princeton, mientras fui miembro de la School of Historical Studies, Institute of Advanced Studies (IAS) en el curso 2012-2013. Doy gracias al profesorado del Instituto (y en especial a Angelos Chaniotis) por concederme esta oportunidad única. Los bibliotecarios fueron fabulosos y mis colegas supieron crear y sostener un fértil ambiente intelectual. Heinrich von Staden discutió conmigo varios aspectos de su trabajo, con su característica generosidad, franqueza y amabilidad. El personal del Instituto, incluido el de la cocina, se aseguró de nutrir nuestros pensamientos y reflexiones de forma multisensorial. En el iv ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS IAS debo agradecer también a María Mercedes Tuya su cuidado y trabajo con algunas de las ilustraciones, y a Butch, quien limpiaba mi oficina, por nuestras valiosas charlas tras esos largos y agotadores días de trabajo. La British School at Athens (y su archivera Amalia Kakkisis), Steven Appleby, Phil Betancourt, Keith Branigan, Luca Girella, Fotis Ifantidis, Sandy MacGillivray, Wolf-Dietrich Niemeier, Yiannis Papadatos y Peter Warren, han tenido la amabilidad de permitirme reproducir sus imágenes. Pequeñas partes de este libro han aparecido o están a punto de aparecer en varios volúmenes (todos ellos citados en la Bibliografía) y sus editores merecen un agradecimiento por sus comentarios y su consejo editorial: Peter van Dommelen, Tim Insoll, Bernard Knapp, Yiannis Papadatos y Maria Relaki. 1 1. DEMOLIENDO EL MUSEO DE LOS SENTIDOS SIN SENTIDO Una de las expresiones que se quedó grabada en mi cabeza durante mi niñez en la Grecia de los años 70 fue el término despectivo para denominar a personas severas, que no muestran afecto ni consideración por los sentimientos de los demás, egoístas, egocéntricas. Ese término es anaisthitos, que puede traducirse como insensible, una traducción que no agota la riqueza interpretativa de la palabra original. Etimológicamente, el sentido original de la palabra es de importancia en este libro. La palabra griega se utiliza con un sentido metafórico y describe, literalmente, a una persona que ha perdido sus sentidos (sin ser consciente de ello) debido a un accidente. En este contexto, la palabra evoca a una persona que no tiene sentidos (aisthiseis, en griego antiguo y moderno), que no se relaciona con los demás a través de sus capacidades sensoriales. Estrictamente, esto es imposible, pero pone de manifiesto la importancia fundamental de los sentidos en la socialización humana y la conexión crucial entre los sentidos corporales y la interacción emotiva y afectiva. De este modo, implica que una persona incapaz de una comunicación sensorialmente afectiva, es en cierto modo una persona discapacitada. Decir que los sentidos corporales son fundamentales para una experiencia social plena parece una obviedad, pero rara vez reflexionamos seriamente sobre lo que esto significa. Algunos antropólogos (p. ej. Feldman 1994; véanse también otros artículos en Seremetakis 1994a) han asegurado que muchos occidentales viven 2 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS hoy en lo que puede ser descrito como un estado de anestesia cultural. Así es como Feldman (1994) define esta condición: «el destierro de las presencias sensoriales y los agentes desconcertantes, discordantes y anárquicos que socavan la normalización y, a menudo, las premisas silenciosas de la vida cotidiana» (89). En efecto, este es un estado en el que el mundo material, otras personas, el espacio, el tiempo y la historia se experimentan en una forma corporal fuertemente controlada, donde el sentido afectivo de la experiencia sensorial está muy acotado; donde una aparente visión autónoma adquiere primacía; y donde otras modalidades sensoriales se permiten sólo en determinados contextos, canalizadas para producir determinadas experiencias, normalmente relacionadas con el mercado y la mercantilización capitalista. A pesar de su validez histórica y su fuerza interpretativa, esta hipótesis es, por supuesto, generalizadora y no está exenta de una exageración deliberada. La tesis de la ‘anestesia cultural’ puede verse como una expresión del anhelo por volver a un originario y mítico Imperio de los Sentidos, donde la interacción corporal sensual fuese completamente libre y no estuviera regulada. A menudo se asume, especialmente en los escritos populares, que los sentidos corporales son naturales, preculturales, el camino real a un estado prístino del ser y la conciencia. «Ponerse en contacto con nuestros sentidos», como aboga especialmente el espiritualismo New Age, se ve como una forma de curar todos los problemas de la humanidad. Al mismo tiempo, el dominio de una economía sensorial-experimental está ganando terreno para el beneficio y el capital en esta modernidad tardía; la mercantilización de la experiencia sensorial es omnipresente hoy en día. Como se verá en este libro, no hay nada de precultural en los sentidos corporales. Siempre ha habido tensión entre el anárquico y confuso mundo de los sentidos (y la memoria corporal y sensorial), y los intentos de varios grupos y personas, habitualmente motivados por la política, de regular y canalizar la experiencia sensorial, normalmente usando la cultura material y el espacio físico construido. Además, como mostraré en el capítulo 3, la primacía de una visión autónoma y la reglamentación y regulación de la experiencia sensorial han sufrido 31. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido el desafío, especialmente en el siglo XX, de una serie de fuerzas y procesos, aunque con resultados dispares. Feldman y otros autores similares son conscientes de estos temas, y han dado con una clave muy importante. Han identificado una característica definitoria de algunas tendencias dominantes de la modernidad occidental: un distintivo régimen sensorial-afectivo con claras consecuencias políticas y sociales. El conductor que experimenta el espacio urbano, los suburbios o el campo desde el aire acondicionado de su coche, se aísla de la desregulada y enmarañada realidad sensorial del lugar: el calor y el frío, los olores y los sonidos que conforman experiencias y lugares. A la vez, sin embargo, ese conductor es inmune a la realidad social y política de la gente en las calles, autobuses y trenes, gente que en ocasiones no puede permitirse un coche o que por diversas razones prefiere usar la bicicleta o el transporte público. En la mayoría de ciudades americanas, por ejemplo, son los pobres y las minorías étnicas los que viven la realidad sensorial de las calles, el autobús o el tren, en contraposición a la anestesia sensorial (o mejor dicho, al férreamente controlado aparato sensorial) del vehículo privado con aire acondicionado. Clase, raza,género y etnicidad están profundamente inmersos en regímenes sensoriales característicos, como se mostrará en este libro. Por mencionar otro ejemplo, la mayoría de occidentales actuales experimentan la guerra y el conflicto contemporáneos desde la televisión o las pantallas de sus ordenadores, por supuesto siempre desde imágenes y sonidos previamente higienizados y permitidos por los dueños de los medios de comunicación occidentales. La guerra, sin embargo, representa para sus víctimas violencia corporal y dolor, la visión de cuerpos mutilados y ensangrentados, el olor a orina y heces (resultado del miedo y la desesperación), la peste a muerte y cuerpos en descomposición. Esa es la verdadera experiencia de la guerra y, sin embargo, es percibida por muchos occidentales a través de la lente polvorienta de la anestesia cultural. Lo mismo se puede decir incluso de algunos militares, capaces de ordenar ataques en países a miles de kilómetros de distancia, con vehículos no tripulados (los famosos drones). La guerra entonces se asemeja a un juego de ordenador sensorialmente higienizado (cf. Baudrillard 1995). 4 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS Este régimen se localiza en la modernidad occidental capitalista (definida aquí como la condición social, política y material dominante en Occidente desde la Edad Media), y en este libro intentaré ubicar esta condición sensorial en el contexto de su contingencia histórica, desde los procesos económicos y políticos a los modos de representación que se desearon y finalmente establecieron dentro de este proceso. Pero, como ya se ha apuntado en varias ocasiones, es un error ver la modernidad como un régimen único, monolítico y general sin alternativas. Existen muchas modernidades, incluso en Occidente y, como mostraré, existen contextos en el Occidente moderno que han producido marcos sensoriales alternativos. Igualmente, ha habido intentos teórico-filosóficos de crítica sobre el régimen dominante y, por supuesto, existen varios contextos sociales, pasados y presentes, fuera de la modernidad occidental, en los que realidades e interacciones alter- modernas y multisensoriales son la norma. Estos mundos sensoriales alternativos, en la modernidad y fuera de ella, así como la idea social que socava la anestesia cultural del Occidente moderno, serán algunas de las ideas que guíen este esfuerzo. Este es un libro sobre arqueología y los sentidos corporales1. No es una exploración del desarrollo de diferentes modalidades sensoriales como el título podría indicar. Algunas secciones de este libro se aventurarán en una digresión histórica, pero el principal objetivo del libro es explorar cómo la arqueología, como elemento específico de la modernidad occidental, ha tratado los sentidos corporales hasta ahora y, lo que es más importante, cómo algunas arqueologías reconfiguradas, contra-modernas (o mejor, alter-modernas), pueden redimir y devolver las formas experienciales y multisensoriales de relacionarse con el mundo. Más allá, como apunta el subtítulo del libro, ninguna discusión de los sentidos puede hacer otra cosa que explorar los componentes que permiten acontecer la experiencia sensorial. He decidido destacar dos de esos componentes en el subtítulo: memoria y afecto (sociales). Otros componentes clave en esta exploración serán las nociones de las cosas y las materias, y la noción de flujos: flujos de sustancias, estímulos sensoriales, memorias, interacciones afectivas 51. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido e ideas. En vez de aventurarme en la naturaleza cultural y orgánica de las modalidades sensoriales individuales, este libro destacará la condición de sensorialidad como activada y estructurada (material e inmaterialmente) por la fluidez y la afectividad. Figura 1. El viñetista Steven Appleby explica la ‘Arqueología del Aire’: una indicación de la desconfianza del público hacia la posibilidad de recuperar fenómenos sensoriales pasados (cortesía del artista) Para muchos, la arqueología de los sentidos parece una contradicción de términos: los sentidos corporales, dicen, son efímeros, intangibles, etéreos. ¿Cómo podemos por tanto localizar la evidencia material, concreta, de las interacciones sensoriales entre las personas que vivieron antes que nosotros? Esta creencia de sentido común es ilustrada por el caricaturista Steven Appleby, en su sátira de la (imposibilidad de la) arqueología del sonido (Figura 1). Espero que este libro convenza al lector de lo contrario. La arqueología trata fundamentalmente de la materialidad y el tiempo. Explora la presencia material y lo concreto, las cualidades formales específicas de los seres y las cosas (incluyendo el espacio), y sus vidas sociales y culturales, así como sus significados en diversas temporalidades. Estas cualidades formales y físicas del mundo son las propiedades sobre las que descansan nuestras interacciones sensoriales: la suavidad o la aspereza de las superficies, las cualidades amplificadoras del sonido de las casas u otros espacios, los efectos olorosos de las plantas y de otras sustancias. La arqueología 6 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS de los sentidos es, por lo tanto, factible en términos muy tangibles. Es más, el campo de la arqueología, teniendo un acceso primario a la materialidad del mundo, está en una posición privilegiada para explorar los ámbitos sensoriales y para contribuir inmensamente a una discusión más amplia sobre la experiencia sensorial y sus efectos de poder social. No solo los regímenes sensoriales dominantes cambian, también hay modos sensoriales múltiples, en ocasiones conflictivos, de interacción en cualquier contexto específico, produciendo a menudo choques sensoriales. Entonces, al igual que el cambio histórico, y quizás de manera más importante, la arqueología puede explorar esa diversidad y multiplicidad sensorial. En cuanto al tiempo, la arqueología puede investigar los distintos regímenes sensoriales en varias configuraciones temporales. Evito deliberadamente utilizar aquí las expresiones habituales de cambios a largo y medio plazo en el tiempo ya que, como mostraré, la visión del tiempo que este libro suscribe no es el tiempo lineal, acumulativo del evolucionismo social, ni la long durée de Braudel y de otros historiadores asociados con la Escuela de los Anales. Es más bien el tiempo social y experiencial que reconoce las temporalidades múltiples que coexisten en forma física en el mundo que nos rodea. Se trata de una visión bergsoniana de la duración y la multitemporalidad (Bergson 1991/1908) que explicaré en detalle en el Capítulo 4. La arqueología, como la conocemos y la practicamos hoy en día en Occidente, es un campo conectado intrínsecamente con la modernidad y, como tal, está fundada en la epistemología de la evidencia; acepta sólo las reclamaciones para las que puede presentarse evidencia concreta y física. He mencionado más arriba, y mostraré a lo largo de este libro, que el campo sensorial, estando como está enterrado en la materia, ha dejado muchos vestigios de evidencias materiales. Pero, reflexionemos sobre esta noción de evidencia por un momento. La palabra misma revela su genealogía en el campo de la visión videre (ver, en latín), implicando por consiguiente que solo la prueba concreta que puede ser vista es admisible en los «juzgados» de la arqueología. Pero, ¿qué evidencia necesitamos para saber que personas en otros 71. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido contextos (geográfica o temporalmente distantes de los nuestros) percibieron superficies, texturas, olores y gustos, y sintieron placer, dolor y tristeza, como nosotros? Obviamente, no trato de insinuar aquí que toda la gente en todos los contextos experimentó eventos sensuales y emociones de la misma manera, ni suscribo una visión irreflexiva, precultural y homogeneizadora del cuerpo humano y de los sentidos corporales. Sin embargo, la obsesión por la evidencia de la arqueologíaestá arraigada en una tesis que es éticamente (así como epistemológicamente) insostenible: una tesis que rechaza reconocer las habilidades sensuales y afectivas del otro. Por consiguiente, la arqueología ha producido hasta la fecha, principalmente, personas que son anaisthitoi —personas no sólo sin caras (por evocar la memorable frase de Ruth Tringham, 1991), sino también sin cuerpos con capacidades sensuales o sensoriales. Cierto, no podemos decir, por ejemplo, si la superficie suave o áspera de un recipiente fue sentida al tacto igual por un ser humano en tiempos neolíticos como la siente un investigador o un visitante en un museo hoy en día; y en cierto modo, no importa que no podamos. Pero es importante que en el mismo contexto, algunos recipientes tengan superficies suaves y otros ásperas, y que podamos decir que el efecto sensorial habría sido diferente. También es relevante explorar cómo los contenidos de este recipiente, sea comida, bebida u otras sustancias, produjeron efectos sensoriales característicos y permitieron que surgieran condiciones de convivialidad y afectividad. La detección de estas posibilidades sensoriales y afectivas diversas, y sus significados sociales y efectos políticos, experimentados por gente diferente, distintos géneros, de otros grupos sociales, es una tarea clave para la arqueología de los sentidos. La arqueología de los sentidos como proyecto adquiere importancia y actualidad adicional, mucho más allá de los confines de la disciplina, por una razón más. La interacción sensorial con el mundo material es un modo experiencial clave para la generación y la activación de la memoria corporal. Me refiero aquí a «social» como opuesto a la memoria individual cognitivista, y a las prácticas, experiencias, 8 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS rituales y representaciones que producen y personifican, voluntaria o involuntariamente, el recordar y olvidar (cf. Connerton 1989). El trabajo de la memoria (cf. Cole 1998) depende de los sentidos, y los sentidos dependen de la materialidad y el carácter físico del mundo. En otras palabras, los sentidos son la manera en la materialidad produce el recuerdo y la memoria. Una manera de situar este libro dentro de un campo más amplio es mirando a la arqueología del cuerpo, su contexto intelectual más cercano. La arqueología ha tardado en incorporar al cuerpo humano y a los sentidos corporales como temas centrales de investigación. Los primeros relatos se centraron en las representaciones del cuerpo, visto como valores estéticos abstractos o como narrativas simplistas. Los discursos de la «Nueva Arqueología» se encargaron del medio ambiente, la subsistencia y los asuntos tecno-económicos, produciendo por tanto una imagen del cuerpo y de los sentidos similar a la de artefactos mecánicos de producción y consumo. Las aproximaciones posprocesuales reenfocaron la atención en los significados contextuales, pero el paradigma representacionista continuó siendo dominante. Bajo la influencia de lo que se llamó el giro lingüístico, el pasado fue visto como un texto que puede ser leído. El paradigma textual fue sometido a escrutinio y crítica por aproximaciones interpretativas posteriores y la reciente ola de explicaciones fenomenológicas ha redirigido la atención hacia el cuerpo humano. En años recientes, haciéndose eco de los desarrollos en otros campos, la arqueología del cuerpo está emergiendo como un campo nuevo, dinámico y apasionante. Varias reuniones, sesiones de conferencias y artículos sostuvieron y nutrieron este interés (p .ej. Borić y Robb 2008; Fisher and DePaolo Loren 2003; Hamilakis 1998,1999a; Hamilakis y Sherrat 2012; Hamilakis, Pluciennik y Tarlow 2002; Joyce 1998, 2005; Kus 1992; Meskell 1996; Meskell y Joyce 2003; Montserrat 1998; Rautman 2000; Stutz Nilsson 2003; Tarlow 2011, 2012; Thomas 2000; Treherne 1995; T. Yates 1993). Se está haciendo cada vez más claro, sin embargo, que dentro de este subcampo más amplio existe aún la tendencia a centrarse en ciertos temas, principalmente las 91. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido representaciones corporales y sus significados, metáforas corporales y nociones de individualidad y personalidad, a menudo a expensas de la experiencia sensorial y corpórea (cf. Joyce 2005). No es accidental que el primer relato con entidad de libro sobre el cuerpo humano (Rautman 2000) se titule «Leyendo el cuerpo» (Reading the Body). Por supuesto, las representaciones corporales son materiales y son percibidas e implementadas corpóreamente. Estos estudios son valiosos y meritorios, pero el elemento experiencial todavía está a menudo minimizado. Por ejemplo, mientras que el volumen de Reading the Body contiene algunos estudios de antropología física que podrían haber sido empleados como punto de partida para investigar las experiencias corporales, estas no son integradas dentro del marco general de corporalidad y experiencia sensual. La arqueología del cuerpo es todavía en su mayoría representacional más que experiencial. Además las aproximaciones fenomenológicas que han contribuido sin duda a poner en primer plano la experiencia corporal no parece que hayan roto sus lazos con el paradigma lingüístico y discursivo, y están centradas en gran medida (con algunas excepciones recientes), en la visión y la vista tratadas como una experiencia sensorial individual y autónoma, a expensas de la memoria sensorial yde otras modalidades sensoriales y experiencias. Asimismo, la interacción sensorial con el mundo es mucho más amplia y no implica necesariamente representaciones de cuerpos, visuales o textuales. Aquello que falta a menudo en estos valiosos y fascinantes debates son las interacciones auditivas, olfativas y táctiles con las cosas y los materiales —los sabores, los olores y los sonidos, cuyos residuos son a menudo mucho menos glamurosos pero, sin embargo, materiales y accesibles. Más recientemente, la arqueología sensorial y experiencial ha comenzado a hacer algunas contribuciones importantes. Las aproximaciones fenomenológicas anteriores, especialmente aquellas vinculadas con los estudios de paisaje, a pesar de su énfasis en la visión autónoma, han allanado el camino (p. ej. Tilley 1994; véase el Capítulo 3) y estudios más recientes han intentado rectificar algunos de los defectos fenomenológicos iniciales 10 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS con un éxito desigual (p. ej. Tilley 2004a; y para críticas Brück 2005; Johnson 2012). Pero la arqueología de la experiencia sensorial está todavía en su infancia y hace frente a grandes desafíos. Como también mostraré, muchos de estos intentos sensoriales todavía operan dentro del paradigma históricamente específico de los cinco sentidos y estos raramente conectan la sensorialidad con la afectividad. Este libro trata de reorientar el pensamiento arqueológico hacia el estudio de la experiencia sensorial y la condición de sensorialidad en general; hacia la intimidad y la inmediatez, más que hacia estructuras abstractas y esquemas, ‘eternos’ y ‘esenciales’, para aprehender «la textura y la piel del día a día» (Harrison 2000: 501). Por consiguiente, el objetivo de este libro no es promover otro subcampo —el de la «arqueología de los sentidos» (el cual puede resultar en la marginalización de esta aproximación)— sino trabajar hacia un nuevo marco (o, por ponerlo más claramente, un nuevo paradigma) que podría ayudarnos a repensar la genealogía de la disciplina, e inevitablemente, a reexaminar nuestras preguntas de investigación y nuestros procedimientos metodológicos. Este marco podría ser relevante para cualquier subcampo arqueológico, desde la arqueología medioambiental y la arqueología de la comida, a las arqueologías de la tecnología, de la religión o el ‘ritual’. En cierto modo, este es un libro posteorético. Después de todo, etimológicamente, la palabra griega theoria está relacionada con el sentido de la vista, así como con la contemplacióny el reflejo. Curiosamente, el término acabó significando únicamente contemplación, privando por tanto al concepto de sus rutas sensoriales en tanto que oculares. Este libro es, por ello, de algún modo ‘posteórico’ en el sentido de que aboga por la celebración de lo concreto y lo empírico, y de los modos multisensoriales de estar en y prestar atención al mundo. Sugiero en este libro que existe una paradoja fundamental en el corazón de la arqueología de la modernidad por un lado, debido a su específica genealogía e historia, ha sido construida como un mecanismo de la modernidad que depende fundamentalmente del sentido de la visión autónoma e incorpórea. Por otro lado, tal actitud está 111. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido constantemente socavada por la intensa interacción física y corporal con las cosas y el medio ambiente. Es esta tensión la que proporciona una brecha para la exploración que intento llevar a cabo en este libro. Esta visión histórica de la arqueología, así como un conocimiento y una apreciación de las propiedades sensuales de la materia y las cosas, junto con un creciente número de trabajos en filosofía, antropología, historia, geografía humana y teoría social, podría ayudar a desarrollar una arqueología multisensorial y restaurar la visión como un modo perceptivo íntimamente entrelazado y enredado con todos los otros sentidos en una manera experiencial y sinestésica2 más que como un campo autónomo. Tal esfuerzo no es una mera cuestión de rectificar el equilibrio, de insertar otras modalidades sensoriales en un campo principalmente visual. Es más bien un proyecto de derivar un nuevo entendimiento (el cual engendrará también una nueva práctica) del enredo entre la materialidad y la acción sensorial y sensual humana y la experiencia. Inevitablemente, esto es también un proyecto político, no sólo al traer al primer plano regímenes sensoriales marginalizados y arqueologías altermodernas, no sólo por demoler lo que Feldman (1994) ha llamado el «vasto y secreto museo de la ausencia histórica y sensorial» (104), sino también por permitir, a través de la exploración de la diversidad sensorial pasada y presente, la formación de nuevas comunidades transcorporales. Estas serán gobernadas por interacciones afectivas sinceras y abiertas que pueden responder ante la jerarquía sensorial y la individualización impuesta por los regímenes corporales dominantes en la modernidad occidental. Mientras que la experiencia sensorial está ligada a procesos neurofisiológicos (comunes a todos los seres humanos), una aproximación biológica universalista de los sentidos es rechazada aquí en favor de un entendimiento dependiente del contexto, histórico y cultural, del fenómeno. Contrario a intentos previos y a pesar de la inmensa fascinación pública que han generado (p. ej. Ackerman 1995/1990), no puede haber una historia natural de los sentidos. La experiencia sensorial es universal e intercultural, pero la definición y la comprensión significativa de las modalidades e interacciones sensoriales dependen del contexto así como de la clase, el género, la edad 12 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS y otros atributos. El reconocimiento y la aceptación del poder afectivo de la sensorialidad no solo enriquecerán nuestras historias sobre el pasado, alterarán totalmente la manera en la que experimentamos, transformamos y somos transformados por la materialidad presente y pasada. Más específicamente, esta aproximación puede abrir horizontes interpretativos innovadores mediante la reflexión a través de temas como la percepción corporal y la experiencia, la memoria y su funcionamiento, y el poder como un proceso personificado y biopolítico. Además, un cambio paradigmático basado en la sensorialidad puede constituir una manera fructífera de escapar de una serie de dicotomías inherentes en la empresa arqueológica desde sus orígenes, tales como cuerpo frente a mente, sujeto y objeto, ciencia y cultura y teoría y práctica. Inevitablemente, una arqueología inspirada en la sensorialidad tendrá que comenzar con un proyecto de investigación de genealogía doble: la exploración de cómo la arqueología convencional y oficial, como un mecanismo fundamentalmente visual de la modernidad occidental, ha dado forma a ideas, metodologías y técnicas hasta el presente; y la excavación de la propia prehistoria sensorial del investigador, las maneras por las cuales nuestros campos sensoriales y nuestras biografías definen nuestra interacción con el mundo, incluyendo nuestras excursiones arqueológicas. Esta investigación genealógica nos permitirá por consiguiente hacer uso de nuestros propios cuerpos como herramientas primarias en la comprensión de las relaciones entre los sentidos corporales, la materialidad y la memoria, no simplemente en el sentido convencional del uso de la entusiasta observación arqueológica (una técnica orientada por la vista), sino en un esfuerzo por reflexionar en nuestras experiencias mnemónicas y su reconstrucción a través de los sentidos corporales. No hay percepción que no esté llena de recuerdos, como ya notó Herni Bergson (1991/1908), una frase sobre la que regresaré a lo largo de este libro. Mi percepción experiencial del mundo, incluyendo la arqueología, está moldeada por mis propias memorias corporales y sensuales; el desciframiento de mi propia estratigrafía 131. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido sensual informará por lo tanto a mis intentos reflexivos, que estarán dispersos a lo largo del libro. En lugar de comenzarlo con un largo y reflexivo excurso, iré intercalando algunas anécdotas genealógicas, mientras emergen, repentina e inesperadamente, casi en una manera involuntaria, durante mi exploración aparentemente académica. Estas anécdotas autobiográficas estarán separadas del resto del libro, siendo presentadas en una fuente cursiva. Progresivamente, sin embargo, mezclaré éstas con la narrativa académica más convencional: tengo la convicción de que toda la escritura académica debería volverse evocadora, mezclando discursos eruditos con relatos mnemónicos y autobiográficos. Como punto de partida será suficiente decir que, como hombre blanco en los cuarenta, mi personalidad sensorial y personificada fue moldeada por mi educación en Grecia, participando con ello en diversas modernidades mediterráneas (cf. Chambers 2007), siendo el resultado de múltiples y a menudo diversos materiales tanto desde el punto de vista ético religioso y cultural, como de los pasados históricos, táctiles, olfativos, auditivos y culinarios: el legado otomano, la imaginación nacional y homogeneizante helénica, la tradición cristiana ortodoxa (incienso, cantos litúrgicos, la eucaristía), los referentes culturales todavía palpables de otros pasados, desde el veneciano al italiano, los recuerdos materiales diversos y omnipresentes que abarcan desde las antigüedades ‘minoicas’ a la II Guerra Mundial y la Guerra Civil griega, y sus ecos hasta el presente. Igualmente, he pasado la mayor parte de mi vida adulta en países occidentales, fuera de Grecia, principalmente el Reino Unido y los Estados Unidos, lo cual me ha forzado a estar constantemente alerta ante la diversidad de modos sensoriales dentro de Occidente y a actuar prácticamente como un etnógrafo de hecho, siendo un infiltrado-forastero y un participante ‘observador’ de los contextos en los que me he sumergido. Y algo más, que es esencial para comprender la perspectiva adoptada en este libro: a diferencia de la mayoría/el resto de arqueólogos que se han aproximado al tema de los sentidos corporales, no entro en la discusión sobre los sentidos a través del estudio de las representaciones corporales (pinturas murales, 14 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS figuras o estatuas), ni del estudio de los paisajes y los monumentos megalíticos, por muy importantes que estas categorías de datos puedan ser. Fui dirigido a la experiencia sensorial y surelevancia afectiva a través del estudio de las prácticas de consumo de alimentos y de los eventos de comensalidad, en otras palabras, a través de prácticas sociales de incorporación, y lo que el canon dominante occidental había llamado los ‘bajos’ sentidos del gusto y del olfato. En cuanto a mis encuentros arqueológicos hasta la fecha, además del trabajo arqueológico convencional, he llevado a cabo trabajo etnográfico sistemático, así como investigación archivística y exploración de la constitución política y social de la arqueología en sus diversas configuraciones. Los lectores serán capaces de percibir y sentir los efectos de esta trayectoria característica a lo largo de este libro. En lugar de tratar a los sentidos como un dominio estructurado por estímulos externos individualizados que son procesados internamente por el cuerpo, adopto una aproximación que rechaza el modelo de interioridad/exterioridad y trata a los sentidos como constituyentes y entes constituidos por un campo unitario: el campo sensorial. La percepción sensorial y la experiencia, los materiales, los humanos, otros seres sensibles, el medio ambiente en su definición más amplia, el tiempo y la memoria social son importantes elementos constitutivos de este campo. La unidad de análisis cambia, por consiguiente, de la interacción sensorial individual, e incluso el individuo humano, hacia la transcorporalidad, el paisaje sensorial. Esta no es una entidad estática de análisis sino un esquema relacional, o más bien, siguiendo a Lefebvre (1991:117) e Ingold (2010a), una malla que está animada por movimientos, flujos, interacciones cinestésicas y sustancias circulantes, en otras palabras, por la vida. Se vuelve por tanto obvio que este libro depende del pensamiento social y crítico que ha sido producido contra los paradigmas dominantes de la modernidad y más específicamente en las facetas dentro de las tradiciones filosóficas que priorizan la experiencia y la corporalidad, siendo al mismo tiempo críticas de sus tendencias a menudo etnocéntricas y de sesgo logocéntrico. Para hacer frente a dichos ‘sesgos’, esbozaremos las perspectivas generadas en 151. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido diversos campos, desde la antropología hasta la historia del arte y los trabajos sobre el cine. Finalmente, una reexaminación en profundidad de un contexto arqueológico específico -el de la Edad del Bronce cretense- servirá como escenario para probar este esquema alternativo. Alguien podría decir que hay algo inherentemente paradójico sobre este libro. Trata de comunicar y expresar a través de un texto (y algunas imágenes) mundos pasados y presentes que son por definición fenómenos que deben ser apreciados y comprendidos a través de una interacción multisensorial y cinestésica. Desde esa perspectiva, la escritura parece a primera vista sin vida, muerta, saneada y aislada. Recuerdo que, en más de una ocasión, el público de los seminarios planteó dudas sobre nuestras habilidades para evocar mundos sensoriales pasados a través del texto. De hecho, puede parecer el caso de que otros campos, como la fotografía (véanse Hamilakis, Anagnostopoulos e Ifantidis 2009; Hamilakis e Ifantidis 2013) o las representaciones teatrales (véanse Hamilakis y Theou 2013; Pearson y Shanks 2001), son más apropiados para la exploración de la sensorialidad. Sin embargo, esta incertidumbre y preocupación deriva en parte de la suposición comúnmente sostenida de que la arqueología de la sensorialidad trata de representar el pasado. No obstante este proyecto no es sobre representación sino sobre presencia: no intenta representar al pasado, o el presente para el caso, sino evocar sus cualidades sensoriales, sus procesos vitales, hacer aparecer la interconexión de materiales, cuerpos, cosas y sustancias en movimiento, para prender de nuevo su poder afectivo. En este sentido, este libro es más sensual y corporal de lo que parece. Como todos los amantes de los libros sabrán, los placeres de los libros son profundamente físicos; comienzan con el olor de la librería, el taco al manejar los objetos y el festival musical de las cubiertas multicolores. Estos continúan al manipular y pasar las hojas, el contacto con la escritura, la cual está en la interrelación entre la oralidad y la imagen (W.J.T. Mitchell 2006) y el deseo por comenzar a leer, que es, evocando y parafraseando a Paul Klee (1996: 105), tomar las líneas que prometen ser paseos emocionantes y gratificantes. Entonces acontecen placeres 16 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS del lenguaje escrito en su forma más evocativa, sensual y carnal: el hacer aparecer imágenes, sonidos, olores, cuerpos de cosas, cuerpos de personas, lugares, movimientos y situaciones. Repentinamente, el medio ‘muerto’ pasa a estar completamente despierto y vivo, un conducto a través del cual acceder a un entendimiento y una reflexión sensorial y sensual. Esto es lo que intentaré hacer en las páginas que siguen. En cuanto a la organización y la estructura de este libro, después de esta breve introducción, el Capítulo 2 representará un ejercicio genealógico en la exploración de las raíces de los regímenes sensoriales dominantes en la modernidad occidental y su impacto en los sistemas de la arqueología de la modernidad. Este ejercicio genealógico, como el resto del libro, interconecta las narrativas paralelas de los desarrollos sociales y políticos, y las exploraciones académicas sobre el tema, haciendo al mismo tiempo una declaración metodológica implícita. Muestro que la construcción del sensorio occidental en la modernidad está arraigada dentro de los nexos coloniales y nacionales del poder y que la ansiedad sobre la naturaleza desordenada y anárquica de los sentidos reflejaba la ansiedad y el deseo de domesticar y conquistar lugares, personas y tiempos distantes y desgobernados. También muestro que, aunque el patrimonio premoderno y filosófico temprano produjeron diversas, y a menudo muy interesantes, reflexiones sobre los sentidos, los regímenes filosóficos dominantes, especialmente en los siglos XVIII y XIX, optaron por una versión saneada y empobrecida del pensamiento cartesiano, desprovisto de toda afectividad. El sistema arqueológico oficial producido como parte de este régimen se vio igualmente empobrecido, a pesar de la naturaleza inherentemente física y multisensorial, tanto del trabajo arqueológico como de los objetos materiales. La vista y la visión se divorciaron de la experiencia multisensorial, y la estética se convirtió en una reflexión abstracta sobre el juicio y la belleza. Pero al igual que la modernidad, había y hay otras comprensiones de, e interacciones con, la sensorialidad; tanto en las arqueologías premodernas, en arqueologías indígenas hoy en día, como en variantes de la arqueología modernista. 171. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido En el Capítulo 3, narro cómo este régimen dominante fue desafiado en el siglo XX por nuevas fuerzas, nuevas tecnologías y nuevas ideas. La multisensorialidad tomó el escenario central de nuevo, pero fue absorbida por la mercantilización y las fuerzas del capital. El pensamiento anticartesiano, el criticismo cultural y los estudios antropológicos nos permiten llegar a un nuevo entendimiento de la sensorialidad, que prioriza las cualidades experienciales y afectivas de las cosas y las sustancias y, más importante y principal, de los flujos entre los humanos, los seres no-humanos, las cosas y los entornos circundantes. En este capítulo, también reviso los recientes intentos hechos en la arqueología de los sentidos, que a pesar de los avances y de las valiosas perspectivas que nos ha ofrecido, mostrando al mismo tiempo un enorme potencial, parece estar atrapada, más a menudo que no, en un esquema establecido por el sensorio occidental y sus cinco sentidos, desprovisto de poder afectivo. En el Capítulo 4 resumo la discusión precedente y desarrollo un esquemade sensorialidad para la arqueología, que puede también ser de relevancia para otras disciplinas y para la teoría social en general. Sugiero que el foco no debería estar en los sentidos individuales sino en el campo de la sensorialidad y en los flujos mnemónicos y afectivos que engendra, evitando por tanto la finitud del cuerpo y de las cosas como categorías aisladas. Contrarios a nuestra percepción moderna, los sentidos son infinitos e incontables y una arqueología de la sensorialidad puede de hecho contribuir a la exploración de modalidades sensoriales no reconocidas hasta la fecha. En este capítulo, también sugiero que varios conceptos de discusiones teóricas recientes, de alguna manera modificados y reestructurados, podrían ser de enorme potencial para una arqueología de la sensorialidad: conjuntos sensoriales y biopolítica/biopoder son dos de esos conceptos. También propongo que la arqueología sensorial debería abrazar una nueva perspectiva ontológica de la temporalidad, basada en los conceptos bergsonianos de la memoria material y la duración. Esta es una ontología de tiempos múltiples, coexistentes, engendrada por las propiedades de duración y las posibilidades sensoriales de la materia y de las cosas materiales. 18 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS En los capítulos 5 y 6 desarrollo un caso de estudio extenso y detallado basado en los materiales arqueológicos de la Edad del Bronce cretense. El Capítulo 5 trata el ámbito funerario y muestra cómo era un ámbito en el que la gente era capaz de producir profundidad mnemónica, histórica, conexiones familiares genealógicas y asociaciones a través de la interacción sensorial con los cuerpos, los huesos y las cosas. Era un ámbito trans-corpóreo de necro-políticas sensoriales, llenas con tensiones que se expresaron de forma más explícita en los siglos posteriores. El Capítulo 6 continúa orgánica y cronológicamente desde el Capítulo 5 y vuelve a la cuestión del ‘fenómeno palacial’ del Bronce Medio y Tardío. Basándome en la sensorialidad, el emplazamiento y la memoria sensorial y corporal, propongo que lo que llamamos palacios fueron la celebración y la monumentalización de la historia a largo plazo, mnemónica y sensorial. Fueron establecidos en lugares repletos con profundidad sensorial y mnemónica, asociados con una ocupación a largo plazo y con el patrimonio ancestral, pero también con los incontables eventos de comensalidad y consumo ceremonial de bebidas. Al mismo tiempo, somos testigos de que en el fenómeno palacial hubo intentos no solo de regular y canalizar modalidades e interacciones sensoriales, sino también de producir registros mnemónicos en el suelo mediante la acumulación y la preservación de los restos de ocasiones de comensalidad sensorialmente intensas. En este capítulo, también mostraré que incluso la cultura material que asociamos con las bellas artes y con la visualidad abstracta, como las pinturas al fresco, fue en realidad un soporte para las ocasiones ceremoniales que alcanzaban su propósito a través de un proceso de interanimación con humanos en interacciones sinestésicas y cinestésicas. En el capítulo final (Capítulo 7), resumo los principales puntos y argumento a favor de un cambio desde la corporalidad a la sensorialidad y desde las cosas a los flujos. Reclamo que tal cambio resultará en un proceso ontogénico para la arqueología: llevará a la emergencia de una nueva e indisciplinada disciplina que no tratará sobre cosas antiguas, sino sobre cosas y seres en general, y sobre los múltiples y coexistentes tiempos que personifican y activan a través 191. Demoliendo el museo de los sentidos sin sentido de la sensorialidad y la memoria sensorial. Esto será una arqueología multitemporal, basada en los flujos sensoriales y afectivos a través de los cuerpos, los organismos, las cosas, la atmósfera y el cosmos. Una arqueología que estará abierta y apreciará al otro; una arqueología que estará preparada para ser ‘movida’ y ‘tocada’ por la trascendencia afectiva (y emotiva) del mundo. Esto es, una investigación sobre la vida y la interacción con ella. 21 2. MODERNIDAD OCCIDENTAL, ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS …el evento fundamental de la era moderna es la conquista del mundo como imagen. (Heidegger 1977: 134) FOSAS SÉPTICAS Y LA EXPERIENCIA BURGUESA El historiador cultural francés Dominique Laporte comienza su hermoso, profusamente ilustrado y aterciopeladamente encuadernado libro The History of Shit con una discusión sobre un edicto de 1539 aprobado por el rey francés que trata de regular la gestión de los desechos corporales en las ciudades, particularmente en París. La gente debería dejar de defecar en las calles y en espacios abiertos y públicos en general, declara. Las casas deberían tener sus propios espacios privados para tal función: Artículo 21. Mandamos a todos los propietarios de casas, posadas y residencias no equipadas con fosas sépticas que instalen éstas inmediatamente, con toda diligencia y sin dilación (citado en Laporte 2000: 5). Laporte asocia este movimiento con un esfuerzo más amplio por limpiar y embellecer, que incluía la limpieza del lenguaje francés. De manera más importante, él conecta este cambio con la aparición de lo individual, las etapas tempranas en el desarrollo de una modernidad 22 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS capitalista. La acumulación de una riqueza individual y privada, explica, fue acompañada con una ‘acumulación’ privada de los desechos corporales: El lugar donde uno ‘hace sus negocios’ es también el lugar donde los desechos se acumulan. El distintivo de esta acumulación es la individualización de los desechos y su asignación al sujeto- propietario legal del producto de sus deyecciones. ¡Para cada uno su mierda! Proclama una nueva ética del ego decretada por el Estado, que da derecho a cada uno de sus súbditos a sentar su culo en su propio montón de mierda (Laporte 2000: 46). La discusión de Laporte traza los estadios tempranos de un proceso fundamental en el desarrollo de una percepción y experiencia fundamentalmente urbanas y burguesas. Un proceso que está definido por un nuevo régimen sensorial. Este capítulo en su primera parte trazará algunos de estos desarrollos, mientras que en su segunda parte, vinculará estos desarrollos con el surgimiento del sistema arqueológico. El objetivo de este capítulo no es producir una historia social de los sentidos corporales en los últimos siglos en Occidente, que habría sido una labor enorme, sino proporcionar un contexto histórico y social que puede explicar cómo la arqueología occidental y moderna desarrolló una relación característica y fundamentalmente problemática con la experiencia sensorial. CLASE, RAZA Y LA CONSTRUCCIÓN DE LOS REGÍMENES SENSORIALES DE LA MODERNIDAD En el ejemplo arriba relatado el sentido del olfato pareció haberse convertido en el objetivo de los esfuerzos regulatorios del régimen. Esto no es accidental. El olfato, siendo uno de los sentidos más anárquicos, se resiste a un control fácil (Urry 2000: 95). Invade espacios y cuerpos y, a diferencia de la vista o incluso el oído, no puede ser fácilmente bloqueado ya que su órgano principal, la nariz, está conectada con la respiración y por tanto con la vida humana. Esto explica en parte 232. Modernidad occidental, arqueología y los sentidos por qué, como Bauman (1993: 24) observa, la modernidad occidental declaró la guerra a los olores. Sin embargo, la historia del olfato en la modernidad es mucho más complicada de lo que parece. Recordé tal complejidad recientemente cuando experimenté dos momentos reveladores que merecen ser rememorados aquí. Fue a mediados de los 90, cuando estaba viajando por el norte de Grecia en tren, de vuelta de una excavación. Este fue el periodo cuando Grecia estaba experimentado, por primera vez en su historia reciente, una gran ola de inmigrantes desde los países balcánicos, fundamentalmente desde Albania y Bulgaria. El pequeñoy semivacío tren de dos vagones iba cruzando la planicie tesalónica a baja velocidad, y justo cuando se aproximaba a la estación local, el maquinista redujo aún más; entonces, el maquinista sacó su cabeza a través de la ventana y comprobó la gente esperando en el andén. En una o dos ocasiones el tren no paró, aunque estaba claro que había pasajeros esperando a subir y habían hecho señas al maquinista. La pequeña muchedumbre a la espera protestó fuertemente, en vano. Perplejo, pedí una explicación al conductor, sólo para recibir en respuesta: «Eran albaneses. Y huelen mal. Y nuestras regulaciones establecen que las cosas que apestan, animales u otros, deberían ser colocadas en un vagón separado. Y no tenemos tal vagón en este momento». El shock que experimenté todavía me acompaña. Los pasajeros que estaban esperando fueron etiquetados como ‘albaneses’ basándose únicamente en la vista (¿ropas desaliñadas? ¿Señales de privación en sus rostros?), fueron deshumanizados y diligentemente colocados en la misma caja ontológica que las ‘cosas’ y los ‘animales’. Diez años después. El escenario no podría haber sido más diferente: a la salida de una gran institución artística de Estados Unidos. Comencé una conversación con una pudiente y amable mujer blanca retirada que estaba trabajando como voluntaria para la institución. Ella me comentaba un reality show que había visto recientemente en la televisión. Quería describir a una mujer que estaba participando en el programa: «Ya sabe, una mujer muy desaliñada, de las que pensaría que si realmente la hubiera conocido, habría olido muy mal». 24 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS La alteridad, ya sea en términos de clase, género, raza o etnicidad, es definida en parte por el olor (cf. Classen 1993). Esto es especialmente así cuando tales olores son encarnados, emanan del cuerpo del otro y no son parte del ambiente del espacio ni de un contexto culinario, en cuyo caso pueden ser, de algún modo, momentáneamente aceptados o incluso comercializados como señales de cosmopolitismo -piénsese en la cocina ‘exótica’, por ejemplo- (cf. Ameeriar 2012). Como el segundo ejemplo anterior revela, los olores pueden evocar identidad de clase y otredad en un sentido mucho más fuerte que la vista: la apariencia desaliñada de la mujer en la pantalla del televisor no fue suficiente para mi interlocutora para defender su punto de vista. La evocación de su asumido mal olor fue esencial para ella. La imaginación colonial fue también altamente sensible con el olor y los olores corporales. De hecho, el proyecto colonial de la Europa occidental de ‘civilizar’ al ‘otro’ no europeo incluía un esfuerzo por desodorizar a ese otro. «El Jabón es Civilización» es un eslogan temprano de la compañía Unilever, como McClintock (1995: 207) nos recuerda, continuando después con el análisis no solo de la historia del jabón como mercancía costosa en el siglo XIX, sino también de las imágenes publicitarias que acompañan esa historia social. Una o dos de ellas son altamente sorprendentes y reveladoras: una imagen victoriana muestra a un pequeño niño blanco bañando a un niño negro, usando el jabón de la compañía Pear. Al final del baño, el niño negro se ha vuelto blanco con excepción de su cara, que continúa negra (McClintock 1995: fig. 5.1). Como indica McClintock, la cara de un humano es para los victorianos la verdadera expresión de la identidad. El hombre blanco puede civilizar a un hombre negro con el jabón, pero sólo hasta un punto; en el fondo, el hombre negro, aunque limpio, siempre será negro. Otra imagen publicitaria del cambio de siglo y de la misma compañía (McClintock 1995, fig. 5.9), muestra a un hombre ‘aborigen’ con su lanza, de pie sobre las orillas de una tierra distante, mientras que al fondo aparece un barco hundiéndose. A los pies del hombre aborigen, una caja de madera, que había sido arrastrada hacia la orilla, lleva el logo de la compañía (Pears Soap), mientras, el 252. Modernidad occidental, arqueología y los sentidos hombre sujeta con asombro el jabón. Toda la imagen lleva el título «El Nacimiento de la Civilización: un mensaje desde el mar». Para la imaginación colonial, la civilización significa limpieza y el destierro de los olores corporales. Mientras que los intentos por regular los olores corporales parecen comenzar (como se evidencia por la discusión de Laporte) en una fecha tan temprana como el siglo XVI, fue mucho más tarde, a finales del siglo XVIII y en el siglo XIX cuando estos intentos se volvieron exitosos y establecieron un nuevo régimen. Corbin (1996/1986) proporciona el análisis más ingenioso e informativo del destino cambiante del olor, un relato que es igualmente un tratado fascinante sobre el desarrollo de la mentalidad burguesa en Francia, así como en otras partes de Europa. De acuerdo con él, la Francia pre-revolucionaria estaba caracterizada por la tolerancia olfativa. De hecho, cuanto más fuerte era el olor corporal, mejor, ya que significaba potencia y era también visto como una protección frente a la enfermedad. Unas pocas décadas antes de la Revolución y a lo largo del resto del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, las cosas cambiaron drásticamente. La intolerancia olfativa se convirtió en un rasgo definitorio del estatus social para las clases medias. El fuerte hedor, especialmente en los olores corporales, se convirtió en un gran problema y las clases trabajadoras fueron vistas como el estrato social del cual emanaba esa pestilencia1. Otros grupos que amenazaron el nuevo orden social de las clases medias, desde los judíos a las prostitutas, fueron también asociados con la inmundicia y un hedor fuerte y maloliente. En aquellos días, antes de la revolución de Pasteur, el hedor era visto como la causa de la enfermedad (invirtiendo, incluso, actitudes previas), y por consiguiente medicalizando las diferencias sociales y de clase. Solo ciertos olores como los ligeros, embriagadores y con base vegetal, fueron permitidos y buscados por las élites, mientras que cualquier cosa más pesada, incluidos los olores derivados de los animales tales como el almizcle, evocaban vulgaridad, campesinado y animalidad. El olor del tabaco fue tolerado, en parte porque fue considerado como poseedor de propiedades desinfectantes y en parte en un gesto reconciliatorio e igualitario hacia hombres y 26 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS ciertos grupos profesionales tales como soldados y navegantes (Corbin 1996/1986:149-150). Como resultado, se tomaron varias medidas para abordar el problema, desde la prohibición del uso de la cama comunal familiar (también vistas como una amenaza a la moralidad) hasta intentos de ventilación y pasos prácticos para abordar el hacinamiento. Incluso las invenciones médicas tales como el estetoscopio, deben su existencia a la necesidad de evitar el olor del otro, evitando el contacto corporal directo. Estos cambios dramáticos no fueron necesariamente cambios de limpieza en la práctica, ni siquiera las clases medias cambiaron sus hábitos en relación al baño, por ejemplo, pero se aseguraron de que sus ropas estuvieran limpias y frescas. Por consiguiente, estuvieron más preocupados por aparentar que por estar limpios (y, por tanto, no malolientes), aunque la impregnación de las ropas con olores fue también una preocupación seria (Corbin 1996/1986: 158). Corbin mostró, por consiguiente, que el fenómeno no puede ser descrito simplemente como un actitud social cambiante hacia el olor, sino más bien como el uso del olor para definir la identidad de clase y para establecer distinciones sociales. Al mismo tiempo, este fenómeno supuso una mayor privatización de los encuentros corporales sociales, una tendencia que fue mano a mano con el desarrollo de la modernidad capitalista (cf. Elias 1994/1939). La moralidad y la respetabilidad como valores burgueses clave se fundaron también parcialmente sobre el ámbito olfativo. Incluso el desarrollo del comportamientonarcisista burgués es debido, de acuerdo con Corbin, a la privatización de los olores, ya que la gente era capaz de volverse familiar con su propio olor corporal individual y, por consiguiente, adquirir un fuerte sentido de la individualidad corporal y la identidad. No obstante, Corbin lleva su análisis un paso más allá. Desde mediados del siglo XIX en adelante, y ya que los olores y particularmente los olores corporales fueron proscritos, la atención se tornó a la iluminación. Usando la misma terminología, una iluminación pobre fue vista como un problema social a nivel moral y de salud, al igual que la contaminación industrial, no tanto por el olor 272. Modernidad occidental, arqueología y los sentidos asociado como por la contaminación visual, el oscurecimiento de las fachadas y de la atmósfera (cf. Howes y Lalonde 1991). La dialéctica entre la vista y el olfato y la creciente devaluación de la última a favor de la primera son trazadas por Classen (1993:15-36), quien ha investigado este régimen cambiante, tomando el olor de la rosa y de las flores en general, durante la modernidad europea, como caso de estudio. Mientras que en el siglo XVI, Erasmo escribiría un tratado sobre el perfume de la rosa, en los años siguientes la rosa se volvería desodorizada. Lo que era importante era su color, no su olor. Esta actitud es parte del cambio que estableció una nueva manera de mirar al jardín y a la ‘naturaleza’ en general. El jardín, como naturaleza domesticada y como naturaleza perfeccionada, era entonces valorado por su apariencia y sus ordenadas cualidades, no por los aromas que exudaba. Los patrones de alfombras florales que emergieron en Gran Bretaña en el siglo XIX son un ejemplo de ello: estos arreglos florales se parecían a los motivos textiles, y su función primaria fue proporcionar disfrute visual, no un placer olfativo. El surgimiento de la mirada autónoma e individualizada se completó en el siglo XIX, de acuerdo con Jonathan Crary (1991). Esta aproximación altamente idiosincrática pero inspiradora, se centró en el desarrollo de instrumentos ópticos del siglo XVI al XIX. Las historias convencionales de la vista y de los aparatos representacionales proyectan una secuencia larga de desarrollo que comenzó con la perspectiva lineal en el siglo XV, continuó con la cámara oscura en los siglos XVI y XVII, siguiendo con la invención de la fotografía en el siglo XIX y terminó finalmente con la imagen en movimiento en el cambio de siglo. Aunque la tesis de Crary parece estar de acuerdo con otros trabajos (comentados más arriba) que detectan el surgimiento de la experiencia individualizada sensorial al menos desde el siglo XVI, él defiende que el desarrollo de la vista y la visión sigue una trayectoria más complicada. Su aproximación se centra en el desarrollo del observador moderno y su estudio de varios sistemas ópticos no es tanto un estudio de tecnología sino un estudio de la materialización concreta de los modos perceptivos, visto a través de 28 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS objetos tales como la cámara oscura y el estereoscopio. En resumen, su tesis va como sigue: la cámara oscura encarna un modo de percepción visual que es fundamentalmente diferente a lo que vino más tarde en el siglo XVIII y especialmente en el XIX (con la fotografía). La cámara oscura es un aparato que permite a la luz pasar a través de un pequeño agujero en un espacio oscuro, habitación o compartimento. Las versiones anteriores fueron suficientemente grandes para permitir a una persona entrar y salir fuera de tal espacio. Como resultado de la luz arrojada a la habitación oscura, una imagen invertida de un objeto exterior queda proyectada sobre la pared del fondo de la habitación. El aparato fue usado en parte para ayudar en el dibujo aunque este no fue su uso exclusivo, ni siquiera primario. La cámara oscura encarna un acto de observación que depende del aparato, a menudo inmóvil, del dispositivo. Además, este promulga un sentido de la vista que está vinculado con los otros sentidos tales como el del tacto y, aún más importante, con el movimiento del cuerpo humano. Finalmente, es un dispositivo que no trata necesariamente de producir una imagen persistente, una representación que pueda ser replicada y reproducida, como es el caso con la fotografía. De acuerdo con Crary, la ruptura radical desde esta noción de la vista viene en las primeras décadas del siglo XIX, con dispositivos tales como el estereoscopio y la cámara lúcida. Estos dispositivos representan un nuevo sentido de la visión que está firmemente conectado con el cuerpo del observador, un sentido que es mucho más abstracto y divorciado de los otros sentidos y del movimiento del cuerpo humano. Esta lógica encontrará su expresión más impresionante en la fotografía. El origen de la fotografía fue un largo proceso más que un único evento (cf. Batchen 1997), pero el anuncio público de la invención del daguerrotipo en 1839 fue un momento clave. La llegada del nuevo medio constituyó un hito principal en la historia de la visión en Occidente. Aunque, como se ha indicado previamente, la lógica perceptiva sobre la cual está basada ya existía varias décadas antes, fue la fotografía la que se esperaba que tuviese un impacto más importante. Ésta fortaleció la noción de la visión autónoma, permitió la diseminación amplia de 292. Modernidad occidental, arqueología y los sentidos la imagen mecánicamente reproducida y permitió la experiencia de la deterritorialización y la reterritorialización (Deleuze y Guattari (1983/1972), diseminando las imágenes de los lugares remotos, las personas y los eventos. La fotografía posibilitó la reproducción mecánica de los productos visuales, estableciendo por tanto una relación de equivalencia. En otras palabras, con la fotografía, la modernidad capitalista encontró su dispositivo visual ideal. Las fotografías se convirtieron en una forma de pago (Sekula 1981), produciendo una nueva forma de economía visual (cf. Poole 1997). Este desarrollo coincidió con el establecimiento progresivo de una creciente clase media y con la aparición del concepto de tiempo de ocio, del turismo y del viaje en masa. La fotografía se convirtió en la técnica por excelencia para la gestión de la atención para la modernidad capitalista. Fue un arte de cultura asequible (Bourdieu 1996) que podía estar al alcance de las clases medias, y vinculaba el sitio fundamentalmente percibido de manera visual (la atracción turística, el lugar de belleza natural, el sitio arqueológico) con una vista cada vez más autónoma -una vista que, aunque hospedada en el cuerpo humano, se había separado de forma evidente de otras modalidades sensoriales como el tacto, la sinestesia (diferentes sentidos trabajando al unísono) y la cenestesia (la experiencia multisensorial de mover el cuerpo). El siglo XIX, en consecuencia, se convirtió en el siglo de la visión autónoma, especialmente para las clases medias. Para citar a Tony Bennett (1995), fue el siglo del «complejo exhibicionista». Produjo varios aparatos representacionales, desde la fotografía a los museos, las ferias mundiales, las exhibiciones (cf. Preziosi 2003) y, como mostraré más abajo, la arqueología profesional de la modernidad. Estas prácticas fueron parte de una visión del mundo que estableció un nuevo orden moral, social y político donde las nociones de respetabilidad, una clara separación entre el espacio público y privado, y los códigos ‘adecuados’ de comportamiento y conducta en público fueron de importancia primordial. Es la misma lógica que estableció unos ‘modales en la mesa’ apropiados como una señal clave del proceso civilizador. Una vez la comida se volvió más ampliamente disponible, y su cantidad ya 30 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS no podía operar como un mecanismo de distinción social, las clases sociales medias adoptaron los ‘modales en la mesa’ como un nuevo código discriminatorio (Elias 1994/1939).Desde el punto de vista de la historia de la experiencia sensorial, este cambio significó que comer perdió parte de este valor sensual y experiencial, y se volvió más como un teatro, una representación donde uno debería ser consciente constantemente de la imagen que proyecta. Tocar la comida con las manos fue desterrado como vulgar e incivilizado y así lo fue cualquier sentido de expresión abierta de placer sensual derivado de la comida y la bebida, o cualquier exceso, indulgencia excesiva o embriaguez. Esto fue lo que Pasi Falk (1994) denominó, de alguna manera de forma simplista, el cierre del cuerpo humano: que lugar de cierre, fue más bien la encarnación de una nueva persona, especialmente para las clases medias. Los relatos convencionales socio-históricos de estos desarrollos, especialmente después de Elias y Foucault, todavía tienden a presentarnos una imagen monolítica, como si estas prácticas e ideas tuvieran un poderoso efecto que no permite resistencia, ni alternativas. Mientras estos modos y prácticas de las clases medias y altas han tenido un impacto enorme en las sociedades occidentales en general, deberíamos tener muy presentes las modernidades sensuales y sensoriales alternativas. Las clases trabajadoras, el campesinado, ciertos grupos y gente en los países del sur y sureste europeo, habrían experimentado sus vidas e historias de maneras sensoriales diversas. Por ejemplo, era de esperar que iba a haber diferencias significativas entre el Norte protestante, con su ética de trabajo capitalista, altamente austera, y el Sur católico y ortodoxo, que fue también sujeto de varias fertilizaciones interculturales, desde las culturas árabes en el sur español, a las influencias mediterráneas otomanas y del Este en los países europeos del sureste. El olor del incienso quemándose en las iglesias de la Europa católica, cristiana y ortodoxa (véase el Capítulo 3) bastaría para recordarnos que en la era del «complejo exhibicionista», las experiencias multisensoriales eran todavía prominentes en algunas partes de Europa (cf. Chambers 2007). 312. Modernidad occidental, arqueología y los sentidos Incluso las fotografías que he mostrado previamente, a pesar de su uso como producto visual, son también objetos en el sentido material y su manipulación habría permitido y engendrado un efecto experiencial táctil al tiempo que visual. Como mostraré en el siguiente capítulo, todas las cosas pueden operar como prótesis sensoriales para el cuerpo humano; lo cual es especialmente así con dispositivos tecnológicos como la cámara (cf. Jay 2006). Además, las fotografías son huellas materiales mnemónicas de las cosas que se han experimentado (Hamilakis et al. 2009). Un trabajo reciente de la historia y la etnografía de la fotografía (p. ej. Batchen 2006; Edwards 2009; Edwards y Hart 2004) ha mostrado que las fotografías fueron tratadas desde temprano como objetos materiales que podrían ser reelaborados y manipulados de maneras diversas, alcanzando por tanto singularidad y cualidades de los productos artesanales; fueron asimismo embellecidas por sus propietarios, coleccionistas y las personas a su cargo, quienes las adornaron con pelo humano (a menudo de la persona retratada) o incluso con plantas aromáticas. Un objeto visual aparentemente genérico y mecánicamente reproducible podía, en consecuencia, adquirir singularidad, tactilidad y afectividad olfativa (Batchen 2006). Además, en el siglo XIX, las fotografías circularon a menudo bajo la forma de álbumes fotográficos y su consumo fue por ello más complejo que aquellas resultado de una impresión individual. Su visualización en secuencia era crucial, ya que producía un sentido de imaginería en movimiento y permitía la posibilidad de una narración. La tactilidad envuelta en la manipulación del álbum, con sus materiales diversos y sus texturas variadas, se suma al sentido de la multisensorialidad. En suma, una imagen puede evocar la experiencia multisensorial a través de técnicas fotográficas como la escala, la composición pictórica, la profundidad y la representación de la textura y el movimiento. Habría dependido del fotógrafo el evocar tal afectividad sensorial, por supuesto, y sería interesante analizar cuándo, cómo y por qué estas técnicas fueron puestas de manifiesto. 32 ARQUEOLOGÍA Y LOS SENTIDOS LOS SENTIDOS EN EL PENSAMIENTO FILOSÓFICO TEMPRANO Y LA TEORÍA SOCIAL: UN BREVE EXCURSO Ya que mi objetivo en este capítulo es entender las maneras por las cuales la arqueología desarrolló un sistema teórico sensorial específico y práctico, es esencial una breve discusión acerca de las ideas filosóficas sobre los sentidos corporales, sobre todo porque estas ideas moldearon la mayor parte de los campos disciplinarios en la materia. Por ejemplo, ¿de dónde procede la percepción académica y popular dominante en la actualidad sobre el sensorio estructurado por los cinco sentidos? ¿Existe una jerarquía implícita en el sensorio occidental? Y, si es así, ¿por qué? Se espera que los vínculos entre estas ideas y el desarrollo de un cierto régimen sensorial, característicamente eurocéntrico y de clases medias como fue resumido arriba, queden patentes. El pensamiento social occidental normalmente comienza con la filosofía antigua griega, y de hecho, es aquí donde se encuentran las raíces de muchos de los problemas filosóficos y dicotomías que dominan el pensamiento moderno. Las sociedades griegas clásicas fueron hedonísticas, especialmente para la gente que disfrutó de derechos completos (ciudadanos libres y hombres de la polis). La experiencia multisensorial de la realidad fue evidente en todos los aspectos de la vida, desde los banquetes y sacrificios hasta la creación de trabajos de arte multicolores y las representaciones de música y drama. Incluso las estatuas de las deidades fueron ungidas con perfumes y ungüentos, haciendo, por tanto, la experiencia corporal verdaderamente multisensorial (cf. Marcadé 1969: 98-102). Además, los filósofos y pensadores de esa sociedad sostuvieron diversos puntos de vista sobre los sentidos corporales. Aquello que consideramos ahora el sensorio occidental con sus cinco sentidos (vista, oído, olfato, gusto y tacto) fue formulado en etapas tempranas y se estableció una jerarquía. Está claro que el número cinco es una pura convención, y es principalmente debido a sus connotaciones simbólicas, como es el caso de los números tres, siete, doce, etc. (cf. Jütte 2005: 54-55; Vigne 2009). Pero incluso durante la antigüedad, hubo un debate sobre el número, la jerarquía y la naturaleza de los sentidos. 332. Modernidad occidental, arqueología y los sentidos Aristóteles es la figura más importante en este aspecto y, aunque no fue el primero en aparecer con el esquema de los cinco sentidos, él fue el que le dio autoridad y, por consiguiente, garantizó su perpetuación en los siglos y milenios que vinieron. También criticó y rechazó ideas anteriores tales como las de Demócrito, quien afirmó que hay más de cinco sentidos (Vigne 2009: 107-109). Aristóteles insistió en el número cinco porque creyó que los sentidos estaban vinculados con los elementos primarios: el agua (vista), el aire (oído), el fuego (olfato) y la tierra (tacto); el gusto era visto como una forma de tacto (Vigne 2009). El tacto fue percibido como el sentido primario, pero solo porque fue visto como algo compartido por todos los animales, incluidos los humanos. «Ya que sin un sentido del tacto es imposible [para ningún animal] tener otra sensación», escribe Aristóteles en su tratado Sobre el Alma (III, 435a, 13-14). Por otro lado, la vista no fue sólo el centro de la mayoría de la atención, sino que también ocupó la posición más alta en la jerarquía sensorial (cf. Rutherford 2004; Synnott 1991). La jerarquía aristotélica de los sentidos identificó la vista, el oído y el olfato (en ese orden) como sentidos humanos, mientras que el gusto y el tacto fueron vistos como
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