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Evidencia 1 Literatura - jojeen 13

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Antes de comenzar con este relato, me gustaría advertirle, querido lector, que no se trata de una historia convencional, está llena de recuerdos tristes y anécdotas exasperantes. Tal vez recaiga en lo más profundo de su corazón, o tal vez no le afecte en lo más mínimo, sin embargo para mí fue la etapa más importante de mi vida y hasta el día de hoy me persigue en pesadillas y sueños.
Todo comenzó antes de que comenzara a trabajar en aquella desdichada compañía en la cual tenía que pasar horas y horas hasta el anochecer imprimiendo proyectos y entregando correos.
Salía de mi casa, me dirigía al restaurante de comida rápida, hacia mis turnos a medio tiempo, comía cualquier cosa que me podía robar de entre los desechos, huía del lugar antes de que alguien pudiera invitarme a comer o a salir a algún lado y directamente hacia otro turno a medio tiempo como ayudante de cocina, donde normalmente tenía la obligación de lavar los interminables platos, tirar la basura y sacarla, limpiar las estufas después de ser usadas, entre otras cosas. 
Y finalmente, entraba a esa tienda de conveniencia que ya me es tan familiar y en la que realizaba mi turno de noche. Trataba con adolescentes que compraban condones apresuradamente, estudiantes exhaustos que compraban fideos instantáneos y borrachos que no podían mantenerse en pie.
 Usualmente los días abarcaban rutinas monótonamente tranquilas y pasaban con una velocidad tediosa que me hacía morderme las uñas. Salía de mi casa temprano en la madrugada, como a eso de las cinco, para dirigirme al colegio. Llegaba una hora y media antes que los demás ya que me gustaba repasar todos los temas previamente. En clase, ponía estricta atención y anotaba todo lo que salía de la boca del profesor. Nueve horas después se terminaban las clases y mientras todos se iban a sus casas a descansar o a perder el tiempo jugando, yo me dirigía a la academia de regularización. No es que tuviera malas calificaciones, ni nada de eso. De hecho, tenía las puntuaciones más altas del colegio entero. La academia de regularización me servía para corroborar lo visto en el día, como un club de tareas. A eso de las nueve de la noche regresaba a mi casa y volvía a estudiar mis notas mientras realizaba la tarea, bajo la luz de artificial de la lámpara.
Este ciclo se repetía todos los días, incluso ahora que había entrado a la universidad. La academia de regularización, los repasos temprano en la madrugada que terminaban hasta muy entrada la noche, todo se repetía. Se podría decir que el estudio era mi vida. Las notas perfectas y evaluaciones altas eran algo de mi día y día.
También lo eran las lágrimas nocturas y el estrés. Bajo aquella fachada de niña prodigio e inteligente, había una yo que no podía más. 
Salieron del establecimiento tras un corto pico en los labios y se adentraron en la obscuridad que reinaba afuera. Tan oscura, que ni la luz de la luna era capaz de iluminar el rostro envejecido de aquel hombre. 
Por las siguientes semanas se repitió la misma historia. Él pasaba por ella y se iban juntos. Pero poco a poco la mujer comenzó a tardar más en salir, había veces en las que miraba con tristeza como la esperaba hasta la madrugada. 
Así que un día me armé de valor. Al terminar mis clases en la academia me senté en el mismo sillón que él usaba todas las noches y lo esperé. Llegó a tiempo, como siempre. Su gabardina bien planchada y su cabello perfectamente arreglado. Me quedé a su lado por dos horas, hasta que finalmente me giré y hable.
—Señor, ¿me puede invitar a cenar?—solté sin titubear. 
—Estoy esperando a alguien—contestó después de analizarme. Abrió su celular, mandó un mensaje y volvió a meter el aparato a su gabardina. 
—Parece que tomará un tiempo para que ella salga— dirigió su mirada a mis piernas y luego a mis brazos. 
—Se ve algo delgada, debería comer algo antes de irse a casa—me tendió dinero que sacó de su bolsillo—Una muchachita jovén como usted no debería saltarse sus comidas.
—No puedo simplemente aceptar su dinero, señor. ¿Puede venir conmigo?
Esa fue la primera vez que comí con él. Con el tiempo esas salidas nocturnas se fueron convirtiendo en algo diario para ambos y con cada comida que compartimos nos hacíamos más cercanos. En una de esas salidas me comentó que esperaba a su esposa, quien trabajaba duramente como maestra de leyes y terminaba sus turnos muy tarde. Yo sabía que eso no era cierto. Las clases terminaban a las nueve de la noche, nadie daba clase a esa hora.
Supuse, tras observar su celular, el cual revisó mientras yo hacía la transacción; tras observar su reloj dorado, el cual miraba pacientemente; tras observar su maleta, de un color negro brillante, que ese hombre tendría un puesto elevado en alguna empresa, eso, o tuvo el lujo de casarse con una abogada. 
Después de aquel extraño encuentro me dirigí de vuelta a casa, si es que esa habitación de diez metros podía ser llamada como tal. Cuando entré con la bolsa de plástico tintineando sobre mis piernas, Alessa se acercó olisqueando como haría un perro hambriento. 
-¿Trajiste algo?-la escuché decir.
Negué.
-¿Otra vez?-se quejó-¿Al menos lo estás intentando? No hemos cenado en dos días. ¿Si lo que traes no es comida, entonces que es?
Deje caer la bolsa a su lado y mientras iba a calentar un poco de agua, ella hurgó en el plástico amarillento. Soltó un suspiro. 
-Es lo único que pude traer-dije con una voz desinteresada-Sírvete si quieres, estoy calentando el agua.
Sentí como los sobres me cayeron en la nuca para después rebotar en el suelo.
-¿Café instantáneo, en serio?-lloriqueo con un tono enfadado-¿Planeas que cene café instantáneo?
Sin darle una respuesta tomé uno de los sobres que habían caído después de que Alessa los lanzará en mi dirección y comencé a prepararlo. Abrí el delgado sobre y lo vacíe sobre el agua caliente, mezcle la bebida con una pequeña cuchara por varios segundos mientras veía a mi hermana salir de la habitación resignada. Bebí silenciosamente, sintiendo el calor del café en mi garganta. 
Recordé al cliente de hoy, con su gabardina que le llegaba hasta las rodillas y su postura decidida. En ese momento no tenía idea que él se convertiría en alguien crucial en mi vida, en ese momento desconocía su nombre y sus gustos, en ese momento desconocía las momentos que atravesaríamos en el futuro. En ese momento solo sabía que la bebida instantánea me había hecho sentir somnolienta. 
Tenía razón acerca de la abogada. Un día frío de Diciembre me contó sobre ella mientras caminábamos a la parada de autobús, como hacíamos últimamente. Me sorprendí por la calidez de su gran corazón, en poco tiempo pude notar que era un hombre empático que tenía la capacidad inigualable de entender a la gente con solo mirarla. Tal vez por eso se me acercó por primera vez ofreciéndome un trago al verme esperando el tren solitariamente aquella apresurada noche del sábado cuando todos tenían eventos a los que asistir. Tal vez vio mis brazos delgados y mis piernas frágiles y por eso me invitó a comer la segunda vez que nos encontramos fuera de la estación del autobús. Tal vez realmente veía a la delicada chica necesitada de ayuda que se encontraba encerrada dentro de mí, en vez de aquella veinteañera que miraba con frialdad a las personas y tomaba el camino largo a casa para evitar encuentros sociales.
Fuera cual fuera la razón, me sentía cómoda con él. Me contaba sobre sus días rutinarios y aburridos, sobre sus problemas y sus miedos. Me contaba de sus gustos y especialmente de su esposa. También me preguntaba repetidamente sobre mí, mi familia, mi trabajo, mis estudios, mis amigos. Yo no podía responderle con la verdad, ¿como vería a los ojos a una niña huérfana que tiene que lidiar con más de diez deudas por pagar? No podía contarle eso, ni tampoco podía confesarle que solo salía a comer con él porque no podía pagarme una cena de esa magnitud ni con mi salario de tres meses. 
Una noche como cualquier otra me invitó a comer después de haber terminado su rutina de trabajo.Se presentó como siempre con su gabardina y su maleta a la tienda de convencía en la que trabajaba y pacientemente esperó a que terminara mi turno. 
No fue sino hasta las once de la noche cuando finalmente salí del local tras cerrar con candado. Caminamos al lado del otro en silencio, yo me perdía en mis pensamientos y él en los suyos. Después de unos minutos ingresamos al restaurante al que siempre íbamos y nos dejamos caer en nuestra mesa regular, al fondo donde las luces no alcanzan a llegar por completo.
El camarero que probablemente ya nos reconocía dejó dos botellas de cerveza sin que se lo pidiéramos y preguntó por nuestra orden. 
-Trae una parrillada y que sea grande-contestó James.-Y otra cerveza para mí. 
Una vez que el mesero se fue, comencé a comerme los acompañamientos que servían gratuitamente.
Esa noche, James estaba inusualmente callado, se dedicaba a mirar la botella como si tratara de descifrar un mensaje en un idioma que no entendía. Yo no mencione nada, pensando que se trataba del estrés laboral y simplemente me dediqué a guardar comida en un toper para mi hermana. 
-¿Sabes? Me gustaría volver a tu edad-Dijo de la nada. Esas palabras me helaron completamente. Deje de comer y le preste atención, por primera vez me miró a los ojos.-A tu edad mi única preocupación era estudiar y sacar buenas calificaciones. 
Sentí la sangre correr por mis venas y mis músculos tensarse. No sabe lo que estaba diciendo. Me decía a mí misma. Ésta borracho y no sabe lo que dice. 
Traté de ignorar sus palabras y volví a meter un pedazo de comida a la boca. Mastique más rápido, estaba comenzando a sentirme incómoda. Él seguía hablando pero yo ya no escuchaba y al notar cómo mi actitud cambió, dejó de hablar.
-¿A qué se dedican tu padres?-me preguntó, tal vez para cambiar de tema. 
Hacía frío afuera por lo que se aferraba a su gabardina con fuerza. No me miró mientras dejaba salir la pregunta de sus labios. 
-¿A qué se dedican los suyos, señor?-contraataqué de manera sutil. Solté los cubiertos y lo observe. Su expresión cambió y dirigió la mirada a su comida, evitando el contacto visual.
-Se dedicaban a trabajar-respondió después de un rato, dejando salir una sonrisa irónica. Sus ojos se volvieron tristes de repente.-en especial mi padre. Recuerdo como solía esperar a que regresara del trabajo pero caía dormido antes de que lo hiciera. Solía llevar muy tarde.
Llevó la botella a sus labios y bebió gran parte de ella. 
-También era difícil lograr que jugara conmigo-prosiguió.-En fin de semana iba a trabajar, diciendo que tenía que supervisar la empresa, y cuando se quedaba en casa, decía que estaba muy cansado para jugar. Solo le importaba el trabajo. Dedicó su vida a trabajar y murió haciéndolo. Yo solía sentirme solo y triste-hizo una pausa para volver a tragar de la botella con rapidez.-Me juré a mí mismo que nunca me volvería como él. Que le daría atención a mi propio hijo-dejó salir una sonrisa triste.-Supongo que realmente sólo puedes dedicarte a trabajar en la vida. Me veo en el espejo y me siento decepcionado, porque ahora soy yo quien llega a altas horas de la noche a casa, soy yo quien hace supervisión en la empresa los fines de semana. Soy yo el que vive para trabajar.
La comida se había enfriado, pero eso no era lo que me importaba en ese momento. Este señor frente a mí, este hombre dueño de una empresa que le deja millones de pesos en su cuenta bancaria lucía tan deprimente y por el resto de la noche no deje de preguntarme cómo era posible que alguien que gana tanto dinero puede lucir tan miserable. Simplemente no entendía. 
Y tal vez, muy en el fondo, no quería entender. 
La lluvia vino y se hundió todo cuando finalmente estaba sintiéndome limpia.
La tormenta era fuerte e intimidante, al igual que el hombre que se encontraba frente a mí. Se trataba de el casero y venía a cobrar la mensualidad de la renta. No hace falta mencionar a detalle que mientras trataba de explicarle que solo había logrado conseguir la mitad del dinero me soltó una bofetada. Tomó el dinero, se rió de mí y de mi patética vida antes de salir por donde había entrado minutos antes.
La verdad es que tenía razón, no tenía motivos para enojarme con el casero. En ninguna de sus palabras había mentira alguna. Estaba perdida en el mundo y me sentía como una hormiga insignificante en un mundo de monstruos gigantes que podían aplastarme y matarme sin esfuerzo alguno. Nunca podría encontrar mi camino, incluso las rosas que yacían en la mesa de noche se habían cansado y marchitado con el tiempo.
Mi hermana llegó horas después, libros en mano. Era una privilegiada estudiante becada que disfrutaba de sus clases al aire libre mientras yo trabajaba. Al ver mi prominente moretón, se acercó para poner algo de hielo sobre mi cachete sin decir nada. No era la primera vez que pasaba, al casero le gustaba aprovecharse de gente que no era capaz de defenderse. 
-¿Irás a trabajar en ese estado?-preguntó mi hermana al momento que abría uno de los topers con comida que había tratado la noche anterior.
-Tener el rostro morado nunca me ha detenido-replique mientras me ponía un viejo suéter desgastado color azul fuerte y amarraba el cabello en una coleta despeinada.
-¿Y si te pregunta qué pasó?-siguió hablando al ver que no contestaba-El señor ese. El que te da comida.
-Supongo que lo tendrá que descubrir algún día, no es como que será amable conmigo para siempre. 
Dicho esto, salí de la casa y me dirigí al trabajo. 
Pasaron las horas rápidamente y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba de camino a la tienda de conveniencia donde hacía mi última jornada de trabajo. Al entrar, mi jefe se acercó apresuradamente y me tendió un sobre blanquecino sellado. 
-Es una lástima que no puedas seguir trabajando con nosotros.-comentó haciendo un pequeño puchero. Sentí mi ceño fruncirse con confusión ante sus palabras-espero que tu abuela se encuentre bien. Este es el suelo de el mes pasado y de lo que trabajaste en este. Puedes dejar tu gafete en la bodega. 
Mi corazón palpitaba duramente contra mi pecho, las palabras no salían de mi temblorosa garganta. Se me fundió el estómago con ansiedad y la cabeza de incógnitas. No me podían despedir, no había hecho nada malo. Soy la empleada más puntual y confiable del local, no pueden simplemente enviarme a casa. ¿Qué sería de mí y mi hermana? Comencé a hacer cálculos mentales sobre cómo me las arreglaría sin mi salario de esta jornada.
El jefe se giró y antes de que pudiera decir nada se dio la vuelta de nuevo y me entregó una nota en post it.
-Por cierto, casi lo olvidaba. Un señor te dejó esa nota. 
En plena confusión analizé la nota. A pesar de no tener remitente comprendí al instante quien era el dueño de la nota. “Señoita, Lee” Comprendo las dudas que probablemente deben rondar por su mente, pero for favor, no se asuste. Venga a esta dirección y hablemos cara a cara. Confíe en mí.”
Deje mi gafete en el mostrador al momento en que salí corriendo del lugar. No me detuve a excepción de dos veces para pedir orientación a los locales que se encontraban en la calle.
Cuando llegue al gran edificio que se alzaba alto en el cielo estaba ya toda sudorosa. 
No desperdicie ningún segundo y me adentre vacilante. Pregunté por la señora Mayer y una de las recepcionistas que se encontraba ahí me acompañó hasta su oficina. Mientras recorríamos el interior pude apreciar los altos techos y las pinturas que colgaban de las paredes color beige. Los empleados que pasaban a nuestro lado observaban mi aspecto y sonreían con una amabilidad que no les llegaba a los ojos. Si llegaban a ver mi moretón, el cual cubría torpemente con unas gafas de sol, no lo demostraban.
La recepcionista llamó a la puerta con delicadeza y segundos después giró el pomo para abrirla luego de escuchar un “adelante” proveniente del interior.
-Señora Mayer, ha llegado su cita de las tres.-escuché hablar a la recepcionista que se marchó tras cerrar la puerta luego de pronunciar aquellas palabras. 
Me metí a la habitación e inspectéel lugar. Era elegante y con un toque minimalista. Recargado sobre la pared izquierda había un estante lleno de libros de diferentes tonos y grosores, pero todos ellos organizados de una manera perfecta que combinaba con la gama de colores del lugar. Sobre el escritorio había varias fotos de un niño no mayor de trece años, el cual probablemente se trataba del hijo de la mujer. 
-Mucho gusto, soy Amanda Mayer. Mi esposo me ha hablado mucho de ti-me apretó la mano como saludo y me invitó a sentarme. Por primera vez fije mi atención en ella. Era una mujer jovial y de piel lisa, algo marcada por el sol. No podía verla perfectamente desde la silla, pero notaba su figura esbelta bajo esa camiseta azul claro. Su cabello, café y rizado caía sobre su hombro, dándole un aspecto juguetón. Noté también, que de su silla colgaba una gabardina color café claro, parecida a la del señor Mayer.-Me dijo que estas buscando un trabajo, ¿es cierto? Me mandó tu curriculum y me alegra saber que tienes experiencia en el uso de la computadora. También eres buena en calculando mentalmente y rápida al escribir. 
Me miró sonriente, como si estuviera esperando una reacción de mi parte. Al ver que no planeaba decir nada, se quitó los lentes de la nariz y los apoyó en el escritorio. 
-Mi esposo me contó sobre tu situación. Sé que es difícil conseguir trabajo en un lugar como este cuando no tienes completados tus estudios, pero nosotros queremos ayudarte. De hecho, nos hacen falta algunas secretarías, si no tienes ningún problema con ello, siéntete libre de trabajar con nosotros. La paga es mejor que en la tienda de conveniencia. 
No sabía si sentirme avergonzada o afortunada. No podía creer que se me estaba presentando una oportunidad como esa, estaba feliz y nerviosa al mismo tiempo. Quería gritar y también llorar. Nunca he sido buena expresando mis sentimientos, pero en aquella ocasión me dejé llevar por la adrenalina y me levanté para estrechar la mano de la mujer frente a mí con fuerza mientras lagrimas caían de mis ojos. 
Tenía un trabajo estable y que no requerría que me desvelará tan tarde en la noche. Le agradeció infinitamente al señor Mayer y le manifesté mi agradecimiento cuando nos encontramos ese mismo día. Estábamos bebiendo en una cafetería que se encontraba llena de estudiantes ruidosos.
-Incluso ya puedes renunciar a tus otros trabajos, no te tienes que preocupar más.
Sonreí placenteramente. 
-¿Por qué no te quitas esas gafas?-dijo después de un momento de silencio-Es tarde, ya no hay sol. 
Supe que notó algo raro en mi cuando tensé la barbilla a su comentario. Tomó las gafas por los lados y observó con espanto mi rostro. Lo escuché parlotear acerca de los novios violentos y sobre cómo podía terminar.
-Dame su direccion, que ese idiota no va a salirse con la suya. No deberías salir con alguien así, ahorita puede ser un golpe pero mañana quien sabe…
-Está bien-lo detuve-no se trata de mi novio. 
No sé que me llevó a decir esas palabras, no sé de dónde saqué el valor para pronunciarlas, no sé cómo ni porqué, pero le confesé todo. Desde cómo murieron mis padres hasta la actualidad, donde tenía que pagar miles de pesos para sobrevivir, más los de la deuda de mis padres. James se mostró muy comprensivo, incluso tomó mi mano y la apretó con cuidado. Y por primera vez no me sentí avergonzada, ni triste, ni aterrada, me sentía a en paz, sentía que podía seguir adelante. 
Varias semanas después

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