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Texto 8 Perspectiva de genero - Marta Lamas - Erika Rocha

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La perspectiva de género 
Marta Lamas 
 
¿Por qué es importante la perspectiva de género?1 
¿Por qué la diferencia sexual implica desigualdad social? 
¿Qué posibilidades hay de modificar los papeles sexuales? ¿Saber si 
éstos son determinados biológicamente o construidos socialmente 
permitirá una transformación? Estas interrogantes se responden 
utilizando la perspectiva de género. 
Un desarrollo más equitativo y democrático del conjunto de 
la sociedad requiere la eliminación de los tratos discriminatorios 
contra cualquier grupo. En el caso específico de las mujeres, la 
mitad de la población, se ha vuelto una necesidad impostergable 
tomar en cuenta las condicionantes culturales, económicas y 
sociopolíticas que favorecen la discriminación femenina. Estas 
condicionantes no son causadas por la biología, sino por las ideas 
y prejuicios sociales, que están entretejidas en el género. 
Por más que la igualdad entre mujeres y hombres esté 
consagrada en el artículo 4º de nuestra Constitución, es 
necesario reconocer que una sociedad desigual tiende a 
repetir la desigualdad en todas sus instituciones. El trato 
igualitario dado a personas socialmente desiguales no genera por 
sí solo igualdad. Además, no basta con declarar la igualdad de 
trato, cuando en la realidad no existe igualdad de oportunidades. 
Esto significa que el diferente papel que las mujeres y los 
hombres tienen dentro de la familia y la sociedad y 
1 Hablemos de sexualidad, lecturas, CONAPO, Mexfam, 3a edición, 1996 
 
las consecuencias de esta asignación de papeles en el ciclo 
de vida, dificultan enormemente cualquier propósito de igualdad. 
Para alcanzar un desarrollo equilibrado y productivo del país 
urge establecer condiciones de igualdad de trato entre mujeres y 
hombres, y desarrollar políticas de igualdad de oportunidades. 
Esto requiere comprender las razones y los orígenes de la 
discriminación femenina. Cualquier propuesta anticriminatoria, 
entendida como el conjunto de programas y soluciones 
normativas, jurídicas y comunicativas destinadas a subsanar las 
desigualdades existentes entre mujeres y hombres, y a prevenir su 
aparición en el futuro, debe comenzar explicando el marco desde el 
cual se piensa el "problema" de las mujeres. Esto supone desarrollar 
una visión sobre los varios aspectos de la relación hombre/mujer 
con una perspectiva de género (que distingue correctamente el 
origen cultural de la mayoría de dichos aspectos) y plantear 
alternativas sociales para su resolución. 
Una premisa de la acción antidiscriminatoria es reconocer 
que la cultura introduce el sexismo, o sea la discriminación en 
función del sexo, mediante el género. 
Al tomar como punto de referencia la autonomía de mujeres 
y de hombres, con sus funciones reproductivas evidentemente 
distintas, cada cultura establece un conjunto de prácticas, ideas, 
discursos y representaciones sociales que atribuyen características 
específicas a mujeres y a hombres. Esta construcción simbólica, que 
en las ciencias sociales se denomina género, reglamenta y 
condiciona la conducta objetiva-subjetiva de las personas. 
Mediante el proceso de constitución del género, la sociedad fabrica 
 
 
 
 
las ideas de lo que deben ser los hombres y las mujeres, de lo 
que se supone es "propio" de cada sexo. 
Las desigualdades entre los sexos no se pueden rectificar 
si no se tienen en cuenta los presupuestos sociales que han 
impedido la igualdad, especialmente los efectos generados por la 
división ámbito privado -femenino y ámbito público- masculino. La 
prolongada situación de marginación de las mujeres, la valoración 
inferior de los trabajos femeninos, su responsabilidad del trabajo 
doméstico, su constante abandono del mercado de trabajo en años 
esenciales del ciclo de vida, su insuficiente formación profesional, la 
introyección de un modelo único de femineidad y el hecho de que, en 
muchos casos, ellas mismas no reconozcan su estatuto de víctimas 
de la discriminación, todo esto requiere una perspectiva de análisis 
que explique la existencia de la injusticia, su persistencia y la 
complicidad de las propias víctimas en su perpetuación. 
 
Género en español, diferencias de idioma, analogías y 
confusiones conceptuales 
Una dificultad inicial para utilizar esta categoría es que el 
término anglosajón gender no se corresponde totalmente con 
nuestro género en castellano: en inglés tiene una acepción que 
apunta directamente a los sexos mientras que en castellano se 
refiere a la clase, especie o tipo a la que pertenecen las cosas, a un 
grupo taxonómico, a los artículos o mercancías que son objeto de 
comercio y a la tela. Decir en inglés "vamos a estudiar el género" lleva 
implícito que se trata de una cuestión relativa a los sexos; plantear 
lo mismo en castellano resulta críptico para los no iniciados; ¿se 
trata de estudiar qué género, un estilo literario, un género musical, 
o una tela? 
En español la definición clásica, de diccionario, es la 
siguiente: "Género es la clase, especie o tipo a la que pertenecen 
las personas o las cosas". El Diccionario de uso del español, de 
María Moliner, consigna cinco acepciones y apenas la última es la 
relativa al género gramatical, o sea, a la definición gramatical por 
la cual los sustantivos, adjetivos, artículos o pronombres pueden 
ser femeninos, masculinos o -sólo los artículos y pronombres- 
neutros. Según María Moliner, tal división responde a la 
naturaleza de las cosas sólo cuando esas palabras se aplican a 
animales, pero a los demás se les asigna género masculino o 
femenino de manera arbitraria. Esta arbitrariedad en la 
asignación de género a las cosas se hace evidente muy fácilmente, 
por ejemplo, cuando el género atribuido cambia al pasar a otra 
lengua. En alemán, el sol es femenino, "la sol", y la luna es 
masculino, "el luna". Además, en alemán el neutro sirve para 
referirse a gran cantidad de cosas, inclusive a personas. Al hablar 
de niñas y niños en su conjunto, en vez de englobarlos bajo el 
masculino "los niños", se utiliza un neutro que los abarca sin 
priorizar lo femenino o lo masculino, algo así como "les niñes". 
Para los angloparlantes, que no atribuyen género a los objetos, 
resulta sorprendente oírnos decir "la silla" o "el espejo"; 
¿de dónde acá la silla es femenina y el espejo masculino? 
Como la anatomía ha sido una de las bases más 
 
 
importantes para la clasificación de las personas, a los machos y a 
las hembras de la especie se les designa como los géneros 
masculino y femenino. En castellano la connotación de género como 
cuestión relativa a la construcción de lo masculino y lo femenino 
sólo se comprende en función del género gramatical, y sólo las 
personas que ya están en antecedentes del debate teórico en las 
ciencias sociales comprenden la categoría género como la 
simbolización o construcción cultural que alude a la relación entre 
los sexos. 
A los hombres y las mujeres en castellano también se los 
nombra el género masculino y el género femenino. Esto introduce 
una confusión cuando se habla de género en el sentido de 
construcción cultural o simbolización. Ya que las mujeres son el 
género femenino", es fácil caer en el error de pensar que hablar de 
género o de perspectiva de género es referirse a las mujeres o a la 
perspectiva del sexo femenino. De hecho, es lo que ocurre 
actualmente: muchas personas al hablar de la variable de género, 
el factor género, se refieren nada menos que a las mujeres. 
Además, muchas personas sustituyen mujeres por género, o 
dejan de referirse a los dos sexos y utilizan la expresión "los dos 
géneros", porque creen que el empleo de género le da más seriedad 
académica a una obra. La utilización del término géneroaparece 
también como forma de situarse en el debate teórico, de estar "a la 
moda", de ser moderno. Para otras, género suena más neutral y 
objetivo que mujeres, y menos incómodo que sexo. Al hablar de 
cuestiones de género para referirse erróneamente a cuestiones de 
mujeres da la impresión de que se quiere imprimir seriedad al 
tema, quitarle la estridencia del reclamo feminista, y por eso se 
usa -erróneamente- un término científico de las ciencias sociales. 
Este uso equivocado, que es el más común, ha reducido el 
género a un concepto asociado con el estudio de las cosas 
relativas a las mujeres. Es importante señalar que el "género 
afecta tanto a hombres como a mujeres, que la definición de 
feminidad se hace en contraste con la de masculinidad, por lo que 
género se refiere a aquellas áreas -tanto estructurales como 
ideológicas- que comprenden relaciones entre los sexos. 
Lo importante del concepto de género es que al emplearlo 
se designan las relaciones sociales entre los sexos. 
La información sobre las mujeres es necesariamente 
información sobre los hombres. No se trata de dos cuestiones que 
se puedan separar. Dada la confusión que se establece por la 
acepción tradicional del término género, una regla útil es tratar de 
hablar de los hombres y las mujeres como sexos y dejar el término 
género para referirse al conjunto de ideas, descripciones y 
valoraciones sociales sobre lo masculino y lo femenino. Los dos 
conceptos son necesarios: no se puede ni debe sustituir sexo por 
género. Son cuestiones distintas. El sexo se refiere a lo biológico, el 
género a lo construido socialmente, a lo simbólico. 
Aunque en español es correcto decir "el género femenino" 
para referirse a las mujeres, es mejor tratar de evitar esa utilización 
del término género, y decir simplemente "las mujeres" o "el sexo 
femenino". De esa forma se evitan las confusiones entre el género 
como clasificación tradicional y el género como construcción 
simbólica de la diferencia sexual. 
Cuando alguien defina una cuestión como un "problema de 
género", vale la pena tratar de averiguar si se está refiriendo a las 
 
 
 
 
"mujeres" o al conjunto de prácticas y representaciones sobre la 
feminidad. 
Aunque al principio parezca complicado utilizar la categoría 
género, con un poco de práctica pronto se aprende. Al principio hay 
que pensar si se trata de algo construido socialmente o de algo 
biológico. Por ejemplo, si se dice "la menstruación es una cuestión 
de género", hay que pensar, ¿es algo construido o algo biológico? 
Obviamente es algo biológico; entonces es una cuestión relativa al 
sexo, y no al género. En cambio, decir "las mujeres con menstruación 
no pueden bañarse", nos hace pensar que esa idea no tiene que ver 
con cuestiones biológicas, sino con una valoración cultural, por lo 
tanto es de género. 
 
¿Cómo surge la categoría género? 
La disciplina que primero utilizó la categoría género para 
establecer una diferencia con el sexo fue la psicología, en su 
vertiente médica. John Money la utilizó en 1955 y posteriormente 
Robert Stoller la desarrolló en su estudio de los trastornos de la 
identidad sexual (1968), donde examinó la falla en la asignación 
de sexo, ya que las características externas de los genitales se 
prestaba a confusión, como el caso de niñas cuyos genitales 
externos se han masculinizado por un síndrome adrenogenital; o 
sea, niñas que, aunque tiene un sexo genético (XX), anatómico 
(vagina y clítoris) y hormonal femenino, tienen un clítoris que se 
puede confundir con pene. En los casos estudiados, a estas niñas se 
les asignó un papel masculino; este error de rotular a una niña como 
un niño resultó imposible de corregir después de los tres primeros 
años de edad. La personita en cuestión retenía su identidad inicial 
de género pese a los esfuerzos por corregirla. También hubo 
casos de niños genéticamente varones que, al tener un defecto 
anatómico grave o haber sufrido la mutilación del pene, fueron 
rotulados provisoriamente como niñas, de manera que se les 
asignó esa identidad desde el inicio, y eso facilitó el posterior 
tratamiento hormonal y quirúrgico que los convertiría en mujeres. 
Esos casos hicieron suponer a Stoller que lo que determina 
la identidad y el comportamiento masculino o femenino no es el sexo 
biológico, sino el hecho de haber vivido desde el nacimiento las 
experiencias, ritos y costumbres atribuidos a los hombres o las 
mujeres. Y concluyó que la asignación y adquisición de una 
identidad es más importante que la carga genética, hormonal y 
biológica. 
Desde esta perspectiva psicológica, género es una categoría 
en la que se articulan tres instancias básicas: 
 
a) La asignación (rotulación, atribución) de género 
Ésta se realiza en el momento en que nace el bebé, a partir 
de la apariencia externa de sus genitales. Hay veces que dicha 
apariencia está en contradicción con la carga cromosómica, y si no 
se detecta esta contradicción, o no se prevé su resolución o 
tratamiento, se generan graves trastornos. 
 
b) La identidad de género 
Se establece más o menos a la misma edad en que el infante 
adquiere el lenguaje (entre los 2 y los 3 años) y es anterior a su 
 
 
conocimiento de la diferencia anatómica entre los sexos. Desde 
dicha identidad, el niño estructura su experiencia vital; el género al 
que pertenece lo hace identificarse en todas sus manifestaciones: 
sentimientos o actitudes de "niño" o de "niña", comportamientos, 
juegos, etc. Después de establecida la identidad de género, cuando 
un niño se sabe y asume como perteneciente al grupo de lo 
masculino y una niña al de lo femenino, ésta se convierte en un 
tamiz por el que pasan todas sus experiencias. Es usual ver a 
niños rechazar algún juguete porque les parece que corresponde 
al sexo contrario, o aceptar sin cuestionar ciertas tareas porque 
son las que le tocan al propio sexo. Ya asumida la identidad de 
género, es imposible cambiarla externamente, por presiones del 
medio. Sólo las propias personas, por su voluntad y deseo, llegan 
a realizar cambios de género. 
 
c) El papel de género 
El papel (rol) de género se forma con el conjunto de normas 
y prescripciones que dictan la sociedad y la cultura sobre el 
comportamiento femenino o masculino. Aunque hay variantes de 
acuerdo con la cultura, la clase social, el grupo étnico y hasta al nivel 
generacional de las personas, se puede sostener una división básica 
que corresponde a la división sexual del trabajo más primitiva: las 
mujeres paren a los hijos, y por lo tanto, los cuidan: ergo, lo femenino 
es lo maternal, lo doméstico, contrapuesto con lo masculino como 
lo público. La dicotomía masculino-femenino, con sus variantes 
culturales (del tipo del yang y el yin), establece estereotipos, las más 
de las veces rígidos, que condicionan los papeles y limitan las 
potencialidades humanas de las personas al estimular o reprimir los 
comportamientos en función de su adecuación al género. 
Lo que el concepto de género ayuda a comprender es que 
muchas de las cuestiones que pensamos que son atributos 
"naturales" de los hombres o de las mujeres, en realidad son 
características construidas socialmente, que no están 
determinadas por la biología. El trato diferencial que reciben 
niños y niñas sólo por pertenecer a un sexo, va favoreciendo una 
serie de características y conductas diferenciadas. Un ejemplo de 
esto es una espléndida investigación que se realizó en los Estados 
Unidos. El cunero de un hospital cercano a una universidad 
participó en un experimento de psicología social. Se trataba de que 
grupos d65 
Estudiantes, profesionistas y gente común (electricistas, 
secretarias, choferes, etc.) pasaran un rato observando a los bebés 
recién nacidos y apuntarán sus observaciones. Durantemás de seis 
meses todo tipo de personas, de distintas formaciones, niveles 
socioeconómicos y pertenencias culturales estuvieron observando 
a los bebés del cunero. Las enfermeras tenían la consigna de que, 
cuando llegara un grupo observador, les pusiera cobijitas rosas a 
los varones y azules a las niñas. Los resultados de la observación 
fueron los esperados. Los observadores se dejaron influir por el 
color de las cobijas y escribieron en sus reportes: "es una niña muy 
dulce", cuando en realidad era un varón y "es un machito muy 
dinámico", cuando se trataba de una niña. El género de los bebés (las 
cobijitas rosas o azules) fue lo que condicionó la respuesta de las 
personas. 
A partir de distinguir entre el sexo biológico y lo 
construido socialmente se empezó a generalizar el uso de género 
 
 
 
 
para nombrar muchas situaciones de discriminación de las mujeres, 
justificadas por la supuesta anatomía diferente, cuando en 
realidad tienen origen social. Si bien las diferencias sexuales son la 
base sobre la cual se asienta una determinada distribución de 
papeles sociales, esta asignación no se desprende "naturalmente" de 
la biología, sino que es un hecho social. Por ejemplo: la maternidad 
sin duda desempeña un papel importante en la asignación de 
tareas, pero no por parir hijos las mujeres nacen sabiendo planchar 
o coser. 
Y mucha de la resistencia de los hombres a planchar o 
coser, y al trabajo "doméstico" en general tiene que ver con que se 
conceptualiza como un trabajo "femenino". En casos de necesidad, 
o por oficio, como el de sastre, los hombres cosen y planchan tan 
bien como las mujeres. 
 
¿Qué es la perspectiva de género? 
La perspectiva de género implica reconocer que una cosa 
es la diferencia sexual y otra cosa son las atribuciones, ideas, 
representaciones y prescripciones sociales que se construyen 
tomando como referencia esa diferencia sexual. 
Todas las sociedades estructuran su vida y construyen su 
cultura en torno a la diferencia sexual. Esta diferencia anatómica 
se interpreta como una cuestión sustantiva que marcará el 
destino de las personas. Lo lógico, se piensa, es que si las 
funciones biológicas son tan dispares, las demás características -
morales, psíquicas- también habrán de serlo. Desde hace varios 
años, antropólogos, biólogos, psicólogos, etc., se han dedicado a 
investigar y esclarecer qué es lo innato y qué lo adquirido en las 
características masculinas y femeninas de las personas. Valorar el 
peso de lo biológico en la interrelación de múltiples aspectos: 
sociales, ecológicos, biológicos, ha llevado a un reconocimiento de 
que es perfectamente plausible que existan diferencias sexuales de 
comportamiento asociadas con un programa genético de 
diferenciación sexual; sin embargo, estas diferencias son mínimas 
y no implican superioridad de un sexo sobre otro. Se debe aceptar 
el origen biológico de algunas diferencias entre hombres y mujeres, 
sin perder de vista que la predisposición biológica no es suficiente 
por sí misma para provocar un comportamiento. No hay 
comportamientos o características de personalidad exclusivas de un 
sexo. Ambos comparten rasgos y conductas humanas. 
Si hace miles de años las diferencias biológicas, en 
especial la que se refiere a la maternidad, pudieron haber sido la 
causa de la división sexual del trabajo que permitió la dominación 
de un sexo sobre otro al establecer una repartición de ciertas 
tareas y funciones sociales, hoy esto ya no tiene vigencia. En la 
actualidad, aunque la ideología asimila lo biológico a lo inmutable 
y lo sociocultural a lo transformable, es mucho más fácil 
modificar los hechos de la naturaleza que los de la cultura. 
Si bien la diferencia entre el macho y la hembra humanos es 
evidente, que a las hembras se les adjudique mayor cercanía con la 
naturaleza (supuestamente por su función reproductora) es una 
idea, no una realidad. 
Ambos somos seres humanos, igualmente animales, o 
 
 
igualmente seres de cultura. El problema de asociar a las mujeres 
con lo "natural" y a los hombres con lo cultural es que cuando 
una mujer no quiere ser madre ni ocuparse de la casa, o cuando 
quiere ingresar al mundo público, se la tacha de antinatural 
porque "se quiere salir de la esfera de lo natural". En cambio, los 
hombres se definen por rebasar el estado natural: volar por los 
cielos, sumergirse en los océanos, etc. A nadie le parece raro que el 
hombre viva en el ámbito público, casi sin asumir responsabilidades 
cotidianas en el ámbito doméstico. En cambio, la valoración cultural 
de las mujeres radica en una supuesta "esencia", vinculada a la 
capacidad reproductiva. Es impresionante que en el umbral del XXI, 
cuando los adelantos científicos están desligando cada vez más a las 
personas de la biología de la reproducción, siga vigente un discurso 
que intenta circunscribir la participación de las mujeres por esas 
cuestiones biológicas. Ese discurso tiene mucha fuerza porque 
reafirma las diferencias de hombres y mujeres como una cuestión 
evidente y natural. 
Muchas de las actividades y los papeles sexuales que 
fueron adjudicados hace miles de años ahora ya no operan. Si 
comparamos algunas sociedades en donde se establece, por 
ejemplo, que tejer canastas es una actividad exclusivamente 
masculina, que sólo los hombres, por su destreza especial, la 
pueden realizar, y a las mujeres les está totalmente prohibido, con 
sociedades donde ocurre totalmente lo contrario, donde tejer 
canastas es un oficio absolutamente femenino, y no hay hombre 
que quiera hacerlo, lo que salta a la vista es lo absurdo de la 
prohibición. El tabú se construye a partir de la diferente anatomía 
de hombres y mujeres, pero se trata de una valoración simbólica, 
que nada tiene que ver con la capacidad real de tejer canastas. Si 
comparamos a esas dos sociedades con otras, donde tejer 
canastas es asunto de habilidad, y lo pueden hacer hombres y 
mujeres, entonces tal vez podemos vislumbrar un mundo 
diferente, sin reglas rígidas de género. 
 
La comprensión del género y la educación democrática 
Comprender qué es y cómo opera el género nos permite 
entender que es precisamente el orden simbólico, y no la 
"naturaleza", el que ha ido generando las percepciones sociales 
existentes sobre las mujeres y los hombres. Esta simbolización 
se erige en orden social -un conjunto de prescripciones con las 
cuales se norma la vida social- y en infinidad de circunstancias estas 
prescripciones (como la relativa a quién puede tejer canastas) 
encasillan a las personas y las ponen en contradicción con sus 
deseos, talentos y potencialidades. Ignorancia, prejuicios y 
desinformaciones se apoyan en la lógica del género para prohibir 
ciertos comportamientos o elecciones a mujeres y hombres. En ese 
sentido, hay que comprender también que el género es, al mismo 
tiempo, un filtro a través del cual miramos e interpretamos el 
mundo, y una armadura que constriñe nuestros deseos y fija 
límites al desarrollo de nuestras vidas. 
La perspectiva de género abre un conjunto de posibilidades 
para los seres humanos, desde una mayor riqueza y variedad de 
opciones vocacionales y laborales hasta el disfrute de nuevas 
formas de vida afectiva y distintos arreglos familiares. 
Aceptar que tener cuerpo de mujer o de hombre no 
significa automáticamente tener determinadas habilidades, 
 
 
 
 
ciertos deseos, ni lleva a realizar "naturalmente" ciertas tareas o a 
elegir ciertos trabajos o profesiones, abre un panorama vital, 
afectivo, educativo y laboral mucho más complejo y rico para 
todas las personas. 
Aunque éste es un hecho liberador, para algunos grupos 
de la sociedad representa una amenaza, porque cuestiona sus 
creencias religiosas. Una creencia con muchopeso es la de la 
"naturalidad" de la complementariedad de mujeres y hombres, 
mediante la cual se explica la separación de los dos ámbitos, el 
privado y el público. Esta creencia se basa en la extrapolación de 
la complementariedad reproductiva a las demás áreas de la vida y 
justifica así, basándose en la diferencia sexual, las diferencias 
políticas, sociales y económicas entre los dos sexos. 
Para estos grupos la diferencia sexual es el fundamento 
de las diferencias sociales: al tener anatomías distintas con 
funciones reproductivas complementarias, mujeres y hombres 
también deben tener papeles y lugares sociales distintos y 
complementarios. Es evidente que en las extremadamente 
difíciles condiciones del paleolítico y del neolítico, la diferente 
anatomía de mujeres y hombres tuvo un peso sustantivo en la 
división sexual del trabajo. Sin embargo, aunque la diferencia 
sexual fue una base para la asignación de labores, la división del 
mundo en dos esferas, la privada y la pública, es un proceso que se 
ha ido construyendo históricamente en el que pesan más los 
aspectos culturales que los biológicos. 
Es ilustrativa la forma diferencial en que se interpreta y 
valora la biología de las mujeres y la de los hombres. La capacidad 
reproductiva femenina, con sus obvios procesos de embarazo, parto 
y amamantamiento, es simbolizada como una cuestión más 
cercana a la naturaleza que el proceso reproductivo masculino. 
Esto ha llevado a que se considere a las mujeres más próximas a la 
naturaleza (o sea, más animales y menos personas) que los hombres. 
Pero mientras el proceso reproductivo que ocurre en los cuerpos 
de las mujeres se interpreta como destino ineludible, otras 
limitaciones biológicas que también tienen los cuerpos masculinos 
no se valoran de la misma manera; al contrario, representan un 
desafío a superar, por ejemplo, carecer de alas para volar alienta a 
los hombres a inventar aviones. Esta valoración diferencial de las 
limitaciones que impone la biología -cuando se trata de mujeres, 
pero no cuando se trata de hombres- ha sido utilizada para justificar 
la discriminación basada en el sexo: el sexismo. 
La condena a la sexualidad sin fines reproductivos, que 
se articula con el rechazo al control natal y al uso de 
anticonceptivos, es formulada dentro de un planteamiento general 
que denuncia el alejamiento de las mujeres de su destino "natural": 
ser madres. Concebir a las mujeres antes que nada como úteros, es 
igual, siguiendo la analogía anterior, a concebir a los hombres como 
mamíferos bípedos, destinados para siempre a trasladarse usando 
sus extremidades inferiores. Ese tipo de concepción "naturalista", 
que se centra principalmente en las mujeres, pasa por alto el 
desarrollo científico y tecnológico que los seres humanos hemos 
alcanzado: si los hombres han superado la limitación de sus piernas 
 
 
y se trasladan en máquinas por cielo, mar y tierra, ¿no podrán 
las mujeres "superar" la limitación de la maternidad? Claro que sí, 
sólo que, como señala Sullerot, "es más fácil librar a la mujer de la 
necesidad 'natural' de amamantar, que conseguir que el marido se 
encargue de dar el biberón". 
Por ello hay que reconocer que las limitaciones difíciles de 
transformar son las culturales más que las biológicas. 
Una perspectiva de género, que reconoce la construcción 
simbólica en todas las culturas, conduce a desechar las ideas 
esencialistas sobre las mujeres y los hombres. No existe una 
"esencia" de mujer, o una de hombre; si existiera, todas las mujeres, 
sólo por el hecho de ser mujeres, compartirían una misma 
estructura vital (esencia). La existencia de mujeres "masculinas", 
hombres "femeninos", personas bisexuales o andróginas y personas 
con una combinación de varios elementos mezclados fundamenta 
claramente que no hay "esencias". Para ciertos sectores sociales esta 
nueva perspectiva de género supone un peligro para la familia, pues 
plantea que la mayoría de las diferencias entre mujeres y 
hombres son construidas socialmente y, por ende, son modificables. 
Si se parte de que la "complementariedad natural" de 
mujeres y hombres sólo se da en el proceso de reproducción, y que 
no todas las personas desean reproducirse, de alguna manera se está 
cuestionando la creencia religiosa de que los seres humanos somos 
solamente instrumentos de Dios, y que hay que aceptar la 
prescripción de tener todos los hijos que Dios mande. El dogma 
religioso se opone a que las personas tomen decisiones sobre su 
vida, ya que sólo Dios es quien da o quita la vida. Por eso algunas 
religiones prohíben cualquier intervención humana en los procesos 
de vida, desde aceptar las transfusiones de sangre porque son 
"antinaturales" hasta el uso de anticonceptivos o la interrupción de 
un embarazo. 
Los procesos culturales de género mediante los cuales las 
personas nos convertimos en mujeres y hombres también conllevan 
altas dosis de sufrimiento y opresión. La dificultad de reconocer la 
diferencia sin establecer un criterio de superioridad o inferioridad 
es una característica humana. Toleramos poco la ambigüedad, no 
comprendemos la equidad y nuestro afán clasificatorio está regido 
por un ánimo jerarquizador: traducimos la diferencia en 
desigualdad. Es importante subrayar que la dificultad de alcanzar la 
igualdad con el reconocimiento de las diferencias, un desafío 
relativo a todas las desigualdades (racial, étnica, religiosa, política), 
sigue sin ser analizada en el ámbito sexual. Dentro del esquema 
cultural tradicional que postula la complementariedad de los sexos 
y la normatividad de la heterosexualidad, tanto la diferencia de las 
mujeres respecto de los hombres como la de las personas 
homosexuales respecto a las heterosexuales, se traducen en 
prácticas sociales de opresión y discriminación: en sexismo y en 
homofobia (rechazo irracional a la homosexualidad). 
A quien incorpora la categoría género en su perspectiva de 
análisis se le facilita pensar los hechos sociales tomando en cuenta 
el peso que tiene lo simbólico en la materialidad de las vidas 
humanas. Si la aspiración de justicia se manifiesta como la búsqueda 
de equidad, comprender qué es el género y cómo opera tiene 
implicaciones profundamente democráticas, pues a partir de dicha 
comprensión se podrán construir reglas de convivencia más 
equitativas donde la diferencia sexual sea reconocida y no sea 
 
 
 
 
utilizada para establecer desigualdad. Sólo así podrán empezar, 
mujeres y hombres, a establecer opciones de vida más flexibles, no 
arraigadas en rígidos -y anticuados papeles sociales y a compartir 
equitativamente responsabilidades políticas y domésticas. 
Esta equidad otorgará al concepto de ciudadanía su sentido 
verdadero: el de la participación de las personas, con independencia 
de su sexo y de su deseo sexual, como ciudadanas y ciudadanos con 
iguales derechos y obligaciones.

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