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TECNICAS FINAL - Julieta Salinas (2)

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La dirección de la cura y los principios de su poder 
 
Cuando Lacan habla de táctica, habla del método de la asociación libre; cuando habla 
de estrategia, habla del manejo de la transferencia; y cuando habla de política, habla 
de la política del deseo inconsciente. 
 
Hay muchos que, bajo el psicoanálisis, se dedican a una reeducación emocional del 
paciente. Esto es lo que propone el psicoanálisis anti-freudiano. En estos casos, la 
contratransferencia tendrá una función de diversión. Este tipo de psicoanálisis se jacta 
de superar lo que por otra parte ignora, no habiendo retenido la doctrina de Freud 
sino justo lo suficiente para sentirse hasta qué punto lo que acaba de enunciar de su 
experiencia es disonante con ella. 
 
El psicoanalista dirige la cura, no al paciente. El primer principio de esta cura es que 
no debe dirigir al paciente. Queda totalmente excluida la dirección de conciencia, 
como si fuésemos un guía moral propio de una iglesia. La dirección de la cura es otra 
cosa, consiste en primer lugar, en hacer aplicar por el sujeto la regla analítica, o sea 
las directivas cuya presencia no podría desconocerse en el principio de lo que se 
llama “la situación analítica”. Estas directivas están en una comunicación inicial 
planteadas bajo forma de consignas de las cuales puede sostenerse que hasta las 
desviaciones de su enunciado servirán de vehículo a la doctrina que sobre ellas se 
ha hecho el analista en el punto de consecuencia a que han llegado para él. 
 
Ya sólo esto basta para mostrarnos que el problema de la dirección se muestra, desde 
las directivas del punto de partida, como no pudiendo formularse sobre una línea de 
comunicación unívoca. Este tiempo consiste en hacer olvidar al paciente que se trata 
únicamente de palabras. 
 
Es por el lado del analista por donde pretendíamos abordar nuestro tema. El paciente 
no es el único que paga con sus dificultades que pone toda la cuota, el analista 
también debe pagar: 
 
-pagar con palabras sin duda, si la transmutación que sufren por la operación analítica 
las eleva a su efecto de interpretación. 
 
-pagar con su persona, en cuanto que, lo que diga, la presta como soporte a los 
fenómenos singulares que el análisis a descubierto en la transferencia. 
 
-pagar con lo que hay de esencial en su juicio más íntimo, para mezclarse en una 
acción que va al corazón del ser (el núcleo es el inconciente, y lo que se pone en 
juego es lo que le falta al ser, por lo que entra en juego el deseo, es decir, lo que le 
falta al ser). 
 
El analista cura menos por lo que dice y hacer que por lo que es. 
El analista está tanto menos seguro de su acción cuanto que en ella está más 
interesado en su ser (ICC). Intérprete de lo que me es presentado en afirmaciones o 
actos, yo decido sobre mis opiniones y lo articulo a mi capricho, lejos de poder medir 
todo el defecto de mis palabras, libre siempre del momento y del número, tanto como 
la elección de mis intervenciones. 
 
En cuanto al manejo de la transferencia, mi libertad en ella se encuentra omitida por 
el desdoblamiento que sufre allí mi persona, y es allí donde hay que buscar el secreto 
del análisis. El psicoanálisis debe ser estudiado como una situación entre dos. Se 
ponen condiciones que restringen los movimientos del psicoanálisis, pero permanece 
el hecho de que la situación sirve para articular los principios de una domesticación 
del Yo llamado débil y, por medio de un Yo que gestuosamente se considera como 
de fuerza para cumplir con ese proyecto, porque es fuerte. Todo analista experimenta 
siempre la transferencia como esa división entre una relación de análisis y las otras. 
Tiene que componérselas allí ante un fenómeno del que no es responsable, y es 
conocida la insistencia que puso Freud en subrayar su espontaneidad en el paciente. 
 
Lacan afirma que la metáfora del espejo (que el paciente ve en el analista un reflejo 
suyo) es un engaño. No se podría razonar a partir de lo que el analizado hace soportar 
de sus fantasías a la persona del analista. La acción del analista sobre el paciente 
considera a la estructura (del lenguaje) por donde interviene la realidad psíquica en 
su relato. El analista es menos libre en el manejo de la estrategia que en la 
asociación libre. En la asociación libre por medio de la atención flotante puede elegir, 
en cambio, en la transferencia está limitado. Su acción sobre el paciente se le escapa 
junto con la idea que se hace de ella, si no vuelve a tomar su punto de partida en 
aquello por lo cual ésta es posible, si no retiene la paradoja en lo que tiene de 
desembrad, para revisar en el principio la estructura por donde toda acción interviene 
en la realidad. 
 
En tanto Lacan habla en Francia, los analistas de ultramar, son los que residen en 
Estados Unidos. Muchos son alemanes que huyeron de la persecución nazi, 
fundamentalmente Hartmann, Lowenstein y Kriss, que constituyen “el triunvirato de 
New York”, -en términos de Lacan- porque eran los directivos de IPA (Asociación 
Psicoanalítica Internacional). En Norteamérica el psicoanálisis oficial (ortodoxo), 
estaba dominado por otros analistas. Especialmente Hartmann, que encabezaba la 
escuela de psicoanálisis llamada Psicología del Yo, por sostener el postulado de un 
“yo o ego, autónomo”. Freud en “El yo y el Ello” (remarcado por Lacan) dice que el yo 
no es amo en su propia casa, debe servir a tres amos: el ello, el superyó y la realidad”. 
Entonces si hablamos del vasallaje o servidumbre del yo, no puede ser autónomo, 
debe obedecer a los amos, es un sirviente. Lacan señala los desvíos de la Psicología 
del Yo, y propone volver a leer los textos de Freud, donde encuentra una táctica, una 
estrategia y una política. 
 
Si el analista sólo tuviese que vérselas con resistencias lo pensaría dos veces antes 
de hacer una interpretación. Sólo que esta interpretación, si él la da, va a ser 
recibida como proveniente de la persona que la transferencia supone que es. 
 
Propone reinventar el análisis, o volverlo a hacer: tratando a la transferencia como 
una forma particular de la resistencia. 
 
PALABRAS DE SOLA 
“ el psicoanalista dirige a la cura y no al paciente”, le da herramientas a la cura. Ojo…. 
no es un guia moral, y a su vez no debe ceder a la tentacion pedagogica. Porque? xq 
no se trata de proponerle al paciente, los propios ideales del analista. Porque estas 
diciendole como pensar, y como debe seguir. NO! Se debe aplicar la teoria 
psicoanalítica en la intersubjetividad del paciente. Mucho que ver con la empatia. Y 
SIEMPRE SE DEBE REALIZAR JUICIOS CRITICOS Y NO DE VALOR. 
No de valor, xq estamos usando nuestros ideales y vivencias. Y las nuestras no 
interesan ! En cambio, cuando realizamos criticos, aplicamos nuestra teoria en la 
subjetividad del paciente. Nuestros ideales y pensamientos, no importan! 
 
Dirección de la cura: el sujeto aplique la regla fundamental o analitica. Cual es? Es 
la asociación libre …. (ya que se llega al icc y aparece el sujeto en el análisis, su 
subjetividad). No es la intrsopeccion ( segun el PA, ya que lleva al yo ). Para lacan: 
el analiss es espacial, xq? xq se fija mas de lo que demuestrar a la hora de expresarse 
y decir lo que siente, en dicha y sesion y NO en un tiempo determinado. Se analiza lo 
que ocurre en el momento y no durante el tiempo. No se cienta en el tiempo desde lo 
tratado y bilogicamente hablando. 
 
Por eso se dice que no hay un codigo comun. Esto es xq no todos somos iguales. 
Tiene que ver mucho la subjetividad de cada paciente. Por eso no nos fiajmos en el 
discurrir de cada sesion, en la edad del paciente, o no de la experiencia del psicologo. 
Se trata de lo critico en cuanto a la profesion, y asi aplicarlo en la subjetividad 
vivenciada del paciente. 
 
“ Hay que ser objetivamente critico a la hora de aplicar nuestra profesion y 
subjetivamente con los pacientes” luis sola 
 
Aca la evidenciaempirica, es que el paciente habla. Esto hace que la tarea del analista, visto 
por freud) es la atención flotante.( regla técnica según la cual el analista debe 
escuchar al paciente sin privilegiar ningún elemento del discurso de este último 
y dejando obrar su propia actividad inconsciente.) Esto, se va a centrar mas en las 
asociaciones que nombra, y no en lo que demuestra en ese momento concientemente. 
 
La atención flotante es, en relación con el analista, el proceso correspondiente o 
contrapunto de la asociación libre (de la manera no selectiva en que el analizando 
debe comunicar sus ocurrencias durante el análisis). 
 
Ahora, xq en la transferencia no hay tanta libertad? Esto es por la correspondencia.El 
paciente se va a necesitar de ese otro, que es el psicologo. Siempre va a necesitar 
de ese otro. El paciente, le puede preguntar, como esta , si mejoro. Y, el psicologo, 
que le va a decir? No, estas como el culo? No ! Se va a poner empatico, y lo va a 
sentir mejor. Ahora esta mal ? NO! Xq sin empatia, no podemos profesionalizar ( dicho 
antes xq). Ahi se termina generando contratrasferencia del psicologo al paciente. 
Asique por lo tanto, ni el psicologo tiene libertad en cuanto a sus emociones. 
 
Haber, hablando entre otras palabras, sabemos que si se genera contratransf , hay 
dentro de todos “problemas”. Pero por eso, hay que entender que hay que desligar la 
empatia de nuestros vivenciares ( en cuanto a la contrattransferencia ocurrida). 
Cuando hablamos de empatia, nos referimos en PONERSE EN LUGAR DEL OTRO. 
IMAGINARSE COMO SE SENTIRIA LO QUE LE ESTA PASANDO AL OTRO. PERO 
IMAGINARSE EN CUANTO A LO TEÓRICO Y PROFESIONALMENTE 
HABLANDO. Aca repito de nuevo. Ver la teoria y aplicarla en esa vivencia del paciente 
subjetivamente hablando. Como lo hago? poniendome en su lugar ( empatia ), 
viendolo desde la teoria. 
Por eso, esta el dilema. Si se genera empatia del psicologo, al paciente…. hay 
contratransferencia? corresponde que ocurra esto? o hablar de empatia, es no hablar 
de contratransferencia? 
 
en mi opinion creo que no, ya que la empatia no esta ligado que la contratransferencia, 
ya que esta ultima tiene algo detonante, que no tiene la empatia 
….. es la VIVENCIA. 
 
VIVENCIA NO ES EMPATIA 
 
“ el niño al ppio es somatico, y lo psiquico lo toma de la madre” winnicott. Le da ser, 
persona, es un sosten. 
 
Por eso, se busca que en la asociacion libre, se busca el deseo inconsciente del 
paciente. Ojo, cuando decimos buscamos, lo vemos como el causal. 
 
famosa frase de deseo es la falta. 
 
Segun lacan es la falta, por el simbolismo que es el mundo 
 
Nace otro dilema, de que el deseo es deseo del otro y no de uno. Porque nos 
solemos fijar en el otro y no en nosotros. Lo que nos impone nuestra sociedad 
y familia. dicho por freud 
 
Es asi? ( pregunta retórica) 
 
 
Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. 
 
Reglas técnicas que propone Freud sobre el tratamiento psicoanalítico: 
 
A. La tarea inmediata a la que se ve enfrentado el analista que trata más de un enfermo 
por día, consiste en guardar en la memoria los innumerables nombres, fechas, detalles 
del recuerdo, ocurrencias y producciones patológicas que se presentan durante la cura, y 
en no confundirlos con un material parecido oriundo de otros pacientes analizados antes 
o al mismo tiempo. 
 
Esa técnica es muy simple. Consiste meramente en no querer fijarse en nada en 
particular y en prestar a todo cuanto uno escucha la misma “atención parejamente 
flotante”. De esta manera, uno se ahorra un esfuerzo de atención que no podría 
sostener día tras día a lo largo de muchas horas, y evita un peligro que es inseparable 
de todo fijarse deliberado. Tan pronto como uno tensa su atención hasta cierto nivel, 
comienza a seleccionar el material escuchado, de acuerdo a sus expectativas. Las 
más de las veces que uno tiene que escuchar cosas cuyo significado sólo con 
posterioridad discernirá. 
El precepto de fijarse en todo por igual es el correspondiente necesario de lo que se 
exige al analizado. Es una regla fundamental del psicoanálisis. Esta regla consiste en 
que “uno debe alejar cualquier injerencia conciente sobre su capacidad de fijarse y 
abandonarse por entero a sus memorias inconcientes”. Uno debe escuchar y no hacer 
caso de si se fija en algo. 
 
Los elementos materiales que ya se ensamblan en un nexo quedarán a la disposición 
conciente del médico, por otro lado, lo todavía incoherente, lo que brota en caótico 
desorden, parece naufragado al comienzo, pero reaflora con presteza en la memoria 
tan pronto como el analizado presenta algo nuevo a lo cual referirlo y a través de lo 
cual se lo puede continuar. 
 
B. No recomiendo que durante las sesiones se tomen notas algo extensas. Provocan una 
desfavorable impresión en muchos pacientes. Mientras uno toma apuntes, practica una 
dañina selección en el material y así liga un fragmento de su propia actividad espiritual 
que hallaría mejor empleo en la interpretación de lo escuchado. Se pueden anotar fechas, 
textos de sueños o ciertos resultados dignos de nota que puedan desprenderse con 
facilidad del contexto y se presten para utilizarlos como ejemplos autónomos (divulgación 
científica). Freud comenta que el registra por escrito de memoria al anochecer, una vez 
finalizado el trabajo, en cuanto a los textos de sueño hace que los pacientes mismos 
escriban lo que soñaron tras relatarlo. 
 
C. Tomar notas durante la sesión se podría justificar por el designio de convertir al caso 
tratado en tema de una publicación científica. De todos modos, se debe tener en cuenta 
que unos protocolos exactos de un historial clínico analítico rinden menos que lo que se 
esperaría de ellos. Suelen ser fatigosos para el lector y no consiguen sustituirle su 
presencia en el análisis. 
 
D. Lo coincidencia de investigación y tratamiento en el trabajo analítico es sin duda uno 
de los títulos de gloria de este último. Sin embargo, la técnica que sirve al segundo se 
contrapone hasta cierto punto a la de la primera. Mientras el tratamiento de un caso no 
esté cerrado, no es bueno elaborarlo científicamente. Se asegura mejor cuando uno se 
deja sorprender por sus virajes, abordándolos cada vez con ingenuidad y sin premisas. 
 
E. Freud pide que en el tratamiento analítico se tome como modelo al cirujano que deja 
de lado todos sus afectos y aun su compasión humana, y concentra sus fuerzas espirituales 
en una meta única: realizar una operación lo más acorde posible a las reglas del arte. Para 
el psicoanalista hay una tendencia afectiva peligrosísima: la ambición de obtener, con su 
nuevo y tan atacado instrumento, un logro convincente para los demás. Así no sólo se 
sitúa él mismo en una disposición de ánimo desfavorable para el trabajo, sino que se 
expone indefenso a ciertas resistencias del paciente, juego de fuerzas del cual la curación 
depende en primer lugar. La frialdad de sentimiento que cabe exigir al analista se justifica 
porque crea para ambas partes las condiciones más ventajosas: para el médico, cuidado 
de su propia vida afectiva; para el enfermo, el máximo grado de socorro que hoy nos es 
posible prestarle. 
 
F. El médico debe ponerse en estado de valorizar para los fines de la interpretación, del 
discernimiento de lo inconciente escondido, todo cuanto se le comunique, sin sustituir 
por una censura propia la selección que el enfermo 
resigno. Debe volver hacia el inconciente emisor del enfermo su propio 
inconciente como órgano receptor. 
 
No puede tolerar resistencias ningunas que aparten de su conciencia lo que su 
inconciente ha discernido, de lo contrario, introduciría en el análisis un nuevo tipo de 
selección y desfiguración mucho más dañinas que las provocadas por una tensión de 
su atención conciente. El analista debe haberse sometido a una purificación 
psicoanalítica y tomado noticia de sus propios complejosque pudieran perturbarlo 
para aprehender lo que el analizado le ofrece. No se puede dudar razonablemente 
del efecto descalificador de tales fallas propias, dejaría un punto ciego en su 
percepción analítica. Todo el que pretenda llevar a cabo análisis en otros, debe 
someterse a un análisis con un experto. 
 
Parece natural que un análisis de alguien prácticamente sano, no termine nunca. 
Quien sepa apreciar el elevado valor del conocimiento de sí adquirido durante las 
sesiones, así como el mayor autogobierno que confiere, proseguirá después como 
autoanálisis la exploración analítica de la persona propia y tendrá la modestia de 
esperar siempre nuevos hallazgos tanto dentro como fuera del el mismo. Y quien 
como analista haya desdeñado la desdeñado la precaución del análisis propio, no 
solo se verá castigado por su incapacidad para aprender de sus enfermos más allá 
de cierto límite, sino que también correrá el riesgo de convertirse en un peligro para 
los otros. Con facilidad, caerá en la tentación de proyectar sobre la ciencia, como 
teoría de validez universal. 
 
G. Es tentador para el psicoanalista joven y entusiasta poner en juego mucho de su propia 
individualidad para arrebatar al paciente y hacerlo elevarse sobre los límites de su 
personalidad estrecha. Uno creería de todo punto admisible, y hasta adecuado para 
superar las resistencias subsistentes en el enfermo, que le medico lo deje ver sus propios 
defectos y conflictos anímicos, le posibilite ponerse en un pie de igualdad mediante unas 
comunicaciones sobre su vida hechas en confianza. De esta forma, uno abandona los 
terrenos psicoanalíticos y se aproxima a los tratamientos por sugestión. Es una técnica que 
no ayuda en nada a descubrir lo inconciente para el enfermo, lo inhabilita aún más para 
superar sus resistencias profundas. De este modo, el paciente encuentra más interesante 
en análisis del médico que el suyo propio. También, la solución de la transferencia, una de 
las principales tareas de la cura, es dificultada por la actitud íntima del médico. El médico 
no debe ser transparente para el analizado, esto no es el psicoanálisis correcto. 
 
H. Otra dificultad es la ambición pedagógica. Hay médicos que se empeñan en crear algo 
particularmente excelso con la persona a quien tanto trabajo ha consagrado para librarla 
de su neurosis, y en prescribir elevadas metas a sus deseos. El medico debería contenerse 
y tomar como rasero menos sus propios deseos que la aptitud el analizado. Como médico, 
es preciso ser sobre todo tolerante con las debilidades del enfermo, darse por contento 
si, aun no siendo él del todo valioso, ha recuperado un poco de la capacidad de producir y 
de gozar. La ambición pedagógica es tan inadecuada como la terapéutica. 
 
I. ¿Dentro de qué límites se debe reclamar la colaboración intelectual del analizado 
en el tratamiento? Lo decide en primer término la personalidad del paciente. Hay que 
mantener aquí la precaución y la reserva. Es incorrecto dictar 
al analizado unos deberes. Es que él tiene que aprender sobre todo que ni en 
virtud de una actividad mental como la reflexión, ni de un esfuerzo de atención y 
de voluntad, se resolverán los enigmas de la neurosis, sino solo por la paciente 
obediencia a la regla psicoanalítica que ordena desconectar la critica a lo 
inconciente y sus retoños. Freud dice que no se inclina a recurrir que sus pacientes 
lean sus escritos psicoanalíticos, sino que les demanda que lo aprendan en su 
persona propia y asegura que de esa manera averiguarían más cosas y de mayor 
calor, que las que pudiera decirles, toda la bibliografía psicoanalítica. 
 
 
TEXTO DE ESCUELAS ABREVIADO EN EL CAMPUS ( NO CREO QUE SIRVA) 
 
 
 
UNIDAD 6 
 
 
Sobre la iniciación del tratamiento. 
 
En este texto Freud da “consejos” sobre algunas reglas en la iniciación de la cura, 
para el uso práctico del analista. 
 
Con los enfermos de los que sabe poco, tiene la costumbre de aceptarlos primero 
solo provisionalmente por una semana o dos. Si uno interrumpe durante ese lapso, le 
ahorra al enfermo la impresión penosa de un intento de curación infortunado. La 
iniciación del tratamiento con un período de prueba así, fijado en algunas semanas, 
tiene además una motivación diagnóstica. Hay que tener serios cuidados con un error 
diagnóstico, ya que significaría un gasto inútil y una desacreditación de su 
procedimiento terapéutico. 
 
Prolongadas entrevistas antes de comenzar el tratamiento analítico, hacerlo preceder 
por una terapia de otro tipo, así como un conocimiento anterior entre el médico y la 
persona por analizar, traen nítidas consecuencias desfavorables para la que es 
preciso estar preparado. En efecto, hacen que el paciente enfrente al médico con una 
actitud transferencial ya hecha, y éste deberá descubrirla poco a poco, en vez de 
tener la oportunidad de observar desde su inicio el crecer y el devenir de la 
transferencia. De este modo el paciente mantendrá durante un lapso una ventaja que 
uno preferiría no concederle. 
 
Uno deberá desconfiar de todos los que quieran comenzar el tratamiento y en su 
primera sesión, decidan postergar el encuentro. 
 
Otras dificultades se presentan cuando han existido vínculos amistosos o de trato 
social entre el médico y el paciente que ingresa en el análisis. 
 
Puntos importantes para el comienza de la cura analítica son las estipulaciones sobre 
tiempo y dinero. 
 
Con relación al tiempo, obedezco estrictamente al principio de contratar una 
determinada hora de sesión. A cada paciente le asigno cierta hora de mi jornada de 
trabajo disponible: es la suya y permanece destinada a él aunque no la utilice. Hay 
gente que se inclinará en señalar las múltiples contingencias que impedirían al 
paciente acudir al médico siempre a la misma hora, y demandara que se tomen en 
cuenta las numerosas afecciones intercurrentes que pueden sobrevenir en la 
trayectoria de un tratamiento psicoanalítico prolongado. A ellos siempre respondo: 
“No puede ser de otro modo”. 
 
En casos benignos, o en continuaciones de tratamientos muy extensos, bastan tres 
sesiones por semana. En ocasiones, uno se encuentra con enfermos a quienes es 
preciso consagrarles más tiempo que el promedio de una hora de sesión; es porque 
ellos pasan la mayor parte de esa hora tratando de romper el hielo, de volverse 
comunicativos. 
 
¿Cuánto durará el tratamiento? 
 
Si uno se ha propuesto un tratamiento de prueba de algunas semanas, se sustrae la 
respuesta directa prometiendo que trascurrido ese lapso podrá enunciar un veredicto 
más seguro. La pregunta por la duración del tratamiento es de respuesta casi 
imposible. 
 
La falta de intelección en los enfermos y la insinceridad de los médicos se aúnan para 
producir esta consecuencia: hacer el análisis los más desmedidos reclamos y 
concederle el tiempo más breve. Se olvida de la necesaria proporcionalidad entre 
tiempo, trabajo y resultado. 
 
El psicoanálisis requiere siempre de lapsos prolongados, son más largos de lo que 
esperaba el enfermo. Por eso se tiene el deber de revelarle ese estado de cosas 
antes que el paciente se decida en definitiva a emprender el tratamiento. Se le debe 
mencionar de antemano las dificultades y sacrificios de la terapia analítica, quitándole 
todo derecho a afirmar que se lo atrajo mañosamente a un tratamiento sobre cuyo 
alcance y significado no tenía noticia. El que se deje disuadir por tales 
comunicaciones demostrará que mas tarde es inservible para el tratamiento. 
 
Yo desapruebo comprometer a los pacientes a que persevere cierto lapso en el 
tratamiento; les consiento que interrumpan la cura cuando quieran, pero no les 
oculto que una ruptura tras breve trabajo no arrojará ningún resultado positivo, así 
como una operación incompleta, los deje en un estado insatisfactorio. 
 
La abreviación de la cura analítica sigue siendo un deseo justificado cuyo 
cumplimiento,como veremos, se procura por diversos caminos. Por desgracia, un 
factor de mucho peso se les contrapone: unas alteraciones anímicas profundas sólo 
se consuman con lentitud; ello sin duda se debe en última instancia a la atemporalidad 
de nuestros procesos inconcientes. Cuando se expone a los enfermos esta dificultad, 
el considerable gasto de tiempo que insume el análisis, no es raro que propongan un 
expediente. “Basta con que usted me libere de aquellos síntomas (dolor de cabeza u 
otro síntoma), en cuanto a los otros, ya les pondré termino en la vida misma”. Sin 
duda, el médico analista es capaz de mucho, pero no puede determinar con exactitud 
lo que ha de conseguir. El analista introduce el proceso de resolución de las 
represiones existentes, el cual lo puede supervisar, promover, quitarle obstáculos del 
camino y viciarlo en buena medida. Sin embargo, en líneas generales, ese proceso, 
una vez iniciado, sigue su propio camino y no admite que lo prescriban ni su dirección 
ni la secuencia de los puntos que acometerá. 
El punto siguiente sobre el que se debe decidir al comienzo de la cura es el dinero, 
los honorarios del médico. En la estima del dinero coparticipan poderosos factores 
sexuales. El hombre de cultura trata los asuntos de dinero de idéntica manera que las 
cosas sexuales. La humana sabiduría ordena no dejar que se acumulen grandes 
sumas, sino cobrar en plazos regulares breves. El psicoanalista tiene derecho a 
adoptar la posición del cirujano, que es sincero y cobra caro porque dispone de 
tratamientos capaces de remediar. El analista tendrá derecho a negar asistencia 
gratuita. Un tratamiento gratuito importa para el psicoanalista mucho más que para 
cualquier otro: le sustrae una fracción considerable de tiempo de trabajo que dispone 
para ganarse la vida. La terapia analítica, por razones tanto externas como internas, 
es casi inasequible para los pobres, incuestionable experiencia nos dice que es muy 
difícil sacar al pobre de la neurosis una vez la haya producido. Para las clases medias, 
el gasto en dinero que el psicoanálisis importa es sólo en apariencia desmedido. 
 
Mantengo el consejo de hacer que el enfermo se acueste sobre un diván mientras 
uno se sienta detrás, de modo que él no lo vea. Esta escenografía tiene un sentido 
histórico: es el resto del tratamiento hipnótico a partir del cual se desarrolló el 
psicoanálisis. Por varias razones merece ser conservada. En primer lugar que no 
tolero permanecer bajo la mirada fija de otro ocho horas. Y como, mientras escucho, 
yo mismo me abandono al decurso de mis pensamientos inconcientes, no quiero que 
mis gestos ofrezcan al paciente material para sus interpretaciones o lo influyan en sus 
comunicaciones. El diván tiene el propósito y el resultado de prevenir la inadvertida 
contaminación de la transferencia con las ocurrencias del paciente, aislar la 
transferencia y permitir que en su momento se la destaque nítidamente circunscrita 
como resistencia. 
 
¿En qué punto y con qué material se debe comenzar el tratamiento? 
 
No interesa para nada con qué material se empiece con tal que se deje al paciente 
mismo hacer su relato y escoger el punto de partida. 
 
Uno le dice: “Antes que yo pueda decirle algo, es preciso que haya averiguado sobre 
usted, cuénteme por favor, lo que sepa de usted mismo” 
 
Lo único que se exceptúa es la regla fundamental de la técnica psicoanalítica, que el 
paciente tiene que observar. Se lo familiariza con ella desde el principio: “Una cosa 
todavía, antes que usted comience. En un aspecto su relato tiene que diferenciarse 
de una conversación ordinaria. Mientras que en esta usted procura mantener el hilo 
de la trama mientras expone, y rechaza todas las ocurrencias perturbadoras y 
pensamientos colaterales, a fin de no irse por las ramas, aquí debe proceder de otro 
modo. Usted observará que en el curso de su relato le acudirán pensamientos 
diversos que preferiría rechazar con ciertas objeciones críticas. 
 
Tendrá la intención de decirse: esto o esto otro no viene al caso, o no tiene ninguna 
importancia, o es disparatado y por ende no hace falta decirlo. Nunca ceda usted a 
esa crítica; dígalo a pesar de ella, y aun justamente por haber registrado una 
repugnancia a hacerlo. Más adelante sabrá y comprenderá usted la razón de este 
precepto. Diga, pues, todo cuanto se le pase por la mente. Compórtese como lo haría, 
por ejemplo, un viajero sentado en el tren del lado de la ventanilla que describiera 
para su vecino del pasillo como cambia el paisaje ante su vista. Por último, no olvide 
nunca que ha prometido absoluta sinceridad, y nunca omita algo 
por el pretexto de que por alguna razón le resulta desagradable comunicarlo.” Es 
indispensable y ventajoso comunicar esto en los primeros estadios del tratamiento. 
 
Pacientes que computan su condición de enfermos desde cierto momento suelen 
orientarse hacia el ocasionamiento de la enfermedad; otros, que no desconocen el 
nexo de su neurosis con su infancia, empiezan a menudo con la exposición de su 
biografía integra. En ningún caso debe esperarse un relato sistemático, ni se debe 
hacer nada para propiciarlo. Después, cada pequeño fragmento de la historia deberá 
ser narrado de nuevo, y sólo en estas repeticiones aparecerán los complementos que 
permitirán obtener los nexos importantes, desconocidos para el enfermo. 
 
Hay pacientes que desde las primeras sesiones preparan con cuidado su relato. Lo 
que así se viste de celo es resistencia. Corresponde desaconsejar esa preparación, 
practicada sólo para protegerse del afloramiento de ocurrencias indeseadas. La 
resistencia cumplirá de este modo, su cometido en el modo deliberado de esa 
preparación y logrará que el material más valioso escape de la comunicación. 
También puede conversar con un amigo íntimo sobre la cura. Será entonces oportuno 
amonestar al paciente para que trate su cura analítica como un asunto entre su 
médico y él mismo, y no haga consabedoras a las demás personas, por más próximas 
que estén a él. 
 
No opongo ninguna dificultad a que los enfermos mantengan en secreto su 
tratamiento si así lo desean. Cuando uno encarece al enfermo que al comienzo de su 
tratamiento haga consabedoras al menor número posible de personas, lo protege así 
de las múltiples influencias hostiles que intentarán de apartarlo del análisis. 
 
Si en el curso del análisis el paciente necesita pasajeramente de otra terapia, clínica 
o especializada, es mucho más adecuado acudir a un colega no analista que prestarle 
uno mismo esa otra asistencia. Lo mejor es posponer el tratamiento orgánico hasta 
la conclusión de lo psíquico. 
 
En ocasiones ocurre con pacientes que empiezan su cura con la desautorizada 
afirmación de que no se les ocurre anda que pudieran narrar, y ello teniendo por 
delante, intacta, toda la historia de su vida y de su enfermedad. Una fuerte resistencia 
ha pasado al frente para amparar la neurosis; corresponde recoger enseguida el reto, 
y arremeter contra ella. El aseguramiento de que no existe semejante falta de toda 
ocurrencia para empezar, y de que se trata de una resistencia contra el análisis, 
pronto constriñe al paciente a las conjeturadas confesiones o pone en descubrimiento 
una primera pieza de sus complejos. Así como la primera resistencia, también los 
primeros síntomas o acciones casuales del paciente merecen un interés particular y 
pueden denunciar un complejo que gobierne su neurosis. 
 
Un número muy grande de pacientes se revuelven contra la postura yacente que se 
les prescribe (diván), mientras el médico se sienta invisible, tras ellos. No quieren 
estar privados de ver al médico. Por lo común se les rehúsa el pedido, uno no puede 
impedir que se les arreglen para decir alguna frase antes que empiece la sesión o 
después que se les anuncio su término cuando se levantan del diván (cuando sí ven 
al médico). Así dividen su tratamientoen un tramo oficial, en cuyo transcurso se 
comportan las más de las veces muy inhibidos, y un tramo cordial en el que 
realmente hablan con libertad y comunican toda clase de cosas, sin computarlas ellas 
como parte del tratamiento. Hay que buscar romper con esta división. 
 
¿Cuándo debemos empezar a hacer comunicaciones al analizado? 
 
No antes de que se haya establecido en el paciente una transferencia operativa, un 
rapport en regla. La primera meta del tratamiento sigue siendo allegarlo a este a la 
persona del médico. Para ello no hace falta más que darle tiempo. 
 
A un analista ejercitado no le resultará difícil escuchar nítidamente audibles los 
deseos retenidos de un enfermo ya que en sus quejas y en su informe sobre la 
enfermedad; pero que grade de autocomplacencia y de irreflexión hace falta para 
revelar a un extraño no familiarizado con ninguna de las premisas analíticas, que él 
siente un apego incestuoso con su madre, abriga deseos de muerto contra su esposa, 
alimenta el propósito de traicionar a su jefe, etc. 
 
Por lo general el efecto terapéutico será en principio nulo, y definitiva la intimidación 
ante el análisis. Aun en períodos posteriores del tratamiento habrá que proceder con 
cautela para no comunicar una solución de síntoma y traducción de deseo antes que 
el paciente esté próximo a ello, de suerte que solo tenga que dar un corto paso para 
adoptarse él mismo de esa solución. 
 
¿Es nuestra tarea prolongar el tratamiento, y no llevarlo a su fin lo más rápido 
posible? 
 
Para responder esta pregunta se necesita un breve excursus sobre el significado del 
saber y el mecanismo de curación en el psicoanálisis. 
 
En los tiempos iniciales de la técnica analítica atribuíamos elevado valor al saber del 
enfermo sobre lo olvidado por él, y apenas distinguíamos entre nuestro saber y el 
suyo. Considerábamos una particular suerte obtener de otras personas información 
sobre el trauma infantil olvidado. Nos apresurábamos a poner en conocimiento del 
enfermo la noticia y las pruebas de su exactitud, con la segura expectativa de llevar 
así neurosis y tratamiento a un rápido final. El éxito esperado no se producía. 
 
¿Cómo podía ser que el enfermo, conociendo su vivencia traumática, se comportara 
empero como si no supiera más que antes? Ni siquiera el recuerdo del trauma 
reprimido quería aflorar tras su comunicación y descripción. Ej.: la madre de una 
muchacha histérica me reveló la vivencia homosexual a la que cupo gran influjo sobre 
la fijación de los ataques de ella. La madre misma había sorprendido la escena, pero 
la enferma la tenía totalmente olvidada, y eso que ya estaba en la pubertad. Todas 
las veces que le repetía el relato de la madre, ella reaccionaba con un ataque 
histérico, tras el cual la comunicación quedaba olvidada. La enferma exteriorizaba 
una violentísima resistencia a un saber que le era impuesto, al final simulo estupidez 
y total perdida de su memoria, para protegerse de mis comunicaciones. Fue preciso 
entonces quitar al saber como tal el significado que se pretendía para él, y poner el 
acento sobre las resistencias que en su tiempo habían sido la causa del no saber y 
ahora estaban aprontadas para protegerlo. Los enfermos saben sobre la vivencia 
reprimida en su pensar, pero a este último le falta la conexión con aquel lugar donde 
se halla de algún modo el recuerdo reprimido. Solo puede sobrevenir una alteración 
si el proceso conciente del pensar avanza hasta ese lugar y vence ahí las 
resistencias de la represión. La comunicación 
conciente de lo reprimido no deja de producir efectos en el enfermo. Claro que no 
exteriorizará los efectos deseados (poner término a los síntomas), sino que tendrá 
otras consecuencias. Primero incitará resistencias, pero luego, una vez vencidas 
estas, un proceso de pensamiento en cuyo decurso terminará por producirse el 
esperado influjo sobre el recuerdo inconciente. 
 
El motor más directo de la terapia es el padecer del paciente y el deseo, que ahí se 
engendra, de sanar. Según se lo descubre sólo en el curso de análisis, es mucho lo 
que se debita de la magnitud de esta fuerza pulsional, sobre todo la ganancia 
secundaria de la enfermedad. Pero esta fuerza pulsional misma, de la cual cada 
mejoría trae aparejada su disminución, tiene que conservarse hasta el final. Ahora 
bien, por sí sola es incapaz de eliminar la enfermedad; para ello le faltan dos cosas: 
no conoce los caminos que se deben recorrer hasta ese término, y no suministra los 
montos de energía necesarios contra las resistencias. El tratamiento analítico remedia 
ambos déficit. 
 
En cuanto a las magnitudes de afecto requeridas para vencer las resistencias, las 
suple movilizando las energías aportadas para la transferencia; y mediante las 
comunicaciones oportunas muestra al enfermo los caminos por los cuales debe guiar 
esas energías. La transferencia a menudo basta por sí sola para eliminar los síntomas 
del padecer, pero ello de manera sólo provisional, mientras ella misma subsista. Así 
sería sólo un tratamiento sugestivo, no un psicoanálisis. Será psicoanálisis si la 
transferencia ha empleado su intensidad para vencer las resistencias. Es que sólo en 
ese caso se vuelve imposible la condición de enfermo, por más que la transferencia, 
como lo exige su destinación, haya vuelto a disolverse. 
 
En el curso del tratamiento es despertado otro factor propiciador: el interés intelectual 
y la inteligencia del enfermo. Sólo que apenas cuenta frente a las otras fuerzas que 
se combaten entre sí; lo amenaza de continuo una desvalorización debida al 
encubrimiento del juicio por obra de las resistencias. Restan transferencia e 
instrucción como las nuevas fuentes de fuerza que el enfermo debe al analista. La 
primera comunicación debe aguardar hasta que se haya establecido una fuerte 
transferencia y las posteriores deben hacerlo hasta que se elimine, en cada caso, la 
perturbación producida por la aparición siguiendo una serie, de las resistencias 
transferenciales. 
 
 
6° Conferencia. Premisas y técnica de la interpretación 
 
Dentro de esta conferencia Freud va a hablar de los sueños. Plantea dos premisas y 
una técnica. 
 
La primera premisa que propone, es que el sueño es un fenómeno psíquico. Es una 
operación y manifestación del soñante, pero de tal índole que no nos dice nada y no 
la comprendemos. Cuando un sujeto plantea un sueño, no sabe lo que significa, 
plantea un enigma. 
 
El psicoanálisis sigue la técnica de hacerse decir por los mismos a quienes estudia 
la solución de sus enigmas. Las cosas no son tan simples en el caso del sueño. El 
soñante siempre dice que nada sabe. Es muy probable que el soñante a pesar de 
todo sepa lo que su sueño significa, sólo que no sabe que lo sabe y por eso cree 
que no lo sabe (2° premisa). El saber no sabido es como Freud define el inconciente 
en esta conferencia. El saber ICC es del paciente. 
 
La premisa sobre que el sueño es un fenómeno psíquico, es la que quiere demostrar 
con el resultado de su trabajo. La premisa de que el sujeto posee un saber que no 
sabe que lo tiene, ha sido demostrada en otro ámbito. La prueba ha sido aportada en 
el ámbito de los fenómenos hipnóticos. Freud mencione que en 1889, presenció las 
demostraciones de Liébeault y Bernheim en Nancy, donde si un hombre era puesto 
en estado de sonambulismo y después hacerle vivenciar alucinatoriamente toda clase 
de cosas, al despertarlo en un principio parecía no saber nada de los procesos 
ocurridos durante su sueño hipnótico. Bernheim lo exhortaba a contar lo sucedido y 
el sujeto seguía sosteniendo que no lo recordaba, y tras una insistencia prolongada, 
el sujeto comenzaba a recordar. El recuerdo se iba haciendo más nítido, hasta no 
dejar lagunas. Al final sabía lo que había sucedido, y no lo había averiguado de otro 
lado, por lo que eran recuerdos inaccesibles, el no sabía las cosas que sabía,creía 
que no lo sabía. 
 
Si alguien cree no saber nada de ciertas vivencias cuyo recuerdo lleva en el interior 
de sí, ya no es tan improbable que tampoco sepa nada de otros procesos anímicos 
que ocurren en su interior. Esto mismo sucede con fenómenos como las operaciones 
fallidas también. 
 
Existe un nítido parentesco entre el estado hipnótico y el estado de dormir, que es la 
condición de soñar. La hipnosis lleva a un dormir artificial y las sugestiones son 
comparables a los sueños. En ambos casos, retiramos nuestro interés del mundo 
exterior. Esto abre una tercera vía de acceso para el estudio de los sueños: los 
estímulos que perturban el dormir, los sueños diurnos y ahora desde los sueños 
sugeridos del estado hipnótico. 
 
Nuestra tarea, se trata únicamente de posibilitarle que descubra su saber y nos lo 
comunique. No le pedimos que nos diga enseguida el sentido del sueño, pero el origen 
de este, el círculo de pensamientos y de intereses de que proviene, podrá descubrirlo. 
Le preguntaremos también por el modo en que ha llegado al sueño, y lo que él 
inmediatamente enuncie deberá considerarse como esclarecimiento. Puede no 
ocurrírsele nada o puede ocurrírsele cualquier cosa. 
 
Por otra parte, un sueño no es una única palabra fallida, si no que consta de muchos 
elementos. Propone descomponer el sueño en sus elementos y abordar la indagación 
para cada uno de ellos por separado. A las preguntas sobre el sueño, puede 
responder que no se le ocurre nada, de este modo, lo urgiremos, le aseguraremos 
que tiene que tener una ocurrencia. Finalmente mencionara alguna ocurrencia. Puede 
demostrarse que la ocurrencia que el preguntado produce no es arbitraria ni 
indeterminada, no está desconectada de lo que nosotros buscamos. 
 
Cuando exhorto a alguien a decir lo que se le ocurre sobre un elemento determinado 
del sueño, le estoy pidiendo que se abandone a la asociación libre reteniendo una 
representación de partida. Esto exige una actitud particular de la atención. Existe un 
grado de mayor libertad de la asociación cuando abandono incluso esta 
representación de partida y establezco solamente, por ejemplo, el género y la especie 
de la ocurrencia: estipulo que la ocurrencia debe consistir en un 
nombre propio o en un número. Las ocurrencias están determinadas por actitudes 
interiores, no nos osn conocidas en el momento en que producen sus efectos. 
 
De igual modo, ciertas melodías que se nos ocurren de improvisto resultan 
condicionadas por un itinerario de pasamientos al que perteneces y que tiene una 
razón para ocuparnos sin que nosotros sepamos nada de esa actividad. 
 
Las ocurrencias también están condicionadas por círculos de pensamiento y de 
interés de alto contenido afectivo. 
 
Habla sobre la asociación de palabras de Wundt y explica que se diferencia de la 
asociación libre, ya que en el primero, el psicólogo elige con que palabras va a asociar 
el sujeto , en cambio, en el segundo el sujeto va a proponer sobre lo que se va a 
asociar. 
 
Compara los sueños con el olvido de nombres propios. Cuando he olvidado 
temporariamente un nombre propio, tengo la certeza en mi interior de que sé ese 
nombre, en los sueños no pasa lo mismo. La reflexión de nada me sirve. En lugar 
del nombre olvidad puedo hacer que se me ocurran uno o varios nombres sustitutivos. 
El elemento onírico no es el justo, es un sustituto de del elemento original, que yo no 
conozco y debo descubrir mediante el análisis del sueño. En el olvido de nombres, 
reconozco al sustituto como el no genuino, mientras que en el caso del elemento 
onírico sólo trabajosamente obtenemos esa concepción. Ahora bien, también en el 
olvido de nombres hay un camino que lleva del sustituto al elemento genuino que es 
inconciente, al nombre olvidado. Si dirijo mi atención a estos nombres sustitutivos y 
hago que acudan ulteriores ocurrencias sobre ello, tras desvíos llego al nombre 
olvidado y descubro que los nombres sustitutivos espontáneos mantenían un vinculo 
con el olvidado, estaban determinados por él. Para explicar esto da el ejemplo de un 
olvido que tuvo el mismo sobre Mónaco. 
 
Lo que es posible en el caso del olvido de nombres tiene que poder lograrse también 
en la interpretación de los sueños, a saber: volver accesible lo genuino retenido, 
mediante asociaciones anudadas a partir de un sustituto. 
 
Discurso en ORTF. 
 
ORTF: Organización de la Radio y televisación francesa. 
 
Tanto este discurso como sus escritos, están centrados en la palabra y el lenguaje. 
Explica que la posición que toma es la de los hechos, hechos científicamente 
establecidos. Todos los consideran como hechos, aunque durante mucho tiempo 
fueron desechos: los actos fallidos (antes no se estudiaban, se creía que no tenían 
contenido), los sueños (antes se estudiaba nada más lo que se hacía despierto). 
Todos estos hechos fueron aportados por Freud, también está el chiste, al que ya no 
se le puede responder con una risa, sino que hay que considerarlo. Lacan dice que, 
en los textos originales escritos por Freud, estos hechos están establecidos como 
hechos de lenguaje. 
 
Los sueños se traducen del lenguaje al aprendizaje de los mismos por medio de la 
asociación libre de lo que se le ocurre contar. No hay diccionario de los sueños, el 
diccionario de los sueños es la asociación libre. Pero esto no es lo que para Freud da 
el sentido, sino los puntos de concurrencia que se desprenden de un texto, y de 
una especia de calco con el cual va a aplicar la palabra sobre la palabra, la frase 
sobre la frase, lo verbal sobre lo verbal, así hasta el retruécano. 
 
Esto último se encuentra en el preconsciente. Justamente en la función de lo que 
atormenta a este preconsciente, de lo que constituye el preconsciente encuentra 
palabras sobre las que no posee control. Provienen del inconsciente donde está lo 
reprimido. 
 
Las palabras no están a la deriva, sino que obedecen leyes de las palabras. Con esto 
afirma que el sujeto con inconciente, se lo piensa por medio de la palabra y no por el 
pensamiento, como venía siendo hasta ese momento. El pensamiento ya no puede 
ser el sujeto. 
 
Lacan va a discutir con otras formas de pensamiento. En primer lugar, el 
evolucionismo, el cual cree en la evolución, donde siempre el hombre va a ser el rey 
de la creación (por más que fuera familiar del mono), se plantea como un ser 
distinto, es una idea religiosa y de la fe en un ser superior (el hombre). Por otro lado, 
está el existencialismo, el hombre es el ser en el mundo, queda en el centro. Lacan 
muestra que el lenguaje es lo que hacer ser al hombre, lo que lo vuelve un sujeto. El 
significante representa al sujeto para otros significantes (el sujeto es efecto del 
lenguaje, nadie puede representarse con una sola palabra si no lo es para otro 
término). 
 
El inconsciente es el discurso del otro, es mi fórmula. Él está estructurado como un 
lenguaje puesto que lenguaje es la estructura. El hombre crece tan inmerso en un 
baño de lenguaje como en el medio llamado natural. El hombre nace en un baño de 
lenguaje incluso antes de haber nacido (piensan el nombre del niño que ni siquiera 
fue concebido), lo cual expresa ese deseo del Otro. En el uso de lenguaje que hacen 
los padres se transmite su deseo y es donde el sujeto por nacer es recibido, aunque 
todavía no exista. 
 
El sujeto humano queda sujeto a los significantes que expresan el deseo de los 
padres, el deseo del otro del lenguaje. El deseo es la pasión del significante, es decir, 
el efecto del significante en el animal al que marca, y cuya práctica del lenguaje hace 
surgir un sujeto. El deseo del hombre es el deseo del Otro. En el Otro está la causa 
del deseo, de donde el hombre cae como resto. 
 
El inconsciente está estructurado como un lenguaje, es decir, eso que denominamos 
un saber no sabido, no es más que un saber hecho de palabras y lenguaje. Es el 
juego queel paciente juega en la asociación libre. Esto arriba a una conclusión final, 
también un hecho de palabras, en el cual aparece una palabra verdadera y le da 
sentido a la palabra inicial. Hay algo que es externo al sujeto, o por lo menos a la 
conciencia, el inconciente se presenta como algo apuesto, ya que está estructurado 
como un lenguaje. El ICC se presenta como algo ajeno cuando, por ejemplo, dice que 
no quiso decir ese lapsus o tratando de sacarse de encima el síntoma. Esto ajeno es 
del orden del lenguaje, puesto que solo se puede llegar a él por medio de la 
asociación libre y el encadenamiento de los significantes. El psicoanálisis tiene que 
nutrirse de la lingüística, de la estructura. 
 
Respecto del lenguaje, aparecen pares de términos que pueden tener función 
opuesta y complementaria como “hombre” y “mujer”. El lenguaje con estos términos, 
no alcanza a nombrar eso que tiene que ver con la satisfacción sexual, representa la 
falla del lenguaje. Eso que ya no es del orden de la realidad que podamos nombrar, 
sino que, del orden del goce, de algo real escapa al lenguaje y que tendríamos que 
oponer a la llamada realidad construida por medio de la palabra y las imágenes. El 
lenguaje no alcanza para explicarlo. El lenguaje no alcanza a nombrar todo lo real, y 
eso real que no se alcanza a nombrar es propiamente sobre lo que gira el 
psicoanálisis, es decir, la sexualidad humana. Lacan lo define como la impotencia 
del lenguaje para dar razón del sexo. 
 
PSICOPATOLOGÍA DE LA VIDA COTIDIANA: CAP. 2 “OLVIDO DE PALABRAS 
EXTRANJERAS” 
 
Nada se olvida sin razón. Cuenta que su interlocutor intentó citar un verso pero no le 
salía una palabra: Aliquis. Éste quiso saber por qué se la había olvidado. Para eso 
Freud le pidió que le diga lo primero que se le ocurra. Él le dijo que creía una ridiculez 
considerar la palabra como dividida en dos partes. Freud pregunta cuales son las 
ocurrencias que te vienen c/ la palabra aliquis (alguien, la palabra que le faltaba) y le 
dice: Líquido, liquidor, liquifaccion, reliquia, fluidez, flujo, recuerda las reliquias de san 
simón (santo que fue sacrificado de niño) de Trento que había visto hace unos años. 
 
A raíz se acuerda de la acusación a los judíos de hacer sacrificios de sangre. Piensa 
en el artículo de san Agustín sobre las mujeres. Se acuerda de un anciano que se 
topó (san Benedicto). Se acuerda de un padre de la iglesia llamado orígenes. 
 
Freud le dice q san Jenaro y Agustín tienen q ver con el milagro de la sangre y le 
cuenta lo de la sangre de san Jenaro q se fluidifica cierto día festivo todos los años… 
y después le dice q se le ocurrió algo pero no lo quiere decir, después lo dice q de 
pronto pensó en q podría recibir de una dama la noticia que nos resultaría 
desagradables y Freud adivina q se trata de un posible embarazo (le dice q el proceso 
el milagro de san Jenaro como una alusión al periodo de la mujer). 
 
Lo que sobre determino el olvido es que el momento en el que el hombre se queja 
de q las cosas van mal y tiene la idea de que a la próxima generación le valla mejor 
y el inc. Le responde a lo mejor alguien ya viene en camino. La represión. No quiere 
un hijo ya mismo (deseo contradictorio de descendencia) el deseo de un hijo se asocia 
con la muerte en el hombre. La ausencia de sustitutivos no establece un distingo 
especial. 
 
Aliquis: no se registra nada de un tema así, reprimido e independiente, que ocupara 
el pensar consiente en el momento anterior inmediato y cuyo eco fuera la 
perturbación. Aquí la reproducción es perturbada desde el interior del tema mismo 
que se tocaba en la cita, por pelearse inconscientemente una contradicción a la idea 
de deseo allí figurada, se le cruza un pensamiento que lo contradice lo que causa una 
asociación extrínseca entre uno de sus elementos de representación y un elemento 
del deseo objetado. 
 
La palabra significa literal “dejar que alguien surja de mis huesos como vengador”. 
Freud explico que el olvido de la palabra Aliquis se debe a que hay una contradicción 
interna entre el deseo de tener descendencia (que alguien surja de mis huesos) 
contra el deseo de no tener decencia que se descubre mediante las asociaciones 
libres. Entonces, le enuncia lo característico del trabajo analítico, lo único a lo que 
técnica–teóricamente Freud nunca renuncia, la regla fundamental. 
Sólo tengo que rogarle me comunique usted con sinceridad y sin crítica alguna todo 
cuanto se le ocurra dirigiendo usted, sin propósito definido, su atención sobre la 
palabra olvidada. Está en marcha la asociación libre, él se encargará de atender en 
forma flotante. 
 
Regla fundamental: Asociación libre y Atención flotante. 
 
 
 
 
 
 
UNIDAD 7 
 
FREUD. SOBRE LA DINÁMICA DE LA TRASFERENCIA. 
 
Todo ser humano adquiere una especificidad determinada para el ejercicio de su vida 
amorosa, o sea, para las condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que 
satisfará. Esto da por resultado un clisé, que se repite de manera regular. Y si la 
necesidad de amor de alguien no está satisfecha de manera exhaustiva por la 
realidad, él se verá precisado a volcarse con unas representaciones-expectativas 
libidinosas hacia cada nueva persona que aparezca, y es muy probable que las dos 
porciones de su libido, la susceptible de cc y la icc, participen de tal acomodamiento. 
Es entonces del todo normal e inteligible que la investidura libidinal aprontada en la 
expectativa de alguien que está parcialmente insatisfecho se vuelva hacia el medico. 
 
La trasferencia puede producirse siguiendo la imago materna o de un hermano varón. 
No comprendemos que la trasferencia resulte tanto más intensa en personas 
neuróticas bajo análisis que en otras, no analizadas, y en segundo lugar, sigue la 
trasferencia nos sale al paso como la más fuerte resistencia al tratamiento. No es 
correcto que durante el psicoanálisis las trasferencia se presenta más intensa y 
desenfrenada que fuera de él. En institutos donde los enfermos nerviosos no son 
tratados analíticamente se observan las máximas intensidades y las formas más 
indignas de una trasferencia. En cuanto al segundo problema, por qué la trasferencia 
nos sale al paso como resistencia en el psicoanálisis. La libido se ha internado por el 
camino de la regresión y reanima las imagos infantiles. Toda vez que la investigación 
analítica tropieza con la libido retirada en sus escondrijos, no puede menos que no 
estallar un combate, todas las fuerzas que causaron la regresión de la libido se 
elevarán como unas resistencias al trabajo. 
 
Cancelar la represión de las pulsiones icc y de sus producciones, represión 
constituida desde entonces en el interior del individuo. Esto da por resultado la parte 
con mucho mas grandiosa de las resistencia, que hartas veces hace subsistir la 
enfermedad. El análisis tiene que librar combate con las resistencias de ambas 
fuentes. La resistencia acompaña todos los pasos del tratamiento, cada acto del 
paciente, tiene que tomar en cuenta la resistencia. Si algo del material del complejo 
(o sea de su contenido) es apropiado para ser trasferido sobre la persona del médico, 
esta trasferencia se produce. 
En la cura analítica la trasferencia se nos aparece siempre, en un primer momento, 
solo como el arma más poderosa de la resistencia, y tenemos derecho a concluir que 
la intensidad y tenacidad de aquella son un efecto y una expresión de esta. Es preciso 
decidirse a separar una trasferencia positiva, de una negativa, la trasferencia de 
sentimientos tiernos de las de sentimientos hostiles, y tratar por separado ambas 
variedades de trasferencia sobre el médico. Y la positiva, se descompone en la de 
sentimientos amistosos o tiernos que son susceptibles de CC. De estos últimos, el 
análisis demuestra que de manera regular se remontan a fuentes eróticas. 
 
La trasferencia sobre el medico solo resulta apropiada como resistenciadentro de la 
cura cuando es una trasferencia negativa o una positiva de mociones eróticas 
reprimidas. Cuando nosotros “cancelamos” la trasferencia haciéndola cc, solo 
hacemos desasirse (soltar) de la persona del médico esos dos componentes de acto 
de sentimiento. El portador del éxito. Por qué los fenómenos de resistencia 
trasferencial salen a la luz solo en el psicoanálisis, y no en un tratamiento indiferente, 
por ejemplo en institutos de internación. La respuesta reza: también allí se muestran, 
solo que es preciso apreciarlos como tales. Y el estallido de la trasferencia negativa 
es incluso harto frecuente en ellos. 
 
El enfermo abandona el sanatorio sin experimentar cambios o aun desmejorado tan 
pronto cae bajo el imperio de la trasferencia negativa. Una ambivalencia así de los 
sentimientos parece ser normal hasta cierto punto, pero un grado más alto de ella es 
sin duda una marca particular de las personas neuróticas. Donde la capacidad de 
trasferir se ha vuelto en lo esencial negativa, como es el caso de los paranoicos, cae 
también la posibilidad de influir y de curar. 
 
La trasferencia surge necesariamente en toda cura psicoanalítica, ya que es lo que 
permite la instalación del análisis. La acción conjunta de la disposición congénita y las 
influencias experimentadas durante los años infantiles determina la modalidad de su 
vida erótica, fijando los fines de la misma, las condiciones que el sujeto habrá de exigir 
en ella y los instintos que en ella habrá de satisfacer. Así se establece un clishé que 
se reproduce y repite toda la vida pero es susceptible a alguna modificación bajo la 
acción de impresiones recientes. 
 
El individuo cuyas necesidades eróticas no son satisfechas por la realidad, orientará 
representaciones libidinosas hacia toda persona nueva. Las dos porciones de su 
libido, la consciente y la inconsciente, participan en este proceso. Es por eso que 
también se orienta hacia la persona del médico. Si perseguimos un complejo 
patógeno desde su representación en lo consciente (visible como síntoma o 
inaparente) hasta sus raíces en lo inconsciente, llegamos a una región en la cual se 
impone la resistencia. Cuando en la materia del complejo hay algo que se presta a 
ser transferido al analista, se establece la transferencia, produciendo la asociación 
inmediata y anunciándose con los signos de una resistencia como una detención de 
las asociaciones. 
 
Tipos de transferencia: La transferencia es un concepto fundamental que aborda 
la experiencia significativa del análisis. Posee do valores o funciones. 
 
Positiva: es motor para el tratamiento. En ella hay sentimientos amistosos o tiernos, 
es decir asexuales y puros, que son conscientes y otros inconscientes, pero se sabe 
que todos los sentimientos, por muy puros y asexuales que nos lo 
representemos en nuestra autopercepción consciente, proceden de deseos 
puramente sexuales. La transferencia como motor: el analista invita al paciente a 
asociar libremente, a que hable, que cuente, que narre,…a que despliegue su 
neurosis. El dispositivo analítico conecta el síntoma con la asociación libre, y de esa 
manera se puede tener acceso al Icc. El paciente le otorga un sentido al síntoma, el 
sentido se libera y el paciente dispone de ese saber reprimido, aborda otros aspectos 
de su vida y de esa manera promueve la acción. 
 
La transferencia es al analista porque este con sus intervenciones permite revelar el 
sentido del síntoma que no está a su disposición. Son las ganas que tiene el paciente 
de ponerse a trabajar, de ir a sesión, de contarle al analista, de producir enlaces y 
asociaciones para encontrar la respuesta a la pregunta que le plantea el síntoma. El 
analista tiene un “saber supuesto” por el paciente y se produce la transferencia por 
desplazamiento, es la transferencia articulada al retorno de lo reprimido y sostiene la 
producción de saber ICC. Como analista se ocupa el lugar de un resto diurno, como 
apoyatura de las representaciones reprimidas en ideas. 
 
Negativa: frena el tratamiento, cesa toda posibilidad de influjo y de curación. Es decir, 
hostil o erótica. La lucha entre el médico y el paciente, entre el intelecto y el instinto, 
entre el conocimiento y la acción, se desarrolla casi por entero en el terreno de los 
fenómenos de la transferencia. La transferencia de obstáculo (resistencia): supone el 
silencio, la detención de ocurrencias. El paciente deja de asociar o habla sin asociar. 
 
Al tiempo que se detienen las ocurrencias surge el interés por el analista que Freud 
coloca en la vertiente del amor, pero no como un enamoramiento, sino como una 
preocupación por la persona del analista, que pasa a ocupar el lugar del síntoma. 
Según sea hostil o tierna se dice que es negativa o positiva respectivamente. El punto 
en que se detienen las ocurrencias vale como resistencia, que no es definitiva, dado 
que con la intervención del analista pueden reiniciarse las asociaciones, y puede ser 
que gracias a la transferencia como obstáculo aparezcan en cadena asociativa algo 
que ayude a atravesar lo que está dormido o latente. 
 
Puntualizaciones sobre el amor de transferencia. 
 
Freud habla sobre los casos en que una paciente mujer deja colegir por inequívocos 
indicios, o lo declara de manera directa, que, como cualquier frágil mujer, se ha 
enamorado del médico que la analiza. Es un proceso inevitable, muy frecuente y de 
solución muy difícil. 
 
Se puede dar el caso d que el médico y el paciente se alejan tras enamorarse ella de 
él, la cura es resignada. Pero el estado de la paciente pronto vuelve necesario un 
segundo intento analítico con otro médico y la situación volvería a repetirse. 
 
Para el médico significa un esclarecimiento valioso y una buena prevención de una 
contratransferencia acaso aprontada en él. Tiene que discernir que el enamoramiento 
de la paciente le ha sido impuesto por la situación analítica y no se puede atribuir a 
las excelencias de su persona. Para el paciente se plantea una alternativa: debe 
renunciar a todo tratamiento psicoanalítico o consentís su enamoramiento del médico 
como un destino inevitable. En esta decisión del paciente, sólo su interés debe 
prevalecer, no la opinión de ningún pariente o novio 
celoso. También hay profesionales que preparan al paciente para que se enamoren 
de ellos y así poder manejar la transferencia, lo cual es disparatado y está mal. 
 
A primera vista no parece que del enamoramiento en la transferencia pudiera nacer 
algo auspicioso para la cura. La paciente ha perdido de pronto toda la inteligencia 
del tratamiento y todo el interés por él, no quiere hablar ni oír más que de su amor, 
demanda que le sea correspondido; ha resignado sus síntomas o los desprecia y 
hasta se declara sana. 
 
El médico que lo vivencia por primera vez no hallará fácil mantener la situación 
analítica y sustraerse del espejismo de que el tratamiento ha llegado efectivamente 
a su término. Luego uno se orienta. Sobre todo, concibe una sospecha: cuanto 
estorbe proseguir la cura puede ser la exteriorización de una resistencia. Y en el 
surgimiento de esa apasionada demanda de amor la resistencia tiene sin duda una 
participación grande. La enferma ya no intelige nada, parece absorta en su 
enamoramiento, y semejante mudanza sobreviene con toda regularidad en un punto 
temporal en que fue preciso alentarla a admitir o recordar un fragmento muy penoso 
y fuertemente reprimido de su biografía. El enamoramiento existía de hace mucho 
antes, pero ahora la resistencia empieza a servirse de él para inhibir la prosecución 
de la cura, apartar del trabajo todo interés y sumir al médico analista en un penoso 
desconcierto. 
 
Se pueden discernir en la situación el influjo de motivos que la complican, en parte 
derivan del enamoramiento, pero en parte son exteriorizaciones singulares de la 
resistencia. De la primera índole es el afán dela paciente por asegurarse de que es 
irresistible, por quebrantar la autoridad del médico rebajándola a la condición de 
amado, y por todo cuanto pueda resultar atractivo como ganancia colateral de la 
satisfacción amorosa. De la resistencia, es licito conjeturar que en ocasiones 
aprovechará la declaración de amor como un medio para poner a prueba al riguroso 
analista, quien en caso de condescender recibirá una reconvención. La resistencia, 
como agente provocador acrecienta el enamoramiento y exagera la buena disposición 
a la entrega sexual a fin de justificar, invocando los peligros de semejante desenfreno, 
la acción eficaz de la represión. 
 
No se le puede mentir al paciente, haciéndole creer que también le gusta al analista 
o que corresponde su amor. El tratamiento psicoanalítico se edifica sobre la 
veracidad. Quien se ha compenetrado con la técnica analítica ya no acierta con la 
mentira ni con el fingimiento, indispensables al médico en otros campos, y suele 
traicionarse cuando los intenta con el mejor de los propósitos. Puesto que uno exige 
del paciente la más rigurosa veracidad, pone en juego su autoridad íntegra si se deja 
pillar por él en una falta a la verdad. 
 
La cura tiene que ser realizada en abstinencia; sólo que con ello no me refiero a la 
privación corporal, ni a la privación de todo cuanto se apetece, pues quizá ningún 
enfermo lo toleraría. Hay que dejar subsistir en el enfermo la necesidad y añoranza 
como unas fuerzas pulsionantes del trabajo y la alteración, y guardarse de 
apaciguarlas mediante subrogados. Uno no podría ofrecer otra cosa que, subrogados, 
puesto que la enferma, a consecuencia de su estado y mientras no hayan sido 
levantadas sus represiones, será incapaz de lograr efectiva satisfacción. 
 
Si el médico decide corresponder su amor y entablar una relación, cometería un grave 
error. La paciente alcanzaría su meta, pero el médico no la suya. Ganaría su 
liberación permanente de su neurosis, pero no llegaría a una curación. Sería un 
gran triunfo para la paciente y una total derrota para la cura. Ella conseguiría lo que 
todos los enfermos aspiran en el análisis: actuar, repetir en la vida algo que sólo deben 
recordar, reproducir como material psíquico y conservar en un ámbito psíquico. Con 
el tiempo, la relación amorosa sacaría a relucir todas las inhibiciones y reacciones 
patológicas de su vida amorosa sin que fuera posible rectificarlas en algo, y esta 
vivencia penosa concluiría en el arrepentimiento y en un gran refuerzo de su 
inclinación represora. La relación de amor pone en término la posibilidad de influir 
mediante el tratamiento analítico. 
 
Uno debe retener la transferencia de amor, pero la trata como algo no real, como una 
situación por la que se atraviesa en la cura, que debe ser reorientada hacia sus 
orígenes inconcientes y ayudará a llevar a la conciencia lo más escondido de la vida 
amorosa de la enferma, para así gobernarlo. 
 
Es verdad que este intento de mantener le amor de transferencia sin satisfacerlo 
fracasará con una clase de mujeres. Son aquellas de un apasionamiento elemental 
que no tolera subrogados. No quieren tomar lo psíquico por lo material. Con tales 
personas se está frente a una oposición: mostrarles correspondencia de amor, o bien, 
cargar con toda la hostilidad de la mujer desairada. Y en ninguno de ambos casos 
puede uno percibir los intereses de la cura. Es preciso retirarse sin obtener el éxito, y 
acaso pueda uno preguntarse cómo se compadece la aptitud para la neurosis con 
una necesidad de amor tan inexorable. 
 
En cuanto a otras enamoradas menos violentas, uno les insiste en la inequívoca 
participación de la resistencia en ese amor. Es que un enamoramiento real y efectivo 
volvería dócil a la paciente y acrecentaría su buena voluntad para solucionar los 
problemas de su caso, aunque solo fuera porque el hombre amado se lo demanda. 
Un enamoramiento así podría escoger el camino de completar la cura para cobrar 
valor frente al médico y preparar la realidad objetiva en que la inclinación amorosa 
pudiera hallar sitio. Y en vez de ello la paciente se muestra recalcitrante e indócil, ha 
arrojado de sí todo interés por el tratamiento, y además no vacila en llevarlo a un 
dilema sin salida. En efecto, si él rehúsa cosa a la cual lo constriñen su deber y su 
entendimiento, ella podría hacer el papel de la desairada y sustraerse de la cura de 
el por venganza. 
 
Si a estos argumentos uno suma la paciencia requerida, las más de las veces 
consigue superar la difícil situación y proseguir el trabajo con un enamoramiento 
atemperado, o bien con él a cuestas, trabajo cuya meta será entonces descubrir la 
elección infantil de objeto y las fantasías que trae urdidas. 
 
La participación de la resistencia en el amor de transferencia es indiscutible. Sin 
embargo, la resistencia no ha creado este amor, lo encuentra ahí y se sirve de él y 
exagera sus exteriorizaciones. Y el carácter genuino del fenómeno tampoco es 
despotenciado por la resistencia. Es verdad que este enamoramiento consta de 
reediciones de rasgos antiguos, y que repite reacciones infantiles. Pero ese es el 
carácter esencial de todo enamoramiento. Justamente lo que constituye su carácter 
compulsivo procede de su condicionamiento infantil. Acaso el amor de transferencia 
tenga un grado de libertad menos del que se presenta en la vida (amor normal); 
permite discernir con más nitidez su dependencia del modelo infantil, se muestra 
menos flexible y modificable: pero eso es todo y no es loe esencial. 
No se puede denegar el carácter de amor genuino al enamoramiento que sobreviene 
dentro del tratamiento analítico. Si parece tan poco normal, ello se explica 
suficientemente por la circunstancia de que todo enamoramiento, aun fuera del 
tratamiento, recuerda más a los fenómenos anímicos anormales que a los normales. 
El transferencial se singulariza por: 1) es provocado por la situación analítica, 2) es 
empujado había arriba por la resistencia que gobierna esa situación, y 3) carece en 
alto grado del miramiento por la realidad objetiva, es menos prudente, menos 
cuidadoso de sus consecuencias, más ciego en la apreciación de la persona amada 
de lo que querríamos concederle a un enamoramiento normal. Estos rasgos que se 
desvían de la norma constituyen lo esencial de un enamoramiento. El teñido suelo a 
ese enamoramiento al introducir el tratamiento analítico para curar la neurosis; es, 
para él, el resultado inevitable de una situación médica, como lo sería el 
desnudamiento corporal de una enferma o la comunicación de un secreto de 
importancia vital. Esto le impone la prohibición firme de extraer de ahí una ventaja 
personal. El médico tiene que saber que la enferma no está preparada para ningún 
otro mecanismo de curación. 
 
Motivos éticos se suman a los técnicos para que el médico se abstenga de consentir 
el amor de la enferma. Debe tener en vista su meta: que esta mujer, estorbada en 
su capacidad de amar por unas fijaciones infantiles, alcance la libre disposición sobre 
esa función de importancia inestimable para ella, pero no la dilapide en la cura, 
sino que la tenga aprontada para la vida real cuando después del tratamiento esta se 
lo demande. Al médico no siempre le resultara fácil mantenerse dentro de las 
fronteras de la ética y la técnica le prescriben. 
 
Para el analista queda excluido el ceder. Por alto que él tase el amor, tiene que valorar 
más su oportunidad de elevar a la paciente sobre un estadio decisivo de su vida. Ella 
tiene que aprender de él a vencer el principio de placer, a renunciar a una satisfacción 
inmediata, pero no instituida socialmente, en favor de otra más distante, quizá mucho 
más incierta, pero intachable tanto en lo psicológico como en lo social. 
 
El psicoterapeuta analista debe liberar así una lucha triple: en su interior, contra los 
poderes que querrían hacerlo bajar del nivelanalítico; fuera del análisis, contra los 
oponentes que le impugnan la significatividad de las fuerzas pulsionales sexuales y 
le prohíben servirse de ellas en su técnica científica; y en el análisis, contra sus 
pacientes, que al comienzo se comportan como los oponentes, pero luego dejan 
conocer la sobrestimación de la vida sexual que los domina, y quieren aprisionar al 
médico con su apasionamiento no domeñado socialmente. 
 
Recordar, repetir y reelaborar. 
 
La técnica psicoanalítica ha experimentado profundas alteraciones desde sus 
comienzos: 
 
- Al comienzo, predominaba la fase catártica de Breuer. Se enfocaba 
directamente al momento de formación del síntoma y hubo un empeño por hacer 
reproducir los procesos psíquicos de aquella situación a fin de guiarlos para que tuvieran 
su decurso a través de una actividad conciente. Recordar y abreaccionar eran en aquel 
tiempo las metas que se procuraban alcanzar con ayuda de la hipnosis. 
- Luego, se renunció a la hipnosis y pasó a un primer plano la tarea de colegir desde 
las ocurrencias libres del analizado aquello que él denegaba recordar. Se pretendía sortear 
la resistencia mediante el trabajo interpretativo y la comunicación de sus resultados al 
enfermo; así se mantenía el enfoque sobre las situaciones de formación de síntoma y 
sobre aquellas otras que se averiguaban presentes detrás del momento en que se 
contrajo la enfermedad. La abreacción era reglada y parecía sustituida por el gasto de 
trabajo que el analizado tenía que prestar al vencer la critica a sus ocurrencias. 
 
- Por último, se encuentra el método que hoy empleamos. El médico renuncia a 
enfocar un momento o problema determinados, se conforma con estudiar la superficie 
psíquica que el analizado presenta cada vez, para discernir las resistencias que se recortan 
en el enfermo y hacérselas concientes. El medico pone en descubierto las resistencias 
desconocidas para el enfermo; dominadas ellas, el paciente narra con toda facilidad las 
situaciones y los nexos olvidados. 
 
Las metas de esta técnica siempre han permanecido idénticas. Es decir, llenar las 
lagunas del recuerdo y vencer las resistencias de represión. 
 
En la técnica actual, el analizado, no recuerda nada de lo olvidado y reprimido, 
sino que lo actúa. No lo reproduce como un recuerdo, sino como una acción, lo 
repite, sin saber que lo hace. Esta repetición el paciente la vive como algo actual, 
sin saber que proviene del pasado. Por ejemplo: el paciente no refiere acordarse 
de haber sido desafiante frente a la autoridad de los padres, en cambio, se 
comporta de esa manera frente al médico. 
 
El paciente comienza con la cura con una repetición así. Tras comunicar a cierto 
paciente de variada biografía y prolongado historial clínico la regla fundamental 
del psicoanálisis, al principio, no sabe decir palabra. Calla y afirma que nada se 
le ocurre. Esto es la repetición de una actitud homosexual que se esfuerza hacia 
el primer plano como resistencia a todo recordar. Durante el lapso que 
permanezca en tratamiento no se liberará de esa compulsión de repetición, que 
es su manera de recordar. 
 
Lo que más nos interesa es la relación de esta compulsión de repetir con la 
transferencia y la resistencia. La transferencia misma es sólo una pieza de 
repetición, y la repetición es la transferencia del pasado olvidado; pero no sólo 
sobre el médico: también sobre todos los otros ámbitos. Tenemos que estar 
preparados para que el analizado se entregue a la compulsión de repetir, que le 
sustituye ahora el impulso de recordar, no sólo en la relación personal con el 
médico, sino en todas las otras actividades y vínculos simultáneos de su vida. 
Mientras mayor sea la resistencia, más será sustituido el recordar por el actuar. Si 
la cura comienza con una transferencia suave, positiva y no expresa, sería como 
la hipnosis, ya que se lograría una profundización en el recuerdo, en cuyo 
transcurso hasta callan los síntomas patológicos; pero si en el ulterior trayecto esa 
transferencia se vuelve hostil y por eso necesita represión, el recordar deja sitio 
enseguida al actuar. A partir de este punto, las resistencias comandan la 
secuencia de lo que se repetirá. 
 
El analizado repite en vez de recordar, y repite bajo las condiciones de la 
transferencia. Repite todo cuanto desde las fuentes de su reprimido ya se ha 
abierto paso hasta su manifiesto (inhibiciones, actitudes inviables, rasgos 
patológicos de carácter). Durante el tratamiento repite todos sus síntomas. 
Poniendo en relieve la compulsión de repetición no hemos obtenido ningún hecho 
nuevo, sino sólo una concepción más unificadora. Esta condición patológica se va 
insertando en el campo de acción de la cura, mientras el enfermo lo vivencia como 
algo real-objeto y actual, que en buena parte consiste en la reconducción al 
pasado. 
 
El hacer repetir en el curso del tratamiento analítico, según esta técnica más 
nueva, equivale a convocar un fragmento de la vida real. De aquí arranca todo el 
problema del a menudo inevitable empeoramiento durante la cura. 
 
La introducción del tratamiento conlleva que el enfermo cambie su actitud 
conciente frente a la enfermedad. Por lo común se ha conformado con lamentarse 
de ella, despreciarla como algo sin sentido, menospreciarla en su valor, pero en lo 
demás ha prolongado frente a sus exteriorizaciones la conducta represora que 
practicó contra los orígenes de ella. Para la cura, no sirve desconocer los 
fenómenos de su enfermedad (en fobias desconocer sus condiciones, en 
obsesiones no escuchar sus ideas obsesivas, o en genuino propósito de su 
impulso obsesivo). No tiene permitido considerarla algo despreciable, más bien, 
será un digno oponente, una parte de su ser que se nutre de buenos motivos 
y del que deberá espigar algo valioso para su vida posterior. Si en virtud de esta 
nueva relación con la enfermedad se agudizan conflictos y resaltan al primer plano 
unos síntomas que antes eran casi imperceptibles, son unos empeoramientos 
necesarios, pero pasajeros, ya que no es posible liquidar a un enemigo ausente o 
que no está lo suficientemente cerca. La resistencia puede explotar la situación 
para sus propósitos o querer abusar del permiso de estar enfermo. 
 
Ulteriores peligros nacen por el hecho de avanzar en la cura, pueden aparecer la 
repetición de mociones pulsionales nuevas, que todavía no se habían manifestado. 
Las acciones del paciente fuera de la transferencia pueden conllevar pasajeros 
prejuicios para su vida, o aun ser escogidas de modo que desvaloricen duramente 
las perspectivas de salud. 
 
La meta, por más que con la nueva técnica no se puede alcanzar, es recordar en 
un ámbito psíquico. El médico se dispone a librar una permanente lucha con el 
paciente a fin de retener en un ámbito psíquico todos los impulsos que él querría 
guiar hacia lo motor, y si consigue tramitar mediante el trabajo del recuero algo 
que el paciente preferiría descargar por medio de una acción, lo celebra como un 
triunfo de la cura. Cuando la ligazón transferencial se vuelve de algún modo viable, 
el tratamiento logra impedir al enfermo todas las acciones de repetición más 
significativas y utilizar el designo de ellas como un material para el trabajo 
terapéutico. Es importante que le paciente no adopte durante la cura ninguna 
decisión de importancia vital (abrazar una profesión o escoger un objeto definitivo 
de amor), que espere al momento de la curación. 
 
La libertad personal del analizado se respeta lo conciliable con tales previsiones, 
no se le estorba ejecutar propósitos irrelevantes y tampoco se olvida que el ser 
humano sólo escarmienta y se vuelve prudente por experiencia propia. En 
ocasiones puede ocurrir que el paciente actúe antes de que podemos insertarlo 
en el proceso de la cura. 
El principal recurso para dominar la compulsión de repetición del paciente, y 
transformarla

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