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La dirección de la cura y los principios de su poder Cuando Lacan habla de táctica, habla del método de la asociación libre; cuando habla de estrategia, habla del manejo de la transferencia; y cuando habla de política, habla de la política del deseo inconsciente. Hay muchos que, bajo el psicoanálisis, se dedican a una reeducación emocional del paciente. Esto es lo que propone el psicoanálisis anti-freudiano. En estos casos, la contratransferencia tendrá una función de diversión. Este tipo de psicoanálisis se jacta de superar lo que por otra parte ignora, no habiendo retenido la doctrina de Freud sino justo lo suficiente para sentirse hasta qué punto lo que acaba de enunciar de su experiencia es disonante con ella. El psicoanalista dirige la cura, no al paciente. El primer principio de esta cura es que no debe dirigir al paciente. Queda totalmente excluida la dirección de conciencia, como si fuésemos un guía moral propio de una iglesia. La dirección de la cura es otra cosa, consiste en primer lugar, en hacer aplicar por el sujeto la regla analítica, o sea las directivas cuya presencia no podría desconocerse en el principio de lo que se llama “la situación analítica”. Estas directivas están en una comunicación inicial planteadas bajo forma de consignas de las cuales puede sostenerse que hasta las desviaciones de su enunciado servirán de vehículo a la doctrina que sobre ellas se ha hecho el analista en el punto de consecuencia a que han llegado para él. Ya sólo esto basta para mostrarnos que el problema de la dirección se muestra, desde las directivas del punto de partida, como no pudiendo formularse sobre una línea de comunicación unívoca. Este tiempo consiste en hacer olvidar al paciente que se trata únicamente de palabras. Es por el lado del analista por donde pretendíamos abordar nuestro tema. El paciente no es el único que paga con sus dificultades que pone toda la cuota, el analista también debe pagar: -pagar con palabras sin duda, si la transmutación que sufren por la operación analítica las eleva a su efecto de interpretación. -pagar con su persona, en cuanto que, lo que diga, la presta como soporte a los fenómenos singulares que el análisis a descubierto en la transferencia. -pagar con lo que hay de esencial en su juicio más íntimo, para mezclarse en una acción que va al corazón del ser (el núcleo es el inconciente, y lo que se pone en juego es lo que le falta al ser, por lo que entra en juego el deseo, es decir, lo que le falta al ser). El analista cura menos por lo que dice y hacer que por lo que es. El analista está tanto menos seguro de su acción cuanto que en ella está más interesado en su ser (ICC). Intérprete de lo que me es presentado en afirmaciones o actos, yo decido sobre mis opiniones y lo articulo a mi capricho, lejos de poder medir todo el defecto de mis palabras, libre siempre del momento y del número, tanto como la elección de mis intervenciones. En cuanto al manejo de la transferencia, mi libertad en ella se encuentra omitida por el desdoblamiento que sufre allí mi persona, y es allí donde hay que buscar el secreto del análisis. El psicoanálisis debe ser estudiado como una situación entre dos. Se ponen condiciones que restringen los movimientos del psicoanálisis, pero permanece el hecho de que la situación sirve para articular los principios de una domesticación del Yo llamado débil y, por medio de un Yo que gestuosamente se considera como de fuerza para cumplir con ese proyecto, porque es fuerte. Todo analista experimenta siempre la transferencia como esa división entre una relación de análisis y las otras. Tiene que componérselas allí ante un fenómeno del que no es responsable, y es conocida la insistencia que puso Freud en subrayar su espontaneidad en el paciente. Lacan afirma que la metáfora del espejo (que el paciente ve en el analista un reflejo suyo) es un engaño. No se podría razonar a partir de lo que el analizado hace soportar de sus fantasías a la persona del analista. La acción del analista sobre el paciente considera a la estructura (del lenguaje) por donde interviene la realidad psíquica en su relato. El analista es menos libre en el manejo de la estrategia que en la asociación libre. En la asociación libre por medio de la atención flotante puede elegir, en cambio, en la transferencia está limitado. Su acción sobre el paciente se le escapa junto con la idea que se hace de ella, si no vuelve a tomar su punto de partida en aquello por lo cual ésta es posible, si no retiene la paradoja en lo que tiene de desembrad, para revisar en el principio la estructura por donde toda acción interviene en la realidad. En tanto Lacan habla en Francia, los analistas de ultramar, son los que residen en Estados Unidos. Muchos son alemanes que huyeron de la persecución nazi, fundamentalmente Hartmann, Lowenstein y Kriss, que constituyen “el triunvirato de New York”, -en términos de Lacan- porque eran los directivos de IPA (Asociación Psicoanalítica Internacional). En Norteamérica el psicoanálisis oficial (ortodoxo), estaba dominado por otros analistas. Especialmente Hartmann, que encabezaba la escuela de psicoanálisis llamada Psicología del Yo, por sostener el postulado de un “yo o ego, autónomo”. Freud en “El yo y el Ello” (remarcado por Lacan) dice que el yo no es amo en su propia casa, debe servir a tres amos: el ello, el superyó y la realidad”. Entonces si hablamos del vasallaje o servidumbre del yo, no puede ser autónomo, debe obedecer a los amos, es un sirviente. Lacan señala los desvíos de la Psicología del Yo, y propone volver a leer los textos de Freud, donde encuentra una táctica, una estrategia y una política. Si el analista sólo tuviese que vérselas con resistencias lo pensaría dos veces antes de hacer una interpretación. Sólo que esta interpretación, si él la da, va a ser recibida como proveniente de la persona que la transferencia supone que es. Propone reinventar el análisis, o volverlo a hacer: tratando a la transferencia como una forma particular de la resistencia. PALABRAS DE SOLA “ el psicoanalista dirige a la cura y no al paciente”, le da herramientas a la cura. Ojo…. no es un guia moral, y a su vez no debe ceder a la tentacion pedagogica. Porque? xq no se trata de proponerle al paciente, los propios ideales del analista. Porque estas diciendole como pensar, y como debe seguir. NO! Se debe aplicar la teoria psicoanalítica en la intersubjetividad del paciente. Mucho que ver con la empatia. Y SIEMPRE SE DEBE REALIZAR JUICIOS CRITICOS Y NO DE VALOR. No de valor, xq estamos usando nuestros ideales y vivencias. Y las nuestras no interesan ! En cambio, cuando realizamos criticos, aplicamos nuestra teoria en la subjetividad del paciente. Nuestros ideales y pensamientos, no importan! Dirección de la cura: el sujeto aplique la regla fundamental o analitica. Cual es? Es la asociación libre …. (ya que se llega al icc y aparece el sujeto en el análisis, su subjetividad). No es la intrsopeccion ( segun el PA, ya que lleva al yo ). Para lacan: el analiss es espacial, xq? xq se fija mas de lo que demuestrar a la hora de expresarse y decir lo que siente, en dicha y sesion y NO en un tiempo determinado. Se analiza lo que ocurre en el momento y no durante el tiempo. No se cienta en el tiempo desde lo tratado y bilogicamente hablando. Por eso se dice que no hay un codigo comun. Esto es xq no todos somos iguales. Tiene que ver mucho la subjetividad de cada paciente. Por eso no nos fiajmos en el discurrir de cada sesion, en la edad del paciente, o no de la experiencia del psicologo. Se trata de lo critico en cuanto a la profesion, y asi aplicarlo en la subjetividad vivenciada del paciente. “ Hay que ser objetivamente critico a la hora de aplicar nuestra profesion y subjetivamente con los pacientes” luis sola Aca la evidenciaempirica, es que el paciente habla. Esto hace que la tarea del analista, visto por freud) es la atención flotante.( regla técnica según la cual el analista debe escuchar al paciente sin privilegiar ningún elemento del discurso de este último y dejando obrar su propia actividad inconsciente.) Esto, se va a centrar mas en las asociaciones que nombra, y no en lo que demuestra en ese momento concientemente. La atención flotante es, en relación con el analista, el proceso correspondiente o contrapunto de la asociación libre (de la manera no selectiva en que el analizando debe comunicar sus ocurrencias durante el análisis). Ahora, xq en la transferencia no hay tanta libertad? Esto es por la correspondencia.El paciente se va a necesitar de ese otro, que es el psicologo. Siempre va a necesitar de ese otro. El paciente, le puede preguntar, como esta , si mejoro. Y, el psicologo, que le va a decir? No, estas como el culo? No ! Se va a poner empatico, y lo va a sentir mejor. Ahora esta mal ? NO! Xq sin empatia, no podemos profesionalizar ( dicho antes xq). Ahi se termina generando contratrasferencia del psicologo al paciente. Asique por lo tanto, ni el psicologo tiene libertad en cuanto a sus emociones. Haber, hablando entre otras palabras, sabemos que si se genera contratransf , hay dentro de todos “problemas”. Pero por eso, hay que entender que hay que desligar la empatia de nuestros vivenciares ( en cuanto a la contrattransferencia ocurrida). Cuando hablamos de empatia, nos referimos en PONERSE EN LUGAR DEL OTRO. IMAGINARSE COMO SE SENTIRIA LO QUE LE ESTA PASANDO AL OTRO. PERO IMAGINARSE EN CUANTO A LO TEÓRICO Y PROFESIONALMENTE HABLANDO. Aca repito de nuevo. Ver la teoria y aplicarla en esa vivencia del paciente subjetivamente hablando. Como lo hago? poniendome en su lugar ( empatia ), viendolo desde la teoria. Por eso, esta el dilema. Si se genera empatia del psicologo, al paciente…. hay contratransferencia? corresponde que ocurra esto? o hablar de empatia, es no hablar de contratransferencia? en mi opinion creo que no, ya que la empatia no esta ligado que la contratransferencia, ya que esta ultima tiene algo detonante, que no tiene la empatia ….. es la VIVENCIA. VIVENCIA NO ES EMPATIA “ el niño al ppio es somatico, y lo psiquico lo toma de la madre” winnicott. Le da ser, persona, es un sosten. Por eso, se busca que en la asociacion libre, se busca el deseo inconsciente del paciente. Ojo, cuando decimos buscamos, lo vemos como el causal. famosa frase de deseo es la falta. Segun lacan es la falta, por el simbolismo que es el mundo Nace otro dilema, de que el deseo es deseo del otro y no de uno. Porque nos solemos fijar en el otro y no en nosotros. Lo que nos impone nuestra sociedad y familia. dicho por freud Es asi? ( pregunta retórica) Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. Reglas técnicas que propone Freud sobre el tratamiento psicoanalítico: A. La tarea inmediata a la que se ve enfrentado el analista que trata más de un enfermo por día, consiste en guardar en la memoria los innumerables nombres, fechas, detalles del recuerdo, ocurrencias y producciones patológicas que se presentan durante la cura, y en no confundirlos con un material parecido oriundo de otros pacientes analizados antes o al mismo tiempo. Esa técnica es muy simple. Consiste meramente en no querer fijarse en nada en particular y en prestar a todo cuanto uno escucha la misma “atención parejamente flotante”. De esta manera, uno se ahorra un esfuerzo de atención que no podría sostener día tras día a lo largo de muchas horas, y evita un peligro que es inseparable de todo fijarse deliberado. Tan pronto como uno tensa su atención hasta cierto nivel, comienza a seleccionar el material escuchado, de acuerdo a sus expectativas. Las más de las veces que uno tiene que escuchar cosas cuyo significado sólo con posterioridad discernirá. El precepto de fijarse en todo por igual es el correspondiente necesario de lo que se exige al analizado. Es una regla fundamental del psicoanálisis. Esta regla consiste en que “uno debe alejar cualquier injerencia conciente sobre su capacidad de fijarse y abandonarse por entero a sus memorias inconcientes”. Uno debe escuchar y no hacer caso de si se fija en algo. Los elementos materiales que ya se ensamblan en un nexo quedarán a la disposición conciente del médico, por otro lado, lo todavía incoherente, lo que brota en caótico desorden, parece naufragado al comienzo, pero reaflora con presteza en la memoria tan pronto como el analizado presenta algo nuevo a lo cual referirlo y a través de lo cual se lo puede continuar. B. No recomiendo que durante las sesiones se tomen notas algo extensas. Provocan una desfavorable impresión en muchos pacientes. Mientras uno toma apuntes, practica una dañina selección en el material y así liga un fragmento de su propia actividad espiritual que hallaría mejor empleo en la interpretación de lo escuchado. Se pueden anotar fechas, textos de sueños o ciertos resultados dignos de nota que puedan desprenderse con facilidad del contexto y se presten para utilizarlos como ejemplos autónomos (divulgación científica). Freud comenta que el registra por escrito de memoria al anochecer, una vez finalizado el trabajo, en cuanto a los textos de sueño hace que los pacientes mismos escriban lo que soñaron tras relatarlo. C. Tomar notas durante la sesión se podría justificar por el designio de convertir al caso tratado en tema de una publicación científica. De todos modos, se debe tener en cuenta que unos protocolos exactos de un historial clínico analítico rinden menos que lo que se esperaría de ellos. Suelen ser fatigosos para el lector y no consiguen sustituirle su presencia en el análisis. D. Lo coincidencia de investigación y tratamiento en el trabajo analítico es sin duda uno de los títulos de gloria de este último. Sin embargo, la técnica que sirve al segundo se contrapone hasta cierto punto a la de la primera. Mientras el tratamiento de un caso no esté cerrado, no es bueno elaborarlo científicamente. Se asegura mejor cuando uno se deja sorprender por sus virajes, abordándolos cada vez con ingenuidad y sin premisas. E. Freud pide que en el tratamiento analítico se tome como modelo al cirujano que deja de lado todos sus afectos y aun su compasión humana, y concentra sus fuerzas espirituales en una meta única: realizar una operación lo más acorde posible a las reglas del arte. Para el psicoanalista hay una tendencia afectiva peligrosísima: la ambición de obtener, con su nuevo y tan atacado instrumento, un logro convincente para los demás. Así no sólo se sitúa él mismo en una disposición de ánimo desfavorable para el trabajo, sino que se expone indefenso a ciertas resistencias del paciente, juego de fuerzas del cual la curación depende en primer lugar. La frialdad de sentimiento que cabe exigir al analista se justifica porque crea para ambas partes las condiciones más ventajosas: para el médico, cuidado de su propia vida afectiva; para el enfermo, el máximo grado de socorro que hoy nos es posible prestarle. F. El médico debe ponerse en estado de valorizar para los fines de la interpretación, del discernimiento de lo inconciente escondido, todo cuanto se le comunique, sin sustituir por una censura propia la selección que el enfermo resigno. Debe volver hacia el inconciente emisor del enfermo su propio inconciente como órgano receptor. No puede tolerar resistencias ningunas que aparten de su conciencia lo que su inconciente ha discernido, de lo contrario, introduciría en el análisis un nuevo tipo de selección y desfiguración mucho más dañinas que las provocadas por una tensión de su atención conciente. El analista debe haberse sometido a una purificación psicoanalítica y tomado noticia de sus propios complejosque pudieran perturbarlo para aprehender lo que el analizado le ofrece. No se puede dudar razonablemente del efecto descalificador de tales fallas propias, dejaría un punto ciego en su percepción analítica. Todo el que pretenda llevar a cabo análisis en otros, debe someterse a un análisis con un experto. Parece natural que un análisis de alguien prácticamente sano, no termine nunca. Quien sepa apreciar el elevado valor del conocimiento de sí adquirido durante las sesiones, así como el mayor autogobierno que confiere, proseguirá después como autoanálisis la exploración analítica de la persona propia y tendrá la modestia de esperar siempre nuevos hallazgos tanto dentro como fuera del el mismo. Y quien como analista haya desdeñado la desdeñado la precaución del análisis propio, no solo se verá castigado por su incapacidad para aprender de sus enfermos más allá de cierto límite, sino que también correrá el riesgo de convertirse en un peligro para los otros. Con facilidad, caerá en la tentación de proyectar sobre la ciencia, como teoría de validez universal. G. Es tentador para el psicoanalista joven y entusiasta poner en juego mucho de su propia individualidad para arrebatar al paciente y hacerlo elevarse sobre los límites de su personalidad estrecha. Uno creería de todo punto admisible, y hasta adecuado para superar las resistencias subsistentes en el enfermo, que le medico lo deje ver sus propios defectos y conflictos anímicos, le posibilite ponerse en un pie de igualdad mediante unas comunicaciones sobre su vida hechas en confianza. De esta forma, uno abandona los terrenos psicoanalíticos y se aproxima a los tratamientos por sugestión. Es una técnica que no ayuda en nada a descubrir lo inconciente para el enfermo, lo inhabilita aún más para superar sus resistencias profundas. De este modo, el paciente encuentra más interesante en análisis del médico que el suyo propio. También, la solución de la transferencia, una de las principales tareas de la cura, es dificultada por la actitud íntima del médico. El médico no debe ser transparente para el analizado, esto no es el psicoanálisis correcto. H. Otra dificultad es la ambición pedagógica. Hay médicos que se empeñan en crear algo particularmente excelso con la persona a quien tanto trabajo ha consagrado para librarla de su neurosis, y en prescribir elevadas metas a sus deseos. El medico debería contenerse y tomar como rasero menos sus propios deseos que la aptitud el analizado. Como médico, es preciso ser sobre todo tolerante con las debilidades del enfermo, darse por contento si, aun no siendo él del todo valioso, ha recuperado un poco de la capacidad de producir y de gozar. La ambición pedagógica es tan inadecuada como la terapéutica. I. ¿Dentro de qué límites se debe reclamar la colaboración intelectual del analizado en el tratamiento? Lo decide en primer término la personalidad del paciente. Hay que mantener aquí la precaución y la reserva. Es incorrecto dictar al analizado unos deberes. Es que él tiene que aprender sobre todo que ni en virtud de una actividad mental como la reflexión, ni de un esfuerzo de atención y de voluntad, se resolverán los enigmas de la neurosis, sino solo por la paciente obediencia a la regla psicoanalítica que ordena desconectar la critica a lo inconciente y sus retoños. Freud dice que no se inclina a recurrir que sus pacientes lean sus escritos psicoanalíticos, sino que les demanda que lo aprendan en su persona propia y asegura que de esa manera averiguarían más cosas y de mayor calor, que las que pudiera decirles, toda la bibliografía psicoanalítica. TEXTO DE ESCUELAS ABREVIADO EN EL CAMPUS ( NO CREO QUE SIRVA) UNIDAD 6 Sobre la iniciación del tratamiento. En este texto Freud da “consejos” sobre algunas reglas en la iniciación de la cura, para el uso práctico del analista. Con los enfermos de los que sabe poco, tiene la costumbre de aceptarlos primero solo provisionalmente por una semana o dos. Si uno interrumpe durante ese lapso, le ahorra al enfermo la impresión penosa de un intento de curación infortunado. La iniciación del tratamiento con un período de prueba así, fijado en algunas semanas, tiene además una motivación diagnóstica. Hay que tener serios cuidados con un error diagnóstico, ya que significaría un gasto inútil y una desacreditación de su procedimiento terapéutico. Prolongadas entrevistas antes de comenzar el tratamiento analítico, hacerlo preceder por una terapia de otro tipo, así como un conocimiento anterior entre el médico y la persona por analizar, traen nítidas consecuencias desfavorables para la que es preciso estar preparado. En efecto, hacen que el paciente enfrente al médico con una actitud transferencial ya hecha, y éste deberá descubrirla poco a poco, en vez de tener la oportunidad de observar desde su inicio el crecer y el devenir de la transferencia. De este modo el paciente mantendrá durante un lapso una ventaja que uno preferiría no concederle. Uno deberá desconfiar de todos los que quieran comenzar el tratamiento y en su primera sesión, decidan postergar el encuentro. Otras dificultades se presentan cuando han existido vínculos amistosos o de trato social entre el médico y el paciente que ingresa en el análisis. Puntos importantes para el comienza de la cura analítica son las estipulaciones sobre tiempo y dinero. Con relación al tiempo, obedezco estrictamente al principio de contratar una determinada hora de sesión. A cada paciente le asigno cierta hora de mi jornada de trabajo disponible: es la suya y permanece destinada a él aunque no la utilice. Hay gente que se inclinará en señalar las múltiples contingencias que impedirían al paciente acudir al médico siempre a la misma hora, y demandara que se tomen en cuenta las numerosas afecciones intercurrentes que pueden sobrevenir en la trayectoria de un tratamiento psicoanalítico prolongado. A ellos siempre respondo: “No puede ser de otro modo”. En casos benignos, o en continuaciones de tratamientos muy extensos, bastan tres sesiones por semana. En ocasiones, uno se encuentra con enfermos a quienes es preciso consagrarles más tiempo que el promedio de una hora de sesión; es porque ellos pasan la mayor parte de esa hora tratando de romper el hielo, de volverse comunicativos. ¿Cuánto durará el tratamiento? Si uno se ha propuesto un tratamiento de prueba de algunas semanas, se sustrae la respuesta directa prometiendo que trascurrido ese lapso podrá enunciar un veredicto más seguro. La pregunta por la duración del tratamiento es de respuesta casi imposible. La falta de intelección en los enfermos y la insinceridad de los médicos se aúnan para producir esta consecuencia: hacer el análisis los más desmedidos reclamos y concederle el tiempo más breve. Se olvida de la necesaria proporcionalidad entre tiempo, trabajo y resultado. El psicoanálisis requiere siempre de lapsos prolongados, son más largos de lo que esperaba el enfermo. Por eso se tiene el deber de revelarle ese estado de cosas antes que el paciente se decida en definitiva a emprender el tratamiento. Se le debe mencionar de antemano las dificultades y sacrificios de la terapia analítica, quitándole todo derecho a afirmar que se lo atrajo mañosamente a un tratamiento sobre cuyo alcance y significado no tenía noticia. El que se deje disuadir por tales comunicaciones demostrará que mas tarde es inservible para el tratamiento. Yo desapruebo comprometer a los pacientes a que persevere cierto lapso en el tratamiento; les consiento que interrumpan la cura cuando quieran, pero no les oculto que una ruptura tras breve trabajo no arrojará ningún resultado positivo, así como una operación incompleta, los deje en un estado insatisfactorio. La abreviación de la cura analítica sigue siendo un deseo justificado cuyo cumplimiento,como veremos, se procura por diversos caminos. Por desgracia, un factor de mucho peso se les contrapone: unas alteraciones anímicas profundas sólo se consuman con lentitud; ello sin duda se debe en última instancia a la atemporalidad de nuestros procesos inconcientes. Cuando se expone a los enfermos esta dificultad, el considerable gasto de tiempo que insume el análisis, no es raro que propongan un expediente. “Basta con que usted me libere de aquellos síntomas (dolor de cabeza u otro síntoma), en cuanto a los otros, ya les pondré termino en la vida misma”. Sin duda, el médico analista es capaz de mucho, pero no puede determinar con exactitud lo que ha de conseguir. El analista introduce el proceso de resolución de las represiones existentes, el cual lo puede supervisar, promover, quitarle obstáculos del camino y viciarlo en buena medida. Sin embargo, en líneas generales, ese proceso, una vez iniciado, sigue su propio camino y no admite que lo prescriban ni su dirección ni la secuencia de los puntos que acometerá. El punto siguiente sobre el que se debe decidir al comienzo de la cura es el dinero, los honorarios del médico. En la estima del dinero coparticipan poderosos factores sexuales. El hombre de cultura trata los asuntos de dinero de idéntica manera que las cosas sexuales. La humana sabiduría ordena no dejar que se acumulen grandes sumas, sino cobrar en plazos regulares breves. El psicoanalista tiene derecho a adoptar la posición del cirujano, que es sincero y cobra caro porque dispone de tratamientos capaces de remediar. El analista tendrá derecho a negar asistencia gratuita. Un tratamiento gratuito importa para el psicoanalista mucho más que para cualquier otro: le sustrae una fracción considerable de tiempo de trabajo que dispone para ganarse la vida. La terapia analítica, por razones tanto externas como internas, es casi inasequible para los pobres, incuestionable experiencia nos dice que es muy difícil sacar al pobre de la neurosis una vez la haya producido. Para las clases medias, el gasto en dinero que el psicoanálisis importa es sólo en apariencia desmedido. Mantengo el consejo de hacer que el enfermo se acueste sobre un diván mientras uno se sienta detrás, de modo que él no lo vea. Esta escenografía tiene un sentido histórico: es el resto del tratamiento hipnótico a partir del cual se desarrolló el psicoanálisis. Por varias razones merece ser conservada. En primer lugar que no tolero permanecer bajo la mirada fija de otro ocho horas. Y como, mientras escucho, yo mismo me abandono al decurso de mis pensamientos inconcientes, no quiero que mis gestos ofrezcan al paciente material para sus interpretaciones o lo influyan en sus comunicaciones. El diván tiene el propósito y el resultado de prevenir la inadvertida contaminación de la transferencia con las ocurrencias del paciente, aislar la transferencia y permitir que en su momento se la destaque nítidamente circunscrita como resistencia. ¿En qué punto y con qué material se debe comenzar el tratamiento? No interesa para nada con qué material se empiece con tal que se deje al paciente mismo hacer su relato y escoger el punto de partida. Uno le dice: “Antes que yo pueda decirle algo, es preciso que haya averiguado sobre usted, cuénteme por favor, lo que sepa de usted mismo” Lo único que se exceptúa es la regla fundamental de la técnica psicoanalítica, que el paciente tiene que observar. Se lo familiariza con ella desde el principio: “Una cosa todavía, antes que usted comience. En un aspecto su relato tiene que diferenciarse de una conversación ordinaria. Mientras que en esta usted procura mantener el hilo de la trama mientras expone, y rechaza todas las ocurrencias perturbadoras y pensamientos colaterales, a fin de no irse por las ramas, aquí debe proceder de otro modo. Usted observará que en el curso de su relato le acudirán pensamientos diversos que preferiría rechazar con ciertas objeciones críticas. Tendrá la intención de decirse: esto o esto otro no viene al caso, o no tiene ninguna importancia, o es disparatado y por ende no hace falta decirlo. Nunca ceda usted a esa crítica; dígalo a pesar de ella, y aun justamente por haber registrado una repugnancia a hacerlo. Más adelante sabrá y comprenderá usted la razón de este precepto. Diga, pues, todo cuanto se le pase por la mente. Compórtese como lo haría, por ejemplo, un viajero sentado en el tren del lado de la ventanilla que describiera para su vecino del pasillo como cambia el paisaje ante su vista. Por último, no olvide nunca que ha prometido absoluta sinceridad, y nunca omita algo por el pretexto de que por alguna razón le resulta desagradable comunicarlo.” Es indispensable y ventajoso comunicar esto en los primeros estadios del tratamiento. Pacientes que computan su condición de enfermos desde cierto momento suelen orientarse hacia el ocasionamiento de la enfermedad; otros, que no desconocen el nexo de su neurosis con su infancia, empiezan a menudo con la exposición de su biografía integra. En ningún caso debe esperarse un relato sistemático, ni se debe hacer nada para propiciarlo. Después, cada pequeño fragmento de la historia deberá ser narrado de nuevo, y sólo en estas repeticiones aparecerán los complementos que permitirán obtener los nexos importantes, desconocidos para el enfermo. Hay pacientes que desde las primeras sesiones preparan con cuidado su relato. Lo que así se viste de celo es resistencia. Corresponde desaconsejar esa preparación, practicada sólo para protegerse del afloramiento de ocurrencias indeseadas. La resistencia cumplirá de este modo, su cometido en el modo deliberado de esa preparación y logrará que el material más valioso escape de la comunicación. También puede conversar con un amigo íntimo sobre la cura. Será entonces oportuno amonestar al paciente para que trate su cura analítica como un asunto entre su médico y él mismo, y no haga consabedoras a las demás personas, por más próximas que estén a él. No opongo ninguna dificultad a que los enfermos mantengan en secreto su tratamiento si así lo desean. Cuando uno encarece al enfermo que al comienzo de su tratamiento haga consabedoras al menor número posible de personas, lo protege así de las múltiples influencias hostiles que intentarán de apartarlo del análisis. Si en el curso del análisis el paciente necesita pasajeramente de otra terapia, clínica o especializada, es mucho más adecuado acudir a un colega no analista que prestarle uno mismo esa otra asistencia. Lo mejor es posponer el tratamiento orgánico hasta la conclusión de lo psíquico. En ocasiones ocurre con pacientes que empiezan su cura con la desautorizada afirmación de que no se les ocurre anda que pudieran narrar, y ello teniendo por delante, intacta, toda la historia de su vida y de su enfermedad. Una fuerte resistencia ha pasado al frente para amparar la neurosis; corresponde recoger enseguida el reto, y arremeter contra ella. El aseguramiento de que no existe semejante falta de toda ocurrencia para empezar, y de que se trata de una resistencia contra el análisis, pronto constriñe al paciente a las conjeturadas confesiones o pone en descubrimiento una primera pieza de sus complejos. Así como la primera resistencia, también los primeros síntomas o acciones casuales del paciente merecen un interés particular y pueden denunciar un complejo que gobierne su neurosis. Un número muy grande de pacientes se revuelven contra la postura yacente que se les prescribe (diván), mientras el médico se sienta invisible, tras ellos. No quieren estar privados de ver al médico. Por lo común se les rehúsa el pedido, uno no puede impedir que se les arreglen para decir alguna frase antes que empiece la sesión o después que se les anuncio su término cuando se levantan del diván (cuando sí ven al médico). Así dividen su tratamientoen un tramo oficial, en cuyo transcurso se comportan las más de las veces muy inhibidos, y un tramo cordial en el que realmente hablan con libertad y comunican toda clase de cosas, sin computarlas ellas como parte del tratamiento. Hay que buscar romper con esta división. ¿Cuándo debemos empezar a hacer comunicaciones al analizado? No antes de que se haya establecido en el paciente una transferencia operativa, un rapport en regla. La primera meta del tratamiento sigue siendo allegarlo a este a la persona del médico. Para ello no hace falta más que darle tiempo. A un analista ejercitado no le resultará difícil escuchar nítidamente audibles los deseos retenidos de un enfermo ya que en sus quejas y en su informe sobre la enfermedad; pero que grade de autocomplacencia y de irreflexión hace falta para revelar a un extraño no familiarizado con ninguna de las premisas analíticas, que él siente un apego incestuoso con su madre, abriga deseos de muerto contra su esposa, alimenta el propósito de traicionar a su jefe, etc. Por lo general el efecto terapéutico será en principio nulo, y definitiva la intimidación ante el análisis. Aun en períodos posteriores del tratamiento habrá que proceder con cautela para no comunicar una solución de síntoma y traducción de deseo antes que el paciente esté próximo a ello, de suerte que solo tenga que dar un corto paso para adoptarse él mismo de esa solución. ¿Es nuestra tarea prolongar el tratamiento, y no llevarlo a su fin lo más rápido posible? Para responder esta pregunta se necesita un breve excursus sobre el significado del saber y el mecanismo de curación en el psicoanálisis. En los tiempos iniciales de la técnica analítica atribuíamos elevado valor al saber del enfermo sobre lo olvidado por él, y apenas distinguíamos entre nuestro saber y el suyo. Considerábamos una particular suerte obtener de otras personas información sobre el trauma infantil olvidado. Nos apresurábamos a poner en conocimiento del enfermo la noticia y las pruebas de su exactitud, con la segura expectativa de llevar así neurosis y tratamiento a un rápido final. El éxito esperado no se producía. ¿Cómo podía ser que el enfermo, conociendo su vivencia traumática, se comportara empero como si no supiera más que antes? Ni siquiera el recuerdo del trauma reprimido quería aflorar tras su comunicación y descripción. Ej.: la madre de una muchacha histérica me reveló la vivencia homosexual a la que cupo gran influjo sobre la fijación de los ataques de ella. La madre misma había sorprendido la escena, pero la enferma la tenía totalmente olvidada, y eso que ya estaba en la pubertad. Todas las veces que le repetía el relato de la madre, ella reaccionaba con un ataque histérico, tras el cual la comunicación quedaba olvidada. La enferma exteriorizaba una violentísima resistencia a un saber que le era impuesto, al final simulo estupidez y total perdida de su memoria, para protegerse de mis comunicaciones. Fue preciso entonces quitar al saber como tal el significado que se pretendía para él, y poner el acento sobre las resistencias que en su tiempo habían sido la causa del no saber y ahora estaban aprontadas para protegerlo. Los enfermos saben sobre la vivencia reprimida en su pensar, pero a este último le falta la conexión con aquel lugar donde se halla de algún modo el recuerdo reprimido. Solo puede sobrevenir una alteración si el proceso conciente del pensar avanza hasta ese lugar y vence ahí las resistencias de la represión. La comunicación conciente de lo reprimido no deja de producir efectos en el enfermo. Claro que no exteriorizará los efectos deseados (poner término a los síntomas), sino que tendrá otras consecuencias. Primero incitará resistencias, pero luego, una vez vencidas estas, un proceso de pensamiento en cuyo decurso terminará por producirse el esperado influjo sobre el recuerdo inconciente. El motor más directo de la terapia es el padecer del paciente y el deseo, que ahí se engendra, de sanar. Según se lo descubre sólo en el curso de análisis, es mucho lo que se debita de la magnitud de esta fuerza pulsional, sobre todo la ganancia secundaria de la enfermedad. Pero esta fuerza pulsional misma, de la cual cada mejoría trae aparejada su disminución, tiene que conservarse hasta el final. Ahora bien, por sí sola es incapaz de eliminar la enfermedad; para ello le faltan dos cosas: no conoce los caminos que se deben recorrer hasta ese término, y no suministra los montos de energía necesarios contra las resistencias. El tratamiento analítico remedia ambos déficit. En cuanto a las magnitudes de afecto requeridas para vencer las resistencias, las suple movilizando las energías aportadas para la transferencia; y mediante las comunicaciones oportunas muestra al enfermo los caminos por los cuales debe guiar esas energías. La transferencia a menudo basta por sí sola para eliminar los síntomas del padecer, pero ello de manera sólo provisional, mientras ella misma subsista. Así sería sólo un tratamiento sugestivo, no un psicoanálisis. Será psicoanálisis si la transferencia ha empleado su intensidad para vencer las resistencias. Es que sólo en ese caso se vuelve imposible la condición de enfermo, por más que la transferencia, como lo exige su destinación, haya vuelto a disolverse. En el curso del tratamiento es despertado otro factor propiciador: el interés intelectual y la inteligencia del enfermo. Sólo que apenas cuenta frente a las otras fuerzas que se combaten entre sí; lo amenaza de continuo una desvalorización debida al encubrimiento del juicio por obra de las resistencias. Restan transferencia e instrucción como las nuevas fuentes de fuerza que el enfermo debe al analista. La primera comunicación debe aguardar hasta que se haya establecido una fuerte transferencia y las posteriores deben hacerlo hasta que se elimine, en cada caso, la perturbación producida por la aparición siguiendo una serie, de las resistencias transferenciales. 6° Conferencia. Premisas y técnica de la interpretación Dentro de esta conferencia Freud va a hablar de los sueños. Plantea dos premisas y una técnica. La primera premisa que propone, es que el sueño es un fenómeno psíquico. Es una operación y manifestación del soñante, pero de tal índole que no nos dice nada y no la comprendemos. Cuando un sujeto plantea un sueño, no sabe lo que significa, plantea un enigma. El psicoanálisis sigue la técnica de hacerse decir por los mismos a quienes estudia la solución de sus enigmas. Las cosas no son tan simples en el caso del sueño. El soñante siempre dice que nada sabe. Es muy probable que el soñante a pesar de todo sepa lo que su sueño significa, sólo que no sabe que lo sabe y por eso cree que no lo sabe (2° premisa). El saber no sabido es como Freud define el inconciente en esta conferencia. El saber ICC es del paciente. La premisa sobre que el sueño es un fenómeno psíquico, es la que quiere demostrar con el resultado de su trabajo. La premisa de que el sujeto posee un saber que no sabe que lo tiene, ha sido demostrada en otro ámbito. La prueba ha sido aportada en el ámbito de los fenómenos hipnóticos. Freud mencione que en 1889, presenció las demostraciones de Liébeault y Bernheim en Nancy, donde si un hombre era puesto en estado de sonambulismo y después hacerle vivenciar alucinatoriamente toda clase de cosas, al despertarlo en un principio parecía no saber nada de los procesos ocurridos durante su sueño hipnótico. Bernheim lo exhortaba a contar lo sucedido y el sujeto seguía sosteniendo que no lo recordaba, y tras una insistencia prolongada, el sujeto comenzaba a recordar. El recuerdo se iba haciendo más nítido, hasta no dejar lagunas. Al final sabía lo que había sucedido, y no lo había averiguado de otro lado, por lo que eran recuerdos inaccesibles, el no sabía las cosas que sabía,creía que no lo sabía. Si alguien cree no saber nada de ciertas vivencias cuyo recuerdo lleva en el interior de sí, ya no es tan improbable que tampoco sepa nada de otros procesos anímicos que ocurren en su interior. Esto mismo sucede con fenómenos como las operaciones fallidas también. Existe un nítido parentesco entre el estado hipnótico y el estado de dormir, que es la condición de soñar. La hipnosis lleva a un dormir artificial y las sugestiones son comparables a los sueños. En ambos casos, retiramos nuestro interés del mundo exterior. Esto abre una tercera vía de acceso para el estudio de los sueños: los estímulos que perturban el dormir, los sueños diurnos y ahora desde los sueños sugeridos del estado hipnótico. Nuestra tarea, se trata únicamente de posibilitarle que descubra su saber y nos lo comunique. No le pedimos que nos diga enseguida el sentido del sueño, pero el origen de este, el círculo de pensamientos y de intereses de que proviene, podrá descubrirlo. Le preguntaremos también por el modo en que ha llegado al sueño, y lo que él inmediatamente enuncie deberá considerarse como esclarecimiento. Puede no ocurrírsele nada o puede ocurrírsele cualquier cosa. Por otra parte, un sueño no es una única palabra fallida, si no que consta de muchos elementos. Propone descomponer el sueño en sus elementos y abordar la indagación para cada uno de ellos por separado. A las preguntas sobre el sueño, puede responder que no se le ocurre nada, de este modo, lo urgiremos, le aseguraremos que tiene que tener una ocurrencia. Finalmente mencionara alguna ocurrencia. Puede demostrarse que la ocurrencia que el preguntado produce no es arbitraria ni indeterminada, no está desconectada de lo que nosotros buscamos. Cuando exhorto a alguien a decir lo que se le ocurre sobre un elemento determinado del sueño, le estoy pidiendo que se abandone a la asociación libre reteniendo una representación de partida. Esto exige una actitud particular de la atención. Existe un grado de mayor libertad de la asociación cuando abandono incluso esta representación de partida y establezco solamente, por ejemplo, el género y la especie de la ocurrencia: estipulo que la ocurrencia debe consistir en un nombre propio o en un número. Las ocurrencias están determinadas por actitudes interiores, no nos osn conocidas en el momento en que producen sus efectos. De igual modo, ciertas melodías que se nos ocurren de improvisto resultan condicionadas por un itinerario de pasamientos al que perteneces y que tiene una razón para ocuparnos sin que nosotros sepamos nada de esa actividad. Las ocurrencias también están condicionadas por círculos de pensamiento y de interés de alto contenido afectivo. Habla sobre la asociación de palabras de Wundt y explica que se diferencia de la asociación libre, ya que en el primero, el psicólogo elige con que palabras va a asociar el sujeto , en cambio, en el segundo el sujeto va a proponer sobre lo que se va a asociar. Compara los sueños con el olvido de nombres propios. Cuando he olvidado temporariamente un nombre propio, tengo la certeza en mi interior de que sé ese nombre, en los sueños no pasa lo mismo. La reflexión de nada me sirve. En lugar del nombre olvidad puedo hacer que se me ocurran uno o varios nombres sustitutivos. El elemento onírico no es el justo, es un sustituto de del elemento original, que yo no conozco y debo descubrir mediante el análisis del sueño. En el olvido de nombres, reconozco al sustituto como el no genuino, mientras que en el caso del elemento onírico sólo trabajosamente obtenemos esa concepción. Ahora bien, también en el olvido de nombres hay un camino que lleva del sustituto al elemento genuino que es inconciente, al nombre olvidado. Si dirijo mi atención a estos nombres sustitutivos y hago que acudan ulteriores ocurrencias sobre ello, tras desvíos llego al nombre olvidado y descubro que los nombres sustitutivos espontáneos mantenían un vinculo con el olvidado, estaban determinados por él. Para explicar esto da el ejemplo de un olvido que tuvo el mismo sobre Mónaco. Lo que es posible en el caso del olvido de nombres tiene que poder lograrse también en la interpretación de los sueños, a saber: volver accesible lo genuino retenido, mediante asociaciones anudadas a partir de un sustituto. Discurso en ORTF. ORTF: Organización de la Radio y televisación francesa. Tanto este discurso como sus escritos, están centrados en la palabra y el lenguaje. Explica que la posición que toma es la de los hechos, hechos científicamente establecidos. Todos los consideran como hechos, aunque durante mucho tiempo fueron desechos: los actos fallidos (antes no se estudiaban, se creía que no tenían contenido), los sueños (antes se estudiaba nada más lo que se hacía despierto). Todos estos hechos fueron aportados por Freud, también está el chiste, al que ya no se le puede responder con una risa, sino que hay que considerarlo. Lacan dice que, en los textos originales escritos por Freud, estos hechos están establecidos como hechos de lenguaje. Los sueños se traducen del lenguaje al aprendizaje de los mismos por medio de la asociación libre de lo que se le ocurre contar. No hay diccionario de los sueños, el diccionario de los sueños es la asociación libre. Pero esto no es lo que para Freud da el sentido, sino los puntos de concurrencia que se desprenden de un texto, y de una especia de calco con el cual va a aplicar la palabra sobre la palabra, la frase sobre la frase, lo verbal sobre lo verbal, así hasta el retruécano. Esto último se encuentra en el preconsciente. Justamente en la función de lo que atormenta a este preconsciente, de lo que constituye el preconsciente encuentra palabras sobre las que no posee control. Provienen del inconsciente donde está lo reprimido. Las palabras no están a la deriva, sino que obedecen leyes de las palabras. Con esto afirma que el sujeto con inconciente, se lo piensa por medio de la palabra y no por el pensamiento, como venía siendo hasta ese momento. El pensamiento ya no puede ser el sujeto. Lacan va a discutir con otras formas de pensamiento. En primer lugar, el evolucionismo, el cual cree en la evolución, donde siempre el hombre va a ser el rey de la creación (por más que fuera familiar del mono), se plantea como un ser distinto, es una idea religiosa y de la fe en un ser superior (el hombre). Por otro lado, está el existencialismo, el hombre es el ser en el mundo, queda en el centro. Lacan muestra que el lenguaje es lo que hacer ser al hombre, lo que lo vuelve un sujeto. El significante representa al sujeto para otros significantes (el sujeto es efecto del lenguaje, nadie puede representarse con una sola palabra si no lo es para otro término). El inconsciente es el discurso del otro, es mi fórmula. Él está estructurado como un lenguaje puesto que lenguaje es la estructura. El hombre crece tan inmerso en un baño de lenguaje como en el medio llamado natural. El hombre nace en un baño de lenguaje incluso antes de haber nacido (piensan el nombre del niño que ni siquiera fue concebido), lo cual expresa ese deseo del Otro. En el uso de lenguaje que hacen los padres se transmite su deseo y es donde el sujeto por nacer es recibido, aunque todavía no exista. El sujeto humano queda sujeto a los significantes que expresan el deseo de los padres, el deseo del otro del lenguaje. El deseo es la pasión del significante, es decir, el efecto del significante en el animal al que marca, y cuya práctica del lenguaje hace surgir un sujeto. El deseo del hombre es el deseo del Otro. En el Otro está la causa del deseo, de donde el hombre cae como resto. El inconsciente está estructurado como un lenguaje, es decir, eso que denominamos un saber no sabido, no es más que un saber hecho de palabras y lenguaje. Es el juego queel paciente juega en la asociación libre. Esto arriba a una conclusión final, también un hecho de palabras, en el cual aparece una palabra verdadera y le da sentido a la palabra inicial. Hay algo que es externo al sujeto, o por lo menos a la conciencia, el inconciente se presenta como algo apuesto, ya que está estructurado como un lenguaje. El ICC se presenta como algo ajeno cuando, por ejemplo, dice que no quiso decir ese lapsus o tratando de sacarse de encima el síntoma. Esto ajeno es del orden del lenguaje, puesto que solo se puede llegar a él por medio de la asociación libre y el encadenamiento de los significantes. El psicoanálisis tiene que nutrirse de la lingüística, de la estructura. Respecto del lenguaje, aparecen pares de términos que pueden tener función opuesta y complementaria como “hombre” y “mujer”. El lenguaje con estos términos, no alcanza a nombrar eso que tiene que ver con la satisfacción sexual, representa la falla del lenguaje. Eso que ya no es del orden de la realidad que podamos nombrar, sino que, del orden del goce, de algo real escapa al lenguaje y que tendríamos que oponer a la llamada realidad construida por medio de la palabra y las imágenes. El lenguaje no alcanza para explicarlo. El lenguaje no alcanza a nombrar todo lo real, y eso real que no se alcanza a nombrar es propiamente sobre lo que gira el psicoanálisis, es decir, la sexualidad humana. Lacan lo define como la impotencia del lenguaje para dar razón del sexo. PSICOPATOLOGÍA DE LA VIDA COTIDIANA: CAP. 2 “OLVIDO DE PALABRAS EXTRANJERAS” Nada se olvida sin razón. Cuenta que su interlocutor intentó citar un verso pero no le salía una palabra: Aliquis. Éste quiso saber por qué se la había olvidado. Para eso Freud le pidió que le diga lo primero que se le ocurra. Él le dijo que creía una ridiculez considerar la palabra como dividida en dos partes. Freud pregunta cuales son las ocurrencias que te vienen c/ la palabra aliquis (alguien, la palabra que le faltaba) y le dice: Líquido, liquidor, liquifaccion, reliquia, fluidez, flujo, recuerda las reliquias de san simón (santo que fue sacrificado de niño) de Trento que había visto hace unos años. A raíz se acuerda de la acusación a los judíos de hacer sacrificios de sangre. Piensa en el artículo de san Agustín sobre las mujeres. Se acuerda de un anciano que se topó (san Benedicto). Se acuerda de un padre de la iglesia llamado orígenes. Freud le dice q san Jenaro y Agustín tienen q ver con el milagro de la sangre y le cuenta lo de la sangre de san Jenaro q se fluidifica cierto día festivo todos los años… y después le dice q se le ocurrió algo pero no lo quiere decir, después lo dice q de pronto pensó en q podría recibir de una dama la noticia que nos resultaría desagradables y Freud adivina q se trata de un posible embarazo (le dice q el proceso el milagro de san Jenaro como una alusión al periodo de la mujer). Lo que sobre determino el olvido es que el momento en el que el hombre se queja de q las cosas van mal y tiene la idea de que a la próxima generación le valla mejor y el inc. Le responde a lo mejor alguien ya viene en camino. La represión. No quiere un hijo ya mismo (deseo contradictorio de descendencia) el deseo de un hijo se asocia con la muerte en el hombre. La ausencia de sustitutivos no establece un distingo especial. Aliquis: no se registra nada de un tema así, reprimido e independiente, que ocupara el pensar consiente en el momento anterior inmediato y cuyo eco fuera la perturbación. Aquí la reproducción es perturbada desde el interior del tema mismo que se tocaba en la cita, por pelearse inconscientemente una contradicción a la idea de deseo allí figurada, se le cruza un pensamiento que lo contradice lo que causa una asociación extrínseca entre uno de sus elementos de representación y un elemento del deseo objetado. La palabra significa literal “dejar que alguien surja de mis huesos como vengador”. Freud explico que el olvido de la palabra Aliquis se debe a que hay una contradicción interna entre el deseo de tener descendencia (que alguien surja de mis huesos) contra el deseo de no tener decencia que se descubre mediante las asociaciones libres. Entonces, le enuncia lo característico del trabajo analítico, lo único a lo que técnica–teóricamente Freud nunca renuncia, la regla fundamental. Sólo tengo que rogarle me comunique usted con sinceridad y sin crítica alguna todo cuanto se le ocurra dirigiendo usted, sin propósito definido, su atención sobre la palabra olvidada. Está en marcha la asociación libre, él se encargará de atender en forma flotante. Regla fundamental: Asociación libre y Atención flotante. UNIDAD 7 FREUD. SOBRE LA DINÁMICA DE LA TRASFERENCIA. Todo ser humano adquiere una especificidad determinada para el ejercicio de su vida amorosa, o sea, para las condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que satisfará. Esto da por resultado un clisé, que se repite de manera regular. Y si la necesidad de amor de alguien no está satisfecha de manera exhaustiva por la realidad, él se verá precisado a volcarse con unas representaciones-expectativas libidinosas hacia cada nueva persona que aparezca, y es muy probable que las dos porciones de su libido, la susceptible de cc y la icc, participen de tal acomodamiento. Es entonces del todo normal e inteligible que la investidura libidinal aprontada en la expectativa de alguien que está parcialmente insatisfecho se vuelva hacia el medico. La trasferencia puede producirse siguiendo la imago materna o de un hermano varón. No comprendemos que la trasferencia resulte tanto más intensa en personas neuróticas bajo análisis que en otras, no analizadas, y en segundo lugar, sigue la trasferencia nos sale al paso como la más fuerte resistencia al tratamiento. No es correcto que durante el psicoanálisis las trasferencia se presenta más intensa y desenfrenada que fuera de él. En institutos donde los enfermos nerviosos no son tratados analíticamente se observan las máximas intensidades y las formas más indignas de una trasferencia. En cuanto al segundo problema, por qué la trasferencia nos sale al paso como resistencia en el psicoanálisis. La libido se ha internado por el camino de la regresión y reanima las imagos infantiles. Toda vez que la investigación analítica tropieza con la libido retirada en sus escondrijos, no puede menos que no estallar un combate, todas las fuerzas que causaron la regresión de la libido se elevarán como unas resistencias al trabajo. Cancelar la represión de las pulsiones icc y de sus producciones, represión constituida desde entonces en el interior del individuo. Esto da por resultado la parte con mucho mas grandiosa de las resistencia, que hartas veces hace subsistir la enfermedad. El análisis tiene que librar combate con las resistencias de ambas fuentes. La resistencia acompaña todos los pasos del tratamiento, cada acto del paciente, tiene que tomar en cuenta la resistencia. Si algo del material del complejo (o sea de su contenido) es apropiado para ser trasferido sobre la persona del médico, esta trasferencia se produce. En la cura analítica la trasferencia se nos aparece siempre, en un primer momento, solo como el arma más poderosa de la resistencia, y tenemos derecho a concluir que la intensidad y tenacidad de aquella son un efecto y una expresión de esta. Es preciso decidirse a separar una trasferencia positiva, de una negativa, la trasferencia de sentimientos tiernos de las de sentimientos hostiles, y tratar por separado ambas variedades de trasferencia sobre el médico. Y la positiva, se descompone en la de sentimientos amistosos o tiernos que son susceptibles de CC. De estos últimos, el análisis demuestra que de manera regular se remontan a fuentes eróticas. La trasferencia sobre el medico solo resulta apropiada como resistenciadentro de la cura cuando es una trasferencia negativa o una positiva de mociones eróticas reprimidas. Cuando nosotros “cancelamos” la trasferencia haciéndola cc, solo hacemos desasirse (soltar) de la persona del médico esos dos componentes de acto de sentimiento. El portador del éxito. Por qué los fenómenos de resistencia trasferencial salen a la luz solo en el psicoanálisis, y no en un tratamiento indiferente, por ejemplo en institutos de internación. La respuesta reza: también allí se muestran, solo que es preciso apreciarlos como tales. Y el estallido de la trasferencia negativa es incluso harto frecuente en ellos. El enfermo abandona el sanatorio sin experimentar cambios o aun desmejorado tan pronto cae bajo el imperio de la trasferencia negativa. Una ambivalencia así de los sentimientos parece ser normal hasta cierto punto, pero un grado más alto de ella es sin duda una marca particular de las personas neuróticas. Donde la capacidad de trasferir se ha vuelto en lo esencial negativa, como es el caso de los paranoicos, cae también la posibilidad de influir y de curar. La trasferencia surge necesariamente en toda cura psicoanalítica, ya que es lo que permite la instalación del análisis. La acción conjunta de la disposición congénita y las influencias experimentadas durante los años infantiles determina la modalidad de su vida erótica, fijando los fines de la misma, las condiciones que el sujeto habrá de exigir en ella y los instintos que en ella habrá de satisfacer. Así se establece un clishé que se reproduce y repite toda la vida pero es susceptible a alguna modificación bajo la acción de impresiones recientes. El individuo cuyas necesidades eróticas no son satisfechas por la realidad, orientará representaciones libidinosas hacia toda persona nueva. Las dos porciones de su libido, la consciente y la inconsciente, participan en este proceso. Es por eso que también se orienta hacia la persona del médico. Si perseguimos un complejo patógeno desde su representación en lo consciente (visible como síntoma o inaparente) hasta sus raíces en lo inconsciente, llegamos a una región en la cual se impone la resistencia. Cuando en la materia del complejo hay algo que se presta a ser transferido al analista, se establece la transferencia, produciendo la asociación inmediata y anunciándose con los signos de una resistencia como una detención de las asociaciones. Tipos de transferencia: La transferencia es un concepto fundamental que aborda la experiencia significativa del análisis. Posee do valores o funciones. Positiva: es motor para el tratamiento. En ella hay sentimientos amistosos o tiernos, es decir asexuales y puros, que son conscientes y otros inconscientes, pero se sabe que todos los sentimientos, por muy puros y asexuales que nos lo representemos en nuestra autopercepción consciente, proceden de deseos puramente sexuales. La transferencia como motor: el analista invita al paciente a asociar libremente, a que hable, que cuente, que narre,…a que despliegue su neurosis. El dispositivo analítico conecta el síntoma con la asociación libre, y de esa manera se puede tener acceso al Icc. El paciente le otorga un sentido al síntoma, el sentido se libera y el paciente dispone de ese saber reprimido, aborda otros aspectos de su vida y de esa manera promueve la acción. La transferencia es al analista porque este con sus intervenciones permite revelar el sentido del síntoma que no está a su disposición. Son las ganas que tiene el paciente de ponerse a trabajar, de ir a sesión, de contarle al analista, de producir enlaces y asociaciones para encontrar la respuesta a la pregunta que le plantea el síntoma. El analista tiene un “saber supuesto” por el paciente y se produce la transferencia por desplazamiento, es la transferencia articulada al retorno de lo reprimido y sostiene la producción de saber ICC. Como analista se ocupa el lugar de un resto diurno, como apoyatura de las representaciones reprimidas en ideas. Negativa: frena el tratamiento, cesa toda posibilidad de influjo y de curación. Es decir, hostil o erótica. La lucha entre el médico y el paciente, entre el intelecto y el instinto, entre el conocimiento y la acción, se desarrolla casi por entero en el terreno de los fenómenos de la transferencia. La transferencia de obstáculo (resistencia): supone el silencio, la detención de ocurrencias. El paciente deja de asociar o habla sin asociar. Al tiempo que se detienen las ocurrencias surge el interés por el analista que Freud coloca en la vertiente del amor, pero no como un enamoramiento, sino como una preocupación por la persona del analista, que pasa a ocupar el lugar del síntoma. Según sea hostil o tierna se dice que es negativa o positiva respectivamente. El punto en que se detienen las ocurrencias vale como resistencia, que no es definitiva, dado que con la intervención del analista pueden reiniciarse las asociaciones, y puede ser que gracias a la transferencia como obstáculo aparezcan en cadena asociativa algo que ayude a atravesar lo que está dormido o latente. Puntualizaciones sobre el amor de transferencia. Freud habla sobre los casos en que una paciente mujer deja colegir por inequívocos indicios, o lo declara de manera directa, que, como cualquier frágil mujer, se ha enamorado del médico que la analiza. Es un proceso inevitable, muy frecuente y de solución muy difícil. Se puede dar el caso d que el médico y el paciente se alejan tras enamorarse ella de él, la cura es resignada. Pero el estado de la paciente pronto vuelve necesario un segundo intento analítico con otro médico y la situación volvería a repetirse. Para el médico significa un esclarecimiento valioso y una buena prevención de una contratransferencia acaso aprontada en él. Tiene que discernir que el enamoramiento de la paciente le ha sido impuesto por la situación analítica y no se puede atribuir a las excelencias de su persona. Para el paciente se plantea una alternativa: debe renunciar a todo tratamiento psicoanalítico o consentís su enamoramiento del médico como un destino inevitable. En esta decisión del paciente, sólo su interés debe prevalecer, no la opinión de ningún pariente o novio celoso. También hay profesionales que preparan al paciente para que se enamoren de ellos y así poder manejar la transferencia, lo cual es disparatado y está mal. A primera vista no parece que del enamoramiento en la transferencia pudiera nacer algo auspicioso para la cura. La paciente ha perdido de pronto toda la inteligencia del tratamiento y todo el interés por él, no quiere hablar ni oír más que de su amor, demanda que le sea correspondido; ha resignado sus síntomas o los desprecia y hasta se declara sana. El médico que lo vivencia por primera vez no hallará fácil mantener la situación analítica y sustraerse del espejismo de que el tratamiento ha llegado efectivamente a su término. Luego uno se orienta. Sobre todo, concibe una sospecha: cuanto estorbe proseguir la cura puede ser la exteriorización de una resistencia. Y en el surgimiento de esa apasionada demanda de amor la resistencia tiene sin duda una participación grande. La enferma ya no intelige nada, parece absorta en su enamoramiento, y semejante mudanza sobreviene con toda regularidad en un punto temporal en que fue preciso alentarla a admitir o recordar un fragmento muy penoso y fuertemente reprimido de su biografía. El enamoramiento existía de hace mucho antes, pero ahora la resistencia empieza a servirse de él para inhibir la prosecución de la cura, apartar del trabajo todo interés y sumir al médico analista en un penoso desconcierto. Se pueden discernir en la situación el influjo de motivos que la complican, en parte derivan del enamoramiento, pero en parte son exteriorizaciones singulares de la resistencia. De la primera índole es el afán dela paciente por asegurarse de que es irresistible, por quebrantar la autoridad del médico rebajándola a la condición de amado, y por todo cuanto pueda resultar atractivo como ganancia colateral de la satisfacción amorosa. De la resistencia, es licito conjeturar que en ocasiones aprovechará la declaración de amor como un medio para poner a prueba al riguroso analista, quien en caso de condescender recibirá una reconvención. La resistencia, como agente provocador acrecienta el enamoramiento y exagera la buena disposición a la entrega sexual a fin de justificar, invocando los peligros de semejante desenfreno, la acción eficaz de la represión. No se le puede mentir al paciente, haciéndole creer que también le gusta al analista o que corresponde su amor. El tratamiento psicoanalítico se edifica sobre la veracidad. Quien se ha compenetrado con la técnica analítica ya no acierta con la mentira ni con el fingimiento, indispensables al médico en otros campos, y suele traicionarse cuando los intenta con el mejor de los propósitos. Puesto que uno exige del paciente la más rigurosa veracidad, pone en juego su autoridad íntegra si se deja pillar por él en una falta a la verdad. La cura tiene que ser realizada en abstinencia; sólo que con ello no me refiero a la privación corporal, ni a la privación de todo cuanto se apetece, pues quizá ningún enfermo lo toleraría. Hay que dejar subsistir en el enfermo la necesidad y añoranza como unas fuerzas pulsionantes del trabajo y la alteración, y guardarse de apaciguarlas mediante subrogados. Uno no podría ofrecer otra cosa que, subrogados, puesto que la enferma, a consecuencia de su estado y mientras no hayan sido levantadas sus represiones, será incapaz de lograr efectiva satisfacción. Si el médico decide corresponder su amor y entablar una relación, cometería un grave error. La paciente alcanzaría su meta, pero el médico no la suya. Ganaría su liberación permanente de su neurosis, pero no llegaría a una curación. Sería un gran triunfo para la paciente y una total derrota para la cura. Ella conseguiría lo que todos los enfermos aspiran en el análisis: actuar, repetir en la vida algo que sólo deben recordar, reproducir como material psíquico y conservar en un ámbito psíquico. Con el tiempo, la relación amorosa sacaría a relucir todas las inhibiciones y reacciones patológicas de su vida amorosa sin que fuera posible rectificarlas en algo, y esta vivencia penosa concluiría en el arrepentimiento y en un gran refuerzo de su inclinación represora. La relación de amor pone en término la posibilidad de influir mediante el tratamiento analítico. Uno debe retener la transferencia de amor, pero la trata como algo no real, como una situación por la que se atraviesa en la cura, que debe ser reorientada hacia sus orígenes inconcientes y ayudará a llevar a la conciencia lo más escondido de la vida amorosa de la enferma, para así gobernarlo. Es verdad que este intento de mantener le amor de transferencia sin satisfacerlo fracasará con una clase de mujeres. Son aquellas de un apasionamiento elemental que no tolera subrogados. No quieren tomar lo psíquico por lo material. Con tales personas se está frente a una oposición: mostrarles correspondencia de amor, o bien, cargar con toda la hostilidad de la mujer desairada. Y en ninguno de ambos casos puede uno percibir los intereses de la cura. Es preciso retirarse sin obtener el éxito, y acaso pueda uno preguntarse cómo se compadece la aptitud para la neurosis con una necesidad de amor tan inexorable. En cuanto a otras enamoradas menos violentas, uno les insiste en la inequívoca participación de la resistencia en ese amor. Es que un enamoramiento real y efectivo volvería dócil a la paciente y acrecentaría su buena voluntad para solucionar los problemas de su caso, aunque solo fuera porque el hombre amado se lo demanda. Un enamoramiento así podría escoger el camino de completar la cura para cobrar valor frente al médico y preparar la realidad objetiva en que la inclinación amorosa pudiera hallar sitio. Y en vez de ello la paciente se muestra recalcitrante e indócil, ha arrojado de sí todo interés por el tratamiento, y además no vacila en llevarlo a un dilema sin salida. En efecto, si él rehúsa cosa a la cual lo constriñen su deber y su entendimiento, ella podría hacer el papel de la desairada y sustraerse de la cura de el por venganza. Si a estos argumentos uno suma la paciencia requerida, las más de las veces consigue superar la difícil situación y proseguir el trabajo con un enamoramiento atemperado, o bien con él a cuestas, trabajo cuya meta será entonces descubrir la elección infantil de objeto y las fantasías que trae urdidas. La participación de la resistencia en el amor de transferencia es indiscutible. Sin embargo, la resistencia no ha creado este amor, lo encuentra ahí y se sirve de él y exagera sus exteriorizaciones. Y el carácter genuino del fenómeno tampoco es despotenciado por la resistencia. Es verdad que este enamoramiento consta de reediciones de rasgos antiguos, y que repite reacciones infantiles. Pero ese es el carácter esencial de todo enamoramiento. Justamente lo que constituye su carácter compulsivo procede de su condicionamiento infantil. Acaso el amor de transferencia tenga un grado de libertad menos del que se presenta en la vida (amor normal); permite discernir con más nitidez su dependencia del modelo infantil, se muestra menos flexible y modificable: pero eso es todo y no es loe esencial. No se puede denegar el carácter de amor genuino al enamoramiento que sobreviene dentro del tratamiento analítico. Si parece tan poco normal, ello se explica suficientemente por la circunstancia de que todo enamoramiento, aun fuera del tratamiento, recuerda más a los fenómenos anímicos anormales que a los normales. El transferencial se singulariza por: 1) es provocado por la situación analítica, 2) es empujado había arriba por la resistencia que gobierna esa situación, y 3) carece en alto grado del miramiento por la realidad objetiva, es menos prudente, menos cuidadoso de sus consecuencias, más ciego en la apreciación de la persona amada de lo que querríamos concederle a un enamoramiento normal. Estos rasgos que se desvían de la norma constituyen lo esencial de un enamoramiento. El teñido suelo a ese enamoramiento al introducir el tratamiento analítico para curar la neurosis; es, para él, el resultado inevitable de una situación médica, como lo sería el desnudamiento corporal de una enferma o la comunicación de un secreto de importancia vital. Esto le impone la prohibición firme de extraer de ahí una ventaja personal. El médico tiene que saber que la enferma no está preparada para ningún otro mecanismo de curación. Motivos éticos se suman a los técnicos para que el médico se abstenga de consentir el amor de la enferma. Debe tener en vista su meta: que esta mujer, estorbada en su capacidad de amar por unas fijaciones infantiles, alcance la libre disposición sobre esa función de importancia inestimable para ella, pero no la dilapide en la cura, sino que la tenga aprontada para la vida real cuando después del tratamiento esta se lo demande. Al médico no siempre le resultara fácil mantenerse dentro de las fronteras de la ética y la técnica le prescriben. Para el analista queda excluido el ceder. Por alto que él tase el amor, tiene que valorar más su oportunidad de elevar a la paciente sobre un estadio decisivo de su vida. Ella tiene que aprender de él a vencer el principio de placer, a renunciar a una satisfacción inmediata, pero no instituida socialmente, en favor de otra más distante, quizá mucho más incierta, pero intachable tanto en lo psicológico como en lo social. El psicoterapeuta analista debe liberar así una lucha triple: en su interior, contra los poderes que querrían hacerlo bajar del nivelanalítico; fuera del análisis, contra los oponentes que le impugnan la significatividad de las fuerzas pulsionales sexuales y le prohíben servirse de ellas en su técnica científica; y en el análisis, contra sus pacientes, que al comienzo se comportan como los oponentes, pero luego dejan conocer la sobrestimación de la vida sexual que los domina, y quieren aprisionar al médico con su apasionamiento no domeñado socialmente. Recordar, repetir y reelaborar. La técnica psicoanalítica ha experimentado profundas alteraciones desde sus comienzos: - Al comienzo, predominaba la fase catártica de Breuer. Se enfocaba directamente al momento de formación del síntoma y hubo un empeño por hacer reproducir los procesos psíquicos de aquella situación a fin de guiarlos para que tuvieran su decurso a través de una actividad conciente. Recordar y abreaccionar eran en aquel tiempo las metas que se procuraban alcanzar con ayuda de la hipnosis. - Luego, se renunció a la hipnosis y pasó a un primer plano la tarea de colegir desde las ocurrencias libres del analizado aquello que él denegaba recordar. Se pretendía sortear la resistencia mediante el trabajo interpretativo y la comunicación de sus resultados al enfermo; así se mantenía el enfoque sobre las situaciones de formación de síntoma y sobre aquellas otras que se averiguaban presentes detrás del momento en que se contrajo la enfermedad. La abreacción era reglada y parecía sustituida por el gasto de trabajo que el analizado tenía que prestar al vencer la critica a sus ocurrencias. - Por último, se encuentra el método que hoy empleamos. El médico renuncia a enfocar un momento o problema determinados, se conforma con estudiar la superficie psíquica que el analizado presenta cada vez, para discernir las resistencias que se recortan en el enfermo y hacérselas concientes. El medico pone en descubierto las resistencias desconocidas para el enfermo; dominadas ellas, el paciente narra con toda facilidad las situaciones y los nexos olvidados. Las metas de esta técnica siempre han permanecido idénticas. Es decir, llenar las lagunas del recuerdo y vencer las resistencias de represión. En la técnica actual, el analizado, no recuerda nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como un recuerdo, sino como una acción, lo repite, sin saber que lo hace. Esta repetición el paciente la vive como algo actual, sin saber que proviene del pasado. Por ejemplo: el paciente no refiere acordarse de haber sido desafiante frente a la autoridad de los padres, en cambio, se comporta de esa manera frente al médico. El paciente comienza con la cura con una repetición así. Tras comunicar a cierto paciente de variada biografía y prolongado historial clínico la regla fundamental del psicoanálisis, al principio, no sabe decir palabra. Calla y afirma que nada se le ocurre. Esto es la repetición de una actitud homosexual que se esfuerza hacia el primer plano como resistencia a todo recordar. Durante el lapso que permanezca en tratamiento no se liberará de esa compulsión de repetición, que es su manera de recordar. Lo que más nos interesa es la relación de esta compulsión de repetir con la transferencia y la resistencia. La transferencia misma es sólo una pieza de repetición, y la repetición es la transferencia del pasado olvidado; pero no sólo sobre el médico: también sobre todos los otros ámbitos. Tenemos que estar preparados para que el analizado se entregue a la compulsión de repetir, que le sustituye ahora el impulso de recordar, no sólo en la relación personal con el médico, sino en todas las otras actividades y vínculos simultáneos de su vida. Mientras mayor sea la resistencia, más será sustituido el recordar por el actuar. Si la cura comienza con una transferencia suave, positiva y no expresa, sería como la hipnosis, ya que se lograría una profundización en el recuerdo, en cuyo transcurso hasta callan los síntomas patológicos; pero si en el ulterior trayecto esa transferencia se vuelve hostil y por eso necesita represión, el recordar deja sitio enseguida al actuar. A partir de este punto, las resistencias comandan la secuencia de lo que se repetirá. El analizado repite en vez de recordar, y repite bajo las condiciones de la transferencia. Repite todo cuanto desde las fuentes de su reprimido ya se ha abierto paso hasta su manifiesto (inhibiciones, actitudes inviables, rasgos patológicos de carácter). Durante el tratamiento repite todos sus síntomas. Poniendo en relieve la compulsión de repetición no hemos obtenido ningún hecho nuevo, sino sólo una concepción más unificadora. Esta condición patológica se va insertando en el campo de acción de la cura, mientras el enfermo lo vivencia como algo real-objeto y actual, que en buena parte consiste en la reconducción al pasado. El hacer repetir en el curso del tratamiento analítico, según esta técnica más nueva, equivale a convocar un fragmento de la vida real. De aquí arranca todo el problema del a menudo inevitable empeoramiento durante la cura. La introducción del tratamiento conlleva que el enfermo cambie su actitud conciente frente a la enfermedad. Por lo común se ha conformado con lamentarse de ella, despreciarla como algo sin sentido, menospreciarla en su valor, pero en lo demás ha prolongado frente a sus exteriorizaciones la conducta represora que practicó contra los orígenes de ella. Para la cura, no sirve desconocer los fenómenos de su enfermedad (en fobias desconocer sus condiciones, en obsesiones no escuchar sus ideas obsesivas, o en genuino propósito de su impulso obsesivo). No tiene permitido considerarla algo despreciable, más bien, será un digno oponente, una parte de su ser que se nutre de buenos motivos y del que deberá espigar algo valioso para su vida posterior. Si en virtud de esta nueva relación con la enfermedad se agudizan conflictos y resaltan al primer plano unos síntomas que antes eran casi imperceptibles, son unos empeoramientos necesarios, pero pasajeros, ya que no es posible liquidar a un enemigo ausente o que no está lo suficientemente cerca. La resistencia puede explotar la situación para sus propósitos o querer abusar del permiso de estar enfermo. Ulteriores peligros nacen por el hecho de avanzar en la cura, pueden aparecer la repetición de mociones pulsionales nuevas, que todavía no se habían manifestado. Las acciones del paciente fuera de la transferencia pueden conllevar pasajeros prejuicios para su vida, o aun ser escogidas de modo que desvaloricen duramente las perspectivas de salud. La meta, por más que con la nueva técnica no se puede alcanzar, es recordar en un ámbito psíquico. El médico se dispone a librar una permanente lucha con el paciente a fin de retener en un ámbito psíquico todos los impulsos que él querría guiar hacia lo motor, y si consigue tramitar mediante el trabajo del recuero algo que el paciente preferiría descargar por medio de una acción, lo celebra como un triunfo de la cura. Cuando la ligazón transferencial se vuelve de algún modo viable, el tratamiento logra impedir al enfermo todas las acciones de repetición más significativas y utilizar el designo de ellas como un material para el trabajo terapéutico. Es importante que le paciente no adopte durante la cura ninguna decisión de importancia vital (abrazar una profesión o escoger un objeto definitivo de amor), que espere al momento de la curación. La libertad personal del analizado se respeta lo conciliable con tales previsiones, no se le estorba ejecutar propósitos irrelevantes y tampoco se olvida que el ser humano sólo escarmienta y se vuelve prudente por experiencia propia. En ocasiones puede ocurrir que el paciente actúe antes de que podemos insertarlo en el proceso de la cura. El principal recurso para dominar la compulsión de repetición del paciente, y transformarla
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