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1 A todos los chicos de los que me enamoré - Sofia Villanueva

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Lara Jean guarda sus cartas de amor en una caja. No son cartas que le
hayan enviado, las ha escrito ella, una por cada chico de los que se ha
enamorado. En ellas se muestra tal cual es, porque sabe que nadie las
leerá. Hasta que un día alguien las envía por equivocación y la vida amorosa
de Lara Jean pasa de «imaginaria» a estar totalmente fuera de control.
Jenny Han
A todos los chicos de los que me enamoré
Saga: A todos los chicos de los que me enamoré - 1
A todos los chicos de los que me enamoré
JENNY HAN
Para mi hermana Susan:
para siempre, las chicas Han
Me gusta rescatar cosas. No se trata de cosas importantes como las ballenas,
personas o el medio ambiente. Son naderías. Campanas de porcelana de las que
venden en las tiendas de recuerdos. Moldes de galleta que no vas a usar nunca
porque ¿quién va a querer una galleta con forma de pie? Cintas para el pelo.
Cartas de amor. De entre todas las cosas que guardo, se podría decir que mis
cartas de amor son mi posesión más preciada.
Guardo mis cartas en una sombrerera de color verde azulado que mi madre
me compró en una tienda vintage en el centro. No son cartas que me hayan
escrito; de ésas no tengo ninguna. Éstas son las que yo he escrito. Hay una por
cada chico del que me he enamorado: cinco en total.
Cuando escribo, me muestro tal como soy. Escribo como si él nunca fuese a
leerla. Porque no lo hará nunca. Todos mis pensamientos secretos, todas mis
observaciones minuciosas, todo lo que he ido guardando en mi interior, lo vierto
todo en la carta. Cuando termino, la sello, añado el destinatario y entonces la
guardo en mi sombrerera verde.
No son cartas de amor en el sentido más estricto de la palabra. Mis cartas son
para cuando ya no quiero seguir estando enamorada. Son una despedida. Porque
después de escribir la carta, ya no me posee un amor que todo lo consume.
Puedo comer cereales y no pensar si él también prefiere trozos de plátano por
encima de sus Cheerios. Puedo cantar una canción de amor sin dedicársela a él.
Si el amor es como estar poseído, quizá mis cartas de amor sean como un
exorcismo. Mis cartas me liberan. O, al menos, es lo que se supone que deberían
hacer.
1
Josh es el novio de Margot, pero podría decirse que toda mi familia está un poco
enamorada de él. No soy capaz de asegurar quién de nosotros lo está más. Antes
de ser el novio de Margot, era sólo Josh. Siempre estuvo ahí. Digo siempre,
aunque supongo que no es cierto. Se mudó a la casa de al lado hace cinco años,
pero tengo la sensación de que siempre ha estado ahí.
Mi padre quiere a Josh porque es un chico y mi padre está rodeado de chicas.
Lo digo en serio: se pasa el día rodeado de mujeres. Mi padre es ginecólogo, y
resulta que también es padre de tres hijas, así que no hay más que chicas, chicas
y más chicas todo el día. También le gusta Josh porque éste es aficionado a los
cómics y le acompaña a pescar. Mi padre intentó llevarnos a pescar una vez y yo
lloré porque los zapatos se me ensuciaron de barro, Margot lloró porque se le
mojó el libro y Kitty lloró porque seguía siendo prácticamente un bebé.
Kitty quiere a Josh porque juega a cartas con ella y no se aburre. O al menos,
finge no aburrirse. Llegan a acuerdos entre ellos: « Si gano la próxima mano,
tienes que prepararme un sándwich tostado de mantequilla de cacahuete
cruj iente, sin corteza» . Kitty es así. Al final, seguro que no queda mantequilla de
cacahuete cruj iente y Josh dirá: « Mala suerte, escoge otra cosa» . Pero Kitty
insistirá hasta el agotamiento y Josh saldrá a comprar un poco. Josh es así.
Si tuviese que explicar por qué lo quiere Margot, creo que quizá respondería
que porque todos lo queremos.
Estamos en el salón; Kitty está pegando fotos de perros en un pedazo gigante
de cartón. Está rodeada de papelitos y de retales. Canturreando para sí, dice:
—Cuando papi me pregunte qué quiero por Navidad, le responderé: « Escoge
una de estas razas y estaremos en paz» .
Margot y Josh están en el sofá; yo estoy tumbada en el suelo, viendo la tele.
Josh ha preparado un gran bol de palomitas y estoy entregada a él, un puñado de
palomitas tras otro.
Aparece un anuncio de perfume: una chica corre por las calles de París con
un vestido de espalda descubierta de color orquídea, fino como un pañuelo de
papel. ¡Qué no daría por ser esa chica del vestido liviano como el papel
correteando por París en primavera! Me incorporo de repente y me atraganto
con una palomita. Entre tos y tos, exclamo:
—¡Margot, encontrémonos en París para las vacaciones de primavera!
Ya me imagino a mí misma revoloteando con un macarrón de pistacho en
una mano y uno de frambuesa en la otra.
A Margot se le iluminan los ojos.
—¿Crees que papá te dará permiso?
—Claro que sí: es un viaje cultural. Tendrá que dármelo.
Pero también es verdad que nunca he viajado sola en avión. Ni tampoco he
viajado al extranjero. ¿Margot y yo nos encontraríamos en el aeropuerto o
tendría que encontrar la pensión yo sola?
Josh debe de notarme la súbita preocupación en la cara, porque dice:
—No te preocupes. Seguro que tu padre te dará permiso si yo te acompaño.
Me animo al instante.
—¡Sí! Podemos dormir en una pensión y tomar pasteles y queso en todas las
comidas.
—¡Podemos visitar la tumba de Jim Morrison! —añade Josh.
—¡Podemos ir a una parfumerie y encargar nuestros perfumes
personalizados! —exclamo, y Josh suelta un bufido de risa.
—Mmm, estoy casi seguro de que eso de encargar perfumes personalizados
en una parfumerie costaría lo mismo que una estancia de una semana en una
pensión —comenta y le da un empujoncito con el codo a Margot—. Tu hermana
sufre delirios de grandeza.
—Es la más sofisticada de las tres —asiente Margot.
—¿Y yo, qué? —gimotea Kitty.
—¿Tú? Tú eres la chica Song menos sofisticada. Por las noches tengo que
suplicarte que te laves los pies, por no hablar de ducharte —respondo en tono
burlón.
Las facciones de Kitty se arrugan y se pone roja.
—No hablaba de eso, pájaro dodo. Hablaba de París.
Me la quito de encima con ligereza.
—Eres demasiado pequeña para quedarte en una pensión.
Kitty gatea hasta Margot y se sienta en su regazo, a pesar de que tiene nueve
años, y por lo tanto es muy mayor como para sentarse en el regazo de alguien.
—Margot, tú me dejarás ir, ¿verdad?
—Quizá podrían ser unas vacaciones familiares. Podríais ir tú y Lara Jean, y
también papá —responde Margot, y le da un beso en la mejilla.
Frunzo el ceño. Ése no es el viaje a París que me había imaginado. Por
encima de la cabeza de Kitty, Josh articula en silencio: « Lo hablamos luego» , y
yo levanto discretamente los pulgares a modo de respuesta.
Es de noche. Josh se ha ido hace rato. Kitty y papá están dormidos. Nosotras
estamos en la cocina. Margot está sentada a la mesa con su ordenador; y o estoy
sentada a su lado, haciendo bolas de masa de galleta y cubriéndolas de canela y
de azúcar. Las hago para recuperar el favor de Kitty. Antes, cuando fui a darle
las buenas noches, Kitty se dio la vuelta y no quiso hablar conmigo porque está
convencida que la dejaré fuera del viaje a París. Mi plan consiste en dejar las
galletas recién horneadas en un plato junto a su almohada para que se despierte
con su aroma.
Margot ha estado súpercallada y, de repente, sin venir a cuento, levanta la
vista de la pantalla y dice:
—Esta noche he roto con Josh. Después de la cena.
La bola de masa de galleta se me cae de entre los dedos y aterriza en el bol
de azúcar.
—Había llegado el momento —añade. No tiene los ojos enrojecidos; no ha
estado llorando. Al menos, eso creo. Su tono de voz es tranquilo y monocorde.
Cualquiera que la viese pensaría que Margot está bien. Porque Margot siempre
está bien, incluso cuando no lo está.
—No sé por qué teníais que romper. El hechode que te marches a la
universidad no significa que debáis romper.
—Lara Jean, me marcho a Escocia, no a la Universidad de Virginia. Saint
Andrews está a seis mil kilómetros de distancia. ¿Qué sentido tendría? —me
pregunta, mientras se sube las gafas.
No puedo creer lo que dice.
—El sentido es que se trata de Josh. Josh, ¡el chico que te quiere más de lo
que ningún chico haya querido nunca a ninguna chica!
Margot pone los ojos en blanco. Cree que estoy siendo melodramática, pero
no es cierto. Es la verdad, así es lo mucho que ama Josh a Margot. Nunca se
fijaría en ninguna otra chica.
De repente, dice:
—¿Sabes lo que me dijo mamá una vez?
—¿Qué?
Por un momento, me olvido completamente de Josh, porque no importa lo
que esté haciendo, tanto si Margot y yo estamos en mitad de una discusión como
si está a punto de atropellarme un coche, siempre me detendré a escuchar una
historia sobre mamá. Cualquier detalle, cualquier recuerdo que Margot conserve,
y o también quiero tenerlo. De todos modos, soy más afortunada que Kitty. Ésta
no guarda ningún recuerdo de mamá que no le hayamos dado nosotras. Le
hemos contado tantas historias y tantas veces que ahora le pertenecen.
—¿Os acordáis de cuando…? —comienza. Y entonces cuenta la historia
como si hubiese estado allí de verdad y no hubiese sido un bebé por aquel
entonces.
—Me dijo que intentase no ir a la universidad si tenía novio. Dijo que no
quería que fuese la chica que llora al teléfono cuando habla con su novio y que
dice que no a las cosas en lugar de decir que sí.
Supongo que Escocia es el sí de Margot. Distraída, tomo una cucharada de
masa de galleta y me la meto en la boca.
—No deberías comerte cruda la masa de galleta —me advierte Margot.
No le hago ningún caso.
—Josh nunca sería un lastre. Él no es así. ¿Te acuerdas de cuando decidiste
presentarte a las elecciones para el consejo de estudiantes y se convirtió en tu
director de campaña? ¡Es tu fan número uno!
Después de oír mi comentario, Margot hace un puchero y y o me levanto y
me arrojo a sus brazos. Echa la cabeza atrás y me sonríe.
—Estoy bien —dice, pero no lo está. Sé que no lo está.
—Todavía no es demasiado tarde, ¿sabes? Puedes ir hacia allá ahora mismo y
decirle que has cambiado de opinión.
Margot niega con la cabeza.
—Ya está hecho, Lara Jean —contesta. La suelto y cierra el portátil—.
¿Cuándo terminarás la primera tanda? Tengo hambre.
Le echo un vistazo al temporizador magnético de la nevera.
—Faltan cuatro minutos.
Vuelvo a sentarme y replico:
—Me da igual lo que digas, Margot. No habéis terminado. Le quieres
demasiado.
Margot niega con la cabeza.
—Lara Jean —empieza, en su típico tono paciente, como si y o fuese una niña
y ella una anciana sabia de cuarenta y dos años.
Agito una cucharada de masa de galleta bajo su nariz, y Margot titubea un
momento y abre la boca. Se lo doy de comer como si fuese un bebé.
—Espera y verás. Josh y tú volveréis a estar juntos en un día, o puede que
dos.
Incluso mientras lo digo, sé que no es verdad. Margot no es el tipo de chica
que rompe y luego vuelve con alguien por capricho; una vez se ha decidido, eso
es todo. No se anda por las ramas, no se anda con remordimientos. Como suele
decir: cuando se ha terminado, se ha terminado.
Desearía (y he pensado en esto muchas, muchas veces, demasiadas como
para contarlas) ser más como Margot. Porque en ocasiones tengo la sensación de
que nunca habré terminado.
Luego, después de lavar los platos y de dejar las galletas en la almohada de
Kitty, subo a mi habitación. No enciendo la luz. Voy a la ventana. Las luces de
Josh siguen encendidas.
2
A la mañana siguiente, Margot prepara el café y yo sirvo los cereales en un bol.
Suelto lo que llevo pensando toda la mañana:
—Que lo sepas. Papá y Kitty se van a llevar un disgusto.
Cuando Kitty y yo nos estábamos cepillando los dientes un rato antes me sentí
tentada de irme de la lengua, pero Kitty seguía enfadada conmigo por lo del día
anterior, así que mantuve la boca cerrada. Ni siquiera mencionó las galletas,
aunque sé que se las había comido porque en el plato sólo quedaban migajas.
Margot suelta un gran suspiro.
—¿Así que debo quedarme con Josh por papá, Kitty y tú?
—No, sólo era un comentario.
—Tampoco vendrá mucho por aquí cuando me hay a marchado.
Frunzo el ceño. No se me había ocurrido que Josh dejaría de venir una vez
Margot se hubiese ido. Venía de visita mucho antes de que se convirtiesen en
pareja, así que no entiendo por qué iba a dejar de venir a partir de ahora.
—Puede que venga. Quiere mucho a Kitty.
Margot aprieta el botón de encendido de la cafetera. La estoy observando
súperminuciosamente porque Margot siempre ha sido la encargada de preparar
el café y y o nunca lo he hecho y, ahora que se marcha (sólo quedan seis días),
más me vale saber cómo lo hace. De espaldas a mí, dice:
—Puede que ni se lo cuente.
—Mmm, creo que se darán cuenta cuando no esté en el aeropuerto, Gogo. —
Ése es el apodo que le he puesto a Margot. Gogo, como en las botas de las gogós
—. ¿Cuántos vasos de agua has puesto? ¿Y cuántas cucharadas de café?
—Te lo apuntaré todo en el cuaderno —me asegura Margot.
Tenemos un cuaderno junto a la nevera. Idea de Margot, claro. Contiene
todos los números de teléfono importantes, el horario de papá y el del transporte
compartido de Kitty.
—Acuérdate de añadir el número de la tintorería nueva.
—Hecho.
Margot trocea un plátano para los cereales. Todas las rodajas son perfectas.
—Además, Josh tampoco nos habría acompañado al aeropuerto. Ya sabes lo
que opino de las despedidas.
Margot hace una mueca, como si dijera: « ¡Puf, sentimientos!» .
Lo sé perfectamente.
Cuando Margot decidió irse a una universidad de Escocia, me sentí traicionada. A
pesar de que sabía que el momento se aproximaba, porque era obvio que Margot
se iría a una universidad lejana. Y era obvio que se marcharía a Escocia para ir a
la universidad a estudiar antropología, porque es Margot, la chica de los mapas,
los libros de viaje y los planes. Era evidente que algún día nos iba abandonar.
Sigo estando enfadada con ella, pero sólo un poquito. Sólo un poquitín. Sé que
ella no tiene la culpa, pero se marcha muy lejos, y siempre dij imos que
seríamos las chicas Song para siempre. Margot primero, yo en medio, y mi
hermana Kitty, al final. En su certificado de nacimiento, es Katherine; para
nosotras es Kitty.
De vez en cuando, la llamamos Gatita, porque es el apodo que le puse al verla
después de nacer: parecía un gatito flacucho y sin pelo.
Somos las tres chicas Song. Antes éramos cuatro. Mi madre, Eve Song. Evie
para mi padre, mamá para nosotras, Eve para todos los demás. Song es (era) el
apellido de mi madre. Nuestro apellido es Covey. Pero la razón de que seamos
las chicas Song y no las chicas Covey es que mi madre acostumbraba a decir
que sería una chica Song de por vida y Margot dijo que, en ese caso, nosotras
también deberíamos serlo. Song es el segundo nombre de todas y, de todos
modos, parecemos más Song que Covey. Al menos, Margot y yo; Kitty se
parece más a papá: tiene el pelo de un castaño claro como él. La gente dice que
soy la que más se parece a mamá, pero yo creo que es Margot, con sus pómulos
altos y ojos oscuros. Ya han pasado seis años y a veces parece que fue ayer
cuando estaba aquí y, otras veces, parece que nunca lo estuvo, que sólo fue un
sueño.
Esa mañana fregó el suelo; resplandecía, y todo olía a limones y a limpio. El
teléfono sonó en la cocina, fue corriendo a contestar y resbaló. Se golpeó la
cabeza en el suelo y quedó inconsciente, pero luego se despertó y se encontraba
bien. Fue su intervalo de lucidez. Así es como lo llaman. Poco después dijo que le
dolía la cabeza, fue a echarse un rato en el sofá y ya no despertó.
Margot fue quien la encontró. Tenía doce años. Se ocupó de todo: llamó a
urgencias; llamó a papá, y me dijo que cuidase de Kitty, que entonces sólo tenía
tres años. Le encendí el televisor a Kitty en el cuarto de los juguetes y me senté
con ella.Eso fue todo lo que hice. No sé qué habría hecho si Margot no hubiese
estado allí. Aunque Margot sólo tiene dos años más que yo, la admiro más que a
nadie.
Los demás adultos se admiran cuando descubren que papá es un padre viudo.
« ¿Cómo lo consigue? ¿Cómo se las arregla él solo?» . La respuesta es Margot.
Ella ha sido la organizadora desde el principio, todo etiquetado y programado y
ordenado en filas iguales.
Margot es una buena chica, y supongo que Kitty y yo seguimos sus pasos.
Nunca he mentido, ni me he emborrachado, fumado un cigarrillo o siquiera
tenido un novio. A veces bromeamos con papá y le recordamos lo afortunado
que es de que seamos tan buenas, pero la verdad es que nosotras somos las
afortunadas. Es un gran padre. Y se esfuerza mucho. No siempre nos
comprende, pero lo intenta, y eso es lo que cuenta. Las tres chicas Song tenemos
un pacto tácito: hacerle la vida lo más fácil posible a papá. Aunque quizá no sea
tan tácito; ¿cuántas veces he escuchado a Margot decir: « Shh, silencio, papá está
echándose una siesta antes de volver al hospital» o « No molestes a papá con eso,
hazlo tú misma» ?
Le pregunté a Margot cómo pensaba que serían las cosas si mamá no hubiese
muerto. ¿Pasaríamos más tiempo con su lado de la familia y no sólo Acción de
Gracias y el día de Año Nuevo? O si…
Margot no le ve el sentido a hacerse preguntas. Vivimos como vivimos. No
tiene sentido preguntarse qué habría pasado. Nadie podría darte las respuestas.
Me esfuerzo, de verdad que lo hago, pero me cuesta mucho aceptar este modo
de pensar. Siempre me estoy preguntando por los « ¿y si…?» , por los caminos no
seguidos.
Margot y papá bajan al mismo tiempo. Margot le sirve a papá una taza de café
solo y yo le sirvo a Kitty un tazón de cereales. Se lo pongo delante y ella aparta
la cara y saca un yogur de la nevera. Se lo lleva al salón para comérselo delante
de la tele. Es decir, sigue enfadada.
—Luego me pasaré por Costco, así que preparad una lista de todo lo que
necesitáis —comenta papá mientras toma un buen sorbo de café—. Creo que
compraré filetes para cenar. Podemos prepararlos a la barbacoa. ¿Compro uno
también para Josh?
Vuelvo la cabeza de un bandazo en dirección a Margot. Ésta abre la boca y
vuelve a cerrarla. Al final, responde:
—No, sólo para nosotros, papá.
Le lanzo una mirada reprobadora, pero no me hace caso. Nunca había visto a
Margot acobardarse, pero supongo que, en asuntos del corazón, es imposible
prever cómo va a comportarse alguien.
3
Son los últimos días de verano y nuestros últimos días con Margot. Quizá no esté
tan mal que haya roto con Josh: así podemos pasar más tiempo juntas como
hermanas. Estoy segura de que Margot pensó en ello. Seguro que formaba parte
del plan.
Estamos saliendo del vecindario cuando vemos pasar a Josh corriendo. El año
pasado se apuntó al equipo de atletismo y ahora no hace más que correr. Kitty
grita su nombre, pero las ventanillas del coche están subidas y él finge que no la
oye.
—Da la vuelta —le ordena a Margot—. Quizá quiera acompañarnos.
—Hoy es una día sólo para las chicas Song —le explico.
Pasamos el resto de la mañana en Target, comprando cosas de última hora
como combinados de frutos secos para el vuelo o desodorante y gomas para el
pelo. Dejamos que Kitty empuje el carrito para que pueda hacer eso de tomar
carrerilla y después subirse al carro como si montase en una cuadriga. Margot
sólo le permite hacerlo un par de veces antes de obligarla a parar para que no
moleste a los demás clientes.
Luego regresamos a casa y preparamos ensalada de pollo con uvas verdes
para la comida, y enseguida nos dan las cinco y es hora de llevar a Kitty a su
encuentro de natación. Preparamos un picnic para cenar que consiste en
sándwiches de queso y jamón y macedonia y traemos el portátil de Margot para
ver películas porque las competiciones de natación pueden durar hasta la noche.
También hacemos una pancarta que dice: « ¡Ánimo, Kitty !» , en la que dibujo un
perro. Papá se pierde el encuentro porque está ay udando a nacer a un bebé. La
verdad es que, como excusa, resulta inmejorable. (Fue una niña y la bautizaron
Patricia Rose en honor de sus dos abuelas. Papá siempre averigua el nombre y el
segundo nombre para mí. Es lo primero que le pregunto cuando llega a casa
después de un parto).
Kitty está tan entusiasmada por haber ganado dos medallas de oro y una de
plata que se olvida de preguntar por Josh hasta que estamos en el coche de
regreso a casa. Está en el asiento trasero, lleva la toalla envuelta en la cabeza
como si fuese un turbante y se ha colgado las medallas de las orejas como si
fuesen pendientes. Se inclina hacia delante y pregunta:
—¡Eh! ¿Cómo es que Josh no ha venido a mi competición?
Veo que Margot está dudando, así que respondo en su lugar. Tal vez sólo hay a
una cosa que se me dé mejor que a Margot: mentir.
—Esta noche tenía que trabajar en la librería. Pero le apetecía mucho venir.
Margot alarga el brazo por encima del compartimento central y me aprieta
suavemente la mano en señal de gratitud.
—¡Era la última competición regular! Me prometió que iría a verme nadar
—responde Kitty poniendo morros.
—Ha sido en el último momento. No ha podido dejar el trabajo porque uno
de sus compañeros ha tenido una urgencia.
Kitty asiente a regañadientes. Por pequeña que sea, sabe bien lo que son los
turnos de urgencia.
—Vamos a tomar un helado —dice Margot de repente.
A Kitty se le iluminan los ojos y los turnos de urgencia imaginarios quedan
olvidados.
—¡Sí! ¡Quiero un gofre! ¿Puedo pedir un gofre con dos bolas de helado?
Quiero menta y chocolate y cacahuete. No, sorbete arcoíris y doble de
caramelo. No espera…
Me doy la vuelta en mi asiento.
—No te vas a terminar las dos bolas y el gofre. Quizá podrías comerte dos
bolas en una copa, pero no con un gofre —le digo.
—Sí que puedo. Esta noche puedo. Estoy muerta de hambre.
—Vale, pero más te vale terminártelo todo —la reprendo. Agito el dedo en su
cara como si la amenazase y Kitty pone los ojos en blanco y se le escapa una
risita. En cuanto a mí, pediré lo de siempre: helado de cereza con trocitos de
chocolate en un cucurucho de azúcar.
Margot entra en la zona de autoservicio. Mientras esperamos nuestro turno,
digo:
—Apuesto lo que quieras a que en Escocia no tienen helados como éstos.
—Seguramente no —responde.
—No te podrás tomar otros así hasta Acción de Gracias.
Margot no aparta la vista del parabrisas.
—Navidades —corrige—. Acción de Gracias dura demasiado poco para
venir hasta aquí, ¿recuerdas?
—Acción de Gracias será un rollo —gruñe Kitty.
Me quedo callada. Nunca hemos celebrado Acción de Gracias sin Margot.
Siempre prepara el pavo y el guisado de brócoli y las cebollas con nata. Yo
preparo las tartas (de calabaza y de nueces) y el puré de patatas. Kitty es la
catadora y la que pone la mesa. No sé asar un pavo. Y nuestras dos abuelas
estarán allí, y Margot es la favorita de Nana, la madre de papá. Dice que Kitty la
agota y que yo soy demasiado soñadora.
De repente, me inunda el pánico y me cuesta respirar y ya no me importan
los helados de cereza con trocitos de chocolate. No me imagino Acción de
Gracias sin Margot. No puedo siquiera imaginarme el próximo lunes sin ella. Sé
que la mayoría de las hermanas se llevan mal, pero estoy más unida a Margot
que a nadie en el mundo entero. ¿Cómo podemos ser las chicas Song sin Margot?
4
Chris, mi amiga más antigua, fuma, se enrolla con chicos a quienes apenas
conoce y la han expulsado del instituto dos veces. Una vez tuvo que presentarse
ante un tribunal por absentismo escolar. Antes de conocer a Chris no sabía qué
era el absentismo. Para vuestra información, es cuando te saltas tantas clases que
acabas teniendo problemas con la ley.
Estoy casi segura de que si Chris y yo nos hubiésemos conocido ahora, no
seríamos amigas. Somos completamente distintas. Cuando iba a sexto, a Chris le
gustaba el papel de cartas, las fiestas de pijamas y quedarse despierta toda la
noche viendopelículas de John Hughes, igual que a mí. Para cuando llegamos a
octavo, se escabullía de casa mientras mi padre dormía para encontrarse con
chicos a los que había conocido en el centro comercial. La traían a casa antes de
que se hiciese de día. Yo me quedaba despierta hasta que regresaba, aterrorizada
ante la idea de que no llegase antes de que mi padre despertase. Pero siempre
llegaba a tiempo.
Chris no es el tipo de amiga a la que llamas por teléfono todas las noches o
con la que tomas el almuerzo todos los días. Es como un gato callejero, viene y
va a su gusto. No puede atarse a un lugar o a una persona. En ocasiones, paso días
y días sin ver a Chris, y entonces, en mitad de la noche, tocan a la ventana de mi
habitación y es Chris, agazapada en la magnolia. Siempre dejo el pestillo de la
ventana abierto, por si acaso. Chris y Margot no se soportan: Chris cree que
Margot es una estirada, y Margot piensa que Chris es bipolar. Margot piensa que
Chris me utiliza; Chris piensa que Margot me controla. Yo creo que es posible que
ambas tengan un poco de razón. Pero lo que importa es que Chris y yo nos
entendemos, y eso cuenta más de lo que la gente imagina.
Chris me llama de camino a nuestra casa. Dice que su madre se está
comportando como una bruja y que viene a pasar un par de horas, y que si
tenemos comida.
Chris y yo estamos en el salón compartiendo un bol de ñoquis que han
sobrado de la comida cuando Margot llega a casa después dejar a Kitty en la
barbacoa que organiza el equipo de natación para celebrar el final de temporada.
—Ah, hola. —Y entonces divisa el vaso de Coca-Cola Light de Chris encima
de la mesita del café, sin posavasos—. ¿Te importaría usar un posavasos?
En cuanto Margot desaparece por la escalera, Chris exclama:
—¡Dios! ¿Por qué es tan bruja tu hermana?
Deslizo un posavasos bajo su bebida.
—Piensas que todo el mundo es una bruja.
—Eso es porque lo son.
Chris pone lo ojos en blanco y mira al techo antes de soltar a todo volumen:
—Tiene que quitarse el palo del culo.
Desde su habitación, Margot chilla:
—¡Te he oído!
—¡Ésa era la idea! —responde Chris a gritos, mientras se come el último
ñoqui.
Me limito a suspirar.
—Se marchará pronto.
Entre risitas, Chris pregunta:
—¿Y qué va a hacer Joshy? ¿Le encenderá una vela todas las noches hasta
que vuelva a casa?
Dudo un poco. No estoy segura de que deba continuar con el secreto, pero
estoy convencida de que Margot no quiere que Chris sepa nada de su vida
personal. Así pues, me limito a responder:
—No estoy segura.
—Espera un momento. ¿Le ha plantado? —pregunta Chris.
Asiento de mala gana.
—Pero no le digas nada —le advierto—. Todavía está triste.
—¿Margot? ¿Triste? —Chris se mira las uñas—. Margot no tiene emociones
humanas normales como el resto de nosotros.
—Es que no la conoces. Además, no todos podemos ser como tú.
Me ofrece una sonrisa llena de dientes. Tiene los incisivos puntiagudos, y eso
hace que siempre parezca un poco hambrienta.
—Cierto.
Chris es puro sentimiento. Chilla a la menor ocasión. Dice que a veces tienes
que gritar tus sentimientos; si no lo haces, se pudren. El otro día le chilló a una
mujer en el supermercado por pisarle el pie de manera accidental. No creo que
sus emociones corran ningún peligro de pudrirse.
—No puedo creer que dentro de unos días no vay a a estar aquí —digo y, de
repente, me lloran los ojos.
—No se está muriendo, Lara Jean. No hace falta ponerse en plan « Buaaah» .
—Chris tira de un hilo suelto en sus pantaloncitos cortos rojos. Son tan cortos que
se le ve la ropa interior cuando se sienta. Es roja, y le va a conjunto con los
pantalones.
» De hecho, creo que esto te irá bien. Ya es hora de que hagas la tuya y dejes
de hacer caso de todo lo que te dice la reina Margot. Éste es nuestro año, perra.
Ahora es cuando las cosas se ponen interesantes. Morréate con unos cuantos
chicos, vive un poco… ¿Lo pillas?
—Vivo lo suficiente —respondo.
—Sí, en el asilo de ancianos —se burla Chris, y le lanzo una mirada asesina.
Margot empezó a trabajar de voluntaria en la Comunidad de Jubilados
Belleview cuando se sacó el carnet de conducir. Su trabajo consistía en ay udar a
organizar la hora del cóctel para los residentes. Yo la ay udaba de vez en cuando.
Disponíamos los cacahuetes y servíamos las bebidas y, a veces, Margot tocaba el
piano, aunque lo habitual era que Stormy lo acaparara. Stormy es la diva de
Belleview. Es la reina del gallinero. Me gusta escuchar sus historias. Y a miss
Mary no se le da muy bien conversar por culpa de la demencia, pero fue ella
quien me enseñó a tejer.
Ahora tienen a otro voluntario, pero sé que en Belleview, cuantos más mejor,
porque la mayoría de los residentes reciben muy pocas visitas. Debería dejarme
caer. Echo de menos ir de visita. No me hace gracia que Chris se burle de ello.
—La gente de Belleview ha vivido más que todas las personas a quienes
conocemos juntas. Hay una mujer, Stormy, ¡que formaba parte del servicio que
viaja al extranjero a entretener a las tropas! Recibía cientos de cartas al día de
los soldados que se habían enamorado de ella. Y un veterano que perdió una
pierna ¡le envió un anillo de diamantes!
De repente, Chris parece interesada.
—¿Se lo quedó?
—Sí —admito—. Creo que no fue correcto quedárselo si no tenía intención de
casarse con él, pero me lo mostró y era precioso. Era un diamante rosa muy
raro. Seguro que ahora vale un montón de dinero.
—Stormy suena increíble —dice Chris a regañadientes.
—Podrías acompañarme a Belleview algún día. Podríamos asistir a la hora
del cóctel. Al señor Perelli le encanta bailar con las chicas nuevas. Te enseñará el
foxtrot —le sugiero.
Chris pone una mueca de horror, como si le hubiese sugerido pasar el rato en
el vertedero de la ciudad.
—No, gracias. ¿Qué tal si te saco y o a bailar? —responde, y señala el piso de
arriba con la cabeza—. Ahora que tu hermana se marcha, podemos divertirnos
de verdad. Ya sabes que y o siempre me lo paso bien.
Es cierto: Chris siempre se lo pasa bien. A veces, demasiado bien, pero bien al
fin y al cabo.
5
La noche antes de la marcha de Margot, las tres estamos en su habitación,
ayudándola a hacer los últimos preparativos. Kitty está organizando los artículos
de baño de Margot, que mete con cuidado en el estuche transparente. Margot
intenta decidir qué abrigo llevarse.
—¿Me llevo el chaquetón y el anorak, o sólo el chaquetón? —me pregunta.
—Sólo el chaquetón. Te lo puedes poner para ir arreglada, o para los días de
diario —respondo.
Estoy tumbada en su cama, supervisando los preparativos de las maletas.
—Kitty, asegúrate de que el tapón de la loción esté bien apretado.
—La loción es nueva. ¡Claro que está apretado! —gruñe Kitty, pero lo
comprueba de todos modos.
—En Escocia el frío empieza antes que aquí. Creo que me llevaré ambos —
resuelve Margot, que dobla el abrigo y lo coloca encima de la maleta.
—¿Por qué me preguntas si ya te habías decidido? Además, dij iste que
vendrías a casa por Navidad. ¿Vendrás?
—Sí. Deja de comportarte como una mocosa —me urge Margot.
La verdad es que Margot no está metiendo muchas cosas en el equipaje. No
necesita demasiado. Yo en su lugar me habría llevado toda mi habitación, pero
Margot no. Su habitación tiene casi el mismo aspecto.
Margot se sienta a mi lado y Kitty se acomoda a los pies de la cama.
—Todo está cambiando —digo con un suspiro.
Margot pone una mueca y me abraza.
—No ha cambiado nada. Somos las chicas Song para siempre, ¿te acuerdas?
Papá está de pie en la entrada de la habitación. Llama a la puerta, a pesar de
que está abierta y le vemos con claridad.
—Voy a meter las maletas en el coche —anuncia.
Le observamos desde la cama mientras arrastra una de las maletas escalera
abajo y luego sube a por la otra.
—Oh, no, no os levantéis. No quiero molestar —comenta en tono sarcástico.
—No te preocupes, no nos levantamos —respondemos a coro.
Durante la última semana, papá ha estado sumergido en modo limpieza de
primavera, a pesar de que no estamos en primavera. Se estádeshaciendo de
todo: la panificadora que no utilizamos nunca, cedés, mantas viejas y la antigua
máquina de escribir de mamá. Lo regalará todo. Un psiquiatra podría relacionar
todo esto con la marcha de Margot a la universidad, pero yo no sabría explicar el
significado exacto de sus actos. Sea lo que sea, resulta irritante. Ya he tenido que
ahuyentarlo dos veces de mi colección de unicornios de cristal.
Apoyo la cabeza en el regazo de Margot.
—Así que vendrás a casa por Navidad, ¿verdad?
—Sí.
—Ojalá pudiese acompañarte. Eres más simpática que Lara Jean —se queja
Kitty.
Le doy un pellizco.
—¿Ves? —se jacta.
—Lara Jean será amable siempre y cuando te comportes. Y las dos tenéis
que cuidar de papá. Aseguraos de que no trabaja demasiados sábados seguidos.
Aseguraos de que lleve el coche a la inspección el mes que viene. Y comprad
filtros para el café. Siempre se os olvidan los filtros del café.
—Sí, mi sargento —coreamos Kitty y yo. Examino la expresión de Margot
en busca de tristeza o miedo o preocupación, alguna señal de que la asusta
marcharse tan lejos, de que nos echará de menos tanto como nosotras a ella.
Pero no la encuentro.
Esa noche, las tres dormimos en la habitación de Margot.
Kitty siempre es la primera en caer dormida. Yo permanezco tumbada a
oscuras con los ojos abiertos. No puedo dormir. La idea de que mañana por la
noche Margot no estará en esta habitación me entristece tanto que apenas puedo
soportarlo. Odio los cambios más que nada en este mundo.
Desde las sombras, Margot pregunta:
—Lara Jean…, ¿has estado enamorada alguna vez? Enamorada de verdad.
Me pilla desprevenida. No tengo ninguna respuesta preparada. Intento pensar
en alguna, pero ya está hablando otra vez.
—Desearía haberme enamorado más de una vez. Creo que deberías
enamorarte al menos dos veces en el instituto —dice en tono melancólico. Luego
deja escapar un suspiro diminuto y se duerme. Margot siempre se duerme así, un
suspiro soñador y ya está de camino a Nunca Jamás: así de fácil.
Me despierto en mitad de la noche y Margot no está. Kitty está hecha un ovillo a
mi lado, pero Margot no. La oscuridad es total; sólo la luz de la luna se filtra a
través de las cortinas. Me levanto de la cama y voy a la ventana. Me quedo sin
aliento. Ahí están: Josh y Margot, de pie en el camino de entrada. Margot aparta
la mirada de Josh, hacia la luna. No se están tocando. Hay tanto espacio entre los
dos que resulta evidente que Margot no ha cambiado de opinión.
Suelto la cortina y regreso a la cama. Kitty ha invadido mi espacio. La
empujo unos centímetros para dejar sitio a Margot. Desearía no haber visto esa
escena. Era demasiado íntima. Demasiado real. Debía pertenecerles sólo a ellos.
Si pudiese borrarla de mi mente, lo haría.
Me tumbo de lado. ¿Qué se debe de sentir al tener un chico que te quiere
hasta tal punto que llora por ti? Y no un chico cualquiera. Josh. Nuestro Josh.
En respuesta a su pregunta: sí, creo que he estado enamorada de verdad.
Aunque solamente una vez. De Josh. Nuestro Josh.
6
Así fue como Margot y Josh se convirtieron en pareja. En cierto modo, el
primero en decírmelo fue Josh.
Ocurrió hace dos años. Estábamos sentados en la biblioteca durante nuestra
hora libre. Yo estaba haciendo los deberes de matemáticas; Josh me ayudaba
porque se le dan bien las mates. Teníamos las cabezas dobladas sobre la página,
tan cerca que olía el jabón que había utilizado esa mañana. Irish Spring.
Y entonces, dijo:
—Necesito un consejo. Me gusta una chica.
Por un segundo, pensé que era yo. Pensé que iba a decir que era yo. Tenía la
esperanza de que lo dijese. Era a principios de curso. Habíamos pasado todo el
mes de agosto juntos, a veces con Margot, pero casi siempre solos, porque
Margot tenía prácticas en la plantación Montpelier tres días a la semana.
Nadamos mucho. Lucía un bronceado fantástico gracias a la natación. Así que,
por una décima de segundo, creí que iba a decir mi nombre.
Pero entonces vi cómo se sonrojaba, con la mirada perdida en el espacio, y
supe que no se refería a mí.
Hice una lista mental de todas las chicas posibles. Era una lista corta. Josh no
tenía muchas amigas. Tenía a su amigo del alma, Jersey Mike, que se mudó de
Nueva Jersey cuando íbamos a la escuela, y a su otro amigo del alma, Ben, y ya
está.
Podría ser Ashley, del equipo de voleibol. Una vez la señaló como la chica
más guapa de su curso. En defensa de Josh, le obligué a ello. Le pregunté quién
era la chica más guapa de cada curso. De entre las de mi clase, escogió a
Genevieve. No me sorprendió, pero aun así noté que se me encogía un poco el
corazón.
Podría ser Jodie, la universitaria de la librería. Josh hablaba a menudo de lo
lista que era, y de lo sofisticada que era porque había estudiado en la India y
ahora era budista. ¡Ja! Yo era mitad coreana; fui yo quien le enseñó a Josh a
comer con palillos. Probó el kimchi por primera vez en mi casa.
Estaba a punto de preguntárselo cuando la bibliotecaria nos hizo callar, así que
volvimos a concentrarnos en los deberes. Josh no volvió a sacar el tema y y o no
pregunté. Sinceramente, prefería no saberlo. No era yo, y eso era lo único que
me importaba.
No se me ocurrió en ningún momento que pudiese ser Margot. No la veía
como el tipo de chica que podía gustarle. Ya la habían invitado a salir antes, cierto
tipo de chicos. Chicos inteligentes que eran sus compañeros en clase de química
y sus oponentes en las elecciones del consejo estudiantil. Visto en perspectiva, no
resulta tan sorprendente que a Josh le gustase Margot, dado que él encajaba en
ese tipo de chico.
Si me preguntasen qué aspecto tiene Josh, diría que es normal. Tiene el
aspecto de alguien a quien se le dan bien los ordenadores, el tipo de chico que se
refiere a los cómics como novelas gráficas. Pelo castaño. Pero no de un castaño
especial, sino un castaño normal. Ojos verdes que se tornan turbios en el centro.
Es más bien flacucho, pero fuerte. Lo sé porque una vez me torcí el tobillo junto
al antiguo campo de béisbol y me llevó a caballito hasta casa. Tiene pecas que le
hacen parecer más joven de lo que es. Y un hoyuelo en la mejilla izquierda.
Siempre me ha gustado ese hoyuelo. Si no lo tuviera, su rostro sería demasiado
serio.
Lo que me resultó más sorprendente e increíble fue que a Margot también le
gustase. No por el tipo de persona que es Josh, sino por el tipo de persona que es
Margot. Nunca me había mencionado que le gustase ningún chico, ni una sola
vez. La caprichosa era yo; la casquivana, como diría mi abuela. Margot, no.
Margot estaba por encima de esas cosas. Su existencia se desarrollaba en un
plano superior donde esas cosas (los chicos, el maquillaje y la ropa) carecían de
importancia.
Ocurrió de repente. Margot llegó tarde del instituto ese día de octubre. Tenía
las mejillas sonrosadas a causa del frío aire montañoso, se había trenzado el pelo
y llevaba una bufanda en torno al cuello. Había estado trabajando en un proyecto
en el instituto, era la hora de cenar y yo estaba cocinando pollo a la parmesana y
espaguetis con salsa de tomate.
Entró en la cocina y anunció:
—Tengo algo que contaros.
Los ojos le hacían chiribitas. Recuerdo que se estaba desenrollando la
bufanda del cuello.
Kitty estaba haciendo los deberes en la mesa de la cocina, papá estaba de
camino a casa y y o revolvía la salsa.
—¿Qué? —preguntamos Kitty y yo.
—Josh dice que le gusto.
Margot se encogió de hombros con gesto satisfecho. Los hombros casi le
llegaron a las orejas.
Me quedé muy quieta. A continuación, solté la cuchara de madera en la salsa.
—¿Josh, Josh? ¿Nuestro Josh?
No me atrevía siquiera a mirarla. Temía que se diese cuenta.
—Sí. Hoy me ha esperado a la salida de clase para decírmelo. Dice… —
Margot sonrió, emocionada—. Dice que soy la chica de sus sueños. ¿Os lo podéis
creer?
—Vaya —respondí. Intenté transmitirle felicidad con esa palabra, pero no sé
si lo conseguí. Lo único que sentía era desesperación. Y envidia. Una envidia tan
profunda y tenebrosa que parecía asfixiarme.Así que volví a intentarlo, esta vez
con una sonrisa.
—Vay a, Margot.
—Vay a —repitió Kitty—. ¿Así que ahora sois novio y novia?
Contuve el aliento a la espera de su respuesta.
Margot tomó un pellizco de parmesano y se lo metió en la boca.
—Creo que sí.
Y entonces sonrió, y su mirada se tornó tierna y líquida. Comprendí que a ella
también le gustaba. Y mucho.
Esa noche escribí mi carta para Josh.
Querido Josh…
Lloré mucho. Y así fue como terminó. Terminó antes incluso de tener mi
oportunidad. Lo importante no era que Josh hubiese escogido a Margot, sino que
Margot le había escogido a él.
Ése era el fin. Lloré a mares. Escribí mi carta. Lo dejé todo atrás. No he
vuelto a pensar en él de esa forma desde entonces. Están HEUPEO. Hechos el
uno para el otro.
Sigo estando despierta cuando Margot regresa a la cama, pero cierro los ojos
rápido y finjo dormir. Kitty está acurrucada a mi lado.
Me parece oír un sorbido y miro a Margot de reojo. Está de espaldas a
nosotras. Le tiemblan los hombros. Está llorando.
Margot no llora nunca.
Ahora que he visto a Margot llorar por él, estoy más convencida que nunca:
estos dos no han terminado.
7
Al día siguiente, llevamos a Margot al aeropuerto. Una vez fuera, cargamos las
maletas en un portaequipajes. Kitty intenta subirse encima para bailar, pero papá
la hace bajar enseguida. Margot insiste en entrar sola, como dijo que haría.
—Margot, al menos déjame que te acompañe a facturar el equipaje. Quiero
ver cómo cruzas el control de seguridad —dice papá, mientras intenta maniobrar
el portaequipaje en torno a Margot.
—No me va a pasar nada. Ya he volado sola en avión. Sé cómo hacerlo —
repite. Se pone de puntillas y le da un abrazo a papá—. Llamaré en cuanto llegue,
te lo prometo.
—Llama todos los días —susurro. El nudo que tengo en la garganta no para de
crecer y se me escapan unas cuantas lágrimas. Esperaba no llorar porque sabía
que Margot no lo haría y llorar sola es patético, pero no puedo evitarlo.
—Ni se te ocurra olvidarte de nosotras —le advierte Kitty.
El comentario hace sonreír a Margot.
—Eso es imposible.
Nos abraza una vez más. Me deja a mí para el final. Como sabía que haría.
—Cuida bien de papá y de Kitty. Ahora estás a cargo.
No quiero soltarla, así que la abrazo más fuerte. Sigo esperando una señal,
una indicación de que nos echará de menos tanto como nosotros a ella. Y
entonces se pone a reír y la suelto.
—Adiós, Gogo —digo, y me enjugo las lágrimas con el filo de la camiseta.
Los tres la observamos mientras empuja el carrito hasta el mostrador de
facturación. Estoy llorando a lágrima viva, secándome las lágrimas con el dorso
del brazo. Papá nos rodea con el brazo a Kitty y a mí.
—Esperaremos hasta que esté en la fila para pasar el control de seguridad.
Cuando termina de facturar el equipaje, se da la vuelta y nos mira a través de
las puertas de cristal. Levanta una mano, se despide y se dirige a la fila del
control de seguridad. Contemplamos cómo se aleja, pensando que quizá se
vuelva una vez más, pero no lo hace. Ya parece muy lejana. Margot, la chica de
las matrículas de honor, siempre competente. Cuando me llegue la hora de
marcharme, dudo mucho que sea tan fuerte como Margot. Pero, ahora en serio,
¿quién lo es?
Lloro durante todo el camino de vuelta a casa en el asiento trasero del coche.
Kitty me dice que soy más niña que ella, me agarra de la mano y la aprieta con
fuerza, y sé que ella también está triste.
A pesar de que Margot no es una persona ruidosa, en casa parece reinar el
silencio. En cierto modo está vacía. ¿Cómo será cuando me marche dentro de
dos años? ¿Qué van hacer papá y Kitty? No soporto la idea de que lleguen a una
casa vacía y oscura sin Margot y sin mí. Quizá no me marche muy lejos; tal vez
incluso pueda vivir en casa, al menos durante el primer semestre. Creo que eso
sería lo correcto.
8
Esa misma tarde, Chris me llama por teléfono y me dice que me encuentre con
ella en el centro comercial. Quiere mi opinión sobre una chaqueta de piel y, para
ver el efecto completo, tengo que verla en persona. Estoy orgullosa de que me
pida mi opinión de sastre y me sentaría bien salir de casa y no seguir estando
triste, pero conducir sola hasta el centro comercial me pone nerviosa. Yo (y todo
el mundo, en realidad) me considero una conductora asustadiza.
Le pregunto si puede enviarme una foto, pero Chris me conoce demasiado
bien.
—Nop. Arrastra el culo hasta aquí, Lara Jean. No aprenderás a conducir
mejor hasta que hagas de tripas corazón y te decidas a hacerlo.
Así que eso es lo que hago: conduzco el coche de Margot al centro comercial.
Tengo el carnet y todo, pero me falta seguridad. Mi padre me ha dado clases
muchas veces, y Margot también y, con ellos en el coche, no tengo ningún
problema, pero me pongo nerviosa cuando conduzco sola. Lo que me asusta es
cambiar de carril. No me gusta apartar la vista ni por un momento de lo que está
ocurriendo justo enfrente. Tampoco me gusta conducir deprisa.
Pero lo peor de todo es que tiendo a perderme. Los únicos lugares adonde soy
capaz de llegar con absoluta seguridad son la escuela y la tienda de comestibles.
Nunca he tenido que aprender cómo llegar al centro comercial porque Margot
nos llevaba siempre. Pero ahora sé que tengo que esforzarme porque soy la
responsable de llevar a Kitty. Aunque la verdad es que Kitty se orienta mejor que
yo. Sabe cómo llegar a montones de sitios. Pero no quiero que tenga que
explicarme cómo llegar a donde sea. Quiero sentirme como la hermana mayor,
quiero que se relaje en el asiento del pasajero, segura en el conocimiento de que
Lara Jean la llevará a donde tiene que ir, como me pasaba a mí con Margot.
Claro que también podría usar el GPS, pero me siento boba pidiéndole que
me indique cómo llegar al centro comercial cuando he estado allí un millón de
veces. En su lugar, me inquieto en cada giro, y dudo cada vez que veo una
entrada a la autopista. ¿Era la norte o la sur? ¿Giro aquí o en la siguiente? Nunca
había tenido que prestar atención.
Pero por ahora todo va bien. Escucho la radio, moviéndome al ritmo de la
canción, e incluso conduzco con una sola mano al volante. Lo hago para fingir
confianza, porque dicen que cuanto más finges, más cierto te acaba pareciendo.
Todo va tan bien que tomo un atajo en lugar de la autopista. Paso por el
vecindario de al lado e, incluso mientras lo hago, empiezo a preguntarme si ha
sido una buena idea. Tras un par de minutos, el paisaje empieza a resultarme
poco familiar y me doy cuenta de que he girado a la izquierda en vez de a la
derecha. Intento contener el pánico que me invade y retroceder.
« Puedes hacerlo, puedes hacerlo» .
Hay una señal de stop a cuatro bandas. No veo a nadie, así que sigo adelante.
Ni siquiera veo el coche que viene a mi derecha. Lo noto antes de verlo.
Chillo hasta quedar ronca. La boca me sabe a cobre. ¿Estoy sangrando? ¿Me
he mordido la lengua? La toco y sigue ahí. El corazón me late a mil por hora; me
siento sudada y pegajosa. Respiro profundamente, pero no consigo que me entre
el aire.
Me tiemblan las piernas al salir del coche. El otro conductor ya ha salido, está
inspeccionando su coche de brazos cruzados. Es mayor que mi padre y tiene el
pelo gris y lleva bermudas con langostas rojas estampadas. Su coche está bien,
pero el mío tiene una abolladura enorme a un lado.
—¿No has visto la señal de stop? ¿Estabas enviado mensajes con el teléfono?
—pregunta.
Niego con la cabeza; se me está cerrando la garganta. No quiero llorar.
Mientras no llore…
Parece darse cuenta. La arruga de irritación que tiene entre las cejas se está
suavizando.
—Mi coche parece estar en perfecto estado. ¿Te encuentras bien? —me
pregunta, a regañadientes.
Asiento una vez más.
—Lo siento mucho —respondo.
—Los jóvenes tenéis que ser más prudentes —dice como si yo no hubiese
abierto la boca.
El nudo que tengo en la garganta empieza a crecer.
—Lo siento de verdad, señor.
Hace un ruido que suena como un gruñido.
—Deberías llamar a alguienpara que venga a buscarte. ¿Quieres que espere
contigo? —se ofrece el hombre.
—No, gracias.
¿Y si es un asesino en serie o un pedófilo? No quiero quedarme a solas con un
desconocido.
El hombre se marcha con su coche.
En cuanto desaparece, se me ocurre que debería haber llamado a la policía
mientras estaba aquí. ¿No se supone que tienes que llamar a la policía siempre
que haya un accidente de coche, pase lo que pase? Estoy casi segura de que nos
lo enseñaron en la autoescuela. Así que he cometido otro error.
Me siento en la cuneta y miro fijamente el coche de Margot. No llevo ni dos
horas con él, y ya lo he destrozado. Apoy o la cabeza en mi regazo y me siento
hecha una bola. Me empieza a doler el cuello. Es entonces cuando empiezan a
brotar las lágrimas. A mi padre no le hará ninguna gracia. A Margot tampoco.
Los dos estarán de acuerdo en que no debería estar conduciendo por la ciudad sin
supervisión, y quizá tengan razón. Quizá aún no esté preparada. Quizá no lo esté
nunca. Quizá cuando sea vieja, mis hermanas y mi padre tendrán que llevarme a
los sitios porque soy una inútil.
Saco el teléfono y llamo a Josh. Cuando responde, digo:
—Josh, ¿puedes hacerme un favor? —y me tiembla tanto la voz que me
siento abochornada.
Y claro que se da cuenta, porque es Josh. Enseguida se pone serio.
—¿Qué ha ocurrido?
—He tenido un accidente de coche. No sé ni dónde estoy. ¿Puedes venir a
buscarme?
—¿Te has hecho daño? —pregunta.
—No, estoy bien. Es que… —Si pronuncio una palabra más, romperé a llorar.
—¿Qué señales ves? ¿Qué tiendas?
Estiro el cuello para echar un vistazo alrededor.
—Falstone. Estoy en el 8109 de Falstone Road —respondo mirando al buzón
más cercano.
—Voy de camino. ¿Quieres que siga al teléfono contigo?
—No hace falta —cuelgo y empiezo a llorar.
No sé cuánto tiempo llevo allí sentada llorando cuando otro coche se detiene
frente a mí. Levanto la vista y es el Audi negro de Peter Kavinsky con las lunas
tintadas. Una de las ventanillas desciende.
—¿Lara Jean? ¿Estás bien?
Asiento y, con un gesto, lo invito a marcharse. Vuelve a subir la ventanilla y
pienso que se va a marchar de verdad, pero entonces aparca a un lado. Sale de su
coche y empieza a inspeccionar el mío.
—La has fastidiado bien. ¿Tienes la información del seguro del otro tío?
—No, su coche estaba bien —respondo, mientras me seco las lágrimas
furtivamente—. Fue culpa mía.
—¿Tienes seguro?
Asiento.
—¿Los has llamado?
—No, pero viene alguien.
Peter se sienta a mi lado.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí sentada y llorando sola?
Aparto la cara y me vuelvo a secar las mejillas.
—No estoy llorando.
Peter Kavinsky y yo éramos amigos antes de que se convirtiese en Kavinsky,
cuando era Peter K. Formábamos parte de la pandilla en la escuela. Los chicos
eran Peter Kavinsky, John Ambrose McClaren y Trevor Pike. Las chicas éramos
Genevieve y y o y Allie Feldman, que vivía al final de la manzana, y a veces
Chris. De pequeña, Genevieve vivía a dos calles de distancia. Resulta curioso lo
importante que es la proximidad durante la infancia. Quién sea tu mejor amigo
depende directamente de lo cerca que estén vuestras casas. Con quién te sientes
depende de lo cerca que estén vuestros apellidos en el alfabeto. Es un gran juego
de azar. En octavo, Genevieve se mudó a otro vecindario y seguimos siendo
amigas un tiempo más. Venía al vecindario a pasar el rato, pero algo había
cambiado. Al llegar al instituto, Genevieve nos había eclipsado. Seguía siendo
amiga de los chicos, pero la pandilla de chicas estaba acabada. Allie y yo
continuamos siendo amigas hasta que se mudó el año pasado, pero siempre había
algo humillante cuando estábamos juntas, como si fuésemos dos rebanadas de
pan sobrantes y juntas formásemos un sándwich seco.
Ya no somos amigos. Ni Genevieve y y o, ni Peter y yo. Por eso me resultaba
tan extraño estar sentada a su lado en una acera cualquiera como si el tiempo no
hubiese pasado.
Le suena el móvil y se lo saca del bolsillo.
—Me tengo que ir.
—¿Adónde vas? —sollozo.
—A casa de Gen.
—Entonces, más te vale ir tirando. Genevieve se enfadará si llegas tarde.
Peter suelta un resoplido como si no le importase, pero se levanta de golpe.
Me pregunto cómo será ejercer tanto poder sobre un chico. No creo que me
gustase. Tener el corazón de alguien en tus manos entraña mucha
responsabilidad. Está entrando en su coche cuando, como si se le ocurriese de
repente, pregunta:
—¿Quieres que llame al seguro por ti?
—No hace falta. Pero gracias por parar. Ha sido muy amable de tu parte.
Peter sonríe de oreja a oreja. Recuerdo eso de Peter: lo mucho que le gustan
los refuerzos positivos.
—¿Te sientes mejor?
Asiento una vez más. La verdad es que sí.
—Bien.
Tiene el aspecto de un Chico Guapo de otros tiempos. Podría ser un gallardo
soldado de la primera guerra mundial, tan atractivo que su chica esperaría su
regreso de la guerra durante años, tan apuesto que podría esperar para siempre.
Podría llevar una chaqueta deportiva, conducir un Corvette con la capota bajada
y una mano en el volante, de camino a recoger a una chica para llevarla a un
baile de los años cincuenta. Peter tiene el tipo de atractivo honrado que parece
más del ayer que de hoy. Tiene algo que les gusta a las chicas.
Fue el primer chico que besé. Me resulta muy extraño cuando pienso en ello.
Parece que ocurrió hace una eternidad, pero tan sólo fue hace cuatro años.
Josh aparece un minuto después, mientras le envío a Chris un mensaje para
avisarle de que no iré al centro comercial. Me pongo de pie.
—¡Cuánto has tardado!
—Me dij iste el 8109. ¡Éste es el 8901!
—No, dije el 8901 —respondo con seguridad.
—No, estoy seguro de que dij iste el 8109. ¿Y por qué no respondes al móvil?
Josh sale del coche y, cuando ve la abolladura, se queda boquiabierto.
—Mierda. ¿Ya has llamado al seguro?
—No. ¿Te importa hacerlo tú?
Josh llama y luego nos sentamos en su coche con el aire acondicionado
encendido mientras esperamos. He estado a punto de sentarme en el asiento
trasero, cuando de repente me he acordado de que Margot y a no está. He ido en
su coche montones de veces, pero creo que nunca me había sentado delante.
—Mmm… Sabes que Margot te matará por esto, ¿no?
Giro la cabeza tan rápido que el pelo me golpea la mejilla.
—Margot no se va a enterar. ¡No le digas nada!
—¿Cuándo iba a hablar con ella? Hemos roto, ¿te acuerdas?
Frunzo el ceño.
—No soporto cuando la gente hace eso. Les pides que te guarden un secreto
y, en lugar de contestar sí o no, responden: « ¿A quién se lo voy a contar?» .
—¡No he dicho « ¿A quién se lo voy a contar?» !
—Di sí o no. No lo conviertas en una pregunta.
—No le diré nada a Margot. Esto quedará entre tú y y o. Te lo prometo. ¿De
acuerdo?
—De acuerdo.
Entonces se hace el silencio y ninguno de los dos dice nada. Tan sólo se oy e el
ruido del aire fresco que sale de los conductos de ventilación.
Se me revuelve el estómago al pensar en cómo se lo explicaré a mi padre.
Quizá debería darle la noticia con lágrimas en los ojos para que se apiade de mí.
O podría decir algo del estilo « Tengo una noticia buena y otra mala. La buena es
que estoy bien, no tengo ni un rasguño. La mala es que el coche está
destrozado» . Quizá « destrozado» no sea la palabra más adecuada.
Estoy dándole vueltas a cuál sería la mejor palabra cuando Josh dice:
—¿Así que vas a dejar de hablarme sólo porque Margot y yo hayamos roto?
El tono de Josh es jocosamente amargado o amargadamente jocoso, si es que
existe tal combinación.
Lo miro sorprendida.
—No seas bobo. Claro que seguiré hablándote. Pero no en público.
Éste es el papel que interpreto con él: el de la hermana pequeña exasperante.
Como si fuese igual que Kitty. Como si no nos llevásemos sólo un año. Josh no
sonríe, parece abatido, así que choco la frente con la suy a.
—¡Era una broma, tontorrón!
—¿Te explicó lo que pensaba hacer? Quiero decir, ¿formaba parte de su plan?
Cuando me ve titubear, añade:
—Venga, sé que te lo cuenta todo.
—La verdad es que no. Al menos, esta vez no. De verdad,Josh. No sabía
nada. Te lo prometo —le aseguro con la mano en el corazón.
Josh asimila mis palabras. Se mordisquea el labio inferior, y reflexiona:
—Puede que cambie de idea. Es posible, ¿no?
No sé si es más cruel decir que sí o que no porque sufrirá de todos modos.
Porque, a pesar de que estoy al 99,99999 por cien segura de que volverán a estar
juntos, existe la pequeña posibilidad de que no, y no quiero darle esperanzas. Así
que no digo nada.
Josh traga con fuerza, y su nuez sube y baja.
Apoyo la cabeza en su hombro y digo:
—Nunca se sabe, Joshy.
Josh mantiene la mirada al frente. Una ardilla sube a un roble a toda
velocidad. Sube y vuelve a bajar otra vez. Los dos la contemplamos.
—¿A qué hora aterriza?
—Todavía faltan unas cuantas horas.
—Vendrá… ¿Vendrá a casa por Acción de Gracias?
—No. No tienen vacaciones por Acción de Gracias. Es Escocia, Josh. No
celebran festividades estadounidenses. —Quería decirlo con tono jocoso, pero
me sale desganado.
—Tienes razón.
—Pero vendrá en Navidad —añado, y los dos suspiramos.
—¿Puedo seguir viéndoos? —me pregunta Josh.
—¿A Kitty y a mí?
—Y a tu padre también.
—No nos vamos a ir a ninguna parte —le aseguro.
Josh parece aliviado.
—Bien. No soportaría perderos también a vosotros.
En cuanto lo dice, se me detiene el corazón y me olvido de respirar y, por un
momento, me siento mareada. Y luego, como suele suceder, el sentimiento, ese
extraño aleteo en el pecho desaparece y llega la grúa.
Llegamos a casa.
—¿Quieres que te acompañe a decírselo a tu padre? —se ofrece.
Me animo hasta que me acuerdo de que Margot dijo que ahora y o estaba a
cargo. Estoy casi segura de que responsabilizarte de tus errores forma parte de
estar al cargo.
9
Papá al final no se enfada tanto. Completo toda mi perorata sobre la noticia
buena y la noticia mala, y papá se limita a suspirar y a comentar:
—Mientras tú estés bien…
El coche necesita una pieza especial que tienen que traer de Indiana o de
Idaho, no me acuerdo de cuál. Mientras tanto, tendré que compartir el coche con
papá, o ir a clase en autobús, o pedirle a Josh que me lleve, pero eso y a lo tenía
pensado.
Margot llama esa misma noche. Kitty y yo estamos viendo la tele y le grito a
papá para que venga corriendo. Nos sentamos en el sofá y nos vamos pasando el
teléfono, hablando con ella por turnos.
—Margot, ¡adivina lo que ha pasado! —chilla Kitty.
Niego con la cabeza frenéticamente. « No le digas lo del coche» , articulo con
los labios en silencio. Una advertencia en mi mirada.
—Lara Jean tuvo… —Kitty se detiene para crear suspense—. Una pelea con
papá. Sí, ha sido mala conmigo y papá le dijo que se portase bien, así que se
pelearon.
Le quito el teléfono de las manos.
—No nos hemos peleado, Gogo. Kitty sólo quiere fastidiar.
—¿Qué habéis cenado? ¿Habéis preparado el pollo que descongelé anoche?
—pregunta Margot. Su voz suena muy remota.
Subo el volumen del teléfono.
—Sí, pero olvídate de eso. ¿Ya te has instalado en tu habitación? ¿Es grande?
¿Cómo es tu compañera de habitación?
—Es agradable. Viene de Londres y tiene un acento muy sofisticado. Se
llama Penelope Saint George-Dixon.
—Anda, hasta su nombre es sofisticado. ¿Y qué tal tu habitación?
—La habitación es más o menos del mismo tamaño que la que vimos en los
dormitorios de la Universidad de Virginia, pero más antigua.
—¿Qué hora es allí?
—Casi medianoche. Vamos con cinco horas de adelanto, ¿te acuerdas?
« Vamos con cinco horas de adelanto» , como si ya considerase Escocia su
hogar… ¡y todavía no lleva allí ni un día!
—Ya te echamos de menos —le digo.
—Yo también.
Después de cenar, le envío un mensaje a Chris para ver si quiere pasarse,
pero no me contesta. Seguro que está por ahí con uno de los chicos con los que se
enrolla. No pasa nada. Tendría que ponerme al día con mi álbum de recortes.
Esperaba terminarlo antes de que Margot se marchase a la universidad, pero,
como cualquiera que haya hecho un álbum de recortes sabrá, Roma no se
construy ó en un día. Podrías pasarte un año o más trabajando en un único álbum.
Está sonando música Motown y he colocado todos los materiales a mi
alrededor en un semicírculo. La taladradora en forma de corazón, páginas y más
páginas de papel para hacer álbumes de recortes, fotos que he recortado de
revistas, la pistola de encolar, el dispensador de cinta adhesiva con todas mis
cintas de colores. Recuerdos, como un programa de cuando fuimos a ver Wicked
a Nueva York, recibos y fotos. Lazos, botones, pegatinas, abalorios. Un buen
álbum de recortes debe tener textura. Son gruesos, robustos y no se cierran del
todo.
Estoy trabajando en la página de Josh y Margot. Me da igual lo que diga
Margot. Volverán a estar juntos, lo sé. Y aunque no sea así, al menos no
enseguida, tampoco es que Margot pueda hacer como si no hubiera existido. Ha
sido una parte muy importante de su último año. Y de su vida. El único
compromiso que estoy dispuesta a alcanzar es que, aunque estaba guardando la
cinta adhesiva de corazones específicamente para esta página, puedo hacerlo con
cinta de cuadros normal. Aunque claro, al poner la cinta sobre las fotos veo que
los colores no combinan muy bien. Así que al final utilizo la cinta de corazones.
Moviéndome al ritmo de la música, recorto en forma de corazón una foto de los
dos en el baile de fin de curso. A Margot le va a encantar.
Estoy pegando con mucho cuidado un pétalo de rosa seco del ramillete de
Margot cuando papá llama a la puerta.
—¿Qué andas haciendo? —me pregunta.
—Esto —le respondo mientras pego otro pétalo—. Si sigo así, lo tendré
terminado para Navidad.
—Ah. —Mi padre no se mueve. Permanece junto a la puerta, observándome
mientras trabajo—. Bueno, voy a ver ese documental nuevo de Ken Burns. Si
quieres venir…
—Puede que luego —le digo para ser amable. Sería un rollo tener que bajar
todos los materiales y volver a organizarme. Ahora estoy en racha—. ¿Por qué
no empiezas sin mí?
—Muy bien. Te dejo a lo tuyo, entonces.
Papá arrastra los pies escalera abajo.
Tardo casi toda la noche, pero termino la página de Josh y Margot, y queda
muy bien. La siguiente es la página de las hermanas. En ésta, utilizaré un papel
estampado de flores para el fondo y pegaré una foto de las tres de hace tiempo.
La tomó mamá. Estamos de pie frente al roble de delante de casa con nuestra
ropa de los domingos. Las tres llevamos vestidos blancos y lazos rosa a juego en
el pelo. Lo mejor de la foto es que Margot y yo sonreímos con dulzura, mientras
que Kitty tiene el dedo metido en la nariz.
Sonrío para mí misma. A Kitty le dará un pasmo cuando vea esta página. No
puedo esperar.
10
Margot dice que el penúltimo año de instituto es el más importante, el más
atareado, un año tan importante que el resto de tu vida depende de él. Así que
decido que debería leer todo lo que me apetece antes del inicio de las clases la
semana próxima y de que el penúltimo año empiece de manera oficial. Estoy
sentada en los peldaños de delante de casa, leyendo una novela romántica
británica de espías de los años ochenta que compré por 75 centavos en una
liquidación organizada por Los Amigos de la Biblioteca.
Estoy llegando a lo bueno (¡Cressida tiene que seducir a Nigel para obtener
acceso a los códigos secretos!) cuando Josh sale de casa para recoger el correo.
Él también me ve. Levanta la mano como si sólo fuese a saludar, pero al final
viene.
—Eh, bonito pijama —dice mientras se aproxima por el camino de entrada.
Es de un azul apagado con girasoles y se ata en torno al cuello. Lo compré en
una tienda vintage, 75 por ciento de descuento. Y no es un pijama.
—Es un traje de playa —le respondo, y vuelvo a mi libro. Intento tapar
sutilmente la cubierta con la mano. Lo último que necesito es que Josh se burle de
mí por leer una chorrada de libro cuando intento pasar una tarde relajada.
Siento que su mirada se posa sobre mí, con los brazos cruzados, esperando.
Levanto la vista.
—¿Qué?
—¿Quieres ir a ver una peli esta noche al Bess? Dan una de Pixar. Nos
podemosllevar a Kitty.
—Vale, envíame un mensaje cuando quieras salir —contesto, y paso página.
Nigel le está desabrochando la blusa a Cressida, y ella se está preguntando
cuándo hará efecto la pastilla para dormir que le puso en el Merlot, aunque
también espera que no sea demasiado pronto porque Nigel besa muy bien.
Josh alarga el brazo e intenta echarle un vistazo de cerca al libro. Le aparto la
mano de un manotazo, pero no antes de que lea en voz alta:
—« El corazón de Cressida latía desbocado mientras la mano de Nigel le
recorría el muslo por encima de sus medias de seda» . —Josh se parte de risa—.
¿Qué demonios estás leyendo?
Me arden las mejillas.
—Cállate.
Josh retrocede riendo entre dientes.
—Te dejo con Cressida y con Noel.
—¡Para tu información, se llama Nigel! —grito en cuanto me da la espalda.
Kitty está encantada de salir con Josh. Cuando Josh le pide a la chica del puesto
de comida que disponga la mantequilla en capas en las palomitas (en el fondo, en
medio y encima), las dos le ofrecemos una mirada aprobadora. Kitty se sienta
entre ambos y, en los fragmentos cómicos, se ríe tanto que da patadas en el aire.
Pesa tan poco que el asiento se le levanta continuamente. Josh y yo compartimos
sonrisas por encima de su cabeza.
Siempre que Josh, Margot y yo íbamos al cine, Margot se sentaba en el
centro. Era para poder cuchichear con los dos. No quería que me sintiese
excluida porque tenía novio, y nunca me pasó. Al principio le ponía tanto empeño
que me temía que hubiese notado algo de lo de antes. Pero no es el tipo de
persona que se calla o que maquilla la verdad. Tan sólo es una hermana may or
fantástica. La mejor.
Pero sí hubo ocasiones en las que me sentí excluida. No en el sentido
romántico, sino debido a mi amistad con Josh. Josh y yo siempre habíamos sido
amigos. Pero cuando rodeaba a Margot con el brazo mientras hacíamos cola
para comprar las palomitas, o cuando estábamos en el coche y se ponían a
cuchichear, me sentía como la niña pequeña sentada en el asiento trasero que no
oy e lo que dicen sus padres, y me hacían sentir como si fuera invisible. Hacían
que desease tener a alguien con quien susurrar en el asiento de atrás.
Se me hace raro ser la que está en el asiento de delante. La vista no es tan
distinta. De hecho, todo parece normal e igual, lo que resulta un consuelo.
Chris me llama esa misma noche mientras me estoy pintando las uñas de los pies
en distintos tonos de rosa. El ruido de fondo es tan alto que tiene que chillar.
—¡Adivina qué!
—¿Qué? ¡Casi no te oigo!
Me estoy pintando el dedo pequeño del pie con un tono ponche de frutas
llamado Hit Me with Your Best Shot.
—Espera un momento. —Chris debe cambiar de habitación porque el ruido
disminuye—. ¿Me oyes ahora?
—Sí, mucho mejor.
—Adivina quiénes han roto.
He cambiado a un color rosa que parece Tipp-Ex con una gota de rojo.
—¿Quiénes?
—¡Gen y Kavinsky ! Ella le ha plantado.
Los ojos se me ponen como platos.
—¡Hala! ¿Por qué?
—Parece ser que conoció a un chico de la Universidad de Virginia mientras
trabajaba de azafata. Te garantizo que ha estado engañando a Kavinsky todo el
verano.
Un tipo llama a Chris, y ésta dice:
—Me tengo que ir. Es mi turno de jugar a la petanca.
Chris cuelga sin despedirse, como siempre.
De hecho, conocí a Chris gracias a Genevieve. Son primas. Sus madres son
hermanas. Chris acostumbraba a venir de visita cuando éramos pequeñas, pero ni
siquiera entonces se llevaba bien con Gen. Discutían sobre qué Barbie debía
quedarse con Ken cuando sólo había un Ken. Yo ni siquiera me molestaba en
pelearme por Ken, aunque técnicamente era mío. Bueno, de Margot. En clase,
mucha gente no sabe que Gen y Chris son primas. No se parecen en nada: Gen
es pequeña, de brazos torneados y pelo rubio del color de la margarina. Chris
también es rubia, pero rubia oxigenada y es más alta y tiene una espalda amplia
de nadadora. Sin embargo, hay ciertas semejanzas entre las dos.
Durante nuestro primer año, Chris era bastante alocada. Iba a todas las
fiestas, se emborrachaba y se enrollaba con chicos may ores. Ese año, un chico
de segundo año del equipo de lacrosse le contó a todo el mundo que Chris se
había acostado con él en el vestuario de chicos, pero no era cierto. Genevieve
obligó a Peter a amenazarle con que le partiría la cara si no contaba la verdad.
Me pareció un gesto muy bondadoso por parte de Genevieve, pero Chris insistió
en que sólo lo había hecho para que la gente no pensase que era pariente de una
zorra. Después de eso, Chris dejó de salir con gente de clase y empezó a
montárselo con gente de otras escuelas.
Aún conserva la reputación de su primer año. Se comporta como si no le
importase, pero sé que sí. Al menos, un poco.
11
El lunes, papá prepara lasaña. La prepara con salsa de frijoles negros para darle
un toque diferente. Por asqueroso que suene, la verdad es que está muy rico y ni
siquiera notas los frijoles. Josh también viene y devora tres porciones de lasaña,
y mi padre está encantado. Cuando sale a relucir el nombre de Margot en la
conversación, veo que Josh se pone tenso, y lo siento por él. Kitty también debe
de notarlo porque cambia de tema y se pone a hablar del postre: una hornada de
brownies de mantequilla de cacahuete que he preparado esta misma tarde.
Como papá se ha ocupado de cocinar, los jóvenes tenemos que limpiar la
cocina. Papá la ha ensuciado toda preparando la lasaña, así que limpiarla es un
rollo, pero vale la pena.
Después, los tres nos relajamos delante de la tele. Es domingo por la noche,
pero la atmósfera no es de domingo porque mañana es el Día del Trabajo y
tenemos otro día libre antes de que empiecen las clases. Kitty está trabajando en
su collage de perros, quelle surprise.
—¿Qué tipo de perro prefieres? —le pregunta Josh.
Kitty responde veloz como un rayo.
—Un akita.
—¿Chico o chica?
Su respuesta vuelve a ser rauda.
—Chico.
—¿Cómo lo llamarás?
Kitty titubea, y sé la razón. Me doy la vuelta y le hago cosquillas en los pies.
—Sé qué nombre le pondrás —canturreo.
—¡No digas nada, Lara Jean! —berrea Kitty.
Ahora he captado toda la atención de Josh.
—Venga, dímelo —implora Josh.
Miro a Kitty. Tiene los ojos rojos y brillantes.
—Da igual —concluyo, y de repente me siento nerviosa. Puede que Kitty sea
la pequeña de la familia, pero no es el tipo de persona a la que quieres ver
enfadada.
Josh me tira del pelo y dice:
—¡Vamos, Lara Jean! ¡No me dejes en este sinvivir!
Me apoy o sobre los codos y Kitty intenta taparme la boca con la mano. Entre
risas, digo:
—Es el nombre del chico que le gusta.
—¡Cállate, Lara Jean, cállate!
Kitty me da una patada y, al hacerlo, arranca por accidente la foto de un
perro. Kitty suelta un chillido y cae de rodillas para examinarla. La cara se le ha
puesto roja del esfuerzo por no llorar. Me siento como una imbécil. Me pongo
derecha e intento disculparme con un abrazo, pero ella se zafa y me da una
patada en las piernas. Es tan fuerte que se me escapa un chillido. Recojo la foto e
intento volver a pegarla, pero Kitty me la arrebata de las manos y se la entrega a
Josh.
—Josh, arréglala. Lara Jean la ha destrozado.
—Kitty, sólo era una broma —me excuso sin convicción. No iba a revelar el
nombre del chico. Nunca lo haría.
Kitty me hace caso omiso. Josh alisa la foto con un posavasos y, con una
concentración digna de un cirujano, vuelve a pegar las dos partes. Finge secarse
el sudor de las cejas.
—Uf. Creo que sobrevivirá.
Aplaudo e intento llamar la atención de Kitty, pero ésta evita mirarme. Sé que
me lo merezco. El chico que le gusta es… Josh.
Kitty le quita el collage de las manos a Josh.
—Voy a trabajar arriba. Buenas noches, Josh —se despide con frialdad.
—Buenas noches, Kitty —dice Josh.
—Buenas noches, Kitty —le contesto con suavidad, pero ya está corriendo
escalera arriba y no responde.
Cuando oímos el sonido de su puerta al cerrarse, Josh me mira y sentencia:
—Te has metido en un buen lío.
—Lo sé.
Tengo un nudo en el estómago. ¿Por qué lo he hecho? Incluso mientraslo
decía, sabía que estaba mal. Margot no me lo habría hecho jamás. Las hermanas
mayores no deberían tratar así a sus hermanas pequeñas, sobre todo cuando se
llevan tantos años como Kitty y yo.
—¿Quién es el chico que le gusta?
—Uno de la escuela.
Josh suspira.
—¿Ya tiene edad de que le guste un chico? Me parece que es un poco joven
para eso.
—A mí me gustaba un chico cuando tenía nueve años —replico. Todavía
estoy pensando en Kitty. Me pregunto qué puedo hacer para que se le pase el
enfado. No creo que baste con unas galletas de azúcar y canela.
—¿Quién? —me pregunta Josh.
—¿Quien qué? —Puede que si convenzo a papá de que le compre un
cachorro…
—¿Quién fue tu primer amor?
—Mmm, ¿mi primer amor de verdad?
Me enamoré de muchos chicos en el jardín de infancia y en primero y en
segundo, pero ésos no cuentan.
—¿El primero que me gustó de verdad?
—Sí.
—Bueno… Supongo que Peter Kavinsky.
A Josh casi le da una arcada.
—¿Kavinsky? ¿En serio? Es tan obvio. Pensé que te gustaría alguien… No sé,
más sutil. Peter Kavinsky es un cliché. Es el estereotipo del chico guay de las
películas de instituto.
Me encojo de hombros.
—No haber preguntado.
—Vay a. —Sacude la cabeza—. Tan sólo… Vaya.
—Antes no era así. A ver, ya era Peter, pero no tanto.
Josh sigue mostrándose escéptico.
—Eres un chico, así que no entiendes de lo que hablo.
—Tienes razón. ¡No lo entiendo!
—Eh, ¡a ti te gustaba la señorita Rothschild!
Josh se pone rojo como un tomate.
—¡Entonces era muy guapa!
—Ajá. —Le lanzo una mirada cómplice—. Era muy « guapa» .
Nuestra vecina de enfrente, la señorita Rothschild, acostumbraba a cortar el
césped en pantaloncitos cortos y sujetador de biquini. Daba la casualidad de que
los chicos del vecindario se reunían para jugar en el patio de Josh esos mismos
días.
—Además, la señorita Rothschild no fue mi primer amor.
—¿Ah, no?
—No. Fuiste tú.
Tardo unos segundos en procesar la información. E incluso así, lo único que
consigo responder es:
—¿Eh?
—Cuando me mudé aquí. Antes de descubrir tu verdadera personalidad.
Le doy una patada en la espinilla, y prosigue:
—Yo tenía doce años y tú once. Te dejé montar en mi patinete, ¿te acuerdas?
Ese patinete era la niña de mis ojos. Ahorré durante dos años para comprarlo. Y
te dejé subir a ti.
—Pensaba que estabas siendo generoso.
—Te estrellaste con él y dejaste un arañazo enorme en un lateral. ¿Te
acuerdas?
—Sí, me acuerdo de que lloraste.
—No lloré. Estaba molesto, como es lógico. Y así acabó mi pequeño
enamoramiento.
Josh se pone de pie y vamos hasta el vestíbulo.
Antes de abrir la puerta, Josh se vuelve y me dice:
—No sé que habría hecho si no hubieses estado ahí después de… Después de
que Margot me dejase.
El rubor se le extiende por las mejillas, debajo de cada diminuta peca.
—Me ayudas a seguir adelante, Lara Jean.
Josh me mira y lo siento todo, cada recuerdo, cada momento que hemos
compartido. Entonces, me da un abrazo rápido y firme y desaparece en la
noche.
Estoy allí de pie con la puerta abierta, y la idea aparece en mi mente. Es tan
veloz, y tan inesperada, que no puedo reprimirla:
« Si fueses mío, no habría roto contigo ni en un millón de años» .
12
Así fue como conocimos a Josh. Estábamos celebrando un picnic con ositos de
peluche en el patio de atrás, con té de verdad y magdalenas. Había que hacerlo
en el patio de atrás para que nadie lo viese. Tenía once años, y era demasiado
may or para eso, y Margot tenía trece años, y era muy, muy mayor para ese tipo
de cosas. Se me metió la idea en la cabeza porque lo leí en un libro. Gracias a
Kitty, pude fingir que lo organizaba para ella y convencerla de que jugase con
nosotras. Mamá había muerto el año anterior y, desde entonces, Margot casi
nunca decía que no a nada si era para Kitty.
Lo habíamos extendido todo sobre la antigua manta de bebé de Margot, que
era azul y nudosa, con un estampado de ardillas. Coloqué un juego de té
desconchado de Margot, minimagdalenas azucaradas de arándanos que había
obligado a papá a comprar en la tienda de comestibles, y un osito de peluche
para cada una de nosotras. Todas llevábamos sombreros porque yo había
insistido:
—Tienes que llevar sombrero para tomar el té.
No dejé de repetirlo hasta que Margot se puso el suy o para hacerme callar.
Llevaba el sombrero de paja que mamá se ponía para trabajar en el jardín, Kitty
llevaba una gorra de tenis y yo había embellecido un viejo sombrero de piel de
la abuela fijándole unas cuantas flores de plástico.
Estaba sirviendo té tibio de un termo cuando Josh trepó por la valla y se
dedicó a observarnos. El mes anterior, desde el cuarto de los juguetes, habíamos
visto cómo se mudaba la familia de Josh. Queríamos que fuesen chicas, pero
vimos que los de la mudanza descargaban una bicicleta de chico y regresamos a
nuestros juegos.
Josh permaneció sentado en la valla. Margot estaba tensa y avergonzada,
pero no se quitó el sombrero; tenía las mejillas rojas, pero se dejó el sombrero
puesto. Kitty fue la primera en saludarle.
—Hola, chico.
—Hola —respondió él. Iba un poco desgreñado y no dejaba de apartarse el
pelo de los ojos. Llevaba una camiseta roja con un agujero en el hombro.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Kitty.
—Josh.
—Deberías jugar con nosotras —le ordenó Kitty.
Así que lo hizo.
Entonces no sabía lo importante que llegaría a ser este chico para mí y para
la gente a la que más quiero. Pero incluso de haberlo sabido, ¿qué habría hecho
para cambiarlo? Nunca íbamos a ser él y y o.
13
Creía que lo había superado.
Al escribir mi carta, me había despedido de él y lo había hecho de verdad, lo
juro. No fue tan difícil. Especialmente cuando pensaba en lo mucho que le
gustaba a Margot, lo mucho que le importaba. ¿Cómo podía envidiarle a Margot
su primer amor? Margot, que tanto se había sacrificado por nosotras. Siempre nos
anteponía a Kitty y a mí. Olvidarme de Josh fue mi manera de anteponer a
Margot.
Pero ahora, sentada a solas en el salón, con mi hermana a seis mil kilómetros
de distancia y Josh en la casa de al lado, lo único en lo que pienso es lo siguiente:
« Josh, me gustaste primero. Lo justo sería que fueses mío. Y de estar en su
lugar, te habría escondido en mi maleta y te habría llevado conmigo o, ¿sabes
qué?, me habría quedado. Nunca te habría abandonado. Ni en un millón de años,
por nada del mundo» .
Pensar este tipo de cosas, sentir este tipo de cosas, es más que simple
deslealtad. Lo sé. Es una traición. Hace que sienta que se me ha ensuciado el
alma. Margot se marchó hace menos de una semana y mírame, lo rápido que
me derrumbo. Lo rápido que codicio. Soy una traidora de la peor calaña porque
estoy traicionando a mi propia hermana, y no hay traición mayor que ésa. Pero
ahora, ¿qué? ¿Qué se supone que debo hacer con todos estos sentimientos?
Imagino que sólo puedo hacer una cosa. Le escribiré otra carta. Una posdata
con tantas páginas como sea necesario para eliminar los sentimientos que me
quedan. Enterraré todo esto de una vez por todas.
Voy a mi habitación y busco mi pluma especial, la que tiene la tinta negra
negra. Saco el grueso papel de carta y empiezo a escribir.
P.S. Todavía te quiero.
Todavía te quiero y es un verdadero problema para mí, y también una
verdadera sorpresa. Juro que no lo sabía. Durante todo este tiempo, creí que lo
había superado. ¿Cómo iba estar enamorada de ti cuando Margot es la que te
quiere? Siempre ha sido Margot…
Cuando termino, meto la carta en mi diario en lugar de hacerlo en la
sombrerera. Tengo la sensación de que aún no está acabada, de que me queda
algo más por decir, pero todavía no se me ha ocurrido el qué.
14
Kitty sigue enfadada conmigo. Después de mi gran epifanía, me había olvidado
por completo de Kitty. Me hace caso omiso durante toda la mañana y, cuando le
pregunto si quiere que la lleve a la tienda a comprar material escolar, espeta:
—¿Con qué coche? Destrozaste el de Margot.
¡Ay !
—Iba a tomar prestado el de papá cuando regrese de la ferretería. —Me
aparto de ella lo suficiente como para

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