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LA NOCHE DE LOS ASESINOS - Daniel Tapia

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LA NOCHE DE LOS ASESINOS
La Noche de los Asesinos es un texto dramático escrito en 1965 por el poeta y dramaturgo cubano José Triana; adaptado y dirigido por el maestro Alfredo Durán para su puesta en escena en el teatro Melchor Ocampo, dentro de las actividades del Taller de Montaje de la Licenciatura en Teatro. Contó con la interpretación de las estudiantes de séptimo semestre Guadalupe Gómez y Charlie Díaz y la estudiante de movilidad proveniente de la Academia Superior de Arte de Bogotá, Laura Blanco en su elenco principal; función única y en la que se enfoca esta crítica teatral.
Un montaje escolar es una oportunidad de observar los procesos académicos alcanzar su fruición y esta puesta en escena en particular sabe reflejar el trabajo vertido a lo largo de este semestre: es una obra que, aunque no logra transmitir con efectividad los antecedentes que corresponden al texto original, sí hace por crear una ficción verosímil que envuelve al espectador en la maraña de juegos y verdades en que los personajes se desarrollan: se han suprimido detalles del texto dramático en pos de hacerlo comprensible para el público, sin considerar que se pierde así su relevancia histórica; y también se desdibuja bastante cualquier remanente del origen del mismo, así como la inversión de los acontecimientos en la adaptación (empezando por el juicio contra Lalo y terminando con el asesinato de los padres) denotan la necesidad de la adaptación de digerir la obra antes incluso de entregarla al público.
Por otro lado, es también innegable la efectividad que tiene la obra para estimular al público: existe una química entre las actrices y el actor que logra transmitir un atisbo de la ideología de la obra sin descuidar la adecuación de la misma para un entorno escolar: es digerible y clara en cuanto a los motivos y las intenciones que quiere transmitir. 
Obviando un claro problema técnico que supo resolverse de inmediato, el trabajo de iluminación por parte del maestro José Ramón Segurajáuregui es más que impecable: combinado con un ritmo marcado (aunque afortunadamente no evidente) de la obra, ayuda a generar dinamismo y claridad en los juegos de los hermanos, haciéndolos comprensibles sin regalarlos al público.
El espacio del teatro Ocampo es quizá una arena muy grande para esta representación que, a pesar de ello, logra envolver al público en su atmósfera de incertidumbre, engaño y tensión. Insisto en mencionar cómo la actuación es intensa, impresa de agresión y violencia calculada después de tres funciones en diciembre y enero llevadas a cabo en la sala Silvestre Revueltas, ubicada en el corazón de la Facultad Popular de Bellas Artes.
Como comentario final, es trascendente el detalle de la falta de sonorización como un signo del silencio en que se hunden los hermanos para poder jugar sin que nadie les descubra: al haber música se trivializarían drásticamente los momentos de inflexión que logran tener lugar a lo largo de la representación.
d.t.

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