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inbound6064065913809519908 - Carla Marcela Tamayo (6)

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Table of Contents
AGRADECIMIENTOS
PRÓLOGO
A MODO DE INTRODUCCIÓN
Al principio
LA JUVENTUD Y LAS OPCIONES
EL SALTO DE FE
EL ENCUENTRO
DESCUBRIÉNDOSE EL UNO AL OTRO
DAR EL SÍ
EL INICIO DEL NUEVO CAMINAR
CAMINAR JUNTOS EN EL AMOR
SER FAMILIA
A MODO DE CONCLUSIÓN
3
AUXILIO ME CASÉ… CON UN MÚSICO
 
MARTIN VALVERDE Y ELIZABETH WATSON
TODOS	LOS	DERECHOS	RESERVADOS
 
AGRADECIMIENTOS
 
A nuestros padres, 
por su esfuerzo desde el amor en nosotros.
A nuestros formadores,
por ayudarnos con su luz a cada paso de nuestro matrimonio.
A Romina,
por ser el motor que nos llevó a lograr este escrito.
Al Padre Marcos,
por invertir en nosotros cuando menos tiempo tenía.
A Nachito,
por sus increíbles fotografías y darnos una portada sin parámetros.
A ti,
por tener este escrito en tus manos (digital o en papel).
A nuestras familias y amigos,
por ser parte directa de esta historia. A nuestros hijos por su apoyo en dejarnos sacar este proyecto.
Y al Tercer Hilo,
porque sin Él, ni este libro, ni nada sería una realidad.
 
 
 
	
4
	
PRÓLOGO
 
Es	una	bendición	 contar	 con	un	amigo.	Doble	bendición	 cuando	 tienes	por
amigos	a	un	hombre	y	una	mujer	que	forman	una	bella	pareja.	Si	esa	pareja	y	esa
amistad	están	selladas	en	el	Señor	Jesús,	bendición	triple.	Así	siento	la	amistad	que
he	 compartido	 con	Martín	 y	 Lizzy	 desde	 hace	muchos	 años.	 En	 nombre	 de	 esta
amistad	he	 aceptado	 con	mucho	 gusto	decir	 una	palabra	 a	modo	de	prólogo	del
presente	libro.
	
La	primera	 cosa	que	quiero	decir	 es	 que	 el	 libro	que	 tienes	 en	 tus	manos,
amigo	lector,	es	una	gozada.	Te	atrapa,	 te	da	ganas	desde	el	 inicio.	 ¡Qué	bien	nos
cae	 una	 obra	 así!,	 en	 un	 estilo	 fresco,	 existencial,	 implicativo.	 Hace	 falta	 y	 hace
bien.	 El	 testimonio	 de	 una	 pareja	 que	 ha	 luchado	 por	 vivir	 su	 compromiso
matrimonial	desde	su	opción	por	Jesús,	es	alentador	y	oxigenante.
	
Somos	muchos	 los	que	nos	alegramos	y	agradecemos	a	Martín	y	Lizzy	por
abrirnos	 su	 corazón	 y	 compartirnos	 con	 sencillez	 y	 buen	 gusto	 la	 historia	 de	 su
relación.	 Cuando	me	 llamaron	 para	 pedirme	 que	 escribiera	 este	 prólogo,	 acepté
con	gusto	pero	les	hice	saber	que	me	pescaban	en	un	momento	muy	saturado	de
trabajo.	 Unos	 minutos	 después,	 gracias	 al	 correo	 electrónico,	 tenía	 conmigo	 el
libro.	Lo	comencé	a	leer	y	prácticamente	no	paré.	Me	encontré	con	un	testimonio
estimulante,	 transparente,	 sencillo,	gozoso,	profundo.	Divertido	 también,	y	eso	 le
da	 atractivo;	 pero	 sin	 ahorrar	 las	 partes	 dramáticas,	 los	 conflictos,	 el	 lado
doloroso.	La	vida	real.
	
En	el	mensaje	electrónico	me	decían:	«Te	compartimos	nuestra	intimidad	en
estas	letras...	Con	sobra	de	cariño	y	de	gusto...»	Y	yo	les	digo:	¡y	vaya	que	lo	hacen!
También	 a	 mí	 me	 produce	 cariño	 y	 gusto	 sobrados	 conocer	 y	 acoger	 esta
intimidad.	 Gracias	 por	 haberse	 atrevido	 a	 abrirnos	 su	 corazón	 y	 revelarnos	 su
historia	íntima,	esa	que	sólo	pertenece	a	ustedes.	Gracias	por	permitirnos	asomar	a
ese	amor	en	el	que	han	encontrado	sentido	a	sus	vidas.	Es	hermoso	poder	leer,	a
veces	de	modo	explícito	y	a	veces	entre	 líneas,	el	hilo	profundo	de	su	historia	de
amor.	 Nos	 hace	 mucho	 bien	 conocer	 historias	 así.	 Gracias	 porque	 nos	 dan	 la
oportunidad	de	adentrarnos	en	la	trama	de	esta	historia	tan	humana,	en	las	que	se
van	entretejiendo	las	mil	circunstancias	de	la	vida	y	todos	los	resortes	y	estrategias
que	mueve	el	amor	cuando	alguien	se	propone	conquistar	a	la	persona	amada…	y
al	mismo	tiempo	nos	regalan	esa	otra	historia,	divina,	bella,	misteriosa,	seductora,
de	la	llamada	de	Jesús	que	fueron	experimentando	desde	el	inicio	de	su	encuentro
como	hombre	y	mujer.
No	 todas	 las	parejas,	 incluso	entre	 las	que	 se	 confiesan	 “cristianas”,	 tienen
esta	 claridad	 vocacional	 que	 Lizzy	 y	Martín	 nos	 regalan	 ahora	 en	 este	 libro.	 ¡Lo
tienen	tan	claro	que	es	lo	que	les	brota	espontáneo	desde	las	primeras	frases	que
nos	comparten!	Nuestra	vida	toda	es	un	asunto	vocacional,	responsorial	(llamada	y
5
respuesta),	dialogal.	Una	historia	de	amor	entre	Dios	y	nosotros,	y	esto	es	lo	que	la
hace	 apasionante,	 valiosa,	 digna	 de	 interés.	 Es	 alentador	 conocer	 historias
concretas	de	vocación-misión.	Nos	hacen	saber	que	Dios	sigue	llamando	y	que	hay
hombres	 y	 mujeres	 que	 escuchan	 su	 llamada	 y	 le	 responden.	 Estoy	 más	 que
convencido	de	que	la	presencia	del	Señor	en	la	pareja	le	da	una	fuerza	y	hondura
que	sólo	pueden	venir	de	Él.	Es	motivador	que	Martín	y	Lizzy	nos	digan	que	«uno
de	 nuestros	 versículos	 clave	 para	 esta	 relación	 de	 Gracia	 Matrimonial	 entre
nosotros	y	Dios,	ha	sido	Eclesiastés	4,12	que	dice:	“A	uno	solo	se	le	domina,	pero	si
son	dos,	podrán	resistir,	porque	la	cuerda	de	tres	hilos	no	se	rompe	fácilmente”.	¡Claro!
¡Ese	tercer	hilo	nadie	lo	puede	romper!
	
En	 esta	 historia,	marcada	 por	 las	 vicisitudes	 y	 aventuras	 de	 las	 relaciones
humanas,	alcanzo	a	descubrir,	positivamente	impresionado	y	agradecido,	las	notas
fundamentales	del	amor	humano	y	de	su	crecimiento	y	maduración.	Me	da	gusto
que,	siendo	una	historia	intransferible,	única,	la	de	Martín	y	Lizzy,	sea	también	una
experiencia	 que	 puede	 iluminar	 a	muchos	 otros,	 que	 puede	 ayudar	 a	 descifrar	 y
comprender	 los	caminos	por	 los	que	normalmente	 transita	el	amor	de	pareja.	Es
una	 fortuna	 que	 nos	 compartan	 –por	 cierto	 con	 clarividencia,	 profundidad,
dominio	y	agilidad	 literaria–	esa	historia	 tan	suya	que,	así	de	 irrepetible,	viene	a
dar	palabras	y	luz	a	la	experiencia	de	muchas	parejas.	Porque	además	de	muchos
los	 aspectos	 positivos	 de	 este	 libro,	 en	mi	 opinión	 posee	 dos	 cualidades	 que	 lo
hacen	muy	 valioso.	 Por	 un	 lado,	 es	 profundamente	 vital,	 existencial,	 testimonial.
Esta	característica	lo	hace	cercano,	atractivo,	interesante	en	el	sentido	más	denso	y
profundo	del	término:	despierta	interés,	apasiona,	importa,	interesa	(para	la	vida),
es	sugerente.	Por	otra	parte,	sin	ser	un	tratado	sobre	la	pareja,	contiene	una	serie
de	contenidos,	 ideas,	 teoría,	 valores…	que	 la	hacen	una	obra	 sólida,	orientadora,
formativa,	de	indudable	utilidad	tanto	para	los	que	van	dando	sus	primeros	pasos
para	ser	pareja	como	para	los	que	ya	llevan	años	en	este	camino.
	
Gracias	a	Martín	y	Lizzy	que	nos	hacen	saber	o	nos	recuerdan	que	el	amor
humano	maduro	vive	de	 la	 realidad	y	no	de	 fantasías,	no	se	queda	en	una	 figura
idealizada	de	la	otra	persona	sino	que	la	acepta	como	realmente	es,	con	todas	sus
luces	y	sombras;	y	desde	ahí	trabaja	para	que	esa	persona	llegue	a	la	plenitud	de
su	 ser.	 Gracias	 por	 recordarnos	 que	 el	 amor	 se	 propone	 metas,	 se	 alimenta	 de
valores,	tiene	proyecto	y	sólo	así	puede	seguir	creciendo;	que	tiene	tolerancia	a	la
frustración,	 a	 los	 defectos	 y	 retrasos	 del	 otro.	 Qué	 bueno	 que	 nos	 que	 nos
recuerdan	 algo	 que	 debería	 ser	 lo	más	 normal	 en	 una	 pareja	 de	 cristianos:	 para
ellos	 Dios	 es	 «ingrediente	 vital	 de	 nuestra	 relación»	 (vital	 no	 es	 lo	 mismo	 que
tenerlo	como	un	recurso	de	emergencia);	de	ahí	la	importancia	de	discernir	la	vida
de	cara	a	Él.	Los	que	se	aman	en	Jesús	saben	que	es	imprescindible	pedir	a	Dios	su
luz	para	 conocer	 su	voluntad	y	 su	 fuerza	para	hacerla	 aunque	 cueste;	 saben	que
hay	que	pedir	consejo	y	dejarse	iluminar	por	otros.	Me	encanta	que	dejen	claro	que
el	 amor	 auténtico	 sabe	 ser	 independiente,	 que	 cada	 uno	 está	 llamado	 a	 ser	 esa
persona	única	que	Dios	sueña;	por	lo	mismo	no	hay	que	forzar	ni	avasallar	al	otro
sino	respetar	su	conciencia	y		ayudarle	a	corresponder	a	su	vocación	y	a	encontrar
su	 identidad.	 Nos	 hacen	 ver,	 también,	 que	 el	 amor	 auténtico	 sabe	 dar	 un	 cauce
razonable	 a	 los	 conflictos,	 a	 los	 propios	 malestares,	 a	 la	 agresividad,
6
convirtiéndolos	 así	 en	 un	 dinamismo	 creativo.	 Porque	 el	 verdadero	 amor	 es
flexible	y	adaptable.	Y	me	encanta	también	ver	en	esta	historia	otra	característica
del	amor	de	pareja	auténtico:	cuando	es	maduroel	amor,	los	esposos	no	se	quedan
en	una	contemplación	mutua,	sino	que	ese	mismo	amor	los	lanza	a	un	compromiso
más	 amplio,	 para	 hacer	 el	 bien	 y	 proyectarse	 más	 allá	 de	 ellos	 mismos.	 Así
enriquecen	a	otros	y	se	enriquecen	ellos.	Da	gusto	encontrar	en	el	 testimonio	de
esta	 pareja	 creyente,	 la	 convicción	 clara	 de	 que	 seguir	 a	 Jesús	 significa
comprometerse	a	ser	testigos	y	apóstoles	de	la	buena	noticia	que	se	ha	recibido.
	
En	estos	días	estoy	predicando	ejercicios	espirituales	a	religiosas	que	vienen
de	distintas	partes	de	México	y	de	otros	países,	sobre	el	tema	«Devolver	el	encanto
a	nuestra	vida	consagrada».	No	resisto	la	tentación	de	relacionarlo	con	este	libro.
La	vida	consagrada,	durante	siglos,	ha	encantado	a	muchos	hombres	y	mujeres	y
ha	sabido	despertar	en	ellos	un	verdadero	entusiasmo.	Pero	a	algunos	también	les
ha	 desencantado.	 Creo	 que	 lo	 mismo	 pasa	 en	 el	 matrimonio:	 hay	 historias	 de
parejas	 que	 encantan;	 y	 hay	 historias	 que	 no	 encantan	 tanto	 o	 incluso
desencantan.	 Creo	 que	 este	 libro	 es	 una	 excelente	 contribución	 para	 devolver	 al
matrimonio	cristiano	todo	el	encanto	que	puede	tener	cuando	el	Señor	Jesús	está
en	 medio	 de	 ellos.	 El	 encanto	 se	 consigue	 cuando	 se	 conserva	 o	 recupera	 la
motivación	esencial,	el	primer	movimiento;	cuando	volvemos	al	lugar	del	fuego,	de
la	 fuente	que	nos	puso	en	camino;	en	una	palabra,	 cuando	se	va	directamente	al
grano	y	se	encuentra	el	germen	de	la	vida.	Esto	supone	una	adhesión	firme	a	Jesús.
Que	el	Espíritu	Santo	nos	conceda	este	regalo.
	
J.	Marcos	Alba,	msps
 
 
Tabla de contenido
AUXILIO	ME	CASÉ…	CON	UN	MÚSICO														1
MARTIN	VALVERDE	Y	ELIZABETH	WATSON														2
TODOS	LOS	DERECHOS	RESERVADOS														2
AGRADECIMIENTOS														3
PRÓLOGO														4
A	MODO	DE	INTRODUCCIÓN														7
Al	principio														8
EL	PASADO	DESDE	MI	HISTORIA														9
MI	FAMILIA	DE	ORIGEN														9
EL	PASO	POR	MI	NIÑEZ														11
MI	ADOLESCENCIA														12
MI	ENCUENTRO	CON	DIOS														13
“AMAR	CÓMO	NUNCA	HE	AMADO”														14
MISIONES:	TESTIGOS	DE	LA	FÉ	EN	JESÚS	RESUCITADO														14
7
LA	ABUELA	Y	SU	HERENCIA														17
UN	COLEGIO	DE	VARONES	(EL	“DONBOS”)														19
EL	CISMA	FAMILIAR														20
LA	JUVENTUD	Y	LAS	OPCIONES														21
LA		ETAPA		UNIVERSITARIA														21
UNA	PRUEBA	DE	FE														22
SOBRE	ROCA	FIRME														23
EL	AMOR,	ANTÍDOTO	CONTRA	LA	INCONGRUENCIA														23
UN	VIAJE	INESPERADO														24
LA	‘U’	(UCR,	Universidad	de	Costa	Rica)														25
LA	ORACIÓN	DEL	BALCÓN														25
DIOS,	LA	FE	Y	MI	PAREJA														26
LAS	PROMESAS	Y	LA	PALABRA														28
OJOS	CON	UN	MAR	DE	AMOR	DE	DIOS	PARA	TI														29
EL	SALTO	DE	FE														29
EL	PROYECTO	DE	DIOS	PARA	MI	VIDA														30
EL	“AJUSCO”														31
YO	TE	DESPOSARÉ	CONMIGO.	(OSEAS	2,	16-22)														31
EL	ENCUENTRO														34
EL	ENCUENTRO	CON	MI	PAREJA														35
MEXICO	LINDO	Y	QUERIDO														37
CUENTA	REGRESIVA…														39
EL	PRIMER	BESO	Y	LAS	PRIMERAS	DIFERENCIAS														41
TUS	PROMESAS														41
ACABANDO	LA	SEGUNDA	ESTANCIA														42
DESCUBRIÉNDOSE	EL	UNO	AL	OTRO														43
EL	TERREMOTO	DE	LA	CIUDAD	DE	MEXICO														44
EL	NOVIAZGO														44
“FOLLOW	THE	LEADER	LEADER”														45
EL	TERCER	HILO	EN	LA	RELACIÓN														46
INICIO	DE	LA	RECONSTRUCCIÓN														47
MÉXICO														47
EL	KIKIRIKI	DESCARRILADO														48
¿HOME	ALONE?														48
ENERO	LOCO	Y	FEBRERO	OTRO	POCO														49
DAR	EL	SÍ														51
EL	ENAMORAMIENTO...	TERRITORIO	DE	LAS	COINCIDENCIAS														51
¡AUXILIO	ME	CASÉ	CON	UN	MÚSICO!														52
¿SERÁ	ÉL	SEÑOR...,	O	DEBERÉ	ESPERAR	A	OTRO?														55
SE	NECESITA	UN	“YO”	Y	UN	“TU”		PARA	FORMAR	UN	NOSOTROS														56
BAJANDO	A	MIS	EXPECTATIVAS,	CRECIENDO	EN	LA	ESPERANZA														56
DESDE	EL	PERDÓN	QUE	DIGNIFICA	AL	OTRO														57
EXPRESANDO	LOS	SENTIMIENTOS...	ABRIENDO	EL	CORAZÓN														57
UN	ÁNGEL	HOLANDES														59
JUNTANDO	DOS	UNIVERSOS.	(Dejándome	hundir)														59
8
LA	PEDIDA	DE	MANO														61
CAMINO	AL	25	DE	OCTUBRE	DE	1986.		(25	del	mes	de	Elul)														61
CA														61
UNA	BODA	DE	TODOS														62
EL	DIA	“D”	(la	boda)														64
EL	INICIO	DEL	NUEVO	CAMINAR														65
UNA	BODA	CON	SABOR	“COMUNITARIO”														65
LA	LUNA	DE	MIEL:	ENTREGA	Y	DESPRENDIMIENTO														67
DIOS	INGREDIENTE	VITAL	DE	NUESTRA	RELACIÓN														70
EL	PARACAÍDAS	DE	LOS	SOLTEROS														70
DEFINIENDO	MINISTERIOS														71
CAMINAR	JUNTOS	EN	EL	AMOR														73
DESDE	LA	SOMBRA	DE	LA	DEPRESIÓN														73
LA	SANIDAD	EN	BAHÍA	“KINO”														75
¡SOY	MÚSICO!														76
LA	ANTIGUA														76
LOS	TRES	PASAJES	DE	DIOS	PARA	MÍ														77
EL	FIN	DE	UNA	ETAPA	DE	SERVICIO														78
LA	GRABADORA	DE	DOBLE	CASSETTE														78
TED		Y	“THE	COVENANT	LOVE	COMMUNITY”	(Comunidad	Pacto	de	Amor).														79
SER		FAMILIA														80
DETRÁS	DEL	MOSTRADOR...	¿COMO	SE	SUELTAN	LOS	MIEDOS?														81
APRENDIENDO	A	MIRAR	CON	OJOS	NUEVOS														82
El	primo-genito	(digo...	EL	PRIMOGÉNITO).														82
PRINCIPIO	DE	UNA	NUEVA	TOTAL	ETAPA														82
A	MODO	DE	CONCLUSIÓN														85
ESTAMOS	LLAMADOS	A	VIVIR	EN	EL	AMOR														85
AMAR	COMO	NUNCA	HE	AMADO														86
¡ES	EL	SEÑOR!														86
 
 
 
	
A MODO DE INTRODUCCIÓN
 
ELLA
 
Antes de haberte formado yo en el vientre materno, te conocía, y antes de que nacieses, te tenía
9
consagrada: Yo profeta de las naciones te constituí. 
Jeremías 1,5
Descubrí	mi	llamado	vocacional	a	través	de	lo	que	me	hacía	feliz:	el	contacto
con	 la	 gente,	 mis	 sueños	 de	 adolescente	 y	 el	 enamorarme	 fácilmente;	 la
experiencia	 de	 catequista	 y	 de	 “misiones”,	 	 el	 navegar	 mar	 adentro	 buscando
mayor	 intimidad	 conmigo	 misma	 y	 con	 el	 Dios	 de	 la	 vida.	 	 Las	 experiencias
cumbres	 que	 me	 invitaban	 a	 ¡anunciar	 a	 otros	 la	 maravilla	 de	 Dios	 que	 había
descubierto!.	 	 Sin	 embargo,	 aún	 cuando	 tuve	 clara	mi	vocación,	una	pieza	 seguía
haciendo	 falta:	 “encontrar”	 alguien	 con	 quién	 compartir	 mi	 vida	 y	 mis	 ideales,
caminar	 acompañada	 de	 una	 pareja.	 	 El	 problema	 era	 que	 mis	 anhelos	 no
coincidían	 con	 mi	 experiencia:	 ¡Salía	 corriendo	 de	 cualquier	 relación	 en	 cuanto
surgían	las	diferencias!	Fue	hasta	años	después	que	aprendí	que	podía	elegir	dejar
de	 correr	 y	 “nada	 malo	 pasaría”.	 	 Aprendí	 también	 a	 tocar	 las	 diferencias	 y
conflictos	sin	quedar	paralizada	por	el	miedo,	superando	mi	urgencia	de	escapar;
descubrí	 con	 asombro,	 que	 en	 el	 ser	 diferentes	 habita	 la	 posibilidad	 de
complementariedad	y	la	oportunidad	de	crecimiento.
Recuerdo	que,	en	aquellos	años	de	búsqueda	y	de	 temores	manifiestos,	mi
oración	 constante	 era:	 “Dios,	 enséñame	 a	 amar	 como	 nunca	 he	 amado”.	 Tenía
claros	mis	 daños,	 estaba	herida	 en	 el	 amor,	 y	 sin	 embargo,	 era	 precisamente	 un
amor	que	reconstruye	lo	que	mi	ser	buscaba	con	mayor	anhelo.
Conocí	a	Martín	hace	27	años.	Éramos	jóvenes	seducidos	por	el	amor,	llenos
de	fuerza	y	esperanza.		Nos	habíamos	topado	con	Dios	y	enamorado	de	Jesús	de	tal
manera,	 que	 queríamos	 que	 todo	 el	 mundo	 lo	 conociera:	 evangelizar	 y	 vivir	 en
pequeño	el	modelo	del	amor	y	solidaridad	que	anhelábamos	vivir	en	grande.
El	 invitar	 a	 Dios	 como	 tercer	 hilo	 en	 nuestro	 matrimonio,	 cómo	 “El
Ayudador”	o	“Paráclito”	en	nuestra	relación	de	pareja,	ha	significado	esa	gracia	por
parte	de	Dios	y	esa	lucha	de	nuestra	parte	por	ser	congruentes,	por	vivir	el	difícil
pero	increíble	proceso	que	nos	lleve	del	enamoramiento	al	amor	maduro.
ÉL
	
Encontrar esposa es encontrar lo mejor: es recibir una muestra del favor de Dios.
(DHH)Proverbios 18,22
 
Estas letras que empiezo a escribir además de ser un proyecto, son también una 
maravillosa idea que desde hace mucho tiempo, Dios, primero que nadie, nos dio para
compartir a Lizzy y a mí contigo que ahora lo lees.
 
10
Finalmente las mismas circunstancias (empujadas y provocadas de paso por el
mismo Amor de Divino) nos fueron llevando a dejar esto en un papel para que
perdurara; es más que una vivencia, o una experiencia, es un testimonio, es un
testamento de amor; y confiamos en que vaya a ser de bendición para muchos que
están en la misma lucha de ser esposos y de amarse.
 
Soy el primero en dejar claro que no existen, ni existirán, las parejas perfectas, lo
he dicho miles de veces en mis conciertos, y este libro está muy lejos de querer mostrar
esa tesis. Esa afirmación no es solo un mito, es una mentira. Y causa mucho daño en
parejas que se niegan a la maduración que el verdadero amor exige, dejando al mismo
Dios a un nivel de hada madrina y no de Maestro del amor como corresponde.
 
En mi maravillosa e intensa vivencia del matrimonio lo que sí he descubierto con
mi esposa, y con los amigos que recorren esta misma vía es que lo que sí existe son
(somos) sobrevivientes de la materia, parejas que llevan y sobrellevan su relación un día
a la vez, con la misma intensidad de una batalla campal donde el ingrediente principal
para seguir es el amor verdadero, y con él y por él, poder sobrevivir a todo tipo de
adversidad, (sin este ingrediente divino es batalla perdida) descubriendo juntos su
fuerza en la unión contra todo lo que pretenda destruirlos, interno y externo, que no es
poco, ahí están las estadísticas que lo comprueban, recordando que en el nuestros
países, lo real supera siempre por mucho a lo oficial.
 
Lo cierto es que no quería dejar pasar más tiempo antes de que mi memoria diera
por hecho y sentado algo que fue tan significativo y trascendental para mí y para mi
apostolado en esta breve vida, y por eso paso a plasmarlo en letras.
Porque aún me acuerdo, por eso lo escribo, y lo puedo comprobar además en mis
canciones que son fieles testigos y compañeras de este proceso de amor.
 
Tengo la certeza, y he procurado no olvidarlo jamás, que con este tema de
encontrar a “mi pareja”, no solo me vinculé con Dios para sacarlo adelante, (una vez
que tuve mi encuentro con Él), sino que definitivamente le di la lata de mi vida como a
nadie, (digo, ¿a quien más se la daba?) e inclusive, lo confieso a gusto finalmente, llega a
ser hasta un poco vergonzoso el recordarlo, pero como sea funcionó. Por lo que hoy,
casi 26 años después, corresponde retomar y dejar el testamento de nuestra
experiencia a los que vengan.
 
En esto de las relaciones de pareja, lo relativo, como tiene que ser, va de la mano
con cada caso, lo que para algunos al parecer es cosa fácil para otros no lo es en
absoluto, y lo que algunos pueden esperar que sea un asunto fácil (ingenuamente)
tampoco termina siéndolo, pues esto del matrimonio requiere una atención de 24 horas
al día hasta que la muerte los separe, y no basta quedarse con la apariencia de que todo
va bien.
 
La fuerza y la fragilidad del matrimonio crean un balance tan perfecto que eso
11
explica porque el mejor reflejo de Dios sea La Familia, Alianza de Dios en los hombres (lo
que explica, por cierto, también lo contrario, la falta del reflejo de Dios y sus
consecuencias).
 
Hay una crisis real en esto de las familias, las estadísticas son frías como hielo,
(vean las del día de hoy cada uno en su periódico local), cada vez más son necesarias
armas sólidas para enseñar a los matrimonios, y a las familias a defenderse y a nadar
contra la corriente. Sin caer en la trampa de buenos contra malos; esto de los
extremos y extremistas, no funciona con el amor y la misericordia de Dios.
 
Comprobado es:
Si se afecta esto de la familia se afecta todo, la sociedad, el gobierno, la Iglesia,
¡todo!
 
Siempre he sido un terco con respecto de no hacer menos lo que para tantos
jóvenes hoy (y desde hace mucho) es cosa muy seria al momento de pedir, de buscar, de
orar, y en estas letras lo que quiero agregar a eso es la importancia que no debe perder
lo que ya se ha conquistado con tanto trabajo y a veces tanto dolor.
 
Mis queridos lectores, en especial los más jóvenes, Dios entiende su llanto y su
sufrimiento, su búsqueda y su necesidad, pero pocas veces coincide con nosotros en la
forma en que nos limpia las lágrimas; y nos consuela.
 
Él conoce los problemas pero nos supera en soluciones, el matrimonio, la pareja,
la familia, es proyecto de Él y volvemos a Él para buscar su Luz y su Rostro en nuestra
relación de pareja. 
 
Las grandes aguas
no pueden apagar el amor,
ni los ríos anegarlo.
Si alguien ofreciera todo lo que tiene por el amor,
Solo se ganaría el desprecio.
Cantar de los cantares 8,7
 
 
 
 
 
 
 
12
 
 
 
 
 
 
 
Al principio
	
	
	
	
	
	
	
	
	
	
13
	
ELLA
	
EL PASADO DESDE MI HISTORIA
	
No	es	 tarea	 fácil	poner	bajo	 la	 luz	mi	historia	de	vida.	 	A	veces	pienso	que
ciertos	aprendizajes	los	llevo	tan	pegados	a	la	piel	que	difícilmente	distingo,	lo	que
me	 pertenece	 y	 quiero	 elegir	 para	 mí,	 y	 lo	 que	 a	 pesar	 de	 estar	 firmemente
adherido,	 puedo	 soltar,	 dejar	 ir...	 aprendizajes	 obsoletos	 que	 voy	 intentando	 no
cargar	más.	 Igualmente	recuperar	o	re-aprender	 todo	aquello	nutritivo	que	quizá
fui	dejando	en	el	camino	y	que	ahora	elijo	cómo	alimento	porque	llenan	de	sentido
mi	 vida.	 	 Dios	 me	 ha	 enseñado	 que	 el	 amor	 verdadero	 reconstruye	mi	 ser	 más
profundo...	 esa	 persona	 que	 soy	 y	 que	 desde	 el	 vientre	 de	 mi	 madre	 he	 sido
llamada	a	ser.	 	 	El	amor	de	Dios	ha	sido	y	es	 luz	en	mi	vida...	 luz	que	 ilumina	 las
partes	oscuras	con	ternura	y	compasión,	de	tal	manera	que	me	permite	abrazarme
y	 aceptarme	 desde	 otro	 lugar,	 desde	 otra	 mirada	 muy	 distinta	 al	 juicio	 y	 el
resentimiento.		Soy	hermosa	a	los	ojos	de	Dios,	soy	muy	amada	así	cómo	soy...	con
mis	luces	y	mis	sombras.
	
Al	escribir	la	intimidad	de	mi	historia	de	niña	a	mujer,	descubro	en	ella	por
un	 lado,	 la	 fuerza	 del	 llamado	 por	 parte	 de	 Dios,	 a	 reencontrar	 mi	 ser	 más
profundo,	 imagen	 y	 semejanza	 de	mi	 creador.	 	 Por	 otro	 lado,	 se	 revela	 ante	mí,
atractivo	e	intimidante,	el	proceso	en	el	que	estoy	inmersa	y	que	me	llevará	toda	la
vida:	convertirme	en	aquello	que	estoy	llamada	a	ser...	¡convertirme	en	mí	misma!
Tarea	 nada	 fácil	 y	 sin	 embargo,	 al	 responder	 a	 mi	 propio	 llamado,	 único	 cómo
única	soy	yo,	descubro	esa	fuerza	interior	que	brota	del	llamado	mismo	¡La	fuerza
de	 convertirte	 en	 ese	 ser	maravilloso	 y	 único	 cómo	 Dios	me	 creo	 y	me	 llama	 a
descubrir!
	
Del	mismo	modo,	en	ese	revelar	de	mi	interior,	en	la	búsqueda	de	mi	yo	más	
profundo,	(cómo	dice		Jean	Mounburquette	en	su	libro	“Reconciliarse	 con	 la	 propia
sombra”),	a	 la	 luz	aquellas	 cosas	no	 tan	conscientes	y	que,	de	alguna	manera,	 fui
dejando	 de	 lado,	 en	 la	 sombra,	 en	 la	 búsqueda	 incesante	 de	 aceptación	 y
reconocimiento.	 	 Sentimientos,	 actitudes	 habilidades	 o	 des-habilidades	 que
quedan	 reprimidas	en	potencial,	 guardadas	en	el	 fondo	de	mi	 ser.	 	Todo	aquello
que	 no	 reconozco	 o	 dejo	 de	 ver	 y	 que	 sin	 embargo	 forma	 parte	 de	 mi.	 	 Para
completarme	 fue	 necesario	 abrir	 los	 ojos	 y	 aceptar	 mis	 luces	 pero	 también	 mi
sombra,	 mi	 pecado,	 limitaciones	 y	 aún	 todo	 aquello	 positivo	 que	 he	 dejado	 de
desarrollar	en	mi	vida	por	temor	al	rechazo.	Lo	importante,	fruto	del	difícil	camino
del	autoconocimiento,	ha	sido	darme	cuenta	que,	desde	mi	ser	completo:	luces	y	
sombras	he	elegido,	no	sólo	mi	pareja,	sino	cada	cosa	importante	en	mi	vida.	
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	(Sombra	es	todo	lo	que	he	arrojado	al	inconsciente	por	temor	al	rechazo.	De	acuerdo	con	la	teoría	de	Jung	nuestra
“sombra”	 está	 formada	 por	 todas	 aquellas	 	 cualidades	 que	 no	 queremos	 albergar	 en	 nuestra	 identidad	 del	 “Sí-
Mismo”.)
	
Me	queda	claro	que	es	enla	familia	de	origen	donde	están	los	aprendizajes
más	 significativos,	 nuestros	 valores	 y	 creencias	más	 profundas.	 	 Aquello	 que	 ha
hecho	de	cada	uno	de	nosotros	lo	que	somos	y	nos	ha	dado	los	valores,	recursos	y
también	 las	 creencias	 o	 limitaciones	 con	 las	 que	 intentamos	 salir	 adelante	 en	 la
vida.
	
Es	 en	 el	 seno	 de	 mi	 familia,	 donde	 se	 fue	 entretejiendo	 mi	 autoestima	 y
gestando	mi	 llamado	 a	 autorrealizarme	 como	persona.	 Cuando	me	 encontré	 con
Martín,	 llevaba	 aprendizajes	 previos,	 valores	 y	 creencias,	 una	 autoestima
lastimada	 y	 sin	 embargo	 mucha	 claridad	 en	 mi	 llamado	 pues	 para	 entonces	 ya
había	 realizado	 elecciones	 de	 vida	 bastante	 radicales.	 Algunas	 experiencias	 de
nuestra	historia	permitían	que	pudiéramos	identificarnos	con	facilidad	pero,	otros
aprendizajes	y	vivencias	nos	hacían	perfectamente	opuestos	y	desconocidos.		Pero
todo	ello	lo	relataré	más	adelante.
	
MI FAMILIA DE ORIGEN
	
Soy	 la	mayor	de	 las	3	hijas	de	mis	padres.	 	En	el	 seno	de	mi	 familia	me	he
sentido	muy	querida	y	valorada.	 	Mis	padres	me	dieron	 la	vida	y	con	ello	 lo	más
sagrado	que	podían	darme.		En	mi	corazón	solo	cabe	el	agradecimiento	porque	con
aciertos	y	desaciertos	me	dieron	lo	que	más	podían	darme,	en	su	momento	y	desde
su	historia.
	
Cuando	nos	 encontramos	 con	 Jesús,	mis	 dos	 hermanas	 y	 yo	 aprendimos	 a
orar	pidiendo	a	Dios	sanidad	por	nuestro	“árbol	familiar”.	Oramos	por	la	sanidad
de	la	familia,	pequeña	y	extensa,	para	que	los	aprendizajes	que	abundan	en	nuestra
cultura	latina:	cómo	el	machismo,	infidelidad,	desunión	o	mentira	no	nos	dejen	una
herencia	negativa	en	la	generación	presente	ni	en	los	hijos.	 	Por	el	contrario,	que
los	valores	también	heredados	de	nuestros	padres	y	antepasados:	el	amor	por	 la
familia	y	el	gusto	por	la	convivencia;	la	búsqueda	de	unidad	y	el	valor	del	trabajo;
la	 fe,	 la	alegría,	 la	generosidad	y	solidaridad	sean	aquello	que	nos	distinga	cómo
familia.
	
Una	de	 las	enseñanzas	de	 la	 iglesia	más	bellas	que	hemos	descubierto,	mis
hermanas	y	yo	hace	muchos	años,	ha	sido	el	orar	por	nuestro	árbol	genealógico:
nuestros	 padres,	 abuelos,	 tíos	 bisabuelos	 y	 todos	 aquéllos	 que	 caminaron	 antes
que	 nosotros	 y	 nos	 brindaron	 nuestras	 raíces	 de	 vida.	 	 No	 importa	 nuestro
“origen”:	virtudes	o	pecados	cómo	familia...	Tampoco	depende	de	nuestros	méritos
cómo	familia	el	que	Dios	nos	ame	y	nos	salve.		Soy	testigo	que	cuando	permitimos
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a	 Dios	 entrar	 en	 nuestra	 vida,	 el	 Espíritu	 Santo	 sana,	 reconstruye	 y	 libera	 toda
nuestra	 historia	 de	 vida,	 aún	 aquellas	 partes	 que	 hayan	 quedado	 en	 el	 pasado
cómo	fantasmas	ocultos	necesitados	de	ser	revelados	a	 la	 luz.	 	 Jesús	es	el	mismo
ayer,	hoy	y	siempre.	Para	nuestro	Dios	no	hay	historia	pasada	o	presente	que	no
pueda	ser	liberada	y	re-significada	para	crecimiento	y	sanidad	de	cada	uno	de	sus
hijos.	
	
Al	conocer	más	de	cerca	la	biblia,	me	conmueve	descubrir	que	Jesús	también
tuvo	luces	y	sombras	en	su	“árbol	familiar”	que	lo	hacen	verdaderamente	humano
y	cercano	en	nuestra	historia...	muy	cercano	a	mí	y	a	todos	nosotros.		Jesús	se	hizo
hombre	para	salvarme,	para	salvarnos	a	todos...		esta	fue	la	voluntad	amorosa	del
Padre:	 que	 su	 Hijo	 único,	 muy	 amado,	 se	 encarnara	 en	 nuestra	 historia	 para
hacerse	realmente	uno	de	nosotros	y	no	sólo	para	“parecerse”	a	nosotros.	Jesús	va
delante	 invitándonos	 a	 vivir	 en	 el	 amor	 sin	 importar	 el	 tamaño	 de	 nuestra
“sombra”	 de	 familia...	 de	 nuestro	 pecado	 y	 limitaciones.	 	 Él	 se	 hizo	 “uno	 de
nosotros”	 insertándose	 en	 una	 genealogía	 y	 genética	 cómo	 nosotros...	 para
mostrarnos	el	camino	del	amor,	del	perdón	y	la	misericordia...
	
San	Mateo	 en	 su	 evangelio,	 nos	 relata	 el	 árbol	 de	Cristo...	 	Nos	 cuenta	por
ejemplo,	que	Judá	engendró	de	Tamar	a	Fares.		Tamar	era	media	hermana	de	Judá
lo	 que	 significa	 que	 Judá	 hijo	 de	 Abraham	 cometió	 incesto	 con	 Tamar.	 	 (El
tataratatarabuelo	 de	 Jesús	 ¡cometió	 incesto!).	 	 Salmón,	 antecesor	 de	 David,	
engendró	de	Rajab	a	Booz...	 ¡Rajab	era	 la	prostituta	más	 famosa	de	 Jericó!	así	 es
que	 la	 genealogía	 de	 nuestro	 Señor	 queda	 “aderezada”	 con	 una
tataratata...raabuela	 muy	 hábil	 e	 ingeniosa	 dedicada	 a	 la	 profesión,	 dicen,	 más
antigua	del	mundo.		Generaciones	después,	el	Rey	David,	el	gran	poeta	y	cantautor
bíblico,	 engendró	 de	 la	mujer	de	Urías	nada	menos	que	al	gran	sabio	y	Rey	
Salomón.		David	se	unió	a	quién	no	era	su	mujer	(de	hecho	mandó	matar	al	marido	
para	poder	quedarse	con	ella).		El	deseo	de	David	violento	y	apasionado	por	la	
mujer	de	Urías,	lo	llevó	a	cometer	homicidio	y	 adulterio.	 	 ¡Y	 este	 fue	 el	 amado	 rey
David	capaz	de	escribir	las	mas	hermosas	canciones	de	amor	por	su	Señor!
	
Así	 cómo	 en	 la	 familia	 de	 Jesús,	 y	 cómo	 en	 cualquier	 familia,	 poseemos
historias	de	las	que	nos	enorgullecemos	y	que	han	sido	relatadas	y	transmitidas	de
generación	en	generación.		Igualmente	cierto,	determinadas	historias	y	ramas	de	la
familia	han	quedado	en	la	sombra,	son	poco	conocidas	en	el	mejor	de	los	casos,	y
en	algunas	ocasiones	incluso	rechazadas	u	ocultadas	por	vergüenza	o	miedo.
	
En	 nuestro	 caso	 una	 historia	 jamás	 relatada	 y	 dolorosa	 de	 “descubrir”,
muchos	años	después	incluso	de	haber	dejado	el	seno	familiar,	fue	la	existencia	de
un	hermano	por	parte	de	mi	padre,	 del	 que	no	 teníamos	 idea	que	 existiera.	 	 Sin
embargo,	al	quedar	a	la	luz	esta	historia	en	particular,	muchas	cosas	para	nosotras
empezaron	 a	 tener	 sentido.	 	 Fue	 posible	 “acomodar”	 y	 comprender	 cosas	 que
intuíamos	y	nos	habían	causado	dolor	pero	que	no	 le	habíamos	puesto	nombre.	
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No	niego	ni	escondo	que	es	un	proceso	doloroso	y	arduo	el	aceptar	los	“secretos”
de	la	familia.		Sin	embargo,	se	vuelve	profundamente	liberador	cuando	se	logra	por
fin	 acomodar	 y	 comprender	 con	 mirada	 de	 misericordia	 y	 perdón	 el	 pasado.	
Tomar	y	agradecer	todo	aquello	que	hemos	vivido	sabiendo	que	“Todo	sucede	para
bien	de	los	que	aman	a	Dios”:	todo	es	Todo,	no	casi	todo.		Para	mis	hermanas	y	para
mí	 el	 reconocer	 a	 nuestro	 medio	 hermano	 significó	 revelar	 la	 verdad	 a	 la	 luz	 y
contemplar	 sin	 resentimiento	 ni	 negaciones	 nuestro	 sistema	 familiar	 completo.	
Para	mi	padre	ha	significado	 liberar	un	“secreto”	y	actualmente	nutrir	un	vínculo
que	le	permite	vivir	en	mayor	congruencia	y	armonía	consigo	mismo.
	
Mi	 padre	 es	 y	 ha	 sido,	 un	 hombre	 fuerte	 como	 un	 roble	 y	 con	 una	 gran
capacidad	de	trabajo.	 	Tiene	ahora	poco	más	de	80	años	y	gracias	a	Dios	goza	de
buena	 salud.	 	 Su	 padre,	 mi	 abuelo,	 era	 un	 apuesto	 inglés	 que	 llegó	 a	 México,
después	 de	 participar	 en	 la	 primera	 guerra	 mundial,	 buscando	 a	 sus	 propios
padres	 que	 se	 habían	 venido	 a	 radicar	 a	 Mazatlán	 cómo	 cónsul	 Británico	 en	 el
puerto.		Mi	abuelo	George,	“papá	Jorge”	cómo	le	decíamos	los	nietos,	se	enamoró	y
casó	 con	 mi	 abuela	 Clementina,	 una	 mujer	 sencilla	 y	 brava	 de	 campo	 con	 una
belleza	 que	 se	 salía	 de	 lo	 común.	 De	 este	 matrimonio	 nacieron	 nueve	 hijos	 y
sobrevivieron	seis...	“puros	hombres”,	decía	mi	abuela,	con	los	que	mi	padre	creció
y	aprendió	el	valor	del	trabajo.				
	
Papá	me	dio	la	vida,	el	gusto	por	la	música	y	el	canto.		Fue	“trailero”	por	más
de	 40	 años	 de	 su	 vida.	 	 Sus	 hermanos	 y	 él	 iniciaron	 una	 empresa	 familiar	 de
transportes	refrigerados,	por	lo	que	mi	padre	viajaba	constantemente;	dejábamos
de	verlo	por	 semanas	e	 incluso	meses.	 	 Su	 trabajo	 lo	 forjó,	 hizo	de	él	 el	hombre
fuerte	 que	 es	 ahora.	 Un	 trabajo	 rudo,	 difícil	 e	 inestable	 por	 naturaleza.	 	 No	 era
trabajo	 fácil	 el	 ser	 chofer	 de	 un	 enorme	 trailer	 de	 18	 ejes,	 con	 palancas	 de	 32
cambios.	 El	 trailer	 poseía	 una	 cabina	 con	 espacio	 para	 dos	 asientos,	 con	 otra
cabina	 anexa	 que	 se	 comunicaba	 por	 la	 primera	 y	 que	 hacía	 las	 veces	 de
dormitorio.	 	 Él	 manejaba	 por	 todo	 elpaís,	 e	 incluso	 la	 frontera	 sur	 de	 Estados
Unidos.	 	 Atravesaba	 algunas	 veces	 poblaciones	 con	 diminutas	 calles	 por	 las	 que
había	 que	 doblar	 y	 hacer	 malabares	 para	 	 seguir	 su	 camino.	 Me	 admiraba	 su
habilidad	para	lograr	esa	odisea,	contra	todos	mis	pronósticos.
	
Uno	de	 los	 recuerdos	mas	 tempranos	 y	 agradables	para	mí	 tienen	que	 ver
con	la	experiencia	de	viajar	toda	la	familia	con	él	en	el	trailer.		Cantábamos	juntos,
reíamos,	 pasábamos	 incomodidades	 y	 también	 nos	 peleábamos	 pero
compartíamos	y	disfrutábamos	el	viaje	en	los	tiempos	aquellos	en	los	que	podías	
recorrer	con	seguridad	todo	el	país.		La	carretera,	de	noche	o	de	día	era	
maravillosa,	a	mí	me	gustaba	asomarme	por	la	ventanilla	y	sentir	el	viento	
pegajoso	en	mi	cara.		El	ruido	del	motor	del	 enorme	 camión	 nos	 “arrullaba”	 a	mis
hermanas	y	a	mí	dormidas	atrás	en	la	cabina	del	dormitorio.		No	nos	gustaba	que
papá	parara	a	descansar	en	la	carretera	pues	se	nos	acababa	el	“vaivén”	y	el	ruido
tan	familiar	que	nos	metía	en	un	sueño	muy	profundo	por	 lo	que	despertábamos
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en	cuanto	él	paraba	para	dormir.
	
Mi	padre	me	enseñó	a	manejar	a	muy	temprana	edad.	Me	sentaba	en	sus	
rodillas	y	me	permitía	dirigir	la	enorme	rueda	del	volante	de	su	camión	y	tocar	la	
trompeta	del	claxon	que	era	mi	deleite.		Me	sentía	 importante,	 grande	 y	 capaz	 de
llegar	a	donde	fuera.
	
Una	 experiencia	 que	 me	 enseñó	 mucho	 sucedió	 años	 mas	 tarde:	 tendría
unos	quince	años,	 íbamos	al	 rancho	de	 los	 abuelos	 con	 la	 familia	 y	 los	primos	a
pasar	el	domingo.		Repentinamente	me	dijo:	“de	regreso	puedes	manejar	el	auto	a
casa”	¡Imagínense!	de	Mazatlán	al	rancho	distaban	unos	60	km.		¡Me	puse	feliz!		Ese
domingo	estuvo	lleno	de	aventuras:	monté	a	caballo,	corrí	con	los	primos	todo	el
día	bajo	un	sol	abrazador,	nadamos	en	una		pileta	como	alberca	que	llenaban	con
agua	bombeada	del	 río.	 Por	 supuesto	 al	 regresar	 a	 casa	 estaba	 agotada	y	no	me
acordaba	para	nada	de	la	promesa	de	manejar.		Mi	papá	me	comentó	si	aún	quería
llevar	el	auto	de	regreso.		¡Por	supuesto	que	si!	dije	ante	mis	primos,	muy	orgullosa
de	que	¡ya	podía	hacerlo!
Era	la	hora	de	cero	visibilidad,	a	eso	de	las	6:30	pm	y	cansada	como	estaba,	a
los	pocos	minutos	el	sueño	me	venció.		Invadí	con	nuestro	coche	el	carril	contrario,
mi	papá	se	había	distraído	al	mirar	atrás	para	contestar	algo	que	le	preguntaban.	
Cuando	volteó	de	nuevo,	 vio	 las	 luces	de	un	 carro	que	prendían	y	 apagaban	 con
desesperación.	 	 	 Yo	 desperté	 cuando	 sentí	 el	 brusco	 jalón	 de	 mi	 padre
¡arrebatándome	el	volante!	Fue	tremendo,	llevábamos	carro	lleno	y	el	silencio	que
siguió	se	cortaba	con	tijeras.	 	Sin	embargo,	y	esto	fue	mi	aprendizaje,	sin	decirme
ninguna	 palabra	 de	 regaño,	 mi	 padre	 me	 permitió	 seguir	 manejando	 varios
minutos	mas	 ¡por	 supuesto	 atenta	 y	despierta	 cómo	ya	 estaba!.	Al	 poco	 rato	me
pidió	que	me	orillara,	me	dijo	que	si	me	sentía	bien	y	me	pidió	llevar	el	carro.	
	
Papá	 era	 de	 muy	 pocas	 palabras	 y	 de	 mucho	 trabajar.	 	 Nos	 dio	 estudios
profesionales	 a	 cada	 una	 de	 sus	 hijas.	 Nos	 apoyó,	 de	 la	manera	 que	 supo	 y	 que
pudo	hacerlo.		Nos	quería	mucho,	y	nos	lo	demostró	al	elegir	quedarse	cuando	las
diferencias	con	mi	madre,	la	comunicación	deteriorada	con	la	distancia,	su		propia
infidelidad	y	 sus	daños	 lo	 llevaron	a	 lastimarse	y	 a	 lastimar	profundamente	a	 su
familia.
	
De	mi	madre	 aprendí	 el	 coraje	 de	 vivir,	 ella	 fue	 huérfana	 desde	 temprana
edad	y	me	modeló	 en	muchas	ocasiones	 su	 fuerza	 y	 carácter,	 su	 resiliencia	para
superar	las	dificultades	de	la	vida.	(Resiliencia:	Proviene	del	Latín	Resilio	que	significa	volver	atrás,
ser	repelido	o	resurgir.	Se	entiende	en	psicología	como	"la	capacidad	de	un	 individuo	de	reaccionar	y	recuperarse
ante	las	adversidades.	Forés,	Anna	y	Grané,	Jordi.	“La	Resiliencia:	Crecer	desde	la	adversidad”.	Plataforma,	Barcelona,
2008.)
Aprendí	 de	 esta	 mujer	 su	 capacidad	 de	 trabajo,	 de	 servicio	 y	 también	 su
terquedad	(para	bien	o	para	mal)	al	igual	que	su	enorme	energía	para	“luchar	por
sus	 hijas”.	 	 Desde	 su	 educación	 tradicional	 podía	 ser	 muy	 exigente	 en	 algunas
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ocasiones	(tenía	que	hacerla	de	“padre	y	madre”)	con	largos	discursos	y	sermones;
mientras	que	en	otras	era	muy	cariñosa.	 	Posee	una	gran	capacidad	de	amar,	que
muestra	al	ser	extraordinariamente	compasiva	y	generosa	con	la	gente.	 	También
se	vuelve	feliz,	aguda	y	divertida	cuando	deja	salir	la	niña	traviesa	que	siempre	ha
habitado	en	ella.
	
Dicen	que	la	vocación	no	se	hereda	y	yo	así	lo	creo,	Dios	te	da	una	misión	y
tú	la	descubres	en	lo	mas	profundo	de	tu	ser	y	a	través	de	lo	que	te	es	significativo.	
Mi	madre	no	me	heredó	mi	 llamado,	pero	sí	 sembró	en	mí	el	 amor	a	Dios	y	a	 la
virgen	desde	muy	pequeña.	 	A	partir	de	su	conversión,	ella	vivió	un	proceso	muy
profundo	de	cambio	y	con	su	apasionado	amor	a	la	evangelización	se	convirtió	aún
más,	en	una	de	las	grandes	semillas	a	través	de	quien	Dios	reafirmó	mi	llamado	a
servirle.
	
A	 mi	 madre	 la	 vida	 y	 sobre	 todo	 su	 conversión	 la	 fueron	 cambiando.	 	 Se
transformó	de	tal	manera	que	cierta	vez	exclamé,	un	poco	sorprendida	y	otro	poco
bromeando	al	verla	tratar	con	tanta	suavidad	y	paciencia	a	sus	nietos...	¡Esta	no	es
mi	madre!.			Su	proceso	de	conversión	la	ha	reconstruido	de	muchas	heridas	de	su
pasado.			Su	tono	de	voz	cuando	exigía,	era	fuerte	y	determinado.		No	dudó	en	más
de	una	ocasión	de	“ayudarse”	de	una	buena	“chancla”	para	dejar	clara	su	posición.
Era	muy	curioso	descubrir	cómo	las	tres	hijas	reaccionábamos	de	diferente	manera
de	acuerdo	a	nuestro	temperamento.	Yo	inmediatamente,	temerosa	de	correr,	me
paralizaba	y	me	hacía	“bolita”;	mi	hermana	Gina	en	cambio	corría	por	toda	la	casa
haciendo	un	escándalo	o	se	metía	abajo	de	la	cama...	Yo	decía	¡pero	si	ni	le	alcanzó
a	pegar!	 Claro	que	no	 le	 pegaban	 gran	 cosa	porque	 con	 su	 escándalo	no	 sólo	 se
enterarían	 los	 vecinos,	 ¡sino	 el	 barrio	 entero!	 	 Cindy	 mi	 hermana,	 que	 era	 la
“pequeña”,	a	mi	entender,	ella	alega	lo	contrario,	los	sermones	le	tocaron	pero	los	
“chanclazos”	no.		Lo	que	tengo	ahora	claro	es	que	en	esa	época	los	problemas	
entre	mis	padres	se	habían	agudizado.		A	pesar	de	haberse	casado	muy	
enamorados,	las	dificultades	en	la	comunicación	entre	ellos	fueron	creciendo	con	
la	distancia	y	 la	 soledad	 de	 los	 viajes.	 	 Para	 mi	 madre	 no	 estaba	 siendo	 fácil
entender	a	papá,	¡mucho	menos	retenerlo!	
	
Con	 el	 famoso	 mito	 de	 la	 hermana	 mayor	 de:	 “debes	 poner	 el	 ejemplo”,
imagino	 que	 para	 mis	 dos	 hermanas	 debí	 haber	 sido	 bastante	 insoportable
infinidad	de	veces.		La	hacía	de	“mamá”	o	“madrastrina”	para	ser	exactos.		Admiro
cómo	me	aman	con	todo	y	lo	controladora	que	podía	llegar	a	ser.	Con	esta	misma
creencia	de	dar	siempre	“el	ejemplo”,	también	yo,	me	sentí	bastante	exigida	y	eso
repercutió,	queriéndolo	y	no,	en	mi	autoestima.	 	Aunque	eso	de	poner	el	ejemplo
pues	 ¡para	nada!.	 	Cuando	veo	mi	sombra	(la	parte	 inconsciente	u	obscura	de	mi
personalidad),		me	queda	claro	que	es	mejor	que	cada	quién	aprenda	a	aceptarse	y
desarrollarse	en	sus	propia	persona	sin	pretender	ser	ejemplo	para	nadie,	que	eso
es	una	carga	extra,	difícil	de	llevar	y	que	de	cualquier	manera,	no	sirve	de	mucho,
pues	ya	lo	dice	el	dicho:	“nadie	experimenta	en	cabeza	ajena”.
19
	
Amo	a	mis	hermanas,	son	un	regalo	de	Dios	para	mí,	amigas	incondicionales
a	pesar	de	también	poder	confrontarnos	en	nuestras	diferencias.		Ellas	han	sido	el
maravilloso	 laboratorio	de	Dios	en	 la	 tierra	para	aprender	a	 convivir	y	 crecer	en
familia:	 aprender	 a	 amar,	 a	 superar	 los	 conflictos,	 a	 ser	 amigas,	 reír,	 llorar,
compartir	 lo	 bueno	 y	 lo	 difícil	 en	 nuestras	 vidas.	 	 Mi	 familia	 ha	 sido	 apoyo
generoso	 e	 incondicional	 para	 mí.	 	 ¡Dios	 me	 ha	 bendecido	 con	 el	 maravilloso
regalo	de	la	familia!
	
EL PASO POR MI NIÑEZ
	
La	 imagen	 que	 guardo	 de	 mí	 misma	 en	 mi	 primera	 infancia,por	 las
fotografías	 e	 historias	 de	 la	 época,	 son	 de	 una	 inquieta	 bebé	 con	 sus	 ojos	 muy
abiertos	 cómo	 sorprendida	 ante	 el	 mundo,	 atreviéndose	 a	 explorarlo	 con	 la
seguridad	 que	 sólo	 da	 la	 aceptación	 y	 el	 amor	 de	 su	 entorno.	 	 Fui	 una	 niña
esperada,	siendo	bebé,	a	los	dos	años	y	medio	de	edad	viví	uno	de	los	cambios	mas
trascendentales	de	la	historia	familiar.		Nos	mudamos	de	San	Francisco,	C.A.	donde
nací,	a	Mazatlán	a	donde	mi	mamá	no	quería	vivir	porque	significaba	estar	cerca	de
la	abuela	y	su	control	paterno.		Supongo	que	ese	cambio	y	adaptación	a	un	medio
mas	inestable	me	afectó	en	cuanto	a	seguridad	primaria.
	
Mis	 recuerdos	 mas	 tempranos	 se	 remontan	 a	 mis	 4	 y	 5	 años:	 las	 fiestas
infantiles	 y	 juegos	 como	 “la	 rueda	 de	 San	 Miguel”	 y	 “Naranja	 Dulce”.	
Especialmente	recuerdo		la	época	de	navidad	que	siempre	nos	gustó	celebrar:	las
posadas,	sus	regalos,	juguetes	y	la	reunión	familiar	en	casa	de	los	tíos	donde	nunca
faltaba	el	pavo	con	su	relleno	y	los	famosos	“frijoles	puercos”	que	son	típicos	de	la
región	dónde	 crecí.	 	 Villancicos	 cómo	 “los	 Peces	 en	 el	 río”	 y	 otros	más	 resumen
sonoramente	 el	 espíritu	de	 la	 época	pues	 siempre	 los	 escuchábamos	 al	 poner	 el
árbol	o	al	abrir	 los	 juguetes	 la	mañana	del	25	de	diciembre,	 sin	 importar	en	que
ciudad	nos	encontrábamos	pasando	la	navidad.
	
Nos	mudamos	varias	veces	de	casa	y	de	ciudad	por	el	 trabajo	de	mi	papá.	
Crecí	y	viví	la	mayor	parte	de	mi	infancia	en	el	puerto	de	Mazatlán,	al	noroeste	de
México.	 	 Tierra	 caliente	 de	mar	 y	 gente	 bravía,	 donde	 el	 sonido	 de	 la	 “tambora
Sinaloense	 se	 escuchaba	 al	 doblar	 de	 cada	 esquina.	 (La	 tambora	 Sinaloense	 es	 ruidosa,
pachangera	y	estruendosa,	pero	dentro	de	su	esencia	también	hay	ritmo,	melodía,	sentimiento,	vida	y	energía.)		
Cualquier	pretexto	era	bueno	para	armar	 la	 fiesta	o	 simplemente	para	que
cualquiera	en	 la	cuadra	estuviera	escuchando	“La	Banda”	en	 la	sala	de	su	casa,	a
todo	volumen.	Aún	ahora	al	 escuchar	a	Cruz	Lizárraga	me	salta	el	 corazón	y	mis
pies	se	mueven	siguiendo	automáticamente	el	hermoso	sonido.	 (La	 Banda	 El	 Recodo	 se
inicia	 con	 la	 inquietud	de	un	músico	 excepcional,	Don	Cruz	Lizárraga.	 El	Recodo,	 es	 el	 nombre	del	 pueblo	donde
nació	esta	banda	de	instrumentos	de	viento	en	el	estado	de	Sinaloa,	sobre	el	Pacífico	Mexicano).
Como	mi	 padre,	 llevo	 en	 la	 sangre	 esta	música,	 al	 igual	 que	 la	 música	 de
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Pedro	 Infante,	 Javier	 Solís	 o	 José	Alfredo	 Jiménez.	 Las	 palmeras	 y	 el	 calor	 de	mi
tierra	me	 hablan	 de	mi	 familia	 y	 de	mi	 gente:	 franca,	 honesta	 y	 tan	 directa	 que
muchas	veces	raya	en	la	“carrilla”	o	burla,	que	lastima	la	autoestima.	Sin	embargo,
con	una	alegría	despreocupada	muy	particular.
	
Aún	sin	negar	los	problemas	que	tuvimos	como	familia	y	de	los	que	me	daba
perfecta	 cuenta	por	 ser	 la	mayor.	 	 Considero	que	viví	una	 infancia	 feliz.	 La	parte
recreativa	que	más	rescato	en	esta	etapa	me	la	dio	la	libertad	de	crecer	rodeada	de
primos	visitando	frecuentemente	el	rancho	de	los	abuelos	paternos	donde	aprendí
a	 correr	 los	 caballos,	 a	 nadar	 en	 una	poza,	 a	 perseguir	 los	 sapos	 y	 a	 huir	 de	 los
murciélagos	cuando	entrábamos	a	la	larga	y	oscura	chimenea	de	la	que	alguna	vez
fue	la	fábrica	“Au	Pied	de	Couchon”	en	ese	entonces	convertida	en	el	rancho	“Pie	de
Cochi”.	
	
El	contacto	con	la	naturaleza	me	daba	una	enorme	sensación	de	libertad	sin
restricciones.	 	 Esta	 libertad	 y	 seguridad	 que	 me	 daba	 el	 campo	 equilibraba	 de
alguna	manera	las	exigencias	de	casa.		Me	recuerdo	con	una	conciencia	muy	clara
de	lo	“bueno”	y	lo	“malo”	guardando	mucho	una	imagen	de	niña	buena,	mas	bien
callada,	 obediente,	 madura.	 	 Pero,	 al	 mismo	 tiempo,	 llena	 de	 temores:	 a	 no	 ser
amada	 por	 mí	 misma,	 a	 no	 ser	 “suficiente”,	 al	 abandono.	 Tenía	 muchas	 reglas
metidas	en	la	cabeza	y	muchas	expectativas	que	yo	percibía	debía	cumplir.	
	
Hay	 una	 canción	 de	 Alejandro	 Lerner,	 compositor	 y	 cantante	 argentino,
llamada	 Me	 dijeron’	 que	 creo	 describe	 perfectamente	 el	 proceso	 de
“pavimentación	 de	 la	 espontaneidad”	 (dijera	 Mafalda)	 que	 viví	 a	 lo	 largo	 de	mi
segunda	infancia	y	adolescencia.	
	
Parte	de	la	letra	dice:
	
“Me	prestaron	una	cara	y	una	forma	de	pensar,
me	dijeron	que	no	diga	y	hasta	como	caminar
Me	enseñaron	a	que	vista	como	visten	los	demás
y	me	dieron	este	número	para	mi	identidad.
Me	prestaron	un	espacio	para	ser	original,
Me	dejaron	ser	distinto	si	era	igual	a	los	demás,
Me	pidieron	que	me	compre	un	método	para	rezar
Me	explicaron	que	no	existe	lo	que	no	puedes	probar…”
	
Muchas	de	las	exigencias	y	expectativas	que	llevé	conmigo	a	mi	matrimonio
nacieron	en	estas	etapas	 tempranas	de	mi	vida.	 	Me	 llevaría	años	de	proceso,	un
profundo	 amor	 y	 aceptación	 personal	 el	 recuperar	 mi	 propia	 identidad,	 el
reconocer	los	aprendizajes	obsoletos	y	rígidos		que	lastimaban	mi	autoestima	y	mi
capacidad	 de	 amar.	 Con	 el	 paso	 del	 tiempo,	 a	 través	 de	 los	 años	 de	 convivencia
matrimonial	fui	aprendiendo	a	“bajarle”	a	mi	exigencia	y	a	tantas	expectativas	que
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yo	 tenía	para	 conmigo	y	 ¡por	 supuesto!	hacia	mi	pareja...	 Pero	 todo	esto	vendría
mucho	más	adelante.
 
MI ADOLESCENCIA
	
Al	 finalizar	mis	años	de	 infancia,	nos	mudamos	a	Zamora,	Michoacán,	en	el
centro	del	país.		En	esa	ciudad	vivimos	5	años,	que	los	recuerdo	como	muy	estables
y	 felices	 en	 mi	 vida,	 a	 pesar	 de	 que	 los	 problemas	 entre	 mis	 padres	 que	 se
recrudecían	de	cuando	en	cuando.	 	Estudié	 los	dos	últimos	años	de	 la	primaria	y
los	tres	de	secundaria	en	esa	región	sorprendente	de	México	por	sus	alrededores
de	majestuosa	belleza:	multitud	de	tonos	verdes	salpicaban	el	paisajes	atravesado
por	 ríos	 y	 lagunas	 de	 transparente	 fulgor.	 	 Esos	 años	 fueron	 especialmente
formativos	 para	 mi	 espíritu	 preparando	 a	 temprana	 edad	 mi	 corazón,	 para	 mi
llamado	misionero.
	
Al	 pasar	 de	 primaria	 a	 secundaria	 entré	 en	 el	 “Colegio	 América”	 exclusivo
para	mujeres	y	dirigido	por	 religiosas	Teresianas	a	quienes	 recuerdo	con	mucho
cariño.		Ahí	recibí	una	formación	religiosa	y	una	espiritualidad	cómo	nunca	la	había
conocido	antes.	 	Salta	a	mi	memoria	una	anécdota	en	particular:	 	Todos	 los	días,
antes	 del	 anhelado	 recreo	 teníamos	 nuestros	 “15	 minutos	 de	 oración	 ante	 el
santísimo	sacramento”.	 	Nos	reunían	diariamente	a	 los	 salones	de	nuestro	grado
en	una	capilla	grande.																Un	día,	la	madre	Silvia	Reyes,	que	después	sería	mi
madrina,	se	me	acercó	y	me	dijo:		“Te	voy	a	pedir	que	ores	por	tus	compañeras	en
los	15	min,	de	oración...”		Ella	se	refería,	como	me	explicó	después,	que	dirigiera	la
oración	o	al	menos	me	pedía	intervenir	en	ella	orando	por	mis	compañeras.		Pues
todo	el	grupo	se	quedó	esperándome	porque	yo	nunca	llegué	a	la	capilla	grande.	
Yo	 había	 entendido	 que	 la	 religiosa	 me	 pedía	 orar	 por	 mis	 compañeras	 y
literalmente	 ¡eso	 hice!	 Me	 subí	 a	 la	 capilla	 pequeña,	 dos	 pisos	 mas	 arriba,	 y
durante	 15	minutos	 oré	 por	 cada	 una	 de	mis	 compañeras	 del	 grupo	 arrodillada
frente	 a	 Jesús	 ahí	 solita.	 	 Era,	 desde	 entonces	 bastante	 despistada,	 pero	 con	 un
corazón	sensible	a	Dios	y	a	las	necesidades	de	los	demás.		
	
Mi	 primera	 biblia:	 Nacar-Colunga,	 llegó	 a	 mis	 manos	 como	 parte	 de	 mis
libros	 de	 secundaria.	 	 Tenía	 sus	 hojas	 amarillo-paja	muy	 delgaditas	 y	 aprendí	 a
tratarlas	con	mucho	cuidado.		¡Estaba	leyendo	la	palabra	de	Dios	por	primera	vez
con	 mi	 propia	 biblia!	 Las	 religiosas	 Teresianas	 me	 enseñaban	 a	 descubrir	 sus
misterios:	 Antiguo	 y	 Nuevo	 testamento,	 que	 se	 dividía	 en	 capítulos	 y	 luego	 en
versículos.	 ¡Que	maravillosos	 descubrimientos!	 Todo	 esto	 era	 totalmente	 nuevo
para	mí.	 	 De	 hecho,	 hasta	 entonces,	 no	 habíamos	 tenido	 en	 nuestra	 familia	 una
educación	 religiosa	muy	 formal,	mi	madre	 se	 ponía	 a	 orar	 todas	 las	 noches	 con
nosotrasy	 a	 misa	 poco	 faltábamos,	 pero	 todos	 en	 casa	 conocíamos	 a	 un	 Dios
lejano,	 castigador	 y	muy	 exigente.	 	Mi	 colegio	de	primaria	 en	Mazatlán,	 era	muy
prestigiado	pero	su	educación	era	totalmente	tradicional	y	laica.		Ni	siquiera,	a	mis
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trece	años,	había	hecho	mi	primera	comunión	pues	¡seguían	mis	padres	esperando
a	los	padrinos,	(los	famosos	compadres)	que	se	habían	ido	a	vivir	a	la	frontera	del
país!
	
Por	ello,	en	la	secundaria,	fue	un	escándalo	entre	mis	compañeras	del	salón
cuando	 se	 enteraron	 de	 este	 hecho.	 	 Sucedió	 que	 yo	 era	 catequista...	 ¡y	 de	 las
buenas!	 	 Entré	 en	 el	 MTA	 (Movimiento	 Teresiano	 de	 Apostolado)	 y	 todos	 los
sábados	muy	temprano	en	la	mañana	salíamos	desde	el	colegio	América,	la	madre
Carmen	 Zalvide,	 mis	 compañeras	 y	 yo	 en	 una	 camioneta	 (probablemente	 del
sacerdote	 alto	 y	 delgado	 de	 quién	 no	 recuerdo	 su	 nombre)	 a	 Telonzo,	 	 una
comunidad	como	a	hora	y	media	de	Zamora.
Telonzo,	 municipio	 de	 Tangamandapio	 en	 Michoacán.	 (Cómo	 anecdotario,
del	pueblo	de	Tangamandapio	es	“Jaimito”	el	cartero	del	“Chavo	del	Ocho”).		En	fin,
siguiendo	con	el	relato,	el	rancho	de	Telonzo	poseía,	en	ese	entonces,	muy	pocos
habitantes,	 básicamente	mujeres,	 ancianos	y	niños	pues	 los	hombres	desde	muy
jóvenes	 migraban	 a	 Estados	 Unidos.	 	 Mi	 labor	 era	 dar	 catecismo	 a	 los	 niños
pequeños	 y	 de	 cuando	 en	 cuando	 “acolitaba”	 al	 Padre	 en	 la	 única	 Misa	 que
tendrían	 en	 esa	 semana	 los	 pobladores.	 	 Por	 cierto	 recuerdo	 que	me	 gustaba	 la
labor	de	“sacristana”,	(entregar	al	padre	el	alba,	 la	estola)	y	 	alguna	que	otra	vez,
sin	que	el	padre	se	diera	cuenta,	tomar	el	vinito	y	los	“recortes”	de	las	hostias	sin
consagrar.	
	
El	 caso	 es	 que	 ¡no	 había	 yo	 hecho	 mi	 primera	 comunión	 y	 ya	 daba
catecismo!	 	En	esa	zona	del	país,	 la	cultura	es	mucho	mas	religiosa	que	de	donde
yo	venía.		La	costumbre	era	que	los	niños	realizaran	su	primera	comunión	a	los	5-6
o	7	años	máximo	y	¡claro!	religiosas	y	compañeras	simplemente	asumieron	que	yo
a	mis	¡trece	años!	ya	habría	cumplido	con	ese	requisito.	 	Cómo	sea,	Dios	que	está
en	todo	y	no	se	desentiende	de	nada,	anhelaba	tener	ese	1er.	encuentro	Eucarístico
conmigo.	 	 Por	 tanto,	 planeó	 para	 mí	 un	 retiro	 de	 fin	 de	 semana	 al	 que	 fuimos
convocados	todo	el	salón	de	2o.	de	secundaria.		Las	monjitas	se	enteraron	que	me
faltaba	 ese	 sacramento,	 cuando	 preguntaron	 que	 cuantas	 	 de	 nosotras	 íbamos	 a
comulgar.	 Se	 sorprendieron	que	yo	no	 levantara	 la	mano	y	al	preguntar	 la	 razón
¡mas	 sorprendidas	 quedaron	 con	 la	 respuesta	 que	 les	 di!	 	 Inmediatamente
llamaron	a	mi	mamá	y	le	pidieron	permiso	para	celebrar	con	mis	compañeras	este
sacramento.	 	Mi	mamá	 gustosa	 dijo	 que	 sí	 y	me	 hizo	 llegar	 un	 vestido	 nuevo	 al
lugar	del	retiro	(por	cierto	eran	los	tiempos	de	minifalda,	la	cuál	nunca	me	dejaron
usar,	y	ese	vestido	me	quedaba	larguísimo).			¡Con	todo,	mi	primera	comunión	fue
memorable!	 Tuve	 el	 regalo	 especial	 de	 recibir	 a	 Jesús	 en	 un	 ambiente	 de	 retiro.
Aquello	 era	 un	 privilegio	 en	 aquel	 entonces.	 	 Después	 de	 la	 eucaristía	 siguió	 el
desayuno,	con	chocolate	caliente,	 jugo	de	naranja	y	unos	huevitos	deliciosos.	 	Yo
quedé	sentada	al	centro	de	una	mesa	larga	y	hermosamente	arreglada.	 	Manteles
blancos	y	unas	 flores	de	bugambilias	adornaban	al	 frente	de	cada	plato.	Encima,	
además	 de	 la	 servilleta,	 cada	 una	 de	 nosotras	 encontramos	 una	 tarjetita	 como
recuerdo.	Aún	conservo	mi	tarjeta,	como	conservo	en	mi	memoria	cada	detalle	(lo
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cuál	 es	 sorprendente	 viniendo	 de	 mi)	 en	 el	 que	 mi	 encuentro	 sacramental	 fue
celebrado	¡como	una	verdadera	fiesta!
	
Esos	 tres	 años	 de	 secundaria	 los	 viví	 intensamente.	 	 Participaba	 en	 casi
todos	los	deportes.	Pertenecía	al	equipo	de	softball	del	colegio,	jugué	volleyball	y
basket,	 ¡con	 todo	 y	mi	 corta	 estatura	 era	 buena	 defensa!	 	 Llegué	 a	 viajar	 en	 los
inter-teresianos	en	dos	ocasiones,	 lo	que	 fue	para	mi	muy	enriquecedor	pues	me
encantaba	conocer	mucha	gente	y	lugares	nuevos.		También	estuve	en	el	grupo	de
“montañeras”	donde	aprendí	a	convivir	y	trabajar	en	equipo.		Con	ellas	me	iba	de
fin	de	semana	a	escalar	montañas	y	hacer	largas	caminatas	apoyada	en	mi	bastón
hecho	 de	 vara	 y	 tomado	 a	 la	 orilla	 del	 camino	 pero	 con	 el	 que	 completaba	 mi
atuendo	de	verdadera	montañera.	Estas	actividades	eran	mi	delicia,	 ahí	 sacaba	a
pasear	 a	 la	 pequeña	 niña	 que	 aún	 habitaba	 en	mi	 a	 quién	 le	 gustaba	 ser	 libre	 y
aventurera.		
	
Sin	 embargo,	 al	 igual	 que	 en	 la	 primaria,	 me	 temo	 que	 en	 las	 clases	 no
brillaba	especialmente.		La	opinión	de	mis	maestros	que	quedó	grabada	en	mi	era:
“Es	 muy	 inteligente,	 muy	 capaz	 pero...	 tan	 distraída”...	 Inicia	 muy	 bien	 los
proyectos	 pero...	 ¡Tardaría	 años	 en	 liberarme	 de	 esas	 creencias	 y	 consignas	 tan
limitantes!
	
Efectivamente,	 tiempo	 después,	 al	 estudiar	 psicología,	 descubrí	 por	 los
síntomas	que	yo	padecía	de	déficit	de	atención.	 	Comprender	esto	me	regresó	en
mucho	mi	autoestima.			Ahora	podía	entender	mis	continuas	caídas	y	accidentes	de
niña,	mi	dificultad,	 aún	 sin	 ser	hiperactiva,	 de	 escuchar	y	 comprender	 lo	que	me
decían	 o	 mantener	 la	 atención	 por	 mucho	 tiempo.	 Decían	 que	 era	 muy
“contingente”	 nunca	 supe	 que	 significaba	 eso	 pero	 debía	 de	 ser	 algo	muy	malo.	
Siempre	 había	 creído	 que	 de	 alguna	manera	 era	 “mala”	 o	 “culpable”	 de	 ser	 así.	
Pero	 había	 una	 causa	 física,	 una	 alteración	 fisiológica	 resultado	 de	 un	 trastorno
neuroquímico.	 	 En	 otras	 palabras,	 la	 química	 de	 mi	 cerebro	 no	 trabajaba
adecuadamente	y	esto	me	provocaba	una	tremenda	dificultad	para	poner	atención
o	 permanecer	 concentrada.	 	 ¡De	 nada	 servían	 los	 regaños	 de	mi	madre	 o	 de	 los
maestros!	¡Lo	que	me	hubiera	servido	saberlo	antes!.
	
Continuando	 el	 tiempo	 de	 mi	 adolescencia,	 disfrutaba	 mucho	 la	 música,
especialmente	en	 inglés:	Beatles,	Cat	Stevens,	Carpenters,	etc.	 	La	compra	de	mis
primeros	discos	de	acetato,	el	regalo	de	un	pequeño	tocadiscos	cuadrado,	además
de	 una	 pequeña	 grabadora	 se	 volvieron	 “mi	mundo”	 pues	 esa	música	 era	mía	 y
significaba	un	espacio	privado	tan	necesario	y	saludable	para	mí.
	
A	mis	trece	años	tuve	mi	primer	enamorado...	Me	temo	que	el	“gen	Watson”
y	mi	 creencia	 de	 “contingente”	 rondaba	 en	mi	 sangre	 porque	 aunque	 tímida	 era
bien	coqueta,	así	que	con	todo	y	los	regaños	que	me	significaron	correspondí	a	ese
simpático	muchacho	 que	 en	 los	 desfiles	 patrios	 pasaba	muy	 gallardo	 vestido	 de
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charro	en	un	hermoso	caballo	bayo	¡y	con	lo	que	a	mí	me	gustaban	los	caballos!
	
Sólo	que	ese	noviazgo	temprano	con	encuentros	al	pie	de	la	escalera	de	mi
casa	y	con	mi	hermana	pequeña	rondando	con	su	vaso	de	leche	con	chocolate	no
duraron	mucho	 tiempo.	 	Pocos	meses	después	mi	enamorado	se	 fue	a	estudiar	a
una	ciudad	lejana	y	la	relación	tuvo	que	seguir	por	carta.	Recibir	y	leer	esas	cartas
era	 una	 tremenda	 ilusión	 que	 despertaban	 mil	 emociones	 a	 mi	 corazón
adolescente.	
	
Pero	llegó	el	fin	de	mi	tercer	año	de	secundaria,	cuando	mi	papá	anunció	que
nos	 regresábamos	 a	 vivir	 a	 Mazatlán.	 	 No	 me	 disgustaba	 el	 cambio,	 estaba
acostumbrada,	 pues	 para	 mis	 escasos	 15	 años	 ya	 había	 pasado	 por	 5	 escuelas
diferentes,	en	tres	distintas	ciudades	del	país.	 	Lo	que	me	pesaba	 	al	regresar	era
que	ya	me	habían	dejado	ir	¡por	primera	vez	en	mi	vida,	de	misiones!		Tenía	mucha
ilusión	aunque	no	 sabía	 con	 claridad	que	era	eso.	 	Recuerdo	que	 la	madre	Silvia
insistió	mucho	a	mis	papás	que	alcanzaba	a	 ir	antes	de	mudarnos,	pero	no	había
manera;	mientras	mis	compañeras	del	MTA	se	iban	de	misiones	yo	regresaba	a	mi
ciudad	 de	 origen.	 	 La	 madre	 Silvia	 me	 entregó	 una	 pequeña	 tarjeta	 escrita	 por
detrás	con	hermosa	letra:	Lizzy	“Misionera	de	retaguardia”.		Muchos	años	después,
ya	casada	y	con	mis	 tres	pequeñoshijos	comprendería	a	cabalidad	esta	hermosa
profecía...
	
Pues	bien,	 esta	 recién	nombrada	 “misionera	de	 retaguardia”	de	escasos	15
años,	se	 llevó	consigo	un	poema	de	Sta.	Teresa	de	 Jesús	profundamente	grabado
en	su	corazón.		En	muchos	momentos	de	crisis	en	mi	vida,	estas	palabras	brotadas
del	alma	de	Santa	Teresa	calmarían	mi	angustia,	¡Todo	se	pasa,	sólo	Dios	basta!
	
Nada	te	turbe,	nada	te	espante,
todo	se	pasa,	Dios	no	se	muda,
la	paciencia	todo	lo	alcanza.
Quien	a	Dios	tiene	nada	le	falta.
¡Sólo	Dios	basta!
	
MI ENCUENTRO CON DIOS
	
Cuatro	 años	 antes	 de	 que	 el	 Papa	 Juan	 Pablo	 II	 nos	 invitara	 a	 tener	 “un
encuentro	 personal,	 vivo,	 de	 ojos	 abiertos	 y	 de	 corazón	 palpitante,	 con	 Cristo
resucitado”.	(Expresado	en	1979	por	el	Papa	 Juan	Pablo	 II	 en	 la	 catedral	de	Santo	Domingo,	 en	el	 contexto	de
misión	 y	 evangelización,	 en	 su	 primera	 homilía	 en	 tierras	 americanas).	 Yo	 tuve	 la	 gracia	 	 de
experimentar	 exactamente	 este	 tipo	 de	 encuentro	 con	 Cristo.	 	 Esta	 experiencia
significó	para	mí	algo	tan	fuerte,	tan	contundente,	que	partió	mi	historia	en	dos.	El
“antes”	y	después”	de	mi	vida.		Fue	una	vivencia	sensible,	pero	al	mismo	tiempo,	de
certeza	racional,	profundamente	espiritual	e	 importante:	La	experiencia	del	amor
25
de	Dios	y	un	encuentro	profundo	y	personal	con	Él.
	
Yo	tenía	17	años,	estaba	cursando	2o	de	preparatoria	en	el	Instituto	Cultural
de	 Occidente	 (ICO).	 	 Colegio	 entrañable,	 dirigido	 por	 sacerdotes	 Misioneros
Xaverianos	 en	Mazatlán	 que	 en	 ese	 entonces	 eran	 en	 su	mayoría	 italianos.	 	 Una
noche	 me	 invitaron	 a	 participar	 de	 una	 “Misa	 carismática”	 con	 el	 P.	 Alfredo
Spigarolo	ahí	en	el	 ICO.	 	 Invité	a	mi	mamá	y	a	 	 	Gina	mi	hermana,	que	estaba	en
secundaria	en	esa	misma	escuela.
	
Llegamos	a	misa	un	poco	retrasados,	sin	saber	que	estábamos	llegando	en	el
momento	preciso	de	la	invocación	a	la	renovación	del	Espíritu	Santo.		Nos
quedamos	en	el	rellano	de	la	puerta	pues	lo	que	vimos	al	llegar	nos	dejó
impresionadas:	la	capilla,	que	tenía	capacidad	para	unas	60	personas,	se
encontraba	llena.	Mucha	gente	llorando,	algunos	con	los	brazos	extendidos	en	alto,
otros	hincados	o	postrados	en	el	suelo,	algunos	mas	hablando	en	lenguas	o	con
sonidos	extraños.		El	P.	Alfredo	presidía	desde	el	altar	en	un	profundo
recogimiento.	
Otro	sacerdote	apareció	en	el	umbral	de	la	puerta;	lo	reconocí	de	inmediato
pues	era	mi	maestro	de	literatura	y	además	muy	estricto.		Se	detuvo	junto	a	mí	en
el	umbral	de	la	puerta.		Al	voltear	lo	vi	muy	indignado	ante	aquél	cuadro	tan	fuera
de	lo	común	y	sólo	le	escuché	decir	antes	de	verlo	alejarse	rápidamente:	“¡esto	no
es	liturgia!”.		
Estábamos	a	finales	de	los	70’s	y	aunque	el	concilio	Vaticano	Segundo	ya	nos
urgía	a	evangelizar,	todo	aquello	era	una	manera	totalmente	nueva	y	distinta	a	lo
que	estábamos	acostumbrados.		Sin	embargo,	algo	había	en	aquella	asamblea	que
nos	 invitaba	 a	 quedarnos:	 experimentábamos	 paz	 en	 el	 corazón	 y	 descubríamos
ante	nuestros	 ojos	 una	 alegría	 y	 fraternidad	nueva	 tan	 llena	de	 libertad	que	nos
“atrapó”	 el	 resto	 de	 la	 eucaristía.	 	 Regresamos	 a	 casa	 muy	 contentas	 aunque
seguíamos	 sin	 comprender	 de	 que	 se	 trataba	 aquello	 pues	 llegamos	 tarde	 a
cualquier	explicación.		De	alguna	manera	el	Espíritu	nos	había	hablado	al	corazón
regalándonos	 la	 preciada	 paz	 que	 supera	 todo	 entendimiento	 y	 que	 tanto
ansiábamos	cómo	familia.
	
A	los	días	de	aquella	Misa	nos	invitaron	a	una	“reunión	de	oración”	pero	esta
vez	en	casa	de	 la	 familia	de	Don	 Jorge	Pérez.	 	Sin	dudarlo	un	segundo	 fuimos	mi
hermana	 Gina	 y	 yo	 (más	 adelante	 mi	 mamá	 y	 Cindy,	 de	 escasos	 9	 años,	 se
involucrarían	 también	 de	 lleno).	 	 La	 generosidad	 de	 esta	 hermosa	 familia,
convertiría	 su	 hogar	 en	 nuestro	 “bunker”	 o	 casa	 de	 reunión	 para	 todas	 las
comunidades	que	se	irían	formando	en	aquél	naciente	“Movimiento	de	Renovación
Carismática	de	Mazatlán”.
Esa	 hermosa	 noche	 de	 un	 caluroso	 verano	 de	 1975,	 fue	 la	 noche	 de	 mi
conversión.	 Estaban	 reunidos	 en	 oración	 en	 esa	 bendita	 casa,	 varios	 jóvenes	 y
algunos	 adultos.	 Para	 mí	 esa	 noche	 quedará	 para	 siempre	 imborrable	 en	 mi
memoria	pues	significó	el	encuentro	“vivo	y	palpitante”	con	mi	Señor.		
26
	
Era	un	grupo	no	muy	grande,	unas	15	a	20	personas	entre	adultos	y	jóvenes.	
Empezamos	a	orar	bajo	 la	dirección	del	 Señor	 Jorge	y	 la	 Sra.	 Lucy	 su	esposa,	 yo
trataba	de	seguir	más	o	menos	respetuosamente	 lo	que	 iban	diciendo,	no	estaba
acostumbrada	 a	 orar	 así	 pero	 repetía	 algunas	 frases	 que	me	 gustaban:	 “Bendito
seas	 Señor,	 alabado	 sea	 tu	 nombre”,	 “Derrama	 tu	 Espíritu	 sobre	 nosotros...”	 “Sí,
repetía	yo...	derrama	tu	Espíritu...”	“Ven	a	mi	vida...	tómame	Señor...”.	Hasta	que,	en
un	cierto	momento,	dejé	de	orar	llevando	yo	el	“control”,	por	así	decirlo,	de	aquello
que	 expresaba...	 me	 sentí	 “arrebatada”	 literalmente	 por	 el	 Espíritu	 Santo...	 Un
fuego	 intenso	ardió	dentro	de	mí;	una	sensación	de	paz	muy,	muy	profunda	y	un
gozo	 interior	 que	mi	 rostro	 reflejaba	 al	 reír	 y	 llorar	 al	mismo	 tiempo.	 	 Es	 difícil
describir	 lo	 que	 experimenté,	 lo	 que	 recuerdo	 es	 verme	 postrada	 en	 el	 suelo,
bañada	 en	 llanto	 y	 expresándome	 en	monosílabos:	 “Sí	 Señor	 Sí....	 yo	 te	 sigo,	 te
amo,	Sí...	soy	tuya,	para	siempre	tuya...”	y	repetía	sin	cesar:	“Sí...	Sí...	Sí...”.	Durante
un	 buen	 rato	 no	 podía	 decir	 o	 hacer	 otra	 cosa	 que	 asentir	 con	 mi	 cabeza	 y
expresarle	“Sí...	Sí...	Sí...”.		¡Cuántas	cosas	le	susurraba	Dios	a	mi	espíritu!	¡Con	tanto
amor	 me	 hablaba	 que,	 sin	 comprenderlo	 intelectualmente	 mi	 alma	 se	 rendía	 y
respondía	con	todas	las	fuerzas...	Sí!	 	Era	la	certeza	total	que	brota	del	corazón	al
haber	encontrado	al	 fin	aquello	que	desde	siempre	y	sin	saberlo,	había	buscado:	
mi	misión	de	vida,	el	llamado	del	AMOR	verdadero.
	
Aún	ahora,	al	relatarlo	después	de	tantos	años	mi	alma	se	vuelve	a	llenar	de
gozo	por	mi	salvación.	Dios	en	Su	misericordia	me	hizo	descubrirme	nada	sin	Él,
sin	Su	amor	que	me	da	vida.			La	fuerza	de	ese	amor	me	sedujo	y	aún	sin	saber	todo
lo	que	seguía	en	mi	vida,	le	respondí	¡SI!		creyendo	firmemente	y	expresándolo	con
mi	boca	¡Si!	entra	a	mi	vida	y	¡sálvame!	¡Jesús...!	¡sé	para	siempre	mi	Señor!	
	
Cómo	el	hijo	pródigo	del	Evangelio,	entraba	en	mí	misma,	abría	mi	corazón	y
me	dejaba	seducir	por	El	Amor	dando	un	giro	total	a	mi	vida	al	correr	el	riesgo	de
responder:	¡Sí!	yo	te	sigo...	Sí,	yo	también	te	amo...	¡Sí!	vuelvo	a	la	casa	de	mi	Padre
y	arrepentida	le	digo:	“Padre	he	pecado	contra	el	cielo	y	contra	ti...		trátame	cómo
al	último	de	 tus	 siervos...	 no	merezco	 tu	amor,	pero	 te	amo,	 te	necesito...”.	 	 Y	mi
Padre	 a	 través	 de	 su	 Espíritu	 Santo	 en	 aquel	 momento,	 como	 en	 muchos	 más
momentos	de	mi	vida	en	que	me	alejaría	y	regresaría	a	mi	Señor,	me	renovaba	con
su	amor	y	Su	perdón.	
	
Después	de	mi	encuentro	con	Jesús,	era	yo	otra,	mi	corazón	había	cambiado
y	sentía	que	había	sido	 “sellada”	para	Dios.	 	Esta	experiencia	era	muy	distinta	al
Dios	castigador,	distante	y	exigente	que	yo	conocía	hasta	entonces.	 	Por	primera
vez	me	sentía	amada	 incondicionalmente	 ¡cómo	nunca	había	 sido	amada!.	 ¡Estaba
completa	y	feliz!	con	una	felicidad	que	brota	de	un	corazón	renovado.	 	 	Era	cómo
una	niña	otra	vez:	segura,	libre,	amorosa.
	
Recuerdo	que	en	el	trayecto	a	casa,	pasamos	en	carro	por	el	malecón	a	todo
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lo	 largo	 de	 la	 playa.	 	 Con	 la	 ventanilla	 abajo,	 la	 brisa	 pegaba	 sobre	 mi	 rostro
haciéndome	sentir	más	libre	que	nunca.		Escuchaba	el	mar	rugiente	con	un	sonido
nuevo	 ¡que	 alababa	 a	 Dios!	 Contemplaba	 sus	 olas	 estallar	 de	 júbilo	 dejando	 un
manto	blanco	de	 sal	 en	 cada	 salto.	Todos	mis	 sentidos	 se	habían	agudizado.	Era
como	 si	 un	velo	que	 cubría	 imperceptiblemente	mis	ojos	 se	hubiese	 removido	o
cómo	 si	 un	 tapón	 que	 no	me	 permitía	 escuchar	 a	mi	 alrededor	me	 hubiera	 sidoquitado,	¡estaba	viva!.
¡Me	sentía	unida	con	 la	creación	entera	cantando	a	una	voz	alabanzas	a	mi
Creador!		Sentía	ganas	de	gritar	a	todo	el	mundo	que	¡Dios	estaba	vivo!...	y	lo	hice:
saqué	 la	 cabeza	 por	 la	 ventanilla	 de	 atrás	 y	 grité	 a	 los	 turistas	 y	 gente	 que
caminaba	despreocupadamente:	“¡Dios	te	ama!”,		“¡Dios	los	ama!”.
	
Llegué	a	casa	feliz,	le	conté	como	pude	a	mi	mamá,		hasta	poco	después	que	
ella	tuvo	su	propio	encuentro	pudo	comprender	lo	que	yo	viví	esa	noche.		Mi	mamá
y	mis	hermanas	veían	mi	cambio	en	conductas	y	 actitudes	 concretas:	 ¡estaba	 llena
de	alegría!	pasaban	 los	días	y	me	seguían	viendo	 feliz,	 tendía	mi	 cama,	 lavaba	 la
loza,	hacía	lo	que	me	pedían	con	una	sonrisa	que	no	me	la	podían	quitar,	 ¡estaba
enamorada!
	
Era	 la	 primera	 vez	 en	 mi	 vida	 que	 experimentaba	 algo	 así	 de	 fuerte.	 Yo
conocía	a	Dios,	había	sido	“catequista”	era,	según	mis	limitados	criterios,	una	niña
“buena”,	pero	nada	de	 lo	que	yo	hiciera	o	hubiera	hecho	por	Dios	 se	 comparaba
con	 lo	que	Dios	había	hecho	por	mí.	 Siempre	me	 sentí	 cómo	el	hijo	mayor	de	 la
parábola:	bueno,	obediente,	habitando	 la	 casa	de	mi	padre,	pero	en	el	 fondo,	 sin
disfrutar	mi	 casa,	 sin	 saberme	hija	 realmente.	 Era	 también	 cómo	 el	 hijo	 pródigo
que	retornaba,	por	fin	lo	comprendía,	¡Jesús	era	mi	Señor	y	Salvador!	El	centro	de
mi	 vida	 ya	 no	 giraba	 en	 torno	 a	 mí:	 mis	 propios	 planes,	 mis	 anhelos,	 mis
sufrimientos,	mi	querer	“saberlo	todo”	y	controlar	todo.
Por	fin	podía	descansar	y	confiar	en	Él,	quién	es	más	grande	que	yo.		Por	fin
podía	“soltar”	mis	miedos	y	todo	aquello	que	me	estorbaba	para	seguirlo	y	realizar
en	mi	vida	¡ese	plan	hermoso	de	amor	con	el	que	Dios	había	soñado	desde	toda	la
eternidad!
	
“AMAR CÓMO NUNCA HE AMADO”
	
Después	 de	mi	 encuentro	 con	 Jesús	 resucitado,	 además	 de	 ir	 de	misiones,
tuve	la	oportunidad	de	asistir	a	algunos	encuentros	carismáticos	dentro	y	fuera	del
país:	en	Culiacán,	Mochis,	Guadalajara	y	California,	USA.		En	esos	encuentros,	Dios
me	habló	en	varias	ocasiones	con	mucha	claridad.
Recuerdo	un	congreso	al	que	fuimos	a	dos	horas	de	la	ciudad	dónde	vivía.		El
grupo	 de	 jóvenes	 de	 Mazatlán	 hacíamos	 notar	 nuestra	 presencia	 pues	 nos
sentábamos	en	 la	primera	 fila	al	 frente	de	una	enorme	asamblea.	 	Cantábamos	a
viva	voz,	ayudados	con	panderos,	baile	y	gritos	de	alegría.		Por	alguna	razón,	creo
que	por	un	impulso	del	Espíritu,	en	una	de	las	conferencias	yo	decidí	sentarme	sola
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en	 una	 de	 las	 últimas	 filas	 de	 aquél	 anfiteatro	 redondo	 con	 graderías	 que	 iban
bajando	 de	 nivel	 hasta	 rematar	 en	 un	 amplio	 escenario.	 	 La	 charla	muy	 ungida,
trató	sobre	la	oración,	y	al	finalizar	entonamos	cantos	de	alabanza	con	las	manos
en	alto.		Desde	mi	lugar	sentí	el	impulso	de	orar	con	mis	manos	dirigidas	hacia	el
frente,	pidiendo	por	esa	enorme	y	desconocida	multitud,	y	Dios,	sin	palabras	grabó
con	 fuego	ese	momento,	 cómo	una	 fotografía.	 	Muchos	años	después,	 entendí	 su
mensaje.	 	 El	 Espíritu	 me	mostraba	 la	 importancia	 y	 necesidad	 de	 oración	 en	 la
Iglesia	 y	 por	 la	 Iglesia.	 Me	 recordaba	 el	 ser	 “misionera	 de	 retaguardia”,	 y	 esa
imagen	grabada	en	mi	corazón	se	convirtió	en	un	llamado	continuo	a	lo	largo	de	mi
vida.
	
Otra	experiencia	fuerte,	dónde	“sentí	escuchar”	 la	voz	de	Dios	con	claridad,
la	 viví	 en	un	encuentro	 realizado	en	mi	propia	 ciudad.	 	 En	una	de	 las	 charlas	de
aquel	 encuentro,	 recuerdo	 con	 claridad	 un	 hombre	 y	 una	mujer	 que	 subieron	 a
compartir	su	 testimonio	de	pareja.	 	 Jamás	olvidaré	 la	 imagen	de	ellos	dos	dando
juntos	esa	charla,	me	impresionaba	con	cuanta	certeza	hablaban	del	amor	de	Dios.	
¡Cómo	 verdaderos	 testigos	 del	 Dios	 vivo	 en	 su	 matrimonio!.	 	 Sentí	 ese	 fuego
interior	tan	familiar,	y	al	sentirlo,	reconocí	de	inmediato	el	anhelo	que	venía	desde
lo	más	profundo	de	mi	 corazón:	 	 “yo	quiero	eso,	 Señor	 Jesús,	quiero	evangelizar
con	mi	pareja”.	
Me	 sentí	 llamada	 a	 ser	 misionera	 de	 Su	 Palabra	 y	 de	 Su	 Amor	 y	 en	 ese
momento,	 anhelé	 que	 fuera	 con	 alguien	 que	 vibrara	 con	 la	 fuerza	 de	 ese	mismo
llamado.	 Así,	 cómo	 esa	 pareja	 que	 “brillaba”	 ante	 mis	 ojos	 adolescentes,
testificando	del	Amor	de	Dios.	
Desde	entonces	pedí	a	Dios	una	pareja	según	Su	corazón,	pero	llegaban	y	se
iban	 los	 prospectos	 y	 yo	 dudaba	 de	mí	 por	mi	 exigencia,	me	 sentía	 sumamente
insegura.	
Posteriormente	descubriría	 que	 esa	 inseguridad	 era,	 en	 el	 fondo,	 temor	de
amar,	 	 miedo	 al	 compromiso.	 	 Me	 decían	 que	 tenía	 “sangre	 de	 atole”	 y	 mucho
tiempo	me	lo	creí.	Pensaba	en	mi	interior	que	yo	no	sabía	amar	y	los	“hechos”	me
lo	confirmaban.	Era	ambivalente	y	al	serlo,	“confundía”	y	hería	frecuentemente	al
otro,	 pero	 más	 a	 mí	 misma.	 	 A	 veces,	 deseando	 una	 amistad	 la	 relación	 se
malinterpretaba.
Otras,	 las	 más,	 cuando	 surgían	 las	 diferencias	 o	 los	 conflictos...¡salía
corriendo!	o	terminaba	la	relación	sin	responsabilizarme	de	mi	parte	en	el	asunto.	
Me	 justificaba	 diciendo:	 “Seguro	 este	 muchacho	no	era	para	mí,	Dios	no	lo	
permitió.	¡Qué	fácil	era	echarle	la	culpa	a	Dios!,		¡así	nunca	iba	a	encontrar	a	mi	
pareja!.		
Era	fácil	también	asumir	culpas	que	lo	único	que	hacían	era	paralizarme,			y
con	tantas	etiquetas,	que	yo	misma	reforzaba,	mi	inseguridad	en	el	amor	se	hacía
más	fuerte.	
Cuando	la	tristeza	me	abrumaba	yo	sólo	oraba	y	pedía	con	todas	mis	fuerzas
“Dios,	enséñame	a	amar	cómo	nunca	he	amado...”	.
	
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MISIONES: TESTIGOS DE LA FÉ EN JESÚS RESUCITADO
	
Con	 la	 fuerza	 del	 Espíritu	 Santo,	 la	 experiencia	 de	 evangelizar	 y	 dar
testimonio	de	lo	que	Dios	estaba	haciendo	en	mi	familia	y	en	mi	vida,	se	convirtió
en	algo	muy	importante.		Formamos	una	comunidad	de	jóvenes	donde	lo	que	más
abundaba	era	la	alegría;	juntos	crecíamos	y	nos	alimentábamos	de	la	Palabra	y	la
oración.	 	Me	gustaba	mucho	 la	experiencia	de	compartir	en	comunidad,	mas	que
amigos	 los	sentía	cómo	hermanos	y	 juntos	hablábamos	a	otros	del	amor	de	Dios
que	nos	había	salvado	y	dado	nueva	vida.
	
De	los	17	a	los	22	años	tuve	la	oportunidad	de	“irme	de	misiones”	en	varias
ocasiones.		La	primera	“misión	evangelizadora”	que	viví	fue	con	el	P.	Ezequiel	Ríos
Cabrera	de	Mazatlán	y	el	P.	Alfonso	Navarro	que	desde	la	Cd.	de	México	traía	a	sus
“jóvenes”	del	Altillo	(San	José	del	Altillo”	:	centro	de	espiritualidad	de	los	Misioneros	del	Espíritu	Santo	en	el
D.F.)	a	compartir	con	nosotros	 la	experiencia	de	evangelización.	 	Visitábamos	casa
por	casa	llevando	el	“Kerigma”	compartiendo	la	Buena	nueva	de	Jesús	resucitado.
(Kerigma	 es	 una	 palabra	 de	 origen	 griego	 que	 significa:	 proclamar	 como	 un	 emisario	 el	 “mensaje”	 o	 “palabra	 de
Dios”,	“anuncio	de	la	buena	nueva	de	Cristo	Resucitado”)
	
En	una	ocasión,	este	mismo	grupo	fuimos	a	Agua	Verde,	un	pueblo	humilde
de	pescadores.	 	 	 Ahí	 vivimos	una	 experiencia	muy	 fuerte	 de	 respuesta	 a	 nuestra
oración	pidiendo	lluvia.		Los	habitantes	de	la	región	llevaban	siete	años	continuos
de	 sequía.	 Las	 personas	 que	 visitábamos,	 o	 en	 las	 reuniones	 que	 teníamos	 de
oración,	 la	 gente	 nos	 expresaba	 cuanto	 necesitaban	 que	 terminara	 la	 sequía.	
Entonces,	les	propusimos	pedir	a	Dios	por	la	lluvia	y	junto	con	ellos,	con	mucha	fe,
oramos	toda	la	semana	a	Dios	para	que	nos	escuchara	y	lloviera.		Pasaban	los	días
y	 el	 sol	 parecía	 aún	más	 intenso,	 no	 veíamos	ninguna	 señal	 de	 que	Dios	 tuviera
atento	su	oído,	pero	seguíamos	pidiendo	con	fe	sencilla.	
	
Al	 final	 de	 la	 semana,	 se	 hizo	 una	magna	Misa	 en	 el	 atrio	 de	 la	 parroquia
clausurando	la	misión.		Al	terminar	la	Eucaristía,	varias	personas	pasaron	a	dar	su
testimonio	de	encuentro	con	Dios...	de	repente,	sin	mayor	aviso,	después	de	tantos
años	 de	 sequía:	 ¡un	 “chaparrón”	 de	 lluvia	 nos	 cayó	 del	 cielo!	 Los	 jóvenes
¡bailábamos	de	gusto!	¡Dios	había	escuchado	nuestra	oración!	¡Éramos	testigos	de
su	amor	y	su	poder!
	
En	otra	ocasión	tuvimos	una	experienciasimilar	de	evangelización	“casa	por
casa”	 en	 Chilpancingo,	 Gro.	 	 Nos	 tocó	 ser	 testigos	 de	 muchas	 conversiones,	 de
mucho	amor	y	perdón	derramado.	 	Ver	cómo	los	jóvenes	le	entregaban	a	Dios	su
corazón	 y	 cómo	 muchas	 familias	 quedaban	 renovadas	 al	 encontrarse	 con	 Dios,
nutría	mi	alma	con	alimento	cada	vez	más	sólido.
	
En	 estas	 experiencias	 de	 misiones	 descubrí	 la	 fuerza	 de	 mi	 llamado	 a
evangelizar	y	al	hacerlo	descubría	el	 sentido	de	mi	existencia.	 	Me	apasionaba	el
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contacto	 con	 la	 gente,	hacer	algo	 concreto	por	 los	demás.	Hablarles	del	 amor	de
Dios,	de	 la	experiencia	de	salvación	y	el	 compartir	el	 cambio	radical	de	vida	que
Dios	me	había	dado.		Jesús	se	convirtió	en	el	centro	de	mi	vida..,	¡Era	mi	Señor,	mi
salvador!
	
Terminé	 la	 preparatoria	 y	 me	 mudé	 a	 radicar	 a	 Guadalajara,	 Jal.	 para
continuar	 mis	 estudios.	 	 Al	 partir	 de	 Mazatlán	 a	 mis	 18	 años	 nunca	 pensé	 que
jamás	regresaría	a	vivir	a	la	casa	de	mis	padres.		En	la	universidad,	seguía	sintiendo
el	fuego	y	la	cercanía	de	Dios	en	mi	vida	constantemente	hablaba	de	Su	Amor	lleno
de	 misericordia.	 	 Pero	 también	 vivía	 mis	 polaridades:	 mis	 incongruencias,	 mis
luces	y	sombras:		me	costaba	parar	mi	ritmo	de	vida,	conciliar	mi	Marta	y	mi	María,
darme	el	espacio	y	el	silencio	que	mi	Dios	me	pedía.		Corría	y	corría,	y	realmente,
ahora	que	lo	veo	de	lejos,	no	tenía	porque	hacerlo.		Pero	me	llenaba	de	actividades
y	 simplemente	 el	 tiempo	 “no	 me	 alcanzaba”	 para	 estar	 conmigo	 y	 con	 Él,	 para
encontrarme	con	la	única	fuente	capaz	de	llenar	mi	ser.	
	
Estando	 en	 la	 universidad,	 seguí	 con	 el	 gusto	 por	 irme	 de	misiones.	 	 Dos
experiencias	 marcaron	 especialmente	 mi	 corazón:	 El	 misionar	 con	 indígenas
Náhuatl	en	la	sierra	del	Hidalgo	al	centro	del	país	y	también	convivir	con	indígenas
Huicholes	en	Guadalupe	Ocotán,	en	Nayarit.	
	
Me	gustaría	contarles	algo	de	la	experiencias	vivida	en	esta	última	misión.
	
Estudiaba	 mi	 carrera	 de	 psicología,	 en	 el	 ITESO,	 (Universidad	 Jesuita	 en
Guadalajara).	Compartía	en	ella	con	un	maravilloso	grupo	de	jóvenes	quienes	me
invitaron	a	la	experiencia	de	misionar	en	la	sierra	Huichola.		En	aquellos	tiempos,
esta	comunidad	indígena	quedaba	tan	alejada	y	con	accesos	tan	accidentados	que
la	manera	mas	fácil	de	llegar	a	ella	era	por	avioneta	desde	la	ciudad	mas	cercana:
Tepic,	Nayarit.	
	
Recuerdo	que	fueron	tan	sólo	tres	semanas	que	estuvimos	entre	ellos,	tenía
claro	 en	 mi	 mente	 que	 no	 era	 suficiente	 tiempo	 para	 dejar	 “huella”	 en	 esa
comunidad.		Sin	embargo,	ellos	sí	que	dejaron	en	mí	una	“huella”	imborrable	en	mi
mente	y	corazón.		El	conocer	su	estilo	y	ritmo	de	vida,	el	quedar	“atrapada”	entre
esas	maravillosas	montañas,	 el	 confrontarme	 con	una	 cultura	 desconocida	 hasta
entonces	 para	 mí,	 transformó	 mi	 corazón	 y	 abrió	 mi	 mente	 a	 una	 cosmovisión
nueva	plena	de	riqueza.
	
En	 esos	 días	 comprendí	 y	 experimenté	 cuan	diferente	 se	 puede	 percibir	 el
paso	del	 tiempo	en	 el	 “ajetreado”	 ritmo	de	 la	 ciudad	y	 el	mundo	 “civilizado”	del
que	provenía.		Es	tan	distinta	la	percepción	del	tiempo	(o	el	no	tiempo)	que	tienen
los	pueblos	 indígenas	en	medio	de	 las	montañas,	 sin	 la	contaminación	constante
del	correr	porque	te	persigue	el	reloj.	
El	 conflicto	 eterno	 que	 yo	 vivía	 tratando	 de	 conciliar	mi	Marta	 y	mi	María
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desapareció	en	ese	 lugar.	 	Recuerdo	 incluso	que	para	el	segundo	o	 tercer	día	me
quité	con	todo	propósito	el	reloj	y	decidí	disfrutar	de	esta	experiencia	renovadora	
para	mí.		Podía	vibrar	conmigo	misma	rodeada	de	naturaleza,	podía	“ser	con	el	
otro”	sin	necesitar	hacer’	multitud	de	cosas	para	sentirme	útil,		los	calificativos	y	
juicios	de	valor	quedaban	empequeñecidos	 ante	 el	 amor	 que	 era	 capaz	 de	 dar	 y
recibir	al	fluir	con	mi	ser	mas	profundo...	ahí	donde	habita	Dios.
	
En	 esa	 remota	 comunidad	 no	 había	 en	 ese	 entonces	 un	 centro	 médico
cercano.	 	 Había	 un	 dispensario	 muy	 limitado	 en	 la	 parroquia.	 	 Los	 insumos
llegaban	 cuando	 llegaba	 la	 avioneta	 una	 o	 a	 lo	 sumo	 dos	 veces	 por	 semana.	
Muchos	de	los	indígenas	de	la	comunidad	utilizaban	a	los	curanderos	y	los	rituales
ancestrales	 que	 habían	 aprendido.	 	 	 Sólo	 cuando	 el	 enfermo	 empeoraba	 a	 grado
sumo	acudían	a	la	parroquia	y	si	no	se	aliviaba	el	paciente…	a	correr	al	centro	de
salud:	¡que	quedaba	a	tres	días	y	medio	de	camino!
	
Me	tocó	presenciar	precisamente	un	caso	de	estos.		No	recuerdo	muy	bien	al
enfermo,	apenas	lo	vi	envuelto	como	estaba	por	la	sábana	y	cobija	y	montado	en
una	 improvisada	 camilla	 hecha	 de	 palos	 y	 lona.	 	 Llevaban	 comida	 para	 el	 largo
camino	 que	 entre	 los	 familiares	 habían	 preparado;	 eran	 6	 personas	 las	 que
conducirían	 al	 enfermo	 a	 toda	 prisa,	 y	 ¡vaya	 que	 aquellos	 indígenas	 de	 blanca
manta	y	 calzado	 ligero	 sabían	 correr!.	Cuatro	de	ellos	 iban	 cargando	 la	 camilla	y
dos	más	los	seguían	como	relevo.		Ante	mis	ojos,	se	desarrollaba	lo	que	para	mi	era
un	acto	de	solidaridad	increíble	al	que	no	estaba	acostumbrada.		Me	impresionaba
descubrir	 la	manera	 en	 que	 aquellos	 hombres	 respondían	 ante	 las	 emergencias:
¡casi	4	días	atravesando	montañas	y	 ríos!.	 	Eso	era	para	mí	una	odisea,	mientras
que	para	ellos	era	simplemente	lo	que	tocaba	en	ese	momento	hacer	y	vivir.		Dios
me	 mostraba	 que	 la	 evangelización	 debe	 estar	 siempre	 encarnada	 en	 una
promoción	integral	del	hombre.
	
No	puedo	predicar	a	un	Dios	que	es	Amor	cerrando	mis	oídos	o	desviando
mi	mirada	ante	las	necesidades	concretas	de	mi	hermano.
Fue	 un	 aprendizaje	 muy	 importante,	 yo	 nunca	 me	 había	 percatado	 de	 la
necesidad	 tan	 real	 de	 apoyo	 médico	 en	 esos	 rincones	 de	 México	 	 ¡Cuántas
carencias	 y,	 sin	 embargo,	 cuánta	 generosidad	 de	 esa	 gente	 tan	 pobre!.	 No	 había
valorado	el	montón	de	recursos	que	yo	tenía	y	lo	privilegiada	que	era:	luz	eléctrica,
agua,	 servicios	de	 todo	 tipo,	 transporte,	acceso	a	 la	educación.	 ¡Gracias	Dios	mío
por	 todos	 los	 dones	 que	 recibo	 y	 perdóname	por	 no	 valorar	 y	 sin	más	 sentirme
merecedora	de	tantos	privilegios!.
	
Conversé,	a	 través	de	 	 intérpretes,	 con	algunos	de	 los	 indígenas	más	puros
que	 vivían	 dispersos	 en	 las	 montañas,	 alejados	 de	 la	 parroquia.	 	 Descubrí	 otro
ritmo	 de	 vida,	 otra	 manera	 de	 percibir	 el	 mundo,	 otro	 modo	 de	 convivencia...	
Ciertamente	era	para	mí	un	choque	de	culturas.		Pero	me	forzaba	a	abrir	mi	mente,
a	entender,	a		no	juzgar	pero	si	mirar	con	ojos	nuevos	esa	otra	“cosmovisión”	cuya
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realidad	 modificaba	 mis	 rígidos	 criterios	 y	 me	 hacía	 descubrirme	 muy	 pequeña
ante	esa	inmensidad	de	mundo.	
	
Visitamos	 a	 un	 indígena	 y	 su	 familia	 que,	 ante	 mis	 ojos	 occidentales	 era
totalmente	 “disfuncional”,	 pero	 que	 para	 algunos	 de	 ellos	 (los	 mas	 pudientes
claro)	en	su	cultura	les	funcionaba	perfectamente.		Aquel	señor	muy	agradable	de
trato	 nos	 presentó	 orgulloso	 a	 sus	 dos	 esposas.	 	 Preguntando	me	 di	 cuenta	 que
compartían	 no	 	 sólo	 al	 marido	 -creo	 recordar	 que	 eran	 hermanas-	 sino	 que
también	 se	 organizaban	 en	 común	 para	 la	 comida,	 para	 el	 cuidado	 de	 los	 hijos.	
Vivían	 en	 el	 mismo	 terreno	 en	 chozas	 independientes	 y	 contiguas.	 	 ¿Cómo	 es
posible	que	puedan	vivir	en	armonía?	pensaba	para	mis	adentros.		Conozco	a	mas
de	un	varón	de	mi	cultura	occidental-machista	que	ante	este	relato	confirmarían	su
teoría	 de	 que	 si	 se	 puede	 tener	 corazón	 de	 condominio	 ¿porque	 nosotras	 las
mujeres	no	 lo	podremos	entender?.	 ¡Já!.	Bueno,	pues	 lo	 siento,	pero	no	estoy	de
acuerdo	 con	 la	 visión	 machista	 que	 pretende	 hacer	 de	 la	 mujer	 un	 objeto	 de
colección	 y	 trofeo	 de	 caza.	 El	 vínculo	 de	 la	 pareja	 se	 nutre	 mutuamente	 con
pertenencia	y	fidelidad,	con	intimidad	y	amor.	¡Vaya	si	he	aprendido	yo	de	esto!
	
Con	 todo,	 el	 ir	 de	 misiones	 y	 abrir	 mis	 fronteras	 mentales	 a	 diferentes
culturas

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