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2 Table of Contents AGRADECIMIENTOS PRÓLOGO A MODO DE INTRODUCCIÓN Al principio LA JUVENTUD Y LAS OPCIONES EL SALTO DE FE EL ENCUENTRO DESCUBRIÉNDOSE EL UNO AL OTRO DAR EL SÍ EL INICIO DEL NUEVO CAMINAR CAMINAR JUNTOS EN EL AMOR SER FAMILIA A MODO DE CONCLUSIÓN 3 AUXILIO ME CASÉ… CON UN MÚSICO MARTIN VALVERDE Y ELIZABETH WATSON TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS AGRADECIMIENTOS A nuestros padres, por su esfuerzo desde el amor en nosotros. A nuestros formadores, por ayudarnos con su luz a cada paso de nuestro matrimonio. A Romina, por ser el motor que nos llevó a lograr este escrito. Al Padre Marcos, por invertir en nosotros cuando menos tiempo tenía. A Nachito, por sus increíbles fotografías y darnos una portada sin parámetros. A ti, por tener este escrito en tus manos (digital o en papel). A nuestras familias y amigos, por ser parte directa de esta historia. A nuestros hijos por su apoyo en dejarnos sacar este proyecto. Y al Tercer Hilo, porque sin Él, ni este libro, ni nada sería una realidad. 4 PRÓLOGO Es una bendición contar con un amigo. Doble bendición cuando tienes por amigos a un hombre y una mujer que forman una bella pareja. Si esa pareja y esa amistad están selladas en el Señor Jesús, bendición triple. Así siento la amistad que he compartido con Martín y Lizzy desde hace muchos años. En nombre de esta amistad he aceptado con mucho gusto decir una palabra a modo de prólogo del presente libro. La primera cosa que quiero decir es que el libro que tienes en tus manos, amigo lector, es una gozada. Te atrapa, te da ganas desde el inicio. ¡Qué bien nos cae una obra así!, en un estilo fresco, existencial, implicativo. Hace falta y hace bien. El testimonio de una pareja que ha luchado por vivir su compromiso matrimonial desde su opción por Jesús, es alentador y oxigenante. Somos muchos los que nos alegramos y agradecemos a Martín y Lizzy por abrirnos su corazón y compartirnos con sencillez y buen gusto la historia de su relación. Cuando me llamaron para pedirme que escribiera este prólogo, acepté con gusto pero les hice saber que me pescaban en un momento muy saturado de trabajo. Unos minutos después, gracias al correo electrónico, tenía conmigo el libro. Lo comencé a leer y prácticamente no paré. Me encontré con un testimonio estimulante, transparente, sencillo, gozoso, profundo. Divertido también, y eso le da atractivo; pero sin ahorrar las partes dramáticas, los conflictos, el lado doloroso. La vida real. En el mensaje electrónico me decían: «Te compartimos nuestra intimidad en estas letras... Con sobra de cariño y de gusto...» Y yo les digo: ¡y vaya que lo hacen! También a mí me produce cariño y gusto sobrados conocer y acoger esta intimidad. Gracias por haberse atrevido a abrirnos su corazón y revelarnos su historia íntima, esa que sólo pertenece a ustedes. Gracias por permitirnos asomar a ese amor en el que han encontrado sentido a sus vidas. Es hermoso poder leer, a veces de modo explícito y a veces entre líneas, el hilo profundo de su historia de amor. Nos hace mucho bien conocer historias así. Gracias porque nos dan la oportunidad de adentrarnos en la trama de esta historia tan humana, en las que se van entretejiendo las mil circunstancias de la vida y todos los resortes y estrategias que mueve el amor cuando alguien se propone conquistar a la persona amada… y al mismo tiempo nos regalan esa otra historia, divina, bella, misteriosa, seductora, de la llamada de Jesús que fueron experimentando desde el inicio de su encuentro como hombre y mujer. No todas las parejas, incluso entre las que se confiesan “cristianas”, tienen esta claridad vocacional que Lizzy y Martín nos regalan ahora en este libro. ¡Lo tienen tan claro que es lo que les brota espontáneo desde las primeras frases que nos comparten! Nuestra vida toda es un asunto vocacional, responsorial (llamada y 5 respuesta), dialogal. Una historia de amor entre Dios y nosotros, y esto es lo que la hace apasionante, valiosa, digna de interés. Es alentador conocer historias concretas de vocación-misión. Nos hacen saber que Dios sigue llamando y que hay hombres y mujeres que escuchan su llamada y le responden. Estoy más que convencido de que la presencia del Señor en la pareja le da una fuerza y hondura que sólo pueden venir de Él. Es motivador que Martín y Lizzy nos digan que «uno de nuestros versículos clave para esta relación de Gracia Matrimonial entre nosotros y Dios, ha sido Eclesiastés 4,12 que dice: “A uno solo se le domina, pero si son dos, podrán resistir, porque la cuerda de tres hilos no se rompe fácilmente”. ¡Claro! ¡Ese tercer hilo nadie lo puede romper! En esta historia, marcada por las vicisitudes y aventuras de las relaciones humanas, alcanzo a descubrir, positivamente impresionado y agradecido, las notas fundamentales del amor humano y de su crecimiento y maduración. Me da gusto que, siendo una historia intransferible, única, la de Martín y Lizzy, sea también una experiencia que puede iluminar a muchos otros, que puede ayudar a descifrar y comprender los caminos por los que normalmente transita el amor de pareja. Es una fortuna que nos compartan –por cierto con clarividencia, profundidad, dominio y agilidad literaria– esa historia tan suya que, así de irrepetible, viene a dar palabras y luz a la experiencia de muchas parejas. Porque además de muchos los aspectos positivos de este libro, en mi opinión posee dos cualidades que lo hacen muy valioso. Por un lado, es profundamente vital, existencial, testimonial. Esta característica lo hace cercano, atractivo, interesante en el sentido más denso y profundo del término: despierta interés, apasiona, importa, interesa (para la vida), es sugerente. Por otra parte, sin ser un tratado sobre la pareja, contiene una serie de contenidos, ideas, teoría, valores… que la hacen una obra sólida, orientadora, formativa, de indudable utilidad tanto para los que van dando sus primeros pasos para ser pareja como para los que ya llevan años en este camino. Gracias a Martín y Lizzy que nos hacen saber o nos recuerdan que el amor humano maduro vive de la realidad y no de fantasías, no se queda en una figura idealizada de la otra persona sino que la acepta como realmente es, con todas sus luces y sombras; y desde ahí trabaja para que esa persona llegue a la plenitud de su ser. Gracias por recordarnos que el amor se propone metas, se alimenta de valores, tiene proyecto y sólo así puede seguir creciendo; que tiene tolerancia a la frustración, a los defectos y retrasos del otro. Qué bueno que nos que nos recuerdan algo que debería ser lo más normal en una pareja de cristianos: para ellos Dios es «ingrediente vital de nuestra relación» (vital no es lo mismo que tenerlo como un recurso de emergencia); de ahí la importancia de discernir la vida de cara a Él. Los que se aman en Jesús saben que es imprescindible pedir a Dios su luz para conocer su voluntad y su fuerza para hacerla aunque cueste; saben que hay que pedir consejo y dejarse iluminar por otros. Me encanta que dejen claro que el amor auténtico sabe ser independiente, que cada uno está llamado a ser esa persona única que Dios sueña; por lo mismo no hay que forzar ni avasallar al otro sino respetar su conciencia y ayudarle a corresponder a su vocación y a encontrar su identidad. Nos hacen ver, también, que el amor auténtico sabe dar un cauce razonable a los conflictos, a los propios malestares, a la agresividad, 6 convirtiéndolos así en un dinamismo creativo. Porque el verdadero amor es flexible y adaptable. Y me encanta también ver en esta historia otra característica del amor de pareja auténtico: cuando es maduroel amor, los esposos no se quedan en una contemplación mutua, sino que ese mismo amor los lanza a un compromiso más amplio, para hacer el bien y proyectarse más allá de ellos mismos. Así enriquecen a otros y se enriquecen ellos. Da gusto encontrar en el testimonio de esta pareja creyente, la convicción clara de que seguir a Jesús significa comprometerse a ser testigos y apóstoles de la buena noticia que se ha recibido. En estos días estoy predicando ejercicios espirituales a religiosas que vienen de distintas partes de México y de otros países, sobre el tema «Devolver el encanto a nuestra vida consagrada». No resisto la tentación de relacionarlo con este libro. La vida consagrada, durante siglos, ha encantado a muchos hombres y mujeres y ha sabido despertar en ellos un verdadero entusiasmo. Pero a algunos también les ha desencantado. Creo que lo mismo pasa en el matrimonio: hay historias de parejas que encantan; y hay historias que no encantan tanto o incluso desencantan. Creo que este libro es una excelente contribución para devolver al matrimonio cristiano todo el encanto que puede tener cuando el Señor Jesús está en medio de ellos. El encanto se consigue cuando se conserva o recupera la motivación esencial, el primer movimiento; cuando volvemos al lugar del fuego, de la fuente que nos puso en camino; en una palabra, cuando se va directamente al grano y se encuentra el germen de la vida. Esto supone una adhesión firme a Jesús. Que el Espíritu Santo nos conceda este regalo. J. Marcos Alba, msps Tabla de contenido AUXILIO ME CASÉ… CON UN MÚSICO 1 MARTIN VALVERDE Y ELIZABETH WATSON 2 TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS 2 AGRADECIMIENTOS 3 PRÓLOGO 4 A MODO DE INTRODUCCIÓN 7 Al principio 8 EL PASADO DESDE MI HISTORIA 9 MI FAMILIA DE ORIGEN 9 EL PASO POR MI NIÑEZ 11 MI ADOLESCENCIA 12 MI ENCUENTRO CON DIOS 13 “AMAR CÓMO NUNCA HE AMADO” 14 MISIONES: TESTIGOS DE LA FÉ EN JESÚS RESUCITADO 14 7 LA ABUELA Y SU HERENCIA 17 UN COLEGIO DE VARONES (EL “DONBOS”) 19 EL CISMA FAMILIAR 20 LA JUVENTUD Y LAS OPCIONES 21 LA ETAPA UNIVERSITARIA 21 UNA PRUEBA DE FE 22 SOBRE ROCA FIRME 23 EL AMOR, ANTÍDOTO CONTRA LA INCONGRUENCIA 23 UN VIAJE INESPERADO 24 LA ‘U’ (UCR, Universidad de Costa Rica) 25 LA ORACIÓN DEL BALCÓN 25 DIOS, LA FE Y MI PAREJA 26 LAS PROMESAS Y LA PALABRA 28 OJOS CON UN MAR DE AMOR DE DIOS PARA TI 29 EL SALTO DE FE 29 EL PROYECTO DE DIOS PARA MI VIDA 30 EL “AJUSCO” 31 YO TE DESPOSARÉ CONMIGO. (OSEAS 2, 16-22) 31 EL ENCUENTRO 34 EL ENCUENTRO CON MI PAREJA 35 MEXICO LINDO Y QUERIDO 37 CUENTA REGRESIVA… 39 EL PRIMER BESO Y LAS PRIMERAS DIFERENCIAS 41 TUS PROMESAS 41 ACABANDO LA SEGUNDA ESTANCIA 42 DESCUBRIÉNDOSE EL UNO AL OTRO 43 EL TERREMOTO DE LA CIUDAD DE MEXICO 44 EL NOVIAZGO 44 “FOLLOW THE LEADER LEADER” 45 EL TERCER HILO EN LA RELACIÓN 46 INICIO DE LA RECONSTRUCCIÓN 47 MÉXICO 47 EL KIKIRIKI DESCARRILADO 48 ¿HOME ALONE? 48 ENERO LOCO Y FEBRERO OTRO POCO 49 DAR EL SÍ 51 EL ENAMORAMIENTO... TERRITORIO DE LAS COINCIDENCIAS 51 ¡AUXILIO ME CASÉ CON UN MÚSICO! 52 ¿SERÁ ÉL SEÑOR..., O DEBERÉ ESPERAR A OTRO? 55 SE NECESITA UN “YO” Y UN “TU” PARA FORMAR UN NOSOTROS 56 BAJANDO A MIS EXPECTATIVAS, CRECIENDO EN LA ESPERANZA 56 DESDE EL PERDÓN QUE DIGNIFICA AL OTRO 57 EXPRESANDO LOS SENTIMIENTOS... ABRIENDO EL CORAZÓN 57 UN ÁNGEL HOLANDES 59 JUNTANDO DOS UNIVERSOS. (Dejándome hundir) 59 8 LA PEDIDA DE MANO 61 CAMINO AL 25 DE OCTUBRE DE 1986. (25 del mes de Elul) 61 CA 61 UNA BODA DE TODOS 62 EL DIA “D” (la boda) 64 EL INICIO DEL NUEVO CAMINAR 65 UNA BODA CON SABOR “COMUNITARIO” 65 LA LUNA DE MIEL: ENTREGA Y DESPRENDIMIENTO 67 DIOS INGREDIENTE VITAL DE NUESTRA RELACIÓN 70 EL PARACAÍDAS DE LOS SOLTEROS 70 DEFINIENDO MINISTERIOS 71 CAMINAR JUNTOS EN EL AMOR 73 DESDE LA SOMBRA DE LA DEPRESIÓN 73 LA SANIDAD EN BAHÍA “KINO” 75 ¡SOY MÚSICO! 76 LA ANTIGUA 76 LOS TRES PASAJES DE DIOS PARA MÍ 77 EL FIN DE UNA ETAPA DE SERVICIO 78 LA GRABADORA DE DOBLE CASSETTE 78 TED Y “THE COVENANT LOVE COMMUNITY” (Comunidad Pacto de Amor). 79 SER FAMILIA 80 DETRÁS DEL MOSTRADOR... ¿COMO SE SUELTAN LOS MIEDOS? 81 APRENDIENDO A MIRAR CON OJOS NUEVOS 82 El primo-genito (digo... EL PRIMOGÉNITO). 82 PRINCIPIO DE UNA NUEVA TOTAL ETAPA 82 A MODO DE CONCLUSIÓN 85 ESTAMOS LLAMADOS A VIVIR EN EL AMOR 85 AMAR COMO NUNCA HE AMADO 86 ¡ES EL SEÑOR! 86 A MODO DE INTRODUCCIÓN ELLA Antes de haberte formado yo en el vientre materno, te conocía, y antes de que nacieses, te tenía 9 consagrada: Yo profeta de las naciones te constituí. Jeremías 1,5 Descubrí mi llamado vocacional a través de lo que me hacía feliz: el contacto con la gente, mis sueños de adolescente y el enamorarme fácilmente; la experiencia de catequista y de “misiones”, el navegar mar adentro buscando mayor intimidad conmigo misma y con el Dios de la vida. Las experiencias cumbres que me invitaban a ¡anunciar a otros la maravilla de Dios que había descubierto!. Sin embargo, aún cuando tuve clara mi vocación, una pieza seguía haciendo falta: “encontrar” alguien con quién compartir mi vida y mis ideales, caminar acompañada de una pareja. El problema era que mis anhelos no coincidían con mi experiencia: ¡Salía corriendo de cualquier relación en cuanto surgían las diferencias! Fue hasta años después que aprendí que podía elegir dejar de correr y “nada malo pasaría”. Aprendí también a tocar las diferencias y conflictos sin quedar paralizada por el miedo, superando mi urgencia de escapar; descubrí con asombro, que en el ser diferentes habita la posibilidad de complementariedad y la oportunidad de crecimiento. Recuerdo que, en aquellos años de búsqueda y de temores manifiestos, mi oración constante era: “Dios, enséñame a amar como nunca he amado”. Tenía claros mis daños, estaba herida en el amor, y sin embargo, era precisamente un amor que reconstruye lo que mi ser buscaba con mayor anhelo. Conocí a Martín hace 27 años. Éramos jóvenes seducidos por el amor, llenos de fuerza y esperanza. Nos habíamos topado con Dios y enamorado de Jesús de tal manera, que queríamos que todo el mundo lo conociera: evangelizar y vivir en pequeño el modelo del amor y solidaridad que anhelábamos vivir en grande. El invitar a Dios como tercer hilo en nuestro matrimonio, cómo “El Ayudador” o “Paráclito” en nuestra relación de pareja, ha significado esa gracia por parte de Dios y esa lucha de nuestra parte por ser congruentes, por vivir el difícil pero increíble proceso que nos lleve del enamoramiento al amor maduro. ÉL Encontrar esposa es encontrar lo mejor: es recibir una muestra del favor de Dios. (DHH)Proverbios 18,22 Estas letras que empiezo a escribir además de ser un proyecto, son también una maravillosa idea que desde hace mucho tiempo, Dios, primero que nadie, nos dio para compartir a Lizzy y a mí contigo que ahora lo lees. 10 Finalmente las mismas circunstancias (empujadas y provocadas de paso por el mismo Amor de Divino) nos fueron llevando a dejar esto en un papel para que perdurara; es más que una vivencia, o una experiencia, es un testimonio, es un testamento de amor; y confiamos en que vaya a ser de bendición para muchos que están en la misma lucha de ser esposos y de amarse. Soy el primero en dejar claro que no existen, ni existirán, las parejas perfectas, lo he dicho miles de veces en mis conciertos, y este libro está muy lejos de querer mostrar esa tesis. Esa afirmación no es solo un mito, es una mentira. Y causa mucho daño en parejas que se niegan a la maduración que el verdadero amor exige, dejando al mismo Dios a un nivel de hada madrina y no de Maestro del amor como corresponde. En mi maravillosa e intensa vivencia del matrimonio lo que sí he descubierto con mi esposa, y con los amigos que recorren esta misma vía es que lo que sí existe son (somos) sobrevivientes de la materia, parejas que llevan y sobrellevan su relación un día a la vez, con la misma intensidad de una batalla campal donde el ingrediente principal para seguir es el amor verdadero, y con él y por él, poder sobrevivir a todo tipo de adversidad, (sin este ingrediente divino es batalla perdida) descubriendo juntos su fuerza en la unión contra todo lo que pretenda destruirlos, interno y externo, que no es poco, ahí están las estadísticas que lo comprueban, recordando que en el nuestros países, lo real supera siempre por mucho a lo oficial. Lo cierto es que no quería dejar pasar más tiempo antes de que mi memoria diera por hecho y sentado algo que fue tan significativo y trascendental para mí y para mi apostolado en esta breve vida, y por eso paso a plasmarlo en letras. Porque aún me acuerdo, por eso lo escribo, y lo puedo comprobar además en mis canciones que son fieles testigos y compañeras de este proceso de amor. Tengo la certeza, y he procurado no olvidarlo jamás, que con este tema de encontrar a “mi pareja”, no solo me vinculé con Dios para sacarlo adelante, (una vez que tuve mi encuentro con Él), sino que definitivamente le di la lata de mi vida como a nadie, (digo, ¿a quien más se la daba?) e inclusive, lo confieso a gusto finalmente, llega a ser hasta un poco vergonzoso el recordarlo, pero como sea funcionó. Por lo que hoy, casi 26 años después, corresponde retomar y dejar el testamento de nuestra experiencia a los que vengan. En esto de las relaciones de pareja, lo relativo, como tiene que ser, va de la mano con cada caso, lo que para algunos al parecer es cosa fácil para otros no lo es en absoluto, y lo que algunos pueden esperar que sea un asunto fácil (ingenuamente) tampoco termina siéndolo, pues esto del matrimonio requiere una atención de 24 horas al día hasta que la muerte los separe, y no basta quedarse con la apariencia de que todo va bien. La fuerza y la fragilidad del matrimonio crean un balance tan perfecto que eso 11 explica porque el mejor reflejo de Dios sea La Familia, Alianza de Dios en los hombres (lo que explica, por cierto, también lo contrario, la falta del reflejo de Dios y sus consecuencias). Hay una crisis real en esto de las familias, las estadísticas son frías como hielo, (vean las del día de hoy cada uno en su periódico local), cada vez más son necesarias armas sólidas para enseñar a los matrimonios, y a las familias a defenderse y a nadar contra la corriente. Sin caer en la trampa de buenos contra malos; esto de los extremos y extremistas, no funciona con el amor y la misericordia de Dios. Comprobado es: Si se afecta esto de la familia se afecta todo, la sociedad, el gobierno, la Iglesia, ¡todo! Siempre he sido un terco con respecto de no hacer menos lo que para tantos jóvenes hoy (y desde hace mucho) es cosa muy seria al momento de pedir, de buscar, de orar, y en estas letras lo que quiero agregar a eso es la importancia que no debe perder lo que ya se ha conquistado con tanto trabajo y a veces tanto dolor. Mis queridos lectores, en especial los más jóvenes, Dios entiende su llanto y su sufrimiento, su búsqueda y su necesidad, pero pocas veces coincide con nosotros en la forma en que nos limpia las lágrimas; y nos consuela. Él conoce los problemas pero nos supera en soluciones, el matrimonio, la pareja, la familia, es proyecto de Él y volvemos a Él para buscar su Luz y su Rostro en nuestra relación de pareja. Las grandes aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo. Si alguien ofreciera todo lo que tiene por el amor, Solo se ganaría el desprecio. Cantar de los cantares 8,7 12 Al principio 13 ELLA EL PASADO DESDE MI HISTORIA No es tarea fácil poner bajo la luz mi historia de vida. A veces pienso que ciertos aprendizajes los llevo tan pegados a la piel que difícilmente distingo, lo que me pertenece y quiero elegir para mí, y lo que a pesar de estar firmemente adherido, puedo soltar, dejar ir... aprendizajes obsoletos que voy intentando no cargar más. Igualmente recuperar o re-aprender todo aquello nutritivo que quizá fui dejando en el camino y que ahora elijo cómo alimento porque llenan de sentido mi vida. Dios me ha enseñado que el amor verdadero reconstruye mi ser más profundo... esa persona que soy y que desde el vientre de mi madre he sido llamada a ser. El amor de Dios ha sido y es luz en mi vida... luz que ilumina las partes oscuras con ternura y compasión, de tal manera que me permite abrazarme y aceptarme desde otro lugar, desde otra mirada muy distinta al juicio y el resentimiento. Soy hermosa a los ojos de Dios, soy muy amada así cómo soy... con mis luces y mis sombras. Al escribir la intimidad de mi historia de niña a mujer, descubro en ella por un lado, la fuerza del llamado por parte de Dios, a reencontrar mi ser más profundo, imagen y semejanza de mi creador. Por otro lado, se revela ante mí, atractivo e intimidante, el proceso en el que estoy inmersa y que me llevará toda la vida: convertirme en aquello que estoy llamada a ser... ¡convertirme en mí misma! Tarea nada fácil y sin embargo, al responder a mi propio llamado, único cómo única soy yo, descubro esa fuerza interior que brota del llamado mismo ¡La fuerza de convertirte en ese ser maravilloso y único cómo Dios me creo y me llama a descubrir! Del mismo modo, en ese revelar de mi interior, en la búsqueda de mi yo más profundo, (cómo dice Jean Mounburquette en su libro “Reconciliarse con la propia sombra”), a la luz aquellas cosas no tan conscientes y que, de alguna manera, fui dejando de lado, en la sombra, en la búsqueda incesante de aceptación y reconocimiento. Sentimientos, actitudes habilidades o des-habilidades que quedan reprimidas en potencial, guardadas en el fondo de mi ser. Todo aquello que no reconozco o dejo de ver y que sin embargo forma parte de mi. Para completarme fue necesario abrir los ojos y aceptar mis luces pero también mi sombra, mi pecado, limitaciones y aún todo aquello positivo que he dejado de desarrollar en mi vida por temor al rechazo. Lo importante, fruto del difícil camino del autoconocimiento, ha sido darme cuenta que, desde mi ser completo: luces y sombras he elegido, no sólo mi pareja, sino cada cosa importante en mi vida. 14 (Sombra es todo lo que he arrojado al inconsciente por temor al rechazo. De acuerdo con la teoría de Jung nuestra “sombra” está formada por todas aquellas cualidades que no queremos albergar en nuestra identidad del “Sí- Mismo”.) Me queda claro que es enla familia de origen donde están los aprendizajes más significativos, nuestros valores y creencias más profundas. Aquello que ha hecho de cada uno de nosotros lo que somos y nos ha dado los valores, recursos y también las creencias o limitaciones con las que intentamos salir adelante en la vida. Es en el seno de mi familia, donde se fue entretejiendo mi autoestima y gestando mi llamado a autorrealizarme como persona. Cuando me encontré con Martín, llevaba aprendizajes previos, valores y creencias, una autoestima lastimada y sin embargo mucha claridad en mi llamado pues para entonces ya había realizado elecciones de vida bastante radicales. Algunas experiencias de nuestra historia permitían que pudiéramos identificarnos con facilidad pero, otros aprendizajes y vivencias nos hacían perfectamente opuestos y desconocidos. Pero todo ello lo relataré más adelante. MI FAMILIA DE ORIGEN Soy la mayor de las 3 hijas de mis padres. En el seno de mi familia me he sentido muy querida y valorada. Mis padres me dieron la vida y con ello lo más sagrado que podían darme. En mi corazón solo cabe el agradecimiento porque con aciertos y desaciertos me dieron lo que más podían darme, en su momento y desde su historia. Cuando nos encontramos con Jesús, mis dos hermanas y yo aprendimos a orar pidiendo a Dios sanidad por nuestro “árbol familiar”. Oramos por la sanidad de la familia, pequeña y extensa, para que los aprendizajes que abundan en nuestra cultura latina: cómo el machismo, infidelidad, desunión o mentira no nos dejen una herencia negativa en la generación presente ni en los hijos. Por el contrario, que los valores también heredados de nuestros padres y antepasados: el amor por la familia y el gusto por la convivencia; la búsqueda de unidad y el valor del trabajo; la fe, la alegría, la generosidad y solidaridad sean aquello que nos distinga cómo familia. Una de las enseñanzas de la iglesia más bellas que hemos descubierto, mis hermanas y yo hace muchos años, ha sido el orar por nuestro árbol genealógico: nuestros padres, abuelos, tíos bisabuelos y todos aquéllos que caminaron antes que nosotros y nos brindaron nuestras raíces de vida. No importa nuestro “origen”: virtudes o pecados cómo familia... Tampoco depende de nuestros méritos cómo familia el que Dios nos ame y nos salve. Soy testigo que cuando permitimos 15 a Dios entrar en nuestra vida, el Espíritu Santo sana, reconstruye y libera toda nuestra historia de vida, aún aquellas partes que hayan quedado en el pasado cómo fantasmas ocultos necesitados de ser revelados a la luz. Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre. Para nuestro Dios no hay historia pasada o presente que no pueda ser liberada y re-significada para crecimiento y sanidad de cada uno de sus hijos. Al conocer más de cerca la biblia, me conmueve descubrir que Jesús también tuvo luces y sombras en su “árbol familiar” que lo hacen verdaderamente humano y cercano en nuestra historia... muy cercano a mí y a todos nosotros. Jesús se hizo hombre para salvarme, para salvarnos a todos... esta fue la voluntad amorosa del Padre: que su Hijo único, muy amado, se encarnara en nuestra historia para hacerse realmente uno de nosotros y no sólo para “parecerse” a nosotros. Jesús va delante invitándonos a vivir en el amor sin importar el tamaño de nuestra “sombra” de familia... de nuestro pecado y limitaciones. Él se hizo “uno de nosotros” insertándose en una genealogía y genética cómo nosotros... para mostrarnos el camino del amor, del perdón y la misericordia... San Mateo en su evangelio, nos relata el árbol de Cristo... Nos cuenta por ejemplo, que Judá engendró de Tamar a Fares. Tamar era media hermana de Judá lo que significa que Judá hijo de Abraham cometió incesto con Tamar. (El tataratatarabuelo de Jesús ¡cometió incesto!). Salmón, antecesor de David, engendró de Rajab a Booz... ¡Rajab era la prostituta más famosa de Jericó! así es que la genealogía de nuestro Señor queda “aderezada” con una tataratata...raabuela muy hábil e ingeniosa dedicada a la profesión, dicen, más antigua del mundo. Generaciones después, el Rey David, el gran poeta y cantautor bíblico, engendró de la mujer de Urías nada menos que al gran sabio y Rey Salomón. David se unió a quién no era su mujer (de hecho mandó matar al marido para poder quedarse con ella). El deseo de David violento y apasionado por la mujer de Urías, lo llevó a cometer homicidio y adulterio. ¡Y este fue el amado rey David capaz de escribir las mas hermosas canciones de amor por su Señor! Así cómo en la familia de Jesús, y cómo en cualquier familia, poseemos historias de las que nos enorgullecemos y que han sido relatadas y transmitidas de generación en generación. Igualmente cierto, determinadas historias y ramas de la familia han quedado en la sombra, son poco conocidas en el mejor de los casos, y en algunas ocasiones incluso rechazadas u ocultadas por vergüenza o miedo. En nuestro caso una historia jamás relatada y dolorosa de “descubrir”, muchos años después incluso de haber dejado el seno familiar, fue la existencia de un hermano por parte de mi padre, del que no teníamos idea que existiera. Sin embargo, al quedar a la luz esta historia en particular, muchas cosas para nosotras empezaron a tener sentido. Fue posible “acomodar” y comprender cosas que intuíamos y nos habían causado dolor pero que no le habíamos puesto nombre. 16 No niego ni escondo que es un proceso doloroso y arduo el aceptar los “secretos” de la familia. Sin embargo, se vuelve profundamente liberador cuando se logra por fin acomodar y comprender con mirada de misericordia y perdón el pasado. Tomar y agradecer todo aquello que hemos vivido sabiendo que “Todo sucede para bien de los que aman a Dios”: todo es Todo, no casi todo. Para mis hermanas y para mí el reconocer a nuestro medio hermano significó revelar la verdad a la luz y contemplar sin resentimiento ni negaciones nuestro sistema familiar completo. Para mi padre ha significado liberar un “secreto” y actualmente nutrir un vínculo que le permite vivir en mayor congruencia y armonía consigo mismo. Mi padre es y ha sido, un hombre fuerte como un roble y con una gran capacidad de trabajo. Tiene ahora poco más de 80 años y gracias a Dios goza de buena salud. Su padre, mi abuelo, era un apuesto inglés que llegó a México, después de participar en la primera guerra mundial, buscando a sus propios padres que se habían venido a radicar a Mazatlán cómo cónsul Británico en el puerto. Mi abuelo George, “papá Jorge” cómo le decíamos los nietos, se enamoró y casó con mi abuela Clementina, una mujer sencilla y brava de campo con una belleza que se salía de lo común. De este matrimonio nacieron nueve hijos y sobrevivieron seis... “puros hombres”, decía mi abuela, con los que mi padre creció y aprendió el valor del trabajo. Papá me dio la vida, el gusto por la música y el canto. Fue “trailero” por más de 40 años de su vida. Sus hermanos y él iniciaron una empresa familiar de transportes refrigerados, por lo que mi padre viajaba constantemente; dejábamos de verlo por semanas e incluso meses. Su trabajo lo forjó, hizo de él el hombre fuerte que es ahora. Un trabajo rudo, difícil e inestable por naturaleza. No era trabajo fácil el ser chofer de un enorme trailer de 18 ejes, con palancas de 32 cambios. El trailer poseía una cabina con espacio para dos asientos, con otra cabina anexa que se comunicaba por la primera y que hacía las veces de dormitorio. Él manejaba por todo elpaís, e incluso la frontera sur de Estados Unidos. Atravesaba algunas veces poblaciones con diminutas calles por las que había que doblar y hacer malabares para seguir su camino. Me admiraba su habilidad para lograr esa odisea, contra todos mis pronósticos. Uno de los recuerdos mas tempranos y agradables para mí tienen que ver con la experiencia de viajar toda la familia con él en el trailer. Cantábamos juntos, reíamos, pasábamos incomodidades y también nos peleábamos pero compartíamos y disfrutábamos el viaje en los tiempos aquellos en los que podías recorrer con seguridad todo el país. La carretera, de noche o de día era maravillosa, a mí me gustaba asomarme por la ventanilla y sentir el viento pegajoso en mi cara. El ruido del motor del enorme camión nos “arrullaba” a mis hermanas y a mí dormidas atrás en la cabina del dormitorio. No nos gustaba que papá parara a descansar en la carretera pues se nos acababa el “vaivén” y el ruido tan familiar que nos metía en un sueño muy profundo por lo que despertábamos 17 en cuanto él paraba para dormir. Mi padre me enseñó a manejar a muy temprana edad. Me sentaba en sus rodillas y me permitía dirigir la enorme rueda del volante de su camión y tocar la trompeta del claxon que era mi deleite. Me sentía importante, grande y capaz de llegar a donde fuera. Una experiencia que me enseñó mucho sucedió años mas tarde: tendría unos quince años, íbamos al rancho de los abuelos con la familia y los primos a pasar el domingo. Repentinamente me dijo: “de regreso puedes manejar el auto a casa” ¡Imagínense! de Mazatlán al rancho distaban unos 60 km. ¡Me puse feliz! Ese domingo estuvo lleno de aventuras: monté a caballo, corrí con los primos todo el día bajo un sol abrazador, nadamos en una pileta como alberca que llenaban con agua bombeada del río. Por supuesto al regresar a casa estaba agotada y no me acordaba para nada de la promesa de manejar. Mi papá me comentó si aún quería llevar el auto de regreso. ¡Por supuesto que si! dije ante mis primos, muy orgullosa de que ¡ya podía hacerlo! Era la hora de cero visibilidad, a eso de las 6:30 pm y cansada como estaba, a los pocos minutos el sueño me venció. Invadí con nuestro coche el carril contrario, mi papá se había distraído al mirar atrás para contestar algo que le preguntaban. Cuando volteó de nuevo, vio las luces de un carro que prendían y apagaban con desesperación. Yo desperté cuando sentí el brusco jalón de mi padre ¡arrebatándome el volante! Fue tremendo, llevábamos carro lleno y el silencio que siguió se cortaba con tijeras. Sin embargo, y esto fue mi aprendizaje, sin decirme ninguna palabra de regaño, mi padre me permitió seguir manejando varios minutos mas ¡por supuesto atenta y despierta cómo ya estaba!. Al poco rato me pidió que me orillara, me dijo que si me sentía bien y me pidió llevar el carro. Papá era de muy pocas palabras y de mucho trabajar. Nos dio estudios profesionales a cada una de sus hijas. Nos apoyó, de la manera que supo y que pudo hacerlo. Nos quería mucho, y nos lo demostró al elegir quedarse cuando las diferencias con mi madre, la comunicación deteriorada con la distancia, su propia infidelidad y sus daños lo llevaron a lastimarse y a lastimar profundamente a su familia. De mi madre aprendí el coraje de vivir, ella fue huérfana desde temprana edad y me modeló en muchas ocasiones su fuerza y carácter, su resiliencia para superar las dificultades de la vida. (Resiliencia: Proviene del Latín Resilio que significa volver atrás, ser repelido o resurgir. Se entiende en psicología como "la capacidad de un individuo de reaccionar y recuperarse ante las adversidades. Forés, Anna y Grané, Jordi. “La Resiliencia: Crecer desde la adversidad”. Plataforma, Barcelona, 2008.) Aprendí de esta mujer su capacidad de trabajo, de servicio y también su terquedad (para bien o para mal) al igual que su enorme energía para “luchar por sus hijas”. Desde su educación tradicional podía ser muy exigente en algunas 18 ocasiones (tenía que hacerla de “padre y madre”) con largos discursos y sermones; mientras que en otras era muy cariñosa. Posee una gran capacidad de amar, que muestra al ser extraordinariamente compasiva y generosa con la gente. También se vuelve feliz, aguda y divertida cuando deja salir la niña traviesa que siempre ha habitado en ella. Dicen que la vocación no se hereda y yo así lo creo, Dios te da una misión y tú la descubres en lo mas profundo de tu ser y a través de lo que te es significativo. Mi madre no me heredó mi llamado, pero sí sembró en mí el amor a Dios y a la virgen desde muy pequeña. A partir de su conversión, ella vivió un proceso muy profundo de cambio y con su apasionado amor a la evangelización se convirtió aún más, en una de las grandes semillas a través de quien Dios reafirmó mi llamado a servirle. A mi madre la vida y sobre todo su conversión la fueron cambiando. Se transformó de tal manera que cierta vez exclamé, un poco sorprendida y otro poco bromeando al verla tratar con tanta suavidad y paciencia a sus nietos... ¡Esta no es mi madre!. Su proceso de conversión la ha reconstruido de muchas heridas de su pasado. Su tono de voz cuando exigía, era fuerte y determinado. No dudó en más de una ocasión de “ayudarse” de una buena “chancla” para dejar clara su posición. Era muy curioso descubrir cómo las tres hijas reaccionábamos de diferente manera de acuerdo a nuestro temperamento. Yo inmediatamente, temerosa de correr, me paralizaba y me hacía “bolita”; mi hermana Gina en cambio corría por toda la casa haciendo un escándalo o se metía abajo de la cama... Yo decía ¡pero si ni le alcanzó a pegar! Claro que no le pegaban gran cosa porque con su escándalo no sólo se enterarían los vecinos, ¡sino el barrio entero! Cindy mi hermana, que era la “pequeña”, a mi entender, ella alega lo contrario, los sermones le tocaron pero los “chanclazos” no. Lo que tengo ahora claro es que en esa época los problemas entre mis padres se habían agudizado. A pesar de haberse casado muy enamorados, las dificultades en la comunicación entre ellos fueron creciendo con la distancia y la soledad de los viajes. Para mi madre no estaba siendo fácil entender a papá, ¡mucho menos retenerlo! Con el famoso mito de la hermana mayor de: “debes poner el ejemplo”, imagino que para mis dos hermanas debí haber sido bastante insoportable infinidad de veces. La hacía de “mamá” o “madrastrina” para ser exactos. Admiro cómo me aman con todo y lo controladora que podía llegar a ser. Con esta misma creencia de dar siempre “el ejemplo”, también yo, me sentí bastante exigida y eso repercutió, queriéndolo y no, en mi autoestima. Aunque eso de poner el ejemplo pues ¡para nada!. Cuando veo mi sombra (la parte inconsciente u obscura de mi personalidad), me queda claro que es mejor que cada quién aprenda a aceptarse y desarrollarse en sus propia persona sin pretender ser ejemplo para nadie, que eso es una carga extra, difícil de llevar y que de cualquier manera, no sirve de mucho, pues ya lo dice el dicho: “nadie experimenta en cabeza ajena”. 19 Amo a mis hermanas, son un regalo de Dios para mí, amigas incondicionales a pesar de también poder confrontarnos en nuestras diferencias. Ellas han sido el maravilloso laboratorio de Dios en la tierra para aprender a convivir y crecer en familia: aprender a amar, a superar los conflictos, a ser amigas, reír, llorar, compartir lo bueno y lo difícil en nuestras vidas. Mi familia ha sido apoyo generoso e incondicional para mí. ¡Dios me ha bendecido con el maravilloso regalo de la familia! EL PASO POR MI NIÑEZ La imagen que guardo de mí misma en mi primera infancia,por las fotografías e historias de la época, son de una inquieta bebé con sus ojos muy abiertos cómo sorprendida ante el mundo, atreviéndose a explorarlo con la seguridad que sólo da la aceptación y el amor de su entorno. Fui una niña esperada, siendo bebé, a los dos años y medio de edad viví uno de los cambios mas trascendentales de la historia familiar. Nos mudamos de San Francisco, C.A. donde nací, a Mazatlán a donde mi mamá no quería vivir porque significaba estar cerca de la abuela y su control paterno. Supongo que ese cambio y adaptación a un medio mas inestable me afectó en cuanto a seguridad primaria. Mis recuerdos mas tempranos se remontan a mis 4 y 5 años: las fiestas infantiles y juegos como “la rueda de San Miguel” y “Naranja Dulce”. Especialmente recuerdo la época de navidad que siempre nos gustó celebrar: las posadas, sus regalos, juguetes y la reunión familiar en casa de los tíos donde nunca faltaba el pavo con su relleno y los famosos “frijoles puercos” que son típicos de la región dónde crecí. Villancicos cómo “los Peces en el río” y otros más resumen sonoramente el espíritu de la época pues siempre los escuchábamos al poner el árbol o al abrir los juguetes la mañana del 25 de diciembre, sin importar en que ciudad nos encontrábamos pasando la navidad. Nos mudamos varias veces de casa y de ciudad por el trabajo de mi papá. Crecí y viví la mayor parte de mi infancia en el puerto de Mazatlán, al noroeste de México. Tierra caliente de mar y gente bravía, donde el sonido de la “tambora Sinaloense se escuchaba al doblar de cada esquina. (La tambora Sinaloense es ruidosa, pachangera y estruendosa, pero dentro de su esencia también hay ritmo, melodía, sentimiento, vida y energía.) Cualquier pretexto era bueno para armar la fiesta o simplemente para que cualquiera en la cuadra estuviera escuchando “La Banda” en la sala de su casa, a todo volumen. Aún ahora al escuchar a Cruz Lizárraga me salta el corazón y mis pies se mueven siguiendo automáticamente el hermoso sonido. (La Banda El Recodo se inicia con la inquietud de un músico excepcional, Don Cruz Lizárraga. El Recodo, es el nombre del pueblo donde nació esta banda de instrumentos de viento en el estado de Sinaloa, sobre el Pacífico Mexicano). Como mi padre, llevo en la sangre esta música, al igual que la música de 20 Pedro Infante, Javier Solís o José Alfredo Jiménez. Las palmeras y el calor de mi tierra me hablan de mi familia y de mi gente: franca, honesta y tan directa que muchas veces raya en la “carrilla” o burla, que lastima la autoestima. Sin embargo, con una alegría despreocupada muy particular. Aún sin negar los problemas que tuvimos como familia y de los que me daba perfecta cuenta por ser la mayor. Considero que viví una infancia feliz. La parte recreativa que más rescato en esta etapa me la dio la libertad de crecer rodeada de primos visitando frecuentemente el rancho de los abuelos paternos donde aprendí a correr los caballos, a nadar en una poza, a perseguir los sapos y a huir de los murciélagos cuando entrábamos a la larga y oscura chimenea de la que alguna vez fue la fábrica “Au Pied de Couchon” en ese entonces convertida en el rancho “Pie de Cochi”. El contacto con la naturaleza me daba una enorme sensación de libertad sin restricciones. Esta libertad y seguridad que me daba el campo equilibraba de alguna manera las exigencias de casa. Me recuerdo con una conciencia muy clara de lo “bueno” y lo “malo” guardando mucho una imagen de niña buena, mas bien callada, obediente, madura. Pero, al mismo tiempo, llena de temores: a no ser amada por mí misma, a no ser “suficiente”, al abandono. Tenía muchas reglas metidas en la cabeza y muchas expectativas que yo percibía debía cumplir. Hay una canción de Alejandro Lerner, compositor y cantante argentino, llamada Me dijeron’ que creo describe perfectamente el proceso de “pavimentación de la espontaneidad” (dijera Mafalda) que viví a lo largo de mi segunda infancia y adolescencia. Parte de la letra dice: “Me prestaron una cara y una forma de pensar, me dijeron que no diga y hasta como caminar Me enseñaron a que vista como visten los demás y me dieron este número para mi identidad. Me prestaron un espacio para ser original, Me dejaron ser distinto si era igual a los demás, Me pidieron que me compre un método para rezar Me explicaron que no existe lo que no puedes probar…” Muchas de las exigencias y expectativas que llevé conmigo a mi matrimonio nacieron en estas etapas tempranas de mi vida. Me llevaría años de proceso, un profundo amor y aceptación personal el recuperar mi propia identidad, el reconocer los aprendizajes obsoletos y rígidos que lastimaban mi autoestima y mi capacidad de amar. Con el paso del tiempo, a través de los años de convivencia matrimonial fui aprendiendo a “bajarle” a mi exigencia y a tantas expectativas que 21 yo tenía para conmigo y ¡por supuesto! hacia mi pareja... Pero todo esto vendría mucho más adelante. MI ADOLESCENCIA Al finalizar mis años de infancia, nos mudamos a Zamora, Michoacán, en el centro del país. En esa ciudad vivimos 5 años, que los recuerdo como muy estables y felices en mi vida, a pesar de que los problemas entre mis padres que se recrudecían de cuando en cuando. Estudié los dos últimos años de la primaria y los tres de secundaria en esa región sorprendente de México por sus alrededores de majestuosa belleza: multitud de tonos verdes salpicaban el paisajes atravesado por ríos y lagunas de transparente fulgor. Esos años fueron especialmente formativos para mi espíritu preparando a temprana edad mi corazón, para mi llamado misionero. Al pasar de primaria a secundaria entré en el “Colegio América” exclusivo para mujeres y dirigido por religiosas Teresianas a quienes recuerdo con mucho cariño. Ahí recibí una formación religiosa y una espiritualidad cómo nunca la había conocido antes. Salta a mi memoria una anécdota en particular: Todos los días, antes del anhelado recreo teníamos nuestros “15 minutos de oración ante el santísimo sacramento”. Nos reunían diariamente a los salones de nuestro grado en una capilla grande. Un día, la madre Silvia Reyes, que después sería mi madrina, se me acercó y me dijo: “Te voy a pedir que ores por tus compañeras en los 15 min, de oración...” Ella se refería, como me explicó después, que dirigiera la oración o al menos me pedía intervenir en ella orando por mis compañeras. Pues todo el grupo se quedó esperándome porque yo nunca llegué a la capilla grande. Yo había entendido que la religiosa me pedía orar por mis compañeras y literalmente ¡eso hice! Me subí a la capilla pequeña, dos pisos mas arriba, y durante 15 minutos oré por cada una de mis compañeras del grupo arrodillada frente a Jesús ahí solita. Era, desde entonces bastante despistada, pero con un corazón sensible a Dios y a las necesidades de los demás. Mi primera biblia: Nacar-Colunga, llegó a mis manos como parte de mis libros de secundaria. Tenía sus hojas amarillo-paja muy delgaditas y aprendí a tratarlas con mucho cuidado. ¡Estaba leyendo la palabra de Dios por primera vez con mi propia biblia! Las religiosas Teresianas me enseñaban a descubrir sus misterios: Antiguo y Nuevo testamento, que se dividía en capítulos y luego en versículos. ¡Que maravillosos descubrimientos! Todo esto era totalmente nuevo para mí. De hecho, hasta entonces, no habíamos tenido en nuestra familia una educación religiosa muy formal, mi madre se ponía a orar todas las noches con nosotrasy a misa poco faltábamos, pero todos en casa conocíamos a un Dios lejano, castigador y muy exigente. Mi colegio de primaria en Mazatlán, era muy prestigiado pero su educación era totalmente tradicional y laica. Ni siquiera, a mis 22 trece años, había hecho mi primera comunión pues ¡seguían mis padres esperando a los padrinos, (los famosos compadres) que se habían ido a vivir a la frontera del país! Por ello, en la secundaria, fue un escándalo entre mis compañeras del salón cuando se enteraron de este hecho. Sucedió que yo era catequista... ¡y de las buenas! Entré en el MTA (Movimiento Teresiano de Apostolado) y todos los sábados muy temprano en la mañana salíamos desde el colegio América, la madre Carmen Zalvide, mis compañeras y yo en una camioneta (probablemente del sacerdote alto y delgado de quién no recuerdo su nombre) a Telonzo, una comunidad como a hora y media de Zamora. Telonzo, municipio de Tangamandapio en Michoacán. (Cómo anecdotario, del pueblo de Tangamandapio es “Jaimito” el cartero del “Chavo del Ocho”). En fin, siguiendo con el relato, el rancho de Telonzo poseía, en ese entonces, muy pocos habitantes, básicamente mujeres, ancianos y niños pues los hombres desde muy jóvenes migraban a Estados Unidos. Mi labor era dar catecismo a los niños pequeños y de cuando en cuando “acolitaba” al Padre en la única Misa que tendrían en esa semana los pobladores. Por cierto recuerdo que me gustaba la labor de “sacristana”, (entregar al padre el alba, la estola) y alguna que otra vez, sin que el padre se diera cuenta, tomar el vinito y los “recortes” de las hostias sin consagrar. El caso es que ¡no había yo hecho mi primera comunión y ya daba catecismo! En esa zona del país, la cultura es mucho mas religiosa que de donde yo venía. La costumbre era que los niños realizaran su primera comunión a los 5-6 o 7 años máximo y ¡claro! religiosas y compañeras simplemente asumieron que yo a mis ¡trece años! ya habría cumplido con ese requisito. Cómo sea, Dios que está en todo y no se desentiende de nada, anhelaba tener ese 1er. encuentro Eucarístico conmigo. Por tanto, planeó para mí un retiro de fin de semana al que fuimos convocados todo el salón de 2o. de secundaria. Las monjitas se enteraron que me faltaba ese sacramento, cuando preguntaron que cuantas de nosotras íbamos a comulgar. Se sorprendieron que yo no levantara la mano y al preguntar la razón ¡mas sorprendidas quedaron con la respuesta que les di! Inmediatamente llamaron a mi mamá y le pidieron permiso para celebrar con mis compañeras este sacramento. Mi mamá gustosa dijo que sí y me hizo llegar un vestido nuevo al lugar del retiro (por cierto eran los tiempos de minifalda, la cuál nunca me dejaron usar, y ese vestido me quedaba larguísimo). ¡Con todo, mi primera comunión fue memorable! Tuve el regalo especial de recibir a Jesús en un ambiente de retiro. Aquello era un privilegio en aquel entonces. Después de la eucaristía siguió el desayuno, con chocolate caliente, jugo de naranja y unos huevitos deliciosos. Yo quedé sentada al centro de una mesa larga y hermosamente arreglada. Manteles blancos y unas flores de bugambilias adornaban al frente de cada plato. Encima, además de la servilleta, cada una de nosotras encontramos una tarjetita como recuerdo. Aún conservo mi tarjeta, como conservo en mi memoria cada detalle (lo 23 cuál es sorprendente viniendo de mi) en el que mi encuentro sacramental fue celebrado ¡como una verdadera fiesta! Esos tres años de secundaria los viví intensamente. Participaba en casi todos los deportes. Pertenecía al equipo de softball del colegio, jugué volleyball y basket, ¡con todo y mi corta estatura era buena defensa! Llegué a viajar en los inter-teresianos en dos ocasiones, lo que fue para mi muy enriquecedor pues me encantaba conocer mucha gente y lugares nuevos. También estuve en el grupo de “montañeras” donde aprendí a convivir y trabajar en equipo. Con ellas me iba de fin de semana a escalar montañas y hacer largas caminatas apoyada en mi bastón hecho de vara y tomado a la orilla del camino pero con el que completaba mi atuendo de verdadera montañera. Estas actividades eran mi delicia, ahí sacaba a pasear a la pequeña niña que aún habitaba en mi a quién le gustaba ser libre y aventurera. Sin embargo, al igual que en la primaria, me temo que en las clases no brillaba especialmente. La opinión de mis maestros que quedó grabada en mi era: “Es muy inteligente, muy capaz pero... tan distraída”... Inicia muy bien los proyectos pero... ¡Tardaría años en liberarme de esas creencias y consignas tan limitantes! Efectivamente, tiempo después, al estudiar psicología, descubrí por los síntomas que yo padecía de déficit de atención. Comprender esto me regresó en mucho mi autoestima. Ahora podía entender mis continuas caídas y accidentes de niña, mi dificultad, aún sin ser hiperactiva, de escuchar y comprender lo que me decían o mantener la atención por mucho tiempo. Decían que era muy “contingente” nunca supe que significaba eso pero debía de ser algo muy malo. Siempre había creído que de alguna manera era “mala” o “culpable” de ser así. Pero había una causa física, una alteración fisiológica resultado de un trastorno neuroquímico. En otras palabras, la química de mi cerebro no trabajaba adecuadamente y esto me provocaba una tremenda dificultad para poner atención o permanecer concentrada. ¡De nada servían los regaños de mi madre o de los maestros! ¡Lo que me hubiera servido saberlo antes!. Continuando el tiempo de mi adolescencia, disfrutaba mucho la música, especialmente en inglés: Beatles, Cat Stevens, Carpenters, etc. La compra de mis primeros discos de acetato, el regalo de un pequeño tocadiscos cuadrado, además de una pequeña grabadora se volvieron “mi mundo” pues esa música era mía y significaba un espacio privado tan necesario y saludable para mí. A mis trece años tuve mi primer enamorado... Me temo que el “gen Watson” y mi creencia de “contingente” rondaba en mi sangre porque aunque tímida era bien coqueta, así que con todo y los regaños que me significaron correspondí a ese simpático muchacho que en los desfiles patrios pasaba muy gallardo vestido de 24 charro en un hermoso caballo bayo ¡y con lo que a mí me gustaban los caballos! Sólo que ese noviazgo temprano con encuentros al pie de la escalera de mi casa y con mi hermana pequeña rondando con su vaso de leche con chocolate no duraron mucho tiempo. Pocos meses después mi enamorado se fue a estudiar a una ciudad lejana y la relación tuvo que seguir por carta. Recibir y leer esas cartas era una tremenda ilusión que despertaban mil emociones a mi corazón adolescente. Pero llegó el fin de mi tercer año de secundaria, cuando mi papá anunció que nos regresábamos a vivir a Mazatlán. No me disgustaba el cambio, estaba acostumbrada, pues para mis escasos 15 años ya había pasado por 5 escuelas diferentes, en tres distintas ciudades del país. Lo que me pesaba al regresar era que ya me habían dejado ir ¡por primera vez en mi vida, de misiones! Tenía mucha ilusión aunque no sabía con claridad que era eso. Recuerdo que la madre Silvia insistió mucho a mis papás que alcanzaba a ir antes de mudarnos, pero no había manera; mientras mis compañeras del MTA se iban de misiones yo regresaba a mi ciudad de origen. La madre Silvia me entregó una pequeña tarjeta escrita por detrás con hermosa letra: Lizzy “Misionera de retaguardia”. Muchos años después, ya casada y con mis tres pequeñoshijos comprendería a cabalidad esta hermosa profecía... Pues bien, esta recién nombrada “misionera de retaguardia” de escasos 15 años, se llevó consigo un poema de Sta. Teresa de Jesús profundamente grabado en su corazón. En muchos momentos de crisis en mi vida, estas palabras brotadas del alma de Santa Teresa calmarían mi angustia, ¡Todo se pasa, sólo Dios basta! Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. ¡Sólo Dios basta! MI ENCUENTRO CON DIOS Cuatro años antes de que el Papa Juan Pablo II nos invitara a tener “un encuentro personal, vivo, de ojos abiertos y de corazón palpitante, con Cristo resucitado”. (Expresado en 1979 por el Papa Juan Pablo II en la catedral de Santo Domingo, en el contexto de misión y evangelización, en su primera homilía en tierras americanas). Yo tuve la gracia de experimentar exactamente este tipo de encuentro con Cristo. Esta experiencia significó para mí algo tan fuerte, tan contundente, que partió mi historia en dos. El “antes” y después” de mi vida. Fue una vivencia sensible, pero al mismo tiempo, de certeza racional, profundamente espiritual e importante: La experiencia del amor 25 de Dios y un encuentro profundo y personal con Él. Yo tenía 17 años, estaba cursando 2o de preparatoria en el Instituto Cultural de Occidente (ICO). Colegio entrañable, dirigido por sacerdotes Misioneros Xaverianos en Mazatlán que en ese entonces eran en su mayoría italianos. Una noche me invitaron a participar de una “Misa carismática” con el P. Alfredo Spigarolo ahí en el ICO. Invité a mi mamá y a Gina mi hermana, que estaba en secundaria en esa misma escuela. Llegamos a misa un poco retrasados, sin saber que estábamos llegando en el momento preciso de la invocación a la renovación del Espíritu Santo. Nos quedamos en el rellano de la puerta pues lo que vimos al llegar nos dejó impresionadas: la capilla, que tenía capacidad para unas 60 personas, se encontraba llena. Mucha gente llorando, algunos con los brazos extendidos en alto, otros hincados o postrados en el suelo, algunos mas hablando en lenguas o con sonidos extraños. El P. Alfredo presidía desde el altar en un profundo recogimiento. Otro sacerdote apareció en el umbral de la puerta; lo reconocí de inmediato pues era mi maestro de literatura y además muy estricto. Se detuvo junto a mí en el umbral de la puerta. Al voltear lo vi muy indignado ante aquél cuadro tan fuera de lo común y sólo le escuché decir antes de verlo alejarse rápidamente: “¡esto no es liturgia!”. Estábamos a finales de los 70’s y aunque el concilio Vaticano Segundo ya nos urgía a evangelizar, todo aquello era una manera totalmente nueva y distinta a lo que estábamos acostumbrados. Sin embargo, algo había en aquella asamblea que nos invitaba a quedarnos: experimentábamos paz en el corazón y descubríamos ante nuestros ojos una alegría y fraternidad nueva tan llena de libertad que nos “atrapó” el resto de la eucaristía. Regresamos a casa muy contentas aunque seguíamos sin comprender de que se trataba aquello pues llegamos tarde a cualquier explicación. De alguna manera el Espíritu nos había hablado al corazón regalándonos la preciada paz que supera todo entendimiento y que tanto ansiábamos cómo familia. A los días de aquella Misa nos invitaron a una “reunión de oración” pero esta vez en casa de la familia de Don Jorge Pérez. Sin dudarlo un segundo fuimos mi hermana Gina y yo (más adelante mi mamá y Cindy, de escasos 9 años, se involucrarían también de lleno). La generosidad de esta hermosa familia, convertiría su hogar en nuestro “bunker” o casa de reunión para todas las comunidades que se irían formando en aquél naciente “Movimiento de Renovación Carismática de Mazatlán”. Esa hermosa noche de un caluroso verano de 1975, fue la noche de mi conversión. Estaban reunidos en oración en esa bendita casa, varios jóvenes y algunos adultos. Para mí esa noche quedará para siempre imborrable en mi memoria pues significó el encuentro “vivo y palpitante” con mi Señor. 26 Era un grupo no muy grande, unas 15 a 20 personas entre adultos y jóvenes. Empezamos a orar bajo la dirección del Señor Jorge y la Sra. Lucy su esposa, yo trataba de seguir más o menos respetuosamente lo que iban diciendo, no estaba acostumbrada a orar así pero repetía algunas frases que me gustaban: “Bendito seas Señor, alabado sea tu nombre”, “Derrama tu Espíritu sobre nosotros...” “Sí, repetía yo... derrama tu Espíritu...” “Ven a mi vida... tómame Señor...”. Hasta que, en un cierto momento, dejé de orar llevando yo el “control”, por así decirlo, de aquello que expresaba... me sentí “arrebatada” literalmente por el Espíritu Santo... Un fuego intenso ardió dentro de mí; una sensación de paz muy, muy profunda y un gozo interior que mi rostro reflejaba al reír y llorar al mismo tiempo. Es difícil describir lo que experimenté, lo que recuerdo es verme postrada en el suelo, bañada en llanto y expresándome en monosílabos: “Sí Señor Sí.... yo te sigo, te amo, Sí... soy tuya, para siempre tuya...” y repetía sin cesar: “Sí... Sí... Sí...”. Durante un buen rato no podía decir o hacer otra cosa que asentir con mi cabeza y expresarle “Sí... Sí... Sí...”. ¡Cuántas cosas le susurraba Dios a mi espíritu! ¡Con tanto amor me hablaba que, sin comprenderlo intelectualmente mi alma se rendía y respondía con todas las fuerzas... Sí! Era la certeza total que brota del corazón al haber encontrado al fin aquello que desde siempre y sin saberlo, había buscado: mi misión de vida, el llamado del AMOR verdadero. Aún ahora, al relatarlo después de tantos años mi alma se vuelve a llenar de gozo por mi salvación. Dios en Su misericordia me hizo descubrirme nada sin Él, sin Su amor que me da vida. La fuerza de ese amor me sedujo y aún sin saber todo lo que seguía en mi vida, le respondí ¡SI! creyendo firmemente y expresándolo con mi boca ¡Si! entra a mi vida y ¡sálvame! ¡Jesús...! ¡sé para siempre mi Señor! Cómo el hijo pródigo del Evangelio, entraba en mí misma, abría mi corazón y me dejaba seducir por El Amor dando un giro total a mi vida al correr el riesgo de responder: ¡Sí! yo te sigo... Sí, yo también te amo... ¡Sí! vuelvo a la casa de mi Padre y arrepentida le digo: “Padre he pecado contra el cielo y contra ti... trátame cómo al último de tus siervos... no merezco tu amor, pero te amo, te necesito...”. Y mi Padre a través de su Espíritu Santo en aquel momento, como en muchos más momentos de mi vida en que me alejaría y regresaría a mi Señor, me renovaba con su amor y Su perdón. Después de mi encuentro con Jesús, era yo otra, mi corazón había cambiado y sentía que había sido “sellada” para Dios. Esta experiencia era muy distinta al Dios castigador, distante y exigente que yo conocía hasta entonces. Por primera vez me sentía amada incondicionalmente ¡cómo nunca había sido amada!. ¡Estaba completa y feliz! con una felicidad que brota de un corazón renovado. Era cómo una niña otra vez: segura, libre, amorosa. Recuerdo que en el trayecto a casa, pasamos en carro por el malecón a todo 27 lo largo de la playa. Con la ventanilla abajo, la brisa pegaba sobre mi rostro haciéndome sentir más libre que nunca. Escuchaba el mar rugiente con un sonido nuevo ¡que alababa a Dios! Contemplaba sus olas estallar de júbilo dejando un manto blanco de sal en cada salto. Todos mis sentidos se habían agudizado. Era como si un velo que cubría imperceptiblemente mis ojos se hubiese removido o cómo si un tapón que no me permitía escuchar a mi alrededor me hubiera sidoquitado, ¡estaba viva!. ¡Me sentía unida con la creación entera cantando a una voz alabanzas a mi Creador! Sentía ganas de gritar a todo el mundo que ¡Dios estaba vivo!... y lo hice: saqué la cabeza por la ventanilla de atrás y grité a los turistas y gente que caminaba despreocupadamente: “¡Dios te ama!”, “¡Dios los ama!”. Llegué a casa feliz, le conté como pude a mi mamá, hasta poco después que ella tuvo su propio encuentro pudo comprender lo que yo viví esa noche. Mi mamá y mis hermanas veían mi cambio en conductas y actitudes concretas: ¡estaba llena de alegría! pasaban los días y me seguían viendo feliz, tendía mi cama, lavaba la loza, hacía lo que me pedían con una sonrisa que no me la podían quitar, ¡estaba enamorada! Era la primera vez en mi vida que experimentaba algo así de fuerte. Yo conocía a Dios, había sido “catequista” era, según mis limitados criterios, una niña “buena”, pero nada de lo que yo hiciera o hubiera hecho por Dios se comparaba con lo que Dios había hecho por mí. Siempre me sentí cómo el hijo mayor de la parábola: bueno, obediente, habitando la casa de mi padre, pero en el fondo, sin disfrutar mi casa, sin saberme hija realmente. Era también cómo el hijo pródigo que retornaba, por fin lo comprendía, ¡Jesús era mi Señor y Salvador! El centro de mi vida ya no giraba en torno a mí: mis propios planes, mis anhelos, mis sufrimientos, mi querer “saberlo todo” y controlar todo. Por fin podía descansar y confiar en Él, quién es más grande que yo. Por fin podía “soltar” mis miedos y todo aquello que me estorbaba para seguirlo y realizar en mi vida ¡ese plan hermoso de amor con el que Dios había soñado desde toda la eternidad! “AMAR CÓMO NUNCA HE AMADO” Después de mi encuentro con Jesús resucitado, además de ir de misiones, tuve la oportunidad de asistir a algunos encuentros carismáticos dentro y fuera del país: en Culiacán, Mochis, Guadalajara y California, USA. En esos encuentros, Dios me habló en varias ocasiones con mucha claridad. Recuerdo un congreso al que fuimos a dos horas de la ciudad dónde vivía. El grupo de jóvenes de Mazatlán hacíamos notar nuestra presencia pues nos sentábamos en la primera fila al frente de una enorme asamblea. Cantábamos a viva voz, ayudados con panderos, baile y gritos de alegría. Por alguna razón, creo que por un impulso del Espíritu, en una de las conferencias yo decidí sentarme sola 28 en una de las últimas filas de aquél anfiteatro redondo con graderías que iban bajando de nivel hasta rematar en un amplio escenario. La charla muy ungida, trató sobre la oración, y al finalizar entonamos cantos de alabanza con las manos en alto. Desde mi lugar sentí el impulso de orar con mis manos dirigidas hacia el frente, pidiendo por esa enorme y desconocida multitud, y Dios, sin palabras grabó con fuego ese momento, cómo una fotografía. Muchos años después, entendí su mensaje. El Espíritu me mostraba la importancia y necesidad de oración en la Iglesia y por la Iglesia. Me recordaba el ser “misionera de retaguardia”, y esa imagen grabada en mi corazón se convirtió en un llamado continuo a lo largo de mi vida. Otra experiencia fuerte, dónde “sentí escuchar” la voz de Dios con claridad, la viví en un encuentro realizado en mi propia ciudad. En una de las charlas de aquel encuentro, recuerdo con claridad un hombre y una mujer que subieron a compartir su testimonio de pareja. Jamás olvidaré la imagen de ellos dos dando juntos esa charla, me impresionaba con cuanta certeza hablaban del amor de Dios. ¡Cómo verdaderos testigos del Dios vivo en su matrimonio!. Sentí ese fuego interior tan familiar, y al sentirlo, reconocí de inmediato el anhelo que venía desde lo más profundo de mi corazón: “yo quiero eso, Señor Jesús, quiero evangelizar con mi pareja”. Me sentí llamada a ser misionera de Su Palabra y de Su Amor y en ese momento, anhelé que fuera con alguien que vibrara con la fuerza de ese mismo llamado. Así, cómo esa pareja que “brillaba” ante mis ojos adolescentes, testificando del Amor de Dios. Desde entonces pedí a Dios una pareja según Su corazón, pero llegaban y se iban los prospectos y yo dudaba de mí por mi exigencia, me sentía sumamente insegura. Posteriormente descubriría que esa inseguridad era, en el fondo, temor de amar, miedo al compromiso. Me decían que tenía “sangre de atole” y mucho tiempo me lo creí. Pensaba en mi interior que yo no sabía amar y los “hechos” me lo confirmaban. Era ambivalente y al serlo, “confundía” y hería frecuentemente al otro, pero más a mí misma. A veces, deseando una amistad la relación se malinterpretaba. Otras, las más, cuando surgían las diferencias o los conflictos...¡salía corriendo! o terminaba la relación sin responsabilizarme de mi parte en el asunto. Me justificaba diciendo: “Seguro este muchacho no era para mí, Dios no lo permitió. ¡Qué fácil era echarle la culpa a Dios!, ¡así nunca iba a encontrar a mi pareja!. Era fácil también asumir culpas que lo único que hacían era paralizarme, y con tantas etiquetas, que yo misma reforzaba, mi inseguridad en el amor se hacía más fuerte. Cuando la tristeza me abrumaba yo sólo oraba y pedía con todas mis fuerzas “Dios, enséñame a amar cómo nunca he amado...” . 29 MISIONES: TESTIGOS DE LA FÉ EN JESÚS RESUCITADO Con la fuerza del Espíritu Santo, la experiencia de evangelizar y dar testimonio de lo que Dios estaba haciendo en mi familia y en mi vida, se convirtió en algo muy importante. Formamos una comunidad de jóvenes donde lo que más abundaba era la alegría; juntos crecíamos y nos alimentábamos de la Palabra y la oración. Me gustaba mucho la experiencia de compartir en comunidad, mas que amigos los sentía cómo hermanos y juntos hablábamos a otros del amor de Dios que nos había salvado y dado nueva vida. De los 17 a los 22 años tuve la oportunidad de “irme de misiones” en varias ocasiones. La primera “misión evangelizadora” que viví fue con el P. Ezequiel Ríos Cabrera de Mazatlán y el P. Alfonso Navarro que desde la Cd. de México traía a sus “jóvenes” del Altillo (San José del Altillo” : centro de espiritualidad de los Misioneros del Espíritu Santo en el D.F.) a compartir con nosotros la experiencia de evangelización. Visitábamos casa por casa llevando el “Kerigma” compartiendo la Buena nueva de Jesús resucitado. (Kerigma es una palabra de origen griego que significa: proclamar como un emisario el “mensaje” o “palabra de Dios”, “anuncio de la buena nueva de Cristo Resucitado”) En una ocasión, este mismo grupo fuimos a Agua Verde, un pueblo humilde de pescadores. Ahí vivimos una experiencia muy fuerte de respuesta a nuestra oración pidiendo lluvia. Los habitantes de la región llevaban siete años continuos de sequía. Las personas que visitábamos, o en las reuniones que teníamos de oración, la gente nos expresaba cuanto necesitaban que terminara la sequía. Entonces, les propusimos pedir a Dios por la lluvia y junto con ellos, con mucha fe, oramos toda la semana a Dios para que nos escuchara y lloviera. Pasaban los días y el sol parecía aún más intenso, no veíamos ninguna señal de que Dios tuviera atento su oído, pero seguíamos pidiendo con fe sencilla. Al final de la semana, se hizo una magna Misa en el atrio de la parroquia clausurando la misión. Al terminar la Eucaristía, varias personas pasaron a dar su testimonio de encuentro con Dios... de repente, sin mayor aviso, después de tantos años de sequía: ¡un “chaparrón” de lluvia nos cayó del cielo! Los jóvenes ¡bailábamos de gusto! ¡Dios había escuchado nuestra oración! ¡Éramos testigos de su amor y su poder! En otra ocasión tuvimos una experienciasimilar de evangelización “casa por casa” en Chilpancingo, Gro. Nos tocó ser testigos de muchas conversiones, de mucho amor y perdón derramado. Ver cómo los jóvenes le entregaban a Dios su corazón y cómo muchas familias quedaban renovadas al encontrarse con Dios, nutría mi alma con alimento cada vez más sólido. En estas experiencias de misiones descubrí la fuerza de mi llamado a evangelizar y al hacerlo descubría el sentido de mi existencia. Me apasionaba el 30 contacto con la gente, hacer algo concreto por los demás. Hablarles del amor de Dios, de la experiencia de salvación y el compartir el cambio radical de vida que Dios me había dado. Jesús se convirtió en el centro de mi vida.., ¡Era mi Señor, mi salvador! Terminé la preparatoria y me mudé a radicar a Guadalajara, Jal. para continuar mis estudios. Al partir de Mazatlán a mis 18 años nunca pensé que jamás regresaría a vivir a la casa de mis padres. En la universidad, seguía sintiendo el fuego y la cercanía de Dios en mi vida constantemente hablaba de Su Amor lleno de misericordia. Pero también vivía mis polaridades: mis incongruencias, mis luces y sombras: me costaba parar mi ritmo de vida, conciliar mi Marta y mi María, darme el espacio y el silencio que mi Dios me pedía. Corría y corría, y realmente, ahora que lo veo de lejos, no tenía porque hacerlo. Pero me llenaba de actividades y simplemente el tiempo “no me alcanzaba” para estar conmigo y con Él, para encontrarme con la única fuente capaz de llenar mi ser. Estando en la universidad, seguí con el gusto por irme de misiones. Dos experiencias marcaron especialmente mi corazón: El misionar con indígenas Náhuatl en la sierra del Hidalgo al centro del país y también convivir con indígenas Huicholes en Guadalupe Ocotán, en Nayarit. Me gustaría contarles algo de la experiencias vivida en esta última misión. Estudiaba mi carrera de psicología, en el ITESO, (Universidad Jesuita en Guadalajara). Compartía en ella con un maravilloso grupo de jóvenes quienes me invitaron a la experiencia de misionar en la sierra Huichola. En aquellos tiempos, esta comunidad indígena quedaba tan alejada y con accesos tan accidentados que la manera mas fácil de llegar a ella era por avioneta desde la ciudad mas cercana: Tepic, Nayarit. Recuerdo que fueron tan sólo tres semanas que estuvimos entre ellos, tenía claro en mi mente que no era suficiente tiempo para dejar “huella” en esa comunidad. Sin embargo, ellos sí que dejaron en mí una “huella” imborrable en mi mente y corazón. El conocer su estilo y ritmo de vida, el quedar “atrapada” entre esas maravillosas montañas, el confrontarme con una cultura desconocida hasta entonces para mí, transformó mi corazón y abrió mi mente a una cosmovisión nueva plena de riqueza. En esos días comprendí y experimenté cuan diferente se puede percibir el paso del tiempo en el “ajetreado” ritmo de la ciudad y el mundo “civilizado” del que provenía. Es tan distinta la percepción del tiempo (o el no tiempo) que tienen los pueblos indígenas en medio de las montañas, sin la contaminación constante del correr porque te persigue el reloj. El conflicto eterno que yo vivía tratando de conciliar mi Marta y mi María 31 desapareció en ese lugar. Recuerdo incluso que para el segundo o tercer día me quité con todo propósito el reloj y decidí disfrutar de esta experiencia renovadora para mí. Podía vibrar conmigo misma rodeada de naturaleza, podía “ser con el otro” sin necesitar hacer’ multitud de cosas para sentirme útil, los calificativos y juicios de valor quedaban empequeñecidos ante el amor que era capaz de dar y recibir al fluir con mi ser mas profundo... ahí donde habita Dios. En esa remota comunidad no había en ese entonces un centro médico cercano. Había un dispensario muy limitado en la parroquia. Los insumos llegaban cuando llegaba la avioneta una o a lo sumo dos veces por semana. Muchos de los indígenas de la comunidad utilizaban a los curanderos y los rituales ancestrales que habían aprendido. Sólo cuando el enfermo empeoraba a grado sumo acudían a la parroquia y si no se aliviaba el paciente… a correr al centro de salud: ¡que quedaba a tres días y medio de camino! Me tocó presenciar precisamente un caso de estos. No recuerdo muy bien al enfermo, apenas lo vi envuelto como estaba por la sábana y cobija y montado en una improvisada camilla hecha de palos y lona. Llevaban comida para el largo camino que entre los familiares habían preparado; eran 6 personas las que conducirían al enfermo a toda prisa, y ¡vaya que aquellos indígenas de blanca manta y calzado ligero sabían correr!. Cuatro de ellos iban cargando la camilla y dos más los seguían como relevo. Ante mis ojos, se desarrollaba lo que para mi era un acto de solidaridad increíble al que no estaba acostumbrada. Me impresionaba descubrir la manera en que aquellos hombres respondían ante las emergencias: ¡casi 4 días atravesando montañas y ríos!. Eso era para mí una odisea, mientras que para ellos era simplemente lo que tocaba en ese momento hacer y vivir. Dios me mostraba que la evangelización debe estar siempre encarnada en una promoción integral del hombre. No puedo predicar a un Dios que es Amor cerrando mis oídos o desviando mi mirada ante las necesidades concretas de mi hermano. Fue un aprendizaje muy importante, yo nunca me había percatado de la necesidad tan real de apoyo médico en esos rincones de México ¡Cuántas carencias y, sin embargo, cuánta generosidad de esa gente tan pobre!. No había valorado el montón de recursos que yo tenía y lo privilegiada que era: luz eléctrica, agua, servicios de todo tipo, transporte, acceso a la educación. ¡Gracias Dios mío por todos los dones que recibo y perdóname por no valorar y sin más sentirme merecedora de tantos privilegios!. Conversé, a través de intérpretes, con algunos de los indígenas más puros que vivían dispersos en las montañas, alejados de la parroquia. Descubrí otro ritmo de vida, otra manera de percibir el mundo, otro modo de convivencia... Ciertamente era para mí un choque de culturas. Pero me forzaba a abrir mi mente, a entender, a no juzgar pero si mirar con ojos nuevos esa otra “cosmovisión” cuya 32 realidad modificaba mis rígidos criterios y me hacía descubrirme muy pequeña ante esa inmensidad de mundo. Visitamos a un indígena y su familia que, ante mis ojos occidentales era totalmente “disfuncional”, pero que para algunos de ellos (los mas pudientes claro) en su cultura les funcionaba perfectamente. Aquel señor muy agradable de trato nos presentó orgulloso a sus dos esposas. Preguntando me di cuenta que compartían no sólo al marido -creo recordar que eran hermanas- sino que también se organizaban en común para la comida, para el cuidado de los hijos. Vivían en el mismo terreno en chozas independientes y contiguas. ¿Cómo es posible que puedan vivir en armonía? pensaba para mis adentros. Conozco a mas de un varón de mi cultura occidental-machista que ante este relato confirmarían su teoría de que si se puede tener corazón de condominio ¿porque nosotras las mujeres no lo podremos entender?. ¡Já!. Bueno, pues lo siento, pero no estoy de acuerdo con la visión machista que pretende hacer de la mujer un objeto de colección y trofeo de caza. El vínculo de la pareja se nutre mutuamente con pertenencia y fidelidad, con intimidad y amor. ¡Vaya si he aprendido yo de esto! Con todo, el ir de misiones y abrir mis fronteras mentales a diferentes culturas
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