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Bayard, P (2009) Se puede aplicar la literatura al psicoanálisis Buenos Aires Paidós

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Pierre Bayard
Se puede aplicar la literatura 
al psicoanálisis?
4
PAIDÓS
Buenos Aires 
Barcelona 
México
Título original: Peut-on appliquer la littéra tu re a la psyhanalyse? 
© 2004 Les Editions de Minuit
Bayard , Pierre
¿Se puede aplicar la literatura al psicoanálisis?. - 1a ed. - Buenos Aires : 
Paidós, 2009.
184 p .; 22x14 cm. - (Psicología profunda; 10268)
Traducido por: Viviana Ackerman 
ISBN 978-950-12-4268-3
1. Psicoanálisis. I. Viviana Ackerman, trad. II. Título 
CDD 150.195
Cubierta de Gustavo Macri 
Traducción: Viviana Ackerman
Ia edición, 2009
© 2009 de todas las ediciones en castellano 
Editorial Paidós SAICF 
Defensa 599, Buenos Aires 
E-mail: difusion@areapaidos.cotn.ar 
www. paid osargen ti na ,com. a r
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina
Impreso en Buenos Aires Print 
Sarmiento 459, Lanús, Prov. de Buenos Aires, 
en febrero de 2009
Tirada: 3000 ejemplares
ISBN 978-950-12-4268-3
mailto:difusion@areapaidos.cotn.ar
Para Jean Bellemin-Noel.
s
Indice
Prólogo............................................................................................. 13
D e l p s ic o a n á l is is a p l ic a d o
A LA LITERATURA APLICADA
1. Freud y la literatura................................................................... 23
2. El psicoanálisis aplicado............................................................ 35
3. La literatura aplicada................................................................. 45
A n t e s , d u r a n t e , d e s p u é s d e F r e u d
4. Desde que el hombre es hombre............................................. 59
5. En un mundo sin Freud............................................................ 75
6. Aunque no lo hayan leído ........................................................ 87
L a l it e r a t u r a y s u s m o d e l o s
7. Modelos y nombres................................................................... 101
8. Modelos del Yo........................................................................... 117
9. Modelos del Otro....................................................................... 131
10. La teoría en la literatura ....................................................... 147
11. Contra la interpretación ........................................... ............. 157
12. Después del psicoanálisis....................................................... 165
Epílogo............................................................................................. 175
Todos los p r o b lem a s son in solub les. 
D e m a n e ra es en c ia l, la ex isten c ia d e u n p rob lem a 
su p on e la in ex isten cia d e u n a so lu ción .
FERNANDO P essoa, El lib ro d e l d esa so siego
Prólogo
Este libro se propone intentar comprender las razones por las 
cuales el método de lectura que inventé y fui perfeccionando 
pacientemente a lo largo de los años -método que consiste en 
aplicar la literatura a l psicoanálisis- se reveló, contra todas las 
expectativas, como un fracaso.
En efecto, ¿cómo emplear otro término, a menos que uno se 
niegue a ver las cosas de frente, puesto que me encuentro solo 
para practicar este método quince años después de su creación, 
con el triste privilegio de ser uno de los pocos fundadores de 
corrientes críticas que nunca ha reclutado ni un solo discípulo?
Una hipótesis reconfortante para el espíritu consistiría en 
colocar este revés en la cuenta de la envidia. Pero lamentable­
mente, esta hipótesis no es verosímil, ya que mi método, hasta 
hoy confinado a unos pocos textos confidenciales, nunca fran­
queó el umbral de la visibilidad que le habría permitido crearse 
enemigos.
Por consiguiente, tengo que rendirme a la evidencia, por 
dolorosa que sea, y reconocer que este fracaso es tanto interno 
como externo. O, si se prefiere, que el problema de la literatura 
aplicada no es solamente el no haber convencido a ninguno de
quienes lo conocieron, sino también, dado que ambos aspectos 
están relacionados, el hecho de que no funciona.
*
Para facilitar la comprensión del principio de la literatura 
aplicada y de la inversión que justifica su nombre, voy a tomar 
un rápido ejemplo en las primeras líneas de La litada. Todos 
recuerdan con algún grado de precisión que esta obra trata de la 
guerra de Troya, pero los que la conocen bien saben que su ver­
dadero tema, además de la guerra, es la cólera. Esta se le impo­
ne al lector desde el primer canto, largamente dedicado a descri­
bir sus manifestaciones e incluso desde las primeras palabras, 
que anuncian los desastres que causará más adelante:
Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquileo, cólera funesta que 
causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas 
almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de 
aves -cumplíase la voluntad de Zeus- desde que se separaron dis­
putando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquileo.1
Esta querella entre Aquiles y el hijo de Atreo, Agamenón, se 
origina en una falta cometida contra Crises, un sacerdote de 
Apolo. Este, arribado al campo de los griegos con una suma 
importante para rescatar a su hija cautiva, Criseida, ha chocado 
con el rechazo de Agamenón. Entonces invoca la protección de 
Apolo, quien se propone diezmar con su arco a los animales del 
ejército griego, y luego a los soldados mismos. Al cabo de diez 
días, Aquiles reúne a sus amigos y les aconseja consultar a un 
adivino. Calcante se ofrece para este rol y revela que la cólera del 
dios solo se aplacará con la liberación de Criseida.
Furioso, Agamenón está dispuesto a restituir a la joven, a 
condición de beneficiarse con una compensación. Y, luego de un 
altercado violento con Aquiles, termina por exigir que le sea
1. Homero, La litada, Buenos Aires, Losada, 1971, t. 1, pág. 33. 
Traducción directa del griego de Luis Segalá y Estalella.
otorgada la compañera de este, Briseida. Crises recupera enton­
ces a su hija, lo cual apacigua la cólera de Apolo. Pero, pese a los 
intentos de interposición de Néstor, Agamenón ejecuta su ame­
naza y se adueña de Briseida. Aquiles le pide ayuda a su madre, 
Tetis, quien implora en vano la ayuda de Apolo. Así pues, priva­
do de Briseida, Aquiles es abandonado a su suerte y se retira a su 
tienda. La guerra de Troya se detiene y comienza La Ilíada.
Esta pelea inaugural entre Aquiles y Agamenón, que ocupa 
directa o indirectamente lo esencial de La litada , tiene terribles 
consecuencias para los griegos, ya que la retirada de Aquiles 
debilita sensiblemente su ejéxcito, en lo sucesivo dependiente 
del humor de su héroe. Habrá que esperar la muerte de su amigo 
Patroclo para que Aquiles acepte abandonar su retirada y retor­
nar al combate. Regreso decisivo, que conduce a la muerte de 
Héctor y -e l acontecimiento tiene lugar después del final de La 
litada - a la caída de Troya.
De modo que La Ilíada se basa en dos comportamientos psi­
cológicos intrincados, los mismos que expone el primer canto o, 
si se prefiere, en dos cóleras, o dos formas de la cólera: la de 
Agamenón y la de Aquiles. Comportamientos ambos que resul­
tan aberrantes, ya que provocan una ruptura tan mortífera para 
el uno como para el otro, y que resulta casi fatal para su ejérci­
to. Es la articulación de estas dos crisis psíquicas lo que produ­
ce el encadenamiento de los episodios y sostiene su desarrollo 
hasta el final.
*
Lo que muestran o en todo caso confirman estas páginas 
inaugurales de Homero es que los escritores no han esperado el 
advenimiento de la época moderna para interesarse en los con­
flictos psicológicos, ni en los lazos de deseo que se entretejen 
entre los seres. Al igual que los otros héroes de la guerra de 
Troya, para los cuales fácilmente podrían encontrarse análogos 
trances, Aquiles y Agamenón no son personajes monolíticos. 
Muy por el contrario, se desgarran entre sentimientos comple­
jos, algunos de los cuales están directamente descriptos, y otros,
sugeridosy supuestos por las acciones que resultan de ellos y por 
las interacciones en las que se integran. Y si bien el escritor no 
los somete a un análisis psicológico propiamente dicho, sí los 
pone en escena con la suficiente precisión como para que, a par­
tir de ellos, se desprenda o pueda inspirarse alguna reflexión sin­
gular.
En consecuencia, sobre episodios de este tipo el psicoanálisis 
y las teorías emparentadas no tendrían demasiadas dificultades 
para expresar y para sacar a la luz significaciones inconscientes. 
Al luchar contra fuerzas que los superan, los personajes se abren 
a un análisis psicológico capaz de esclarecer las profundidades de 
sus acciones. Y algunos pasajes, sin que sea necesario forzarlos, 
incluso parecen dar pruebas de la existencia de un verdadero cli- 
vaje:
Así dijo. Acongojóse el Pelida, y dentro el velludo pecho su cora­
zón discurrió dos cosas: o, desnudando la aguda espada que llevaba 
junto al muslo, abrirse paso y matar al Atrida, o calmar su cólera y 
reprimir su furor. Mientras tales pensamientos revolvía en su mente 
y en su corazón y sacaba de la vaina la gran espada, vino Atenea del 
cielo: envióla lle ra , la diosa de los blancos brazos, que amaba cor­
dialmente a entrambos y por ellos se interesaba. [...]
“Vengo del cielo para apaciguar tu cólera, si obedecieres; y me 
envía Hera, la diosa de los blancos brazos, que os ama cordialmen­
te a entrambos y por vosotros se interesa. Ea, cesa de disputar, no 
desenvaines la espada e injuríale de palabra como te parezca”.2
Por lo tanto, el psicoanálisis podría interpretar fácilmente 
esta doble cólera fundadora de La llíada poniendo nombres a las 
fuerzas que desgarran al héroe y leyendo en ellas, por ejemplo, 
la oposición entre la violencia del deseo de matar y su pacifica­
ción por obra del superyó. Deseo que, por otra parte, no está 
despojado de connotaciones eróticas, como lo muestra la espada 
emblemática que Aquiles duda en desenvainar.
Además de una interpretación simbólica aislada, el psicoaná­
lisis también podría, atento a la historia de las ideas, proponer
2. Ibíd., pág. 37.
una lectura más histórica, que consistiría en mostrar que el poeta 
se ha adelantado a los descubrimientos freudianos y que sus 
representaciones del psiquismo anuncian, de manera más rústi­
ca, los futuros modelos del inconsciente. De modo que Homero 
se ubicaría en el primer lugar del largo linaje de los escritores 
que han anticipado al psicoanálisis.
*
Pues bien, la literatura aplicada ha sido creada precisamente 
contra este tipo de procedimientos, ya sea que se busque una 
significación inconsciente en la obra literaria o que se intente 
mostrar cómo el autor se ha adelantado a las teorías psicológicas 
modernas.
Pues tanto en uno como en otro caso, es a través de una teo­
ría exterior, y no producida a partir de la obra, como esta es 
leída, y esa lectura orientada le impide desarrollar su propia teo­
ría. El hecho de percibir la obra a través de un sistema constitui­
do, sea cual fuere el interés de dicho sistema, tiene como conse­
cuencia no darle importancia a aquello que puede aportar de 
original a la reflexión sobre el psiquismo, y por lo tanto, no pres­
tarle toda la atención que merece.
En efecto, cuando Homero presenta los sentimientos de los 
dos personajes no habla ni de conflicto ni de inconsciente, sino, 
por ejemplo, de un héroe que “discurre entre dos cosas” o que 
“revuelve sus pensamientos en su mente” antes de que venga una 
diosa a reconciliarlo consigo mismo. Por consiguiente, en el 
poeta hay un intento personal de producir una representación 
de nuestro funcionamiento psicológico, intento que merece ser 
respetado y estudiado como tal.
De hecho, existen dos maneras de no descuidar las represen­
taciones que la literatura de la Antigüedad, pero también la de 
los siglos posteriores, nos ofrecen de la realidad psíquica. La pri­
mera, que intentaremos evitar, consiste, no sin cierto sentimien­
to de superioridad, en interesarse en las propuestas de los escri­
tores, percibidas como etapas sucesivamente superadas, para 
elaborar modelos psíquicos. Ello con el trasfondo de una con­
cepción progresista de la historia de las ideas, que se acercaría 
paulatinamente, con distintos grados de aproximación, a una 
verdad última.3
La segunda manera, la de la literatura aplicada, consiste en 
tomar en serio esos modelos, no situándolos de un modo forzado en 
una progresión y aceptando la idea de que no son necesariamen­
te inferiores en precisión o en belleza poética a los que van a ela­
borar más tarde los teóricos del psiquismo. Que los grandes sis­
temas de lectura de los siglos XIX y XX, de los que el psicoanálisis 
es el más representativo, no los han matado ni los han superado, 
sino que siguen vivos y merecen que se les dedique interés, por 
sí mismos y no a título de meras etapas.
*
Así presentado, el proyecto de la literatura aplicada parece 
inatacable y cuesta entender su fracaso. El único medio de con­
seguirlo es analizar con paciencia y lo más objetivamente posi­
ble los elementos constitutivos de este método, con la esperan­
za de poner de manifiesto sus fallas ocultas.
Para que el lector entienda mejor de qué se trata y perciba los 
múltiples disfimcionamientos que fui marcando con este objeti­
vo en la mira, me propongo pues presentarle los grandes linca­
mientos de mi trabajo. Así comprenderá -constatación que me 
demandó tiempo y coraje- por qué la literatura aplicada, si se 
reflexiona bien, no solo presenta dificultades de utilización, sino 
que no tiene ninguna posibilidad de dar resultados.
Interesarse en un método que no funciona, al revés de lo que 
hacen innumerables trabajos que presentan métodos eficaces, no 
está necesariamente desprovisto de interés. Pues un planteo 
como este permite ver mejor en funcionamiento cómo opera la
3. Claramente se trata de la perspectiva del libro de Lancelot Whyte, 
L'inconscient avant Freud (París, Payot, 1971) [trad. esp.: El inconsciente antes de 
Freud, México, Joaquín Mortiz, 1967], que sitúa a los autores estudiados, prin­
cipalmente filósofos, en el seno de un movimiento de la Historia orientado 
hacia el descubrimiento progresivo del inconsciente freudiano.
crítica, las dificultades con las que tropieza, la necesidad en la 
que se encuentra de p lega r los hechos textuales a su proyecto; en 
una palabra, permite reflexionar una vez más sobre el acto de 
lectura.
Así, este libro está menos dedicado a la presentación de un 
nuevo método que a la dificultad de teorizar o, si se quiere, a los 
secretos de fabricación que la escritura, en su seguridad, tiende 
a disimular. Todo texto crítico se basa en una serie de reduccio­
nes de la obra y en aproximaciones al pensamiento que son 
necesarias para su existencia, pero que le cuestan caro a la lite­
ratura. De modo que el estudio preciso de lo que funciona mal 
en un método particular puede contribuir, como algunos silen­
cios del analista en la cura, a restituir a las obras un poco de su 
libertad de palabra.
Del psicoanálisis aplicado 
a la literatura aplicada
Capítulo 1 
Freud y la literatura
Al igual que los métodos que funcionan, los métodos inope­
rantes no salen de la nada y también ellos están cargados de his­
toria. Es lo que sucede con la literatura aplicada, que se fue 
constituyendo progresivamente a partir de una reflexión sobre el 
tratamiento de la literatura por parte de Freud, tratamiento res­
pecto del cual se vio llevada a tomar sus distancias.
Toda la obra de Freud está habitada por la celebración de su 
deuda con los escritores quienes, dotados de una preciencia mis­
teriosa de los fenómenos psíquicos, serían los verdaderos inspi­
radores de su teoría. Independientemente de los grandes textos 
freudianos dedicados a la literatura, esta es convocada en forma 
permanente a lo largo de la escritura, bajo forma de citas o de 
alusiones, y siempre con el tono de la gratitud.
Pero como vamos a ir viendo, la proclamación de esta deuda,retomada luego por el conjunto de los psicoanalistas y conside­
rada como una suerte de evidencia, no está exenta de ambigüe­
dades. Es cierto que el gesto de fundación del psicoanálisis va 
acompañado por la literatura, pero la función de esta, cuando se
miran los textos con atención, no resulta tan clara como lo 
sugiere Freud, aunque las consecuencias de esta supuesta deuda 
son considerables en su lectura de las obras.
*
El reconocimiento de Freud es a la vez general y preciso. 
General, porque se traduce en toda una serie de declaraciones 
apologéticas sobre la intuición de los escritores:
hay que tener en muy alta estima su testimonio, pues suelen cono­
cer una multitud de cosas entre el cielo y la tierra de las que nues­
tra sabiduría escolar aún no tiene la más mínima idea. Se nos ade­
lantan en mucho, a nosotros, hombres comunes y corrientes, en 
particular en materia de psicología, porque abrevan en fuentes que 
todavía no hemos explorado para la ciencia.'
Este reconocimiento de una intuición particular en los escri­
tores tiene un fundamento teórico preciso, la noción de saber 
endopsíquico. Con ello hay que entender una forma particular de 
intuición que Freud les atribuye también a los paranoicos, a los 
hombres primitivos y a las personas supersticiosas, y que brinda 
a quienes disponen de ella un acceso directo a fenómenos de los 
que los científicos solo tienen conocimiento a través de caminos 
largos y tortuosos:
El escritor, por su parte, procede de otro modo; es en su propia 
alma donde dirige su atención al inconsciente, donde acecha sus 
posibilidades de desarrollo y les concede una expresión artística, en 
lugar de reprimirlas mediante una crítica consciente. Así pues, 
extrae de sí mismo y de su propia experiencia lo que nosotros 
aprendemos de los demás: a qué leyes debe obedecer la actividad de 
ese inconsciente. Pero no necesita formular esas leyes, ni siquiera
1. Le Delire et les reves dans la “Gradiva" de W. Jen sen (1907), París, 
Gallimard, 1986, pág. 141 [trad. esp.: El delirio y los sueños en "Gradiva” de IV 
Jen sen , Madrid, Biblioteca Nueva, 1981,1.1].
las necesita para reconocerlas claramente; porque su inteligencia lo 
tolera, se encuentran encarnadas en sus creaciones.2
Es importante ver -como lo sugiere la fórmula “ni siquiera 
las necesita para reconocerlas claramente”- que ese saber no es 
consciente. El escritor dispone de una vía directa hacia el 
inconsciente, pero no tiene ninguna que lo conduzca a ese saber, 
que solo le será restituido a través del psicoanálisis. Por lo tanto, 
el saber endopsíquico está ligado estructuralmente a la interpre­
tación, la única en condiciones de permitirle conocerse a sí 
mismo'.
En efecto, esta figura del escritor ignorante de su saber está 
alojada en el corazón de la relación freudiana entre literatura y 
psicoanálisis. Conduce a la vez a tomar en serio y a no tomar en 
serio a la literatura. Tomada en serio, la literatura lo es en el más 
alto grado, en la medida en que es juzgada como portadora de 
un conocimiento incomparable. Pero, al mismo tiempo, se le 
atribuye un lugar secundario, ya que no está en condiciones de 
entregar sin mediaciones un conocimiento que no le pertenece 
verdaderamente. Por consiguiente, el escritor se parecería a un 
mensajero que transporta cartas cuyo contenido ignora.
*
Afirmado en un plano general, este reconocimiento de deuda 
se traduce concretamente en préstamos precisos, cuya lista, de 
hecho, es limitada. Se trata principalmente del complejo de 
Edipo, del narcisismo, del masoquismo y del sadismo. En todos 
estos casos, la deuda es aparentemente clara, ya que es el nom­
bre de algún personaje o de algún autor el que sirve para desig­
nar un hecho clínico.
2. Ibíd., pág. 242. Acerca de esta noción del “saber endopsíquico”, véase 
Sarah Kofman, L'Enfance de l'a it, París, Payot, 1970, págs. 60-75 [trad. esp.: La 
infancia del arte. Una interpretación de la estética de Freud, Buenos Aires, Siglo 
XXI, 1973].
Es lo que sucede esencialmente con la obra de Sófocles, Edipo 
rey , que provee a la vez una intriga y un nombre. En este senti­
do, parece legítimo decir que Sófocles, al menos desde una pers­
pectiva psicoanalítica, anticipó los descubrimientos freudianos, 
y proveyó, por añadidura, un modelo que les permitió encontrar 
una forma.
Pero muy distinto es el caso de Hamlet, que Freud utiliza 
inmediatamente después del de Edipo en su carta a Fliess del 15 
de octubre de 1897.3 Aunque también Shakespeare haya tenido 
la intuición del complejo de Edipo, no propone ningún modelo 
utilizable. No solo no existe hasta hoy el complejo de Hamlet 
sino que la obra de Shakespeare, en todo caso, cuando gravita en 
la órbita freudiana, no puede sostenerlo demasiado, ya que no 
hace más que reproducir, disponiéndolo, un complejo mucho 
más nítidamente legible en otro lado.
Esta dualidad de los ejemplos plantea problemas, pues si bien 
se podría admitir que, en el primer caso, la literatura produce 
una verdadera enseñanza, en el segundo ejemplo, simplemente 
está llamada a confirmar descubrimientos hechos en otra obra, 
aunque estos se anuncien en la línea anterior de la carta a Fliess.
Lo que separa a estos dos ejemplos, no obstante yuxtapues­
tos, es la interpretación. En todo caso no parece necesario, 
interpretar, en un primer momento, para leer el edipo en Edipo 
rey , o el narcisismo en el mito antiguo, que habla efectivamente 
del amor que se puede sentir por la propia imagen. En cambio, 
es menester hacerlo para leer el edipo en Ha?nlet, que no expo­
ne para nada el complejo o un modelo aproximado, aunque efec­
tivamente se deje transcribir en estos términos. Ahora bien, esta 
separación es capital, ya que se trata de saber en qué sentido se
3. “Todo espectador fue alguna vez, en germen, en imaginación, un Edipo, 
y se espanta ante la realización de su sueño transpuesto a la realidad, tiembla 
al seguir toda la medida de la represión que separa su estado infantil de su esta­
do actual. Pero se me ocurre: ¿no se podrían encontrar en la historia de Hamlet 
hechos análogos?, etc.” {La Naissance de la psychanalyse, París, Gallimard, 1979, 
pág. 198 [trad. esp.: Los orígenes del psicoanálisis, en Obras Completas, Madrid, 
Biblioteca Nueva, 1981, t. III].
hace la aplicación que está en juego. Puesto que hay interpreta­
ción, aunque sea ligera, ya no es la literatura la que viene a pro­
poner una solución, sino el psicoanálisis el que la utiliza para una 
confirmación.
*
En consecuencia, los casos en los que Freud encuentra autén­
ticos modelos en la literatura tal vez son más limitados de lo que 
se suele creer. Obsérvese que muchas veces resulta difícil evaluar 
en qué situación precisa se encuentra uno, y si es el psicoanálisis 
el que precede a la literatura o si es a la inversa. Cuando Freud, 
por ejemplo, funda en Macbeth su propuesta de una forma de 
fracaso ligada al éxito, no es sencillo saber en qué sentido se da 
su enseñanza, en la medida en que la tesis que la obra está encar­
gada de convalidar no figura en ella.4
En este texto, Freud se propone mostrar, al anunciar sus tra­
bajos ulteriores sobre la pulsión de muerte, que algunos sujetos 
se desmoronan psíquicamente justo cuando (y justo porque) por 
fin consiguieron su objetivo más caro. Y después de dar ejem­
plos de accidentes similares acaecidos a sus pacientes, emprende 
la búsqueda de una confirmación suplementaria en Macbeth.
Pero la obra de Shakespeare no dice nada de todo esto, lo 
cual no significa que no se pueda extraer de ella tal tesis ni que 
esté desprovista de interés, sino que no es directamente legible 
en ella, en una suerte de evidencia absoluta. Aunque sea víctima 
de alucinaciones, Macbeth lucha para salvar su trono.5 Y si bien 
es cierto que lady Macbeth se hunde en el delirio, este también 
puede atribuirse a otras causas -como la culpabilidad, incluso en
4. Sigmund Freud, “Quelques types de caractére dégagés par le travail 
psychanalytique” (1916), en L’Inquiétameétrangcté et autres essais, París, 
Gallimard, 1985 [trad. esp.: “Varios tipos de carácter descubiertos en la labor 
analítica” (1916), en Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva, t. III, pág. 2413].
5. Por ello Freud se ve obligado a plantear la hipótesis, por lo demás inte­
resante, de que Macbeth y su mujer no formarían sino un solo personaje para 
el inconsciente (ibíd, pág. 157).
su sentido freudiano-, suponiendo que no haya manifestado 
muy tempranamente signos de desequilibrio.
Es así como, a veces, se asiste a un doble movimiento en los 
textos freudianos. Es inobjetable que la literatura es convocada 
para asistir a la elaboración teórica, pero esa misma literatura no 
está depurada de toda intervención. Gracias a la preparación 
sufrida, ha sido dispuesta para aportar ese sostén, y el movimien­
to de aplicación del psicoanálisis está íntimamente ligado al 
movimiento inverso mediante el cual las obras están en condi­
ciones de entregar alguna forma de enseñanza.
★
Por último, y seguramente se trata de las situaciones más fre­
cuentes, una gran cantidad de intervenciones de Freud en la lite­
ratura sii-ve sobre todo para volver a utilizar y para confirmar 
descubrimientos teóricos anteriores.
Primero tenemos el caso del complejo de Edipo. Una vez que 
este ha sido planteado en una carta a Fliess, la noción proporcio­
na una clave fundamental de lectura de los textos literarios. Lo 
mismo sucede con Hamlet, obra a la que Freud vuelve a lo largo 
de toda su vida,6 pero también con M acbethl y con El rey Learfi 
con La Femme ju g e de C. F. Meyer,9 con Romersbolm de Ibsen,10 
con Los hermanos Karamazov de Dostoievski11 o con Veinticuatro 
horas en la vida de una m u jer de Stefan Zweig.12
6. El fragmento más largo figura en L'interprétation des reves (1900), París, 
PUF, 1967, págs. 230-232 [tracl. esp.: La interpretación de los sueños, en Obras 
Completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1981, t. III].
7. Ob. cit.
8. “Le motif du choix des coffrets” (1913), en L'inquiétante etrangeté et 
autres essais, ob. cit. [trad. esp.: “El tema de la elección del cofrecillo”, en Obras 
Completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1981, t. Hl],
9. La Naissance de la psychanalyse, ob. cit., págs. 227-228.
10. “Quelques types de caracteres dégagés par le travail psychanalytique”, ob.
cit.
11. “Dostoievski et le parricide” (1928), en Resultáis, idees, problcmes, París, 
PUF, 1985 [“Dostoievski y el parricidio”, en Obras Completas, Madrid, 
Biblioteca Nueva, 1981, t. III].
12. Ibíd.
Pero el complejo edípico no es el único que provee una clave 
interpretativa. El motivo de la castración se revela igualmente 
pertinente para muchos textos literarios c o m o Jiu lith y Holofemes 
de Hebbel,13 Le Venin de la pucelle de Anzengruber14 o El destino 
del barón von Leisenbogh de Schnitzler,15 que tratan sobre el fan­
tasma de la virginidad; como El hombre de arena de Hoffmann, al 
que acude para explicar lo siniestro;16 o como “Caperucita roja” 
y “El lobo y los siete cabritos”, mencionados por el hombre de 
los lobos, en quien está vinculado con el fantasma de la escena 
primaria.17
El texto más extenso que Freud le dedica a la literatura, “El 
delirio y los sueños en la ‘Gradiva’ de W. Jensen”,18 muestra en 
funcionamiento este movimiento de verificación de teorías ya 
constituidas. Es lo que sucede con la teoría del sueño, que se 
encuentra ejemplificada por el análisis de los sueños del héroe, 
Norbert Hanold. Y más allá de los mecanismos oníricos, hay 
bloques enteros de la teoría freudiana, que sin embargo dista 
mucho de estar completa, que están aplicados a la obra de 
Jensen, desde el conflicto edípico hasta la renegación pasando 
por la transferencia.
Inversamente, para muchas nociones freudianas, no es evi­
dente que deban su creación más a la literatura que a la expe­
riencia clínica. Si las influencias no son reconstituibles, nada 
permite encontrar con certeza orígenes literarios a la pulsión, a
13. “Le tabou de la virginité” (1918), en La Vte sextiellc, París, PUF, 1969 
[trad. esp.: “El tabú de la virginidad”, en Obras Completas, Madrid, Biblioteca 
Nueva, 19 8 1 ,1.1],
14. Ibíd.
15. Ibíd.
16. “L’inquiétante étrangeté” (1919), en L’lnquiétante étrangeté et autres 
cssais, ob. cit. [“Lo ominoso”, en Obras Completas, Buenos Aires-Madrid, 
Amorrortu, 1979, t. xvii].
17. “Extrait de l’histoire d’une névrose infantile” (1918), en Cinq psycha- 
nalyses, París, PUF, 1977 [trad. esp.: “De la historia de una neurosis infantil”, 
en Obras Completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1981, t. ii],
18. Ob. cit. Véase sobre esta cuestión Jean Bellemin-Noél, Gradiva au pied 
de la lettre, París, PUF, 1983.
la sexualidad infantil, a la transferencia, a la represión, al feti­
chismo o al desplazamiento. En todos estos casos, una vez más, 
la literatura viene a corroborar más que a inspirar la creación 
teórica.
★
Por lo tanto, tiene poco sentido una visión uniforme de la 
obra de Freud. Si bien es indiscutible que se inspira en la litera­
tura para fundar el psicoanálisis, es prácticamente imposible 
comprender todos sus textos desde esta única perspectiva, como 
si el movimiento entre ambas disciplinas se hiciera en un único 
sentido.
Hay dos razones simples y ligadas al hecho de que Freud, 
contrariamente a una representación común, solo hace partici­
par a la literatura en la invención del psicoanálisis en forma pun­
tual y le pide, sobre todo, que confirme tesis ya elaboradas o que 
ayude a encontrar su pleno desarrollo. La primera es que no es 
nada fácil producir en forma permanente novedades teóricas. 
No se ve por qué los tiempos de encuentro con la literatura 
deberían estar sistemáticamente marcados, como en un milagro 
constante, por nuevos descubrimientos, y no es ni chocante ni 
falto de interés para la literatura que la mayor parte de las lectu­
ras la iluminen con teorías existentes.
Pero hay otra razón -la otra faz de la primera- para explicar 
los límites de la creatividad freudiana, que podríamos llamar el 
complejo de agotam iento. Si se sigue la idea según la cual los escri­
tores disponen de un saber endopsíquico, el movimiento mismo 
de invención literaria del psicoanálisis está condenado a una 
extinción progresiva, ya que la ignorancia de ese saber se va 
reduciendo a medida que el psicoanálisis lo devela y, al hacerlo, 
lo agota. Desde esta perspectiva, el enriquecimiento del psicoa­
nálisis por obra de la literatura tendría más que ver con un tiem­
po de fundación que con una necesidad de estructura.19
19. Por lo demás, después de 1920, Freud parece interesarse menos por la 
literatura, a la cual ya no le dedica ningún texto importante.
En efecto, dado que la literatura permitió formular elemen­
tos teóricos tan esenciales como el edipo, la castración o la esce­
na primaria, los tres estadios del desarrollo psíquico y la pulsión 
de muerte, es lícito imaginar que sus colaboraciones ulteriores 
se ocuparán sobre todo de los márgenes de la teoría, puesto que 
lo esencial ya ha sido inventado y se ha inscripto, en todo caso, 
en diversos grados, en cada texto. El marco implícito fijado a los 
descubrimientos no impide, en rigor, que aparezcan descubri­
mientos nuevos, pero limita singularmente su espectro.
Esta visión de las cosas es claramente la de Freud, quien con­
sidera que la literatura está un paso adelante respecto del psico­
análisis, el cual tiene el rol de recuperarla progresivamente 
dando forma a sus intuiciones dispersas. Así pues, detrás de la 
concepción freudiana de las relaciones entre literatura y psicoa­
nálisis, hay una visión teleológica de la historia de las ideas, que 
no puede más que poner un límite a la literatura en su función 
de invención.
*
El complejo de agotamiento está asociado y comparte intere­
ses con cierta representación, dominante en Freud, de los víncu­
los entre la literatura y el psicoanálisis. Esta representación, que 
conduciría efectivamente al psicoanálisis a agotar la literatura y 
limitaría a esta al rol secundariode una infinita confirmación, 
deja poco espacio para una reflexión sobre la manera como se 
construye el objeto crítico.
Se puede encontrar un pasaje particularmente significativo 
de esta actitud al final de la lectura que Freud propone de la 
Gradiva. Tras haber observado toda una serie de puntos de 
semejanza entre la novela de Jensen y su propia teoría, Freud se 
felicita, en una fórmula que muestra la preciencia atribuida a la 
literatura, de que ambos autores hayan trabajado y arribado a 
idénticos resultados:
Estimamos que un escritor no tiene ninguna necesidad de saber
nada de tales reglas y de tales intenciones, de modo que bien puede
negar de buena fe haberse conformado a ellas, y, sin embargo, nos­
otros no hemos encontrado en su obra nada que no esté contenido 
en ellas. Abrevamos probablemente en la misma fuente, trabajamos 
sobre el mismo objeto, cada uno de nosotros con un método dife­
rente, y la concordancia en el resultado parece garantizar que 
ambos hemos obrado correctamente.20
Pero esta proximidad de los resultados es un engaño. En 
efecto, no es que haya concordancia entre la obra de Jensen y la 
teoría freudiana, sino que la hay -lo cual no es en absoluto lo 
mismo- entre la teoría freudiana y la obra de Jensen releída a 
través del prisma de la teoría freudiana. Lo que Freud esclarece 
no es un saber presente en la obra desde toda la eternidad, sino 
uno de sus sentidos posibles, el cual no es independiente de su 
lectura.
Y no lo es -de allí nuestra prudencia anterior-, hasta la obra 
cuyo aporte al psicoanálisis es el menos discutible, Edipo rey, que 
no implica una intervención para producir sentido. Pues no es 
tan evidente, como lo ha demostrado por ejemplo Jean-Pierre 
Vernant,21 que el personaje de Edipo esté aquejado del comple­
jo del mismo nombre, que implica matar al propio padre volun­
tariamente, no por accidente, y desear sexualmente a la madre, 
no a una desconocida. Es la concepción freudiana del edipo lo 
que permite hacer una lectura edípica de la obra, a través de la 
cual viene a coincidir consigo misma y entrega, retrospectiva­
mente, la evidencia de su mensaje.
Resulta muy difícil imaginar, incluso en un caso como el de 
Edipo, lo que podría ser una lectura depurada de toda presupo­
sición, y por ende un ejemplo en el que la literatura contribuiría 
sin interferencias a nuestra reflexión sobre el psiquismo. La lec­
tura neutra no existe.22 Ciertamente, las obras literarias están en
20. Le Delire et les reves dans la “Gradiva” de W Jensen , ob. cit, pág. 242.
21. Jean-Pierre Vernant, “Oedipe sans complexe”, en Psycbanalyse et cultu­
re grecque, París, Les Belles Lettres, 1980.
22. Véase nuestra obra Enquete sur Hamlet, Le Dialogue de sourds, París, 
Minuit, 2002.
condiciones de suscitar teoría -es el postulado de nuestro traba­
jo-, pero esta no se encuentra tal cual, en una espera inmutable 
de su descubrimiento. Es el producto de una construcción, lo 
cual quiere decir que, afortunadamente, se pueden encarar otras 
construcciones.
Pues el recuerdo de esta distancia entre el texto y la teoría 
que se le hace decir puede tanto apagar definitivamente las obras 
literarias como restituirlas a la multiplicidad de sus saberes. Por 
cierto, las obras de Jensen o de Sófocles tienen, como lo mues­
tra Freud, la posibilidad de confirmar al psicoanálisis, pero tam­
bién tienen la posibilidad de confirmar teorías alternativas. Y lo 
que permite restituir a estas obras su fuerza de despertar es la 
consideración del peso luminoso y mortífero de la teoría.
*
Por consiguiente, detrás de la máscara del elogio, la teoría del 
saber endopsíquico es un regalo envenenado que el psicoanálisis 
le hace a la literatura. Pues el elogio es asesino. Bajo la fachada de 
un homenaje a la intuición de los escritores, lo que se establece 
sutilmente es una limitación considerable de su capacidad de 
invención. Es cierto que se les reconoce un saber, superior por 
añadidura -al menos por su anterioridad- al de la ciencia, pero 
este es inmediatamente limitado, canalizado, enmarcado. Lo que 
sabe la literatura es el psicoanálisis por venir. Pero, ¿acaso no sabe 
algo más que su interpretación por la teoría freudiana?
Se ve cómo la literatura aplicada comienza con un asesinato 
fundador: el del padre. Mientras que se lo debe todo a Freud, sin 
el cual jamás habría existido, su gesto primero es volverse en su 
contra para matarlo. Algunos lectores tal vez se sientan escanda­
lizados por esta actitud, pero el agradecimiento no es el fuerte 
de la literatura aplicada, que no está sofocada por consideracio­
nes morales, e incluso se caracteriza, como tendremos oportuni­
dad de advertirlo, por su falta de escrúpulos.
Capítulo 2 
El psicoanálisis aplicado
Si bien existen, por el recurso a la literatura, dos Freud ínti­
mamente mezclados uno con el otro -uno que se pone a su ser­
vicio, el otro, que la utiliza-, es difícil decir lo mismo de las 
grandes corrientes críticas freudianas, las más de las veces menos 
complejas y más directas en su relación con las obras literarias.
El psicoanálisis, una vez organizado en sus grandes linca­
mientos, es el que guía el conjuntó del gesto crítico, proveyen­
do a la vez tanto una reserva de conceptos y de fantasmas como 
de técnicas de interpretación. Tal es el sentido de lo que se con­
viene en denominar el “psicoanálisis aplicado”, que domina 
desde hace un siglo, sin verdadera solución de reemplazo, las 
relaciones entre psicoanálisis y literatura. En relación con esta 
corriente crítica hacia la cual su deuda, sin embargo, no es des­
deñable, la literatura aplicada se comporta una vez más, como 
veremos, con una combinación de ingratitud y cinismo.
Comúnmente utilizada a propósito de la lectura freudiana de 
los textos literarios o, más ampliamente, de las producciones 
artísticas o culturales, la noción de psicoanálisis aplicado se ha 
impuesto ampliamente en el lenguaje corriente, a pesar de algu­
nos intentos de encontrar otras denominaciones.!
No obstante, en Freud el término no designa aquello que se 
podría esperar. Para él, el psicoanálisis no se divide entre un 
psicoanálisis puro, que sería el de la cura, y un psicoanálisis 
aplicado, que concerniría a sus utilizaciones fuera de la clínica. 
La verdadera división separa la teoría psicoanalítica de sus 
prácticas concretas, en la cura o en el análisis de los fenómenos 
culturales.
Hecha esta aclaración, la expresión “psicoanálisis aplicado” 
presenta la ventaja de describir justamente la manera como, las 
más de las veces, desde Freud se anuda la relación entre la lite­
ratura y el psicoanálisis, y de indicar en qué sentido se juega esta. 
Dicha relación consiste en una aplicación, es decir, en una trans­
posición de conocimientos de la teoría hacia la obra, donde la 
preposición “hacia” marca la dirección en la que se efectúa el 
pasaje de una disciplina a la otra.
Una teoría externa a la obra se plantea antes de su lectura -la 
cual se sitúa en la órbita de esa teoría-, y entonces la obra es 
leída, e incluso aprehendida, desde esa perspectiva. No se trata 
(o sí, pero solo de manera marginal) de despejar una teoría par­
ticular a partir de la obra, diferente, aun antagonista, de la teo­
ría psicoanalítica. Como mucho, se podrá aceptar que la obra 
alienta algunas variaciones alrededor de la teoría principal, pero 
sin cuestionar su dominación.
*
1. Véanse por ejemplo las denominaciones de “psicoanálisis extramuros” 
(lean Laplanche), de “la extensión del psicoanálisis” (Guy Rosolato), de “psi­
coanálisis fuera de la cura” (Pier Girard), de “psicoanálisis implicado” 
(Shoshana Felman), etc. El debate está planteado sobre todo en Psychanalyse a 
l'Université, París, PUF, 1991, t./vol. 16, n° 63, “Présentation”.
Para simplificar, se podría repartir en dos grupos a las gran­
des escuelas críticas que desde hace un siglo han aplicado el psi­
coanálisis a la literatura, tanto en Francia como otros países, 
según tengan o no en cuenta al autory su biografía.
La primera posición puede ser ilustrada por la obra de Marie 
Bonaparte.2 Consiste en estudiar las influencias inconscientes 
que ha ejercido la vida del escritor, fáctica y psicológica, en su 
obra. Por ejemplo, la lectura de las obras de Poe hace surgir a la 
figura de la madre del escritor, muerta prematuramente, así 
como la de su mujer, Virginia, quien sufrió, de joven, el mismo 
destino. Esta posición encuentra sus fuentes a la vez en la teoría 
de Freud y en algunos de sus textos, de los cuales el más desarro­
llado es la obra dedicada a Leonardo da Vinci.3
La segunda posición ha sido teorizada ampliamente por Jean 
Bellemin-Noél.4 Consiste en estudiar las significaciones incons­
cientes de la obra sin preocuparse por el escritor y apartándose 
con deliberación de toda información que lo concierna. 
Evidentemente válida, a falta de algo mejor, en el caso de las 
obras anónimas, como los cuentos, o en el de textos tan antiguos 
que las huellas del autor se han perdido, puede revelarse igual­
mente eficaz dado que se trata de conocer exclusivamente el 
texto. También se remonta a la teoría de Freud y al texto dedi­
cado a la Gradiva, que analiza sin referirse al autor.
Estas dos posiciones dominan el campo crítico desde Freud, 
y aunque existen variantes de ambas, parece difícil evitar esta 
elección desde el comienzo: analizar al autor o analizar el texto. 
La psicocrítica de Charles Mauron, después de haber superpues­
to varios textos de un mismo autor para despejar sus estructuras 
repetitivas, termina por verificar su resonancia con la biografía 
del escritor. Y Lacan no parece haber innovado demasiado en 
este punto, al alternar textos críticos en los que el autor es teni­
2. Edgar Poe, sa vie, son oeuvre (1933), París, PUF, 1958.
3. Un souvenir d'enfance de Le'onard de Vinci (1910), París, Gallimard, 1977 
[trad. esp.: Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, en Obras Completas, 
Madrid, Biblioteca Nueva, 1981, t. n],
4. Véase, por ejemplo, Vers Vinconscient du texte, París, PUF, 1979.
do en cuenta -como en el caso de Gide5 o el de Joyce6- y textos 
en los que la lectura no se funda de manera privilegiada en la 
vida del escritor, como en el caso de H amletJ
Lamentablemente, los debates que se han suscitado alrede­
dor de estas dos posiciones rivales han ocultado lo que las reúne 
en profundidad y termina por confundirlas: la doble posición de 
anterioridad y de superioridad en la cual se ha ubicado el psico­
análisis en relación con la literatura. Que el privilegio se le con­
ceda más bien al autor o al texto no modifica en nada la manera 
como la teoría es utilizada y el estado de ánimo en el cual se 
organiza el encuentro. Una vez más, la dirección es claramente 
del psicoanálisis hacia la literatura.
*
Por consiguiente, no parece injusto, sin que la expresión 
tenga para nosotros valor peyorativo, calificar de hermenéuticas 
estas posiciones de aplicación.
En primer lugar, se dedican a desprender de la obra un senti­
do. Se vincule este o no con la vida del autor, lo cierto es que lo 
que justifica estos métodos y las prácticas de lectura subyacentes 
es su búsqueda, seguida de su desarrollo en la escritura. Un sen­
tido que preexiste a la intervención crítica, como un dato de 
hecho, aunque todo el mundo admita que esta intervención no 
es neutra, sino que interfiere sensiblemente con lo que produce.
Este sentido no está solamente fijado en sus grandes linca­
mientos, sino que es también de orden inconsciente. Lo cual sig-
5. Véase Ecrits, París, Seuil, 1966 [trad. esp.: Escritos 1 y 2, Madrid, Siglo 
XXI, 1995],
6. Véase Le Sintbome, seminario n° 22. No publicado [trad. esp.: El sintho- 
me, Buenos Aires, Paidós, 2007].
7. Véase Omicar?, París, Lyse, 1981, n° 24; 1982, n° 25; 1983, n° 26-27 
[trad. esp.: O micar? 1, 2 y 3, Barcelona, Petrel, 1981]. Obsérvese sin embargo 
que, si bien los trabajos de Lacan se sitúan en el marco de estas dos posiciones, 
la manera como inventa sin cesar conceptos a partir de su lectura de las obras 
lo emparienta nítidamente con lo que llamamos “literatura aplicada”.
niñea que no se ofrece inmediatamente a la percepción del lec­
tor, así como, en lo esencial, ha escapado al escritor. No cabe 
demasiada duda, al leer a Marie Bonaparte, de que Edgar Poe 
ignoraba la presencia, detrás de los grandes temas de sus obras, 
de una figura materna obsesionante. Y la insistencia de tal o cual 
fantasma oral o anal en el inconsciente de un cuento de hadas 
tampoco resulta directamente accesible al lector.
Lo que domina en estos métodos es el modelo freudiano del 
sueño, con el doble nivel, implícitamente jerarquizado según 
una imagen vertical, del contenido manifiesto y el sentido laten­
te. El texto oficial sirve de máscara a otro texto, más secreto, 
menos visible, difícilmente accesible, que mantiene con el pri­
mero una relación fundada en una lógica que tiene sus leyes 
específicas, cuyo conocimiento es necesario para suscitar la 
interpretación.
Pues esta dualidad de los textos es correlativa del lugar decisivo 
concedido, una vez más, a la interpretación. Es ella la que provee 
los medios para superar las apariencias, permitiendo, gracias a las 
leyes de la lógica freudiana, no detenerse en el nivel manifiesto y 
acceder al texto latente. Acceso que las más de las veces implica, 
como en un juego de pistas policiales, recurrir a índices o a huellas, 
a tal punto el texto latente ha sido objeto de deformaciones.
★
El término herm enéutica nos parece muy justificado, sobre 
todo porque este modo de lectura se inscribe en la prolongación 
de las lecturas religiosas, con las cuales comparte una concep­
ción idéntica del lazo entre el sentido y la interpretación.
En efecto, a la manera de las lecturas religiosas con las que 
suelen ser comparadas, estas críticas engendran sistemáticamen­
te un resultado conforme a la teoría de partida. Así como la lectura 
religiosa de un texto no tiene demasiadas posibilidades de pro­
ducir resultados marxistas, una lectura psicoanalítica no puede 
sino dar resultados previsibles, conformes a la teoría freudiana.
Esta seguridad en cuanto a la naturaleza del resultado se debe 
al doble universalismo del psicoanálisis. Este, en primer lugar, se
propone concernir a todas las culturas, a cambio de aceptar 
algunos arreglos superficiales para facilitar su estudio. Y esta 
aplicación es válida para todas las obras de cada cultura, suscep­
tibles sin excepción de dejarse interpretar. La hipótesis de un 
fracaso de la teoría freudiana, que no conseguiría, frente a un 
texto, volver a encontrar ninguna de sus configuraciones fami­
liares, es ajena a sus postulados, e incluso es incompatible con 
ellos.
Es en este sentido que se puede hablar, para los críticos de 
inspiración freudiana, de una “interpretación finalista”. El tipo 
de resultado conseguido es menos e l producto de la búsqueda que su 
origen , como lo observa Todorov a propósito de la interpretación 
bíblica:
El exégeta de la Biblia no alberga ninguna duda respecto del senti­
do al que se verá llevado; incluso ese es el punto más sólidamente 
establecido de su estrategia: la Biblia enuncia la doctrina cristiana. 
N o es el trabajo de interpretación lo que permite establecer el sen­
tido nuevo; muy por el contrario, es la certidumbre atinente al sen­
tido nuevo lo que guía la interpretación.8
Ahora bien, sobre este punto del finalismo, la interpretación 
freudiana -que por lo demás dista mucho de ser la única- con­
verge con la interpretación bíblica. El tipo de preguntas que se 
le hacen a la obra, y, en el interior de ellas, el tipo de conceptos 
utilizados determinan, sin verdadera alternativa, la naturaleza de 
las respuestas obtenidas:
Se sabe por adelantado que los libros hablan de amor; por lo tanto, 
este saber procura a la vez el índice de las expresiones cargadas de un 
sentido simbólico o segundo, y la naturaleza misma de ese sentido. 
La incógnita, en este trabajo, no es el contenido de la interpretación,sino la manera como esta se construye; no el “qué” sino el “cómo”.9
8. Tzvetan Todorov, Symboltsme et interprétation, París, Seuil, 1978, pág. 104 
[trad. esp.: Simbolismo e intcipretación, Caracas, Monte Avila, 1982].
9. Ibíd, pág. 105.
Es justamente este “¿qué?” lo que queda muy de lado en la 
mayoría de las lecturas derivadas del freudismo, a tal punto la 
pregnancia de la teoría programa los resultados obtenidos, los 
cuales casi no tienen la oportunidad de exceder el marco pres- 
cripto por el cuestionamiento inicial. Y en ningún caso pueden 
ser -lo cual con todo no estaría despojado de interés- resultados 
imprevisibles, desconocidos o contrarios a los postulados plan­
teados, cuya insuficiencia o cuya inexactitud podrían demostrar.
*
Subrayar la dimensión hermenéutica de estos planteos o el 
aspecto previsible de sus resultados no significa en absoluto que 
sean falsos o que por ello estén privados de valor. Y ello no impi­
de juzgar excesivas algunas críticas que se le han hecho: las dos 
principales conciernen al carácter repetitivo y al carácter reduc­
cionista de las soluciones encontradas.
Es cierto que las lecturas psicoanalíticas de los textos litera­
rios muchas veces se abordan desde el edipo o la castración, pero 
resulta injusto desconocer la complejidad de la teoría freudiana, 
que permite formular diversas proposiciones, una vez que el 
marco ha sido planteado. Tal crítica tendría algún fundamento 
con un sistema psicológico como el de Adler, enteramente fun­
dado en los complejos de superioridad y de inferioridad, pero 
difícilmente se podrá aplicar a una teoría que se basa en varios 
centenares de nociones, las cuales aun se siguieron multiplican­
do desde Freud.
Ciertamente existe una repetición relativa a las soluciones 
encontradas, pero el marco general en cuyo interior se desarrollan 
estas lecturas -algunos grandes fantasmas como el de la seducción 
o los de la escena primaria, y un complejo primordial, el del 
edipo- de hecho autoriza numerosas variaciones de detalle. Por 
repetitiva que sea, por ejemplo, la lectura que hace Marie 
Bonaparte de los cuentos de Poe, encontrando en ellos una y otra 
vez la misma figura latente de la madre muerta, desplazada por la 
de la joven mujer tempranamente desaparecida, consigue variar 
este tema único para cada una de las obras estudiadas.
Más pertinente, quizá, sería la otra crítica tantas veces oída, 
que ya no se funda en la repetición sino en la reducción. Consiste 
esta vez en reprocharles a las lecturas freudianas el encajar a los 
textos literarios esquemas preexistentes, desconociendo la com­
plejidad de lo que se juega en ellos y de la escritura que la 
expresa.
Esta segunda crítica tampoco es infundada, pero concerniría 
asimismo a la mayoría de los métodos de lectura, cuya función 
es, precisamente, reemplazar lo complejo por lo simple. Que 
haya reduccionismo -movimiento inevitable e incluso benéfico, 
para producir teoría- no impide en modo alguno, en cada uno 
de los casos analizados, destacar el valor de lo que ofrece de sin­
gular en relación con los otros ejemplos que el mismo modelo 
permite comprender.
De modo que, para nosotros, la crítica principal que parecen 
evocar estos planteos no recae ni en la repetición ni en el reduc­
cionismo. Por lo demás, no es seguro que se trate, hablando con 
propiedad, de una crítica, pues parece difícil reprocharle a una 
lectura la ausencia de resultados que no se ha dado como obje­
tivo producir.
Toda actitud hermenéutica conduce al círculo del mismo nom­
bre. Esta es otra manera de decir que las lecturas psicoanalíticas 
solo pueden hacer advenir significaciones conformes a la teoría 
inicial. Al aprisionar el texto con conceptos freudianos y al abor­
darlo con expectativas freudianas, solo están en condiciones de 
producir psicoanálisis. No es la repetición o la reducción lo que 
queda cuestionado, sino el hecho de que esta producción de sen­
tido impide que se manifieste toda forma de conocimiento origi­
nal e impide romper con los cánones de las teorías existentes.
Si rara vez se hace este tipo de críticas a tales planteos, es por­
que se basan en elementos invisibles cuya ausencia es indolora. 
La pérdida ocasionada por el recurso al psicoanálisis no es 
demasiado sensible por definición, ya que no aparecen los datos 
de los que nos priva su eficacia, elementos virtuales que disimu­
lan a la atención la claridad enceguecedora del sentido freudia­
no. Todo el trabajo de la literatura aplicada estriba en mostrar, 
más allá de las evidencias, que quedan abiertas otras vías.
El interés y la justificación de estas últimas residen, cada vez 
que la obra se presta a ello, en su encuentro singular con el lec­
tor, en salir del marco de la teoría dominante. No introducir una 
nueva variación en el interior de la doctrina freudiana, que ya 
permite muchas, sino, después de haberse dispuesto en el inte­
rior del mundo de la obra para observar en ella el nuestro, 
inventar, con la ayuda de la literatura, fundamentos diferentes 
para la reflexión psicológica. Esto, para volver a encontrar el pri­
mer gesto freudiano, por mítico que haya podido ser, y aquellos 
tiempos en que a la literatura se le atribuía como finalidad no 
ilustrar tesis existentes sino fabricar nuevas.
*
Seguramente algunos lectores se habrán sentido favorable­
mente impresionados por las páginas en las que tendemos la 
mano a las demás corrientes freudianas, reconociendo que las 
críticas de las que han sido objeto son excesivas. El problema es 
que no coincidimos para nada con ellas, y estos pasajes de nues­
tra exposición obedecen a consideraciones puramente tácticas. 
La literatura aplicada, en efecto, no retrocede ante la hipocresía, 
puesto que juzga necesario hacer la apología de otro método 
para revalorizarse a sí misma.
Esta reflexión sobre las corrientes derivadas del freudismo 
pone de manifiesto claramente, en todo caso, una de las princi­
pales características de este método, que es su dogmatismo. 
Haber asesinado fríamente al propio padre no le basta. También 
necesita combatir a los otros críticos freudianos, tratándolos de 
“hermeneutas”, insulto tanto más eficaz cuanto que es muy vago 
y del que, por ende, resulta difícil defenderse. Pero como se verá 
en las páginas que siguen, la tolerancia no es la cualidad princi­
pal de la literatura aplicada.
Capítulo 3 
La literatura aplicada
A la inversa del planteo hermenéutico, ampliamente domi­
nante desde hace un siglo en el campo de la crítica freud>ana> 
hemos propuesto llamar literatura aplicada o literatura aplicíl â 
a l psicoanálisis a un procedimiento que operaría de niancra 
inversa e intentaría no proyectar en los textos literarios una 
teoría exterior sino, por el contrario, producir teoría a paltir 
de dichos textos.
En efecto, lo que la literatura aplicada le pide a la literatura 
es que le proporcione elementos de reflexión, y no de confirrna_ 
ción, sobre el psiquismo. Plantea una cuestión nueva, en £eIlC~ 
ral inaudible, pero que puede bastar para modificar sensible- 
mente las relaciones entre literatura y psicoanálisis: ¿cuál es la 
originalidad que la obra de tal autor, si se toman en serio laS 0̂I~ 
mulaciones que propone sin tratar de hacerlas coincidir con las 
teorías conocidas, está en condiciones de aportarnos en el terre­
no de la psicología?
La valorización de la originalidad coloca a la teoría en otro 
lugar, puesto que esta ya no es lo que permite leer el texto, sino
lo que el texto propone, a su manera singular e irreemplazable, 
para leer los hechos psíquicos. Por lo tanto, la teoría, en todo 
caso idealmente - la literatura aplicada se sitúa en este nivel y no 
estaría dispuesta a descender de é l-, ya no es primera, como en 
las lecturas finalistas, sino segunda, derivada, ya que, en la medi­
da de lo posible, es suscitada por el texto.
*
Lo que separa radicalmente la literatura aplicada de las otras 
metodologías críticas inspiradas en el psicoanálisis es pues la p re­
guntaque se le fo rm u la a la obra. Separación que implica admitir 
que, para la psicología, las obras no contienen una sola y única 
respuesta, sino respuestas capaces de variar en función de la pre­
gunta formulada.
Las metodologías dominantes en el campo crítico, más allá 
de su diversidad aparente, plantean a las obras preguntas com­
parables, que se podrían formular de la siguiente manera: ¿cuál 
es e l sentido inconsciente de este texto? Esta interrogación común 
reúne, por ejemplo, operaciones tan opuestas como el textoaná- 
lisis o la psicobiografía que, al interesarse o no en el autor, se 
preguntan lo que significa el texto, más allá del sentido inmedia­
to que pueda conocer todo lector.
Muy diferente es la pregunta que el psicoanálisis aplicado 
formula o intenta formular a la obra. Sin negar ni desconocer 
que una obra pueda tener uno o varios sentidos inconscientes 
-puesto que se la prepara para producirlos-, sin objetar el inte­
rés de buscarlos, se pregunta lo que esta obra puede aportar de 
nuevo a nuestra reflexión sobre e l psiquismo y, por lo tanto, de qué p en ­
samiento original es depositaría.
De modo que el movimiento de aplicación, al menos en teo­
ría, se encuentra completamente invertido. En la lógica habitual 
del diálogo entre las disciplinas, es el psicoanálisis el que se apli­
ca a la literatura, situándose la actividad del lado del psicoanáli­
sis, convocado a leer las obras a la luz de un saber que les pro­
pone como el lugar externo de una coherencia. Por el contrario, 
aquí, es la literatura la que está ubicada en una posición prime­
ra y eminente: la de intentar enriquecer, atravesando o soslayan­
do las teorías existentes, la reflexión sobre la psicología, gracias 
a los conocimientos que los escritores han acumulado al respec­
to o que las obras son capaces de producir.
Por consiguiente, por este hecho, no hay incompatibilidad 
entre las grandes metodologías tradicionales de la crítica freu­
diana y la que hemos creado, porque no plantean el mismo tipo 
de pregunta a las obras. Debería ser totalmente posible pregun­
tarse con provecho, según un proceder hermenéutico, cuál es la 
significación inconsciente de tal obra, y, en otro momento, esta 
vez según una metodología no hermenéutica, qué le aporta de 
nuevo a un pensamiento relativo a los fenómenos psíquicos.
Tomemos el ejemplo de Shakespeare, uno de los autores más 
analizados por Freud, quien recurre unas veinte veces a Hamlet 
y comenta muchas otras obras. La pregunta que le hace a 
Shakespeare, retomada por la mayoría de los comentadores 
freudianos, recae claramente en el sentido inconsciente de sus 
obras, o, si se prefiere, en el texto latente que estas obras, a la 
vez, recubren y disimulan. Así, en el caso de Hamlet, las vacila­
ciones del héroe encuentran su explicación en el complejo de 
Edipo, y mostrarían la huella de los diferendos inconscientes del 
autor con su propio padre, fallecido justo antes de la escritura de 
la obra.
Invertir el procedimiento invirtiendo la pregunta no implica 
en absoluto objetar la lectura propuesta por Freud, adecuada tal 
vez, pero con muchas otras, en el marco construido. Supone, 
por el contrario, preguntarse -algo que haremos más adelante y 
lo cual implica una manera muy diferente de proceder- qué 
representación original del funcionam iento psíquico, (sobre todo para 
nosotros hoy en día) nos propone Shakespeare, en tanto escritor, qué 
modelos singulares y por lo tanto diferentes de los otros, su obra 
permite inventar, en el cruce inasible de su sufrimiento y su crea­
tividad.1
1. El límite entre los dos procedimientos no siempre será nítido, y es líci­
to preguntarse, a propósito de Shakespeare, por el estatuto de la intervención 
de Freud en el texto sobre los tres cofrecillos (ob. cit.). La tesis freudiana, 
según la cual existirían tres grandes figuras de la mujer -la madre, la amante y
*
Por lo tanto, la pregunta formulada a la literatura por la lite­
ratura aplicada no se sitúa más del lado del sentido inconsciente de 
la obra sino de su saber, o, mejor aún -pues es un dinamismo 
que hay que traducir-, de su pensam iento virtual. La literatura 
aplicada de ninguna manera pone en duda que las obras tengan 
algún sentido inconsciente en relación con el psicoanálisis o con 
las otras teorías hermenéuticas, y no objeta -en todo caso en sus 
momentos de tolerancia- el interés de despejarlo.
Pero es e l pensamiento propio de estas obras lo que interesa, lo 
que resulta ser otra manera de decir que este pensamiento es 
irreductible al sentido inconsciente construido por el modelo 
freudiano, que no agota sus proposiciones. Que consiste en una 
capacidad específica de lectura del mundo psíquico, capaz de 
esclarecerlo de una manera original. Y que, en tal sentido, mere­
ce ser estudiada por sí misma, como una fuente de enriqueci­
miento para el lector.
En algunos casos, este pensamiento será el del escritor tal 
como lo ha elaborado, incluso transmitido, de manera conscien­
te y explícita. Más a menudo, es el conjunto o una parte de lo 
que permitirá darle forma, sin que el escritor haya llegado nece­
sariamente al límite de lo que permite su texto. Pero se trata, en 
uno y otro caso, de una verdadera reflexión, aunque no siempre 
se da a leer directamente, de donde surge la idea de virtualidad.
Y por ende, en competencia con las teorías en curso, en cuyas
la muerte- se apoya en cierta cantidad de textos literarios, entre los cuales cabe 
mencionar El m ercader de Venecia y El rey Lear. En consecuencia, sería posible 
vincular esta lectura con nuestra propuesta de una literatura aplicada, dado que 
aquí la literatura es convocada para participar en la elaboración teórica. Pero 
la tesis no figura de ninguna manera en esos textos, aunque puedan acogerla 
sin ningún problema. Recién después de la interpretación y sustitución del 
texto de Shakespeare por la lógica simbólica freudiana (la cual, por ejemplo, 
transforma a Cordelia en figura de la muerte en virtud de su silencio inicial) 
este texto viene a ilustrar una tesis de la que resulta difícil sostener que estaba 
ínsita en él antes de la intervención.
primeras filas, en todo caso para nuestro tiempo y para nosotros 
mismos, está el psicoanálisis.
En efecto, ¿cómo creer que escritores como Shakespeare, 
James o Proust no hubieran reflexionado por sí mismos sobre 
los fenómenos psíquicos y no hubieran dejado en sus obras, 
incluso constituido por medio de ellas, organizaciones teóricas 
de estos fenómenos? ¿Y cómo no suponer que esas formulacio­
nes tengan algún valor, salvo si se piensa que todo pensamiento 
del psiquismo debería evaluarse con la vara de las conceptualiza- 
ciones contemporáneas, y por lo tanto como una etapa prome­
tedora pero transitoria hacia el psicoanálisis acabado?
*
¿Hay que hablar, para calificar este planteo, de “literatura 
aplicada al psicoanálisis”, o de “literatura aplicada”? Aunque los 
dos términos que proponemos están próximos para nosotros, 
están separados por un intervalo que se debe a nuestra situación 
personal en relación con el psicoanálisis.
Cabe preguntarse por qué, a partir del momento en que 
deseamos restituir a las obras un pensamiento personal en el 
terreno de la psicología, pensamiento irreductible a las teorías 
del inconsciente, mantenemos, pese a todo, desde el título de 
este ensayo, una preeminencia del psicoanálisis, cuando debería 
tratarse, paulatinamente, por la inversión de sus relaciones con 
la literatura, de desbaratar su dominio.
Existe una doble razón por la cual le hemos atribuido al psi­
coanálisis una función privilegiada. La primera es que ningún 
otro sistema psicológico concede a la literatura un lugar tan 
importante. Ni el comportamentalismo, ni el cognitivismo -para 
tomar dos sistemas psicológicos en boga- se fúndan del mismo 
modo que el psicoanálisis en ejemplos literarios. Nos parece, 
aunque se pueda objetar la manera como este lee la literatura y 
pretender que accede a ella a través de una teoríaya organizada, 
que su deuda para con los escritores es poco discutible.
La segunda razón es que participamos en el psicoanálisis en tanto 
lectura del mundo. Primero, marcó sensiblemente la reflexión
contemporánea, incluso en aquellos que lo objetan, y el conjun­
to de nuestra cultura, en todo caso en Occidente, ha sido influi­
do por algunas de sus tesis, como la importancia de los trauma­
tismos infantiles o el rol de la sexualidad. Pero es nuestro 
también porque nos reconocemos en muchas de sus proposicio­
nes, y porque todo desvío hecho para evaluarlo desde el exterior 
es ilusorio: a tal punto impregna nuestra reflexión aun en los 
momentos en que creemos habernos distanciado de él.
Hablar del psicoanálisis como de nuestro sistema de lectura 
es presentarlo, en el sentido de Kuhn, como un paradigma a tra­
vés del cual, colectiva e individualmente, solemos percibir las 
obras, paradigma irreductible al de otra época u otra sensibili­
dad. Lo que no significa solamente que somos sus contemporá­
neos, sino que es difícil leer los textos de otro modo, si no es a 
través del prisma de sus conceptos, y sin ser guiados por el tipo 
de cuestionamiento que le plantea a lo real.
Pero puesto que procedemos a la inversión de los términos 
en el interior de la pareja de las dos disciplinas, para predicar el 
movimiento de una literatura que se aplicaría al psicoanálisis, 
este último término ya no puede entenderse con la misma niti­
dez que en el caso del psicoanálisis aplicado, ya que se trata de 
producir en el interior de la teoría dominante una interrogación, 
incluso una verdadera transformación.
Y, aun en los casos en que la literatura ayuda a ajustar mejor 
algunos puntos de la teoría freudiana, se trata una vez más, en 
nuestra perspectiva, de psicoanálisis - interrogado, modificado y 
hasta objetado-; en otros casos, cuando la liberación del pensa­
miento de las obras modifica a tal punto la teorización en curso 
que ha dejado de ser idéntica a sí misma, hay que atender más 
bien al análisis de los hechos psíquicos.2 Por consiguiente, “psicoa­
nálisis” será entendido aquí como el modelo de las teorías con­
temporáneas del inconsciente y del riesgo que le hacen correr,
2. Otra manera de leer la fórmula “literatura aplicada al psicoanálisis” con­
siste en entenderla como una reflexión sobre los recortes producidos por el 
psicoanálisis, y por lo tanto, en paralelo, sobre los otros recortes que otro sis­
tema habría podido producir.
por su propia fuerza, a la lectura de las obras, desviando la aten­
ción de sus capacidades para pensar de manera autónoma.
Así, se podría decir que la literatura aplicada al psicoanálisis, 
que considera nuestra situación histórica es parte activa de un 
proceso más amplio, la literatura aplicada, cuyas ambiciones no 
hace más que realizar parcialmente -dado que la distancia entre 
las dos formulaciones marca nuestros propios límites- postulan­
do al mismo tiempo que la literatura tiene la capacidad de dia­
logar con otros sistemas de lectura aparte del psicoanálisis. El 
ideal sigue siendo, desvinculando a las obras de todas las teorías 
que amenazan con hacerla sucumbir, conseguir algún día hacer 
literatura aplicada.
*
Podríamos preguntarnos, a partir del momento en que se le 
reconoce a la literatura una capacidad autónoma de reflexión 
sobre los fenómenos psíquicos, si esta no debería ser extendida 
a otros dominios del saber como la economía, la política o las 
ciencias sociales.3 Y si, por otra parte, no conviene diferenciar, 
según las obras y las épocas, las capacidades de la literatura para 
proporcionar ideas a la psicología.
Sin poner en duda los múltiples poderes de enseñanza de la 
literatura, sostenemos la hipótesis de que el dominio de la psi­
cología es particular, y que sobre este tema, por poco que se sepa 
interrogarla, la literatura está en condiciones de proponer 
invenciones específicas. En efecto, es difícil imaginar que un ser 
humano, a fortior i un escritor que se da por función narrar y des­
cribir, no haya reflexionado sobre la memoria, el duelo o el 
deseo, así como sobre el conjunto de sus relaciones con los 
otros, y no se haya propuesto a sí mismo, cuando no para sus lec­
tores, algunas formulaciones organizadas.
Lo cierto es que las obras literarias no son necesariamente 
iguales respecto de la exposición de las reflexiones psicológicas.
3. Asimismo, es lícito preguntarse en qué medida otras prácticas estéticas 
son capaces de enriquecer la reflexión sobre el psiquismo.
Primero, desiguales en el tiempo. Si bien más adelante refutare­
mos la tesis según la cual el interés del hombre por sí mismo 
sería una invención reciente, resulta indiscutible que la psicolo­
gía tiene una historia y que su constitución ha ejercido efectos, 
atrayendo hacia sus objetos la atención de los escritores, acerca 
de la manera como las obras han planteado la cuestión de la 
mirada sobre uno mismo.
Por otro lado, existe una desigualdad entre las obras. Pues no 
hay razón para pensar que toda obra, y toda parte de la misma 
obra ofrezca también, y a todos, una reflexión innovadora sobre 
el psiquismo. Por el contrario, se puede suponer que algunas 
obras - “algunas” debe entenderse también como marca de la 
subjetividad del lector- son más favorables que otras, o lo son, 
en ciertos momentos, para producir esta reflexión.
*
Tratar de encontrar esta reflexión, o, si se quiere, tratar de 
salvar un pensamiento virtual de la obra contra el sentido 
inconsciente de las teorías dominantes, implica una vigilancia 
constante en la lectura de esa obra, a tal punto ese sentido ame­
naza permanentemente con extinguir los pensamientos dife­
rentes.
Pues a partir del momento en que una obra da la sensación 
de liberar conocimientos sobre nosotros mismos resulta tenta­
dor degradar una teoría psicológica sobre ese saber, reemplazán­
dolo por lo que se le parece. Aplastamiento que puede advenir, 
al menos, de dos maneras parecidas, ambas igualmente mortífe­
ras para la literatura y su originalidad.
La primera consiste en superponer a las palabras de la obra 
los conceptos de una teoría exterior a lo que esta propone. Y en 
decir, por ejemplo, del amor propio -noción que suele cruzarse 
muy a menudo en la literatura-, que se trata, o que se trata avant 
la lettre, del narcisismo freudiano, ambos términos unidos, al 
punto de estar listos para coincidir uno con el otro, a través del 
amor de sí.
Pero el aplastamiento se ejerce también de otra manera, más
sutil, en la vinculación de las obras con una perspectiva teleoló- 
gica, gesto que equivale, glorificándolas por su presciencia, en 
pensarlos como etapas de un conocimiento más completo del 
hombre por sí mismo. Así pues, el amor propio ya no sería, sino 
que anunciaría el narcisismo freudiano, que vendría a dar una 
formulación teórica a los presentimientos de los escritores.
Puede apreciarse cómo, en ambos casos, lo que se encuentra 
borrado o prohibido es precisamente lo inhabitual, lo incom­
prensible que la obra está en condiciones de proponer de nuevo, 
ya que sus proposiciones quedan inmediatamente transpuestas a 
otra lengua. Y tal vez baste por otra parte con hablar de una obra 
estableciendo comparaciones con otras para alejarse tan pronto 
de ella.
Así, se podría decir que es en el momento en que se cree 
entender lo impensado que aporta la obra a la reflexión psicoló­
gica cuando mayor es el riesgo de perder su beneficio. Proceso 
contra el cual sería pretencioso considerarnos protegidos -la 
literatura aplicada nunca carece de denegaciones-, aunque la 
conciencia del peligro pueda indicar que, en cuanto a los incon­
venientes, es más prudente privilegiar el sentido inconsciente en 
la lectura de las obras.
*
Por este motivo, la oposición entre sentido inconsciente y 
pensamiento virtual no debe aparecer como una oposición rígi­
da que separaría a lectores auténticos, preocupados por dejar a 
la obra su libre palabra, de aquellos que la deformarían, proyec­
tando brutalmenteen ella conceptos exteriores. Aun cuando esta 
oposición correspondiera a nuestra convicción profunda, sería 
poco hábil presentarla de una forma tan directa, y es preferible 
mostrar que se vuelve a jugar sin tregua y se modifica con el 
tiempo.
Con el tiempo, ya que todo pensamiento innovador corre el 
riesgo de convertirse, inmediatamente o a largo plazo, en una 
teoría coagulada. En cuanto las proposiciones de una obra se 
transforman en un saber aplicable a otras, lo que se organiza dis­
cretamente es un movimiento de clausura del pensamiento, en 
virtud de esta misma transposición, como si todo éxito al final 
condujera a un fracaso.
En este sentido, la originalidad, que muchas veces permitirá 
apreciar los poderes de invención de una obra, es un valor rela­
tivo, que gana en ser diversamente apreciado según las épocas. 
Las significaciones inconscientes que Freud nos ha enseñado a 
despejar en los textos han empezado por ser pensamiento vir­
tual, es decir elementos incomprensibles de reflexión sobre el 
mundo psíquico a la espera de una teoría de síntesis.
Por consiguiente, en cada época, cada texto habla de un 
modo diferente reflejando sus preocupaciones y ofreciendo, a 
cambio, los elementos para comprender con una intelección de 
sí misma. Y es en relación con los discursos dominantes de esta 
época como mejor se puede evaluar su capacidad de desplazar las 
líneas y de producir una nueva inteligencia respecto de los fenó­
menos que la inquietan.
Si la capacidad para acoger la novedad teórica es primera, 
apenas sería exagerado decir, de este planteo que se propone 
aplicar la literatura, que tiene que ver, más que con un método 
propiamente dicho, con un estado de ánimo o con una filosofía 
de la recepción. O, si se quiere, con un arte de leer -o de no 
leer- que evita, ante la obra, los discursos capaces de interrum­
pir o suspender la palabra de saber de la que puede ser portador.
*
Así se ve, detrás de las proclamas idealistas de la literatura 
aplicada, hasta qué punto está minada desde el comienzo por un 
proceso de autodestrucción, ya que, profundamente ambivalen­
te hacia el psicoanálisis, pretende pedirle auxilio para objetarlo 
mejor. Presa de sus contradicciones, la literatura aplicada se 
encuentra así como el objeto de un mandato paradójico que se 
ha dirigido a sí misma.
Más allá de esta contradicción lógica, la literatura aplicada 
tropieza desde su creación con problemas de simple diplomacia. 
No es sorprendente que no haya encontrado en los psicoanalis­
tas una acogida favorable, ya que ataca directamente su discipli­
na. En cambio, habría podido esperar más benevolencia de parte 
de la gente de letras. Pero el hecho de seguir reivindicándose, al 
menos como horizonte, como psicoanálisis -por añadidura, 
como un psicoanálisis cuyos límites muestra- no puede sino 
alentarlos en su desconfianza innata hacia esta teoría. Así pues, 
se podría decir que la literatura aplicada tiene una capacidad 
particular para despertar un rechazo unánime, contrariamente a 
otros métodos que solo indisponen contra ella a una parte de los 
lectores.
Antes, durante, 
después de Freud
Capítulo 4
Desde que el hombre es hombre
Prosigamos con la presentación razonada de nuestro método 
y veamos ejemplos concretos encargados de ilustrar la tesis. No 
se trata de los pasajes más agradables de escribir, pues a la lite­
ratura aplicada le horrorizan los ejemplos. Al ser el tipo exacto 
de método que funciona más o menos correctamente en el 
papel, no tiene nada para ganar con la confrontación, siempre 
deprimente, con la realidad de los textos.
Dividiremos los ejemplos en tres grupos según la situación 
histórica de los escritores respecto del psicoanálisis, y según lo 
hayan antecedido, acompañado o seguido. Dado que el psicoa­
nálisis modificó en profundidad la representación de los fenó­
menos psíquicos, no deja de tener interés, para apreciar la nove­
dad que estos autores son capaces de aportar a la reflexión 
psicológica, establecer una distinción entre los que han ignora­
do todo de él -tal será el objeto de este primer capítulo- y aque­
llos que, como contemporáneos o sucesores, han podido dejarse 
influir por sus modelos.
Distinción tanto más necesaria cuanto que un insistente 
rumor pretende que la psicología es una invención reciente. En 
la época estructuralista, este rumor ha conocido una audiencia 
particular, ya que ha sido desarrollado por Michel Foucault, en 
algunas célebres páginas de Las palabras y las cosas, donde defien­
de la idea de que el interés para el hombre podría ser un mero 
momento pasajero de la historia del pensamiento,1 así como en 
la Historia de la sexualidad y en algunos seminarios del Collége de 
France, donde privilegia en los autores de la Antigüedad la preo­
cupación de s í en relación con el conocimiento de sí mismo.2
Que el nacimiento de la psicología en tanto ciencia pueda 
situarse con precisión en el siglo XIX no deja demasiado lugar a 
dudas. No obstante, la cuestión no se plantea en este solo senti­
do restrictivo, sino también ubicando, bajo este nombre, de 
manera más amplia, el interés del hombre por sí mismo, por sus 
mecanismos interiores y sus relaciones con los otros, así como la 
escritura, filosófica o literaria, suscitada por dicho interés.
Ahora bien, un recorrido incluso bastante apresurado por la 
literatura de los siglos anteriores muestra que este interés por sí 
mismo no data en modo alguno de ayer, y que los escritores no 
han esperado el siglo XIX para interrogarse sobre sí mismos, 
algunas veces de manera profunda, y para comunicar en sus tex­
tos, directamente o no, los resultados de sus búsquedas. Los 
ejemplos parecen tan numerosos que nos conformaremos con
1. “En todo caso, una cosa es cierta: es que el hombre no es el problema 
más viejo ni más constante que se le ha planteado al saber humano. Al tomar 
una cronología relativamente breve y un recorte geográfico restringido -la 
cultura europea desde el siglo X V I- es fácil convencerse de que el hombre es 
una invención reciente. No fue alrededor de él y de sus secretos donde, duran­
te mucho tiempo, el saber rodó oscuramente” (Les mots et les choses, París, 
Gallimard, 1966, pág. 398 [trad. esp.: Las palabras y las cosas: una arqueología de 
las ciencias humanas, Barcelona, Planeta, 1985]).
2. Véase en particular Le Souci de soi, París, Gallimard, 1997 [trad. esp.: 
Historia de la sexualidad 3. La inquietud de sí, Madrid, Siglo XXI, 1987] y 
L'Herme'neutique du sujet, París, Gallimard y Seuil, 2001 [trad. esp.: La herm e- 
ne'utica d el sujeto: curso del Collége de France, 1982, Tres Cantos, Akal, 2005], La 
preocupación de sí marcaría una forma de interés por sí mismo, pero sin 
introspección.
señalar cuatro etapas significativas de la historia literaria ante­
rior al psicoanálisis, cuatro momentos en los que parece poco 
discutible que los escritores se interesaron en el funcionamien­
to psíquico, algunas veces hasta el punto de ubicarlo en el cen­
tro de su obra.
*
Basta con echar una mirada al siglo anterior al del psicoaná­
lisis para encontrar toda una generación de escritores que ponen 
en juego en sus textos algo que está emparentado con el “incons­
ciente”. Se trata de los libertinos, cuya figura más ejemplar 
-pero que dista mucho de ser la única- es la de Choderlos de 
Lacios.
Lo que apasiona a los libertinos, y que ejemplifica notable­
mente Las relaciones peligrosas, es la manera como dominamos o 
no dominamos lo que podríamos llamar el Otro, designando 
con ello a la vez tal persona particular y lo que en ella amenaza 
con escapársenos. Puesto que el goce pasa por la captura y por 
el dominio, importa identificar con precisión las reglas de este 
juego mortal, para estar en condiciones de controlar al Otro y, 
por lo tanto, al mismo tiempo, controlarse a sí mismo.
En esta estrategia, el lenguaje ocupa un lugar principal. 
Primero, es la herramienta de persuasión, directa o epistolar, 
gracias a la cual es posible engañar

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