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Tatuajes Una mirada psicoanalítica

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1'1'111, y 1·11 l.1 1 I111Yl'r~1dad Autónoma de Madr-id, 
fé;p.lrl.r. h 11\ll 1nbro tiwbr en función did:íctica 
dl' 1.1 r\·.ucmion Psicoanalítica Argentina, 
;¡dscnpta a la Asoci;¡ción Psicoanalítica 
lntern;¡cional. y miembro fundador del Centro 
Psicoanalítico Celes Cár-camo en Quilmes, filial 
rle la Asociaoón Psico;¡nalítica Argentina. En 
~moas instituciones se dedica a la docencia. 
1 j,¡ publrc;H.lo ar·ticulos en diferentes revistas 
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Una mirada psicoanalítica 
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Reisfeld, Silvia 
Tatuajes: Una mirada psicoanalítica.-1' ed.· Buenos Aires: Paidós, 2004 
176 p.; 23xl5,5 cm.· (Diagonales) 
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ISBN 950-12-0505-3 
l. Psicología. Procesos mentales conscientes e inteligencia. Comunicación 
CDD 153.6 
Cubierta de Gustavo Macri 
1' edición, 2004 
La rrproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idénttca o 
modificada, escrita a máquina, por el sistema "multigraph", mimeógraio, impreso por 
fotocopia, fotoduplicación, etc., no autorizada por Jos editores, viola dererhos reserva-
dos. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada. 
© 2004 de todas las ediciones 
Editorial Paidós SA!CF 
Defensa 599, Buenos Aires 
e-mail: literaria@editorialpaidos.com.ar 
www.paidosarge;,tina.com.ar 
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 
Impreso en la Argentina. Printed in Argentina 
Impreso en Talleres Gráficos D' A versa 
Vicente López 318, Quilmes, Buenos Aires 
en marzo de 2004 
Tirada: 2000 ejemplares 
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Índice 
Reconocimiento ............................................................................... .. 11 
Algunas palabras preliminares ............................................. , ........ . 13 
Prólogo 15. 
l. Orígenes, historia y ::-.ctualidad 21 
2. El cuerpo, un enfoque interdisciplinario ............................... .. 33 
3. Piel 45 
4. La mirada 57 
5. Tatuaje y adolescencia: ¿moda o síntoma?.............................. 65 
6. El primer tatuaje 75 
7. Tatuaje y escritura....................................................................... 89 
/ 
8 SILVIA REISFELD 
8. Tatuaje y erotismo....................................................................... 95 
9. El tatuaje y la experiencia del dolor ......................................... 105 
10. Tatuajes múltiples ....................................................................... 117 
11. Tatuaje y adicciones .................................................................... 127 
12. Tatuaje y discurso de los medios .............................................. 149 
Anexo: Entrevista al Mago Ilustrado ............................................. 161 
A Álvaro 
y mis hijos, Santiago y Camila. 
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· Reconocimiento 
Quiero agradecer en primer lugar a todos aquellos que se mostra-
ron tan dispuestos a responder mis preguntas y cuyas entrevistas 
sirvieron de estímulo y soporte a la realización de este libro; en 
particular, al"Mago Ilustrado", quien me concedió generosamente 
su tiempo. Al Dr. Noel Altamirano, por alentarme a emprender es-
ta aventura intelectual y haberse tornado el trabajo de leer atenta-
mente cada capítulo y aportar sus observaciones; a mis amigas, 
Mirta Segoviano, colega que participé desde el inici0 d~ mis in-
quietudes, y a Débora Wiskitski, que no dejó de enviarme por e-
rnail cuanta información aparecía sobre el terna. Y por cierto, a mi 
familia, por su apoyo constante. 
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Algunas palabras 
preliminares· 
Este libro se basa en una investigación de campo iniciada en 1996, 
a partir de entrevistas a jóvenes tatuados de ambos sexos y profe-
sionales dedicados a esta práctica. Más que elaborar teorizaciones 
a priori, mi intención fue abrirme a un universo experiencia! dife-
rente, descubrir quiénes se tatuaban y por qué lo hacían a partir de 
sus tatuajes mismos. Por lo tanto, las entrevistas no siguieron un 
patrón determinado y las preguntas surgieron de acuerdo con la 
mayor o menor disposición del entrevistado para dialogar conmi-
go y el clima emocional del encuentro. La mayoría fueron realiza-
das en distintos locales de tatuaje o abordando a los jóvenes en las 
inmediaciones de éstos. Con el tiempo, también conté con la cola-
boración de amistades o colegas que, conociendo mi proyecto de 
trabajo, me remitieron a personas tatuadas dispuestas a ser entre-
vistadas. 
Del total de entrevistas, seleccioné fragmentos de aquellas que 
permitían ilustrar las hipótesis que esbozo a lo largo del libro. Casi 
todos los capítulos ejemplifican testimonios diferentes. No me 
preocupé en indagar sobre datos personales salvo algunos de índo-
le general, como la edad y qué hacía el sujeto en ese momento de 
su vida. No sólo ignoro los apellidos, sus nombres también han si-
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14 SILVIA REISFELD 
do modificados. Mi exploración giró específicamente en torno al 
tatuaje. Esta actitud posibilitó que los sujetos se sintieran más 
libres de comentar sus impresiones, e incluso que aportaran espon-
táneamente aspectos de su intimidad. La única excepción es la en-
trevista al"Mago ilustrado" (véase Anexo), material que expresa-
mente no analizo sino presento a modo de cierre. 
Una segunda fuente de ilustración proviene de diversos medios: 
revistas o libros dedicados al tema, programas de televisión, pelí-
culas de cine, notas breves o artículos periodísticos, avisos publici-
tarios y sitios de Internet. Desde otra vertiente, dedico un capítulo 
a la presencia del tema del tatuaje en la obra de algunos escritores 
de amplio reconocimiento. 
Por último, en los capítulos 2, 3 y 4 desarrollo las temáticas del 
cuerpo, la piel y la mirada, a la luz de contribuciones tanto psicoa-
nalíticas como de otras disciplinas. Se trata de nociones esenciales 
a la comprensión del fenómeno del tatuaje. Los diferentes enfoques 
tratados constituyen un sustento teórico que facilita el seguimiento 
de los demás capítulos. 
1 
Prólogo 
A MODO DE UNA POÉTICA DEL CUERPO, LA PIEL Y EL TATUAJE 
Este libro, Tatuajes. Una mirada psic:oanalítica, nos lleva a conocer di-
mensiones insospechadas que se entretejen en un simple diseño 
alojado en la piel. El subtítulo indica que se hará una aproximación 
psicoanalítica sobre el tatuaje, lo cual es rigurosamente cierto, pero 
un recorrido por 51_~!:' distintos capftulos nos hace concluir que su 
abordaje sobrepasa lo estrictamente psicoanalítico y, en no poca 
medida, se convierte en un enfoque multidisciplinario. En este sen-
tido cabe señalar que la recolección del material investigado se ba-
sa en un trabajo de campo hecho con acuidad. 
Lo más profundo es la piel, ha dicho Paul Valéry. Es posible que es-
ta aseveraCión paradójica sea compartida por las personas tatuadas 
y los tatuadores, quienes consideran que la piel es un lienzo huma-
no donde se dibuja y pinta el arte milenario del tatuaje. También la 
debe de compartir Silvia Reisfeld, quien nos sorprende al demos-
trarnos que existe una gran riqueza connotativa en una superficiesomática tatuada. 
Freud resuelve la paradoja en cuestión cuando nos dice que el 
yo es una esencia-cuerpo o la proyección de una superficie. Desde 
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16 NOEL ALTAMIRANO 
el plano filosófico Gilles Deleuze (en Conversaciones, Pre-textos, 
1996) concibe la filosofía como una dermatología general o arte de 
las superficies. Y concluye con una frase que puede ser válida para 
una teoría general del tatuaje: «La arqueología es la construcción 
de una superficie de inscripción». Esta aserción hace resonancia en 
las ideas del escritor cubano Severo Sarduy (1999), quien piensa 
que su autobiografía puede ser reconstruida a partir de las inscrip-
ciones en su cuerpo en forma de cicatrices y suturas producidas 
por accidentes o enfermedades, las que constituyen una verdadera 
arqueología de la piel. Estas citas incluyen alusiones a lo que po-
dría llamarse el trípode que sostiene al tatuaje: el cuerpo, la piel y 
la mirada, que son, precisamente, los títulos de los capítulos 2, 3 y 
4 de este libro. 
Más allá de su condición carnal y orgánica, el cuerpo deviene 
en constructo en diversas disciplinas, como la antropología, la so-
ciología, la política, el psicoanálisis, etcétera. Es así que el cuerpo 
es trabajado y producido socialmente: para Foucault existe una 
tecnología política del cuerpo; Terry Eagleton habla de una <<nue-
va somática» debido al retroceso de las energías revolucionarias 
que se mudan en una preocupación excesiva por el soma; Jean 
Baudrillard se refiere a una economía política del cuerpo y Pierre 
Bourdieu a la construcción social de los cuerpos. 
Para el psicoanálisis el cuerpo es ante todo cuerpo erógeno y 
libidinal. A propósito de la poética del cuerpo, nada más oportu-
no que recordar a la psicoanalista Piera Aulagnier, quien confiere 
a la palabra materna un poder poético capaz de replasmar el f 
cuerpo de su bebé en tanto cuerpo hablado y el placer por quien 
lo habla. 
Para los poetas en general el cuerpo es fuente de inspiración; por 
lo mismo, objeto del atravesamiento por la retórica. El lírico canta 
principalmente al cuerpo de la persona amada y otras veces a su 
propio cuerpo como expresión de su narcisismo positivo. Pero la 
condición anatómica es, algunas veces, motivo de lucubraciones 
que bordean la metafísica, como ocurre en Vallejo, Neruda, Artaud, 
y otros. El caso de Artaud constituye un ejemplo porque poetiza el 
cuerpo hasta hacerlo carne de su palabra. En un texto que se hizo 
célebre, incluido en su libro Para terminar con el juicio de Dios, ha di-
cho que hay que recomponer la anatomía del hombre porque está 
mal edificada: 
PRÓLOGO 
Cuando ustedes le hayan fabricado un cuerpo sin 
órganos le habrán emancipado de todos sus 
automatismos y habrán hecho recobrar 
su auténtica libertad. 
17 
La frase «Cuerpo sin órganos» es tomada por Gilles Deleuze y 
Félix Guattari, primero en el libro El Antiedipo. Capitalismo y esqui-
zofrenia (Barra!, 1973) y luego en Mil mesetas (Pre-textos, 2000) y la 
convierten en una ideación con diversas ramificaciones. En el pri-
mer libro establecen el estatuto del cuerpo sin órganos, en cone-
xión con lo que ellos designan como esquizoanálisis. En el segun-
do libro se refieren a la producción de distintas clases de cuerpo: 
cuerpo paranoico, cuerpo esquizofrénico, cuerpo drogado, cuerpo 
masoquista, etcétera. Resulta llamativa la receta que dan para obte-
ner un cuerpo masoquista. Aclaran que no se trata de una fantasía 
sino de un programa, para cuya consecución es necesario el pasaje 
por nueve etapas de terribles tormentos físicos. Resultado: el ma-
soquista se ha hecho un cuerpo sin órganos y está sólo habitado 
por ondas doloríficas, por intensidades de dolor. 
A propósito del «cuerpo masoquista», en el capítulo 9 Silvia 
Reisfeld aborda el tema del masoquismo en su relación con el ta-
tuaje de un modo sumamente novedoso, apelando a las innovado-
ras ideas del psicoanalista francés Benno Rosenberg. La autora 
afirma que en el tatuaje están implícitos «programas» y «fanta-
sías», siendo un ejemplo paradigmático el caso del «Mago Ilustra-
do», cuyo abordaje se despliega en el anexo. En cuanto a lo que 
sugiere la idea del «cuerpo drogado», Reisfeld lo estudia a la luz 
de las contingencias del tatuaje en los drogadictos (capítulo 11) en 
lo que constituye seguramente uno de los capítulos más conmove-
dores, dado el entorno de marginalidad, familias carenciadas y 
destruidas, la ingesta de alcohol y diversas sustancias desde la ni-
ñez. Estos rasgos parecen estar alegorizados en sus tatuajes case-
ros, a los que denominan «escraches». 
En el capítulo 5 la autora se refiere a la adolescencia como al 
período de mayor incidencia del tatuaje. Tanto en este capítulo co-
mo en ellO («Tatuajes múltiples») se puede hablar del «trabajo» 
del tatuaje, puesto que funciona como coadyuvante a la elabora-
ción de una amplia gama de conflictos propios de dicha edad; al 
ponerlos en la superficie del cuerpo, se les da perceptibilidad a di-
chos conflictos. Asimismo, el tatuaje puede constituirse en el pro-
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18 NOEL ALTAMIRANO 
yecto existencial de un sujeto, como en el citado caso del «Mago 
Ilustrado». 
El capítulo 6 aborda el primer tatuaje. La autora extrae una am-
plia variedad de significaciones; así, el primer tatuaje, la inicia-
ción, tiene el sentido del pasaje de un estado inferior a otro estado 
superior, de un estadio de minoridad a otro de adultez, esto es, 
tiene el significado de un pasaje iniciático. 
Otro tema que capturará la atención del lector es la relación en-
tre tatuaje y erotiswv (capítulo 8). Se analiza la película IreZümi, la 
mujer tatuada, en la que el acto de tatuar se unimisma con el acto 
venéreo, y el tatuaje tanto corno la piel que lo porta devienen en 
una joya, un objeto de adoración, en promesa de la completud an-
helada, en fetiche. 
En la literatura puede observarse una poética propiamente di-
cha del tatuaje, en la obra del escritor Severo Sarduy, quien además 
de novelista, dramaturgo, pintor y poeta es un agudo ensayista. En 
su poemario Un testigo fugaz y di~frazado dice: 
Sirva mi cuerpo cifrado 
de emblema o de silogismo 
de una heráldica en abismo. 
La piel es un blasón vivo: 
se descifra en negativo 
y se lacera a sí misma. 
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Sarduy despliega en su escrito autobiográfico El Cristo de la rue Ja-
cob, respecto de que el cuerpo humano, para acceder al sentido, tie-
ne que transformarse en texto móvil, en la marca de un descifra-
miento y una inscripción. Luego el hablante lírico del poema está 
enfatizando el secreto abismal implicado en un cuerpo tatuado, al 
tiempo que este carácter otorga al diseño una riqueza simbólica y 
una lógica ínsita que se devela, paradójicamente, por su no figura-
ción («en negativo») pero al mismo tiempo por su trazo cutáneo 
(«blasón vivo»). 
Pasemos a otra décima, quizás más compleja que la anterior: 
Como distintos relatos 
sin ilación ni cotejo 
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PRÓLOGO 
aparece en el espejo 
un laberinto de estratos 
superpuestos: garabatos 
nocturnos, emblemas mudos, 
cuerdas, arabescos, nudos, 
anclas, madejas que apresan: 
enigmas que se enderezan 
en nuestros cuerpos desnudos 
19 
En estos versos se destaca la presencia del espejo, que cumple 
una función ambigua de piel y de superficie reflejante. En tanto 
piel, es lugar de inscripción de una gran variedad de tatuajes que 
aparentan ocupar diferentes estratos del cuerpo, y en cuanto espejo 
permite reflejar dichos tatuajes, los cuales se tornan inestables, 
móviles, ocupando diversos planos de profundidad («laberinto»), 
razón por la que el poeta los compara con relatos inconexos o gara-
batos, madejas o nudos. En síntesis, el autor nos dice que un ta-
tuaje incluye -por incipiente que sea- unanarrativa, una novela 
autobiográfica que conlleva un enigma y que éste sólo puede ser 
descifrado por el que sabe leer un texto escrito sobre un cuerpo. 
Las referencias al cuerpo-texto nos remiten al filme de Peter 
Greenaway Escrito en el cuerpo, que Reisfeld analiza en el capítulo 3 
con agudeza haciendo resaltar el texto corpóreo como acto creativo 
complejo a la vez que como vehículo de una intensa sensualidad 
que las grafías marcan en la piel, es decir, la escritura como metáfo-
ra del amor físico y, más generalmente, la caracterización del cuer-
po como cuerpo erógeno. 
Pero nada es más elocuente para conocer la ligazón de la litera-
tura y el tatua¡e que el ensayo de Sarduy Escrito sobre un cuerpo 
donde afirma categóricamente que «la literatura es un arte del ta-
tuaje, que inscribe, cifra en la masa amorfa del lenguaje informati-
vo los verdaderos signos de la significancia [.,.]. Para que la masa 
informativa se convierta en texto, para que la palabra comunique, 
el escritor tiene que tatuarla ... La escritura sería el arte de esos gra-
fos, de lo pictural asumido por el discurso». 
Lo que interesa subrayar de esta cita es la concepción audaz de 
Sarduy, en la cual se superponen y fusionan la literatura, la pintu-
ra y el tatuaje. Es más, confiere al tatuaje una dimensión equipara-
ble a la literatura, e incluso sostiene que ésta debe ser moldeada 
por la operatoria del diseño dérmico, que implica circunscripción, 
punción, dolor y coloración. Claramente se privilegia lo visual, lo 
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20 NOEL AL TAMIRANO 
espacial y lo táctil. En suma, para Sarduy la literatura es el arte de 
lo pictural. Reisfeld se ha ocupado de estos aspectos en el breve y 
muy atractivo capítulo 7 sobre tatuaje y escritura. 
Finalmente, estas palabras sólo procuran reflejar las emociones e 
ideas que suscitan la lectura de este libro y los momentos fulguran-
tes que alcanza en el decurso de su configuración. Libro pionero en 
su género en la Argentina, es posible que el tema que trata cubra 
un vacío, en tiempo y espacio, mucho más vasto en el campo psi-
coanalítico que lo imaginado. 
NOEL ALTAMIRANO 
Buenos Aires, octubre de 2003 
1 
Orígenes, historia y actualidad 
Un cuerpo sin tatuar 
es un cuerpo estúpido. 
PROVERBIO POLINESIO 
La palabra tatuaje procede de la antigua lengua de Tahití, dondt 
esa práctica se denominó tatan, acto de dibujar.l Su origen se pier-
de en la noche de los tiempos y, aun cuando empezara siendo sólo 
un adorno, su empleo se enhebra profundamente con las creencias, 
los modos de organización social y las costumbres de los pueblos 
que lo practicaron. 
A lo largo de la historia, el tatuaje fue concebido como un ritual 
artístico complejo o como una mera decoración pagana. Según el 
contexto, fue un arte prohibido, informativo, popular o erótico. El 
legado de registros de distintas épocas por parte de historiadores, 
médicos, novelistas y expedicionarios, así como diferentes descu-
brimientos antropológicos (el «Hombre de Bronce» hallado en los 
Alpes suizos o su utilización por los mayas, por citar dos ejem-
l. Véase Enciclopedia Universal Ilustrada Espasa Ca/pe, Madrid, 1989. 
22 SILVIA REISFELD 
plos), indican que el tatuaje ha estado presente en culturas muy di-
versas y alejadas en tiempo y espacio, por lo cual es im1egable que 
su estudio adquiere un valor etnológico importante. Nos revela, 
además, un rasgo esencial del ser humano, a saber, la necesidad de 
procesar y significar sus vivencias y experiencias, y de darles algu-
na forma de expresión. Más que abarcar a todas estas culturas, mi 
intención es presentar cierto recorrido y ahondar en ªlgunas de las 
significaciones atribuidas al tat~e. En efecto, sus funciones fueron 
múltiples: se utilizó como señal de realeza¡ símbolode devoció_n 
religiosa; para marcar la transición del joven a la adul!~; como 
distintivo del clan o tribu; como un medio de identificación perso-
nal o una forma de demostrar valor o virilidad; como estímulQde 
atracción sexual; como talismán para alejar a los_malos espíritus; 
como parte necesaria de los ritos funerarios: r-ara difer~D.Ó-ª! .. JÜa 
mujer ..casada de la casadera; como_muestra de amor; como forma 
de marcar e identificar esclavos. marginados y convictQs.. También 
fue lJSado con f~nes curativos o preventivos. !::()s temas representa-
dos eran eróticos, guerreros, religiosos~ alusivos a mitos o leyen-
das, a plantas, animales o escenas de la vida cotidiana. Una carac-
terística inherente a su práctica es la presencia de un pensamiento 
mágico animista en el que el hombre y la naturaleza se fusionan en 
una misma cosmovisión. La gama de pigmentos para tatuar ha si-
do amplísima: hollín, resina, cenizas, sustancias vegetales o anima-
les, mezclados con agua, sangre, orina, esperma o saliva. 
Aun cuando fuera mencionado en numerosos escritos de la épo-
ca (Gilbert, 2000), los griegos y los romanos no consideraron alta-
tuaje una práctica respetable y: lo usaron para marcar a escl?.yos y 
criminales. La palabra latina para el tatua¡e era stzgma, traducida en 
los modernos diccionarios corno marca por haber caído en estado 
de desgracia o desaprobación. Cuando Constantino declaró al cris-
tianismo religión oficial del Imperio Romano en el325 d.C., decre-
tó que sólo quien fuera condenado a pelear como gladiador o a tra-
bajar en las minas debía ser tatuado en las piernas o en las manos 
pero no en la cara, dado que eso suponía mancillar una creación 
hecha a imagen de la belleza divina. En el año 787 d.C., el papa 
Adriano 1 prohibió todo tipo de tatuajes y los siguientes papas 
mantuvieron la misma tradición. 
Si bien históricamente la Iglesia lo consideró una señal de paga-
nismo a erradicar o una manifestación de los poderes de Satanás, 
muchas referencias en los textos antiguos indican que era común la 
DRÍGENES, HISTORIA Y ACTUALIDAD 23 
costumbre de los primeros cristianos de tatuarse una cruz, el nom-
bre de Cristo, un pescado o un cordero, como signo de identifica-
ción y pertenen~ia religios?. Así como los cruzados medievales se 
hacían tatuar la cruz como un recuerdo de su permanencia en Tie-
rra Santa, los cristianos coptos adoptaron la misma costumbre co-
mo señal de su peregrinación a Jerusalén. 
Dentro de la cultura árabe, fue principalmente practicadp -y 
aún se lo ve hoy en día- por las mujeres. El tatuaje, conocido como 
dagg o daqq, consistía en hacerse un punto o una pequeña cantidad 
de puntos. Además de ser un elemento ornamental, abarcaba otros 
fines: se lo usaba como método terapéutico contra el dolor de cabe-
za, enfermedades de los ojos, el reumatismo, torceduras o esguin-
ces; para lograr cumplimentar un deseo como el intento de preser-
var el amor del hombre o, en especial, facilitar la inducción de un 
embarazo. Así, la mujer se tatuaba un simple punto o un pequeño 
diseño de 3 ó 5 puntos debajo del ombligo al tercer día de la mens-
truación. Un punto en la nariz de un niño permitía protegerlo con-
tra la muerte, algo muy importante en una cultura que privilegia la 
descendencia de varones. 
Res.pecto de su uso entre los antiguos hebreos, generalmente se 
invoca un pasaje del AnJiguo Testamento en el cual se prohíben el 
tatuaje o las escarificaciones. En Levttico 19:28 leemos: «No haréis 
incisiones en vuestra carne por un muerto; no os haréis tatuajes».2 
Este verso ha merecido distintas interpretaciones. Algunos consi-
deran que se refiere específicamente a la prohibición de llevar a ca-
bo ritos de duelo asociados al paganismo. Otros entienden que el 
tatuaje no habría sido prohibido de no ser é<:ta una costumbre am-
pliamente practicada por los judíos, lo cual es muy probable. Lo 
cierto es que, según la concepción religiosa tradicional, el judaísmo 
no admite ningún tipo de marcación en el cuerpo. 
El tatuaje polinesio se desarrolló durante .J.TI.iles de años a lo lar-
go de las islas del Pacífico y alcanzó un elevado grado de elabora-
ción y bellezaen sus diseños geométricos (Gilbert, 2000). La se-
cuencia de estos trazos estaba predeterminada y cada parte tenía 
su nombre. El diseño se elegía con sumo cuidado y cumplía la fun-
ción de signo de identificación personal. Las agujas, hechas de 
hueso, medían entre 2 y 4 cm de longitud y se agregaban al final 
2. Véase Nueva Biblia de jerusalén, Bilbao, Ed. Desclée de Brouwer, 1998. 
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24 SILVIA REISFELD 
de un mango de madera. El artista sumergía el instrumento en un 
pigmento negro hecho de hollín y agua y ejecutaba el tatuaje gol-
peándolo con un pequeño mazo. Era un procedimiento muy dolo-
roso. Los guerreros de Tonga, por ejemplo, eran tatuados por sa-
cerdotes que, tras un largo entrenamiento, ejercían la práctica 
siguiendo estrictos rituales y tabúes. En la Antigua Samo~, el oficio 
del tatuador era heredado y ocupaba una posición privilegiada. Su 
paga era acorde a la complejidad del diseño. Se tatuaban grupos 
de seis a ocho jóvenes en una ceremonia a la que concurrían fami-
liares y amigos que participaban con cánticos u oraciones especial-
mente asociados al ritual. El tatuaje en elvill:Ón marcaba una tran-
sición a la adultez y era una prueba de virilidad y coraje. El joven 
que no estuviera tatuado -y eventualmente no importaba la edad 
que tuviese- era todavía considerado un chico al que no se le per-
mitía hablar en presencia de hombres adultos. Las mujeres lo ridi-
culizaban y ningún padre aceptaba como yerno a un hombre no ta-
_tu~_o. El proceso, que en una primera etapa podía llevar meses, se 
prolongaba durante años hasta cubrir todo el cuerpo. Para toda la 
Z0!1íULtUQ§_genitales y_dil_no, el tatuador era asistido por ayudañ-
tes. Cuando se trataba del hijo de un jefe, la ceremonia era aún más 
solemne. Todas las mujeres, incluso la madre, tenían prohibido ver 
al joven mientras durara la operación. En cuanto a éstas, se las ta-
tuaba con flores delicadas siguiendo un mismo patrón geométrico 
en las manos y en la parte inferior del cuerpo. En Las Marquesas, 
donde el diseño geométrico alcanzó su más alto grado de comple-
jidad, también se tatuaba la nariz para castigar un crimen seve~o. 
En la isla de Borneo, el tatuaje en la mano era un símbolo de ca-
t.s!gg1@ sociqJ y cumplía una función importante después de la 
muerte. Se suponía que iluminaba la oscuridad mientras el alma 
erraba en búsqueda del Río de la Muerte. Un espíritu llamado Ma-
ligang custodiaba el río. Si el alma podía mostrarle una mano ta-
tuada, se le permitía cruzar el río sobre un tronco. De no ser así, 
Maligang volcaba el tronco, el alma caía al agua y era devorada 
por gusanos. Entre los Kayans existía la creencia de que los tatua-
jes actuaban como antorchas en el otro mundo y, a falta de éstos, el 
alma del muerto quedaba en la oscuridad total. ~~ mujer debía es-
tar tatuada antes de quedar embarazada. También practicaban ~1 
piercíng y se estiraban los ]óhnlos de las orejas u otras partes del 
cuerpo. El piercing en el pene era considerado un medio para acre-
centar el placer sexual de la pareja. 
ORÍGENES, HISTORIA Y ACTUALIDAD 25 
Una creación singular fue el tatuaje facialQmokr, ejercitado por 
los maoríes de Nueva Zelanda. Los diseños del moko, en forma de 
espirales, suponían una serie de componentes en los que se halla-
ba el nombre de cada person~. Ningún rostro era del todo igual. 
Los jefes maoríes eran capaces de dibujar de memoria sus propios 
rostros tatuados y lo usaban como una firma personal. El tatuaje 
facial tenía el propósito de volverlos más aterradores frente a los 
enemigos, así como más atractivos para las mujeres. Distinguía, 
además, al hombre libre del esclavo. Por otra parte, entre sus 
creencias ligadas a la muerte, imaginaban que después de la 
muerte se encontrarían con una hechicera que se entretenía devo-
rando las espirales mientras el alma accedía a la inmortalidad. Pe-
ro si el difunto carecía de estos tatuajes protectores, la hechicera 
se comía sus globos oculares. Así, al quedar ciega, el alma no po-
día encontrar el camino a la inmortalidad y perecía. Agregarse ta-
tuajes en el cuerpo otorgaba honorabilidad, a la vez que consti· 
tuía un registro de las batallas en las que se había participado. Los 
maoríes fueron grandes guerreros y las escaramuzas tribales eran 
comunes; no tanto por una necesidad de tierras, sino por la cos-
tumbre de obtener cabezas tatuadas según la creencia de que 
traían suerte o alejaban los malos espíritus. No fue sino hasta 
principios del siglo XIX que los europeos tomaron contacto con 
los nativos y muy pronto éstos descubrieron que podían vender 
esas cabezas a cambio de armas. Las cabezas tatuadas eran luego 
vendidas a colecciones privadas o museos de Europa. Incluso los 
esclavos o rehenes capturados tras un enfrentamiento eran prime-
ro tatuados antes de ser eliminados. 
Hay que señalar que todas estas islas desarrollaron no sólo sus 
propios dialectos, mitos y costumbres, sino también diferentes esti-
los de tatuar. La llegada de las sucesivas expediciones europeas 
tendientes a su colonización terminaron por colapsar las culturas 
nativas, privándolas de ritos ancestrales. En líneas generales, los 
misioneros rechazaron el tatuaje al asociarlo con prácticas religio-
sas teñidas de hechicería o supersticiones. Esta prohibición, sobre 
todo en las islas del Pacífico, sirvió también a los fines políticos de 
la conquista. Los nativos fueron obligados a cubrir sus cuerpos y a 
trabajar en tareas inferiores. Si bien en algunos lugares el tatuaje se 
siguió llevando a cabo en forma clandestina, su práctica devino en 
una forma de rebeldía y, con el correr del tiempo, fue perdiendo 
significados vinculados a las tradiciones. 
26 SILVIA REISFELD 
Este hábito, prácticamente desconocido en Europa hasta enton-
ces, arribó a través de los marineros que retornaban de estas expe-
diciones con sus tatuajes corno souvenirs. Paradójicamente, mientras 
la práctica agonizaba en las islas, se volvió popular en el mundo oc-
cidental, especialmente en Inglaterra. En 1862. el príncipe de Gale_s 
visitó Tierra Santa y se hizo tatuar la cruz de Jerusalén en el brazo; 
más adelante, convertido en el rey Eduardo VII, se agregó otros ta-
tuajes. Lo mismo sucedió luego con sus dos hijos. El tatuaje, por 
tanto, fue estimulado en la Marina británica para promover un es-
píritu de cuerpo y facilitar un modo de identificación. 
Durante la primera parte del siglo XIX en Francia, se hizo popu-
lar entre marineros, trabajadores y convictos. Asimismo, en la lite-
ratura el tatuaje funcionó corno una manera de corroborar la iden-
tidad de los personajes. Así, en la novela Los miserables de Victor 
Hugo, el ex convicto Jean Valjean prueba su identidad ante la corte 
al describir los tatuajes de dos presos que conoció mientras estuvo 
en prisión. Alexander Lacassagne, un profesor de medicina legal, 
se dedicó a estudiar los tatuajes en las prisiones (1880) y a recolec-
tar sus diseños. Como eran difíciles de fotografiar, ideó un método 
original al colocar una pieza de tela transparente sobre el tatuaje 
para luego trazarlo. Se encontró con una amplia gama de diseños: 
anclas, animales, flores, dagas, corazones atravesados por flechas, 
nombres, iniciales y fechas. Había tatuajes sobre escenas de Los tres 
mosqueteros (Alejandro Dumas), figuras mitológicas corno Venus, 
Baco y Apolo, hasta retratos de Napoleón, Juana de Arco y otras fi-
guras históricas; también tatuajes eróticos (alas alrededor del pene, 
una serpiente que bajaba por la espalda y cuya cabeza apuntaba 
hacia el ano, etcétera) y todo tipo de inscripciones alusivas. Por úl-
timo, registró una variedad de lemas que atravesaban la espalda: 
«Muerte a la mujer infiel», «Libertad o muerte», etcétera. 
En Francia, el tatuaje no sólo contQ.._cQlJ.J? oposición de la Iglesta 
Catófu:a. sino también con la de los médicos, quienes desalentaron 
su práctica al advertir sobre los peligros de infección y contagio de 
enfermedades como la sífilis. Era habitual que el tatuadorutilizara 
rutinariamente las mismas agujas sin limpiarlas, que las humede-
ciera con su saliva o diluyera la tinta con ésta. El tatuaje reciente 
solía lavarse con jugo de tabaco, saliva u orina. Sin embargo, las 
condiciones de asepsia de la práctica médica no eran mucho mejo-
res. Los cirujanos no se lavaban las manos al operar ni usaban 
guantes. Tampoco esterilizaban sus instrumentos. Finalmente, las 
.... ~~ 
ORÍGENES, HISTORIA Y ACTUALIDAD 27 
investigaciones publicadas por un destacado cirujano de la Mari-
na, Jean-Adam Berchon (1861), concluyeron que las infecciones se 
debían a agujas contaminadas por bacterias del ambiente adheri-
das a ellas. Aun cuando Berchon no pudo precisar cómo aparecían, 
sus ideas se adelantaron a la época e influyeron en la ulterior pro-
hibición de la Marina y la Armada de tatuarse. 
En Italia, César Lon_:l:~rosg_Eealizó el püm~uegist.ro_estadístico 
de tatuajes en convictos. acompañado de dibujos, y publicó en 
1876 su libro El hombre delincuente. Como P-Siquiatra y criminalista, 
elaboró una serie de teorías tendientes a trazar un perfil del crimi-
nal: sujetos con una conducta primitiva, crueles e insensibles y, por 
tanto, moralmente menos desarrollados. Incluso llevó a cabo medi-
ciones anatómicas, determinando que poseían un cráneo más pe-
queño. Estudiar los tatuajes en el convicto permitía un primer reco-
nocimiento del tipo de personalidad y, por ello, recomendó tales 
registros en las prisiones. Así, era importante determinar si el pre-
so portaba inscripciones o imágenes obscenas, si llevaba motivos 
que expresaran un rechazo o venganza hacia la autoridad, si se los 
hacía en el pene (propio de un criminal severo), si se tatuaba pala-
bras crípticas que implicaran mensajes secretos o que formaba par-
te de una organización criminal. 
En Oriente, el tatuaje se desarrolló como un arte sumamente 
elaborado en el Japón. Para la cultura china, en cambio, constituía 
un signo de barbarie y se lo usó solamente como castigo. En el si-
glo VII, era talla influencia china en Japón que el tatuaje decorati-
vo fue desaprobado. No obstante, determinadas marcas se em-
plearon como forma de identificar a criminales o marginados. Así, 
a los primeros se los tatuaba con una variedad de símbolos que 
designaban los crímenes cometidos, y los individuos que porta-
ban esas marcas eran rechazados por sus familias y se les impedía 
participar de la vida en comunidad. Hacia el siglo XVII, desapar~­
ce corno forma de castigo y emerge el tatuaje decorativo. Como 
los criminales cubrieron sus marcas con diseños ornamentales, se 
piensa que esto dio lugar a la asociación del tatuaje con el crir11.en 
organizado (los yakuza). 
En The Total Tattoo Book1_ Amy Krakow (1994) hace referencia al 
estudio de Donald Richie («The Japanese Art of Tattooing» ). Allí se 
relata que hacia 1700, debido a que sólo se autorizaba a la realeza a 
usar ropa muy adornada, los miembros de otras clases recurrieron 
al tatuaje ornamental (bodlf suit). Estos tatuajes evocaban al kimono 
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28 SILVIA REISFELD 
pero, como había que ocultarlos, las personas sólo se tatuaban des-
de los codos hacia arriba y de la cintura para abajo. Para permitir la 
salida de demonios o malos espíritus, mantenían el kimono tatuado 
parcialmente abierto, con un sector de la piel no marcado. 
La literatura oriental influyó enormemente en la difusión del ta-
tuaje. Por la misma época, cierta literatura erótica popular presen-
taba personajes como cortesanos, prostitutas o sacerdotes portando 
tatuajes. Otro ejemplo es una novela china muy reconocida de me-
diados del siglo XVIII, traducida al japonés como Suikoden, en la 
que se narran las aventuras de una banda que desafía la corrup-
ción de las autoridades chinas entre los años 1117 y 1121. Muchos 
de sus héroes estaban profusamente tatuados y el tema del antiau-
toritarismo no era ajeno al pueblo japonés. Sus ilustraciones consti-
tuyeron todo un suceso. De hecho, como una manera de dar publi-
cidad a las novelas, surgieron ilustradores sumamente destacados 
cuyos diseños originales sirvieron de motivos para los artistas ta-
tuadores. Bajo la forma de un arte pictórico, el tatuaje floreció e11 
conexión con otras expresiones de la cultura, tales como el Teatro 
Kabuki, el Bunrako (títeres) o el Sumo. 
El tatuaje clásico japonés está limitado a un repertorio específico 
de diseñQUiue representan héroes legendarios o cuestiones religio-
sas. Difiere-del tatuaje occidental en que consiste en u!}_ único dise-
ño completo que cubre la espalda y se extiende a los_Q!azos, las 
piernas y el pecho. Cada diseño está asociado con atributos como 
coraje, lealtad, devoción u obligación y, al tatuarse, el sujeto simbó-
licamente hacía de esas virtudes una parte de sí. En 1867, el último 
de los shQgun~ fue depuesto y se reinstaló...La figura del emperador. 
Las puertas a Occidente se abrieron y las leyes contra el tatuªje se 
reforzaron ante el temor de que fuera visto como una costumbre 
bárbara. Los tatu¡¡dores podían tatuar únicamente a extrétnj_eros. 
Tras la Segunda Guerra Mundial, la práctica fue nuevamente legal, 
aunque se mantuvo la costumbre de trabajar en forma privada. 
En una entrevista concedida a St_~ye__gjlbg_rt (2000), el reconoci-
do tatuador Kawo Ogo___r! relata que, tradicionalmente, el oficio se 
aprendía entrando como aprendiz en la casa de un maestro. Du-
rante su formación, Ogori observaba cada día durante dos horas 
cómo trabajaba su maestro con cada cliente. No preguntaba nada 
ni aquél le explicaba nada: ésa era la forma de aprender cualquier 
tipo de arte. Diariamente se le presentaba un dibujo que luego de-
bía copiar de memoria. No se le permitió tatuar hasta pasados los 
1 
ORÍGENES, HISTORIA Y ACTUALJDAD 29 
primeros tres años e inicialmente practicó en su propia pierna. Su 
maestro tenía una gran área negra en la pierna donde los estudian-
tes hacían sus prácticas. Tras cinco años de aprendizaje, la costum-
bre era abrir un estudio propio. Para Ogori, la mayoría de la gente 
va en pos de un tatuaje bello, pero el verdadero tatuaje debe ser al-
go más que una linda ilustración: debe captar el espíritu vivo del 
diseño. En su opinión, muchos tatuadores que se inician sin haber 
estudiado con un maestro cometen errores o meramente copian los 
diseños sin entender su significado. Son amateurs pero no artistas. 
La mayoría utiliza plantillas para delinear el diseño y él es el único 
que sigue el método de su maestro: hace todo a mano. Dibuja pri-
mero un poquito y luego tatúa, dibuja otro poco y tatúa, hasta 
completar el diseño. Para lograr esto, hay que imaginar todo el di-
seño antes de empezar. 
Con respecto a l~s '§__stados Unidos, basta evocar la imagen po-
pularizada de P~ con su ancla en el brazo, para advertir que 
el tatuaje era común entre los matinero_s u otros miembros de la 
Armada. A fines del siglo XIX, Samuel O'Reilly,__ un conocido ta-
tuador de Nueva York, inventó y patentó la primera máquina 
eléctrica para tatuar. Por otro lado, la difusión del tatuaje se debió 
en gran parte al éxito de los circos. En efecto, éstos fueron los pri-
meros en emplear sujetos completamente tatuados para sus espec: 
táculos y muchos tatuadores acompañaban al circo durante sus 
viajes. Los diseños preferidos eran generalmente motivos pé!trióti-
~ (la bandera americana, la Estatua de la Libertad) o religiosos 
(la Crucifixión, María y el Niño). Un personaje muy exitoso de la 
época fue el Gran Omi, tatuado con rayas de cebra en todo el 
cuerpo y la cabeza. En palabras de George Burchet~ (Gilbert, 
2000), quien fuera su tatuador en Londres, la motivación principal 
de estos sujetos para convertirse en piezas raras de exhibición era 
el dinero. La declinación de los circos y, por ende, del empleo de 
estas personas, ocurrió ante la creciente competencia del cine y la 
televisión. Además, el público ya no veía con el mismo agrado es-
tas extrañas exhibiciones humanas. 
Un nuevo impulso altatuaje provino de la música, sobre to9_o 
del rock and roll (Krakow, 1994~. En sus inicios, el rock and roll 
también fue mal visto y representaba un modo de rebelarse contra 
el establishment. En los Estados Unidos, este tipo de música estuvo 
muy vinculado a los motociclistas, quienes además de llevar una 
particular filosofía de vida, habitualmente portaban «tatuajes roe-
30 SILVIA R EIS FE L D 
keros». Así, grupos que alcanzaron fama internacional, como los 
Red Hot Chili Peppers, Aerosmith, Guns n'Roses, Bon Jovi o Los 
Ramones, mostraban a sus integrantes con tatuajes. Llevar un ta-
tuaje con ellogo de estos conjuntos o el retrato de algunos de sus 
miembros suponía una identificación con el mensaje de protesta 
inherente a sus canciones. Con la llegada de los video clips, esta in-
fluencia no hizo más que acentuarse. 
En estas latitudes, los primeros tatuajes se conocieron en el Bra-
sil en la década del setenta y, a partir de ahí, la práctica se extendió 
por toda Sudamérica. En la Argentina empezó a tener mayor re-
percusión en la década del noventa, hasta convertirse en un verda-
dero boom. Las posibles razones de ello y las características que 
asume esta práctica se analizarán en un capítulo aparte. 
Actualmente, el auge del tatuaje le debe mucho a todo tipo de 
artistas o figuras importantes que lucen tatuajes. Los diversos me-
dios de comunicación se han ocupado con frecuencia del tema. Un 
aspecto que también contribuyó fue el avance de los procedimien-
tos para tatuar. La máquina eléctrica utiliza agujas descartables y 
funciona a una mayor velocidad que una aguja de coser. Para el co-
loreado de fondo, se suele usar una máquina distinta. El tatuador 
lleva guantes y mascarilla. Por otra parte, el tatuaje se masifica en 
el marco de una época en la que el impacto visual y el cuidado o la 
modificación de la imagen exterior adquieren suma importancia. 
En opinión de Gilbert, más allá de las interpretaciones que pueden 
atribuirse al hecho de tatuarse, prevalece un aspecto esencial y 
constitutivo del ser humano: la vanidad. Así, una variante de la 
práctica es el make up permanente en las cejas, los párpados o los. 
pómulos. Otro derivado es su uso para la micropigrnentación en 
tratamientos de enfermedades de la piel como el vitiligo o como ci-
rugía reparadora para crear areolas y pezones después de una 
mastectomía (Krakow, 1994). 
En la escena contemporánea, el tatuaje devino en un movimien-
to que generó distintas tendencias homologables a la pintura, don-
de se combinan elementos de todas las formas artísticas, y se abo-
ga por su pleno reconocimiento como un arte en piel. El tatuaje 
moderno puede ser de inspiración religiosa, erótica, violenta, natu-
ralista o abstracta; ser surrealista, realista, tribal, arte cartoon o arte 
pop. También ha estado muy influido por el arte japonés. En dis-
tintos países se realizan convenciones anuales (en el año 2002, se 
llevó a cabo el primer encuentro de esta naturaleza en Buenos Ai-
ORÍGENES, HISTORIA Y ACTUALIDAD 31 
res), exhibiciones en galerías, y existen muchas revistas dedicadas 
al tema así corno sitios en Internet. La fotografía se ha visto muy 
beneficiada con todo esto. La actividad en sí misma resulta suma-
mente lucrativa. No sólo genera empleo, también hay grandes em-
presas proveedoras de insumas y accesorios. 
Esta comercialización ha dado lugar a controversias. Algunos 
que se autodenominan artistas, y no tatuadores, opinan que es un 
arte que se ha degenerado: no sólo la práctica ha pasado a conver-
tirse en una moda, sino que además abunda el plagio de diseños o 
una gran mayoría de tatuadores desconoce el significado origina-
rio de muchos de ellos. Por caso, el tatuaje en Samoa aún conserva 
un simbolismo asociado a la cultura tradicional y los tatuadores lo-
cales se resisten a ser copiados por occidentales que no están im-
buidos de su historia. Por otra parte, también existe la mala praxis. 
En un intento de profesionalizar la actividad, se crearon en Europa 
y los Estados Unidos asociaciones que procuran asegurar un están-
dar de higiene y control a través de un listado de profesionales, 
cursos de formación (técnicas, procedimientos de esterilización y 
prevención) y asesoramiento a la población. Incluso proveen de se-
guros de salud o planes de retiro a los tatuadores y se ocupan de 
situaciones médico-legales. En la Argentina estamos lejos de ello. 
Si bien se creó la Asociación de Tatuadores Argentinos Profesiona-
les, la práctica carece de mecanismos de control y aún no se ha lo-
grado una regulación a escala nacionaP 
3. Por ejemplo, no existen campañas de información. Se suele desconocer que, 
antes de tatuarse o perforarse, es importante contar con una vacuna antitetánica o 
·- que ningún método de remoción de tatuajes (véase el capítulo 12) asegura la ple-
na restitución de la piel. Según Lidia E. Valle, presidente de la Asociación Argen-
tina de Dermatología, los riesgos a contemplar son «las infecciones localizadas en 
las zonas expuestas, las reacciones alérgicas locales y las lesiones con alteración de 
la pigmentación de la dermis», así como la transmisión de enfermedades virósi-
cas como la hepatitis o el HIV (véase Clarín, Revista Viva, 27 de junio de 2003). 
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El cuerpo, un enfoque 
interdisplinario 
¿Para qué sirve llegar a un ser en espfritu 
si no se ha llegado a él en cuerpo? 
ANTONIN ARTAUD 
La atención del cuerpo y su cuidado acompañan al hombre desde 
los albores de la humanidad. Objeto de marcas y rituales de diver-
sa índole, como interioridad y exterioridad simultánea, el cuerpo 
nos remite a una dimensión histórica atravesada por las ideolo-
gías y diferentes concepciones elaboradas acerca de él a lo largo 
del tiempo. Habitualmente concebido como lo tangible y aparente 
del individuo, puede ser designado como el aspecto somático, 
orgánico o físico. Sin embargo, el cuerpo trasciende su realidad 
anátomo-fisiológica y también se halla incluido en el orden de la 
cultura. Y al hablar de cultura en tanto producción simbólica, en-
tramos en la intrincada relación, siempre presente, entre el cuerpo 
y la psique. 
En lo que sigue, haré un breve recorrido conceptual desde dife-
rentes disciplinas hasta arribar al singular estatuto del cuerpo en 
psicoanálisis. La articulación entre todos estos enfoques servirá co-
mo l:elón de fondo al estudio que este libro se propone. 
34 SILVIA REISFELD 
UNA VISIÓN DESDE LA ANTROPOLOGÍA Y LA SOCIOLOGÍA 
A partir de un estudio comparativo, David Le Breton (1995) 
confronta la noción de cuerpo en las sociedades tradicionales con 
la del mundo contemporáneo. En las primeras, el cuerpo no se 
distingue de la persona. El sujeto sólo existe en función de su rela-
ción con los demás y su cuerpo resulta un elemento más, indiscer-
nible del conjunto simbólico que lo engloba. Se trata de socieda-
des con un funcionamiento holista, donde el cuerpo no resulta un 
signo de individuación sino que se funde en un continuo con el 
cosmos, la naturaleza y la comunidad. En cambio, el cuerpo en la 
modernidad remite a un orden diferente. Comporta la ruptura del 
sujeto con los otros, acprde a un funcionamiento social de tipo in-
dividualista. También se ha disociado del cosmos, pues las mate-
rias primas que constituyen el cuerpo no conservan ninguna refe-
rencia fuera de su campo específico. Y por último, se ha alienado 
respecto del sujeto mismo, quien, más que ser un cuerpo, ha pasa-
do a poseer un cuerpo. 
Por su parte, Pierre Bourdieu (2000) nos habla de «la construc-
ción social de los cuerpos». Existen «esquemas de percepción», en 
tanto matrices de pensamientos y acciones que operan en todos los 
miembros de una sociedad y que, al ser compartidos, se vuelven 
en sí mismos naturales. Tal es el caso de la división de géneros, que 
adquiere su especificidad inserta únicamente en una red relacional 
y se realiza esencialmente sobre el cuerpo (costumbres,roles, divi-
sión del trabajo, conducta sexual, representaciones del cuerpo) 
creándose así un hombre viril o una mujer femenina. Se trata en-
tonces de la incorporación de ciertos «habitus» (inclinaciones), in-
separables de las estructuras que los generan y que, a partir de la 
educación, la vestimenta, las posturas corporales, los modelos de 
apariencia física, expectativas, actitudes, juegos y deportes, dan co-
mo resultado una «definición diferenciada». 
Para Bryan Turner (1989), el cuerpo es aquello que encarna al 
hombre y le presta arraigo concreto a su existencia. N o sólo se tie-
ne un cuerpo, también se es un cuerpo. Más allá de tener un cuer-
po, el hombre lo produce a través de sus actos, lo modifica o pre-
serva, en tanto que su presencia corporal hace a su persona, a la 
forma de vincularse y ser reconocido o aceptado por los demás. A 
pesar de ser quien gobierna su cuerpo, puede a veces vivirlo como 
algo alienado de sí al contraer una enfermedad o ver amenazada 
EL CUERPO, UN ENFOQUE INTERDISPLINARIO 35 
su integridad subjetiva si ésta acarrea algún tipo de estigmatiza-
ción social (sida, o en el pasado lepra). Por consiguiente, la identi-
dad del hombre se erige a partir de su experiencia corporal, que le 
otorga sentido y significación a sus más simples hábitos cotidia-
nos. 
Así como cada sociedad recrea un imaginario en torno a un mo-
delo deseable de cuerpo, otro tanto ocurre con las prácticas que 
instituye. Influyen los distintos saberes alrededor del cuerpo, las 
fantasías y los'temores que f;Uscita y las creencias religiosas en bo-
ga. En efecto, en siglos anteriores, la preocupación religiosa incluía 
un cuidado del cuerpo que suponía alcanzar otros logros: el go-
bierno del alma y las pasiones. Es decir, se apuntaba a un control 
del deseo. En cambio, en un contexto donde tales ideas dejan de 
ser preponderantes, nos hallamos ante una motivación diametral-
mente opuesta. Así, dentro de lo que hoy en día es la cultura del 
consumidor, el cuerpo se torna un vehículo de placer, es deseable y 
deseante, y por consiguiente hay que trabajarlo y producirlo. 
CUERPO y POLÍTICA 
El pensamiento de Michel Foucault (1988), y su enfoque de his-
toricidad del cuerpo como resultado de las intrincadas relaciones 
entre el poder y el saber, marcó una decisiva influencia en toda 
una generación de pensadores contemporáneos. En efecto, para 
FOllcault, «el cuerpo está directamente inmerso en un campo polí-
ti,co», lo que va unido a su utilización económica; es decir, está de-
terminado pnr la idPn!ogía. Existe unn «tecnología política del 
cuerpo», cuyos mecanismos se' ejercen de forma sutil e impercep-
tible en toda la trama social y que, sin ser aplicados con violencia, 
apuntan a crear cuerpos productivos a la vez que sometidos. No 
hay que buscar estos. mecanismos en los grandes sucesos sino en 
los hechos pequeños, discontinuos, fragmentados. Se trata de un 
poder que no puede adscribirse únicamente a los aparatos de Es-
tado, la clase dirigente o las instituciones, aun cuando éstos hagan 
uso de él. Es más bien una «microfísica del poder» que, merced a 
determinadas tácticas o funcionamientos, «encuentra el núcleo de 
los individuos, alcanza su cuerpo, se inserta en sus gestos, en sus 
actitudes, sus discursos, su aprendizaje, su vida cotidiana» (Fou-
cault, 1992: 97). 
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36 SILVIA REISFELD 
Por su parte, Jean Baudrillard (1993) nos habla de «una econo-
mía política del cuerpo que se instaura sobre las ruinas de su eco-
nomía simbólica». Se trata de una idea compleja, de la cual toma-
ré uno de sus sentidos. Para este autor, todo el trabajo actual sobre 
el cuerpo -y se refiere tanto al maquillaje, los modos de vestir o la 
mayor desnudez corporal, como al empleo de cinturones, joyas, 
cadenas, etcétera- tiene por finalidad una escenificación de la te-
mática de la castración, escenificación que no remite a la angustia 
ante la falta y al reconocimiento de la diferencia sexual, sino que, 
por el contrario, está para ser negada y conjurada. Análogamente 
a un fetiche, la parte del cuerpo realzada reviste una doble signifi-
cación: el horror a la castración y su desmentida. Partiendo de este 
análisis, diferencia el trabajo de inscripción corporal realizado en 
las sociedades primitivas respecto a su empleo contemporáneo, 
dado que ambos suelen confundirse «bajo la categoría general de 
"expresión simbólica del cuerpo"». No hablamos de la misma 
concepción de cuerpo y por ende tampoco se trata de la misma 
significación en cuanto al tatuaje u otros ornamentos corporales. 
En efecto, en las primeras, «el marcado del cuerpo, como la prácti-
ca de las máscaras [ ... ], tienen por función la actualización inme-
diata del intercambio simbólico, del intercambio/ don con los dio-
ses o dentro del grupo; intercambio que no es negociación por parte 
del sujeto de su identidad[ ... ] sino en el que, por el contrario, él con-
sume su identidad ... ». Es decir, mediante el acto de tatuarse, el indi-
viduo encarna concretamente los códigos, las tradiciones y los va-
lores que fundamentan su existencia misma como miembro del 
grupo. Fundamentalmente, no es un bien de consumo ni una 
apropiación privada del cuerpo, sino una situación en la que está 
en juego la identidad total del sujeto. 
CUERPO Y POSMODERNIDAD 
La noción de cuerpo se ve afectada por variables sociocultura-
les. Son tiempos de globalización, de predominio de una economía 
liberal, de caída de las utopías e ideologías, de avances prodigiosos 
en la tecnología y los medios de comunicación, de consUmo masi-
vo. Asimismo, de profundas modificaciones en nuestra forma de 
concebir la temporalidad y el espacio. Todos los trabajos que ver-
san sobre el posmodernismo coinciden en destacar cómo el cuerpo 
EL CUERPO, UN ENFOQUE INTERDISPLINAR!O 37 
ha pasado a ser una preocupación fundamental para el hombre 
contemporáneo. 
Desde una postura crítica, Le Breton (1995) subraya que, si bien 
la aplicación de recursos más sofisticados ha permitido incremen-
tar el nivel de vida, este avance traduce dos tendencias simultá-
neas respecto al cuerpo. Por un lado, un afán de trascender sus lí-
mites e interferir en sus procesos; así, el cuerpo en cuanto lugar de 
la precariedad, la muerte y el envejecimiento, debe ser dominado; 
por otro, el auge de una medicina fascinada por los procesos orgá-
nicos. Dos tendencias que parecen apuntar más a una preocupa-
ción por el cuerpo que por el homb,re. 
Por su parte, Gill~$_Lipovetsky (1986) seí\ala como rasgo rele-
vante un individualismo hedonista, expresión de un nuevo tipo de 
narcisismo, en el cual el sujeto se mueve más en función de bús-
quedas propias que guiado por objetivos colectivos o universales. 
Un proceso de «seducción» imrregna todo el funcionamiento so-
cial r_ regula el COf!S_t:gnoLlas costumbres, las o;rg_ani-0lciones, la 
educación y la información. De ahí, la multiplicación de prácticas 
cotidianas: la preocupación ror el envejecimiento, una atenció_n o_b-
sesiva 2or la salud y la alimentación, los rituales de control y mai}-
tenimiento (qeportes, gimné!.sia, etcétera), el consumo de meqica-
mentos o el __ ~_!l_ge de las cirl._lgí-ªs_r~pª"_r:a_goras: El_cu~po ha perdido 
su estatuto de alteridad y se confunde con el ser-sujeto, con la per-
sona. Estos cuidados, incentivados por un contexto que funciona 
según los designios de una moda, hacen prevalecer el sentido esté-
tico y la satisfacción de anhelos narcisistas. El «individuo-moda» 
(Lipovetsky, 1990), sin lazos profundos ni mayores adhesiones, os-
cilante en sus gustos, se guía por el imperativo de la apariencia. 
Por su parte, Terry Eagleton (1998) subraya la pérdida de una 
dimensión político-social como consecuencia del predominio de 
un modelo liberal de Estado que promueve el individualismo co-
mo único referente posible. Así, el repliegue de un interés social 
propicia el surgimiento de una <<nueva somática», donde el cuerpo 
se convierte en el principal vehículo decambio y transformación. 
La atención dirigida al cuerpo, como realidad más concr~;a e inme-
diata, aparece como contrapartida de una época carente de ses-
puestas para los gm.d.e.s_p_mblemas sociale? y en la que la activi-
dad política ha perdido su sentido de proyección comunitaria. 
1.' 
38 SILVIA REISFE LD 
CUERPO Y PSICOANÁLISIS 
Un hito que signa el nacimiento del psicoanálisis es el descubri-
miento del cuerpo como escenario para el montaje de una variedad 
de síntomas. Entendido como un lenguaje de cuerpo que esconde 
un discurso propio, Freud (1894) procura en sus primeros historia-
les clínicos descifrar la expresión simbólica del síntoma. Así, las 
sensaciones olfativas de Lucy R., el olor a «pastelillos quemados», 
remite a su amor prohibido hacía el dueño de la casa donde traba-
jaba como institutriz, o el caso de Anna 0., atendida inicialmente 
por Breuer, lo pone sobre la pista de la transferencia. Vale la pena 
reseñar el relato de Ernest Jones (1979) sobre este último caso. 
Breuer -reconocido psiquiatra en aquel entonces-, agobiado por el 
peso de este tratamiento al que se había abocado por completo, de-
cide su finalización. Sin embargo, el mismo día en que se despide 
de la paciente, es solicitado nuevamente, encontrándola en un esta-
do de gran excitación, presa de fuertes dolores y movimientos que 
semejaban un falso parto histérico. Freud supuso que el embarazo 
imaginario de Anna O. y su enamoramiento de Breuer revelaban la 
presencia de una fantasía reprimida de índole sexuat un «falso en-
lace» con la figura del médico. Por lo tanto, Freud postula no sólo 
una dimensión inconsciente del cuerpo, sino también el lugar de la 
sexualidad en la etiología histérica. Si cualquier parte o superficie 
del cuerpo es susceptible de erigirse en sede de una excitación se-
xual y transformarse virtualmente en una zona erógena, puede de-
cirse que todo el cuerpo es erógeno. 
A partir de un recorrido por la obra freudiana, Paul-Laurent As-
soun (1998) postula la idea de un cuerpo previo a la me±apsicolo-
gía, cuyo funcionamiento estaría delimitado por la actividad pul~ 
sional. Citando la definición de Freud de la pulsión, en cuanto 
medida de la exigencia de trabajo que se impone a lo psíquico co-
mo resultado de su correlación con lo corporal, concluye: «el cuer-
po hace trabajar al alma y ese complemento se inscribe como pul-
sión» (Assoun, 1998: 131). Desde este punto de partida, enumera 
cuatro momentos que atañen a la consideración del cuerpo: 
G) Con la introducción del narcisismo y la distinción entre libido 
del yo y libido objeta!, Freud postula que el individuo empieza por 
tomarse él mismo y a su propio cuerpo como objeto de amor. Esta 
erotización que remite al «cuerpo-Narciso» (p. 248) da comienzo a 
una «teoría de la corporeidad». 
EL CUERPO, UN ENFOQUE INTERDISPLINARIO 39 
QJJ En el pasaje a la segunda tópica, el ello adviene como reser-
vorio pulsional y es representado, en uno de sus extremos, abierto 
a lo somático. 
@En El yo y el ello (1923 ), caracteriza al yo como «una esencia-
cuerpo; no es sólo una esencia superficie, sino él mismo la proyec-
ción de una superficie». El yo debe su génesis a la experiencia pro-
pia de cuerpo. 
@En sus hipótesis desarrolladas en «Sobre la conquista del fue-
go» (1932) y Totem y tabú (1912-13) examina la relación entre cuerpo 
y cultura. En el primero, Freud explica la domesticación del fuego a 
partir de la renuncia del hombre primitivo a apagarlo con el chorro 
de su orina, «renuncia pulsional que equivale a una domesticación 
del cuerpo» (Assoun, 1998: 257). En el segundo, plantea el surgi-
miento de la cultura como resultado de la interdicción paterna. Y 
remite al mito de la horda primitiva y a la muerte del padre primor-
dial a manos de sus hijos como el origen de la conciencia de culpa-
bilidad y las restricciones morales. As( el culto al animal totémico o 
Dios-padre y los dos principales mandatos del totemismo, la conde-
na del parricidio y del incesto, se instituyen merced a la represión 
de una consecución directa de mociones agresivas y sexuales. 
Assoun (1994) también refiere diferentes registros corporale~. El 
cuerpo ~urótico, propio de la histeria, revela «la evocación del re-
cuerdo a partir de hacer "charlar" al cuerpo» (el conflicto psíquico 
se transfiere al cuerpo dando lugar al síntoma conversivo). El cuer-
po psicótico remite a 1m lenguaje de órgano, donde «el psicQ!~~_<? 
torna el significante al pie de la letra del cuerpo» (p. 242), esto es, el 
síntoma no alude a una expresión simbólica, sino que es experi-
mentado por el sujeto de manera concreta. En el cuerpo perverso 
prevalece un «culto del órgano» como sostén del goce (es el caso 
del fetichista que, por un lado, acepta la diferencia sexual y desa-
rrolla un temor a la castración; por el otro, desmiente esta diferen" 
cia, dando lugar al surgimiento del fetiche). Por último, el síntoma 
somático opera como «el momento fisico del proceso inconsciente» 
(p. 8). Se trata de una inscripción directa en el cuerpo como c~nse­
cuencia de una falla simbólica. Así, «lo que no puede encontrar su 
lugar en el texto vuelve( ... ) en lo real del cuerpo» (p. 246). 
Para Piera Aulagnier (1997t la palabra materna tiene el12ode:c 
de plasmar el cuerpiLdel infante. Al referirse al momento inaugu-
ral de la «situación de encuentro» entre el bebé y la madre, dice: 
«la primera representación que la psique se forma de sí misma co-
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40 SILVIA REISFELD 
mo actividad representante se realizará a través de la puesta en re-
lación de los efectos originados en su doble encuentro con el cuer-
po y con las producciones de la psique materna» (p. 31), es decir, 
los enunciados con los que habla del niño y le habla al niño. Se tra-
ta de una «violencia primaria» necesaria y estructurante, toda vez 
que ella, como portavoz de un discurso ambiental, se anticipa en 
sus palabras y acciones a un conocimiento que él aún no posee. 
Así, esta temprana interacción entre el cuerpo del niño y los cuida-
dos maternos es descrita como «el cuerpo hablado y el placer por 
quien lo habla» (p. 251). Esto es, la importancia de una madre cu-
yas palabras comporten una cualidad erógena que, al nombrar las 
distintas partes de su cuerpo y sus funciones, lo inscriba en la red 
del deseo. La gradual integración de las zonas erógenas hará surgir 
una imagen unificada del cuerpo a la vez que el niño se irá apro-
piando de estas palabras; goce de un cuerpo unificado que puede 
también verse representado en el cuerpo del otro. En cambio, si en 
este «cuerpo hablado» falta un término que designe una función y 
una zona erógena, o si éste existe pero no conlleva para el niño y 
para la madre una vivencia placentera, «esta función y es~~ place! 
p...u.e..d.enlle.gar a fa]taLen._el...í:U..e.r.p...QJl~ (p. 25). 
En su conocida obra Imagen y apariencia del cuerpo humano, Paul 
Schilder (1958) denomina «imagen corporal» a la representación 
mental que nos hacemos de nuestro cuerpo. Los factores que lle-
van a su constitución son múltiples: impresiones táctiles, térmicas, 
de dolor; sensaciones provenientes de distintas funciones corpora-
les, de la actividad muscular y de las zonas erógenas. La imagen 
corporal «no es una estructura sino una estructuración» en perma-
nente cambio, que se construye «sobre la base de una experiencia 
social». Desde los más tempranos vínculos, importa cómo nos per-
cibimos frente a los demás y cómo éstos nos perciben, su interés 
por nuestro cuerpo, las sensaciones que provocan cuando nos to-
can e, incluso, toda palabra que incida en prestar mayor atención a 
ciertas partes del cuerpo. Ligado entonces a esta «apariencia pro-
pia del cuerpo», se constituye un sentimiento de identidad y auto-
valoración. Por otra parte, el individuo recurre continuamente a di-
ferentes medíos con el fin de modificar su imagen corporal. Asf 
corno.Jos tatuajes «alteran la parte óptica de nuestro ser» y afectqp 
de forma objetivala imagen corporal, las ropas o el maquillaje 
también representan un anclaje de la libido narcisista que acompa-
ña los sucesivos cambios de la imagen corporal. 
EL CUERPO, UN ENFOQUE INTERDISPLINARIO 41 
Desde otra vertiente, Franc;oise Dolto (1986) diferencia el esque-
ma corporal y la imagen del cuerpo. En el primer caso se trata del 
cuerpo biológico con todos sus recursos potenciales para actuar en 
el mundo físico; en el segundo, nos remitimos a una dimensión in-
consciente y, por ende, propia de la historia personal. La imagen 
del cuerpo, en su entrecruzamiento con el esquema corpº~al, da 
cuenta de la forma de comunicarnos con el otro. Soporte del narci-
sismo, se configura en el campo de una intersubjetividad signada 
por el vínculo con los padres y mediante el lenguaje como medio 
de simbolización. 
En cuanto a la noción del cuerpo en las afecciones psicosomáti-
cas, si bien se trata de un campo que excede a nuestra intención, 
mencionaré algunos puntos que guardan cierta similitud con hipó-
tesis que se han de exponer en otros capítulos. Me remito a la e~­
cuela de psicosomática de P?JÍS, cuyo principal exponente es Pie-
rre Marty, y también a las ideas de Joyce McDougall. Para Marty 
(1995), las enfermedades somáticas constituyen una estructura psi-
copatológica de base con características propias. De todas las que 
describe, me limito a considerar:@ el concepto de pensamiento 
operatorio -que luego extiende al de «vida operatoria»-, que con-
templa la disminución del pensamiento a favor de un predominio 
de comportamientos. Las representaciones pueden ser escasas, po-
bres y referidas únicamente a lo actual y fáctico. ~la idea de una 
«depresión esencial» (depresión sin objeto), como secuela de even-
tos traumáticos que desorganizan algunas funciones psíquicas y 
desbordan sus posibilidades de elaboración. McDougall (1983) pri-
vilegia el papel de los afectos como punto de encuentro entre la 
psique y el soma. En los síntomas psicosomáticos, el afecto perma-
nece «congelado» en su capacidad de ser representado. Así, el pen-
samiento operatorio que tipifica a estos pacientes constituye una 
defensa contra intensas angustias psicóticas. Plantea dos hipótesis 
principales: 
(D Un pasaje al acto en detrimento del mecanismo de represión, 
que posibilitaría almacenar representaciones y afectos. Lo que ocu-
rre es una expulsión directa a través del cuerpo y «la psique eva-
cua sus tensiones sin palabras». 
@Un déficit en «la función materna de para-excitación», lo que 
supone estados de afectos desbordantes que no acceden a una tra-
mitación psíquica. 
Por último, Juan David Nasio, en la introducción a su libro Los 
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111 
42 SILVIA REISFELD 
gritos del cuerpo (1997), en un diálogo con Ana M. Gómez, opina: 
«Quiero decir que el cuerpo está como estallado; este cuerpo no es 
el mismo que aquel de mil años atrás. Nuestro cuerpo no es más el 
mismo, aunque tenga la misma forma» (p. 10). Por lo que las enfer-
medades del cuerpo varían «según la teoría con la que se avanza 
para conocerlo y curarlo. Esa teoría modifica la realidad de ese· 
cuerpo» (p. 11). Se trata de una postura nominalista, según la cual 
el nombre no sólo designa la cosa sino que transforma la cosa de-
signada; no sólo cambian las visiones del cuerpo sino también su 
entidad concreta y carnal. Desde esta perspectiva, existen dos ana-
tomías: una real, de la que nos habla la medicina vigente, y otra 
psíquica, que surge a partir de una teoría de la representación del 
cuerpo que se forma en la percepción interna de cada uno. Por tan-
to, «será la imagen psíquica del sujeto la que investida afectiva-
mente crea modificaciones en el cuerpo del sujeto habitado por . 
ella» (p. 13). 
ALGUNAS CONSIDERACIONES FINALES EN TORNO AL CUERPO 
Los aportes presentados permiten una primera reflexión, y es 
que existe una pluralidad de concepciones referidas al cuerpo que 
de por sí dan cuenta de la complejidad y los alcances de esta no-
ción. Un denominador común entre estos variados enfoques y el 
psicoanálisis es el hecho de que desde nuestra disciplina el cuerpo 
también se presenta como un constructo. En efecto, partimos de la 
idea de un cuerpo erógeno o libidinal; no operamos con el cuerpo 
real biológico. El cuerpo así entendido es fundamentalmente porta-
dor de un símbolo, tal como ocurre en la histeria. 
Por otra parte, en la medida en que el psicoanálisis también 
construye una visión del cuerpo, ésta ha de contextualizarse en el 
marco científico y cultural en que surge. Un ejemplo de la gravita-
ción de la cultura en la comprensión psicoanalítica de los hechos 
clínicos es abordada por Ethel Spector Person (2000) en su intro-
ducción a la última compilación de trabajos en torno al artículo de 
Freud, «Pegan a un niño». Entre las distintas consideraciones acer-
ca de la vigencia de las fantasías de flagelación tal como las abordó 
Freud, la autora plantea un aspecto sumamente interesante, asa-
ber, cómo las expresiones sadomasoquistas forman cada vez más 
parte de nuestra cultura. Así, más allá de una «iconografía» a dis-
EL CUERP01 UN ENFOQUE INTERDISPLINARIO 43 
posición de todos, observable en la ropa (el cuero negro, los zapa-l 
tos de tacón de aguja), los adornos (cadenas, clavos), las fotografías 
de moda que sugieren relaciones sadomasoquistas, etcétera, «las 
prácticas del movimiento para "modificar el cuerpo" tienen un cer-' 
cano parentesco a la veta sadomasoquista ... Éste no sólo incluye 1 
proliferación de las modas del tatuaje y el piercing, sino también 1 
corsetería, las marcas con hierro candente, y las cicatrices realiza 
das con cuchillos» (p. 16). 
Otro tanto sucede con la valoración por la estética del cuerpo. 
En efecto, desde que Freud postulara que el destino es la anatomía, 
han ocurrido una serie de cambios. Por nombrar un ejemplo: la 
modificación de las formas actuales de apariencia corpQral, .donde 
las repr~jones referidas a la masC!llinidad y la feminidad, los 
modos de concebir la bisexualidad las dif énero han 
c~iéndose más amb.iguos sus líD1!t.e?. Esto se ve clara-
mente en la elección de los diseños de tatuajes. 
No cabe duda de que el cuerpo ha pasado a ser un vehículo im-
portante en la expresión de los actuales conflictos psíquicos, no só-
lo desde una vertiente francamente patológica (las afecciones psi-
cosomáticas o los trastornos de la alimentacj{m como la anorexia o 
bulimia), sino también a través del auge de ¡¿rácticas que, como el 
tatuaje, posibilitan la canalización de una amplia gama re .situado-. 
nes 1i1cüi1sdeñtes, j\sí, en contraposición a «la personalidad neuró-
tica de nuestro tiempo» que postulara Karen Horney, los autores 
del posmodernismo -que por cierto recurren al psicoanálisis- nos 
presentan una concepción ampliada del narcisismo, un narcisismo 
social que tipifica al hombre actual: un ideal compartido y centra-
do en el afán de procurarse gratificaciones. sobre todo a través del 
cuerpo. Aquí lo predominante sería la retraducción de una reali-
dad externa vivida de manera cada vez más compleja y menos in-
clusiva, en términos de una inmediatez de la experiencia que el su-
jeto sí puede controlar. Esto me lleva a una última cuestión, que es 
el lugar que ocupa una práctica corporal dentro de un determina-
do funcionamiento social. En el caso del tatuaje, concurren diver-
sos factores que serán tratados en el contexto de los distintos capí-
tulos. Sólo quiero señalar que resulta un emergente más de una 
cultura que prioriza la noción del cuerpo-imagen como vía de va-
loración soéial. 
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Piel 
Todo está aquí, en mi piel; 
no hay más que mirar. 
RAY BRADBURY, El hombre ilustrado 
«Es una cuestión de piel», solemos decir, cuando hacemos alusión a 
una muy particular experiencia de contacto, que puede implicar 
tanto atracción como rechazo hacia el otro. Comunicación no verbal 
que emerge de la mera sensibilidad para expresar algo que se deco-
difica a nivel de la piel.Es decir, la piel siente. Y tal como sucede 
con otras expresiones del habla común, pasa a representar a la per-
sona. Por sus mismas características de color, tono, y sus variacio-
nes a lo largo del tiempo -los gestos faciales, las arrugas o cicatri-
ces-, la piel resulta un medio de individuación y es única para cada 
sujeto. Manifestaciones como el rubor, la transpiración o la palidez 
traducen estados emocionales.Y en un extremo, los trastornos de la 
piel (la psoriasis, el vitiligo o las alergias en general) dan cuenta de 
que se trata de un órgano complejo que sirve a la expresión de los 
conflictos psíquicos. La historia atestigua el valor otorgado a un de-
terminado color de piel para legitimar condiciones de marginación 
o superioridad racial. Diferentes marcaciones también fueron usa-
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46 SILVIA REISFELD 
das como formas de condenar o ubicar el estatus social de los indi-
viduos. Por último, hay un concepto estético inherente a cada cultu-
ra que hace de la piel un asiento importante de todo tipo de prácti-
cas de embellecimiento. En particular, la consideración del tatuaje 
como un elemento decorativo o, más abarcativamente, en cuanto 
corriente artística que utiliza la piel como un lienzo humano. 
PIEL Y PSICOANÁLISIS 
La piel qJle recubre el cuerpo opera como un primer límite entre 
el organismo y el mundo externo. Al mismo tiempo, recibe estímu-
los que provienen tanto del interior como del exterior. Es a partir 
de esta doble faz que cumple múltiples Iunciones para el desarro-
llo del aparato psíquico. 
En Tres ensayos sobre una teoría sexual (1905), Freud afirma que la 
piel es una zona erógena «por excelencia» ya que cualquier sector 
de ella puede tornarse en sede de excitaciones placenteras. Plantea 
dos tipos de estimulación: uno interno, que se expresa como ten-
sión displacentera que se proyecta en la piel, y otro externo, en el 
que destaca el contacto de piel a piel-el acariciar, por ejemplo- co-
. mo un componente de la pulsión sexual. Un rasgo característico de 
la sexualidad infantil, el autoerotismo, aparece en la forma del fro-
tamiento rítmico de ciertas partes del cuerpo (gratificación mastur-
batoria). La piel también reviste particular erogeneidad en el caso 
de los impulsos de crueldad (sadismo) y dolor (masoquismo), am-
bos constitutivos de la pulsión sexual. 
Una s~gunda aproximación freudiana es la idea de que la piel 
es una barrera limitante de estímulos. Así, en Más allá del principio 
del placer (1920), al exponer sus hipótesis acerca de la evolución del 
organismo vivo a partir del modelo de una primitiva vesícula in-
diferenciada, describe la constitución de una corteza exterior como 
protección frente al impacto de los estímulos externos, lo que per-
mite dosificar el ingreso de grandes cantidades de excitación, que 
de otra forma desorganizarían al incipiente organismo. Esta mis-
ma función de para-excitación también opera ante los estímulos 
internos. 
Para Paul Schilder (1977), las tempranas experiencias táctiles y 
de contacto cálido con la madre hacen de la piel un significativo 
medio de comunicación emocional. Las diferentes sensaciones de 
PIEL 41 
dolor o placer que experimenta el bebé en la superficie de su piel 
son un .recurso importante para el descubrimiento y la exploración 
de su cuerpo a través de las manos. Por ejemplo, la piel se irrita 
con suma facilidad, produce escozor e impulsa la acción de tocar-
se. El infante necesita tanto ser tocado como tocar, y es a partir de 
los variados contactos con las personas de su entorno que irá enri-
queciendo una imagen de su propio cuerpo. Debido a que la piel 
sufre distintas modificaciones, los cambios en la apariencia externa 
no sólo repercuten en la representación del esquema corp'oral, sino 
que también reflejan la forma en que un individuo se ve a sí mis-
mo y en cómo se muestra ante los demás. 
En esta línea, existe un desplazamiento simbólico entre la piel y 
el uso de vestimentas que hace al modo en que cada uno se repre-
senta. Al reflexionar en torno al origen de los vestidos y del tatua-
je, Ángel Garma (1970) plantea la hipótesis de que ambos represen~ 
tarían la protección de la madre primitiva para con el recién 
nacido, tal como éste aparecería cubierto por las membranas feta-
les. Una forma de hacer menos dolorosa la separación entre lama-
dre y el niño habría sido el cubrirlo con el sustituto de una piel o el 
cueró de un animal. Nos dice: «Originariamente el tatuaje pudo in-
tentar reproducir el aspecto de la piel del recién nacido, teñida por 
la sangre materna y el meconio, así como su arrugamiento provo-
cado por el paso a través del estrecho conducto genital materno. 
[ ... ] la finalidad primaria del tatuaje, como la de los vestidos, sería 
conservar el amor y protección maternos» (p. 204). Así, el empleo 
de ropa ajustada puede representar una piel adicional que no sólo 
ayuda a dar mayor relieve al cuerpo, sino también permite al que 
la usa tener la sensación de estar «apretadamente envuelto» (Bi-
ven, 1982). 
La concepción de una piel en tanto representación mental que 
adquiere una función de continente posibilitó fecundos desarro-
llos. Si bien Wilfred Bion no trabajó específicamente acerca de la 
piel, sus aportes constituyeron un primer empuje en esa dirección. 
Bion (1996) concibió el vínculo entre la madre y el bebé en térmi-
nos del modelo de continente-contenido y el empleo por parte 
del bebé de la identificación proyectiva realista (normal) como 
primitivo medio de comunicación. Mediante este mecanismo, 
el niño se libera de sentimientos intolerables para su rudimenta-
rio aparato psíquico (contenido) y busca suscitar en su madre 
(continente) una respuesta adecuada. La madre con capacidad de 
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48 SILVIA REISFELD 
reveríe1 actúa mitigando las tensiones del bebé, de manera que éste 
pueda tolerarlas. 
Esther Bick (1970) aplicó estas ideas a la observación sistemática 
de lactantes en su temprana relación con la madre. Observó que el 
contacto con la piel del bebé y su estimulación constituían el aspec-
to más importante del vínculo y sentaban las bases de las primerí-
simas introyecciones del yo. Bick formuló el concepto de «segunda 
piel» para dar cuenta de una fallida adquisición de la función pri-
maria de contención. Así, «en su forma más primitiva, las partes 
de la personalidad son vividas como si estuviesen carentes de una 
fuerza capaz de unirlas, por lo cual resulta necesario asegurar su 
cohesión en una forma que se experimenta pasivamente, mediante 
el funcionamiento de la piel, que obra como un límite». Pero esta 
función interna de contener partes del self depende inicialmente de 
la introyección y posterior identificación con la función contenedo-
ra del objeto, lo cual origina «la fantasía del espacio externo y del 
espacio interno». El objeto, que hace las veces de continente, es 
sentido «Concretamente como una piel». Las dificultades en esta fa-
se se traducen en la falta de la noción de un espacio dentro del self, 
lo que da lugar a un uso masivo de identificaciones proyectivas y a 
la conformación de una «Segunda piel» como sustituto del conti-
nente-piel adecuado. En este caso, una normal dependencia res-
pecto del objeto es reemplazada por una seudoindependencia y el 
empleo de ciertas funciones mentales o habilidades que asumen en 
adelante un papel de contención. Desde la clínica, esto se observa 
bajo la forma de una coraza muscular (rigidez, actividad hiperki-
nética) o su equivalente verbal, donde el habla (en torrente de pa-
labras) permite envolverse en el sonido de las propias palabras. 
Didier Anzieu (1994) trabajó la noción del «yo-piel y sus fun-
ciones de correspondencia con la piel», donde la piel psíquica en-
cuentra un apuntalamiento en la piel corporal. El yo-piel designa 
una «figuración de la que el niño se sirve en las fases precoces de 
su desarrollo, para representarse a sí mismo como yo que contie-
ne los contenidos

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