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Lo que pretende Sharkey et al (2021) con este protocolo es superar el impedimento taxonómico de la biodiversidad de grupos. Esto mediante información molecular, extraída del gen mitocondrial citocromo oxidasa l (código de barras del ADN), proporcionando identificadores únicos para posteriores claves, estudios filogenéticos, conservacionistas y de biodiversidad. Además, complementan su trabajo con revisión literaria de especies descritas anteriormente, mencionándolas cuando es debido. En cuanto a la problemática de Wolbachia afirman que esto no es trascendente ya que su fin no es recapitular la filogenia y, además, el sistema BOLD filtra automáticamente las cargas de secuencia para esta bacteria. Para los autores, los datos de secuencia de ADN independientes resultan más útiles, ya que añadir más genes no es rentable ni accesible actualmente. También ven las descripciones basadas en códigos de barras como la solución al impedimento taxonómico de grupos megadiversos con pocos recursos taxonómicos. También comentan que este método permite la rápida denominación de especies, lo que posibilita la protección de las mismas y su integración socioeconómica. Afirman que la falta de caracteres de diagnóstico y fotografías se debe a la gran cantidad de tiempo que requiere y, además, el código de barras suple esta tarea de manera eficaz. Para Ahrens et al (2021) las delimitaciones de especies fundamentadas en la morfología se mejoran mediante metodologías mecanizadas y nuevas líneas de evidencia (comportamiento, historia natural, datos morfométricos y genéticos entre otros). Dado que el criterio de disponibilidad de un nombre es la presencia de una “descripción o definición que exprese en palabras caracteres que diferencien el taxón” el autor argumenta que: el enfoque minimalista de Sharkey et al (2021) es cuestionable ya que la secuencia de ADN por si sola puede no cumplir este requisito, quedando a la interpretación de los usuarios de la taxonomía si el nombre es válido o no. Además, considera que este enfoque es problemático, ya que en si no dice como una especie se diferencia de otra y excluiría a los taxónomos que no cuentan con el financiamiento adecuado. También considera la investigación sobre biodiversidad debe incluir datos tanto morfológicos como genéticos, como los códigos de barras de ADN, ya que son claves para la identificación y delimitación de especies, y se debe adoptar un enfoque más integral. La falencia de estos datos deja cabida a la ambigüedad, disminuyendo la comprensión de las especies y en consecuencia su denominación perjudicando extremadamente a la taxonomía. Considero que, aunque los códigos de barras de ADN son de gran importancia para la identificación y delimitación de especies, las descripciones morfológicas son fundamentales en la taxonomía y no se puede tomar a la ligera. Además, la elaboración de un texto destacando las características de diagnóstico es de gran importancia, y aunque tomen tiempo, son necesarias ya que son una guía indispensable para determinar diferencias cualitativas entre taxones. Un registro fotográfico o la realización de ilustraciones me parece necesario para la integralidad de una investigación taxonómica, puesto que esto les permitirá a los taxónomos venideros la formulación de hipótesis fundamentadas en diferencias morfológicas. Los beneficios de la utilización de datos como el ADN traen grandes beneficios, por ejemplo, facilita formular diagnósticos para distinguir especies en taxones megadiversos, aun así, para que sea eficaz e íntegro considero que debe estar complementado por los demás identificadores preliminares cuantitativos y cualitativos. Concuerdo con Ahrens et al (2021) cuando afirma que los datos para el descubrimiento de especies deben ser inclusivos en lugar de exclusivos. Esto implica que, para una actualización satisfactoria de los datos de referencia y una investigación sistemática adecuada, son necesarios tanto estudios de los genes como de la morfología.
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