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®Biblioteca Nacional de Colombia
JULIO VERNE 
LAJA~GADA 
PRI:''UEUA P ARTlo) 
14 - . 
I( -'ti 
42- )-
®Biblioteca Nacional de Colombia
®Biblioteca Nacional de Colombia
LA J ANGAD i\. 
OCHOCIENT AS LEGUAS POR EL Río DE LAS AMAZONAS 
O BRA ESCR ITA EN FRANCÉS 
POR 
JULIO V E RNE 
TI1ADú"CClf¡X E. PA¡'{OLA 
DE D. N. ]{. CUESTA 
PRIJiERA PARTE 
TERCERA EDICIÓJ..:T I LUSTRADA a N GTIAHADOS 
~rAn R ID 
A :JUSTÍN" JU ERA, EDITOR 
ALMACIl .'E' DIi: L11:lllOS 
lO. CALLE CE C'MrOM ANES. fO 
1 S",,7 
®Biblioteca Nacional de Colombia
F: ~ '/J'I'opiedad del E-1i lo'!'. 
®Biblioteca Nacional de Colombia
LA JAl'~GADA. 
PRI M ERA PARTE. 
/~ 
l. 
UN CAPIT AN DE LOS BOSQUES. 
Chnyisg e ggxpdz xq x e hñu 
q 9 P 9 eh n q y e 1 6 o e r u, h x b f i II d 
x h umftd yr jiUrxvqoedhru,v 
v h eh v e t II x e e e r f n gro b p b 9 ,. ñ 
i u 1 h r 9 r II d q ,. j i e h ,.¡ z 9 W1,,1 x eh 
b f t t 9 eh h o i s r h h ñ m II " 1 r e m f p 
y r U b f 1 q x 9 d t h II vo t fv m yc red 
g ru,ZblQllXYUdPhOZff8PfiRI 
d h ,. e q v h v x 9 d p V 8 b 9 o n lx h tf 
e n eh h 11 u, II h e 9 q eh f n e d f q j P II v , 
" x b f II r o eh f n h 1 ¡¿ Z 8 1 y r f m. b o 
e p v m ñ r e r u t II r u y 9 o P eh II u ñ t 
drqokbfuh d f i sr qr. g s h suv 
i h d 
El hombre que t enía en la mano el documento 
cuyo extravagante conjunto de letras fo rmaba el 
último período, permaneció algunos instantes pen-
sativo, despues de haberle vuelto á leer con mu-
cha atencion. 
El documento constaba de unas cien líneas que 
no estaban divididas en palabras. Parecía estar 
escrito hacía bastantes afios , y sob¡'e la hoja de 
papel grueso que cubrian aquellos jeroglífico , 
el tiempo babia ya impreso su (inte amarillento. 
Pero ¿ en virtud de qué regla se habian reunido 
aquellas letras? Sólo aquel hOlllure podia decirlo . 
En efecto, estos escrilo's cifrados son como las 
cerraduras de las grandes arcas modernas, y se 
defienden de la misma manera. Las combinacio-
nes que presentun se cuentan por miles de millo-
nes, y la vida de un calculibta no uabtaria para 
enumerarlas todas. Hace falta la contrasefta para 
®Biblioteca Nacional de Colombia
ORRAS DE JULIO VERN'm. 
abrir el arca de seguridad, como hace falta cono-
cer la cifra para leer un criptógramo de aquel 
género. Por eso, como verémos más adelante, se 
le verá á éste resistir á las más ingeniosas tenta-
tivas, y esto en circunstancias de la mayor gra-
vedad. 
El hombre que acababa de leer aquel documen-
to no era más que un simple cspitan de bosques. 
En el Braeil se designa con el titulo do ti capi-
taes do m¡lto)) los agentes empicados en la busca 
de los negros cimarrones. Es una institncion que 
data de 172'l. En aquella época las ideas anties-
clav1stas no se habian hecbo lugar más que en el 
espíritu de algunos filáutropos. M;Ís de un siglo 
debia pasar aún úntes que los pueblos civilizanos 
las aduliti sen y aplicasen. Parece, sin embargo, 
que es Ull derecho, el primero de los derechos na· 
turales para el hombre, el de ser libre y portenc-
cCl'se, y no obstante, miles de años ban trascurri-
do ¡lntes que el generoso pensamiento haya sido 
proclatuado por algunas uaciones. 
En 1852, año en que va á desarrollarse e~la 
historia, habia lodada esclavos en el Brasil, y por 
consiguiente, enpilaues de bm.que parnJarles ca-
za. Ciertas raZUlles de econollJía política habian 
retunlado la hora de la emancipacion geueral; pe-
ro ya el negro tenía ~l derecLo Je rescatarse, y los 
hijlJs que naciau Je él nuciau libres. No cstaln 
muy l"jano el dia en que ~n aquel lllagnifico p .li , 
.:n el cual cabrian las tres cuartus partes de la 1':ll' 
ropo, no ~e conlaria un solo e clavo !!ntre sus diez 
millones do habitantl'8. 
En realidad, el cargo de capitan de bosque eeta· 
ba llamado á deeapnrecer llIuy en breve, y los be· 
neficios que producia la captura de los fugitivos 
haLian clisminuido considerablemente. l)tlro du· 
rante el largo período en que fueron bastante cou-
siderablt's 108 procluctos Jel oficio, los capitanes 
de bosque constituian un mundo de aventureros, 
compucsto orclinarinmentc do manumitidos y de 
desertores que obtenian poca estimaci(ln. 
Aquellos cllzlldores de esclavos no debian perte-
necer sino á la hez de la sociedad, y muy proba-
blEmente el hombre del documento no desluciria 
la poco recomendable milicia de los ti capitaes do 
mato.]) 
Este Torrea, que así se llamaba, no era un mes-
tizo, ni un indio, ni un negro, eomo la mayor par-
te de sus compañeros; era un blanco de orígen 
brasileño, y que habia recibido un poco más de 
instruccion que la que permitia gu situaeion ac-
tual. En efecto, se creeria ver en él uno de esos 
hombres decaidos de su clase, que tanto abundan 
en la lojana comarca del Nuevo Mundo, y en una 
época en que la ley brasileña excluia todavín. de 
ciertos empleos á los mulatos y otros individuos 
de sangre mezclada. Si esta exclusion le alcanzaba 
á él, no debia atribuirse á BU origen, sino á causa 
de indignidad personal. 
En IIquel momento, por otra parte, Torres no se 
hallaba en el Brasil. nabia pasado hacía poco la 
frontera, y al cabo de algunos di as andaba erran-
te por los bosques del Perú, en medio de los cua-
les se desenvuelve el curso del Alto Amazonas. 
Torres era un hombre de cerca de treinta años, 
bien constituido, y sobre el cual no parecia haber 
hecho mella la fatiga de una existencia harto 
problemática, merced á su temperamento excep-
cional y á una salud de hierro. 
De mediana estatura, ancho de hombros, de fac-
ciones regulares, de paso seguro, tenía el rostro 
tostado por el aire abrasador de los tr6picos, y 
llevaba una espesa barba negra. Sus ojos, ocultos 
ajo las cejas que se juntaban, lanzahan esa mira-
da viva, pero seca, de las naturalezas impuden-
tes. Al mismo tiempo, y donde el clima no habia 
irupreso su tinte bronceado, su rostro, en vez de 
sonrojarse flicilmente, debía más bien contraerse 
unjo el influjo de las malas posiones. 
Torres estaba vestido al uso muy rudimentario 
de corredor de los bosques. Su traje manifestaba 
tener muy largo uso. Cubria su cabeza un sombre-
ro de cuero de anchas alas puesto al tra\'es, y un 
calzon de Inna gruesa se escondia entre las cañas 
de unas duras bota~, que constituian la parte nl1iR 
sólida do aquella vestidura, y sobre todo, llevaba 
un poncho destelíido y amarillento, que no per-
mitia ver si tcníll. casaca 6 chaleco que le cubrie-
seu el pecho. 
Pero aunque Torres fuese un capitan de bosques, 
ora evidente que no ejerC'ilabn Rlluel oficio, al mr.-
nos en las condiciones en qne . o encontraba ac-
tualmente. Esto, por lo que tocaba á sus mcdios 
Je atoque ó defensa para la persecucion de los ne-
gro~ . Nada de afllJaR (le fuego; ni fusil ni rev61· 
vcr. Solamellte llevaba á 1, cintura uno de csos 
útiles que ticucn [mía de Si ble que dc cucLillo de 
caza, y que se llama m~·hete. Adeulas de esto, 
Torres se hallaba provisto de una enchada, es-
pecie de azada, empleada muy cspecialmentc en 
la persecucion de 108 arml1di 1I0s y de los agutís, 
que abundan en los bosqucs del Alto Amazonas, 
Jonde los jlavos (1) so.u generalmcnte muy poco 
de temer. 
De todos modosl aquel dia, 4 de Marzo de 1852, 
este aventurero, ó se hallaba si nglllarmeu te absor-
to en la lectura del documento en que tenía fijos 
los ojos, ó acostumbrado á vagar por los bo ques 
de la América del Sur, permanecia indiferente á 
sus esplendores. En efecto, nada poclia distraerle 
de su ocupacion. l1i el grito prolongado de los 
mOIOS aulladores, que Mr. Saint-Hilaire, ha com-
parado justamente al fuido del hacha del lefiador 
cayendo sob.. las ramas de los árboles; ni el seco 
retínt,n de los anillos del crótalo, serpiente poco 
agresiva en verdad, aunque xcesivamento vene-
nosa; ni la voz chillona del sapo cornndo, al que 
pertenece la palma de la fealdad en el género de 
(1) LlAmanse j11l~OI. en VDcrnl. "los animales monte.. .... OC> 
mO ca braB. rebecol. gamo .. ctc. • N. dd T.) 
®Biblioteca Nacional de Colombia
LA JANGADA. 7 
108 reptiles; niel canto á la vez sonoro y grave de 
la rana bramadora, que si no puede pretender 
igualarse al buey por la corpulencia, le iguallt al 
méuos por el estrépilo de sus mugidos. 
Torres no oia nada de aquellos ruidos, que sou .\ 
como la voz compleja de los bosques del Nueyo 
Mundo. Echado al pié de un árbol magnífico, !lO 
estaba para admirar el alto ramaje de aquel pao 
ferro, ó madera de hierro, oscuro y descortezado, 
de apretada fibra, y duro como cl ruetal, á quien 
reemplaza en laR armas y los útiles del indio sal-
vaje. ¡~o! Abstraido en su pensamiento, el capi-
tan de bosque~ daba ,uelta entre SUB dedos al 
singular docurucuto. Con la clave de la cifra que 
poseia, daba á cada letra HU verdadero valor y 
leia y comprobaba el sentido de aquellas palabras, 
inco!llpreusiblos para los demas, y entónces SOIl-
reia con una expn'sion maligna. 
Despue8 se puso :i murmurar algulJas frases, que 
nadie podia oir en aqnel ~itio dc~ierto del bosque 
pcrul\llo, y que, por otra parte, nadie hubiera po-
dido comprender. 
- Sí-dico-véase uu cieuto de líneas bien 
claramente escritas, y q lltl tiem'll para alguno q lIe 
yo sé una impoltnnda de que no puedo dudar. 
Ese alguno es rico. Esta es una éuestion de vida 
ó muerie para él, y en lodas partes esto se paga 
caro.u 
y wírando el documento con ávidos Oj08, con-
tinúa: 
- A un conto de reia solamente por cada una 
de las palabras de esta itlLima frase, ascenderia á 
una buena suma (1). 
n¡ Ella resume todo el documen i o! i Ella da su 
verdadero nombre á 108 veldadcro~ personajes!. .... 
Mas ántes de probar á comprclltlorla, hay que 
determinar el número de palabras que coutiene.» 
y diciendo esto, Torrcs se pu~o á contar meutal-
mente. 
-Tiene cincuenta y ocho palabras - cxclama 
-lo cual hará cincuenta y ocho con tos (2). ¡ Na-
da! ¡Qne con esto se puedo vivir en el Drasil, en 
Amérioa, en todas partes donde se quiera, y vi"ir 
sin hacer nadal Pucs ¿y qué sería si ~dus las 
palabr!lS del documento me fueran pagadas á este 
precio? ¡ Se podria contar entóncEo> por eentena-
res de cont08!. .... ¡ Ah, con mil diablos! ¡Yo tengo 
al¡J una fortuna que realizar) ó soy 01 último delos 
tonl08 ! 
y parecíale que BUS manos tocaban la enorme 
suma, y que empufiaban los cartuch08 de monedas 
de oro. 
Pero sn peusamiento tomó entónces brusca-
mente un nuevo giro. 
-En fin -vuelve á exclamar-ya toco al fin, 
y no sentiré las fatigas de este viaje, que me ha 
traido desde las orillas del Atlántico á las ru;\rge-
(1) 1.000 re1s ~~Ien ""U'., de 3 [m1le"" do moneda francesa, y 
un con~ de re;. a-.clcnde ó. unos •. (¡tlO franco!. 
(2, 1/"'.00u francoa. 
nes del Alto Amazonas, Pero este hombre puede 
llaher dejado la América, puede estar al o,tro lado 
de los mares, y entónces, ¿ como haré yo para en-
contrarIe? ... Pcro no, él está aquí, y con sólo 
subirme á la cima de uno de estos árboles, podré 
descubrir el techo de la habitacion dondo mora 
con toda 8U familia. 
Despucs, agarrando 01 papel y agitándolo con 
uu gesto febril, contiuúa: 
- i Antes que pase maliana estaré en su pre-
sencia! ¡ A.ntes que pase maflana sabrá que su 
honor y su vida están cncerrados en estas líneas, 
y cuando él quiera conocer la clave que le permi-
ta leerlas, de muy LU('ua gana él pagará csta cla-
vc! ¡ E¡ la pagará, ~i )"6 quiero, con toda su for-
tuna, como la pag'aria con toda su sangre! ¡ Ab, 
mil diablos L... El digno corupalíero do armas 
que me entregó este precioso documento, que me 
ha proporcionado el secreto, que me ha dicho 
dóndo encontraría á su antiguo colega y el noUl-
bre bajo que se oculta despues de taLios años, no 
podia sosp~t1JUr que labraba mi fortuna! 
Torres mirú por última vez el papel aruarillento, 
y despnes de haberle doblado cuidadosamente, lo 
guard6 en UllU sólida cajita do cobre, quo le ser .. 
via tUlllbien de portamoDcclllS, 
En verdad que si toda la fortuna do '['orres se 
hallaba contenida en aquella cajita, q\le era del 
tamafio de nna petaca, ell uiogun país del nJlllJdo 
habria pasado por rico. 'l'enía on ella unas pqeas 
de todas las lJ10nedas de oro do los Estaclos cir-
cunvecinos. Dos dobles condorls de los Ef'lados-
Unidos de C<>lombia, que valian cerca de cieo 
francos cada uno; una cantidad igual en Loli ..-ares 
venezolanoA; soles del Perll por el doble i algultos 
esuudos chilenos, por cineuentn fraucos á lo más, 
y algunas otras pequefins piezas. No obstante, 
todo aquello sólo formaba uua cantidad redonda 
de quillienlos francos; y á pesar de su pequ/,Ilez, 
Torres se hubiera visto muy clllharaznelo para 
decir dónde y cómo la habia adquirido. 
Lo que habia de cierto era. que Torres, t1espuos 
de alg'Ulos meses df ll!\ber aballlllllJado su oficio 
de capitan de bosques, que ejercia eu 1, provincia 
de Para, habia Bubielo por la euclJca dol rio de 
las Amazonas, y atrayesado la frontera para en-
trar eu el tefl"itorio peruano. 
A este aventurero, por otra patte, lo habian 
faltado muy pocas cosns para vivir. 
¿ Qué gustos le eran necebarios? Nada para BU 
alojamiento, nada para su Yéstielo. El bosquo le 
facilitaba su alimento, que preparaba sin gatitos, 
al uso de los corredores do las florestas. DaBlá-
banle algunos reis para su t.abaco qne compraba 
en las1'lIisionc8 6 en las peque!l.as aldeas, as! como 
para el aguardiente ele su calabaza. Con muy 
poco podia ir bastante léjos. 
Cuando el papel estuvo encerrado en la cajita 
de metal, cuya tapa se con'aha hermétiellmp!lte, 
Torres, en vez de volverla á poner en el bolsillo 
®Biblioteca Nacional de Colombia
Ol.L.\' PL JL 1.1'1 \'en"E 
de 1& chaqueta que cubria su poncho, 1" t'.6nci6 
más conveniente, por un exceso de precauciou, 
depositarla cerca de él, en el hueco de una raíz 
del árbol á cuyo pié se hallaba tendido. 
Esto era una imprudencia, que le podia costar 
cara., 
Hacía mucho calor. El tiempo estaba pesado. 
Si la igltlsia de la aldea inmediata hubiese tenido 
reloj, hubiera dado en tón ces las dos de la tarde, y 
Torres lo habría oido, merced al viento, porque 
1610 se encontraba á dos millas de la poblacion. 
Pero, sin duda, la hora le era indiferente. Acos-
tumbrado á guiarse por la altura, más ó ménos 
bien calculada, del sol bajo el horizonte, un aven-
turero no sabría llenar con exactitud militar todos 
loe actos de la vidL Desayunábase ó comia cuan-
do le parecía conveuiente 6 cuando le era pomole. 
Dormia donde y cuando el suetío le acometia. Si 
la mesa no estaba ~iempre puesta, el lecho, en 
cambio, siempre le tenía dispuesto al pié de un 
árbol, en la espesa maleza y en pleno bosque. 
Torres no era descontentadizo en las cuestiones de 
comodidad. Como babia caminado una gran parte 
de la mallana, y comido un poco, la necesidad de 
dormir se dejaba sentir impetuosamente. Así, 
pues, dos ó tres boras de descanso le pondrían en 
disposicion de poder continuar su camino. Acoso 
16ee, puee, sobre la hierba lo más cómodamente 
que le fué posible, y procuró conciliar el IUeAO. 
Sin embargo, Torres no era de esas pereonaa 
que se duermen sin tomar ántes algunas precau-
ciones preliminares. Tenía, en primer lugar. la 
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L.\ IAXG. DA. 
• 
Torres vuelvo ¡\ emprender 1& persecucion. 
oollturubre de tomar algunos sorbos de licor fuerte, 
y despucs de hecho esto, fumar una pipa. El 
aguardiente sobreexcita el cerebro, y el humo del 
tabaco se mezcla bien con el humo de los ensue-
tios. A lo rnénos, esta era su opinion. 
Torres empezó, pues, por acercar á sus labios 
una calabaza que llevaba pendiente del costado y 
que estaba llena de aquel licor , conocido general-
mente en el Perú con el nombre de chicha, y 
más particularmente con el de caysuma en el 
Alto Amazonas, y que es el producto de una lige-
ra destilacion de la raíz de yuca dulce despuea 
que se ha producido la fermentacion, al cual el 
capitan de 109 bosques, como hombre cuyo pala-
dar estaba medio desgastado, creia deber añadir 
una buena dÓBis de aguardiente de catia. 
Cuando hubo bebido algunos sorboB de aquel 
licor, agitó la calabaza, convenciéndose, no sin 
pesar, de que S6 hallaba casi vacía. 
-A renovarla-dijo simplemente. 
Despues, sacando una pipa corta de raíz, la 
lIen6 de ese tabaco acre y grosero del Brasil, cu-
yas hojas pertenecen al antiguo tabaco de hoja, 
introducido en Francia por Nicot, á quien se debe 
la vulgarizacion de la más productiva y más ex-
tendida de las solanáceas. 
Este tabaco no tenía nalla de comun con el 
escaferlati de primera clase que producen las 
manufacturas francesas; pero Torres no era más 
descontentadizo sobre este punto que Bobre otr08. 
Golpeando el pedernal con el eelabon, inflamó un 
poco de esa sustancia viscosa, conocida COD ~ 
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10 OBRAS DE JULIO VRRNB. 
nombre de yuca de lwrmigas, que segregan cier-
tos himen6pteros, y encendió su pipa. 
A la décima aspiracion, sus ojos se cerraron, 
la pipa se escapó de sus dedos y se quedó dormi-
do, ó más bien sumido en una especie de sopor 
que no era un auelio verdadero. 
II. 
LADRON y ROBADO. 
Hacía eerca de media hora que Torres dormia, 
cuando se oy6 un ruido bajo los árboles. Era un 
ruido de pasos ligeros, como de algua individuo 
que camiuase descalzo y tomando ciertas precau· 
ciones para no Bor oido. 
Ponerse en guardia contra toda visita sospe-
chosa habria sido el primer cuidado dd aveutu-
rero, á tcner abiertos los ojos en aquel momento. 
Pero, no hallándose despierto, el que avanzaba 
pudo llegar hasta su presencia, sin haber sido 
descu bi erto. 
Mas el que llegaba no era un hombre; era un 
guariba. 
De todos los monos cuya cola posee la propie· 
dad de asirse á cualquier parto, y que frccuentan 
los bosques del Alto Amn7onRs, como sahius, de 
forma graciosa; sajus cornudos, monos de pelo 
gris y saguinos, quo pareco llevan una rnáscara 
sobre su rostro gesticulante, el gUllJ"iba, sin con-
tradiccion, es el mús original. De iustinto socia-
ble, poco feroz y muy diferente on csto del mu-
cura, fiero y asqucroso, lo agrada la sociedad y 
anda generalmente ell bandarlas. Su presencia 8e 
anuncia desde léjos por un concierto de vocesmo-
nótonas, que parecen las oraciones salmodiadas 
de los chantr~s. Pero, si la Naturaleza no le ha 
creado perverso, no se le debe atacar SiD precau-
ciones. En todo caso, uu viajero dorlllido no deja 
de hallarse bastante expucsto, cnando un guariba 
le aorprellde en esta situacion y fuera de estado 
de defenderse. 
Este Illono, que se llama tambien barbado en 
el Brasil, es de gran estatura. La agilidad y la 
fuerza de SUB miembros hr.cen do él un animal 
vigoroso, tan aptl) para luchar en tierra como 
para saltar de ralla en rama hasta la cima de los 
gigantes del bosq~o. 
Pero entónces éste avanzaba p~o á poco y 
con prudencia. Miraba á todos lado a y agitaba 
rápidamente su cola. Ji estos individuos de la raza 
simiana la Naturaleza no se ha contentado con 
darles cuatro manos, de donde les vione el nom-
bre de cuadrumanos, sino que ha querido mos-
trarse más generosa, concediéndoles verdadera-
mente cinco, puesto que la extremidad de su 
apéndice posee una completa facultad de apre-
bension. 
El guariba se aproxima sin hacer ruido, blan-
diendo un grueso palo, qU6jmanejado por 8U bra-
zo vigoroso, podia llegar á ser un arma temible. 
Pasados algunos minutos desde que habia·visto al 
hombre echado al pié del árbol, la inmovilidad 
del que dormia le alienta, sin duda, para venir á 
verle más de cerca. Se adelanta, pues, no sin 
algo de vacilacion, y se detiene, en fin, á tres pa-
sos de él. 
Sobre su rostro barbudo se dibuja un gesto que 
descubre sus dientes acerados, blancos como el 
marfil, y agita la estaca de un modo poco seguro 
para el eupitan de los l.losques. 
La vista de Torres no inspira seguramente al 
guariba muy benévolas ideas. ¿ Debia tener, pues, 
algunos motivos palticulares para querer mal ¡\ 
aquella muestra de la raza humana quo la casua-
lidad le presentaba sin defensa? Puede ser. Se 
sabe r:uanto conservan algunos animales la me-
moria de los malos tratamientos que reciben, y 
era muy posible que éste tuviese algo de rencor 
contra los corredores de los bosquee. 
En efecto; para los indios sobre todo, el mono 
es una caza que llama mucho la atoncion, sea 
cualquiera la especie á que pertenezca, y se les 
caza con todo el ardor de un N emrod, no 801a-
mente por el placer do cazarle, sino tombien por 
el gusto de comérsole. 
Pero si el guariba !lO parecia dispuesto IÍ inver-
tir esta vez los papeles conociendo quo la Natura-
leza s6lo ha hecho do· él un Bimple herbívoro i si 
no trataba de devorar al capitan de los bosques, 
parecia dispuesto á destruir, alménos, á uno dCSllS 
enemigos naturales. 
Así, deepues de haberle contemplado algunos 
in~taute~, principió á dar vueILas en torno del ár-
bol. Marchaba lentamente, conteniendo su aliento 
y aproximándose más y más. Su actitud era ame-
nazlldora; su fisonomia, fel"Oz. Nada le era más fá-
cil que matar de un sol. golpe ti aquel hombre in-
móvil, y era lo cierto que en aqllel instante la vi-
da de Torres estaba pendiente de un hilo. 
En efecto, el gUllriba se detiene por segunda 
vez junto al árbol, colocándose de modo que pu-
diera. dominar la cabeza del hombre que dormía, 
y levanta la estaca para descargar el-golpe. 
Pero si Torres habia cometido una imprudencia 
ocultando en el bueco de la raíz la cajita que con-
tenia su documento y BU fortuna, esta impruden-
cia, sin embargo, fuá la que le salvó la vida. 
Un rayo de sol, deslizándose entre las ramas, 
vino á herir la cajita, cuyo metal brulíido brillaba 
como un espejo. El ruono, con esa veleidad pro-
pia de su cspecie, inmediatamente se distrajo. 
Sus ideas-si es que un animal puede tenerlll8-
tomaron otro giro. Se baja, coge la cajita, rotro-
oede algunos pasos, y levantándola hasta BUS ojos 
la contempla no sin sorpresa. 
Quizá se quedó más admirado cuando oyó reso-
nar las piezas de oro que conteuia. Aquel sonido 
le encanta. Era COIllO un chupador en manos de 
un nilío. Despues se la lleva á la boca, apretándo-
®Biblioteca Nacional de Colombia
LA JANGADA. 11 
la fuertemente con sus .dientes, pero sin lograr ni 
Aun hacer mella en el metal. 
Sin dnda el guariba babia creido encontrar allí 
alguna fruta de nueva especíe. Una gran almen-
dra brillante, con un hueso que flotaba libremente 
dentro de su cáscara. Mus, aunque bien pronto 
comprendió su error, no creyó que por esto debía 
abandonar la caja. Por el contrario, la empuña 
fuertemente en la mano izquierda, y suelta la es-
taca, que al caer rompe una rama seca. 
Al ruido que hizo, Torres se despierta, y con 
la prontitud de las pcrsonas que siempre estáu al 
acecho, y para quienes es cosa tan f,kil la trausi· 
cion dcl sueño á la vigilia, al mowento se puso 
cn pié. 
Al punto reconoció Torres al que tenía delante. 
- ¡Un guariba! - exclamó. 
y tomando la U1ancheta, que sc encontraba junto 
á él, se preparó para la defensa. 
El U10110, asustado, habia retrocedido al puuto, 
y ménos bravo delante tle un hombre despierto 
que dormido, dando un !'ápído salto se sube sobre 
los árboles. 
- I Ya era tiempo !-exclama Torrcs.-i El ¡Hi-
bon me hubiera lllatado sin ninguna ccnmlOnia! 
De repente, ve cutre las lll 'tnWI del mOllO, que 
se habia dctenido á veinte pasus de él, y que le 
miraba haciéndole gestos, como burlándose, su 
precio~(I, cajita. 
-¡EI1>ribon no me ha. lIlatado, vuelve á decir, 
pero ha hocho otra cosa clIBi peor!. ... ¡l\le ha robadu! 
El pensamiento de que la cajita. contenia todu 
su dinero, no fuá, sin elllbargo, bastante á prc-
ocuparle por el pronlo. Lo que le hizo saltar de có· 
lera fue la idea de que la caja encerraba aquel 
documento, cuya pérdida, irreparable para él, en-
trañaba la. de todas '11S esperanzas. 
-j:JIiJ diabl08!-,': rita. 
y csta vcz, queriendo recobrar á. toda costa su 
caja, se lanza á la persecucioll del gua.riba. 
lIarto COUOcill que no era muy fácil detener 
aquel ágil animaL Eu tierra se lu escaparía bien 
pronto. y por las TUlllas, más pronto todavía. Un 
tiro bien dirigido podia bastar para detonerle en 
sucarrem 6 en su vuelo; pero Torres no tenía 
llingun arIOs de fuego. Su machete y su azada 
sólo podian dafiar al guariba en la posibilidad de 
herirle de cerca. 
Bien pronto conoció qne el mono no podía ser 
deteni<lo sino por la mafia 6 la sorpre'a. Do aquÍ 
la necesidad de usar de astucia cun el malicio o 
animal. Detenerse, ocultarse detrae del tronco de 
un árbol, desaparecer bajo el ramajc, e incitar al 
guariba, ya á detenerse, ya á volver sobre sus pa-
sos, era lo único que poJia intentarse. Esto fue lo 
que hizo Torres, y la persecucion principin bajo 
tales condiciones; mas cuando el cllpitan de los 
bosques desaparecia, el mono reparaba, siu mo-
verse, lo que bacla, y en este ejercicio 'forres se 
fatigaba sin resultado. 
- ¡'Condenado guariba !-exclama luégo.-¡ No 
acabaremos nunca, y es capaz de volverme á lle-
var así hasta la frontera brasileña! j Si al ménos 
soltase mi caja!... .. i Pero no! i El sonido de las 
piezas de oro le divierte! ¡Ah ladron, si yo te 
lIegára á echar mano! 
y Torres vuelve á emprender la persecucion, y 
el mono á escapársele con nuevo ardor. 
Una hora se pasa en semejantes condiciones, 
sin obtener ningun resultaco. Torres sentia una 
preocupacion muy natural. ¿ Cómo no, si con aquel 
documento podia nadar en dinero? 
La cólera se apodera dc él entónces. Jura, gol-
pea el suelo con el pié y awenaza. al guariba. El 
terco animal le responde coh una especie de risa 
burlona, la más á propó ito para ponerle fuera 
de si. 
Torres vuelve á continuar la persecucion j corre 
hasta perder cl aliento, y se enreda entre aquellas 
altas hierbas, aquellas cspesas malezas y aquellas 
lianas entrelazadas, á traves ,le las cuales el gua-
riba pasa como un corredor de steeple-chase. Llls 
grnesas raíces ocnltas (ln! re las IJierhns borran de 
vez en cuando los senderos. Tl'Opi~za, se lcvanta, 
y en fin, principia á gritar : (( ¡ Socorro, socorro, al 
ladrou!», como ~i pudiera ser oido. 
Luégo, acabándosele laH fuerzas y faltándole la 
respintcion, ~I) vió obligado á ti tenerse. 
- i lUil diahlos!-dice.-Cuando yo perseguia á 
los negros cimarrones á traves de las malezas, no 
me causaban tanto disgusto. I Poro yo atraparé á 
esto mono malJitoJ ¡Yo iré tras él, sí, yo iré tras 
él, lllíéntras que mis piernas puedan sostenerme, 
y ya nos verémos! 
El guariba se habia quedado inn::óvil, vieudo 
(Iue el aveuturero cesaba de perseguirle, y se apro-
vechaba de e te intervalo para descansar, aunque 
estaba muy léjos de haber llegado á aquel grado 
de abatimiento que privaba de todo movimiento 
á Torres. 
Permaneció en tal estado unos diez minntos, 
mascando algunas raíces que habia arrancado á 
fior de ticrra, y haciendo sonar de tiempo en tiem-
po la caja junto á su oreja. 
Torres, exasperaJo, le tiró algunas piedras que 
llegaron á tocarle, aunque sin hacerle ningun da-
lío, á causa de la distancia. 
Era preciso, sin embargo, tom~r un partido. Por 
una parte, parecia iuscusato continuar la persecn-
cion del mono sin una seguridad de cogerle, y por 
otra aceptar con totlas sus consecuencias aquel ca-
pricho de la casuali.Jl1.l1, era quedar no solamente 
vencido, sino tl1.mbien engallado y burlado por 
un despreciable animal, lo cual bastaba para cau-
snr la desesperacion de cualquiera. 
y sin embargo, Torres esta\¡~ convencido que 
cnando llegase la nocho el It\llrou se escaparia 
muy cÓlllodamente, y él, el robado, tendria mucha 
dificultad para volver á encontrar su camino á tra-
ves de aquél ~spe80 ~osque. En efecto, la pera&-
®Biblioteca Nacional de Colombia
12 OIlRAS IJE ] UII \·,ER"B. 
Eran do. braoileños. 
cncion le habia nevado á algunas millas de la ri-
bera del rio I y le sería ya muy difícil volver á ella. 
Aunque titubeando, procuró resumir sus ideas 
con sangre fria, y finalmente, despues de haber 
proferido la última imprecacion, se resuelve á 
abandonar toda idea de volver á recobrar su caja; 
pero lisonjeándose todavía I áun á despecho de BU 
voluntad, de tener aquel documento en que esta-
ba basado su porvenir, segun el uso que pensaba 
hacer de él; se dijo que era preciao tentar un últi-
mo esfuerzo. 
LevAntase pues. 
El guariba se levanta tambien. 
Da algunos pasos hácia adelante. 
El mono hace otro tanto hácia atra8. Pero esta 
Tezl en lugar de internarse en lo profundo del bOI-
que, se. detiene al pié de un grande fiCU8, árbol 
cuyas variedades 80n tan numerosas en toda la 
cuenca del Alto Amazonas. 
Asirse al tronco con sus cuatro manos; trepar 
por él con la agilidad de un clown que imitase á 
un mono; agarrarse con la cola á las primeras ra-
mas extendidas horizontalmente á cuarenta piés 
sobre el suelo ¡subirse despues basta la cima del 
árbol, hasta el sitio en que sus últimas ramas se 
ll"JClinaban sobre él, no fué más que un juego 
para el ágil guariba, y negocio de algunos ins-
tantes. 
Instalado allí con toda comodidad I continúa sn 
interrumpida comida, cogiendo las fruthS que be 
hallaban al alcance de su mano. 1 Torres tambien 
tenía gran necesidad de coruer y de beber j pero le 
®Biblioteca Nacional de Colombia
t A JA~(; AnA. 1;¡ 
era ,mposible! IS" morral "ptaba limpio y su ca-
labaza vacfa! 
Sin embargo, en lugar de retroceder, se dirigió 
hácia el árbol, por más que la posicion adoptada 
pOI' el mono fuese eut6nces muy desfavorable pa-
ra él. No podia ni áun Bofiar en trepar á las ramas 
de aquel licua, que su ladron habria muy pronto 
abandonado por otro. 
i y siempre la cajita, que no podia coger, reso-
naba en su oido! 
En su furor'y en BU locura, Torres apostrofa al 
guariba. Seria imposible decir la serie de invecti-
vas con que le regala. No se limita á llamarle 
mestizo. lo cual es una grave injuria en boca de 
un brasilefio de raza blanca, sino que tambien le 
llamacuriboca, esto es, mestizo de negro y de in-
(lia; pues de todos los insultos que un nombre 
puede dirigir á otro, éste es el más cruel en aqueo 
lla latitud ecuatorial. 
Pero el mono, que no era más qlle un simple 
cuadrumano, se burlaba de todo lo que pudiera 
decirl e un repre~entallte de la raza humana. 
Torres entónces principia á tirarle piedras, raf· 
ces y todo lo que podia servirle de proyectiles. 
~ Tenía esperanza de herir gravemeate al mono? 
No ..... ya no sabía lo que se hacía. A decir ver· 
dad, la rabia que le causaba su impotencia le pri. 
vaba de la razono Quizá esperaba el instante en 
que, al hacer el guariba un movimiento para sal-
tar de una rama á otra dejaBe caer la cajita, y 
aún que, para imitar los ademanes del agresor, lle. 
gára á tirársela á la cabeza. 
®Biblioteca Nacional de Colombia
14 OSRAS DE JULIO VER.~. 
Pero no; el mono procuraba retenerla, y aun-
qlle tenía ocuparla una mano con ella, lÍun le -que-
daban tres para mnnCillrBc. 
TorreR, desesperarlo, iha ya á auandonar la parti-
rla y volverse hácia el Amazonas, cuando se dej6 
oir un rnmor de voces. ¡ Sí! .... un rumor de voces 
llllllHlnnA. 
Se hablaba á unos veintF' pasos elel sitio <:n (lue 
8~ encontraba parado el capitan de los bosques. 
El primer euidndo de Torres fué ocultarse entre 
un e~reso ramaje. Como hombre prudente, no 
qneria rlejnrsfl ver Rin saber, nI ménos, ante quién 
podia hncerlo. 
Palpitante, turbarlo, cRcuchaba con atento oido, 
cunndo de repente se oyó la detonacion de un ar-
ma defllego. 
Un grito la siguió, y el mono, mortalmente he-
rido, cnyó pesadamente al RucIo, tcnienrlo siempre 
la cajitn de Torres en la mano. 
-¡ Por el diablo!... .. -exclmm éste-véuije un" 
bala que llega 1\ muy buell tiempe. 
y esta vez, no importándolo que le vieran, salió 
rl(' {'ntre el ramaje á tiempo que dos jóvenes apa-
recian bsjo loa úrboles. 
Eran uos hrasilefios en trajo de caza, con botas 
de cuero, ligero sombrero de p¡tlma, chaqueta, (Í 
más bien casaca cefiida á la cintura, y más cómo-
da que el poncho nacional. Por SUA facciones y RU 
color, elaramente se eonocia que eran de sangre 
portuguesa. 
Cada nno estaba armado eon un largo lusil de 
fábrica e~pafiola, que recuerdan algo las arma~ 
árabes; fusiles de largo nlcnncey de una gran 
prccision, y que los hnuil1ntes de Jos bosques del 
Al.o A1ll3Z0nitS mnnojun con sumo acierlo. 
Lo qnc aeabaha do suopder Prit la prueha. A nlla 
distancia oblícnn do m:íR 110 o,,:.ont/1 pll~OR, el CU/1-
l!rumano habia. l'it1o herido en merlio de la cabe7.n. 
Adema~, 10R do!! jlí\"ene8 l1evab1ln á h cintura 
nn/1 eRpecie ¡Je cuchJllo-plll'lal, qne se llama faca 
cn el Brasil, y del cual los cazadores no \"acil:ln 
hae,;r uso para. atacar.la onza y otros animah'R, 
Fi !lO tan terribles, al ménoR bastante numerOROS 
\'n aquellos bOS(llleR. 
E\'jlkn!cIl1l'nte, Tllrres ll1ula tcufa (pie t~m"r lle 
:vlllel encuentro, y se :lple~Urú á correr háci,¡. el 
(J1l~l'pO del mono. 
P'Jro los j6venes, qne avanzaban en la mioma 
Ilirpceion , tenian ménos camino que andar, y se 
habian aproximado algunos pasos euando se en· 
c'lntraron enfrcnto de Torres. 
}}qto habia recohrado sn presencia de ánimo. 
-i ll!1cha~ gradaR ..... sefiores!-lesdijo alegro· 
m 'nto quitándose el sombrero. - Me habeis he-
cho nn gran scrvicio matando á este perverso 
animal. 
Los cazarlores se miraroD,sin comprender desde 
luégo por qué Be les daban las gracias. 
En pocas palabras les pllSO Torres al cOP!'iente 
de lo que ocurria. 
-IIabeis creido matar s610 á un mono - vuelve 
:í decirles - y en realidad babejs matado un la-
dron. 
-Si nosotros os hemos sido útiles-respondió 
01 más jóven de los dos-ha flido á golpe se:;uro 
y sin sospecharlo; mas no por esto nos ronel'p-
tuamos ménos dichosos ai os hemoR scrvido de al· 
guna eosa_ 
y dando algunos pasos alras, se inclina sobro el 
guariba y retira, no sin esfuerzo, la cajita de Sil 
mano crispada todavía. 
-Ved lo que sin duda os pertcnece, sefiOl'-
dice. 
-Esto es - responde TorreR, qne toma apreRlI-
rudamente la cajita, sin poder contener un gran 
suspiro de consuelo. 
- ¿ A quién debo agradecer, seilores, el Rervicio 
que se roe acaba de hacer? 
-A mi amigo ::\Ianuel, ayudante mayor de mé-
dico en el ejéroito brasilefio-dicc el jÓvcl1. 
- Si yo he si llo el ql!e ha tirado nI monO-Te-
plica Manuel-tú fnÍ3te quicn me lo hizo ver, mi 
querido Benito. 
- En ese easo, sefiores-replica TorrcR-á los 
dOR me hallo obligado; tanto al fleñor 1Ilanuel, co-
mo al sefior ..... 
-Benito GnlTal-responde Mannel. 
Mucha fuerza de ánimo necesitó nI cnpitan de 
los bosrlll~~ para no estremecerse al oir aqllclllom-
bre, y Rnbro todo, cuamlo el jlíven afiarle con ~'l­
Inotería: 
-La granja de mi padre Juan Garral se halla 
tí tres millas de aqní (1). Si os pInce, señor ..... 
-Torres-responde el aventurero. 
-Si os place, seilor Torres, venir con nosotros, 
Rcr~·i~ hipll recibi,lo. 
-Yo no ~é Ri podré-contc~ta TorreR, ql11', POI'-
preuflido por nqupl enoncntro ineqpcrndo, vaei'nh~ 
en tomar '1m partit1o.-Temo, á la verdad, no po-
rler admitÍr vupstra oferta. El inrirlentt' ql1(\ :len-
bo de rr·fcrir mo ha hecho prnlcr muC'h" tielll-
po ..... Tengo que volver pront:llllcntc ¡d(·in el 
Amnwnaa, p'lrqlle runnto con Laj.u 1:r.~ta P .ra. 
-EntónceA, Aeñor Torre3- rcpuso Bcnito-pq 
mny probable que \7"lvl1mos á vcrnOR, porque ún-
te8 de 110 mes mi padre y toda su familia habrán 
tomado el mismo camino que '·OR. 
-j .\h! - exclama "ivamente TorrrR.-i, VneRlro 
padre trutn. de volver á pasar la front(,rn hra,i-
lofia? 
-sr, para nn viaje de algunos m"~es -ru~p(\n­
di6 Benito. - Al méIlO~, nOAotros e8p~ramos deci-
dirle. ¿ No os e to, ::\13nnel ? 
Manuel haee un signo nfirmativ,.o de cabeza. 
-y bien, Befiores-vuelve á deeir Torres.-ER, 
en efecto, muy posible 'lue volvamos á encoIltrur-
nOR en nuestro camino. !\Iaa yo no puedo, aunque 
(1) La.. medí" ... it.inemria' en el Bm..n ron In peqneiln !Ilur., 
que vale 2.0Qv nlétro .. y la legua CO!llWl 6 gran Dlilln, '1ue vAJo 
6.18U metros. 
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.. 
LA JANGADA 15 
con sentimiento, aceptar vuestra oferta en cste 
instante. Os lo agradezco, sin embargo, y me con-
sidero doblemente obligado. 
y dicho esto, saluda á los dos jóvenes, que le 
de.,.uelven el saludo y toman el camino de En 
granja 
En cuauto ti Torres, les contempla alejarse. 
Desplle~, cuando los hubo perdido de vista, excla-
ma con una 'oz enveroosn : 
- i Ah 1.. ... i Él va ti pasar la frontora! i Qne la 
pase, pues, y así .e encontrará mejor ti diRpoeicion 
mia!... .. i Buen viaje, Juan Garral 1 
y dichas estas palabraR, el capitan de los bos-
ques se elirige húcia 01 Sud, de modo quc pudiese 
enconlrnr la orilla izq'Jierda del rio por el camino 
más corto, desapareciendo muy presto entre la es-
p esa arboleda. 
m. 
LA FA~!ILrA GARR~L. 
LB al(lea ele Iquitns se halla situarla ccrcn do la 
orilln izquierda del Amazonas, poc2 máq ó mé-
nOR Bohre el 7·~· meridiano, en aq\leJla parte 
del gran rio, que lleva aún p] nomhre rlf' ~a­
raíion , cuyo lecho Repara 01 Perú dr In nC'pílhli-
ca del Erlla.dor, ti cincucnta y cinco leguas háda 
el Oc~tf' ne la frontcraJdcl Brasil. 
Ir¡uito~ fué fllll,lndo por- los misioneros, como 
todas las casaR, aldeas y Itw;nrcillvR rplO se hallan 
en la cuenca d~1 Amn7.onfl~. JL.~ta 1'1 año ,lécimo· 
sétimo de e tI' si;,.:lo, los ineliO!l iqllito~, <¡ne forma-
ron por tlD momento 911 únic.'t pnulncion, cRtaban 
retiradoR E'n el interior ele In provincia, hastante 
léjos del rio. Pero tlll dia I(,s man'lnlilllC's de Sil 
territorio RO secaron á cons{'cllcncia de una erllp-
cion volc:ínica, y so vieron n la IH'ccsidlld de ve· 
nir {¡ estuhlecerse en la izquierda del :lIarnüon. La 
raza se alteró l¡ieD pronto, á consecnencia de los 
enlaces qne contrajeron con 10R indios rioerCf'ioR, 
Ticunas ú Olllng-a~, y hasta hoy !lía Iquitos s!Ílo 
CDenta con una pohlncion mixta, á la cnal se de· 
ben afiarlir algllnos ospuñolPR y dos 6 tre8 fnmiliflA 
de mcstiZflp. 
Una!! Cl1l\rE'otn chozas, bAstante mis('rableR, cu-
yo techo do' búlago apénns las hAcia dig-nafl elcl 
nombre' d(' cnbaiin~, COllJpOIl;'lI1 tOd:l la aldea, aun· 
qnG por otra parte sr> hnllahan pintorpseamcnte 
r\grnp¡ulns en \lna explnnn(ln que dominaba la~ ori 
lIas del rio ¡i 11nO'l s("'~enta pi,\!! d(> ol,·"'acion . UIl1\ 
cseall'r:t hecha ele troncos, tra \~el'sulr,1 nte eolo-
catlos, fllci1ita el nrcC'~o ,¡ la al (Jf'1J. j pero 80 oculta 
tanto IÍ los ojos elel fOrll'ltero , qnc é~to no se atre-
ve á trepar por ella, porque la bajalln le parece 
illlposiule. ~!as una vez sohre la allllr:t, enclIén-
trase delante de una cerca, poco rcsgllanlnda de 
arbustos variados y plantas arborescentes, liadas 
por cordones de lianas que se extionden aquí y 
allf, desde IlIs copas de los bananeros y tle palme-
ras de la máa elegante especie. 
En aquella época, y siD dnda la moda tardará 
mncho tiempo en modificlI]' ·1 traje primith·o, los 
indios de Ir¡nitos iban poco ménos que d anudos. 
Solamcnte loa españoles r los me tizos, quc ll1ira-
l'fin ""n grltn desden á AUq concillc1a,Lllos iodíge-
na!!, ibnn vestidos con una simp!o camisa, un pan-
talon ligero de telilla elo algodoD, y so cubrían la 
cabeza con un sombrero de paja. Por lo dema~, 
todor. vivian miserablemente en este 1 u gnrci1I o, 
trat<Índose y jnnüíndose poco j y ~i nlgnna vez PO 
rCllllinn, era únicamente en l/IR horas en quc la 
campana de la i\li"ion les llamaba á la casa medio 
derruida que scrvia de iglcsin. 
Pero si 111. vida se encontraba en el estado cnsl 
rndimentllrio en ellllgarejo <1(\ Iquitos, como en 
la mayor parte de los aldei1l3s del Alto Amazo-
nas, DO habia m:1.s que amlar un[\ legua bajan-
do húcia el rio, para ,el' en la misma ribera un 
rico establecimiento, donde se cDContraban reuni-
rlos touOR los elemcntos para gozar una "ieh có· 
moda. 
É.te era In granja de Jnan Garral, húcia la cnal 
,olvinn los rlos júvenc~, despucs de su encuentro 
con (il capitan de los bORIJues. 
Allí, sohrc un recodo dd rio, en la confluencia 
del X anay, ancho de quinientos piés, hacia b: s-
tantes años que estaba fl1nc1nda aquella granja, 
aquella alquería, /¡ para emplear la cxpre.ion del 
pais, aquella.ffl~end(/, entónc(>s en plenn prosperi-
dad. Bafiábaln al Norte la orilla derechadel Na-
nar en un eBpacio ne uno peqllciia milla, tenicnrlo 
una anchura ig-Ilul al E~tc, por donde tocaba 1\ la 
ribera del gran rio. Al O('~tc, pequcíins corrienlcs 
¡le agua, tríunturiaR ,lel Xanay, y algunas lagu-
nas: de mediana cxtemion, la RepnmlJUn de la Aa-
b:mo. y de las campilinf! destinadns á pasto dc los 
nnimalps. 
A ni era donde .Junn Garral, en 182G, ninlc y 
!<,·is oiios IÍntos de la época cn qlle principia (·pta 
hi~loria, íllé acogirlo por el propietario de Jafa-
zenda. 
Ar¡l1el portu~u 8, llamarlo :lf(1gallánes, no t(mifl. 
lIIáH io.1l1"tri" q110 la de C'xplotar Ins mndera~ riel 
p:lÍs i y Sil establecimiento, r('cientcmellte fUDda-
dI), ocupaha entónces Dnn media milla ti la rihera 
del rio. 
"\ lIí, ~I agaJlánf's, ho~pitalario como todo~ los 
portllgur'Re~ de nntiguil raza, vivia con RU hija 
Ya'lllitn, que rl(>~r,J('8 de 1" lnllNlo de Sl1 marlre 
ha1.ill. tomado el ¡.;nbicrno de la cllsa. Mag-nllánes 
era lln bll~n trubajílllor, duro i pero carecia de inH-
tmccion. A1Inque I'ahin dirigir algunos esclavos 
que poseia y la docena de ,ndios cuyos servicios 
nj1\staba, mostrábase muy poco apto en las ope-
ral'iones exteriores de sn comercio. AA!, PUCI', falto 
de saber, el establecimiento do Iqnitos DO pros-
penLba, y 108 asuntos del negociante portugues so 
encontraonu bastante confusos. 
En aquellas circunstanciaa fué cuando Juan 
Garral, que contaba. ent6nces veintidoB alíos, ee 
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t6 Ollllh DE JLI ID VERNI':. 
I.Jc.J~ a. .. ibera del Tlo DO se veia más que la casa foreslal 
encontró un dia oon Magallánes. Rabia Uegado al 
pnÚJ al cabo de muchos esfuerzos y apuros. Maga-
lIánes le habia encontrado en un bosque vecino, 
medio muerto de hambre y de fatiga. Aquel por-
tngues tenía un gran corazon, y no preguntó al 
desconocido de dónde venía, sino lo que necesita-
ba. El rostro noble y altivo de Juan Garral, á. pe-
B&I' de su debilidad, le habia interesado. Le reco-
gió, le hizo ponerse en pié 1 Y le ofreció desde lné-
go, y por algunos di as , una hospitalidad que 
debia durar toda su vida. 
Véase, pues, por qué circunstancias se introdu-
jo Juan Garral en la granja de Iquilos. 
Era brasileflo, y se encontraba sin familia ni 
fortuna. Los disgustos, decia él, le habian obliga-
do á expatri&llle 1 á rennnoiar á toda idea de vol-
ver é,81l patria, y rogó tl BO hn~'Ped que DO l. 
preguntase nada sobre sus desgracias pasadas, 
desgracias tan graves como inmerecidas. Lo que 
él buscaba, lo que él quería 1 era una vida nueva, 
una vida de trabajo. Habia andado un poco á la 
ventura con la idea de establecerse en alguna ha-
cienda del interior. Era instruido, inteligente, y 
tenia en toda su presencia ese no sé qué que re-
vela al hombre sincero, de alma pura y recta. Ma-
gallánes quedó seducido, y le rogó permaneciese 
en la Hacienda, donde podría introdWll':- ~ qlle 
faltaba al digno granjero. 
Juan Garra! aceptó sin vacilar. 
La intencion habia sido entrar deede loégo en 
on ,mngal, explotacion de caontchooo, donde un 
boen obrero gmaba en aquella época oiDoo 6 .. 
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LA JA_ GADA. 
Exl¡ió una promesa que le fué owrgad~ 
piastras (1) diarias, y podia esperar encontrar 
patron por poco que la suerte le favoreciese j pero 
Magallánes le hizo observar justamente que, si la 
paga era crecida, no se hallaba trabajo en el se-
ringa! más que en la época de la rccoleccion, es 
decir, durante únicamente algunos meses, lo cual 
Il/) podia consti tuir una posicion estable y tal 
como é! debia desearla. 
E! portugnes tenía razono Juau Garral lo com-
prendió, y entró resueltamente al servicio de la 
fazenda, decidido á consagrarle todas sus fuerzas. 
No tuvo Magallánes motivo para arrepentirse 
de la buena accion que ejecutára. Sus negocios se 
restablecieron. Su comercio de maderas, que por 
(1) Cerca d, 80 fr8uOOI, paga que 118 eleva a1rnnao ViCH , 10', 
PRIH1I:RA P ARTB. 
el Amazonas se extendía basta Para, tomó bien 
pronto, bajo la direccion de Juan Garral, una ex-
tension considerable. La fazerula no tardó en au-
m~nt¡¡r sus proporciones, y se desarrolló sobre la 
ribera del rio hasta la embocadura del Nanay. De 
la babitaciol1 se hizo una hermosa morada, con un 
piso alto cercado de un ve1"alulal~ Ó corredor, y 
medio encerrada entre hermosos árboles, como 
mimosas, higueras, sicomoros y paulinias, cuyo 
tronco desaparecia bajo un enrejado de granadi-
llas, de bromelias de fiores escarlata y de capri-
chosas lianas enredaderas. 
A. lo léjos, detras de 10B gigantescos matorrales 
y de un espeso mazonal de plantas arborescentes, 
se ocultaba el conjunto de las construccioneB don-
de habitaba el personal de la fazenda. LaB habi-
2 
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18 OUllAS DF. ](TUO V En:s-&. 
taciones comunes á todos, las casetas de IOR ne-
gros, las cabafias de los indios. Desue la ribera 
del rio, guarnecÍlla de cafias y otras plantas acuá-
tioas, no se voia mús que la casa foresta!. 
Una vnsta campifia, cuidado~amente desmonta-
da ti. lo largo de las lagunas, ofrecia excelentes 
pastos, y los animales abundaban. Esto fué una 
nueva fucnte de grandes bentlficios en a'luellas 
ricas comarcas, donde un rebafio se duplica en 
cuatro afios dando un diez por ciento de intercs 
solamente con la venta de la carne y de las picles 
de los animalcs dcgollados para consumo do los 
criadores. Se establecieron algunos sitias ó planta-
ciones de yuca y de café en llr¡ue11".' pnrLcá del 
bo~que dcspcjad[\s por la corta do árboles. Los 
plantíos de cnüa de azúcar exigicron bien pronto. 
la consLruccion de nn molino para la prcsion de 
las cafias sacarinas destinadas ú b. flllnicncion de 
la melúza, el agual'llicnte y el ron. Brevcmente, 
diez años despnes de la llegada do Juan Gnrm1 á 
la granjl\ de Ir¡llitos, la jll:CIl(lt, 8e habia conver· 
tido en ano de los más ricos establecimientos del 
A.lto Amnzonas. Graciaa {¡ la buona direccion dl1<ln 
por el j.',\·on encnrg¡l(]o á 108 trabajos del interior 
y á los negocios de .fuera, su prosperidad ib;l en 
aumento de dit¡ en dia. 
El portuguea no hahin tardado mucho tiempo 
en reconocer lo que debia ú Juan Garra!. A fin de 
recompenaarle segun su mérito, le babia iuteresa-
do <lesue luégo en los beneJIrios <le ~u I'xplotacion, 
y más adelantc, á los cuatro nüos do!'pucs \10 su 
llegadl\, le hahL\ hecho HU socio, cou lns mismas 
atribucione§ quc él y con igual purticipncion. 
Pero {¡uu me(litnba premiarle mejor. Ynqllita, ~11 
hija, habil\ recollnci(lo, como él, en nquel jóven si-
lencioso, dulc!' con IOR otros, duro consigo mj~mo, 
importantes eunlitl,\ les de corazou y tle tnlento. 
Ella le amabaj poro aunr¡ue, por su parte, Juan no 
hnbi('l'a sido insensible á los méritos y á la bon(ltlll 
de aquella hermosa já,'en, fuese por orgullo 6 
fuese por reserva, él no pllrecia diRpuesto á pc-
dirla en matrimonio. 
Un grave suceso apresur6 la soluciono 
Dirigiendo Magallános cierto dia una corta de 
árboles, fué herido mortalmente por la caida do 
uno de ellos. '.rrnsportado casi sin movimiento á 
la granja, y sintiéndosl} perdillo, levanta á. Ya-
qnita, qllQ lloraba tí su lallo, la toma la mano y la 
une á la de Jnan Garral, haciendo jurar tí éste 
que la tomaria por esposa. 
-Tú has rehecho mi fortuUII-le dice-y yo no 
moriré tranquilo si por medio de esta union no 
advierto asr;;nrado el porvenir de mi hija. 
-Yo puedo quedar siendo su servidor mlls adic-
to, su hermano, SIl protcctor, sin ser Sil CRp0l10 
-habia desde lnégo contestado Juan Garral.- Yo 
os 10 debo todo, l\Iagalhínes, y no lo olvidaré ja-
IDas ; pero el precio tí qne quereis pagar mis scr-
vicios es muy superior á su mérito. 
Pero el v iejo insistió; la muerte no le permitia 
agu[\rdnr, y exigió una promesa quo le fué otor-
gada. 
y nquita. tenía entánces veintiuos afios; Juan, 
eintiseisj loe dos se amaban, y se unieron algu-
nas horns állles de la muerte de MngalJálles, que 
áun tuvo fuerzas bastantes para bcndccir su 
union. 
Por censecuencia de cstas circunstancias, Juan 
Garral quedóen 1830 como nuevo granjC'I'O de 
Ir¡uitos, con extrema satisfuceion de todos los quo 
componian el personal Je la qui;¡ta. 
La proBpel'idad del cgtablccimiento no podia 
ménos de lI.umcntarse dirigitlo por aquellas dos in-
teligencias rdl!Jidas en un solo coraZOD. 
Un afio dcspuos Je su enlace, Yaqllita dió I1n 
hijooá su marido, y dos auos más tarde, una hija; 
Dvnito y Minha, los nietos del viejo portugues 
debian ser dig-nos de sn abuclo, y loa hijos dignos 
ue Juan y de Yaqllita. 
La niña se crin\Ja hermosa, sin salir un solo ins-
tante ue lnja.~cJlda. E,Jucada en ese centro pmo 
y sano, en ese centro de IH¡l1clla naturaleza her-
mo~ígilll[\ de las rcgionl's tropicales, la edueacion 
que la daba ~1l mauro y In instrllccion que recibia 
de sn padre fueron suficieutes para ella. ¿Qné más 
1mbicr.\ pOtlido aprender en un convento de Ma-
nao 6 de Delcm? ¿ Y d6nJe pódria haber encontra-
do ml'jol'<!s ejemplos de todr.s las virtudes priva-
das? ¿Stl'corazon y su talento serian más delicada-
mente formados léjos del hogar paterno? Si el 
(lestino la reservaba el succder á su marlro en la 
a,lmitlistracion de la fa::ellda, ella sabria ponerse 
á la altura que conviniera á ar¡uella situncion en 
10 vcnidero. 
En Cllanto á Danito, ya fllé otra cosa. Sil padre 
qlli~o, Y con rm~'Jn, que recibiese una cduracion 
tlln eúlilla y (fin completn como se daha entónces 
en hs grnnlles cinnatleR de:l IlraRil. Ya el rico gran-
j ro no lt-rlÍa nad" qne nC'garse trntún<!oRe de BU 
hijo. D('n;(o m::nifcstab:dl'lic('s di¡;f'0Bkionc'~, un 
talento chro, una inteligencia viva, y cualidude!\ 
del coruzon ignall's é. las del ingenio. A la edlltl 
de docc mios so le ou'';6 á Para, :l Dclem, y allí, 
bajo la d¡reccion de excelentes profesores, adl]ui-
rió los elemento~ rI() una educacion que debia ba-
cer de él un homl,re distinguido. Nada le fué di-
fícil en Ins letras, lns ciencins y lns artes, y Re 
instnlyó como ~i h fortuna de su padl'e no le hu-
biera permitido ",i,-ir ocioso. No era de l('Os que se 
imaginan que b riqueza dispensa del trabajo j al 
contrario, era tillO de esos nobles espÍl>ituB, firmc~ 
y rectos, que creen que na,h ~e ,lebe sustraer tí 
aquella obligacion natural, fli se qllipre hacerse dig-
no del titnlo de hombrc. 
Durante 108 primoros afios de su permanencia 
en Belem, Benito habia eontrnido reíaclones con 
Manuel Vald~R. E"te jÓ\'Cll, hijo de un negociante 
de Para, spguia sus estudios en clmiRmo instituto 
que Benito. La conformidarl de RllH caractéreR:r de 
BUS gustos no tard6 en nnirlos con una estrecha 
®Biblioteca Nacional de Colombia
LA. JANGADA.. 19 
amistad, y fueron dos insepnrables compaiíeros. 
Manuel, nacido en 1832, tenia un alío ménos 
que Benito. No tenía más que su madre, que vivia 
de la. modesta fortuna que la. habia dejado Bll ml1-
rido. Así, cuaudo terminó Sl1S primeros eRtlldios, 
siguió la. carrera de Medicina. Tenía un gusto ex-
cesivo por esta noble profesion, y era su intento 
entrar en el srrvicio militar, hácia el cllal se sen-
tia sumamente inclinado. 
En la época en que le venimos á encontrar con 
su amigo Benito habia obtenido yll su primer 
grado, y habia venido á disfrut.ar algunos meses 
de licencia á lafazenda, donde tenía 111 costumbre 
de pasar sus vacaciones. Este jóven, de buen ros-
tro, de fisonomia distinguida y de cierta arrogan· 
cía natural, que le sentaba muy bien, era un hijo 
más que Juan y Yaquita conlaban en la casa. Pe-
ro si esta cualidad de hijo le hacía el hermano de 
Benito, semejante título le habia parecido insufi-
cieute respecto de Minha, y bien pronto debia 
unirse á la jóvcn ('on UI1 ]llZO más estrecho que el 
que une 11 una ]¡crmanll. y á un hermano. 
Eu cl afio lS52-hah¡ull ya pasado cuatro meses 
desde el principio de esta historia- .Jllan Garral 
contaba cuarenta y echo aUoa. Bajo nn clima de-
vorador, que gasta, la vida muy pronto, por su 
sobriedad, la pTecnllcion en sntisf .. eer sus gustos 
y la moralidad dc su villa, toda trabajo, ¡.uJo re· 
sistir allí dOllde olros caducan /Íntcs <le tielapo. 
RIIS cauellos, qlle gastaba cortos, y Sil barha, que 
lleYnba entera, empezaban ya á poncrse grises, y 
le daban el aApecto de un puritano. La honradl'z 
proverbial de los cOl.lerciautcs y hn'>cndados brn-
silcfíos esLaba illlpresa en su fisonomía, en In cual 
la rectitud ora el cnnícter mÚA notal,le. Aunque de 
temperamento tranqnilo, notúb~se en él cnmo IIn 
fuego illterior, que la yoluntad Falda <loll.iuar. La 
pureza de en mirada in,licaba IInn fllll'Za muy 
granoe, á la cual no dchin jamas ape!r.r en vano 
cllando se trataba de portarse con bonor. 
y sin embargo, en e te hOUlbre tranquilo, que 
pared a haber consl'guido cnanto puede desearse 
en la vida, so advertía uu fondo de tristeza, que la 
misma ternura de Yaqllita no habia podido vencer. 
¿ Por qué este hombre recto, considerl\do por to-
dos, puesto en las condiciones que oeben asc;guTaT 
la dicha, no manifestaba una expansion raoiantc>? 
¿Por qué aparecia no poder ser dicllMO, cuanrl,) 
procuraba que los demas lo fucsen? ¿ D bin atri -
buirse esta disposicion á algun secreto pesar? :Cato 
era un motivo de constante preocupacion para BU 
csposa. 
Yaquita tenía ont600e8 cuarenta y cuatro afios. 
En aquel pais tropical, dOfllle sus semej,lUtcs eran 
ya viejas á los treinta, ella habia podido resistir 
á las disolventes influenei s del clima. SUB faccio-
nes, un poco duras, (' o hermosas toda"fa, con-
servaban ese arrogante cliselío del tipo portngues, 
en el que la noblerya Ilel I'Ostro se une á la digni-
dad del alma. 
Benito y 11ioha correspondian con un cariño 
sin límites, que se demostraba en todas lns ocasio-
nes, al IImor qno SIlS padres manifestaban por 
ellos. 
Benito, de veiute y un Míos entónces, vivo, 
• nnimoso, simpático, todo exterioridad, contrasta-
ba en esto con su amigo Manuel, más serio, más 
reflexivo. IIabia sido llll plrtcer extraordinario para 
él, despues de un alío pasado en Belem, léjos de la 
quinta, volverse á hallar con su j6ven amigo en 
la mansion paterna, haber vuelto á ver á su pa-
dre, su madre y su hermana, y encontrarse, en 
fiu , él, que era nn cazador temerario, en medio 
de los soberbios bosqnes del Alto Amazonas, de 
los que el hombre, durante muchos años, no pe-
netrad todavfa los serretos. 
lUin11a tenía ent6nces veinte afios. Era una her-
mo~a j6ven morena, con ojos azulcs, de esos ojos 
que hablan al alma. De mcdíana estatura, bien 
formnrla y de una gracia vi vaz, recordaba el bello 
tipo de Yaquita, un poco más seTia que su herma-
no: buena, carifativa y bQnéfica, era quorida de to-
dos. Sobro eRte punto pOllin preguntarse sin temor 
áloB más ínfimos crimloB de la granja. Por ejf'mplo, 
no se hubi~ra podido pregnntar al amigo de su her-
mano, á Mnnuel Valdés, cómo la encontraba. Este 
se hnllaha mlly intcrl'8000 en lo. cneslion, y no La· 
bria podido responder &in algo de parcialidad. 
La pintura de la familin. Garral no esiaria bien 
acabarla y In fultariun nlgunas pinceladas si no se 
hablsF.e del num~roso perEoll!l1 de lafazenda. 
En primer lugnr debemos nombrar á una vi ... ja 
negra, de sesenta auos; llamada Cihéles, libTe por 
In volunlad de su amo, y «sclava por el afecto 
que ó. él y á JOB suyos profeHnba, y que haLia sido 
la nodriza de Yaquitll. ElIIl pertenecin ya á la fa-
milia y trataba con toda familiaridad á la madre 
y á la hija. Tocla la vida de esta excelente cria-
tura se habia pasado eu aquellos campoR, en me-
dio de aquellos bosques y junto á aquella ribeTa 
del rjo, que linút ba el horizonte de la quinta. 
IIabia ycni.lo llJuy niúa á Iquitos j en el tiempo 
en que <Íun se hacía la trata de negros, no Rali6 
jamas de la aldcita, donde se casó, habiendo que-
(lado viuda muy temprnno, y perdiendo Ú Sil {lIlieo 
hijo, consngróse enteramente al servicio de Ma-
gall'¡ne~. No conocia más del tenitorio del Ama-
zonas que lo que so de~plegnba ante BU vista. 
Con ella, y más cspf'einlmente commgrada al 
servicio do llinhll , babia una linda y alegre mu-
lata de la edad de la j6ven, y que le em completa-mente adicta . Llamábase Liua, y era una de esas 
preciosas criaturas, un poeo mal criadas, á las 
cuales se les permite ulla gran familiaridad, pero 
que, en cambio, adoran á sus sefíora.s. Viva, tra-
viesa, cariiíosa, todo la era permití/lo en In casa. 
En cuanto á los demaB sirvientes, los habia de 
dos elascs. Los indIOs, en número de unos eiento, em-
pleados á Rueldo en lOA trnbnjos de 111 qllilltll, Y 108 
negros, dobkR en Dlím(\ro, que no nacil\nlibrea to-
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ODRAS DE JULIO VERNE. 
JolInha tenia entónce. veinte allO!l. 
dAViAj pero cnyos hijos ya no eran esclavos. Juan 
Garral 80 habia anticipado en esta vía al Gobierno 
brasilelio. En este país, con todo, más que en nin-
gun otro, los negros traidos de Benguela, del Con-
go y de la Costa de Oro son siempre tratados con 
dulzura, y no habia que buscar en la hacienda de 
Iquitos esos tristes ' ejemplos de cnleldad, tan fre-
cuentes en las plantaciones extranjeras. .Y 
IV. 
v ACILACIONEii. 
Mannel amaba á la hermana de su amigo Beni-
to, y ella oorrespondia á su caril1o. Los dos habían 
podido aprecial1!e, y eran verdaderamente digno! 
uno de otro. 
Ouando Manuel estuvo convencido de que no 
se equivocaba respecto de los sentimientos que 
experimeutuba por Minha, se franque6 desde lué-
go con Benito. 
-Amigo Manuel-le habia contestado al pun-
to el entusiasta jóven - tú tienes una hermosa 
razon para quererte casar oon mi hermana. Déja-
me hacer. Voy á empezar por hablar á nuestra ma-
dre, y creo poderte ofrecer que su consentimiento 
no se hará esperar. 
Media hora despues estaba hecho. Benito no 
habia tenido nada que descubrir á sn madre: la 
buena Yaquita habia leido ántes que ellos en el 
corazon de los dos jóvenes. 
Diez minutos despues, Benito se hallaba en pre-
sencia de Minha. Es forz080 convenir que no tUYO 
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LA. JAC'lCADA. 21 
.TlUIIl Gma! M babIa levantadO. 
que emplear Con ella grandes recursos de elocuen-
oia. A las pñmeras palabras, la amable nifia incli-
nó la cabeza en el hombro de su hermano, y esta 
declaracion: «Yo consiento]) salió de su corazon 
directamente. 
La respuesta iba casi delante de la cuestiono 
Esta estaba clara, y Benito no pidió más ventaja. 
Respecto al consentimiento de Juan Garral, no 
habia que abñgar la menor duda. Si Yaquita y 
sus hijos no le hablaron al punto de aquel pro-
yecto de union, fué porque con el asunto del ca-
samiento queñan tratar al mismo tiempo una 
cuestion que podia ser muy bien difícil de resol-
ver. Esta era en qué lugar se celebraria el matri. 
monio. 
En efeeto, ¿ dónde 88 celebrarla? ¿ En aquella 
modelrta cabafia que lIervia de iglesia á la aldeita? 
¿Por qué no, puesto que en ella Juan y Yaquita 
habían recibido la bendicíon nupcial del Padre 
Passanha, que era ent6ncee el cura de la parroquia 
de Iquitos? En aquella época, como en la actual, 
se confundia en el Brasil el acto civil con el acto 
religioso, y los registros de la Mision bastaban 
para hacer constar la regularidad de una situacion 
que ningun oficial del estaco civil habia sido en-
cargado de establecer. 
Era muy probable que éste fuese el deseo de 
Juan Garral; que el matrimonio se celebrase en el 
lugar de Iquitos, con gran ceremonia y con asis-
tencia de todo el persenal de la quinta. Pero si tal 
era su pensamiento, debia sufrir un fuerte ataque 
con tal motivo. 
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22 ::lDRÁS DE 1ULIO VER'fE. 
-Manuel-habia dicho la j6ven á su prometi. 
dO---Bi yo fuese consultada, no será aquí, sino elt 
Para, donde se celebre nuestro matrimonio. La 
señora de Valdés .eshí enferma.; no puede trasla-
darse á Iquitos, y yo no querría ser su hija sin 
haberla conocido ántes y sin que ella me conocie-
ra á mí. Mi madre pieusa eomo yo en tndo esto . 
Por esto quisiéramos decidir á mi padre á que nos 
lleve á Belem, al lado de aquélla cuya ca6a debo 
ser en breve la mía. ¿ No lo aprobais? 
A esta pregunta babia respondido Manuel es-
trechando la mano de Minha. Era. para él el más 
ardiente deseo quo su madre asistiera. á la cere-
monia de su casamiento. Benito habia aprobado 
este proyecto sin reserva, y ya no se trataba más 
que de decidir á Juan Garral. 
y si aquel dia los QO~ jóvenes habian ido á cazar 
al bosque, fué con objeto de dejar solos á Yaquita 
y á su marido. 
A la hora del mediodía, encolltrábanse los dos 
en la sala grande do la habitllclon. 
Juan Garral, que acababa de entrar, se hallaba 
tendido en un divan de bambú finamente tejido, 
cuando, un tanto cOlllUoviJa, vino Yaquita á co-
locar~e junto á. él. 
No era lo que la preocupaba lllllnifestar á Juan 
cuáles eran los sentimientos que animaban á Ma-
lluel respecto de su bija. La dieha de I\Enhll no 
pudin ménos de asegurarse con este malrimonio, 
y Juan se cousideruri,\ feliz abriendo los brazos 
á ebte nueyo hijo, cuyas formales cualidades co· 
llocía y apreciaba. Pero Yaquita conocia que do-
cidir á BU marido á dejar la hacienda era una gra-
vísima cuestiono 
En efecto, desde 'lue Juan Garral, jóven aún, 
hllbia llegado á nr¡ ud país, jamas estuvo ausente 
por roás de un dia. Aunque la vista del Amazo-
nas, con sus agua~ dulcemente conducidas hácia 
el Este, invitasen á seguir su curso; aunque Juan 
enviaba todos los afios cargamentos de madera á 
Manao 6 Belem 6 al litoral de Para; aunqllC veia 
partir á Benito despues de las vacaciones para 
continuar sus estudios, jamas pareció tener ddlleos 
de acompanarle. 
Los productos de la granja, tanto 108 de los 
bosques como los de la cumpifia, el hacendado 
hubiérase dicLo que no queria franquear con el 
pensamiento ni con la vista el horizonte que limi-
taba. aquel eden, donde estaba HU vida concen-
trada. 
Dedueiase de aquí, que si, despues de veinticin-
co afio s, Jnan Garral no habia pasalo un momen-
to la frontera, BU esposa y su hija no habian aún 
puesto el pié en el suelo del Brasil, y por tanto, 
no les faltaba el deileo de conocer algun poco de 
aquel hermoso país, de que Benito les hablaba con 
frecuencia. Dos 6 tres veces Yaquita habia pre-
sentado esta consideracion á su marido; pero habia 
visto que el pensamiento de dejar la quinta, aun-
que 8610 fuese por algunas semanas, imprimia en 
su frente un tinte de mayor tristeza. SUB ojos 8e 
anublaban ent6ncee, y decia con un tono de dulce 
reproche: 
-¿ Por qué dejar nuestra casa? ¿ No somos fe-
lices aquí? 
y Yaquita no se atrevía á insistir delante de 
aquel hombre, cuya bondad activa é inalterable 
ternura la hacian tan dichosa. 
Esta vez, sin embargo, existia una razon pode-
rosa que hacer valer. El casamiento de Minha pre-
sentaba una ocasion muy natural de conducir la 
j6ven á Belem, donde debia residir con su marido. 
Allí ella veria y aprendería á amar á la madre 
de Manuel Valdé~. ¿ C6mo J uau Garra! podia va-
cilar ante tan legítimo dese.o, y c6mo, por otra 
parte, no comprenderla el deseo, que tambien ten-
dria aquélla, de conocer á la que habia sido una 
segunda madre para su hijo? 
Yaquita habia tomado la mano de su marido, 
y con aquelln voz carifiosa que habia sido toda 
la música de la vida de aquel duro trabajador; 
-Juan-le dice-vengo á hablarte de un pro-
yecto cuya realizacion deseamos ardientemente, y 
que te hará tan dicholio como lo SOlDOS tus hijos 
Y yo. 
- ¿ D<'l qué se trala, Yaquitn ?-pregunta. 
-Manuel ama á nuestra hija y es amado de 
ella, y con su uuiou eucontrarán la feliciÚaJ. 
A las primeras palabras de Yaquita, Juao Gar-
ral 'i!e habia levantado, sin poder dominar aquel 
brusco movimienlo. Sus ojos so bajaron en segui-
da, y parecia qucrer evitar la mirada de su esposa. 
-¿Qué tienes, Juan-pregunta ella. 
-¿Minha ..... casarse? ..... -murmura Juan. 
-Amigo mio-repone Yar¡uita con el coraZQu 
opriruido-¿ tienes, pues, alguna ohjeclOn qne ha-
cer á este matrimonio? ¿ No habias notado ya, 
desde hace mucho tiempo, los sentimientos do 
Manuel por nuestra hija? 
-j Sí... .. y dellde hace un alio ..... 
Despues, Juan se vuelve á sentar sin concluir 
de expresar su pensamiento. Porun esfuerzo de 
voluntad, volvió á ser dueño de sí. La inexplica-
ble impresion que so advirtió en él quedó uisipa-
da. Poco á poco sus ojoa volvieron á bUbcar 108 de 
su esposa, y se qued6 pensativo contemplándola. 
Yaquita volvi6 á tomarle la mano. 
-Juan mio-le dice-¿roe habré yo, pues, 
equivocado? ¿ N o tenías tú el pensamiento de que 
esla union se efectuaría algun dia, y que asegu-
raría á nuestra hija todas las condiciones de la 
felicidad? 
-'¡Sí-responde Jnan-todasl ..... I Seguramen-
te! ..... Sin embargo, Yaquita, este matrimonio ..... 
este matrimonio ..... ¿Cuándo se efectuará, pr6xi-
mamente? 
-Se hará en la época que tú elijas, Juan. 
-¿ y se verificará aqui ..... en Iquitos? 
Esta pregunta debia llevar á Yaquita á tratar 
la segnnda cuestion que preocupaba su alma. Sin 
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LA JANGADA. 
embargo, no lo hizo sin una vacilacion muy com- en efecto, sabna, sin perjUIcio, reemplazarle en 
prensible. la granja. i Y sin embargo, vacilaba siempre 1 
-J uan -dice, despues de un instante de silen- Yaquita habia tomado otra vez entre sus manos 
cio - ¡ escúch:.l1ue bien! Yo tengo, con motivo d<a la de su marido y la estrechaba dulcemente. 
la celebracion de este matrimonio, una proposi- -Juan mio-continuó- no es á la realizacion 
cion que hacerte y que me figuro aprobarás. Ya de un vano capricho á. lo que te suplico que acce-
dos 6 tres veces, hace veinte años, te he propues- das. ¡No! Hace largo tiempo he reflexionado la 
to que nos lleváras, á mi hija y á m!, á esas pro- proposicion que acabo de hacerte, y el cumplirla 
vineias del Bajo Amazonas y de Para, que nunca es mi más ardiente deseo. Nuestros hijos saben el 
hemos v¡bitado. Los cuidados de la hacienda, y paso que doy cerca de tí en este momento; Minha, 
los trabajos que reclamaban tu prescncia aquí, no Benito y Manuel te piden esta felicidad: que los 
te han permitido satisfacer nuestro deseo. Ausen- dos les acompafíemos . Y te aseguro que nos ale-
tarte, aunque no fuera más que por algunos dias, grarémos celebrar este matrimonio en Belem mejor 
pouia ent6nces perjudicar á tus negocios. Mas que en Iquitos. Esto tambien será muy útil á nues-
ahom qua el éxito de éstos ha superado á nuestras ira hija para su establecimiento en la situacion 
e~pcrnnza8, si la hora del descanso no ha llegado que debe tomar en Bclem, pues al verla llegar con 
lodayía pam tí, puedes, al ménoB, distraerte hoy los suyos, no parecerá tan enraBa en aquella ciu-
algunas semanas de tus trabajos. dad, donde debe paanr la mayor parte de su vida. 
Juan Garral 110 contestó; pero Yaquita sintió Juan babia puesto los codos sobre sus rodillas, 
que su mano iemblaba entre la de c:lla, como bajo ocultando el rostro ent! e sus manos, como un hom-
el choque de una illlpre~ion doloros<l: con todo, bre que siQnte la necesiuad de recogerse á meditar 
uua seUlil:lonrisa se dibujaba en sus labios, eomo ántes de responder. Experimentaba evidentemente 
una invitacion mnLla á su esposa para que conclu- una vacilacion, contra la que pretendía resistirse, 
yese lo que tenía que rle.cir. y al mismo tiempo una turbacion que su mujer 
-Juan - repite ella-ve nquí una ocasion que advertia, pero que no podia explicarse. Un secreto 
no se presentará más eL l'ucstra "ida. ¡ Minha va combate tcnía lugar bajo aquella frente pensativa. 
á casarao Jéjos y á dej.u ~ l<.ste 6S (JI primer dis- Yaquita, lIluy inquieta, casi se reprochaba haber 
gusto que ella va a d' D, Y k' ~ort'.z\!n se opri- tocado aquella cuestiono En todo caso, ella se con-
Ille cuando pienso eY _t: ooparaci"n ·~u pl'óxima! fornraria con lo que Juan decidiesa. Si aquella 
i En fin, yo me al.· ':1 mucho de pod ... :., acom· marcha le costaba mucho, ella Rabria acallar SUB 
pauar hastll. Belem! l )T1) te parece, por otl"b:. p{..:te, deseos y no hablaría jamas <le dejar la hacienda, 
convenieute que cono~cl1mo!l IÍ la rnadra de su , ni jamas le pediria cuenta de aquella inexplicable 
esposo, á la que va á ~eellllj!ezarme, y á quien negativa. 
no~otr08 "amos á cont: ,,:!M yo a~ ~~ "'nCoM~!la Pasaron algunos minutos .• Juan se habia levan-
110 lJ.ucrd dar á la \\un.3 \.': lés el ".".¡;¡uu6:!t .," ~.Y se dÍligi6, sin volverse, hasta la puerta. 
de casarso léjo8 de .;t. ~ 1~ ("JWe. de uú w r . Alli paredó dÚ'igir una última mirada sobre aque-
union, Juan mio, Dl ~ madr bie~ a ~vido. ¿u na herm063. nsturrueza, sobre aquel rincon del 
( ll habrias alegrado de casarte a .. ~ :;ts, mundo, don e, por eEpacio de veinte alias, se ha-
A etitas palabras de Yaquita, contest6 J uan \I~¡. \¡is ~ ccrrado toda 1 di h.l de su vida. 
tal con otro lUovimiento que no pudo reprimir. Desp í;P "olvi6;;a hAcia mujer con lentos pa-
-.Amigo Ulio-continuó Yaquitn--con Minha. BOB. SU fisonomía na01 .. <Id _'l.Ürid UDa nueva ex-
con nuestros dos hijos Benito y Manuel, y conti- presiono La de un hombre que ha tomuJC una re-
go, I ah, cUtlnto me alegraria visitar nuesLro Br&- salucion suprema '1 cV'yru:. indecisiones haü 'IOn-
sil, bajar por ese hermoso !'io hasta las últimas ¡ cluido. 
provincias del litoral que atraviesa! Me parece - Tienes ruon-dice con 1lrme á YaqUlt&. 
que allá abajo la aeparacion seIÍ~l llIénOB cruel. A -Este viaje e& necesario. ¿Cu~ wea 
nuestro regreso yo podJ.ia ver con el pensamiento marchemos? 
lÍ nuestra hija en la casa donde la espera su se- -1 Ah, Juan, Jau mio- grita Yaqu~ 
gunda madJ.·e. Ya pu la bu~caria en lo descono- de gozo - gracias por mi, gra;:;:~ por ell081 
• cido. Y no me creeria cxtraña á los nctos de su Y lágrimas de ternura & adiaron á ens ojos, 
yida. miéntrllS que su marido la estrecllaba oontra 111 
Esta vez Juan habia fijado los ajos en su mujer, corllzon. 
y la contemplaba sin decir una palabra. En aquel momento oyéronse d08 alegrell VOO68 
¿ Qué pasaba por él? ¿ Por qué aquella vaciJa- á In puerta de la casa. 
cion eu satisfacer una peticion tan justa por sí Un iustante dcspues aparecieron Manuel y Be-
misma? ¿Por qué no pronunciar un sí que debía Dito en el umbral de la puerta, casi al mismo tiem-
causar tan vi"o placer á todos los BUyOS? No po- po que Minha, que venía de su cuarto. 
dia ser una razon suficiente el cuidado de sus nc- -1 Vuestro padre consiente, hijos mios! - gri. 
gocioR . .Algunas semanas de ausencia no les COlll- ta Yac¡uita.- Partirém08 todos juntos. 
prometerían de ninguna manera. Su administrador, Juan Garral, con el rostro grave y sin pronun-
®Biblioteca Nacional de Colombia
OBRAS D1i: JULIO YERN~ 
En o(Iuel momento Mntado. sobnl nn rib&lo. 
~ar una palabra, recibia 1M caricias de BUB hijos 
y 108 bes08 de BU hija. 
- ¿ y en qué fecha, padre mio - pregunta Be-
nito- quereis que se celebre el matrimonio? 
-¿ La fecha? -responde Juan - ¿la fecha? 
I Ya verémos! ¡ N osotr08 la fijarémoB en Belem! 
-1 Yo estoy muy contenta, yo estoy muy con-
tental-exclamaba Minha, como el dia (j.oe habia 
conocido la pretension de Manuel.- Vamos á ver 
el Amazonas en todo 8U esplendor, y, sobre todo, 
su curso á traves de las provincias bra~ilel'las. ¡ Ah, 
padre, gracias! 
y la entusiasta jóven, cuya imaginacion toma-
ba ya extenso vuelo, dice, dirigiéndose á su her-
mano y á Manuel: 
-1 Vamoa .. l4 lribliotec .. á tomar todoa los Ji-
bros y todos los mapas que puedan darnos á cono-
cer esta magnifica cuenca! ¡No se trata de cami-
nar á ciegas 1 ¡Yo quiero ver y saber todo lo qne 
concierne á este rey de 108 rios de la tierra 1 
V. 
EL AMAZONAS. 
- ¡El rio más grande del mondo (l)!-decia al 
día siguiente Benito á Mannel VaJdés. 
y en j\quel momento, sentados sobre nn ribazo, 
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llulbaroa<lÍones en el .A.mazODAS. 
en el límite meridional de la hacienda, contem-
plaban pasar lenlamente aquelll\s moléculas líqui-
das, que, saliendo de la enorme cadena de los An-
des, van á perderse á ochenta leguas de allí en el 
océano Atlántico. 
-1 y el rio que aporta al mar el volúmen de 
agua más considerable! - respondió Manuel. 
-1 Tan considerable - atladió Benito - que le 
desala á una gran distancia de BU embocadura,y 
á ochenta leguas de la costa hace todavía derribar 
los buques I 
_j Un rio cuyo ancbo curso se extiende más de 
los treinta grados de latitud I 
-1 Y en una cuenca que desde el Sur al Norte 
no comprende ménos de veinticinco grados! 
-1 U{la cuencal- exclamó Benito j- ¿pero es 
una cuenca esta vasta llanura á traves de la cual 
corre el Amazonas, esta sabana que se extiende 
basta perderse de vista, sin una colina para mano 
tener su declive, sin una monta:lía que limite .su 
horizonte? 
- Y sobre toda su extension- replica Manuel 
- como los mil tentáculos de algun gigantesco 
pólipo vienen á él desde el N orle 6 del Sur, nutri-
dos á BU vez por otros afluentes sin número, como 
parados con los cuales los grandes rios de Euro. 
pa no son más que simples arroyuelos. 
-Yen un curso donde quinientas sesenta islas, 
sin contar los i lotes, fijos 6 en deriva, forman 
una especie de archipiélago, que por sl 8010 puede 
constituir la fortuna de un reino. 
- y en SUB flancos Be ven canales, laguDas y 
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26 OBRAS DE JULlO VERNE. 
lagos como no se hallarán en toda la Suiza, la 
Lombardía, la Escocia y el Canadá reunidos. 
- Un rio que, engrosado por seis mil tributa-
rios, no deja en el Océano Atlántico ménoa de dos-
ciE>ntos cincuenta millones de metros cúbicos de 
agua por bora. 
- Un rio cuyo curso sirve de frontera á dos re-
públicas, y atravie6a majestuosamente el reino 
más grande de la América del Sm·, como si en ver-
dad fuese el mismo Océano Pacífico, que por su 
cana' se vertiera entero en el Atlántico. 
- ¡ y por qué embocadura I Por un brazo de 
mar en el cual una isla, la de Marajo, presenta un 
perímetro de mús de quinientas leguas de cir-
cuito. 
-y el qlle el Oc6ano no logra rechazar las 
aguas sino levantando, en ulla lucha fenomenal, 
una marea, uoa pc¡·oroca, respecto de las cuales 
los reflujos, las barras y las rápidas mareas de 
otros I;OS no son más que pequefias arrugas le-
vautadas por la brisa. 
-Un rio q uo no son bastante t~ ~ nombres para 
denominarle, y pOI' el cur\1 los batlues de gran 
porte pueden subir hasta cinco mil kilómetros de 
su embocadura sin ningun menoscabo de su car-
gamento. 
-Un rio que, bien por I "'ismo, bion por sus 
afluentcH y sub-afluentes, abre una vía comercial 
y fluvial ú travcs do todo el norte de la América, 
pasando doJ .. Magllnlcna al Ort~uazfl.j del Orte-
.suaza á C'lqneta j de Caqueta tí Pulull1uyo, y de 
PuLumayo al Amazonas. Cuatro mil millas do ca-
minos lluvialcs, que sólo ncc. 6itarian alglll1Ús ca-
nales para que la red uavegable fucse completa. 
-En fiu, 01 más grande, el más admirable SiH-
tema hiGrográfico que hay en el lIJundo. 
Así hablaban, con una cspccie de ünpdu, aque-
llos dos jóvenes, del iueomparab'e rio. Bien de-
mostraban ser los hijos de aquel rio, cuyos afluen-
tes, diguos de él mismo, forman los caminos que 
andan á traves de la Bolivia, el Perú, el Ecuauor, 
Nueva-Granada, Venezuela y las cuatro Guynna~, 
inglesa, fraucesa, holandesa y brasileña. 
j Qué de pueblos, qué de razas, cuyo origen se 
pierde en la oscuridad de los tiempos! Así es el 
mayor de los grandes rios del mundo. Su naci-
mieuto verdadero permanece oculto aún á toda~ 
las in"l"estigaciones. Numerosos Estados reclaman 
el honor de darlo nacimiento. El Amazonas no 
podia evadirse de esta ley. El Perú, el Ecuador y 
la Colombia se han disputado largo tiempo esta 
gloriosa paternidad. 
Hoy dia, sin embargo, parece fuera de duda 
que el Amazonas nace en el Perú, en 01 ,listrito de 
Huaraco, iutendencia de Tarma, y quo sale del 
lago Lauricoeha, situado, poco más ó ménos, entre 
los once y doce grados de latitud Sur. 
A los que quiereu hacerle nacer en Dolivia y 
caer de las montañas de Titicaca, les cumple la 
obligacion de probar que el verdadero A.mazonas 
os el Ucayali, que 60 forma de la union del Paro 
y del Apurimncj pero esta. opioion debe ser recha-
zada. en adelanto. 
A su salida del lago Laurieocha, el nacieute rio 
se eleva hácia el Nordeste, por un curso de qui-
nientas sesenta millas, y no so dirige libremente 
Mcia el E~te hasta despues de haber recibido un 
importante tributario, el Panta. Llámas!l MarañaD 
en los territorios colombiano y del Perú, hasta la 
frontera. brasileña, ó más bien Maranhao, porque 
Marañon no es otrn cosa que 01 nombre portllgucs 
afrancesado. Do la frontera del Brasil á ManaD, 
donde el soberbio rio Negro viene á confundirse 
con él, toma el nombre de Solimaes 6 Solimoona, 
del nombre de la tribu iodiana. de Solimao, de la 
cun! se hallan todavía algunos restos en laH pro-
vincias ribereñas. En fin, de lIlanao al mar, es el 
Amazonas ó rio do lns Amazonas, nombre dado 
por los eS}lmlulcs, aqllellos descendientes del aven-
turero Orellana, cuyas relaciones dudosas, pero en-
tUoiastns, hicicron creer quo existia una tribu de 
LOujcres guerreras, csbblecidas jllnto al rio Nha-
munda, uno de los aGflenles mellios del gran r:o. 
Desde el principio se puede ya comprender que 
el Amazonas lleva un magnífico CUfSO de agua. 
Nada tiene do estorbos ni de obstáculos do ningu-
na clase, desde su nacimiento basta 01 sitio en que 
la f:orriente, un poco estrecha, so desenyuclve 
culre dos pintorescas colill!ls_ Las caidas no em-
piezan á batir la corriente sino en el punto 
donde se oblicúa bácia el Este, miénlras quo atra-
viesa la colina, inlermediaria de los AJl(I~s. Alli 
exilSlen algunos saltos, sin los cuales s€ría cier-
tnmeute navegable desde sn emuocndura basta 
BU nacimiento. COIllO qniera que 8e::l, y así Jo ha 
hecho oLsorvar llumboldt, cstá libre en las cinco 
sextas partes do su curso. 
y desdo su priucipio, los tributarios, nlimeota-
dOR por un gran número do sub·aíluentcs, no le 
faltan. Uuo de ellos es el Chichipé, quo viene del 
Nordeste por la izquierda. A la. uoreclll1. eslá d 
CLachapuyaB, qUé vieno del Sudeste. A la izquier-
da, 01 Marona y el Pastuca, y tí la derecha, el Una-
llaga, que se piorde pronto cerca de la lrision de 
la Laguna. Por la izquierda todavía \legan el 
Charnbyrn y el 'l'igré, que vienen del Nordeste, y 
á la der~clHl el Huallaga, quo desemboca á dos 
mil ochocientas millas en el Atlt\ntico, y del cnal 
las barcas pueden aún subir el CIll"BO del rio en 
una longitud de más de doscientas millas, para 
interoar¡;e en el centro del PerÍ!. A la derecha, en 
fin, cerca de las Misiones de San Joaquiu de Oma-
guas, y despues de haber paseaclo majebluosa-
mente sus aguas por medio de 1 s Pampas del Sa-
cramento, aparece el magnífico Ucayali, en el 
sitio donde tCrJuin::l la concha superior del Ama-
zonas, grande artéria engrosada por numerosas 
corrientes ele agua que derrama el lago ChucuUo 
en el nordc te do Arica_ 
'rales son los principales afluentes por bajo lA 
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LA JANGADA. 27 
aldeita de Iquitos. Más hácia abajo, los tributarios 
vienen tan considerables, que el lecho de los !'ios 
de Europa sería ciertamente muy estrecho paro. 
contenerlos. Pero de todos los afluentes, Juan 
Garral y los suyos habian reconocido las emboca-
duras durante su bajada al Amazonas. 
A las bellezas de este rio sin rival, que riega el 
más hermoso país del globo, estando casi constan-
temente á algunos grados por debajo de la lí-
noa ecuatorial, conviene afiadir aún una cualidad 
que no poseen ni el Nilo, ni el Mississipí, ni 
el Livinstone, este autlgllo Congo-Zaire-Loua-
laba. 
Esto es; que no obstante lo que hayan podido 
decir viajeros mal informados, el Amazonas corre 
por medio de lit parte más s::dllbro de 10. Amé-
rica meridional. Sll concha est., incesantcmento 
purificada por los vientos generales del Ocsto. 
Aqllello no es valle encajonado entre altas 100n-
tafias que contienen su curso, sino una ancLa 
llanura, que mide (re~cicntas ciucuenta leguas del 
N orte á Sur, apénas intcrrum pida por algunas 
colillas, y que las corrientes atmosféricas pueden 
libremellte recolTcr. 
El profesor Aga¡;siz se pronuncio., con r&zon, 
coutra aquella pretendida ills' IlIbridad dol clima 
de un país destillado,

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