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®Biblioteca Nacional de Colombia JULIO VERNE LAJA~GADA PRI:''UEUA P ARTlo) 14 - . I( -'ti 42- )- ®Biblioteca Nacional de Colombia ®Biblioteca Nacional de Colombia LA J ANGAD i\. OCHOCIENT AS LEGUAS POR EL Río DE LAS AMAZONAS O BRA ESCR ITA EN FRANCÉS POR JULIO V E RNE TI1ADú"CClf¡X E. PA¡'{OLA DE D. N. ]{. CUESTA PRIJiERA PARTE TERCERA EDICIÓJ..:T I LUSTRADA a N GTIAHADOS ~rAn R ID A :JUSTÍN" JU ERA, EDITOR ALMACIl .'E' DIi: L11:lllOS lO. CALLE CE C'MrOM ANES. fO 1 S",,7 ®Biblioteca Nacional de Colombia F: ~ '/J'I'opiedad del E-1i lo'!'. ®Biblioteca Nacional de Colombia LA JAl'~GADA. PRI M ERA PARTE. /~ l. UN CAPIT AN DE LOS BOSQUES. Chnyisg e ggxpdz xq x e hñu q 9 P 9 eh n q y e 1 6 o e r u, h x b f i II d x h umftd yr jiUrxvqoedhru,v v h eh v e t II x e e e r f n gro b p b 9 ,. ñ i u 1 h r 9 r II d q ,. j i e h ,.¡ z 9 W1,,1 x eh b f t t 9 eh h o i s r h h ñ m II " 1 r e m f p y r U b f 1 q x 9 d t h II vo t fv m yc red g ru,ZblQllXYUdPhOZff8PfiRI d h ,. e q v h v x 9 d p V 8 b 9 o n lx h tf e n eh h 11 u, II h e 9 q eh f n e d f q j P II v , " x b f II r o eh f n h 1 ¡¿ Z 8 1 y r f m. b o e p v m ñ r e r u t II r u y 9 o P eh II u ñ t drqokbfuh d f i sr qr. g s h suv i h d El hombre que t enía en la mano el documento cuyo extravagante conjunto de letras fo rmaba el último período, permaneció algunos instantes pen- sativo, despues de haberle vuelto á leer con mu- cha atencion. El documento constaba de unas cien líneas que no estaban divididas en palabras. Parecía estar escrito hacía bastantes afios , y sob¡'e la hoja de papel grueso que cubrian aquellos jeroglífico , el tiempo babia ya impreso su (inte amarillento. Pero ¿ en virtud de qué regla se habian reunido aquellas letras? Sólo aquel hOlllure podia decirlo . En efecto, estos escrilo's cifrados son como las cerraduras de las grandes arcas modernas, y se defienden de la misma manera. Las combinacio- nes que presentun se cuentan por miles de millo- nes, y la vida de un calculibta no uabtaria para enumerarlas todas. Hace falta la contrasefta para ®Biblioteca Nacional de Colombia ORRAS DE JULIO VERN'm. abrir el arca de seguridad, como hace falta cono- cer la cifra para leer un criptógramo de aquel género. Por eso, como verémos más adelante, se le verá á éste resistir á las más ingeniosas tenta- tivas, y esto en circunstancias de la mayor gra- vedad. El hombre que acababa de leer aquel documen- to no era más que un simple cspitan de bosques. En el Braeil se designa con el titulo do ti capi- taes do m¡lto)) los agentes empicados en la busca de los negros cimarrones. Es una institncion que data de 172'l. En aquella época las ideas anties- clav1stas no se habian hecbo lugar más que en el espíritu de algunos filáutropos. M;Ís de un siglo debia pasar aún úntes que los pueblos civilizanos las aduliti sen y aplicasen. Parece, sin embargo, que es Ull derecho, el primero de los derechos na· turales para el hombre, el de ser libre y portenc- cCl'se, y no obstante, miles de años ban trascurri- do ¡lntes que el generoso pensamiento haya sido proclatuado por algunas uaciones. En 1852, año en que va á desarrollarse e~la historia, habia lodada esclavos en el Brasil, y por consiguiente, enpilaues de bm.que parnJarles ca- za. Ciertas raZUlles de econollJía política habian retunlado la hora de la emancipacion geueral; pe- ro ya el negro tenía ~l derecLo Je rescatarse, y los hijlJs que naciau Je él nuciau libres. No cstaln muy l"jano el dia en que ~n aquel lllagnifico p .li , .:n el cual cabrian las tres cuartus partes de la 1':ll' ropo, no ~e conlaria un solo e clavo !!ntre sus diez millones do habitantl'8. En realidad, el cargo de capitan de bosque eeta· ba llamado á deeapnrecer llIuy en breve, y los be· neficios que producia la captura de los fugitivos haLian clisminuido considerablemente. l)tlro du· rante el largo período en que fueron bastante cou- siderablt's 108 procluctos Jel oficio, los capitanes de bosque constituian un mundo de aventureros, compucsto orclinarinmentc do manumitidos y de desertores que obtenian poca estimaci(ln. Aquellos cllzlldores de esclavos no debian perte- necer sino á la hez de la sociedad, y muy proba- blEmente el hombre del documento no desluciria la poco recomendable milicia de los ti capitaes do mato.]) Este Torrea, que así se llamaba, no era un mes- tizo, ni un indio, ni un negro, eomo la mayor par- te de sus compañeros; era un blanco de orígen brasileño, y que habia recibido un poco más de instruccion que la que permitia gu situaeion ac- tual. En efecto, se creeria ver en él uno de esos hombres decaidos de su clase, que tanto abundan en la lojana comarca del Nuevo Mundo, y en una época en que la ley brasileña excluia todavín. de ciertos empleos á los mulatos y otros individuos de sangre mezclada. Si esta exclusion le alcanzaba á él, no debia atribuirse á BU origen, sino á causa de indignidad personal. En IIquel momento, por otra parte, Torres no se hallaba en el Brasil. nabia pasado hacía poco la frontera, y al cabo de algunos di as andaba erran- te por los bosques del Perú, en medio de los cua- les se desenvuelve el curso del Alto Amazonas. Torres era un hombre de cerca de treinta años, bien constituido, y sobre el cual no parecia haber hecho mella la fatiga de una existencia harto problemática, merced á su temperamento excep- cional y á una salud de hierro. De mediana estatura, ancho de hombros, de fac- ciones regulares, de paso seguro, tenía el rostro tostado por el aire abrasador de los tr6picos, y llevaba una espesa barba negra. Sus ojos, ocultos ajo las cejas que se juntaban, lanzahan esa mira- da viva, pero seca, de las naturalezas impuden- tes. Al mismo tiempo, y donde el clima no habia irupreso su tinte bronceado, su rostro, en vez de sonrojarse flicilmente, debía más bien contraerse unjo el influjo de las malas posiones. Torres estaba vestido al uso muy rudimentario de corredor de los bosques. Su traje manifestaba tener muy largo uso. Cubria su cabeza un sombre- ro de cuero de anchas alas puesto al tra\'es, y un calzon de Inna gruesa se escondia entre las cañas de unas duras bota~, que constituian la parte nl1iR sólida do aquella vestidura, y sobre todo, llevaba un poncho destelíido y amarillento, que no per- mitia ver si tcníll. casaca 6 chaleco que le cubrie- seu el pecho. Pero aunque Torres fuese un capitan de bosques, ora evidente que no ejerC'ilabn Rlluel oficio, al mr.- nos en las condiciones en qne . o encontraba ac- tualmente. Esto, por lo que tocaba á sus mcdios Je atoque ó defensa para la persecucion de los ne- gro~ . Nada de afllJaR (le fuego; ni fusil ni rev61· vcr. Solamellte llevaba á 1, cintura uno de csos útiles que ticucn [mía de Si ble que dc cucLillo de caza, y que se llama m~·hete. Adeulas de esto, Torres se hallaba provisto de una enchada, es- pecie de azada, empleada muy cspecialmentc en la persecucion de 108 arml1di 1I0s y de los agutís, que abundan en los bosqucs del Alto Amazonas, Jonde los jlavos (1) so.u generalmcnte muy poco de temer. De todos modosl aquel dia, 4 de Marzo de 1852, este aventurero, ó se hallaba si nglllarmeu te absor- to en la lectura del documento en que tenía fijos los ojos, ó acostumbrado á vagar por los bo ques de la América del Sur, permanecia indiferente á sus esplendores. En efecto, nada poclia distraerle de su ocupacion. l1i el grito prolongado de los mOIOS aulladores, que Mr. Saint-Hilaire, ha com- parado justamente al fuido del hacha del lefiador cayendo sob.. las ramas de los árboles; ni el seco retínt,n de los anillos del crótalo, serpiente poco agresiva en verdad, aunque xcesivamento vene- nosa; ni la voz chillona del sapo cornndo, al que pertenece la palma de la fealdad en el género de (1) LlAmanse j11l~OI. en VDcrnl. "los animales monte.. .... OC> mO ca braB. rebecol. gamo .. ctc. • N. dd T.) ®Biblioteca Nacional de Colombia LA JANGADA. 7 108 reptiles; niel canto á la vez sonoro y grave de la rana bramadora, que si no puede pretender igualarse al buey por la corpulencia, le iguallt al méuos por el estrépilo de sus mugidos. Torres no oia nada de aquellos ruidos, que sou .\ como la voz compleja de los bosques del Nueyo Mundo. Echado al pié de un árbol magnífico, !lO estaba para admirar el alto ramaje de aquel pao ferro, ó madera de hierro, oscuro y descortezado, de apretada fibra, y duro como cl ruetal, á quien reemplaza en laR armas y los útiles del indio sal- vaje. ¡~o! Abstraido en su pensamiento, el capi- tan de bosque~ daba ,uelta entre SUB dedos al singular docurucuto. Con la clave de la cifra que poseia, daba á cada letra HU verdadero valor y leia y comprobaba el sentido de aquellas palabras, inco!llpreusiblos para los demas, y entónces SOIl- reia con una expn'sion maligna. Despue8 se puso :i murmurar algulJas frases, que nadie podia oir en aqnel ~itio dc~ierto del bosque pcrul\llo, y que, por otra parte, nadie hubiera po- dido comprender. - Sí-dico-véase uu cieuto de líneas bien claramente escritas, y q lltl tiem'll para alguno q lIe yo sé una impoltnnda de que no puedo dudar. Ese alguno es rico. Esta es una éuestion de vida ó muerie para él, y en lodas partes esto se paga caro.u y wírando el documento con ávidos Oj08, con- tinúa: - A un conto de reia solamente por cada una de las palabras de esta itlLima frase, ascenderia á una buena suma (1). n¡ Ella resume todo el documen i o! i Ella da su verdadero nombre á 108 veldadcro~ personajes!. .... Mas ántes de probar á comprclltlorla, hay que determinar el número de palabras que coutiene.» y diciendo esto, Torrcs se pu~o á contar meutal- mente. -Tiene cincuenta y ocho palabras - cxclama -lo cual hará cincuenta y ocho con tos (2). ¡ Na- da! ¡Qne con esto se puedo vivir en el Drasil, en Amérioa, en todas partes donde se quiera, y vi"ir sin hacer nadal Pucs ¿y qué sería si ~dus las palabr!lS del documento me fueran pagadas á este precio? ¡ Se podria contar entóncEo> por eentena- res de cont08!. .... ¡ Ah, con mil diablos! ¡Yo tengo al¡J una fortuna que realizar) ó soy 01 último delos tonl08 ! y parecíale que BUS manos tocaban la enorme suma, y que empufiaban los cartuch08 de monedas de oro. Pero sn peusamiento tomó entónces brusca- mente un nuevo giro. -En fin -vuelve á exclamar-ya toco al fin, y no sentiré las fatigas de este viaje, que me ha traido desde las orillas del Atlántico á las ru;\rge- (1) 1.000 re1s ~~Ien ""U'., de 3 [m1le"" do moneda francesa, y un con~ de re;. a-.clcnde ó. unos •. (¡tlO franco!. (2, 1/"'.00u francoa. nes del Alto Amazonas, Pero este hombre puede llaher dejado la América, puede estar al o,tro lado de los mares, y entónces, ¿ como haré yo para en- contrarIe? ... Pcro no, él está aquí, y con sólo subirme á la cima de uno de estos árboles, podré descubrir el techo de la habitacion dondo mora con toda 8U familia. Despucs, agarrando 01 papel y agitándolo con uu gesto febril, contiuúa: - i Antes que pase maliana estaré en su pre- sencia! ¡ A.ntes que pase maflana sabrá que su honor y su vida están cncerrados en estas líneas, y cuando él quiera conocer la clave que le permi- ta leerlas, de muy LU('ua gana él pagará csta cla- vc! ¡ E¡ la pagará, ~i )"6 quiero, con toda su for- tuna, como la pag'aria con toda su sangre! ¡ Ab, mil diablos L... El digno corupalíero do armas que me entregó este precioso documento, que me ha proporcionado el secreto, que me ha dicho dóndo encontraría á su antiguo colega y el noUl- bre bajo que se oculta despues de taLios años, no podia sosp~t1JUr que labraba mi fortuna! Torres mirú por última vez el papel aruarillento, y despnes de haberle doblado cuidadosamente, lo guard6 en UllU sólida cajita do cobre, quo le ser .. via tUlllbien de portamoDcclllS, En verdad que si toda la fortuna do '['orres se hallaba contenida en aquella cajita, q\le era del tamafio de nna petaca, ell uiogun país del nJlllJdo habria pasado por rico. 'l'enía on ella unas pqeas de todas las lJ10nedas de oro do los Estaclos cir- cunvecinos. Dos dobles condorls de los Ef'lados- Unidos de C<>lombia, que valian cerca de cieo francos cada uno; una cantidad igual en Loli ..-ares venezolanoA; soles del Perll por el doble i algultos esuudos chilenos, por cineuentn fraucos á lo más, y algunas otras pequefins piezas. No obstante, todo aquello sólo formaba uua cantidad redonda de quillienlos francos; y á pesar de su pequ/,Ilez, Torres se hubiera visto muy clllharaznelo para decir dónde y cómo la habia adquirido. Lo que habia de cierto era. que Torres, t1espuos de alg'Ulos meses df ll!\ber aballlllllJado su oficio de capitan de bosques, que ejercia eu 1, provincia de Para, habia Bubielo por la euclJca dol rio de las Amazonas, y atrayesado la frontera para en- trar eu el tefl"itorio peruano. A este aventurero, por otra patte, lo habian faltado muy pocas cosns para vivir. ¿ Qué gustos le eran necebarios? Nada para BU alojamiento, nada para su Yéstielo. El bosquo le facilitaba su alimento, que preparaba sin gatitos, al uso de los corredores do las florestas. DaBlá- banle algunos reis para su t.abaco qne compraba en las1'lIisionc8 6 en las peque!l.as aldeas, as! como para el aguardiente ele su calabaza. Con muy poco podia ir bastante léjos. Cuando el papel estuvo encerrado en la cajita de metal, cuya tapa se con'aha hermétiellmp!lte, Torres, en vez de volverla á poner en el bolsillo ®Biblioteca Nacional de Colombia Ol.L.\' PL JL 1.1'1 \'en"E de 1& chaqueta que cubria su poncho, 1" t'.6nci6 más conveniente, por un exceso de precauciou, depositarla cerca de él, en el hueco de una raíz del árbol á cuyo pié se hallaba tendido. Esto era una imprudencia, que le podia costar cara., Hacía mucho calor. El tiempo estaba pesado. Si la igltlsia de la aldea inmediata hubiese tenido reloj, hubiera dado en tón ces las dos de la tarde, y Torres lo habría oido, merced al viento, porque 1610 se encontraba á dos millas de la poblacion. Pero, sin duda, la hora le era indiferente. Acos- tumbrado á guiarse por la altura, más ó ménos bien calculada, del sol bajo el horizonte, un aven- turero no sabría llenar con exactitud militar todos loe actos de la vidL Desayunábase ó comia cuan- do le parecía conveuiente 6 cuando le era pomole. Dormia donde y cuando el suetío le acometia. Si la mesa no estaba ~iempre puesta, el lecho, en cambio, siempre le tenía dispuesto al pié de un árbol, en la espesa maleza y en pleno bosque. Torres no era descontentadizo en las cuestiones de comodidad. Como babia caminado una gran parte de la mallana, y comido un poco, la necesidad de dormir se dejaba sentir impetuosamente. Así, pues, dos ó tres boras de descanso le pondrían en disposicion de poder continuar su camino. Acoso 16ee, puee, sobre la hierba lo más cómodamente que le fué posible, y procuró conciliar el IUeAO. Sin embargo, Torres no era de esas pereonaa que se duermen sin tomar ántes algunas precau- ciones preliminares. Tenía, en primer lugar. la ®Biblioteca Nacional de Colombia L.\ IAXG. DA. • Torres vuelvo ¡\ emprender 1& persecucion. oollturubre de tomar algunos sorbos de licor fuerte, y despucs de hecho esto, fumar una pipa. El aguardiente sobreexcita el cerebro, y el humo del tabaco se mezcla bien con el humo de los ensue- tios. A lo rnénos, esta era su opinion. Torres empezó, pues, por acercar á sus labios una calabaza que llevaba pendiente del costado y que estaba llena de aquel licor , conocido general- mente en el Perú con el nombre de chicha, y más particularmente con el de caysuma en el Alto Amazonas, y que es el producto de una lige- ra destilacion de la raíz de yuca dulce despuea que se ha producido la fermentacion, al cual el capitan de 109 bosques, como hombre cuyo pala- dar estaba medio desgastado, creia deber añadir una buena dÓBis de aguardiente de catia. Cuando hubo bebido algunos sorboB de aquel licor, agitó la calabaza, convenciéndose, no sin pesar, de que S6 hallaba casi vacía. -A renovarla-dijo simplemente. Despues, sacando una pipa corta de raíz, la lIen6 de ese tabaco acre y grosero del Brasil, cu- yas hojas pertenecen al antiguo tabaco de hoja, introducido en Francia por Nicot, á quien se debe la vulgarizacion de la más productiva y más ex- tendida de las solanáceas. Este tabaco no tenía nalla de comun con el escaferlati de primera clase que producen las manufacturas francesas; pero Torres no era más descontentadizo sobre este punto que Bobre otr08. Golpeando el pedernal con el eelabon, inflamó un poco de esa sustancia viscosa, conocida COD ~ ®Biblioteca Nacional de Colombia 10 OBRAS DE JULIO VRRNB. nombre de yuca de lwrmigas, que segregan cier- tos himen6pteros, y encendió su pipa. A la décima aspiracion, sus ojos se cerraron, la pipa se escapó de sus dedos y se quedó dormi- do, ó más bien sumido en una especie de sopor que no era un auelio verdadero. II. LADRON y ROBADO. Hacía eerca de media hora que Torres dormia, cuando se oy6 un ruido bajo los árboles. Era un ruido de pasos ligeros, como de algua individuo que camiuase descalzo y tomando ciertas precau· ciones para no Bor oido. Ponerse en guardia contra toda visita sospe- chosa habria sido el primer cuidado dd aveutu- rero, á tcner abiertos los ojos en aquel momento. Pero, no hallándose despierto, el que avanzaba pudo llegar hasta su presencia, sin haber sido descu bi erto. Mas el que llegaba no era un hombre; era un guariba. De todos los monos cuya cola posee la propie· dad de asirse á cualquier parto, y que frccuentan los bosques del Alto Amn7onRs, como sahius, de forma graciosa; sajus cornudos, monos de pelo gris y saguinos, quo pareco llevan una rnáscara sobre su rostro gesticulante, el gUllJ"iba, sin con- tradiccion, es el mús original. De iustinto socia- ble, poco feroz y muy diferente on csto del mu- cura, fiero y asqucroso, lo agrada la sociedad y anda generalmente ell bandarlas. Su presencia 8e anuncia desde léjos por un concierto de vocesmo- nótonas, que parecen las oraciones salmodiadas de los chantr~s. Pero, si la Naturaleza no le ha creado perverso, no se le debe atacar SiD precau- ciones. En todo caso, uu viajero dorlllido no deja de hallarse bastante expucsto, cnando un guariba le aorprellde en esta situacion y fuera de estado de defenderse. Este Illono, que se llama tambien barbado en el Brasil, es de gran estatura. La agilidad y la fuerza de SUB miembros hr.cen do él un animal vigoroso, tan aptl) para luchar en tierra como para saltar de ralla en rama hasta la cima de los gigantes del bosq~o. Pero entónces éste avanzaba p~o á poco y con prudencia. Miraba á todos lado a y agitaba rápidamente su cola. Ji estos individuos de la raza simiana la Naturaleza no se ha contentado con darles cuatro manos, de donde les vione el nom- bre de cuadrumanos, sino que ha querido mos- trarse más generosa, concediéndoles verdadera- mente cinco, puesto que la extremidad de su apéndice posee una completa facultad de apre- bension. El guariba se aproxima sin hacer ruido, blan- diendo un grueso palo, qU6jmanejado por 8U bra- zo vigoroso, podia llegar á ser un arma temible. Pasados algunos minutos desde que habia·visto al hombre echado al pié del árbol, la inmovilidad del que dormia le alienta, sin duda, para venir á verle más de cerca. Se adelanta, pues, no sin algo de vacilacion, y se detiene, en fin, á tres pa- sos de él. Sobre su rostro barbudo se dibuja un gesto que descubre sus dientes acerados, blancos como el marfil, y agita la estaca de un modo poco seguro para el eupitan de los l.losques. La vista de Torres no inspira seguramente al guariba muy benévolas ideas. ¿ Debia tener, pues, algunos motivos palticulares para querer mal ¡\ aquella muestra de la raza humana quo la casua- lidad le presentaba sin defensa? Puede ser. Se sabe r:uanto conservan algunos animales la me- moria de los malos tratamientos que reciben, y era muy posible que éste tuviese algo de rencor contra los corredores de los bosquee. En efecto; para los indios sobre todo, el mono es una caza que llama mucho la atoncion, sea cualquiera la especie á que pertenezca, y se les caza con todo el ardor de un N emrod, no 801a- mente por el placer do cazarle, sino tombien por el gusto de comérsole. Pero si el guariba !lO parecia dispuesto IÍ inver- tir esta vez los papeles conociendo quo la Natura- leza s6lo ha hecho do· él un Bimple herbívoro i si no trataba de devorar al capitan de los bosques, parecia dispuesto á destruir, alménos, á uno dCSllS enemigos naturales. Así, deepues de haberle contemplado algunos in~taute~, principió á dar vueILas en torno del ár- bol. Marchaba lentamente, conteniendo su aliento y aproximándose más y más. Su actitud era ame- nazlldora; su fisonomia, fel"Oz. Nada le era más fá- cil que matar de un sol. golpe ti aquel hombre in- móvil, y era lo cierto que en aqllel instante la vi- da de Torres estaba pendiente de un hilo. En efecto, el gUllriba se detiene por segunda vez junto al árbol, colocándose de modo que pu- diera. dominar la cabeza del hombre que dormía, y levanta la estaca para descargar el-golpe. Pero si Torres habia cometido una imprudencia ocultando en el bueco de la raíz la cajita que con- tenia su documento y BU fortuna, esta impruden- cia, sin embargo, fuá la que le salvó la vida. Un rayo de sol, deslizándose entre las ramas, vino á herir la cajita, cuyo metal brulíido brillaba como un espejo. El ruono, con esa veleidad pro- pia de su cspecie, inmediatamente se distrajo. Sus ideas-si es que un animal puede tenerlll8- tomaron otro giro. Se baja, coge la cajita, rotro- oede algunos pasos, y levantándola hasta BUS ojos la contempla no sin sorpresa. Quizá se quedó más admirado cuando oyó reso- nar las piezas de oro que conteuia. Aquel sonido le encanta. Era COIllO un chupador en manos de un nilío. Despues se la lleva á la boca, apretándo- ®Biblioteca Nacional de Colombia LA JANGADA. 11 la fuertemente con sus .dientes, pero sin lograr ni Aun hacer mella en el metal. Sin dnda el guariba babia creido encontrar allí alguna fruta de nueva especíe. Una gran almen- dra brillante, con un hueso que flotaba libremente dentro de su cáscara. Mus, aunque bien pronto comprendió su error, no creyó que por esto debía abandonar la caja. Por el contrario, la empuña fuertemente en la mano izquierda, y suelta la es- taca, que al caer rompe una rama seca. Al ruido que hizo, Torres se despierta, y con la prontitud de las pcrsonas que siempre estáu al acecho, y para quienes es cosa tan f,kil la trausi· cion dcl sueño á la vigilia, al mowento se puso cn pié. Al punto reconoció Torres al que tenía delante. - ¡Un guariba! - exclamó. y tomando la U1ancheta, que sc encontraba junto á él, se preparó para la defensa. El U10110, asustado, habia retrocedido al puuto, y ménos bravo delante tle un hombre despierto que dormido, dando un !'ápído salto se sube sobre los árboles. - I Ya era tiempo !-exclama Torrcs.-i El ¡Hi- bon me hubiera lllatado sin ninguna ccnmlOnia! De repente, ve cutre las lll 'tnWI del mOllO, que se habia dctenido á veinte pasus de él, y que le miraba haciéndole gestos, como burlándose, su precio~(I, cajita. -¡EI1>ribon no me ha. lIlatado, vuelve á decir, pero ha hocho otra cosa clIBi peor!. ... ¡l\le ha robadu! El pensamiento de que la cajita. contenia todu su dinero, no fuá, sin elllbargo, bastante á prc- ocuparle por el pronlo. Lo que le hizo saltar de có· lera fue la idea de que la caja encerraba aquel documento, cuya pérdida, irreparable para él, en- trañaba la. de todas '11S esperanzas. -j:JIiJ diabl08!-,': rita. y csta vcz, queriendo recobrar á. toda costa su caja, se lanza á la persecucioll del gua.riba. lIarto COUOcill que no era muy fácil detener aquel ágil animaL Eu tierra se lu escaparía bien pronto. y por las TUlllas, más pronto todavía. Un tiro bien dirigido podia bastar para detonerle en sucarrem 6 en su vuelo; pero Torres no tenía llingun arIOs de fuego. Su machete y su azada sólo podian dafiar al guariba en la posibilidad de herirle de cerca. Bien pronto conoció qne el mono no podía ser deteni<lo sino por la mafia 6 la sorpre'a. Do aquÍ la necesidad de usar de astucia cun el malicio o animal. Detenerse, ocultarse detrae del tronco de un árbol, desaparecer bajo el ramajc, e incitar al guariba, ya á detenerse, ya á volver sobre sus pa- sos, era lo único que poJia intentarse. Esto fue lo que hizo Torres, y la persecucion principin bajo tales condiciones; mas cuando el cllpitan de los bosques desaparecia, el mono reparaba, siu mo- verse, lo que bacla, y en este ejercicio 'forres se fatigaba sin resultado. - ¡'Condenado guariba !-exclama luégo.-¡ No acabaremos nunca, y es capaz de volverme á lle- var así hasta la frontera brasileña! j Si al ménos soltase mi caja!... .. i Pero no! i El sonido de las piezas de oro le divierte! ¡Ah ladron, si yo te lIegára á echar mano! y Torres vuelve á emprender la persecucion, y el mono á escapársele con nuevo ardor. Una hora se pasa en semejantes condiciones, sin obtener ningun resultaco. Torres sentia una preocupacion muy natural. ¿ Cómo no, si con aquel documento podia nadar en dinero? La cólera se apodera dc él entónces. Jura, gol- pea el suelo con el pié y awenaza. al guariba. El terco animal le responde coh una especie de risa burlona, la más á propó ito para ponerle fuera de si. Torres vuelve á continuar la persecucion j corre hasta perder cl aliento, y se enreda entre aquellas altas hierbas, aquellas cspesas malezas y aquellas lianas entrelazadas, á traves ,le las cuales el gua- riba pasa como un corredor de steeple-chase. Llls grnesas raíces ocnltas (ln! re las IJierhns borran de vez en cuando los senderos. Tl'Opi~za, se lcvanta, y en fin, principia á gritar : (( ¡ Socorro, socorro, al ladrou!», como ~i pudiera ser oido. Luégo, acabándosele laH fuerzas y faltándole la respintcion, ~I) vió obligado á ti tenerse. - i lUil diahlos!-dice.-Cuando yo perseguia á los negros cimarrones á traves de las malezas, no me causaban tanto disgusto. I Poro yo atraparé á esto mono malJitoJ ¡Yo iré tras él, sí, yo iré tras él, lllíéntras que mis piernas puedan sostenerme, y ya nos verémos! El guariba se habia quedado inn::óvil, vieudo (Iue el aveuturero cesaba de perseguirle, y se apro- vechaba de e te intervalo para descansar, aunque estaba muy léjos de haber llegado á aquel grado de abatimiento que privaba de todo movimiento á Torres. Permaneció en tal estado unos diez minntos, mascando algunas raíces que habia arrancado á fior de ticrra, y haciendo sonar de tiempo en tiem- po la caja junto á su oreja. Torres, exasperaJo, le tiró algunas piedras que llegaron á tocarle, aunque sin hacerle ningun da- lío, á causa de la distancia. Era preciso, sin embargo, tom~r un partido. Por una parte, parecia iuscusato continuar la persecn- cion del mono sin una seguridad de cogerle, y por otra aceptar con totlas sus consecuencias aquel ca- pricho de la casuali.Jl1.l1, era quedar no solamente vencido, sino tl1.mbien engallado y burlado por un despreciable animal, lo cual bastaba para cau- snr la desesperacion de cualquiera. y sin embargo, Torres esta\¡~ convencido que cnando llegase la nocho el It\llrou se escaparia muy cÓlllodamente, y él, el robado, tendria mucha dificultad para volver á encontrar su camino á tra- ves de aquél ~spe80 ~osque. En efecto, la pera&- ®Biblioteca Nacional de Colombia 12 OIlRAS IJE ] UII \·,ER"B. Eran do. braoileños. cncion le habia nevado á algunas millas de la ri- bera del rio I y le sería ya muy difícil volver á ella. Aunque titubeando, procuró resumir sus ideas con sangre fria, y finalmente, despues de haber proferido la última imprecacion, se resuelve á abandonar toda idea de volver á recobrar su caja; pero lisonjeándose todavía I áun á despecho de BU voluntad, de tener aquel documento en que esta- ba basado su porvenir, segun el uso que pensaba hacer de él; se dijo que era preciao tentar un últi- mo esfuerzo. LevAntase pues. El guariba se levanta tambien. Da algunos pasos hácia adelante. El mono hace otro tanto hácia atra8. Pero esta Tezl en lugar de internarse en lo profundo del bOI- que, se. detiene al pié de un grande fiCU8, árbol cuyas variedades 80n tan numerosas en toda la cuenca del Alto Amazonas. Asirse al tronco con sus cuatro manos; trepar por él con la agilidad de un clown que imitase á un mono; agarrarse con la cola á las primeras ra- mas extendidas horizontalmente á cuarenta piés sobre el suelo ¡subirse despues basta la cima del árbol, hasta el sitio en que sus últimas ramas se ll"JClinaban sobre él, no fué más que un juego para el ágil guariba, y negocio de algunos ins- tantes. Instalado allí con toda comodidad I continúa sn interrumpida comida, cogiendo las fruthS que be hallaban al alcance de su mano. 1 Torres tambien tenía gran necesidad de coruer y de beber j pero le ®Biblioteca Nacional de Colombia t A JA~(; AnA. 1;¡ era ,mposible! IS" morral "ptaba limpio y su ca- labaza vacfa! Sin embargo, en lugar de retroceder, se dirigió hácia el árbol, por más que la posicion adoptada pOI' el mono fuese eut6nces muy desfavorable pa- ra él. No podia ni áun Bofiar en trepar á las ramas de aquel licua, que su ladron habria muy pronto abandonado por otro. i y siempre la cajita, que no podia coger, reso- naba en su oido! En su furor'y en BU locura, Torres apostrofa al guariba. Seria imposible decir la serie de invecti- vas con que le regala. No se limita á llamarle mestizo. lo cual es una grave injuria en boca de un brasilefio de raza blanca, sino que tambien le llamacuriboca, esto es, mestizo de negro y de in- (lia; pues de todos los insultos que un nombre puede dirigir á otro, éste es el más cruel en aqueo lla latitud ecuatorial. Pero el mono, que no era más qlle un simple cuadrumano, se burlaba de todo lo que pudiera decirl e un repre~entallte de la raza humana. Torres entónces principia á tirarle piedras, raf· ces y todo lo que podia servirle de proyectiles. ~ Tenía esperanza de herir gravemeate al mono? No ..... ya no sabía lo que se hacía. A decir ver· dad, la rabia que le causaba su impotencia le pri. vaba de la razono Quizá esperaba el instante en que, al hacer el guariba un movimiento para sal- tar de una rama á otra dejaBe caer la cajita, y aún que, para imitar los ademanes del agresor, lle. gára á tirársela á la cabeza. ®Biblioteca Nacional de Colombia 14 OSRAS DE JULIO VER.~. Pero no; el mono procuraba retenerla, y aun- qlle tenía ocuparla una mano con ella, lÍun le -que- daban tres para mnnCillrBc. TorreR, desesperarlo, iha ya á auandonar la parti- rla y volverse hácia el Amazonas, cuando se dej6 oir un rnmor de voces. ¡ Sí! .... un rumor de voces llllllHlnnA. Se hablaba á unos veintF' pasos elel sitio <:n (lue 8~ encontraba parado el capitan de los bosques. El primer euidndo de Torres fué ocultarse entre un e~reso ramaje. Como hombre prudente, no qneria rlejnrsfl ver Rin saber, nI ménos, ante quién podia hncerlo. Palpitante, turbarlo, cRcuchaba con atento oido, cunndo de repente se oyó la detonacion de un ar- ma defllego. Un grito la siguió, y el mono, mortalmente he- rido, cnyó pesadamente al RucIo, tcnienrlo siempre la cajitn de Torres en la mano. -¡ Por el diablo!... .. -exclmm éste-véuije un" bala que llega 1\ muy buell tiempe. y esta vez, no importándolo que le vieran, salió rl(' {'ntre el ramaje á tiempo que dos jóvenes apa- recian bsjo loa úrboles. Eran uos hrasilefios en trajo de caza, con botas de cuero, ligero sombrero de p¡tlma, chaqueta, (Í más bien casaca cefiida á la cintura, y más cómo- da que el poncho nacional. Por SUA facciones y RU color, elaramente se eonocia que eran de sangre portuguesa. Cada nno estaba armado eon un largo lusil de fábrica e~pafiola, que recuerdan algo las arma~ árabes; fusiles de largo nlcnncey de una gran prccision, y que los hnuil1ntes de Jos bosques del Al.o A1ll3Z0nitS mnnojun con sumo acierlo. Lo qnc aeabaha do suopder Prit la prueha. A nlla distancia oblícnn do m:íR 110 o,,:.ont/1 pll~OR, el CU/1- l!rumano habia. l'it1o herido en merlio de la cabe7.n. Adema~, 10R do!! jlí\"ene8 l1evab1ln á h cintura nn/1 eRpecie ¡Je cuchJllo-plll'lal, qne se llama faca cn el Brasil, y del cual los cazadores no \"acil:ln hae,;r uso para. atacar.la onza y otros animah'R, Fi !lO tan terribles, al ménoR bastante numerOROS \'n aquellos bOS(llleR. E\'jlkn!cIl1l'nte, Tllrres ll1ula tcufa (pie t~m"r lle :vlllel encuentro, y se :lple~Urú á correr háci,¡. el (J1l~l'pO del mono. P'Jro los j6venes, qne avanzaban en la mioma Ilirpceion , tenian ménos camino que andar, y se habian aproximado algunos pasos euando se en· c'lntraron enfrcnto de Torres. }}qto habia recohrado sn presencia de ánimo. -i ll!1cha~ gradaR ..... sefiores!-lesdijo alegro· m 'nto quitándose el sombrero. - Me habeis he- cho nn gran scrvicio matando á este perverso animal. Los cazarlores se miraroD,sin comprender desde luégo por qué Be les daban las gracias. En pocas palabras les pllSO Torres al cOP!'iente de lo que ocurria. -IIabeis creido matar s610 á un mono - vuelve :í decirles - y en realidad babejs matado un la- dron. -Si nosotros os hemos sido útiles-respondió 01 más jóven de los dos-ha flido á golpe se:;uro y sin sospecharlo; mas no por esto nos ronel'p- tuamos ménos dichosos ai os hemoR scrvido de al· guna eosa_ y dando algunos pasos alras, se inclina sobro el guariba y retira, no sin esfuerzo, la cajita de Sil mano crispada todavía. -Ved lo que sin duda os pertcnece, sefiOl'- dice. -Esto es - responde TorreR, qne toma apreRlI- rudamente la cajita, sin poder contener un gran suspiro de consuelo. - ¿ A quién debo agradecer, seilores, el Rervicio que se roe acaba de hacer? -A mi amigo ::\Ianuel, ayudante mayor de mé- dico en el ejéroito brasilefio-dicc el jÓvcl1. - Si yo he si llo el ql!e ha tirado nI monO-Te- plica Manuel-tú fnÍ3te quicn me lo hizo ver, mi querido Benito. - En ese easo, sefiores-replica TorrcR-á los dOR me hallo obligado; tanto al fleñor 1Ilanuel, co- mo al sefior ..... -Benito GnlTal-responde Mannel. Mucha fuerza de ánimo necesitó nI cnpitan de los bosrlll~~ para no estremecerse al oir aqllclllom- bre, y Rnbro todo, cuamlo el jlíven afiarle con ~'l Inotería: -La granja de mi padre Juan Garral se halla tí tres millas de aqní (1). Si os pInce, señor ..... -Torres-responde el aventurero. -Si os place, seilor Torres, venir con nosotros, Rcr~·i~ hipll recibi,lo. -Yo no ~é Ri podré-contc~ta TorreR, ql11', POI'- preuflido por nqupl enoncntro ineqpcrndo, vaei'nh~ en tomar '1m partit1o.-Temo, á la verdad, no po- rler admitÍr vupstra oferta. El inrirlentt' ql1(\ :len- bo de rr·fcrir mo ha hecho prnlcr muC'h" tielll- po ..... Tengo que volver pront:llllcntc ¡d(·in el Amnwnaa, p'lrqlle runnto con Laj.u 1:r.~ta P .ra. -EntónceA, Aeñor Torre3- rcpuso Bcnito-pq mny probable que \7"lvl1mos á vcrnOR, porque ún- te8 de 110 mes mi padre y toda su familia habrán tomado el mismo camino que '·OR. -j .\h! - exclama "ivamente TorrrR.-i, VneRlro padre trutn. de volver á pasar la front(,rn hra,i- lofia? -sr, para nn viaje de algunos m"~es -ru~p(\n di6 Benito. - Al méIlO~, nOAotros e8p~ramos deci- dirle. ¿ No os e to, ::\13nnel ? Manuel haee un signo nfirmativ,.o de cabeza. -y bien, Befiores-vuelve á deeir Torres.-ER, en efecto, muy posible 'lue volvamos á encoIltrur- nOR en nuestro camino. !\Iaa yo no puedo, aunque (1) La.. medí" ... it.inemria' en el Bm..n ron In peqneiln !Ilur., que vale 2.0Qv nlétro .. y la legua CO!llWl 6 gran Dlilln, '1ue vAJo 6.18U metros. ®Biblioteca Nacional de Colombia .. LA JANGADA 15 con sentimiento, aceptar vuestra oferta en cste instante. Os lo agradezco, sin embargo, y me con- sidero doblemente obligado. y dicho esto, saluda á los dos jóvenes, que le de.,.uelven el saludo y toman el camino de En granja En cuauto ti Torres, les contempla alejarse. Desplle~, cuando los hubo perdido de vista, excla- ma con una 'oz enveroosn : - i Ah 1.. ... i Él va ti pasar la frontora! i Qne la pase, pues, y así .e encontrará mejor ti diRpoeicion mia!... .. i Buen viaje, Juan Garral 1 y dichas estas palabraR, el capitan de los bos- ques se elirige húcia 01 Sud, de modo quc pudiese enconlrnr la orilla izq'Jierda del rio por el camino más corto, desapareciendo muy presto entre la es- p esa arboleda. m. LA FA~!ILrA GARR~L. LB al(lea ele Iquitns se halla situarla ccrcn do la orilln izquierda del Amazonas, poc2 máq ó mé- nOR Bohre el 7·~· meridiano, en aq\leJla parte del gran rio, que lleva aún p] nomhre rlf' ~a raíion , cuyo lecho Repara 01 Perú dr In nC'pílhli- ca del Erlla.dor, ti cincucnta y cinco leguas háda el Oc~tf' ne la frontcraJdcl Brasil. Ir¡uito~ fué fllll,lndo por- los misioneros, como todas las casaR, aldeas y Itw;nrcillvR rplO se hallan en la cuenca d~1 Amn7.onfl~. JL.~ta 1'1 año ,lécimo· sétimo de e tI' si;,.:lo, los ineliO!l iqllito~, <¡ne forma- ron por tlD momento 911 únic.'t pnulncion, cRtaban retiradoR E'n el interior ele In provincia, hastante léjos del rio. Pero tlll dia I(,s man'lnlilllC's de Sil territorio RO secaron á cons{'cllcncia de una erllp- cion volc:ínica, y so vieron n la IH'ccsidlld de ve· nir {¡ estuhlecerse en la izquierda del :lIarnüon. La raza se alteró l¡ieD pronto, á consecnencia de los enlaces qne contrajeron con 10R indios rioerCf'ioR, Ticunas ú Olllng-a~, y hasta hoy !lía Iquitos s!Ílo CDenta con una pohlncion mixta, á la cnal se de· ben afiarlir algllnos ospuñolPR y dos 6 tre8 fnmiliflA de mcstiZflp. Una!! Cl1l\rE'otn chozas, bAstante mis('rableR, cu- yo techo do' búlago apénns las hAcia dig-nafl elcl nombre' d(' cnbaiin~, COllJpOIl;'lI1 tOd:l la aldea, aun· qnG por otra parte sr> hnllahan pintorpseamcnte r\grnp¡ulns en \lna explnnn(ln que dominaba la~ ori lIas del rio ¡i 11nO'l s("'~enta pi,\!! d(> ol,·"'acion . UIl1\ cseall'r:t hecha ele troncos, tra \~el'sulr,1 nte eolo- catlos, fllci1ita el nrcC'~o ,¡ la al (Jf'1J. j pero 80 oculta tanto IÍ los ojos elel fOrll'ltero , qnc é~to no se atre- ve á trepar por ella, porque la bajalln le parece illlposiule. ~!as una vez sohre la allllr:t, enclIén- trase delante de una cerca, poco rcsgllanlnda de arbustos variados y plantas arborescentes, liadas por cordones de lianas que se extionden aquí y allf, desde IlIs copas de los bananeros y tle palme- ras de la máa elegante especie. En aquella época, y siD dnda la moda tardará mncho tiempo en modificlI]' ·1 traje primith·o, los indios de Ir¡nitos iban poco ménos que d anudos. Solamcnte loa españoles r los me tizos, quc ll1ira- l'fin ""n grltn desden á AUq concillc1a,Lllos iodíge- na!!, ibnn vestidos con una simp!o camisa, un pan- talon ligero de telilla elo algodoD, y so cubrían la cabeza con un sombrero de paja. Por lo dema~, todor. vivian miserablemente en este 1 u gnrci1I o, trat<Índose y jnnüíndose poco j y ~i nlgnna vez PO rCllllinn, era únicamente en l/IR horas en quc la campana de la i\li"ion les llamaba á la casa medio derruida que scrvia de iglcsin. Pero si 111. vida se encontraba en el estado cnsl rndimentllrio en ellllgarejo <1(\ Iquitos, como en la mayor parte de los aldei1l3s del Alto Amazo- nas, DO habia m:1.s que amlar un[\ legua bajan- do húcia el rio, para ,el' en la misma ribera un rico establecimiento, donde se cDContraban reuni- rlos touOR los elemcntos para gozar una "ieh có· moda. É.te era In granja de Jnan Garral, húcia la cnal ,olvinn los rlos júvenc~, despucs de su encuentro con (il capitan de los bORIJues. Allí, sohrc un recodo dd rio, en la confluencia del X anay, ancho de quinientos piés, hacia b: s- tantes años que estaba fl1nc1nda aquella granja, aquella alquería, /¡ para emplear la cxpre.ion del pais, aquella.ffl~end(/, entónc(>s en plenn prosperi- dad. Bafiábaln al Norte la orilla derechadel Na- nar en un eBpacio ne uno peqllciia milla, tenicnrlo una anchura ig-Ilul al E~tc, por donde tocaba 1\ la ribera del gran rio. Al O('~tc, pequcíins corrienlcs ¡le agua, tríunturiaR ,lel Xanay, y algunas lagu- nas: de mediana cxtemion, la RepnmlJUn de la Aa- b:mo. y de las campilinf! destinadns á pasto dc los nnimalps. A ni era donde .Junn Garral, en 182G, ninlc y !<,·is oiios IÍntos de la época cn qlle principia (·pta hi~loria, íllé acogirlo por el propietario de Jafa- zenda. Ar¡l1el portu~u 8, llamarlo :lf(1gallánes, no t(mifl. lIIáH io.1l1"tri" q110 la de C'xplotar Ins mndera~ riel p:lÍs i y Sil establecimiento, r('cientcmellte fUDda- dI), ocupaha entónces Dnn media milla ti la rihera del rio. "\ lIí, ~I agaJlánf's, ho~pitalario como todo~ los portllgur'Re~ de nntiguil raza, vivia con RU hija Ya'lllitn, que rl(>~r,J('8 de 1" lnllNlo de Sl1 marlre ha1.ill. tomado el ¡.;nbicrno de la cllsa. Mag-nllánes era lln bll~n trubajílllor, duro i pero carecia de inH- tmccion. A1Inque I'ahin dirigir algunos esclavos que poseia y la docena de ,ndios cuyos servicios nj1\staba, mostrábase muy poco apto en las ope- ral'iones exteriores de sn comercio. AA!, PUCI', falto de saber, el establecimiento do Iqnitos DO pros- penLba, y 108 asuntos del negociante portugues so encontraonu bastante confusos. En aquellas circunstanciaa fué cuando Juan Garral, que contaba. ent6nces veintidoB alíos, ee ®Biblioteca Nacional de Colombia t6 Ollllh DE JLI ID VERNI':. I.Jc.J~ a. .. ibera del Tlo DO se veia más que la casa foreslal encontró un dia oon Magallánes. Rabia Uegado al pnÚJ al cabo de muchos esfuerzos y apuros. Maga- lIánes le habia encontrado en un bosque vecino, medio muerto de hambre y de fatiga. Aquel por- tngues tenía un gran corazon, y no preguntó al desconocido de dónde venía, sino lo que necesita- ba. El rostro noble y altivo de Juan Garral, á. pe- B&I' de su debilidad, le habia interesado. Le reco- gió, le hizo ponerse en pié 1 Y le ofreció desde lné- go, y por algunos di as , una hospitalidad que debia durar toda su vida. Véase, pues, por qué circunstancias se introdu- jo Juan Garral en la granja de Iquilos. Era brasileflo, y se encontraba sin familia ni fortuna. Los disgustos, decia él, le habian obliga- do á expatri&llle 1 á rennnoiar á toda idea de vol- ver é,81l patria, y rogó tl BO hn~'Ped que DO l. preguntase nada sobre sus desgracias pasadas, desgracias tan graves como inmerecidas. Lo que él buscaba, lo que él quería 1 era una vida nueva, una vida de trabajo. Habia andado un poco á la ventura con la idea de establecerse en alguna ha- cienda del interior. Era instruido, inteligente, y tenia en toda su presencia ese no sé qué que re- vela al hombre sincero, de alma pura y recta. Ma- gallánes quedó seducido, y le rogó permaneciese en la Hacienda, donde podría introdWll':- ~ qlle faltaba al digno granjero. Juan Garra! aceptó sin vacilar. La intencion habia sido entrar deede loégo en on ,mngal, explotacion de caontchooo, donde un boen obrero gmaba en aquella época oiDoo 6 .. ®Biblioteca Nacional de Colombia LA JA_ GADA. Exl¡ió una promesa que le fué owrgad~ piastras (1) diarias, y podia esperar encontrar patron por poco que la suerte le favoreciese j pero Magallánes le hizo observar justamente que, si la paga era crecida, no se hallaba trabajo en el se- ringa! más que en la época de la rccoleccion, es decir, durante únicamente algunos meses, lo cual Il/) podia consti tuir una posicion estable y tal como é! debia desearla. E! portugnes tenía razono Juau Garral lo com- prendió, y entró resueltamente al servicio de la fazenda, decidido á consagrarle todas sus fuerzas. No tuvo Magallánes motivo para arrepentirse de la buena accion que ejecutára. Sus negocios se restablecieron. Su comercio de maderas, que por (1) Cerca d, 80 fr8uOOI, paga que 118 eleva a1rnnao ViCH , 10', PRIH1I:RA P ARTB. el Amazonas se extendía basta Para, tomó bien pronto, bajo la direccion de Juan Garral, una ex- tension considerable. La fazerula no tardó en au- m~nt¡¡r sus proporciones, y se desarrolló sobre la ribera del rio hasta la embocadura del Nanay. De la babitaciol1 se hizo una hermosa morada, con un piso alto cercado de un ve1"alulal~ Ó corredor, y medio encerrada entre hermosos árboles, como mimosas, higueras, sicomoros y paulinias, cuyo tronco desaparecia bajo un enrejado de granadi- llas, de bromelias de fiores escarlata y de capri- chosas lianas enredaderas. A. lo léjos, detras de 10B gigantescos matorrales y de un espeso mazonal de plantas arborescentes, se ocultaba el conjunto de las construccioneB don- de habitaba el personal de la fazenda. LaB habi- 2 ®Biblioteca Nacional de Colombia 18 OUllAS DF. ](TUO V En:s-&. taciones comunes á todos, las casetas de IOR ne- gros, las cabafias de los indios. Desue la ribera del rio, guarnecÍlla de cafias y otras plantas acuá- tioas, no se voia mús que la casa foresta!. Una vnsta campifia, cuidado~amente desmonta- da ti. lo largo de las lagunas, ofrecia excelentes pastos, y los animales abundaban. Esto fué una nueva fucnte de grandes bentlficios en a'luellas ricas comarcas, donde un rebafio se duplica en cuatro afios dando un diez por ciento de intercs solamente con la venta de la carne y de las picles de los animalcs dcgollados para consumo do los criadores. Se establecieron algunos sitias ó planta- ciones de yuca y de café en llr¡ue11".' pnrLcá del bo~que dcspcjad[\s por la corta do árboles. Los plantíos de cnüa de azúcar exigicron bien pronto. la consLruccion de nn molino para la prcsion de las cafias sacarinas destinadas ú b. flllnicncion de la melúza, el agual'llicnte y el ron. Brevcmente, diez años despnes de la llegada do Juan Gnrm1 á la granjl\ de Ir¡llitos, la jll:CIl(lt, 8e habia conver· tido en ano de los más ricos establecimientos del A.lto Amnzonas. Graciaa {¡ la buona direccion dl1<ln por el j.',\·on encnrg¡l(]o á 108 trabajos del interior y á los negocios de .fuera, su prosperidad ib;l en aumento de dit¡ en dia. El portuguea no hahin tardado mucho tiempo en reconocer lo que debia ú Juan Garra!. A fin de recompenaarle segun su mérito, le babia iuteresa- do <lesue luégo en los beneJIrios <le ~u I'xplotacion, y más adelantc, á los cuatro nüos do!'pucs \10 su llegadl\, le hahL\ hecho HU socio, cou lns mismas atribucione§ quc él y con igual purticipncion. Pero {¡uu me(litnba premiarle mejor. Ynqllita, ~11 hija, habil\ recollnci(lo, como él, en nquel jóven si- lencioso, dulc!' con IOR otros, duro consigo mj~mo, importantes eunlitl,\ les de corazou y tle tnlento. Ella le amabaj poro aunr¡ue, por su parte, Juan no hnbi('l'a sido insensible á los méritos y á la bon(ltlll de aquella hermosa já,'en, fuese por orgullo 6 fuese por reserva, él no pllrecia diRpuesto á pc- dirla en matrimonio. Un grave suceso apresur6 la soluciono Dirigiendo Magallános cierto dia una corta de árboles, fué herido mortalmente por la caida do uno de ellos. '.rrnsportado casi sin movimiento á la granja, y sintiéndosl} perdillo, levanta á. Ya- qnita, qllQ lloraba tí su lallo, la toma la mano y la une á la de Jnan Garral, haciendo jurar tí éste que la tomaria por esposa. -Tú has rehecho mi fortuUII-le dice-y yo no moriré tranquilo si por medio de esta union no advierto asr;;nrado el porvenir de mi hija. -Yo puedo quedar siendo su servidor mlls adic- to, su hermano, SIl protcctor, sin ser Sil CRp0l10 -habia desde lnégo contestado Juan Garral.- Yo os 10 debo todo, l\Iagalhínes, y no lo olvidaré ja- IDas ; pero el precio tí qne quereis pagar mis scr- vicios es muy superior á su mérito. Pero el v iejo insistió; la muerte no le permitia agu[\rdnr, y exigió una promesa quo le fué otor- gada. y nquita. tenía entánces veintiuos afios; Juan, eintiseisj loe dos se amaban, y se unieron algu- nas horns állles de la muerte de MngalJálles, que áun tuvo fuerzas bastantes para bcndccir su union. Por censecuencia de cstas circunstancias, Juan Garral quedóen 1830 como nuevo granjC'I'O de Ir¡uitos, con extrema satisfuceion de todos los quo componian el personal Je la qui;¡ta. La proBpel'idad del cgtablccimiento no podia ménos de lI.umcntarse dirigitlo por aquellas dos in- teligencias rdl!Jidas en un solo coraZOD. Un afio dcspuos Je su enlace, Yaqllita dió I1n hijooá su marido, y dos auos más tarde, una hija; Dvnito y Minha, los nietos del viejo portugues debian ser dig-nos de sn abuclo, y loa hijos dignos ue Juan y de Yaqllita. La niña se crin\Ja hermosa, sin salir un solo ins- tante ue lnja.~cJlda. E,Jucada en ese centro pmo y sano, en ese centro de IH¡l1clla naturaleza her- mo~ígilll[\ de las rcgionl's tropicales, la edueacion que la daba ~1l mauro y In instrllccion que recibia de sn padre fueron suficieutes para ella. ¿Qné más 1mbicr.\ pOtlido aprender en un convento de Ma- nao 6 de Delcm? ¿ Y d6nJe pódria haber encontra- do ml'jol'<!s ejemplos de todr.s las virtudes priva- das? ¿Stl'corazon y su talento serian más delicada- mente formados léjos del hogar paterno? Si el (lestino la reservaba el succder á su marlro en la a,lmitlistracion de la fa::ellda, ella sabria ponerse á la altura que conviniera á ar¡uella situncion en 10 vcnidero. En Cllanto á Danito, ya fllé otra cosa. Sil padre qlli~o, Y con rm~'Jn, que recibiese una cduracion tlln eúlilla y (fin completn como se daha entónces en hs grnnlles cinnatleR de:l IlraRil. Ya el rico gran- j ro no lt-rlÍa nad" qne nC'garse trntún<!oRe de BU hijo. D('n;(o m::nifcstab:dl'lic('s di¡;f'0Bkionc'~, un talento chro, una inteligencia viva, y cualidude!\ del coruzon ignall's é. las del ingenio. A la edlltl de docc mios so le ou'';6 á Para, :l Dclem, y allí, bajo la d¡reccion de excelentes profesores, adl]ui- rió los elemento~ rI() una educacion que debia ba- cer de él un homl,re distinguido. Nada le fué di- fícil en Ins letras, lns ciencins y lns artes, y Re instnlyó como ~i h fortuna de su padl'e no le hu- biera permitido ",i,-ir ocioso. No era de l('Os que se imaginan que b riqueza dispensa del trabajo j al contrario, era tillO de esos nobles espÍl>ituB, firmc~ y rectos, que creen que na,h ~e ,lebe sustraer tí aquella obligacion natural, fli se qllipre hacerse dig- no del titnlo de hombrc. Durante 108 primoros afios de su permanencia en Belem, Benito habia eontrnido reíaclones con Manuel Vald~R. E"te jÓ\'Cll, hijo de un negociante de Para, spguia sus estudios en clmiRmo instituto que Benito. La conformidarl de RllH caractéreR:r de BUS gustos no tard6 en nnirlos con una estrecha ®Biblioteca Nacional de Colombia LA. JANGADA.. 19 amistad, y fueron dos insepnrables compaiíeros. Manuel, nacido en 1832, tenia un alío ménos que Benito. No tenía más que su madre, que vivia de la. modesta fortuna que la. habia dejado Bll ml1- rido. Así, cuaudo terminó Sl1S primeros eRtlldios, siguió la. carrera de Medicina. Tenía un gusto ex- cesivo por esta noble profesion, y era su intento entrar en el srrvicio militar, hácia el cllal se sen- tia sumamente inclinado. En la época en que le venimos á encontrar con su amigo Benito habia obtenido yll su primer grado, y habia venido á disfrut.ar algunos meses de licencia á lafazenda, donde tenía 111 costumbre de pasar sus vacaciones. Este jóven, de buen ros- tro, de fisonomia distinguida y de cierta arrogan· cía natural, que le sentaba muy bien, era un hijo más que Juan y Yaquita conlaban en la casa. Pe- ro si esta cualidad de hijo le hacía el hermano de Benito, semejante título le habia parecido insufi- cieute respecto de Minha, y bien pronto debia unirse á la jóvcn ('on UI1 ]llZO más estrecho que el que une 11 una ]¡crmanll. y á un hermano. Eu cl afio lS52-hah¡ull ya pasado cuatro meses desde el principio de esta historia- .Jllan Garral contaba cuarenta y echo aUoa. Bajo nn clima de- vorador, que gasta, la vida muy pronto, por su sobriedad, la pTecnllcion en sntisf .. eer sus gustos y la moralidad dc su villa, toda trabajo, ¡.uJo re· sistir allí dOllde olros caducan /Íntcs <le tielapo. RIIS cauellos, qlle gastaba cortos, y Sil barha, que lleYnba entera, empezaban ya á poncrse grises, y le daban el aApecto de un puritano. La honradl'z proverbial de los cOl.lerciautcs y hn'>cndados brn- silcfíos esLaba illlpresa en su fisonomía, en In cual la rectitud ora el cnnícter mÚA notal,le. Aunque de temperamento tranqnilo, notúb~se en él cnmo IIn fuego illterior, que la yoluntad Falda <loll.iuar. La pureza de en mirada in,licaba IInn fllll'Za muy granoe, á la cual no dchin jamas ape!r.r en vano cllando se trataba de portarse con bonor. y sin embargo, en e te hOUlbre tranquilo, que pared a haber consl'guido cnanto puede desearse en la vida, so advertía uu fondo de tristeza, que la misma ternura de Yaqllita no habia podido vencer. ¿ Por qué este hombre recto, considerl\do por to- dos, puesto en las condiciones que oeben asc;guTaT la dicha, no manifestaba una expansion raoiantc>? ¿Por qué aparecia no poder ser dicllMO, cuanrl,) procuraba que los demas lo fucsen? ¿ D bin atri - buirse esta disposicion á algun secreto pesar? :Cato era un motivo de constante preocupacion para BU csposa. Yaquita tenía ont600e8 cuarenta y cuatro afios. En aquel pais tropical, dOfllle sus semej,lUtcs eran ya viejas á los treinta, ella habia podido resistir á las disolventes influenei s del clima. SUB faccio- nes, un poco duras, (' o hermosas toda"fa, con- servaban ese arrogante cliselío del tipo portngues, en el que la noblerya Ilel I'Ostro se une á la digni- dad del alma. Benito y 11ioha correspondian con un cariño sin límites, que se demostraba en todas lns ocasio- nes, al IImor qno SIlS padres manifestaban por ellos. Benito, de veiute y un Míos entónces, vivo, • nnimoso, simpático, todo exterioridad, contrasta- ba en esto con su amigo Manuel, más serio, más reflexivo. IIabia sido llll plrtcer extraordinario para él, despues de un alío pasado en Belem, léjos de la quinta, volverse á hallar con su j6ven amigo en la mansion paterna, haber vuelto á ver á su pa- dre, su madre y su hermana, y encontrarse, en fiu , él, que era nn cazador temerario, en medio de los soberbios bosqnes del Alto Amazonas, de los que el hombre, durante muchos años, no pe- netrad todavfa los serretos. lUin11a tenía ent6nces veinte afios. Era una her- mo~a j6ven morena, con ojos azulcs, de esos ojos que hablan al alma. De mcdíana estatura, bien formnrla y de una gracia vi vaz, recordaba el bello tipo de Yaquita, un poco más seTia que su herma- no: buena, carifativa y bQnéfica, era quorida de to- dos. Sobro eRte punto pOllin preguntarse sin temor áloB más ínfimos crimloB de la granja. Por ejf'mplo, no se hubi~ra podido pregnntar al amigo de su her- mano, á Mnnuel Valdés, cómo la encontraba. Este se hnllaha mlly intcrl'8000 en lo. cneslion, y no La· bria podido responder &in algo de parcialidad. La pintura de la familin. Garral no esiaria bien acabarla y In fultariun nlgunas pinceladas si no se hablsF.e del num~roso perEoll!l1 de lafazenda. En primer lugnr debemos nombrar á una vi ... ja negra, de sesenta auos; llamada Cihéles, libTe por In volunlad de su amo, y «sclava por el afecto que ó. él y á JOB suyos profeHnba, y que haLia sido la nodriza de Yaquitll. ElIIl pertenecin ya á la fa- milia y trataba con toda familiaridad á la madre y á la hija. Tocla la vida de esta excelente cria- tura se habia pasado eu aquellos campoR, en me- dio de aquellos bosques y junto á aquella ribeTa del rjo, que linút ba el horizonte de la quinta. IIabia ycni.lo llJuy niúa á Iquitos j en el tiempo en que <Íun se hacía la trata de negros, no Rali6 jamas de la aldcita, donde se casó, habiendo que- (lado viuda muy temprnno, y perdiendo Ú Sil {lIlieo hijo, consngróse enteramente al servicio de Ma- gall'¡ne~. No conocia más del tenitorio del Ama- zonas que lo que so de~plegnba ante BU vista. Con ella, y más cspf'einlmente commgrada al servicio do llinhll , babia una linda y alegre mu- lata de la edad de la j6ven, y que le em completa-mente adicta . Llamábase Liua, y era una de esas preciosas criaturas, un poeo mal criadas, á las cuales se les permite ulla gran familiaridad, pero que, en cambio, adoran á sus sefíora.s. Viva, tra- viesa, cariiíosa, todo la era permití/lo en In casa. En cuanto á los demaB sirvientes, los habia de dos elascs. Los indIOs, en número de unos eiento, em- pleados á Rueldo en lOA trnbnjos de 111 qllilltll, Y 108 negros, dobkR en Dlím(\ro, que no nacil\nlibrea to- ®Biblioteca Nacional de Colombia ODRAS DE JULIO VERNE. JolInha tenia entónce. veinte allO!l. dAViAj pero cnyos hijos ya no eran esclavos. Juan Garral 80 habia anticipado en esta vía al Gobierno brasilelio. En este país, con todo, más que en nin- gun otro, los negros traidos de Benguela, del Con- go y de la Costa de Oro son siempre tratados con dulzura, y no habia que buscar en la hacienda de Iquitos esos tristes ' ejemplos de cnleldad, tan fre- cuentes en las plantaciones extranjeras. .Y IV. v ACILACIONEii. Mannel amaba á la hermana de su amigo Beni- to, y ella oorrespondia á su caril1o. Los dos habían podido aprecial1!e, y eran verdaderamente digno! uno de otro. Ouando Manuel estuvo convencido de que no se equivocaba respecto de los sentimientos que experimeutuba por Minha, se franque6 desde lué- go con Benito. -Amigo Manuel-le habia contestado al pun- to el entusiasta jóven - tú tienes una hermosa razon para quererte casar oon mi hermana. Déja- me hacer. Voy á empezar por hablar á nuestra ma- dre, y creo poderte ofrecer que su consentimiento no se hará esperar. Media hora despues estaba hecho. Benito no habia tenido nada que descubrir á sn madre: la buena Yaquita habia leido ántes que ellos en el corazon de los dos jóvenes. Diez minutos despues, Benito se hallaba en pre- sencia de Minha. Es forz080 convenir que no tUYO ®Biblioteca Nacional de Colombia LA. JAC'lCADA. 21 .TlUIIl Gma! M babIa levantadO. que emplear Con ella grandes recursos de elocuen- oia. A las pñmeras palabras, la amable nifia incli- nó la cabeza en el hombro de su hermano, y esta declaracion: «Yo consiento]) salió de su corazon directamente. La respuesta iba casi delante de la cuestiono Esta estaba clara, y Benito no pidió más ventaja. Respecto al consentimiento de Juan Garral, no habia que abñgar la menor duda. Si Yaquita y sus hijos no le hablaron al punto de aquel pro- yecto de union, fué porque con el asunto del ca- samiento queñan tratar al mismo tiempo una cuestion que podia ser muy bien difícil de resol- ver. Esta era en qué lugar se celebraria el matri. monio. En efeeto, ¿ dónde 88 celebrarla? ¿ En aquella modelrta cabafia que lIervia de iglesia á la aldeita? ¿Por qué no, puesto que en ella Juan y Yaquita habían recibido la bendicíon nupcial del Padre Passanha, que era ent6ncee el cura de la parroquia de Iquitos? En aquella época, como en la actual, se confundia en el Brasil el acto civil con el acto religioso, y los registros de la Mision bastaban para hacer constar la regularidad de una situacion que ningun oficial del estaco civil habia sido en- cargado de establecer. Era muy probable que éste fuese el deseo de Juan Garral; que el matrimonio se celebrase en el lugar de Iquitos, con gran ceremonia y con asis- tencia de todo el persenal de la quinta. Pero si tal era su pensamiento, debia sufrir un fuerte ataque con tal motivo. ®Biblioteca Nacional de Colombia 22 ::lDRÁS DE 1ULIO VER'fE. -Manuel-habia dicho la j6ven á su prometi. dO---Bi yo fuese consultada, no será aquí, sino elt Para, donde se celebre nuestro matrimonio. La señora de Valdés .eshí enferma.; no puede trasla- darse á Iquitos, y yo no querría ser su hija sin haberla conocido ántes y sin que ella me conocie- ra á mí. Mi madre pieusa eomo yo en tndo esto . Por esto quisiéramos decidir á mi padre á que nos lleve á Belem, al lado de aquélla cuya ca6a debo ser en breve la mía. ¿ No lo aprobais? A esta pregunta babia respondido Manuel es- trechando la mano de Minha. Era. para él el más ardiente deseo quo su madre asistiera. á la cere- monia de su casamiento. Benito habia aprobado este proyecto sin reserva, y ya no se trataba más que de decidir á Juan Garral. y si aquel dia los QO~ jóvenes habian ido á cazar al bosque, fué con objeto de dejar solos á Yaquita y á su marido. A la hora del mediodía, encolltrábanse los dos en la sala grande do la habitllclon. Juan Garral, que acababa de entrar, se hallaba tendido en un divan de bambú finamente tejido, cuando, un tanto cOlllUoviJa, vino Yaquita á co- locar~e junto á. él. No era lo que la preocupaba lllllnifestar á Juan cuáles eran los sentimientos que animaban á Ma- lluel respecto de su bija. La dieha de I\Enhll no pudin ménos de asegurarse con este malrimonio, y Juan se cousideruri,\ feliz abriendo los brazos á ebte nueyo hijo, cuyas formales cualidades co· llocía y apreciaba. Pero Yaquita conocia que do- cidir á BU marido á dejar la hacienda era una gra- vísima cuestiono En efecto, desde 'lue Juan Garral, jóven aún, hllbia llegado á nr¡ ud país, jamas estuvo ausente por roás de un dia. Aunque la vista del Amazo- nas, con sus agua~ dulcemente conducidas hácia el Este, invitasen á seguir su curso; aunque Juan enviaba todos los afios cargamentos de madera á Manao 6 Belem 6 al litoral de Para; aunqllC veia partir á Benito despues de las vacaciones para continuar sus estudios, jamas pareció tener ddlleos de acompanarle. Los productos de la granja, tanto 108 de los bosques como los de la cumpifia, el hacendado hubiérase dicLo que no queria franquear con el pensamiento ni con la vista el horizonte que limi- taba. aquel eden, donde estaba HU vida concen- trada. Dedueiase de aquí, que si, despues de veinticin- co afio s, Jnan Garral no habia pasalo un momen- to la frontera, BU esposa y su hija no habian aún puesto el pié en el suelo del Brasil, y por tanto, no les faltaba el deileo de conocer algun poco de aquel hermoso país, de que Benito les hablaba con frecuencia. Dos 6 tres veces Yaquita habia pre- sentado esta consideracion á su marido; pero habia visto que el pensamiento de dejar la quinta, aun- que 8610 fuese por algunas semanas, imprimia en su frente un tinte de mayor tristeza. SUB ojos 8e anublaban ent6ncee, y decia con un tono de dulce reproche: -¿ Por qué dejar nuestra casa? ¿ No somos fe- lices aquí? y Yaquita no se atrevía á insistir delante de aquel hombre, cuya bondad activa é inalterable ternura la hacian tan dichosa. Esta vez, sin embargo, existia una razon pode- rosa que hacer valer. El casamiento de Minha pre- sentaba una ocasion muy natural de conducir la j6ven á Belem, donde debia residir con su marido. Allí ella veria y aprendería á amar á la madre de Manuel Valdé~. ¿ C6mo J uau Garra! podia va- cilar ante tan legítimo dese.o, y c6mo, por otra parte, no comprenderla el deseo, que tambien ten- dria aquélla, de conocer á la que habia sido una segunda madre para su hijo? Yaquita habia tomado la mano de su marido, y con aquelln voz carifiosa que habia sido toda la música de la vida de aquel duro trabajador; -Juan-le dice-vengo á hablarte de un pro- yecto cuya realizacion deseamos ardientemente, y que te hará tan dicholio como lo SOlDOS tus hijos Y yo. - ¿ D<'l qué se trala, Yaquitn ?-pregunta. -Manuel ama á nuestra hija y es amado de ella, y con su uuiou eucontrarán la feliciÚaJ. A las primeras palabras de Yaquita, Juao Gar- ral 'i!e habia levantado, sin poder dominar aquel brusco movimienlo. Sus ojos so bajaron en segui- da, y parecia qucrer evitar la mirada de su esposa. -¿Qué tienes, Juan-pregunta ella. -¿Minha ..... casarse? ..... -murmura Juan. -Amigo mio-repone Yar¡uita con el coraZQu opriruido-¿ tienes, pues, alguna ohjeclOn qne ha- cer á este matrimonio? ¿ No habias notado ya, desde hace mucho tiempo, los sentimientos do Manuel por nuestra hija? -j Sí... .. y dellde hace un alio ..... Despues, Juan se vuelve á sentar sin concluir de expresar su pensamiento. Porun esfuerzo de voluntad, volvió á ser dueño de sí. La inexplica- ble impresion que so advirtió en él quedó uisipa- da. Poco á poco sus ojoa volvieron á bUbcar 108 de su esposa, y se qued6 pensativo contemplándola. Yaquita volvi6 á tomarle la mano. -Juan mio-le dice-¿roe habré yo, pues, equivocado? ¿ N o tenías tú el pensamiento de que esla union se efectuaría algun dia, y que asegu- raría á nuestra hija todas las condiciones de la felicidad? -'¡Sí-responde Jnan-todasl ..... I Seguramen- te! ..... Sin embargo, Yaquita, este matrimonio ..... este matrimonio ..... ¿Cuándo se efectuará, pr6xi- mamente? -Se hará en la época que tú elijas, Juan. -¿ y se verificará aqui ..... en Iquitos? Esta pregunta debia llevar á Yaquita á tratar la segnnda cuestion que preocupaba su alma. Sin ®Biblioteca Nacional de Colombia LA JANGADA. embargo, no lo hizo sin una vacilacion muy com- en efecto, sabna, sin perjUIcio, reemplazarle en prensible. la granja. i Y sin embargo, vacilaba siempre 1 -J uan -dice, despues de un instante de silen- Yaquita habia tomado otra vez entre sus manos cio - ¡ escúch:.l1ue bien! Yo tengo, con motivo d<a la de su marido y la estrechaba dulcemente. la celebracion de este matrimonio, una proposi- -Juan mio-continuó- no es á la realizacion cion que hacerte y que me figuro aprobarás. Ya de un vano capricho á. lo que te suplico que acce- dos 6 tres veces, hace veinte años, te he propues- das. ¡No! Hace largo tiempo he reflexionado la to que nos lleváras, á mi hija y á m!, á esas pro- proposicion que acabo de hacerte, y el cumplirla vineias del Bajo Amazonas y de Para, que nunca es mi más ardiente deseo. Nuestros hijos saben el hemos v¡bitado. Los cuidados de la hacienda, y paso que doy cerca de tí en este momento; Minha, los trabajos que reclamaban tu prescncia aquí, no Benito y Manuel te piden esta felicidad: que los te han permitido satisfacer nuestro deseo. Ausen- dos les acompafíemos . Y te aseguro que nos ale- tarte, aunque no fuera más que por algunos dias, grarémos celebrar este matrimonio en Belem mejor pouia ent6nces perjudicar á tus negocios. Mas que en Iquitos. Esto tambien será muy útil á nues- ahom qua el éxito de éstos ha superado á nuestras ira hija para su establecimiento en la situacion e~pcrnnza8, si la hora del descanso no ha llegado que debe tomar en Bclem, pues al verla llegar con lodayía pam tí, puedes, al ménoB, distraerte hoy los suyos, no parecerá tan enraBa en aquella ciu- algunas semanas de tus trabajos. dad, donde debe paanr la mayor parte de su vida. Juan Garral 110 contestó; pero Yaquita sintió Juan babia puesto los codos sobre sus rodillas, que su mano iemblaba entre la de c:lla, como bajo ocultando el rostro ent! e sus manos, como un hom- el choque de una illlpre~ion doloros<l: con todo, bre que siQnte la necesiuad de recogerse á meditar uua seUlil:lonrisa se dibujaba en sus labios, eomo ántes de responder. Experimentaba evidentemente una invitacion mnLla á su esposa para que conclu- una vacilacion, contra la que pretendía resistirse, yese lo que tenía que rle.cir. y al mismo tiempo una turbacion que su mujer -Juan - repite ella-ve nquí una ocasion que advertia, pero que no podia explicarse. Un secreto no se presentará más eL l'ucstra "ida. ¡ Minha va combate tcnía lugar bajo aquella frente pensativa. á casarao Jéjos y á dej.u ~ l<.ste 6S (JI primer dis- Yaquita, lIluy inquieta, casi se reprochaba haber gusto que ella va a d' D, Y k' ~ort'.z\!n se opri- tocado aquella cuestiono En todo caso, ella se con- Ille cuando pienso eY _t: ooparaci"n ·~u pl'óxima! fornraria con lo que Juan decidiesa. Si aquella i En fin, yo me al.· ':1 mucho de pod ... :., acom· marcha le costaba mucho, ella Rabria acallar SUB pauar hastll. Belem! l )T1) te parece, por otl"b:. p{..:te, deseos y no hablaría jamas <le dejar la hacienda, convenieute que cono~cl1mo!l IÍ la rnadra de su , ni jamas le pediria cuenta de aquella inexplicable esposo, á la que va á ~eellllj!ezarme, y á quien negativa. no~otr08 "amos á cont: ,,:!M yo a~ ~~ "'nCoM~!la Pasaron algunos minutos .• Juan se habia levan- 110 lJ.ucrd dar á la \\un.3 \.': lés el ".".¡;¡uu6:!t .," ~.Y se dÍligi6, sin volverse, hasta la puerta. de casarso léjo8 de .;t. ~ 1~ ("JWe. de uú w r . Alli paredó dÚ'igir una última mirada sobre aque- union, Juan mio, Dl ~ madr bie~ a ~vido. ¿u na herm063. nsturrueza, sobre aquel rincon del ( ll habrias alegrado de casarte a .. ~ :;ts, mundo, don e, por eEpacio de veinte alias, se ha- A etitas palabras de Yaquita, contest6 J uan \I~¡. \¡is ~ ccrrado toda 1 di h.l de su vida. tal con otro lUovimiento que no pudo reprimir. Desp í;P "olvi6;;a hAcia mujer con lentos pa- -.Amigo Ulio-continuó Yaquitn--con Minha. BOB. SU fisonomía na01 .. <Id _'l.Ürid UDa nueva ex- con nuestros dos hijos Benito y Manuel, y conti- presiono La de un hombre que ha tomuJC una re- go, I ah, cUtlnto me alegraria visitar nuesLro Br&- salucion suprema '1 cV'yru:. indecisiones haü 'IOn- sil, bajar por ese hermoso !'io hasta las últimas ¡ cluido. provincias del litoral que atraviesa! Me parece - Tienes ruon-dice con 1lrme á YaqUlt&. que allá abajo la aeparacion seIÍ~l llIénOB cruel. A -Este viaje e& necesario. ¿Cu~ wea nuestro regreso yo podJ.ia ver con el pensamiento marchemos? lÍ nuestra hija en la casa donde la espera su se- -1 Ah, Juan, Jau mio- grita Yaqu~ gunda madJ.·e. Ya pu la bu~caria en lo descono- de gozo - gracias por mi, gra;:;:~ por ell081 • cido. Y no me creeria cxtraña á los nctos de su Y lágrimas de ternura & adiaron á ens ojos, yida. miéntrllS que su marido la estrecllaba oontra 111 Esta vez Juan habia fijado los ajos en su mujer, corllzon. y la contemplaba sin decir una palabra. En aquel momento oyéronse d08 alegrell VOO68 ¿ Qué pasaba por él? ¿ Por qué aquella vaciJa- á In puerta de la casa. cion eu satisfacer una peticion tan justa por sí Un iustante dcspues aparecieron Manuel y Be- misma? ¿Por qué no pronunciar un sí que debía Dito en el umbral de la puerta, casi al mismo tiem- causar tan vi"o placer á todos los BUyOS? No po- po que Minha, que venía de su cuarto. dia ser una razon suficiente el cuidado de sus nc- -1 Vuestro padre consiente, hijos mios! - gri. gocioR . .Algunas semanas de ausencia no les COlll- ta Yac¡uita.- Partirém08 todos juntos. prometerían de ninguna manera. Su administrador, Juan Garral, con el rostro grave y sin pronun- ®Biblioteca Nacional de Colombia OBRAS D1i: JULIO YERN~ En o(Iuel momento Mntado. sobnl nn rib&lo. ~ar una palabra, recibia 1M caricias de BUB hijos y 108 bes08 de BU hija. - ¿ y en qué fecha, padre mio - pregunta Be- nito- quereis que se celebre el matrimonio? -¿ La fecha? -responde Juan - ¿la fecha? I Ya verémos! ¡ N osotr08 la fijarémoB en Belem! -1 Yo estoy muy contenta, yo estoy muy con- tental-exclamaba Minha, como el dia (j.oe habia conocido la pretension de Manuel.- Vamos á ver el Amazonas en todo 8U esplendor, y, sobre todo, su curso á traves de las provincias bra~ilel'las. ¡ Ah, padre, gracias! y la entusiasta jóven, cuya imaginacion toma- ba ya extenso vuelo, dice, dirigiéndose á su her- mano y á Manuel: -1 Vamoa .. l4 lribliotec .. á tomar todoa los Ji- bros y todos los mapas que puedan darnos á cono- cer esta magnifica cuenca! ¡No se trata de cami- nar á ciegas 1 ¡Yo quiero ver y saber todo lo qne concierne á este rey de 108 rios de la tierra 1 V. EL AMAZONAS. - ¡El rio más grande del mondo (l)!-decia al día siguiente Benito á Mannel VaJdés. y en j\quel momento, sentados sobre nn ribazo, ®Biblioteca Nacional de Colombia llulbaroa<lÍones en el .A.mazODAS. en el límite meridional de la hacienda, contem- plaban pasar lenlamente aquelll\s moléculas líqui- das, que, saliendo de la enorme cadena de los An- des, van á perderse á ochenta leguas de allí en el océano Atlántico. -1 y el rio que aporta al mar el volúmen de agua más considerable! - respondió Manuel. -1 Tan considerable - atladió Benito - que le desala á una gran distancia de BU embocadura,y á ochenta leguas de la costa hace todavía derribar los buques I _j Un rio cuyo ancbo curso se extiende más de los treinta grados de latitud I -1 Y en una cuenca que desde el Sur al Norte no comprende ménos de veinticinco grados! -1 U{la cuencal- exclamó Benito j- ¿pero es una cuenca esta vasta llanura á traves de la cual corre el Amazonas, esta sabana que se extiende basta perderse de vista, sin una colina para mano tener su declive, sin una monta:lía que limite .su horizonte? - Y sobre toda su extension- replica Manuel - como los mil tentáculos de algun gigantesco pólipo vienen á él desde el N orle 6 del Sur, nutri- dos á BU vez por otros afluentes sin número, como parados con los cuales los grandes rios de Euro. pa no son más que simples arroyuelos. -Yen un curso donde quinientas sesenta islas, sin contar los i lotes, fijos 6 en deriva, forman una especie de archipiélago, que por sl 8010 puede constituir la fortuna de un reino. - y en SUB flancos Be ven canales, laguDas y ®Biblioteca Nacional de Colombia 26 OBRAS DE JULlO VERNE. lagos como no se hallarán en toda la Suiza, la Lombardía, la Escocia y el Canadá reunidos. - Un rio que, engrosado por seis mil tributa- rios, no deja en el Océano Atlántico ménoa de dos- ciE>ntos cincuenta millones de metros cúbicos de agua por bora. - Un rio cuyo curso sirve de frontera á dos re- públicas, y atravie6a majestuosamente el reino más grande de la América del Sm·, como si en ver- dad fuese el mismo Océano Pacífico, que por su cana' se vertiera entero en el Atlántico. - ¡ y por qué embocadura I Por un brazo de mar en el cual una isla, la de Marajo, presenta un perímetro de mús de quinientas leguas de cir- cuito. -y el qlle el Oc6ano no logra rechazar las aguas sino levantando, en ulla lucha fenomenal, una marea, uoa pc¡·oroca, respecto de las cuales los reflujos, las barras y las rápidas mareas de otros I;OS no son más que pequefias arrugas le- vautadas por la brisa. -Un rio q uo no son bastante t~ ~ nombres para denominarle, y pOI' el cur\1 los batlues de gran porte pueden subir hasta cinco mil kilómetros de su embocadura sin ningun menoscabo de su car- gamento. -Un rio que, bien por I "'ismo, bion por sus afluentcH y sub-afluentes, abre una vía comercial y fluvial ú travcs do todo el norte de la América, pasando doJ .. Magllnlcna al Ort~uazfl.j del Orte- .suaza á C'lqneta j de Caqueta tí Pulull1uyo, y de PuLumayo al Amazonas. Cuatro mil millas do ca- minos lluvialcs, que sólo ncc. 6itarian alglll1Ús ca- nales para que la red uavegable fucse completa. -En fiu, 01 más grande, el más admirable SiH- tema hiGrográfico que hay en el lIJundo. Así hablaban, con una cspccie de ünpdu, aque- llos dos jóvenes, del iueomparab'e rio. Bien de- mostraban ser los hijos de aquel rio, cuyos afluen- tes, diguos de él mismo, forman los caminos que andan á traves de la Bolivia, el Perú, el Ecuauor, Nueva-Granada, Venezuela y las cuatro Guynna~, inglesa, fraucesa, holandesa y brasileña. j Qué de pueblos, qué de razas, cuyo origen se pierde en la oscuridad de los tiempos! Así es el mayor de los grandes rios del mundo. Su naci- mieuto verdadero permanece oculto aún á toda~ las in"l"estigaciones. Numerosos Estados reclaman el honor de darlo nacimiento. El Amazonas no podia evadirse de esta ley. El Perú, el Ecuador y la Colombia se han disputado largo tiempo esta gloriosa paternidad. Hoy dia, sin embargo, parece fuera de duda que el Amazonas nace en el Perú, en 01 ,listrito de Huaraco, iutendencia de Tarma, y quo sale del lago Lauricoeha, situado, poco más ó ménos, entre los once y doce grados de latitud Sur. A los que quiereu hacerle nacer en Dolivia y caer de las montañas de Titicaca, les cumple la obligacion de probar que el verdadero A.mazonas os el Ucayali, que 60 forma de la union del Paro y del Apurimncj pero esta. opioion debe ser recha- zada. en adelanto. A su salida del lago Laurieocha, el nacieute rio se eleva hácia el Nordeste, por un curso de qui- nientas sesenta millas, y no so dirige libremente Mcia el E~te hasta despues de haber recibido un importante tributario, el Panta. Llámas!l MarañaD en los territorios colombiano y del Perú, hasta la frontera. brasileña, ó más bien Maranhao, porque Marañon no es otrn cosa que 01 nombre portllgucs afrancesado. Do la frontera del Brasil á ManaD, donde el soberbio rio Negro viene á confundirse con él, toma el nombre de Solimaes 6 Solimoona, del nombre de la tribu iodiana. de Solimao, de la cun! se hallan todavía algunos restos en laH pro- vincias ribereñas. En fin, de lIlanao al mar, es el Amazonas ó rio do lns Amazonas, nombre dado por los eS}lmlulcs, aqllellos descendientes del aven- turero Orellana, cuyas relaciones dudosas, pero en- tUoiastns, hicicron creer quo existia una tribu de LOujcres guerreras, csbblecidas jllnto al rio Nha- munda, uno de los aGflenles mellios del gran r:o. Desde el principio se puede ya comprender que el Amazonas lleva un magnífico CUfSO de agua. Nada tiene do estorbos ni de obstáculos do ningu- na clase, desde su nacimiento basta 01 sitio en que la f:orriente, un poco estrecha, so desenyuclve culre dos pintorescas colill!ls_ Las caidas no em- piezan á batir la corriente sino en el punto donde se oblicúa bácia el Este, miénlras quo atra- viesa la colina, inlermediaria de los AJl(I~s. Alli exilSlen algunos saltos, sin los cuales s€ría cier- tnmeute navegable desde sn emuocndura basta BU nacimiento. COIllO qniera que 8e::l, y así Jo ha hecho oLsorvar llumboldt, cstá libre en las cinco sextas partes do su curso. y desdo su priucipio, los tributarios, nlimeota- dOR por un gran número do sub·aíluentcs, no le faltan. Uuo de ellos es el Chichipé, quo viene del Nordeste por la izquierda. A la. uoreclll1. eslá d CLachapuyaB, qUé vieno del Sudeste. A la izquier- da, 01 Marona y el Pastuca, y tí la derecha, el Una- llaga, que se piorde pronto cerca de la lrision de la Laguna. Por la izquierda todavía \legan el Charnbyrn y el 'l'igré, que vienen del Nordeste, y á la der~clHl el Huallaga, quo desemboca á dos mil ochocientas millas en el Atlt\ntico, y del cnal las barcas pueden aún subir el CIll"BO del rio en una longitud de más de doscientas millas, para interoar¡;e en el centro del PerÍ!. A la derecha, en fin, cerca de las Misiones de San Joaquiu de Oma- guas, y despues de haber paseaclo majebluosa- mente sus aguas por medio de 1 s Pampas del Sa- cramento, aparece el magnífico Ucayali, en el sitio donde tCrJuin::l la concha superior del Ama- zonas, grande artéria engrosada por numerosas corrientes ele agua que derrama el lago ChucuUo en el nordc te do Arica_ 'rales son los principales afluentes por bajo lA ®Biblioteca Nacional de Colombia LA JANGADA. 27 aldeita de Iquitos. Más hácia abajo, los tributarios vienen tan considerables, que el lecho de los !'ios de Europa sería ciertamente muy estrecho paro. contenerlos. Pero de todos los afluentes, Juan Garral y los suyos habian reconocido las emboca- duras durante su bajada al Amazonas. A las bellezas de este rio sin rival, que riega el más hermoso país del globo, estando casi constan- temente á algunos grados por debajo de la lí- noa ecuatorial, conviene afiadir aún una cualidad que no poseen ni el Nilo, ni el Mississipí, ni el Livinstone, este autlgllo Congo-Zaire-Loua- laba. Esto es; que no obstante lo que hayan podido decir viajeros mal informados, el Amazonas corre por medio de lit parte más s::dllbro de 10. Amé- rica meridional. Sll concha est., incesantcmento purificada por los vientos generales del Ocsto. Aqllello no es valle encajonado entre altas 100n- tafias que contienen su curso, sino una ancLa llanura, que mide (re~cicntas ciucuenta leguas del N orte á Sur, apénas intcrrum pida por algunas colillas, y que las corrientes atmosféricas pueden libremellte recolTcr. El profesor Aga¡;siz se pronuncio., con r&zon, coutra aquella pretendida ills' IlIbridad dol clima de un país destillado,
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