Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
LA POLÍTICA EN CONFLICTO R e fle x io n e s e n t o r n o a la v id a p ú b l ic a Y LA CIUDADANÍA Ana María García Raggio Sergio Emiliozzi Martín Unzué Victoria Kandel Facundo Nejamkis Juan Manuel Abal Medina (h) Emilia Castorina 1prometeol i b r o s ) Capítulo 3 Lo político vs. la política Una revisión ideológica de los fundamentos de la cultura política occidental Em ilia Castorina Desde el surgim iento de la p o l i s Griega hasta nuestros días, la cultura política occidental ha estado atravesada por una tensión de origen entre lo político (“como instancia antropológicamente originaria y socialmente fundacional, es decir, como espacio de una ontologia p rá ctica del conjunto de los ciudadanos como todavía se la puede encontrar en la noción aristotélica de ¡soon politik on”1) y la política (“entendida como ejer cicio de una ‘profesión’ específica en los límites institucionales definidos por el espacio del Estado jurídico”2). El propósito del presente trabajo es analizar dos momentos claves de dicha tensión que no sólo se manifiesta en el plano teórico de las ideas sino fundamentalmente en un conflicto ideoló gico y social, en una lucha de poder entre grupos sociales antagónicos. En primer lugar, analizaremos el nacimiento y desarrollo de la po lis democráti ca en Atenas donde dos modelos de política entran en conflicto: el aristo crático, de la mano de Sócrates y Platón, y el democrático junto a los sofistas. Esto es, lo político como expresión de las fuerzas democráticas de la socie dad ateniense se enfrentará a la política como expresión elitista de las fuer zas tradicionales y aristocráticas que pujan por excluir al pueblo del manejo del Estado. En segundo lugar, analizaremos los orígenes del capitalismo y el proceso de separación formal entre lo “político” y lo “económico” que diera 1 Eduardo Gruner, “La tragedia o el fundamento perdido de lo político”, en Afilio Borón y Alvaro de Vita (comp.) Teoría y Filosofía. La recuperación d e los clásicos en e l debate latinaomaericano, Buenos Aires, CLACSO, 2002, p. 21. 2 Eduardo Gruner, op. cit., p. 21. 68 Emilia Castorina impulso a la profesionalización de la política, es decir, al triunfo de la polí tica sobre lo político. Lo paradójico de este proceso es que la política enten dida como una actividad reservada exclusivamente a expertos será rebautizada por el capitalismo como proyecto popular, como fundamento de la “sobera nía popular”. I. Lo político como democratización 1. Productores y Gobernantes La evolución de la polis ateniense estuvo marcada, fundamentalmente, por una íntima conexión entre politización y democratización en la medida en que los principios tribales fueron progresivamente cediendo terreno ante los principios cívicos y políticos de asociación. Durante la llamada sociedad “Homérica”, la división social del trabajo y la estratificación de clases esta ban fuertemente identificadas con los principios tribales, los cuales funcio naban como soportes del poder aristocrático en la medida en que los lazos de parentesco y la organización jerárquica del oikos operaban como criterios excluyentes de gobierno. Aunque se reunía ocasionalmente una Asamblea para resolver problemas comunes, la comunidad más allá del ámbito do méstico era de importancia secundaria ya que la mayor parte de los asuntos relevantes eran de carácter privado y se resolvían entre parientes y amigos. Lejos de ser una “sociedad política”, los p a te r fam ilia e o jefes de las respec tivas familias formaban una suerte de “club” donde prevalecían la ley tribal y las costumbres de parentesco. La progresiva politización de la sociedad griega tuvo que ver con el desplazamiento de dichos principios tradiciona les. De este modo, la ciudadanía reemplazó al parentesco, la ley cívica a la costumbre tribal o la voluntad arbitraria de los amos y un incipiente sentido de igualdad entre ciudadanos comenzó a prevalecer sobre las jerarquías do mésticas. El dem os —fundamentalmente los sectores medios y bajos- iba a encontrar así en el principio político un importante arma para oponerse a sus gobernantes tradicionales quienes eran a la vez los propietarios de las tierras. En la medida en que la polis fue desplazando al oikos, no sólo como unidad política sino también económica,3 gradualmente devino la fuente 3 Unzué en este libro acerca del crecimiento comercial de Atenas y las reformas de Solon y Clístenes que fueron progresivamente abriendo y democratizando la polis. C apítulo 3: Lo político vs. la política 69 de poder político y económico de estos nuevos grupos sociales como el oikos lo habría sido para los propietarios tradicionales de la tierra. La p o lis emergió así como una arena de conflicto para las clases bajas. En otros términos, el conflicto entre clases se expresaba en la tensión misma entre los principios tribales, domésticos y de parentesco, de un lado, y los principios políticos o comunales, del otro. Cabe destacar que la progresiva democratización de la po lis (las reformas de Solon y Clístenes) no fue el producto de desinteresa das concesiones de la aristocracia hacia las clases bajas sino más bien de un proceso de rebeliones y conquistas populares.4 El surgimiento de la p o lis significaba básicamente que la comunidad cívica había reemplazado a la clase dominante aristocrática como fuente única y exclusiva de la ley, la justicia y el mantenimiento del orden social, al mismo tiempo que el go bierno de la ley reemplazaba a la voluntad arbitraria de la aristocracia pro pietaria. Es en este sentido que el triunfo de los principios políticos y la democratización de la sociedad eran simplemente diferentes aspectos de un mismo proceso.5 En este punto hay una primera especificidad de lo político qüe resulta evidente. Se trata de una nueva forma de asociación distinta a las formas tribales y/o patriarcales (como el caso de los antiguos Estados orientales). En un sentido estricto, estas últimas no son “políticas” ya que existen rela ciones políticas allí donde el parentesco y las costumbres, así como las rela ciones entre amo y sirviente junto a la voluntad arbitraria del patriarca han sido reemplazadas por lazos cívicos, una organización territorial y el gobier no de la ley y ya no la costumbre como principio ordenador de las relaciones sociales. Cuando los vínculos de mando y-obediencia se estructuran en el marco de una ley que es producto de las deliberaciones de un cuerpo de ciudadanos y donde, por lo tanto, la razón y la persuasión, más que la violencia, son concebidas como la “esencia” del orden social.6 Sin embargo, hay algo más en la invención griega de lo que esta mira da convencional sugiere. Como explica Ellen M. Wood, el aspecto más importante de lo político en Atenas -fundamentalmente en la p o lis demo crática— es que constituye un hito sin precedentes en las relaciones de clase entre gobernantes y productores. Efectivamente, la p o lis ateniense significó una ruptura respecto a otras formas de estado, no sólo en sus 4 I. F. Stone, The Trial o f Sócrates, op.cit. 5 Ellen Meiksins Wood, “The Nature of the polis”, en Ellen M. Wood y Neal Wood, Class Ideolopy andAncient Political Theory, Oxford, Basil Blackwell, 1978. 6 Morton Fried, The evolution o fp o iiu ca l iociety, Nueva York, 1968. 70 Emilia Castorina modos de organización sino en su propósito esencial. En todas las demás civilizaciones conocidas del mundo antiguo donde el estado había sustituido a la organización tribal, el estado era fundamentalmente un medio de organi zar y extraer excedente de grandes poblaciones de trabajadores dependientes, un medio de mantener la división fundamental entre productores y apropiadores, en definitiva, un instrumento de explotación. Por el contrario, la p o lis democrática representó la primera forma de estado que se basaría en el principio prácticamente opuesto. “No sería exagerado decir, por ejemplo, que el carácterdistintivo de la polis misma como organización estatal radica precisamente en la unión del trabajo y la ciudadanía, y de manera específica en el ciudadano campesino 1. Aquí es importante hacer una aclaración. Mu cho se ha dicho sobre el carácter “esclavista” de la sociedad ateniense, sin embargo es llamativo el poco énfasis que se la ha dado a la figura del ciudada no trabajador. La mayoría de los historiadores ha tendido a describir a la esclavitud como la característica esencial de la Atenas clásica, y repetidas veces ha sido catalogada como “sociedad esclavista” o un ejemplo del “modo de producción esclavista”. Pero aplicar esta caracterización a la democracia ateniense presenta ciertos problemas ya que implicaría asumir que la mayor parte del trabajo y la producción era realizada por esclavos y que, en conse cuencia, la división entre las clases productoras y las apropiadoras se corres pondía con la división entre ciudadanos y una clase trabajadora de esclavos sometidos. Como ya se ha analizado en el primer capítulo de este libro, esto es erróneo ya que, por el contrario, la mayor parte de los ciudadanos debían trabajar para vivir. No es cierto, entonces, que el ciudadano ateniense vivía en el ocio y mucho menos que la esclavitud ocupara un lugar más central que el trabajo libre. Ni siquiera podría decirse que en esa sociedad, todavía esencial mente agraria, la producción agrícola estuviera a cargo sobre todo de escla vos.7 8 El punto aquí no es restarle importancia a la esclavitud sino resaltar el 7 Ellen M. Wood, Democracia contra Capitalismo, Siglo XXI, México, 2000, p. 219. 8 Este punto esta más extensamente desarrollado por Ellen M. Wood en op.cit. Allí, se analiza el grado de esclavitud en la producción agrícola y es muy esclarecedor el hecho de que eran más bien los pequeños propietarios que al trabajar su propia tierra, consti tuían la esencia de la producción agrícola. Aunque los grandes propiedades utilizaban mano de obra esclava, en general, no existían las plantaciones esclavistas como aparece rán en Roma(latifundia). En Atenas, las propiedades eran generalmente modestas y los terratenientes tenían más bien varias propiedades pequeñas que podían encargarlas a arrendatarios. Los esclavos eran más importantes para la economía urbana aunque allí tampoco llegaban a eclipsar al ciudadano artesano. En su gran mayoría, los esclavos se dedicaban al servicio doméstico. Capítulo 3: Lo político vs. la política 71 estatus del que gozaba el trabajo libre en la Atenas democrática, el cual no tiene ningún precedente y no ha sido igualado desde entonces. En los Grundrisse y El Capital, Marx definía a las sociedades pre-capitalis- tas como aquellas sociedades en que la apropiación —ya fuese directamente por parte de los terratenientes o a través del Estado- solía asumir la forma de lo que podríamos denominar propiedad políticamente consumida, es decir, una apropiación lograda por medio de diversos mecanismos de dependencia jurídica y política, por coerción directa: trabajo forzoso por deudas, servi dumbre, relaciones tributarias, impuestos y demás. El carácter novedoso de la democracia ateniense puede visualizarse en el hecho de que en Atenas surgió una nueva forma de organización que unió a los propietarios de tierras y a los campesinos en una comunidad cívica y militar, marcando así una relación totalmente nueva entre apropiadores y productores. “La po lis griega rompió con el patrón, generalizado en las sociedades estratificadas, de la división en tre d irigen tes y productores, y sobre todo con la oposición entre estados apropiadores y comunidades campesinas sujetas. En la comunidad cívica la pertenencia del productor —sobre todo en la democracia ateniense— significó un grado de libertad sin precedentes frente a modos de explotación tradicio nales”.9 En este contexto se puede apreciar mejor los conflictos políticos entre demócratas y oligarcas en Atenas, los cuales, si bien nunca coincidieron es trictamente con una división entre clases apropiadoras y productoras, se ma nifestaron como tensión entre los ciudadanos para los cuales el estado hubiese servido como medio de apropiación y aquellos para los cuales servía como protección contra la explotación. Es decir, entre “quienes estaban interesados en restaurar la división entre dirigentes y productores y los que no lo estaban”. En este sentido, se puede identificar a lo político como democratización en la medida en que se instituye como fuerza que limita la explotación de una clase sobre otra. Lo político se construye sobre la autoafirmación de ciudadanía de estas clases trabajadoras contra sus superiores sociales, los aristócratas, los “pocos” o los “mejores”. Es más, se podría decir que el espíritu cívico y la conciencia pública fueron creaciones del demos en su lucha contra sus gober nantes aristocráticos, para quienes el particularismo y el espíritu corporativo eran un valor esencial. El punto significativo aquí es que, mientras los intere ses aristocráticos continuaban dependiendo de la fuerza de dichos lazos particularistas (parentesco, tribalismo o clanes) como afirmación contra la idea de comunidad como un todo, fueron los demócratas mismos los que 9 Ellen M. Wood, Democracia contra Capitalismo, op. cit., p. 223. 72 Emilia C astorina desarrollaron una noción de conciencia cívica por medio de la cual la polis y el dem os se resguardaban del poder y los recursos de la aristocracia. Como explica Neal Wood, por más imperfecto que haya sido el modo en que los demócratas aplicaban sus valores cívicos (como es el caso de la práctica extendida de la demagogia), estos valores eran suyos, y es interesante que una de las mayores innovaciones de la doctrina socrática haya sido el tratar de reivindicar la ética cívica como valor de la aristocracia. Si existió efectiva mente una decadencia en los valores cívicos y una creciente “falta de con ciencia social” en el siglo IV a. C., ésta no puede ser atribuida a ningún tipo de “egoísmo” de clase por parte de las clases medias y bajas, sino más bien a la ética de las clases altas —mucho más “anti-políticas” en este sentido— en la medida en que fueron los anti-demócratas quienes progresivamente se reti raron de la política luego del ascenso al gobierno de los “muchos”.10 2. Sócrates y Platón contra los Sofistas y los trabajadores ciudadanos La mayor parte de la teoría y la filosofía política ha tendido a distorsio nar la historia de la p o lis ateniense al asumir, junto a Hegel, que la esencia de la p o lis hay que encontrarla en el pensamiento de Sócrates, Platón y Aristóteles. Por el contrario, dichos filósofos e ideólogos de la aristocracia griega no expresaron más que una reacción conservadora y elitista frente a la invasión del “populacho” o el hombre común en los asuntos públicos. De ahí los mitos de la “decadencia de la polis”, cuando no, una descarada idealización de una po lis que históricamente nunca existió. En los térmi nos de Ellen M. Wood, “los escritos de Platón son un poderoso contraejemplo, una negación deliberada de la cultura democrática”.11 Le jos de tratarse de pensadores abstractos, involucrados en una búsqueda desin teresada de la Verdad, sus filosofías no contienen doctrinas puras, sino una fuerte ideología anti-democrática. En este sentido, no sería exagerado afirmar que Sócrates fue más bien un “santo de la contra-revolución”, Platón un “arquitecto de la anti-polis” y Aristóteles un “estratega del conservadurismo”,12 10 Ver Ellen Wood y Neal Wood, op. cit., pp. 68-73. En este sentido, también se puede tomar como referencia el análisis que hace Stone sobre los complots entre la aristocracia ateniense y la aristocracia de Esparta para derrocar al gobierno democrático de Atenas y que en definitiva constituyeran buena parte de los móviles de las Guerras del Peloponeso. 11 Idem, p. 223. 12 Ellen M. Wood y Neal Wood, op. cit. Capítulo 3: Lo político vs.la política 73 en el contexto de un movimiento claramente anti-político que asumió la decadencia y desafección de la cultura aristocrática. La literatura Ateniense de la época da suficientes evidencias de este carácter anti-político de las clases terratenientes al caricaturizar la participación política como un signo de corrupción y degradación moral.13 Ante los ojos aristocráticos, la política se había convertido en el ámbito donde residían los vulgares y mediocres y, por lo tanto, ser un buen aristócrata implicaba retirarse de la arena política. En otras palabras, participar en política devino sinónimo de “cederle el lugar a los comunes”. Obviamente, Sócrates y Platón no eran burdos apologistas o simples racionalizadores de los valores y actitudes aristocráti cas. De hecho, ambos reconocían y condenaban dicho abandono de la are na política como la degradación propia de la aristocracia, y en reiteradas ocasiones Sócrates criticó su actitud anti-política. Pero ambos estaban con vencidos de que los valores de la nobleza podían y debían ser reformados de modo tal de constituir nuevamente los fundamentos de la vida social ateniense. En definitiva, sus filosofías constituyen un intento por re-educar a la aristocracia en el nuevo contexto político de Atenas. En palabras de Ellen Wood, la tarea de estos filósofos consistía o bien en politizar a la aristocracia o aristocratizar la política. El punto central no es forzar arbitrariamente una lectura clasista sobre Sócrates y Platón, sino más bien, resaltar el modo en que fueron estos mis mos filósofos los que construyeron una mirada de clase sobre la práctica política ateniense al condenar el igualitarismo de las opiniones entre ricos y pobres como decadencia moral de la polis. No hay tal vez mejor ejemplo de esta tensión entre un principio democrático y un principio aristocrático de la política que el célebre debate entre Sócrates y los sofistas que figura en el diálogo Protágoras de Platón.14 Lo que está en discusión aquí es si el “hom bre común”, el trabajador, está calificado o no para gobernar. 13 Ehrenberg, The Greek State, Londres, Methuen, 1969. 14 Es importante destacar que el Protágoras de Platón representa uno de los pocos testimo nios que hay sobre el pensamiento de Protágoras, y por lo tanto, el único argumento sistemático a favor de la democracia que ha sobrevivido desde la Antigüedad. Se trata, además, de la única oportunidad en que Platón concede a la oposición una oportunidad razonable de expresarse, tal vez porque Protágoras era considerado el mas serio y respeta do de los sofistas, fundamentalmente por Sócrates. Protágoras era, a su vez, el asesor principal de Pericles y el orador más respetado en el Agora por los propios atenienses. Si bien el grupo de los sofistas es muy heterogéneo, vamos a tomar las ideas de Protágoras como la máxima expresión dé las ideas democráticas de la época, especialmente porque Platón se pasaría buena parte de su vida tratando de refutar las ideas de este sofista. 74 Emilia C astorina (329b-329d) Ahora bien: cuando la Asamblea se reúne, veo que, si se trata de construcciones que hay que emprender, se llam a a consulta a los arquitectos; si se trata de navios se hace venir a los armadores, y así en todas las demás cosas que se considera se pueden enseñar y aprender; y si cualquier otra persona que no esté considerada como técnica en la materia se mezcla en ello para dar opinión, por m uy rico, bello o noble que uno pueda ser, no por ello se le hace más caso, antes al contrario, es objeto de burlas y abucheos hasta que, al fin, nuestro consejero o bien se marcha por su propio pie o es arrancado de la tribuna y echado por los arqueros a una orden de los prítanos. Ésta es la forma en que la gente se conduce cuando la materia en discusión les parece exige un aprendizaje. Si, en cambio, se trata de los intereses generales de la ciudad, vemos que se levantan indistinta mente para tom ar la palabra arquitectos, herreros, curtidores, comerciantes y marinos, ricos y pobres, nobles y gentes del vulgo, y nadie les echa en cara, como en el caso anterior, que se presentan allí sin estudios previos, sin nunca haber tenido maestros, a dar algún consejo: prueba evidente de que nadie considera que ésta sea m ateria de enseñanza. Con estas palabras, Sócrates pone en duda la virtud de los “hombres del vulgo” para gobernar. En este caso, su definición de la virtud política y la justi cia se construye sobre una analogía con las artes prácticas y en la idea de la especia lizacióny e 1 trabajo experto. Así como los mejores zapatos son hechos por el zapatero entrenado y experto, el arte de la política debería ser practicado sólo por quienes se especializan en él. Fuera los zapateros y herreros de la asamblea. La esencia de la justicia en el Estado es el principio de que el zapatero se dedi que a sus zapatos y un grupo de expertos —los políticos— se dediquen al manejo del Estado. Tanto para Sócrates como para Platón, la cuestión central radica en la división entre los que gobiernan y los que trabajan, los que se dedican a las cuestiones del alma y los que se dedican a las cuestiones del cuerpo, los que piensan y gobiernan y los que son pensados y gobernados. Que la esencia de la justicia y el Estado radique en que cada uno ocupe el lugar que le corresponde dentro de la naturaleza, como se puede ver en la República, tiene que ver funda mentalmente con la división social del trabajo entre gobernantes y productores que en definitiva excluye a los trabajadores de la política. La respuesta de Protágoras no se hace esperar. A través del mito de Prometeo, Protágoras expone el principio democrático por el cual todos los miembros de la p o lis tienen derecho a hacer las leyes, y ésta es ni más ni menos que la condición de existencia misma del Estado y la definición de lo político: ya no un tipo especial de conocimiento reservado a unos pocos sino el arte universal de la vida en común. C apítulo 3: Lo político vs. la política 75 (322) (...) Zeus, movido de compasión y temiendo que la raza humana se viera exterminada, envió a Hermes con orden de dar a los hombres pudor y justicia, a fin de que construyeran ciudades y estrechasen lazos de una común amistad. Hermes, recibida esta orden, preguntó a Zeus cómo debía dar a los hombres el pudor y la justicia, y si los distribuiría como Epimeteo había distribuido las artes; porque he aquí cómo lo fueron éstas: el arte de la medicina, por ejemplo, fue atribuido a un solo hombre que la ejerce por una multitud de otros que no la conocen, y1 lo mismo sucede con todas las otras artes. ¿Bastará, pues, que yo distribuya lo mismo el pu dor y la justicia entre un pequeño número de personas, o las repartiré a todos indistintamente? A todos, sin dudar, respondió Zeus; es preciso que todos sean partícipes, porque si se entregaran a un pequeño número, como se ha hecho con las demás artes, jamás habrá ni sociedades ni poblaciones. En este pasaje, Protágoras expone la racionalidad política de los muchos en contra de los pocos. Lo que se ha expuesto aquí es la condición de existen cia misma del estado: una igual participación en la justicia y el proceso de toma de decisiones. Lo cual implica que tanto el rico como el pobre tienen igual poder político e igual acceso a la palabra en la asamblea. En definitiva, el telas democrático se funda en los principios de hom oioi e isegoria puesto que ricos y pobres, terratenientes y campesinos, nobles y artesanos acceden por igual a la palabra y el poder. Obviamente, tanto para Sócrates como para Platón, las opiniones no son todas iguales* ya que la opinión de un carpintero no puede ser igualada a la de un filósofo. Es más, hay opiniones que por definición son falsas y otras verdaderas, de modo tal que hay opiniones califi cadas para resolver asuntos de estado y otras que no. Por el contrario, para Protágoras, si todos los ciudadanos no estuvierancalificados para opinar so bre los asuntos que los competen directamente, no habría sociedad posible. Lo que ha quedado muy claramente delimitado aquí son dos modelos de conocimiento cívico y dos mecanismos distintos de aprendizaje de los valores políticos y morales. Por un lado, el modelo democrático de apren dizaje político supone que la virtud es universal, aunque no innata, y que puede y debe ser aprehendida por todos los que viven en una comunidad civilizada ya que todos los que viven en la p o lis están expuestos desde su nacimiento al proceso de aprendizaje que imparte la vida cívica misma: en el hogar, la escuela, los sistemas de castigo, y fundamentalmente, las costumbres y las leyes de la ciudad, sus nomoi. (326d) ... Apenas han salido de manos de sus maestros, cuando la patria les obliga a aprender las leyes y a vivir según las reglas que ella prescribe, para que cuando 76 Emilia C astorina hagan, sea según sus principios y su razón y nada por capricho y fantasía; y a la manera que los maestros de escribir dar a los discípulos, que no tienen firmeza en la mano, una regidla para colocar bajo el papel, a fin de que, copiando las muestras, sigan siempre las líneas marcadas; en la misma forma la patria da a los hombres las leyes que han sido inventadas y establecidas por sus antiguos legisladores. Precisamente, el conocimiento que permite opinar sobre los asuntos del estado no es innato porque se trata de una construcción social, un mecanis mo de transmisión intergeneracional puesto que es el conocimiento general de la comunidad que se aprende de manera práctica a través de la participa ción ciudadana. El proceso de aprendizaje comunitario que expone Protágoras es el mecanismo por el cual la comunidad de ciudadanos transmite sus conocimientos colectivos, sus prácticas y valores. En definitiva, es este pro ceso de aprendizaje social lo que define a la polis en sí misma como una práctica ontológica de los ciudadanos. Los verdaderos maestros no son los sofitas sino las leyes mismas. En otras palabras, los ciudadanos aprenden el arte de la política y el manejo de sus asuntos comunes del mismo modo que aprenden la lengua materna. En este caso, los sofistas sólo pueden actuar como guías pero ni siquiera son indispensables para Protágoras.15 En este planteo, las normas morales son convenciones (y no verdades absolutas) generadas por el conocimiento colectivo que posee la comunidad. De ahí que la democracia sea para Protágoras la forma de polis más viable y estable ya que sus normas representan la expresión más directa de la sabiduría co lectiva, la forma que más se aproxima al consenso social. Por el contrario, en manos de Sócrates y Platón el aprendizaje y el conocimiento político es sustituido por una concepción más elevada de virtud como conocimiento filosófico, ya no como la asimilación convencional de las costumbres y valo res de la comunidad sino como el acceso privilegiado a verdades universales y absolutas. Por eso, sólo los filósofos pueden acceder a esta clase de conoci- 15 La historia de la filosofía siempre ha retratado a los sofistas como unos charlatanes, maestros de retórica (es decir, del arte de las apariencias, la persuasión y el conoci miento falso), cuando no, responsables directos de la expansión de la demagogia y por lo tanto de la degradación moral de la polis. En definitiva, los malos de la película. Afortunadamente, esta tendencia ha cambiado en la literatura más recien te. En realidad, es imposible generalizar dentro de una categoría homogénea a los sofistas dado que había sofistas de todo tipo, desde defensores del autoritarismo y el decisionismo como Calicles hasta acérrimos defensores de la democracia como Protágoras y Gorgias. miento. De ahí que Sócrates afirmara en otro de los diálogos de Platón, Gorgias, “Yo soy el único verdadero político en Atenas”.16 Protágoras profundiza su argumento democrático en otro de los diálogos de Platón, Teeteto, donde afirma que “el hombre es la medida de todas las cosas”. Esto involucra dos premisas fundamentales para la comprensión de lo político. Primero, asumir que el hombre es la medida de todas las cosas implica desterrar a la naturaleza y sus verdades inmutables como principio de autoridad o fundamento último del orden político y social. Segundo, si el hombre es la medida de todas las cosas, todas las opiniones tienen el mismo valor y por lo tanto la única posibilidad de construir política es a partir del debate y el consenso. Esto significa que el orden político y sus leyes son conven ciones y no mandamientos de la naturaleza. Esto es precisa mente lo que escandaliza a Platón, para quien este exceso de “subjetivismo” o “relativismo” no es más que el preludio para la anarquía, lo cual explica todos los intentos filosóficos de Platón por identificar democracia con anar quía. En toda su obra subraya la tensión entre naturaleza y convención, es decir, entre un mundo verdadero y uno de apariencias - y por lo tanto, plagado de errores—, entre un mundo donde habitan las verdades absolutas e inmutables de la naturaleza y un mundo que no es más que el resultado de la multiplicidad de opiniones mutables y anárquicas que en definitiva cons tituye el ethos democrático descripto por Protágoras.17 En definitiva, sólo los filósofos-políticos están calificados para gobernar puesto que sólo la filo sofía permite el método adecuado para acceder a las verdades absolutas de la naturaleza y por lo tanto son los mejores calificados para encontrar las me jores leyes que requiere la ciudad. Esta estrategia argumentativa de Platón es de vital importancia ya que en última instancia es la Naturaleza la que designa a los mejores hombres para gobernar. Cuando afirma que “La justicia es que los superiores gobier nen sobre los inferiores”,18 está invirtiendo la definición de Protágoras acer ca de la condición de existencia del Estado. La justicia consiste no en el igual acceso a la ley sino en no alterar las jerarquías que la sabia naturaleza ha establecido entre los hombres, y recordemos que para Platón, los que se dedican al arte de las mentes (alma) son superiores a aquellos que se dedi can a las artes del cuerpo, es decir, los filósofos-políticos son superiores a los Capítulo 3: Lo político vs. la política 7 7 16 Ver este argumento más en detalle en Ellen M. Wood, Democracia contra capitalismo, op. cit., pp. 225-227. 17 Ver Rossi, Miguel eta l., op.cit. Gorgias, 484.18 78 Emilia C astorina productores y trabajadores.19 De ahí se desprende que si cada uno ocupa el lugar que le corresponde “por naturaleza” la democracia es el régimen polí tico más injusto y anti-natural ya que el hecho de que cada uno haga lo que quiere, implica la mayor de las alteraciones del orden natural. Este argumento platónico por el cual las clases trabajadoras están por defi nición descalificadas para entrar a la vida política y gobernar, ha dominado por más de dos mil años la filosofía y la práctica política occidental. En este sentido, M. I. Finley al comparar la democracia antigua con la moderna traza una interesante línea de coincidencia entre Platón (un anti-demócrata) y cier tos defensores de la democracia liberal, como Lipset, ya que ambos entienden qüe la política debe ser manejada por expertos. En el caso de Platón, por filósofos rigurosamente entrenados en la búsqueda de la Verdad absoluta a partir de la cual guiarse para legislar. En el caso de Lipset, por políticos profe sionales junto a la burocracia de Estado, quienes serían guiados por sus saberes técnicos y controlados periódicamente por elecciones populares. En este últi mo sentido, lo democrático radicaría en darle al pueblo la posibilidad de elegir entre distintos grupos de expertos en mutua competencia. Irónicamen te, tanto para Platón como para los demócratas modernos, el pueblo debe ser desterrado del ámbito efectivo de las decisiones políticas dada su “inepti tud”.20 En la próximasección, trataremos de aproximar una explicación acer ca del carácter de la democracia en el capitalismo como diametralmente opuesta a la democracia en su sentido original. II. Los orígenes del capitalismo La tensión entre lo político y la política adquiere una nueva forma a partir del surgimiento del capitalismo. Si bien Sócrates y Platón introduje ron desde los orígenes mismos de la política el argumento antidemocrático por excelencia según el cual la política es la profesión o saber de los políti cos-filósofos, y no la praxis socializada del demos, sólo las condiciones histó ricas de la sociedad capitalista permitirán y demandarán que esta concep ción adquiera carácter de sentido común. Paradójicamente, es la imposi ción de un cierto tipo de democracia (liberal) la que legitimará la existencia, 19 Es muy importante tener en cuenta que Platón estaba convencido de que había que re educar a la aristocracia -ahora en decadencia-. Por eso abrió la primera Academia con el fin de formar a los hijos de la aristocracia en el arte de la filosofía y la política. 20 M . I. Finley, Democracy, ancien t andM odem , Londres, Hogouth, 1985. Capítulo 3: Lo político vs. la política 79 anti-democrática en sí misma para los ciudadanos atenienses, de la llamada “clase política”.21 En otras palabras, el desplazamiento de lo político por la política no es un invento del capitalismo, pero sólo el capitalismo ha tenido que hacer de él un principio práctico en el momento en que las “masas” entran a la vida pública y el poder ya no puede sostenerse sólo por las “coacciones extra-económicas” que caracterizaran a las sociedades pre-capi- talistas. En líneas generales, trataremos de comprender cómo y por qué la sociedad capitalista hizo del principio socrático de especialización una máxi ma de la democracia, algo que para el ciudadano común ateniense resultaba una contradicción en los términos. 1. La separación entre lo “político” y lo “económico” en el capitalismo El capitalismo es un sistema social a través del cual los bienes y servicios, desde las más básicas necesidades de la vida hasta las más superfluas, son producidos para el intercambio. Un' sistema donde incluso la fuerza de traba jo es una mercancía a vender en el mercado, y donde, como todos los factores económicos, depende del mercado. Las condiciones para la competencia y la maximización de ganancias son las reglas básicas de la vida social. Debido a estas reglas, es un sistema dirigido fundamentalmente a desarrollar las fuerzas de producción y a mejorar la productividad del trabajo a través de medios tecnológicos. Por sobre todas las cosas, es un sistema en donde el grueso del trabajo de la sociedad es llevado a cabo por quienes no son propietarios de los medios de producción y que por lo tanto se ven obligados a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario que les permita acceder a los medios de subsistencia. En ese proceso de compra y venta de la fuerza de trabajo, los trabajadores generan ganancias para aquellos que compran su fuerza de tra bajo ya que su salario es muy inferior a lo que en realidad vale su trabajo. De ahí que el objetivo básico del capitalismo sea la producción y expansión del capital (lo que Marx conceptualizara como el proceso de producción y extrac ción de plusvalía). En términos históricos, se trata de un modo único y espe cífico respecto a cualquier forma precedente de organizar la vida material y la reproducción social. En las teorías más convencionales (fundamentalmente el liberalismo), el capitalismo es explicado como una oportun idad de maximizar ganancias y de hecho, cualquier diccionario define al mercado como un mecanismo de 21 Ver Gruner, op. cit., pp. 21-23. 80 Emilia C astorina oportunidades, de ofertas y elecciones. Sin embargo, para cualquiera que vive (y padece) en el capitalismo, esta noción no debe resultar para nada satisfactoria. ¿Qué son entonces las llamadas “fuerzas” del mercado? De acuerdo a la ideología capitalista, se trata de fuerzas impersonales de merca do que en un marco de libertad obligan a los actores económicos a actuar “racionalmente”. Pero esta concepción oculta algo fundamental ya que el rasgo distintivo y dominante de la sociedad capitalista no es la oportunidad o la elección sino, por el contrario, la compulsión. En primer lugar, porque la vida material y la reproducción social en el capitalismo están universal mente mediadas por el mercado, de modo tal que todos los individuos tie nen de algún modo u otro que entrar en relaciones de mercado para acceder a los medios de vida. En segundo lugar, porque los dictados del mercado capitalista —sus imperativos de competencia, acumulación, maximización de ganancias e incremento de la productividad- no sólo regulan las transac ciones económicas sino las relaciones sociales en general.22 En los términos de Marx, en la medida en que las relaciones humanas son mediadas por el proceso de intercambio de mercancías, las relaciones sociales aparecen como relaciones entre cosas, el llamado “fetichismo de la mercancía”'23 En un notable estudio, Polanyi sostenía que sólo en la era moderna la motivación individual por la ganancia asociada al intercambio de mercado se ha convertido en el principio dominante de la vida económica. Aunque los mercados existían en las sociedades pre-capitalistas, las relaciones y prácticas económicas estaban inmersas en relaciones no económicas -de parentesco, comunales, religiosas y políticas-. En dichas sociedades las motivaciones que estructuraban la actividad económica eran otras muy distintas a los motivos “económicos” del beneficio y las ganancias materiales, como por ejemplo, el status y el prestigio o el mantenimiento de la solidaridad comunal, al mismo tiempo que han habido otras formas de organizar la vida económica distintas al intercambio de mercado -elaboradas relaciones de reciprocidad determina das por las obligaciones de, por ejemplo, parentesco o la apropiación de exce dente a través del poder político (Estado) o religioso (Iglesia) desde cuyo cen tro se redistribuía—. En otras palabras, sólo en la “sociedad de mercado” (dis tinta a las antiguas sociedades “con” mercado) hay un motivo específicamente “económico”, instituciones estrictamente económicas y relaciones distintas o separadas de relaciones no económicas.24 22 Ellen M. Wood, The origin o f capitalism, New York, Monthly Review Press, 1999. 23 Marx, El Capital cap. 1, tomo 1. Ver Karl Polanyi, La Gran Transformación..op. cit.24 Capítulo 3: Lo político vs. la política 81 Este análisis nos conduce a preguntarnos qué es lo que hizo históri camente posible esta sociedad de mercado, esto es, cómo y en qué cir cunstancias los productores comenzaron a estar sujetos a los imperati vos del mercado. Lejos de tratarse de un proceso “natural”, como tien den a explicar los economistas clásicos, estamos ante un proceso alta mente conflictivo y que despertó muchísima resistencia por parte de las clases campesinas. E.P. Thompson describe el proceso por el cual emergió el capitalismo, como un proceso de viva confrontación entre los princi pios de mercado y ciertos valores y prácticas alternativas. La imposición de la sociedad de mercado emergió, así, como una confrontación de clases entre aquellos cuyos intereses se expresaban en la nueva economía de mercado y aquellos que la resistieron al anteponer los derechos de subsistencia a los imperativos de la ganancia. Esto es así en la medida en que se comprende que el capitalismo no surgió como una simple exten sión y ampliación del trueque y el intercambio de mercancías, sino a través de una radical y completa transformación en las más básicas rela ciones y prácticas sociales, una ruptura sin precedentes con el antiguo patrón de interacción entre el hombre y la naturaleza. Consideremos que durante miles de años, los seres humanos tendieron a satisfacer sus necesidades materiales por medio del trabajode la tierra y en tanto estu vieron involucrados en la agricultura, estuvieron divididos en clases, aquellos que trabajaban la tierra -productores directos, típicamente cam pesinos— y aquellos que apropiaban el trabajo de otros -apropiadores. Lo característico de las sociedades pre-capitalistas (a diferencia de las capitalistas) es que los campesinos productores siempre se habían man tenido en posesión de los medios de producción, especialmente a través de los derechos que tenían sobre las tierras comunales y de esta manera tenían un acceso directo a los medios necesarios para su supervivencia y reproducción. Esto implicaba que cuando el excedente de su trabajo era apropiado, ocurría a través de lo que Marx llamaba medios “extra-eco nómicos”, es decir, a través de la coerción directa ejercida por los terra tenientes o los Estados dada la superioridad que les confería su poder militar, político y jurídico. Aquí aparece lo que Marx conceptualizaba como la diferencia fundamental entre las sociedades capitalistas y las pre-capitalistas.25 Se trata de una forma particular de relación de propie dad entre productores y apropiadores ya que sólo en el capitalismo el 25 Ver Marx, Grundrisse... y El capital, op. cit., tomo 1, vol. 3. 82 Emilia C astorina excedente del trabajo es apropiado por medios “puramente” económi cos. Gracias a que los productores directos h,an sido desposeídos de di chos medios de subsistencia, y dado que su única fuente de acceso a los mismos es a través de la venta de su fuerza de trabajo a cambio de un salario, el capitalismo puede apropiar excedente sin recurrir a la coer ción directa.26 El capitalismo está marcado, entonces, por una diferenciación única de la esfera “económica”. Por un lado, esto quiere decir que la producción y la distribución adoptan una forma completamente “económica”, que ha deja do de estar “inmersa” en las relaciones sociales extra-económicas, en un sistema en el que la producción por lo general está destinada al intercam bio. Por otro lado, implica que la asignación de la fuerza de trabajo social y la distribución de recursos se logran a través del mecanismo “económico” del intercambio de mercancías, y que, para citar a Marx, la propiedad recibe su forma puramente económica descartando todos sus atractivos y asocia ciones políticos y sociales. Sobre todo, significa que la apropiación de la fuerza de trabajo excedente tiene lugar en la esfera “económica” con medios “económicos” ya que la apropiación del excedente se logra gracias a la sepa ración completa del productor de las condiciones necesarias para reprodu cir su fuerza de trabajo y por la propiedad privada absoluta sobre los medios de producción en manos del apropiador. Aunque la fuerza coercitiva de la esfera “política” es necesaria en última instancia para mantener la propie dad privada y el poder de la apropiación, la necesidad económica propor ciona la com pulsión inmediata que fuerza al trabajador a transferir el trabajo excedente al capitalista para obtener atíceso a los medios de vida. El trabaja dor es “libre” en el sentido de que no está en relación de dependencia o servidumbre y la transferencia y apropiación de su trabajo no está condicio nada por una relación extra-económica, como ocurría en las sociedades pre capitalistas donde la extracción de excedente se producía a través de rentas, 26 Esto implica que las tierras comunales de donde los campesinos obtenían sus medios básicos de vida fueron literalmente expropiadas por medio de lo que se conoció en Inglaterra como las “Actas de cercamiento”. Lo interesante de este proceso que se dio en Inglaterra durante los siglos XVI y XVII es que no sólo se cercaron físicamente las tierras sino que se alteraron radicalmente los derechos de propiedad ya que de lo que se trataba era de extinguir el uso de las costumbres aldeanas como fuente de derecho a controlar y organizar la producción agrícola. Bajo el imperativo de la “productividad”, se procedió a eliminar las regulaciones aldeanas y las restricciones que operaban sobre el uso de la tierra, dando así lugar a un nuevo tipo de propiedad privada. Capítulo 3: Lo político vs. la política 83 impuestos, servicios personales, etc. En otras palabras, la asignación social de recursos y fuerza de trabajo ya no tiene lugar por medio de la dirección política, la deliberación comunal, el deber hereditario, las costumbres u obligaciones religiosas, sino más bien a través de los mecanismos de inter cambio de mercancías. De esta manera, la explotación no descansa directa mente en las relaciones de dependencia jurídica o política, sino que se basa en una relación contractual entre productores “libres” —jurídicamente li bres, y libres de los medios de producción— y un apropiador que tenga propiedad absoluta sobre los medios de producción.27 Todo esto no significa que la dimensión política sea ajena a las relacio nes capitalistas de producción, sino que la esfera política en el capitalismo tiene un carácter especial porque el poder coercitivo que respalda la ex plotación capitalista no está manejado directamente por el apropiador y no se basa en la subordinación política o jurídica del productor a un amo. Básicamente significa que el “momento” de la apropiación está separado del “momento” de la coerción, el cual se diferencia ahora como una esfera política pública separada y especializada. Como explica Ellen Wood, apro piación y coerción se asignan en forma separada a un tipo de apropiación privada y una institución coercitiva pública especializada, el Estado: “por un lado, el Estado ‘relativamente autónomo’ tiene el monopolio de la fuerza coercitiva; por el otro, la fuerza sostiene un poder ‘económico’ privado que dota a la propiedad capitalista con la autoridad para organizar la producción por sí misma ... una autoridad probablemente sin precedentes en su grado de con trol sobre la actividad productiva y los seres humanos que se dedican a ella”.28 En otras palabras, los poderes políticos directos que los propietarios capitalistas han perdido a favor del Estado lo han ganado en el control directo de la produc ción y la explotación. Como contrapartida, los poderes del apropiador ya no implican la obligación de llevar a cabo funciones sociales y públicas (como es el caso de los señores feudales), de ahí que “en el capitalismo existe una separación total entre la apropiación privada y las obligaciones públicas”.29 En este sentido, el capitalismo difiere de las formas pre-capitalistas en las que la fusión de los poderes económicos y políticos significaba no sólo que la extracción de exce dente era una transacción “extra-económica”, sino también que el poder de apropiarse de trabajo excedente —ya sea el Estado o el señor feudal— provenía del desempeño de funciones militares, jurídicas y administrativas. Por ejemplo, el 27 Ellen M. Wood, Democracia contra Capitalismo, op. cit., pp. 36-37. 28 Ellen M. Wood, Democracia contra Capitalismo, op. cit., p. 38. 29 Idem, p. 38. 84 Emilia C astorina señor feudal tenía derecho a recolectar el excedente de los campesinos que se hallaban dentro de los confines de su territorio ya que a cambio éste ofrecía protección y seguridad a sus vasallos, al mismo tiempo que impartía justicia entre los mismos. Mientras el señor feudal era un amo económico y político a la vez, el capitalista y el obrero en las sociedades modernas son políticamente iguales y económicamente desiguales. En definitiva, el largo proceso histórico que en última instancia culminó con el capitalismo podría ser visto como una diferenciación creciente —y desarrollada en forma única— del poder de la clase respecto del poder del estado. De este modo, lo que define la especificidad histórica del capitalismo respecto a cualquier otro tipo de sociedad es la separa ción y diferenciación de lo político y lo económico como esferas autónomas. En consecuencia, la separación de lo político y lo económico (re)definióla noción de ciudadanía en el capitalismo. Por un lado, la gran mayoría de indi viduos que fueron progresivamente desarraigados de sus comunidades y sus medios de producción, necesitaron acceder a la ciudadanía como condición de legalidad para vender su fuerza de trabajo en calidad de hombres “libres”. Dicho proceso fue completo cuando “el capitalismo, con su indiferencia a las identidades extra-económicas’ de la multitud trabajadora, disipó los atribu tos prescriptivos y las diferencias ‘extra-económicas’ en el solvente del merca do de trabajo”.30 Sin lugar a dudas, esto significó un gran avance para esos individuos, ahora “libres e iguales”, y la adquisición de la ciudadanía les con firió nuevos poderes, derechos y facultades. Pero por otro lado, “el supuesto histórico de su ciudadanía era la devaluación de la esfera política”.31 El contraste entre el significado ateniense y el moderno de la ciudadanía resulta esclarecedor en este sentido. Si bien la democracia liberal moderna tiene en común con la democracia griega antigua una disociación de la identidad civil respecto al estatus socio-económico, permitiendo así la co existencia de una igualdad política formal con las desigualdades de clases, esta similitud oculta, sin embargo, una diferencia fundamental y que en definitiva refleja relaciones radicalmente diferentes entre lo “político” y lo “económico” en los dos casos. “En Atenas, la ciudadanía democrática significaba que los pequeños productores, y los campesinos en particular, en gran medida estaban libres de la explotación ‘ex tra-económica’. Su participación política -en la asamblea, en los tribunales y en las 30 Idem, p. 246. 31 Idem, p. 246. Capitulo 3: Lo político vs. la política 85 calles- lim itaba su explotación económica. Al mismo tiempo, a diferencia de los obreros en el capitalismo, aún no estaban sometidos a las compulsiones económi cas’ de la falta de propiedad. La libertad política y económica eran inseparables (...) mientras que la igualdad política no sólo coexistió con la desigualdad socio-econó mica, sino que la modificó sustancialmente. En este sentido, la democracia en Ate nas no era “formal” sino sustantiva. En la democracia capitalista (...) la posición socioeconómica no determina el derecho a la ciudadanía —y eso es precisamente lo que significa dem ocrá tico en la democracia capitalista-, sino que, debido a que el poder del capitalista para apropiarse del trabajo excedente de los obreros no depen de de un estatus jurídico o cívico privilegiado, la igualdad civil no afecta directa mente ni modifica significativamente la desigualdad de clases; y justamente esto lim ita la democracia en el capitalismo. Las relaciones de clases entre capital y fuerza de trabajo pueden sobrevivir hasta con una igualdad juríd ica y el sufragio univer sal. En ese sentido, la igualdad política en la democracia capitalista no sólo coexiste con la desigualdad socioeconómica, sino que la deja fundamentalmente intacta”.32 En otras palabras, el concepto moderno de ciudadanía puede ser más inclusivo y universalista que el ateniense, más indiferente a las particulari dades de parentesco o etnia, pero al mismo tiempo implica una mayor dis tancia entre el “pueblo” y la esfera de acción política, una conexión menos inmediata entre la ciudadanía y la participación política. Es decir, la ciuda danía en el capitalismo puede ser más expansiva e inclusiva qué la ateniense, pero también puede ser más abstracta y más pasiva. 2. El desplazamiento de lo político por la política Como subraya Gruner, el modo de dominación específico del capita lismo consiste en la supresión “fetichista” de lo político por las operacio nes de la política.33 Esto quiere decir que el poder del pueblo es progresi vamente reemplazado por el poder de los elegidos —“los que saben”—, no como un modo de hacer gobernar al pueblo indirectamente a través de sus representantes sino, muy por el contrario, como mecanismo que su prime y expulsa a la voluntad popular - la “multitud trabajadora”- del proceso de toma de decisiones estatal. El capitalismo, en este sentido, promueve una nueva distinción entre dirigentes y trabajadores. En los términos de Manin, la democracia representativa no es una forma indi 32 ídem, pp. 247-248. 33 Eduardo Gruner, op. cit., p. 22. 86 Emilia C astorina recta de democracia ya que los fundadores del gobierno representativo niegan precisamente que en ese régimen la voluntad popular sea puesta en situación de gobernar, ni siquiera de manera indirecta. En los orígenes del capitalismo, la democracia fue instituida con el objetivo explícito de que la voluntad popular —es decir, la voluntad de aquellos cuyo excedente es apropiado por los capitalistas— no haría la ley ni directa ni indirecta mente. El aspecto “fetichista” se revela en tanto y en cuanto la democracia moderna aparece como algo que no es. En tanto se unlversaliza la ciuda danía, todos los hombres son libres e iguales, pero esta igualdad y libertad sólo existen como postulado formal ya que -como explicara M arx- la igualdad jurídica oculta y disimula la desigualdad real y efectiva de la explotación económica. Y es en definitiva este mecanismo de ocultamien- to de la desigualdad real por las operaciones de la igualdad formal la que requiere y demanda un desplazamiento de lo político por la política, o, dicho de otro modo, de la política del d em os por la política de los políti cos. Dicho con más crudeza, en el capitalismo, para que una clase explote a otra, el Estado debe ponerse un disfraz democrático, lo cual implica que las actividades políticas no serán llevadas a cabo por la clase apropiadora directamente sino por un grupo de funcionarios burocráticos actuando en nombre de un saber técnico que se presenta como interés general. Pero, como denunciara Nietzche, detrás de toda pretensión de saber hay una voluntad de poder. Esto requiere que mencionemos brevemente el trayecto histórico de la democracia moderna como proceso que separa la democracia en la que los mismos ciudadanos hacen la ley (lo político) y el régimen representativo en el cual los ciudadanos confían el ejercicio de su poder a representantes o profesionales nombrados por ellos (la política). Las tres revoluciones mo dernas: inglesa, francesa y americana, van a contribuir de distinta manera al establecimiento de la “soberanía popular” a través de un paradójico proceso en el cual “para institucionalizar un modelo de orden se debía descontar de la República, la acción espontánea, constituyente’, de aquello mismo que hace necesaria la existencia de un orden (cualquiera): el demos-, el ‘pue blo’...”34 El primer paso hacia el gobierno representativo fundado en la “sobera nía popular” hay que rastrearlo en el caso de la Revolución Gloriosa en 34 ídem , p. 22. C apitulo 3: Lo político vs. la política 87 Inglaterra, el cual pone de manifiesto que la democracia moderna no se originó con el acceso de las clases subordinadas al poder y la creación en particular de esa formación sin precedentes, el ciudadano campesino, sino en el ascenso de las clases con propiedades en la transición del feudalismo al capitalismo. No en la figura del ciudadano campesino sino en la del señor feudal y la aristocracia w h igP No se trata de campesinos y peque ños productores que se liberan del dominio político de sus señores, sino de ios señores mismos que afirman sus poderes independientes frente a las imposiciones de la monarquía. Éste es el origen de los modernos prin cipios constitucionales, las ideas del gobierno limitado, la separación de poderes y demás, “principios que han desplazado las implicaciones socia les del ‘gobierno del dem os —como equilibrio de poder entre ricos y po bres— en cuanto criterio central de la democracia”. El ciudadano ateniense se ufanaba de no tener amo, de no ser sirviente de ningún mortal ya que no le debía servicio ni deferencia a ningún señor. La libertad,eleu theria , que su ciudadanía implicaba era la libertad del d em os con respecto a los señores. La Revolución Gloriosa de 1688 en Inglaterra, en cambio, “no era la declaración de un dem os sin amo sino la de los amos mismos, que afirmaban sus privilegios feudales y la libertad del señorío frente a la Co rona, así como contra la multitud popular, tal como la lib erta d de 1688 representó el privilegio de los caballeros terratenientes y su libertad de disponer como quisiesen de sus tierras y sirvientes”.35 36 Sin duda, la afirma ción del privilegio aristocrático contra las monarquías produjo la tradi ción de la “soberanía popular” de la cual se deriva la concepción moderna de la democracia; sin embargo, el “pueblo” en cuestión no era el d em os sino un estrato privilegiado que constituía una nación política exclusiva, situada en un espacio público entre el monarca y la multitud. Mientras que la democracia ateniense, al convertir a los campesinos en ciudadanos, tuvo el efecto de quebrantar la oposición inmemorial entre gobernantes y productores, por el contrario, la división entre terratenientes gobernantes y campesinos sometidos devino en la condición esencial de la “soberanía popular” tal como emergió a principios de la Europa moderna. Recorde mos además que hasta el siglo XIX, la representación no requería el voto popular, y el consentimiento popular de las decisiones parlamentarias se entendía más bien como una “representación virtual”. La doctrina de la 35 La facción moderadamente progresista de la aristocracia inglesa. 36 Ellen M. Wood, Democracia contra capitalismo, op. cit., p. 239. 88 Emilia C astorina supremacía parlamentaria habría de actuar en contra del poder popular incluso cuando la nación política dejó de estar restringida a una comuni dad relativamente pequeña de terratenientes y cuando el concepto de “pue blo” se amplió para incluir a la “multitud”. En este contexto, la política no sería más que el coto reservado de un parlamento soberano que, en última instancia, tenía que rendir cuentas a sus electores; pero el “pueblo” no era real y efectivamente soberano. Esto implica que para todo fin prác tico no hay política —o por lo menos no política legítima- fuera del parla mento. De hecho, cuanto más incluyente se ha vuelto el “pueblo” más han insistido las ideologías políticas dominantes en despolitizar el mundo fuera del parlamento y deslegitimar la política “extra-parlamentaria”. Gra cias a esto, los ingleses pudieron conformarse largo tiempo con celebrar los avances del parlamento sin proclamar la victoria de la democracia. Los argumentos de la división del trabajo entre dirigentes y productores también aparecerían durante la Revolución Francesa de la mano de Siéyés, para quien la política de los representantes se había vuelto no sólo una forma preferible sino deseable en contraposición a la política popular. En este caso, la superioridad del gobierno representativo se debía a que se trataba de la forma política más adecuada para las sociedades de mercado en las que los individuos están, ante todo, ocupados en producir riquezas. En tales socieda des, argumentaba, los ciudadanos ya no tienen el tiempo necesario para ocu parse de los asuntos públicos y deben, por lo tanto, mediante elección, con fiar el gobierno a individuos que consagren todo su tiempo a esa tarea. Como explica Manin, Siéyés ve ante todo la representación como la aplicación al orden político de la división del trabajo, principio que ante sus ojos y los de sus contemporáneos, constituye el factor esencial del progreso social. “El in terés común, escribe, el mejoramiento del Estado social mismo nos piden que hagamos del gobierno una profesión particu la r ,37 subrayando, además, que el papel de los representantes no consiste en transmitir la voluntad de sus electores, ni anunciar el deseo de los representados sino en deliberar y votar librem ente con las “luces” de la Asamblea. Esta “liberación” de los políticos respecto de sus electores, es la contrapartida de la “liberación” de los indivi duos respecto de las actividades políticas. En cierto sentido, el argumento socrático de las artes prácticas ha vuelto y con él el de la profesionalización de 37 La cita de Siéyés aparece en Bernard Manin, “La democracia de los modernos. Los principios del gobierno representativo” en Revista Sociedad, N° 6, Facultad de Ciencias Sociales (UBA), abril de 1995, p. 13. Capítulo 3: Lo político v s . la política 89 la política ya que ésta es nuevamente entendida como una tarea más dentro de la sociedad (y ya no aquella que define la vida humana misma) y por lo tanto a ser desarrollada por gente dedicada exclusivamente a ella. Sin embargo, sería la Revolución Americana de 1776 y, más precisa mente, los argumentos de los Federalistas en la redacción de la Constitu ción Americana en 1787 los que dieran el paso decisivo en el desplazamien to del dem os del poder efectivo. En un contexto donde el impulso hacia la democracia masiva era ya muy fuerte, los federalistas se enfrentaron a la tarea sin precedentes de preservar lo que pudieran de la división entre la masa y la élite en el marco de un derecho político cada vez más democrático y una ciudadanía cada vez más activa. Los redactores de la Constitución se embarcaron en el primer experimento de diseñar un conjunto de institu ciones políticas que abarcarían y al mismo tiempo reducirían el poder po pular. En otras palabras, era necesario crear un cuerpo de ciudadanos inclu sivo pero pasivo, con una' perspectiva limitada de sus facultades políticas. Su tarea práctica consistía en sostener una oligarquía propietaria con el apoyo electoral de la multitud. “Esto también requirió que los federalistas produjeran una ideología, específicamente una redefinición de la democra cia, que disimulara las ambigüedades de su proyecto oligárquico. Fueron los vencedores antidemocráticos en Estados Unidos los que dieron al mun do moderno su definición de democracia, una definición en que la dilución del poder popular es un ingrediente esencial”.38 En el planteo de los federalistas, la democracia se sustenta en la represen tación aunque sobre la base de argumentos platónicos, en sí mismos, antidemocráticos. Básicamente, la incompetencia del pueblo para gober nar. En el Federalista X, Madison explicaba que la representación consistía en “refinar y ensanchar las opiniones públicas haciéndolas pasar por el ta miz de un cuerpo elegido de ciudadanos cuya sabiduría pueda discernir mejor el verdadero interés de su país y cuyo patriotismo y amor por la justicia sean los menos susceptibles de sacrificar ese interés a consideracio nes efímeras y parciales”. Y luego agregaba: “En un sistema semejante, pue de muy bien ocurrir que la voluntad pública, formulada por los represen tantes del pueblo, concuerde más con el bien público que si fuese expresada por el pueblo mismo”. Es decir, el subtexto de esta definición es muy simi lar a lo que Platón planteaba ya que la multitud trabajadora quiere el bien pero no sabe verlo dado que está sumido en opiniones parciales, y guiados 38 Ellen M. Wood, Democracia contra Capitalismo, op. cit., p. 250. 90 Emilia C astorina por los impulsos de la pasión y no de la razón, sólo pueden defender bienes particulares y jamás un bien general. Por eso para Madison, el fin último del gobierno representativo era poner a los gobernantes en condiciones de resistir las “pasiones desordenadas” y las “ilusiones efímeras” del pueblo. Como explica Manin, en este caso, la superioridad de la representación consiste en abrir la posibilidad de una separación entre la voluntad (o deci sión) pública -superior y racional- y la voluntad popular -inferior y pasio nal o irracional-. En definitiva, si la representación tiene como propósito actuar como f i l tr o de las opiniones populares, se ha vuelto la antítesis mis ma del concepto de isegoria que definía a la democracia ateniense. En lostérminos de Ellen Wood, “en su forma federalista (la representación) signi ficó que algo hasta ahora percibido como la antítesis del autogobierno de mocrático, ahora no sólo era compatible sino constitutivo de la democracia: no el e jer cicio del poder político, sino renun cia r a él, transferirlo a otros, su en a jen a ción .39 De esta manera, la democracia estadounidense estableció una definición de democracia en la que la transferencia de poder constituía no sólo una concesión necesaria en cuanto al tamaño y la complejidad de los Estados modernos, sino más bien la esencia de la democracia misma. En el contexto griego, la definición política del demos mismo tenía un signi ficado social porque deliberadamente se oponía a la exclusión de las clases bajas de la política. En cambio, cuando los federalistas se referían al “pueblo” como una categoría política, no era con el fin de afirmar los derechos de los “mecáni cos” en contra de quienes pretendían excluirlos de la esfera pública. El lenguaje federalista tenía más que ver con resaltar el poder del gobierno federal; y si el criterio de la clase social debiera carecer de relevancia, no sólo era en el sentido 39 Ellen M . Wood, ídem, p. 252. En este sentido, es importante recalcar cuán alejada estaba la enajenación del poder político del concepto griego de democracia en tanto la elección era considerada una práctica oligárquica. La democracia podía adoptar la elección para ciertos propósitos específicos pero no pertenecía a la esencia de la cons titución democrática. Tal es el caso de los oficios que requerían una experiencia es trictamente técnica, sobre todo los cargos financieros y militares más altos, como el cargo de estratega para el cual fue elegido Pericles, por ejemplo. Pero dichos puestos iban acompañados de estrictas medidas para asegurar cuentas claras y se entendían abiertamente como excepciones a la regla de que se puede suponer que todos los ciudadanos poseen el tipo de conocimientos cívicos necesarios para las funciones políticas generales. El método democrático por excelencia fue la selección por sorteo que, pese a sus limitaciones prácticas, abarca un criterio de selección en principio opuesto a la enajenación de la ciudadanía y la suposición de que el demos es política mente incfampetente. C apítulo 3; Lo político vs. la política 91 de que la pobreza o el rango sin distinción no constituyeran un obstáculo for mal para acceder a un cargo público, sino más específicamente en el sentido de que el equilibrio del poder de las clases de ninguna manera representaría un criterio de la democracia. En efecto, no habría incompatibilidad entre demo cracia y el gobierno del capital. En este sentido es muy elocuente el análisis de Madison respecto al origen del espíritu faccioso en la República. Cuando afirma que “la fuente de discor dia más común y persistente es la desigualdad en la distribución de propieda des (...) ya que... los propietarios y los que carecen de bienes han formado siempre distintos bandos sociales”, asume que no se pueden atacar las causas de la desigualdad sino sólo sus efectos. Es decir, que el fin último de la demo cracia moderna no es atacar las desigualdades de propiedad o limitar la explo tación sino simplemente mantener a raya sus efectos. Cuando, entonces, afir ma que “la ordenación de tan opuestos intereses es la tarea principal de la legislación moderna”, no es en el sentido de igualación social sino, muy por el contrario, para dejar intactas esas diferencias. Por lo tanto, “mantener a raya sus efectos” significa ni más ni menos que asegurar que la facción mayorita- ria, los que no son dueños de los medios de producción —la multitud trabaja dora—, no sean más poderosos que los propietarios en virtud de su número. De ahí que una constitución funcional al capitalismo debe evitar la “tiranía de la mayoría”, que no es más que la traducción peyorativa del gobierno del pueblo. Esto es bien claro si tenemos presente que es precisamente esa des igualdad entre los propietarios y los no propietarios de los medios de produc ción (la falta misma de propiedad por parte de aquellos que tienen que vender su fuerza de trabajo) lo que permite la dinámica capitalista. En otras palabras, la función principal de la democracia liberal capitalista no es otra que dejar intacta la explotación de una clase sobre otra. Conclusión En conclusión, estamos frente a la posibilidad única de una democra cia carente de contenido social ya que la estructura social del capitalismo cambia el significado de la ciudadanía, de modo tal que la universalidad de los derechos políticos deja intactas las relaciones de propiedad y las formas de explotación. Es el capitalismo el que hace posible una forma de democracia en la que la igualdad formal de los derechos políticos tiene un efecto mínimo sobre las desigualdades o las relaciones de dominación que se dan en otras esferas. Y esto es factible gracias a la posibilidad de despla 92 Emilia C astorina zar a la democracia a una esfera puramente política, distinta y separada de la “sociedad civil” o de la “economía”. En Atenas no había una división tan clara entre Estado y sociedad civil, ni una “economía” distinta y autó noma. Ni siquiera un concepto de estado distinto de la comunidad de ciudadanos. Los poderes y derechos políticos no se separaban con tanta facilidad en Atenas como en las sociedades modernas capitalistas donde la propiedad ya estaba alcanzando una definición puramente “económica”, separada del privilegio jurídico o del poder político, y en el que la econo mía estaba adquiriendo vida por sí misma. Para las clases dominantes del capitalismo, la antigua democracia era justamente el modelo a evitar, de ahí que durante el siglo XVIII se la llamara el gobierno de la turba o la tiranía de la mayoría. Fueron los federalistas los que tuvieron la posibili dad de reivindicar el lenguaje de la democracia al mismo tiempo que categóricamente se desligaban del gobierno por parte del d em os en su significado griego original. Por primera vez, “democracia” podía signifi car algo completamente diferente de lo que significó para los griegos. Y como consecuencia, lo político también podía significar algo opuesto a lo que significaba para los griegos. Ya no un límite a la explotación de una clase sobre otra ni un proceso de aprendizaje cívico y moral en cuya práctica los ciudadanos construyen sus saberes colectivos y sus reglas de vida a través del autogobierno, sino un mecanismo por el cual las elites garantizan la autoridad de sus saberes técnicos por encima de la multi tud trabajadora más bien como un medio para acrecentar la riqueza y bienestar de unos pocos a costa del relegamiento de muchos. Sólo basta constatar el resultado de dos siglos de práctica e ideología democrática capitalista a nivel mundial, donde el máximo de desarrollo social ha engendrado al mismo tiempo el máximo de subdesarrollo. Entiéndase, un tercio de la población mundial goza del “progreso” y los otros dos tercios viven en el máximo nivel de exclusión e indigencia. Y esto no es una “anomia”, sino el capitalismo mismo. C apítulo 3: Lo político vs. la política 93 Bibliografía Ehrenberg, Víctor, The Greek State, Londres, Methuen, 1969. Fried, Morton, The evolu tion o fp o lit ica l society, Nueva York, Random House, 1967. Finley, M . I., Democracy, A ncient andM odern , Londres, Hogarth, 1985. Gruner, Eduardo, “La Tragedia, o el fundamento perdido de lo político”, en Atilio Borón (comp.), Teoría y Filosofía Política. La recuperación d e los clásicos en e l debate latinoam ericano, Buenos Aires, CLACSO, 2002. Madison-Hamilton-Jay, El Federalista, México, Fondo de Cultura Económica, 1995. M anin, Bernard, “La democracia de los modernos. Los principios del gobierno repre sentativo”, en Revista S ociedad N° 6, Facultad de Ciencias Sociales (UBA), abril de 1995. Marx, Karl, Grundrisse, México, Siglo XXI, 1997. — El cap ital México, Siglo XXI, 1992. Platón, Diálogos, México, Porrúa, 1998. • Polanyi, Karl, La Gran Transformación, Madrid, Ediciones de la Piqueta, 1997. Rossi, M iguel y Amadeo, Javier, “Platón y Aristóteles: dos miradas sugestivas en torno a la política”, en Atilio Borón (comp.), op. cit. Stone, I. F., The Trial o f Sócrates, Londres, Pinlico, 1988. Thompson, E. P., The M aking o f the english working class, Harmondswoth, Penguin, 1980 Wood, Ellen M . y Wood, Neal, Class id eo logy andA ncien t P olitica l Theory (Ideología de clase y teoría política antigua), Oxford, Basil Blackwell, 1978. Wood, Ellen M ., D em ocracia contra Capitalismo, México, Siglo XXI, 2000. — The origin o fcap ita lism (El origen del capitalismo), Nueva York, M onthly Review Press, 1999. — Peasant-Citizen a n d Slave. The Foundations o f Athenian D emocracy, Nueva York, Verso, 1989-
Compartir