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Teoría General del Estado – Clase 7 CLASE 7 – El Estado en las distintas filosofías políticas. Hacia la unidad II El pensamiento político y sus diferentes expresiones En las últimas clases abordamos dos filosofías políticas centrales para los ejes de esta primera Unidad de la materia. Los principios del liberalismo –que transitamos de la mano de John Locke, primero, y John Stuart Mill, después-, y del marxismo –y su reformulación a través de los aportes de Antonio Gramcsi-, se constituyeron en prismas para analizar las diferentes fisonomías que el Estado fue adoptando conforme a su contexto, y el modo en que tales transformaciones impactaron en sus fines y funciones. Cada filosofía política, a su tiempo, buscó encontrar respuestas superadoras a la experiencia que la precedió, y conformó un ideario con diversas expresiones interrelacionadas. Así, el liberalismo y el revulsivo generado por las ideas igualitarias y libertarias que emergieron levantándose contra los preceptos de los absolutismos monárquicos, se correspondieron con el innegable ascenso de una burguesía comerciante e incipientemente industrial que, al ritmo de su progreso económico, procuraba destrabar los límites que a dicho crecimiento imponía el poder omnímodo de la Monarquía y la ausencia de derechos políticos. Por eso, como vimos, liberalismo político y económico –capitalismo- han venido de la mano: la libertad que implicaba romper las cadenas de sujeción impuestas por el absolutismo monárquico para acceder al irrestricto ejercicio de los derechos civiles y políticos conformaba una herramienta imprescindible para garantizar, desde el poder político, la libertad económica que la burguesía anhelaba (libre comercio, libre cambio, libre competencia, invocación de un mercado transparente, y recurrencia a la idea de iniciativa y esfuerzo individual como base de todo progreso y realización). 1 Teoría General del Estado – Clase 7 En idéntico sentido, la democracia, como expresión política del liberalismo, supone la ruptura con la concepción legitimadora de la monarquía absoluta (según la cual el poder reposaba exclusivamente en el monarca, ya sea en su carácter de representante secular de Dios en la tierra, o por tradición dinástica y hereditaria), y pone en el centro al individuo –devenido ciudadano-. Sobre todo, impone límites al Estado que, en esta nueva formulación, deberá limitarse a garantizar los derechos individuales y abstenerse de cualquier vulneración que atente contra su libre ejercicio. Por eso, la expresión estatal del liberalismo es un Estado con funciones mínimas, cuyo principal objeto reside en generar las condiciones para garantizar el diseño del plan del plan de vida de los individuos –cada uno, de acuerdo a sus méritos-, sin injerencias de ningún tipo. Por su parte, un siglo después, la filosofía política marxista surge como reacción a las injusticias y desigualdades generadas por la aplicación de las distintas expresiones del liberalismo, en especial, pero no únicamente, de la expresión económica –capitalismo-, cuyas consecuencias resultan devastadoras para la mayoría de los miembros de la comunidad, en especial para aquellos que no son dueños de los medios de producción. Como vimos, a nivel discursivo el liberalismo sostiene que por haber nacido todos somos iguales ante la ley y tenemos idénticos derechos. Esto constituye sin dudas un gran avance frente al absolutismo monárquico. Sin embargo, según señala Marx, en el capitalismo realmente existente, tales postulados resultan meramente enunciativos: la revolución burguesa se caracteriza por hablar en nombre de todos, pero beneficia sólo a una minoría: los propietarios burgueses, adultos, varones, blancos. Instala la dominación política de la burguesía y el reinado del dinero y el valor de cambio. Alienación de los trabajadores y plusvalía son ejes de un análisis que encuentra en la revolución socialista su respuesta más radical. Como proyecto humanista, a partir de la praxis revolucionaria, el marxismo se propone crear una sociedad de hombres nuevos liberados de la explotación económica, pero también de la dominación política de la subjetividad, la alienación y el fetichismo mercantil. 2 Teoría General del Estado – Clase 7 En el marco de tal filosofía política, como vimos, el Estado no es más que un instrumento de dominación –como el derecho, la religión, el sistema educativo-, y se ubica dentro de la superestructura, como derivación de la estructura o base real de la sociedad, dada por el modo de producción y las relaciones sociales correspondientes. En la primera etapa de la revolución –dictadura del proletariado- persistirá como organización tendiente a llevar adelante los fines de la revolución, y en la última etapa –sociedad sin clases-, no tendrá objeto y en consecuencia, fenecerá. El Estado de Bienestar, como respuesta al liberalismo y al marxismo1 En el Siglo XX, una nueva filosofía política emergió en Europa, en la primera posguerra mundial, como consecuencia de la necesidad de promover desde el Estado la recuperación de la economía y del tejido social gravemente afectados por la conflagración armada del período 1914-1918; sin embargo no fue sino hasta la primer crisis capitalista de 1929 (caída de la bolsa en Wall Street) en Estados Unidos, y hasta después de la segunda guerra mundial en Europa que se consolidó y extendió. Se trata del solidarismo, cuya expresión es el Estado de Bienestar. En efecto, terminada la contienda bélica, a partir de 1945, devastada por sus efectos destructivos, Europa se vio fuertemente asistida por la potencia emergente vencedora – EEUU- que a través del denominado “Plan Marshall” trasladó los beneficios de las políticas keynesianas aplicadas para paliar los efectos de la crisis del ’30 a los países europeos occidentales, en especial a los vencidos, mediante créditos blandos y subsidios que tenían como única condición de efectivización la instalación, por parte de aquellos Estados, de regímenes democráticos y de políticas integradoras con un fuerte rol del Estado en materia de protección social y en el diseño de programas de desarrollo y crecimiento. Así, países derrotados como Italia y Alemania, que habían sostenido a los regímenes fascistas y nacionalsocialistas (nazismo), respectivamente, no sólo dieron paso a 1 Seguimos, en este desarrollo, a Sergio Di Gioia, Aportes para una Teoría del Estado, 2008, Ediciones EmeEle. 3 Teoría General del Estado – Clase 7 sistemas democráticos, sino que también fueron tributarios de las condiciones objetivas que facilitaron su crecimiento económico como consecuencia de las medidas asistenciales. Estas dos premisas, impuestas como condición de posibilidad de la referida asistencia, no eran desinteresadas: al tiempo que garantizaban la conversión de regímenes autoritarios –como veremos, totalitarios, en términos de Traverso- a otros democráticos, exhibían frente al cercano régimen comunista de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) derivado de la revolución de 1917 y de sus aliados de Europa del Este una muestra de “democracia capitalista con rostro humano” – Estado de Bienestar-. Así, se pretendía salir airoso de la comparación con un sistema económico-político (el comunismo) que garantizaba la igualdad al precio de la afectación de las libertades. La conformación de sistemas democráticos con Estados Benefactores intentaba mostrarse entonces como una respuesta o alternativa superadora no sólo al liberalismo clásico, con su Estado mínimo e incapaz de solucionar los problemas derivados de la desigualdad y las cíclicas crisis económicas del capitalismo, sino también del socialismo, al que pretendía demostrarle que no era necesario afectarla libertad para garantizar la igualdad. Principios del Solidarismo: Esta nueva filosofía política sepultó la autosuficiencia del liberalismo económico que dejaba librado al mercado y al libre juego de las fuerzas económicas, la oferta y la demanda, la asignación adecuada de los recursos. Quedó demostrado que, en situaciones de crisis, el Estado debía intervenir inyectando liquidez al sistema, esto es, generando empleo e introduciendo recursos económicos que se tradujeran en un incremento del poder adquisitivo de la población y, con ello, en un aumento de la demanda (John Maynard Keynes). Este ciclo requería de una economía planificada por y desde el Estado que, fundamentalmente, a través de la obra 4 Teoría General del Estado – Clase 7 pública, estimulara la actividad, no dejando únicamente en manos privadas el rol de motor de la economía. La redistribución del ingreso que se lograría de esta manera, como así también la implementación de una política tributaria progresista se complementaba con el tendido de un tejido de seguridad social generado por el Estado, que apuntaba a tutelar a los sectores más desprotegidos, o en situaciones de mayor indefensión (niñes, ancianes, mujeres embarazadas, discapacitados, entre otros). Por su parte, el desarrollo de los Derechos Sociales en general y del derecho protectorio del trabajo en particular, se tradujo en una cobertura eficiente y adecuada de los sectores más postergados por la crisis. En ese marco, el Estado como garante se autoasignaba el rol de árbitro entre capital y trabajo, a través de la conformación de órganos destinados a tal fin, como así también desde el diseño y ejecución de políticas públicas que implicaran la prestación de los servicios públicos esenciales desde ese mismo Estado, a fin de garantizar su acceso y disfrute igualitario a toda la población. Esta promovida búsqueda de la igualdad material –la igualdad de oportunidades o posibilidades-, contrastaba fuertemente con la igualdad meramente formal o jurídica del liberalismo, e importaba la generación de condiciones para la efectiva concreción de los derechos. Para ello, naturalmente, debe partirse de las diferencias materiales y objetivas de los sujetos alcanzados, y de la asunción de las objetivas condiciones de desventaja (generadas no sólo por imperio de las relaciones de fuerza existentes en el ámbito económico y laboral, sino también por situaciones concretas que se atraviesan a lo largo de la vida: embarazos, niñez, ancianidad), para poder generar del Estado el desarrollo de políticas y protección normativa, con miras a equiparar los puntos de partida de los distintos sectores sociales. Tal premisa importa lógicamente un aumento del aparato estatal. Importa además el desarrollo de un sistema político, la democracia social -integradora y superadora de la 5 Teoría General del Estado – Clase 7 democracia política característica del liberalismo-, que no sólo resulta se traduce en la incorporación extensiva de los derechos económicos, sociales y culturales, sino que se asumen como un deber a su cargo por parte de los Estados de Bienestar, a fin de garantizar su goce colectivo. En orden a enmarcar estos desarrollos con el abordaje de la noción de totalitarismo, señalaremos que el Estado de Bienestar tuvo su mayor desarrollo después de la segunda posguerra, como opción de reconstrucción económica y social de los efectos de la guerra, pero también de las consecuencias en el tejido social del fascismo y nazismo. El modelo entró en crisis en la década del ’70, de la mano de la llamada “crisis del petróleo”, generando las condiciones para la emergencia del neoliberalismo, que en Latinoamérica importó además la constitución de dictaduras militares y en nuestro país en particular, del Estado Terrorista. 6
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