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hambre a la puerta de su amo / Se cscribe la caída del Estado»? ;Sofisticae ilu sión? Pero, con el sobrelanzamiento del positivismo anti-ilusionista de finales del siglo diecinueve, las Humanidades estaban a la defensiva (con la psicología, por supuesto, atrapada cn c medio). La historia, las ciencias humanas (las viejas Geis teswissenchaften) y la literatura no eran del todo serias, estaban para el que las quisiera tomar más que ser materia de prueba. No explicaban nada, solo «enri quecían la mente». Después, mientras los cabezones catedráticos de ciencias denunciaban la blan duta de las «materias blandas», Europa marchó a la guerra de nuevo; represen tando los relatos históricos-de ciencias sociales-literarios que se suponía que solo estaban «enriqueciendo la mente». Scguro que se nos podía dar mejor entender nos a nOSotros mismos y nuestros locos devancos. El gas venenoso y el Gran Ber has podían ser los frutos mortíferos de la ciencia verificable, pero el impulso para Usarlos crecía de las historias que nos contamos a nosotros mismos. Entonccs, ¿no deberíamos intentar entender mejor su poder, para ver como se organizan lo relatos de ficción c históricos, y qu¿ tienen que leva a las personas a vivir en comunidad o a dañarsey matarse unas a otras? En el primer cuarto de este siglo sucedió algo crucial para los intelectuales. Llamémoslo «el giro interpretativo». El giro se expresó primero cn teatro y lite ratura, después en historia, después en las ciencias sociales, y finalmente en la epistemología. Ahora se está expresando en la educación. El objeto de la interpre tación es comprender, no cxplicar; su instrumento es el análisis de textos. El entendimiento es el resultado de la or,anización y contextualización de proposi ciones esencialmente contestables e incompletamente verifcables de una manera disciplinada. Una de nuestras principales formas de hacerlo es a través de la narración: contando una historia sobre «en qué consiste» algo. Pero, como Kier kegaard dejó claro muchos años atrás, contar historias para entender no es una cuestión de mero enriquecimiento de la mente: sin ellas estamos, por usar su expresión, reducidos al miedo y al temblor. El entendimiento, como la explicación, no cs unívoco: una forma de cons truir narrativamente la caída de Roma no blogquea la posibilidad de otras formas. Y la interpretación de cualquier narración concreta tampoco imposibilita otras interpretaciones. Ya quc las narraciones y su interpretación circulan por las aveni das del significado, y los significados son intransigentemente múltiples: la norma es la polisemia. Además, los significados narrativos solo dependen de la verdad en el estricto sentido de la verificabilidad de una forma °ivial. Lo quc se necesita, más bien, es verosimilitud, o «parecer verdadero", y eso es una composición de cohercncia y utilidad pragmática, ninguna de las cuales se pueden especificar rígi damente. Puesto que ninguna construcción narrativa pucde dejar fuera todas las alter nativas, la narraciones presentan una cuestión muy especial de criterios. ¿Según 110
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